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La experiencia de leer: La diáspora

Por Harrys Salswach · En julio 24, 2018 (Salswach, 2018)

Podría ser que hay un tiempo en el que algunos escritores resurgen. Un tiempo que conjuga
azares y hace enfocar los libros que llevan décadas escribiendo. A este tiempo oportuno le
decían los griegos kairós, un tiempo que no participa del discurrir inminente y devorador de
los días, Kronos. A este tiempo oportuno se suma lo que a veces sucede cuando un autor se
muda de casa editorial: gana nuevo empaque, fuente, diseño, interlineado, caja, portada…
algo sucede con el contenido, como si este fuese susceptible a la forma que lo ordena, que
lo muestra. No cabe duda, distintas ediciones procuran distintas lecturas de un mismo libro.
Las editoriales enmarcan.

El escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya se ha mudado de Tusquets, editorial que


lo publicó por muchos años. Llega —flamante— a Penguin Random House, que irá
publicando el conjunto de su obra. Hasta ahora son tres los títulos salidos de imprenta:
Moronga, la novedad, El ascoy La diáspora, todos en el sello Literatura Random House.
La última viene a ser novedad ya que por primera vez se publica fuera de El Salvador natal
del autor.

Una asimetría irónica, La diáspora(Literatura Random House, 2018) no había conocido


lectores allende las fronteras donde fue publicada, aunque fue escrita en Tlayacapan,
México hace tres décadas. Las distorsiones de toda clase son el resultado necesario en
aquellas sociedades que echan a andar procesos revolucionarios. Y hace tres décadas
Centroamérica era un hervidero de hombres nuevos. De este caldero surgen los personajes
de Castellanos Moya.Y son seres rotos, quebrados en su fuero interno, si se quiere,
expulsados por el tiempo quebrantado; porquetodo proceso revolucionario es un intento
infructuoso por corromper el curso de los acontecimientos, es un atentado a la realidad que
implosiona hiriendo a todos con su onda expansiva. Los personajes de La diásporaserán
masticados por Kronos mientras el autor, en este caso, ha sido tocado por el tiempo
oportuno de la literatura.

La revolución la chingó
De San Salvador a Managua, de Managua a Ciudad de México, cada militante fuera del
epicentro del conflicto armado será la prueba de dos fracasos: el revolucionario y el propio.
Porque pronto se darán cuenta de que la impersonalidad de los llamados «procesos
revolucionarios» cobra víctimas con nombres y apellidos; la concreción de la violencia.

Juan Carlos, el revolucionario desencantado, tocado en lo más profundo por la desilusión,


por el descubrimiento —¡qué candidez!— de que el poder corrompe y que no hay
ideologías redentoras, quiere emigrar a Canadá y quizás dedicarse a los estudios con la
ayuda de los organismos internacionales.

Rita, funcionaria de ACNUR, encargada de facilitar los convenios y planes de reubicación


de perseguidos políticos, argentina huida de la dictadura de Videla, es tan bella como
esquiva, será la conquista frustrada de Juan Carlos.

Carmen, quien vive en D.F. con Antonio, y quien fue integrante del Partido, recibe a Juan
Carlos en su exilio, le da casa y cobijo y no tardará en ofrecerle cama; y es que Carmen ha
sido fiel a la militancia pero no lo puede ser de su marido Antonio, como si hubiese una
fuerza superior que siempre la llevase de regreso a las acciones políticas guerrilleras,
amatorias.

Quique López, un joven entusiasta revolucionario que sueña con poder regresar a la lucha
en El Salvador —esta vez armado—, trabaja en la agencia de noticias del Partido en
México, se desborda de emoción cuando le comunican su próximo regreso a la balacera
revolucionaria.

Jorge Kraus, el periodista argentino que ha escrito bestsellerssobre conflictos


revolucionarios mundiales y está por escribir otro sobre la guerrilla centroamericana,
militante de izquierda, se fue ganando el abrazo de los grupos revolucionarios, ha vivido
cómodamente de «echar el cuento», un personaje fascinante, un chanta que se codea con la
militancia zurda y es visto como un «compañero de camino», uno de tantos que
acompañaron aquellos delirios desastrosos.
Esta diáspora pulula por Ciudad de México viviendo un tiempo fuera del tiempo, el de una
inutilidad no reconocida, el de un estancamiento tan estéril como la propia lucha
revolucionaria: «(…) ¿A qué regresaría a El Salvador? Ese país está maldito. No tiene
salida. La revolución ya la chingó?», dice un personaje en un momento de lúcida
resignación.

Con un estilo desprovisto de aspavientos, provocativo, filoso como una hojilla, recio, cada
línea de Castellanos Moya cuenta, dice, señala, denota la complexión de la violenciay da
cuenta a su vez de la onda expansiva de las ideologías que, como las bombas nucleares al
estallar, solo deja sombras de las cosas. Esta diáspora es la sombra de la militancia política
cuando es revolucionaria, cuando se pierde la conciencia del valor de la vida ajena y la
propia por querer fungir de ingeniero social. Estos personajes se acercan al absurdo, y
muchos de ellos al ridículo, aunque el narrador (o autor ¿cómo saberlo?) procura cierta
piedad en la severidad: los deja a su libre devenir triste y apocado. La apoteosis de La
diáspora, donde Castellanos Moya muestra una destreza técnica magistral e inusual para
una primera novela, se desarrolla en una escena de las últimas páginas en las que reúne a
todos los personajes durante una fiesta y, desde la perspectiva de «El Turco», un músico
despechado de la revolución, da cuenta de la incapacidad de asimilar las miserias, la
desesperación, la desilusión. El fracaso ha calado hondo. Entre tragos y canutos de
marihuana, El Turco, como si fuese el trazo que une los puntos y deja ver la figura en los
cuadernos de pasatiempos, va acercándose a sus compañeros militantes, molestándolos con
un cinismo insoportable para ellos, y mostrando la figura que se esconde o disipa cuando no
están juntos: el desarraigo, la pérdida, la ausencia de sentido vital.

Un sentido que estalló en el mismo momento en que los líderes de la lucha armada y
máximos dirigentes de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL), Mélida
Anaya Montes, alias «Ana María», y Salvador Cayetano Carpio (Marcial), fueron víctimas
y victimarios de la revolución que pretendían: aquella asesinada a cuchillazos por orden de
Marcial, y el suicidio de este al descubrirse el crimen. Además, el asesinato de Roque
Dalton por balas disparadas desde el FMLN. Estas tres muertes no fueron leídas como
signo de la decadencia, como manifestación de una naturaleza violenta e implacable que
alienta a todas las revoluciones: ningún personaje puede lidiar con el resquebrajamiento del
partido al que han entregado sus vidas y la debacle moral que conlleva.

Es esta novela el embrión de lo que desarrollará Castellanos Moya en toda su obra: la


violencia como sustituto del tejido social, las consecuencias colectivas y personales de las
insurrecciones armadas,de las revoluciones pretendidamente redentoras que no acaban con
las injusticias sino que las recrudecen, la violencia que se incrusta en todos los ordenes
sociales hasta habitar la más privada intimidad y como un virus, hacerse resistente a todos
los anticuerpos. La diáspora, leída hoy, a treinta años de haber sido escrita, cuando
Centroamérica ha logrado ser dirigida por aquellos derrotados, cuando Latinoamérica ha
padecido más de una década de progresía abominablemente resentida, canallesca, corrupta
y vil, es como entrar en un bucle de la Historia, es como si esos seres desamparados que
creyeron encontrar en la revolución un fin a sus existencias, repitiesen el pasado nunca
devenido, como si, mientras los devora Kronos, creyesen que están salvando al mundo. La
voluntad de ceguera —o estupidez— también puede ser una forma de malignidad.

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