IDICSO
Instituto de Investigación en Ciencias Sociales
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad del Salvador
Hipólito Irigoyen 2441
Federico.Merke@cari1.org.ar
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desde la dimensión material hasta la dimensión discursiva y se pregunta por el
peso relativo que estas dimensiones tienen en el comportamiento de los actores.
En un extremo del continuo, los realistas (Morgenthau 1986; Waltz 1988;
Mearsheimer 1994) afirman que son las capacidades materiales (principalmente
militares y económicas) las que llevan a los estados a comportarse de una manera
determinada. En el otro extremo del continuo, el post-estructuralismo afirma que
son las estructuras discursivas las que no sólo dan forma a la acción estatal sino
al estado mismo (Campbell 1998; Messari 2001). En el medio de este continuo se
ubican abordajes que privilegian la dimensión social, como ser las instituciones,
las normas y los regímenes internacionales (Keohane 1993; Bull 2005).
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sistema. Un enfoque se concentró en el estudio de los estados y entendió al
sistema internacional como variable dependiente. El otro enfoque se concentró en
el estudio del sistema internacional y analizó sus efectos sobre los estados.
Uno de los motivos que influyó en esta división de tareas fue la búsqueda de
teorías científicas que pudieran explicar el comportamiento de los estados. Tanto
en el análisis de política exterior como en la política internacional se concluyó que
no se podía teorizar sobre todo sino sobre algo y para esto era necesario dejar
cosas de lado. La división vino entonces a plantear que no era posible estudiar
interacciones entre unidades sin antes asumir que esas unidades hablan con una
sola voz racional y unitaria. Por el otro lado, se concluyó que para comprender el
comportamiento de los estados era necesario dejar de lado sus interacciones y
estudiar el interior de la unidad. Aunque hubo intentos por vincular ambos
dominios, esta división de tareas quedó prácticamente desconectada a partir del
trabajo de Kenneth N. Waltz (1988) en su libro Teoría de la Política Internacional.
Waltz se propuso construir una teoría de relaciones internacionales desde un nivel
de análisis sistémico. Para Waltz, uno podía encontrar dos enfoques sobre cómo
comprender la política internacional. Los enfoques ‘reduccionistas’ deducen el
todo en función del conocimiento de las partes. Los enfoques ‘sistémicos’ deducen
el comportamiento de las partes conociendo el todo. Para los reduccionistas, el
todo es la suma de las partes. Para los sistémicos, el todo es más que la suma de
las partes y por lo tanto no es una variable residual sino independiente de las
unidades. A partir de la teoría de Waltz, llamado ‘Realismo Estructural’, los
estudios de política exterior fueron catalogados como ‘reduccionistas’ y por lo
tanto desvirtuados por no ofrecer teorías abarcativas. No es difícil observar la
influencia que enfoques sistémicos o estructuralistas en Ciencias Sociales tuvieron
sobre el desarrollo teórico de Waltz. Concentrarse en el estado y su naturaleza
interna sería reduccionista y por ende limitado. Concentrarse en el sistema
internacional sería holista y por ende el poder explicativo sería mayor. Aunque la
teoría de Waltz arrojó luz ‘sobre pequeñas pero importantes cosas’, la teoría de
Relaciones Internacionales quedó ‘encorcetada’ en el enfoque sistémico o
estructural y todo abordaje que problematizara la naturaleza del estado sería
cuestionado como reduccionista y por lo tanto como poco científico.
Sólo a partir de este trasfondo dominado por las teorías sistémicas es posible
entender la ‘novedad’ por el interés de estudiar los factores domésticos en general
y la construcción de las identidades políticas en particular. Revisamos primero el
lugar de la identidad en las principales teorías de política internacional y luego en
las teorías de política exterior.
El Realismo Estructural
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El realismo estructural es una teoría que sostiene que las relaciones
internacionales se organizan a partir de la influencia de una estructura material
internacional de poder. El argumento central del realismo estructural es que los
efectos profundos de la política internacional se derivan más de las características
de la estructura material internacional que de las conductas a nivel de los estados
o los individuos. Para el realismo estructural el comportamiento de los estados no
se explica por la calidad de su régimen político ni por los atributos de sus líderes ni
por el sistema de creencias. La conducta externa de los estados se explica por su
posición en la estructura del sistema internacional. La estructura internacional es
anárquica (ausencia de gobierno) y por lo tanto los estados llevan a cabo las
mismas funciones, aunque difieren en las capacidades para llevarlas a cabo. Si los
estados llevan a cabo las mismas funciones, la división económica del trabajo y la
interdependencia como procesos económicos son situaciones que generan
conflicto y, eventualmente, la guerra. En un mundo habitado por unidades
funcionalmente similares, los estados buscan depender lo menos posible de los
demás y limitan la cooperación a situaciones en donde las ganancias relativas
sean favorables.
La teoría neo-realista es una visión material (no social) del orden internacional que
descansa en la acumulación relativa de capacidades y define el sistema en
términos de estados y las dinámicas en términos de conflicto. Dado que el poder
es un elemento que rechaza en lugar de atraer, los estados pueden ser rivales o
enemigos pero nunca amigos. Aunque el neorealismo nunca se propuso hacer
una teoría de política exterior y menos explorar la identidad, el neorealismo cuenta
con algunos supuestos al respecto que no pueden soslayarse.
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dependiente de la estructura material. Al afirmar que el balance es recurrente, que
el poder no atrae sino que rechaza y que la competencia y el conflicto priman por
sobre la cooperación y la paz, el realismo estructural está postulando de manera
implícita que los polos no pueden cooperar y por lo tanto es la estructura material
la que configura las identidades.
El Institucionalismo Neoliberal
A menos que las posiciones de las unidades cambien las unas respecto de
las otras, los neorrealistas no pueden explicar los cambios en su
comportamiento. Sin embargo, (…) creo que las convenciones en la política
mundial son tan fundamentales como la distribución de capacidades entre los
estados
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del sistema internacional, el institucionalismo intentará mostrar que la
‘institucionalización’ del sistema también cuenta. Las instituciones internacionales,
observa Keohane, resultan cruciales para alcanzar o facilitar procesos de
cooperación: reducen costos de verificación, promueven el aprendizaje, dispersan
información, crean reglas y sancionan a quienes no las cumplen. Si la anarquía y
la auto-ayuda son procesos constitutivos, las instituciones pueden romper el
círculo inseguridad-egoísmo disminuyendo la incertidumbre entre estados y
promoviendo espacios multilaterales de diálogo y cooperación.
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beneficios materiales que la competencia. La identidad y los intereses, de este
modo, son un dato anterior a la cooperación y no se ven alterados por ésta.
Primero, afirmar que las identidades dependen de los intereses del actor no
contesta la pregunta acerca de qué o quién es el actor en primer lugar. Asumiendo
que los intereses están antes que las identidades, el problema consiste en
precisar de quién son esos intereses. Las identidades pueden elegirse, pero ¿de
acuerdo a los intereses de quién? ¿Cuál es la identidad de un sujeto que
construye su identidad como mero reflejo de sus intereses? Esto nos lleva al
segundo interrogante: si los intereses están por delante de las identidades, el
interrogante que surge es ¿cómo se forman esos intereses? Detrás del enfoque
racionalista existen entonces sujetos e intereses no problematizados. Esto no
significa que el racionalismo no tenga una posición acerca de quién es el sujeto y
cuáles son sus intereses. El sujeto es el estado y un estado, para el racionalismo,
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es un estado, que es un estado, que es un estado. La identidad es siempre la
misma: un actor egoísta que desconfía del otro y por lo tanto busca de mínima
asegurar su posición en el sistema y, de máxima, aumentar las ganancias
materiales. Como afirma Ted Hopf (1998: 175-176):
Tercero, si los intereses pueden modificar o alterar la identidad a medida que los
intereses de los actores cambian, los racionalistas tendrían razón en afirmar que la
identidad no ejerce ninguna influencia en la política exterior. Esta afirmación, sin
embargo, no puede dar cuenta de la relativa estabilidad de las identidades
estatales a lo largo del tiempo. Más allá de los intereses nacionales primordiales
(como garantizar la supervivencia, buscar el desarrollo, etc.), los intereses sufren
alteraciones a medida que las estructuras políticas internas y externas se
modifican. Siguiendo esta lógica, los estados deberían alterar sus identidades
cada vez que surgen nuevos intereses.
El Constructivismo
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Antes que ser una teoría, el constructivismo se presenta más bien como una
perspectiva meta-teórica basada en la idea de que las instituciones sociales no
son objetos externos moldeados por un poder desconocido. Las mismas reglas y
prácticas de la vida humana construyen socialmente estas instituciones, como el
estado o el sistema internacional. Estas instituciones son el resultado de un
proceso histórico que fluye de manera constante. El constructivismo ha
cuestionado la existencia de una ‘lógica de la anarquía’ en tanto variable que
defina las condiciones esenciales de las relaciones internacionales. Clama que ‘la
anarquía es lo que los estados hacen de ella’ (Wendt 1992). Esto es, la anarquía
no existe de forma separada a las actividades de los estados, como sostienen
neorrealistas y neoliberales, y por lo tanto no se puede hablar de una ‘lógica de la
anarquía’.
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leyó a Foucault’. Sin embargo, Wendt muestra su principal desacuerdo con el
debate ‘neo-neo’ en cuanto a cómo entender de qué está hecha la estructura
internacional. Como Wendt lo explica (1999: 5):
Wendt critica a Waltz por asumir que la estructura social de la política internacional
es necesariamente una estructura de rivales o enemigos. Para Wendt, los estados
pueden adoptar otro tipo de estructuras sociales y, por lo tanto, no existe una sola
lógica de la anarquía sino tres: Hobbesiana, Lockeana y Kantiana. Cada cultura
posee su propia lógica y responde a distintas distribuciones de conocimiento. Los
intereses e identidades prevalecientes de los estados determinan si los mismos
interactúan sobre la base de enemistad, rivalidad o amistad. De acuerdo con qué
cultura domina los asuntos mundiales, se puede obtener distintos modelos de
orden mundial. Una estructura bipolar en una cultura Hobbesiana resulta muy
diferente a una estructura bipolar inscripta en una cultura Kantiana. Cada cultura
tiene un juego de roles específicos como ser ‘enemigo’, ‘rival’ o ‘amigo’. Estos
roles se definen por las interacciones entre los actores las cuales, a su vez,
moldean la identidad de los actores. Dicha identidad es reproducida por las
expectativas mutuas y las estructuras cognitivas. Como sostiene Wendt (1999:
24), ‘la polaridad material del sistema internacional importa, pero como importa
depende de si los polos son amigos o enemigos, lo cual es una función de las
ideas compartidas.’ Durante más de 60 años Francia y Alemania definieron sus
identidades e intereses en términos de la negación del Otro. Hoy ninguno de los
dos puede definir sus intereses sin considerar al otro como una prolongación. Así,
en lugar de hablar de identidades excluyentes los franceses y alemanes se
encuentran envueltos en círculos concéntricos de identidades que van de la región
local al estado y del estado a la Unión Europea. La identidad Serbia hizo el camino
inverso: desde la convivencia inter-étnica con croatas y bosnios al nacionalismo en
su expresión más radical y excluyente. Con este argumento Wendt intenta
rechazar la idea Waltziana de que la Anarquía, como dato estructural, es un
sistema de auto-ayuda en el cual los estados no se identifican positivamente con
la seguridad del otro. ‘Una anarquía’, dice Wendt (1994 387-8), ‘puede ser un
sistema de auto-ayuda, pero también puede ser un sistema de seguridad
colectiva, que no es de auto-ayuda en ningún sentido.’ Para dejar claro el
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concepto: los intereses de los estados no están dados externamente por la
anarquía como los neorrealistas afirman. Los intereses de un estado son el
resultado de un proceso de construcción internacional de identidad que es parte
de estructuras cognitivas más generales. En otras palabras, lo que los estados
quieren depende de lo que los estados creen que son (la policía mundial, el centro
de Europa, el puente entre la Unión Europea y los Estados Unidos, etc.) Y lo que
los estados creen que son responde a un juego de distribución de conocimiento,
no de capacidades materiales, entre ellos.
En una crítica bien fundamentada Maja Zehfuss observa que (2002: 89) ‘Wendt no
considera la constitución de estados como sujetos en primer lugar’, ‘defiende una
concepción antropomórfica del estado’ y por lo tanto ‘no puede dar cuenta de la
complejidad y la contingencia de la identidad restringiendo a la identidad a una
cuestión de límites.’ Y más adelante agrega (89):
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identidades externas, se configuran de modos particulares. De este modo, el
constructivismo sistémico planteó la pregunta correcta (¿cómo se constituyen los
intereses en relación con la identidad?) pero reprodujo la abstracción Waltziana al
dejar de lado las dinámicas internas al estado. De algún modo, el constructivismo
y su abordaje al problema de la identidad dieron paso, quizás sin quererlo, a la
reconsideración de la política exterior como un campo de estudio más adecuado
que las teorías de la política internacional para combinar factores domésticos y
externos.
Existen cuatro enfoques centrales para dar cuenta de la política exterior. El primer
enfoque es la explicación realista, que se concentra en la estructura del sistema
internacional y en las capacidades materiales. El segundo enfoque es la
perspectiva cognitiva, que se concentra en las creencias, percepciones y mapas
conceptuales de los líderes. Aunque en sus orígenes el realismo y el enfoque
cognitivo han sido tratados como enfoques opuestos, en la práctica han
evolucionado, produciendo algún grado de convergencia en donde el realismo ha
venido a incorporar variables domésticas y trabajado a partir de enfoques
cognitivos. El tercer enfoque es la teoría liberal de política exterior en los términos
articulados por Andrew Moravcsik (1997; 1998) y que se propone construir una
teoría de la acción estatal a partir de las preferencias y no a partir de las
capacidades (como los realistas) o la información (como los neoliberales). El
cuarto enfoque es el conjunto de trabajos constructivistas y post-estructuralistas
de política exterior en donde la idea central consiste en indagar en la construcción
de las identidades como forma de comprender la acción externa de los estados.
Esta sección se divide en tres partes. La primera parte analiza los debates
centrales dentro del realismo y su relación con los enfoques cognitivos. La
segunda parte analiza la teoría liberal de las preferencias en política exterior. La
tercera parte analiza los enfoques constructivistas. En las tres partes,
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nuevamente, el punto central de discusión es el lugar de la identidad como
categoría conceptual.
Aunque el realismo clásico presente más posibilidades para dar cuenta de las
preferencias, el realismo estructural contiene, de manera implícita, elementos para
dar cuenta también de las motivaciones estatales. Ambos enfoques, sin embargo,
ofrecen posturas divergentes en cuanto a las preferencias de los estados en
política exterior. Esta divergencia ha venido a conformar el debate entre el
realismo clásico (o realismo ofensivo) y el realismo defensivo.
La explicación del realismo clásico es que las preferencias de los estados se ven
configuradas por sus capacidades. La hipótesis puede formularse de la siguiente
manera: ‘las naciones expanden sus intereses políticos más allá de sus fronteras
cuando su poder relativo aumenta’ (Zakaria 2000: 33). Robert Gilpin ofrece una
clara explicación que existe entre desarrollo económico y preferencias políticas:
La ley realista del crecimiento desigual implica que, a medida que el poder de
un grupo de un estado aumenta, ese grupo o ese estado se sentirá tentado a
incrementar su control sobre su entorno. Para aumentar su propia seguridad,
tratará de ampliar su control político, económico y territorial, e intentará
cambiar el orden internacional de acuerdo con sus intereses particulares
(citado en Zakaria 2000: 34)
Jeffrey Taliaferro (2000/1: 128-9) sintetiza con claridad estas dos explicaciones
acerca de las preferencias estatales. El realismo ofensivo sostiene que:
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los costos. Los estados bajo la anarquía enfrentan la siempre presente
amenaza de que otros estados usarán la fuerza para dañarlos o
conquistarlos. Esto lleva a los estados a mejorar sus posiciones relativas de
poder a través de armamentos, diplomacia unilateral, políticas económicas
mercantiles (o incluso autárquicas) y expansión oportunista.
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Fareed Zakaria (2000: 37) plantea al menos dos problemas que presentan el
realismo ofensivo y defensivo. Primero, cuando se habla de una nación o un
estado, ¿quién o quiénes hablan en nombre de ella? Esta pregunta plantea el
problema de la agencia estatal, problema con el cual el realismo siempre encontró
limitaciones para dar cuenta. El realismo asume una mirada del estado como
siendo un actor unitario y racional que define su interés nacional de manera
objetiva y compartida por toda la comunidad. Este supuesto, sin embargo,
demanda una abstracción demasiado alta a la hora de comprender la política
exterior de un estado concreto en un momento concreto.
Fareed Zakaria sugiere que el primer problema podría resolverse planteando que
en lugar de hablar de la nación en general el realismo debería hablar del estado y,
en particular, de los responsables de tomar decisiones. Esto plantea el foco de
indagación en el gobierno electo (transitorio) y los funcionarios del estado
(permanentes) a cargo de conducir la política exterior.
Las reformulaciones que propone Zakaria, sumada a otros trabajos que veremos
más abajo, han provocado una nueva corriente teórica, inspirada en el supuesto
central del realismo (el ambiente externo configura la política exterior) pero
afirmando la necesidad de ‘abrir la caja negra’ del estado y analizar la estructura
estatal y las percepciones de los funcionarios. Se trata de un realismo que articula
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variables externas y domésticas de un modo que sacrifica parsimonia a favor de
explicaciones más contingentes y detallas. Puesto de otro modo, aunque el debate
entre el realismo ofensivo y defensivo se origina en gran medida desde teorías
realistas sistémicas, la necesidad de agregar variables explicativas fue
desembocando lentamente en la combinación del nivel sistémico con el nivel de la
unidad. A partir de este desarrollo, Taliaferro (2000/1: 132) distingue entre teorías
realistas de política internacional (como el realismo estructural) y teorías realistas
de política exterior (como el realismo propuesto por Zakaria), ambas con variantes
ofensivas y defensivas.
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y diferentes estructuras estatales pueden comportarse de maneras diferentes
(Rose 1998 147). Esto significa que para comprender de manera sustancial el
vínculo entre (distribución de) capacidades y acción, es necesario comprender el
contexto dentro del cual se construye la política exterior. El realismo neoclásico,
sin embargo, sostiene que aunque las variables presentadas por la escuela de la
Innenpolitik son importantes, estas deberían ser relegadas a una segunda posición
analítica dado que, en el largo plazo, la política exterior de un estado no puede
trascender los límites y las oportunidades presentadas por el sistema internacional
(Rose 1998 151). De este modo, para el realismo neoclásico, la variable
independiente sigue siendo la distribución de poder en el sistema internacional,
pero, dado que esta variable afecta el comportamiento de un modo problemático y
complejo, agregan un conjunto de variables intervinientes.
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por lo tanto (Zakaria 2000: 50) ‘los dirigentes expandirán los intereses políticos de
la nación en el exterior cuando perciban un aumento relativo del poder estatal, no
del poder la nación.’ De este modo, (52) ‘los estadistas deben afrontar, no sólo las
presiones del sistema internacional, sino también las restricciones que les impone
la estructura del Estado, principalmente el grado en que el poder de la nación
puede o no ser transferido al poder estatal.’ Este poder estatal tiene que ver con
dos cuestiones cruciales: (a) la capacidad del estado de obtener riqueza y (b) la
centralización que tiene el estado para tomar decisiones. ‘Sin una toma de
decisiones centralizada, sin acceso a los recursos materiales, un Estado no puede
considerarse fuerte. Por lo tanto, en un extremo del espectro se encuentran los
estados unificados, autónomos, prósperos y con máxima capacidad de decisión;
en el otro, las estructuras estatales descentralizadas, fuertemente influidas por la
sociedad, pobres y con mínima capacidad de decisión.’ (53) Con estas
afirmaciones, tenemos que Zakaria afirma, como lo hace el realismo estructural,
que son las capacidades las que moldean las intenciones. Sin embargo, cree
necesario introducir una variable interviniente (el poder estatal) que sirva de nexo
entre la distribución de capacidades y las orientaciones en política exterior.
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actualidad han consistido en narrativas o estudios de caso sobre cómo diferentes
estados han respondido al ascenso o descenso de sus capacidades relativas. Este
ha sido el caso de Farred Zakaria (2000) sobre los Estados Unidos; William
Wohlforth (1993) sobre la Unión Soviética, Thomas Christensen (1996) sobre
China y los Estados Unidos y Randall Schweller (1998) sobre los estados
beligerantes en la Segunda Guerra Mundial. Estos trabajos, aunque con
variaciones, han articulado variables estructurales objetivas (distribución de
capacidades, relaciones de fuerza, etc.) con variables de la unidad objetivas
(estructura estatal) y subjetivas (percepciones). En este sentido, como observa
Rose (1998: 152-3), el realismo neoclásico
Esta observación es sugerente e indica una apertura del realismo hacia abordajes
más sociales que materiales. De hecho, los enfoques cognitivos de política
exterior surgieron en gran medida como una reacción a los modelos realistas que
suponían la ausencia de intermediarios entre la realidad y su captación. Esta
visión se hacía explícita en el mismo Hans Morgenthau quien suponía que el
realismo político analizaba la realidad tal cual es y no como debía ser. Sin
embargo, esta apertura realista no deja de ser problemática por cinco motivos.
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sistema internacional, como si se tratara de un cocktail a preparar cuya receta
termina en ‘agregar percepciones y revolver’ (McDonagh 2006: 6).
Tercero, y vinculado con los otros dos puntos, tratar las percepciones de manera
positivista supone que las creencias son vistas como una variable interviniente
más y no necesariamente como referencias que dan sentido a la acción. Más allá,
quienes analizan creencias suelen acudir a un conjunto de preguntas o categorías
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para abordar a los actores. Esta es la estrategia de quienes trabajan a partir de los
códigos operacionales. Alexander George (1969), por ejemplo, presenta diez
preguntas (cinco filosóficas, cinco instrumentales) como matriz. La ‘respuesta’ a
esas preguntas constituye el código operacional del actor. Henrik Larsen sostiene
que esas preguntas (y sus respuestas) pueden no ser cruciales para comprender
las creencias del actor y por lo tanto es importante adoptar una mirada más
interpretativa o ‘desde adentro’ en lugar ‘desde afuera’. De acuerdo a Larsen, es
posible afirmar que más allá de simples polémicas y polítiquería, los actores no
creen que una política se apoye en razones lógicamente independientes. Para los
actores, las razones no son lógicamente independientes, aunque así pudiera
parecer desde la perspectiva de un observador externo. Esto tiene aún más
sentido al tratar de analizar factores de largo alcance en la política exterior. De
este modo, se podría afirmar que
cuando se trata con creencias que se sostienen sobre un largo período y que
estructuran las políticas de los actores, estas creencias son materialmente
parte del mundo, en tanto son constitutivas del modo en que los actores ven
el mundo. Los actores, en parte, constituyen el mundo a través de sus
creencias. Esto no es lo mismo, sin embargo, que decir que el mundo
solamente consiste en las creencias de los actores. Que todo es, en alguna
medida, mediado por la comprensión de los actores no es lo mismo que decir
que el mundo solamente consiste en la comprensión de los actores acerca
del mundo (Larsen 1997: 9).
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condiciones bajo las cuales los supuestos institucionalistas y realistas se sostienen
(1997: 516).
Estos tres supuestos sugieren una idea que suena a sentido común: lo que los
estados quieren determina lo que lo estados hacen. Moravcsik observa, sin
embargo, que la trayectoria teórica de las RRII ha desestimado por mucho tiempo
esta simple y poderosa observación. Para el realismo, lo que los estados hacen no
siempre se explica por sus preferencias sino por sus posiciones estructurales e
incluso por sus percepciones acerca del poder material del propio estado y de los
otros estados. Para el institucionalismo, la incertidumbre en la información puede
llevar a los estados a dilemas de prisionero en donde se termina con resultados
sub-óptimos. Esto significa, puesto de otro modo, que las teorías de política
internacional carecen de una teoría acerca de las preferencias. ‘Lo que los
estados hacen’, afirma Moravcsik, ‘se encuentra en gran medida determinado por
consideraciones estratégicas – lo que pueden obtener o lo que saben – las cuales
a su vez reflejan el ambiente político internacional. En breve, variaciones en los
medios, no en los fines, importan más.’ Por el contrario, la teoría liberal de
Moravcsik revierte la relación: ‘variación en los fines, no en los medios, importa
más’ (1997: 522)
Lo que se tiene entonces son tres argumentos centrales. Primero, que la acción
estatal se encuentra determinada principalmente por sus preferencias. Segundo,
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que la construcción de preferencias es el resultado de una articulación entre el
estado y la sociedad. Tercero, que esta articulación entre estado y sociedad se
desarrolla de tres formas: articulación de valores, articulación de intereses y
articulación de representaciones políticas. Mientras que la articulación de valores e
intereses tiene que ver con demandas específicas de la sociedad a partir de
identidades sociales e intereses económicos, la articulación de representaciones
tiene que ver con el modo en que esas demandas se organizan institucionalmente
para luego convertirse en políticas.
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de costos y beneficios del mercado doméstico y global. Una hipótesis que se
desprende de este razonamiento es que ‘a mayor beneficio económico para los
actores privados poderosos, mayor incentivo, otras cosas siendo igual, para
presionar a los gobiernos a facilitar dichas transacciones’ (Moravcsik 1997: 528).
Andrew Moravcsik (1997: 534) sostiene que estas tres variantes liberales
presentan tres aportes sustanciales para la comprensión de la política
internacional.
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institucionalismo. El objetivo sería ver bajo qué condiciones las hipótesis liberales
son más fuertes que las realistas o institucionalistas. Moravcsik propone un
modelo de investigación que analice la acción estatal como el resultado de dos
instancias. En la primera instancia, el estado define sus preferencias a partir de las
articulaciones entre la sociedad y el estado. Luego, en la segunda instancia, el
estado debate, negocia o pelea por acuerdos particulares con otros estados. De
este modo, se podría hablar de una división de tareas en donde la teoría liberal se
propone explicar la primera instancia y el realismo estructural y el institucionalismo
se proponen explicar la segunda instancia. De acuerdo a qué resultados se
encuentren empíricamente, uno podría afirmar que la teoría liberal tuvo más poder
explicativo que el realismo y el institucionalismo o viceversa.
Los liberales no toman ninguna posición distintiva acerca del origen de las
identidades sociales, las que pueden resultar de trayectorias históricas o ser
construidas a través de la acción colectiva consciente o la acción estatal, ni
tampoco se preguntan si en última instancia reflejan factores ideacionales o
materiales (Moravcsik 1997: 525).
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social de la política internacional. El trabajo desarrollado por Alexander Wendt es
al día de hoy uno de los esfuerzos más importantes en la construcción de un
enfoque que sirva para comprender la política internacional desde una mirada
constructivista. El desarrollo de Wendt, como ya vimos más arriba, apunta a
presentar una teoría de la política internacional y no una teoría de política exterior.
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Lo que tenemos, entonces, es que la versión más desarrollada del constructivismo
dentro de la disciplina de Relaciones Internacionales es una teoría de política
internacional y por lo tanto continua siendo un desafío presentar una teoría o
esquema conceptual para comprender la identidad desde un punto de vista de
política exterior. Esta necesidad ha venido generando un creciente número de
estudios teóricos y empíricos para comprender la relación entre identidad y política
exterior.
El libro editado por Peter Katzenstein (1996) fue uno de los primeros trabajos
colectivos en vincular identidad y política exterior, en particular en el área de
seguridad nacional e internacional. En otro trabajo, Michael Barnett (1999) explica
la participación de Israel en el proceso de paz de Oslo como un cambio en la
forma en que los israelíes se definen a ellos mismos y al estado. En una línea
similar, Thomas Banchoff (1999) presenta a la construcción de la identidad de
Alemania en relación a Europa como la respuesta de por qué Alemania no siguió
el comportamiento esperado por el realismo estructural. Martin Marcussen y sus
colegas (1999) explican las variaciones en Francia, Alemania y Gran Bretaña
hacia la unión monetaria europea en términos de las diferencias entre sus
respectivas identidades políticas. Recientemente, Vendulka Kubálková (2001) ha
editado un libro que más allá de ofrecer estudios de casos, presenta reflexiones
teóricas y metodológicas acerca del estudio de la política exterior desde una
perspectiva constructivista.
Ole Waever es uno de los autores que más ha trabajado la relación entre
identidad, discurso y política exterior Para Waever, la idea de indagar en los
patrones de pensamiento de un país específico es una empresa útil para hacer
más inteligible la acción externa de los estados. La propuesta teórica de Waever
(1996) consiste en presentar un modelo estructural de discursos nacionales sobre
el estado y la nación. No se trata de una teoría general de política exterior ya que
no es un esquema apto para dar cuenta de todas y cada una de las acciones
externas de un estado. Se trata, sin embargo, de un esquema conceptual cuyo
valor reside en ofrecer una explicación clara, incluso elegante, de las ‘líneas
generales’ de la política exterior. En este sentido, se trata de un abordaje
discursivo sobre lo que la literatura denomina ‘alta política’ o las líneas maestras
de política exterior de todo estado, un esquema que lentamente ha desembocado
en una suerte de ‘realismo post-estructural’ (Wæver 2000; 2002).
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práctica discursiva tiene una dualidad de depender de (y por lo tanto
actualizar), como así también, reproducir/reformular los varios niveles del
sistema discursivos, esto es las estructuras (Waever 1996: 7).
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llamado Mundo Libre y cómo esta relación era inscripta en términos de líder/socio
y guardián/niños. Roxane Doty (1996), por su parte, hace un análisis de los
“encuentros imperiales” entre el Norte y el Sur en donde también identifica
representaciones dominantes en torno al eje guardián/niños. Segundo, que el
Nosotros tiene también sus Otros internos y por lo tanto es necesario prestar
atención a los distintos Nosotros que se articulan en un discurso nacional.
A los efectos de indagar acerca del lugar que ocupa la identidad en la disciplina de
Relaciones Internacionales, esta sección desarrolló una revisión de la literatura del
campo. La primera parte de esta revisión de la literatura comenzó con un análisis
de las teorías sistémicas de las relaciones internacionales: Neorealismo,
Neoliberalismo y Constructivismo. Cinco son las conclusiones centrales de esta
primera parte.
Primero, los tres enfoques vienen a privilegiar el nivel sistémico como el más
adecuado para comprender la política internacional. En otras palabras, se trata de
enfoques que van ‘de afuera hacia adentro’ o del sistema a la unidad. Así, el
concepto de anarquía, aunque de diversos modos, es central a la hora de ofrecer
explicaciones acerca del comportamiento de los estados.
Segundo, y en parte como resultado del primer supuesto, el estado es visto como
un actor racional y unitario, de carácter antropomórfico, y cuyas decisiones
centrales en política exterior son el producto de su ubicación en la distribución de
capacidades (Neorealismo), de la institucionalización del sistema internacional
(Neoliberalismo) o de la distribución de conocimiento (Constructivismo).
Cuarto, a pesar de estas similitudes, los tres enfoques presentan dos diferencias
importantes que también conviene destacar. Primero, la ontología del Neorealismo
es esencialmente material, la del Neoliberalismo es institucional y la del
constructivismo es social. Esto significa que lo que ‘mueve’ a los estados actuar
puede ser el poder económico y militar, las instituciones y normas o las culturas.
Segundo, existe una diferencia clave a la hora de estudiar la relación entre
intereses e identidades. Para el Neorealismo y para el Neoliberalismo las
identidades estatales no son un factor que altere los intereses, en parte porque las
identidades son estables, los estados son unidades similares (‘like units’) y por lo
tanto todos los estados quieren lo mismo: asegurar su supervivencia y maximizar
posiciones. Aunque haya estados que se parezcan a una manzana, otros a una
pera y otros a una naranja, en definitiva todos los estados son frutas y por lo tanto
comprender identidades no constituye una brújula para comprender acciones. El
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Constructivismo, por su parte, invierte la relación y afirma que la identidad es la
base de los intereses y por eso comprender los intereses de un estado significa
indagar en su identidad. El Constructivismo acepta que todo estado quiera
sobrevivir (mantener la identidad corporativa en su lenguaje) pero los estados
tienen otras identidades que son más cambiantes y que influyen en la definición de
los intereses nacionales.
31
de una variable que alterna las preferencias de los estados en política exterior.
Este enfoque, sin embargo, también queda a mitad de camino en tanto toma las
identidad como dadas y por lo tanto si bien problematiza el concepto de interés,
reifica la identidad.
Como se puede observar, esta revisión de la literatura fue del nivel sistémico y las
capacidades materiales al nivel de la unidad y la dimensión social. La idea central,
entonces, es que para comprender la relación entre identidad y política exterior es
necesario introducirse en el ámbito doméstico y abordar la construcción social de
las identidades políticas. La próxima sección ofrece un conjunto de reflexiones
acerca de la identidad desde esta perspectiva que sirvan para abordar el problema
de manera empírica.
32
identidad como la que le prestó a analizar cómo las identidades configuran los
intereses estatales y la acción externa de los estados.
La propuesta consiste en pensar la identidad estatal como una variable que posee
seis características centrales.
En primer lugar, la identidad estatal puede ser entendida como la identidad de una
comunidad política. Una comunidad política, siguiendo a Bhikhu Parekh (1994:
501) es un grupo territorialmente concentrado de personas, unidas por su
aceptación de un modo común de conducir sus asuntos colectivos, incluyendo un
cuerpo de instituciones y valores compartidos. En este sentido, la identidad estatal
no yace en lo que sus miembros comparten de manera individual sino colectiva,
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no de manera privada sino pública y tiene, por lo tanto, una dimensión institucional
en la que el estado es el foco de la comunidad política. Al hacer hincapié en la
dimensión colectiva y política de la comunidad, la identidad de la que hablamos no
está hecha de hábitos, temperamentos, costumbres, prácticas sociales u otros
elementos que pertenecen a la dimensión etno-cultural. Estas características no
son compartidas por todos los miembros de la comunidad sino que se presentan
de manera dispersa en la población. Estos factores, observa Parekh (1994: 502),
no pertenecen a la vida pública o política y como mucho definen y distinguen a los
alemanes de los canadienses pero no a Alemania de Canadá.1 De este modo, la
identidad estatal que más interesa en Relaciones Internacionales no es la
identidad de los argentinos, los brasileños o los chilenos con sus costumbres,
personalidades, creencias, etc. (que incluso varían dentro de cada país) sino la
identidad de la Argentina, Brasil y Chile en tanto comunidades políticas.
Las identidades colectivas definen y dan forma en primer lugar cómo los
actores ven sus intereses materiales e instrumentales percibidos y cuáles
preferencias son vistas como legítimas y apropiadas para poner en marcha
las identidades. Al mismo tiempo, un cambio en los intereses materiales e
1
Parekh (1994: 502) observa el error analítico que supone no distinguir entre la dimensión política
y la dimensión cultural. Esta confusión, afirma, ‘asemeja la comunidad política con la cultura del
grupo nacional o etnia dominante. Esto significa que uno no puede ser un ciudadano pleno de,
digamos, Gran Bretaña, al menos que uno sea culturalmente británico o incluso inglés y comparta
el carácter y las prácticas culturales que se suponen son comunes a las personas británicas.’
2
El debate agente-estructura parece no tener definición, precisamente porque aborda uno de los
puntos más cruciales de la acción colectiva: si los agentes actúan a partir de estructuras previas o
si las estructuras son el resultado de la acción de agentes. Como observan Bevir y Rhodes, sin
embargo, es necesario distinguir entre agencia y autonomía. Algunos post-estructuralistas
confunden un cuestionamiento a la autonomía de la agencia con un cuestionamiento a la agencia
misma. ‘Sin embargo, un rechazo de la autonomía no implica una rechazo a la agencia. Podemos
aceptar que la gente siempre comienza con un discurso o una tradición y aún así verla como
agentes que pueden actuar y razonar en formas novedosas para hacer variar esta tradición. Los
proponentes de un abordaje interpretativo no tienen motivo para descartar la agencia junto a la
autonomía. Cuando defienden una capacidad para la agencia, sin embargo, podrían reconocer que
esta siempre ocurre en un contexto social que la influye. La agencia no es autónoma, está situada’
(Bevir y Rhodes 2005: 172).
34
instrumentales percibidos podría con el tiempo llevar a cambios in las
identidades colectivas.’
Hasta acá tenemos que la identidad estatal (a) hace referencia a la identidad de
una comunidad política; (b) responde a una construcción social y (c) esa
construcción es discursiva. El cierre del discurso, sin embargo, es siempre parcial
porque los discursos siempre pueden ser desafiados por estructuras alternativas
de sentido. Dado que el discurso nunca puede acceder a la totalidad, su carácter
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de incompleto es constitutivo de su búsqueda hegemónica. Esto nos lleva a la
próxima observación.
En sexto lugar, finalmente, está la cuestión del ‘Otro’. Que toda identidad se
constituye en relación con Otro es algo que ya nadie discute. El motivo de poner
esta característica al final de nuestra descripción de identidad obedece al deseo
de no hacer de esta relación Yo-Otro una cuestión crucial en la construcción de
una identidad estatal internacional. Aunque toda identidad estatal se construye
frente aun Otro, es necesario hacer dos observaciones centrales. Primero, el Otro
no necesariamente tiene que ser un sujeto antagónico, definido en clave de
enemigo, como siguiendo la idea Huntingtoniana de que uno sabe quién cuando
sabe contra quién está. Aunque la definición de un enemigo puede ser clave en la
comprensión de las identidades, esta lógica no es necesaria sino contingente y por
lo tanto el antagonismo no constituye necesariamente parte de una identidad. El
antagonismo, en todo caso, puede ser un ‘valor’ de la variable identidad. La
identidad influye de maneras más sutiles y complejas en política exterior que
fijando enemigos. ¿Quién es el enemigo de Alemania? ¿Y de Suiza? ¿Y de la
Argentina? Segundo, el Otro no necesariamente tiene que ser otro estado o actor
internacionales. El Otro no sólo es una categoría espacial sino también temporal y
axiológica. El Otro de un estado o región puede ser el pasado, como afirma Ole
Wæver de la Unión Europa cuando observa que el Otro de la Unión Europea no es
el Islam o la globalización o los Estados Unidos: es su propio pasado y por lo tanto
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la UE busca siempre evitar que el futuro sea como su pasado. En la Unión
Europea, el pasado es una categoría en equivalencia con la guerra, el conflicto, el
equilibrio de poder y el discurso de la Realpolitik. De este modo, la UE implica una
movidad hacia la paz, la cooperación, el centro (Bruselas) y el discurso de la
comunidad de seguridad o de la no-guerra.
Para concluir, tenemos entonces un cuadro más completo de qué entender por
identidad estatal. Primero, la identidad estatal se refiere a la identidad de una
comunidad política, en donde las instituciones públicas en general y el estado en
particular juegan un rol central. Segundo, la identidad es una construcción social,
sujeta a estructuras sociales heredadas pero susceptibles de ser reconstruidas.
Tercero, la construcción social de la identidad es discursiva, lo que supone
entonces que ‘el momento de la mediación resulta constitutivo y el acceso a lo
inmediato está postergado’ (Laclau 2002: 63). Cuarto, dado que el cierre
discursivo es imposible, la identidad estatal es una fantasía de completitud.
Quinto, la imposibilidad de cierre social no implica la disolución de la identidad sino
la lógica de estabilizaciones hegemónicas en donde una parte del sistema
pretende representar la totalidad del sistema. Sexto, la identidad se construye en
relación a otro, que puede ser espacial (otro estado), temporal o axiológico (la
tiranía, la contaminación del medio ambiente, la guerra, etc.).
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a diferencia de la primera, el contenido de las identidades importa menos y la
relación entre identidades importa más. Uno podría esperar que a una máxima
similitud dentro del yo y una máxima diferencia con el otro, la armonía sea el
principal proceso dentro del yo y el conflicto sea el proceso típico de la relación
con el otro. De manera inversa, uno podría esperar a una máxima diferencia
dentro del yo y una máxima identidad con el otro, el conflicto interno sea el
principal proceso dentro del yo y la cooperación el principal proceso con el otro.
Visto desde esta perspectiva, la identidad tiene una dimensión cognitiva y una
dimensión social. Ambas son cruciales para comprender su relación con la acción
externa de los estados. Estas observaciones están en consonancia con los
supuestos desarrollados por William Bloom (1990) en Personal Identity, National
Identity, and International Relations. El autor (1990: 80) establece seis supuestos
acerca de la relación entre identidad, interés y política exterior.
Tercero, ningún gobierno o grupo político puede afrontar presentar una política
que está fuera del discurso aceptado de interés nacional y por lo tanto que ponga
en peligro o amenace la identidad nacional.
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Sexto, el público nacional siempre reaccionará contra políticas que puedan ser
percibidas como siendo una amenaza a la identidad nacional. Séptimo,
inversamente, el público nacional siempre reaccionará a favor de políticas que
protejan o acrecienten la identidad nacional.
En este sentido, para concluir, podemos identificar dos maneras concretas en que
la identidad estatal puede configurar la política exterior de los estados.
Dado que las identidades sirven como factores que movilizan y justifican la acción
externa, la política exterior puede volverse en determinado punto atrapada en el
discurso de la identidad estatal. Así, cuando los políticos explican la política
exterior en términos de identidad, son candidatos a ser penalizados en el futuro si
la política exterior es vista como contraria a la identidad nacional. De este modo,
los discursos de identidad constituyen una suerte de ‘dependencia de la
trayectoria’ (path dependency), limitando lo que los actores políticos pueden hacer
luego.
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