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Pablo Peusner

El dispositivo de presencia
de padres y parientes en la clínica
psicoanalítica lacaniana con niños

Colección Textos Urgentes


Índice

Nota Preliminar . . . . . . . . . . . 7

I. El dispositivo de presencia de padres


y parientes . . . . . . . . . . . . 9

II. De la constelación familiar al síntoma:


la fórmula de transformación . . . . 51

III. La función de la restitución de la


historia . . . . . . . . . . . . 87

Post scriptum. La tontería del dispositivo . 115


Nota Preliminar

L
as tres clases recogidas en este libro fueron
dictadas durante el invierno del año 2009
en el Foro Analítico del Río de la Plata, en
Buenos Aires, para un grupo de jóvenes psicoana-
listas en formación que soportaron estoicamente
el horario de trabajo (nos reuníamos a las nueve
de la noche en pleno invierno), las amenazas de
la Gripe A, y mi propio estilo. A ellos, mi recono-
cimiento y agradecimiento.

La premura –y no el apuro– hacen que estos


materiales vean la luz en un formato que no du-
daría en calificar de “textos urgentes” (así como
resulta urgente que dos más dos sea cuatro). Sin
la elegancia y el cuidado por cada detalle de los

7
8 Pablo Peusner

anteriores, este libro recoge un momento de ela-


boración en toda su dimensión dinámica. Espe-
ro que pueda resultar un disparador para conti-
nuar la reflexión en un campo clínico que así lo
justifica: el de nuestra clínica psicoanalítica laca-
niana con niños.
Pablo Peusner, Agosto de 2010
I.
El dispositivo de presencia
de padres y parientes
D
ebo confesarles que me sentí obligado a
proponer el tema que nos reúne. Es una
apuesta fuerte –al menos yo lo creo así–.
Como dije alguna vez, hay temas malditos en psi-
coanálisis1: son temas de los que no se quiere ha-
blar. Y no es porque sean temas difíciles: hay temas
complejos, dificilísimos, de los que muchos analis-
tas hablaron, acerca de los que hay numerosos li-
bros publicados. También hay una gran cantidad de
colegas dictando cursos y seminarios sobre ellos…
Que sean malditos quiere decir otra cosa. Son te-
mas esquivos, uno siente que al intentar ceñirlos se
le escapan, se le escurren… Entonces recurro aquí
al latín y digo que son maledictus porque cuesta
“decirlos bien”, uno termina tropezando…
Reflexionemos un poco al respecto: temas
como el que hoy nos reune, no habilitan mucho

1. Introduje esta idea en Peusner, P. Reinventar la debilidad


mental. Reflexiones psicoanalíticas en torno de un concep-
to maldito, Letra Viva, Bs.As, 2010.

11
12 Pablo Peusner

el Lacan dixit o el Freud dixit; es decir que no


puede uno apoyarse de manera segura en citas o
desarrollos extensos de Lacan o de Freud –algo
que podemos hacer cómodamente cuando
abordamos otros temas–. Si acaso Freud alguna
vez hizo un comentario acerca del asunto2, Lacan
jamás habló específicamente de la presencia de
padres y parientes en la clínica psicoanalítica con
niños. No obstante, no creo que fuera un tema
que no estuviera presente de cierta manera en
la teoría de Freud o en la enseñanza de Lacan;
pero quiero decir que es un problema que exige
muchísimo de quien esté decidido a enfrentarlo,
porque si uno pretende pegarse al pie de la letra
a los textos de Freud o de Lacan, no tiene nada
para decir porque no se encuentra en ellos nada,
no hay forma de utilizar el principio de autoridad.
2. La primera cita que recuerdo al respecto es la siguiente:
“Psicológicamente, el niño es un objeto diverso del adulto,
todavía no posee un superyó, no tolera mucho los méto-
dos de la asociación libre, y la trasferencia desempeña otro
papel, puesto que los progenitores reales siguen presentes”.
Freud, S. 34ª Conferencia. “Esclarecimientos, aplicaciones,
orientaciones” (1933 [1932]), en Obras Completas, Volu-
men 22, Amorrortu Editores, Bs.As., 1986, p. 137.
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 13

Es absolutamente imposible, no hay ninguna


probabilidad de que yo tome alguna cita de Freud
o de Lacan y que apoyado en ella realice un extenso
desarrollo. Este es un primer obstáculo –aunque
también, mirándolo desde cierta perspectiva,
puede funcionar como un motor–.
¿Por qué un motor? Porque tratándose de es-
tos temas malditos, como justamente no está dis-
ponible el recurso al maestro, hay que inventar.
Hay que poner algo de uno, hay que construir
algún tipo de desarrollo, abrir un campo de sa-
ber, intentar hallar una articulación clínica para
verificar lo que se está proponiendo. Y eso tam-
bién es muy riesgoso, porque uno se siente todo
el tiempo tentado a abandonar la teoría psicoa-
nalítica clásica para terminar proponiendo una
teoría propia. Estoy seguro de que podremos en-
contrar un término medio: es decir, tomar algu-
nas referencias que quizás no se dirijan directa-
mente al problema, pero que lo toquen de cierto
modo. Podemos partir de ellas, sumarle la expe-
riencia clínica que tenemos, y tratar de construir
algunas ideas. Pocas: dos, tres o cuatro. Con eso
me daré por satisfecho. No tengo la pretensión
14 Pablo Peusner

de transmitirles una teoría, fundamentalmente,


porque no la tengo.
Planteada esta introducción a los temas
malditos, quisiera hacer una aclaración acerca
del título que propuse: “Presencia de padres y
parientes… ”. Les juro que no sé de dónde salió
este significante. Lo de “parientes” es un agregado
mío que nunca vi en otro lugar. No responde
más que a una pequeña indicación que debe
considerarse cuando uno aborda a Lacan en su
lengua original: en francés, Lacan habla de les
parents, lo que en lengua coloquial significa ‘los
padres’. Es decir que, en francés, cuando un niño,
por ejemplo, dice “tengo que preguntarle a mis
padres”, utiliza la expresión mes parents. Pero según
el diccionario de la lengua francesa, les parents
también son todas aquellas personas con las que
alguien tiene un vínculo familiar aunque no se
trate de un lazo sanguíneo. A mí me parece que
esta aclaración libera nuestro campo de trabajo
de ciertos supuestos problemas que acarrean las
particularidades que tienen las familias de hoy
en día. Sólo estamos tomando algo que la lengua
oferta para resolver una serie de problemas. Por
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 15

otra parte: ¿quién se animaría a afirmar que Lacan


hablaba en lengua coloquial? (siempre recuerdo
a mi profesora de francés diciendo que Lacan
“no hablaba francés”…). Podemos darnos el
gusto de utilizar el término de una manera más
compleja. Diciendo parents estamos haciendo
una condensación que el español no permite. En
nuestra lengua, en vez de una palabra debemos
utilizar dos: padres y parientes.
No sé muy bien qué quiere decir “presencia”.
Muchos de los que hemos atravesado la expe-
riencia del análisis, lo hicimos con nuestros pa-
dres presentes. ¡Y vaya que estaban presentes! Al-
gunos tenemos la fortuna de que nuestros padres
aún vivan y existan en presencia real. No sé muy
bien de dónde salió este significante. Lo investi-
gué durante mucho tiempo y como no encontré
una respuesta satisfactoria, no hice más que to-
marlo tal como venía ofertado. Pero es algo que
circula entre los analistas hace muchos años –se-
guro desde antes de que yo comenzara a formar-
me en el psicoanálisis–. Quizá podríamos supo-
ner que lo que está en juego es cierta presencia en
el consultorio –igual, no creo que esto solucione
16 Pablo Peusner

del todo la cuestión–. Lo concreto es que quienes


practicamos el psicoanálisis con niños nos encon-
tramos siempre con los padres y/o con los parien-
tes de nuestros pacientes en el consultorio –y esto
no es norma en los casos de pacientes que no son
niños, aunque en ciertas ocasiones resulte nece-
sario aplicarla, en función de determinadas coor-
denadas o patologías–.
Acerca de los problemas ocasionados por la
presencia de padres y parientes en el consultorio
no existe un inventario de recetas ni un manual,
ni siquiera estamos muy seguros de cuáles son las
reglas técnicas que deberíamos aplicar. Pero ade-
más, si la consideramos en el sentido amplio, esta
presencia nos obliga a tomar decisiones muy rá-
pidamente –no tenemos tiempo de pensar en ese
momento–. Sostengo que el psicoanalista sólo po-
drá tomar decisiones analíticas si previamente ha
reflexionado acerca de los problemas teóricos que
delimitan su campo de intervención.

Hace algún tiempo recibí en mi consultorio al


padre y a la madre de un niño. Este hombre era
un médico con un recorrido muy impresionante.
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 17

Llegó, me dio su tarjeta –en la que no entraban


todos sus títulos y honores– y me preguntó si te-
nía una copia de mi currículum para presentar-
le. Primera entrevista, ¡así empezamos! ¿En qué
libro dice cómo debe proceder un psicoanalista
ante algo así?
Estoy seguro de que si uno ha reflexionado lo
suficiente acerca de su posición en esa situación
tan particular de enfrentarse con los padres y pa-
rientes de un niño por primera vez, si uno pen-
só cuáles son los principios teóricos que funda-
mentan el hecho de una escena tal, es probable
que se le ocurra una buena respuesta: una res-
puesta analítica.

Recuerdo que en mis inicios, siendo muy joven


y atendiendo en la clínica de una Obra Social, una
señora, madre de una niña que luego sería mi pa-
ciente, exclamó al conocerme: “¡Ay, pero qué jo-
vencito que sos! ¿Tenés hijos?”.
Hace poco tiempo, en una entrevista con una
pareja que había adoptado un niño, durante una
conversación acerca de la relación entre los pa-
dres y los hijos varones, el papá interrumpió para
18 Pablo Peusner

preguntarme si alguna vez yo había adoptado a


un niño, dejando entrever que si no contaba con
esa experiencia era probable que no entendiera
del asunto…
Hace ya varios meses, un reconocido psicólo-
go, autor de numerosos libros y director de una
carrera de posgrado en la Universidad, cayó pre-
so por abuso sexual de menores –el caso tuvo di-
fusión masiva y creó no pocos problemas… –. Esa
semana, la madre de un niño que estaba en tra-
tamiento conmigo desde hacía más o menos un
mes, me preguntó si podía dejar abierta la puerta
del consultorio durante la sesión de su hijo, para
que ella desde la sala de espera pudiera escuchar
lo que estaba ocurriendo…

¿Cómo responder en estas situaciones que ocu-


rren sólo porque tenemos a los padres y parientes
de los niños presentes en el consultorio? La condi-
ción para lograr una buena respuesta, es haber re-
flexionando mucho acerca de las cuestiones teóri-
cas que organizan nuestro trabajo. Así es que esta-
mos lejos de la receta –lo que no quiere decir que
yo no les pueda contar algún caso, de ese modo
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 19

se enterarán de algo que hice y me sirvió (o no)


en dicho momento, pero que de ninguna manera
hay que considerar como una norma–.
Repito, entonces: hay que reflexionar… Insis-
to con esta palabra, no digo “transmitir” puesto
que el propio Lacan objetó la tan mentada trans-
misión del psicoanálisis3.

Afirmo que la presencia de padres y parientes


en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños no
es un problema técnico. Para nada. Si fuera un pro-
blema técnico bastaría con armar un manual. Hay
manuales para hacer cosas complejísimas. Lo pri-
mero que se me ocurre es la figura del panel de
control de un avión. ¿Acaso no da vértigo eso? Sin
embargo, hay una técnica y un manual que la en-
seña. Si existiera esa técnica para el trabajo clíni-
co con los padres y parientes de nuestros pacien-
3. “Tal como ahora lo pienso, el psicoanálisis es intrans-
misible. Es muy molesto. Es muy molesto que cada psi-
coanalista esté obligado –puesto que es necesario que
esté obligado a ello– a reinventar el psicoanálisis”. La-
can, J. “Conclusiones al IX Congreso de la EFP”, 9 de ju-
lio de 1978, en Lettres de l’École Freudienne, nº 25 [tra-
ducción personal].
20 Pablo Peusner

tes niños, alguien ya hubiera escrito ese manual


–no me digan que no–, y seguro que yo hubiera
sido el primero en comprarlo.
Pero la presencia de padres tampoco es un real
de la clínica psicoanalítica –he leído esta idea en
más de un autor contemporáneo y creo que de-
bemos cuestionarla–. Cierto es que existe una de-
pendencia real de los niños a sus otros primor-
diales, pero se trata de un fenómeno biológico,
y la noción de real en juego allí es distinta de la
noción de real que utilizamos en el psicoanálisis.
Lacan afirma que esa dependencia del individuo
es al significante ya “en un estadio increíblemen-
te precoz de su desarrollo”4. Entonces, este argu-
mento no justifica la llamada “presencia de pa-
dres y parientes” y, de hecho, hay psicoanalistas
que atienden niños y no trabajan con esa pre-
sencia, no mantienen entrevistas regulares con
los padres; Melanie Klein es el primer ejemplo,
pero hay más –la excepción llega cuando hay al-
gún problema serio aunque, en tales casos son los

4. V. Lacan, J. “Introducción teórica a las funciones del psi-


coanálisis en criminología” (1950), en Escritos 1, Siglo
Veintiuno Editores, Bs.As, 1984, p. 128.
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 21

padres quienes solicitan la entrevista o, directa-


mente, irrumpen en el consultorio. Si esto ocu-
rre, ¿quién dirige la cura?–.
Mi propuesta apunta en otra dirección: afir-
mo que cuando hablamos de la presencia de pa-
dres y parientes en la clínica psicoanalítica laca-
niana con niños, se trata de un dispositivo. Me
detendré para desplegar un poco las raíces de
esta afirmación.

En primer lugar, intenté hacer un trabajo de


relevamiento bibliográfico en los textos de Lacan
–en español y en francés–, buscando el significan-
te “dispositivo analítico”. No lo hallé nunca. Al pa-
recer, este significante que tanto se escucha y se lee
entre nuestros colegas, no pertenece a Lacan. En-
tonces, ¿por qué un significante que no es laca-
niano ha tenido tanto éxito entre los lacanianos?
Y además, ¿por qué utilizarlo adjetivado de “ana-
lítico” tan insistentemente? Yo mismo lo he traí-
do para situar lo que constituye el punto central
de nuestro trabajo. Pero creo que podemos deve-
lar el misterio, ya que no existe tal misterio. Casi
todo está en los textos...
22 Pablo Peusner

En el año 1977 (Lacan aún vivía, puesto que


falleció en 1981), un comité5 de la revista francesa
Ornicar?, publicación que era presentada como el
Boletín Periódico del Campo Freudiano (Bulletin
périodique du champ freudien), mantuvo en
encuentro con Michel Foucault a propósito de
la aparición reciente del primer volumen de su
Historia de la sexualidad, La voluntad de saber.
El texto fue publicado en el número 10 de dicha
revista, en julio de 1977 y también en la gran
recopilación de los trabajos de Foucault titulada
Dits et écrits (“Dichos y escritos”).
De entrada nomás, Alain Grosrichard le pre-
gunta: “¿Cuál es para usted el sentido y la función
metodológica del término dispositivo?”6.
Foucault ofrece una respuesta clara, transparen-
te y –a mi entender– absolutamente apropiable por
parte del psicoanálisis. Creo que justamente eso fue

5. El comité estuvo integrado por D. Colas, A. Grosrichard,


G. Le Gaufey, J. Livi, G. Miller, J-A. Miller, C. Millot y G.
Wajeman.
6. Foucault, M. Le jeu de Michel Foucault [El juego de Mi-
chel Foucault], Dits et écrits, Volume II, Quarto-Galli-
mard, Paris, 2001, p. 298 [traducción personal].
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 23

lo que pasó. Dar una respuesta de ese nivel en una


publicación netamente psicoanalítica y lacaniana,
produjo efectos inevitables. Se infiltró –podríamos
decir– y comenzó a utilizarse desconociéndose ple-
namente de dónde venía, cuál era su origen. Les leo
la respuesta de Michel Foucault:

Lo que intento señalar con el nombre de “dis-


positivo” es en primer lugar, un conjunto deci-
didamente heterogéneo que incluye discursos,
instituciones, planificaciones arquitectónicas,
decisiones reglamentarias, leyes, medidas ad-
ministrativas, enunciados científicos, proposi-
ciones filosóficas, morales, filantrópicas… o sea:
lo dicho, tanto como lo no-dicho, estos son los
elementos del dispositivo. El dispositivo mis-
mo es la red que se puede establecer entre es-
tos elementos.
Segundo, lo que quisiera señalar en el disposi-
tivo es justamente la naturaleza de la relación
que puede existir entre esos elementos hetero-
géneos. Así, un discurso puede aparecer como
programa de una institución, tanto como, al
contrario, un elemento que permite justificar y
enmascarar una práctica que permanece muda,
o funcionar como una reinterpretación secun-
24 Pablo Peusner

daria de esa práctica, dándole acceso a un cam-


po nuevo de racionalidad. Resumiendo, entre
esos elementos, discursivos o no, hay como un
juego, cambios de posición, modificaciones de
posición, modificaciones de las funciones que
pueden ser también muy diferentes.
En tercer lugar, entiendo por “dispositivo” una
especie –digamos– de formación que, en un
momento histórico dado, tuvo por función ma-
yor la de responder a una urgencia. El disposi-
tivo tiene entonces una función estratégica do-
minante (…)7.

Me gusta la idea del dispositivo como red en-


tre distintos elementos que, por cierto, Foucault
sitúa como muy heterogéneos: discursos –tene-
mos cuatro claramente identificados y desarro-
llados por Lacan–.
Planificaciones arquitectónicas: los consulto-
rios para atender niños deben cumplir con cier-
tas condiciones, entre las cuales la más importan-
te es la sala de espera, sobre todo para quienes uti-
lizamos la sesión de duración variable, una herra-
mienta específicamente lacaniana.
7. Foucault, M. Ibíd. p. 299. [traducción personal].
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 25

Decisiones reglamentarias, leyes y medidas ad-


ministrativas también tenemos: horarios, honora-
rios, frecuencia, política de sesiones caídas, etc.
En lo que respecta a proposiciones filosóficas,
morales y filantrópicas… está claro que quedan
excluidas de nuestro campo a través de distintas
medidas (aunque, en ocasiones, aceptemos redu-
cir los honorarios o facturarlos para alguna Obra
Social… ).
Y no hace falta decir que tenemos una buena
cantidad de enunciados científicos. Por otra par-
te, en lo que nos cuentan escuchamos y prestamos
mucha atención a lo dicho y a lo no-dicho –algo
que para nosotros también es muy importante–.
Obviamente, la interrelación de estos facto-
res nos abre la puerta a un nuevo campo de ra-
cionalidad. Y todo esto en un interjuego en el
que seguimos con cuidado los cambios de po-
sición y las modificaciones de las funciones. Y,
por último, también está la idea del surgimien-
to del dispositivo en cierto momento histórico
dado, con una función estratégica, tal como La-
can proponía en su célebre escrito titulado “La
dirección de la cura”.
26 Pablo Peusner

Lo dejo indicado. Este modo de pensar la pre-


sencia de padres y parientes como un dispositivo
es, creo, la mejor manera para no caer en el pre-
juicio biologicista de que los padres son inevita-
bles porque están allí (o son reales) y acompañan
la vida del niño. Si los padres y parientes están
presentes en el consultorio a lo largo del análisis
de un niño es porque hay maniobras del analista
que apuntan a que eso ocurra, que producen di-
cha presencia. Y si esas maniobras no están, no se
ejecutan, no hay motivos para pensar que la pre-
sencia se produciría de todos modos…

Les confieso que durante los días previos a


nuestro encuentro pensé muchísimo por dón-
de comenzar. Me pareció que lo mejor sería dar-
le una vuelta a la noción de “familia” en el psicoa-
nálisis lacaniano. Y digo “darle una vuelta”, por-
que ya desarrollé el tema con anterioridad8. No
voy a repetirme. Les propongo entonces una es-
pecie de cuestión preliminar a la presencia de pa-

8. V. Peusner, P. “Elementos para una teoría lacaniana de la


familia”, en El sufrimiento de los niños, Letra Viva, Buenos
Aires, 2ª edición corregida y aumentada, 2009, p. 83 y ss.
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 27

dres y parientes en la clínica psicoanalítica laca-


niana con niños.
En el año 2007 la editorial Seuil publicó un pe-
queño librito que lleva el título de una muy cono-
cida conferencia de Lacan: “El mito individual del
neurótico” (la versión española apareció recién en
el año 2009, en la editorial Paidós). Es un peque-
ño volumen que incluye también dos intervencio-
nes más, hasta ese momento desconocidas tanto en
francés como en español. Vamos a comenzar a tra-
bajar con un texto desconocido, justamente para
verificar que ciertas ideas están en todos lados…
En septiembre de 1954 Lacan participó en un
congreso de psicología religiosa realizado en Paris
–suena irónico: ¡Lacan en un congreso de psicolo-
gía y, encima, religiosa!–. Su intervención se titula
“Del símbolo y su función religiosa”, aunque pro-
bablemente lo más interesante sea lo que ocurre
durante la discusión posterior, en la que se pro-
duce un intercambio muy interesante con Mircea
Eliade, un muy conocido historiador de las reli-
giones de nacionalidad rumana. Voy a leerles al-
gunos párrafos de esa conversación –de paso, ha-
remos algunas correcciones en los matices de la
28 Pablo Peusner

versión española– para hacerles sentir el princi-


pio de nuestro problema. Cito:

Esto es tan verdadero que esa palabra lleva ha-


bitualmente la marca de todas las palabras con-
cretas, de todos los lazos de historia y de paren-
tesco, de todo el discurso vivido que determinó
el nacimiento de la persona9.

La palabra que hablamos todos los días, la pa-


labra de cualquier persona, lleva la marca de to-
das las palabras concretas –les propongo leer es-
tas “palabras concretas” como “palabras dichas”–
que se dijeron antes del nacimiento de la persona
(aclaro que en la versión francesa, correctamen-
te, donde yo leo “persona” dice sujet. Y como casi
siempre ocurre, en la versión española tradujeron
por “sujeto”). Pero también esa afectación es ope-
rada por los lazos de la historia y del parentesco
–aquí aparece el sesgo de “los parientes”–.
9. Lacan, J. “Del símbolo y de su función religiosa”, en El
mito individual del neurótico, Paidós-Colección Parado-
jas, Bs. As., 2009, p.89 [corresponde a la página 87 de la
versión francesa publicada en 2007 por la editorial du
Seuil, París].
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 29

Ustedes no lo ignoran, uno nace tanto de las


palabras como del simple momento en que los
padres se acuestan…10.

Me encanta cuando Lacan afirma que su au-


ditorio no ignora algo… suena irónico, ya que…
¡seguro que eso es ignorado totalmente!
Nacemos tanto de las palabras como del acto
sexual entre nuestros padres: allí hay un nudo
entre lo real de la reproducción, la articulación
simbólica de los significantes y lo imaginario de
su significación. Y el párrafo habilita un equívo-
co ya que nacemos tanto del acto sexual como de
las palabras de –en francés– ses parents… o sea,
de los parientes. Veamos cómo continúa la ora-
ción completa:

Ustedes no lo ignoran, uno nace tanto de


las palabras como del simple momento en
que los padres se acuestan, y las palabras del
entremetteur, si puedo decirlo, desempeñan allí
un papel igualmente genésico11.

10. Ibídem.
11. Ibídem.
30 Pablo Peusner

Dejé una palabra en francés porque el térmi-


no entremetteur tiene al menos dos sentidos: en
la versión española lo tradujeron como ‘casamen-
tero’, pero no me resulta claro ni muy coherente.
Prefiero traducirlo por ‘intermediario’ (aunque
sea cierto que el casamentero, representado en la
literatura española por la figura de la Celestina,
es un intermediario) y allí sí toma un significa-
do más interesante. Nuestros padres tanto como
nuestros parientes son los intermediarios entre
nuestra inexistencia (o existencia sólo simbólica)
y nuestra existencia real, ya que sus palabras tie-
nen un rol genésico.

Esto se reflejará en lo que se llama el incons-


ciente del sujeto, a saber, en sus síntomas, di-
cho de otro modo, en la enfermedad que ha-
bla, en el hueco, si puedo decirlo, en la debili-
dad fisiológica que le permite ser integrada en
esta palabra12.

Ocurre que muchas veces el cuerpo habla en un


hueco fisiológico; es decir, en algún lugar del cuer-

12. Ibídem.
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 31

po donde se cava un hueco y se deposita un sínto-


ma. Ahora bien, Lacan afirma que ese síntoma que
habla allí, en el cuerpo, es en realidad el reflejo de
palabras dichas, vividas, que han determinado el
nacimiento del sujeto. O sea que hay una relación
directa entre esas palabras y lo que ocurra después.
¡Cuánto valor que tienen esas palabras!
Aquí, a partir de la introducción del cuerpo,
tenemos un matiz para pensar la diferencia que
existe entre un sujeto y una persona. No hay per-
sona sin cuerpo (después viene la discusión entre
religiosa y jurídica, acerca del momento en que el
material genético puede considerarse persona).
Sin embargo, el sujeto nace de las palabras, in-
cluso mucho antes de que aparezca el cuerpo…
Y cuando decimos “sujeto” podemos conside-
rar la traducción del término francés sujet como
‘asunto’. Entonces, hay un asunto que surge con
las palabras de los padres y de los parientes mu-
cho antes de que aparezca el cuerpo. ¡Y qué va-
lor tienen!, porque afectan al inconsciente y a los
síntomas de la persona en cuestión. Es obvio que
a la hora de trabajar clínicamente no hay ningu-
na necesidad de diferenciar entre un niño y un
32 Pablo Peusner

adulto cuando se desarrollan este tipo de argu-


mentos. Esto vale tanto para cualquier paciente
adulto como para cualquier paciente niño. No
por nada Lacan afirmaba que los aportes teóri-
cos que pudiéramos hacer desde el psicoanálisis
con niños debían considerarse como la frontera
móvil de la conquista psicoanalítica…13.
Esta primera referencia que tomamos es del año
1954. Dos años antes, en 1952, Lacan pronunció en
la Sociedad Francesa de Filosofía la célebre confe-
rencia titulada “El mito individual del neurótico”:
se trata de un texto sencillo de ubicar, ya que te-
nemos una versión española incluida en el librito
“Intervenciones y textos 1” de Lacan, de la editorial
Manantial (por supuesto, también está incluido en
el libro del que les hablaba hace un rato y que, jus-
tamente, lleva su mismo título). Me interesa espe-
cíficamente una idea que encontrarán en la pági-
na 42 de la antigua edición de Manantial.

13. V. Lacan, Jacques. “Reglamento y doctrina de la Comisión


de Enseñanza” (septiembre de 1949), en Miller, Jacques-
Alain, Escisión, Excomunión, Disolución. Tres momen-
tos en la vida de Jacques Lacan, Manantial, Buenos Aires,
1987, p.22.
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 33

Supongo que recordarán que en dicho texto


Lacan realiza una lectura del historial del Hom-
bre de las Ratas. Y quiero destacar que, en ocasión
de hablar de la originalidad del caso, introduce el
significante “constelación familiar”. Lo más llama-
tivo es que enseguida agrega: “La constelación –
¿por qué no?, en el sentido en que hablan de ella
los astrólogos–”14. Es una frasecita que deja pen-
sando: ¿por qué como los astrólogos?
Hace muchos años atendí a una paciente –se
trataba de una señora bastante mayor, por cierto–
que era astróloga: se ganaba la vida haciendo car-
tas natales a mano (hago esta aclaración porque
hoy pueden hacerse con un programa de compu-
tadora). Ella me enseñó mucho acerca del asun-
to. Una carta natal se divide en dos instancias: la
primera, absolutamente científica (porque se trata
de astronomía), consiste en una especie de mapa
de la posición de los astros en el momento exacto
del nacimiento de una persona. Para establecer eso
existen tablas y, hoy en día, programas que realizan
el gráfico –mi paciente hacía los cálculos a mano
14. Lacan, J. “El mito individual del neurótico (1952)”, en In-
tervenciones y textos 1, Manantial, Bs.As., 1985, p. 42.
34 Pablo Peusner

y también el dibujo que resultaba muy simpático


(ella me trajo algunos para que yo los viera) –. La
segunda instancia es más sospechosa porque con-
siste en la interpretación de ese gráfico y, enton-
ces, si Saturno está en casa 7… Ahí entramos en
el terreno de la creencia en el Horóscopo. Pero me
parece que podemos seguir a Lacan en la prime-
ra parte del asunto. Como analistas, podemos in-
tentar hacer una especie de mapa del estado de las
cadenas significantes al momento del nacimiento
de una persona y, probablemente, establecer algún
tipo de correlación entre tales cadenas –“palabras
concretas” decía Lacan en el texto que trabajamos
antes– y lo que ocurrió después.
Si aceptamos esta primera idea que Lacan plan-
tea con tanta originalidad, podemos seguir traba-
jando el párrafo:

La constelación original que presidió el naci-


miento de la persona, su destino, y yo diría, in-
cluso su prehistoria. Es, a saber, las relaciones
familiares fundamentales que estructuraron la
reunión de sus parientes [acá estoy traducien-
do parents por ‘parientes’, aunque la versión es-
pañola diga ‘padres’] tiene una relación muy
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 35

precisa y posiblemente definible mediante una


fórmula de transformación con lo que aparece
como lo más contingente, lo más fantasmático y
lo más paradojalmente mórbido de su caso15.

Descompongamos el párrafo: la constelación


que presidió el nacimiento, las relaciones familiares
fundamentales, tienen una relación muy precisa…
¿con qué? Con lo más contingente, o sea, con lo que
es así pero podría ser de otra manera, con lo más
fantasmático y lo más paradojalmente mórbido de
su caso. Es decir, con lo que le pasa a quien ocupe
el lugar del paciente –en el caso del Hombre de las
Ratas, lo mórbido coincide con su delirio de las ra-
tas y los extraños problemas que presenta–. O sea,
la manifestación clínica de cualquier estructura tie-
ne una relación con la constelación familiar.
Pero además, Lacan afirma que esa relación es
definible mediante una “fórmula de transforma-
ción”. Es decir que mediante alguna fórmula uno
tendría que poder explicar cómo una cosa se trans-
formó en la otra. Si se trata de la constelación en
el mismo sentido en que de ella hablan los astró-

15. Ibídem.
36 Pablo Peusner

logos, es probable que si logramos establecer la


constelación familiar de alguien, luego podamos
seguir la fórmula de transformación para captar
cómo se convirtió en la manifestación clínica en
cuestión; y también quizás hasta podamos prede-
cir qué pasará después –esto, si somos muy fieles
a la propuesta de Lacan–.
Cuando hablamos de una constelación astro-
nómica, sabemos que está hecha de estrellas (que,
incluso, pueden llegar a tomar formas imaginarias
diversas). Ahora bien, la constelación familiar…
¿de qué está hecha?

La constelación del sujeto está formada en la


tradición familiar por el relato de cierto núme-
ro de rasgos que especifican la unión de los pa-
rientes [les parents]16.

O sea ¿Cómo fue que se unieron los parientes?


Los abuelos, los padres… ¿Qué características, qué
historias, que anécdotas, hay detrás de esas unio-
nes? En todas las familias circulan estos textos que
le otorgan cierta especificidad a la historia, al lina-

16. Ibíd. p. 43.


I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 37

je, a los nombres y apellidos en juego. Y no nece-


sariamente son historias vergonzosas, a veces son
bastante particulares, incluso cómicas, dramáti-
cas, pero existen. Además, son historias que pre-
sentan diferentes versiones: hagan la experiencia
de preguntarles por separado a sus padres y ma-
dres cómo fue que se conocieron, y verán que las
respuestas difieren, a veces por poco, pero difie-
ren. Allí aparece una verdad que, como siempre,
es no-toda. Todo ese material es el que compone
la constelación. A veces, en las entrevistas con los
padres, suelo preguntarlo abiertamente: en qué an-
daban, cómo era su vida cuando se enteraron del
embarazo –esto aparece una vez que atravesamos
la primera respuesta, casi automática, en la inten-
tan convencernos de que el niño era muy deseado
y estaban muy contentos por la noticia, dato que
no suele ser muy relevante para nosotros17–.

17. Diego, un paciente de 13 años cuyos padres están divor-


ciados y mantienen una feroz pelea judicial desde hace
mucho tiempo, suele exigirles a ambos por separado que
le digan “la verdad” de su historia. Sin embargo, se sor-
prende de que al escuchar a su madre, sus argumentos
les parezcan totalmente coherentes y le produzcan por
38 Pablo Peusner

* * *

Les quiero presentar un pequeño recorte clíni-


co que me parece muy interesante para reflexio-
nar y conversar con Ustedes.
Hace tiempo, recibí a un matrimonio que me
consultó por su hijo, al que llamaremos Manuel.
Este niño cursaba el quinto grado en una escuela
perteneciente a una comunidad religiosa conoci-
da como los Testigos de Jehová, aquí en la ciudad
de Buenos Aires. El motivo de consulta fue doble:
por un lado, el niño tenía serias dificultades de in-
tegración, el grupo lo rechaza y lo carga, y él, que
es corpulento, se enoja y reacciona con violencia.
Por otra parte, frecuentemente ha sorprendido a
su familia con comentarios acerca de la muerte.
Ellos me cuentan que especialmente hay uno que
se repite cuando algo no le sale bien. En tales oca-

efecto un profundo odio a su padre. Pero, cuando se di-


rige a este último con el mismo planteo, le ocurre exacta-
mente lo contrario. Hace poco tiempo, angustiado ante
la persistencia de su síntoma que no cede, me ha llegado
a confesar su sospecha de que “la verdad no existe”.
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 39

siones, Manuel exclama: “si no me sale esto, yo pre-


fiero morir”. Y la familia se angustia, porque la si-
tuación se repite a menudo. Ambos padres decla-
ran ignorar de dónde viene una declaración así.
El núcleo familiar está integrado por Pedro y
Lucía de 42 y 43 años respectivamente; Andrea,
que es la hermana mayor de Manuel y tiene 20
años; Manuel que tiene 10; y una tía de Lucía de
72 años que convive con ellos.
Les propongo iniciar un período de prueba de
un mes –algo que hago en casi todos los casos en
los que recibo una consulta por un niño–, durante
el cual mantendré entrevistas semanales con Ma-
nuel y quincenales con ellos dos. Al día siguiente,
me encuentro por primera vez con el niño.
Manuel no mostró ninguna dificultad para re-
lacionarse conmigo, comprendió y colaboró con
las consignas mostrándose dispuesto en todo mo-
mento. Lo que me sorprendió es cómo habla. Lo
hace de una manera que él llama “palabras gracio-
sas”, y que consiste en darle a su discurso un tono
festivo, fuerte, al modo de un conductor de televi-
sión, casi gritando y con matices que causan mu-
cha gracia. Entonces, entra y exclama: “¡Buenas
40 Pablo Peusner

tarde, psicólogo! ¡Aquí estoy para venir a terapia!


Y ahora… ya mismo… ¡a dibujar!”.
Este modo de hablar es muy particular, prác-
ticamente va describiendo sus acciones y las mías
con ese tono tan bizarro, aunque todo el conteni-
do de lo que dice es absolutamente coherente. En
ocasiones probé pedirle que dejara de hablar así
y no pudo –de este modo fue que me enteré del
nombre “palabras graciosas”–. En una de las en-
trevistas, nos grabamos hablando y luego, al escu-
charse, se río mucho.
Manuel juega y dibuja armando escenas don-
de siempre aparece la expectativa. En sus dibujos
y en sus juegos todo está por ocurrir. Cuando lo
interrogué acerca de sus grafismos, las respuestas
eran del tipo: “estoy por empezar a jugar al tenis”,
o “estoy por lavar el auto, bah… en realidad, no
tengo auto, pero estoy por tenerlo y lavarlo… ”.
En una ocasión en que conversaba con él acer-
ca de su familia le pedí que los dibuje y me los pre-
sente, pero él me pregunto si podía dibujarse sólo
acompañado de su padre. Cabe aclarar que Ma-
nuel comparte poco tiempo con su padre y con-
vive la mayor parte del tiempo con su madre, su
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 41

hermana y su tía, quienes mantienen sobre él una


vigilancia temerosa. Estas mujeres están aterrori-
zadas con que “le pase algo”. El punto de encuen-
tro con su padre es el momento de ver Dragon Ball
Z en la televisión. Y gran parte de la temática de
nuestras conversaciones trataron de Dragon Ball
Z. Como el dibujo de la familia no prosperó, ter-
minó dibujando una persona a la que le adjudi-
có una edad de 72 años –que es más o menos la
edad de su tía abuela–, la nombró como un per-
sonaje de Dragon Ball Z y le asignó como ocupa-
ción “trabajar de artes marciales”. Su figura huma-
na es muy pobre, y esa pobreza contrasta con los
miles de detalles que recibieron algunos animales
mutantes dibujados en otra ocasión. En una en-
trevista en la que conversábamos acerca del futuro
le pregunté qué le gustaría ser cuando fuera gran-
de. Me dijo: “un virus de computadora”.
Cuando me reencuentro con los padres, deci-
do investigar dos cuestiones pendientes: la prime-
ra es el prolongado intervalo de casi diez años en-
tre la concepción de ambos hijos; la segunda, el
por qué de la omisión del particular estilo de len-
guaje de Manuel, ya que no me costaba imaginar
42 Pablo Peusner

los problemas sociales que podrían plantearse a


partir del mismo.
Acerca del intervalo en la concepción de los hi-
jos, la entrevista se torna complicada. Lucía obli-
ga a hablar su marido, quien toma la palabra para
contar la historia. Dijo:

Nos conocimos muy jóvenes y tuvimos a An-


drea, que es la hermana mayor. Luego mi vida
se complicó, empecé a consumir drogas, a ro-
bar para poder comprarlas y nadie sabía nada.
Yo le decía a ella que siempre estaba por em-
pezar a trabajar de algo. Pero un día Dios me
rescató. Porque escapándome de la policía
entré a una reunión de los Testigos de Jeho-
vá. Ellos me recibieron y fue como si me leye-
ran el pensamiento (o Dios a través de ellos).
Supieron quién era yo y hasta me dijeron que
tenía HIV.

Lucía luego agrega que él la llevó a los Testigos


y le contó la verdad que ella ignoraba.
De todas maneras, y más allá de la confesión,
seguían sin explicarme la causa del intervalo. Pero
ahora aparecía un nuevo problema: ¿cómo fue que
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 43

decidieron engendrar un hijo estando Pedro in-


fectado con el virus del HIV?
Retoman el relato y me cuentan que comenza-
ron una vida de practicantes de la religión de los
Testigos de Jehová, en la que incorporaron a su hija.
Pedro dejó de consumir drogas y junto con un her-
mano de la iglesia pusieron una imprenta que se de-
dicaba a imprimir folletos de la congregación, bi-
blias, etc. Cuando la niña cumplió ocho años co-
menzaron a pensar en la posibilidad de tener otro
hijo. Y para aclarar las dudas originadas por su con-
dición de HIV positivo decidieron consultar con los
ancianos de la congregación. En vez de ver a un mé-
dico –se sabe que los Testigos tienen serios proble-
mas con la medicina, las transfusiones, etc. – fueron
a hablar con uno de los ancianos, quien les respon-
dió: “Hagan lo que hagan ustedes, el resultado de-
penderá de Jehová”. Ellos sintieron que todo iba a
salir bien y atravesaron el embarazo felices y tran-
quilos. Así llegó Manuel totalmente sano.
Sigamos –no nos quedemos pegados a cierto
matiz del relato–. Acerca del tema del lenguaje, di-
cen no entender a qué me refiero. Les hice escu-
char lo que habíamos grabado. Recién allí respon-
44 Pablo Peusner

den que reconocen el estilo, pero no creen que sea


un problema, a ellos no les parece raro sino que
más bien Manuel está jugando.

Cuando encuentro este tipo de casos, más que


nunca, a la hora de reflexionar, recurro a los prin-
cipios teóricos del psicoanálisis. ¿Cómo sería el
mapa de las cadenas significantes al momento en
que este niño fue concebido? Y además, ¿cómo fue
que dicha constelación familiar se transformó en la
situación actual de Manuel? Porque, aunque para
ellos el tema del lenguaje no constituya un proble-
ma, sin ninguna duda lo es, y la escena se juega en
la escuela, donde es el principal motivo de los in-
convenientes con sus compañeros…

Intervención: ¿Se puede pensar en un fenóme-


no de ecolalia?

Al principio lo consideré posible. Pero la eco-


lalia está vacía de significación y Manuel, a pesar
de sus “palabras graciosas”, podía mantener una
conversación completa, aunque con ese tono tan
especial. No es que él repita frases, sino que lo ex-
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 45

traño son sus tonos, sus matices; pero en lo que


respecta al contenido, no hay ningún inconvenien-
te. Igualmente, el diagnóstico de ecolalia no exi-
gía en modo alguno la puesta en funcionamiento
del dispositivo de presencia de padres y parientes,
uno puede hacerlo viendo a un paciente una úni-
ca vez y sin saber nada de su vida y su historia. In-
tentemos pensar de qué sirvió, qué aportó, el he-
cho de haber introducido el dispositivo.
Entonces, no se trata de un fenómeno de eco-
lalia. Tampoco creo que, como dicen los padres de
Manuel, se trate de un juego, veamos por qué. En
primer lugar porque no puede dejarlo, y el juego,
por definición, se detiene en algún momento –al-
gunos teóricos, como Winnicott, dicen que el juego
“se satura”–. Además, cuesta creer que el niño prac-
tique un juego que le traiga tantos problemas con
sus compañeros de escuela –digo, tendríamos que
forzar una teoría ludopática que prefiero evitar–.
Para mí, las “palabras graciosas” de Manuel se
presentan como “lo más paradojalmente mórbi-
do de su caso” –son palabras de Lacan, que tomé
de una cita anterior que trabajamos–. Y entonces,
eso “tiene una relación muy precisa y posiblemen-
46 Pablo Peusner

te definible mediante una fórmula de transforma-


ción” (otra vez, Lacan dixit) con la constelación fa-
miliar que presidió su concepción y nacimiento.
Se trata de establecer esa relación.
La constelación familiar es expuesta por Pedro
y Lucía mediante argumentos en los que cuesta
encontrar al sujeto racional de la ciencia occiden-
tal y moderna. Me explico: la creencia religiosa, el
desprecio por la medicina, y la fe en Dios como
único modo de enfrentar un posible problema en
el futuro, habitan sus enunciados. Si nos pusiéra-
mos algo duros con esto, diríamos que en el mar-
co del desarrollo actual de la ciencia, que una pa-
reja en la que uno de sus miembros está infectado
de HIV decida concebir un hijo encomendándo-
le el futuro del niño a Dios, suena bastante extra-
ño, raro, bizarro… (Las caras de muchos de Uste-
des, me hace pensar que coinciden con esta idea).
Ahora bien, Pedro y Lucía cuentan todo esto, na-
rran estos contenidos tan llamativos, con un dis-
curso totalmente aplomado, estable, casi supera-
do… –en algún sentido ellos suponen que pasa-
ron la prueba, que Dios los asistió, y perdonó sus
anteriores pecados bendiciéndolos con un niño
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 47

sano; su acto ha sido como una especie de orda-


lía–. Al hablar, no irrumpe el afecto, a nadie se le
quiebra la voz, no hay vacilaciones ni tonos espe-
ciales. Todo es muy tranquilo.
Es curioso porque, por ejemplo, cuando le pre-
gunté a Manuel por qué se había peleado en la es-
cuela, en su tono bizarro de siempre me respondió:
“¡Nos peleamos porque me pidieron un muñequi-
to y yo no lo quise prestar porque es muy caro y
me lo regalaron en Navidad, pero como me lo sa-
caron, me peleé!”. Su respuesta es coherente, aun-
que su tono de voz para enunciarla no lo sea.
Sin embargo, cuando les pregunté a los padres
cómo fue que decidieron concebir un hijo estan-
do él infectado con el virus del HIV, en un tono
totalmente tranquilo y serio recibí por respues-
ta… “Bueno porque sabíamos que Dios nos iba a
proteger y que si confiábamos en Él, nos iba a dar
lo que esperábamos… ”.
Creo que podemos afirmar que se trata de
asuntos que se presentan de modo exactamente
inversos, si prestamos atención a su forma y con-
tenido. El asunto –el sujeto– que presidió la veni-
da al mundo de Manuel se expresa con enunciados
48 Pablo Peusner

tan extraños como el tono de las “palabras gracio-


sas” del niño. Mientras que los contenidos de esas
“palabras graciosas” son muy coherentes (dijimos
que, entre otras cosas, por eso no se trataba de un
fenómeno de ecolalia), y eso se asemeja al tono con
el que se expresa la constelación familiar de Ma-
nuel: sin sobresaltos y con tranquilidad.
Es decir: si quisiéramos plantearlo rápidamen-
te podemos considerar el binario forma-conteni-
do. La forma del discurso del niño (“palabras gra-
ciosas”) es rara. La forma del discurso que narra
la constelación familiar es convencional. Pero, el
contenido de lo que el niño expresa en su tono tan
especial es convencional, mientras que el conteni-
do del discurso que narra la constelación es raro.
¿Notan la inversión? Esto nos da una pista de la
fórmula de transformación. El significante “vi-
rus” retorna en las palabras de Manuel, también
su idea de expectativa responde a cierta posición
del padre en su propia historia. ¿Cómo llegaron
hasta él tales elementos?
Después habrá que trabajar con la fórmula,
pero eso es otro problema. Hoy nos importa mos-
trar qué utilidad puede proporcionar la introduc-
I. El dispositivo de presencia de padres y parientes 49

ción del dispositivo de presencia de padres y pa-


rientes en la clínica psicoanalítica lacaniana con
niños. Y aquí, me parece, que hallamos una bue-
na ilustración al respecto.
Los dejo por ahora, continuaremos la sema-
na próxima.
50 Pablo Peusner
II.
De la constelación familiar
al síntoma:
la fórmula de transformación
C
omencemos nuestra reunión de hoy con
una referencia a otra fuente para el estu-
dio del problema de la articulación en-
tre la constelación familiar y lo más mórbido de
cada caso con el que nos encontramos en la clí-
nica, en un intento por desplegar aún más cierta
lógica teórica que ilumina nuestro dispositivo de
presencia de padres y parientes en la clínica psi-
coanalítica lacaniana con niños.
En nuestro anterior encuentro les presenté un
pequeño libro (titulado “El mito individual del
neurótico”) y les dije que en el mismo estaban in-
cluidos dos textos de Lacan que hasta el momen-
to de su publicación habían permanecido inédi-
tos. Trabajamos algunos párrafos de uno de ellos
(“Del símbolo y de su función religiosa”), pero el
segundo no resulta menos importante para la te-
mática que estamos persiguiendo. Curiosamen-
te, no se trata del texto de una conferencia de La-
can, sino que el mismo recoge sus palabras luego

53
54 Pablo Peusner

de una intervención de Claude Lévi-Strauss en la


Sociedad Francesa de Filosofía, el 26 de mayo de
1956. Cierto es que Lacan dijo mucho en esa oca-
sión, tanto, que reconozco que valía la pena pu-
blicarlo. La historia del texto es la siguiente: Lévi-
Strauss fue invitado a pronunciar una conferen-
cia en la Sociedad Francesa de Filosofía –Lacan se-
ría el invitado al año siguiente–, y propuso como
título “Sobre las relaciones entre la mitología y el
ritual”. En el auditorio estaban presentes muchos
notables e intelectuales de la época, Lacan inclui-
do. Luego de la conferencia se abre la discusión, y
lo que el texto que les presento recoge es la inter-
vención de Lacan junto a la respuesta que Lévi-
Strauss le dio a su planteo. Lamentablemente, el
texto de la conferencia no está traducido, aunque
está disponible on-line, en francés, en la página de
la Sociedad Francesa de Filosofía1 (la fuente origi-
nal es el Bulletin de la Société Française de Philoso-
phie, 1956, t. XLVIII).
Lacan es invitado por Jean Wahl (quien preside
la sesión) a tomar la palabra, y luego de hacer un
1. Véase: http://www.sofrphilo.fr/?idPage=17&page=bulle
tin&numPage=1&idBulletin=370
II. De la constelación familiar al síntoma 55

elogio de Lévi-Strauss, declara cuál fue la expecta-


tiva que lo motivó a presentarse en la reunión:

De modo que venía hoy con cierta expectativa:


la de lo que llamaría el paso siguiente, después
de lo que él nos ha aportado ya sobre los mitos,
y me preguntaré qué me deja que desear en lo
que él nos aporta hoy2.

Lacan asistió a la conferencia esperando “el


paso siguiente” a una elaboración previa de Lévi-
Strauss. Sin lugar a dudas se refiere a la que se inicia
en el texto “La eficacia simbólica” de 1949 (origi-
nalmente publicado en Revue de l’Histoire des Re-
ligions, t. 135, nº 1, 1949), y que continúa en “La
estructura de los mitos” publicado originalmen-
te en el Journal American Folklore, vol. 78, n. 270,
de octubre-diciembre de 1955 (en español, ambos
están incluidos en Antropología Estructural, Pai-
dós, Barcelona, 1987), aunque al parecer, el apor-
2. Lacan, J. “Intervención tras una exposición de Claude
Lévi-Strauss en la Sociedad Francesa de Filosofía, Sobre
las relaciones entre la mitología y el ritual, con una res-
puesta de este” (1956), en El mito individual del neuróti-
co, Paidós-Paradojas, Bs. As., 2007, p.103.
56 Pablo Peusner

te de Lévi-Strauss en la conferencia le ha dejado


algo que desear en función de sus expectativas y,
entonces, su intervención apuntará justamente a
señalar qué esperaba y no ha encontrado (el pro-
pio Lévi-Strauss se disculpa con Lacan por haber-
lo decepcionado en la página 113 del libro).
En primer lugar, debo decir que ambos textos
de Lévi-Strauss son ineludibles para los psicoana-
listas debido a su valor y, fundamentalmente, en
función de las múltiples interrelaciones y diálo-
gos que dichos textos mantienen con los inicios
de la enseñanza de Lacan. No obstante, persegui-
mos un tema más específico y por ello no entra-
remos en detalles, sino que tomaremos del asun-
to apenas lo necesario.
En “La eficacia simbólica”, Lévi-Strauss com-
para la estructura de la interpretación chamánica
con la de la interpretación psicoanalítica, y des-
cubre que si ambas resultan efectivas es porque
comparten con el síntoma el mismo tejido sim-
bólico. En ese contexto introducirá el significante
“el mito individual del neurótico” que Lacan pon-
drá a trabajar extensamente. Sin embargo, es re-
cién en “La estructura de los mitos” donde Lévi-
II. De la constelación familiar al síntoma 57

Strauss realizará un análisis notable de los com-


ponentes de la saga edípica a partir del método es-
tructural y definirá el concepto de mitema: en el
texto, aplica su grilla estructural al análisis de los
mitemas que componen la saga edípica, saga que
implica a varias generaciones –no es solamente
la historia de Edipo, sino también la de su padre
y su abuelo–.
Además, el artículo introduce un fuerte intento
de formalización a través de la búsqueda de una
ley del grupo entre las variantes del mito, el que
desemboca en la propuesta de reducir todo mito
–considerado como el conjunto de sus variables–
a una relación canónica que escribe del siguiente
modo: Fx (a) : Fy (b) ≈ Fx (b) : F a–1 (y).
Creo que lo que Lacan esperaba era, justamen-
te, el paso siguiente en este intento de formaliza-
ción. Así lo declara sobre el final de su interven-
ción:

Yo esperaba un circuito más largo en el orden


de lo simbólico puro antes que usted nos recon-
dujera a estas motivaciones imaginarias3.

3. Íbid. p. 113. [Las itálicas son mías].


58 Pablo Peusner

Ese reclamo por “lo simbólico puro” se com-


prende mejor al leer la conferencia de Lévi-Strauss,
donde narra numerosas situaciones míticas de la
tribu Pawnee, comparándola con los mitos y ri-
tos de los pueblos vecinos –especialmente de los
Mandan y los Hidatea–, pero no escribe ninguna
fórmula, ni realiza un análisis exhaustivo de los
mitemas en juego.
Durante su intervención, Lacan muestra sus
cartas al afirmar cuál es una de las ideas más fun-
damentales de su teoría, pero que no deja de ser
tributaria de una pista tomada de las elaboracio-
nes precedentes de Lévi-Strauss. Él considera que,
apoyándose en las elaboraciones del antropólogo,
logró demostrar en el análisis del caso del Hom-
bre de las Ratas…

… cómo un agrupamiento de términos que se


produce en la primera generación se reprodu-
ce, pero en una combinación transformada, en
la segunda4.

4. Íbid. p. 106.
II. De la constelación familiar al síntoma 59

Y algo más adelante, reivindica el tratamiento


que le hubo dado a la fórmula canónica, en su con-
ferencia sobre “El mito individual del neurótico”:

Llegué incluso a poder formalizar estrictamen-


te el caso según una fórmula dada por Claude
Lévi-Strauss, por la cual un a inicialmente aso-
ciado a un b, cuando un c está asociado a un d,
resulta, en la segunda generación, cambiar de
partenaire con él, pero no sin que subsista un
residuo irreductible bajo la forma de la negati-
vización de uno de los cuatro términos, que se
impone como correlativa de la transformación
del grupo: donde se lee lo que llamaré el signo
de una especie de imposibilidad de la resolu-
ción total del problema del mito5.

Así es que intenta alinearse con las posiciones de


Lévi-Strauss, sosteniendo que entre las dos situa-
ciones en juego –la constelación familiar y el sín-
toma–, existe una relación de equivalencia defini-
da por una inversión de los términos y las relacio-
nes, bajo dos condiciones: la primera es que uno
de los términos resulte reemplazado por su con-
5. Íbid. p. 107.
60 Pablo Peusner

trario y, la segunda, en que se produzca una inver-


sión correlativa entre el valor de la función y el va-
lor del término. No obstante, esta transformación
–que, insisto, Lacan califica de “relación de equi-
valencia”– arroja un residuo irreductible, signo de
una imposibilidad que, supongo, más adelante, no
dejaría de calificar como “real”. La importancia de
esa imposibilidad que comporta la resolución mí-
tica es que deja alguna puerta abierta para que el
análisis introduzca algo distinto en el destino que
la constelación familiar le oferta al sujeto.
Es probable que la fórmula propuesta por Lévi-
Strauss no haya sido lo suficientemente estable
como para que Lacan la sostuviera hasta el final.
Más bien creo que, como casi siempre que se apro-
pió de algún aporte extra-analítico, Lacan manio-
bró con ella. Lo que queda es el esfuerzo de forma-
lización. En eso somos lacanianos –es un camino
que desemboca en el uso de los matemas–.
Es por eso que sin importar mucho hacer enca-
jar los casos en la fórmula de Lévi-Strauss ni en sus
posibles variantes lacanianas, hay allí una vía para
desarrollar nuestro trabajo puesto que, consideran-
do el recorrido que acabamos de realizar, podemos
II. De la constelación familiar al síntoma 61

afirmar que la presencia de padres y parientes en la


clínica psicoanalítica lacaniana con niños debe ser
propuesta por el psicoanalista como un dispositivo
para el estudio y desarrollo de la fórmula de trans-
formación de la constelación familiar.

Mientras investigaba todo este problema, me


preguntaba si la fórmula de transformación acaso
no implicaba cierta idea de repetición. Digo: algo
ocurre en una generación y luego vuelve a ocurrir,
transformada, en la siguiente. Si vuelve a ocurrir,
¿se repite? ¿De qué modo?
Hablamos de psicoanálisis, somos psicoanalis-
tas… Y nuestro concepto de repetición no se re-
duce a la noción del diccionario, no es una pala-
bra corriente, tiene valores específicos. La clínica
lo muestra claramente: hace unos días me encon-
tré con un niño de 10 años que le pegó a una com-
pañera de clase… por segunda vez. Él me contaba
que no sabía por qué lo había hecho, pero que el
problema había comenzado cuando la situación se
había repetido. La primera vez no pasó nada raro:
lo retaron y lo pusieron en penitencia; pero cuan-
do volvió a hacerlo la cosa se complicó. El golpe
62 Pablo Peusner

no había sido igual, la circunstancia no había sido


la misma, ni siquiera le había pegado a la misma
compañera… ¿Había pasado lo mismo? Era evi-
dente que no, todo era diferente. Sin embargo, el
problema era que le había pegado a una compa-
ñera de clase dos veces…
Puedo ofrecerles otro ejemplo, en este caso na-
rrado por el padre de un paciente durante las en-
trevistas que condujeron al análisis del niño: este
hombre contaba que su primer matrimonio (del
cual había nacido el niño que sería mi paciente)
había terminado mal, pero que él había conside-
rado responsable de dicho fracaso a su ex-mujer.
Armó una segunda pareja, pero al tiempo volvió
a separarse. Las causas fueron diferentes, las mu-
jeres en cuestión eran distintas, pero él no pudo
evitar sentir que “le había pasado lo mismo” y, por
eso, ya no pudo evadir pensar que algo suyo ha-
bía contribuido al desenlace en ambos casos. Jus-
tamente, a causa de esa idea, comenzó a analizar-
se –y fue en el desarrollo de ese análisis que, junto
a su analista, comenzaron a creer que ciertas ma-
nifestaciones de su hijo podían considerarse sin-
tomáticas y requerían de una consulta–.
II. De la constelación familiar al síntoma 63

Entonces –y aquí va una pequeña fórmula que


podría ayudarnos a pensar el asunto–, en psicoa-
nálisis, lo que se repite es lo mismo que no es lo mis-
mo. Que algo ocurra puede tener muchas causas,
incluso puede ser un accidente. Pero si eso ocu-
rre por segunda vez, es mucho más difícil creer
que uno no está implicado allí de cierta manera,
cuesta más evitar sentir una apelación a la posi-
ción subjetiva.
En la repetición psicoanalítica hay algo que
cambia, que se modifica, que se transforma… Pero
también hay algo que persiste, algo que sigue es-
tando, que permanece… y que encontramos siem-
pre en el mismo lugar.
Eso es lo que tenemos que intentar establecer
a través de las generaciones. Nosotros trabajamos
con niños y esos niños forman parte de una se-
cuencia de generaciones. Y les recuerdo que La-
can exigía un trabajo a través de tres generacio-
nes para lograr obtener cierta rigurosidad en la
interpretación de ese legado, de ese asunto o su-
jeto –yo verifico en la clínica que los psicoanalis-
tas no realizan ese trabajo, desoyendo una indica-
ción clínica de Lacan–.
64 Pablo Peusner

Ahora bien, ese núcleo de la repetición que se


tiende a pensar como algo muy personal, es una
manifestación delOtro6 en uno. Del Otro y de lo
Otro –mantengamos el equívoco para que el pro-
blema se torne más interesante aún–. Esto nos ha-
bilita también a cuestionar el corte discreto que el
individualismo moderno propone sobre la perso-
na, el individuo. Porque si lo que hay en el niño
en realidad es una transformación de algo que ya
existía en una generación o en dos generaciones
anteriores, es posible plantear que eso que en-
contramos en el niño –el síntoma– está de algu-
na manera afectado por lo que viene del Otro o
de lo Otro. Creo que cuando Lacan decía que el
inconsciente es el discurso del Otro, justamente,
hablaba de esta misma lógica.
Porque no todo lo que hay en uno es de uno.
A su vez, esto plantea la dificultad de poder esta-
blecer qué hay en uno que sea de uno, y qué es lo

6. Se produce aquí un fenómeno propio de lalengua, ya


que la expresión condensa el “del Otro” y el “de lo Otro”,
donde, en el segundo caso, la letra “o” del artículo se fun-
de con la primera de la palabra siguiente. Ruego al lector
que lo lea de corrido para mantener el equívoco.
II. De la constelación familiar al síntoma 65

que viene delOtro –Lacan hablaba de la immixtion


de Otredad7–. Cuando planteamos que el sínto-
ma está generado por una fórmula de transfor-
mación que opera sobre la constelación familiar,
uno perfectamente podría preguntarse de quién
es el síntoma. Aunque quien le ponga el cuerpo
sea el niño es posible suponer que en ese síntoma
hay algo delOtro. No por nada, en ocasiones cuesta
mucho reconocernos en esas cosas que nos pasan;
siempre hay alguien que lo enuncia diciendo “no
puedo creer que yo haya hecho eso” o peor aún:
“yo se que no tengo que hacer tal cosa, pero (yo)
no puedo evitar hacerlo… ”. Entonces, ese asun-
to, ese sujeto, en el que un ser humano hablante
se en cuentra involucrado, por ejemplo, mediante
un síntoma, no es sin la presencia delOtro.
Este señalamiento tiene fuertes consecuencias,
ya que determina distintos abordajes clínicos. Es

7. Acerca de este término puede consultarse la conferen-


cia que Lacan pronunciara en octubre del ‘66 en Bal-
timore, habitualmente traducida como “Acerca de la
estructura como mixtura (immixing) de una Otredad,
condición sine qua non de absolutamente cualquier
sujeto” (inédita).
66 Pablo Peusner

posible pensar una clínica para un sujeto que co-


incide con una persona, con un individuo. Y lo
que a ese individuo le pasa, surge en él y no remi-
te a ninguna otra cosa.
Pero también hay otra clínica, que no duda-
ré en calificar de psicoanalítica, que puede abor-
dar lo que le ocurre a un sujeto humano hablante
como un asunto relacionado –no digo determina-
do, puesto que no se trata de una determinación
directa, sino que la asociación con lo que viene
delOtro se realiza mediante la fórmula de trans-
formación– con lo que se inscribe en Otro lugar,
ese del que Freud hablaba en términos de “la Otra
escena” (tal vez les suene la expresión eine andere
Schauplatz, que Lacan recorta de La interpretación
de los sueños y cita explícitamente en “La significa-
ción del falo” y “La dirección de la cura”).
Esta clínica encuentra su segundo obstáculo (el
primero son los analistas mismos, o más precisa-
mente aquellos que se niegan a estudiar estas co-
sas) en los padres y parientes de nuestros pacien-
tes niños. En ocasiones, al enunciarles que utiliza-
remos el dispositivo que exige su presencia, puede
ocurrir que respondan: “Pero… ¿para qué? Si el que
II. De la constelación familiar al síntoma 67

tiene el problema es el nene… ”. En tales casos, ellos


mismos harán coincidir el síntoma con la persona
del niño, con su cuerpo discreto, y sugerirán que el
asunto que lo causa no está relacionado con otro
asunto que los incluye –Lacan mismo afirma que “el
síntoma somático le ofrece a este desconocimien-
to el máximo de garantías”8–. Allí, más que nunca,
hace falta mantenerse firme como analista, e inten-
tar fundamentar el por qué del dispositivo9.
En cierto sentido, es la cultura misma la que
transmite la idea del corte entre las generaciones.
Algo así como que cuando alguien se casa, confor-
ma su propio hogar y tiene hijos, rompe con toda
la lógica familiar previa –lo que en ocasiones es
vivido como una verdadera liberación–. Este pre-
cepto es moderno por excelencia, se deduce de la

8. Lacan, J. “Dos notas sobre el niño” (1969), en Interven-


ciones y textos 1, Manantial, Bs.As., 1988, p. 56.
9. He desarrollado en otro lugar la necesidad del rechazo de
la burocracia psicoanalítica, a fines de no convertir el dis-
positivo en un trámite que el analista impone al pacien-
te. Entre otras cuestiones, la idea exige un modo funda-
mentado en la transmisión de las consignas que generan
la situación analítica. Véase, Peusner, P. El niño y el Otro,
Letra Viva, Bs.As., 2008, Capítulo X, pp. 117-128.
68 Pablo Peusner

lógica cartesiana que introduce una discontinui-


dad radical entre el pasado y el presente10, a la vez
que coincide con un fenómeno sociológico: la fa-
milia conyugal (la que está compuesta por el ma-
rido, su esposa y los hijos nacidos de ellos, meno-
res y solteros). Esta última, ha llevado a los soció-
logos a poner en cuestión la función de transmi-
sión entre las generaciones que históricamente de-
finió a la familia11.
Lacan estaba al tanto de este cuestionamiento
y aunque podríamos decir que había tomado po-

10. A propósito del problema que esta idea genera en lo re-


ferente a la noción de autoridad, puede consultarse Re-
vault d’Allonnes, M. El poder de los comienzos. Ensayo so-
bre la autoridad (2006), Amorrortu editores-Col. Mu-
taciones, Bs.As., 2008. Este texto es muy rico en proble-
mas caros al psicoanalista en general, y a quienes no re-
troceden ante los niños en particular.
11. “La función de transmisión entre las generaciones (…)
¿puede ser asegurada cualquiera sea la manera en que se
organice la vida privada? En especial, esa contribución
¿puede ser asegurada con un grado de autonomía indivi-
dual y/o aislamiento social tan altos como los que carac-
terizan hoy en día a la organización familiar?”. Torrado,
S. Historia de la familia en la Argentina moderna (1870-
2000). Ed. de la flor, Bs.As., 2003, p. 658.
II. De la constelación familiar al síntoma 69

sición al respecto muy tempranamente, le dedica


una pequeña línea en su escrito a Jenny Aubry de
1969, publicado como “Dos notas sobre el niño”
(dejo de lado la polémica acerca de si se trata de
dos notas o una sola –creo que es una sola nota
escrita en dos hojas de papel, pero eso no es im-
portante ahora–). Dice en ese texto:

La función de residuo que sostiene (y a un tiem-


po mantiene) la familia conyugal en la evolu-
ción de las sociedades, resalta lo irreductible de
una transmisión (…)12.

Lacan afirma que la familia conyugal es un re-


siduo de las anteriores (patriarcal, paternal, agná-
tica, cognática, etc., eso no nos interesa ahora) en
tanto que más allá de las variaciones de forma-
to, es decir, más allá de lo que ha cambiado, hay
algo que no ha variado, algo imposible de redu-
cir –“irreductible” dice él–: la transmisión. Hay
transmisión más allá del cambio de formato, del
cambio de composición de la familia; la transmi-
sión es irreductible. Y si dicha transmisión resul-

12. Lacan, J. Op. Cit. p. 56.


70 Pablo Peusner

ta imposible de reducir, podemos proponer que


ese imposible, toma carácter de real –digo, en tan-
to lo Real es lo imposible–. Tenemos entonces un
nuevo matiz para pensar lo Real en la familia: la
transmisión familiar.
Insisto en que esta idea, este modo de leer lo
irreductible de la transmisión familiar es esencial-
mente lacaniana. Ni siquiera Durkheim, un so-
ciólogo que hizo escuela y uno de los primeros
en teorizar acerca de la historia de la familia –de
hecho, la noción de “familia conyugal” le perte-
nece– pudo pensarlo de ese modo. Ya en su semi-
nario sobre la familia13 de 1892, Durkheim seña-
laba que en la familia paternal, definida porque el
matrimonio pasaba a vivir en la casa de los padres
del novio bajo el dominio político y económico
de aquel, se producía un estado de dependencia
perpetua (es decir, hasta que el padre del novio
muriera). Curiosamente, en ocasión de compa-
rar los funcionamientos de esta familia con la fa-

13. El lector encontrará mi traducción de la clase dedicada


a la familia conyugal en la Addenda a mi libro El sufri-
miento de los niños (2ª edición, corregida y aumentada),
Letra Viva, Buenos Aires, 2009, p. 123.
II. De la constelación familiar al síntoma 71

milia conyugal, Durkheim afirma que en la fa-


milia conyugal no hay nada que recuerde el es-
tado de dependencia perpetua que era la base de
la familia paternal. ¡Cómo se nota que Durkhe-
im no se analizó, ni trabajó como analista! ¿Aca-
so el Hombre de las Ratas no vivía en un estado
de dependencia perpetua respecto de la historia de
vida de su padre? ¿Y cuántos neuróticos conoce-
mos que viven pendientes de lo que ha ocurri-
do en las generaciones anteriores, pagando deu-
das, sosteniendo iniciativas o empresas gestadas
por sus ancestros? Entonces, la frase de Durkhe-
im sólo puede firmarla un sociólogo. Un psicoa-
nalista, no. Vivimos en un estado de dependencia
perpetua respecto de nuestras generaciones ante-
riores. Una dependencia sofisticada, una depen-
dencia transformada, una dependencia que se ha
modificado según la fórmula de transformación
y nos ha afectado de alguna manera… No se tra-
ta para nada de un estado de independencia. Les
decía que Lacan tenía esta idea tempranamen-
te, ya desde su escrito de 1938 publicado en Ar-
gentina con el título de “La familia”. Allí, afirma-
ba que “la familia establece entre las generacio-
72 Pablo Peusner

nes una continuidad psíquica cuya causalidad es


de orden mental”14.
Me llama la atención la idea de “continuidad
psíquica entre las generaciones”. O sea, no se tra-
ta de un corte entre las generaciones, sino que se
trata de una continuidad. Por supuesto que en el
vocabulario que Lacan usa en el año 1938 dice
que la continuidad es “de orden mental”. Si La-
can hubiera corregido ese texto no tengo duda de
que donde dice “mental” hubiera puesto “simbó-
lica” o “significante”, y que se hubiera asegurado
de aclarar que retornaría al mismo lugar. La con-
tinuidad está dada por la fórmula de transforma-
ción, es dicha fórmula la que expresa la continui-
dad a pesar de que para ello necesite los términos
discretos del significante. Se trata de una transfor-
mación que sugiero leer como una operación to-
pológica. Existen transformaciones geométricas
que se pueden realizar mediante corte y pegado.
Por ejemplo: se puede tomar un cubo, cortarlo por
la mitad y volver a pegarlo invirtiendo el sentido
original. Así, se obtiene otro cubo, con una diver-
sa posición en el espacio, sin equivalencia topoló-
14. Lacan, J. La familia. Ed. Axis, Rosario, 1975, p. 8.
II. De la constelación familiar al síntoma 73

gica. Pero la transformación topológica exige que


la misma se realice por deformación. Por ejemplo:
si ustedes toman un planisferio y lo hacen un bo-
llito, el bollito es topológicamente equivalente al
mapa desplegado, ya que en topología no habría
ninguna diferencia. El planisferio y el bollito, da-
rían cuenta de lo mismo que no es lo mismo. No
hay corte entre las generaciones, pero tal vez haya
deformación continua, al estilo topológico.
Para trabajar este problema les voy a proponer
que veamos algunos casos clínicos, brevemente re-
cortados. Las primeras entrevistas con los padres o
parientes son muy importantes. Incluso, me atre-
vo a decir que si uno comete ciertos errores en los
inicios la cosa se torna mucho más complicada
después –y también se puede desembocar en una
interrupción, en un fracaso–.

El primer caso del que vamos a hablar, es el de


un niño que se llama Ricardo y tiene cuatro años.
Sus padres me consultan debido a una situación de
conflicto que mantienen con el Jardín al que asis-
te. Resulta que las profesionales del gabinete psico-
pedagógico les propusieron que el año próximo el
74 Pablo Peusner

niño permanezca en la sala de cuatro años, debido


a una serie de conductas que dificultarían su des-
empeño en la sala de cinco. Ricardo sabe perfecta-
mente el abecedario, tanto en forma oral como es-
crita, sabe escribir palabras sencillas y, aparente-
mente, sabe leer fonéticamente. Según su madre,
realiza estas actividades de forma “obsesiva y ma-
niática” –así lo dice ella–. Al parecer, todo el tiem-
po está dedicado a eso. Ricardo no produce juegos
simbólicos y de la televisión solo le interesan los fi-
nales de los programas, cuando pasan los créditos
y aparecen las letras. Por otra parte, algunos días
todavía usa pañales porque se hace caca. Dice su
madre: “solo le interesan las letras, las palabras, no
dibuja lo mismo que los otros chicos de su edad,
solo hace letras y números, y a veces escribe pala-
bras completas”. Su padre agrega: “no sabemos de
dónde sacó esto de las letras, parece que nadie se lo
enseñó, pero los de la escuela, en vez de estar con-
tentos por este logro, lo quieren hacer repetir el Jar-
dín”. Debido a su modo de estar en la sala, Ricardo
se encuentra aislado de sus compañeros, se comu-
nica poco con ellos y con las maestras. Asimismo,
le cuesta responder a las consignas que lo alejan de
II. De la constelación familiar al síntoma 75

las letras y los números. Sus padres reivindican que


con lo que Ricardo sabe, perfectamente puede pa-
sar al Preescolar y me solicitan una evaluación que
confirme lo que ellos plantean: quieren que yo fun-
damente ante las autoridades de la escuela que el
niño debe entrar al Preescolar.
Mi respuesta se limitó a decirles que aceptaba
ver al niño cuatro veces y mantener una entrevis-
ta con cada uno de ellos, con el objetivo de inten-
tar armar alguna hipótesis acerca de qué le esta-
ba pasando a Ricardo. Inmediatamente, obtuve
por respuesta: “Mirá que somos una familia nor-
mal, no nos peleamos, tenemos muy buena rela-
ción. No sé para qué puede servir analizarnos a
nosotros”. Luego de aclararles que no se trataba
de analizarlos a ellos, sino de utilizar esas entre-
vistas para que pudieran ofrecerme ciertos datos
que el niño no podría aportarme, el padre vol-
vió a la carga: “¡Ah! Vos decís datos de la historia,
¿no? Todo normal, sin problemas”. Le dije que me
alegraba saber eso y que igualmente los esperaba
para conversar.
Las entrevistas con Ricardo transcurrieron se-
gún lo acordado, es decir, una por semana. Sin em-
76 Pablo Peusner

bargo, sus padres no respondían a mis llamados


para fijar horarios para sus entrevistas, ni acep-
taban que arregláramos las citas cuando traían al
niño, aunque siempre venían ambos.
En cierta ocasión, me pasaron en un papel los
datos de la escuela, junto con el nombre de la di-
rectora y la responsable del gabinete. Realizadas las
cuatro entrevistas con el niño que habíamos acor-
dado, redacté el informe y lo envíe directamente
a la escuela. En el mismo, realicé una evaluación
diagnóstica del niño, sin hacer ninguna referen-
cia al problema del pasaje de sala. Unos días des-
pués, recibí un llamado de la madre de Ricardo,
en el que preguntaba cuándo podía pasar por mi
consultorio a buscar el informe. Le respondí que
el informe ya había sido enviado directamente a
la escuela por correo. Ella quedó muy sorprendi-
da –supongo que no calculó que las cosas podían
ocurrir de esa manera–. Luego de un extenso si-
lencio me preguntó qué había puesto en el infor-
me. Le respondí que tenía una copia del mismo
para ellos, y que no tendría inconvenientes en en-
tregárselo en mano si lográbamos coordinar un
horario para una entrevista.
II. De la constelación familiar al síntoma 77

Hasta aquí el primer recorte. No es nuestro ob-


jetivo trabajar con los avatares del tratamiento del
niño. Perseguimos otro tema. Tenemos aquí una
pequeña muestra de cierta posición de los padres
en el inicio de lo que podría ser más tarde el aná-
lisis de un niño.
Resulta interesante que ellos nunca hubieran
pensado que su posición pudiera incidir –ni direc-
tamente, ni a través de algún tipo de transforma-
ción– con la situación de su hijo. De hecho, para
ellos se trataba tan solo de un conflicto de intere-
ses con la escuela, el que se dejaba ver como una
especie de herida narcisista –eso se notaba en la
lectura que el padre hacía de la situación de su hijo
y que dejaba escuchar mediante el significante “re-
petir”–. No es lo mismo una “permanencia” en de-
terminada sala del Jardín que “repetir” un grado
–seguramente lo habríamos trabajado si ellos hu-
bieran aceptado asistir a las entrevistas–.

Comparemos el caso con este otro recorte, que


surge de una consulta por un niño de 12 años que
se encuentra finalizando la primaria, al que llama-
remos Mariano. En la entrevista inicial con el pa-
78 Pablo Peusner

dre y la madre, ellos refieren que lo notan triste, in-


hibido y tímido en las ocasiones sociales. Por eso
fue que le propusieron al niño realizar la consulta
y él se mostró dispuesto. Ellos están separados hace
dos años pero, según dicen, mantienen una exce-
lente relación. La madre habla mucho durante la
entrevista –tal vez excesivamente–, y las pocas pa-
labras de su padre surgen como respuestas a pre-
guntas que le dirijo directamente a él. Cuentan que
desde la separación, Mariano ha engordado consi-
derablemente. Al intentar narrar los avatares de la
vida del niño, llama la atención el modo en que la
misma está escandida por una serie de accidentes
ocurridos a lo largo del tiempo: a los 8 años, recibió
un fuerte golpe en la cabeza con un cubito de hie-
lo arrojado por una prima; a los 10 años, jugando
a pasar una pelotita de tenis por la abertura supe-
rior de un ventanal, Mariano atravesó el vidrio las-
timándose distintas partes del cuerpo; finalmente,
al momento de la consulta, trepándose en un pos-
te en la Escuela, se produjo un corte profundo en
la pierna derecha con un clavo saliente.
Al igual que en el caso anterior, les propon-
go mantener cuatro entrevistas con el niño y una
II. De la constelación familiar al síntoma 79

con cada uno de ellos. Luego de eso, volveríamos


a reunirnos y a decidir cuál sería el mejor modo
de abordaje de la situación. Ellos aceptaron gus-
tosamente.
La madre de Mariano, es actriz, profesora de
expresión corporal y teatro. Sumamente extro-
vertida, comienza contando que el embarazo de
Mariano llegó en “el peor momento”: su hija ma-
yor tenía dos años, su marido estaba sin trabajo y
habían comenzado un pequeño emprendimiento
familiar que aún no producía ninguna ganancia.
Cuenta que al enterarse lloró durante todo un día.
A su vez, ella ocultó durante un tiempo el embara-
zo a su familia, puesto que su hermana hacía dos
años que lo intentaba y no podía quedar: el emba-
razo le hacía sentir culpa. Y justifica sus largos pá-
rrafos, diciendo:

Te cuento todo esto porque quizás pueda ayu-


dar con lo que le pasa a Mariano. Martín, nun-
ca ocupó su lugar como padre, siempre estaba
yo sola para todo. Ni siquiera conoce al pediatra
de los chicos. Igual, todo eso cambió con la se-
paración, pero se acordó tarde de actuar como
el padre de los chicos.
80 Pablo Peusner

A los pocos días me encontré con Martín, el


padre del niño: es ingeniero en sistemas y, en par-
te, repite la misma historia que su ex-esposa. Pero
luego dice que en realidad ella es tan “expansiva”
que no le dio lugar:

A mí ella me da vergüenza ajena. Es muy extro-


vertida y me hacía sentía incómodo. No sé si la
timidez de Mariano tendrá que ver un poco con
eso, me parece que él es como yo, más tranqui-
lo. Mariano piensa lo que va a decir, ella no, no
tiene filtros.

Este segundo caso incluye un elemento que


considero de importancia: la posición discursi-
va de estos padres, supone que la historia previa,
sus características personales o incluso alguna vi-
vencia, tienen que ver con eso que le pasa al niño.
Ese “tiene que ver” es un nombre de la fórmula de
transformación. Habría que estudiar cómo tiene
que ver, habría que definir esa fórmula. Pero aún
cuando la fórmula no esté definida, ya está su-
puesta en el discurso de los padres. Eso, sin duda,
facilitará bastante las cosas.
II. De la constelación familiar al síntoma 81

Les propongo que fijemos nuestras ideas a tra-


vés de algunas letritas en la pizarra, echemos mano
a los discursos:

a S
S2 S1

Escribí el discurso del analista, porque lo con-


sidero una buena orientación para enfrentar cier-
tos problemas que se plantean al introducir el dis-
positivo de presencia de padres y parientes en la
clínica psicoanalítica con niños.
Si prestamos atención a la línea superior, obser-
vamos que cierta dimensión objetal de lo que es
encontrado siempre en el mismo lugar (o sea, eso
que motiva la consulta: cierta manifestación sin-
tomática a nivel del niño que se repite), produce
por efecto la división del sujeto que se ubica en el
lugar del Otro –recuerden que el lugar de arriba y
a la derecha, es el lugar del Otro–. ¿A qué división
me refiero? Allí, el asunto de ser padre o madre de
un niño se torna complicado porque quien ocupa
ese lugar se encuentra en una situación particular:
por un lado, no comprende qué está ocurriendo,
82 Pablo Peusner

cuál es la causa del problema, qué está pasando; y


por otro lado… ¡es el padre! ¡Es la madre! Y esto
es algo que llegan a expresar así, como si el mero
hecho de serlo quisiera decir que deberían saber
todo lo que le ocurre a su hijo. Por cierto, también
hay cierta manifestación afectiva de esa división:
angustia y desconcierto; a veces, impotencia; y en
ocasiones también cierto enojo, motivado por-
que la cosa no anda como ellos esperaban, o por-
que su gestión como padre y madre no ha produ-
cido los resultados calculados. Allí pueden apare-
cer comparaciones con algún hermano: “los cria-
mos igual, ¿por qué él es tan diferente?”.
Además, si continuamos leyendo el esquema
del discurso, notamos que el recurso al S1 ha caí-
do, ha quedado en el lugar del resto, de la pérdi-
da. Ha fallado el recurso a ciertos enunciados va-
cíos ofertados por la cultura, del estilo de “poné
voluntad”, “poné garra”, “ponete las pilas”, “esfor-
zate”… Nada de eso ha funcionado y tampoco el
recurso a una especie de autoridad que, en reali-
dad, ya es más autoritarismo: intentar revertir el
síntoma mediante castigos y penitencias también
conduce al fracaso.
II. De la constelación familiar al síntoma 83

Volvamos al caso de Mariano: allí su madre,


luego de contar la historia de la familia afirma que
su relato está al servicio de intentar esclarecer algo
de lo que ocurre actualmente, de lo que es refe-
rido como síntoma. ¿Notan que se hace presen-
te cierto esbozo espontáneo de la lógica de la fór-
mula de transformación? Específicamente, cuan-
do señala que “te cuento todo esto (o sea, la cons-
telación familiar) porque a lo mejor tiene que ver
(ese “tiene que ver” remite a la fórmula de trans-
formación) con lo que le está pasando a Maria-
no ahora (la presentación sintomática)”. Es la ma-
dre quien sugiere la correlación entre el relato de
los rasgos familiares, aquellos que especificaron la
unión de sus padres y sus parientes –o sea, el mal
momento en que este chico nació, la sensación de
soledad que tenía respecto de su marido, la culpa
que le produjo embarazarse mientras su herma-
na lo intentaba y no podía– y el estado mórbido,
digamos, del niño.
El padre también propone algo interesante
cuando asocia la timidez de su hijo con su propia
posición histórica ante la ex-esposa, caracterizada
por lo que llamó “vergüenza ajena”. Esto es como
84 Pablo Peusner

sugerir que existe una serie histórica de cadenas


significantes que determinan un sistema de coor-
denadas que puede estar asociado con otra serie,
actual, que determina la posición sintomática del
niño en cuestión. Es notable el hecho de que am-
bos, cada uno a su manera y desde su perspectiva,
plantea espontáneamente la lógica de la constela-
ción familiar y la formula de transformación.

Demos aquí un salto, para leer el último tér-


mino de nuestro discurso, el S2 que se ubica abajo
a la izquierda. Creo que, en tanto red significante
que constituye un saber, podemos leerlo como la
constelación familiar.
a S
S2 S1

Si observamos las flechas, podemos afirmar que


este saber incide sobre la posición del niño median-
te la fórmula de transformación –lo que queda re-
presentado por la flecha que une S2 con a minús-
cula–. Pero a la vez, este saber de la constelación fa-
miliar también ha afectado de algún modo al po-
II. De la constelación familiar al síntoma 85

sicionamiento del Otro –lo que se lee en la flecha


diagonal–. Curiosamente, dicho saber se inscribe
en el lugar de la verdad. ¿Cómo podemos leer esta
particularidad? ¿Existe una verdad de la constela-
ción familiar?
A modo de primera respuesta, tal vez algo in-
tuitiva, está el absoluto fracaso en el intento por
encontrar versiones concordantes al cien por cien-
to en quienes participaron de la misma constela-
ción familiar –hice un comentario al respecto en
nuestro anterior encuentro–. Pero no se trata de
que alguien miente o falsea los datos. La estructu-
ra misma de ese saber se inscribe en el lugar de la
verdad, y la verdad es no-toda. No hay manera de
decirla en forma completa, total. Algo se escapa.
Aquí conviene otra aclaración: es importan-
te el modo en que un analista dirija la investiga-
ción acerca de la constelación familiar, ya que a
menudo los padres y parientes de un niño pue-
den vivirlo como una intromisión en su ámbito
más privado, como una invasión a sus propios te-
mas de análisis. Es necesario que en el trabajo so-
bre la constelación familiar no se pierda de vista
que sólo nos interesan los datos que –como de-
86 Pablo Peusner

cían los padres de Mariano– puedan “tener algo


que ver” con lo que le pasa al niño. Son datos de
los que no nos interesa mucho su veracidad, su
facticidad –siempre desaconsejo ese impulso de
ir a verificar los datos con la realidad, de ir a ave-
riguar si lo que se dice es cierto–. Eso no impor-
ta. Nos interesa la estructura discursiva de esos di-
chos, porque si están en el discurso es porque ac-
tuaron de alguna manera.
Seguiremos desarrollando este último proble-
ma en el próximo encuentro.
III.
La función de la restitución
de la historia
H
oy es la última de nuestras reuniones de
trabajo, y quisiera retomar algo que de-
jamos pendiente en nuestro anterior en-
cuentro: se trata de la búsqueda de un criterio para
que las entrevistas del dispositivo de presencia de
padres y parientes no se conviertan en el análisis
personal de ninguno de los participantes.
En la semana recibí un correo electrónico don-
de una de ustedes comentaba: “De lo que vos di-
jiste durante la última reunión me pareció enten-
der que el punto en cuestión es que en el disposi-
tivo de presencia de padres y parientes se trata de
aquellos enunciados que pudieran dar cuenta de la
continuidad entre las generaciones”. Sinceramen-
te, me parece una lectura muy atinada –y no sé si
yo realmente lo dije con tanta claridad–.
Es cierto que, en ocasiones, conversando con
los padres o parientes de un niño, uno nota que
ciertas cosas que nos cuentan quedan por fuera
de de dicha continuidad: se trata de enunciados

89
90 Pablo Peusner

difícilmente incluibles dentro de la lógica de la


constelación familiar y de la fórmua de transfor-
mación. Es allí cuando se corren ciertos riesgos
y la escena puede tornarse equívoca. Creo que si
eso ocurre –y la verdad es que ocurre con bastan-
te frecuencia– conviene realizar alguna maniobra
para restablecer el orden inicial. Diría incluso que
se trata de un límite ético más que técnico.
La idea de la continuidad entre las generacio-
nes es solidaria de la noción de sujeto como asun-
to, y se torna muy complicada cuando prevalece
la noción de sujeto como persona, como indivi-
duo. El sujeto como asunto puede involucrar a dis-
tintas personas, tal como siempre ocurre cuando
nos dedicamos a la clínica psicoanalítica con ni-
ños –los padres, otros parientes, las notas de las
maestras, los informes de las psicopedagogas… ,
la polifonía1 de esta clínica es realmente notable y
no debe hacernos retroceder–.
Hay que reconocer que es difícil encontrar que

1. He tomado la noción de polifonía de las elaboraciones de


Oswald Ducrot en su texto “Esbozo de una teoría polifó-
nica de la enunciación” (1984), en El decir y lo dicho, Pai-
dós, Buenos Aires, 1986, p. 175 y ss.
III. La función de la restitución de la historia 91

algún psicoanalista afirme que el sujeto coincide


con una persona, no creo que nadie se anime a de-
cir una cosa así. Sin embargo, la idea se trasluce en
las intervenciones clínicas o se deduce en los cri-
terios invocados para defenderlas...
Conviene apoyar nuestra posición en algunos
enunciados muy tempranos de Lacan, ya que él
estaba advertido del problema y dejó indicacio-
nes muy precisas al respecto que se pueden resu-
mir en una breve oración: el sujeto excede los lí-
mites individuales.
Revisemos algunas páginas (26 a 29 de la edi-
ción española de Paidós) del primero de los semi-
narios, titulado Los escritos técnicos de Freud. En el
apartado tercero de la primera clase del semina-
rio realiza un comentario acerca del modo en que
Freud se ubicaba ante los casos clínicos:

Para él siempre se trata de la aprehensión de un


caso singular (…). El progreso de Freud, su des-
cubrimiento, está en su manera de estudiar un
caso en su singularidad2.

2. Lacan, Jacques. El seminario, Libro I, Los escritos técnicos


de Freud. Paidós, Buenos Aires, 1981, p. 26.
92 Pablo Peusner

Es una idea importante: Freud abordó lo que


luego serían las estructuras clínicas a través de ca-
sos singulares. Yo diría que rechazó el método pro-
pio de los psiquiatras de su tiempo, el que consis-
tía en agrupar casos similares para lograr una des-
cripción de los cuadros clínicos. Freud trabajó, di-
gamos, caso por caso. Voy al párrafo siguiente:

¿Qué quiere decir estudiarlo en su singularidad?


Quiere decir que esencialmente, para él, el inte-
rés, la esencia, el fundamento, la dimensión pro-
pia del análisis, es la reintegración por parte del
sujeto de su historia hasta sus últimos límites
sensibles, es decir hasta una dimensión que su-
pera ampliamente los límites individuales3.

Hay aquí algo que resolver en lo referente al


valor que el término “sujeto” tiene en el párrafo.
Creo que la mejor traducción sería ‘paciente’, ya
que Lacan utiliza el término en un sentido colo-
quial y no técnico. Es más, sólo tratándose de una
persona puede comprenderse bien la idea de una
reintegración de su historia que supere sus propios

3. Ibidem.
III. La función de la restitución de la historia 93

límites sensibles (es decir, aquello de lo que haya


podido tener alguna experiencia) y sus límites in-
dividuales (es decir, incluyendo en esa historia a
algunos otros): se trata de trabajar con una histo-
ria que lo supera como persona individual –o sea,
que está más allá de sus experiencias personales y
de su cuerpo como unidad discreta–.

Esta dimensión revela cómo acentuó Freud en


cada caso los puntos esenciales que la técnica debe
conquistar; puntos que llamaré situaciones de la
historia. ¿Acaso es éste un acento colocado sobre
el pasado tal como, en una primera aproximación,
podría parecer? Les mostré que no era tan simple.
La historia no es el pasado. La historia es el pasado
historizado en el presente, historizado en el pre-
sente porque ha sido vivido en el pasado4.

Mucha gente que no quiere analizarse y que


rechaza el psicoanálisis, lo hace amparándose en
no querer revolver el pasado porque el pasado
ya pasó y entonces… ¿qué se podría cambiar de
eso? Lacan dice que no es algo tan simple y que la
historia no es el pasado. La historia es el pasado
4. Ibíd. p. 27.
94 Pablo Peusner

en la medida en que es historizado en el presen-


te. Sin embargo, de la cita deducimos que la his-
toria no está conformada por hechos (que has-
ta incluso podríamos considerar como Unos en
lo real), sino por relatos. La historia surge con el
relato. Y quizás por eso mismo es que los chicos
en la escuela odian tanto a la materia Historia,
porque probablemente los relatos que la generan
sean malos, torpes, aburridos. Y alcanza con es-
cuchar los relatos históricos de Dolina, o leer los
textos históricos de Eduardo Galeano, para que
la historia se convierta en otra cosa, más intere-
sante y convocante a la subjetividad –no quie-
ro irme mucho por las ramas, les dejo el planteo
para que reflexionen sobre el tema–.
Y llegamos ahora a un punto que me interesa
resaltar, en el párrafo siguiente del seminario:

El camino de la restitución de la historia del su-


jeto adquiere la forma de una búsqueda de res-
titución del pasado. Esta restitución debe consi-
derarse como el blanco hacia el que apuntan las
vías de la técnica5.

5. Ibídem. [las itálicas son mías].


III. La función de la restitución de la historia 95

Adviertan ustedes aquí cómo aparece una


palabra que nunca fue considerada un término
técnico: restitución (¡tres veces en un párrafo
de cuatro líneas!). Hablamos todo el tiempo
de intervención, interpretación, construcción
y de otras tantas operaciones que los analistas
practicamos. Este término no tuvo el mismo
destino, pero hoy les propongo rescatarlo del
olvido. Veremos cuánta importancia le asigna
Lacan en lo que seguirá y todo lo que podrá
aportarnos en nuestro trabajo en el dispositivo
de presencia de padres y parientes.

Lacan lo ubica como “el blanco” –está utilizan-


do la metáfora del tiro al blanco, porque dice que
hacia allí las vías de la técnica “apuntan”–. ¿Acaso
no es eso una indicación clínica? Es como si dije-
ra: “Señores, hay que restituir la historia”. Ahora
bien, una de cal y una de arena, Lacan nunca ex-
plicó detalladamente en qué consistía la operación
de restitución. Y eso nos deja un camino abierto
que les propongo retomar.
96 Pablo Peusner

Verán indicada a lo largo de toda la obra de


Freud, en la cual como les dije las indicaciones
técnicas se encuentran por doquier, cómo la res-
titución del pasado ocupó hasta el fin, un pri-
mer plano en sus preocupaciones. Por eso, al-
rededor de esta restitución del pasado, se plan-
tean los interrogantes abiertos por el descubri-
miento freudiano, que no son sino los interro-
gantes, hasta ahora evitados, no abordados –en
el análisis me refiero– a saber, los que se refie-
ren a las funciones del tiempo en la realización
del sujeto humano6.

Una pequeña pista: la restitución se articula con


la temporalidad propia del psicoanálisis, aquella
que Lacan dedujo de la estructura del significante
como anticipación y retroacción. Esto quiere de-
cir que la restitución no funciona por fuera de di-
cha lógica temporal y, por lo tanto, fuera del aná-
lisis. En la restitución, el pasado y el presente no
se manifiestan como momentos estáticos, como
compartimentos estancos, como paquetes cerra-
dos. La lógica del significante los liga de un modo
especial en una especie de bucle que se abre cuan-
6. Ibídem. [las itálicas son mías].
III. La función de la restitución de la historia 97

do se cierra y cuyo contorno produce algo nuevo.


Es una pista, pero sirve. Sigamos ahora con unas
líneas de la página 28.

… que el sujeto reviva, rememore, en el senti-


do intuitivo de la palabra, los acontecimientos
formadores de su existencia, no es en sí tan im-
portante. Lo que cuenta es lo que reconstru-
ye de ellos7.

Esto es totalmente lo contrario de desahogar-


se o de liberarse afectivamente. Eso no es lo im-
portante, dice Lacan. Es curioso porque hay una
captura intuitiva del psicoanálisis –algo que algu-
na vez llamé la doxa psicoanalítica– que tiende a
pensar que la manifestación del afecto resulta te-
rapéutica. Incluso existen técnicas que tratan de
ubicar a los pacientes en ese momento, a drama-
tizarlo, a hacérselo revivir de cierta manera, para
que se libere el afecto original –como si fuera po-
sible, además– y se cure el supuesto trauma. Lacan
afirma: “eso no es en sí tan importante”. En ape-
nas unos párrafos, encontramos a Lacan diciendo

7. Ibíd. p. 28.
98 Pablo Peusner

que la cosa no es tan simple, o que algo no es tan


importante… Aquí está su posición crítica de en-
trada. No olvidemos que estamos leyendo la pri-
mera clase de su primer seminario.
Vuelvo: lo que importa es lo que de eso se re-
construye. Aquí pareciera haber un deslizamien-
to de términos, habría que chequearlo. “Restituir”
se deslizó a “reconstruir”, al menos, aparentemen-
te. Y, agregaría yo, dicha reconstrucción es una re-
construcción histórica.

… arribamos a la idea de que se trata de la lectu-


ra, de la traducción calificada, experimentada, del
criptograma que representa lo que el sujeto posee
actualmente en su conciencia – ¿qué diré?, ¿de él
mismo? No solamente de él mismo– de él mismo
y de todo, es decir del conjunto de su sistema8.

Y ahora nos encontramos con otro deslizamien-


to, que en realidad es doble y, a mi juicio, sensacio-
nal. Restituir, reconstruir y, ahora... leer y traducir.
(Tengo que abrir aquí un pequeño paréntesis
para contarles algo. He traducido al menos cuatro

8. Ibídem.
III. La función de la restitución de la historia 99

textos inéditos de Lacan y tres libros de autores fran-


ceses. Siempre, en todos los casos, afirmé que esas
traducciones eran los restos de mi lectura del origi-
nal –ganándome así, además, el odio de los traduc-
tores profesionales–. La traducción es un resto de la
lectura y esto no es peyorativo, al contrario).
Observen que en el párrafo que estamos traba-
jando, por contigüidad Lacan considera que leer
y traducir son sinónimos. Y nos agrega algo más,
porque se trata de lectura y traducción de lo que
llama “un criptograma” o sea, de un documen-
to cifrado. Y ese documento en clave es narrado,
enunciado por el paciente, es consciente de él. Solo
que no conoce el código en el que está cifrado y
por eso, hay que descifrarlo, leerlo, traducirlo. Ese
texto en clave representa al sujeto como asunto,
al asunto de todo su sistema, de toda su conste-
lación familiar –más allá de sus límites sensibles
y de sí mismo–. Claramente se nota que para La-
can, si bien se trata de un criptograma, resulta le-
gible, es descifrable, tiene una lógica y una cohe-
rencia que lo constituye.
Concluyamos este breve recorrido por el semi-
nario, con una cita más:
100 Pablo Peusner

Diré, finalmente, de qué se trata, se trata menos


de recordar que de reescribir la historia9.

Voy a dar vuelta la afirmación: se trata más de


reescribir la historia que de recordarla. Esta tam-
bién es una indicación clínica: hay padres y pa-
rientes de nuestros pacientes niños que cuando
no recuerdan algún dato intentan investigarlo,
contrastarlo, preguntarle a algún otro de la fami-
lia, etc. Allí es cuando surgen las versiones cruza-
das, distintas, y aparece la verdad no-toda con la
que nos enfrentamos en el análisis todo el tiem-
po. La regla fundamental del psicoanálisis exige
que se diga, pero no que se diga la verdad. Eso es
una especie de fenómeno neurótico. Los analistas
no exigimos la verdad, podemos trabajar perfec-
tamente y con mucha efectividad sin que aparez-
ca toda la verdad, estamos acostumbrados a ver-
la surgir a medias.
Esta lógica reaparece en el seminario siguien-
te. Se trata de la clase VII titulada “El circuito”. Allí
Lacan retoma la idea del inconsciente como dis-
curso del otro y la desarrolla. Cito:
9. Ibíd. p. 29.
III. La función de la restitución de la historia 101

Aquí reaparece lo que ya les señalé, a saber, que


el inconsciente es el discurso del otro. Este dis-
curso del otro no es el discurso del otro abstrac-
to, del otro en la díada, de mi correspondien-
te, ni siquiera simplemente de mi esclavo: es el
discurso del circuito en el cual estoy integrado.
Soy uno de sus eslabones. Es el discurso de mi
padre, por ejemplo, en tanto que mi padre ha
cometido faltas que estoy absolutamente con-
denado a reproducir; lo que llaman super-ego.
Estoy condenado a reproducirlas porque es pre-
ciso que retome el discurso que él me legó, no
simplemente porque soy su hijo, sino porque la
cadena del discurso no es cosa que alguien pue-
da detener, y yo estoy precisamente encargado
de transmitirlo en su forma aberrante a algún
otro. Tengo que plantearle a algún otro el pro-
blema de una situación vital con la que muy po-
siblemente él también va a toparse, de tal suer-
te que este discurso forma un pequeño circuito
en el que quedan asidos toda una familia, toda
una camarilla, todo un bando toda una nación
o la mitad del globo. Forma circular de una pa-
labra que está justo en el límite del sentido y el
sin sentido, que es problemática10.

10. Lacan, Jacques. El seminario, Libro II, El Yo en la teoría de


102 Pablo Peusner

Aparece aquí la idea del eslabón: un eslabón en-


tre dos generaciones. Se recibe el legado de cierta
falta que, a su vez, habrá que transmitir.
Cuando se habla del inconsciente se trata de
un circuito que integra muchas personas. Y por
eso, en diversas ocasiones, Lacan afirmó su carác-
ter transindividual11.
Ahora bien, en la clínica de adultos es muy fácil
engañarse con la idea del inconsciente como dis-
curso del Otro, porque se manifiesta a nivel perso-
nal en las llamadas “formaciones del inconscien-
te”: cuando aparece disruptivamente un acto fa-
llido, una ambigüedad, un equívoco o un tropie-
zo, es sencillo suponer que el inconsciente esta-
ba allí, adentro de esa persona, y que se ha mani-
festado de esa forma. Pero en la clínica con niños,

Freud y en la técnica psicoanalítica, Paidós, Buenos Ai-


res, 1983, p. 141.
11. A modo de ejemplo, cito: “El inconsciente es aquella
parte del discurso concreto en cuanto transindividual
que falta a la disposición del sujeto para restablecer la
continuidad de su discurso consciente”. Lacan, J. “Fun-
ción y campo de la palabra y del lenguaje en psicoa-
nálisis” (1953), en Escritos 1, Siglo Veintiuno Editores,
Buenos Aires, 1984, p. 248. (Las itálicas son mías).
III. La función de la restitución de la historia 103

¿dónde se manifiesta eso? ¿Solo en los actos falli-


dos individuales de quienes asisten a las entrevis-
tas? –Niños o adultos–. A mí me da la impresión
de que perfectamente también puede captarse ese
discurso en las inversiones continuas de los tex-
tos que componen el asunto. Dicho asunto está
compuesto por textos que se articulan a través de
transformaciones.

Voy a volver un poco a ciertos fenómenos es-


pecíficos de la clínica con niños para intentar arti-
cularlos con lo que hemos elaborado hasta aquí. Y
uno de ellos, que he trabajado anteriormente pero
que conviene retomar en este momento, respon-
de al modo en que con frecuencia es presentado el
motivo de consulta cuando se trata de un niño: un
significante que remite a sí mismo. Algo así como
un significante desencadenado y autorreferencial.
En tales casos se puede hablar mucho o poco, pero
los padres y parientes del potencial paciente-niño,
no tienen dudas acerca de lo que está pasando: es
“eso” –un quod, como decía Lacan–.
Este significante es el significante de lo que está
pasando… Y se lo enuncia desde una posición de
104 Pablo Peusner

certidumbre. Y si además eso se presenta encar-


nado en el cuerpo del niño, como dice Lacan, “el
síntoma somático le ofrece a este desconocimien-
to el máximo de garantías”12.
Es decir, el motivo de consulta, claramente au-
torreferencial, queda presentado por un S1 y es el
analista quien propone la apertura hacia una red
signficante que lo conecte con lo Otro, introdu-
ciendo una flecha hacia el S2. Escribámoslo de una
manera bien sencilla: S1→S2.
Si el analista propone abrir el S1 aparecen las du-
das. Porque, ¿qué tendría que ver –por ejemplo– la
historia de la familia, o la organización familiar ac-
tual, con ese motivo de consulta que representa la
dimensión mórbida localizada en el niño? Así apa-
rece la desconfianza, la culpa, el reproche… Pero
aquí es el analista el que no debe dudar de la per-
tinencia de una maniobra tal, y debe defenderla a
capa y espada. No como un trámite burocrático,
sino acompañando en la tarea a quienes se presen-
ten en las entrevistas, fundamentando la necesidad
y la pertinencia de abrir esa Otra dimensión en el
12. Lacan, J. “Dos notas sobre el niño” (1969), en Interven-
ciones y textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1988, p.56.
III. La función de la restitución de la historia 105

análisis. El sujeto, el asunto, aún no aparece; pero


de este modo quedan dadas las condiciones para
que lo haga más adelante, movido por la tensión
de la articulación de los dos significantes entre los
que queda representado y, a la vez, dividido.
Más tarde, cuando el asunto advenga, cuan-
do el sujeto aparezca, dicho asunto tendrá que
dar cuenta de la continuidad entre las generacio-
nes (Lacan exige que se extienda a lo largo de tres,
pero a veces, con dos es más que suficiente). Ese
asunto dejará indicada la pregunta por la causa:
¿por qué ocurre eso? El discurso ciñe la respuesta,
la rodea, la contornea, pero en un primer momen-
to no logra ubicarla. Sin embargo, es importante
que la pregunta se haga presente y diría que es una
condición del análisis –digo esto porque muchos
padres y madres nos piden que “arreglemos” a su
hijo, pero no les importa la causa de ese desarre-
glo, no quieren saberla ni incluirse en ella–.
Les propongo que la restitución analítica es lo
contrario de la función sintética del significan-
te. La función sintética del significante se mues-
tra como un link, ustedes deciden si hacen clic o
no ahí. Y hay que hacer ese clic. Si no, debido a
106 Pablo Peusner

su propia estructura de funcionamiento, el signi-


ficante reduce el asunto. Es posible reducir todo
un texto a una fórmula significante: “Mi hijo es
un desastre”. Eso puede ser conclusivo y quedar
allí. Pero también, es posible interrogarlo, abrir-
lo, hacerlo hablar y ligarlo con otra cosa, hacien-
do surgir un asunto.

Veamos a continuación un breve recorte clínico


que me ha acercado una colega y sobre el que hemos
trabajado en el espacio de supervisión. Es un caso
interesante por lo que aporta acerca del problema
de la constelación familiar y la fórmula de transfor-
mación, tanto como por el desafío que le plantea a
la analista abordar casos con presentaciones no tan
tradicionales. Voy a leerles el material, haciendo al-
gunas acotaciones para ir ordenándolo.

Gabriela se comunica por teléfono para pedir un


turno para su hija Fernanda, que está por cum-
plir 5 años. Derivada por el admisor de la Obra
Social, con diagnóstico de “mutismo selectivo”.
Me llamó la atención en esa pequeña conversa-
ción telefónica su pronunciación: no pronun-
ciaba correctamente la letra “r”.
III. La función de la restitución de la historia 107

Acordamos un horario y asiste a la entrevista


con su marido y papá de Fernanda, Héctor.

Obviamente, y como muestra el caso, los ana-


listas se desempeñan en el ámbito de las obras
sociales –hay que hacer un poco de trampa para
ello, pero es una realidad–. Me llamó la atención
que, de entrada, la analista escuchara una dislalia
sistematizada en la madre, porque si articulamos
eso con el motivo de consulta –o sea, el mutismo
de la niña– podemos suponer que algo pasa con
el lenguaje. Es una suposición a esta altura, pero
que más tarde se confirmará.

Quien más habló durante la entrevista fue Héc-


tor y si le daba lugar a Gabriela para que también
lo hiciera, se ponía colorada. Él dejó en claro que
ella es muy tímida – y efectivamente esa timidez
parecía sobrepasar los límites “normales”–.
Consultan porque Fernanda no habla con adul-
tos que no sean de su núcleo familiar. Pregun-
tando al respecto, se desprende que en realidad
con lo únicos adultos que habla es con ellos dos
y que “en el jardín no le conocen la voz”. Sin em-
bargo en su casa es muy extrovertida, juega todo
el tiempo y es alegre.
108 Pablo Peusner

En el Jardín sugirieron una consulta psicológica


porque no logran determinar si no sabe hablar
o no quiere. La fonoaudióloga no logró estable-
cerlo porque no le habló. Dicen que si habla con
chicos de su edad, lo hace con voz muy baja.
Gabriela y Héctor tienen dos hijos varones ma-
yores que Fernanda, de 11 y 8 años; dicen que el
más grande está lleno de amigos y “es un char-
latán”, mientras que el del medio es más calla-
do y que “le gusta estar solo”.

Hasta aquí, entonces, la presentación de la si-


tuación de la consulta. La analista registra bien que
hay uno que es el portavoz (el padre), otro que es
un charlatán (el hermano mayor), que otro hijo
es callado (el del medio) y que la madre, que pre-
senta una dislalia, habla muy poco y se pone co-
lorada al hacerlo. De esta manera, queda supuesto
un asunto particular con el lenguaje que atraviesa
a todos los miembros de la familia y que se con-
vierte en mutismo para Fernanda. Ahora bien, le-
jos de suponer que allí, en ese S1, está todo el pro-
blema, la analista va en busca de la constelación
familiar y la interroga.
III. La función de la restitución de la historia 109

Gabriela y Héctor se conocieron en Tucumán:


ella es misionera y se encontraba allí estudian-
do psicología. Él vivía en Mar del Plata y estaba
en Tucumán debido a un campeonato de fut-
bol. Se pusieron de novios, se mudaron a la cos-
ta y luego de un tiempo se trasladaron –por el
trabajo de él– a la ciudad de La Plata. Por eso,
dicen no tener vida social. Gabriela abandonó
sus estudios y nunca trabajó, no tenía amigas
–desde hace un par de años logró tener una o
dos amigas en La Plata–. Su mínimo grupo so-
cial está formado por lo compañeros de trabajo
de él, pero en esporádicas ocasiones se suman a
las salidas o encuentros.
Héctor habla de la timidez de ella como un pro-
blema, en algún momento “no se animaba a sa-
lir para pagar las cuentas, ni para hablar por te-
léfono”.
Gabriela no dice nada, solo se pone colorada.
Tiene una dicción rara de la que no logré dar-
me cuenta si tenía que ver con el idiolecto de su
provincia o con alguna dificultad para pronun-
ciar las palabras.
De Fernanda hablan de un embarazo “nor-
mal”, y un desarrollo también normal, sin pro-
blemas para caminar, controlar esfínteres e in-
cluso hablar.
110 Pablo Peusner

Sin embargo, esta primera presentación no


hace más que ampliar el panorama de los pro-
blemas del lenguaje. Pero hay más, mucho más.
La analista decide citarlos por separado para in-
dagar la constelación familiar. Sigo leyendo el
recorte:

Gabriela cuenta una historia familiar de mucho


sufrimiento. Curiosamente la entrevista con ella
está plagada de palabras y pensamientos. Rela-
ta que su madre y padre hicieron grandes dife-
rencias con sus hermanos: las dos hijas mujeres
fueron “despreciadas” y los varones puestos “en
un altar”. Eso hacía que, por ejemplo, las muje-
res no pudieran hablar en la casa porque eran
castigadas o maltratadas por el padre. Su ma-
dre trabajaba todo el día, por lo que práctica-
mente estaba sola. Su hermana tomó los hábi-
tos y ella renunció a hablar. Sin embargo, a los
18 años decidió irse para estudiar psicología. Pa-
reciera que a pesar de su gran timidez pudo te-
ner amigas y estudiar sin problemas hasta ter-
cer año, momento en que conoció a Héctor. Se
casaron muy jóvenes.
Llora y se angustia mucho –dice que eso le pasa
cuando habla–. Sin embargo pareciera tener las
III. La función de la restitución de la historia 111

cosas bastante claras y estar dispuesta a hablar


pero, por ahora, solo en el consultorio.

Aquí aparecen algunos datos que son muy sor-


prendentes. Ese “no poder hablar” en la casa de sus
padres, redoblado con su renuncia a tomar la pa-
labra –digo, ella no se rebeló contra ese autorita-
rismo, al contrario –. Solo pudo escaparse y po-
ner distancia de su familia.
De la entrevista con Héctor, señalo solo algu-
nos aspectos:

Héctor que parecía ser la voz de la casa, presen-


ta una cuestión funcional a la timidez de Ga-
briela y al silencio de Fernanda. Dice: “La gen-
te habla de más, es molesto”, “no tengo amigos,
la amistad no existe, me molesta estar mucho
con la gente”.
Para él, hablar hace ruido, así menciona lo que
lo aturde: “escuchar boludeces”.
Le propongo asociar el síntoma de Fernanda con
la molestia que le causa escuchar: él se ríe, lo re-
chaza, pero al irse dice que lo va a pensar…
112 Pablo Peusner

¿Con qué se encontró la analista? Con un tipo


que prefiere el silencio, que impugna el valor de
las palabras, que las reduce a “boludeces”, que afir-
ma que siempre se habla de más y que la presen-
cia del otro lo incomoda.
¿Acaso el mutismo selectivo, ese diagnósti-
co con el que llega la niña a la consulta, no tiene
algo que ver con ciertas coordenadas de la cons-
telación familiar? Es obvio que sí, pero no sa-
bemos aún a esta altura cómo definir la fórmu-
la de transformación que opera ese pasaje. No-
ten ustedes que también el abuelo materno for-
ma parte del asunto: él introdujo que las pala-
bras de las mujeres deben mantenerse en reserva
–algo que, de cierta manera, le llegó a Fernanda
y determina su silencio–. Ya es bastante increí-
ble que dos personas que viven a miles de kiló-
metros de distancia se conozcan en una tercera
ciudad y mucho más todavía que en su posición
subjetiva exista algún modo de reserva respec-
to al uso del lenguaje. Esto justifica introducir el
dispositivo de presencia de padres y parientes, si
no, la presentación mórbida de la niña no ten-
dría razón de ser.
III. La función de la restitución de la historia 113

Si la analista se hubiera quedado con el diag-


nóstico de mutismo selectivo sin abrir toda esa
historia, el síntoma no tendría el sentido que ad-
quirió luego. Ahora sí tenemos un asunto, un su-
jeto, que los incluye a todos –y también a la analis-
ta como promotora de esa articulación–. La resti-
tución de los datos de la prehistoria de la niña, de
la historia de la pareja parental, funciona hacien-
do aparecer al sujeto, aunque aún no sepamos por
qué la niña eligió el mutismo –digo, porque hay
un hermano que prefirió ser un charlatán y pro-
viene de la misma constelación–.

Intervención: Estoy muy sorprendida por el caso,


sinceramente, es muy llamativo…

A mí me pasó lo mismo. Y como verán, la rea-


lidad de la clínica supera cualquier ficción. Si us-
tedes leyeran una novela o vieran una película con
este argumento, seguramente dirían que el autor
ha exagerado y que esas cosas no pueden ocurrir
en la vida real. Pero ocurren y mucho más segui-
do de lo que parece. Y es por eso que el dispositi-
vo se justifica porque… ¿es lo mismo un caso de
114 Pablo Peusner

mutismo selectivo en una familia que se comuni-


ca –digamos– normalmente, a este caso, en el que
toda la historia familiar está atravesada por una
impugnación de la palabra?

Intervención: ¿Ese fenómeno es lo irreductible


de la transmisión?

Seguramente, falta establecer la fórmula con


la que se ha transmitido, pero eso queda para el
trabajo del análisis. Luego de restituir los datos de
la historia, se verifica que el mutismo de Fernanda
quiere decir algo.

Los dejo con esta sorpresa –que al parecer se nos


presentó a más de uno– para que puedan reflexio-
nar y, a su vez, articular nuestras elaboraciones con
sus propios casos. Seguramente, no está todo di-
cho acerca de los usos y del valor del dispositivo.
Pero, por otra parte... ¿quién podría decirlo todo?
Post scriptum:
La tontería del dispositivo
E
n 1973 Lacan posaba su esperanza en la ton-
tería (la bêtise) como modo de escape de los
efectos del discurso capitalista. Incluso lle-
gaba a afirmar que algo en el analista podía res-
ponder a la función tonta:

Las dimensiones de la tontería son infinitas, y


no son lo suficientemente interrogadas.
Creo que, a fin de cuentas, eso es de una gran
originalidad… y entonces, para funcionar ver-
daderamente bien como analista, en el límite,
habría que llegar a ser más tonto de lo que na-
turalmente se es.
(…) La salud, ¿puede llegarnos desde el fondo
mismo de la tontería? ¿Quién sabe, no?
Es de allí que tal vez un nuevo sol pueda levan-
tarse sobre nuestro mundo, el que está dema-
siado comprometido por una explotación del
deseo, hay que decirlo.
Digo que eso ya funciona.
(…) La explotación del deseo es la gran inven-

117
118 Pablo Peusner

ción del discurso capitalista –hay que llamarlo


por su nombre–. Y debo decir que es un truco
muy logrado.
(…) Es mucho más fuerte de lo que se cree: afor-
tunadamente está la tontería, la que probable-
mente complicará a todo lo que está en el aire
–lo que no está mal, puesto que no se ve adón-
de nos podría conducir eso1–.

¿De qué se trata, y qué pertinencia podría te-


ner eso en el dispositivo de presencia de padres y
parientes presentado en este libro?
Sabemos que la tontería constituye una cla-
se paradójica2: aquellas donde lo que se supone
que produce el agrupamiento de los elementos
es justamente lo que los hace diferenciarse por
completo. Es así que “los tontos” funcionan como
“los neuróticos”, “los psicóticos” o “los perversos”:
agrupados de cierta manera, no hacen sino con-
frontarnos al caso por caso cada día y en cada en-

1. Lacan, J. Excursus a la conferencia de Milán, 4 de febre-


ro de 1973. Disponible en http://www.ecole-lacanienne.
net/documents/1973-02-04.doc (traducción personal).
2. V. Milner, J-C. “La tontería”, en Los nombres indistintos,
Manantial, Buenos Aires, 1999, p.128 y ss.
Post scriptum: La tontería del dispositivo 119

cuentro. Ahora bien, no se trata sino de cierta po-


sición del sujeto. Pero lo importante, y aquí sos-
pechamos el espíritu de la afirmación de Lacan, es
que dicha posición no se eternice, sino que funcio-
ne operativamente, es decir, cuando resulte nece-
saria. Preguntémonos, entonces: ¿cuándo es que
el analista debe hacerse el tonto?

Pero aplacemos por un rato la respuesta, más


que nada, para no aplastar el problema y aprove-
char la ocasión para una reflexión que podría re-
sultar oportuna.
Siguiendo la propuesta de Jean-Claude Milner,
comencemos por referir la tontería a su síntoma:

A través de tantas experiencias, encuentros y re-


latos, uno sabe reconocerlo [al síntoma de la ton-
tería] en aquel sentimiento, a sus horas impoten-
te, exasperado o enternecido, que, dígase lo que
se diga o hágase lo que se haga, aguanta siempre.
Porque contra la tontería, nada podría prevalecer:
ningún corte opera en ella detención (…)3.

3. Ibíd. p. 128.
120 Pablo Peusner

La tontería es una patología del corte, puesto


que ella lo desconoce. Posición no sin efectos en el
otro, quien se reconoce impotente, se exaspera o se
enternece, ante la constancia del tonto. Un sujeto
humano hablante siempre puede hacerse el sordo
ante el efecto de un chiste o una manifestación del
inconsciente, ante la irrupción del inconsciente real
o de Lalangue; siempre puede disculparse por haber
dicho algo distinto de lo que quería decir o negarse
a recibir su propio mensaje invertido desde el lugar
del Otro. Porque, “¿quién puede jactarse de soste-
ner incesantemente la barra del sentido?”4.
Se presenta así una apuesta por el Lazo, recha-
zando el hecho del Uno real y de los goces disper-
sos del parlêtre. Existen hablantes instalados allí:
militantemente inamovibles, transcurren como
si ningún sentido existiera y como si no hubiera
corte que deshaga el Lazo. Desde ese lugar, resul-
ta fácil resistir a toda interpretación.
El analista de niños que instala el dispositivo de
presencia de padres y parientes, apuesta a un modo
del Lazo muy particular: el que se establece a través
de las generaciones, donde Jacques Lacan afirma
4. Ibídem.
Post scriptum: La tontería del dispositivo 121

la relación sexual5 –profundamente diferenciada


del acto incestuoso y mucho más cerca de la afir-
mación de la obscenidad de Lalangue escuchada/
entendida del Otro6–. Y en ocasiones, justamen-
te para instalarlo, debe rechazar la interpretación
que asigna a lo más mórbido del niño un valor que
lo aísla de Lalangue del Otro. Aquí, la pasión del
Lazo se reinstala a partir del “agua del lenguaje”7,
nombre tardío para la continuidad psíquica en-
tre las generaciones defendida por Jacques Lacan
ya desde el escrito sobre “La familia”8.
Defender el Lazo entre dichas generaciones, es
defender lo irreductible de esa transmisión, y el
dispositivo está allí para refrendarla, actualizarla
y establecerla –lo que constituye una tontería ne-
cesaria, aunque en dosis controladas–.
Si lo imaginario de una separación de la pare-
5. V. Lacan, J. Seminario XXIV. L’insu que sait de l’Une-bévue
s’aile à mourre, sesión del 14 de febrero de 1976, inédito.
6. V. Soler, C. Lacan, l’inconscient réinventé, PUF, Paris, 2009,
pp. 37-38.
7. Lacan, J. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”
(1975), en Intervenciones y textos 2, Manantial, Buenos
Aires, 1988, p. 129.
8. V. Lacan, J. La Familia, Ed. Axis, Rosario, 1975.
122 Pablo Peusner

ja parental nos ataca a menudo bajo la forma de


un “él (o ella) no asistirá a las entrevistas”, nuestra
tontería radical nos esfuerza a convocarlos de igual
modo. Si el ataque es directo y dirigido al analis-
ta, la tontería nos asiste para no comprenderlo e
ignorarlo a favor del Lazo de trabajo y de la em-
presa que se inicia. Si una ausencia nos deja so-
los, volvemos a convocarlos desoyendo las excusas
y los argumentos fútiles: porque cualquier dicho
que se aventure en la consecución y el sostén del
Lazo cumplido, es valor de la función tonta. Y no-
sotros, analistas, nos prestamos a ella, aunque sin
consagrarnos a ella. Y cuando declaramos antes los
padres y parientes de nuestros jóvenes pacientes
que “todo lo que puedan aportarnos es importan-
te”… ¿acaso no fingimos ignorar, pacientemente,
que creer en dicho “todo” es una tontería?
Porque sabemos que “aquello por lo cual todo
dispositivo puede aguantar no es otra cosa que la
parte necesaria de tontería”9. Aquí, nuestro dispo-
sitivo de padres y parientes encuentra un motivo
más para ser desatendido por los sabios anacore-
tas de siempre. Aquellos que por desengañados
9. Milner, J-C. Op. cit. p. 130.
Post scriptum: La tontería del dispositivo 123

se engañan, en nombre de un honor estéril cuyo


precio es el distanciamiento de lo que hacen los
otros. La burocracia psicoanalítica es otro nom-
bre del rechazo al dispositivo, en nombre de un
lugar al que solo el niño debe entrar.
Nuestro dispositivo parte de un supuesto tonto:
se trata de fingir que la dispersión real cesa de exis-
tir. Desde allí convocamos a padres y a parientes
–ignorando a la vez el precepto de sangre– para ha-
blar del asunto (léase “del sujeto”) como si el Lazo
se sostuviera, cuestionando e impugnando cual-
quier interpretación rápida y sencilla de la cosa. Re-
chazando incluso los cortes que la existencia dis-
creta de los cuerpos ponen en escena: no habrá en-
tonces una boca que profiera, sino un inconsciente
transindividual más allá de las personas presentes;
no habrá un adentro y un afuera, sino una topolo-
gía de la transformación continua.
En nuestro dispositivo de presencia de padres
y parientes en la clínica psicoanalítica lacaniana
con niños, el analista juega a que el lenguaje une
y comunica, a que existe algún discurso que no
sea del semblante. Y para eso se presta a la ton-
tería: advertido y no consagrado a ella, pasa de
124 Pablo Peusner

muerto a tonto, facilitando de ese modo la ex-


tensión de la frontera móvil de la conquista psi-
coanalítica10.

Profesión imposible la de ese tonto y fronterizo:


el psicoanalista que no retrocede ante los niños11.

10. Como decía Lacan tempranamente, en 1949, al analis-


ta que se ocupa de los niños “se le solicitan sin cesar in-
venciones técnicas e instrumentales, que hacen de los se-
minario de control, así como de los grupos de estudio
de psicoanálisis infantil, la frontera móvil de la conquis-
ta psicoanalítica”. Lacan, Jacques. “Reglamento y doctri-
na de la Comisión de Enseñanza” (septiembre de 1949),
en Miller, Jacques-Alain, Escisión, Excomunión, Disolu-
ción. Tres momentos en la vida de Jacques Lacan, Manan-
tial, Buenos Aires, 1987, p.22.
11. Reconocemos el “no retroceder ante la psicosis” como
una contraseña entre los psicoanalistas lacanianos. Sin
embargo, mucho antes de enunciarla, Lacan había utili-
zado una construcción similar para justificar la posición
del psicoanalistas ante los niños. Conviene recordarla: “El
superyó (...) se inscribe en la realidad de la miseria fisio-
lógica propia de los primeros meses de la vida del hom-
bre (...) y expresa la dependencia, genérica en efecto, del
hombre con respecto al medio humano. Que esa depen-
dencia pueda aparecer como significante en un estadio
increíblemente precoz de su desarrollo, no es éste un he-
Post scriptum: La tontería del dispositivo 125

cho ante el cual deba el psicoanalista retroceder”. Lacan,


Jacques. “Introducción teórica a las funciones del psi-
coanálisis en criminología” (1950), en Escritos 1, Siglo
Veintiuno Editores, Buenos Aires, 1984, p. 128 (las itáli-
cas son mías).
126 Pablo Peusner

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