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Mariano Bausilio

La historia de Samuel y Jemina: Género y cultura de la clase trabajadora en la Inglaterra


del siglo XIX

Edición: Editado por la Facultad de Filosofía y Letras de la ciudad de Buenos Aires en el año 2013 y
publicado en la Revista “Mora” del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género.

Biografía autora: Catherine Hall (1946) es historiadora feminista y profesora de Historia Moderna
Social y Cultural Británica en la Universidad College de Londres. Desde el 2014 forma parte de la
Academia Británica, organización benéfica encargada de financiar investigaciones en el área de las
ciencias sociales. Como activista de Movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) rechazó el
premio “Dan David” otorgado por la Universidad de Tel Aviv en repudio al colonialismo y la
ocupación ilegal de tierras de Israel en territorio Palestino.

Este texto intenta explicar cómo se vivenció un hecho tan significativo para la historia de la clase
obrera inglesa en el SXIX como lo fue la masacre de Peterloo. Lo relata desde un material sin dudas
insoslayable para comprender estos sucesos, que es la autobiografía del tejedor radical Samuel
Bamford, quien fue uno de los trabajadores que atestiguó esa brutal represión. No obstante, la
novedad que se hace a partir de estos escritos es un análisis del rol que cumplía la mujer en la
cultura de la clase obrera en aquel entonces, tomando como referencia a la esposa de Samuel:
Jemina. A mi entender, lo más interesante de esta comparación es realizarla en un marco crucial en
lo que es, bajo los términos de Thompson, la formación de la conciencia de clase. Peterloo fue una
experiencia fundante en la clase obrera como colectividad y no como un conjunto de agrupaciones
pujando por los propios intereses. Los trabajadores constituyeron en este hecho una identidad
colectiva que derivó en una lucha mucha más integradora en comparación a las precedentes en
Inglaterra. Si bien el desenlace no fue el deseado, constituyó un legado que luego se vería
fortificado en las décadas siguientes.

Dicho esto, podemos definir una distinción marcada en la concepción del rol de cada género. El
hombre era concebido como un sujeto independiente capaz de ingresar a la arena de combate
política para disputar sus derechos. Era el principal artífice y estratega que se encargaba de luchar
para lograr reformas que beneficiaran a los intereses de su clase. Por otro lado, si bien las mujeres
también estaban implicadas en la causa, lo hacían desde otro lugar: el del sujeto dependiente. Pues
no era ella la que plantaba cara en la contienda política, ya que su rol estaba fuertemente ligado al
del apoyo a los hombres que se organizaban en huelgas. No era considerada como un par con la
que se pueda contar en las manifestaciones, sino que funcionaba como un elemento
complementario del hombre. Sus ocupaciones se encontraban en la esfera doméstica, siguiendo las
concepciones tradicionales del hogar y la familia que indicaban que la mujer debía ser la
responsable de administrar la economía familiar y consecuentemente responsabilizarse de la
subsistencia de su familia.

Ahora bien, ¿de dónde surge esta diferencia? La década de 1790 fue muy conflictiva para la política
inglesa. Influenciados por el estallido de la Revolución Francesa, comenzó a cultivarse una cultura
de protesta en búsqueda de una reforma que permitiera derrocar a los aristócratas de sus
privilegios para ganar terreno en el campo de los derechos. Se empezó a debatir con mucha fuerza
la idea de una reforma parlamentaria puesto que los artesanos y pequeños comerciantes veían en
la escena política una arena donde reivindicar sus protestas a través de una representación en el
parlamento. Es aquí donde los hombres se erigen como los líderes de un movimiento organizado
que buscaba expandir sus fronteras hacia la política. Claro que las mujeres también estaban
comprometidas con la causa, pero se amoldaron a un lugar mucho más ligado a un complemento
que al núcleo duro de protesta. Como ya fue mencionado antes, su sitio estaba vinculado al apoyo
y las facilidades que podía darles a los hombres en la casa para que éstos pudieran hacer frente en
esta nueva reorganización de la estructura social que se buscaba.

Hubo lugares indispensables en donde se comenzó a formar y consolidar una cultura en la clase
trabajadora que terminó acercando a unos y a otros fortaleciendo los lazos sociales. Esto estimuló
de una manera extraordinaria una identidad en donde los intereses que hasta hace poco eran
ajenos se empezaban a tomar como propios. Para ello los denominados Hampden Clubs fueron un
punto clave, sobre todo por la alfabetización lograda a través de las clases dominicales que
permitían debates semanales sobre distintas lecturas. Así, los hombres iban ganando su lugar en el
espacio intelectual y esto les permitía pujar con más herramientas en la escena política. En tanto,
las mujeres encontraban en la esfera doméstica un lugar de subordinación que las apartaban de
ese campo de descubrimiento y conocimiento que era central en el seno de la clase trabajadora.
Esto las fue marginando cada vez más y más hasta desplazarlas definitivamente cuando la
organización de la clase obrera se vio mucho más formalizada en ciertas corporaciones en el SXIX.
Habían perdido el mínimo espacio que tenían en las protestas comunales, que eran menos
estructuradas. Esto no quiere decir que no hayan logrado conformar ciertas asociaciones que
tenían impronta propia, pero siempre era en apoyo de las causas por las que peleaban sus maridos.

Además de estas situaciones propias del contexto socio-histórico, también esta diferenciación
encontraba un respaldo teórico en la corriente contractualista que afirmaba que era de esperarse
que en cada hogar alguien tomara el mando, siendo este un resultado de la naturaleza.
Consideraban que había distinciones primarias, como puede ser el hecho de que el hogar podía
resultar beneficioso para la mujer teniendo en cuenta que, según su concepción, podrían desplegar
todas sus cualidades naturales que estaban ligadas a lo sentimental, imaginativo y emotivo, las
cuales no podrían desarrollarse en la esfera de la sociedad civil. Así, se buscaba explicar que
naturalmente la sociedad solo podría ser armoniosa y feliz si las mujeres no se entrometían en la
esfera pública. De esta manera, los roles de cada uno eran claros: las esposas se responsabilizaban
por la administración de la casa; los hombres debían pasar el tiempo que no estuvieran trabajando
en su casa y tenían que tratar bien a sus esposas puesto que ellas son más sentimentales, por lo
cual al entregar su persona hacia su marido podrían sufrir más que él.

Otro aspecto que impedía que la mujer lograra cierta independencia es el del trabajo. Ya no pasaba
solo por un tema cultural, sino por cosas como la institucionalización del salario familiar. Se
consolidó la idea de que el hombre debía percibir un salario acorde para la mantención de su
esposa y sus hijos, generando una dependencia de ella hacia él. La esposa podía trabajar, pero
siempre sería ganando un sueldo complementario para colaborar en cierto modo con el
mantenimiento de la casa. Además, tanto los hombres como los sindicatos buscaban aumentar el
salario de manera considerable y las mujeres supondría una traba ya que bajarían el costo laboral,
por lo cual se empeñaron en obstaculizar su entrada al mercado de trabajo. Las mujeres, sin voz ni
voto, poco podían hacer frente a esta situación. Y así, finalizamos describiendo la posición que
ocupaban, que muy bien fue definida por la autora basándose en Cobbett: “Las esposas debían ser
castas, sobrias, industriosas, frugales, aseadas, tener buena disposición de ánimo y ser hermosas,
tener conocimientos de asuntos domésticos y saber cocinar”.

Bibliografía: https://www.bl.uk/people/catherine-hall

Hall, Catherine: “La historia de Samuel y Jemina: Género y Cultura de la clase trabajadora en la
Inglaterra del siglo XIX”.

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