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Tengamos hábitos para vivir mejor

... La cara, orejas y los pies,


las manos antes de comer,
los dientes vienen después
y arreglar tu cuarto bien...
Es hora ya de acostarse,
vámonos a descansar,
pero antes hay que lavarse
y los dientes cepillar.
Buenas noches, buenas noches, buenas noches
Canción de televisión

Reflexionemos y compartamos
 ¿Cómo aprendió y cuáles fueron sus hábitos en la niñez?
 ¿Los transmitiría a sus hijos/hijas?
 ¿Qué hábitos de comidas o de sueño tiene en casa?
 ¿Su familia tiene hábitos de participación para todos?
 ¿Qué opina de la frase la familia que come unida permanece
unida?

Consultemos y debatamos
Cuando en el hogar se establecen modos de hacer las cosas, lugares
y horas fijas para algunas actividades que tienen que ver con la
organización de la vida familiar, se da un paso trascendental en la
educación del niño y la niña. Estos hábitos se forman por
repetición.
Cuando vemos un espectáculo musical, una orquesta o una banda,
nos maravillamos de que cada uno conoce bien su parte, sabe cómo y
cuando intervenir y también cuando acabar. Igual pasa en la vida
familiar. Cada uno debe conocer los hábitos de la familia y participar
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en sus actividades, haciendo lo que le corresponde. Así, los hábitos


nos ayudan a vivir mejor.
Si el niño vive en un ambiente en el que los miembros de la familia
tienen una rutina para cada cosa, que son costumbres
compartidas, como lavarse los dientes y las manos, saludarse,
acariciarse, hacer ejercicio, ayudar en el arreglo de la casa, aprenderá
estos hábitos sin necesidad de que los adultos se esfuercen
demasiado por inculcárselos.
Aprender es asimilar conductas que resultan de la experiencia o
de la simple repetición de un acto. Puede ser por imitación, con lo
cual el niño copia lo que ve hacer al otro y adopta como propios los
valores, actitudes y comportamientos de aquellas personas a quienes
admira y ama. Formar hábitos significa enseñar al niño a satisfacer
sus necesidades según cierta organización, siguiendo un orden y un
horario establecidos con anterioridad y que son compartidos con él.
Así, va aprendiendo lo que se espera de él y lo que él puede esperar
de su ambiente, con lo que se evitan situaciones diarias que pueden
causar malestar en el hogar.
Si el niño aprende, por ejemplo, que después de comer, lavarse los
dientes y ponerse la piyama se aproxima la hora de dormir, estará
preparado para ello y será más fácil llevarlo a la cama. Se sentirá
mucho más tranquilo y le será más fácil cooperar en estas
actividades. Poco a poco irá haciendo suyo este orden de acciones y
se acostumbrará a él.
Sin embargo, estos hábitos o buenas costumbres no deben ser
rígidas, necesitan cierta flexibilidad. Cuando la rutina vaya a
cambiar por algún motivo, comuníqueselo al niño con anticipación:
hoy vendrán a comer los abuelos, tenemos que terminar de jugar
más temprano y preparar la mesa para la comida.
Los niños necesitan saber qué deben esperar y tener tiempo
suficiente para moverse entre actividades. Anunciarles que pronto
deben terminar la actividad a la que se dedican les permite acabarla
tranquilamente, guardar lo que sea necesario y empezar la actividad
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siguiente de manera calmada y sin presiones, lo cual es una manera


respetarlo.
Los hábitos que va adquiriendo por la repetición de actividades en un
ambiente feliz le proporcionan estabilidad, garantizan el
funcionamiento normal de su cuerpo y la satisfacción adecuada de
sus necesidades. Todo ello le permite crecer y desarrollarse
normalmente. Pero, además, la formación de hábitos proporciona
al niño otros aprendizajes fundamentales.
La familia es el mejor modelo para el desarrollo de las
preferencias y hábitos alimentarios. También lo es en el
comportamiento y los modales en la mesa. Cualquier alimento
aceptado o rechazado por algún miembro de la familia, así como la
actitud asumida en la mesa, será imitada por los niños. Por ejemplo, a
veces los padres nos quejamos de que el niño no es muy aficionado a
las verduras y sopas; no obstante, con frecuencia su actitud se debe a
que ha visto ese comportamiento en nosotros, sus guías de crianza.
Además, el niño tiene derecho a tener sus gustos y manifestar
sus preferencias y necesidades. Es necesario que los alimentos
sean variados, su presentación atractiva y que sean nutritivos. Los
niños comen a su propio ritmo, y algunos más que otros. Comer ha de
ser siempre un placer y no un deber.
El momento de la comida debe ser una experiencia compartida en
familia, en horarios regulares y en el sitio destinado para comer;
debe transcurrir de manera agradable, en un clima emocional
tranquilo, libre de presiones y chantajes, evitando conflictos y
sobornos para obligar a los niños a comer. Es un gran momento para
tener una conversación agradable y compartir las experiencias del
día.
El niño en el primer año inicia el aprendizaje de comer solo; en esta
época, los alimentos deben consumirse, fundamentalmente, con
cuchara, no con la mano; en el caso de las bebidas, en vaso. Poco a
poco se irá haciendo hábil en el uso de los otros implementos. Así se
favorece su independencia y un sentimiento de confianza en él mismo
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y en sus capacidades. Cuando se hace por el niño algo que está


en capacidad de hacer por él mismo se le está negando una
oportunidad de aprendizaje.
Mientras se come no es prudente hacer otras actividades, como jugar
o ver televisión. De esta manera, el niño no sólo se alimenta, sino que
al dedicarse a una actividad a la vez desarrolla su capacidad de
atención. Además, las comidas son momentos para compartir y
dialogar.
Para que el niño goce de buena salud es necesario enseñarle algunos
hábitos de higiene, entre ellos el baño diario, lavarse las manos
antes de comer o después de ir al baño, cepillarse los dientes y usar
la seda dental después de cada comida, explicándole por qué son
necesarias estas costumbres.
Inicialmente, mientras una actividad se convierte en un hábito,
el niño necesita compañía y supervisión, por lo que es necesario
acompañarlo a lavarse los dientes inmediatamente después de cada
comida, ayudándolo y estimulándolo por este buen hábito. Estas
conductas deben ser razonadas; debemos explicarles, por ejemplo,
que el cepillado evita las caries. En cuanto a asumir estas diversas
actividades, hay niños rápidos, otros lentos. En la medida de lo
posible debemos respetar su ritmo.
Cuando se inicia el entrenamiento en el sanitario o en la bacinilla para
el control de la orina y la defecación, hacia los dos años, el niño
aprende sobre su cuerpo, asimila costumbres sociales, empieza a
conocer las diferencias de sexo, y, además, se encarga de su higiene
personal.
Durante este aprendizaje es necesario compartir, transmitir al niño
una actitud positiva, teniendo en cuenta no causarle vergüenza o
humillación ni presionarlo y, más bien, ser tolerantes y comprensivos.
Hay que animarlo con la atención, paciencia y reconocimiento de sus
logros.
La cantidad de horas de sueño que cada niño necesita depende de
la edad y la calidad de la actividad que desarrolla. La falta de sueño
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produce cansancio, irritabilidad, especialmente en los más pequeños.


Algunos padres pretenden que los niños no duerman durante el día
para que se acuesten temprano, pero los menores necesitan cierto
tiempo de reposo para descansar y recuperar su capacidad de acción.
Debe seleccionarse un lugar y hora regular para dormir, que
deben mantenerse hasta donde sea posible. Los niños deben ir
adquiriendo paulatinamente la costumbre de dormir en una cama
diferente a la de sus padres, preferiblemente en otra habitación.
Esto favorece su autonomía, la privacidad de la pareja y evita
dificultades posteriores.
Si durante la noche el niño despierta y va a la cama de los padres,
debe llevarse de nuevo a su cuarto y acompañarlo en su cama,
recordándole que estaremos cerca mientras él duerme.
Dormir es un hábito que se aprende mediante ciertas rutinas,
por lo que debe crearse un ambiente relajado y seguro para antes de
hacerlo, fijando una rutina diaria que sea tranquila y constante, que
puede incluir una lectura, música suave o el frote de la espalda del
niño.
Alrededor de los seis meses el niño está en capacidad de dormir
periodos largos durante la noche, sin tener que levantarse a comer.
La mayoría duerme toda la noche a los nueve meses de edad. Todos
los niños, por lo general, se despiertan brevemente durante la noche.
Su hijo debe aprender a dormirse solo. Si se acostumbra a estar en
brazos para dormirse es posible que cada cuatro horas llore y
necesite que lo carguen de nuevo. En los primeros meses es bueno
relajarlo y arrullarlo, pero al ponerlo en su cuna debe estar aún
despierto. No es conveniente que se duerma en brazos de los padres
o en otra cama y luego se despierte en su cuna, pues esto puede
darle una sensación de engaño e inseguridad.
El seno o el biberón no deben usarse para hacer dormir al niño, pues
esto puede hacer que incluso en la noche necesite ser
alimentado para volverse a dormir; evitando así que adquiera
buenos hábitos de sueño y perturbando durante meses, e incluso
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años, su sueño y el de sus padres. Al acostarlo hay que hacerle saber


que es hora de dormir, crear un ambiente tranquilo, susurrarle,
cantarle, darle un masaje, acariciarlo suavemente, bañarlo y darle de
comer por última vez antes de dormir.
Es probable que a veces se mueva en su cama, se despierte o
llore un poco. Revise que todo esté bien, pero no acabe de
despertarlo ni lo alimente de inmediato, pues seguramente
encontrará la manera de volverse a dormir: tal vez se chupe el dedo o
acaricie su cobija para encontrar acomodo. Debe aprender a
dormirse, a calmarse a sí mismo durante la noche, lo que es la
base de su independencia futura.
Los padres y los hermanos mayores también necesitan
dormir. Si se quedan toda la noche arrullando en repetidas ocasiones
al niño o dándole de comer varias veces alterarán su propio patrón de
sueño, lo que va a llevar a cansancio durante el día, sensación de
enojo, problemas matrimoniales y menos rendimiento en las labores
del hogar o del trabajo. La hora de siesta del niño, en lo posible, no
debe ser la de hacer las labores del hogar: descanse cuando el
niño lo hace.
Los hábitos de sueño pueden verse afectados por cualquier
cambio en la rutina diaria. Los días muy agitados, cuando se sale
de paseo o se ha tenido visita en casa, pueden hacer que el niño
tenga más dificultad para dormirse a la hora de siempre, pero la hora
acostumbrada para acostarse debe mantenerse, en lo posible.
Los patrones de sueño cambian con la edad y el desarrollo.
Empezar a gatear o caminar puede poner inquieto al niño, sobre todo
al final del día. Él se preguntará, ¿por qué ir a dormir si estoy
aprendiendo tantas cosas nuevas? Sin embargo, la rutina debe tratar
de mantenerse siempre. Pueden cargarlo, darle de comer y luego
ponerlo en la cuna y esperar un rato con él, en silencio, sin buscarle
más juego. Si a esa hora los padres están cansados y de mal humor
deben calmarse primero, pues si cargan al niño estando nerviosos o
enfadados él lo sentirá y puede tardar más en dormirse.
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Cuando el niño empieza a pararse en su cuna, aproximadamente al


año de edad, se le debe detener suavemente para que siga acostado,
explicarle que es de noche, hora de descansar, y aunque quizá se
enfade, no se le debe sacar de allí: pronto se convencerá de que no
queda más remedio que dormir.
Entre el año y los dieciocho meses, la mayoría de los niños deja de
hacer siesta en las mañanas, aun cuando continúa haciendo en la
tarde hasta los tres o cuatro años. No es conveniente que la siesta de
la tarde dure más de tres horas ni que acabe cuando empieza a
anochecer, pues esto podría dificultar que el niño se duerma
temprano en la noche.
Alrededor de los dos años, los niños se vuelven más autónomos, lo
que puede llevar a luchas a la hora de acostarse. Los padres deben
fijar límites y establecer reglas claras para la hora de dormir.
Las rutinas ayudan al niño a reconocer que se acerca la hora de ir a la
cama, pero sólo funcionan si se respetan la mayoría de las veces.
Cuando el niño tiene dos años y puede bajarse de la cama debe
impedirse que ande solo por la casa en la noche, pues puede ser
peligroso. Hay que estar atentos, acudir cuando llame, asegurarse de
que todo anda bien, calmar y, si es necesario, acompañarlo un rato y
darle lo que requiere; pero no permitir que se pase a la cama de los
padres.
A partir de los dos años el niño puede disfrutar mucho cuando alguno
de sus padres o un adulto significativo le cuentan o le leen un
cuento cuando ya está acostado. Los padres pueden pasar por el
cuarto del niño antes de irse a dormir, para asegurarse de que todo
esté bien
Algunos niños en edad preescolar pueden tener temores durante la
noche o sufrir pesadillas. Es prudente acompañarlos, mostrarles
que no hay fantasmas ni monstruos en el armario o debajo de la
cama, sin burlarse, y decirles que cuentan con sus padres para
hacerlos sentir seguros. Cuando su hijo despierte asustado por alguna
pesadilla, vaya a su cuarto lo más pronto posible, acompáñelo,
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abrácelo, al sentir la presencia de los padres se calmará y volverá a


dormirse pronto.
Ciertas situaciones que generan estrés, como el ingreso a la
escuela, el cambio de casa o el nacimiento de un hermano pueden
aumentar las pesadillas. Para disminuirlas hay que procurar que el
niño se sienta tranquilo, seguro y relajado mientras esté despierto;
para esto puede ser útil prohibir que vea programas de televisión con
escenas de violencia o terror, evitar que presencie discusiones entre
los padres, contarle un cuento tranquilo o cantarle.
El niño debe ver su habitación y su cama como un sitio para
dormir, que le traerá sensaciones agradables; por ello, la cama
debe estar siempre limpia y arreglada. En lo posible, la habitación
debe tener una decoración sencilla, ser de ambiente tranquilo y ojalá
que no sea el sitio donde se ve televisión. Nunca debe mandarse al
niño a la cama como castigo, pues se echaría a perder todo el
esfuerzo de lograr un buen hábito para dormir al relacionar su pieza
con algo desagradable.
Como se ha dicho, los hábitos se aprenden por imitación. Si en la
familia los padres piden siempre las cosas con un por favor y dan
las gracias, el niño aprenderá las rutinas de convivencia de manera
natural. Si en la familia se vive un ambiente de respeto y
consideración, aprenderá a interesarse por los demás.
Debemos procurar llegar a casa a una hora en que el niño aún esté
despierto. Es indispensable que a medida que crece se le vayan
dando pequeñas responsabilidades según sus capacidades: llevar
la ropa sucia a su lugar, guardar sus juguetes cuando ha terminado
de jugar, entre otras, intentando que sea una actividad del día a día
para que se convierta en un hábito.
Tener pequeñas responsabilidades aumenta en el niño su sensación
de ser capaz, su autonomía, además de ser una excelente
herramienta en la construcción de la disciplina. Estos hábitos no
excluyen ciertas variaciones pues tampoco deben ser normas rígidas.
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Para un buen desarrollo infantil es necesario el acompañamiento de


los adultos significativos para el niño. Estos adultos deben ser
flexibles para responder a sus necesidades, además de amorosos y
comprensivos para establecer normas claras respecto a lo que le
exigirán y hasta dónde lo acompañarán.

Comprometámonos y evaluemos
 Seamos constantes, para que los hábitos se adquieran por medio
de la repetición.
 Respetemos las rutinas del niño/niña procurando hacer las
actividades de la misma manera y a la misma hora, para que se
acostumbre.
 Inculquemos en nuestro hijo buenos hábitos de salud, higiene y
alimentación.
 No perdamos la paciencia. Cuando se está aprendiendo algo, las
cosas a veces resultan bien y en ocasiones mal.
 El niño aprende más fácilmente imitando lo que nosotros, sus
cuidadores, hacemos. Recordemos que el ejemplo es la mejor
manera de inculcar hábitos saludables.
 Acompañemos y supervisemos, firme y cariñosamente, a nuestro
hijo en la ejecución de las actividades que deseamos que se
conviertan en hábitos.
 No hagamos dormir al niño en nuestra cama.
 Carguemos y arrullemos a nuestro hijo, cuidando de que no se
acostumbre a dormirse en brazos.
 Procuremos acostar siempre a nuestro hijo a la misma hora.
 Atendamos a nuestro hijo cuando llore en la noche, calmándolo si
tiene miedo o tuvo una pesadilla.
 Contemos o leamos un cuento a nuestro hijo cuando esté
acostado, acompañándolo un rato para que se duerma tranquilo.
 No permitamos que se levante en la noche, regresándolo a su
cama las veces que sea necesario, con cariño, pero con firmeza.
 Mantengamos limpia y arreglada la cama de nuestro hijo.
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 Nunca mandemos a nuestro hijo a la cama como castigo.


 No utilicemos la televisión como arrullo para dormir a nuestro hijo.

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