Anda di halaman 1dari 3

Todos coludos o todos rabones

Por Galligato Râvi

Así es. Ha leído bien el título, estimado lector. No se trata de otra frase dominguera de las
conferencias mañaneras del señor presidente o los reclamos de Trump a la Eurozona por
concepto de planes de defensa fuera de la OTAN. De lo aquí vamos a hablar es de todo eso
y nada. Ésta última no se deberá entender como el abyecto horror vacui aristotélico, sino
como la vacilación histórica de la época contemporánea.
Para los historiadores, de antaño (porque los de hoy ya parecen más histeriadores),
los cambios políticos y militares cambiaban la pauta a la hora de establecer cortes de caja
temporales. Si le cortaban la cabeza al Patriarca de Constantinopla, entonces eso significaba
el fin de la Edad Media. Si le cortaban la cabeza al rey de Francia, entonces eso significaba
el fin de la Edad Moderna. La historiografía decimonónica se empeñó en abrirse paso de por
medio, para resignificar a la Historia, en una línea de progreso que no podía dejar dudas ni
al mismo Santo Tomás.
No fue sino hasta el siglo XX, cuando nos empezamos a dar cuenta de las múltiples
disrupciones, en espiral, que no siempre embonan con la última pieza del rompecabezas.
Bachelard demostró, por ejemplo, que los avances científicos del renacimiento eran deudores
tanto del neoplatonismo como de la misma escolástica a la que juraron combatir. A la escuela
de Frankfurt le debemos la investigación interdisciplinar que dio a luz a la dialéctica negativa;
es decir, aquello que presenta una contradicción entre la razón y la realidad.
Por si eso no fuera suficiente, se atravesaron una revolución rusa, dos guerras
mundiales, una guerra fría y cinco goles polémicos en finales de Copa del Mundo. Con todo,
aún viviendo en la etapa de la posverdad, donde lo que se dice en redes sociales puede aspirar
a un nuevo modelo epistemológico, seguimos empeñados en sostener nuestra fe en la
democracia a la moda parisina de 1789. ¿Por qué?
Por un lado, porque se sigue construyendo una idea maniquea de la Historia a nivel
universal. En donde el discurso de catarsis vence lo imposible y e impone la primacía de la
justicia. Es la memoria de sanación que llevamos a rastras, a diario, cada vez que escuchamos
a los Scorpions con Wind of Change o aplaudimos un discurso xenófobo de Marine Le Pen.
El Occidente se ha configurado como un ámbito donde el mainstream es el rey del salón de

1
clases y todos debemos ajustarnos a su capricho. No es que la Historia la escriban los
vencedores, ni falta que les hace. Sólo se dedican a ligar con la misma fórmula de siempre,
y entonces, el boca en boca termina el resto.
Por otro, se ha vendido al voto como la panacea de todas las plagas bíblicas. Si el
faraón hubiera sufragado, es casi seguro que no habría sufrido una dermatitis atópica por esas
malévolas ranas del partido liberal. La retórica representativa le da prioridad a la forma de
transmitir el mensaje, en vez del contenido. Según las estadísticas de varios periódicos de
circulación nacional, para las elecciones de 2012 un alto porcentaje de hombres y mujeres,
en un municipio del Estado de México (omitimos el nombre por decencia editorial), votó por
el candidato Peña Nieto porque hablaba bonito.
Alrededor de las campañas electorales aparecen un sinfín de necesidades que
garantizan la permanencia de “la idea” a través del casete de la abuela; que tanto nos dormía
y que sin embargo recitábamos de memoria: slogans, actos públicos, debates de alto rating,
camisetas conmemorativas, fotografías con las celebridades, hasta las bendiciones del papá.
Sin embargo, la construcción de un discurso, que Gramsci agradecería, para poner en relieve
la retroalimentación que cualquier gobierno necesita para mejorar, brilla por su ausencia.
Esfuerzos para revertir esta situación sí fueron activados. Sería hipócrita negarlo.
Verificado Mx se dio a la tarea de desmentir o afirmar todas las ocurrencias y/o chistes de
los candidatos presidenciales, asesores, diputados, la corte, etc. El medio se preocupó por el
contenido del mensaje y trató de filtrarlo para lograr una asimilación de las propuestas mejor
informada. También apareció Marichuy en una consulta para aparecer en la boleta,
representando la promesa de un país que para la clase media acomodada es un fantasma
trasnochado de la Revolución Mexicana. Los “de abajo” no se han cansado desde entonces y
han seguido señalando los abusos que comete el poder central hacia sus comunidades.
En un país, donde el atraso tiene a más de 50 millones de mexicanos hundidos en
pobreza extrema, no nos podemos dar el lujo de ser una sociedad despolitizada. Y de ahí no
salimos. El voto ha coptado mediante programas sociales las principales redes clientelares de
base popular y también la puesta en acción cooperativa. Nos ha vuelto ociosos, casi podría
decirse indolentes. No estamos siendo capaces de superar la fase de representatividad, para
pasar a la de participación.

2
El valor de una democracia actual debería fincar sus posibilidades en la disrupción.
No como un medio destructivo para alterar la continuidad de un proyecto gubernamental,
sino para tejer un espectro con sentido crítico. Este proceso no puede ni debe pertenecer en
exclusiva a los poderes establecidos en la Constitución. Por obvias razones, tampoco sería
sano descubrir que el gobierno de las mayorías por las minorías se constituyera a sí mismo
como una dictadura. La razón no puede adscribirse a belleza de la retórica, sino a la
deconstrucción incluso de nuestras propias verdades evidentes. Cuestionar la realidad no
debería ser un “ningún chile les embona”, sino desarticular la idea de poder como autoridad
para ponerla a prueba mediante la empatía anti individualista.
La igualdad, fraternidad y legalidad no son conceptos ahistóricos. Obedecen a un
contexto determinado en el que estaba claro que el sistema de dominación imperante suprimía
cualquier tipo de réplicas y veía, además, su posibilidad hegemónica de cancelar derechos
fundamentales. En este momento, los tres vienen a cuento porque son parte de las agendas
de partidos de todas las tendencias políticas. El juego del elector ha caído en la lógica de los
comodines de la baraja que nadie quiere, sin embargo, todos los exigen porque si no hay,
alguien está contando cartas o votos de más. El asunto es que, a los ciudadanos, de a pie, no
se les invitó a jugar, y a un puñado sí.
El fracaso asoma. El partido ni se ha jugado. Si ha de haber cambios duraderos,
tendrán que suceder con inversiones a largo plazo. La retórica política no se puede ofrecer a
pagos chiquitos, y los bonos de la historiografía tampoco. Ésta tiene la obligación de observar
lo que está sucediendo allá afuera, salirse del salón y darse un poco de aire. Los gobiernos
no cambian desde el púlpito, salvo en contadas ocasiones cuando aparece un líder carismático
a la Max Weber y nos arrastra al infierno. Se tendría que decir entonces y se dijo. Si la
realidad no casa con la teoría, entonces algo estamos haciendo mal.
La Historia es el caldero de Merlín. A diario se escriben y se cocinan las estructuras
que nos están definiendo como inconsciente colectivo. La pócima resultante, además de
amarga, debe contener los ingredientes del caos y sus efectos diarreicos en nosotros. Necesita
ser capaz, también, de romper con la olla, si es que ésta ya no se acomoda a su pútrido sabor.
Después de todo, hasta que Godzilla no pruebe el mejunje, a lo mejor ni siquiera tendremos
que destapar el escusado; junto con las consecuencias de sus desperdicios para el cambio

climático y recortes al estímulo fiscal del papel de baño. FIN.

Anda mungkin juga menyukai