1. EVOLUCIÓN HISTÓRICA.-
El derecho de las obligaciones es considerado como una de las herencias más propias del
Derecho Romano. Como bien se ha señalado, esta materia es acaso la más teórica y
abstracta de todas las demás partes del derecho; lo cual ha permitido que Planiol y Ripert
expresen, con todo acierto, que ella forma parte del dominio de la lógica jurídica. Sus
reglas aplican razonamientos de pura lógica, al punto que muchos autores la consideran
como “La ratio escrita".
Por esta misma razón es que en el derecho de las obligaciones se observa una menor
mutabilidad y, por ende, una mayor persistencia de los rasgos generales del Derecho
Romano.
Es en la época romana en que se profundiza el estudio del Derecho de las Obligaciones,
creándose las bases de la teoría general de las mismas. Sus estructuras se organizan y se
crean sus instituciones, cuyas concepciones esenciales se mantienen hasta hoy.
Como muy bien señala, Bigot de Preameneu: “Tal es el orden admirable de la Providencia,
que no hay necesidad para regular todas las relaciones, sino de ajustarse a los principios
que se hallan en la razón y en el corazón de todos los hombres. Es ahí, en la equidad, en la
conciencia, donde los romanos han encontrado ese cuerpo de doctrina que tornara en
inmortal su legislación”. La obra de los jurisconsultos romanos alcanzó un máximo de
perfección lógica y de extraordinaria técnica que destacan, en especial, en el derecho de
las obligaciones.
La teoría de las obligaciones fue reconstruida, desde el siglo XV hasta el XVIII, con
materiales romanos, pasando luego al Código Civil Francés, y de éste a los modernos
códigos.
Sin embargo, en oposición a la tendencia del corte individualista del Derecho Romano,
nuestros codificadores han requerido permeabilizar dichos principios dejando ingresar en
el campo de las obligaciones la importantísima finalidad social del derecho; para lo cual ha
sido necesario mantener como constante el principio de equidad que debe regir las
relaciones humanas en su comportamiento dentro de la sociedad.
Planiol, Marcel y Ripert, señalan “Es absolutamente exacto que la materia de las
obligaciones es acaso la más teórica de todas las partes del derecho, formando el dominio
principal de la lógica jurídica. El carácter abstracto de las formas, la facilidad que ofrecen a
la discusión y a los razonamientos de pura lógica, prestan a esta parte del derecho una
característica especial. Pero hay que mantenerse en guardia frente a la tendencia
existente a razonar de un modo estrictamente lógico, contrario a la finalidad social de la
legislación; especialmente el intérprete del derecho requiere espíritu de observación y de
equidad".
Por ello, no debemos pensar que el derecho de las obligaciones constituye una disciplina
inmutable del derecho y que sus reglas son permanentes. Se han producido
transformaciones, aunque debe reconocerse que ellas han ocurrido en forma lenta. Los
cambios tienen que darse desde que las obligaciones no hacen sino recoger las relaciones
sociales, económicas, morales y políticas entre los hombres. “En realidad, la teoría de las
obligaciones no es más que la traducción jurídica de las relaciones económicas y morales
entre los hombres. Por tanto, es forzoso que ha de sufrir las consecuencias de la evolución
de esas relaciones”.
“Si bien la técnica de la obligación conserva mucho del Derecho Romano, no hay que
olvidar la obra de los canonistas en la formación de la teoría de los contratos.
Actualmente, en muchas cuestiones ardientemente discutidas, notamos la influencia de la
regla moral esforzándose por ser reconocida como regla jurídica” (Planiol).
La revolución industrial de los siglos XVIII y XIX, los rápidos avances científicos y
tecnológicos que se han producido desde principios del siglo XX, así como los cambios
sociales ocurridos en la últimas décadas, siguen dando lugar a evoluciones no del todo
previstas que hacen necesaria una revisión constante de las normas jurídicas, lo cual
alcanza también al derecho de las obligaciones.
5. DEFINICIÓN DE LA OBLIGACIÓN.-
Antes de entrar a la definición de la obligación, es preciso conocer cuál es el origen
etimológico de la palabra. Esta tiene su origen en la palabra latina “Obligare” que, a su vez,
recoge los vocablos “ob” y “ligatio”. La preposición “ob” tiene varias acepciones: delante, a
causa de, junto o cerca de, alrededor de; y “ligatio” que significa ligar o atar. Es así, pues,
que la obligación supone sujeción, sometimiento, ligamen, atadura de algo que limita a la
persona sujeta a ella.
La definición que ha servido de base a toda la doctrina es la contenida en las Instituías de
Justiniano (III, tit., 14) que expresa: “obligatio est iuris vinculum quo necessitate
adstringuimur alicuius solvendae rei, secundum nostrae civitatis iure”; cuya traducción
más usual es: “La obligación es un vínculo de derecho por el que somos constreñidos con
la necesidad de pagar alguna cosa según las leyes de nuestra ciudad”. Esta definición dio
lugar a una más simple y conocida en los tiempos antiguos y modernos que reza: “La
obligación es un vínculo de derecho por el cual somos constreñidos a dar, hacer o prestar
algo”.
Entre las definiciones dadas por los autores contemporáneos podemos citar la definición
de Giorgi, quien expresa que la obligación es: “El vínculo jurídico entre dos o más personas
determinadas, en virtud del cual, una o varias de ellas (deudor o deudores) quedan sujetas
respecto a otra u otras (acreedor o acreedores) a hacer o no hacer alguna cosa”. Larenz
expresa que: “Relación de obligación es aquella relación jurídica por la que dos o más
personas se obligan a cumplir y adquieren el derecho a exigir determinadas prestaciones”.
Para Borda: “La obligación es el vínculo jurídico establecido entre dos personas (o grupos
de personas) por el cual una de ellas puede exigir de la otra la entrega de una cosa o el
cumplimiento de un servicio o una abstención”.
De Ruggiero considera la obligación como “La relación jurídica, en virtud de la cual una
persona (deudor) debe una determinada prestación a otra (acreedor) que tiene la facultad
de exigirla, constriñendo a la primera a satisfacerla”.
La utilización del término “vínculo” tiene el inconveniente que sólo contempla la
obligación como deuda, como “debitum", cuando con mayor propiedad debe utilizarse el
término “relación” que sí tiene la ventaja de ser más amplio y comprensivo, por cuanto
incluye el concepto de crédito (“creditum").
De allí que LARENZ defina no la obligación sino la relación de obligación (u obligatoria):
«Relación de obligación es aquella relación jurídica por la que dos o más personas se
obligan a cumplir y adquieren el derecho de exigir determinadas prestaciones» (16).
Siguiendo esta línea, pero enriqueciéndola, Luis DIEZ PICAZO y Antonio GULLON señalan
que «como situación de dos polos, la "obligación" es una relación jurídica (relación
obligatoria). La relación obligatoria es un cauce o un instrumento para que las personas
puedan realizar actividades de cooperación social y, más concretamente, para que puedan
intercambiar bienes y servicios», agregando que puede definirse la obligación diciendo que
es «la relación jurídica establecida entre dos personas y dirigida a que una de ellas obtenga
determinados bienes y servicios a través de la cooperación de otra, o bien al intercambio
reciproco de bienes y servicios mediante una reciproca cooperación» (17).
El Código de 1852 señalaba cinco fuentes de las obligaciones, siguiendo el criterio del
Código Civil trances que reconoce las cinco siguientes: la ley, el contrato, el cuasicontrato,
el delito y el cuasi-delito.
El contrato era convención expresa, mientras el cuasicontrato era la convención tacita que
dicho Código definía como: “Los hechos lícitos, por los cuales quedan los hombres sujetos
a una obligación, en virtud de un consentimiento presumido por equidad». Estos eran,
como en el derecho trances, la gestión de negocios, el pago de lo indebido, algunas formas
de co-propiedad (como el caso de condominio producido sobre el patrimonio indiviso de
una persona a la que se ha heredado); ciertas obligaciones que derivan del contrato de
seguro (como aquellas que se tratan hoy en las estipulaciones en favor de tercero).
Por último, la ley era la quinta fuente de las obligaciones, la cual, como bien indican
PLANIOL y RIPERT, resulta incuestionable ya que todas las obligaciones derivan de la ley,
que es en definitiva la que las sanciona. «Esta clasificación ha sido objeto de críticas más o
menos justificadas. En cierto sentido, no cabe Buda que todas las obligaciones derivan de
la ley que sanciona, aun aquellas que requieren una declaración de voluntad para ser
creadas. Pero tal declaración de voluntad constituye un elemento característico que
justifica una categoría especial» (19).
Contrariamente al Código del 1852, el Código Civil de 1936 prefirió dejar que el tema de las
fuentes de las obligaciones fuera dilucidado por la doctrina, al igual que otros códigos
como el alemán, el suizo y el brasileño.
El Código vigente no se pronuncia, dentro del Libro de las Obligaciones (Libro VI) en forma
expresa sobre las fuentes de las obligaciones. Sin embargo, dedica todo un libro (el VII) a
las Fuentes de las Obligaciones. De el resultan las siguientes fuentes: los contratos, la
gestión de negocios, el enriquecimiento sin causa, la promesa unilateral y la
responsabilidad extracontractual.
Siguiendo a ALTERINI-AMEAL-LOPEZ CABANA (2°) podemos decir que las fuentes reguladas
en el Libro VII del Código Civil constituyen fuentes nominadas (o típicas), en cuanto es la
propia ley quien las tipifica, califica y denomina como fuentes. Pero, frente a ellas, existen
las fuentes innominadas (o atípicas): «En ellas quedan comprendidos todos los hechos
generadores carentes de una denominación especial. Por eso se dice que la obligación
nace ex lege (de la ley), implicando de tal manera que nace de un hecho dotado por el
ordenamiento jurídico de energía bastante para generar una obligación» (21).
Las fuentes innominadas (o atípicas) que se encuentran fuera del Libro VII del Código son
muchas y variadas por lo que resulta sumamente difícil catalogarlas. Como denominador
común podemos decir -siguiendo a BETTI- que tales fuentes están constituidas por «un
estado de hecho o una relación jurídica cualificante (legitimante)» (22), que escapa a las
reguladas por el Libro VII, vale decir, que la obligación no encuentra su hecho generador
en un contrato («El contrato es el acuerdo de dos o mas partes para crear, regular,
modificar o extinguir una relación jurídica patrimonial»: articulo 1351); ni en una gestión
de negocios («Quien careciendo de facultades de representación y sin estar obligado,
asume conscientemente la gestión de los negocios o la administración de los bienes de
otro que lo ignora, debe desempeñarla en provecho de este»: articulo 1950); ni en un
supuesto de enriquecimiento sin causa (0Aquel que se enriquece indebidamente a
expensas de otro está obligado a indemnizarlo»: articulo 1954); ni el caso de promesa
unilateral («Por la promesa unilateral el promitente queda obligado, por su sola
declaración de voluntad, a cumplir una determinada prestación a favor de otra persona»:
articulo 1956); ni, por último, en un supuesto de responsabilidad extracontractual («Aquel
que por dolo o culpa causa un daño a otro está obligado a indemnizarlo»).