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I.

Catedral entre las ramas


Oh, la voz del viento
me habló me habló de nuevo,
yo era un ojo en el camino
ella la curva del sendero,
así me habló como una garza
su mirada entre las cañas:
alto hace sonar el viento
y silva en los espinos
ay, la voz del Cielo,
me corroe de lamentos
por la sangre en estas zarzas
o los jirones que hay del velo,
que una vez ondeó al viento
y al garrido batir del mar,
colores de puro fuego
y azures de las tinieblas,
delante del sol áureo
de su rojo desprecio,
por la ronca voz del viento
que nunca da a su huír de alas
dulzura última en los metales
si ella no se esconde del trueno
bajo el pudor de las nubes,
guardando lluvias célicas,
sus mantos grisáceos,
mientras duermen a la vera
de la insondable voz del aire,
que olvida en la tormenta
sus cuatro tigres tristes muertos,
para dirigir el agua,
en la hondura del cielo,
a la voz del viento.

II. Las ventanas del rocío


Ay por la voz del cielo
que resuena en las mareas
de una playa ultramarina
en la oquedad blanca del cedro
ultravivido por las aguas
por la arena y por la sal
que el tiempo destiló
más allá del mar
y el olvido del sol
que anegó su voz de arena
en el triángulo del volcán
para ungir de fuego el mar
la costa de humo y tempestad
reclamándole a la tierra
lo que guarda en su crisol
la honda voz del tiempo
Sin querer o decir
revela cada misterio
el silente trance del gesto
el silencioso aire del velo
con que oculta cada mirada
las cenizas del desvelo
agitadas por el viento
como ascuas del fuego
no alumbran la llanura
que se pierde entre los cuarzos
del silencioso mar del fuego
que vibra trémulo en su esfera
quietud y viento en los pinares
como estrellas son rocío
luciérnagas que al alba
mueren en el río.

III. La sepulta voz del viento


La hundida voz del viento
no querella contra el río
si no olvida en su recorrido
las lámparas fugitivas
de su camino entre las algas
nadeando contra el río
hierático y directo
con la voz de un muerto
pintado entre las aguas
como un templo de lianas
que sigue el mandato de su cielo
a edificar contra los vientos

muertes de piedras elevadas


bajo el rayo del chacal
y el mirar del halcón
sobre el desierto
y sobre los humanos
aquellos hechos del barro
del argamasa, cereal y arena
aquellos que moran en sus casas
los que cavan, siembran y bailan
y edifican templos a su Dios
y burdeles al Dios
también los he visto
edificar. Sus actos
son tantos y tan pocos
que casi van sin decir más
que desesperación o juegos
o una lámina ante el viento,
un lago que en la lluvia
le hizo a su lamento un
panteón de piedra.

IV. La resurrecta voz del viento


¿Quién vendrá en las callejas
a las seis de la mañana
a saludar el sol de nuevo
y ver la cara del gran astro
tan ligero como su luz?...
...Y esa voz del oriente
nos lleva hacia la muerte
con plumas de fiesta...
...ay por los dioses extraños
que nos miran en las venas
las diez mil válvulas de estaño
al rostro opaco del trueno
que te he visto y no dices nada
porque tuyo es el misterio
la noche del abeto
sobre el cielo quieto
y el mar hundido
en la estrella polar;
la última estrella al alba
será la guía entre la noche
pero oculta la voz del oso
que merodea su caverna
cuando llega el sol,
sangre y venganza
a clara luz de día
ya no será más la noche
delante del mar o del cielo
más que blancura opaca al alba
surcando cual un ave el aire,
las postrímeras llanuras
que a nuestro sol anudan
al azul del mar.

El poeta que lo recibió todo y lo tiró a la basura

Yo quise ser palabra


o tambén golondrina,
y quise ver del agua
flor de loto hundida,
del barro revivida
por la voz de la muerte,
que canta un triste tango
con toda su agonía.
Yo quise ser paloma
y un águila asesina,
quise ser fuente y mar
y no llegué a nada,
y en vano fue mi mano
hacia el confín del mundo,
no está ahí el monstruo
sólo hay más letargos.

Yo no quise ya nada
fue el desprecio quien quiso
ser náusea y palabra
de amor, roto por odios,
que nunca me habitaron…
¡Sólo lo quise todo,
el mar el fuego extraño
la vida en un gran astro!...

Sólo jugé a los dados,


mundo bello y amargo
desperté al Ser viviente,
mi alma se ha acabado
un día todavía,
siendo un mero infante
¡Todo esto yo sabía,
no pude entender nada!

Y gracias por la sangre


las piedras y el desgarro
que quebraron mi vía,
que a mi alma quebrantaron
como con su kyosaku
golpea compasivo
un monje a sus discípulos,
morir, para estar vivo.

Atronador destino
el del poeta erguido
en el yermo y los escombros
de su mundo altivo.
Destino de viajero,
sin reposo, su hogar
son los colores cálidos
de su pobre atuendo.

Y su raído aliento
viene desde del sepulcro,
del Sheol y el Gehena
para incendiar el mundo;
con su ágil mirada
mira a la tierranada,
hacia su promontorio
como un recio matojo.

Hijos del mar y del desierto

No hay ya camino
Señor del desierto,
y el aire levanta
la canción de un cuento
que brota en las flores
y a alas del viento,
surca en un siseo
la sed y el deseo
de aquél gran mar muerto
que es tu último beso
de amor y de fuego
sin ningún consuelo,
tan sólo más fuego
sueños y deseos
templos, soles yermos
por la sed del mar,
con los pies hundidos
del gran Leviatán.

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