A regañadientes. Inconscientemente.
Pero no sin que haya sido provocado.
Kit Isley es todo lo que ella no: desorganizado, sin ataduras y ni un
poquito cuidadoso.
Todo podría ser tan hermoso… si él no estuviera saliendo con su mejor
amiga. Helena debe desafiar su corazón, hacer lo correcto y pensar en los
demás.
Hasta que deja de hacerlo.
e supone que debes estar conmigo.
¿Qué palabras son estas? Me asustan, y al principio
creo que he escuchado mal. Él está apoyado en la mesa,
mientras que nuestras parejas están a unos metros de
distancia, esperando en la fila para comprar nuestra comida.
—Tú y yo —dice—. No nosotros y ellos.
Parpadeo hacia él antes de darme cuenta que está bromeando. Me rio
y vuelvo a mirar mi revista. En realidad, no es realmente una revista. Es un
diario de matemáticas, porque soy así de genial.
—Helena… —No miro de inmediato.
Tengo miedo de hacerlo. Si levanto la mirada y veo que no es una
broma, todo cambiará.
—Helena. —Extiende un brazo y toca mi mano. Salto, retrocediendo.
Mi silla hace un chirrido horrible y Neil voltea a ver. Pretendo que se me
cayó algo y lo busco debajo de la mesa. Debajo de la mesa están nuestros
zapatos y piernas. Hay un crayón azul junto a mis pies. Lo recojo y me
levanto.
Neil está primero en la fila ordenando nuestra comida, y el novio de
mi mejor amiga está esperando mi respuesta, con los ojos cargados de
atención.
—¿Estás borracho? —siseo—. ¿Qué carajo?
—No —dice. Aunque no parece tan seguro. Por primera vez, me doy
cuenta del rastrojo de barba en su cara. La piel alrededor de sus ojos se ve
amarillenta. Está pasando por algo, ¿tal vez? La vida está siendo una
mierda.
—Si esto es una broma, me estás poniendo realmente incómoda —le
digo—. Della está justo ahí. ¿Qué demonios está mal contigo?
—Solo tengo diez minutos, Helena. —Sus ojos se mueven al crayón
azul, que está descansando en medio de nuestras manos.
—¿Diez minutos para qué? Estás sudando —digo—. ¿Tomaste algo,
estás usando drogas? ¿Qué tipos de drogas te hacen sudar así? ¿Crack?
¿Heroína?
Quiero que Neil y Della regresen. Quiero que todo vuelva a la
normalidad. Me giro para ver dónde están.
—Helena…
—Deja de decir mi nombre de esa manera. —Mi voz se corta. Empiezo
a pararme, pero él agarra el crayón, luego mi mano.
—No tengo mucho tiempo. Déjame mostrarte.
Está sentado muy quieto, pero sus ojos me recuerdan a un animal
acorralado: asustado, en pánico, brillantes. Nunca he visto esa mirada en
su rostro, pero como Della solo ha estado saliendo con él durante unos
meses, es un punto discutible. No conozco realmente a este chico. Podría
ser un drogadicto por todo lo que sé. Gira mi mano con la palma hacia arriba
y lo dejo hacerlo. No sé por qué, pero lo hago.
Coloca el crayón en mi palma y cierra mi puño a su alrededor.
—Tienes que decirlo en voz alta —dice—. “Muéstrame, Kit”. Dilo
Helena. Por favor. Tengo miedo de lo que va a pasar si no lo haces.
Porque se ve tan asustado, lo digo.
—Muéstrame, Kit. —Y luego—. ¿Debería saber lo que es esto?
—Nadie debería —dice. Y entonces todo se vuelve negro.
2
UM: Universidad de Miami.
Me gusta el uso de los signos de exclamación y los signos de
interrogación. Dio justo en el clavo.
Sí, le envío. ¿Has escrito más allá del capítulo seis?
Casi inmediatamente, hay un nuevo archivo en mi e-mail. ¡Seis
capítulos más! Pero tendrán que esperar. Tengo clase de arte. Me visto de
negro para canalizar mi artista interior y recojo mi cabello en un moño.
Cuando entro a la clase, Neptune asiente hacia mí. Todo el mundo me está
tomando más en serio últimamente. Me pregunto si le asintió así a Joan
Mitchell cuando era un hombre joven. Hoy nos da el reino de nuestro propio
arte.
—¡Dibujen lo que quieran! —anuncia Neptune, golpeando el aire. Hoy
me siento inspirada. Dibujo a George, Denver y Stephanie Brown. Todos de
la mano, de pie junto al barco de pesca que restauraron juntos. Excepto que
no se ven como gente normal. En lugar de brazos, le doy a George armas, y
Denver tiene una computadora gigante como cabeza. Stephanie Brown, la
dibujo sosa, con hombros patéticos y débiles. Neptune se emociona mucho
cuando se detiene junto a mi área de trabajo. Aplaude.
—Durante todo este tiempo dibujaste árboles y submarinos, y aquí
está tu verdadero talento —dice—. Arte pop impresionista.
Sonrío. Llevo mi trabajo a casa esa noche con la intención de
mostrárselo a Kit. Pero, cuando llego a casa, Neil está esperando en mi
puerta. Se ve tan enojado que casi me doy la vuelta y vuelvo a mi auto.
—¿Qué pasa? —pregunto, mientras saco mi llave. Neil tiene una llave,
justo en su llavero. No estoy segura de por qué está esperando aquí.
—Olvidaste la cena —espeta. Y cuando solo lo miro, lo repite, sólo que
con más énfasis—. La cena.
La cena, la cena, ¿la cena…?
El zumbido del fracaso me golpea con fuerza. Siento pena, lástima, y
enferma del estómago. La cena de Neil. Que su jefe dio para él. Para darle la
bienvenida a la empresa. Era importante y emocionante. Compramos una
botella de champán para celebrar, y yo planeé mi atuendo, no demasiado
sexy, ni demasiado serio. ¿Cómo pude olvidar la cena de Neil? No sé cómo
expresar verbalmente con palabras mi pesar. Esto resulta en mi boca
abriéndose y cerrándose, fallando al hablar. Neil está esperando a que diga
algo, su cabello sobresaliendo en puntas y la corbata suelta.
—Neil —digo—. ¿Por qué no me enviaste un mensaje? Yo…
—Lo hice. Toda la noche.
Busco mi teléfono. Está muerto. ¿Cuánto tiempo ha estado muerto?
Olvidé cargar el teléfono.
—Lo siento tanto —consigo decir.
—¿Dónde estabas?
Creo que ahora sería el momento adecuado. Abro la puerta, mirándolo
por encima de mi hombro. Él está reacio a seguirme al interior, y me
pregunto si vino aquí con la intención de romper conmigo.
—Voy a explicarte —digo—. Solo entra. Puedes romper conmigo
después.
Él entra reacio y se sienta en el sofá. Su cabeza está toda caída, y sus
hombros se ven tristes. Siento el nudo en mi estómago más apretado. Soy
una hija de puta egoísta.
—He estado tomando clases de arte en secreto —espeto—. Durante
seis semanas. Y mentí sobre buscar trabajo. No quiero un trabajo, quiero
decir, sí quiero, pero no un aburrido trabajo de contabilidad. Y ahí es donde
estaba esta noche. Olvidé tu cena porque soy egoísta y estúpida, y estaba
perdiendo el tiempo con carboncillo y papel.
Él se queda en silencio durante mucho tiempo. Sólo me mira como si
nunca me hubiera visto antes.
—¿Arte?
Asiento.
—¿Es por eso que has estado dibujando sobre cualquier cosa
últimamente?
Asiento de nuevo.
—Esto es extraño.
Me cubro la cara.
—Lo sé. También para mí. Creo que estoy tratando de encontrarme y
haciendo un trabajo de mierda.
Neil luce perplejo.
—Te conozco desde hace años, Helena. Una de las cosas que siempre
he amado de ti es el hecho de que siempre has sido la chica que se conoce.
Mientras que todas las demás chicas iban a tientas por la vida, tú eras la
que hizo lo que quería.
—La gente cambia, Neil. No puedes esperar que sea una cosa toda mi
vida. Mierda, sólo he estado viva durante veintitrés años, y ya estás haciendo
un gran asunto sobre mí intentando cambiar.
Neil levanta sus manos para protegerse de mi ira.
—No estoy diciendo eso. Sólo me sorprende, es todo. La gente confía
en ti. No puedes irte por un camino diferente y no avisarle a nadie. Incluso
Della…
—Incluso Della, ¿qué? —grito—. Y ¿cuánto tiempo han estado
hablando tú y Della a mis espaldas?
—No es así, y lo sabes. Estamos preocupados por ti. También tus
padres. Nadie ha sabido nada de ti en semanas.
Tiene razón. Mis padres se habían endeudado, sacado una segunda
hipoteca sobre su casa para pagar mi paso por la universidad. Todo para
que pudiera tener una buena vida. Era una chica de números, la
contabilidad parecía un hecho. A lo largo de mis años de infancia nunca
había mostrado ningún tipo de talento artístico. Incluso cuando había
tomado clases de piano, mis dedos habían parecido gordos y torpes. Las
tomé durante dos años y apenas podía tocar Chopsticks.
Me hundo en mi sofá, y cubro mi cara con las manos. Dios, ¿qué diría
mi madre? Esto es una pesadilla. ¡No! ¡Esto era un sueño!
—Tienes razón —digo—. Discúlpame. Me siento tan estúpida.
Está a mi lado en un instante, frotando mi espalda, reconfortándome.
Me apoyo en él y me siento muy cansada. ¿Qué he estado haciendo?
—Lo arreglaré todo —agrego—. No sé lo que pasó.
3 Blue Steel: se refiere a la mirada que hace Ben Stiller en la película Zoolander.
4 Una frase de la película Zoolander.
que fue Kit. Vive en Wilton Manners. He visto su complejo de apartamentos
en el fondo de sus fotografías en Facebook. Así es como Florida es, no un
edificio de apartamentos, sino toda una villa de apartamentos extendidos,
pintados en varios tonos de rosa-naranja con un gimnasio y una piscina.
Puedo encontrar eso. ¿Y si está en el trabajo? ¿Dónde trabaja? Está
haciendo su maestría, me dijo Della una vez. Y es barman por las noches en
un lugar en el centro. Facebook me dice donde trabaja. Perfecto.
Enciendo el aire acondicionado y me dirijo a encontrar a Kit Isley. Un
encuentro orquestado, tal vez una pequeña conversación privada me calme.
Después de todo, Della y yo tenemos gustos completamente opuestos en
hombres. Puedo sacar esta mierda de mi sistema de una vez y para siempre.
Estaré de vuelta a la normalidad el lunes, bajando por la carretera de mi
suave y bien planeada vida. Con Neil en el asiento del conductor. Neil. Neil.
Neil.
Neil.
Neil.
it trabaja en Tavern on Hyde. Entro a las seis en punto y me
estaciono en el bar. Es moderno, y no es lo que esperaba como su
lugar de empleo. Tal vez algo más como un bar de mala muerte.
Lo sé, lo sé, soy una imbécil criticona. Pido una copa de vino a una camarera
con piercings faciales que me dice que su turno ha terminado, y que Kit se
hará cargo de mí.
—Todavía no está aquí —dice ella—. Debería estarlo en cualquier
momento.
—¿Tienen alguna cerveza de mantequilla? —pregunto mientras se
aleja. Ella no me escucha, y eso es bueno.
Envío la llamada de Neil al correo de voz, y me siento más erguida
cuando lo veo entrar en el bar. Lleva una camisa a botones blanca,
pantalones negros y tirantes. Él no es mi tipo, pero el atuendo es bastante
sexy. Como en, ponle a tu hermano tirantes y también podría volverse sexy.
De acuerdo, eso fue demasiado, y tengo que dejar de ver Juego de Tronos.
Kit va directamente a la computadora y ficha. Antes de que pueda darse la
vuelta y verme, derramo vino en mi camisa. Se escapa por las esquinas de
mi boca, como de costumbre. Realmente necesito ver a un médico por lo de
mis labios separados. Estoy restregándome la camisa cuando dice mi
nombre.
—¿Helena?
—Sí —digo—. Soy yo.
Se apoya en la barra delante de mí, observando. Estoy limpiándome
mi teta sin cesar. Me detengo.
—Eres tan torpe.
—Tal vez porque tú dices cosas realmente torpes —señalo.
—Es por esto que no podemos tener cosas bonitas —dice él, y me
entrega una taza de agua mineral y un trapo.
Me están empezando a parecer raros todos sus comentarios en plural.
—Estaba a la venta —le digo—. Doce dólares en Gap.
—Ves —dice, acercándose a otro cliente—. Eso fue torpe.
Me encojo de hombros. Tengo problemas más grandes, como mis
labios separados.
El bar se llena después de eso, y Kit aparece un par de veces para
darme nuevas bebidas. No pregunta qué quiero; sólo me trae cosas. Primero,
un martini que tiene una cosa blanca y viscosa flotando en él.
—Es una lichi —dice—. Te va a gustar.
Me gusta. Vuelve a cambiar al vino en algún momento, esta vez
blanco. Llega comida que no pedí: escalopes en quínoa con mango. Nunca
he comido escalopes, pero él me dice que son sus favoritos. Tienen la textura
de una lengua, y considero brevemente que me está enviando un mensaje.
Para cuando estoy en el postre, los taburetes de la barra están
prácticamente vacíos, y Nina Gordon está sonando en los altavoces. Estoy
bastante mareada. Estoy pensando en lo divertido que sería bailar esta
canción en el restaurante vacío. Puesto que no soy una buena bailarina, sé
que este es un pensamiento de borrachera poco fiable.
Kit viene a sentarse en el taburete junto a mí. Lo que realmente me
gusta de él es que nunca ha preguntado por qué estoy aquí. Como si la mejor
amiga de su novia apareciendo en su trabajo, y emborrachándose, fuera
completamente normal.
—Cerramos en una hora. ¿Te llevo a casa?
—Puedo pedir un auto en Uber —digo—. No es un gran problema.
Él niega.
—Temo por ti —dice—. Si el conductor Uber ve cuán sucia está tu
ropa, podría pensar que no vas a pagar la tarifa.
—Eso es verdad —le digo. Hay varios vasos de agua mineral en la
barra delante de mí. Él apila los platos sobrantes de mi cena. Saco mi
cartera, pero él lo rechaza con un gesto de la mano.
—Te di de comer esta noche.
Estoy demasiado aturdida para discutir.
—Podemos irnos aproximadamente en una hora y media. ¿Te parece
bien?
Asiento. Cuando se va, llamo a Uber, y garabateo una breve nota en
mi servilleta. La deslizo debajo de mi vaso vacío, junto con un billete de
veinte.
Nunca debí haber venido. Nunca debí haberme quedado. Nunca debí
haber escrito la nota. Casi vuelvo, pero me tambaleo en mis pies, y el
conductor me mira como si estuviera pensando en irse.
Me despierto en mi sofá. Mi sofá huele a pachulí. Odio el maldito
pachulí. Me tapo la nariz y ruedo sobre mi espalda. Ni siquiera pude llegar
a la habitación. Lo cual está bien, porque también vomité en uno de mis
cojines, y a nadie le gusta tener vómito en su cama. Voy dando traspiés
hacia el cubo de basura y meto el cojín. Luego tomo una ducha. Estoy a
mitad de enjabonarme el cabello cuando recuerdo la nota que dejé para Kit
en el bar. Gimo. Salgo de golpe de la ducha, sin molestarme en tomar una
toalla, y corro hacia mi teléfono. Dios. Una millonada de llamadas perdidas
de Neil, mis padres, Della y mi trabajo. Bla, bla, bla. El jabón está corriendo
por la parte posterior de mis piernas. Me desplazo a través de los mensajes
hasta que veo el nombre de Kit.
K: ¿Qué carajo?
Eso es todo lo que dice. Me tapo la boca con la mano. ¿Qué decía la
nota? Cierro los ojos. Recuerdo cuán torpe se sintió el bolígrafo entre mis
dedos. Cómo la punta rasgó la servilleta en algunas partes, y tuve que
ponerla firme para escribir.
TUVE UN SUEÑO. NO TE CASES CON DELLA.
Gimo. De pronto, tengo que vomitar de nuevo. En cambio, me tomo
una selfie. Mi cabello está hecho una pelota en un lado de mi cabeza, y hay
rímel manchando mi cara. Pongo la foto en un álbum llamado Momentos
Emocionales Mortificantes, y el título Nota En Una Servilleta Empapada. La
última selfie que había puesto allí era de mí el día que me gradué de la
universidad. Mi rostro perfectamente maquillado luce feliz… aliviado. A esa
la llamé: Sallie Mae Chúpate Esa.
Termino mi ducha y me siento más optimista. Nunca volveré a ver a
Kit. Eso resolverá todos los problemas a la mano. De alguna manera
encontraré a alguien mejor para Della, alguien más alto, con una cara
menos satírica. Estará más feliz con un médico o un agente de inversiones
de todos modos. Alguien que financie su estilo de vida, que no infrinja en su
independencia. O podría encontrar una nueva mejor amiga. A Elaine, de la
universidad, siempre le gusté. Me gustaba su cabello.
Neil quiere ir a la playa. Dice que “sólo nosotros”, pero ya sabes cómo
va eso. Siempre ves a alguien que conoces cuando estás en bikini y tu
estómago está hinchado de toda la bebida y comida que tomaste la noche
anterior. Voy de todos modos, y me pongo un monokini. Todavía me siento
mareada cuando salgo de mis pantalones cortos y me acuesto en mi toalla,
mi cabeza debajo de un libro abierto. Neil ha estado hablando de su trabajo
durante los últimos cuarenta minutos. No me ha preguntado absolutamente
nada acerca de mi trabajo. Cuando hace una pausa para reírse de su propia
broma, le hablo sobre mi neumático pinchado, y pone mala cara.
—¿Por qué no me llamaste? Hubiera ido a buscarte. Me dejaron tomar
treinta minutos extra para mi almuerzo porque piensan que soy muy bueno.
Pongo los ojos en blanco detrás de mis gafas de sol.
—Llamé a Triple A. Además, Kit me vio y se detuvo —añadí ese último
pedazo sin pensar.
—¿Kit? ¿El Kit de Della?
—Bueno, no es de su propiedad —digo, molesta—. ¿Y cuántos otros
Kits conocemos?
—¿No crees que eso es raro? —pregunta.
Me incorporo.
—¿Que el tipo que sale con mi mejor amiga me vea varada a un lado
de la carretera y se detiene para ayudarme?
Neil resopla.
—Bueno, supongo que cuando lo pones de esa manera…
—No hay otra manera de decirlo.
Luce todo abatido y como un corderito. Estoy a punto de inclinarme y
darle un beso cuando su teléfono se ilumina para decirle que tiene un
mensaje. No tengo la intención de mirar; no soy así, una fisgona. Pero veo
el nombre de una chica. Él extiende la mano para agarrar el teléfono, pero
yo soy más rápida. Es automático. Mi mano golpea el código de acceso y…
todo lo que veo son tetas.
—Helena…
¿Por qué dice mi nombre? ¿Por qué siquiera está diciendo mi nombre?
Los dos estamos de pie ahora, yo todavía sosteniendo su teléfono mirando
las tetas. Las fotos siguen llegando. No sabía que las tetas podían ser
sacadas desde tantos ángulos. Estoy temblando. El teléfono cae de mi mano,
en la arena.
—Tengo que decirte algo —dice él. Está avanzando hacia mí,
lentamente. Como si fuera una bomba a punto de explotar. ¡BOOM!
—¿Eres un cabrón infiel?
—Helena, déjame hablar.
—Espera un momento —digo. Entonces le doy un puñetazo. Justo en
el ojo, y como mi papá me enseñó. Retrocede, y lanza hacia adelante. Su
cabeza gira, luego salta hacia adelante como un muñeco. Boing, boing, boing
en su cuello de pavo flaco. Se lleva la mano al ojo, y lo abofeteo para que
tenga un golpe en cada lado de la cara.
—¡Helena! —grita, levantando la mano para que me detenga.
Me gusta la conmoción en su rostro. Me gusta que los dos estemos
conmocionados.
—Déjame explicarme —intenta.
Levanto la mano para golpearlo de nuevo, y él se estremece otra vez.
—¿Cuánto tiempo ha estado sucediendo esto?
Su rostro palidece.
—No desde hace mucho.
—¿Cuánto tiempo? —grito.
—Un año —dice él, dejando caer la cabeza.
—Un año —susurro. De repente, me quedo sin ganas de golpear. Solo
desierto. Mis hombros caen hacia adelante.
—¿Por qué? —pregunto. Y entonces, mientras un ruido se eleva desde
mi garganta, un sollozo, digo lo más patético—. ¿Qué hice mal?
Neil deja caer la cabeza.
—Nada, Helena. —Y entonces—: Está embarazada.
No puedo estar de pie. Me dejo caer con fuerza en la arena y miro las
olas. No hay olas en esta parte de Florida, así que, en lugar de surfistas,
tienes a unos pocos niños en trajes de baño de Dora la Exploradora.
—Has estado ocupada —comienza—. Simplemente pasó y fue un
error. —Decir que fue un error no hace que duela menos; de hecho, se siente
más crudo debajo de todo este sol, calor y arena. Es como si ellos también
me estuvieran castigando—. Lo siento —dice. Pero no hay un “lo siento” lo
suficientemente grande para una traición como esta. Un año. Neil era con
quien estaba haciendo planes. Con quien estaba hablando del futuro.
Después de la conmoción inicial, el dolor viene en oleadas. Me levanto.
No puedo estar aquí. No puedo mirarlo. Hasta tiene un grano a un lado de
su cuello: brillante, rojo y bulboso. Estoy tan asqueada de haber incluso
salido con él.
—Por favor, Helena —dice—. Fue un error. Te amo. —Pero no voy a
aceptarlo, y su uso de la palabra “amor” me hace reír. El amor es fidelidad,
el amor es amabilidad, el amor es paciencia. El amor no es… no estaba
pensando. Agarro mis cosas, me alejo dando traspiés. El sueño, pienso. Esto
estaba en el sueño. Y su nombre es Sadie.
—Avada Kedavra —le susurro a Sadie.
5 Español en el original.
—Él es perfecto —anuncia Della—. Mantengámonos despiertos y
juguemos algunos juegos. —Cuarenta minutos y cuatro cervezas después,
ella se desmaya en mi sofá. Kit y yo estamos jugando Mancala6, pero él
realmente apesta.
—Es tu estrategia —le digo—. No tienes ninguna.
—¿Quieres ir a dar un paseo? —pregunta Kit.
Ambos miramos a Della que no despertará en ningún momento
próximo.
—Dells —digo, sacudiendo su hombro—. Vamos a dar un paseo.
Ella gime contra los cojines del sofá y me aleja de golpe.
Me encojo de hombros.
—De todas formas, odia el calor —le digo—. Riza su cabello.
—Sí, lo sé —dice Kit, sonriendo—. Es mi novia.
Siento mi rostro se sonroja y me apresuro a la puerta delante de él.
Por supuesto. Por supuesto.
Una semana más tarde, estoy en casa de Kit y Della para una
barbacoa. Hay una veintena de personas en su pequeño patio trasero,
algunos sentados en sillas de jardín, bebiendo cerveza, mientras que otros
se esconden en el aire acondicionado, reunidos alrededor del guacamole.
Soy parte del grupo externo. Rápidamente nos apodamos Los de afuera, por
más de una razón. Kit no está entre nosotros, pero se acerca en medio de la
parrilla. June se sienta a mi lado. Ella está pensativa e inquieta tirando de
los flecos en su falda.
—¿Qué te pasa? —pregunto—. Estás actuando como una niña.
Mira hacia la cocina. Es entonces cuando lo descubro. Della debe
haber hablado con ella sobre algo. June odia que la pongan en el medio.
Coloco una mano en su brazo, estrechando los ojos. Antes de que pueda
decir algo, la puerta trasera se abre, y Della sale con un plato de carne. Gira
alrededor de June, sin mirarla. Lleva pantalones cortos de un rosa fuerte y
una camiseta blanca. Sin sujetador. Todos sabemos que tienes pezones,
Della. Gracias por eso. Tuerzo mi cuello cuando le da a Kit el plato y envuelve
sus brazos alrededor de su torso, presionando su cara en su espalda.
Cuando lo único que él hace es sonreír, ella hace algo más drástico. Espera
atención. Hay demasiadas chicas aquí, y Della tiene que saber que es la
mejor. Dios, asusta conocer a alguien tan bien. Solía molestarme menos.
Alguien pasa con un porro. Lo tomo e inhalo con demasiado
entusiasmo. Mi ataque de tos interrumpe al grupo. Por el rabillo del ojo veo
a Kit apartarse de Della para venir a verme. ¡No! ¡No! ¡No! Lo aparto y a todos
los demás. No quiero más problemas. No me gusta la forma en que ha estado
mirándome últimamente, como si fuera una cosa peligrosa que necesita ser
vigilada. Kit me quita el porro de los dedos.
—Va a disminuir —dice.
No puedo decir nada en respuesta porque estoy demasiado ocupada
tosiendo, pero me las arreglo para dispararle una mirada sucia. Della
observa desde cerca de la parrilla, con un brazo envolviendo su cintura, la
otra tirando de un mechón de su cabello sedoso. June observa a Della.
¡Maldita June! Y Kit sigue observándome mirar a todos los demás.
—Estoy bien —digo entre dientes—. He fumado antes, lo sabes.
—No parecía.
Me da rabia que me lo esté señalando. Sólo soy un huésped en su
casa, y quiero estar sola, no ser regañada.
No voy a ser arrastrada a una pelea con alguien que debería estar
ocupándose de sus asuntos de todos modos. Tomo el porro y doy otra
calada, y luego lo paso a la persona a mi lado.
Uno de mis compañeros De afuera me anima.
—Chica de Thatta, Helena.
Kit me mira por unos cuantos segundos antes de volver a su puesto
en la parrilla. Echo un vistazo a Della por el rabillo del ojo; se ve amargada.
Toda la vida se ha ido. June lloriquea a mi lado como un cachorro.
—Cállate, June —digo—. Las situaciones sociales incómodas son los
componentes básicos de la vida.
—Tenemos que hablar —dice ella—. Pero no aquí. Ella me está
mirando.
Lo está. Está mirándonos a las dos. Miro directamente a Della, porque
no tengo miedo de ella. Tengo miedo de lo que nos estamos convirtiendo.
Nuestra relación se rompe, se tuerce. La amistad se está difuminando poco
a poco, y algo más se acerca. Estamos acostumbradas a mirarnos y
encontrar solidaridad en nuestro conocimiento la una de la otra. Ahora
nuestras miradas evalúan. Dimensionan. Eso es lo peor de ser joven. Que
realmente no tienes ni idea acerca de todos los cambios que vienen. Y
cuando vienen, no importa cómo te han advertido las personas, estás
realmente sorprendido.
e reúno con June para el almuerzo el sábado. Yo quiero ir por un
almuerzo, porque lo prefiero, pero June es vegana.
—Por favor, Helena. Eso es todo huevos, tocino y salchicha.
El almuerzo es anti-vegano.
—Yo sólo quiero amigos normales —me quejo—. Unos que coman
animales.
—Entonces sé amiga de una vegetariana. Yo soy vegana.
Sacude su vestido floreado mientras esperamos por una mesa, y me
lanza una mirada sucia.
La diminuta mesera nos lleva hacia la mesa en el patio y coloca dos
menús frente a nosotros. Ambas morimos por hablar, pero esperamos hasta
que la mesera nos da la bienvenida y pregunta nuestras órdenes.
—Ella piensa que tú estás detrás de Kit —me dice June finalmente. E
incluso aunque estamos sentadas a doce kilómetros de Della, en un
concurrido café, June mira cuidadosamente a su alrededor como si ella
fuera a aparecer en cualquier momento. Golpeteo mis uñas en la mesa,
desesperada.
—¿Por qué estaría yo detrás de Kit? —pregunto—. ¿Por qué no podría
ser Kit quien estuviera tras de mí?
No sé por qué esto me molesta más que mi mejor amiga hablando a
mis espaldas. Que me culpe a mí y no a él. Lo he buscado… un par de veces.
Pero es él quien siempre quiere salir a caminar. Y todos saben lo que sucede
cuando sales a caminar con una chica.
June rueda los ojos.
—Porque es una chica enamorada, y nunca es culpa del hombre. Sólo
de la competencia.
—Ah, ¿así que ahora soy la competencia?
Cruzo los brazos sobre mi pecho y pongo mala cara. June empuja sus
anteojos sobre el puente de su nariz.
—Kit te pone mucha atención. Ese es el problema.
Sacudo la cabeza en su dirección.
—No lo hace.
Se ríe.
—La razón por la que Della te ve como competencia es porque lo eres.
Kit tiene algo por ti. Estás ciega si no puedes verlo.
Mi corazón está siendo horrible. Desearía que dejara de bailar. Está
mal. Pero también sé que no es cierto. Kit es amable y reflexivo. Las personas
algunas veces confunden esas cualidades con algo más.
—Della y yo no nos parecemos en nada —digo—. Kit siente algo por
Della.
—Tal vez ése es su problema. —June se inclina hacia atrás para que
el mesero pueda colocar su comida en la mesa—. Ellos no son muy
parecidos, ¿o sí?
—Los opuestos se atraen.
—Eres hermosa, Helena. Es solo que no lo ves. Lo que en realidad te
hace más hermosa.
Bajo mi tenedor por lo incómoda que me siento.
—Ugh. Detente. ¿Por qué estás diciendo esto?
—Mira, obviamente has conocido a Della por mucho más tiempo que
yo. Pero yo me hice su amiga por ti. Y viceversa. No es como que alguien
parecido a Della alguna vez escogiera ser amiga de alguien como yo alguna
vez.
—¿Qué significa eso, June? Es ridículo.
June agita las manos en el aire y ríe.
—No me ofende. En serio. Simplemente sé cómo funcionan las cosas.
Déjame hablar en tu idioma para que puedas entender. Della es Choo, y yo
soy Luna Lovegood.
Golpeo la mesa.
—¡Eres Luna! ¡Dios mío! —¿Por qué me costó tanto entender esto?
—Exacto —dice.
—Amo cuando me hablas en Harry Potter. ¿Quién soy yo?
—Tú eres una muggle que quiere ser mágica.
Frunzo el ceño.
—Eres malvada.
—Entonces sé mágica. Tú decides.
Quizá está en lo correcto. Empecé a serlo, ¿o no? Cuando tomé esas
clases. Me siento tan resentida. Soy una muggle. Una perra muggle. Es un
día triste en Helenalandia.
Me llama más tarde esa noche cuando estoy a punto de irme a dormir.
—Hola, perdón por perderme tu llamada —Su voz es plana. Seca. Yo
todavía estoy algo tocada por la botella de vino que me bebí.
—Ah. No hay problema.
Hay una larga pausa, lo que me hace preguntarme si está esperando
a que diga algo sobre lo que sucedió. ¿Sabrá ella? Y luego me siento como
la más grande idiota. Claro que sabe. Porque no se perdió la llamada. Lo
hizo a propósito.
Mi voz es más fría de lo que habría sido de no haber sabido.
—Sólo llamaba para ver si estabas bien. No hemos hablado desde la
barbacoa. Estabas actuando raro.
—Todo está bien —dice—. Como siempre.
Asiento. Bueno, entonces.
—Está bien.
—De acuerdo —dice—. Adiós, entonces.
Ella cuelga primero.
Esto es todo, ¿no? No tiene nada que decirme, y yo no tengo nada que
decirle. Eso duele.
—¡Perras antes que chicos! —le grito al teléfono. Pero es demasiado
tarde. Un chico llegó, y las dos perras están alborotadas—. Que te den, Kit
Isley —digo bajo mi aliento. Pero no lo digo en serio, y Della ya tiene eso
cubierto. Lo más triste es que no tengo a nadie con quien hablar sobre esto.
Usualmente, le diría a Della. Kit. Kit es a quien de verdad quiero hablarle.
¡Ja! Ella está en lo correcto, ¿cierto?
Saco mi teléfono, lo sostengo sobre mi cabeza, y tomo una fotografía.
La llamo, La Muggle Pierde Una Amiga.
o hablo con Kit o Della por un mes. Esos son treinta días de
aislamiento de una persona con la que nunca he ido a ningún
lado sin ella, y también, una persona sin la que no quiero estar.
Estoy mayormente deprimida por eso, pero me mantengo ocupada con
trabajo y las nuevas clases de arte que estoy tomando. Sé mágica, dijo June.
Así que lo estoy intentado. Sólo quiero ganar mi varita.
Martin y Marshal del trabajo me dicen sobre ir a la Feria Estatal de
Broward. Para igualar la cuenta de chicos/chicas le pido a June que vaya.
Martin es corpulento y pelirrojo. Presume de ser un conocedor de vinos y le
gusta hacernos sentir inferiores al resto. Juro por Dios, que incuso su voz
cambia cuando nos está aleccionando sobre las delicadas pieles de las uvas
pinot. Me hundo más en mi asiento porque no sé cuáles uvas son esas. ¿Las
rojas? La película favorita de Martin es Sideways con Paul Giamatti. Veo las
similitudes.
Marshall, por el otro lado, es puertorriqueño y está extremadamente
confundido en por qué sus padres lo llamaron Marshall cuando sus
hermanos fueron llamados Roberto, Diego y Juan Carlos. Sufre de una crisis
de identidad auto infringida. Ambos me caen muy bien, aunque June piensa
que son raros. Lo que dice mucho. Pasamos la noche vagando de atracción
en atracción mientras Martin nos educa sobre la diferencia entre Pinot Gris
y Pinot Grigio. (Respuesta: Están hechos de la misma uva, pero el Pinot Gris
es producido en Francia, mientras el Pinot Grigio se deriva en Italia.). Estoy
medio interesada y me mantengo haciéndole preguntas. Los chicos toman
un descanso para ir al baño y por comida, y June agarra mi brazo,
hundiendo sus uñas en mi piel.
—Me sigue preguntando si me interesa mudarme a China —dice entre
dientes. Mira hacia Marshall, quienes están esperando en la línea por un
buñuelo—. Creo que está tratando de hacerme su esposa.
—No estás viendo a nadie —ofrezco esperanzadoramente—. Y amas la
comida china.
—¡Ugh!
Se va hacia el baño mientras me pongo en la línea para el Gravitron.
—Genial, Helena —me dijo—. Haz enojar a la única amiga que te
queda.
—Yo seré tu amigo.
Me giro para encontrar a Kit parado detrás de mí, una sonrisa come
mierda en su rostro. Me recupero de mi sorpresa tan rápido como puedo y
empujo mis hombros hacia atrás.
—Dudoso —espeto—. A tu novia no le gustaría.
¡Vaya! ¡Mucha rabia contenida!
Lo miro con disculpa y agacho mi cabeza.
—Lo siento —digo.
—Está bien —dice él—. La verdad a menudo enoja.
—¿Cómo has estado? —Estoy tratando de no ser tan obvio buscando
a Della entre la multitud, pero no puedo evitarlo. Mis ojos están bailando
alrededor como un drogadicto.
—Está en el baño —dice él—. Probablemente se encontrará con June
y tomarán algunos minutos más para charlar. Ella es con quien estás,
¿cierto?
Me pregunto si él nos vio, o si acosó nuestras fotos en Instagram.
Marshall elige ese preciso momento para empujar un buñuelo en mi
rostro. Sonrío apretadamente.
—Marshall, éste es mi amigo, Kit.
—Hola hombre. —Marshall hace malabares con su bebida y plato para
saludar a Kit, luego empuja el buñuelo hacia mí de nuevo.
—Nop. No. Nada ha cambiado desde hace veinte segundos.
Kit mete sus manos en sus bolsillos y mira entre Marshall y yo. Tiene
una mirada graciosa en su rostro.
—Entonces… —dice.
—Ah, aquí vienen las chicas y Martin —lo interrumpo.
Nuestro grupo crece cuando se acercan Della, June y Martin. Della
está vestida en unos ridículos pantaloncillos cortos de piel y un top de piel
a juego. No estoy segura si es una artista erótica del trapecio, o una chica
desesperada porque todos la miren. Desearía estar vistiendo de beige. Está
brazo con brazo con June cuando se aproximan. Miro a Kit para ver si le
gusta ese tipo de atuendo, pero lo encuentro mirándome.
—Hola —dice Della—. Es bueno verlos aquí. —Es presentada con
Martin, me da un corto abrazo y se aferra a Kit.
Miro hacia otro lado.
—Entonces, ¿van a subirse a esta cosa? —pregunta Della, mirando
alrededor del grupo—. Porque definitivamente yo no.
—Realmente yo tampoco quiero —dice June—. Vayamos a la rueda de
la fortuna.
Della sonríe brillantemente hacia ella y asiente, luego saca su labio
inferior y mira hacia Kit.
—Ven con nosotras —dice ella.
—Preferiría subirme a este —dice él—. Vayan ustedes.
—Quiero que vengas con nosotras —insiste.
Puedo sentirla, la tensión.
De repente quiero un pedazo del buñuelo de Marshall. Le quito el plato
y empiezo a poner pedazos en mi boca.
—Pensé que no querías —se queja. Le devuelvo el plato y tomo su
refresco. Kit y Della están teniendo una discusión. Ella insistiendo que vaya
y él negándose a irse.
—Realmente se me antoja un kebab en este momento —digo—.
¿Alguien quiere venir conmigo por un kebab? —Miro a Martin, quien mira a
Marshall, quien mira a June.
—Eres la próxima en la línea —dice June—. No puedes irte ahora. —
Veo sus ojos moviéndose nerviosamente hacia Kit y Della.
—Vamos, June —dice Della, separándose de Kit y yéndose en
dirección a la rueda de la fortuna. June articula AYUDA hacia mí, y luego
se apresura tras ella.
—Iré con ellas —dice Marshall.
—¡Amigo! —Martin luce fuera de lugar. Mira a su amigo ir tras las
chicas y se gira hacia nosotros.
—Tiene que subirse en pares. —Mira hacia Kit cuando dice esto.
Eso no es cierto. Al Gravitron puedes subirte solo, pero Kit le sigue la
corriente.
—Sí —dice Kit—. Así que, ¿vas a subir solo?
Reprimo una risa, pero Martin no lo entiende. Cuadra sus ya
cuadrados hombros y mira hacia mi amigo, Kit.
—Helena vino a pasar el rato conmigo esta noche.
Me sacudo con sorpresa y hago una cara. Kit la ve y se ríe.
Estoy a punto de decirle a Martin que prácticamente vine porque me
rogaron, y que sólo porque vine no quería decir que tenía que estar pegada
a su lado, cuando repentinamente estamos al frente de la línea. Kit agarra
mi mano y me jala por las tres escaleras hacia la entrada del juego. Somos
arreados dentro del Gravitron, que huele como a palomitas y sudor y la
mezcla de metal y grasa. Es asqueroso y emocionante al mismo tiempo.
Miro hacia atrás y veo a Martin frunciéndonos el ceño. No supe que
estaba tan interesado en mí hasta ese momento. Es gracioso lo que la gente
no ve. Todavía estoy asimilando esa idea cuando de repente, literalmente no
puedo ver.
Nos tambaleamos hacia el frente, buscando la pared más cercana. Kit
nos encuentra un espacio en la parte de atrás y nos paramos con nuestras
espaldas hacia los costados acolchados del Gravitron, nunca dejando ir
nuestras manos. Ésta siempre ha sido mi atracción favorita, completamente
cerrado, con paneles acolchados delineando la pared interior. Los pasajeros
se apoyan contra esos paneles, que están inclinados hacia atrás. Mientras
la atracción rota, el pasajero está pegado al colchón detrás de él por la fuerza
centrífuga (Neil me dijo eso). Es una combinación de la rotación, la
inhabilidad de mover mis manos y piernas y la oscuridad, lo que me
emociona. Cierro mis ojos mientras la música empieza a sonar. Kit deja ir
mi mano y me obligo a mover mi cabeza hacia la izquierda para ver porqué.
Está usando sus manos para cubrir su rostro. Me rio, pero se diluye. Me
estiro para alcanzar su muñeca y alejar su mano; es una lucha y me estoy
moviendo en cámara lenta. Todo mi cuerpo se mueve hacia un lado y ahora
estoy viendo hacia Kit. No puedo dejar de reír. Kit echa un vistazo desde
detrás de sus dedos. Incluso en la oscuridad, mientras las luces
estroboscópicas destellan a través de su rostro, puedo ver que está un poco
verde.
—Podrías estar arriba de la rueda de la fortuna —grito. Kit se ríe y
luego se gira sobre su costado para estar de frente hacia mí. De repente
estamos separados por patéticos ocho centímetros. Realmente no puedo
irme a ningún lado dado porque el Gravitron está a mitad de su giro más
feroz. Es difícil moverse y repentinamente, también es difícil respirar.
Me alegra que esté oscuro y que Kit no tenga acceso a mi expresión.
Tiene un tipo diferente de acceso, y me encuentro fantaseando sobre un
beso. Es enfermo y nunca he hecho eso antes. Pero también nunca he estado
físicamente así de cerca a Kit Isley. Cierro mis ojos para eludirlo. Y entonces.
Y entonces siento su mano sobre mi rostro. El anhelo puede venir hacia una
persona en los momentos más inoportunos. Como cuando estás en una
atracción de feria y la gravedad te está manteniendo a raya, y el esposo de
tus sueños pone su cálida mano sobre tu mejilla, aun cuando representa
gran esfuerzo hacer eso.
No abriré mis ojos. No quiero ver lo que sucede en los suyos.
Jodidamente moriría si me viera como yo lo veo a él. Los mantengo cerrados
y siento una lágrima hacer su camino por la esquina de mi ojo. Baja por mi
mejilla y rueda hacia la mano de Kit. Y luego el viaje se termina. El giro se
detiene y se nos devuelve el control de nuestros brazos y piernas, cabeza y
manos. Que es por lo que estoy sorprendida cuando la mano de Kit no se
quita inmediatamente de mi rostro. Somos lanzados sobre nuestros pies
cuando la música termina, nuestros cuerpos todavía más cerca de lo que
deberían estar. Las puertas todavía no se han abierto, así que nos quedamos
así parados por un minuto; mi frente sobre su pecho, sus manos alrededor
de mis antebrazos. Es un momento suspendido, tanto inapropiado como
inocente al mismo tiempo. Me sujeto a él, lo huelo, deseo que sea mío. Y
entonces las puertas se abren, y corro hacia ellas.
omé una selfie. La nombré, La Búsqueda Muggle por Magia, y
entonces empaco un pequeño bolso para pasar la noche y
conduzco las cinco horas a la casa de mis padres. Mi madre no
me ha estado hablando. Quiere que perdone a Neil, lo que estaba bien. Hay
espacio en mi corazón para el perdón; no había espacio en mi vida para
alguien que constantemente lo necesita. Quiere planear una boda, y yo
había frustrado sus planes de tules, perlas, y degustación de pasteles. Mi
padre está trabajando en el jardín cuando me estaciono. Da vuelta su gorra
de los Yankees y viene a decirme hola.
—No sabíamos que venías, Hellion. Tu madre va a estar tan feliz de
verte.
—Tampoco yo lo sabía. Y no me mientas, Papi. Va a estar furiosa. —
Sonríe como si lo hubiera atrapado.
—Está en el mercado, así que esconde tu auto a la vuelta y
sorpréndela muy bien.
Asiento. Nada mejor que asustar a tu altiva y controladora madre. A
mi papá también le gusta torturarla; ha estado poniendo ideas en mi cabeza
desde que era pequeña. Mueve todas las pinturas de la casa a diferentes
habitaciones. Frota mantequilla en sus gafas de lectura. Envuelve papel
transparente de cocina alrededor de la tapa de la taza de baño.
Mi pobre madre (quien realmente se lo merece). Al menos sólo tiene
que preocuparse de las bromas de un hijo. Mi papá entra a hacerme un
sándwich de costilla con las sobras de su cena de la noche anterior.
—¿Viniste aquí a decirnos algo, Hellion?
—Sí. —Sorbo la limonada acida desde el jarrón que me ofrece. Dios lo
bendiga.
—¿Bueno o malo? —me pregunta. Mi papá no puede quedarse quieto.
Nunca ha sido bueno en ello. Lo veo moverse desde el lavavajilla, al
refrigerador, a la puerta trasera.
—¿Por qué no sólo me lo preguntas directamente? —le pregunto—.
¿Qué viniste a decirnos? —Imito su profunda voz. Niega.
—No sueno así. Pero, bien —dice—. ¿Qué has venido a decirnos?
—Me mudo.
—¿A dónde?
—En realidad no es asunto tuyo, Papá.
Viene a sentarse frente a mí.
—¿Esto es por Neil?
Estoy negando antes de que termine su oración.
—No, es por mí. Siempre he sido esa chica en quien puedes contar,
firme, predecible, voluminoso cabello castaño. Por eso le gustaba a Neil,
bueno, él quería que tiñera mi cabello rubio, pero las otras partes. ¿Y sabes
qué? Ni siquiera creo que esa fuera yo. Creo que era lo que todas esperaban
de mí, así que solo seguí la corriente.
—Así que, ¿me estás diciendo que dentro de ti hay una salvaje e
impredecible rubia?
—Quizás. Pero me gustaría tener la oportunidad de averiguarlo.
—¿Por qué no puedes averiguarlo aquí?
Pongo mi pálida mano sobre la morena y callosa de él.
—Porque no soy lo suficientemente valiente para cambiar con todos
mirándome. Quiero hacerlo sola. Quiero que sea real.
Se recuesta en su silla y entrecierra sus ojos. Creo que aprendió esa
mirada por ver tantas películas de Robert De Niro. Mi papá es un tipo
apuesto, su cabello es todo blanco, pero él lo luce. Tiene un tatuaje de un
flamenco en su antebrazo. Un reto de sus días en la universidad. Siempre
quise ser como él, pero mi personalidad está más inclinada hacía mi madre.
—Tu madre es altiva y controladora —dice—. Ahora, no me lo tomes
a mal. Esa es la razón por la que me enamoré de ella. Todo su metro
cincuenta, sin miedo a nada y siempre diciéndome qué hacer. Eso es
bastante sexy.
—Eww, papá.
—Lo siento. De cualquier manera, es natural. Las madres
controladoras usualmente producen una de dos cosas en sus hijos: rebeldía
o pasividad. En tu caso, la segunda. —Hunde su dedo en el jarro de miel
que está ubicado en el medio de la mesa y lo frota a lo largo de mi frente—.
Ve, niña —dice—. Ve en paz. No dejes que nadie te controle.
—Se supone que sea aceite —digo—. Se supone que untes mi frente
con aceite.
Puedo sentir la miel derramándose desde mi frente hacía el puente de
mi nariz, y luego cuelga como mucosidad desde la punta de mi nariz. La
lamo.
—Tu madre se acaba de estacionar en la entrada —dice—. Ve a
esconderte en la despensa y asústala. —Escucho sus neumáticos en la grava
y me paro.
Dos días después, dejo la casa de mis padres confiada como la mierda.
Incluso tenía un pequeño balanceo en mi paso que normalmente no estaba
allí debido a mi realmente mala postura. Mi madre estaba indecisa al
principio, pero después de una tarde de mal humor y bebiendo
melancólicamente Zinfandel7, decidió que los hombres en Florida no eran
adecuados para mi reservada y articulada personalidad. Los hombres en
Florida. Ese es el porqué estaba recibiendo su bendición para irme. La
familia es una cosa maravillosa, mayormente cuando no están protegiéndote
como la mierda. Llamó a un amigo, quien llamó a un amigo, quien tenía un
trabajo seguro para mí en menos de cinco horas.
—Dime —la escuché decir al teléfono—, ¿hay hombres guapos y
solteros trabajando allí?
Tenía una cita con Dean planeada una semana después de mi
mudanza.
—Dean —dijo mi madre, aplaudiendo—. Un nombre atractivo para un
hombre atractivo.
Mi papá negó desde detrás de sus hombros, sus ojos muy abiertos.
Voy hacia ellos, hacia los tres. Después de lanzar ropa en una bola,
agarrar desodorante y solución para lentes de contacto, despierto a Greer
para que me lleve a Seattle. Tomo el primer vuelo, y no duermo ni un
segundo. Aprieto mis manos entre mis rodillas y balanceo mis pies en el
suelo hasta que mi compañero de asiento me pide que pare. No puedo evitar
sentir que todo esto es mi culpa. Es lógico, pero si hubiese estado allí, tal
vez…
Kit me recoge en el aeropuerto, está parado al pie de las escaleras con
los ojos delineados en rojo y el cabello más largo de lo que alguna vez le vi.
Corro, lanzándome a sus brazos abiertos, y permanecemos así,
sosteniéndonos al otro. Trato de no llorar, pero la manera en que sus brazos
caen sobre mis hombros... Dios. Lo perdí. Las personas seguro nos observan
al pasar, pero nosotros no lo notamos.
—¿Es todo lo que trajiste? —Se refiere a mi bolsa. No me ve cuando
se aparta. Limpio mis lágrimas y asiento. Nos dirigimos al auto en silencio.
Quiero preguntar un millón de cosas: ¿Cómo sucedió esto? ¿Qué pueden
hacer por ella? ¿Qué estás sintiendo? ¿En qué piensas? ¿Cómo está el bebé?
Subimos a su auto. Noto el asiento en la parte de atrás, y mi estómago
se aprieta. Rápidamente me volteo. No quiero pensar sobre eso.
No es hasta que estamos en la autopista, con la lluvia cayendo de un
cielo color carbón, que me dice lo que ha pasado.
—Tuvo una embolia de líquido amniótico —dice esto, con cuidado; me
imagino que justo como los doctores se lo dijeron a él—. El fluido amniótico
se metió en su torrente sanguíneo mientras estaba dando a luz. Causó que
fuera incapaz de coagular, así que durante la labor empezó a desangrarse.
Coagulación intravascular diseminada. Después de que Annie naciera, se
llevaron a Della y no me dijeron nada.
Annie, pienso. Dulce.
—Nos hicieron esperar por siempre. Dios, fue el día más largo de mi
vida. No me dejaban verla a ella ni al bebé. Finalmente, el doctor salió y nos
dijo que sus riñones habían caído, y que sus pulmones se llenaron de fluido.
La pusieron en un coma inducido para ayudar a que su cuerpo se
recuperara.
Mi reacción es más que todo interna; no quiero enloquecer enfrente
de Kit y hacer las cosas peores. Aprieto el borde de mi asiento con ambas
manos mientras continúa hablando. Dios, Della. Casi muere. Pudimos
haberla perdido. Y yo no estaba allí.
—¿Ella está…? —Mi voz se corta, se rompe, como sea que quieras
llamarlo.
—No lo sabemos. —Pausa, y de reojo lo veo limpiarse la mejilla—. Nos
preguntaron si ella era religiosa. Nos dijeron que trajéramos a un sacerdote.
Envuelvo mis brazos alrededor de mi estómago y me inclino hasta que
mi frente toca el tablero. Estas no eran el tipo de cosas que sucedían en la
vida real; esto era un especial de televisión, una telenovela. El hecho de que
le estuvieran sucediendo a mi mejor amiga parecía inconcebible. No podría
ser. Llegaría al hospital y ella estaría bien, sentada en su cama sosteniendo
a Annie, su cabello perfecto y brillante, arreglado a la perfección para que
todos pudieran pasar y decir “¡Dios mío! ¡No puedo creer que acabas de tener
un bebé!”
—¿Y la bebé? —le pregunto a Kit—. ¿Annie?
—Está bien —dice—. Perfecta.
—Hay algo más —dice.
Dios, ¿qué más puede ser?
—Tuvieron que hacerle una histerectomía de emergencia.
Me recorre un temblor frío. Va por todo mi cuerpo hasta mis dedos.
Della es de una gran familia italiana. Su madre sólo pudo tener tres hijos
antes que le dijeran que otro podría matarla. Desde que puedo recordar, la
madre de Della la había estado preparando para tener la gran familia que
ella misma siempre había deseado. Su hermano mayor, Tony, era un
playboy. No tenía intención de sentar cabeza, y su hermana, Gia, era
lesbiana. Nadie de la familia le hablaba a Gia, quien vivía en Nueva York
con su pareja y tres perros rescatados. Ella ni siquiera tiene perros de raza
pura, había escuchado a Della decir una vez. Ella sólo toma los callejeros.
Era un hecho no dicho que Della sería quien cargara con la gran antorcha
de la familia. Esto la destrozaría. Si llegase a despertar.
Annie tiene que comer una fórmula especial. Cuando Kit llega a casa
del hospital, todos vamos a Target así podemos comprar algunos. Él agarra
un paquete de pañales y lo detengo.
—No me gustan esos —digo—. Gotean. —Se hace hacia atrás con una
sonrisa y me deja escoger—. No me mires así —le digo.
—¿Así cómo, Helena? —pregunta—. ¿Cómo si realmente me
impresionas? No puedo evitarlo.
Estoy aturdida. Dejo caer el paquete de pañales y ambos nos
agachamos para recogerlos. Cedo y nos paramos al mismo tiempo; pone los
pañales bajo su brazo, sus ojos nunca dejando mi rostro. Entonces Annie
empieza a llorar y ambos vamos por ella. No cedo. Le doy un codazo para
quitarlo del camino para levantarla de su asiento del auto. Él sonríe todo el
tiempo.
—¡Kit! ¿Qué?
Deja caer su cabeza.
—Nada —dice, mirándome a través de sus pestañas—. Solo que eres
realmente buena en esto. Estoy tan agradecido que estés aquí.
Me sonrojo. Siento trepar el calor, por mi cuelo y hacia mis mejillas.
—Puaj, detente. Vamos —le digo. En la caja registradora, dos
personas me dicen que mi bebé es hermoso y que luzco genial. Kit solo sigue
sonriendo.
Kit llega a casa alrededor de las diez. No tiene al bebé con él.
—Su abuela se la llevó por la noche —me dice—. Quería tener la
oportunidad de hablar contigo.
Me hundo en el sofá, metiendo las piernas debajo de mí. Estoy
preparada. Mi corazón blindado. Él se apoya contra la pared, cruzando los
brazos sobre su pecho. Él no me mirará, lo que nunca es una buena señal.
—No tienes que darme un discurso. Lo entiendo. Estaba buscando
vuelos justo antes de que entraras por la puerta. —Todo mi miedo se
convirtió en ira. ¿Por qué había hecho esto? ¿Por qué él tenía que dejarme?
Debería simplemente haber venido a ver a Della, haberme quedado un par
de días, y marchado. Ahora, conozco cada curva del rostro de esa pequeña,
y no seré capaz de olvidar.
—¿De qué estás hablando? —dice.
—De marcharme —replico—. Ahora que Della está despierta.
Kit mira sus pies y niega con la cabeza.
—Helena, eso no es lo que iba a decir en absoluto. Te estoy pidiendo
que te quedes. Por un poco más al menos. Hasta que Della esté lo
suficientemente bien. Sé que es injusto, pero te lo estoy pidiendo de todos
modos.
Abro y cierro la boca en estado de conmoción. Antes de que Kit entrara
por la puerta, estaba en mi segundo vodka. Sólo vodka, no vodka con algo.
Ahora, estoy pagando el precio, impregnada de pensamientos que están
nadando estilo perrito alrededor de mi cerebro inútilmente.
—¿Quieres que qué, ahora?
—Que te quedes. Sé que es mucho pedir.
Aparto mi rostro; mis ojos buscan un vaso de vodka. ¿No había
quedado nada? Sólo cubos de hielo, tal vez, girando alrededor en su propio
sudor.
—Ella no me quiere aquí, Kit. Vi su rostro.
—Ahhh, Helena. Vamos. Ella acababa de despertar de un coma y
recordó que tenía un bebé. Tuvimos que decirle que ya no podría tener más.
Cubro mi rostro con las manos. Me alegra que no estuviera allí para
esa parte.
—Sabes —digo—. Alguna vez me sorprendes. De verdad lo haces.
Sus labios se tensan cuando me mira a través de sus espesas
pestañas.
—Pareces ver todo y nada en absoluto.
Me pongo de pie, tomándome mi tiempo. Asegurándome de que él vea
cuán casualmente enojada estoy. Llevo unas mallas de cuero que encontré
en la caja de Della de las donaciones de buena voluntad. Hacen un sonido
silbante a medida que cruzo la habitación hacia él. Kit se tensa, y disfruto
de eso, siendo impredecible.
—Me quedaré por Annie —digo cuando paso junto a él y entro a mi
habitación.
Dos veces al día le hago batidos llenos con promesas. Las páginas de
internet me venden información: súper frutas iluminarán tu piel; el repollo
hará que tu cabello crezca. Linaza y Omega-3 te quitarán la tristeza. Beber
mis batidos mágicos es la única cosa que hace con entusiasmo, bebiéndose
hasta las últimas gotas con su popote, y luego casi inmediatamente levanta
una mano para sentir su cabello. Siempre luce triste por un momento
cuando se da cuenta que lo ha cortado, luego pone esa mirada determinada
en su rostro. Annie y yo lo observamos todo con optimismo.
—Pronto regresará a la normalidad —le digo a Annie en nuestra
caminata vespertina—. Entonces podrás conocer a tu verdadera mamá. —
Annie se ríe y mastica su pie, su cabello travieso vuela ligeramente con el
viento. Me siento culpable por decirle a Annie que la Della que conoce no es
su verdadera mamá. Tal vez es solo quien es Della ahora y eso está bien.
Amará de la misma manera a su mamá sin importar qué. En nuestra
siguiente caminata, le doy una plática a Annie sobre aceptar a las personas
como son y no tratar que sean como tú quieres que sean. Annie llora todo
el camino de regreso a casa y le digo que no sea egoísta.
Las únicas veces que Della no luce triste es cuando Kit está en casa.
Si soy honesta, es probablemente el único momento que yo no me siento
triste. Hombros cuadrados, lleno de sonrisas, entra cargando flores o
pañales o comida para llevar, y el alivio se dibuja a través de nuestros
rostros. Cuando entra por la puerta, se quita sus zapatos y ruge: “¡Lucy, ya
estoy en casa!” En un acento cubano realmente horrible.
Cuando Annie escucha su voz, sus brazos y piernas empieza a
moverse frenéticamente hasta que viene a levantarla, después de lo cual ya
no está interesada en el resto de nosotros. Me pone llorosa, la emoción, el
hecho que siempre siento como que soy una intrusa en sus momentos.
También estoy celosa, porque nunca tendré esos momentos. Al menos no
con Kit y Annie. No soy míos. Odio al sueño que me hizo pensar que lo
serían. Estoy perdida en estos pensamientos feos hasta que Kit pone sus
discos. Cuando la música está fuerte, y su pequeña familia, más una, da la
bienvenida, va hacia la cocina para hacer la cena, sosteniendo a Annie con
un brazo y revolviendo con el otro. Esta noche, trato de no mirarlo cantarle
a ella mientras espolvorea algo verde en la olla y vuelve a colocar la tapa. Es
tan pequeña en sus brazos, tan tranquila. Deseo la vida de Della.
Cuando Annie tiene cinco meses, Della toma sus primeros pasos. Es
un gran paso en su recuperación, esos cinco pasos nerviosos. Mientras su
madre se tambalea por la madera, Annie la observa desde su sábana en el
piso. Ella rodó por primera vez esa misma mañana. De casualidad, Kit, Della
y yo estábamos en la habitación, y nuestra reacción fue tan ruidosa y
espontánea que Annie rompió a llorar, asustada. Ahora, hija y mejor amiga
observan desde una esquina de la habitación mientras el terapeuta de Della
la presiona a que avance. Al principio, pienso que se va a caer; sus piernas
son tan débiles y delgadas que no parecen que puedan sostener nada. Pero
logra cruzar la habitación, su rostro brilla por el triunfo. Tal vez sea mi
imaginación, pero como que me mira victoriosa. Su cabello le pasa las orejas
ahora y ganó un poco del peso que perdió. Se ve mucho mejor. Me gusta
creer que mi presencia aquí le ayuda a su recuperación —y en cierta formo
así es— pero la verdad es que quiere que me vaya. Por eso se está esforzando
tanto. Me iría felizmente, solo que Kit consiguió un trabajo en una firma de
publicidad, y no hay nadie quien pueda hacerse cargo de Annie durante el
día. Della ha sugerido que me vaya y regrese a mi vida, pero Kit no quiere.
—Annie conoce a Helena —dice—. No dejaré que algún extraño la
cuide. —Lo dice con tanta firmeza que ninguna de las dos discute. Más
tarde, cuando Della está bañando a Annie, acorralo a Kit en el patio cuando
saca la basura.
—Tengo que irme, Kit. Ya casi está bien.
Los ojos se le iluminan con algo, pero voltea a ver a un auto para
ocultarlo.
—Sé que tarde o temprano tienes que regresar a tu vida, en serio. Pero
quédate un poco más. —Cuando ladeo la cabeza, dice—: Por favor, Helena.
—¿Por qué? —pregunto—. Ella no me quiere aquí.
—Yo sí —declara. Se aclara la garganta, y luego lo repite—. Te quiero
aquí.
No sé qué responder a eso.
—Annie te adora —dice, como si eso fuera explicación más que
suficiente.
—Sí —digo, con cuidado—. Y yo a ella. Pero no soy su madre; sino
Della. Y no soy tu novia; sino Della. Y no puedo quedarme aquí y jugar a la
casita contigo. Me lastima. Me dolerá irme. Solo quiero superarlo.
No tenía intención de decir todo eso, pero me alivia un poco. De
repente Kit se gira hacia la calle. Las dos manos en su cabeza, se agarra el
cabello hasta que éste está en punta. No puedo verle la cara. Solo su perfil
tenso.
Cuando se da vuelta, está enojado. He visto muchas cosas en los ojos
de Kit: miedo, asombro y diversión. Nunca he visto sus emociones estallar.
Sus iris calientes, afilados y llenos de color. Están enfocados en mí, dejando
salir ira entre parpadeos. Doy un paso atrás.
—¿De regreso a dónde? —dice—. ¿A mi ciudad natal? ¿A la fábrica de
conservas de Greer? ¿Por qué siquiera estas allí, Helena? ¿Quieres
explicarme eso?
Aliso mi cabello.
—Claro, Kit. Te lo explicaré. Me mudé a Port Townsend porque me
enamoré del novio de mi mejor amiga. Quería alejarme lo más que pudiese
de ustedes dos, mientras estaba lo más cerca que podía de ti. ¿Eso tiene
sentido o suena muy loco? —Parpadea rápido, así que continúo—. Porque
cuando me lo digo a mí misma suena loco. Y aquí estoy, cuidando de tu
bebé, enamorándome de tu bebé, quien, por lo demás, es mucho mejor que
ustedes dos. Tu novia es una perra narcisista y tú eres un cobarde indeciso.
Felicitaciones por crear a un pequeño ser humano que es perfecto. Así que,
me voy a casa ahora, de regreso a Washington, el cual tú dejaste y yo escogí.
Y quédate aquí con la mujer que elegiste. Y los seguiré queriendo a todos
ustedes, a pesar del hecho que son todos unos idiotas. Y Kit, cuida de mi
pequeña. Si la jodes, te voy a joder a ti. Ahora mueve tu auto así puedo irme.
Realmente espero que haga lo que dije. Con las manos en la cadera,
espero. Después de todo, estoy enojada y gritando, canalizando mi profesora
McGonagall interior como una perra odiosa. Kit no se va. Hijo de perra. Todo
en Florida vuelve mi cabello esponjoso y mi cabeza loca. Tengo que salir de
aquí.
—¿Quieres dejar de solo estar parado allí con tu lindo cabello soplado
al viento y decir algo? —grito. Los ojos de Kit están enfocados en algo más
allá de mi hombro izquierdo—. Dios mío —susurro, cerrando mis ojos.
Claro que esto pasaría, claro. Me doy la vuelta para enfrentar a mi
antigua mejor amiga. Antigua, hace como cinco meses o cinco segundos
atrás. Ya ni siquiera lo sé. Esta recostada contra el costado de la camioneta
de Kit, su pecho agitado. Debe haberle tomado todas sus fuerzas caminar
aquí afuera por sí sola. Mi impulso es ir hasta ella, ayudarla a volver
adentro, pero la mirada en su rostro me mantiene donde estoy. Se siente
como una disputa, nadie sabiendo cómo romper el silencio. Debería ser yo,
pienso. Soy quien metió la pata.
Siento el aire moverse mientras Kit se apresura a su lado. Ella lo deja
cargarla, nunca alejando su mirada de la mía. Puedo ver la traición, el dolor.
Esto apesta de verdad.
—Della… —Su nombre sale de mis labios muy tarde, ellos ya están
dentro. No sé qué hacer. No puedo irme porque el auto de Kit aún está en el
camino. ¿Qué he hecho? No debería haber vuelto. Kit sale unos minutos
después, cabeza gacha, sus manos en los bolsillos.
—Quiere hablar contigo —dice—. Está en la sala de estar.
Asiento.
—Lo siento tanto, Kit. No debería haber…
—No —dice—. Tenías que. Solo ve a hablar con ella. Necesito dar un
paseo. —Pasa a mi lado, baja la calle y mi estómago da vueltas asqueado.
Acabo de admitir estar enamorada del hombre de mi mejor amiga. En voz
alta. A él y a ella sin saberlo.
Me estoy tomando mi tiempo para entrar. Toda esta situación ha
estado hirviendo por meses. Sabía que se estaba acercando, pero aun así
me sentía completamente desprevenida. Della está sentada en su sillón
rosado cuando entro, como una reina. Siempre me ha hecho sentir pequeña
y estoy cansada de eso. No me mira. Nadie quiere mirarme. De esa manera
funciona la verdad. Si evitas mirarla, puedes pretender que no está allí.
—Ni siquiera eres tan linda como yo.
Esa es la primera cosa que me dice.
—Me está costando bastante creer que en realidad me acabas de decir
eso —digo—. ¿Puedes decirlo de nuevo, solo así puedo confirmarle a mi
propia mente lo perra que eres?
—Viniste a robarme mi familia.
Niego. Es una clase de movimiento lento porque estoy tratando de
mentalmente integrar el hecho de que mi mejor amiga de hace diez años me
acaba de decir que no soy tan linda como ella, seguido de una de las más
dementes acusaciones jamás existentes.
—Vine a ayudarte. A ayudarte con Annie hasta que te mejoraras.
—Eres una mentirosa —dice—. He visto la manera que eres con él.
Viniste aquí esperando que algo me sucediera de esa forma podrías tener a
Kit y Annie. No voy a dejar que me quites a mi familia. Ella es mi bebé y no
te quiero cerca de ella. ¿Me oyes?
A mis veinticinco años, asumí que había sido herida antes. Pero
entonces Della me quita a Annie en una amarga oración y estoy tan
lastimada que inmediatamente me siento en el sofá. Annie ha convertido mi
corazón en una cosa delicada. Antes, mi corazón se preocupaba de las cosas
que eran importantes para mí, pero se desvanecieron por Annie. Un golpe
silencioso, contrae y arde en mi pecho hasta que llevo mi palma a que toque
el lugar sobre éste. No hay nada que pueda hacer para cambiar su parecer.
¿Y la culpo? Solo esta mañana, Annie lloraba y se retorcía para salir de los
brazos de su madre y venir conmigo. No tengo derecho. No tengo razón para
sentir rabia. Yo soy la perra, no Della.
—Te quiero fuera de mi casa está noche. —Comienza a dejar la
habitación, cuando el monitor en la esquina dice que Annie se despertó—.
Él es mío, Helena. —Y entonces se marcha.
a que no traje mucho, solo me toma unos minutos recoger mis
cosas y aventarlas en mi maleta. Si me apresuro, puedo irme en
el vuelo que sale en dos horas. Le mando un mensaje a Greer y le
pregunto si puede recogerme en el aeropuerto. Es un largo camino para ella,
pero no sé a quién más preguntarle.
Responde enseguida: Gracias a Dios que regresas. Ahí te espero.
Dejo las llaves del auto de Della en el mostrador, junto con las de la
casa, y salgo para llamar un taxi. Kit está recargado contra su camioneta.
—No tienes que irte esta noche —dice quedamente.
—Eso no fue lo que dijo Della —replico. Me arde la garganta, y los ojos
también. Me siento humillada y cansada. En los dos minutos que llevo
afuera, ya me picaron los mosquitos cinco veces.
—No lo dice en serio. Casi murió, Helena. Ha estado en una silla de
ruedas por cinco meses.
—Eres un tonto —le digo—. Está defendiendo lo suyo. Y lo dice en
serio. Yo también haría lo mismo. No puedes suavizar lo que acaba de pasar.
Está arruinado.
—Tienes razón —dice. Entonces me mira. Puedo ver que sus ojos se
iluminan con determinación, y sé que lo que dirá a continuación va a ser
difícil de oír—. No te vayas. Podemos hacerlo funcionar. Solo dame tiempo
para acostumbrarla.
—No. Te necesita. Tú la elegiste a ella. Tienes que quedarte. Yo estoy
bien. —Todas esas palabras me salen atropelladamente. Mentiras y excusas.
—No me necesitará siempre. No necesita estar con alguien que ama a
otra mujer. Elegí mal. Es a ti a quien quiero; a ti te fui a buscar. Debí haberle
dicho la verdad a Della.
Todo duele demasiado. No quemes a alguien y luego intentes apagar
las llamas con las cosas que debiste haber hecho. Esos arrepentimientos
son gasolina, no agua. Necesito detenerlo. Esto es una locura.
—Annie —digo quedamente. Y ese nombre tiene demasiado peso para
detenernos.
Aprieta los labios y sacude la cabeza de un lado a otro. ¿Cómo te
atreves a meterla en esto? Pero tengo que. Ella es lo importante.
—Es mi hija sin importar a quién le entregue mi corazón. ¿Qué
ejemplo le estaría dando si no elijo mi felicidad?
Es cruel, pero aun así lo digo.
—Lo que se siembra, se cosecha, Kit.
Abre la puerta del asiento del copiloto de su camioneta.
—Entra —dice. Trato de discutir, pero decido que no tengo la energía.
Subo, apretando mi maleta contra mi pecho.
—Kit —le digo—. No pude despedirme de Annie. —Trato de mantener
la voz firme, pero se me rompe cuando pronuncio su nombre.
Kit asiente y, dando zancadas, entra a la casa. No esperé que hiciera
eso. No creo que Della lo permita, pero un minuto después sale con Annie
en brazos, cubierta en patatas dulces, y sonrío. Me la pasa y la dejo pararse
sobre mi regazo mientras sostengo sus manos. Puedo sentir la ira de Della.
Seguramente Kit regresará a una pelea y me siento mal por eso.
—Te amo, Annie —le digo. Sus rodillas son gruesas y rellenitas, e
intenta pararse lo más derecha posible, tambaleándose de derecha a
izquierda. El viento mueve el montoncito de cabello que tiene mientras mira
alrededor de la camioneta. Le beso las mejillas, a pesar de que estén
cubiertas de viscosidad naranja, y ella sonríe y me agarra el cabello con sus
manos pegajosas—. Sé buena y amable —le digo—. No importa lo bonita que
seas al crecer.
Se la regreso a su padre, y me llevo el dorso de la mano a la boca. Kit
aprieta los labios y se lleva a Annie. Cuando regresa, tiene patatas dulces
en toda su camisa y sobre sus brazos.
—Dejó su marca en los dos —digo, levantando mi cabello. Él se ríe y
rompe la tensión entre los dos.
No es sino hasta que estamos dentro del aeropuerto que me habla otra
vez.
—Helena —dice.
—No tienes que decir nada —digo, rápidamente—. Está bien, en serio.
—Me entretengo con mi boleto, doblándolo y desdoblándolo
compulsivamente, y pretendo buscar en mi bolso algo que no está ahí.
—No está bien. Deja de decirme qué hacer.
Levanto las manos.
—Adelante, entonces —digo—. Soy toda oídos, Kit Isley. —Se me
queda viendo por decir su nombre de esa forma, pero no me importa.
Estamos parados cerca de seguridad, mi maleta está a mis pies. Las
familias tienen que separarse para pasarnos; una pareja de personas
mayores se gira para darnos una mirada de fastidio.
—Tendrán que tomar cinco minutos para quitarse los zapatos y
meterlos en el contenedor. Mucho tiempo para cobrárselas —les digo. Kit se
cubre la boca y se gira.
—¿Qué? —pregunto—. Es cierto.
Me toma de la muñeca y me saca del tráfico.
—No seas grosera con los mayores —me dice—. No tenían ni
microondas cuando eran jóvenes y eso es muy, muy triste.
—Bueno, eso no es mi culpa —respondo, con énfasis—. Nosotros
vivíamos sin el iPhone 6+. A veces la vida es dura.
Me toma de los hombros y me sacude.
—Deja de decir chistes. Trato de hablar en serio.
—Mm, está bien. —Me masajeo las sienes y le entorno los ojos a las
lámparas del techo. Lo que sea con tal de no verlo a él. El hipócrita.
—Helena, sé que odias estas cosas, pero sopórtalo por un minuto.
Corriste hasta aquí con una maleta chica hace cinco meses. Viniste a
nosotros cuando te necesitábamos, y cuidaste a mi niña. A nadie más podría
confiársela. Nunca lo olvidaré.
Me aclaro la garganta.
—De nada —digo, moviendo los pies.
—Aún no te agradezco —me dice Kit.
—Y no necesitas hacerlo —me adelanto—. Ya debería irme. —Tomo mi
bolso y camino al final de la fila, pero Kit toma mi muñeca y me jala hacia
él. Tengo un momento al estilo Ginger Rogers en el que de pronto soy
delicada y elegante, y aterrizo en su pecho con un quejido.
Me da un abrazo tan apretado que, por un minuto, pierdo el aliento.
Primero estoy tiesa, con mi rostro presionado contra su hombro, pero me
está abrazando, y de verdad necesito que me abracen. Todo es demasiado.
Empiezo a sollozar. Eso no es lo sorprendente; soy una llorona. Lo
sorprendente es que Kit también está llorando. Envuelvo los brazos a su
alrededor, y lloramos juntos mientras las personas, que no tuvieron
microondas y iPhone 6+ cuando eran más jóvenes, pasan junto a nosotros.
Antes de separarse, presiona sus labios contra mi oreja:
—Gracias, Helena. Te amo.
Sus brazos me abandonan y, de repente, veo su espalda desaparecer
entre la gente. Es un buen día para el dolor. Siento que todo eso fue la
manera de Kit de despedirse para siempre. Podría dejar que eso fuera todo.
Tomar mi despedida y vivir por mi cuenta el resto de mi vida. Pero estoy
enojada. Enojada por las cosas que Della dijo. Me dio un valor hoy, me pegó
una etiqueta en la frente que decía: ¡no es tan bonita como yo! Me pregunto
desde hace cuánto tengo esa etiqueta, y si tal vez eligió a todas sus amigas
por esa razón. Ni siquiera recuerdo por qué éramos mejores amigas. ¿Ella
era diferente? ¿Yo estaba ciega?
Me subo al avión, apretándome a través del pasillo de en medio para
llegar a mi asiento. Nunca me había sentido así antes. Por lo general, me
trago mis sentimientos y lidio con ellos en la privacidad de mi mente. Acabo
de regalar cinco meses de mi vida a alguien que dijo que no era tan bonita
como ella. ¿Qué demonios es eso?
Me apresuro hasta mi asiento, el cual está hasta el fondo, y me tomo
una foto. En todas mis fotos me veo estupefacta, triste, confundida, o
increíblemente feliz. Esta es la primera foto enojada. Está junto a: A LA
MIERDA CON EL AMOR. Así que le pongo A LA MIERDA CON LAS
MEJORES AMIGAS. A este paso no voy a creer en nada cuando acabe el
año. Bueno, a lo mejor solo en Greer, que me espera en el aeropuerto, vestida
con un tutú morado y sosteniendo un globo de unicornio.
La abrazo tan fuerte que jadea, luego tomo mi globo y planeo mi
futuro.
la mierda el amor, a la mierda Florida, a la mierda Kit Isley y su
novia más bonita que yo.
Greer no le agrada Della. Me dice esto mientras nos
encontramos en la cubierta superior del barco, tomando jugo
de manzana en vasos de papel y viendo la puesta de sol en tonos
rosas y morados.
—¿Cómo se atreve? —dice—. ¿Por qué está él con alguien así? —Greer
suena realmente molesta. Está escupiendo algunas frases destinadas a Kit
y Della, y casi me hace sonreír.
—Nunca la has conocido —señaló—. Ella no es tan mala.
—Oh claro —dice—. ¿Pero cuántas chicas hemos conocido como ella?
Están por todas partes. Están haciendo programa en la TV sobre ellas.
—Cierto —digo—. Pero ella era mi mejor amiga. Nunca la vi de ese
modo.
—No ves mucha mierda, Helena. Tienes un alma ciega. —Vierte mi
jugo de manzana en el sonido.
—¡Oye! ¿Qué se supone que significa eso? —Trato de mantener la
ofensa fuera de mi voz, pero Greer me conoce demasiado bien. Acaricia mi
cuello como si pudiera alejar el insulto acariciándome.
—Tenía… tenía un alma ciega. Está despertando, al arte, a la gente…
a los hombres.
—¿Sí? Es algo doloroso —digo—. Como caer en agua helada.
—Esa es la naturaleza de la verdad, sin embargo. ¿Qué es lo divertido
de ser dejado car en agua helada? Es por eso que la mitad del mundo camina
usando gafas color rosa, viendo comedias y leyendo libros de romance.
La miro con el rabillo de mi ojo. Me gustan las comedias y el romance.
—Si eres tan realista, ¿por qué te vistes de la forma que lo haces? —
pregunto—. Te vistes como un hada, usando los mismos colores cada día.
—Me visto de la forma en la que quiero que se vea el mundo. Estoy
viviendo fuera de mi fantasía visual. Pero no voy a refugiarme en mí misma
mentalmente.
Siempre me pongo de mal humor después de que ella tenga sentido.
No es justo que sea tan bonita y tan sabia. Y si yo me vistiera como quisiera
que el mundo se mirara, sería un perro mundo beige. Estoy usando una
sudadera color canela porque apesto, y porque mi alma es discapacitada
visual.
—Ellos no lo hacen a propósito, lo sabes.
—¿Quiénes? —pregunto. El viento azota su cabello. Las hebras color
gris siguen atorándose en su labio purpura. Se estira para alejarlos con sus
uñas color lavanda. Doy marcha a tras lentamente mientras ella habla,
tratando de no llamar la atención.
—Las personas que se ciegan a sí mismos a la verdad. Sólo están
tratando de sobrevivir.
Estoy distraída por un minuto, mi dedo suspendido sobre el botón de
la cámara en mi teléfono.
—¿Quién quiere sobrevivir sin la verdad?
Greer se encoge de hombros. Y su camisa se desliza fuera de su
delgado hombro. Perfecto.
—Tal vez las personas que han tenido demasiado de ella. O personas
que han tenido muy poco. O personas que son demasiado profundas para
apreciar sus bordes duros.
Tomo la imagen, luego bajo mi teléfono para mirarla. Greer es la
verdad. Ahora mismo, ella es la verdad para mí. La única persona que se
preocupa lo suficiente para hacerme saber que aún tengo la venda sobre
mis ojos. Si yo fuera uno de los tres, sería la menos profunda. Mi vida no ha
sido extraña de ningún tipo. Mi infancia típicamente disfuncional, pero
típicamente funcional. He estado tan sobre expuesta que me convertí en una
perra beige. ¿Qué le paso al rosa? En tercer grado, me gustaba el rosa.
—Greer —digo—. ¿Todavía amas a Kit?
No sé de dónde salió eso. Greer nunca ha insinuado que aún tiene
sentimientos por Kit. ¿Pero cuántas veces me ha dicho que el arte empieza
a fluir de una fuente de dolor?
“El arte es la sangre que proviene de una herida. No puedes dejarla
hacer sarna, déjala que siga sangrando. Déjala sangrar hasta que tengas
suficiente sangre para pintar”.
Su rostro cambia con mi pregunta. Hay un cambio en sus cejas, un
ligero entorpecimiento en sus ojos.
—La verdad, Greer —digo. Estoy sosteniendo mi respiración. La
respuesta a esa pregunta es tan frágil que tengo miedo que el aire de mis
pulmones pueda romperlos. Se gira hacia mí, sosteniendo el cabello de su
rostro con las dos manos. Los tatuajes en la parte baja de sus brazos están
visibles en su piel blanca. SE TÚ en un lado, TU ARTE por el otro.
—Sí —dice—. Lo estoy.
Miro lejos de Greer y doy vuelta hacia el agua. Kit, el flautista de amor.
¿Cuántas más había? ¿Chicas en el trabajo? ¿Chicas en el programa de
postgrado? Me rio de mí misma estupidez, pero el viento atrapa el sonido y
se lo lleva lejos.
—Oh mierda —digo, dejando caer mi rostro entre mis manos. Esto
era realmente un desastre.
Soy diferente. Kit me mostró cosas, así que me centro en eso, las cosas
que he aprendido en lugar de las cosas que no recibo de la experiencia. Me
he dado cuenta de que la gente realmente no te mira a los ojos, porque sus
ojos están en otra parte. Apuntando hacia adentro. Hago un punto de mirar
a todos a los ojos para que sepan que los estoy viendo. Así es como Kit me
hizo sentir, vista. Quiero ver a la gente. También me he dado cuenta que
entre más ves a la gente más quieren confiarte sus secretos.
Phyllis me dice que dio a un niño en adopción cuando tenía quince
años. Un cliente me dice que recoge rocas del color de los ojos de su ex-
novio y que su esposo piensa que sus jardines de roca son sólo un amor por
los minerales. Una desconocida me dice que fue violada hace dos semanas.
Sigue y sigue. Cuando te importa, la gente puede sentirlo. Y entonces, en mi
nueva posición como la portadora de secretos de la ciudad, me doy cuenta
que Kit me hizo una mejor persona.
El contraste es importante en la vida. Entendemos lo que la luz es
porque podemos compararlo con lo que sabemos que es la oscuridad. Lo
dulce se hace más dulce después de comer algo amargo. Es lo mismo con la
tristeza. Y es importante experimentar la tristeza, abrazarla con el fin de
verdaderamente conocer la felicidad. Yo era sólo una línea plana hasta que
él llegó. Y tal vez ahora me estoy haciendo daño. ¿Pero no es eso lo que el
amor se supone que haga? ¿Hacerte sentir, hacerte valiente, hacerte verte a
ti mismo con más cuidado?
Un mes después de la rápida salida de Kit de regreso a Florida, llega
un paquete para mí a la fábrica de conservas con su dirección de retorno
garabateada en la esquina superior izquierda. Lo peso en mis manos y dejo
que mis dedos exploren a través del sobre. Páginas. Páginas y páginas y
páginas. No lo abro, porque sé lo que es. Las palabras que quería decir. Que
no tuvimos tiempo de decir. También tengo esas palabras. No estoy lista.
Durante semanas, lo cargo en mi bolso sólo para sentir su peso sobre mi
hombro. Sin abrir. Un poco ignorado. Tengo miedo de tocar esas páginas.
Podría contar una historia muy diferente a la que estoy esperando, pero la
aproximación y la aparición de Kit en PT me hacen creer.
Della tiene una fecha de boda. Sabe que estoy viendo su Instagram.
Quiere que lo vea. June me manda una captura de pantalla después de su
primer post de conteo regresivo.
J: ¿Ves esto?
H: Sí.
J: Me pidió ser una de las damas de honor.
No me sorprende. Della tiene como tres amigas chicas, dos de ellas
prestadas de mí, y mi intento de ser social en la universidad. Me pregunto
quiénes serán los padrinos de boda de Kit, ¿y si los veré alrededor de la
ciudad?
J: Deberías venir. Has algo sobre esto.
Estoy sorprendida; June no parece de las que dirían cosas de éste
tipo. Pienso en contarle que planeo hacer justo eso, pero al final, alejo mi
teléfono y trato de no pensar en eso. Pero lo hago. Pienso en ello un montón.
Pienso en la manera en que se veía con el cuello de su abrigo cubriendo todo
su cuello, las esquinas de sus labios tornándose en una sonrisa. Pienso en
la manera en que permanecimos unos minutos más después de
despedirnos, ninguno queriéndose ir. Pienso en la manera en que sus labios
se posaron en los míos, el ritmo de nuestros besos. La forma en la que tuve
que rodear con mi mano la parte de atrás de su cabeza e inclinarme hacia
él para evitar caerme. Estoy en el trabajo y tengo que ir al baño a salpicarme
agua en el rostro.
Él también lo sintió. Regresó aquí, a Port Townsend para sentirlo.
Ahora es cosa suya, porque yo ya estoy.
Un reloj hace tictac, tictac, tictac. Tengo un boleto de avión. No un
plan. Sólo palabras que necesito entregarle. Y eso es todo lo que puedo
hacer, ¿o no? Estaré encaminada después de eso y a partir de allí, todo
depende de Kit Isley. No le puedo recordar un sueño que él nunca tuvo, pero
puedo recordarle sobre un sentimiento que ambos compartimos.
Abordo el avión con una fiebre terrible. Estoy temblando y después
ardiendo. He empezado a pensar en Annie. Preguntándome si hay alguna
manera de verla. He tratado tan duro de no pensar en ella en los últimos
meses, pero tengo memorizado el sonido de su respiración. No es tan simple
y eso es lo que me detiene. Annie. La madre y el padre de Annie. ¿Qué
diablos estoy haciendo? Quiero bajarme del avión, pero es demasiado tarde
y ya estamos despegando. Es tan conveniente, Helena, que recién hayas
bloqueado esa parte de la situación, me digo. Tomo las pastillas que Greer
me dio cuando nos separamos en la línea de seguridad. Después bajo mi
cabeza a mis rodillas y cubro mi rostro. La persona en el asiento a mi lado
me pregunta si estoy bien. Murmuro algo sobre el mareo y aprieto los ojos.
Cuando me despierto, mi cuello está terriblemente rígido, y ya estamos
aterrizando. NyQuil. Greer me drogó para que no me alterara. Soy la última
persona en bajar del avión.
June está esperando en la zona de recogida de equipaje. Está usando
una capa verde oscuro sobre un vestido verde de neón, lentes de sol incluso
aunque está adentro. Su extraña rareza me conforta, y corro a envolverla en
un abrazo.
—Eres tan rara —le digo—. Te quiero tanto.
Se aleja y me sostiene por los hombros, observándome de arriba abajo.
—Tú aún utilizas beige.
—Malditamente amo el beige —le digo sonriendo—. Larga vida a la
perra beige.
June asiente.
—Estás diferente —dice—. Me gusta. Ahora vayamos a detener esta
boda.
La boda es en cuatro días. No quiero detenerla. Sólo quiero decir mi
parte y deshacerme de esta carga que siento en mi pecho. Me quedo con
June en su pequeña casa. Se la renta a una vieja pareja que rescata
periquitos. No estoy completamente segura de qué necesitan estos
periquitos ser salvados, pero puedo escucharlos cantar desde la casa
principal. Me hace sentir inquieta y ansiosa. June me da unos tapones para
los oídos rosas, pero todo lo que hago es apretarlos obsesivamente entre mi
dedo índice y el pulgar, pensando en Kit y Annie.
—Esos no son para el estrés —me dice. Los coloca en mis oídos, y los
periquitos ya no se pueden escuchar.
Me alimenta con sopa y tomo una siesta porque aún estoy algo
enferma. En realidad, estoy bastante enferma. Cuando me despierto, June
me ha dejado una nota diciéndome que se ha ido a trabajar. Trato de salir
a caminar, pensando en que el aire fresco será bueno para mí, pero no he
avanzado ni medio bloque cuando tengo que regresar. Estoy temblando a
una temperatura de veintiséis grados, debajo de las palmeras y el cielo azul.
Llego hasta el sofá floral de June y coloco una manta sobre mí. Después
tengo otro sueño inducido por la fiebre. Otro sueño que cambia mi vida.
a casa es diferente. Camino alrededor, buscando el sofá azul
marino de Pottery Barn. Para los niños. Pero no hay niños y nada
es azul. Todo es negro. Negro, negro, negro, negro. Intento con
un apagador y la habitación en la que estoy está inundada con luz roja. Miro
la piel de mis brazos, brillante rosa claro bajo las atrevidas luce rojas. Están
cubiertos con tinta… espirales de negro verduzco. Imágenes y palabras y
patrones. Me rio en voz alta. ¿Qué sueño es este en que he tatuado mi
cuerpo?
Camino a través de las habitaciones, buscando. Cocinas y baños y
habitaciones sin muebles. Lo encuentro afuera, las puertas francesas
abiertas, él está enmarcado entre ellas.
—Hola —digo.
—Hola.
No sé da la vuelta, sólo continúa viendo… hacia la nada. Está mirando
hacia la oscuridad. Pongo mis brazos a su alrededor, porque no quiero que
sea absorbido por ella.
—Regresa a la casa —dice él.
—No —le digo—. Ya no es mi casa.
—¿Lo fue alguna vez?
—No.
Entierro mi rostro en su espalda, entre sus omóplatos y los respiro.
—¿Me dejarás? —pregunta.
—No. Nunca.
—Si no enfrentas al enemigo con todo su poder oscuro, un día vendrá
desde detrás, mientras miras a otro lado y te destruirá.
No sé qué decir ante esto, así que lo abrazo más fuerte.
Se gira para verme y mi respiración se atrapa entre su belleza y sus
palabras. Muslim.
—Ven conmigo —dice él.
—¿Qué hay sobre Kit? —Kit se está filtrando dentro de este sueño, ya
las luces rojas se están volviendo amarillas. Puedo escuchar una voz
llamándome desde algún lugar a la distancia.
—Ya intentaste ese sueño.
Me rio, porque lo he hecho. En mi vida despierta, he pasado el último
año peleando por entender ese sueño. Por obtener partes de él. Tal vez estoy
cansada de intentar acoplarme a ese sueño. No soy una artista. No soy una
esposa y una madre. No soy alguna cosa. Sólo Helena.
—Entonces déjame despertarme —le digo—. Así puedo en cambio,
encontrarte a ti.
Y despierto.
Cuando aterrizo en Seattle, rento un auto del primer lugar que veo.
Todo lo que tienen es un Ford Focus blanco con placas de Oregón y una
abolladura del tamaño de un puño en el parachoques. Nada de Range Rover
esta vez. Me arrastro en el asiento del conductor, exhausta y tomo una selfie.
La llamo, Instinto. No dormí para nada en el avión, leí el manuscrito de Kit.
Cuando lo terminé ordené un vodka puro. Me estaba hablando. Y no tuve
las agallas de leerlo. Cuando conduje dentro del ferry me quedé en el auto,
golpeando impacientemente con mi dedo sobre mi rodilla. El ferry siempre
se ha sentido como libertad, pero ahora no podría sentirme más atrapada.
Necesito encontrarlo. Eso es todo lo que sé. No hay nada que incluso
confirme que está en PT. Cuando llamé a Greer, no había oído nada. Voy
por instinto. ¿Cuánto tiempo por delante de mí ha estado en PT? ¿Dos días?
¿Tres?
Recién he bajado del ferry hacía Kingston cuando mi teléfono suena.
Es Greer.
—Tienes que regresar —dice. Suena sin aliento, como si hubiese
estado corriendo—. Se estaba subiendo al ferry justo cuando bajaste.
—¿Qué? —Piso el freno y alguien me da un bocinazo—. ¿Cómo lo
sabes?
—Su mamá. Acaba de volver de la casi boda. Pasó dos días en su
condominio, ahora va a volver a hablar con Della y ver a Annie.
Doy una vuelta en U, saltando un bordillo y casi golpeo a un peatón.
—Voy en camino —digo. Cuelgo el teléfono y yendo directo, casi
abrazando el volante. Por favor, Dios, por favor déjame lograrlo. Nunca lo
alcanzaré si pierdo el ferry.
—Tienes que esperar al siguiente —me dice la señora en la caseta de
entrada—. Éste está lleno.
—¿Qué tal si entro a pie? —pregunto. Asiente. Compro un ticket y
estaciono. El último de los autos ha sido abordado, lo que significa que tengo
que correr si quiero llegar a la rampa antes de que la bloqueen. Dejo todo
en mi auto, aprieto mi bolso a mi pecho y corro.
El portero está cerrando la puerta mientras llego a la cima.
—¡Espere, espere, espere! —grito. La mantiene abierta para mí
mientras me apresuro a entrar—. Lo amaré por siempre —digo.
Estoy dentro, estoy dentro. No estoy segura dónde ir. ¿Se habrá
quedado en su auto? ¿Deambulando por las cubiertas? Tengo veinte
minutos para averiguarlo y no trabajo bien bajo presión.
Rápido paseo por la cafetería donde la mayoría de los pasajeros están
congregados y sobre la cubierta principal. Hay algunos rezagados afuera,
sujetando vasos de cartón de café mientras parpadean contra el viento
fresco. Doy una vuelta alrededor del lado izquierdo, jalando mi delgado
suéter más cerca de mi cuerpo. La vuelta alrededor de la cubierta me toma
cuatro minutos, y, para el momento que llego a mi punto de partida, mi
nariz está goteando. Esto no va a funcionar, no tengo el tiempo suficiente.
Podría estar en cualquier parte.
Vuelvo dentro y tomo una foto de la máquina de Coca Cola. No sé si
ha encendido su teléfono, pero apretó Enviar, esperando por lo mejor.
Kingston está desapareciendo detrás de nosotros. Salgo por las puertas y
me paro a ver el agua. Me siento derrotada, lo hago. Y desesperada. Y
entupida. Y mi bolso está pesado porque he estado cargando con el
manuscrito de Kit por el último par de meses. Lo saco del envoltorio y lo
sostengo en mis manos por unos momentos antes de deslizar fuera la gruesa
pila de papeles. Tengo que dejarlo ir, ¿verdad? Justo como el corcho de vino.
Si estaba en camino de regreso a Florida era probablemente para arreglar
las cosas con Della. Sostengo su libro sobre el agua, mis nudillos tan
blancos que se mimetizan con el papel. Luego lo arrojo a aire. Por un
segundo luce como una nube de aves blancas que ha explotado alrededor
del ferry, sus delgadas alas vibrando en el viento. Mi labio inferior tiembla y
lo tomo entre mi dedo índice y el pulgar para mantenerlo quieto. Mi cuerpo
me traiciona por Kit Isley, no es la primera vez. Regreso dentro, mi bolso
más liviano, mi corazón más pesado y me siento en una silla frente a la
máquina de Coca Cola. Lloro.
—Busca algo de beber. Te sentirás mejor. —Alzo la vista, y una señora
mayor con cabello plateado esta parada mirándome. Su cabello me recuerda
a Greer. Me hace callar y presiona seis monedas en mi palma, luego asiente
hacía la máquina expendedora—. El azúcar. Te ayudara.
No la quiero ofender, así que limpio mis lágrimas y me paro.
—Gracias —digo—. Es muy amable. —Mira hasta que estoy en la
máquina pretendiendo considerar mis opciones. Sonrió alegremente y
saludo.
Cuando se marcha presiono mi frente contra el cristal y cierro mis
ojos. Ni siquiera se me permite llorar en paz. A ciegas, pongo las monedas
en la ranura, una por una. Dink, dink, dink.
Y luego dos manos aparecen a cada lado de mi cabeza. Mis ojos se
cierran mientras un cuerpo me clava contra el cristal. Tengo escalofríos.
Conozco su olor.
Kit corre su nariz contra la parte trasera de mi oído mientras su brazo
se envuelve alrededor de mi cintura. Mi boca está abierta y mis ojos están
cerrados mientras hace círculos sobre mi muñeca con su mano libre. Es
todo calidez, olor de bosque y pino. Besa mi nuca y dejo caer el resto de los
cuartos. Los oigo golpear el suelo antes de que me de vuelta para mirarlo.
Este justo allí. En mi cara. Frente a frente sin aviso. Estoy sin aliento,
corre sus manos sobre mis brazos y acuna mi rostro, luego me jala más
cerca de él. Nuestros labios se están tocando, pero ninguno de nosotros se
está moviendo para un beso. Se siente un poco irreal estar presionada justo
allí, contra la persona que has querido por tanto tiempo.
—Nunca olvides —dice—. Que fue mi libro y la Coca Cola quienes nos
volvieron a juntar.
—¿Tu libro? —pregunto. Sube su mano para revelar una arrugada
página de su manuscrito—. Página cuarenta y nueve —dice—. Bajo flotando
desde el Heavens y fui lo suficientemente afortunado para atraparla antes
de que se hundiera en el Sound.
—Imagina eso —digo.
—Pensé que estaba alucinando hasta que encendí mi teléfono y vi tu
mensaje.
—¿Viniste corriendo para acá? —pregunto
—Tan rápido como pude.
Nuestros labios se están tocando un poco mientras hablamos.
—¿Por qué no estás sin aliento?
Sonríe.
—Se le llama ejercitarse, Helena.
Toco su rostro desaliñado y recorro mi mano por la parte trasera de
su cuello. Me besa con suaves labios y dura pasión. Y es definitivamente el
mejor beso de mi vida. De mi vida.
o te entristezcas porque no puedas obtener la felicidad constante.
Es la forma más rápida de sentirte un fracaso en la vida. Si cada
una de nuestras vidas representase la página de un libro, la
felicidad sería la puntuación. Separa las partes que son demasiado largas.
Cierra algunas cosas, divide otras. Pero es breve; aparece cuando se necesita
y llena párrafos agotadores con descansos. Estar contento es un estado
constante más accesible. Amar tu destino sin estar borracho de euforia.
Valiente y determinada aceptación sin amargura. Sé amable contigo mismo.
Acepta los malos momentos para poder disfrutar mejor de los buenos. Ama
la lucha. Ámala mucho, y deja que te salve cuando tus músculos
emocionales se hayan vuelto blandos. Kit y yo tenemos eso. A veces, tanta
alegría que nos duele el corazón. A veces, tenemos tristeza cuando estamos
lejos de Annie o Port Townsend. Nos sentimos divididos entre todas las cosas
que amamos. Peleamos; hacemos el amor. No vuelvo a ver a Muslim. Y
después de una llamada telefónica, nunca más vuelvo a hablar con él.
Escucho mucho sobre él y recuerdo nuestro tiempo. Y me pregunto si tienes
espacio en tu corazón para más de una persona. Creo que lo tienes.