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ARTICULO: EL TIEMPO Y LA FORMA (LA SOCIEDAD Y SUS FORMAS DE ESPACIO

EN EL TIEMPO)
Autor: RUY MOREYRA. Profesor del Departamento de Geografía de la Universidad
Federal Fluminense (UFF) Brasil.

Originalmente texto del Capítulo 4 de la tesis de Doctorado.


Fuente: Ciencia Geográfica. Año IV. Nº9. Ensino- Pesquisa -Método.
Enero-Abril de 1998. AGB. Sección Baurú. Brasil.

Traducción realizada por: Dr. Marcel Achkar (**) y Dra. Ana Domínguez (***) con fines
didácticos.
Ambos docentes del Laboratorio de Desarrollo Sustentable y Gestión Ambiental del
Territorio. Departamento de Geografía. Facultad de Ciencias. Universidad de la
República. (**) Docente de la Unidad de Sistemas Ambientales. Facultad de
Agronomía. (***) Docente de la Especialidad Geografía en el Instituto de Profesores
Artigas.

Cada tiempo se distingue de otro por la forma del espacio. En verdad, cada tiempo es su
forma de espacio. Las formas espaciales del tiempo son conocidas. Las tensiones genético-
estructurales de esas formas, escondidas en el aparato paisajístico de los ordenamientos,
todavía no. Estudiaremos en este texto los grandes cuadros espaciales-temporales
constituyentes de las formaciones geográficas de la historia. La evolución estructural de las
formas y tensiones espaciales de las sociedades en el tiempo, como base para una aventura
en la dialéctica de las regulaciones.

1-EL PRIMER ESPACIO

El espacio surge en la historia de la organización territorial dada por el hombre en relación


con su ambiente. Dos acontecimientos marcan el inicio de esa historia, actuando desde
entonces, como las determinantes de la relación estable del hombre con su espacio. El
descubrimiento del fuego es el primero, y la agricultura es el segundo.
El fuego es el dato inicial. El uso del fuego lleva al hombre a convertirse en un ser
omnipresente en la superficie terrestre. Con el fuego, él aprende a controlar el ambiente (el
fuego sirve para la preparación de los alimentos y para la fabricación de las armas y
utensilios) y a dominar los territorios (sirve para el ataque y la defensa, para iluminar el
campamento y para renovar la vegetación a través de la quema). La agricultura es el dato
integrador. Con la agricultura, el hombre da otra organización espacial a la naturaleza (a
través de la domesticación de las plantas y de los animales) y así crea los territorios (a través
de guardar organizadamente las provisiones en silos y graneros, de la apropiación intencional
de los suelos y del agua, y del ordenamiento de los caminos y las localizaciones). De la
combinación del fuego y de la agricultura viene la instalación de los primeros núcleos de
poblamiento, los polos germinativos de los que emergen las civilizaciones.

El dato ordenador del paisaje es la selectividad. Práctica ambiental en que el hombre expulsa
de la asociación natural, las especies consideradas inútiles al espacio construído, quedando el
ambiente reducido a las especies consideradas útiles. Esto es, las plantas y animales
domesticados, y los aclimatados por el intercambio y migraciones. Así, el paisaje
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creado se distancia del paisaje natural, en una extensión que es proporcional al nivel de la
técnica usada en la acción de la selectividad. La determinante, es la búsqueda de la
productividad.

Con la selectividad agrícola, los paisajes naturales no desaparecen, al contrario, las formas
del espacio de los géneros de vida del período pre-agrícola, de los recolectores, cazadores y
pescadores, aumenta su diferenciación. Se entra así, en un estadio de evolución donde la
humanidad se aglutina y se diferencia en tres grandes formas de género de vida: el
extractivo (de la recolección- caza- pesca), el agrícola y el pastoril.

En la práctica, son formas que aquí y allá, se combinan y se complementan, introyectando


regionalidades que difieren entre sí por la naturaleza, la demanda del territorio y por las
modalidades de géneros de vida. El carácter nómade de los géneros extractivos y pastoril
significa un soporte ecológico de base territorial amplia. El carácter sedentario de género
agrícola, difiere en que, se traduce en ordenamientos regionalmente distintos y bien
demarcados en el paisaje.

En cada ámbito regional, un género de vida determinado centra el modo de vida del grupo
humano, sin que excluya la presencia de los demás. En general, los géneros agrícola y
pastoril incorporan e incluyen el espacio de recolección, de caza, y de pesca en carácter
complementario. Y es común que el género agrícola incorpore en su espacio algunas formas
de cría de animales y el género pastoril algunos cultivos. Siendo raros los espacios en que
cría y cultivos se unifiquen para formar un solo género de vida.

El hecho es que el surgimiento de los géneros agrícola y pastoril significan una alteración
fundamental en la relación del hombre con su ambiente, de esto es que surge un nuevo
espacio. En cuanto en el género extractivo los grupos humanos utilizan las especies del
medio local en su diversidad más integral, en los géneros agrícola y pastoril las especies son
filtradas por la relación de selectividad. La mayor productividad del trabajo en los géneros
agrícola y pastoril es la causa de la diferencia.

No son todavía paisajes que se implanten de una sola vez. En primera instancia, los géneros
de vida se distribuyen y se regionalizan en conformidad al ambiente. El género agrícola surge
en las áreas forestales, a través del cultivo y de la transformación de las asociaciones
naturales en asociaciones domésticas, tal como en los paisajes de arroz, de trigo, de maíz, de
tubérculos, de modo variable y a costo de alguna devastación de bosques. El género pastoril
surge en las áreas herbáceas, esteparias y desérticas. En ellas ocupan, durante poco tiempo,
los puntos ricos en pastos y en agua para aprovechar mejor los momentos estacionales,
formando espacios de una extensión territorial que se confunde con el infinito, pero es el
animal quien fundamenta la vida.

La movilidad valoriza el caballo, la seguridad el camello, la vivienda el buey, la vestimenta el


carnero. El régimen alimentario valoriza el intercambio con las sociedades agrícolas. También
aquí la influencia ambiental en la formación regional es patente: en las estepas
centro-asiáticas se regionaliza un modo de vida marcado por el peso del desierto frío sobre la
vivienda y la vestimenta del pastor y por el dominio del camello sobre el caballo, ya en el
desierto occidental-asiático y sahariano se regionaliza un modo de vida marcado por vivienda
y vestuario leves y por la agilidad del pastor sobre el caballo.
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Pero, tales géneros de vida no se mantienen restrictos a estos ambientes por mucho tiempo.
Avanzan aquí y allá uno sobre el otro, en un momento reforzando la separación y en otros
forjando el entrecruzamiento de sus espacios, encontrando casos en que surge alguna
unificación entre el género agrícola y el pastoril, lo que acontece sobre todo en el centro-este
y occidental europeo.

Pero es el grado de enraizameinto territorial el hecho fundamental. Cada civilización crea y


difunde su paisaje después de un largo curso de ensayo de ambientalización. O sea, de un
proceso adaptativo al ambiente marcado por pacientes y diligentes trabajos de
experimentación, invención, intercambio de inventos, que fundamenta el enraizamiento
territorial de las comunidades. Un proceso que por experimentación, domesticación y
aclimatación, hombres y especies se ambientalizan, crean raíces territoriales y fijan
civilizaciones definitivas.

Lo raro es que este movimiento que al inicio se relaciona a un área laboratorio, lugar
inhóspito donde los grupos humanos ensayan la creación de una nueva cultura, pero de
donde salen para asentarla como civilización solo en otra área, apenas cuando la comunidad
alcanza el enraizamiento territorial total, esto es, el estado de identidad espacial con el todo
del entorno, solo entonces, ella se considera asentada. Entonces, la territorialidad se
sedimenta, apareciendo como el cuerpo orgánico de la cultura enraizada para todo el grupo
humano, un modo de vida madura y la civilización se implanta.

Los oasis de las montañas y los planaltos secos de Asia Central son los núcleos históricos.
Fue de ahí que los grupos humanos descendieran para el este y para el oeste, con sus
cultivos domesticados, para, después de una larga fase de tentativa de enraizamiento
territorial, experimentando aquí y fijándose allí, acabarán por constituir en el oriente la
civilización china, y en el occidente, la civilización helénica, las matrices formadoras
respectivamente de la civilización asiática y de la civilización europea.

Los cultivos son los vehículos de esa distribución. El trigo, la cebada, la vid, los árboles
frutales, las legumbres y el lino, salen de la región irano-mediterránea para fundar las
civilizaciones tanto del este asiático como del oeste europeo. El arroz, el té, la soja, la caña
de azúcar, la morera y el algodón salen de las montañas y planaltos secos del centro asiático
para fundar civilizaciones al este. El caballo, el buey, el camello y la oveja salen del occidente
asiático seco para fundar la civilización en varios lugares. El maíz, la papa y el tabaco, salen
de las montañas semiáridas del oeste americano para fundar las civilizaciones de las planicies
del norte y del sur del continente.

Todo en esos espacios es función de la sociabilidad y de la inventiva técnica de los grupos


humanos. De ahí proviene el movimiento y la sedentarización de los hombres sobre los
espacios, es la base sobre la cual el modo de existencia se equilibra, tanto, entre los grupos
de agricultores, como entre los grupos de pastores y entre los grupos de recolectores,
cazadores y pescadores.

Fruto de esas prácticas, es el régimen alimentario que define la modalidad del hábitat,
determina las formas de vivienda, el modo de vestimenta, y el medio de circulación, así surge
la diferenciación regional.
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En Asia Monzónica, el arroz domina lo visual del paisaje, entre medio de las culturas ricas en
grasas, proteínas y aminoácidos, usadas en las comidas, además de la cría de aves y
puercos, de la pesca y de los cultivos de té (planta digestiva), todos complementarios de la
dieta basada en el arroz; en Asia irano-mediterránea, el cultivo del trigo, está en medio de
los cultivos de centeno, cebada, avena, cría de animales de gran porte (buey y carnero) y el
cultivo de legumbres y frutas, complementarias en la combinación pan-aceite-vino basadas
en los cereales y la bebida; en Africa sub-sahariana, los tubérculos y rizomas se asocian con
las actividades que los complementan, como los cultivos ricos en grasas y azúcares, de la
caza y la pesca. Situación que igualmente acontece en el espacio del régimen pastoril, donde
el proceso de selectividad se fija en una especie animal ambientalmente determinada y el
paisaje queda entregado a la fluctuación de migraciones de tribus, y más todavía entre los
pueblos semi-nómades del medio boscoso.

2- EL SEGUNDO ESPACIO.

El aumento de la productividad del trabajo, que proviene del perfeccionamiento de la técnica


selectiva, da origen al excedente. El excedente libera parte de la población para el ejercicio
de las actividades no agrícolas e introduce la división social del trabajo, nace la ciudad. Con la
ciudad, un modo nuevo de estructuración del espacio va a surgir, con sus relaciones
intrínsecas de tensión.

En general, la ciudad surge y se multiplica en los lugares de contacto de medios desiguales,


como entre la selva y la sabana, la montaña y la planicie, la tierra y el mar, donde la ruptura
de continuidad de los géneros de vida favorece el intercambio mercantil.

Además, relacionada a las funciones sociales, que la división social del trabajo crea, la ciudad
surge separada del campo, produciéndose de esta separación una relación de choque e
interdependencia, que va a conectar una y otra por un vínculo de intercambio no siempre
regular y no siempre organizado de productos.

Organizada al ritmo estacional del calendario agrícola, que es llamado a sobreponerse al día-
día de ambos espacios, que le impone con su pulsación la armonía y el equilibrio al
movimiento de relación del conjunto, la ciudad respira el aire de la civilización emanada del
campo.

El desarrollo de la función de la ciudad da una nueva vida a los medios de transporte y


comunicaciones, y nuevo significado a la circulación. Hasta entonces, es por tracción animal o
por el propio hombre, con caminos improvisados, y el hombre vence las distancias y supera
los aislamientos. En las áreas de topografía favorable inventa el vehículo de ruedas, al tiempo
que inventa el barco en los ríos y litorales. La aparición de la ciudad interconecta y
transforma los caminos en vías permanentes y con ellos unifica el esqueleto de llenos y
vacíos territoriales de las comunidades.

Como centro del dinamismo de los medios de circulación, la ciudad organiza cada civilización
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en un espacio propio. Creando para cada cual una territorialidad definida. Creando una
unidad, con base en el intercambio y en el pasado común, funde en una sola civilización los
núcleos aislados y dispersos.

Impulsada en ese desempeño de la ciudad y su red de circulación, la técnica se desarrolla


más, se densifica y diferencia, diversificando los medios técnicos, que amplían el abanico de
la diferenciación regional. Tiene inicio una fase de grandes transformaciones, el desarrollo de
la técnica trae nuevos territorios hacia los géneros de vida. Arregla los hábitats en base de un
trabajo más colectivo, permanente e intensivo. Altera la relación sagrada con el medio
natural, construida por el hombre en el largo correr del enraizamiento territorial de los
géneros extractivos, sustituyéndola con un acto de violencia por una relación basada en la
práctica racional.

Ante todo, da al enraizamiento territorial un carácter aldeano, con su modo comunitario de


vida donde las familias socialmente están cohesionadas por sus creencias y rituales, dioses y
sacrificios, el comando de la magia sobre el ejercicio de las profesiones (de la agricultura a la
metalurgia), prescripciones alimentarias, disposición de las viviendas, permisiones sexuales,
mecanismos de protección, fiestas de procreación y rituales de vida y de muerte,
estableciendo los colores que se establecen en el paisaje como el espíritu de identidad
geográfica del grupo humano. Presente en el género agrícola, la acción revolucionaria de la
técnica será más fuerte, y los instrumentos agrícolas hacen que las formas de organización
de ese género se tornen más diversas dentro de sus propias fronteras.

Primero aparece el palo excavador, en la fase de la recolección, su transformación en la pala


y en la azada aumenta el poder del hombre de revolver la tierra y ocupar espacios más
extensos y heterogéneos. En la progresión, viene el arado y la tracción animal, con ellos, los
espacios antes tan ecológicamente demarcados, se mezclan. Ambientes como las sabanas y
las estepas son abiertos para los cultivos, llevando al género agrícola a extrapolar el límite
estricto de las selvas.

De ahí provienen dos situaciones. En la primera, los grupos de agricultores invaden el espacio
del género pastoril e inician con los grupos nómades una larga era de conflictos. Relación que
se resuelve por la hegemonía de uno u otro sobre el espacio adversario. Allí, donde la acción
de los grupos de pastores prevalece, los agricultores se retraen hacia islas de espacios
limitados dentro del territorio pastoril, como en los oasis de las estepas y desiertos de las
regiones irano-mediterráneas y centro-asiáticas. Pero donde prevalecen los grupos de
agricultores, son los pueblos pastores (empujados hacia las tierras situadas al margen de los
cultivos, a veces montañosas y de suelos generalmente impropios para cultivos, ya que los
pastos y aguas no siempre son abundantes y permanentes, más allá de las distancias de los
grandes ejes de circulación) que caen en el aislamiento. En un caso, como en otro, el
intercambio se vuelve irregular y los grupos se aíslan y retroceden en su progreso.

En la segunda situación, la selectividad de las especies se acentúa y con ella la devastación


de las selvas. Hay una persistente y espontánea tendencia de resurgimiento de las plantas
descartadas por las asociaciones domesticadas, los grupos humanos responden con una
práctica de quema, que acaba alterando por completo las condiciones ecológicas de áreas
enteras, empobreciendo y convirtiendo selvas en sabanas.

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La técnica eleva así la relación de dominio de los espacios, la densidad y el ámbito de los
transportes y el radio de alcance y de gestión de la ciudad. Sobre esta base, las civilizaciones
agrandan y recrean los marcos regionales con que rígidamente ocupan y dividen la Tierra.

En consecuencia, los hábitats quedan estructuralmente más complejos. En la medida que,


por fuerza de la técnica, los llenos y los vacíos de las casas y caminos, con sus manchas de
cría y de cultivos, se multiplican, la fisonomía paisajística se amplía. En el afán de agrandarlas
más, los grupos humanos drenan pantanos, irrigan tierras secas, vencen planicies, pasan
montañas, se dividen y se juntan, implantan complejos alimentarios, modos de vivienda,
modos de vestimenta, nuevas técnicas, niveles de productividad, desigualdades de demandas
sociales, formas de relación mística, medios de circulación, en una interacción con las
ondulaciones del terreno, sus suelos, topografía, disposición geológica, variación botánica,
incidencia luminosa, que lleva a los paisajes a una extraordinaria diversidad visual.

La vida gregaria lleva a los grupos humanos a explotar los beneficios de la aglomeración. Las
densidades van variando con los géneros de vida, disminuyendo en diagonal de las áreas de
género agrícola para las de la periferia pastoril y más aun para las de género extractivo. Un
poblamiento que se dispersa como enjambre de abejas, no como mancha de aceite, en el
cual grupos enteros se desligan del hábitat original, cada vez que las comunidades acumulan
excedentes de población que ya no consiguen contener, para mas adelante en puntos
distanciados, formar nuevos focos de poblamiento, aumentando la diversidad y el horizonte
del espacio territorial de las civilizaciones.

Hábitats enteros, ya sean dispersos o concentrados, se expanden en el horizonte infinito de


las planicies, en los valles montañosos, en los suelos fértiles de los aluviones, a lo largo de los
ríos y los caminos, en las líneas de contrastes ambientales, dominando medios naturales de
los más diferenciados.

3.- EL TERCER ESPACIO.

En el desarrollo de la división social del trabajo y de la ampliación del excedente, surgen la


propiedad y sus formas de apropiación, diferenciando y estratificando socialmente los
segmentos dentro de la comunidad. Las luchas de clases se instauran, y surge la institución
Estado, que tomando por soporte la función de la ciudad, deja raíces sobre el territorio y por
su medio cuida de disminuir los conflictos.

La estratificación social imprime una intencionalidad clasista a la técnica y a la relación


ambiental hasta entonces inexistente. Y reaglutina los géneros de vida en diferentes modos
de producción, dando sentido mas tenso a la vida de los espacios. Los paisajes ganan así un
ordenamiento distinto al ecológico, al lado de los espacios que permanecen vinculados al
antiguo modo natural de producción, se multiplican los surgidos del desmonte de las
relaciones comunitarias que se inician, - "el asiático", el esclavista y el feudal - dando al
paisaje terrestre nuevas formas.

En los espacios mantenidos por los antiguos modos de producción comunitarios, permanece
el paisaje regional de la aldea circundada por los campos con sus géneros de vida
complementarios y principal. En el modo de vida "asiático", se forma el paisaje de las
comunidades de aldea con sus distintos dominios territoriales, ordenados por el poder de la
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comunidad superior, en general marcado por la presencia destacada de la ciudad central.

En el modo esclavista, aparece el paisaje recortado por latifundios de la clase señorial,


dividiendo la propiedad de un territorio fuertemente centrado en la ciudad, por donde la elite
ejerce el poder absoluto. En el modo feudal, por fin, surge el paisaje atomizado y
celularmente organizado en anillos concéntricos del feudo, cada anillo diferenciándose de
otro por su actividad de producción específica (campos de legumbres, cereales, ganado
comunitario, reserva boscosa, en el orden de la distancia a la aldea central), el conjunto
compone el dominio territorial incontestado del señor.

4- EL CUARTO ESPACIO.

Alrededor del siglo X ocurre un conjunto de cambios de efectos estructurales, tanto en


occidente como en oriente, relacionados a la evolución de los intercambios. Desigualmente
contenida en la estructura interior de cada modo de producción, la relación de los
intercambios se expande, y actúa como fuerza que empuja los cambios. Comprimida por las
relaciones todavía fuertemente comunitarias, la evolución de los intercambios poco avanza en
el oriente. En el occidente europeo, todavía, evoluciona con una radicalidad que engendra
una economía de mercado, introduciendo el modo de producción capitalista, cuya dinámica
en el transcurrir del tiempo se extrapola y gana ímpetu a una escala que europeíza el mundo.

Este desarrollo generalizado de la relación mercantil está ligado al desarrollo del excedente y
de la propiedad. Fuentes engendradoras de una lógica que hace que una forma de
apropiación pura y simple, la producción del excedente, gane carácter acumulativo del
capital. Una lógica que, imponiéndose al conjunto de la sociedad, acaba por cambiar la
propia naturaleza de la relación mercantil.

Tiene origen así el espacio moderno, donde organizar y arreglar la forma del hábitat para
producir excedentes con el fin de acumular capital, se torna la regla, intercambiar productos
es una actividad de finalidad capitalista.

El Estado es el gran agente del nuevo orden, y la ciudad y los medios de circulación, son sus
entes geográficos por excelencia. Intentando dar al todo, esa dirección mercantil, el Estado
uniformiza bajo el mismo padrón pesos y medidas, la moneda, las diferencias étnicas,
religiosas y lingüísticas, unificando y creando el territorio del espacio nacional.

Así inscrita territorialmente, la economía de mercado avanza sobre la autarquía imperante en


las comunidades rurales, impone la regla que expropia, expulsa e individualiza las relaciones
del campesino con la tierra, capitalizando el espacio. Entonces, separa la producción y el
consumo, crea nuevos circuitos para los productos agrícolas, valoriza la tierra en la ciudad,
conduce a que la clase aristocrática del campo, invierta su renta rural en propiedad y renta
predial urbana, integra el espacio de los viejos géneros agrícola y pastoril en una misma
división territorial del trabajo y de intercambio, disuelve los modos de producción pre-
mercantiles, unifica los mercados locales nacionalmente en un único mercado. Y organiza con
su lógica, el ordenamiento de un nuevo espacio, donde en las cercanías de las ciudades
surgen áreas especializadas en cultivos de consumo urbano, como legumbres y frutas, y en
los lugares más distantes, las manchas de cultivo de cereales y de los campos de cría de
ganado, se colorean de acuerdo con la demanda urbana.
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Transformaciones en las que se incluyen cambios amplios en el sistema de transporte. La
caminería terrestre se perfecciona, en la navegación marítima se desarrolla la técnica náutica
que acondiciona el barco a vela e introduce el uso de la brújula, del sextante y de la tabla de
navegación. Y en conjunto, la caminería, el transporte fluvial (en rápido desarrollo con las
obras de canales que rectifican e interligan los ríos) y la navegación marítima, que en este
momento se prepara para alcanzar las mayores distancias oceánicas, pasan a articularse en
una tenue red.

5- EL QUINTO ESPACIO.

El impulso de los intercambios a larga distancia lleva a un impulso en los intercambio de


plantas y animales entre los diferentes continentes del mundo, se inicia una fase de mezcla
cada vez más amplia de elementos de los ecosistemas por la superficie terrestre, que cambia
con el tiempo la antigua división territorial de los paisajes.

Plantas y animales domésticos, por siglos presos en sus confinamientos regionales,


extrapolan esos límites para ganar el mundo y establecer en esta escala, una reorganización
territorial jamás vista: caña, arroz, café, trigo, buey, caballos, ovejas salen del "viejo mundo"
para cruzar en sentido contrario con la papa, maíz, drogas diversas, especies del "nuevo
mundo", con un cambio radical en los ambientes y en los géneros de vida. Por ejemplo, en
las planicies centrales de América del Norte, donde la introducción del caballo altera
fuertemente el modo de vida de los pueblos cazadores, al paso que las papas y el maíz van a
revolucionar el sistema agrícola y el régimen alimentario de los pueblos del occidente
europeo. Cruzamientos que aproximan paisajes, alargan el ecumene, mezclan
configuraciones, rompen el equilibrio ambiental local, y tornan los espacios socialmente más
densos.

6- EL SEXTO ESPACIO.

El resultado es la acumulación mercantil gigantesca que desemboca en la revolución


industrial, la transformación de la técnica que subvierte los espacios en una escala mayor
y todavía más amplia. Su centro de eclosión es la Inglaterra del siglo XVIII, de ahí migra
en el siglo XIX para el continente, alcanzando a Bélgica y a Francia, después a Estados
Unidos. A fines de ese siglo vuelve al continente europeo para el desarrollo tardío de
Alemania e Italia, y en el pasaje al siglo XX migra para Japón.

Es una revolución relacionada al surgimiento de la fábrica. Hasta entonces la industria


tuvo una forma artesanal, en la medida que era un elemento en la organización dispersa
de la economía campesina. Después, gana forma de manufactura, más desarrollada y
ligada a la energía del viento y de los saltos de agua, localizándose dispersamente en la
periferia de las ciudades, en función de la localización de aquellas fuentes. Por fin, toma la
forma de fábrica, la industria basada en la máquina de vapor, se irá concentrando en las
áreas de yacimientos de hulla o cerca de puertos donde ésta se importa. Congénitamente
vinculada con la hulla, la industria se acumula en las áreas carboníferas, y a partir de ahí,
da inicio a toda una reconfiguración del espacio.

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La causa de esa concentración, es el alto costo del transporte de la hulla. Pero también el
hecho de lo compartimentado del espacio que trae la racionalización de los costos de
infraestructura para la industria, el control del desperdicio, la explotación máxima de los
recursos, el encadenamiento vertical u horizontal de las operaciones productivas, el
acortamiento de la distancia-tiempo, la accesibilidad más directa al crédito y a las
inversiones. Por eso, aunque dependa más del agua y de las condiciones higrométricas
adecuadas, la industria textil se va a localizar en las áreas hulleras, de acuerdo a la
energía, de la mano de obra barata y del mercado que encontrará en abundancia.

La vía férrea cumple aquí un papel clave, secundada por la navegación marítima, forma
de transporte de largo alcance y costo menor. Conjuntamente con la vía férrea y la
navegación marítima, la industria parte hacia una preponderancia espacial. Desde el inicio,
la vía férrea es un complemento del trabajo de transporte en las minas de carbón.
Después, se libera y se expande mas allá de ese ámbito, ayudando a la industria a
expandirse entre las minas, los puertos y las grandes ciudades. El mismo papel cumple la
navegación. Por fin, la vía férrea se libera de la propia área hullera, traspasa los
horizontes, llevando a multiplicar consigo las áreas industriales en todas las direcciones.
Es en este tercer momento que la vía férrea roba el lugar a los ríos y a la caminería en el
sistema de circulación, eleva el espacio industrial a su punto de auge y apoya al Estado en
su tarea de complementar el proceso de construcción unitaria del espacio nacional,
iniciado en el periodo de la acumulación mercantil.

Junto a la vía férrea y la vía fluvial, la industria crea lo que se va a convertir en un paisaje
clásico, con los establecimientos fabriles mezclados con las instalaciones mineras (o
portuarias) y el caserío de los trabajadores en el medio, el trazado confuso de las vías de
circulación, cortando el tablero de ajedrez montado sobre el fondo de un urbanismo
polucionado por las escorias del carbón, amontonando los residuos industriales, la
multiplicidad de canales de agua sucia, el cielo siempre gris, el caserío ceniciento, los
suelos ennegrecidos, el enmarañado inseguro de las galerías con su amenaza a la vida de
la población trabajadora, los aparatos no siempre completos de los equipamientos de
servicios urbanos. La escala de la organización entonces se alarga, dilata los horizontes e
integra los mercados local, regional y nacional con los intercambios de nivel internacional.

Es cuando la fabrica reinventa las relaciones ciudad-campo, re- dibuja la malla de la


circulación, refuerza el papel nodal de la ciudad, amplía el alcance espacial de los
intercambios, rediseña el paisaje rural, reestructura el espacio urbano, redistribuye los
contingentes demográficos, atrae para sí la masa trabajadora de campesinos y artesanos
migrada, incorpora al mercado las antiguas industrias, crea áreas y formas nuevas de
materias primas, reordena y revoluciona los espacios. Sobre todo, reorganiza el espacio,
dividiéndolo en países y regiones, en la lógica de la división territorial del trabajo.

El resultado es una crisis agraria. Esto es, la generación de un cuadro de tensiones en el


campo ligada a la capitalización que lanza a las familias campesinas a la inestabilidad, la
gran y pequeña propiedad se enfrentan, los precios agrícolas aumentan, los productos
coloniales y metropolitanos entran en la disputa por los mercados.

Pero, ante todo, el tensionamiento urbano, la ciudad se puebla de proletariado originado


en los campesinos y artesanos que migran de la expropiación del campo y aumentan
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rápidamente los barrios fabriles. Estos, se van a multiplicar en las minas, acompañando el
borde de los ríos, las vías férreas o los ejes portuarios. Al tiempo que gana un nuevo
papel de centralidad, la ciudad, hereda el paisaje ahumado y socialmente jerarquizado de
la industria. Y la vida urbana pasa a distinguirse más y más de la monotonía rural en
razón de la compleja red institucional que abarca, de la diversificación de funciones
profesionales que asume y de la enorme estratificación social que adquiere su población.
La división territorial del trabajo es el esqueleto de esta organización del espacio
industrial. Primero, se separan campo y ciudad, profundizando su distinción por la
diferenciación funcional. El campo es sinónimo de agricultura y ganadería, fragmentación
en múltiples espacios especializados y diversificados de producción que elevan la
productividad agrícola, liberan excedentes hacia la ciudad y disminuyen rápidamente su
población. La ciudad es sinónimo de centro exclusivo de producción industrial y prestación
de servicios, punto destacado en el paisaje del territorio para donde fluyen las líneas de
comunicación y de transporte.

Reflejando en tal alto grado la naturaleza y dinámica de la economía industrial, la ciudad


asume el comando de esa organización compleja del espacio. Posee una centralidad en la
relación con el campo. Estructura con él una unidad regional, organiza y segmenta el
espacio en una jerarquía de regiones.

Luego, la industria traspasa hacia el plano mundial esta diferenciación ciudad-campo,


creando una relación que antepone países industrializados y países recién colonizados, en
que éstos organizan sus espacios en áreas especializadas de monocultivo, en la ganadería
y en la minería para el abastecimiento de aquellos, y de los que reciben a cambio
productos manufacturados. La vía férrea cumple aquí el papel importante de abrir el
interior de los continentes para la multiplicación de esas áreas de especialidades
monoproductoras, integrándolas a los mercados de los países industrializados por la
interconexión en una sola red con un puerto y la navegación marítima.

7- EL SEPTIMO ESPACIO.

A fines del siglo XIX, ese paisaje se generaliza por el mundo, la causa es la fuerza
centrífuga de la segunda revolución industrial, que va integrando los espacios a partir del
centro en los Estados Unidos. Su motor es la flexibilidad que la energía de la
hidroelectricidad, y luego el petróleo, confieren a la localización de la industria, liberándola
de la tiranía del carbón.

Siendo la electricidad una forma de energía reversible, divisible, autorregulable y de fácil


transporte, casi instantáneo, en oposición de la energía del vapor de carbón, puede ser
llevada a cualquier punto territorial. Además, permite mayor simplicidad de
funcionamiento a la industria (basta encender o apagar el interruptor) abaratando su
utilización y el control de los costos. Esto influye en la distribución de la industria, que se
propaga territorialmente por todos los países, llevando por intermedio de ellos a escala
mundial, las relaciones de mercado y las tensiones económicas y sociales del capitalismo.

Hasta entonces, la energía hidroeléctrica fue cosa de usinas pequeñas y aisladas que,
facultadas por la combinación del dínamo, (una invención del final del siglo XIX), con la
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turbina, (inventada desde el siglo XVIII) aquí y allá aparecen instaladas en las altas
montañas (lugares donde la industria se encontraba todavía en la fase de dispersión, ya
que la hidroelectricidad es una alternativa típica de los países pobres en carbón mineral).

El nuevo cuadro técnico altera todos estos límites, la usina se desvincula del
almacenamiento de agua y se traslada de lo alto hacia el pie de las montañas. Se libera de
la localización rígida de antes, y a partir de ahí se interconecta con la usina termoeléctrica.
La creación de la técnica de las represas, aumenta todavía más la red de interconexiones,
permite su localización donde más convenga en una cuenca hidrográfica, transformada en
una verdadera cuenca hidroeléctrica, y dilata la escala territorial de las ofertas.

La invención del motor a explosión, que ocurre después, elimina lo que todavía queda de
barreras a la libre localización y expansión territorial de la industria. La máquina movida
por la energía del petróleo, basada en el motor de explosión, es más liviana, menos
voluminosa y más potente que la movida por el motor de vapor de carbón, confiriendo a
los medios de transporte mayor capacidad de carga, movilidad territorial y rapidez de
desplazamientos.

No hay mas límites a la propagación territorial de la industria, y por lo tanto para la


división territorial industrial del trabajo, que se ramifica e irradia por todos los lugares del
mundo, hasta porque la electricidad y el petróleo permiten la creación de nuevas ramas
industriales, favoreciendo la aparición de nuevos materiales y nuevas formas de materias
primas, que la industria va a buscar en todos los continentes.

La hidroelectricidad permite el descubrimiento de la electrólisis, que imprime un gran


impulso a la metalurgia y da origen a la industria del aluminio. A su vez, el petróleo
propicia el descubrimiento de la química del carbono, que lleva a la industria a entrar en la
fase de la síntesis orgánica, la fase de las materias primas artificiales basadas en los
procesos de catálisis y polimerizacion, que dan origen a la creación de materiales como los
plásticos y las fibras artificiales que sustituyen a los metales livianos.

Juntas, la electricidad y el petróleo generan un nuevo concepto de materias primas. Esto


ya no solo significa, materias primas vegetales y animales que son la base todavía de
sustentación de las ramas industriales de la primera fase, sino minerales no ferrosos,
sustancias hidrocarbonatadas, productos a ser arrancados del subsuelo. Y recrean, de
modo radical, la forma y la escala de las relaciones de la sociedad con el ambiente, con
repercusión sobre la organización y la estructura del espacio de todo el planeta.

El propulsor de estas transformaciones es el “casamiento” de la ciencia y la técnica.


Sinónimo de Estado en consorcio con los monopolios (monopolios de señores de las
finanzas, ya no solo de industriales y comerciantes, dominantes sobre los medios de
comunicación, de los transportes, de las transacciones bancarias, de la industria, del
comercio, gobiernos y pueblos). En nombre de él, el Estado implanta infraestructura y
orienta la escala de los flujos multiplicadores del capital (en una relación en que el
monopolio acumula y el Estado asume el papel estructurante de la nueva escala del
espacio) garantizando la base de la difusión mundial de la industria.

Desde el inicio, la tecnología de la segunda revolución industrial viene en refuerzo del


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espacio organizado por la primera. Así, en este estadio, en el plano del espacio interno de
los países industrializados, perfecciona la diferencia funcional entre ciudad y campo,
acentuando el papel organizativo de la selectividad a través de la especialización orientada
en la investigación de laboratorio, de la mecanización y motorización de los trabajos
agrícolas, de la competitividad interna entre los productos tradicionales y los hasta
entonces importados de las colonias, de la regularización de la organización espacial en
los padrones de contabilidad industrial, de la regionalización productiva basada en la
racionalidad de los mercados, y reafirma la relación externa de jerarquización entre
ciudades y regiones, basada en la diferencia de los equipamientos de servicio.

Jerarquización que envuelve a las ciudades en una red de subordinaciones escalonadas en


tres grandes niveles: la ciudad de los pequeños núcleos urbanos, cuyo dominio es el
campo circundante con su vida animada por el ritmo de las ferias del mercado local; la
ciudad de tamaño intermedio, cuya área de influencia es una región con manchas
marcadas por la fuerte presencia industrial; y la ciudad de tamaño desmesurado de las
metrópolis, expresión del sindicato de las finanzas, en nombre del cual actúa como polo
de articulación mundial. En el plano mundial, la equivalencia de la separación ciudad-
campo se transforma en una oposición entre países industrializados y no industrializados,
reforzando la división territorial del trabajo basada en el intercambio de productos
primarios por productos manufacturados.

Con el paso del tiempo, en tanto, la segunda revolución industrial paulatinamente disuelve
el orden dividido en espacios regionales, deshaciendo las fronteras existentes entre las
regiones y organizando el espacio en red.

El dato director de este ordenamiento, es el papel que la esfera de la circulación asume


como centro en la organización del espacio, hasta entonces ejercido por la esfera de la
producción, merced a la extraordinaria revolución en el sistema de transportes.

La aparición del motor eléctrico perfecciona los transportes ferroviarios y marítimos, a su


vez, el motor a explosión surgido casi al mismo tiempo, hace renacer el transporte
carretero, a través del camión y del automóvil, y se crea el transporte aéreo. El camión
establece el transporte puerta a puerta, imposible de ser realizado por la vía férrea,
forjando un nuevo trazado para los caminos e incorpora las carreteras a la red combinada
de las vías férreas y de la navegación marítima.

El avión, a su vez acorta el tiempo de los recorridos y da un nuevo sentido a la distancia


física, ejerciendo sobre la navegación marítima el efecto equivalente a la del camión sobre
la vía férrea. Por mucho tiempo la circulación del pensamiento evolucionó en paralelo a la
dependencia de la infraestructura de los medios de transporte de que se servia. Las líneas
de correo, de la telegrafía y del teléfono se confundían en el paisaje con las líneas del
transporte de energía, ferroviario, carretero y de navegación. El surgimiento de la radio y
de la televisión, y ante todo, el advenimiento de la tecnología de los transistores, rompe el
vínculo de la dependencia y da inicio a la fase autónoma de las comunicaciones. La
relación hasta se invierte, ahora es la tecnología de los medios de comunicación del
pensamiento, que ayuda a los medios de transporte en su desarrollo, a ejemplo del papel
que primero la radio y después el radar irán a tener en la autonomización y ampliación del
radio de alcance de vuelos de aviones.
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Dirigiendo los flujos de energía, objetos e ideas a través de sus múltiples medios (el tren,
el navío, el camión, el avión y el automóvil, junto al teléfono, al telégrafo y a la televisión)
por el mundo, la esfera de la circulación se transforma en una potencia autónoma,
abarcando y fluyendo por todos los espacios.

Bajo esta perspectiva, funde mares y continentes en la potencia de los transportes (la vía
férrea, la navegación marítima, la carretera y el transporte aéreo) y de la comunicación (el
teléfono, el telégrafo y la televisión) aumenta la rapidez de los desplazamientos, reduce el
tiempo, acorta las distancias, integra los signos monetarios, une las escalas, completa la
disolución de las fronteras regionales, quiebra los limites nacionales, unifica el planeta,
ordena bajo un solo patrón uniforme todos los paisajes.

El espesor del espacio gana extraordinaria densidad técnica y social. Vencedor de las
constricciones territoriales, el flujo de las imágenes y sonido, junto al de los productos y
bienes móviles, puebla el mundo al servicio de las transacciones mercantiles, y organiza a
nueva escala el consumo, por medio del catálogo, abre opciones de compra en red, que
van en escala desde el almacén local a las grandes tiendas, dispersando puntos de
servicios por todas partes de la ciudad.

En la práctica, elimina desplazamientos, cambia el concepto de mercado, y reorienta


la industria y la agricultura en su localización, a partir de los aparatos de
propaganda y publicidad. Cierre histórico del desarrollo y organización espacial de la
circulación, la ciudad, asimila en esa lógica que organiza el mundo planetariamente
en red, no sin transformarse radicalmente.

Hasta el comienzo del siglo XIX, ninguna ciudad superaba el millón de habitantes,
con la industrialización, las grandes ciudades se van multiplicando en número y
población y se separan radicalmente del campo. Empujados por la alta productividad
de la industria y por la demanda de bienes y servicios como el teléfono, la radio, la
televisión y el automóvil, contingentes macizos de población, en una reedición de lo
que antes sucediera con el sector agrícola, se desplazan del sector industrial hacia el
de los servicios, terciarizando y metropolizando la ciudad en muchos millones de
habitantes.

Viene de ahí la reorganización interna del espacio urbano en largas avenidas


trazadas sobre las ruinas de los viejos barrios obreros, rasgando el espacio urbano
de una punta a la otra con un intento de redistribuir la población, reorientar los
flujos de circulación y recrear las infraestructuras de accesibilidad, la organización
concéntrica, en anillos circundantes del centro al círculo más externo y que se
entrecruza con el espacio rural, anillos que albergan en sus diferenciaciones de
fondo social y ecológico, problemas de un cotidiano ciudadano desgastante del
tránsito, de la vivienda y de la precariedad de la vida de la población trabajadora.

La ciudad entonces se autonomiza de la industrialización, y emprende una relación


con el campo y la totalidad del espacio de aproximación y similitud. Desde el inicio,
ciudad e industria se confunden, la ciudad es producto de la industria, la industria es
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el fundamento y la génesis de la ciudad. Cuando el espacio urbano alcanza una
escala de gran proporción de metrópoli, ciudad e industria se separan. La ciudad se
terciariza, y la industria sofocada en el espacio complejizado de la ciudad, migra
para ir a localizarse en el medio rural, retorna al campo y lleva hacia el área rural,
junto con los nuevos polos industriales, la autopista, los tréboles, viaductos y el
desplazamiento incesante de los obreros. Uniformización que restablece, ahora bajo
la fase urbana, la unidad entre campo y ciudad, antes quebrada por la propia
industria. Campo y ciudad se reaproximan y poco se distinguen por sus paisajes. La
urbanización extrapola su ámbito territorial, y la civilización humana se vuelve
urbana.

El efecto es la disolución de la vieja división internacional del trabajo basada en el


intercambio de productos primarios por productos manufacturados, que envolvía a
países industrializados y no industrializados. La inmensa facilidad de localización de
la industria en la superficie del planeta, la colocación territorial del capital y la
instantaneidad de las comunicaciones, que el espacio mundialmente integrado
propicia, crea una nueva división de trabajo, donde la interdependencia ciudad-
campo da lugar a las diferencias que surgen entre diferentes áreas industriales.

Hasta comienzos de la segunda revolución industrial, cada fase del procesamiento


productivo de la industria se hacía dentro del país industrializado, cuando la nueva
fase industrial llega al estado avanzado, con la industria que se generaliza y se
propaga por todos los países del mundo, cada país va asumiendo una fase del
procesamiento productivo, interconectándose en esta intercomplementariedad y
organizando los espacios planetariamente en una única interdependencia.

Encerradas en esta escala integrada, las viejas civilizaciones del pasado ven
entonces sus antiguos espacios convertirse en meras partes de la división
internacional del trabajo, y sus culturas territoriales se diluyen y comienzan a
desaparecer, hasta que del antiguo pasado quedan apenas sobras, trazos de
antiguas comunidades aldeanas desintegradas por los monocultivos y centros
mineros, en las áreas de sabana que bordean las selvas en el continente africano;
restos de un nomadismo desestructurado por la industria petrolera, en el occidente
asiático; resistencias de la cultura religiosa a una cultura racionalista aquí y allá
implantada por la técnica industrial de occidente en el espacio de los viejos
arrozales del oriente asiático.

Una uniformidad técnica recubre así los varios espacios del mundo, homogeneizando
los procesamientos productivos, al tiempo que unifica, en uno solo, todos los
mercados, particularmente los mercados financieros y es cuando las finanzas
asumen el comando del sistema económico mundializado, estableciendo la era de la
hegemonía absoluta del capital financiero. Unificación de los procesos productivos
combinado con la unificación mundial de los mercados, ante todo de los mercados
financieros, bajo esta base, el capitalismo se globaliza, y no tardan en aparecer los
efectos de esa globalización.

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8-EL OCTAVO ESPACIO.

Es cuando los medios de comunicación toman importancia y culturalmente


homogenizan la organización espacial de todas las sociedades. El poder de los
medios, cosmopolitiza el espacio, el régimen alimentario, el estilo de la moda, el
gusto del consumo, ejemplos clásicos de la diversidad en las antiguas civilizaciones
se vuelven imitativos en una uniformización de los hábitos a escala planetaria, y
disuelve las identidades, organizando los espacios hasta entonces ambientalmente
heterogéneos según un mismo patrón de técnica y consumo. La sociedad, producto
de los medios de comunicación, pone a los hombres en todos los lugares y en
ninguno de ellos crea raíces.

Disolución de los hábitats, ruptura de los ecosistemas, selectividad radical del uso
del territorio, aniquilamiento del paisaje como expresión del aniquilamiento de la
cultura, todo esto engendra una era de espacio tenso, afectado por el conflicto de la
multiculturalidad. En el campo, son las cuestiones trazadas por la
desterritorialización de viejos y sólidos modos de vida, en la ciudad, el advenimiento
de un cotidiano de super-especializaciones que desintegran los espacios públicos y
explotan la personalidad humana en mil pedazos.

Problemas de un hombre que cuanto más despierta como individuo por el tiempo
libre y la libertad ganada con el advenimiento del teléfono, de la televisión y del
automóvil, mas ve agigantarse delante de sí un espacio paradojalmente
despersonalizado.

Bibliografía.

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Brunhes, Jean. Geografía Humana. Editora Fundo de Cultura. Río de Janeiro.
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informacional).Ed. Hucitec. Sao Paulo. 1994.
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