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elena Conway se ha enamorado.

A regañadientes. Inconscientemente.
Pero no sin que haya sido provocado.
Kit Isley es todo lo que ella no: desorganizado, sin ataduras y ni un
poquito cuidadoso.
Todo podría ser tan hermoso… si él no estuviera saliendo con su mejor
amiga. Helena debe desafiar su corazón, hacer lo correcto y pensar en los
demás.
Hasta que deja de hacerlo.
e supone que debes estar conmigo.
¿Qué palabras son estas? Me asustan, y al principio
creo que he escuchado mal. Él está apoyado en la mesa,
mientras que nuestras parejas están a unos metros de
distancia, esperando en la fila para comprar nuestra comida.
—Tú y yo —dice—. No nosotros y ellos.
Parpadeo hacia él antes de darme cuenta que está bromeando. Me rio
y vuelvo a mirar mi revista. En realidad, no es realmente una revista. Es un
diario de matemáticas, porque soy así de genial.
—Helena… —No miro de inmediato.
Tengo miedo de hacerlo. Si levanto la mirada y veo que no es una
broma, todo cambiará.
—Helena. —Extiende un brazo y toca mi mano. Salto, retrocediendo.
Mi silla hace un chirrido horrible y Neil voltea a ver. Pretendo que se me
cayó algo y lo busco debajo de la mesa. Debajo de la mesa están nuestros
zapatos y piernas. Hay un crayón azul junto a mis pies. Lo recojo y me
levanto.
Neil está primero en la fila ordenando nuestra comida, y el novio de
mi mejor amiga está esperando mi respuesta, con los ojos cargados de
atención.
—¿Estás borracho? —siseo—. ¿Qué carajo?
—No —dice. Aunque no parece tan seguro. Por primera vez, me doy
cuenta del rastrojo de barba en su cara. La piel alrededor de sus ojos se ve
amarillenta. Está pasando por algo, ¿tal vez? La vida está siendo una
mierda.
—Si esto es una broma, me estás poniendo realmente incómoda —le
digo—. Della está justo ahí. ¿Qué demonios está mal contigo?
—Solo tengo diez minutos, Helena. —Sus ojos se mueven al crayón
azul, que está descansando en medio de nuestras manos.
—¿Diez minutos para qué? Estás sudando —digo—. ¿Tomaste algo,
estás usando drogas? ¿Qué tipos de drogas te hacen sudar así? ¿Crack?
¿Heroína?
Quiero que Neil y Della regresen. Quiero que todo vuelva a la
normalidad. Me giro para ver dónde están.
—Helena…
—Deja de decir mi nombre de esa manera. —Mi voz se corta. Empiezo
a pararme, pero él agarra el crayón, luego mi mano.
—No tengo mucho tiempo. Déjame mostrarte.
Está sentado muy quieto, pero sus ojos me recuerdan a un animal
acorralado: asustado, en pánico, brillantes. Nunca he visto esa mirada en
su rostro, pero como Della solo ha estado saliendo con él durante unos
meses, es un punto discutible. No conozco realmente a este chico. Podría
ser un drogadicto por todo lo que sé. Gira mi mano con la palma hacia arriba
y lo dejo hacerlo. No sé por qué, pero lo hago.
Coloca el crayón en mi palma y cierra mi puño a su alrededor.
—Tienes que decirlo en voz alta —dice—. “Muéstrame, Kit”. Dilo
Helena. Por favor. Tengo miedo de lo que va a pasar si no lo haces.
Porque se ve tan asustado, lo digo.
—Muéstrame, Kit. —Y luego—. ¿Debería saber lo que es esto?
—Nadie debería —dice. Y entonces todo se vuelve negro.

Kit está ahí cuando despierto. Mi cabeza duele, y mi lengua se pega al


paladar de mi boca. Debo haberme desmayado. Eso nunca antes me había
pasado. Me incorporo, pero en lugar de estar en el piso de Bred Company,
estoy tendida en el sofá de alguien. Es un bonito sofá, del tipo que ves en el
catálogo de Pottery Barn1. Cinco mil tropecientos dólares de gamuza
delicada. Rasco la superficie y luego, olfateo mi dedo. Gamuza.
—¿Neil? —Me siento, mirando a mí alrededor. ¿Me han llevado a la
oficina del gerente? Qué embarazoso. Un sofá bastante elegante para un
gerente—. Kit, ¿qué pasó? ¿Dónde está Neil?
—Él no está aquí.

1 Pottery Barn: es una exclusiva cadena de tiendas de muebles para el hogar.


Me pongo de pie, pero es demasiado rápido, y me mareo. Me desplomo
sobre el sofá y pongo mi cabeza entre mis rodillas.
—Busca a Neil, por favor. —Mi voz suena nasal. Levanto la mirada
para ver los pantalones de Kit aún delante de mí. Él no hace ningún
movimiento para ir por Neil. Con un profundo suspiro, se sienta a mi lado.
—Neil está en Barbados en su luna de miel.
—¿Se casó en el camino de regreso a nuestra mesa? —digo a través
de mis dientes. He terminado con este juego. Della está chiflada si sigue
viendo a este tipo. Está en drogas, está loco, o ambas cosas.
Kit se aclara la garganta.
—Este es en realidad su segundo matrimonio. Estuvo casado contigo
por un tiempo.
Mi cabeza se dispara en alto. Cuando ve la mirada en mi rostro, se
estremece.
Un niño viene corriendo a la habitación y se arroja en mi regazo.
Retrocedo. No me gustan los niños; son desordenados, ruidosos y…
Me pide un sándwich.
—Oye, amigo. Te conseguiré uno. Démosle a mamá un minuto.
Qué. Carajo.
Estoy fuera del sofá y acorralada en una esquina en cinco segundos.
Kit y el pequeño humano han salido de la habitación. Puedo escuchar sus
voces, altas y felices. La habitación Pottery Barn. Hay una gran cantidad de
azul marino adónde quiera que miro. Cuadros con marcos azul marinos,
mantas trenzadas de azul marino, maceteros azul marinos, que desbordan
con sanos helechos. Camino a la ventana, convencida de que voy a ver el
estacionamiento frente al Bread Company. Tal vez ellos me llevaron al Pier
One. En cambio, estoy viendo un bonito jardín. Un roble nudoso se
encuentra en el centro, un círculo de piedras blancas alrededor de su base.
Estoy alejándome de la ventana cuando choco con algo. Kit. Él agarra
la parte superior de mis brazos para estabilizarme. Hormiguea donde me
toca. Soy alérgica a los locos.
—¿Dónde diablos estoy? —pregunto, empujándolo lejos—. ¿Qué está
pasando?
—Estás en tu casa —dice—. 214 Sycamore Circle. —Hay una larga
pausa y entonces dice—: Port Townsend, Washington.
Me rio. El que hizo esto lo hizo muy bien. Paso alrededor de Kit y corro
por la casa. Un comedor se abre a una amplia cocina bien iluminada. Puedo
ver el agua más allá de las ventanas, la superficie salpicada por la lluvia.
Estoy mirando la lluvia cuando una pequeña y balbuceante voz dice:
—En que estás trabajando.
El niño. Está sentado en la mesa de la cocina, comiendo pan.
—¿Quién eres tú? —pregunto.
—Thomas. —Cuando dice su nombre, pan mojado sale volando de su
boca y salpica la mesa.
—¿Thomas qué? ¿Cuál es tu apellido?
—Igual que el de papá, pero no es el mismo que el tuyo —dice, con
total naturalidad.
Mi piel pica.
—Thomas Finn Browster. Y tú eres Helena Marie Conway. —Su puño
golpea el aire. ¡Browster! El apellido de Neil.
Escucho a Kit detrás de mí, y cuando me volteo a mirarlo está apoyado
en la nevera, frunciendo el ceño.
Levanta un dedo a sus labios cuando ve que lo miro, y luego mira al
niño.
—Tienes otro —dice.
—¿Otro qué?
—Hijo. —Se aleja de la nevera y camina hacia mí. De repente estoy
notando las canas en sus sienes y las arrugas alrededor de sus ojos. Él no
se parece al Kit de Bread Company.
Me lleva a un dormitorio y abre la puerta. Un cuarto para niños. Una
pequeña cabeza con el cabello negro suave y esponjoso. Me asomo a la cuna,
mi corazón se acelera.
—Dijiste que Neil estaba en su luna de miel, pero ella es solo un beb…
—Ella es nuestra.
Trago fuerte.
—¿Tuya y mía?
—Sí.
Mi corazón se está volviendo loco. Puedo sentirlo bombear toda la
sangre a mi cerebro.
—¿Eres un viajero del tiempo?
Kit ríe por primera vez. Las profundas líneas de su sonrisa cortan sus
mejillas como si lo hiciera a menudo. Es curioso, no recuerdo haber visto la
sonrisa de Kit. Siempre parece tan serio, que es lo que a Della le gusta de
él. Della.
—¿Dónde está Della? —Oh, Dios. Tuve un bebé con su novio. Miro mi
mano, pero no hay anillo de bodas.
Él sale de la habitación, echo un vistazo hacia el bebé antes de
seguirlo.
Cuando estamos en el pasillo, él cierra la puerta de la habitación de
los niños.
—No estamos exactamente en condiciones de hablar con Della —dice.
Siento tanto dolor. Della y yo habíamos estado juntas por más de diez
años. Kit ve la expresión en mi rostro y rápidamente aparta sus ojos.
—Esto es un sueño —le digo. Kit niega con la cabeza. Alcanzo a ver
un trocito de mí en el pesado espejo dorado detrás de su cabeza. Mi cabello
luce corto. Con reflejos—. No, una pesadilla —digo, estirándome a tocarlo—
. Me veo como una mamá.
—Eres una mamá.
En este universo alterno, viaje en el tiempo o sueño, soy una mamá.
Pero soy solo Helena en mi mente. Sin niños y con el vientre plano. Y ante
mí está Kit. El tipo que mi mejor amiga piensa que es “el indicado”. No es
posible que yo lo viera alguna vez de esa manera. Lo miro ahora, tratando
de verlo con una luz diferente. Él es tan diferente a Neil. Fornido, un poco
desaliñado. Neil afeitaba sus brazos; los brazos de Kit están cubiertos de
vello negro. Neil tiene ojos oscuros; Kit tiene ojos claros. Neil lleva lentes de
contactos, Kit usa lentes. Della y yo nunca compartimos el mismo gusto en
hombres. Cosa que se adaptaba a nosotras muy bien. Hacen que el “amigas
antes que chicos” sea un buen lema de vida.
—¿Dónde está? —pregunto.
—Ella aún está en Florida. Nos mudamos aquí hace dos años.
Kit toma mi mano.
—Deja que te enseñe algo —dice.
Se siente todo mal. Nuestros dedos no encajan bien juntos. Sus manos
son grandes, con dedos anchos. Mi mano se siente estirada e incómoda en
la suya. Della siempre decía que las manos debían encajar juntas como
piezas de un rompecabezas. La suya y la de Kit encajaban. ¡Ella me dijo eso!
El niño aparece de repente desde la cocina. Kit suelta mi mano para
girarlo en sus brazos.
Parecen muy cómodos juntos, teniendo en cuenta que no es el padre
del niño. Neil es su padre. Entonces, ¿dónde está Neil? ¿Por qué no estamos
juntos?
Él mira al niño… ¿cuál era su nombre? ¿Tim? ¿Tom? Y lo para sobre
sus pies.
—Ve a poner una película, hombrecito, y voy a estar ahí en un minuto
para verla contigo.
Es un buen niño, supongo, porque asiente sin discutir y sale
corriendo, sus pies descalzos golpeando la madera dura.
—Neil te engañó —dice—, pero no es tan simple como parece. No estás
enojada con él. Lo entendiste.
El calor se eleva a mi cara. ¿Neil me engañó? Neil no era esa clase de
hombre, por no hablar de que adoraba el suelo que pisaba.
—Él nunca lo haría —digo. Kit se encoge de hombros.
—Las personas son personas. Las cosas cambian.
—No —digo—. Esta es una vida de Pottery Barn. No la quiero.
—Como he dicho, no es así de simple. Él tenía sus… razones.
Antes de que pueda preguntar cuáles son esas razones, el bebé
comienza a llorar. Kit mira a su puerta y luego a mí.
—Lo único que ella quiere es a ti. Le están saliendo los dientes. Si
entro allí y llego a ella, llorará aún más.
—A mí ni siquiera me gustan los bebés.
Él agarra mis brazos y me gira hasta que estoy frente a la puerta de
la habitación.
—Te gustará esta —dice, me da un pequeño empujón.
—¿Cuál es su nombre? —siseo antes de abrir la puerta.
—Brandi.
Le doy una mirada de disgusto.
—¿Igual que el licor? —siseo.
Intenta no sonreír, pero de repente veo de dónde vienen esas líneas
profundas a cada lado de su boca.
—Es lo que estabas bebiendo la noche en que quedaste embarazada.
—Oh, Dios —digo, abriendo la puerta—. Crecí para ser un maldito
cliché.
Brandi está sentada en su cuna, llorando. Sus brazos suben al minuto
en que me ve. Nunca tuve un bebé que me buscara así, a ellos les gusto
tanto como a mí me gustan ellos.
La recojo y ella detiene su llanto inmediatamente. Es pequeña.
Chiquita. Y tiene tanto cabello que parece un pequeño león. Supongo que,
si me gustaran los bebés, consideraría linda a esta. La llevo afuera con su…
padre.
—Ten —le digo, ofreciéndosela a él. Sacude la cabeza.
—Sostenla tú.
Lo hago con tanta rigidez mientras caminamos hacia lo que parece
otra sala de estar. Esta es menos Pottery Barn para adultos, y más Pottery
Barn para niños. Dios. Si todo esto es real, ¿qué me sucedió? No me gustan
las mierdas como estas. Mi apartamento parecía como si una venta de garaje
hubiera salido mal.
—¿Por qué todo luce así? —le pregunto.
—¿Luce como qué?
—Como si no tuviera personalidad.
Kit parece sorprendido.
—No lo sé. Esto es lo que te gusta. Nunca antes he pensado en esto.
—¿Cuánto tiempo hemos estado juntos?
Las comisuras de sus labios se contraen, y antes de que diga nada, sé
que va a mentir.
—Algunos años.
—¿Y nos amamos?
Deja de buscar en un cajón para mirarme.
—¿Conoces esa sensación que tienes ahora mismo? ¿El desconcierto,
el miedo, la fascinación?
Asiento.
—Eso es lo que siento cada día. Porque nunca he amado a alguien
como te amo a ti.
Mi estómago hace esta cosa de aleteo involuntario. Me siento culpable
que el novio de mi mejor amiga hizo que mi estómago aleteara. Por suerte,
Brandi da un tirón en mi cabello de modo que se siente más como el dolor
causado por eso que una reacción a sus palabras.
Él vuelve al cajón y saca un libro para colorear. Al principio creo que
lo saca para el niño, pero luego me lo da a mí.
—¿Quieres que se lo dé a Tim? —pregunto confusa.
—Tom —dice—. Y no. Esto es lo que te quería mostrar.
Le doy la vuelta a la primera página y encuentro lo que no estoy
esperando. Bellas imágenes de castillos hechos de dulces, casas de hadas
colocados en árboles frutales, y princesas que luchan con dragones. El tipo
de libro para colorear que habría querido de niña.
—¿Qué es esto? —pregunto, sin levantar la mirada. Quiero ver más.
—Es tuyo —dice, tomando al bebé de mis brazos.
Me rio.
—No puedo dibujar. No soy artista, en lo absoluto. —Lo cierro de golpe
y se lo regreso. Este es un sueño tan extraño. Me pellizco, pero no despierto
y me duele.
—Así es como compraste esta casa, te mudaste a Washington. Tienes
una serie de ellos y son muy populares. Hay incluso carteles y cuadernos.
Lo puedes comprar en Target.
—¿Target? —repito—. Estoy en la universidad para ser contadora —
digo—. Esto es una tontería. Quiero despertar.
¿Por qué siquiera me molesto? Si esto es un sueño, debería seguirlo,
¿no?
Tom viene corriendo en ese momento y anuncia que derramó el juego
de uva en el piso. Kit sale a toda prisa, y yo me quedo sola para atender a la
niñita. La siento en mi regazo y toco su melena sedosa. Ella suspira
satisfecha y me imagino que le gusta.
—También me gusta —le digo—, una vez me quedé dormida en un
funeral porque mi papá estaba jugando con mi cabello. —Sigo haciéndolo
para que no llore y alerte a Kit ante el hecho de que no sé nada de bebés.
Cuando vuelve, estamos sentadas en el sofá con ella medio absorta contra
mi pecho. Todavía estoy tratando de despertar de este extraño sueño. Él se
inclina contra el marco de la puerta, sonriendo con esa media sonrisa que
pone.
—Ella es como tú.
—No sabes cómo soy —le digo.
—¿En serio, Helena? ¿No lo sé?
Dudo. No sé nada.

Sigo esperando que el sueño termine, pero no lo hace. Me he pasado


lo que parecen horas con Kit, Tom y Brandi a medida que el día pasa. Intento
ser amable, fingiendo para encajar en sus vidas, incluso dando un paseo
con ellos a través de los bosques más verdes que he visto alguna vez. ¿Los
sueños son realmente así de largos? ¿Por qué cuando uno se despierta, los
sueños parecen ser tan confusos y distorsionados? Nos detenemos en un
lago, Kit y Tom tiran piedras mientras yo sostengo a Brandi, quien
realmente, para mi horror, no quiere a nadie más que a mí. Saco un poco
de la rica y húmeda tierra con la punta de un dedo y la pruebo. La tierra no
debería tener sabor en el sueño. O debería saber a Oreos. Pero
definitivamente no debería saber a tierra.
Después de la caminata, Kit nos prepara la cena. Pescado que él
mismo atrapó. Los asa afuera, en el patio que dice que diseñé. Una vez más,
le recuerdo que no soy lo suficientemente creativa para haber diseñado algo
tan majestuoso como el patio. El cual me recuerda un poco a los libros para
colorear, con sus casas en los árboles de madera tallada, y linternas
colgando de los árboles. El pescado está delicioso. Para el momento en que
Kit lleva a Brandi y a Tom adentro para bañarlos, estoy en pánico total.
Recuerdo las películas que he visto que podrían ayudarme: Inception, BIG,
el Mago de Oz. Cuando Kit regresa con una botella de vino y dos copas, estoy
llorando y rasgando las servilletas, volviéndolas confeti.
Él no dice nada de mis lágrimas. Abre la botella y llena una copa,
poniéndola frente a mí.
La apuro como una universitaria. Porque soy una chica universitaria,
no una mamá.
—Esto no es real —digo—. ¿Dónde están todos mis recuerdos si esto
es real?
Se sienta a mi lado y pone un tobillo sobre su rodilla.
—El día que me enamoré de ti fue el primer día que te encontraste a
ti misma. Ni siquiera eras mía todavía.
Se ve todo borroso y distorsionado a través de mis lágrimas, dejo que
se deslicen por mi rostro mientras lo escucho.
—Siempre insististe en que usabas el cerebro izquierdo, pero no te
creí. Un artista siempre puede reconocer a otro artista. Nos olemos el uno
al otro. Una noche estábamos todos borrachos y pasábamos el rato en casa
de Della. Ella dijo que quería pintar, así que trajo todos esos libros para
colorear, lápices de colores y marcadores. Y todos nos recostamos con el
estómago en el suelo y coloreamos como niños de cinco años. Fue una de
esas noches que no se olvidan, porque era tan extraño —hace una pausa—
, y porque también me enamoré.
Quiero que continúe. La historia que está contando nunca ha
sucedido, pero suena tan real.
—Yo estaba tumbado a tu lado en la alfombra, y Neil estaba del otro
lado. Tu dibujo fue el mejor. No era solo bueno; era sorprendentemente
bueno. Todo el mundo enloqueció, pero yo me sentí presumido como si ya
lo supiera. Comenzamos bromeando que eras una artista, y fue entonces
que dijiste que querías ser grandiosa dibujando para que pudieras tener tu
propia línea de libros para colorear. Así que te dije que lo hicieras.
Encuentro que mis labios se apartan y mis ojos se vuelven vidriosos
cuando me habla como si me conociera. Es tan íntimo. Siempre he querido
conocerme a mí misma y nunca he sabido por dónde empezar.
—No puedo…
—Dibujar —termina él—. Sí, ya lo has dicho. Tomaste clases. No le
dijiste a nadie más que a mí.
Quiero tomar un bolígrafo y ver si es verdad, si tengo algún talento
oculto que nunca supe que tenía. Y quiero saber, de todas las personas, por
qué se lo dije a Kit, si esto no es un sueño…
Es un sueño.
—¿Q-qué tipo de cosas hacemos juntos? —pregunto.
Kit se humedece los labios.
—Tú y yo somos iguales —dice—. No me mires así.
Resoplo cuando me rio, tapándome la boca con el dorso de mi mano.
—Somos muy diferentes. —Él sonríe—. Soy un optimista, tú una
pesimista. Evito la confrontación, tú vas con todo.
—Entonces, ¿cómo somos iguales?
—Los dos estábamos en la búsqueda de algo verdadero, al mismo
tiempo. A veces la realidad de una persona es el amor de otra persona.
No sé qué quiere decir con eso y tengo vergüenza de admitirlo.
—¿Nos gusta hacer las mismas cosas?
—Sí. —Su rostro está en la sombra, pero puedo oír las puntas de sus
dedos cuando se frota la barba de su mentón—. Nos gusta el arte. La
comida. Pequeños momentos que duran para siempre. Nos gusta tener sexo.
Nos gustan nuestros bebés… —Se me pone la piel de gallina con esa última
parte—. Viajamos un poco antes de que tuviéramos a Brandi. Esperamos
hacer más de eso. Tenemos una lista de todos los lugares en los que
queremos hacer el amor…
—¿Qué está en la lista? —lo interrumpo. Mi boca se siente seca.
Su voz baja cuando habla.
—El tren azul.
—¿Qué es eso? —Me inclino hacia adelante.
Él me sonríe.
—Es un tren en Sudáfrica que va desde Pretoria a Ciudad del Cabo.
Me siento de nuevo.
—¿Un tren? Oh.
Kit levanta las cejas.
—Es alquilado. Te lleva a través de algunas de las vistas más
impresionantes del mundo. Cabina privada, chef privado.
Levanto mis cejas.
—¿Qué más?
—Un cementerio durante la luna llena. La casa del árbol.
Se inclina hacia adelante y se sirve otra copa de vino.
—¿Qué es lo… qué es lo que me gusta de estar contigo?
—Que quieres ser tú —dice—, y eso no me ofende.
Una vez más, no tengo ni idea de lo que está hablando. Era
sumamente inofensiva. Aburrida. Ser yo llevaba un mínimo esfuerzo.
Bebemos la botella de vino en silencio, escuchando a las ranas, el
agua y los árboles. Una cacofonía de las cosas de Dios. Cuando me levanto
mi cabeza da vueltas. Me balanceo y tengo que sostenerme de la parte
posterior de la silla. Kit también se levanta, y no sé si es por el vino, o el
hecho de que me he convencido de que esto es un sueño, pero camino
audazmente hacia él. Lo he hecho antes. Esa es la sensación que tengo
cuando sus manos y brazos me encuentran. Todo en él me es familiar, la
solidez, su olor, los callos en las yemas de sus dedos. Este no es el abrazo
torpe de dos personas tocándose por primera vez. Él desabrocha mi sostén
y quita mi camisa antes de que alcance su boca. Lo beso por primera vez,
desnuda de la cintura para arriba mientras sus pulgares trazan la línea
debajo de mis pechos. El aire se siente erótico cuando sopla a través de mi
piel. Manos tan diferentes de las largas y delgadas de Neil, me tocan.
Pesadas manos calientes con dedos anchos. Él sabe a vino. Cuando lo beso
en su mejilla, las puntas de su barba arañan mis labios. No es del todo
desagradable. Tiro de su camisa y él se la quita. Me gusta lo fuerte que es,
y luego realmente me gusta lo sólido que es cuando me levanta y me pone
en la mesa y mis piernas se estiran para rodearlo.
Esto no es real. No estás engañando a nadie. Cierro los ojos. Él me
quita mis pantalones, me besa por encima de mi ropa interior, y se desliza
encima de mí. Nuestra botella de vino se estrella contra el piso, y giro la
cabeza para mirar los fragmentos a medida que él besa mi cuello y sus dedos
están en mi ropa interior. Mi piel hormiguea, mis caderas se levantan
demandando. Demandando a… Kit. Su cabeza está inclinada. Lo puedo ver,
mientras se prepara para introducirse dentro de mí. Entonces lo siento, ahí
mismo. Me agarro de sus brazos, desesperada. Y en ese momento no me
importa quién es él, y a quién se supone que pertenece. Esto se siente
natural, Kit y yo actuando sobre algo que ya estaba ahí. Mis ojos se ponen
en blanco cuando él se desliza dentro de mí.
Y entonces despierto.
e despierto en mi auto. La luz brilla fuertemente a través del
parabrisas, y entrecierro mis ojos. Hay huellas grasientas en la
ventana del lado del conductor. De manos que se presionaron y
se deslizaron. Han estado allí por un rato… algo sobre estar borracha y
comiendo pollo frito, y luego no siendo capaz de encontrar mis llaves.
Siempre digo que tengo que limpiarlo, pero estoy… tan ocupada. Busco a
Kit. ¿Dónde está? No, no se supone que deba estar buscando a Kit. Es Neil
con quien estoy. Amo a Neil. ¿Mi mente todavía está atrapada en mi…
sueño? Levanto mi asiento y froto mi pecho sobre mi corazón. Está doliendo.
De verdad. Esto podía ser un ataque al corazón; me siento como si tuviera
el colesterol alto. No, no, es algo más. Me siento tan triste. ¿Cómo podría un
sueño tener tantos detalles? Nunca he experimentado nada como eso. La
pantalla de mi teléfono se ilumina. Es Neil. Están en el restaurante
buscándome. Neil, Della y Kit. Kit. Ahora recuerdo. Llegué una hora antes y
quise cerrar los ojos por algunos minutos antes de que todo el mundo llegara
al restaurante. Todas las pasadas noches estudiando me están pasando
factura.
Salgo lentamente del auto y miro alrededor. No he estado durmiendo
bien con los finales en una semana. Y luego me gradúo. Y entonces voy a
volverme un adulto. No como el adulto que era en el sueño, con niños y una
casa, y Kit. Todavía puedo sentir sus labios en mi cuello. Alzo mi mano hasta
alcanzar mi punto sensible, justo debajo de mi oreja. Me rio mientras camino
a la puerta del restaurante. Qué estúpido. Nunca he pensado en un chico
de esa manera. El sueño se disipará pronto, pero a medida que camino por
las puertas, y hacia mi novio, todavía está allí, pegajoso y denso. No me
siento como la Helena de ahora, sino como la Helena de mi sueño. Busco a
Kit. Está sentando junto a Della, escuchando con atención algo que ella le
está susurrando en su oído. Espero que levante la vista y me vea. No sé lo
que espero ver en sus ojos, quizá familiaridad. Es tan estúpido. No ocurre
nada de eso. Cuando Kit me ve caminar hasta la mesa, me sonríe
cortésmente, una mirada fugaz, sin compromiso. Como debería ser dado
que apenas nos conocemos. El saludo de Della es mucho más entusiasta.
Sonrío gentilmente cuando ella salta para abrazarme, comentando sobre mi
camisa. Kit está mirando el menú. Deseo arrebatárselo.
¿No me ves? ¡Tuvimos un bebé juntos!
Me sonrojo de mis propios pensamientos mientras Neil saca mi silla,
besándome en la mejilla. Cierro mis ojos e intento ser arrastrada por él. Pero
huele diferente, y sus dedos son demasiado largos y molestos cuando
acaricia mi cuello.
Oh, Dios mío. Es como si estuviera drogada.
—¿Qué ocurre? —pregunta Neil.
Tomo un trago de mi agua, derramándola sobre mí.
—Nada —digo—. Solo estoy realmente hambrienta. —Le hace señas al
camarero, y a medida que lo hace, me pregunto si realmente quería
engañarme. Neil, a quien le gusta que las cosas sean simples y fáciles.
Engañar requiere mucho trabajo. Una complicada variedad de emociones a
las que no está conectado.
Cuando viene el camarero, pido vino. Neil levanta sus cejas. No lo
culpo, supongo. He sido una bebedora de cerveza hasta este momento.
—Pensé que no te gustaba el vino.
—No lo hacía —digo, dándole a Kit una mirada—. Supongo que ahora
sí. Está, como, muy caliente aquí.
Kit también pide vino. Della y Neil se ríen de nosotros. Gente mayor,
dicen ellos. Habría dicho eso también… la semana pasada, esta mañana,
hace una hora. ¿Puede un sueño realmente influenciar tu paladar? No lo
creo.
Hablan de todo tipo de cosas, pero apenas los escucho. Ya no son
cosas que me importen. Saco un bolígrafo de mi cartera y comienzo a dibujar
en la servilleta. Estoy intentando dibujar las cosas que vi en el libro de
colorear, pero soy terrible.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta Della—. Estás totalmente fuera
de ti. —Ella se está inclinando hacia él, su mano frotando su muslo. Toma
la servilleta y la examina—. ¿Es esto… una casa del árbol?
—¡Sí! —digo emocionada. Se ríe, y me siento triste.
—No renuncies a tu oficio, Helena —dice—. Eres la chica
matemáticas. —Tomo de regreso la servilleta y la pongo boca abajo sobre la
mesa. Kit me mira por primera vez, fijamente.
—¿Te gusta dibujar? —pregunta. Me gusta comparar los ojos de la
gente con los dulces. Los ojos de Kit son chocolate fundido y cálido. No soy
una persona amante del chocolate, pero Neil tiene ojos del color de la pastilla
para la tos, y en este momento solo necesito algo dulce.
—No —responde Neil por mí—. La he conocido por años, y nunca la
he visto hacer más que garabatos en un cuaderno.
Miro hacia Kit, esperando por algo. Pienso decir sobre el deseo de
ilustrar un libro para colorear, pero no es cierto, y me siento tonta por querer
decirlo. Tal vez estoy asustada.
—No sé —le respondo a Kit—. No soy muy buena en ello.
Espero a que me aliente, pero el mesero viene con nuestra comida y
todo queda en el olvido. Pasan el resto de la cena hablando de un viaje que
estamos planeando tomar durante el verano. Paso el tiempo pensando sobre
el sueño. Una vida que nunca supe que quería. Deseo regresar. Deseo
dormir otra vez para ver si puedo visitar la casa Pottery Barn de Helena y
Kit en Port Townsend, Washington. Cuando Kit dice algo, lo escucho. Es
como la misma persona que conocí en el sueño, quizás no tan consciente de
sí mismo. Pero, por primera vez, noto cuán atento es con mi mejor amiga.
Lo cariñoso que es, y no de una manera sofocante. Solo le gusta tocarla, y
me siento celosa. Cuando habla, nunca es sin un propósito. Dice cosas que
hace que Neil asiente pensativo, y hace que Della lo observe con una mirada
soñadora en su cara. Esto es una locura. Me levanto.
—Tengo que irme —digo.
—¿Por qué? —protesta Neil—. Se suponía que íbamos a ver una
película.
—No me siento bien —digo. Me inclino y lo beso en la mejilla. No hay
barba que raspe mis labios—. Te veré mañana. Adiós, chicos. —Me despido
con la mano de Della y Kit y camino rápidamente a mi auto. Miro sobre mi
hombro, esperando que uno de ellos me siga, y siento una punzada de
tristeza al ver que están hablando en la mesa como si nunca hubiera estado
allí.

Conduzco a mi casa y llego a mi apartamento, aún incapaz de


sacudirme la extraña sensación que he tenido desde que desperté del sueño.
En lugar de tomar mis libros de textos para estudiar, encuentro un
cuaderno vacío y comienzo a anotar los detalles del sueño. Qué ridículo. Un
desperdicio de tiempo. Me digo esto, pero no dejo de hacerlo, hasta que hay
diez páginas de garabatos de tinta azul. Cuando he terminado, me siento
exhausta. De la emoción por ello, sí. Pero más aún, porque me siento
cambiada. Trasladada. Redirigida. Bebo tres vasos de agua, tomo una
ducha. Cuando nada puede distraerme de la extrañeza que siento, abro mi
laptop y encuentro el perfil en Facebook de Kit. Nos volvimos amigos
recientemente, después de la primera vez que Della nos presentó. Parece
que es lo que siempre se hace cuando conoces a alguien nuevo, los agregas
a tu vida en redes sociales. ¡Ahora somos amigos! Ahora puedes ver lo que
como para el almuerzo, lo que publico con mi filtro preferido, y ver fotos de
mis zapatillas mientras las tomo desde arriba para hacerte saber que ejercito
al aire libre. Y leer mis publicaciones sentimentales sobre cómo salgo con el
mejor chico del universo (publicado en su cumpleaños o nuestro
aniversario). Cada pretencioso y feliz momento de mi vida será tuyo.
¡Bienvenido, seguidor!

Después de que hicimos clic en nuestro camino en la vida social del


otro, nunca me tomé el tiempo de regresar y mirar el perfil de Kit. Aunque
al parecer lo sigo en Twitter, Facebook e Instagram, Kit no publica mucho.
Encuentro una foto de Della sentada en su regazo y los estudio a los dos
atentamente, los dientes blancos y perfectos de ella, la sonrisa apretada de
él. ¿Dónde incluso se conocieron? Intento recordar. Él era músico, creo. Ella
habló sin parar sobre eso. Busco pistas en su Instagram, pero él solamente
publica puestas de sol y tomas de la playa sin personas. Muy buenas en
realidad. Usó la cámara de su celular bastante bien. Cierro de golpe mi
laptop, ignoro una llamada de Della, y me arrastro sobre la cama. Tal vez
tenga suerte y vuelva a Port Townsend en mi sueño. Tal vez el sueño se
vuelva una pesadilla, y entonces desearé olvidarlo. Mañana, mi cabeza
estará despejada. Mañana, Kit será solo el novio de Della, y estaré
enamorada de Neil, y tendré toda mi vida por delante.
e despierto y acecho todos sus perfiles de nuevo. Nada ha
cambiado desde anoche, pero es lo primero que pienso hacer.
Tengo siete llamadas perdidas de Della y Neil. Llamo a Neil
primero, mientras estoy acostada sobre mi estómago, estudiando una
imagen que Kit tomó de una gaviota posada sobre un trozo de madera
flotante.
—La película estuvo genial —me dice—. Aunque no sé si alguno de
ellos vio algo; estaban uno encima del otro.
Reportó la fotografía de Kit como inapropiada por despecho.
—¿Qué quieres decir? —pregunto—. Él en realidad no es tan cariñoso.
—Creo que realmente se gustan entre sí. Estaban haciendo bromas
sobre fugarse para casarse anoche.
—¿Qué? ¡No! —Meto uno almohada sobre mi boca y ruedo sobre mi
espalda. Afortunadamente, Neil pensó que estaba molesta por Della.
—Relájate. Sabes cuán loca por los chicos está Della. En realidad no
va a casarse con él.
Hago la señal de la cruz mientras miro hacia el techo.
—Nos pidieron ir con ellos a Barclays esta noche, pero les dije que no
sabía si tú podías ya que tienes que estudiar.
—Iré —digo rápidamente. Ruedo fuera de la cama, tratando de
aterrizar sobre mis pies, pero en lugar de eso me quedo atrapada en las
sábanas y caigo al suelo. Neil no escucha el golpe, o mi grito de dolor.
—Te recojo a las siete —dice antes de colgar. No espera a que me
despida. Me quedo enredada en mis sábanas y finjo que soy Frodo cuando
Shelob la araña lo envuelve en su red. Casi me quedo dormida de nuevo,
pero mi teléfono suena. Es Della esta vez.
—Neil dice que vienes esta noche —dice—. Estoy tan jodidamente
emocionada. Escucha, sé que esto va a asustarte, pero en realidad creo que
Kit va a pedirme que me case con él.
Mi ¿qué? es amortiguado por las mantas.
—Lo sé, lo sé —dice—. Pero cuando lo sabes, lo sabes. Eso es lo que
todos dicen.
Lucho por salir de las mantas y me levanto de un salto. Me veo en el
espejo y me estremezco. El moño está mal, torcido y con el cabello
desparramado alrededor de mi rostro, sobresaliendo en todas direcciones.
Estoy usando mi pijama del Rey León de mis días de secundaria. No puedo
soportar la idea de tirarlas, porque Simba y Nala tenían un amor hermoso.
Hay un golpe en mi puerta. Ya la estoy abriendo cuando Della dice:
—Ah, sí, Kit debería estar ahí en pocos minutos. Lo envié a conseguir
el bolso de mi laptop.
Es demasiado tarde para cerrar la puerta. Con su novia parloteando
en mi oído, le abro la puerta al esposo de mi sueño. No el esposo de mis
sueños, sólo mi esposo en el sueño. Excepto que ni siquiera estoy segura
que estuviéramos casados, sólo teniendo hijos fuera del matrimonio y
viviendo en Port Townsend como un montón de hippies. Kit levanta las cejas
cuando me ve.
—Me tengo que ir —le digo a Della. Cuelgo sin esperar su respuesta.
—Hakuna Matata.
—Tan predecible. ¿Haciendo recados para la reina?
Pienso en estirarme para alisar mi melena, pero si abrí la puerta así,
bien podría quedarme como estoy.
—¿Ella dejó su bolso aquí?
—Sí. —Doy un paso a un lado para que él pueda entrar. Cuando pasa
por mi lado, me llega el aroma de su colonia. No es el mismo que el del
sueño, pero es bueno. Neil no usa colonia. Lo observo mirar alrededor de la
sala por el bolso de Della. Sé dónde está, pero quiero observarlo. También
quiero ser mala con él porque está arruinando mi vida—. Está ahí, por el
taburete —digo finalmente. Kit se agacha para recogerlo. Nunca tenemos
mucho que decirnos entre sí, y siempre es un poco incómodo. Pero, ahora
siento que lo conozco. Paso junto a él en dirección a la cocina y saco el
tocino.
Él vacila, sin saber si irse o conversar un poco.
En realidad no quiero compartir mi tocino con él (es caro, del tipo que
lleva granos de pimienta) pero tengo curiosidad sobre quién es él. O lo que
es. O como sea.
—¿Tienes hambre? —pregunto.
—¿Es de ese tipo con pimienta? ¿El de la tienda?
Asiento.
Él se sienta en uno de mis dos taburetes y cruza las manos sobre el
mesón.
—No sé cómo cocinar. Es una grave desventaja.
Me encojo de hombros.
—Hay videos en internet, programas de cocina y lecciones que puedes
comprar por cincuenta dólares la hora. Sólo necesitas un poco de impulso
y puedes ser rehabilitado.
Él se ríe. Su sonrisa no se centra en su rostro; está por toda su mejilla
izquierda como si estuviera ebrio. Realmente no sabrías eso ya que rara vez
sonríe. Se ve más joven, travieso.
—Tal vez debería hacer eso —dice—. Convertirme en un ayudante de
chef autodidacta.
—Predigo que te encantará cocinar dentro de diez años —digo,
volteando el tocino—. Entonces tendrás que hacerme algo genial, ya que yo
comencé tu amor por la cocina.
—De acuerdo —dice, mirándome—. ¿Qué te gustaría?
—Pescado —digo rápidamente—. Que hayas atrapado tú mismo.
—Y después de eso, voy a cortar un árbol para ti.
Siento un hormigueo, así que bajo la mirada hacia mi tocino. Eso
ocurrió con tanta facilidad. La charla. La primera vez que hemos tenido una
discusión a solas, y nos llevamos bien. Saco los huevos y el queso también,
porque necesito relajarme comiendo.

—Así que tú sólo…


Hace el movimiento de batir que estoy empleando para revolver los
huevos.
—Sí —digo—. ¿Quieres intentar?
Lo hace para seguirme la corriente; sé que lo hace. ¿Quién quiere batir
huevos viscosos en un tazón? Los salpica por toda mi encimera, pero es
lindo que lo esté intentando. Hago que los vierta en el sartén, y luego,
cuando veo que es un ayudante dispuesto, le entrego la espátula. Observa
mientras termino con el tocino y espolvoreo queso sobre los huevos. Ojalá
me sintiera acomplejada por mi cabello, pero, a decir verdad, me veo
jodidamente linda con mi cabello psicópata.
¿Demasiado?, me pregunto. ¿A quién le importa? Sirvo nuestra comida
en los platos y camino delante de él hacia mi pequeño comedor. Mientras él
se sienta, regreso por café.
—No bebo café —me dice.
Tomo un gran sorbo de mi taza y lo miro por encima del borde.
—Es por eso que nunca sonríes. Serías un hombre mejor si bebieras
café. —Se ríe por segunda vez, y me siento un poco embriagada cuando le
entrego su taza.
—¿Qué es un muggle? —pregunta, quitándomela.
—Reservo esa taza para personas especiales, Kit. No hagas preguntas.
Kit bebe su café. Espero a que se estremezca, o haga las quejas
habituales que hacen los no-bebedores de café. Pero lo bebe como un
profesional, y decido que no es tan malo como pensaba. Tal vez un poco
estoico. Melancólico. Pero, hombre, cuando logras hacerlo reír, se siente
como un verdadero maldito regalo.
—Gracias por enseñarme a revolver huevos, y también por
alimentarme —dice cuando es hora de irse.
—No hay problema, Kit. Nos vemos esta noche. —Sueno toda
negocios. Quiero palmearme en la espalda por no desmayarme.
—¿Esta noche? —pregunta.
—Sí, Neil y yo iremos a Barclays.
—Genial —dice—. No lo sabía.
—Della hace planes por todo el mundo —digo. Quiero ver cómo
reacciona a eso. Si está molesto por las tendencias de Della de controlar el
tiempo libre de todos. Pero él sólo se encoge de hombros.
—Entonces te veo luego.

Cuando me miro en el espejo después de que se marcha, encuentro


huevo en mi cabello. Además, no me veo tan linda como me imaginaba.

Della se presenta más tarde cuando estoy ordenando mi cajón de


calcetines sin pareja. Entra directamente, lanzando su mierda de diseñador
sobre mi sofá.
—Oh, no —dice—. ¿Por qué tienes eso fuera?
—¿Qué? Por ninguna razón. —Trato de esconder la caja, incluso a
pesar de que ella ya la ha visto.
Me agarra por los hombros y me mira a los ojos.
—No sacas esa caja a menos que tengas mucha ansiedad —dice—.
¿Qué pasa?
Della tiene razón. Mi caja de calcetines ha estado presente desde que
era una niña. Mi mamá se quejaría de que uno de mis calcetines estaba
extraviado, y tiraría el solitario a la basura. De cinco años lo sacaría de la
basura cuando ella no estuviera mirando y lo metería debajo de mi
almohada. El otro calcetín aparecería. Lo sabía incluso entonces. Sólo
estaba manteniendo este par a salvo hasta que el otro apareciera. Cuando
mi madre cambió las sábanas, enloqueció por todos los calcetines debajo de
mi almohada. La escuché diciéndole a mi papá que era una acaparadora.
Recuerdo sentir vergüenza. Había algo mal en mí; mi madre lo había dicho
con tanta convicción: ¡Acaparadora! ¡Acaparadora de calcetines! Más tarde,
cuando mi papá vino a mi habitación para hablar conmigo, me dijo que
cuando él era pequeño, solía guardar todas las tapas de los tubos de crema
dental. No podía soportar la idea de tirarlos a la basura. Me dio una caja de
zapatos y me dijo que guardara mis calcetines ahí en su lugar. La escondí
debajo de mi cama, mi caja de zapatos de la vergüenza, y cuando me sentía
ansiosa o perdida, la sacaba y tocaba todos mis calcetines. Todos solitarios.
Todos esperando ser reunidos con su gemelo. Eventualmente sobrepasé la
caja de zapatos… y con eso me refiero a que había demasiados calcetines.
it no viene a Barclays. A último minuto llama a Della y le dice que
algo surgió. No sé quién está más desilusionada: si Della, quien
comienza a llorar, o yo, enfurruñada en una esquina pretendiendo
escuchar a Neil mientras habla sobre ciencia espacial, o alguna mierda como
esa. Ordenamos bebidas, y saco un bolígrafo para garabatear en mi mantel.
Una vez más, Neil y Della tienen una conversación sin mí. Me pregunto
cuándo me convertí en la rara. La pequeña paria social quien se sienta en
las sombras, tratando de descubrir su talento artístico escondido. Incluso
ordené una bebida diferente a mi usual vodka de arándano. Se ve demasiado
infantil para pedirlo, ahora que he amueblado una casa con muebles de
Pottery Barn. Ordeno otra copa de vino. Blanco esta vez. La noche termina
temprano, y Neil nos lleva a ambas a casa. Della me pregunta si puede
quedarse a dormir. Digo que sí, pero no me gusta cuando se queda a pasar
la noche. Pese a toda su belleza, piel suave y brillantes ojos azules, Della se
echa gases mientras duerme. Es realmente incómodo. La mayoría de las
noches duermo en el sofá y regreso a la cama antes de que se despierte. Neil
nos acompaña hasta la puerta y me da un beso de buenas noches.
—Estaba esperando que tuviéramos algo de tiempo juntos esta noche.
Para… ya sabes… —Menea sus cejas hacia mí.
—¿Para qué? —pregunto secamente. Neil no capta mi humor. No es
nada contra él, en realidad. Pero a veces me gusta ponerlo nervioso.
—Para hacer cosas. —Mira sobre mi hombro a donde Della está
quitándose sus zapatos y tomando el control remoto.
—¿Cómo…?
—Tener sexo —susurra.
—¿Qué? ¿Por qué estás murmurando?
—Para tener sexo —dice más alto.
—¡Ew! —dice Della desde la sala de estar—. Estoy justo aquí.
Lo veo ponerse de un rojo brillante, y me rio. Neil es lindo.
—Habrá mucho tiempo para eso la semana que viene, amor —digo—.
Después de que los finales terminen.
Me da un beso de buenas noches realmente bueno. Casi se me nubla
la vista a medida que recuerdo todas las razones por las que lo amo.
1. Bueno besando.
2. Amable.
3. Tonto.
4. …

Della me hace cocinarle un bocadillo. Cocinar. Como, en realidad


tengo que derretir la mantequilla y cortar ajo para lo que quiere. Se sienta
en el sofá, viendo Teen Mom sin sonido, y habla sobre Kit todo el rato. Piensa
que una propuesta va a venir, pero ahora posiblemente la está engañando.
—He estado distante —me dice. Me pregunto cuándo fue eso.
—¿Emocionalmente distante? —pregunto—. ¿O físicamente? Porque
cada vez que miro, estás sobre su regazo.
—Emocionalmente —dice, sin titubear—. La semana pasada mandé
dos de sus llamadas al correo de voz. Estaba en el baño. Y ayer, cuando me
preguntó sobre cómo tocaba el bajo, le di una respuesta realmente genérica.
—Ouch —digo—. La boda se cancela.
—¡Esto no es una broma, Helena! Él es el amor de mi vida. ¡Mi alma
gemela!
Frunzo mi nariz. ¿No leí en algún lugar que había una diferencia?
Pienso en decirle sobre mi sueño. Tal vez eso es lo que necesito. Una buena
carcajada sobre Kit y yo. Pero ella probablemente diría que Kit y yo no
tenemos nada en común. Y entonces me enojaría. Ella no nos vio
desayunando. No sabía que lo hice cambiar de opinión sobre el café. O que
estaba trabajando duro para ser una artista de libros para colorear, porque
en mi sueño él me dijo que lo era. Todo eso.
Le llevo su bocadillo y me siento en el sofá tan lejos de ella como
puedo.
—Ven y acurrúcate conmigo —dice.
—No.
Ella se gira hacia la televisión, sin prestar atención, revisando su
teléfono cada treinta segundos.
—¿No está respondiendo ninguno de tus mensajes? —le pregunto.
—No. Creo que está dormido.
Espero unos cuantos minutos antes de tomar mi celular y presionar
en su nombre.
H: ¡Hola, Kit!
Se tarda un poco, pero finalmente aparece la ventanita. Espero, mis
extremidades hormigueando.
K: ¡Hola, pequeña!
Miro a Della por la esquina de mi ojo. Está embelesada con Tyler y
Catelynn.
H: ¿Bebiste más café?
K: Quiero ser un mejor hombre.
H: Jajaja ¿Por qué no le has mandado un mensaje a Della? Está
enloqueciendo.
Su ventana de que está escribiendo aparece por unos cuantos
segundos, entonces desaparece. Después de eso, no sé nada de él.
Rechazada por asociación. Tal vez Della tenía razón. La está
engañando. Idiota. No hay manera de que me case con alguien así, mucho
menos tener a su bebé. Tengo que parar este sinsentido. Solo fue un maldito
sueño.
—Háblame de él —le digo a Della—. ¿Cómo es y por qué crees que es
tan genial?
Se gira para mirarme, sus ojos amplios y llenos de lágrimas.
—Es tan bueno. Diez veces mejor que cualquiera que conozca. Se
preocupa mucho por otras personas. Y no por lo que piensen, no le importa
una mierda lo que piensen los demás, simplemente se preocupa por ellos.
—¿Qué más? ¿Es inteligente? ¿A qué se dedica?
—Es… realmente inteligente. Pero, no lo presume, ¿sabes? Es callado.
Escucha, incluso cuando crees que no lo hace. Y se da cuenta de los detalles,
locos detalles. Como, siempre sabe cuándo me depilo las cejas, o cambio el
color de mis uñas. Y le gusta… no lo sé. Hacemos las mismas cosas.
Dado que la vida de Della consiste en dormir hasta tarde, comprar
bikinis e ir de vez en cuando a un concierto en la noche, no estoy segura
que eso diga mucho sobre Kit.
—Solo está ocupado —le digo—. No se trata de ti.
Asiente, y solo así sus ojos llorosos regresan a la televisión y ella se
desconecta. Ese es el problema con Della: si alguien no está enamorado de
ella, no es capaz de funcionar.
Kit desaparece por una semana. Y durante esa semana, Della no deja
mi apartamento. Me sigue de habitación a habitación, pide bocadillos y llora
en mis almohadas. Le sugiero que vaya a verlo a su trabajo y le pregunte
qué sucede. Pero dice que solo las chicas desesperadas buscan a los
hombres y en su lugar lo acosa en Facebook.
Intento dejar mi apartamento tanto como puedo, pero me pide si
puede ir conmigo cuando salgo. Me siento asfixiada en lugares donde una
persona no debería sentirse asfixiada: en el supermercado, la lavandería, la
estación de servicio donde sale del auto y se para junto a mí mientras pongo
gasolina. Me escabullo una vez, cuando está usando el baño y diez minutos
más tarde me explota el teléfono hasta que contesto.
—¿Dónde estás? —solloza.
Cuando le dije que salí de prisa a la librería, dice que me encontrará
ahí, y aparece con grandes lentes de sol y un vestido negro entallado.
—¿Por qué estás vestida así? —pregunto. Estoy acurrucada en las
novelas de mala calidad, buscando emociones baratas y experiencias
profundas.
—Kit está aquí —dice—. Lo vi en su Instagram.
Diablos. Yo no. Apenas sube fotos.
—¿Buscabas verte como si fueras a-un-club-a-mitad-del-día? —le
pregunto.
—Shhhh —dice ondeando su mano frente a mí—. Aquí viene.
Tengo La Lujuria de Barron en mi mano cuando Kit se acerca. Me
pongo de pie, así no estoy al nivel de la entrepierna y miro a Della. Su cara
es indiferente, pero puedo ver sus manos temblando. Estoy atrapada en
medio de una discusión de parejas, y no sé qué hacer.
—Tranquila, Dells —susurro—. Es solo un chico que tiene mucho que
explicar.
Sus hombros se enderezan, y veo que su mentón se alza un poco.
Kit nota mi libro primero.
—¡Vaya! —dice—. Apuesto que mide al menos veinticinco centímetros.
Lo pongo de regreso en el estante.
—¿Dónde has estado? —gruñe Della. Me encojo, pero intento parecer
un apoyo.
Kit hace una mueca.
—En ningún lugar nuevo. ¿Por qué estás usando lentes de sol aquí
dentro?
Della se los arranca de la cara para revelar dos ojos hinchados.
—No has regresado ninguna de mis llamadas. He sido un desastre.
Tomo unos cuantos pasos hacia atrás, tratando de alejarme del pasillo
obsceno antes de que comiencen a pelear.
Kit se pasa una mano por la nuca.
—Oh. Lamento eso. Cuando estoy escribiendo me distraigo.
—¿Escribiendo? —Su cara está llena de confusión.
—Sí —dice—. He estado trabajando en algo nuevo.
—¿Qué escribes? —suelto abruptamente.
Me nota al final del pasillo y me dedica una sonrisa divertida.
—Nada serio —dice—. Solo juego con ello. —Mira a Della—. Pero está
vez, estoy concentrado en eso. No he dormido por cuarenta y ocho horas. —
Y entonces con una mirada de reojo hacia mí dice—: He estado tomando
mucho café.
Únete al club, quiero decirle. En la parte de dormir y el café.
—No… no lo sabía —dice Della—. Sentí que no querías hablar
conmigo.
Kit suspira. Profundamente.
—A veces no soy bueno en mantenerme en contacto. Desaparezco. No
quise lastimar a nadie, lo juro. Solo me involucro en lo que estoy haciendo.
—Oh —dice ella—. Ahora me siento estúpida.
—No lo hagas.
Y entonces se besan en el pasillo obsceno. Y mi pensamiento inicial
es que lo estoy viendo engañarme. O tal vez no a mí, a la Helena del sueño.
Pero se siente raro y asqueroso.
Manejo a casa, sin libros. Al menos tengo mi apartamento de vuelta.
espués de las finales, me inscribo para una clase de arte. Ni
siquiera le digo a Neil. Es estúpido, lo sé. Tienes un estúpido
sueño, y crees que estás destinada a la grandeza de libros para
colorear. Pero mi profesor es un viejo excéntrico llamado Neptune que
camina descalzo por el aula y huele a Vicks Vapor Rub. Me gusta. Nos dice
que cuando era un hombre joven, Joan Mitchell le encargó pintarla
desnuda. Si no puedo ser la favorita de Neptune al final de esta sesión de
ocho semanas, la vida ni siquiera vale la pena. Quiero que quiera pintarme
desnuda. ¿Es eso espeluznante? Oh, Dios mío, soy tan espeluznante. No soy
particularmente buena en algunas de las asignaciones, pero una vez
Neptune me dijo que le gustó mi interpretación de un caballito de mar.
—Es como un caballito de mar que nació en el cielo —dijo. Huelo
vodka en su aliento, pero, aun así. ¿No todos los grandes artistas son adictos
y alcohólicos? Enmarco mi caballito de mar volando y lo cuelgo en mi
habitación. Es sólo el comienzo. Un día, voy a ser muy buena en esto.

Della nos invita a cenar a su apartamento unas semanas más tarde.


No la he visto ni a Kit desde el beso en la librería. Y no quiero hacerlo. He
conseguido no pensar en él en absoluto. Ni siquiera en la clase de arte
cuando dibujo una casa del árbol que se parece más a una minivan. Ni
cuando revuelvo huevos. Es fácil olvidarse de un tipo que tiene los ojos
caídos y una expresión melancólica. No pienso en ello.
—No quiero ir —le digo a Neil—. Tengo que buscar empleo. Soy una
adulta.
—Ser adulta puede esperar por una noche —dice—. Della se ha estado
quejando que ya nunca te ve.
Della no se ha quejado a mí. Me pregunto por qué hablaría con Neil
de algo así.
—Está bien —digo—. Pero no sabe cocinar, así que tal vez deberíamos
cenar antes de ir.
Neil está de acuerdo, y hace planes para comer en Le Tub antes de
dirigirnos a su casa. Le Tub es un restaurante en Miami Oceanside que
utiliza bañeras e inodoros viejos como decoración. Si tienes suerte, te dan
una mesa junto al agua donde puedes ver manatíes, que nadan a tu lado.
Una vez alguien me dijo que era uno de los restaurantes favoritos de Oprah,
pero en serio, Oprah tiene un montón de cosas favoritas, todo esto suena
como una mentira a estas alturas.

Me aseguro de planchar mi cabello esta vez, y me pongo mis lindos


pantalones cortos y una blusa de seda campesina. Neil silba cuando me ve,
y hago una nota mental para intentar tener buen aspecto con más
frecuencia.
—Piernas por días —dice.
—Todo lo mejor para envolverse a tu alrededor —digo, entonces me
sonrojo inmediatamente. Nunca digo cosas así. Tan embarazoso. A Neil le
gusta. Él me hace beber tres copas de vino, y cuando nos abrazamos en el
estacionamiento después de la cena, desliza sus dedos debajo de mis
pantalones cortos y me besa en la oreja.
Soy como una seductora en la vida real. ¿Quién sabía que el vino podía
relajarme?

Della anuncia que olemos a carne cuando llegamos. Se inclina para


olfatear mi cabello y la aparto. Mentimos, y decimos que es el ambientador
en el auto de Neil, y le extiendo una botella de vino. Se siente diferente aquí.
No como a Della. Observo la sala de estar con recelo. Todo está limpio y
ordenado. No hay señales de un inquilino masculino. Pero aun así…
Nos lleva a su sala rosada donde hay una bandeja de aperitivos en la
mesita de café.
Parpadeo. Hay cosas de lujo. Me olvido que acabo de cenar y pruebo
todo. Canapés de salmón, pasteles de carne en miniatura, pastel de queso.
Derramo salsa de mango en mi camisa, y ni siquiera me importa. El botón
de mis pantalones cortos está enterrándose en mi estómago. Della me sirve
una copa de vino, y mientras estoy tratando de limpiar la salsa, el vino
salpica mi camisa.
—¿Dónde compraste esto? —pregunto a través de un bocado de
queso.
—No lo compré —dice ella—. Kit lo hizo.
El queso se queda atascado en mi garganta, y toso. Es horrible, mi
vida entera se reproduce delante de mis ojos, y es tan aburrida. Pequeña
mierda mentirosa. Neil me golpea la espalda. Estoy agachada y con los ojos
llorosos cuando Kit entra en la habitación, con una bandeja de algo posado
sobre sus dedos.
—¿No te gustó? —pregunta.
Observo sus pantalones rasgados, y sacudo la cabeza. Inmunda
escoria de chef.
—Está delicioso —le digo—. Es el trabajo de un chef con mucho
talento. Alguien que ha tenido mucha práctica en la cocina.
Él sonríe y baja la bandeja.
—Eh, no es tan difícil. Como huevos revueltos.
Me ahogo con mi vino.
—¿Qué pasa contigo esta noche? —dice Neil, y me entrega una
servilleta.
—Sólo haciendo todo demasiado rápido —le digo—. Atragantándome
y todo eso.
—Tienes queso en tu cabello —dice Kit—. Justo ahí. —Hace un gesto
hacia el lugar. No lo quito. Dejo que el queso invada mi cabello.
Della palmea sus manos y toma un escalope envuelto en tocino de la
bandeja de Kit.
—¡Ahora nunca voy a tener que aprender a cocinar! —dice
alegremente—. ¡Kit puede encargarse!
Me pregunto cuándo tuvo planes de aprender a cocinar.
Especialmente dado que yo había sido la encargada oficial de hacer sus
aperitivos desde décimo grado.
—¿Qué hay para cenar? —pregunto, hundiéndome en el sofá.
—Pescado —dice Kit—. Que atrapé yo mismo.
Retrocedo.
—Adorable —le digo. Entonces—: Neil, ¿me puedes servir más vino?
Eso es. Llénalo hasta la cima…
Resulta que puedo comer mucho más de lo que parece, sobre todo si
está delicioso. Para cuando hemos terminado con la cena, ni siquiera puedo
estar de pie. Neil se ha quedado dormido con la cabeza sobre la mesa, y
Della está cantando en el karaoke en el dormitorio. Kit me lleva a la sala de
estar, sospechosamente sobrio, y me ayuda a sentarme en el sofá.
—Voy a hacer un poco de café —dice él, moviéndose hacia la cocina.
—¿Mentiste también del café? —siseo. Me aferro a los cojines, así no
caigo del sofá.
Él sostiene cuatro copas de vino entre los dedos. Se detiene a
considerar lo que he dicho, y en lo único que puedo pensar es en la forma
en que es capaz de mantener las cuatro copas de vino sin que se deslicen
de sus manos.
—No. Eso era cierto. Probablemente es por eso que empecé a escribir
ese libro. Me hice adicto al café y me quedé despierto toda la noche. Gracias
por eso.
Pongo los ojos en blanco.
—Oye, te tengo algo.
Hago una mueca.
—¿Me tienes algo?
—Sí —dice—. Espera.
Desaparece en el dormitorio de Della y sale llevando una bolsa de
papel marrón.
La tomo, con cautela.
—¿Qué es? —digo.
Meto la mano en la bolsa y saco un libro.
—Dibujo para principiantes —leo en voz alta. Mi cerebro está
confundido de tanto vino, pero la situación es lo suficientemente inquietante
para ponerme la piel de gallina.
—Es un comienzo —me dice—. Si vas a hacer garabatos, bien podrías
aprender a hacerlos realmente bien.
Me trago el nudo en mi garganta.
—¿Por qué elegiste este libro en particular? —pregunto, mirando
hacia él.
—Había montones de diferentes tipos —dice—. Pero pensé que te
gustarían los castillos y unicornios.
Mi corazón corre como loco. Por primera vez en días, no creo que esté
loca. Creo que todo es una locura. Estoy atrapada en un sueño. El sueño ha
invadido mi mundo. ¿Qué demonios?
eí el libro que me consiguió Kit, después le envié un mensaje para
agradecerle. Él actúa como si fuera nada. Típico. No tiene idea de
cuán nada era.
H: ¿Cuándo vas a dejarme leer el libro que estás escribiendo?
Su mensaje llegó casi inmediatamente.
K: ¡Guau! ¿Querrías leerlo?
Ruedo sobre mi espalda, emocionada. Tal vez leer su libro me dé algún
tipo de idea de quién es.
H: ¡Por supuesto! Amo leer.
K: Está bien, voy a enviarlo. Pero tengo que advertirte, no hay penes
sacudiéndose o senos enormes en mi libro.
Dejo caer el teléfono en mi cara antes de que pueda responder. Puede
que tenga un ojo negro mañana, pero también el manuscrito inacabado de
Kit.
H: ¿Qué diablos te daría la impresión de que leo ese tipo de cosas?
K: No lo sé. Fue una estupidez decirlo. Eres demasiado estirada para
apreciar un buen polvo.
Frunzo el ceño. No sé si todavía estamos bromeando, o si de verdad
piensa eso de mí. En realidad, no importa de todos modos. Soy una tigresa
en la cama. Como sacada de una de mis novelas obscenas con parejas
abrazándose en la portada. Eso es mentira, pero sólo para mí.

Después de mandarle mi dirección de correo electrónico, saco mi bloc


de dibujo. Caigo en cuenta que, desde mi sueño me he obsesionado con
hacerlo realidad. Al menos partes de ello. ¿Por qué más iba a inscribirme
para clases de arte cuando nunca he dibujado una cosa seria en mi vida?
¿Y qué pasa si nunca consigo mejorar en ello? ¿Eso significa que mi sueño
falló? ¿O que yo fallé?
No hago nada ese día, más que esperar a que Kit envíe su manuscrito.
Debería estar buscando trabajo, un agradable y cómodo trabajo de
contabilidad para ocupar mi cerebro lleno de números. Estaba en la cima
de mi clase en la UM2. Ya hay mensajes de correo electrónico acumulándose
en mi cuenta, el tío de no-sé-quién está buscando un contador. El ginecólogo
de mi mamá conoce a alguien que está buscando un contador. Incluso mi
tío Chester está buscando un contador para su negocio de conos de nieve.
Todo el hielo picado que pueda comer, gratis.
Preferí dibujar. Neptune miró un árbol que hice la semana pasada e
hizo un sonido extraño en la parte posterior de su garganta. No soy experta
en gruñidos, pero para mí sonó como a aprobación impresionada. He
imitado ese sonido dos veces desde entonces, una vez en un restaurante con
Neil que me preguntó si tenía algo alojado en la garganta, y una vez en el
teléfono con mi madre que quería traerme sopa para el resfriado que había
agarrado. Algunas personas no son buenas con la comunicación expresiva.
No es culpa de ellos.
Finalmente, Kit me envió su novela. Aparece en mi bandeja de entrada
con el título: Doers Don’t Do. No tengo idea de lo que significa. Pero cuando
lo transfiero a mi iPad, son sólo seis capítulos de largo. Estoy decepcionada.
Estaba esperando La Guerra y La Paz después de todo el tiempo que le quitó
a Della. Me instalo en mi cama con una bolsa de nueces y el libro de mi
esposo soñado. No el esposo de mis sueños, sólo el de mi sueño, me recuerdo.
La historia de Kit es de dos muchachos que aman a la misma chica.
Uno de los chicos es temerario e impulsivo; se alista en el ejército y casi
consigue que vuelen su brazo. El otro es un bibliotecario, de pensamientos
profundos, un poco acosador. Se queda en la ciudad para seguir a la chica,
Stephanie Brown. ¿Quién demonios nombra Stephanie Brown a su
personaje? Ese es Kit. Stephanie es mediocre. Ella tiene todas las cosas
bonitas que las chicas bonitas tienen, pero no puedo entender por más que
lo intento, por qué George o Denver la querrían tanto. Ya lo descubriré,
espero. Poco a poco, Kit desarrollará la historia, la obsesión, y al final
también estaré locamente enamorada de Stephanie Brown. Cierro el
documento después del capítulo seis y abro mi correo.
Quiero más.
Presiono ENVIAR. No le toma mucho tiempo responder. Estoy en
medio de lanzar nueces al aire y atraparlas en mi boca cuando escucho el
sonido de mi correo. Su respuesta es entusiasta y sólo dos palabras.
¿¡De verdad!?

2
UM: Universidad de Miami.
Me gusta el uso de los signos de exclamación y los signos de
interrogación. Dio justo en el clavo.
Sí, le envío. ¿Has escrito más allá del capítulo seis?
Casi inmediatamente, hay un nuevo archivo en mi e-mail. ¡Seis
capítulos más! Pero tendrán que esperar. Tengo clase de arte. Me visto de
negro para canalizar mi artista interior y recojo mi cabello en un moño.
Cuando entro a la clase, Neptune asiente hacia mí. Todo el mundo me está
tomando más en serio últimamente. Me pregunto si le asintió así a Joan
Mitchell cuando era un hombre joven. Hoy nos da el reino de nuestro propio
arte.
—¡Dibujen lo que quieran! —anuncia Neptune, golpeando el aire. Hoy
me siento inspirada. Dibujo a George, Denver y Stephanie Brown. Todos de
la mano, de pie junto al barco de pesca que restauraron juntos. Excepto que
no se ven como gente normal. En lugar de brazos, le doy a George armas, y
Denver tiene una computadora gigante como cabeza. Stephanie Brown, la
dibujo sosa, con hombros patéticos y débiles. Neptune se emociona mucho
cuando se detiene junto a mi área de trabajo. Aplaude.
—Durante todo este tiempo dibujaste árboles y submarinos, y aquí
está tu verdadero talento —dice—. Arte pop impresionista.
Sonrío. Llevo mi trabajo a casa esa noche con la intención de
mostrárselo a Kit. Pero, cuando llego a casa, Neil está esperando en mi
puerta. Se ve tan enojado que casi me doy la vuelta y vuelvo a mi auto.
—¿Qué pasa? —pregunto, mientras saco mi llave. Neil tiene una llave,
justo en su llavero. No estoy segura de por qué está esperando aquí.
—Olvidaste la cena —espeta. Y cuando solo lo miro, lo repite, sólo que
con más énfasis—. La cena.
La cena, la cena, ¿la cena…?
El zumbido del fracaso me golpea con fuerza. Siento pena, lástima, y
enferma del estómago. La cena de Neil. Que su jefe dio para él. Para darle la
bienvenida a la empresa. Era importante y emocionante. Compramos una
botella de champán para celebrar, y yo planeé mi atuendo, no demasiado
sexy, ni demasiado serio. ¿Cómo pude olvidar la cena de Neil? No sé cómo
expresar verbalmente con palabras mi pesar. Esto resulta en mi boca
abriéndose y cerrándose, fallando al hablar. Neil está esperando a que diga
algo, su cabello sobresaliendo en puntas y la corbata suelta.
—Neil —digo—. ¿Por qué no me enviaste un mensaje? Yo…
—Lo hice. Toda la noche.
Busco mi teléfono. Está muerto. ¿Cuánto tiempo ha estado muerto?
Olvidé cargar el teléfono.
—Lo siento tanto —consigo decir.
—¿Dónde estabas?
Creo que ahora sería el momento adecuado. Abro la puerta, mirándolo
por encima de mi hombro. Él está reacio a seguirme al interior, y me
pregunto si vino aquí con la intención de romper conmigo.
—Voy a explicarte —digo—. Solo entra. Puedes romper conmigo
después.
Él entra reacio y se sienta en el sofá. Su cabeza está toda caída, y sus
hombros se ven tristes. Siento el nudo en mi estómago más apretado. Soy
una hija de puta egoísta.
—He estado tomando clases de arte en secreto —espeto—. Durante
seis semanas. Y mentí sobre buscar trabajo. No quiero un trabajo, quiero
decir, sí quiero, pero no un aburrido trabajo de contabilidad. Y ahí es donde
estaba esta noche. Olvidé tu cena porque soy egoísta y estúpida, y estaba
perdiendo el tiempo con carboncillo y papel.
Él se queda en silencio durante mucho tiempo. Sólo me mira como si
nunca me hubiera visto antes.
—¿Arte?
Asiento.
—¿Es por eso que has estado dibujando sobre cualquier cosa
últimamente?
Asiento de nuevo.
—Esto es extraño.
Me cubro la cara.
—Lo sé. También para mí. Creo que estoy tratando de encontrarme y
haciendo un trabajo de mierda.
Neil luce perplejo.
—Te conozco desde hace años, Helena. Una de las cosas que siempre
he amado de ti es el hecho de que siempre has sido la chica que se conoce.
Mientras que todas las demás chicas iban a tientas por la vida, tú eras la
que hizo lo que quería.
—La gente cambia, Neil. No puedes esperar que sea una cosa toda mi
vida. Mierda, sólo he estado viva durante veintitrés años, y ya estás haciendo
un gran asunto sobre mí intentando cambiar.
Neil levanta sus manos para protegerse de mi ira.
—No estoy diciendo eso. Sólo me sorprende, es todo. La gente confía
en ti. No puedes irte por un camino diferente y no avisarle a nadie. Incluso
Della…
—Incluso Della, ¿qué? —grito—. Y ¿cuánto tiempo han estado
hablando tú y Della a mis espaldas?
—No es así, y lo sabes. Estamos preocupados por ti. También tus
padres. Nadie ha sabido nada de ti en semanas.
Tiene razón. Mis padres se habían endeudado, sacado una segunda
hipoteca sobre su casa para pagar mi paso por la universidad. Todo para
que pudiera tener una buena vida. Era una chica de números, la
contabilidad parecía un hecho. A lo largo de mis años de infancia nunca
había mostrado ningún tipo de talento artístico. Incluso cuando había
tomado clases de piano, mis dedos habían parecido gordos y torpes. Las
tomé durante dos años y apenas podía tocar Chopsticks.
Me hundo en mi sofá, y cubro mi cara con las manos. Dios, ¿qué diría
mi madre? Esto es una pesadilla. ¡No! ¡Esto era un sueño!
—Tienes razón —digo—. Discúlpame. Me siento tan estúpida.
Está a mi lado en un instante, frotando mi espalda, reconfortándome.
Me apoyo en él y me siento muy cansada. ¿Qué he estado haciendo?
—Lo arreglaré todo —agrego—. No sé lo que pasó.

No hablamos de la cena que me perdí nunca más, o la clase de arte,


a la cual he dejado de ir. Encuentro un trabajo; vuelvo a ser yo. Ya no
recuerdo mis sueños.
engo una malsana adicción a los Kit Kat y al Kentucky Fried
Chicken. No es algo sobre lo que hablo. No agobio a la gente con
las cosas feas sobre mí. Algunas veces mi cabello olerá como
grasa y pechugas de pollo perfectamente crujientes, y otras veces
encontrarás una cobertura de chocolate en el piso de mi dormitorio. No
hablemos de esas cosas. Las mantengo en las sombras.
Tengo sueños diferentes y menos realistas sobre Kit, pero de todas
formas son terroríficos. Como consecuencia, mi lengua está manchada de
rojo por el vino y mis muslos llenos de grasa. Comienzo mi nuevo trabajo
con pantalones nuevos de Express que tuve que comprar, debido a… KFC.
Por suerte todos empezamos a trabajar al mismo tiempo, y las reuniones
sociales quedaron atrás ante la aclamación de trabajo. Kit no fue a la
universidad con Neil, Della y yo. Fue a la universidad comunitaria y se
graduó un año antes que nosotros. Según Della, está sacando una maestría
mientras trabaja en las noches. Así que cuando se me pincha un neumático
una mañana de camino al trabajo y tengo que llamar a Triple A, me
sorprendo cuando Kit se estaciona en su camioneta blanca. Tiene unos Ray
Bans plateados y está mascando un palillo de madera.
—Hola —dice, caminando hacia mí—. Vine a rescatarte.
—Bonita camisa. Y Triple A ya viene en camino. Aunque gracias por
la caballerosidad.
Sonríe a medida que se agacha junto a mi auto, inspeccionando el
neumático.
—Clavo —dice. El tráfico pasa zumbando a su espalda, levantado su
camiseta y revelando su piel bronceada. Quiero decirle que tenga cuidado,
pero es una declaración tan obvia. Así que me hago a un lado, mis brazos
cruzados sobre mi pecho y me quejo. Cuando Kit finalmente se pone de pie
y camina alrededor hacia donde estoy esperando, limpio mis palmas en mis
regordetes muslos y trato de no hacer contacto visual.
—Hace calor —digo—. Odio Florida.
—Florida te odia. Deberías mudarte a un lugar más frío.
—¿Como dónde? —pregunto. Muerdo el interior de mi boca mientras
espero su respuesta, pero ya sé lo que va a decir. Wa… Wa…
—Washington. Ahí es perfecto.
—¿Ah, sí? ¿Has estado ahí?
—Soy de Washington —dice, limpiando sus manos en un trapo azul
que saca de su bolsillo trasero—. Port Townsend.
Inclino mi cabeza hacia atrás y miro al cielo. Quiero descargar mi
estrés comiendo todo el pollo frito posible. Todos los Kit Kat.
—Creo que has mencionado eso —digo. Aunque no lo ha hecho. No
que pueda recordarlo de cualquier forma. Pero si estaba en mi
subconsciente en algún lugar eso lo explicaría…
—No lo he hecho. No me gusta decirle a la gente de dónde vengo a
menos que pregunten.
Lo miro.
—¿Por qué no?
—Porque entonces creen que te conocen, y no quiero ser conocido.
—Eso es estúpido. Todos quieren ser conocidos. —Estiro la cabeza
para buscar la camioneta de rescate de Triple A. Por favor apúrense, por
favor apúrense.
—Excepto aquellos que no.
—¿Por qué me dijiste entonces?
Mira al cielo y puedo ver las nubes reflejándose en sus lentes.
—No lo sé —dice él.
Mis cejas tiemblan por un rato. Estoy agradecida que no esté mirando.
—De todos modos, ¿cómo supiste que estaba aquí? —pregunto.
—Tengo ojos.
Tenso mis labios cuando lo miro, así realmente puede ver mi
desagrado.
—Pasé por aquí, Helena. Eres difícil de pasar por alto.
¿Difícil de pasar por alto? ¿Difícil de pasar por alto? ¿Era por mis
muslos? No importa, ya que la camioneta de rescate se acerca rebotando
como un golden retriever demasiado emocionado.
Todo en mi vida es pura mala coordinación.
Kit espera conmigo mientras un tipo que luce como Ben Stiller cambia
mi neumático.
—¿Cómo se ve mi mirada Acero Azul3? —me susurra, haciendo una
mueca.
—De todas las películas en las que pudiste recordarlo. —Suspiro—.
¿Qué es? ¿Una escuela para hormigas4?
El doble de Ben Stiller se limpia las manos y se va para salvar a
alguien más.
—Gracias por orillarte —digo—. Y por hacerme compañía.
—No hay problema; eres una especie de corazón solitario.
Un corazón solitario. ¿Lo soy? Miro hacia otro lado.
—No soy solitaria —digo.
Kit sonríe.
—¿En serio?
Lo miro de vuelta, incrédula. Luce tan petulante. Toda esa sonrisa de
suficiencia.
—Nos vemos, Helena.
Es la manera en que dice mi nombre y sonríe al mismo tiempo. Nadie
más sonríe así cuando dicen mi nombre. ¿O sí? Nunca he sido lo
suficientemente buena para notarlo. Ciertamente no Neil, quien apenas
sonríe en absoluto. Della la mayoría de las veces gimotea mi nombre y mis
padres me llaman Lena en ronroneantes y cariñosas voces (hija única).
Para el momento en que digo su nombre y me despido, ya está en su
camioneta, yéndose. No es cierto, nada de esto. Mi fascinación con Kit, mi
repentina inclinación al arte. Estoy teniendo una crisis de cuarto de vida.
Leí sobre ello en línea después de Googlear: ¿Qué demonios está mal
conmigo? El sitio web terminaba en .org así que sé que es confiable. Como
sea, decía que a veces cuando una persona experimenta un gran cambio de
vida, pierden toda perspectiva de la realidad y tratan de crear algo nuevo
con lo que estén más cómodos. Eso es lo que está pasando. Pienso en
comentar sobre el artículo, validar al autor con mi historia. Lo imagino
revisando el artículo todos los días esperando que alguien como yo comparta
su crisis personal con la comunidad del .org. Al final estoy demasiado
avergonzada para admitir todo esto.
El calor del sur de Florida me ha secado o más bien me ha dejado lo
contrario de seca. Levanto mis brazos y ventilo mis axilas. A la mierda.
Llamaré al trabajo. Problemas con el auto. Conduzco en la misma dirección

3 Blue Steel: se refiere a la mirada que hace Ben Stiller en la película Zoolander.
4 Una frase de la película Zoolander.
que fue Kit. Vive en Wilton Manners. He visto su complejo de apartamentos
en el fondo de sus fotografías en Facebook. Así es como Florida es, no un
edificio de apartamentos, sino toda una villa de apartamentos extendidos,
pintados en varios tonos de rosa-naranja con un gimnasio y una piscina.
Puedo encontrar eso. ¿Y si está en el trabajo? ¿Dónde trabaja? Está
haciendo su maestría, me dijo Della una vez. Y es barman por las noches en
un lugar en el centro. Facebook me dice donde trabaja. Perfecto.
Enciendo el aire acondicionado y me dirijo a encontrar a Kit Isley. Un
encuentro orquestado, tal vez una pequeña conversación privada me calme.
Después de todo, Della y yo tenemos gustos completamente opuestos en
hombres. Puedo sacar esta mierda de mi sistema de una vez y para siempre.
Estaré de vuelta a la normalidad el lunes, bajando por la carretera de mi
suave y bien planeada vida. Con Neil en el asiento del conductor. Neil. Neil.
Neil.
Neil.
Neil.
it trabaja en Tavern on Hyde. Entro a las seis en punto y me
estaciono en el bar. Es moderno, y no es lo que esperaba como su
lugar de empleo. Tal vez algo más como un bar de mala muerte.
Lo sé, lo sé, soy una imbécil criticona. Pido una copa de vino a una camarera
con piercings faciales que me dice que su turno ha terminado, y que Kit se
hará cargo de mí.
—Todavía no está aquí —dice ella—. Debería estarlo en cualquier
momento.
—¿Tienen alguna cerveza de mantequilla? —pregunto mientras se
aleja. Ella no me escucha, y eso es bueno.
Envío la llamada de Neil al correo de voz, y me siento más erguida
cuando lo veo entrar en el bar. Lleva una camisa a botones blanca,
pantalones negros y tirantes. Él no es mi tipo, pero el atuendo es bastante
sexy. Como en, ponle a tu hermano tirantes y también podría volverse sexy.
De acuerdo, eso fue demasiado, y tengo que dejar de ver Juego de Tronos.
Kit va directamente a la computadora y ficha. Antes de que pueda darse la
vuelta y verme, derramo vino en mi camisa. Se escapa por las esquinas de
mi boca, como de costumbre. Realmente necesito ver a un médico por lo de
mis labios separados. Estoy restregándome la camisa cuando dice mi
nombre.
—¿Helena?
—Sí —digo—. Soy yo.
Se apoya en la barra delante de mí, observando. Estoy limpiándome
mi teta sin cesar. Me detengo.
—Eres tan torpe.
—Tal vez porque tú dices cosas realmente torpes —señalo.
—Es por esto que no podemos tener cosas bonitas —dice él, y me
entrega una taza de agua mineral y un trapo.
Me están empezando a parecer raros todos sus comentarios en plural.
—Estaba a la venta —le digo—. Doce dólares en Gap.
—Ves —dice, acercándose a otro cliente—. Eso fue torpe.
Me encojo de hombros. Tengo problemas más grandes, como mis
labios separados.
El bar se llena después de eso, y Kit aparece un par de veces para
darme nuevas bebidas. No pregunta qué quiero; sólo me trae cosas. Primero,
un martini que tiene una cosa blanca y viscosa flotando en él.
—Es una lichi —dice—. Te va a gustar.
Me gusta. Vuelve a cambiar al vino en algún momento, esta vez
blanco. Llega comida que no pedí: escalopes en quínoa con mango. Nunca
he comido escalopes, pero él me dice que son sus favoritos. Tienen la textura
de una lengua, y considero brevemente que me está enviando un mensaje.
Para cuando estoy en el postre, los taburetes de la barra están
prácticamente vacíos, y Nina Gordon está sonando en los altavoces. Estoy
bastante mareada. Estoy pensando en lo divertido que sería bailar esta
canción en el restaurante vacío. Puesto que no soy una buena bailarina, sé
que este es un pensamiento de borrachera poco fiable.
Kit viene a sentarse en el taburete junto a mí. Lo que realmente me
gusta de él es que nunca ha preguntado por qué estoy aquí. Como si la mejor
amiga de su novia apareciendo en su trabajo, y emborrachándose, fuera
completamente normal.
—Cerramos en una hora. ¿Te llevo a casa?
—Puedo pedir un auto en Uber —digo—. No es un gran problema.
Él niega.
—Temo por ti —dice—. Si el conductor Uber ve cuán sucia está tu
ropa, podría pensar que no vas a pagar la tarifa.
—Eso es verdad —le digo. Hay varios vasos de agua mineral en la
barra delante de mí. Él apila los platos sobrantes de mi cena. Saco mi
cartera, pero él lo rechaza con un gesto de la mano.
—Te di de comer esta noche.
Estoy demasiado aturdida para discutir.
—Podemos irnos aproximadamente en una hora y media. ¿Te parece
bien?
Asiento. Cuando se va, llamo a Uber, y garabateo una breve nota en
mi servilleta. La deslizo debajo de mi vaso vacío, junto con un billete de
veinte.
Nunca debí haber venido. Nunca debí haberme quedado. Nunca debí
haber escrito la nota. Casi vuelvo, pero me tambaleo en mis pies, y el
conductor me mira como si estuviera pensando en irse.
Me despierto en mi sofá. Mi sofá huele a pachulí. Odio el maldito
pachulí. Me tapo la nariz y ruedo sobre mi espalda. Ni siquiera pude llegar
a la habitación. Lo cual está bien, porque también vomité en uno de mis
cojines, y a nadie le gusta tener vómito en su cama. Voy dando traspiés
hacia el cubo de basura y meto el cojín. Luego tomo una ducha. Estoy a
mitad de enjabonarme el cabello cuando recuerdo la nota que dejé para Kit
en el bar. Gimo. Salgo de golpe de la ducha, sin molestarme en tomar una
toalla, y corro hacia mi teléfono. Dios. Una millonada de llamadas perdidas
de Neil, mis padres, Della y mi trabajo. Bla, bla, bla. El jabón está corriendo
por la parte posterior de mis piernas. Me desplazo a través de los mensajes
hasta que veo el nombre de Kit.
K: ¿Qué carajo?
Eso es todo lo que dice. Me tapo la boca con la mano. ¿Qué decía la
nota? Cierro los ojos. Recuerdo cuán torpe se sintió el bolígrafo entre mis
dedos. Cómo la punta rasgó la servilleta en algunas partes, y tuve que
ponerla firme para escribir.
TUVE UN SUEÑO. NO TE CASES CON DELLA.
Gimo. De pronto, tengo que vomitar de nuevo. En cambio, me tomo
una selfie. Mi cabello está hecho una pelota en un lado de mi cabeza, y hay
rímel manchando mi cara. Pongo la foto en un álbum llamado Momentos
Emocionales Mortificantes, y el título Nota En Una Servilleta Empapada. La
última selfie que había puesto allí era de mí el día que me gradué de la
universidad. Mi rostro perfectamente maquillado luce feliz… aliviado. A esa
la llamé: Sallie Mae Chúpate Esa.
Termino mi ducha y me siento más optimista. Nunca volveré a ver a
Kit. Eso resolverá todos los problemas a la mano. De alguna manera
encontraré a alguien mejor para Della, alguien más alto, con una cara
menos satírica. Estará más feliz con un médico o un agente de inversiones
de todos modos. Alguien que financie su estilo de vida, que no infrinja en su
independencia. O podría encontrar una nueva mejor amiga. A Elaine, de la
universidad, siempre le gusté. Me gustaba su cabello.

Neil quiere ir a la playa. Dice que “sólo nosotros”, pero ya sabes cómo
va eso. Siempre ves a alguien que conoces cuando estás en bikini y tu
estómago está hinchado de toda la bebida y comida que tomaste la noche
anterior. Voy de todos modos, y me pongo un monokini. Todavía me siento
mareada cuando salgo de mis pantalones cortos y me acuesto en mi toalla,
mi cabeza debajo de un libro abierto. Neil ha estado hablando de su trabajo
durante los últimos cuarenta minutos. No me ha preguntado absolutamente
nada acerca de mi trabajo. Cuando hace una pausa para reírse de su propia
broma, le hablo sobre mi neumático pinchado, y pone mala cara.
—¿Por qué no me llamaste? Hubiera ido a buscarte. Me dejaron tomar
treinta minutos extra para mi almuerzo porque piensan que soy muy bueno.
Pongo los ojos en blanco detrás de mis gafas de sol.
—Llamé a Triple A. Además, Kit me vio y se detuvo —añadí ese último
pedazo sin pensar.
—¿Kit? ¿El Kit de Della?
—Bueno, no es de su propiedad —digo, molesta—. ¿Y cuántos otros
Kits conocemos?
—¿No crees que eso es raro? —pregunta.
Me incorporo.
—¿Que el tipo que sale con mi mejor amiga me vea varada a un lado
de la carretera y se detiene para ayudarme?
Neil resopla.
—Bueno, supongo que cuando lo pones de esa manera…
—No hay otra manera de decirlo.
Luce todo abatido y como un corderito. Estoy a punto de inclinarme y
darle un beso cuando su teléfono se ilumina para decirle que tiene un
mensaje. No tengo la intención de mirar; no soy así, una fisgona. Pero veo
el nombre de una chica. Él extiende la mano para agarrar el teléfono, pero
yo soy más rápida. Es automático. Mi mano golpea el código de acceso y…
todo lo que veo son tetas.
—Helena…
¿Por qué dice mi nombre? ¿Por qué siquiera está diciendo mi nombre?
Los dos estamos de pie ahora, yo todavía sosteniendo su teléfono mirando
las tetas. Las fotos siguen llegando. No sabía que las tetas podían ser
sacadas desde tantos ángulos. Estoy temblando. El teléfono cae de mi mano,
en la arena.
—Tengo que decirte algo —dice él. Está avanzando hacia mí,
lentamente. Como si fuera una bomba a punto de explotar. ¡BOOM!
—¿Eres un cabrón infiel?
—Helena, déjame hablar.
—Espera un momento —digo. Entonces le doy un puñetazo. Justo en
el ojo, y como mi papá me enseñó. Retrocede, y lanza hacia adelante. Su
cabeza gira, luego salta hacia adelante como un muñeco. Boing, boing, boing
en su cuello de pavo flaco. Se lleva la mano al ojo, y lo abofeteo para que
tenga un golpe en cada lado de la cara.
—¡Helena! —grita, levantando la mano para que me detenga.
Me gusta la conmoción en su rostro. Me gusta que los dos estemos
conmocionados.
—Déjame explicarme —intenta.
Levanto la mano para golpearlo de nuevo, y él se estremece otra vez.
—¿Cuánto tiempo ha estado sucediendo esto?
Su rostro palidece.
—No desde hace mucho.
—¿Cuánto tiempo? —grito.
—Un año —dice él, dejando caer la cabeza.
—Un año —susurro. De repente, me quedo sin ganas de golpear. Solo
desierto. Mis hombros caen hacia adelante.
—¿Por qué? —pregunto. Y entonces, mientras un ruido se eleva desde
mi garganta, un sollozo, digo lo más patético—. ¿Qué hice mal?
Neil deja caer la cabeza.
—Nada, Helena. —Y entonces—: Está embarazada.
No puedo estar de pie. Me dejo caer con fuerza en la arena y miro las
olas. No hay olas en esta parte de Florida, así que, en lugar de surfistas,
tienes a unos pocos niños en trajes de baño de Dora la Exploradora.
—Has estado ocupada —comienza—. Simplemente pasó y fue un
error. —Decir que fue un error no hace que duela menos; de hecho, se siente
más crudo debajo de todo este sol, calor y arena. Es como si ellos también
me estuvieran castigando—. Lo siento —dice. Pero no hay un “lo siento” lo
suficientemente grande para una traición como esta. Un año. Neil era con
quien estaba haciendo planes. Con quien estaba hablando del futuro.
Después de la conmoción inicial, el dolor viene en oleadas. Me levanto.
No puedo estar aquí. No puedo mirarlo. Hasta tiene un grano a un lado de
su cuello: brillante, rojo y bulboso. Estoy tan asqueada de haber incluso
salido con él.
—Por favor, Helena —dice—. Fue un error. Te amo. —Pero no voy a
aceptarlo, y su uso de la palabra “amor” me hace reír. El amor es fidelidad,
el amor es amabilidad, el amor es paciencia. El amor no es… no estaba
pensando. Agarro mis cosas, me alejo dando traspiés. El sueño, pienso. Esto
estaba en el sueño. Y su nombre es Sadie.
—Avada Kedavra —le susurro a Sadie.

Camino a casa. No porque no pueda llamar a alguien. Infiernos, Della


estaría allí en un segundo con un machete. Sólo tengo que pensar. Me tomo
una selfie mientras espero en un semáforo en rojo y la envío a la carpeta
MEM. La llamo: A La Mierda El Amor.
eil no quiere estar con Sadie, aunque Sadie quiere estar con Neil.
¿No es eso gracioso? La deseó lo suficiente para arriesgar mi
corazón. Escucho esto a través de mensajes de voz, correos
electrónicos, mensajes de texto y Della. Aparentemente, durante mi crisis
de un cuarto de vida, Della y Neil se volvieron cercanos. Me sentiría
traicionada, pero Neil ya se encargó de ello. Sadie va a conservar al bebé,
por supuesto, porque su papá es un ministro y ella está a favor de la vida.
No a favor de la abstinencia. Neil dice que estará en la vida del bebé tanto
como Sadie se lo permita. Él quiere hacer funcionar las cosas conmigo. No
quiero hacer funcionar las cosas de ninguna manera. Ni el cuerpo, ni el
corazón. Sólo pensar en hacer funcionar las cosas me cansa. Estoy
adormecida para hacer funcionar las cosas. Le digo a Neil que se vaya al
infierno, y luego lloro por dos días. ¿Fui yo? ¿Soy demasiado fría?
¿Demasiada inexperta? ¿No soy lo suficientemente bonita? ¿Lo
suficientemente buena en la cama? Y cuando desleales idiotas sembradores
de hierba, duermen con otras chicas, ¿por qué las mujeres buscan dentro
de ellas para encontrar la culpa en sí mismas? No fue mi culpa. De hecho,
tal vez lo fue. A la mierda. De todas formas, ¿qué importa?
Voy por bebidas a Tavern on Hyde. No he escuchado ni pío de Kit en
semanas. Su novia, por otro lado, ha estado acampando junto a mi cama,
esta vez para apoyarme. Todavía me pide que le haga bocadillos, aún cuando
soy la que tiene el corazón roto. Incluso me dice que eso mantendrá mi
mente fuera de las cosas.
—Necesitas permanecer ocupada.
La estoy evitando esta noche, aunque aparentemente no a su novio.
Todo en lo que puedo pensar es en Kit y el sueño. Que casi me estaba
advirtiendo. Tal vez en mi inconsciente, lo sabía. Neil no había sido Neil por
un largo rato. En retrospectiva, no habíamos conectado en… un año.
Entré dando traspiés a Tavern on Hyde con una trenza severamente
enredada y oscuros círculos bajo mis ojos. Kit está hablando con algunos de
sus clientes al otro lado de la barra cuando me ve. Mira dos veces y me
pregunto qué tan hostil luzco. Te ves hostil en una forma vulnerable y bonita,
me digo. Aunque probablemente debería empezar a peinar de nuevo mi
cabello.
—Hola. —Él desliza una bebida frente a mí antes que incluso haya
tenido la oportunidad de sentarme—. ¿Cómo está tu corazón?
—Me siento sobria y quiero sentirme borracha —le digo.
—Lamento que te sucediera eso. —Limpia la barra con un trapo, luego
se inclina sobre sus codos y me estudia. Sus ojos son realmente
encantadores y tristes—. La tristeza viene en olas, ¿cierto? Es como si
sintieras algo diferente cada diez minutos.
—Sí —digo, preguntándome quién rompió su corazón. Qué idiota.
Bebo mi bebida púrpura y miro fijamente mi teléfono. Pero cada vez que
miro mi teléfono, veo pechos en mi mente. No puedes sacar esas cosas de
tu cabeza, ¿sabes?
Della me está enviando mensajes de texto.
D: ¡Deberíamos cambiarnos y salir esta noche!
H: ¿Para bailar con hombres que después romperán mi corazón?
D: Tienes que ser positiva, me contesta.
H: A la mierda.
D: Me reuniré contigo para beber entonces, envía.
H: Ya estoy bebiendo, solo quiero estar sola.
No me contesta y sé que sus sentimientos están heridos.

Alejo mi teléfono. Además del insoportable dolor de corazón, los


sentimientos de incompetencia, las lágrimas esporádicas y la desesperanza,
como que me gusta estar soltera. Ya no eres responsable de decirle a alguien
dónde estás o con quién. Es libertad y soledad, euforia y tranquilidad
interna. No tienes que depilarte. Es la mejor subida y la peor bajada. Los
jodidos pozos. Elijo ignorar a Della y mis padres, y no hay una cosa que
puedan hacer sobre ello.
Kit no menciona la nota que le dejé, gracias a Dios. Tal vez lo ha
olvidado o tal vez piensa que estaba demasiado borracha para saber lo que
estaba haciendo. Hablamos casualmente con sus otros clientes y examino
sus tirantes cuando no está mirando. Tiene hombros realmente anchos;
también puede estar fornido, pero todo se estrecha en su cintura. No es mi
tipo, pero está bien notar cosas. No quiero ser el tipo de persona centrada
en sí misma que solo notan cosas sobre sí misma, así que, realmente
practico ser una buena persona examinando los tirantes de Kit. Y eso es de
lo que esto se trata, los tirantes. Me canta una canción sobre infidelidad y
me dice que está en el álbum de Carrie Underwood. Cuando llega a las notas
altas, cierra sus ojos y apunta un dedo hacia el aire. Todo me recuerda a
Mariah Carey y es un poco incómodo.
Cuando está en la cocina para recoger la comida de alguien, dejo
dinero sobre la barra y me escabullo. No me gustan las despedidas,
especialmente cuando están dirigidas a mí. Creo que soy lista hasta que
llego a mi auto y veo a Kit sentando en mi asiento delantero.
—¿No crees que ya te conozco? —pregunta él. Se sale para hacer lugar
para mí.
—Estabas ocupado —digo—. Tengo cosas que hacer.
—¿Como qué?
Humedezco mis labios porque todavía saben a limón.
—Tengo que lavar mi cabello.
—Evidentemente —dice él. Cierra la puerta una vez que estoy dentro
y se inclina para apoyar sus codos a través de la ventana abierta.
Estoy temblando, estoy tan nerviosa. Me va a preguntar por la maldita
servilleta, simplemente lo sé. Diré que no lo recuerdo, y ¿quién es él para
discutir?
—Helena… —Sonríe—. Buenas noches.
Dios. Mierda. Se aleja, sonriendo. Una brusca sonrisa y muevo mi auto
en reversa, intentado no mirarlo por el espejo retrovisor mientras salgo del
estacionamiento. No es hasta que estoy en casa y saliendo del auto que noto
la servilleta en el asiento del lado del pasajero.
La levanto. Es del mismo tipo que tiene en el bar.
DAME UNA RAZÓN PARA NO HACERLO.
Gruño. No, no, no, no, no. Meto la servilleta en mi bolso y entro. Della
estará aquí. Della está aquí.
—¿Dónde has estado? —pregunta cuando entro por la puerta. Tiene
puestos un pantalón de pijama y un sostén, ambos míos. Me ofenden sus
grandes tetas. Me recuerdan malos tiempos de mensajes.
—Estaba en una convención de Harry Potter. ¿Por qué? ¿Necesitas un
bocadillo? —pregunto.
—Estaba preocupada.
—Dells, puedes irte a casa, sabes. Aprecio todo el amor, pero no
necesito una niñera.
—La gente se suicida todo el tiempo después de las rupturas.
—No voy a suicidarme. Me detuve por una bebida en Tavern on Hyde
—le digo.
Su rostro se ilumina.
—¿Viste a Kit? ¿Todavía es sexy?
—Sí lo vi, traía tirantes y una camisa manga larga en este clima. Súper
sexy.
—No le gusta que vaya ahí cuando está trabajando —dice ella—. Dice
que no es profesional tener a tu novia bebiendo en tu lugar de trabajo.
Asiento. Della era una bebedora descuidada; siempre terminaba
toqueteando a un extraño y cantando En Vogue a todo pulmón. Kit
probablemente solo estaba tratando de evitarse la vergüenza.
—Es bastante agradable —le digo—. Un buen tipo.
Odio usar el cliché del buen tipo con Kit, pero qué más puedo decir.
Es cierto. Della sonríe. Está tan feliz con esto que me hace un bocadillo. Ella
ya tiene nombre para todos sus hijos y tiene un tablero en Pinterest para su
boda. Mientras comemos nuestro bocadillo, lo abre y me muestra la nueva
pieza de centro que ha encontrado.
—Una boda de invierno —dice—. Porque son mucho más románticas.
—En Florida, el invierno está a dieciocho grados centígrados, pero no digo
esto. Asiento y apruebo sus linternas como pieza de centro.
Alamierdaelamoralamierdaelamoralamierdaelamor.
DAME UNA RAZÓN PARA NO HACERLO.
Beso la parte superior de su cabeza. No hay una buena razón. Son
lindos juntos. No importa que ya sepa el nombre de su hija. Solo fue un
sueño.
na noche, mientras Della y yo estamos escuchando Befores He
Cheats de Carrie Underwood, hay un golpe en la puerta. Voy a
contestar, sólo para encontrar a Kit en mi tapete de bienvenida,
con una bolsa de comestibles en su mano.
—Ya que robaste a mi novia, he venido a hacerles la cena —anuncia.
Me siento decepcionada sin razón porque no vino sólo por mí. ¡Soy en cierto
modo tu esposa! Tuvimos un hijo juntos por el amor a Dios.
—Gran canción. —Él me rodea y besa a Della.
—Sííííí.
Pongo en silencio a Carrie, pero Kit continúa cantándola desde la
cocina. Incluso cuando piensa que nadie está mirando, hace la cosa de
cerrar su ojo y señalar con su dedo. Tiene gran potencial para ser adorable,
pero no es mi tipo. Y Dios, deja de robarle la mierda a Mariah.
Él no me pregunta dónde está todo, ni me pide ayuda, no es como si
yo se la hubiera dado de cualquier manera. Se desplaza en la cocina
mientras Della y yo vemos repeticiones de Teen Mom, hasta que anuncia que
es hora de cenar.
—¿Qué hiciste? —pregunto, sentándome a mi mesa y sintiéndome
extrañamente como una invitada.
—Ropa vieja5.
Arrugo la nariz.
—¿Ropa vieja? —Mi español se limita a cuatro años de instituto, así
que podría equivocarme.
—Sí. Delicioso.
Della no cuestiona la sucia lavandería de Kit, así que yo tampoco lo
hago. Resulta que está extra jodidamente buena. Quiero tomarle una foto
para mi carpeta MEM y llamarla: Me Comeré Sus Viejos Pantalones, pero
eso levantaría preguntas y juicio. Ambos pueden ser una mala idea. Kit
limpia, levanta los platos y me corre de la cocina cuando intento ayudar.

5 Español en el original.
—Él es perfecto —anuncia Della—. Mantengámonos despiertos y
juguemos algunos juegos. —Cuarenta minutos y cuatro cervezas después,
ella se desmaya en mi sofá. Kit y yo estamos jugando Mancala6, pero él
realmente apesta.
—Es tu estrategia —le digo—. No tienes ninguna.
—¿Quieres ir a dar un paseo? —pregunta Kit.
Ambos miramos a Della que no despertará en ningún momento
próximo.
—Dells —digo, sacudiendo su hombro—. Vamos a dar un paseo.
Ella gime contra los cojines del sofá y me aleja de golpe.
Me encojo de hombros.
—De todas formas, odia el calor —le digo—. Riza su cabello.
—Sí, lo sé —dice Kit, sonriendo—. Es mi novia.
Siento mi rostro se sonroja y me apresuro a la puerta delante de él.
Por supuesto. Por supuesto.

No tengo rizos; solo tengo un desordenado moño. Kit palmea la parte


superior cuando salimos al pesado aire.
—Es como una colmena de cabello —dice él—. Pequeñas criaturas
podrían vivir allí.
—Tuve un caracol de mascota una vez —comento—. Su nombre era
Cola de Caracol.
—Tu rareza nunca deja de asombrarme —dice Kit.
—Estuve tomando clases de arte —espeto.
Kit me mira divertido, su cabeza inclinada hacia un lado.
—¿Estuviste?
—Dejé de ir porque estaba afectando mi relación. Neil me hizo sentir
como si lo estuviera engañando cuando se enteró.
—Ah, bueno, el viejo Neil probablemente se estaba sintiendo un poco
culpable por sus propias actividades extracurriculares y estaba buscando a
alguien a quien culpar.
—No era muy buena —le digo.

6 Mancala: juego de tablero africano.


Él se encoge de hombros.
—Pero eres muy buena en la pasión. Y si tienes suficiente pasión,
puedes aprender a hacer todo bien.
Lo miro fijamente.
—¿Cómo es que Justin Bieber no puede ser mejor siendo un matón?
Ambos nos reímos.
—Quizás intentaré algo nuevo. ¡Oye! ¿Cómo va tu libro? ¿Tienes más
para enviarme?
No había pensado en el libro de Kit desde la noche en la que tuve la
pelea con Neil por faltar a su cena de trabajo. No puedo creer que lo olvidé.
—Me siento bien cuando estoy escribiendo. Parece que todo está
saliendo bien.
Él brilla un poco cuando habla de ello. Desearía tener algo que me
hiciera brillar así. Caminamos pasando el lago, que en realidad no es un
lago. Hay una alegre fuente en el centro, esparciendo agua en el aire. El aire
está tan caliente que quiero que sople en mi dirección.
—¿Puedo preguntarte algo? —digo.
—Acabas de hacerlo.
Hago una mueca.
—¿Estás enamorado?
Kit deja de caminar y yo entro en pánico. Había ido muy lejos,
preguntado algo demasiado personal. Jalo el lóbulo de mi oreja y lo miro
fijamente hasta que él comienza a reír.
—Cálmate, deja en paz el lóbulo de tu oreja.
Dejo caer mi mano a un lado. Tan torpe.
—Estuve comprometido antes de Della —dice él.
Mi cabeza se levanta de golpe. Estoy sorprendida. Siento que eso es
algo que ella me habría dicho.
—Ella no lo sabe —añade.
—Oh.
—Recién decidimos no hablar de nuestras relaciones pasadas. De
cualquier forma, ya que nosotros no estamos saliendo, puedo decírtelo.
Preferiría que no lo hiciera. Hemos estado casados.
—No puedes decírselo. Esto es en confianza.
—Ella es mi mejor amiga. ¿Realmente crees que no voy a decirle?
—En realidad, sí. Si me dices que no lo harás. Te creeré.
Él tiene razón. Yo prospero a partir de los secretos de las personas.
Me hace sentir superior saber que los tengo, aun si nadie más lo sabe.
—Como sea —digo—. No hago promesas.
Llegamos a un cruce en el camino y Kit escoge la izquierda. Yo siempre
voy a la derecha. Se siente extraño que él nunca me pregunte por qué
camino ir, o que él haya escogido tan decididamente. Neil se hubiera
tropezado por eso.
—Era mi amor de secundaria. Éramos un hermoso cliché. Incluso
hasta la parte en la que ella me engañó con uno de mis amigos.
¡Ajá! ¡La zorra!
—Me refiero a que, sé que fue un error y sólo habíamos estado juntos,
así que lo entiendo. Aun así duele. Estaba buscando una razón para escapar
después de eso. Así que, empaqué y me mudé aquí.
Dudo.
—¿Entonces, amas a Della, pero aún no has olvidado a tu ex?
—Algo así —respondió—. Solo estoy tomándolo más lento esta vez.
Estuve en una relación por cinco años.
—Te entiendo.
—No hagas eso —dijo él, mirándome.
—¿Hacer qué?
—Ser tan formal y rara. Simplemente di lo que estás pensando.
—Está bien…
Nunca me habían retado por mi uso de palabras conversacionales.
Pero, supongo que están un poco fuera de tema si lo piensas.
—¿Hablas la lengua Parsel? —pregunto.
—¿Qué? —Su rostro se contrae.
Sacudo la cabeza.
—No importa. Creo que ella está muy dentro de ti. Y tú solo estás
medio dentro. Y eso suena como si alguien, llamémosle Della, va a salir
lastimada.
—Ella me gusta mucho. Es divertida y no se toma nada muy en serio.
Tiene un buen corazón.
Estaba de acuerdo con todas esas cosas. Pero yo no me quiero casar
con Della, o vivir con ella. De hecho, realmente quiero que se vaya a casa y
deje de comerse mis palomitas de maíz.
—¿Si no estuvieras tan obsesionado con…?
—Greer —dijo él.
—Eww. ¿En serio?
Él asiente.
—Si no estuvieras tan obsesionado con Greer, ¿te sentirías diferente
por Della?
—No lo sé. Creo que la chica correcta puede eliminar las memorias de
la incorrecta.
Vaya. Bien.
—Claro. —Pero no creo eso. Si eso fuera cierto, no hubiera tantos
humanos buscando su amor perdido. No siempre queríamos lo que era
correcto. Queríamos lo que no podíamos tener.
—Eres esperanzador y positivo —digo—. Pero no le rompas el corazón
a una chica solo porque intentas curarte de otra.
—Sí, señora —responde—. Pero algo me dice que eso no será mi
problema. Veo otra diferente tormenta de mierda en mi futuro.
Le entrecierro los ojos.
—Tienes un tatuaje conmemorativo a Greer, ¿cierto?
Sus ojos se agrandan y se rasca un punto en su mejilla mientras hace
una mueca.
—¡Ja! —Me rio—. Déjame verlo. Después de adivinar eso, me lo
merezco.
Él sacude la cabeza.
—De ninguna manera. Nadie dijo que tenía uno. Estás inventando
cosas.
Él está sonriendo y sé que lo he atrapado.
—Sólo le voy a preguntar a Della —digo—. Ella obviamente lo ha visto.
Kit niega.
—No, no lo ha visto.
Sacudo la cabeza.
—Eso es imposible. Ustedes han, ustedes han…
—Está en tinta blanca. Solo puedes verlo en luz negra.
—Oh. —Espero unos minutos mientras caminamos penosamente por
el sendero, el aire caliente está empujándose en mi nariz, haciéndome
querer gritar—. ¿De qué es?
—Dice… —Se detiene. Me pregunto si está reconsiderando decirme—
. Dice: “No temas a los animales”.
Y entonces Della nos encuentra. Está media dormida y saltando.
—Me asusté —dice ella, pasando sus dedos por su cabello. Sus ojos
aún estaban adormilados, todavía ebria—. Como que quiero mi propia cama
—dice, mirándome—. ¿Te molesta si me voy a casa esta noche, Helena?
Ella quiere a Kit en su cama y en ella, pero yo asiento. Ni siquiera
vuelven a entrar conmigo. Los encamino directo al auto de Kit donde él
ayuda a Della a entrar y luego trota al lado del conductor.
—Buenas noches, Helena.
—Buenas noches. Y gracias por la cena.
—Lamento ser un cocinero un poco torpe. —Él sonríe.
—Pero eres un excelente mentiroso. Lo recompensa.
—Tú eres… excelente.
Me siento muy sola cuando ellos se han ido.
ay líneas definidas y sólidas en la vida que no deberíamos cruzar
jamás. Tener un enamoramiento por el novio de tu mejor amiga
es una de ellas. Aparecer en su trabajo con frecuencia y beber
sus cócteles de fruta, es otra. No me gusta tanto como el Kentucky Fried
Chicken, pero, demonios, ese chico me miró y me dijo que era… excelente.
Excelente, lo cual está por arriba del promedio. O sea que soy mejor que las
chicas normales. No la perra común. Excelente como para chuparte los
dedos. Me doy cuenta que soy vulnerable y la mayoría de los días me siento
como una humana inservible…
Alguien cuyo novio la engañó y dijo que había sido un error. No quiero
que alguien diga que “me tuvo y luego me perdió”. Quiero que diga que
“nunca dejará que me vaya”. Me apunto para otra clase, y esta vez voy por
algo diferente: barro. Me gusta la sensación del barro frío y mojado entre
mis dedos. El barro se trata de números y porciones que puedes controlar
con tus palmas. Soy mejor con el barro que con el dibujo. Siento las manos
menos torpes. Hago tazas de café, floreros, platos y luego platones. Todos
carecen de simetría, pero me siento tan orgullosa de ellos que tiro el juego
barato que compré en Wal-Mart y coloco mi vajilla hecha a mano en los
gabinetes de la cocina. Pinto todo en blanco y los salpico con pintura negra.
Lucho contra el gusto tipo Pottery Barn que, según mi sueño,
aparecerá en diez años. Las vasijas de porcelana y los nudos teñidos de
decoración, me causan urticaria. Sólo un sueño. Sólo un sueño, me digo. Me
concentro en crear mi estilo en este desastre de color. Una chica Pottery
Barn es para Neil, no para Kit. La chica de Kit tiene que ser colorida y con
textura.
Cuando me doy cuenta que estoy evitando Pottery Barn por culpa de
Kit, me meto en su tienda en línea y compro un par de bulldogs de cerámica
francesa. Nada me controlará, ni Kit ni Pottery Barn. Para emparejar las
cosas, remplazo mis viejos cojines con unos que encontré en el mercadillo,
pero no los toco. O los pongo en el sillón. Compro repuestos en Pottery Barn.
También dejo de tomar vino, ya que también fue algo que empezó por el
sueño, pero en algunas noches, cuando me siento muy triste, huelo un viejo
corcho que guardo en el cajón junto con otras baratijas. No es el corcho del
vino que Kit trajo; bueno, no creo que sea. Fue algo que encontré cerca de
mi bote de basura. Así que cuando empiezo a ponerlo junto a la almohada
al dormir, no tiene nada que ver con Kit. Es un simple corcho del que me he
encariñado. En el transcurso del día, lo pongo en mi bolsa para que vaya
conmigo al trabajo y luego a la clase de arte. El barro terminó; me registro
a la clase de pintura con óleo, deseando mejores resultados a los de mi clase
con Neptune.
Los fines de semana, Della insiste en que vaya a donde sea que ella y
Kit vayan. Jura que no es lástima, y que ya no estoy en vigilancia en caso
de suicidio, y que Kit de verdad disfruta de mi compañía, mientras que ella
me necesita por apoyo moral.
—¿Apoyo moral para qué? —le pregunto.
—Apoyo moral de mejor amiga. O sea que me gusta estar cerca de ti,
me haces sentir bien.
Amo a Della, Dios, la amo. La conozco desde antes de que tuviéramos
personalidades, y contábamos con que la revista Tiger Beat nos dijera qué
chicos deberían gustarnos (JJT a mí y Devon Sawa para ella). Pero la gente
crece, cambia, los seleccionan en casas distintas (a ella en Slytherin, y a mí
en Ravenclaw). Se convierte en lo que la vida dicta, y Della y yo tomamos
caminos diferentes. El papá de Della ganó la lotería. No te miento.
Quinientos mil en un boleto de rasca y gana en nuestro segundo año de
secundaria. Duplicó su dinero en inversiones y, de pronto, Della era una
niña rica. Vacaciones a las Islas de Grecia, cruceros navideños a las
Bahamas, y una camioneta Range Rover nueva en nuestro último año.
Nuestros años de Tiger Beat fueron remplazados por la brillante revista
Vogue, durante los cuales, la familia de Della, me llevó a cada una de sus
vacaciones, y a cada salida en su yate. Si a Della le compraban un par de
lentes de sol Kate Spade, a mí también me compraban unos. Al principio era
divertido, pero luego comencé a sentirme como el pobre caso de caridad a
rastra. Aún me siento así.
La única vez que no me sentí de ese modo, fue cuando Kit me envió
capítulos de su libro. Sólo a mí. Eso no fue lástima; él de verdad quiso
compartir eso conmigo. Estaba encariñándome con George, Denver y
Stephanie Brown. Si pudiera ponerlos junto al corcho, lo haría. En su lugar,
leo lo que me ha enviado una y otra vez. Ahora entiendo la obsesión por
Crepúsculo y Cincuenta Sombras de Grey. Por primera vez, no leo un libro
simplemente; estoy metida de lleno en él. Si George, Denver y Stephanie
Brown no arreglan sus asuntos, nunca volveré a leer otro libro. Kit disfruta
mi compromiso con su historia, pero no hablamos de ésta frente a Della.
Della fue parte de la obsesión por Crepúsculo, y después de leer un capítulo
del manuscrito sin título de Kit, le preguntó si había hombres lobo o
vampiros en la historia. Kit ya no quiso enseñarle nada. Ella hizo pucheros,
pero acordó esperar hasta que terminara de escribir para leer el resto.
Estoy en una venta de inmuebles con Kit, Della y nuestra amiga June,
con quien hemos salido de vez en cuando desde la secundaria. June y yo
estamos en el jardín delantero, viendo cajas de libros viejos, mientras Kit y
Della ven muebles en la casa.
—¿Crees que Kitella se mudarán juntos pronto? —pregunta June.
La miro, sorprendida.
—¿Kitella?
—Kit y Della—dice—. Kitella.
June es una chica rara. Sé que también soy rara por dentro, pero
June es rara por dentro y por fuera. Miro su gorra de flores, y el collar de
clips que trae puestos.
—Kitella. —Resoplo—. No lo sé. El apartamento de Della es tan…
Della. No me imagino a ningún chico viviendo ahí.
—Seguramente cambiarían las cosas. Harán espacio. Ya han estado
juntos por un tiempo.
—Sólo unos ocho meses —digo a la defensiva—. No es tanto.
—Por favor, Helena. Por lo general, Della no pasa los tres meses. Su
tablero de bodas está creciendo en Pinterest. Ellos dos van en serio.
Es cierto. Tiene un menú y gifts de niñas de las flores. Della siempre
ha encontrado algo malo en los chicos con los que ha salido. Charles era
muy necesitado, Tim muy celoso, Anthony tenía una melliza molesta. Kit es
perfecto; es lo que dice todo el tiempo. Y están comprando muebles en este
momento.
—¿Te gusta cómo se ven juntos? —le pregunto a June.
—Sí, se ven lindos. Creo que él la estabiliza. No es hueco como algunos
de los chicos con los que salió.
June se aleja para ver una lámpara, y siento que me hundo en un mar
de pasto. ¿Por qué sentía que todo eso eran malas noticias? No es porque
no quiera que mi mejor amiga sea feliz, porque no es así. Sólo quiero que
sea feliz con alguien más. Voy a buscarlos en la casa. Están viendo libreros.
—Vi unos como estos en Restoration Hardware —dice Della—. Cuatro
veces más caro. Esto es un robo.
Kit no se ve convencido.
—No tenemos tantos libros entre los dos para llenar estas cosas.
—¡Podemos comprar más! —dice Della. Luego se gira hacia mí y sus
labios rosas se abren tanto que puedo ver cada uno de sus blancos dientes—
. ¡Nos vamos a mudar juntos! —grita y aplaude, y yo me quedo ahí,
estupefacta, y me pregunto si June tiene alguna habilidad psíquica.
—¿En tu apartamento? —pregunto, porque es la única cosa que se
me ocurre.
—No, tontita. Es muy pequeño. Vamos a comprar una casa.
Miro a Kit, pero él huye de mi mirada.
—Eso es estupendo —digo—. Felicidades, chicos.
Y luego digo que tengo que ir al baño, pero en realidad salgo de la
casa. Necesito aire, espacio para ocultar mi tristeza. Es la cosa más estúpida
que he sentido, pero no niega el hecho de que lo sienta. Esta es la parte más
patética de ser humano, las emociones que no pides ni quieres, simplemente
te invaden. Ruedo mi corcho entre las manos. En una casa cerca de aquí,
alguien está asando tocino. Puedo oír la tos ronca de un hombre, y siento la
pena yendo de mi cerebro a mi corazón. Sé que la vida no es sencilla porque
yo no lo soy. De hecho, me estoy dando cuenta que soy más que sencilla y
menos normal. Enamorarse de un chico es una cosa, pero enamorarse del
chico de tu mejor amiga por un sueño es… bueno, estoy jodida.
o comienzas a buscar la verdad hasta que algo sale terriblemente
mal y te das cuenta que la necesitas. No hay vuelta atrás después
de eso. El concreto emocional es vertido. Los cimientos colocados.
Así es como se siente volverse loca, pienso. Se siente como si me hubiera
saltado diez años y sólo hiciera la parte de crecer sin tener que hacer el
tiempo real. La ceguera voluntaria pertenece a los jóvenes. En mi caso,
aprendí de mi depravación suficientemente temprano para librarme de ella.
No puedo odiar a Sadie; Sadie habría sucedido con un nombre diferente. Tal
vez cuando estuviera ya casada. Sadie es sólo el nombre de la incapacidad
de Neil para ser fiel. Quizás ella me salvó de mucho más.
No puedo odiar el sueño; el sueño me despertó. Pero, eso es todo lo
que era, un sueño. Conservo el arte porque nunca supe que lo amaba hasta
que me convertí en una artista de libros para colorear. Llevo una mochila
conmigo ahora, llena con carboncillos, lápices, un bloc de dibujo, un corcho
de vino. Me doy por vencida en escuchar la música de la playa que estuvo
conmigo a través de la universidad y hago listas de reproducción que suenan
anhelantes y patéticas. Soy lo que soy. Me maravillo en cómo anhelar puede
hacer que te desintegres. Y para evitar desaparecer todo junto, debes
reconstruirte a ti mismo. Me hago un tatuaje en mi muñeca, pero no le digo
a nadie y lo oculto debajo de mi reloj. Mayo es todo lo que dice. Porque es
cuando mi perspectiva cambió.

Ayudo a Kitella a mudarse a su nueva casa. Una casa dorada con


jardineras blancas. Es la primera vez que los estoy viendo en más de un
mes. Kit no ha sido capaz de trabajar en su historia por la mudanza, así que
tampoco me comunico con él. Cuando me detengo, no es Della sino Kit quien
viene afuera y arroja sus brazos alrededor de mí. Estoy rígida al principio,
pero después levanto mis brazos y le devuelvo el abrazo. La peor parte de
un abrazo es el olor. Si abrazas lo suficiente a una persona, su olor se vuelve
familiar y lo asocias con comodidad, intimidad y cercanía. Kit siempre huele
a gasolina y agujas de pino. Gasolina y agujas de pino, pienso mientras lo
libero. Cuán ridículamente apropiado. Una experiencia olfativa convertida en
una porquería. Ahora no seré capaz de oler gasolina sin ver su guapo rostro.
Lo sigo a la casa; él parece entusiasmado. Della está desembalando platos
en los armarios de cocina, un pañuelo rosado atado alrededor de su cabello.
Odio decirlo, pero está resplandeciente.
—¡Helena! —Se lanza hacia mí y tropiezo hacia atrás contra Kit. Todos
nos caemos y nos reímos en la nueva cocina de madera dura de Kitella—.
Esto se siente tan bien —dice Della—. Todos juntos de nuevo. —Ruedo lejos
de ellos y en dirección a la nevera. Saco una lata de Coca de la repisa
inferior, mientras todavía estoy acostada sobre mi espalda.
—Ya estoy cansada de esta mudanza. ¿Podemos sólo hacer esto todo
el día?
Kit me levanta y me dan el trabajo de desempacar y organizar el
armario de Kitella. Esto no es nada nuevo. Della me ha estado haciendo
organizar su armario desde el primer año de secundaria. Como pago por el
servicio, puedo elegir una cosa que quiero de su extenso guardarropa,
encuentro un par de pantalones de diseñador que me gustan y los coloco a
un lado. Míos.
—No toques esos jeans de Rag and Bone —grita desde la cocina. Los
coloco de regreso y tomo su blazer favorito para fastidiarla.
La ropa de Kit me pone de mal humor. Hay mucha tela a cuadros.
Nadie debería usar esta cantidad de cuadros. Olfateo una camisa y después
la olisqueo de nuevo. La tercera vez que la olfateo es sólo para equilibrar las
cosas; me gustan los grupos de tres.
—¿Acabas de oler mi camisa? —Me giro. Él está recargado en la puerta
del armario, con los brazos cruzados y por supuesto bloqueando mi escape.
—Huele mohosa. ¿No lo crees? —La sostengo hacia él, pero no se
estira por ella.
Tiene una mirada muy intensa. Lo que inquieta más que la mirada
aún es la sonrisa.
Él no sabe nada, me digo.
—Olía mohosa… —digo de nuevo. Él mira a mi boca y yo me retuerzo.
—Della quiere conseguir la cena. —Miro hacia abajo a mi andrajosa
ropa del día de mudanza.
—¿No podemos sólo encargarla?
—Está harta de estar aquí. Quiere salir por un rato.
—Ni siquiera ha desempacado y ya está harta de estar en su casa.
—Ya tienes tu moño —dice Kit—. Ése es todo el arreglo que necesitas.
Della debe de haberle enseñado esa palabra. Me gustaba más colmena
de cabello.

Nos decidimos por sushi. Pero a Della no le va el sushi de cuchitril,


donde dice que el pescado es sospechoso. Tenemos que ir al grande y
elegante lugar en el centro. Uso mi nuevo blazer, lo que me hace sentir
alegre. June nos encuentra en el restaurante. Pienso que Della la invita a
los lugares para que no me sienta como la tercera en discordia. Pero de
verdad, me siento como la tercera en discordia incluso cuando estoy sola.
June nos saluda con la mano cuando nos dirigimos al restaurante. Es un
saludo fuerte. Como si ella hubiera estado naufragando y necesitara que la
veamos. Está usando un turbante en su cabeza y su blusa dice Cu cu.
—Me gusta esta chica —dice Kit. Sonrío. A mí también.
No estamos ni siquiera en el restaurante cuando vemos a Neil y Sadie
embarazada. Estaba tan embarazada, como yo usaba un moño. Neil se
sonroja cuando me ve. Mira de mí hacia Sadie con expresión de rata
acorralada.
Se siente de mierda verlos aquí. Se suponía que se irían lejos, se
evaporarían en una nube de infidelidad y mentiras. Mi primer instinto es
correr. ¿Por qué sería yo la que correría? Ellos son los mentirosos e infieles.
Estoy parada cerca de Kit y de repente siento la presión de su mano en mi
espalda baja.
Neil abre su boca, pero levanto mi mano.
—Ni quemes tus neuronas. Esto es raro para todos nosotros excepto
June, a quien le gusta ser rara. Hola, de nosotros para ustedes. Ahora
háganse a un lado; morimos por pescado crudo. —Kit ríe disimuladamente
y Della lo codea en las costillas.
Neil y Sadie se mueven rápidamente, no miro a Sadie, así que no sé
cómo toma todo esto, pero Neil se ve afligido. Cuando caminamos a través
de las puertas del restaurante, los tres comienzan a reírse. Kit me besa en
la coronilla, justo al lado del moño.
—Brillante —dice—. Eres toda la musa que necesitaré alguna vez.
Esto me envía una sobrecarga de hormigueo/mariposas/confusión
por todas partes. Me siento tan lejos de él como puedo y coqueteo con el
mesero. Es fraternal. Lo sé. Él es un amable, muy amable humano y yo soy
una puta por ese sueño. Para el final de la cena he arruinado mi nuevo
blazer con salsa de soya y Sriracha.
—Hay todo un mercado para ti en ropa desechable —dice Kit.
Della me mira con furia, pero realmente no tiene derecho. Es miii
blazer. June y Kit se dirigen hacia delante y Della enlaza su brazo conmigo.
—Oye —susurra ella—. Puede que esté embarazada. —Cuando mis
ojos se amplían, ella me calla—. No se lo he dicho. No digas nada.
—¿Qué significa “puede que”? ¿Cómo si hubieras hecho una prueba?
¿No tuviste el período? ¿Qué…? —Della mira hacia Kit para asegurarse que
él sigue distraído.
—Bueno, todavía no he tomado la prueba. Tengo una semana de
retraso. Una semana —enfatiza.
Ésta no es la primera vez que Della está retrasada una semana en su
período. Es, sin embargo, la primera vez que se ve feliz por ello.
—Bueno, entonces consigamos una —digo alrededor de la emoción
atascada en mi garganta—. Deberíamos saber, así estaremos tranquilas.
Della asiente, sus ojos resplandeciendo y una pequeña sonrisa feliz
en sus labios. Estaré feliz por ellos. Le juro a Dios que lo estaré. Sólo
necesitaré un tiempo para adaptarme.
13
a prueba de Della no es positiva. La observo envolver la prueba
en papel de baño y empujarla en el fondo del bote de basura. Está
llevando una mirada de severa decepción. Es una cosa extraña
para asimilar, que sólo hace poco tiempo la peor cosa que podría haber
sucedido era una prueba de embarazo positiva. Ahora, mi mejor amiga,
quien una vez pasó toda una tarde histérica por un condón roto, se estaba
lamentando el hecho de que no estuviera embarazada. Quería esto con
tantas ganas. ¿Por qué? No lo sé. Ya tiene a Kit. Sus ojos están fijos en ella.
No necesita un bebé para ganar su atención, ni para conservarlo. Viene de
una buena familia, del tipo que se junta las noches de los martes por
ninguna razón más que pasar tiempo entre ellos y comer el Sugo de su
Nonna.
—Un día —digo para consolarla. No es lo que quiere escuchar. Se aleja
de mí y abre la puerta del baño. Ella envió a Kit a la tienda por leche así
podríamos realizar nuestra misión en secreto. Pensaba que cuando él
regresara habría algo para celebrar—. ¿Por qué estás enojada, Della? Pensé
que estarías aliviada.
—Estoy aliviada —miente. Yo soy la que está aliviada. Pienso en lo que
Kit me dijo esa noche que salimos a dar un paseo. Cuán inseguro está sobre
sus sentimientos por ella. Las cosas pueden haber cambiado desde
entonces, pero algo me dice que algunos meses no son suficientes para curar
a un hombre de su pasado.
—Della —digo—. Te gusta hacer las cosas en orden. Primero, una
hermosa boda, luego un hermoso bebé, ¿de acuerdo?
Le abrazo y empieza a llorar.
—Quiero darle algo —dice.
Sus ojos grises están nublados, sus pestañas mojadas. Es tan
dolorosamente hermosa, femenina y vulnerable. Y entiendo por qué los
hombres toman sus sentimientos por ella tan seriamente. Es Della.
—Tal vez deberías empezar con un regalo más pequeño —digo—.
Como un reloj, un gatito o algo.
Se ríe a través de sus adorables lágrimas y tira sus brazos alrededor
de mi cuello.
—Siempre sabes qué decir. Gracias, Helena.
Acaricio su cabello como solía hacerlo en la secundaria cuando yo era
la bonita y los chicos que le gustaban no podían ver más allá de los frenillos
y las rodillas ásperas. Algún día lo lamentarán, solía decirle. Y todos lo
hacían.
La camioneta de Kit se estaciona en la entrada y se aleja de mí para
ir con él. Todo está bien. No codicio la dependencia emocional de Della.
Estoy más bien aliviada que la responsabilidad ya no sea mía. Observo
mientras corre hacia la puerta principal y se lanza hacia él, envolviendo sus
piernas alrededor de su torso. Él deja caer sus bolsas para sostenerla. De
todas las cosas que han sucedido esta noche, eso es lo que más me afecta.
La manera en que tan fácilmente deja caer sus bolsas para atraparla. No
tengo mucha referencia dado que Neil era mi único novio en serio, aunque
sé que nunca hubiera dejado caer sus bolsas para atraparme por temor a
que algo se rompiera.
Eso causa un profundo dolor en mi pecho. Saber que hay chicos
dispuestos a dejar caer sus bolsas de compra para atrapar a su chica. Y
quiero a alguien que me ame así de fácil. O tal vez, pienso morbosamente,
quiero que Kit me ame así de fácil. Que crie a mi hijo y nutra el arte que
permanece dormido dentro de mí. Es tan mal momento para hacer esto,
pero pienso en bebé Brandi. Della quiere tener al bebé de Kit, y en alguna
otra vida yo ya lo tuve. Empiezo a reírme, y para el momento que Kit y Della
caminan de vuelta a través de las puertas, me estoy riendo a todo pulmón.
—¿Qué? —pregunta Della. Mira alrededor como si hubiera un chiste
que se perdió. La boca de Kit se tuerce y luego él también empieza a reír—.
¿Qué pasa con ustedes? —Della posa sus manos sobre sus caderas, pero
está sonriendo.
Ni siquiera puedo pararme erguida. Me deslizo por la pared de la sala
de estar a medida que mi estómago se retuerce por la risa. ¿Alguna vez me
he reído así? No, y ni siquiera sé lo que tiene de gracioso.
—Solo tiene un ataque de risitas nerviosas —dice Kit, sacudiendo su
cabeza. Hay una pequeña sonrisa adjuntada a su boca—. Ella ni siquiera se
ríe; y esa es una risotada.
Della asiente.
—Siempre pensé que su risa sonaba malvada.
Esto me hace reír más fuerte; el hecho de que Kit lo nota de inmediato,
pero le tomó a Della más de diez años, y su novio, saber que tengo una risa
malvada. Ella se pasea hacia la cocina, sacudiendo su cabeza. Es un mal
momento para buscar la mirada de Kit. Todavía está parado frente a la
puerta cerrada, con la bolsa en mano. Ya no se está riendo o sonriendo. Sus
labios están apretados y sus ojos estrechos. Cuando nuestros ojos se
encuentran, mi risa se ha ido. Justo así. Es el Kit que vi en mi sueño, quien
agarró mi mano y dijo—: Se supone que estés conmigo.
Inclino mi cabeza hacia atrás contra la pared, mis manos colgando
entre mis rodillas. Borracha o no borracha. Sobria o no sobria. Fijar mis
ojos con los de Kit Isley en su recién comprado nido de amor no me hace
sentir bien. Me hace sentir como la mierda. Miro de vuelta hacia su rostro
porque quiero saber lo que está sintiendo. Puedo ver el pecho de Kit agitado.
Respiraciones profundas porque… ¿qué? Tal vez él también tuvo un sueño.
Tal vez también siente la conexión. Probablemente todo está en mi cabeza,
y eso me hace sentir verdaderamente loca, que puedo estar inventado todo
esto. No sé qué me hace decirlo. Es obvio que últimamente he estado
haciendo un montón de mierdas locas.
—Hola, Kit. —Mi voz es apenas audible. Toco mis labios para
asegurarme que realmente se están moviendo—. Tuve un sueño.
Muevo el cabello de mis ojos, así puedo verlo claramente, y lo
mantengo fuera de mi rostro.
Sus ojos se abren ampliamente; sus labios se despegan.
—Eso has dicho. —Su voz es suave—. ¿De qué se trató tu sueño?
Ahora que está preguntando no sé cómo decirlo. Tengo la lengua
espesa, los pensamientos más espesos. ¿Cómo declara uno la locura? Mi
pecho empieza a doler. Esto fue un enorme error. Todavía siento el alcohol
de la cena.
Entonces Della deja caer algo en la cocina. Un vaso se hace añicos
junto con mi momento. El momento lo es todo cuando estás a punto de
decirle a alguien que soñaste con él en tu corazón. Mierda si eso no es la
cosa más cursi que escuché alguna vez. La cabeza de Kit se gira hacia la
cocina donde Della está maldiciendo en voz alta, pidiendo ayuda. Me mira
con remordimiento. Sus ojos se arrastran por mi rostro una última vez y
luego se va. Ni siquiera me despido. Me escabullo fuera mientras ellos están
en la cocina. No me echarán de menos. De todas formas, siempre he sido la
extraña, se espera que haga cosas como esta. A Della le gusta estar
alrededor de sus amigos, pero desde que empezó a salir con Kit nos ha
necesitado cada vez menos. Lo que es bueno. Excepto porque no puedo
hacer lo que estoy pensando. No puedo.
la mañana siguiente abro mi correo electrónico para encontrar
algo de Kit. La semana pasada alguien hackeó su correo
electrónico y me envió un virus en forma de píldoras para
adelgazar, así que no lo abro inmediatamente. Me lavo la cara, preparo café
y pongo a Pat Benatar en el tocadiscos. Cuando finalmente me siento ante
mi ordenador, veo que el correo electrónico no tiene título. Me preparo para
otro virus, pero cuando abro el archivo, es un capítulo. Me siento aturdida
de que él esté escribiendo de nuevo. Me tomo mi café y luego me desplazo
para ver cuán largo es. Ha pasado un tiempo desde la última vez que Kit me
envió un capítulo y un tiempo desde que he leído un buen libro.
Lo último que leí fue cuando George, Denver y Stephanie Brown se
quedaron atrapados entre la espada y la pared. Denver se rompió la pierna
y perdió su trabajo, y Stephanie, siendo el alma caritativa que siempre fue,
le permitió vivir con ella. George estaba ahora en una situación de
desventaja y con la esperanza de herirse a sí mismo también. Los imaginé
viviendo en el pequeño apartamento de Stephanie Brown y riendo. La gente
realmente no toma medidas tan desesperadas por amor. La pobre Stephanie
Brown estaba cayendo cada vez más bajo con su necesidad. Pero cuando
me desplazo hacia abajo, no es su historia lo que veo. Es algo nuevo. Algo
que pone los pelos de punta en mi nuca de puro terror. Cierro mi ordenador.
Tamborileo mis dedos sobre la carcasa. Lo abro de nuevo. Está todavía allí,
y no estoy soñando.
CAPÍTULO UNO
EL SUEÑO
Cuando estoy terminando de leerlo, apago mi computadora y me voy
a la cama. Me siento más segura en mi capullo de sábanas cremosas y
acolchadas almohadas. ¿Cómo? ¿Cómo demonios escribió eso? ¿Qué
significaba? ¿Cómo podría él? Me quedo mirando el café frío en mi mesita
de noche y me siento enferma.
Estoy tan avergonzada. ¿Qué estaba pensando al decirle? Le di a Kit
pocas palabras, una emoción mal precavida, y ¡mira! Capítulo Uno: El
Sueño. ¿Hizo el capítulo uno por él o por mí? No sé mucho acerca de los
artistas, pero estoy empezando a sentir que poseen brujería.
Mi contrato de arrendamiento se acaba en un mes. Me puedo mudar.
Dios, ¿no es que siempre quise salir de esta caliente poza séptica sudorosa,
de personas bronceadas y palmeras? Tengo una enfermedad llamada no
poder mantener la puta boca cerrada. Y en serio, si sabes que vas a
explosionar, ¿no es mejor irse?
—Cálmate, Helena. No puedes salir de la ciudad, porque el novio de
tu mejor amiga tiene poderes psíquicos.
Me arrastro hacia mi teléfono y reviso mis mensajes de texto. Hay un
mensaje del Kit.
K: Anoche escribí cinco capítulos más.
¿Qué sucede en esos cinco capítulos? Quiero saberlo. Sus personajes
no tienen nombre; él simplemente los llama Él y Ella. Él hace esto. Ella hace
eso. Es evasivo, y el uso de palabras compuestas por su personaje masculino
me hace sonreír. Ese es Kit. Franco para una ensalada de pollo frito, cuyo
personaje no piensa que es una ensalada en absoluto. Obsceno cuando no
está seguro si está herido o lleno de lujuria. Conciso para un conocido que
piensa que son amigos. Y entonces me encuentro buscándome en la mujer,
que Kit describe siendo distante, preocupada y desconectada del mundo que
la rodea. ¿Era yo aquellas cosas? ¿O estaba ensimismada pensando que era
yo? Se cruza en mi mente que mis palabras de anoche para él podrían
haberle dado una idea, y las similitudes podrían ser una coincidencia.
Le mando un mensaje de vuelta.
H: ¿Sobre qué va a ser este libro?
Su burbuja de texto aparece cuando él comienza a escribir, luego se
ha ido abruptamente. Aparece, y entonces se ha ido de nuevo. Él está
escribiendo cosas y luego borrándolas. Estrangulo mi teléfono, y luego le
doy golpes en la cama un par de veces. Está tumbado boca abajo en el
edredón, y levanto la esquina para mirar a la pantalla. No hay un texto. Voy
a la cocina para tomar un aperitivo, después rodeo mi cama un par de veces
mientras me llevo una cucharada del tarro de mantequilla de maní a la boca.
Tengo miedo de que él envíe un mensaje. También estoy asustada de que no
lo haga.
—¡Gallina! —grito. Me lanzo por el teléfono, dejando caer el tarro de
mantequilla de maní en el suelo.
El primer mensaje de texto es de Della: ¡LLÁMAME AHORA!
Todo en mayúsculas. Reservamos todas las mayúsculas para las
emergencias.
El mensaje de Kit está debajo del de Della.
K: Tú dime.
No sé lo que eso significa. ¿Es él diciéndome que ya que inspiré la
historia, he de decir a dónde va? Llamo a Della.
—¡La prueba estaba mal! —grita ella en el teléfono.
Me toma un minuto para registrar lo que está diciendo. La prueba
estaba…
—¡¿Qué?!
—Tomé otra. Tomé cinco. Son todos positivos.
Mi cabeza da vueltas. Me siento en el borde de la cama y pongo mi
cabeza entre las rodillas. Estoy esperando para que mis sentimientos
alcancen mi conmoción. De alguna manera sé que no van a ser buenos
sentimientos felices. Aunque deberían serlo porque mi mejor amiga está
teniendo un bebé.
—¿Se lo has dicho…?
—No —dice rápidamente—. No lo he dicho todavía. Estoy asustada.
—¿Asustada de qué? —pregunto secamente—. Querías esto.
—Sí. Pero no es que lo planeamos o hablamos de ello ni nada así.
Realmente no sé lo que va a decir.
Si no sabe lo que Kit diría, no conoce a Kit muy bien. Podía imaginarlo
estando sorprendido, tomando un par de horas para procesarlo, entonces
dejaría a la resignación volverse felicidad. Kit es el tipo de persona que
aparece.
—Vaya —le digo—. Todo el mundo está teniendo bebés. —Es una
estupidez por decir, y de inmediato me disculpo—. Lo siento, estoy
sorprendida. Y, obviamente, no todo el mundo está teniendo bebés… solo tú
y Sadie.
Me muerdo el labio a la espera de ver cómo se va a tomar eso. Sigo
haciendo comentarios estúpidos, y no debo hacerlo. Honestamente. Me
alegro por ella. Creo.
—No es lo mismo —contesta bruscamente.
—Por supuesto que no —digo rápidamente.
—Sadie quedó embarazada a propósito.
—Sí… —Mi voz se apaga. Dios, sólo quiero que esta conversación se
acabe—. ¿Cuándo vas a decir…?
—Me tengo que ir —dice ella. Cuelga antes de decir nada más. Me
quedo mirando el mensaje de Kit por un largo tiempo, tratando de decidir
qué hacer. Él va a tener un bebé con mi mejor amiga, lo que significa que
no le puedo cortar por completo. Pero tengo que cortar algunas partes. Al
igual que la parte en la que yo soy del tipo de él. Así que tal vez esta mierda
de mensajes tiene que parar. Y enviarme historias. Me siento realmente
deprimida por eso. Y lo de merodear para ver lo que hace en las fiestas y tal.
Y, bueno, tengo que dejar de presentarme en su puesto de trabajo. Borro
sus mensajes sin necesidad de leer el último. Entonces lo borro de mi
teléfono. Le envío a Della un mensaje que sé que reparará lo que perdimos
en la última conversación telefónica. Ella es así de fácil.
H: ¡Vamos a escoger nombres!
Su burbuja de texto aparece casi de inmediato.
Daphne, envía.
¡Diablos no!, le contesto.
Ella me envía un jajaja, y justo así estamos de nuevo en marcha.
Helena y Della. La peculiar y la bonita.
Kit no me envía un mensaje nuevo. Compruebo con Della tres días
más tarde para saber si le dijo.
Sí, contesta.
H: ¡¿Y bien?! ¿Qué dijo?
D: Estaba en éxtasis. No podría ser más feliz.
H: ¿Desde el principio?
Estoy presionando, pero quiero ver cuánta razón tenía sobre él.
D: Sí, desde el principio.
Ella está mintiendo.
ella pierde el bebé. Kit llama para decirme. Su voz es plana y
sombría. Nunca he hablado por teléfono con él antes, y me
pregunto si siempre suena así o si es su voz de duelo. Salgo del
trabajo de inmediato y conduzco tres kilómetros a su casa. Sé que Della le
pidió a Kit que llamara; tenía que hacerlo. Hace más sombría la situación
cuando necesitas que alguien haga tus llamadas por ti. No estoy siendo
dura; es la forma en que ella es. Cuando tuvo su período por primera vez,
hizo que su madre llamara para decirme que algo había sucedido. La gente
nunca cambia, ¿verdad? Cuando llego al 216 de Trinidad Lane, toda su
familia se congrega en la sala. Verlos a todos sentados allí me deprime. Es
como una estela. Cada uno de los miembros de su familia me abraza,
entonces soy enviada hacia la habitación de Della y Kit donde está tumbada
en la cama en la oscuridad.
—Hola —le digo. Me subo a la cama con ella, y se acurruca en mí—.
Lo siento mucho, Dells.
Ella inhala.
—No voy a decir cosas cursis, reconfortantes, y ligeramente ofensivas
—le digo.
—Lo sé —dice—. Es por eso que me gusta que estés aquí.
—¿Quién te dijo lo peor? —pregunto—. De todos ellos.
—Tía Yoli. Dijo que mi vientre puede no estar lo suficiente fecundado
para tomar la semilla.
Los dos resoplamos de risa, y eso es para lo que los mejores amigos
son. Cambiar lo sombrío.
—Tía Yoli me dijo una vez que mis senos nunca harían que un bebé
hambriento se llenara —digo—. Sólo tenía trece años.
Nos reímos un poco más, y tomo la mano de Della.
Enciende el televisor, y vemos Esposas Desesperadas hasta que Kit
me libera, y viene a acostarse con ella en la cama. Apenas intercambiamos
una mirada, pero a medida que nos cruzamos le agarro la mano y aprieto.
Lamento lo del bebé. Él aprieta en respuesta.
Voy a su casa todas las noches después del trabajo. Della se lo está
tomando mal. Incluso más de lo que pensaba. Hago sus comidas y me quedo
con ella mientras Kit está en el trabajo. Y, una vez más, mi vida es
consumida por la pena de Della. No me importaría excepto que estoy
cansada. Y todavía tengo un poco de mi propio dolor con el que lidiar. June
me acusa de ser una facilitadora. Pienso en la manera en que yo animo a
June a llevar feos sombreros, y sé que tiene razón.
Estoy limpiando la cocina una noche después de que sea ha dormido
cuando Kit llega a casa del trabajo. Veo las luces de su camioneta, y no
puedo evitar sentirme emocionada. ¡Una persona no deprimida con la que
hablar! Se coloca en el mostrador al lado de donde yo estoy lavando los
platos.
—Tienes que tener cuidado de ti también. —Es lo primero que me dice.
Y entonces me pongo a llorar. Es tan estúpido, nada malo me ha sucedido.
No tengo derecho.
—Lo siento —le digo—. No intento atraer la atención a mí.
Kit ríe un poco.
—Nunca lo haces. Quizás deberías.
Le hago un gesto.
—Estoy bien. Todo es bueno. ¿Qué pasa contigo? ¿Estás bien?
Kit niega.
—No puedes cambiar el tema y tratar de distraerme.
Miro el drenaje de agua de la pileta.
—Estoy muy incómoda hablando de mí misma. Prefiero que me hables
de ti.
—Todo bien. ¿Qué te gustaría saber?
—¿Le dijiste a tu familia sobre el bebé?
Su cara no traiciona nada. Es básicamente ilegible.
—No. Era temprano.
Lo suficientemente justo.
—¿Cómo te sientes al respecto?
Mastica su labio inferior.
—No lo sé. Apenas tuve tiempo para procesar el embarazo antes de
que terminara.
—¿Estás triste? —insisto. Quiero saber algo. Dice tan poco.
—No lo sé.
—Para alguien que parece saber mucho acerca de los sentimientos de
todos los demás, pareces saber muy poco acerca de los tuyos.
Kit hace una mueca. —Tal vez tampoco me gusta hablar de mí mismo.
—Hmmm —digo, sonriendo—. ¿Qué vamos a hacer?
Él salta desde su posición.
—Ir a dar un paseo —dice.
Miro hacia atrás hacia su habitación.
—Bueno. ¿Debemos dejar una nota?
—¿Ella tomó su pastilla para dormir?
Asiento.
—Dormirá hasta la mañana entonces.
Lo sigo por la puerta y por el camino. Trato de predecir en qué
dirección va a girar por la calle, y me equivoco. El aire huele un poco a
océano, y gasolina de la autopista. Es el olor de la fuga y la libertad. Me
pregunto si Kit lo nota, y lo hace querer saltar en su camioneta y conducir,
conducir, alejarse de la perfección.
—Kit —digo—. ¿Estás enamorado?
Hace una mueca.
—¿Por qué me preguntas eso cada vez que vamos a dar un paseo?
—¿Por qué nunca contestas la pregunta?
—Es incómodo —dice—. Y nada de tu incumbencia.
Me rio.
—Lo suficiente, Kit Kat.
Kit suspira.
—Por favor, no me hagas revivir la secundaria.
La gente le llamaba Kit Kat en la escuela secundaria. Es lindo. Me
pregunto cómo era.
Cuando pienso que no va a responder mi pregunta, lo hace.
—Quiero estarlo, Helena. Lo he intentado.
Sé que ha compartido algo muy personal conmigo, así que intento no
reaccionar. Quiero agarrarlo por las solapas y gritar: ¡¿QUÉ DEMONIOS?! Y
¡Es el corazón de mi mejor amiga con el que estás jugando!
En cambio, me aclaro la garganta.
—¿Oh sí? Casi te conviertes en un padre, Kit. Ese es un aterrador
cóctel de vida que vas a mezclar. —Está callado durante mucho tiempo.
—Has sido amiga de Della durante años, Helena. Ya sabes cómo es.
Ha habido un par de veces cuando hemos llegado cerca de terminar las
cosas. Ella... atenta contra sí misma.
Estoy sorprendida. Lo estoy. Nunca habría creído que Della utilizaría
el suicidio para hacer que un chico se quede. Nunca habría creído que Della
tratara de quedar embarazada. La gente cambia, supongo.
—No sé qué decir, Kit. No estoy segura de que sea una buena razón
para quedarse, sin embargo. Suena bastante poco saludable.
—Me preocupo por ella. Tanto.
—Creo que realmente, realmente necesitas amar a alguien para tener
un bebé con ella. Y, aun así, a veces las parejas no lo hacen.
—¿Por qué estás hablando con esa voz extraña? —Me está mirando
de lado, y siento retorcijones en mi vientre.
—Sucede cuando estoy nerviosa.
—Suenas como el oso Yogui.
Levanto mis manos en el aire.
—Oh, Dios mío, nunca voy a dar un paseo contigo otra vez.
—Sí, sí, Yogui.
—Cada casa en este lugar se ve igual —digo, tratando de cambiar el
tema—. Es nauseabundo.
Kit ríe.
—Mi casa es diferente —dice—. Della se aseguró de que nadie tuviera
persianas del mismo color que nosotros.
—Tienes razón. Tienes las mejores persianas. —Y entonces, al mismo
tiempo ambos decimos: “Berenjena”, y comenzamos a reír. No podía
llamarlos púrpura o violeta, ni nada sencillo. A Della le gusta que sus cosas
suenen tan elegantes como sea posible, y berenjena era la forma más
elegante de decir muy púrpura.
—Una pregunta más —digo. Kit gime—. ¿Cómo sabes, y me refiero a
realmente saber, cuando estás enamorado de alguien?
Estamos de pie en el pequeño estanque alrededor del que todas las
casas en desarrollo se construyen. Puedo ver las partes traseras de todas
ellas, frente al estanque con ventanas brillantes. Mientras veo las ventanas
de las personas, Kit se inclina para recoger una roca, y hacerla saltar a
través del agua. Uno... dos... tres... cuatro. Cuento sus saltos, impresionada.
—Todo se siente como un sueño —dice.
—Un sueño —repito. Se equivoca.
16
s raro. Tú y Kit.
—¿Eh?
Della sostiene un vestido delante de ella frente al
espejo en Nordstrom, sin embargo, sus ojos no están en su propio reflejo,
sino en el mío.
Me hago la tonta y empujo a un lado perchas, estudio camisas feas, y
no encuentro su mirada. ¿Por qué estamos aquí de nuevo? Oh, porque ella
quería venir.
—Parecen cercanos. Probablemente más cercanos de lo que tú y yo
hemos sido en un tiempo. —Ella mira el vestido, inclina la cabeza hacia un
lado, y frunce los labios.
—Nos llevamos bastante bien. —Me encojo de hombros—. ¿De dónde
viene esto?
De repente se ve culpable.
—De ninguna parte. Es estúpido. Me he vuelto este monstruo celoso.
Nunca sentí esto por nadie antes. Es más intenso, ¿sabes?
No lo sé. No soy celosa.
Niego hacia ella.
—Siempre quieres que sea amiga de tus novios. Me has obligado en el
pasado. ¿Ahora tienes un problema con ello?
Se muerde el labio. Labios grandes y gordos que coinciden con sus
grandes y gordos ojos.
—Te lo dije. Es diferente con Kit. Y... le agradas. Siempre está
hablando de ti.
Trato de no darle importancia, pero golpeo un estante de pulseras.
—Mierda. Vaya.
Della se inclina para ayudar a recoger, mirándome con nerviosismo
cada pocos segundos.
—No te enfades, ¿de acuerdo? Sólo estoy siendo estúpida.
Estoy enojada. Pero conmigo. ¿Es muy grave que Della note algo?
Tengo que apartarme, dejar a Kit solo.
—No eres estúpida —le digo—. Estás enamorada. Además, ¿qué puede
decir de mí? Soy aburrida.
—Eso no es cierto. Me agradas, ¿verdad?
No contesto. A Della le gusta la gente que se adapta a ella. Soy
cocinera profesional. No me siento utilizada, sólo necesitada.
—Él sólo quiere que estés cerca siempre. Comparte sus historias
contigo y no conmigo. Y parecen siempre tener una broma privada, ¿sabes?
—¿No tienen bromas privadas?
Sus cejas se fruncen.
—Realmente no. No creo que crea que soy muy divertida.
—Él piensa que eres amable —le digo. Y entonces le digo las cosas
buenas que Kit ha dicho de ella—. Y honestamente, Della, creo que se está
riendo de mí, no conmigo. Sólo soy graciosa porque soy torpe.
—Eso es cierto. —Asiente—. Eres muy extraña.
Tomo una camisa de la percha y la sostengo contra mí. Ella rueda los
ojos.
—Es de color beige. Eres una perra de color beige.
La devuelvo. ¿Quién quiere ser una perra de color beige? Miro a mi
mejor amiga admirarse en el espejo. Es lo más raro de ver. La presunción
luchando contra la inseguridad. No sabía que una mujer pudiera serlo hasta
Della. Una mujer hermosa, atormentada por los celos. ¿Por qué?, pienso. ¿A
cuántas chicas les encantaría estar con ella? Yo no. Debe ser agotador estar
consumida en ti misma. Aburrido incluso. Me siento culpable por los
pensamientos que he estado teniendo sobre Della. Si fuera realmente
honesta conmigo, diría que comenzaron desde que Kit apareció. ¿Puede una
persona hacer que veas a alguien de una manera diferente? No debería ser
así. Soy desleal.

Una semana más tarde, estoy en casa de Kit y Della para una
barbacoa. Hay una veintena de personas en su pequeño patio trasero,
algunos sentados en sillas de jardín, bebiendo cerveza, mientras que otros
se esconden en el aire acondicionado, reunidos alrededor del guacamole.
Soy parte del grupo externo. Rápidamente nos apodamos Los de afuera, por
más de una razón. Kit no está entre nosotros, pero se acerca en medio de la
parrilla. June se sienta a mi lado. Ella está pensativa e inquieta tirando de
los flecos en su falda.
—¿Qué te pasa? —pregunto—. Estás actuando como una niña.
Mira hacia la cocina. Es entonces cuando lo descubro. Della debe
haber hablado con ella sobre algo. June odia que la pongan en el medio.
Coloco una mano en su brazo, estrechando los ojos. Antes de que pueda
decir algo, la puerta trasera se abre, y Della sale con un plato de carne. Gira
alrededor de June, sin mirarla. Lleva pantalones cortos de un rosa fuerte y
una camiseta blanca. Sin sujetador. Todos sabemos que tienes pezones,
Della. Gracias por eso. Tuerzo mi cuello cuando le da a Kit el plato y envuelve
sus brazos alrededor de su torso, presionando su cara en su espalda.
Cuando lo único que él hace es sonreír, ella hace algo más drástico. Espera
atención. Hay demasiadas chicas aquí, y Della tiene que saber que es la
mejor. Dios, asusta conocer a alguien tan bien. Solía molestarme menos.
Alguien pasa con un porro. Lo tomo e inhalo con demasiado
entusiasmo. Mi ataque de tos interrumpe al grupo. Por el rabillo del ojo veo
a Kit apartarse de Della para venir a verme. ¡No! ¡No! ¡No! Lo aparto y a todos
los demás. No quiero más problemas. No me gusta la forma en que ha estado
mirándome últimamente, como si fuera una cosa peligrosa que necesita ser
vigilada. Kit me quita el porro de los dedos.
—Va a disminuir —dice.
No puedo decir nada en respuesta porque estoy demasiado ocupada
tosiendo, pero me las arreglo para dispararle una mirada sucia. Della
observa desde cerca de la parrilla, con un brazo envolviendo su cintura, la
otra tirando de un mechón de su cabello sedoso. June observa a Della.
¡Maldita June! Y Kit sigue observándome mirar a todos los demás.
—Estoy bien —digo entre dientes—. He fumado antes, lo sabes.
—No parecía.
Me da rabia que me lo esté señalando. Sólo soy un huésped en su
casa, y quiero estar sola, no ser regañada.
No voy a ser arrastrada a una pelea con alguien que debería estar
ocupándose de sus asuntos de todos modos. Tomo el porro y doy otra
calada, y luego lo paso a la persona a mi lado.
Uno de mis compañeros De afuera me anima.
—Chica de Thatta, Helena.
Kit me mira por unos cuantos segundos antes de volver a su puesto
en la parrilla. Echo un vistazo a Della por el rabillo del ojo; se ve amargada.
Toda la vida se ha ido. June lloriquea a mi lado como un cachorro.
—Cállate, June —digo—. Las situaciones sociales incómodas son los
componentes básicos de la vida.
—Tenemos que hablar —dice ella—. Pero no aquí. Ella me está
mirando.
Lo está. Está mirándonos a las dos. Miro directamente a Della, porque
no tengo miedo de ella. Tengo miedo de lo que nos estamos convirtiendo.
Nuestra relación se rompe, se tuerce. La amistad se está difuminando poco
a poco, y algo más se acerca. Estamos acostumbradas a mirarnos y
encontrar solidaridad en nuestro conocimiento la una de la otra. Ahora
nuestras miradas evalúan. Dimensionan. Eso es lo peor de ser joven. Que
realmente no tienes ni idea acerca de todos los cambios que vienen. Y
cuando vienen, no importa cómo te han advertido las personas, estás
realmente sorprendido.
e reúno con June para el almuerzo el sábado. Yo quiero ir por un
almuerzo, porque lo prefiero, pero June es vegana.
—Por favor, Helena. Eso es todo huevos, tocino y salchicha.
El almuerzo es anti-vegano.
—Yo sólo quiero amigos normales —me quejo—. Unos que coman
animales.
—Entonces sé amiga de una vegetariana. Yo soy vegana.
Sacude su vestido floreado mientras esperamos por una mesa, y me
lanza una mirada sucia.
La diminuta mesera nos lleva hacia la mesa en el patio y coloca dos
menús frente a nosotros. Ambas morimos por hablar, pero esperamos hasta
que la mesera nos da la bienvenida y pregunta nuestras órdenes.
—Ella piensa que tú estás detrás de Kit —me dice June finalmente. E
incluso aunque estamos sentadas a doce kilómetros de Della, en un
concurrido café, June mira cuidadosamente a su alrededor como si ella
fuera a aparecer en cualquier momento. Golpeteo mis uñas en la mesa,
desesperada.
—¿Por qué estaría yo detrás de Kit? —pregunto—. ¿Por qué no podría
ser Kit quien estuviera tras de mí?
No sé por qué esto me molesta más que mi mejor amiga hablando a
mis espaldas. Que me culpe a mí y no a él. Lo he buscado… un par de veces.
Pero es él quien siempre quiere salir a caminar. Y todos saben lo que sucede
cuando sales a caminar con una chica.
June rueda los ojos.
—Porque es una chica enamorada, y nunca es culpa del hombre. Sólo
de la competencia.
—Ah, ¿así que ahora soy la competencia?
Cruzo los brazos sobre mi pecho y pongo mala cara. June empuja sus
anteojos sobre el puente de su nariz.
—Kit te pone mucha atención. Ese es el problema.
Sacudo la cabeza en su dirección.
—No lo hace.
Se ríe.
—La razón por la que Della te ve como competencia es porque lo eres.
Kit tiene algo por ti. Estás ciega si no puedes verlo.
Mi corazón está siendo horrible. Desearía que dejara de bailar. Está
mal. Pero también sé que no es cierto. Kit es amable y reflexivo. Las personas
algunas veces confunden esas cualidades con algo más.
—Della y yo no nos parecemos en nada —digo—. Kit siente algo por
Della.
—Tal vez ése es su problema. —June se inclina hacia atrás para que
el mesero pueda colocar su comida en la mesa—. Ellos no son muy
parecidos, ¿o sí?
—Los opuestos se atraen.
—Eres hermosa, Helena. Es solo que no lo ves. Lo que en realidad te
hace más hermosa.
Bajo mi tenedor por lo incómoda que me siento.
—Ugh. Detente. ¿Por qué estás diciendo esto?
—Mira, obviamente has conocido a Della por mucho más tiempo que
yo. Pero yo me hice su amiga por ti. Y viceversa. No es como que alguien
parecido a Della alguna vez escogiera ser amiga de alguien como yo alguna
vez.
—¿Qué significa eso, June? Es ridículo.
June agita las manos en el aire y ríe.
—No me ofende. En serio. Simplemente sé cómo funcionan las cosas.
Déjame hablar en tu idioma para que puedas entender. Della es Choo, y yo
soy Luna Lovegood.
Golpeo la mesa.
—¡Eres Luna! ¡Dios mío! —¿Por qué me costó tanto entender esto?
—Exacto —dice.
—Amo cuando me hablas en Harry Potter. ¿Quién soy yo?
—Tú eres una muggle que quiere ser mágica.
Frunzo el ceño.
—Eres malvada.
—Entonces sé mágica. Tú decides.
Quizá está en lo correcto. Empecé a serlo, ¿o no? Cuando tomé esas
clases. Me siento tan resentida. Soy una muggle. Una perra muggle. Es un
día triste en Helenalandia.

Antes de separarnos, la abrazo muy fuerte.


—Hablaré con Della —le digo—. Trataré de hacer las cosas bien.
No me ve a los ojos. Y así es como sabes cuando June tiene algo más
que decir.
—A veces no se puede. Sólo quédate satisfecha con ello, ¿sí?
—Claro, June. Claro.
Pero Della y yo pasamos juntas por la pubertad. Cuando ella empezó
animando en el tercer año de secundaria e hizo nuevos amigos, lo
superamos. Y cuando yo empecé a salir con Louis del equipo de debate, y
ya no la veía tan seguido, lo superamos. Y cuando tuvimos nuestra primera
pelea seria sobre cuánto ella había cambiado, lo superamos. Y cuando ya
no tuvimos nada más en común, lo superamos. Superamos las cosas. Es lo
que hacemos.

En el camino de vuelta a casa pienso en lo que dijo June. Qué tanto


de esto es mi culpa. ¿Qué pude haber hecho diferente? No soy buena
coqueteando. No intento coquetear. ¿Había coqueteado con Kit frente a Della
y no lo había notado? Si he hecho algo mal, quisiera saberlo. He tratado de
ser amigable con él, desde lejos. Pero, ese sueño… me hizo diferente. Y si
fuera realmente, realmente honesta conmigo misma, diría que el sueño
afectó mi habilidad de perdonar a Neil. De repente tuve una idea sobre las
cosas siendo mejores. Sobre mi soledad yéndose.

Llamo a Della tan pronto como llego a casa. Ya lo he planeado todo,


todo lo que diré. Contesta al tercer tono. Hay un montón de ruido al otro
lado.
—¿Hola? ¿Dells?
Sostengo el teléfono lejos de mi oído, y estoy a punto de colgar cuando
lo oigo. Un largo gemido, una fuerte respiración.
—¿Della? —digo.
Della contesta, pero es el nombre de Kit lo que pronuncia, seguido por
una serie de grititos. Corto rápidamente y siento el calor subir a mi rostro.
Debió de haber contestado por accidente mientras estaban teniendo sexo.
Dios mío. Me cubro el rostro con las manos. Estoy aterrada de por vida.
También siento algo más. ¿Qué es? Lo empujo lejos y voy por una
botella de vino. Ni siquiera me molesto en tomar una copa; bebo
directamente de la botella. El vino golpea el fondo de mi garganta, y lo bebo
como agua. Con clase. Me gustaría tener algo más fuerte, como ese whisky
que Neil solía traer en ocasiones especiales. Cinco tragos y sentías como si
estuvieras hecha de fuego y decisión. Necesitaba decisión. Era una cobarde.

Me llama más tarde esa noche cuando estoy a punto de irme a dormir.
—Hola, perdón por perderme tu llamada —Su voz es plana. Seca. Yo
todavía estoy algo tocada por la botella de vino que me bebí.
—Ah. No hay problema.
Hay una larga pausa, lo que me hace preguntarme si está esperando
a que diga algo sobre lo que sucedió. ¿Sabrá ella? Y luego me siento como
la más grande idiota. Claro que sabe. Porque no se perdió la llamada. Lo
hizo a propósito.
Mi voz es más fría de lo que habría sido de no haber sabido.
—Sólo llamaba para ver si estabas bien. No hemos hablado desde la
barbacoa. Estabas actuando raro.
—Todo está bien —dice—. Como siempre.
Asiento. Bueno, entonces.
—Está bien.
—De acuerdo —dice—. Adiós, entonces.
Ella cuelga primero.
Esto es todo, ¿no? No tiene nada que decirme, y yo no tengo nada que
decirle. Eso duele.
—¡Perras antes que chicos! —le grito al teléfono. Pero es demasiado
tarde. Un chico llegó, y las dos perras están alborotadas—. Que te den, Kit
Isley —digo bajo mi aliento. Pero no lo digo en serio, y Della ya tiene eso
cubierto. Lo más triste es que no tengo a nadie con quien hablar sobre esto.
Usualmente, le diría a Della. Kit. Kit es a quien de verdad quiero hablarle.
¡Ja! Ella está en lo correcto, ¿cierto?
Saco mi teléfono, lo sostengo sobre mi cabeza, y tomo una fotografía.
La llamo, La Muggle Pierde Una Amiga.
o hablo con Kit o Della por un mes. Esos son treinta días de
aislamiento de una persona con la que nunca he ido a ningún
lado sin ella, y también, una persona sin la que no quiero estar.
Estoy mayormente deprimida por eso, pero me mantengo ocupada con
trabajo y las nuevas clases de arte que estoy tomando. Sé mágica, dijo June.
Así que lo estoy intentado. Sólo quiero ganar mi varita.
Martin y Marshal del trabajo me dicen sobre ir a la Feria Estatal de
Broward. Para igualar la cuenta de chicos/chicas le pido a June que vaya.
Martin es corpulento y pelirrojo. Presume de ser un conocedor de vinos y le
gusta hacernos sentir inferiores al resto. Juro por Dios, que incuso su voz
cambia cuando nos está aleccionando sobre las delicadas pieles de las uvas
pinot. Me hundo más en mi asiento porque no sé cuáles uvas son esas. ¿Las
rojas? La película favorita de Martin es Sideways con Paul Giamatti. Veo las
similitudes.
Marshall, por el otro lado, es puertorriqueño y está extremadamente
confundido en por qué sus padres lo llamaron Marshall cuando sus
hermanos fueron llamados Roberto, Diego y Juan Carlos. Sufre de una crisis
de identidad auto infringida. Ambos me caen muy bien, aunque June piensa
que son raros. Lo que dice mucho. Pasamos la noche vagando de atracción
en atracción mientras Martin nos educa sobre la diferencia entre Pinot Gris
y Pinot Grigio. (Respuesta: Están hechos de la misma uva, pero el Pinot Gris
es producido en Francia, mientras el Pinot Grigio se deriva en Italia.). Estoy
medio interesada y me mantengo haciéndole preguntas. Los chicos toman
un descanso para ir al baño y por comida, y June agarra mi brazo,
hundiendo sus uñas en mi piel.
—Me sigue preguntando si me interesa mudarme a China —dice entre
dientes. Mira hacia Marshall, quienes están esperando en la línea por un
buñuelo—. Creo que está tratando de hacerme su esposa.
—No estás viendo a nadie —ofrezco esperanzadoramente—. Y amas la
comida china.
—¡Ugh!
Se va hacia el baño mientras me pongo en la línea para el Gravitron.
—Genial, Helena —me dijo—. Haz enojar a la única amiga que te
queda.
—Yo seré tu amigo.
Me giro para encontrar a Kit parado detrás de mí, una sonrisa come
mierda en su rostro. Me recupero de mi sorpresa tan rápido como puedo y
empujo mis hombros hacia atrás.
—Dudoso —espeto—. A tu novia no le gustaría.
¡Vaya! ¡Mucha rabia contenida!
Lo miro con disculpa y agacho mi cabeza.
—Lo siento —digo.
—Está bien —dice él—. La verdad a menudo enoja.
—¿Cómo has estado? —Estoy tratando de no ser tan obvio buscando
a Della entre la multitud, pero no puedo evitarlo. Mis ojos están bailando
alrededor como un drogadicto.
—Está en el baño —dice él—. Probablemente se encontrará con June
y tomarán algunos minutos más para charlar. Ella es con quien estás,
¿cierto?
Me pregunto si él nos vio, o si acosó nuestras fotos en Instagram.
Marshall elige ese preciso momento para empujar un buñuelo en mi
rostro. Sonrío apretadamente.
—Marshall, éste es mi amigo, Kit.
—Hola hombre. —Marshall hace malabares con su bebida y plato para
saludar a Kit, luego empuja el buñuelo hacia mí de nuevo.
—Nop. No. Nada ha cambiado desde hace veinte segundos.
Kit mete sus manos en sus bolsillos y mira entre Marshall y yo. Tiene
una mirada graciosa en su rostro.
—Entonces… —dice.
—Ah, aquí vienen las chicas y Martin —lo interrumpo.
Nuestro grupo crece cuando se acercan Della, June y Martin. Della
está vestida en unos ridículos pantaloncillos cortos de piel y un top de piel
a juego. No estoy segura si es una artista erótica del trapecio, o una chica
desesperada porque todos la miren. Desearía estar vistiendo de beige. Está
brazo con brazo con June cuando se aproximan. Miro a Kit para ver si le
gusta ese tipo de atuendo, pero lo encuentro mirándome.
—Hola —dice Della—. Es bueno verlos aquí. —Es presentada con
Martin, me da un corto abrazo y se aferra a Kit.
Miro hacia otro lado.
—Entonces, ¿van a subirse a esta cosa? —pregunta Della, mirando
alrededor del grupo—. Porque definitivamente yo no.
—Realmente yo tampoco quiero —dice June—. Vayamos a la rueda de
la fortuna.
Della sonríe brillantemente hacia ella y asiente, luego saca su labio
inferior y mira hacia Kit.
—Ven con nosotras —dice ella.
—Preferiría subirme a este —dice él—. Vayan ustedes.
—Quiero que vengas con nosotras —insiste.
Puedo sentirla, la tensión.
De repente quiero un pedazo del buñuelo de Marshall. Le quito el plato
y empiezo a poner pedazos en mi boca.
—Pensé que no querías —se queja. Le devuelvo el plato y tomo su
refresco. Kit y Della están teniendo una discusión. Ella insistiendo que vaya
y él negándose a irse.
—Realmente se me antoja un kebab en este momento —digo—.
¿Alguien quiere venir conmigo por un kebab? —Miro a Martin, quien mira a
Marshall, quien mira a June.
—Eres la próxima en la línea —dice June—. No puedes irte ahora. —
Veo sus ojos moviéndose nerviosamente hacia Kit y Della.
—Vamos, June —dice Della, separándose de Kit y yéndose en
dirección a la rueda de la fortuna. June articula AYUDA hacia mí, y luego
se apresura tras ella.
—Iré con ellas —dice Marshall.
—¡Amigo! —Martin luce fuera de lugar. Mira a su amigo ir tras las
chicas y se gira hacia nosotros.
—Tiene que subirse en pares. —Mira hacia Kit cuando dice esto.
Eso no es cierto. Al Gravitron puedes subirte solo, pero Kit le sigue la
corriente.
—Sí —dice Kit—. Así que, ¿vas a subir solo?
Reprimo una risa, pero Martin no lo entiende. Cuadra sus ya
cuadrados hombros y mira hacia mi amigo, Kit.
—Helena vino a pasar el rato conmigo esta noche.
Me sacudo con sorpresa y hago una cara. Kit la ve y se ríe.
Estoy a punto de decirle a Martin que prácticamente vine porque me
rogaron, y que sólo porque vine no quería decir que tenía que estar pegada
a su lado, cuando repentinamente estamos al frente de la línea. Kit agarra
mi mano y me jala por las tres escaleras hacia la entrada del juego. Somos
arreados dentro del Gravitron, que huele como a palomitas y sudor y la
mezcla de metal y grasa. Es asqueroso y emocionante al mismo tiempo.
Miro hacia atrás y veo a Martin frunciéndonos el ceño. No supe que
estaba tan interesado en mí hasta ese momento. Es gracioso lo que la gente
no ve. Todavía estoy asimilando esa idea cuando de repente, literalmente no
puedo ver.
Nos tambaleamos hacia el frente, buscando la pared más cercana. Kit
nos encuentra un espacio en la parte de atrás y nos paramos con nuestras
espaldas hacia los costados acolchados del Gravitron, nunca dejando ir
nuestras manos. Ésta siempre ha sido mi atracción favorita, completamente
cerrado, con paneles acolchados delineando la pared interior. Los pasajeros
se apoyan contra esos paneles, que están inclinados hacia atrás. Mientras
la atracción rota, el pasajero está pegado al colchón detrás de él por la fuerza
centrífuga (Neil me dijo eso). Es una combinación de la rotación, la
inhabilidad de mover mis manos y piernas y la oscuridad, lo que me
emociona. Cierro mis ojos mientras la música empieza a sonar. Kit deja ir
mi mano y me obligo a mover mi cabeza hacia la izquierda para ver porqué.
Está usando sus manos para cubrir su rostro. Me rio, pero se diluye. Me
estiro para alcanzar su muñeca y alejar su mano; es una lucha y me estoy
moviendo en cámara lenta. Todo mi cuerpo se mueve hacia un lado y ahora
estoy viendo hacia Kit. No puedo dejar de reír. Kit echa un vistazo desde
detrás de sus dedos. Incluso en la oscuridad, mientras las luces
estroboscópicas destellan a través de su rostro, puedo ver que está un poco
verde.
—Podrías estar arriba de la rueda de la fortuna —grito. Kit se ríe y
luego se gira sobre su costado para estar de frente hacia mí. De repente
estamos separados por patéticos ocho centímetros. Realmente no puedo
irme a ningún lado dado porque el Gravitron está a mitad de su giro más
feroz. Es difícil moverse y repentinamente, también es difícil respirar.
Me alegra que esté oscuro y que Kit no tenga acceso a mi expresión.
Tiene un tipo diferente de acceso, y me encuentro fantaseando sobre un
beso. Es enfermo y nunca he hecho eso antes. Pero también nunca he estado
físicamente así de cerca a Kit Isley. Cierro mis ojos para eludirlo. Y entonces.
Y entonces siento su mano sobre mi rostro. El anhelo puede venir hacia una
persona en los momentos más inoportunos. Como cuando estás en una
atracción de feria y la gravedad te está manteniendo a raya, y el esposo de
tus sueños pone su cálida mano sobre tu mejilla, aun cuando representa
gran esfuerzo hacer eso.
No abriré mis ojos. No quiero ver lo que sucede en los suyos.
Jodidamente moriría si me viera como yo lo veo a él. Los mantengo cerrados
y siento una lágrima hacer su camino por la esquina de mi ojo. Baja por mi
mejilla y rueda hacia la mano de Kit. Y luego el viaje se termina. El giro se
detiene y se nos devuelve el control de nuestros brazos y piernas, cabeza y
manos. Que es por lo que estoy sorprendida cuando la mano de Kit no se
quita inmediatamente de mi rostro. Somos lanzados sobre nuestros pies
cuando la música termina, nuestros cuerpos todavía más cerca de lo que
deberían estar. Las puertas todavía no se han abierto, así que nos quedamos
así parados por un minuto; mi frente sobre su pecho, sus manos alrededor
de mis antebrazos. Es un momento suspendido, tanto inapropiado como
inocente al mismo tiempo. Me sujeto a él, lo huelo, deseo que sea mío. Y
entonces las puertas se abren, y corro hacia ellas.
omé una selfie. La nombré, La Búsqueda Muggle por Magia, y
entonces empaco un pequeño bolso para pasar la noche y
conduzco las cinco horas a la casa de mis padres. Mi madre no
me ha estado hablando. Quiere que perdone a Neil, lo que estaba bien. Hay
espacio en mi corazón para el perdón; no había espacio en mi vida para
alguien que constantemente lo necesita. Quiere planear una boda, y yo
había frustrado sus planes de tules, perlas, y degustación de pasteles. Mi
padre está trabajando en el jardín cuando me estaciono. Da vuelta su gorra
de los Yankees y viene a decirme hola.
—No sabíamos que venías, Hellion. Tu madre va a estar tan feliz de
verte.
—Tampoco yo lo sabía. Y no me mientas, Papi. Va a estar furiosa. —
Sonríe como si lo hubiera atrapado.
—Está en el mercado, así que esconde tu auto a la vuelta y
sorpréndela muy bien.
Asiento. Nada mejor que asustar a tu altiva y controladora madre. A
mi papá también le gusta torturarla; ha estado poniendo ideas en mi cabeza
desde que era pequeña. Mueve todas las pinturas de la casa a diferentes
habitaciones. Frota mantequilla en sus gafas de lectura. Envuelve papel
transparente de cocina alrededor de la tapa de la taza de baño.
Mi pobre madre (quien realmente se lo merece). Al menos sólo tiene
que preocuparse de las bromas de un hijo. Mi papá entra a hacerme un
sándwich de costilla con las sobras de su cena de la noche anterior.
—¿Viniste aquí a decirnos algo, Hellion?
—Sí. —Sorbo la limonada acida desde el jarrón que me ofrece. Dios lo
bendiga.
—¿Bueno o malo? —me pregunta. Mi papá no puede quedarse quieto.
Nunca ha sido bueno en ello. Lo veo moverse desde el lavavajilla, al
refrigerador, a la puerta trasera.
—¿Por qué no sólo me lo preguntas directamente? —le pregunto—.
¿Qué viniste a decirnos? —Imito su profunda voz. Niega.
—No sueno así. Pero, bien —dice—. ¿Qué has venido a decirnos?
—Me mudo.
—¿A dónde?
—En realidad no es asunto tuyo, Papá.
Viene a sentarse frente a mí.
—¿Esto es por Neil?
Estoy negando antes de que termine su oración.
—No, es por mí. Siempre he sido esa chica en quien puedes contar,
firme, predecible, voluminoso cabello castaño. Por eso le gustaba a Neil,
bueno, él quería que tiñera mi cabello rubio, pero las otras partes. ¿Y sabes
qué? Ni siquiera creo que esa fuera yo. Creo que era lo que todas esperaban
de mí, así que solo seguí la corriente.
—Así que, ¿me estás diciendo que dentro de ti hay una salvaje e
impredecible rubia?
—Quizás. Pero me gustaría tener la oportunidad de averiguarlo.
—¿Por qué no puedes averiguarlo aquí?
Pongo mi pálida mano sobre la morena y callosa de él.
—Porque no soy lo suficientemente valiente para cambiar con todos
mirándome. Quiero hacerlo sola. Quiero que sea real.
Se recuesta en su silla y entrecierra sus ojos. Creo que aprendió esa
mirada por ver tantas películas de Robert De Niro. Mi papá es un tipo
apuesto, su cabello es todo blanco, pero él lo luce. Tiene un tatuaje de un
flamenco en su antebrazo. Un reto de sus días en la universidad. Siempre
quise ser como él, pero mi personalidad está más inclinada hacía mi madre.
—Tu madre es altiva y controladora —dice—. Ahora, no me lo tomes
a mal. Esa es la razón por la que me enamoré de ella. Todo su metro
cincuenta, sin miedo a nada y siempre diciéndome qué hacer. Eso es
bastante sexy.
—Eww, papá.
—Lo siento. De cualquier manera, es natural. Las madres
controladoras usualmente producen una de dos cosas en sus hijos: rebeldía
o pasividad. En tu caso, la segunda. —Hunde su dedo en el jarro de miel
que está ubicado en el medio de la mesa y lo frota a lo largo de mi frente—.
Ve, niña —dice—. Ve en paz. No dejes que nadie te controle.
—Se supone que sea aceite —digo—. Se supone que untes mi frente
con aceite.
Puedo sentir la miel derramándose desde mi frente hacía el puente de
mi nariz, y luego cuelga como mucosidad desde la punta de mi nariz. La
lamo.
—Tu madre se acaba de estacionar en la entrada —dice—. Ve a
esconderte en la despensa y asústala. —Escucho sus neumáticos en la grava
y me paro.

Dos días después, dejo la casa de mis padres confiada como la mierda.
Incluso tenía un pequeño balanceo en mi paso que normalmente no estaba
allí debido a mi realmente mala postura. Mi madre estaba indecisa al
principio, pero después de una tarde de mal humor y bebiendo
melancólicamente Zinfandel7, decidió que los hombres en Florida no eran
adecuados para mi reservada y articulada personalidad. Los hombres en
Florida. Ese es el porqué estaba recibiendo su bendición para irme. La
familia es una cosa maravillosa, mayormente cuando no están protegiéndote
como la mierda. Llamó a un amigo, quien llamó a un amigo, quien tenía un
trabajo seguro para mí en menos de cinco horas.
—Dime —la escuché decir al teléfono—, ¿hay hombres guapos y
solteros trabajando allí?
Tenía una cita con Dean planeada una semana después de mi
mudanza.
—Dean —dijo mi madre, aplaudiendo—. Un nombre atractivo para un
hombre atractivo.
Mi papá negó desde detrás de sus hombros, sus ojos muy abiertos.

Antes de irme, mi papá y yo vaciamos su botella de Zin en el fregadero


y rellenamos la botella con un brebaje de salsa picante en el que habíamos
estado trabajando todo el día.
—No olvides grabar su reacción —le susurró al oído a mi papá cuando
lo beso para despedirme—. Se va divorciar de nosotros dos si no nos
detenemos.
Mi papá se carcajea.
—Tendrá que aprender a poner su propio combustible —deja salir.
—¡Nunca va a pasar! —Me despido con la mano.

7 Tipo de vino tinto del sur de California con sabor semidulce.


Dos menos, los dos más importantes. Ahora sólo tengo que decírselo
a Della y June. Gracias a Dios. Di la notificación de ocho semanas antes en
mi trabajo. No había estado allí el tiempo suficiente para que a alguien
realmente le importe que me voy. De cualquier manera, me hicieron una
fiesta y deletrearon mal mi nombre en el pastel. Esperé a decirle a Della a la
última.
—¿Qué diablos quieres decir con que estas mudando a Washington?
—dice—. ¿Cómo pudiste tomar una decisión así y nunca hablarme de ello?
—Me siento allí por un rato, pensando cómo responderle, pasando la punta
de mi dedo sobre los surcos que marcan el borde de la mesa. Estamos es
esa edad que se balancea entre la independencia y analizar con tus amigos
acerca de cada minúscula decisión que tomas. Nunca me gusto esa parte de
la adolescencia. Pero traté fuertemente de ir con la corriente. ¿Debo hacerme
flequillo, Della? ¿Quiero un auto plateado o dorado? ¿El vaquero deslavado
oscuro o el claro?
—Bueno, porque soy una adulta, y no necesito analizar con mis
amigos acerca de mis decisiones.
Estamos sentadas en la acera de un café en el centro de Ft.
Lauderdale. El mesero deja nuestra sangría y, sintiendo la tensión,
desaparece casi inmediatamente. Ella saca su teléfono para mensajear a Kit,
pulgares veloces y un mohín infantil.
—Oye —digo, tocando su mano—. Podemos visitarnos. Piensa cuán
divertido será eso.
Hay lágrimas en sus ojos cuando baja su celular a la mesa.
—No quiero estar aquí sin ti. —Un segundo después veo un mensaje
de Kit llegar—. ¿¡Qué!?
—Nah, estarás bien, Dells. Tienes a Kit, y tu nueva casa. Ustedes
quieren casarse… —Mi voz se corta en lo último. Tomo un sorbo de sangría.
La copa está húmeda.
Della solloza.
—Kit viene en camino —dice.
—Oh, no. Dells. ¿Por qué? ¡Esto se supone que sólo era para chicas!
Entro en pánico. Tomo más sorbos. Le señalo al mesero por otra.
—Bueno, todo cambió cuando anunciaste que te estabas mudando.
Mayormente hablamos poco. Me burlé de mí misma porque siempre
la hacía reír. Pero, hoy Della está centrada y nada puede distraerla.
—¿Quién me salvará de mi familia? —pregunta—. ¿Quién vendrá a
hacerme aperitivos?
—Kit —digo—. Es su trabajo ahora.
Kit llega, y el ánimo de nuestro almuerzo cambia. No alimenta la
depresión de Della, en su lugar, ilumina todo el restaurante con ingenio y
sus tirantes, los que usa porque tiene que irse directo al trabajo después de
esto. Estamos firmando los recibos, y cerrando nuestras billeteras cuando
se dirige a mí.
—¿Por qué?
—No tú también, sólo déjenme tranquila con ello —digo. Della solloza
y se marcha para ir al baño a llorar.
—¿Por qué? —vuelve a preguntar cuando ella se va.
Lo miro larga y duramente. No aparta la mirada.
—¿Por qué no? Soy joven, estoy aburrida, estoy herida. Parece
correcto.
—Estas huyendo —dice.
Me pregunto por qué me está mirando tan intensamente, y por qué
está apretando sus puños y por qué luce tan bien en tirantes.
—Deberías saberlo —respondo.
Su boca se tensa, pero yo lo lleve allí.
—¿A dónde te estás yendo?
Esta es la parte difícil. No le he dicho a nadie salvo mis padres a dónde
estoy yendo. Quiero mantenerlo de esa manera hasta que me mude.
Niego.
—Te estas yendo a Washington —dice.
Mi boca se tuerce. Mala, mala cara de póker. ¿Cómo diablos sabe eso?
—No.
—Sí, sí lo haces —sisea.
Miro sobre su hombro para comprobar a Della. Sigue secándose sus
lágrimas.
—No, me mudo a Dallas.
—Estás mintiendo. Hace calor allí y odias los vaqueros cortados y las
botas.
¿Cómo sabe eso?
—¿Te estás yendo a causa mía?
Ooof, ouch, el calor de su mirada está quemando.
Trato de lucir ofendida. Incluso ruedo mis ojos. No soy buena en rodar
los ojos, Neil solía decir que me hacían lucir flatulenta.
—Te dije por qué me estoy yendo —le digo, parándome. Toma mi mano
y es como el sueño. Tanto que la jalo de regreso de él y doy unos pasos hacia
atrás. ¿Dónde está la crayola? La veo, caída en el suelo debajo de la mesa.
Dios. ¿Es azul? Estás siendo estúpida, me digo. Este es un restaurante,
siempre hay crayones azules caídos en el suelo.
—No estás loca —dice—. Yo…
—Kit. —Lo interrumpo—. Della ya viene.

Della me llama más tarde esa noche.


—Mira, sé que hemos tenido nuestras diferencias últimamente, pero
aún eres mi mejor amiga y te amo. —Dejo salir un suspiro junto con la
culpa—. Haremos que esto funcione.
—Seguro, Dells. Claro que lo haremos.
—Tengo que tener a alguien a quien llamar para actualizarlo sobre mi
vida —dice.
—Claro que lo necesitas. —Sonrió contra el teléfono—. Esa persona
siempre he sido yo, ¿cierto?
uando la gente se decide determinadamente a hacer algo, se
vuelve muy difícil sentir algo más que determinación. Y así,
mientras abordo mi avión hacia Seattle, vistiendo una sudadera
de los Sounders8 que June me dio como regalo de despedida, no lloro, no
me preocupo y no tengo sentimientos de duda. Esto era lo que había decido
hacer, y eso era todo. Saqué mi corchó de vino de mi bolso y lo sostuve
apretadamente en mi puño mientras ocupaba mi asiento y miraba por la
ventana. La lluvia de Florida es fuerte e inclinada. Me pregunto si estará
lloviendo cuando llegue a Seattle, que he oído tiene más que una suave
niebla.
No pienso en Kit, quien está en una cita con el doctor con Della. No
pienso en Della, quien está en una cita con el doctor con Kit. Sólo pienso en
mi nueva aventura. De hecho, es la única aventura que he tomado alguna
vez, lo que lo hace más emocionante. Un inicio. Quiero ser gente mágica y
no un muggle. Saco mi desgastada y muy manoseada copia de El Cáliz de
Fuego. Es el mismo libro que he guardado en mi mesita de noche desde que
lo leí por primera vez hace seis años. Mi favorito de los siete. Lo traje para
leer en el avión, para darme valor. Para recordarme por qué estoy haciendo
esto. Es mi Felix Felicis.
—Harry Potter —dice una voz a mi izquierda—. ¿Has intentado leer la
Biblia?
Una mujer, a mitad de sus cuarenta, con juicio escrito por todo su
esquelético y polveado rostro. ¿Por qué los amantes de la Biblia siempre
tienen esa apariencia constipada en su rostro? ¡No sigas estereotipos,
Helena! Hago mi mejor esfuerzo para sonreír educadamente.
—¿Es ese el libro dónde esa señora se convierte en una estatua
después de mirar hacia una ciudad en llamas después que Dios le dijo que
no lo hiciera? —digo—. Y donde tres hombres insolentes son lanzados dentro
de un horno y no se queman. Oh, ¿y no hay una chica que alimenta y pone
a dormir al general de un ejército enemigo y luego usa un mazo para meter
una estaca de una tienda de campaña dentro de su cerebro? —Me mira
perplejamente.

8 Seattle Sounders: es un club de fútbol profesional.


—Pero eso es cierto. Y esto —dice, señalando hacia Harry—, es ficción.
Sin mencionar la adoración del diablo.
—Ujum, ujum. ¿Adoración del diablo? ¿Es como cuando los Israelitas
hicieron una vaca de oro dios y lo adoraron?
Está enfurecida.
—Amaría este libro —digo, empujando El Cáliz de Fuego hacia ella—.
Es clasificación para toda la familia comparada con la Biblia.
—Tú, jovencita, eres parte de una generación depravada y perdida.
Se levanta y la veo moverse hacia la parte del frente del avión donde
la azafata se encuentra con ella. Apunto mi popote hacia su espalda y
susurro:
—Avada Kedavra.
Ella no regresa y tengo suerte porque el asiento del medio permanece
vacío.
—Gracias Jesús; gracias, Harry —digo.

Hay montañas. Unas grandes y geniales que apuntan a través de las


nubes, con nieve en la punta que parece crema batida. Mi corazón. No está
lloviendo cuando mi avión aterriza en Sea-Tac. El cielo está tan claro que
presiono mi nariz contra la ventana y miro alrededor con incredulidad.
¡Mentirosos! ¿Dónde está la lluvia? No hay nadie para encontrarse conmigo
en el reclamo de equipaje; eso es lo que hace que todo se sienta doloroso.
No hay una madre que me abrace, ni un padre para poner mi equipaje en la
cajuela mientras hace chistes de cuán pesada es. Estoy sola en todas las
cosas, singular y asustada y emocionada.
Recupero mis bolsos y un taxi me lleva los veinticinco kilómetros
hasta Seattle propiamente. Puedo ver la ciudad elevándose en un desfile de
luces desde la carretera. Hay ciudades que te quitan el aliento por su
tamaño; algunas por el pulso de su rítmica cultura, pero Seattle te regresa
la respiración. Llena tus pulmones. Lo asimilo y siento que puedo respirar
por primera vez en mi vida. Dios mío, es como si hubiera estado buscando
este lugar todo el tiempo. Mi hotel es agradable; me aseguré de ello. Nunca
sabes qué tipo de asesino serial te encontrarás en un hotel de mala muerte.
Las cosas podrían ponerse duras en los siguientes meses, pero por las
próximas cuatro horas, hasta que mi departamento esté listo, soy una
turista.
Kit me envía mensajes con lugares para ir a ver. Es dulce, excepto
porque eso lo mantiene en mi mente todo el día, las notificaciones en mi
teléfono con su nombre destellando hacia mí. Primero exploro la ciudad, el
mercado de pescado, la Aguja y el Nordstrom que inició todo. Tengo un
calambre subiendo por una de las colinas empinadas y un vagabundo
vistiendo un mugriento gorrito rosa me ofrece un cigarrillo. Lo tomo, aunque
nunca antes he fumado un cigarrillo. No quiero ser grosera con mis
compañeros Washingtonianos.
—Es como tus jodidos calcetines —dice él, apuntando hacia mis pies
con su sucio dedo. No estoy vistiendo calcetines, entonces es súper genial
que los vea de todas formas.
—Gracias —digo—. Yo misma los tejí.
Asiente, mirando pensativo hacia mis pies.
—Oye, ¿tienes un par de dólares que me prestes? Es mi cumpleaños.
Busco en mi bolso y sacó cinco billetes de dólar.
—Oye, feliz cumpleaños —digo.
Luce confundido.
—No es mi cumpleaños.
—Por supuesto que no.
Se mueve para bajar la colina. Meto mi cigarrillo detrás de mi oreja,
sonriente ante su locura. Magia, te digo.
Kit me manda un mensaje:
K: ¿Qué haces?
Fumando un cigarrillo de cumpleaños con un amigo, le contesto.
K: ¿Chico o chica?
Hago una cara, y luego escribo: Chico.
No me envía nada por un rato, así que meto mi teléfono de vuelta en
mi bolso mientras busco una tienda de papel hasta que me doy cuenta cuán
ñoño es eso y me voy. Diez minutos después escucho un sonido que significa
que tengo un mensaje.
Me siento celoso… que estés ahí y yo no, envía.
Escribo una respuesta y luego la borro. Demasiada coqueta.
K: ¿Qué estabas escribiendo?
Me rio en voz alta.
H: Nada. Vete.
Me envía una carita triste.
Y luego…
K: ¿Y vas a ir a ver Port Townsend?
H: ¿Debería?
Me siento en un café para comer. De hecho, me siento en un café así
puedo enviarle mensajes a Kit. Realmente no tengo tanta hambre.
K: ¡SÍ! Tendrás que tomar un ferry.
Eso me asusta, envío de vuelta.
K: Es precisamente la razón por la que deberías hacerlo.
Tiene razón, ¿cierto? Es por eso que vine aquí, para matar las cosas
que me controlan.
H: Pensaré en ello.
Kit envía pulgares arriba.
K: También, por estar en mi estado #Jódete.
Muerdo mi labio por unos segundos antes de responder:
H: En una Range Rover en el ferry.
Le toma un minuto entenderlo. Responde con un emoticón de carita
sorprendida.
K: Las Range Rover no son muy espaciosas. Alguien va a resultar
herido.
No puedo más. Estoy tan sonrojada que apago mi teléfono y lo guardo
en mi bolso. No puedo creer que instigué eso. ¿Y por qué una Range Rover?
Dios, soy tan patética.
Aunque decidí ir a Port Townsend. Busco un lugar para rentar un
auto y tomo un taxi hacia allá. Tienen un Range Rover. Es bastante costosa,
pero aun así la alquilo. ¿Y por qué? ¿Todo por una conversación que tuve
con Kit sobre la que todavía estoy avergonzada? Tal vez es porque me retó a
no tener miedo. Checo mi salida en el hotel y cargo mis maletas en la
camioneta. Soy el último auto en ser cargado en el ferry y me asusta estar
así de cerca del agua. Eso me asusta. Salgo de la Rover y camino alrededor
hasta que estoy de pie con mi espalda contra la camioneta. El viento tiene
dedos fríos; me jala hacia el agua. Estoy temblando.
Escucho la voz aguda de una mujer gritar: “¡Aquí va el feeeeeerry!”
justo cuando somos empujados lejos del muelle. Estoy aterrorizada. Un auto
en un bote. Yo, en un auto, en un bote. La Rover podría simplemente rodar
hacia atrás y hundirse en el Sound, llevándome con ella. Imagino todas las
maneras en que este ferry podría matarme, pero me quedo donde estoy.
Todo porque estoy asustada y no quiero estarlo. Cuando se vuelve
demasiado, cierro mis ojos y dejo que el viento me toque. No es tan agresivo
como pensé. Tal vez no está tratando de empujarme hacia el agua; tal vez
está tratado de hacerme ver el agua.
Me muevo hacia adelante y miro hacia abajo. El ferry está escupiendo
un grueso flujo de estela. Se hace espuma y se bate. Es hermoso. Miro hacia
la ciudad de Edmons, la colina con las casas, algunos lo llaman un tazón.
Luce como un tazón de casas. Me gusta eso. Imagino una cuchara gigante
raspando todas las casas de la colina y hacia el Sound. ¿Es eso enfermo?
¿A quién le importa? Estoy bien; está bien. Para mí, este ferry es una
novedad, pero para la gente que vive aquí, es parte del paisaje, una forma
de vida. Quiero reunirme con ellos. Hay personas saliendo de sus autos y
subiendo por un tramo de escaleras. Decido seguirlos. Pero, antes de ir,
tomo una foto del costado de la Rover, delineada por el agua, y la publico en
Instagram: #Helenasuperasusmiedos.
Hay cuatro pisos en el ferry; dos son para autos, el tercero es un área
cerrada. Hay una pequeña cafetería con butacas; y después de eso hay
diferentes áreas para sentarse y observar el agua. El piso superior está
abierto y la gente más valiente está ahí arriba caminando y tomando
fotografías. Los niños se cuelgan del barandal y me pone enferma mirarlos.
Tomó un contenedor de papel con papas fritas de la cafetería y encuentro
un asiento cerca de una ventana. Las papas son épicamente deliciosas. Las
estoy humedeciendo en kétchup cuando me llega un mensaje de Kit.
K: #quesejodaelmiedo
Ahora estamos hablando con hashtags. Me gusta. No le contesto. Que
se joda el miedo y que se joda Kit y que se joda el amor. No necesito ninguna
de esa mierda muggle.
n mi sueño, Port Townsend era esmeralda brillante, un lugar
donde la naturaleza reinaba libre y fuertemente. Así era en la
vida real, también, pero no me había imaginado toda el agua. El
agua con las Cascadas cortaba en una sombra irregular detrás de ella. Fría
y azul agua, donde si la mirabas el tiempo suficiente, verías un sello romper
la superficie y luego sumergirse, su cuerpo un negro brillante. Todo tan
fresco, como una tarjeta postal. Llego en un día en el que alguien está
soplando burbujas gigantes por la calle principal.
—Esto no es real. ¿Es real? —me digo. Está bien hablar contigo mismo
aquí; vi a alguien más haciéndolo.
Los escaparates de las tiendas están decorados para el otoño. Están
perfectamente organizados; calabazas regordetas apiladas junto a los
espantapájaros de mejillas sonrosadas. El aire ya huele a nuez moscada y
hojas trituradas. La dueña de una tienda está colgando bufandas en un
estante en la acera. Me sonríe, su largo cabello gris captura en la brisa.
—Te ves nueva.
—Estoy de visita —le digo—. Me gusta aquí.
—A aquí le encantas tú —me dice—. El amor mutuo es una cosa
mágica.
Le compro una bufanda porque es una excelente vendedora, y durante
cinco minutos no pensé a la mierda el amor. Me entero de que su nombre es
Phyllis, y es lesbiana. Lo sé porque mientras embolsa mi bufanda, dice:
—Mi compañera ama esta bufanda. Dice que parece pavimento
mojado.
—¿Tu compañera de trabajo? —miro alrededor buscando a otra
persona.
—Mi compañera de vida. —Señala la foto detrás de la caja registradora
de una mujer con cabello rojo ondulado.
—¿Cómo se llama? —pregunto. Phyllis ríe.
—Ginger —dice. Me pasa la bolsa y siento que he hecho una amiga.
Dos amigas: Phyllis y Ginger. Pero así es Port Townsend. Salgo de la tienda
y encuentro una banca desde la que puedo observar.
Las personas están pintadas en expresión y arte. Tatuajes, hippies
con cabello largo, punkies sin cabello, ancianos y jóvenes, los niños que te
dicen hola a medida que pasan por ahí. Nadie está vigilado, o hastiado, o
cansado. Es todo brujería. Lo he encontrado, el lugar de los no muggles. Lo
abierto que es Kit no es tan extraño cuando conoces gente como Phyllis.
Siento la luz al caminar por la calle, maravillada, esperando que mi
camioneta no fuese remolcada lejos de donde lo había estacionado cerca de
una antigua fábrica de conservas de pescado que se encuentra en el agua.
¿Cómo iba a dejar este lugar por la bochornosa y plana Florida? Greer debe
tener largo alcance. Eso me asusta.
Siento que entiendo menos a Kit ahora que he venido aquí. Tal vez he
subestimado a Greer. Ahora, todo lo que quiero hacer es encontrarla. Mi
imagen mental de ella es de una chica con el cabello liso y castaño, recogido
en una coleta baja. Ella usa camisetas de campamento de sus días de
consejera, y tiene los ojos azules brillantes. Eso es lo que más amaba Kit de
ella: sus ojos. Estaban llenos de honestidad. Imagino que es por lo que
gravitó a Della, porque ella es el polo opuesto de Greer. Este es un pueblo
hippie, por lo que probablemente lleva sandalias Birkenstock y lleva una
mochila tejida. Cuando sea más grande se verá como Phyllis y trenzará flores
en su vello púbico. Me pregunto si ha seguido adelante desde Kit. Si compró
una casa con alguien... si tuvo un bebé. Necesito saber, necesito saber,
necesito saber.
Almuerzo en un pequeño lugar que sólo sirve sopa. Escucho el tintineo
de las cucharas contra la porcelana y creo que suena más musical de lo que
lo haría en cualquier otro lugar. Pago mi factura, y miro a los ojos cuando
me desean el mejor de los días. Estoy teniendo el mejor día, muchas gracias.
Doy un largo paseo junto al agua, tomo algunas fotos de un hermoso barco
antiguo, llamado La Belle, y las subo a Instagram. Kit le da me gusta de
inmediato.
Me envía un texto que dice: ¡Conozco a la dueña de ese bote!
Hay dos hoteles en la ciudad, y ambos dicen estar atrapados. Me
registro en el Hotel Palace y de repente me siento increíblemente sola. Es
todo diversión y juegos hasta que te das cuenta de que ya no tienes un
hogar, y Phyllis probablemente no es tu verdadera amiga. Esto tiene que ser
la cosa más tonta que he hecho nunca. Me quedo boca abajo en la cama y
finjo llorar en el edredón. No tengo lágrimas de verdad; estoy en modo de
supervivencia. El edredón tiene un fuerte olor a mantequilla de maní, y eso
me asusta. ¿Qué estoy haciendo aquí realmente? ¿Estoy aquí por Kit? Más
o menos. Puede que realmente esté aquí por Greer. He visto una de las
chicas con las que Kit eligió estar; la conozco tan bien que puedo leer su
mente. No hay nada tan terriblemente profundo o fascinante sobre su ser
gris. Por lo tanto, ahora tengo que ver a la otra mujer. La que lo comenzó
todo. Necesito hacer una comparación y saber por qué eligió a Della. ¿Y todo
para qué? ¿Para entender por qué el hombre de mis sueños es tan diferente
del hombre de la vida real? ¿Por qué el Kit soñado me elegiría sobre Della y
esta persona Greer?
Espera. ¿Tengo una personalidad obsesiva? Me obsesiono sobre esto
durante un rato, antes de cambiar a algo más cálido y salir a cenar. Tomo
fotos porque quiero recordar este lugar y todas las cosas que me hizo sentir.
¿Cómo se siente?, me pregunto. Como aire frío en los pulmones después de
demasiado aire caliente. Tal vez así es como se siente cuando encuentras tu
lugar en el mundo.
oy a la biblioteca primero, y, mientras subo las escaleras, me
aseguro a mí misma que estoy aquí debido a mi profundo e
inquebrantable amor por los libros. Necesito olerlos, tocarlos, y
estar cerca de ellos. ¡Libros, hermosos libros! En realidad, estoy aquí para
buscar a Greer. ¿Tengo una obsesión por ver a la chica que Kit amó?
Absolutamente no. Simplemente estoy curiosa. Ligeramente. Esa siempre
ha sido mi naturaleza, y mi profesora de tercer grado, la señora Habershield,
me dijo que la curiosidad era algo hermoso. Le pregunto a la bibliotecaria
dónde puedo encontrar los anuarios del condado, y luego me dirijo a un
rincón polvoriento y olvidado de la biblioteca.
Kit es tres años mayor que Della. Encuentro el anuario correcto y voy
al índice. Kit Isley está enumerado en las páginas 20, 117, 340, 345 y 410.
Popular. Yo estaba sólo en una página de mi anuario de último año. Si ellos
eran novios de secundaria, Greer estará en algunas de las fotografías con él.
Mi predicción es correcta. Greer Warren se encuentra de pie junto a Kit Isley
en el baile de graduación, usando un vestido amatista. Ella lleva un
horroroso aparato de ortodoncia, sonriendo ampliamente y aun así es
bastante bonita. Tiene una mecha color púrpura en su cabello marrón, y Kit
le ha dado un ramillete de claveles púrpuras, el cual sobresale en un estilo
florido de su muñeca.
Presumo que el púrpura es su color favorito, y cuando encuentro más
fotos de ella en la página 45, 173 y 211, descubro que estaba en el equipo
del anuario, jugaba voleibol, y comenzó un programa en su tercer año para
donar un fin de semana al mes al hermano mayor de los niños del interior
de la ciudad de Seattle. Fue votada la Más Amable, la Más Proclive a Crear
una Organización Benéfica, y ganó la Mejor Pareja junto con Kit. Saco la
lengua. En general, la Greer Warren de la escuela secundaria era una chica
amable, deportista y humanitaria con un novio súper sexy.
Persisto más tiempo en Kit. Él sonreía más en ese entonces, vestido
en lo que sería considerado una vestimenta de chico patinador, y en su
mayoría, mantenía su cabello corto. Prefiero sus camisas de franela y sus
vaqueros rasgados, el cabello más largo y el rostro desaliñado. Cierro el libro
y lo coloco de nuevo en el estante. Quiero conservarlo, pero no tengo una
tarjeta de la biblioteca, y robar está mal.
Bueno, ahí lo tienes. Obtuve aquello por lo que vine aquí. Sacudo
migajas imaginarias de mis pantalones, y trato de averiguar qué hacer a
continuación. Tengo que volver a Seattle, comprar un auto, pagar el depósito
de mi apartamento en el centro, y firmar el contrato de arrendamiento.
Ocupado, ocupado. Mi pequeño viaje a Port Townsend ha llegado a un final
interesante. Mañana, le diré adiós al pequeño Port Townsend y regresaré a
donde viven los muggles.

La mañana llega, y en lugar de subirme a mi auto rentado y conducir


hasta el ferry, camino una vez más por Main Street. Giro a la derecha en
dirección al agua. Camino hacia un hermoso edificio antiguo de ladrillo con
puertas color aguamarina. Esta era la fábrica de almejas enlatadas que
alguien mencionó. Alguien la compró hace un par de años y vivía en el piso
superior. El muelle rodeando la fábrica de enlatados está abierto al público.
Unas cuantas parejas están de espaldas al agua tomándose selfies y
besándose. Espero hasta que se han ido para aventurarme más cerca del
agua, con mis ojos buscando los cuerpos brillantes de las focas. Es
impresionante, este lugar. Desesperadamente quiero quedarme aquí. Así
que, ¿por qué no me quedo?, me pregunta una voz en mi cabeza. No es mi
voz. Es la insensata voz del sueño que me dijo que tomara clases de arte, y
clases de cerámica, y que me mudara a Washington. Le digo a la voz que se
calle (la he escuchado demasiado últimamente) luego camino de regreso
hacia mi hotel. Me iré mañana en la mañana. Brillante y temprano. Cruzo
la calle y me giro para mirar la fábrica de enlatados por última vez. Es
entonces cuando la puerta se abre.

Ella no se parece en nada a sus fotografías en el anuario. Sólo la


reconozco por la estructura única de su rostro. Pómulos altos y labios
gruesos. Lleva un sencillo vestido color lavanda. En cualquier otra persona
se vería como un saco. Para usar algo tan simple, tenías que ser
impresionante. Dios, Kit. En serio, quiero golpearme la frente en su nombre.
Ella tiene un rastro de flores de lavanda tatuadas por la cara externa de su
muslo. La Greer de mi mente se desintegra, en una pila de campos de
camisetas, dejando atrás esta belleza delgada, de pechos erguidos, cabello
plateado y brillantes labios de fresa. Su brazo derecho está tatuado desde la
muñeca hasta el hombro, con lo que parecen vides y lilas. Ella es como un
lienzo de arte costoso.
La Greer de Kit puede hacer homosexuales a las chicas
heterosexuales. Lo sé porque lo considero. Observo mientras abre la tapa
del contenedor gigante de basura detrás del edificio y lanza su bolsa de
basura dentro. Se detiene en el camino de regreso a la fábrica de enlatados
para agacharse y hablar con un niño pequeño en pantalones cortos de color
rojo quien está caminando con su madre, luego sostiene abierta una puerta
para una anciana tratando de hacer entrar su andador en la estrecha
entrada de una tienda de regalos. Y, finalmente, para rematar toda su
diversión, hermosamente amable, choca los cinco con un vagabundo que
parece genuinamente feliz de verla. Cuando al final desaparece de nuevo en
la fábrica de enlatados, tengo hambre de KFC.
Vago dentro de una galería de arte. Nunca he visto el arte como algo
que hagas los fines de semana. Algo que haces aparte de los créditos extra
curriculares. El olor de la pintura me atrae a través de la puerta. Es el olor
de mis noches robadas en la clase de pintura. Son acrílicos sobre tela;
Neptune me enseñó eso. El artista es el mismo para la mayor parte de la
galería, local, supongo. Las pinturas son de agua. Pero, no de la forma en
que el agua es generalmente pintada, con terreno colocado alrededor de
ésta. Sólo hay agua, como vista desde arriba. Hay ondas, a veces
perturbadas únicamente por una hoja o una pluma. La mayoría es sólo
agua.
No sé si puedo decir que estas pinturas me hacen sentir cosas que
son buenas. Pero tal vez el arte no se supone que te haga sentir bien, sino
simplemente hacerte sentir. ¿Eso cura la insensibilidad? No lo sé. Una
mujer me recibe; ella es delgada y alta, su cabello está recogido en un moño
en la parte superior de su cabeza. Le digo que acabo de mudarme aquí y que
deambulo. Ella es distante pero amigable. Pregunta qué hacía antes de
venir, y si necesito un trabajo. Pienso en el trabajo de contabilidad que mi
madre preparó para mí en Seattle, y automáticamente digo que sí. No quiero
regresar a Seattle. Quiero quedarme aquí. El nombre de la mujer es Eldine,
y es la propietaria de la galería de arte, la cual cuenta con el trabajo de
artistas locales.
—La gente viene de todas partes de América para comprar su trabajo
—dice, señalando hacia las pinturas de agua.
—¿Cuál es su nombre? —pregunto.
De repente me sale lo psíquica. Sé lo que está a punto de decir antes
de que lo diga.
—Greer Warren. Vive en la vieja fábrica de enlatados a lo largo de la
línea costera.
Siento mi cabeza dar vueltas. Esto sigue poniéndose cada vez mejor.
No puedo llamar a esto destino porque yo vine aquí buscando, pero aun así
es extraño cómo las cosas se están manifestando. Miro hacia atrás, hacia
las pinturas de Greer y me pregunto si son sobre Kit. Las ondas que causó
en sus vidas. Los efectos de sus decisiones. Kit, el escritor, estaba
comprometido con Greer, la pintora. Qué perfecto. Qué hermoso. Puedo
imaginarlo viviendo su vida en la fábrica de enlatados, lleno de arte y
felicidad, y mentiras. Ellos tendrían un tarro de caramelos llenos de Kit Kats,
y él trazaría las lilas del muslo de ella con su lengua manchada de Kit Kat.
Esta es exactamente la razón por la que Kit luce extraño en Florida.
Él era de un lugar donde las burbujas gigantes caían por Main Street, y los
artistas vivían en viejas fábricas de enlatados. La magia de esta ciudad se
aferró a él.
—Algunos de nosotros, dueños de negocios alrededor de la ciudad,
podríamos requerir ayuda con nuestros libros de contabilidad —me dice
ella—. ¿Contabilidad a medio tiempo?
—Claro —digo. ¿Qué estás haciendo? ¿Qué estás haciendo?
—Puedes trabajar algunas horas aquí en la galería, si quieres. Podría
utilizar la ayuda.
Y así entro vagando en la galería, perdida, y la dejo encontrada. Tengo
un trabajo en esta pequeña ciudad mágica. Llego para quedarme. Me
detengo afuera de la fábrica de enlatados y levanto la mirada hacia sus altas
ventanas. En algún lugar detrás de los cristales de botellas de Coca Cola
está un duendecillo de cabello ceniza que amó Kit. Quiero conocerla. ¿Eso
está mal? Hay tantas cosas malas sobre mí.
Si sólo Della pudiera ver a su predecesora. Enloquecería y le
preguntaría a Kit un centenar de veces si pensaba que ella era más bonita
que Greer. Kit tendría que mentir. Della siempre ha sido incomparable en
su belleza, pero Greer ni siquiera es humana; ella es etérea. Le doy la
espalda a la fábrica de enlatados y camino de regreso por Main Street, el
aire azotando mi falda alrededor de mis piernas. Estoy de alguna manera
tan por encima de mi cabeza. No estoy tan segura de que el Sombrero
Seleccionador me pondría más en Ravenclaw. Soy Slytherin. Me tomo una
selfie, con Port Townsend bosquejado detrás de mí. La llamo, loca.
uando consiguen un lugar de residencia, la mayoría de la gente
va a Craigslist. Craigslist me parece espeluznante. ¿Quién es
Craig? ¿Por qué se hace una lista? Prefiero el periódico o tableros
de la comunidad. Encuentro la tienda de víveres más cercana y echo un
vistazo a su tablero. Dos entusiastas adolescentes han hecho volantes de
niñera. ¡Confiable! ¡Divertido! ¡De confianza! Cada palabra está escrita en un
pompón, cada letra en un marcador de color diferente. Respeto sus anuncios
hechos a mano. A las niñeras que confían en la computadora para todo, no
se les debe confiar. Todos los niños que he tenido pueden decir eso. Levanto
la esquina de su papel para estudiar lo que hay debajo. Hay un chico en
busca de una compañera de piso. Chico limpio buscando por una compañera
de piso a la que le guste lavar los platos. Sin mascotas. Para mí esto dice:
Varón necesitado e incompetente con problemas de control. Buscando una
esposa.
—Ew, amigo —digo. Lo paso y encuentro otro fijado en la esquina
superior izquierda. Está enterrado debajo de un volante de una venta de
garaje de la comunidad, impreso en papel de color lila. Quito el pin que lo
sostiene al tablero para poder leerlo.
¡Me gusta dar largos paseos por la playa, pero no contigo!
Buscando una compañera de piso MUJER independiente para
compartir mi espacio.
No quiero una hermana. No quiero una amiga. Solo una compañera de
piso.
Me rio cuando lo leo. Lo único que ha dado es una dirección de correo
electrónico. Debería ponerlo de vuelta, pero en cambio, doblo el papel en un
cuadrado pequeño y lo meto en mi bolsillo trasero, mirando a su alrededor
para asegurarme que nadie me ha visto. Que se jodan, necesito un lugar
para vivir. Le doy a toda la tienda de víveres una sucia mirada, luego me
alejo... y camino hacia una pared. Es una cosa hermosa para ser humillada.
Su dirección de correo electrónico es Gswizzle@gmail.com. Dice que
nos podemos conocer en una tienda de té en la Calle Principal. ¿Cómo sabré
que eres tú? Envío de vuelta. Esto es espeluznante; podría ser un él. Tal vez
debería haber confiado en Craig y su lista.
Lo sabrás, responde. No confiar en perras así de fácil, pero ¿qué otra
opción tengo? Llego a la cafetería una hora antes para examinar el lugar.
Me doy cuenta que viro hacia lo dramático, pero este lugar es quizás un poco
demasiado perfecto. Pido un bollo y me entregan un pegote de crema y
mermelada. Demasiado perfecto. Lo tomo, frunciendo el ceño y encuentro
un asiento para esperar por mi té. El té viene en una delicada taza de vidrio,
demasiado perfecta. Tomo un sorbo con recelo por la esquina de mi boca,
lamiendo la crema de mis labios. Me giró hacia Port Townsend. Desconfiada
y amargada. Y entonces entra. Ella. El hada púrpura, con su exuberante
cabello plateado recogido en una cola de caballo. ¡Diablos no!
Greer hace juego con su volante. Lo saco de mi bolsillo y lo aliso sobre
la mesa mientras mira alrededor de la sala de té, sonriendo hacia los que
conoce, en busca de... mí. Levanto el volante como una idiota. Sus ojos se
iluminan cuando me ve, y ondea ambas manos. Quiero que se tropiece con
la pata de una silla o algo, pero es elegante y se desliza a través de los
pequeños espacios como una pequeña atrevida y descarada.
—¿Helena? —pregunta. Me pongo de pie y me abraza, lanza sus
brazos alrededor de mi cuello como si fuéramos viejas amigas. Trato de
tensarme y apartarme, pero soy débil y realmente necesito un abrazo.
Además, huele a especias: nuez moscada y canela y clavo de olor—. Que
valiente —dice, todavía aferrándose a mí—. Para moverte todo este camino
sola.
No me siento valiente. Casi no atino a mi silla cuando me vuelvo a
sentar, pero Greer parece no darse cuenta.
—Solo he vivido aquí siempre —dice ella—. Soy demasiado cobarde
para irme.
OhDiosmíoohDiosmíoohDiosmío. Ella me gusta. Sonrío débilmente y
levantó mi té, que se ha enfriado. Tiene flores pintadas sobre toda su piel y
se ha teñido su cabello de gris y todavía está hablando sobre ser cobarde y
cuán valiente soy yo.
Hola, soy perra color beige, quiero decir.
—Háblame de ti —dice finalmente, inclinándose hacia adelante. Tiene
los ojos grises. Combinan con su cabello y agregan un aspecto general
bastante etéreo. Es muy intimidante sentarse frente a un hada de la vida
real y saber que no tienes nada interesante que contarle sobre tu vida.
Bueno... tal vez algo un poco más interesante, como, mi mejor amiga sale
con tu ex-prometido.
—Yo... solo quiero... encontrarme a mí misma. —Es una cosa
terriblemente cursi de decir, pero Greer asiente, como si la búsqueda de uno
mismo sea algo que debe ser tomado en serio, en lugar de las palabras
pronunciadas por una niña perdida.
—Ha venido al lugar correcto —me dice—. No solo de Port Townsend,
sino de Washington. Es el país de Dios. Algo sobre este lugar cura a la gente.
—Detecto esperanza en sus palabras. No hay nada acerca de mí sobre estar
rota o ser menospreciada. No soy la heroína desafortunada en una novela
romántica. Mis padres no están divorciados y mi corazón nunca se ha roto
verdaderamente. Soy una chica demasiado simple que tiene una comezón.
No le digo a Greer que mi comezón viene de un sueño sobre su guapo ex-
prometido, tampoco le digo que en mi mente la línea entre Harry Potter y la
vida real es borrosa, si no inexistente. Froto el borde de mi top beige entre
los dedos y escuchar la charla de Greer en su lírica voz acerca de todas las
joyas ocultas de Port Townsend: el cine, construido en 1907, que tenía una
vieja máquina de hacer palomitas y solo mostraba tres películas a la vez. Me
habló sobre el viejo señor Rugamiester, quien iba a una película cada sábado
y se sentaba en el mismo asiento, en el mismo teatro, llevando la misma
chaqueta deportiva de pana azul marino—. No le importa lo que se está
proyectando en el teatro número tres o cuántas veces lo ha visto. Está allí
para el espectáculo de las tres en punto con su bolsa de palomitas de maíz.
—Pero tiene que haber una razón. —Me inclino hacia delante a pesar
de mí misma, atraída por el viejo señor Rugamiester y su bolsa de palomitas.
Los ojos de Greer nunca dejan mi rostro; se ríe de mi reacción, sus rodillas
encogidas debajo de ella, una taza de té en su mano. Se siente como viejas
amigas teniendo un almuerzo.
—No siempre —dice. Se estira y su delgada mano blanca cubre la mía,
solo por un momento—. No siempre —me asegura. Y entonces su mano se
ha ido. Reflexiono sobre sus palabras, preguntándome si tiene razón. Creo
en las matemáticas y creo en las respuestas y creo que, si sigues mirando,
encontrarás una. Tal vez fue sólo un sueño. Fue solo un sueño. Pero esto es
real y aquí estoy ahora. Hay una única sensación de mujer blanca en este
momento. Ciertamente soy una desgraciada, porque sé quién es esta mujer,
pero ella no sabe quién soy.
—Greer —digo, una vez que la charla sobre el señor Rugamiester ha
terminado—. Creo que conozco a alguien que puedes conocer. No estoy
segura de si eres la misma persona, pero dice que solo hay una Greer en
Port Townsend.
Greer acomoda su taza de té sobre la mesa y desdobla sus piernas
para poderse inclinar hacia mí con sus codos apoyados sobre sus rodillas.
No puedo mirarla cuando lo digo. Me temo que va a pensar que
orquesté todo esto.
—Kit Isley —digo—. ¿Lo conoces?
Su cara no delata nada más que felicidad. Asiente y sonríe y pregunta
cómo es que conozco a Kit.
—Está saliendo con mi amiga —le digo—. No lo conozco muy bien; no
habían estado saliendo durante demasiado tiempo antes de irme.
—¿Cómo está Kit? —pregunta—. Solo se levantó y nos dejó por la
soleada Florida.
—Parece estar bien. Viste un montón de franela —espeto. Greer se ríe.
—Bueno, Helena. Me encantaría tenerte, si todavía quieres la
habitación.
Estoy un poco sorprendida. Pasamos más allá del hecho que conozco
a su ex-prometido como si no fuera gran cosa. No me pregunta más allá
sobre el asunto. Intercambiamos números de teléfono celular y Greer me
entrega una carpeta que tiene toda la información acerca de las conservas,
las reglas y un contrato de arrendamiento para firmar y regresárselo. Dice
que, dado que como que nos conocemos, no exigirá depósito. Cuando nos
separamos en el exterior de la tienda de té, me abraza, y mi rostro se pierde
en su cabello color plata.
—Hasta mañana —dice y luego agrega—, compañera de piso.
Ni siquiera he visto el lugar, pero estoy tan feliz. No hice lo que se
esperaba, la cosa de Helena. Me desvié y tomé mi propio camino. Esta es un
gran asunto viejo. Estoy aprendiendo magia.
l histórico edificio Clam Cannery en la calle Quincy frente al mar,
es de 1.900 metros cuadrados de dos pisos, que data desde
1873. Greer me está esperando fuera cuando me detengo en mi
auto rentado.
—Guau, bonito auto —dice ella. Me sonrojo.
—Es sólo rentado. No es muy grande por dentro. La verdad necesito
regresarlo a Seattle y comprarme un auto.
—No necesitas un auto aquí —dice—. Siempre puedes usar el mío.
—Gracias.
La generosidad me hace sentir incómoda. Soy normalmente la que se
está escapando. La sigo dentro y toma un minuto para que mis ojos se
ajusten.
—Cielos —digo.
Greer esconde su cabeza de nuevo, de alguna forma apenada. Hay
mucho espacio, vigas expuestas y piso de concreto. ¿Soy sólo yo, o huele
como a agua salada aquí dentro?
—No hago mucho con esta parte. Estaba pensando en abrirla a la
comunidad. Dejar que la usen para reuniones y cosas. —La sigo escaleras
arriba, a la sala de estar. Para mi alivio, se ve que es más acogedor allí. Una
pequeña cocina con tres taburetes de bar verdes descansan en la tenue luz.
Ella es adicta a las velas y al color purpura, y las velas que son de color
purpura. No es como si fuera una nueva observación. Miro sus tatuajes y
retiro la mirada cuando ella regresa su rostro hacia mí.
—La cocina y la sala —dice—. Lo sé, lo sé. Simplemente amo el color.
La cocina/comedor lleva a un pasillo con dos habitaciones. Greer abre
la puerta de la izquierda y yo suprimo una sonrisa cuando veo las largas
ventanas y la luz del cielo.
—Vaya —digo, entrando—. Esto es de ensueño.
—Es todo tuyo. —Greer sonríe. Hay una cama y dos mesas de noche.
Voy a sacar toda la mierda de las mesas de noche: papeles, goma, pasadores.
Cuando giro veo un gran ropero de roble y la puerta a mi baño.
—El armario está en el baño —me dice—. Estoy en la siguiente puerta.
Por favor, no me saludes en la mañana.
No puedo imaginármela siendo menos alegre y amistosa, pero está
bien.
No me muestra su dormitorio. ¿Es púrpura? ¿O rompe todas las reglas
y es azul? ¿Hay posters gigantes de Kit, u osos de peluche gigantes? Me guía
a la habitación de lectura, que sorprendentemente está llena de utensilios
de pintura.
—¿Por qué no se llama el cuarto de pintura? —pregunto.
Greer se ve confundida.
—No lo sé. —No hay mucho de qué hablar después de eso porque sus
pinturas son hermosas. Verdaderamente no es justo ser tan hermosa como
Greer y también tener tanto talento. Me pierdo en toda el agua, las
ondulaciones. Hay tantos patrones y variaciones. Algunas de las pinturas
tienen agua más transparente que otras. Puedes ver la suave superficie de
las blancas rocas debajo de la superficie, o un pequeño pececillo.
—Guau, Greer. Hay tanto significado oculto en esto. Son hermosas.
—Agacha su cabeza, tímidamente. Me gusta eso de ella. Los artistas
humildes siempre me impresionan genuinamente. En realidad se ve
incómoda, así que pido ver el resto.
Cuando termina de darme el tour, me ayuda a llevar mis maletas
adentro, y le escribo un cheque.

—¿Por qué pintas ondulaciones? —Está en camino al refrigerador.


Sus pasos fallan. Es ligero, pero pesado.
Su espalda está hacia mí cuando me responde, no la conozco bien
para escuchar un cambio en su voz.
—Causa y efecto —dice. Cuando se gira tiene una botella de agua en
la mano. La destapa y toma un sorbo—. Pensamos que podemos controlar
nuestras vidas, pero nuestras vidas nos controlan. Y todo lo que toca
nuestras vidas nos controla. Las personas tienen menos poder del que creen
que tienen. Son sólo las reacciones las que controlamos.
Lo dice con tal convicción. Le creo parcialmente.
—¿Así que sólo estamos sentados esperando a que las cosas causen
ondulaciones? —pregunto.
¿Qué causó que tuviera ese sueño? Ciertamente no fui yo. Aun así,
ese sueño onduló mí vida. Causó que lo cambiara todo.
—Eso creo —dice.
—Pero tenemos el poder de escoger la reacción. Eso significa algo. —
Me estoy sintiendo molesta, y no sé por qué.
Greer se encoge de hombros.
—¿Lo hace? ¿O son las experiencias pasadas controlando nuestras
acciones? Da miedo, lo sé.
—Me gustan las matemáticas —suelto.
Greer se ríe.
—No me gusta pensar que no tengo elección —digo—. Puede que sea
verdad, pero me asusta.
—Por eso hacemos arte, Helena —dice Greer—. El arte es la guerra
contra lo que no deseamos sentir. Es la batalla del color, palabras, sonidos
y forma, es la rabia o la contraria del amor.
Dios, Kit, eres tan jodidamente idiota. ¿Della?
Quiero que Greer me diga todas las cosas. Al igual que necesito saber
quién soy, y por qué no soy buena pintando. Y me gustaría saber el
significado de la vida, porque creo que ella tiene la respuesta.
Me pregunta si tengo hambre, y yo miento y digo que sí, a pesar de
que acabo de comer. La veo hacer panini en una lujosa plancha. Aprieta
naranjas con la mano y me entrega una taza de jugo. Está jugoso y con
pulpa. Nadie ha apretado naranjas para mí antes, excepto quizás el chico
de Jugos Jamba.
Aprendí de Greer en esos dos minutos más de lo que he aprendido en
toda la historia.
—Me gustaría que me enseñaras todo lo que conoces de la vida —
digo—. ¿Estás dispuesta a hacer esto?
Se gira y tira una naranja hacia mí. Me golpea en la frente.
—No sé nada de la vida. —Se ríe.
—Está bien, pero estoy tratado de encontrarme a mí misma.
Greer sonríe.
—Eso, querida, es la cosa más temible que alguna vez vayas a hacer.
—¿Por qué?
—Porque quizás no te guste lo que vayas a encontrar.
ntro con mi pequeña colección de pertenencias: en su mayoría
ropa, zapatos, y fotos. Mi habitación tiene una vista del agua, y
por las primeras seis semanas, me despierto cada mañana
asustada de que esta nueva vida me será arrebatada como la otra de la que
me enamoré. Tengo pesadillas con tener que salir de Port Townsend y la
fábrica de conservas. Cada sueño termina con el Range Rover hundiéndose
en el agua detrás del ferry. Durante el día trabajo en la galería, ayudando a
Eldine con los libros, las ventas, y las piezas enviadas a los clientes de otros
estados y países. Me gusta; es un trabajo pacífico y Eldine se contenía.
Algunos días Greer se reúne conmigo para el almuerzo, y otros días
llevo mi sándwich al puerto donde paseo leyendo los nombres de los botes
hasta que es hora de volver. Por las noches, trabajo en mi arte, todo ello es
terrible. No puedes forzarlo, me dice Greer cuando lanzo un pincel a través
de la habitación. No soy muy buena en nada, pero quiero serlo. Eso es
suficiente para mantener mis manos y mente moviéndose entre pinturas,
arcillas, y palabras. Lo que me niego a hacer es todo lo que hacía antes.
Se necesita disciplina para lograr esto, ya que los seres humanos son
adictos a lo familiar. No como mi cereal habitual; no bebo un café de soja
latte con Splenda. No veo reality shows o leo novelas románticas para llenar
mi vida con todas las cosas que me faltan. No le mando mensajes a Kit.
Excepto esa vez. Pero generalmente no le mando mensajes a Kit. Y entonces
un día él me envía uno, después del tramo más largo que nos hemos pasado
sin hablar. Estoy tomando un paseo por el muelle, tomando fotografías de
los botes, cuando su nombre aparece en mi pantalla. Estoy nerviosa por
abrir el mensaje. Absurdo. O tal vez no, ya que no quiero que sepa que estoy
viviendo en la fábrica con Greer.
K: No puedes simplemente mudarte a mi casa y ya no hablarme.
H: ¿Por qué no?
K: Entonces, ¿de verdad no me vas a hablar?
H: ¡No! No dije eso.
K: ¿Dónde estás viviendo?
Uff. Puaj. No es su asunto de todos modos. No tengo que responder.
De hecho, no lo haré.
H: Tengo una compañera de cuarto. Es Greer. Alquilo una habitación
de ella.
Me muerdo las uñas mientras espero que su burbuja de texto
aparezca, pero nunca lo hace. Dios, es como si no tuviera autocontrol. Sin
fuerza de voluntad. Pienso en mandarle ¡Psicópata! Pero no hago cosas como
esa tampoco. Oh Dios mío, se supone que debo estar haciendo las cosas de
manera diferente.
Envío: Psicópata.
Y luego: Es broma. Sobre lo de psicópata. No Greer. De verdad vivo con
ella.
Y después: Ella es genial. Ni siquiera me importa lo que pienses.
Y entonces: ¿Estás enojado conmigo?
Casi no tengo uñas para el momento en que su burbuja aparece, pero
eso es bueno porque todo el mundo tiene uñas, y me gusta ser diferente.
K: Eres maníaca.
Juro por Dios, estoy tan triste por mis uñas. Estaba tratando de
dejarlas crecer. Estudio mis manos antes de escribir: No. No, en absoluto.
Él envía una imagen. La reconozco como parte de la barra en la
taberna en Hyde. La imagen es la de un vaso de vino colocado en una
servilleta de bebidas. Sonrío.
K: Tengo la sensación de que lo necesitas.
H: Sí. Lo quiero.
K: ¡La buena noticia es que en todas partes tienen vino! Un amigo mío
es propietario de una bodega de más en Marrowstone. Tienes que ir a verla.
Me envía la dirección, y me dice que se llama Viñedos Marrowstone.
Le menciono la bodega a Greer esa noche, esperando que quiera ir
conmigo. Me siento en el único taburete disponible en la sala de lectura y
veo su pintura.
—¿Quién te dijo de ese lugar? —Ella baja su pincel. Su voz es
defensiva.
—Ummm, sólo escuché que hay vino. Y me gusta el vino. ¿Estás bien?
Se aclara la garganta.
—Sí, seguro. Es sólo… que ese lugar tiene un montón de recuerdos.
Mis amigos y yo solíamos colarnos en la propiedad cuando éramos más
jóvenes, drogarnos y beber.
En realidad, nunca he conocido a ninguno de sus amigos. No me
malinterpreten, Greer es una chica popular. Cuando tienes el cabello
plateado y sólo usas un color, la gente comenzará a notarte. Nunca tiene
gente encima y aunque ella conoce a todo el mundo, nunca ha habido
alguien con quien hubiera parecido verdaderamente íntima.
—Entonces…
—Claro —dice—. Será divertido. ¿Quieres ir esta noche? —No me
esperaba ir esta noche, pero me encojo de hombros, y Greer se va a su
habitación para prepararse.
Diez minutos más tarde sale usando todo en negro. Como que, nunca
he visto a Greer en nada excepto tonos de color púrpura. Me asusta.
—Todo lo demás está sucio —dice cuando ve mi cara—. Vámonos.
La sigo, deseando haber cambiado mi ropa de trabajo. Soy tan
fracasada que es deprimente. Perra de color beige.
Escuchamos viejos éxitos mientras curveamos los caminos a
Marrowstone. Está inusualmente seco afuera, pero las nubes son oscuras y
pesadas, una ominosa advertencia de los días por venir. Parece que Greer
lee mi mente.
—Hoy es el último día antes de que llegue la lluvia. Disfrútalo.
Voy a disfrutar de la lluvia, pero no digo eso. Es considerado blasfemia
en Washington no disfrutar del verano sin lluvias mientras lo tienes. La
bodega se encuentra sobre el agua donde puedes ver los barcos de crucero
pasar en su camino hacia el océano. Nos detenemos en un edificio y
saltamos del auto a la tierra. Un viñedo se encuentra más allá del edificio;
ya cosechado de uvas, es sólo una sombra de polvo de vides y hojas. A mi
izquierda hay una gran casa, que vigila tanto el agua como la bodega de una
colección de agudas ventanas rectangulares. Puedes ver los restos de fruta
en el suelo alrededor de los árboles: las manzanas, cerezas, peras y
ciruelas… arrugadas, sus jugos absorbidos en la suciedad. Greer parece
estar congelada en el lugar mientras mira la casa.
—¿Qué pasa? —pregunto—. Parece que has visto un…
—E-estoy bien. Vamos a beber vino. ¿Podemos? ¿Quieres? Vamos. —
Marcha hasta la puerta de la bodega. ¿Intercambiamos personalidades en
el viaje? Estoy confundida. Salta por una botella y la lleva afuera para
sentarse en el patio.
—Bueno, en serio, Greer. ¿Qué te pasa? —Le quito la botella y uso el
sacacorchos para abrirla.
Apunta a la casa.
—Engañé a mi novio —dice—. Ahí mismo, al lado de la casa. —No
miro; prefiero ver su cara en este momento. ¿Fue este el lugar de la caída?
¿El fin de Kit y Greer?
—No teníamos que venir —le digo, preguntándome por qué Kit
sugeriría el lugar. Mierda. Es como si estuviera tratando de conseguir...
¡venganza! ¡ODM!—. Greer —le digo—. Vámonos.
—No —dice con firmeza—. Es sólo un lugar.
—Háblame de ello entonces —digo—. ¿Fue Kit?
Su cabeza se vuelve con tanta fuerza que temo que su pequeño cuello
se vaya a romper.
—¿Cómo…?
—Una conjetura —digo.
Greer está mirando la copa de vino, con los ojos vidriosos. De repente
sonríe.
—Eso fue hace mucho tiempo.
—Lo siento —le digo.
—No pasa nada —dice—. Te tengo a ti; son las ondas.
No puedo decir si está cubriendo sus verdaderos sentimientos, pero
me incluyó en su arte… y eso me gusta.
—Yo era joven —dice—. Yo abandono antes de que pueda ser
abandonada. A veces eso ha sido algo bueno, pero con Kit, no fue así. En
verdad lo lastimé. Ya no soy tan imprudente. Pero no he salido en mucho
tiempo. Estoy en huelga.
—Mi novio me engañó —le digo—. Antes de venir aquí. Embarazó a
una chica en su oficina.
—Qué se joda —dice Greer—. Eso es horrible.
—Sí —le digo—. Que se joda, y que se joda el amor. —Chocamos vasos
y ella se ve realmente feliz después de eso. Tal vez venir aquí no era tan malo
después de todo. Terapéutico. Miro el techo angular de la casa y pregunto
quién vive allí. ¿Cuántas cosas secretas ha visto esa casa? Quiero vivir en
una casa que ha visto cosas. Quiero vivir.
o encontrarás un mejor lugar para estar deprimido que el estado
de Washington. Hay cientos de lugares donde puedes ir a mirar
el hermoso escenario y sentirte profundamente triste por ti
mismo. La mayoría de los días, el cielo llorará contigo. Y gracias a Dios por
eso, por la ausencia de luz. El escenario perfecto para un melodrama. Greer
se ofrece a llevarme a todos los mejores lugares para estar deprimida.
—¿Alguna vez has estado deprimida? —le pregunto.
—Bueno, estuvo esta vez… —dice, guiñándome un ojo. Para una
artista, su personalidad carece de los altos y los bajos, el humor cambiante.
Hace una lista en plumín morado y revisamos los lugares uno por
uno. Todo es un truco; sé eso. Está tratando de despertarme, y ya desperté.
El aire, el viento, el agua, las montañas, todos despertaron mis sentidos. Mi
corazón está dormido. Estamos en el Hurracaine Ridge una tarde cuando
Della manda un mensaje diciendo que cree que Kit le va a proponer
matrimonio. Apago mi celular y me recuesto sobre la delgada pared donde
estamos sentadas hasta que estoy mirando hacia el cielo gris.
—¿Qué pasa, Helena? —pregunta Greer, colocándose a mi lado—.
Sólo eres así de melodramática cuando algo está realmente mal. ¿Es Kit
quién te hace ponerte así?
No puedo mentirle después de todo lo que ha hecho por mí. Trato de
girar mi cara, pero toma mi mentón con sus largos, suaves dedos y estudia
mi cara, frunciendo el ceño.
—Della cree que él va a pedirle matrimonio —digo. Y añado—: No es
nada.
—Mierda —dice. Y entonces—: Mierda. —De nuevo—. ¿Qué vas a
hacer?
—Oh, ya sabes… nada.
Greer ríe.
—Al menos deberías decirle.
—Diablos no. ¿Decirle qué?
No dice nada, está pensando. Arranco unos trozos de pasto y espero
su evaluación.
—No lastimes al pasto, Helena. Necesitamos que todo esté de nuestro
lado de aquí en adelante, especialmente la tierra. Dime sobre el sueño que
tuviste. Aquel que dijiste que comenzó todos tus problemas.
Entierro mis manos en mis pantalones.
—No. Pensarás que estoy loca.
Greer suspira. Estoy intentando tener paciencia.
—Tú eres su ex —siseo—. Yo soy la psicópata que está enamorada de
él. Perdóname por no querer hablar de mis sentimientos inapropiados con
la mujer que lo persiguió fuera de la ciudad.
—Ahhh, ¡Helena! —Ella estira sus brazos, y el viento hace aletear las
solapas de su chaqueta morada—. La mejor clase de amor es el que no se
supone que deba pasar.
Muerdo mis uñas, escupiéndolas por un lado de mi boca.
Greer golpea mis manos y entonces me hace un movimiento para que
comience a hablar.
Le digo sobre mi sueño mientras estamos sentadas en una pared en
la parte alta de Hurracaine Ridge. Estoy terriblemente avergonzada de ello.
Cuando termino, ella se queda callada.
—Cuando Kit era un niño pequeño, tenía este sueño recurrente. —
Sacude su cabello plata a las montañas, sonriendo por algún recuerdo
lejano—. Era sobre leones. Una manada de ellos. Venían por él, solamente
él. Caminaban por las calles vacías de Port Townsed buscándolo. Se
escondía, pero no importaba dónde lo hiciera, siempre lo encontraban.
Estaba aterrorizado. Decía que podía oler su rancio aliento, sentirlos
destrozar su cuerpo con sus dientes, y se despertaba gritando.
Hago una mueca.
—Entonces, fue a ver a esta “bruja”. —Hace comillas en el aire con la
palabra “bruja”, y me sonríe—. Ella tenía esta nueva tienda de antigüedades,
vendía cazadores de sueños y algunas otras cosas. Ya no tiene la tienda,
pero vive cerca de una vinería en Marrowstone. Las personas todavía van a
verla. De cualquier manera, nos dijo que Kit necesitaba un talismán para
alejar los sueños. Primero, nos dio un atrapa sueños. Por supuesto, no
funcionó. Así que regresamos con ella la siguiente semana. Nos dio esas
piedras después, dijo que Kit tenía que ponerlas debajo de su almohada y
atraparían los sueños.
Greer me tiende una botella de agua de la hielera. Abre y bebe de la
suya, y noto que sus labios dejan una marca rosa fresa en su botella.
—Cuando las piedras no funcionaron regresamos, y cuando el tónico
no funcionó regresamos, y así una y otra vez. Finalmente, cuando fuimos
con ella por quinceava vez, nos hizo sentarnos. Nos dijo que algo en la vida
de Kit le estaba causando tener el sueño, y podíamos detenerlo juntos.
Me siento incómoda ahora. Sé muy poco sobre la vida de Kit, y ella
sabe demasiado. Me hace sentir como que no tengo cabida en esta cosa que
siento por él.
—¿Qué hicieron? —pregunto.
—Kit dijo que a veces estaba consciente de que estaba soñando, y
seguía siendo aterrador, pero menos porque sabía que se despertaría. Así
que hablamos con él sobre pelear durante esos sueños. Herir a los leones
antes de que pudieran herirlo. Estaba escéptico, pero dijo que trataría. Una
semana después vino corriendo por mí a la escuela, dijo que había hecho lo
que le dije. Destrozó a los leones, abrió sus mandíbulas con sus manos
desnudas. Peleó contra ellos.
—¿Tuvo el sueño de nuevo? —pregunto.
—Sí —dice Greer—. Pero menos y menos frecuentes. A veces todavía
lo tenía antes de irse de PT. Pero conquistó algún tipo de miedo inconsciente
y ya no estaba asustado de eso.
—Ah —digo.
Ahora que la historia terminó, no estoy segura de porqué me la contó.
Y entonces hizo clic. La noche que Kit y yo caminamos hacia el edificio de
mi apartamento. Yo preguntándole sobre tener un tatuaje inspirado en
Greer. “No le temas a los animales”. Ese era el suyo. Me sentí enferma de
celos. Mucho más significado que una flor, o una cruz, o incluso su nombre.
Es su historia. Su vínculo. ¿Y qué derecho tengo de estar celosa? Ni siquiera
es mío. No estoy en la cadena de novias; Della lo está.
—Va a estar en Santa Fe la siguiente semana —dice Greer.
—¿Qué? ¿Cómo sabes?
—Es la boda de su prima. Estoy invitada, y amaría si vienes conmigo
como mi cita.
Sacudo mi cabeza.
—No. No puedo. Della estará…
—Della no estará ahí —me dice Greer—. Es el cumpleaños de su
madre o alguna mierda parecida.
Me siento culpable de olvidar el cumpleaños venidero de su madre.
Solía ser muy cercana a su familia.
—De cualquier manera, no está bien. No puedo hacer eso. Ellos son
una familia, ella y Kit.
—No hasta que estén casados —dice Greer—. Y tenemos un amplio
tiempo para evitar que eso pase.
—Está mal —digo.
Greer se encoge de hombros.
—Adáptate. —Se pone de pie y se acomoda su brillante camiseta
morada contra el fondo—. Vamos a caminar —dice—. Dejemos la plática
sobre Kit y Della, ¿de acuerdo?
Me pongo de pie también, y la sigo. Hacemos medio camino hacia la
colina antes de detenernos. Y entonces decidimos que mejor iremos a
conseguir algo de chocolate caliente. O chocolate. O no caminar.

Un día después, un e-mail llega a mi bandeja de entrada. Es de Greer.


Lo abro para encontrar un boleto de avión hacia Santa Fe.
—¿Qué es esto? —llamo para preguntarle.
—Eres mi cita ¿recuerdas?
—Creo que nunca acepté esto. De hecho, estoy segura que no lo hice.
—No seas una cobarde, Helena. Tienes que pelear por lo que quieres.
¿Nadie te ha dicho eso?
Nadie lo había hecho, y no se sentía bien pelear por algo que alguien
más ya había reclamado. Pienso en maneras de librarme de ello toda la
semana, pero al final empaco una pequeña maleta y pretendo que hago esto
por Greer. Todo lo que llevo es un vestido beige; de hecho, la mayoría de mi
ropa es beige, y crema y blanca. Colores claro no son afectados por el calor
de Florida. Pero ahora vivo en Washington, y solo soy una perra de beige
con demasiados pares de pantalones cortos.
Aterrizamos en Santa Fe a la mitad de la tarde, y nuestro taxi nos lleva
a través de las calles antiguas de la ciudad, y mis ojos están amplios. Se ve
como cualquier otro lugar. La mayor parte de América se ve como América,
pero Santa Fe se ve como Santa Fe. Lo amo y estoy asustada de ello. Le
pregunto a Greer sobre la prima de Kit que va a casarse, y me dice que su
nombre es Rhea y se va a casar con un chico llamado Dirt.
—Es un artista. Hace cerámica de tierra sagrada.
—¿Es por eso que se hace llamar Dirt? —pregunto.
—Su nombre ya era Dirt; sólo fue a una búsqueda de sí misma, y
entonces incorporó su nombre a su arte.
Quiero reír, pero me doy cuenta que es la parte contadora de mí la
que quiere reírse del trayecto de Dirt. Como alguien que es tan poco artística
y lo intenta demasiado, respetaré la visión creativa de Dirt. Tal vez aprenderé
de ella.
Nos registramos en un moderno hotel, con sus suelos irregulares de
hormigón y muebles desvencijados. Greer me dice que de hecho es
realmente caro quedarse aquí porque es toda una experiencia auténtica.
—Era una mansión española en 1800. ¡Estás durmiendo en la misma
habitación donde se quedaron los conquistadores! —dice emocionadamente.
Miro a mi rededor a las paredes parchadas, y al pie sangrante que
obtuve por el piso roto y me siento afortunada de vivir en el siglo 21.
—Refréscate —dice Greer—. Podemos visitar la ciudad.
Estoy fresca. Pero me cambio, pongo una bandita en mi dedo y me
coloco brillo de labios.
—Ajá —dice Greer cuando salgo de mi habitación—. No vamos a ir a
un grupo de “Mi mamá y yo”.
Busca en su maleta y saca un vestido negro sin mangas con borlas
corriendo desde debajo de los brazos hasta el borde.
—Este no es tu estilo para nada. —Me rio—. No puedo creer que
compraste eso.
—Tienes razón. Lo compré para ti. Es tu estilo. —Me lo tiende.
—Greer, nunca en mi vida he usado algo como esto. No es mi estilo.
—No porque no lo hayas usado no significa que no es tu estilo.
Algunas personas son demasiado reservadas y se atoran en sus costumbres
para realmente saber qué es lo que les queda.
Está bien. No tengo nada que perder, así que me pongo el vestido. De
pronto tengo pechos y trasero.
—Caray —dice—. Te ves tan fea. Tal vez debas quitártelo.
Le hago una cara. No soy estúpida. Aprendo rápido.
Vamos a un bar elegante. Bebemos vino elegante. Bailamos música
de los ochentas. Mi cabello es un desastre, enredado y atorado en mi cara.
Y cuando me balanceo también lo hacen mis borlas, así que me balanceo.
Dios, esto es divertido. Della nunca quiso bailar porque la hacía sudar.
Greer está bailando tanto que puedo ver el sudor corriendo por su cuello.
Y entonces Kit entra. Y no dejo de balancearme. Le lanzo un beso, y
bailo con Greer y lo veo mirarme. Mi corazón duele solamente de verlo.
Nunca quise nada tanto en mi vida. Se ve diferente, pero sé que
probablemente eso no es cierto. Mis ojos son diferentes. En mis ojos, Kit se
hace más hermoso cada vez que lo veo.
—¿Él no sabía que iba a venir? —le pregunto a Greer.
—Oh, al contrario —dice Greer—. Él me pidió que te trajera.
ye, corazón solitario. ¿Quieres ir a dar un paseo? —Eso es
lo primero que me dice después de todo este tiempo. Meses
y meses. ¿Quieres ir a dar un paseo? Kit y sus paseos.
Yo realmente, de verdad quiero ir a dar un paseo, ya que este bar es
caliente, hay demasiada gente y necesito respirar aire limpio. Todas estas
cosas son secundarias al hecho de que quiero caminar cerca de él.
Dirijo el camino fuera del bar, mis hombros todavía moviéndose con
la música. Escucho la risa de Kit detrás de mí. Se enrolla alrededor de mi
corazón y hace que lata más rápido, un corazón jinete. Piensa que soy
graciosa. Supongo que siempre lo ha hecho. No soy muy divertida, sólo muy
torpe. A medida que salimos, pienso en el hecho de que está dejando a sus
amigos detrás, las personas que no ha visto en mucho tiempo, para ir a dar
un paseo conmigo, el fin de semana de la boda de su prima.

El aire de Nuevo México no tiene el mismo sabor que el aire de Florida.


Cuando nos golpea en la cara no me estremezco. Huele seco y a tierra.
Pienso en Dirt y me rio. Cuando Kit y yo estamos lo suficientemente lejos de
la música, lo miro con el rabillo del ojo y sonrío. En cierto modo luce igual.
Tal vez más bronceado. Apuesto que Della lo ha estado arrastrando a la
playa. Hago un pequeño baile junto a una fuente, mientras Kit me mira en
silencio. Si no lo conociera, creería que parece que tiene un millón de cosas
que decir. Y probablemente lo hace; simplemente nunca las dice.
Me tropiezo hacia adelante, con torpeza, y me siento a su lado
balanceando las piernas hacia atrás y adelante.
—Hola —digo.
—Hola.
—¿Por qué tienes esa mirada en tu cara?
—¿Qué mirada? —pregunta—. Esta es sólo mi cara.
—Tu cara tiene una mirada. Como si estuvieras ansioso o algo.
—Lo estoy.
Salto.
—Estoy muy hiperactiva en este momento. Espera un momento
mientras corro alrededor de la fuente.
Kit se ríe tan fuerte que casi se cae, estirando el cuello todo el camino
para mirarme.
—Olvidé lo rara que eres —dice cuando me vuelvo a sentar—. Eres
una lengua muerta, ¿sabes? No hay nadie como tú, y tú no eres como nadie.
Es un buen cumplido, probablemente más de lo que mi cerebro puede
manejar en este momento.
—Entonces, ¿por qué estás ansioso? —Meto la mano en la fuente y
ahueco un poco de agua en mi mano, dejándola correr por la parte trasera
de mi cuello.
—Estoy esperando la inevitable pregunta.
¿Soy tan predecible?
—Así que —digo—. ¿Estás enamorado? —Hago manos de jazz, y él me
agarra las muñecas, pero luego las deja caer rápidamente.
—Sí.
Esta vez, sin dudar. Sin ojos danzantes. Sin evitar la pregunta. Mi
estómago se encoje, y mi corazón se hace viejo y blando. No podría correr
alrededor de la fuente incluso aunque quisiera. ¿Por qué me sentí lo
suficientemente feliz para hacerlo en primer lugar?
—Espera —le digo. Y luego—: Vaya.
Kit tiene gruesas pestañas, negras. Casi lo hacen demasiado bonito,
pero la forma cuadrada de su mandíbula rescata su masculinidad, dándole
a todos los finos rasgos un lienzo duro y cuadrado. Cuando él te mira, sin
embargo, a través de esas pestañas, es como si estuviera transmitiendo algo
importante con sus ojos. No sabe el efecto que tiene sobre las mujeres. He
visto el silencioso desvanecimiento, la forma en que hace que las mujeres
tropiecen con sus palabras, y causa que sus caras se llenen de color.
—¿Puedo usar tu teléfono, por favor? —pregunto. Kit me entrega su
teléfono sin dudar. Abro la cámara, la pongo en modo selfie, y tomo una foto
de mí misma.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta Kit.
—¿Qué te parece que estoy haciendo? Tomar una foto de mí misma.
—Sé eso. ¿Pero por qué?
Él observa mientras me mando la foto. Dejé mi teléfono en la
habitación del hotel, pero ahora desearía haberlo traído. Podría enviarle un
SOS a Greer.
—Tomo fotos de mí misma cuando experimento grandes momentos en
la vida. Las nombro y la guardo en un álbum. —Hace una cara y sacude la
cabeza. Sus ojos están bailando, sin embargo… pensando, pensando,
pensando.
—¿Cómo nombrarías el momento que acabas de experimentar?
Miro la foto que acabo de tomar: rizos en espiral se pegan
directamente a los lados de mi cabeza, mi copete está torcido, y el rímel
decora la parte inferior de mis ojos, como moretones negros. Luzco un poco
desesperada, un poco enojada.
—A la mierda el amor —le digo. Estoy mirándolo desafiante. Él
retrocede como si lo hubiera golpeado, la sonrisa volviéndose una mueca—
. A la mierda el amor —digo de nuevo. Kit no entiende. Él está negando como
si el amor no mereciera palabras crueles. Quiero encontrar a Greer, salir de
este lugar. Alejarme de Kit, que se toma un año para ganar mi amor, y un
año más para destruir mi corazón.
—Helena —dice él—. No es así.
—¿Ya has visto a Greer? ¿Tu viejo amor Greer? ¿Ya no estás
enamorado de ella? Sólo te tomó un año enamorarte de Della, y…
—Basta —dice.
Tengo lágrimas ahora. Lágrimas estúpidas y repulsivas.
—¡Estoy enamorada de ti! —grito, e inmediatamente me arrepiento.
¿Por qué una persona sentiría la necesidad de gritar algo así con todos sus
pulmones?
El silencio lo consume todo. Es una cosa del dolor. Sigue, atraviesa, y
hiere como un cuchillo sin filo. Una confesión tan simple. La conmoción en
su cara, no puedo soportar verla. Es vergonzoso. Me vuelvo para irme. Un
paso o dos, y luego salgo corriendo. Mi cabello se suelta y fluye detrás de
mí. Hace mi escape más pesado de lo que ya es.
No me llama como los hombres hacen en las películas. Mis pasos son
los únicos que escucho. No hay persecución, ni romance. Y en ese momento
pienso en lo más tonto, una línea de La boda de mi mejor amigo. “Lo estás
persiguiendo, ¿pero quién te está persiguiendo a ti?”.
No voy al bar. Vuelvo al hotel y empaco mis cosas. Una camisa aquí,
una camisa allá, lanzadas en mi bolsa de lona. Me apresuro a pesar de todo,
tratando de no pensar en lo que acaba de ocurrir. ¿Cómo quemé mi relación
con Kit y Della en ese irresponsable momento? Salpico agua en mi cara y
salgo corriendo para encontrar mi taxi. Y, cuando llego al aeropuerto, me
doy cuenta de que soy una corredora. La vida se calienta y yo empaco mis
cosas y me voy. Es nuevo, pero también lo es ser un adulto. Estoy
aprendiendo acerca de mí misma. ¡Pero oye! Hice lo que vine a hacer. Así
que soy una corredora consumada. Greer ha estado haciendo estallar mi
teléfono por las últimas tres horas. Me pregunto si me vio salir del bar con
Kit. Si lo encontró cuando ella no pudo encontrarme. ¿Él sentía todas las
viejas cosas cuando la veía, o su corazón está firmemente en Della ahora?
Le envío un mensaje y le digo que me voy a casa.
Greer me envía un mensaje en respuesta: Él va para allá.
Miro mi alrededor, en pánico. Ya atravesé seguridad. No puede llegar
a mí. ¿Y por qué lo querría? Ya estoy tan avergonzada. Le dije lo indecible al
novio de mi mejor amiga. Agarro mi bolsa de lona en mi pecho y cuento
hacia atrás a partir de mil. Me estoy derrumbando. Estoy muy herida. Me
siento como un fracaso y rara. Y entonces abordamos y pido una bebida sin
mezclador. Y sé que estoy usando un vestido de zorra, y mi cabello es un
desastre, y la gente está mirándome. Pero no pueden ver mi corazón. Si
pudieran ver mi corazón, entenderían por qué mi rímel está corrido.
s otoño, en una acera, en una ciudad que amo. Es un mes
después de la boda. Mi vergüenza casi se ha asentado, aunque
he pasado un montón de tiempo no pensando sobre lo que le dije
a Kit. Este mes soy una escritora. Documento mis días en una serie de
publicaciones de blog que realmente nunca publico. El blog se llama A la
mierda el Amor. No estoy segura cuál es el propósito, salvo ser un diario de
mis sentimientos y también se siente bien. No tienes que salir al ojo público
con la escritura como con las acuarelas o las aves de arcilla o dibujar un
árbol. El fracaso en privado es mucho más cómodo. Mentalmente estoy
planeado una publicación en el blog que se llame: No Conseguí Joder Mi
Amor, cuando escucho mi nombre ser llamado. Me giro para buscar en la
acera. Y entonces ahí está él, el amor que no conseguí joder, el viento frío
levantando su cabello, su sonrisa revocándome. Mi corazón está acelerado
y enojado. No está de acuerdo con todo el resto de mi cuerpo, que se está
girando hacia él. No, no, no, golpea.
—¡Dios mío! ¡Kit! ¿Qué estás haciendo aquí?
—Hola, corazón solitario.
Un dolor quema en mi pecho mientras mi corazón sucumbe ante él.
Caigo en su abrazo, presionando mi rostro contra su chaqueta de
cuero. Huele a gasolina.
—Tengo nostalgia —digo—. Estoy tan contenta de verte.
—Yo también tenía nostalgia —dice. Trae sus dos manos enguantadas
a mi rostro y me mira a los ojos—. Entre otras cosas.
Repentinamente lo siento; nuestro extraño último encuentro viene a
mí arrastrándose. Alejo la mirada y me deja ir.
Estamos en un escenario ahora y se siente extraño. Hay otros
humanos flotando alrededor de nosotros. Por un minuto solo fuimos Kit y
yo.
—Entonces —digo.
—Entonces —dice.
Mi corazón late rápidamente. Me pregunto dónde está Greer. ¿Sabe
que está él aquí? ¿Está aquí por ella?
—¿Della está…?
—No —dijo él—. Vine solo. ¿Quieres dar un paseo?
Me rio y sacudo mi cabeza.
—Dios. Sí… seguro.
Caminamos por la Calle Principal pasando compradores y madres
empujando sus carriolas. Trató de captar la mirada de alguien. Quiero
transmitir, usando telepatía, que estoy con el hombre que amo y no puedo
tener. Un auto pasa por un charco y tengo que saltar para evitar que me
salpique. Salto hacia un lado y tiró a una pequeña anciana. Kit y yo nos
apresuramos para ayudarla a levantarse y empiezo a llorar porque estoy
preocupada que le haya roto la cadera.
—Oh cariño. Ya me ha pasado eso. Estoy hecha de metal. —Golpea
su cadera y su rodilla, y también su cráneo, lo que me pone realmente
preocupada. Nos deja preocuparnos por ella por unos minutos, pareciendo
disfrutar la atención, luego nos dice que somos una pareja realmente linda
y que deberíamos pasar el resto de la tarde besándonos. Me sonrojo ante la
idea, pero Kit solo se ríe y sigue el juego. Con nuestra nueva amiga, cuyo
nombre es Gloria, mirándonos, Kit toma mi mano y me lleva hacia otra
parte.
—No quería decepcionarla —me dice—. Lo hice por Gloria
—Gloria ya no puede vernos —digo—. Entonces, ¿por qué todavía
sostienes mi mano?
Me sonríe, pero aun así no me deja ir. Pasamos una tienda de helados
y me mira.
—Está demasiado frío para un helado —digo. Pero realmente quiero
uno y lo sabe.
—¿Quién dice?
No lo sé. ¿Mi mamá? ¿La sociedad? Que se jodan.
—Tráeme de brandy de chabacano —digo. No me amontonó en la
calidez de la tienda; me quedo en la acera donde lo espero a que regrese.
—¿Estás… aquí por Greer? —pregunto cuando me pasa un cono.
Luce confundido. Una gota de helado aterriza sobre su mano.
—¿Por qué estaría aquí por Greer?
Limpio el helado de su mano con mi servilleta.
—Porque ella era la indicada. Gran amor, amor verdadero, amor joven,
primer amor…
—Gracias, Helena. Entiendo la idea. Y no, no estoy aquí por Greer.
—Oh —digo.
Caminos un rato en silencio. El helado se vuelve mi enemigo. Estaba
sosteniendo mi mano cinco minutos atrás, pero ahora está sosteniendo un
helado.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —digo abruptamente.
—Te lo dije. Estaba nostálgico. Necesitaba regresar y hacer algo de
examen de conciencia.
—Oh. Pero…
—¡Helena!
—No más preguntas —digo. Hago la seña de sellar mis labios, después
de lo cual los ojos de Kit se arrastran por mi boca y me sonrojo.
—Nos dimos un tiempo —dice—. Las cosas se volvieron…
—¿Qué?
No quería verme como un castor ansioso, pero así estaba. También sé
cómo van estas cosas. Como las parejas caen dentro y fuera de una relación,
pero siempre parece que se quedan juntas al final. Cuando Neil me engañó,
traté de encontrar maneras de justificar mentalmente regresar con él. Si
podía salvar la relación, no parecería como si hubiera perdido años de mi
vida con la persona equivocada. Salvamento era lo que quedaba para cubrir
mis errores.
—No lo sé —dice finalmente—. Las cosas fueron mal. Incluso si tienes
algo fuerte, los celos lo destruirán.
Retengo todas las palabras, todas las preguntas. Estoy familiarizada
con los celos de Della. Más familiarizada con la inseguridad que golpea como
un martillo contra cualquier cosa que la amenaza.
—¿Dónde te estás quedando? —pregunto.
—Tengo un lugar aquí —dice.
Lo miro por el rabillo de mi ojo. No lo sabía.
—Como que, sólo lo mantienes aquí. En caso de…
—Pertenecía a mi tío. Cuando murió, me lo dejó a mí.
—Oh. —Aclaro mi garganta. Hay tanto que no sé y eso me entristece—
. ¿Y cuánto tiempo te quedarás?
Me mira entonces y repentinamente sé que gente es de la que
verdaderamente necesitas tener miedo. Gente con ojos que comunican.
Gente que puede lastimarte tan fuerte que desearías nunca haber nacido.
—Todo depende.
Me tropiezo con una grieta en la acera y Kit se estira para
estabilizarme.
—¿De qué?
Mientras espero que me conteste, noto lo largo y rizado de sus
pestañas, la inclinación hacia abajo de sus gruesos labios. Alejo la mirada
para enfocarme en algo más; un pastoso hot dog a medio comer sobre la
acera, una mujer con calcetines que no combinan asomándose por sus
tenis. Cosas que no me hagan sentirme mareada.
—En cómo sea recibida mi verdad.
Estoy a punto de pedir que explique más, cuando dice que se tiene
que ir.
—Tengo que encontrarme con mi mamá para comer. Está tratando de
hacer que me mude de regreso.
—Oh —digo. Ya me gusta su mamá—. Las mamás generalmente
saben lo que es mejor para ti.
—¿Ah sí?
—No —digo—. Si se parece en algo a mi mamá, probablemente no
deberías escucharla.
Se ríe.
—Nos vemos pronto, Helena.

Poco tiempo después, tengo noticias de Della. Della, de quien no he


escuchado en meses. Me manda un mensaje para decir que rompieron
después de una pelea que tuvieron. Cuando no contesto sus mensajes de
inmediato, me llama.
—¿Está ahí, Helena? ¿Sabes?
Veo mi propio rostro en el espejo cuando le contesto; luzco como un
humano detestable. No quiero estar en el medio de lo que sea que está
sucediendo entre ellos. No quiero traicionar a uno por el otro.
—Deberías llamarlo —digo—. Recuerdo que ha desaparecido antes.
—Lo he llamado. Oh Dios mío, Helena, llamo cada cinco minutos. Sólo
me dijo que necesitaba algo de tiempo fuera. No sé cómo hacer las cosas. Ni
siquiera sé cómo pagar mi hipoteca.
Puedo escuchar las lágrimas, el moqueo, la Della que se sienta en bata
y come chocolate y se preocupa. Me siento culpable por no estar ahí, pero
no. No soy la muleta de nadie. Estoy aprendido a caminar por mí misma;
ellos también necesitan aprender.
—Puedes resolver las cosas hasta que regrese —digo—. Tu mamá te
ayudará.
Hay una larga pausa hasta que dice:
—¿Lo has visto?
—Sí —digo—. No hace mucho. Caminando por la calle. Iba a ver a su
mamá.
—¿Te dijo algo? ¿Sobre mí?
—No realmente. Sólo que se están dando un tiempo.
Della empieza a llorar. Alejo el teléfono de mi oído y muerdo mi labio
vigorosamente. Estoy sintiendo dos cosas: pena, que es una cosa
verdaderamente horrible y condescendiente para sentir por alguien, y
oportunismo. No quiero que lo recupere. No quiero que lo convenza que
puede ser diferente. Sé que no puede serlo.
—Estará bien —le digo—. Si necesita tiempo para resolver las cosas,
tienes que dárselo. No llames cada cinco minutos tampoco. Trata de pasar
algo de tiempo… pensando. —Después que colgamos, me envía un mensaje
agradeciéndome y también rogándome que la llama si escucho algo. Quiero
decir que no soy su informante personal. Me siento enferma. Enferma por
Della, enferma por mí misma. Un poco enferma por Kit, pero no mucho. Se
merece sufrir.
June me manda mensaje para decirme que vio al bebé de Neil en la
tienda de víveres y que su cabeza luce como una calabacita.
¿Es un niño o una niña?, pregunto.
J: ¡Es una calabacita!
La noticia del bebé de Neil luciendo como algo que puedes encontrar
en la sección de productores de la tienda de víveres debería hacerme feliz.
No siento nada. No me importa disfrutar de la fealdad infantil. No me
importa pensar en Neil en absoluto. ¿Qué significa eso? ¿He superado mi
dolor? Y, ¿la calabacita es una fruta o un vegetal?
usto estoy saliendo del trabajo cuando me llega un mensaje de
Kit. Es una fotografía de una escalera cubierta de hojas rojo
brillante. La conozco. He pasado por ahí en alguna ocasión.
Camino sin pensar realmente en ello, y cuando llego ahí, mis pasos
flaquean. Encuentro a Kit Isley, sentado en la escalera inferior, su cabeza
inclinada hacia el suelo. Está usando una chaqueta azul de marinero y hay
gel en su cabello. Las hojas se revuelven a su alrededor, el suave temblor
del rojo moteado. Un pequeño tornado a sus pies. Suspiro. Está bien
apreciar algo hermoso, siempre y cuando sepas tu lugar. Deseo poder tomar
una fotografía de él sentado entre las hojas carmesí. ¿Y por qué no puedo?
Saco mi teléfono y tomo una fotografía que puedo decir desde ahora que
saldrá borrosa.
—Hola —me dice.
—Hola tú.
Se levanta con las manos en sus bolsillos.
—¿Tienes hambre?
—Alguien me dijo alguna vez que siempre tengo hambre. —Sonrío. Kit
me devuelve la sonrisa, pero no llega hasta sus ojos. Me preguntó si habló
con Della. Nada como una buena dosis de Della para limpiar toda tu alegría.
Eso fue mezquino, pienso, pero también es cierto.
Comenzamos a caminar, parece saber hacia dónde está yendo, así que
lo dejo guiarme. He llegado a considerar estas calles como mías, pero en
realidad son de Kit. Yo solamente seguí a su sombra hasta aquí.
—Sabes —dice—, siempre pensé que eras hermosa, pero este clima te
sienta muy bien. Cabello salvaje y chaquetas de invierno.
—Ese es un cumplido que solamente un escritor puede dar —digo. Ni
siquiera puedo mirarlo. Me quiero arrojar desde el borde de un edificio frente
a un auto en marcha. Estoy nerviosa de repente, ajustando mi bolso, mi
cabello, mi cara.
—¿Helena...?
—¿Sí...? ¿Qué?
Sonríe, a sabiendas. Me hace sentir tan transparente. Soy tan
vulnerable bajo su mirada, desnuda emocionalmente.
—Cállate —digo—. No me conoces.
—Tal vez. Pero no pienso que alguien pueda.
—¿Qué significa eso? —Estoy lista para sentirme ofendida. Tan lista.
Lista como Crista. Lista como...
—No eres fácil de conocer. Eso no es algo malo, así que deja de
mirarme de esa manera.
—Esta es solamente mi cara —digo—. Es como me veo siempre. —He
dado vistazos de mi rostro en el espejo antes, cuando tengo confusión
emocional. Todas las líneas de mi rostro resaltando, mis ojos asustados.
Se ríe fuertemente. Me gusta hacerlo reír. Realmente me gusta.
—Entonces, obviamente los cumplidos me hacen sentir súper
incómoda. No soy difícil de conocer. Soy realmente simple. Ni siquiera sé
quién soy todavía.
—¡Helena! —dice Kit—. Estaría preocupado si dijeras que te conoces.
¿Sabías que Albert Einstein nunca uso calcetines?
—¿Qué?
—Tenía una mente compleja. Nunca dejaba de pensar, pero los
calcetines complicaban su vida. Así que simplemente no los usaba.
Pienso en el mendigo de Seattle, al que le gustaron los calcetines que
yo no estaba usando. No estoy segura de porqué estoy pensando en eso. O
por qué Kit está hablando acerca de calcetines. Oh Dios mío, concéntrate
Helena. Sacudo la cabeza, esperando impactar a mi cerebro para que pueda
volver a funcionar.
—¿A dónde vamos?
—A comer —me dice.
—Sí, eso lo sé. ¿Pero a dónde?
—Confía.
Lanzo's de la familia Lanzo. Esta gente sabe acerca de comida. No
confié en él. Gruño todo el camino hasta ahí y después reviso el menú
suspicazmente. Se llama estar hambrienta. Kit me sonríe todo el tiempo,
aun cuando me como todo el pan. Sus ojos están fijos en mí mientras pruebo
el primer bocado. Deja su propia comida sin tocar hasta que sabe que me
gusta la mía.
—Ah, buena, Santa madre de...
—Shhh —dice—. Son católicos.
—Zeus —concluyo.
Aún no ha tocado su comida. Da un trago a su vino, observándome.
—¿No vas a comer? —pregunto
—Ya comí.
—¿Entonces por qué estamos cenando? —pregunto.
—Para que puedas alimentarte —dice.
Deslizo su plato hacia mi lado de la mesa.
—Kit, sé que tienes algo que decir. Así que dilo. Porque estoy comiendo
por estrés, y en verdad me gustaría detenerme.
Puedo sentir el espagueti embarrándose contra mis mejillas, pero no
voy a limpiar mierda hasta que él me diga por qué estamos aquí. O por qué
está aquí. O...
Desliza una servilleta sobre la mesa. Al principio pienso que me está
diciendo que me limpie la cara, pero después comienzo a atragantarme. No
puedo leer las palabras porque mis ojos están llorosos. Nuestro mesero viene
a preguntar si me encuentro bien. Kit asiente calmadamente, sus ojos fijos
en mí. No está sonriendo. Se supone que debo dejar de toser. Toso un poco
más para comprarme más tiempo.
TUVE UN SUEÑO. NO TE CASES CON DELLA.
—¿En dónde conseguiste eso? —pregunto. A pesar de que sé en
dónde. Tan idiota, Helena.
—Sabes dónde —dice.
—Estaba borracha.
—Lo estabas. Pero te conozco. Eres extra honesta cuando estás
borracha.
Él llama al mesero.
—Otra copa de vino para la dama —dice.
Me rio.
—Eres tan tonto.
—En la boda... —dice
—No, no, no, no, no —interrumpo. Quiero levantarme e irme, pero el
mesero está ahí con mi vino, bloqueándome el paso.
—Helena, cállate y escucha.
—De acuerdo. —Tomo mi vino y me sumerjo en él.
—No debí haberte dejado huir de esa forma. Estaba un poco
sorprendido.
—Ay Dios mío, hace tanto calor aquí —digo, ignorándolo. Miro
alrededor, abanicándome.
—Estoy enamorado de ti, Helena. Debí habértelo dicho entonces, pero
te lo estoy diciendo ahora. Lo siento.
¿Lo siente?
—¿Sientes estar enamorado de mí?
—Siento no habértelo dicho. Concéntrate.
—¿Terminaste con Della?
—Della y yo terminamos, sí.
—Porque…
—Porque estoy enamorado de ti.
Hay un zumbido en mis oídos.
—Creo que tal vez hay algo malo con el vino. Soy alérgica.
—Eres alérgica a las emociones —dice Kit.
—Tengo que irme —le digo levantándome—. Espera. ¿Ella lo sabe? ¿Le
dijiste eso que acabas de decirme?
Es la primera vez que mira hacia otro lado.
—No.
—¿Entonces estás enamorado de mí en secreto? Y viniste hasta aquí
para decírmelo. ¿Y si no te correspondo, entonces podrás regresar con Della?
Sin daño, no hay castigo.
—No. No es así. No quiero lastimarla.
—¿También sigues enamorado de Greer?
—Oh, Dios mío. No, no estoy enamorado de Greer. —Salta y me jala
para que me siente en mi silla. No pienso haber estado más asustada en mi
vida. O enojada—. Helena…
—Deja de decir mi nombre.
—¿Por qué?
—Siento mariposas, y no confió en ti ni en tus mariposas.
Sus labios se juntan como si estuviera encontrando todo esto muy
divertido.
—No se supone que admitas que te hago sentir mariposas.
Toma su teléfono y empieza escribir un texto. Estoy a punto de
preguntarle a quién está enviándole un mensaje en un momento como este,
pero entonces veo su nombre en mi pantalla.
Probaremos esto, dice.
H: De acuerdo.
K: ¿Recuerdas el día que me enseñaste a hacer huevos?
H: Sí…
Lo miro. Su cabeza se inclina sobre su pantalla, y está sonriendo.
K: Fui a casa y comencé a escribir. Una hora contigo y sentí como si la
inspiración por la que había estado esperando toda mi vida me llegara toda
de golpe.
H: ¿Por qué no me lo dijiste?
K: ¿Por qué habría de hacerlo? Eras la mejor amiga de mi novia. Y
estabas con Neil. Lo tomé por lo que era. Eras mi musa.
Estoy apretando mis dientes tan fuerte que puedo escuchar el
chasqueo. Kit deja de enviar mensajes para empujar la copa de vino hacia
mí.
K: Helena, te amo. Estoy enamorado de ti. Di algo…
H: Los hombres mienten.
Y después me pongo de pie y salgo caminando antes de que pueda
detenerme.
o sé a dónde ir. Presiono las palmas de mis manos en las cuencas
de mis ojos y respiro el nítido aire, a pino. Me siento comprimida.
Estoy cruzando mis emociones como un pedazo de papel, un
cuadrado diminuto, en un cuadrado diminuto, en un cuadrado diminuto.
Cuando están plegados lo suficiente puedo dejarlos en algún lugar del
rincón de mi mente para ser olvidado. Así es como lo enfrento, ¿verdad? Y a
veces, en un día como hoy, me imagino que mi cerebro está lleno de cientos
de sentimientos bastardos que no voy a reclamar.
Estoy en la acera mirando de izquierda a derecha, preparada para el
acelerón. He olvidado mi abrigo en el interior del restaurante, lo cual es
lamentable porque hace frío. Temo que él va a venir después de mí, y
también tengo miedo de que no lo haga. ¿No estoy segura de lo que es peor
en este momento? Tengo que salir de aquí para que pueda pensar. Agacho
la cabeza y meto mi teléfono en mi bolsillo trasero mientras me dirijo hacia
los muelles. Es tarde para Port Townsend. Estoy mareada por el vino; mis
extremidades se sienten flojas como los espaguetis que estaba comiendo. La
mayoría de las tiendas que se sientan a lo largo de Main han cerrado por la
noche. Unos pocos rezagados caminan por la acera con sus perros,
preparados para el clima más frío. Envuelvo mis brazos alrededor de mí
misma, y trato de sonreír mientras los paso. Voy rápido, y se mueven fuera
del camino para mí.
El paseo hasta el puerto deportivo está a diez minutos; corriendo a
seis. No estoy usando el calzado adecuado, y me duelen los pies. Me detengo
cuando llego a la Belle, mi favorito. Ella es la solitaria entre los otros barcos
artesanales y trabajada en troncos rústicos molidos. Ella hace que todos los
otros barcos se vean como si se esforzaran demasiado.
El corcho del vino está en mi mano. Lo giro alrededor de mi pulgar
una y otra vez mientras miro el agua. Ni siquiera sé cómo llegué hasta allí.
Esto siempre encuentra su camino en mis manos cuando estoy en
dificultades. Es tan estúpido, sostener un pequeño trozo de corcho como si
fuera una manta de seguridad. Alzo mi puño por encima de la cabeza,
dudando solo un momento antes de tirarlo al agua. Y entonces me pongo a
llorar porque realmente amo mi corcho del vino. Al diablo. Me quito los
zapatos y enderezo el nudo superior. No tiene sentido enderezarlo, pero se
siente como si debería, como un boxeador crujiendo su cuello antes de bailar
en el ring. Estoy a punto de sumergirme cuando alguien me agarra por
detrás.
—¡Helena! No seas loca. —Kit me arrastra hacia atrás desde el borde
del muelle. Me esfuerzo por alejarme de él.
—Quiero mi corcho del vino —le digo. Me doy cuenta de lo loco que
suena. Lo hago. Pero casi no puedo ver más, sólo una pequeña mancha en
la superficie de toda esa tinta. Kit no me mira como si estuviera loca. Agacha
la cabeza y entorna los ojos, señalando el corcho del vino, que deriva cada
vez más lejos.
—¿Ese?
—Sí —le digo.
Él se quita la chaqueta y los zapatos, sin apartar los ojos de la mancha
en el agua.
—¡Oh, Dios mío! ¡Kit, no! Es sólo un corcho de vino. —Espero hasta
que él ya está bajando al agua para decirlo, sin embargo. No quiero que
cambie de opinión.
Cuando se empujaba de regreso al muelle, el agua está corriendo por
sus ojos, y está temblando. Si agarra la neumonía y muere, va a ser mi
culpa. Y luego voy a odio a mi corcho del vino. Pero todavía lo tengo.
—Tenemos que conseguir secarte —le digo. Miro hacia atrás hacia la
fábrica de conservas. Greer estará en casa. Estoy pensando en Greer.
Viéndola. Ella viéndole. Él viéndola. Todos juntos. Tan extraño. Además, no
quiero compartir a Kit.
—Vamos a salir de aquí —dice—. Vamos. —Me ayuda a ponerme el
abrigo. Meto el corcho en el bolsillo, pero sólo se siente como una cosa ahora.
La acción dominó la cosa. Kit lo hizo...
Caminamos las pocas cuadras hacía su apartamento. Me sorprende
cuando se detiene delante de uno de mis edificios favoritos y saca una llave.
Es el edificio azul cielo recubierto con flores podadas. Tan cerca de la fábrica
de conservas, estoy sorprendida que Greer nunca lo mencionó. Tomamos
un ascensor que huele a pintura fresca. Kit está goteando por todo el suelo,
dejando charcos. Lo miro con simpatía, y se ríe.
—Estoy bien. Lo haría de nuevo sólo para mostrarte que lo haría.
Madre de todas las santas mierdas.
Me da la sensación de mareo, los ojos nublándose, como lo que viene
con un muy buen beso.
Lo sigo al salir del ascensor a su departamento y espero con ansiedad
mientras abre la puerta. Estoy inquieta. Me importa lo que Greer pensará,
y Della también. Y mi madre. Y la madre de Kit. Estoy a punto de poner una
excusa para no seguirlo cuando se da la vuelta y me sonríe. Ni siquiera
recuerdo lo que estaba pensando hace un segundo.
El apartamento de Kit está desnudo, excepto por un sofá de cuero y
unas cajas apiladas en una esquina, la cinta sigue sellando las tapas. Todo
es nuevo y recién pintado; el brillante suelo de madera, recién pulido. Hay
un pesado revestimiento de madera en las paredes, cuadrados dentro de
cuadrados. Kit desaparece en el dormitorio para cambiarse de ropa, y me
acerco a la ventana para mirar hacia abajo en Port Townsend. La lluvia es
muy próxima ahora. Me gusta la forma en que hace que todo brille. Estuve
en unas vacaciones con mis padres en Arizona una vez, la típica
peregrinación familiar en el Gran Cañón. Manejando a través de las
ciudades todo parecía lo mismo para mí, llenas de polvo y enmarañadas.
Quería plantar un bol gigante de agua en todo el estado y enjuagarlo.
—¿Qué opinas? —pregunta Kit. Salto, dándome la vuelta. Él está
llevando un jersey gris y vaqueros.
—Bonito —le digo—. En realidad, bastante de ensueño. —Me aparto
para que no pueda ver mi sonrisa.
—¿El apartamento o yo?
Mi sonrisa se convierte en un ceño fruncido. No es justo que siempre
me atrape.
—Ambos. —Suspiro. Cuando me giro me está mirando. Se ve cansado
y sexy.
Él asiente.
—A mi tío le encantó. Restauró todo el lugar. Era propietario del
edificio y dejó a cada uno de sus sobrinos un departamento cuando murió.
—¿Cómo murió?
—Cáncer de páncreas. Tenía cuarenta y cinco.
Me siento en el sofá, y él va a la cocina a preparar café. Mientras se
prepara hace una hoguera, y sin pedirme permiso para moverme primero,
empuja el sofá por el suelo hasta que estoy enfrente del fuego. Me gusta la
forma en que solo hace las cosas. Sin mi permiso. Él sólo se conoce a sí
mismo. Envidio profundamente eso.
—¿Cómo supiste llegar a los muelles? —pregunto.
—Publicas fotos allí todo el tiempo. Es tu lugar para ir.
—¿Soy tan transparente? Dios, no respondas a eso.
Se sienta a mi lado.
—Algunas personas prestan atención.
Luego pone la palma de su mano en su pierna y me mira esperando
que yo la sostenga. Lo hago. Dios, es tan mandón. Realmente, estoy
mortificada.
—Escucha —dice—. Puedes pretender que nunca ocurrió lo del
restaurante. Siento decirte eso que te hizo daño. Esa no era mi intención.
—¿Cómo sabes acerca de mi sueño?
Aprieta mi mano, sus cejas juntándose.
—Acabas de decir que tenía uno, y me imaginé que se parecía al mío.
—Eso es imposible. Las cosas que escribí fueron las cosas que
realmente soñé.
Kit se encoge de hombros.
—¿No podemos compartir el mismo sueño?
Trago saliva y mirar hacia otro lado.
—No lo sé.
Me aprieta la rodilla a sabiendas.
—Voy por el café mientras te ocupas de tu sobrecarga de emociones.
—Dos de azúcar —le grito después de él.
Es curioso, pero a la vez no. ¿Cómo sabe eso?

Y así es como terminamos la noche. Sentados en el sofá frente al


fuego, bebiendo café y escuchando el sonido de las voces de los demás.
Después, Kit me acompaña de nuevo a la fábrica de conservas y me da un
abrazo de despedida. Della ha estado bombardeando mi teléfono: doce
mensajes y cuatro llamadas perdidas. Siento culpabilidad fluyendo en mi
vientre. Ellos no están juntos, me digo. Pero eso es un razonamiento pésimo.
Una pendiente resbaladiza. La conozco desde que éramos niños. Mi lealtad
se supone que es con Della; las chicas antes que las pollas. ¿Eso es aún
realista? Los seres humanos buscan la conexión por encima de todo, y están
dispuestos a destruir las cosas para alcanzarlo. Decido no responder a
Della. No hasta que haya tenido tiempo para procesar lo que dijo Kit. Pongo
mi teléfono en silencio y me meto en la cama como una mujer culpable.
ierro la galería la noche siguiente, luchando para no dejar caer el
bolso o las bolsas de basura que estoy sosteniendo, cuando me
llega un mensaje de Kit. Su tono de mensajes es un silbato de
tren. Cada vez que escucho el silbido miro a mi alrededor, alarmada por su
origen. Me hace reír, aunque siempre estoy ligeramente avergonzada de mí
misma. Kit ha enviado una foto. Dejo que todo caiga a la acera. La imagen
es de su edificio, los colores crema y azul esbozados enfrente de un cielo
gris. ¿Acaba de tomarla? Se siente como una invitación sexual, a pesar de
que nunca le he dado sexo. ¿Qué me hace si voy?
Me tomo mi tiempo caminando por la calle principal, deteniéndome
para mirar vidrieras de tiendas, mientras examino cuidadosamente la
calidad de mi corazón. Está en profundo conflicto con mi mente. Me siento
débil y tonta. Egoísta. Desleal. Me siento como el tipo de chica del que otras
chicas hablan. Me detengo en la esquina, tengo una decisión que tomar.
Puedo continuar hasta la fábrica de conservas, o puedo cruzar la calle y
visitar a Kit Isley.

Está esperando en la planta baja para dejarme entrar al edificio.


Intercambiamos sólo una mirada mientras entro. Puedo oler de inmediato
gasolina y pino. Lleva una camisa atlética de color azul oscuro con ribete
amarillo alrededor del cuello.
—¿Cómo sabías que vendría?
—No lo sabía. Tenía la esperanza.
Esperanza. Me paso casi todos los días luchando contra mis
sentimientos por él, haciendo en mi cabeza la idea de no verlo nunca más.
Por la noche, me pliego como un papel mojado. Mi voluntad está empapada,
y mi moral manchada.
Escaleras arriba, tiene la chimenea encendida, y puedo oler algo
delicioso.
—¡Cocinaste! —exclamo.
—Algo que atrapé con mis propias manos.
—Mmmhmmm. He oído eso antes. —Me quedo fuera de la cocina para
comprobar su plan, pero me agarra la parte superior de los brazos y me
aleja.
—Dame un minuto —dice—. Casi está listo.
—¿Cómo sabes siquiera que estoy hambrienta? —pregunto, porque
parece lo correcto para preguntar ahora.
—Siempre estás hambrienta.
Tiene razón.
Unos minutos más tarde trae dos platos y los coloca en bandejas de
televisión que todavía tienen las etiquetas del precio colgando de ellas.
Vuelve a la cocina por el vino.
—Tienes habilidades —le digo. Sonríe mientras sirve vino y me lo
pasa—. Eso es de los viñedos de Marrowstone —digo—. Caída de tu relación.
Gracias por decirme al respecto, por cierto. Ella casi tuvo una crisis nerviosa
cuando fuimos.
Kit se encoge de hombros.
—Puedes recordar las cosas malas de un lugar, o puedes recordar las
buenas. A veces están atadas juntas. Eso lo hace aún más interesante.
—Dicho —digo, mientras chocamos copas.
Él no me deja limpiar. Apila los platos en la cocina y va a pararse junto
a la ventana conmigo. Port Townsend está cubierta de niebla. Rueda calle
abajo, comiendo la visibilidad. Lo siento a mi lado. Es cursi pensar que uno
puede sentir a una persona, especialmente si está claramente al otro lado
del país como lo estábamos antes. Pero lo sentí. Y ahora que está a mi lado,
estoy abrumada por lo intenso que es estar junto a él.
—Esto se siente incorrecto —digo con calma.
—¿Por qué?
—Sabes por qué. —Me volteo para mirarlo.
—No se siente incorrecto para mí —dice—. Se siente correcto. —Imita
mi acción y se gira hacia mí, por lo que estamos enfrentados.
—¿Cómo se siente?
Kit Isley es treinta centímetros más alto que yo, así que cuando lo
miro, y estamos cerca, tengo que inclinar la cabeza hacia atrás.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos? —pregunta.
Sí, en cierto modo lo hago. ¿O no? Un par de meses atrás, antes de
que se volvieran serios. Recuerdo estar esperando fuera del apartamento de
Della. Iban tarde. Todo el mundo tenía que reunirse en su casa por pizza y
el juego. Ella nos iba a presentar a su nuevo novio. Él subió las escaleras
frente a ella, llevando las cajas de pizza, con una gorra de los Seahawks. De
inmediato hizo que mi cabello se sintiera muy rizado. Sólo por existir. Debido
a que era hermoso.
Él había dicho mi nombre justo después, como si me conociera.
¿Cómo lo has sabido?
Eres exactamente como Della te describió.
¿Cómo se me había olvidado eso? Todos estos meses de obsesión, y
me había olvidado que él me reconoció de forma inmediata.
—Sí, lo recuerdo —digo suavemente—. La noche que vimos el juego
de los Seahawks… en su apartamento.
Los ojos de Kit son suaves y somnolientos cuando me mira.
—No —dice—. No, esa no fue. Piensa de nuevo.
Mi cabeza se sacude de nuevo.
—No, allí fue. Lo recuerdo.
Las comisuras de los labios se levantan lentamente.
—Nosotros ya nos habíamos conocido. Simplemente no lo recuerdas.
—¿Antes de esa noche?
Él asiente. Busco en mi mente, hojeando mis recuerdos. Mis ojos
están fijos en el hueco en su garganta que se encuentra por encima de la
clavícula. ¿Me había topado con ellos en alguna parte antes de conocerlo
oficialmente como su novio? ¿En una cita tal vez? No se me ocurre nada.
Levanto los ojos de nuevo a su cara y muevo la cabeza.
—Fue en un bar —dijo—. Estabas ebria.
—¿Cuándo? —Estar en un bar siendo estudiante universitario era
bastante común. También era común el estar ebrio y no recordar la mitad
de los sucesos de la noche.
—Seis meses antes de ser presentados oficialmente.
—¿Y me recordabas?
Él asiente, y yo quiero ponerme de puntillas y saborear su boca.
—¿Qué bar?
—Mandarin Hide.
Mandarin Hide. ¿Recuerdo haber ido? Los bármanes usaban tirantes y
chalecos, como lo que Kit vistió en…
—Tus tirantes —digo.
Él asiente.
—Los tenía del Mandarín. Los llevé al nuevo lugar.
Había ordenado el Tito’s Blind Pig porque me había gustado el
nombre. Della bebía sidecares a mi lado. Pero ella no me hablaba. No, estaba
hablando con un tipo que se acercó a ella, lo que no era raro en absoluto.
Cada vez que salíamos juntas, esperaba pasar la mitad de la noche
divirtiéndome sola mientras que Della se divertía con los chicos. En esa
noche, un hombre de rostro fresco en un traje se acercó a ella. Ella me dio
la espalda para coquetear con él, y, de repente, estaba sola en un bar.
Recuerdo pedir otra bebida. El barman era agradable. Me hizo otro pig y
luego me trajo un Redbull y lo dejó delante de mí.
¿Para qué es?, pregunté.
Él sonrió y señaló la espalda de Della. Va a ser una larga noche. Lo
bebí agradecida y sentí una extraña conexión con él.
—Ese eras tú. El barman que me dio el Redbull.
—¿Lo recuerdas?
—No estaba ebria —le digo—. Y fuiste agradable. Pero tenías…
—Barba —termina.
—Sí. Santa mierda. —Me aparto de él y miro por la ventana. Me juré
que nunca olvidaría esa noche. En mi neblina de alcohol, había visto a Della
tan claramente, dispuesta a darme la espalda por un extraño. ¿Cómo un
extraño que me dio un Red Bull también lo vio y mostró compasión? Me
sentí observada.
¿Cómo te llamas?, me había preguntado. Y luego lo repitió. Helena. Es
hermoso.
—¿Entonces, ese es el bar en el que conociste a Della?
Él aparta la vista.
—Sí —dice—. Ella vino unos minutos después de eso. Comenzamos a
hablar.
—Por eso recordabas mi nombre. Ese día fuera del departamento de
Della.
—Sí.
—Vaya.
Lamo mis labios. Mi boca está seca. De repente deseo tener un Tito’s
Blind Pig para calmar mis nervios.
—¿Tienes alcohol? —pregunto—. Algo, como, fuerte.
—Tengo una botella de Tequila —dice.
—Perfecto. Tráela entera.
Se va a la cocina, y lo contemplo deslizarse por la puerta principal.
¿Cuánto tiempo haría falta para que subiera el ascensor? ¿Iba a venir detrás
de mí? Por supuesto que lo haría. Y conseguiría empaparme por nada
mientras intentaba huir. Decido permanecer seca.
Kit trae un plato de limas con la botella, y un poco de sal. Nos
sentamos frente a la chimenea y prepara tres chupitos para cada uno, la
botella de Tequila y plato de limas entre nosotros. Pasa la sal, hay más
contacto con los ojos de lo que normalmente sería cómodo. Tengo la
tentación de mirar hacia otro lado, cambiar de tema, reír histéricamente.
Pero el Tequila me da valor, y no rompo el contacto visual con él. Nos
sentamos a la luz del fuego ya que la luz de la cocina no puede llegar a
nosotros, y Kit todavía tiene que comprar lámparas. Fuera, se ha levantado
la lluvia y el viento, un susurro suave del noroeste del Pacífico. Es una noche
de fuego y agua, metafórica y físicamente. El rechinar de neumáticos
cortando a través de charcos en la calle de abajo. La luz del fuego parpadea
en la frente y los labios de Kit, calentando su piel. Quiero tocarlo tanto que
me tiemblan las manos. Estoy en el purgatorio emocional, el arriba y el
abajo, el bien y el mal. Estoy tratando, estoy tratando, estoy tratando de
no… tocarlo.
it me toca. Extiende la mano con un dedo bronceado y lo extiende
a lo largo de mi pómulo. Me estremezco involuntariamente.
—Cuando la luz te golpea aquí, te ves...
—¿Qué? —pregunto. Estoy toda enrollada en el interior. A la espera
de que él me dé permiso para soltarme.
Suspira y aparta la mirada.
—¿De verdad quieres que lo diga? Cuando trato de decirte cosas te
molestas.
—Porque no estoy segura de lo que estás haciendo o lo que quieres —
le digo.
—Estamos saliendo y conociéndonos el uno al otro.
—¿Cómo amigos? —pregunto.
—Por supuesto.
—¿En serio? Nada de tonterías.
—No sé qué son las tonterías. Puedo preguntárselo a mi abuela; ella
dice eso a veces.
Sorbo por la nariz. Kit niega.
—Estoy bien con sólo estar cerca de ti, por ahora.
¿Cómo palabras como esas no podían ejercitar a tu corazón? Respiro
por la nariz. Todas las cosas que siento están tan mal, pero no sé cómo
detenerlas. Tal vez no debería ser de color beige.
—¿Porque eres una persona disciplinada? —pregunto rápidamente—
. ¿Y puedes mantener las cosas estrictamente entre amigos?
Kit ladea la cabeza y me mira con los ojos entrecerrados.
—Sí, sí puedo.
—¿Te gustaría poner eso a prueba? —Mi garganta está seca, pero lo
digo de todos modos.
Los ojos claros de Kit me están observando cuidadosamente. La
belleza en ellos me da coraje, el deseo de poseer esos ojos.
—¿Qué tienes en mente? —pregunta.
—Ve a sentarte en el sofá y cierra los ojos.
—¿En serio?
—Kit —digo, señalando mi rostro—. Este es mi rostro serio. Ahora,
¿quieres hacer esto o no?
Él hace lo que le pido, caminando hacia el sofá, y luego cerrando los
ojos. Ahora que no me está mirando puedo asustarme un poco. Lleno mis
mejillas de aire, abro mucho los ojos, y articulo la palabra maldición con la
boca, antes de dar un paso adelante.
Oye, oye Helena, tienes que terminar lo que empezaste.
Subo a su regazo hasta que estoy a horcajadas sobre él. Él no abre los
ojos, pero se extienden por la sorpresa detrás de sus párpados.
—No los abras —le digo—. O pierdes.
Sus manos vienen inmediatamente a mi cintura.
—No estoy seguro de si hay una manera de perder cuando hay una
mujer a horcajadas sobre ti —dice.
—Shh —digo. Mis mejillas están tan calientes que probablemente se
podría freír un huevo sobre ellas.
Miro su cabello, luego sus ojos, y luego sus labios. Sus manos están
sosteniendo mis caderas; este es probablemente el contacto más físico que
he tenido con él. Si tuviera que abrir los ojos y ver mi cara, todo esto se
desmoronaría. Corrección: Me desmoronaría. Soy casi incapaz de
concentrarme. Dios, ¿qué es? ¿Un horno humano? Me aclaro la garganta y
me inclino hacia su oreja.
—Hagas lo que hagas, Kit Isley —digo en voz baja—, no me beses.
Quiero reírme de la forma en que su nuez de Adán se mueve de
repente en su garganta. Esto es una locura.
Eres una jodida tipa dura, Helena, me digo. Podrías guardar pequeños
roedores en tu moño, maldición. Además de la cuestión.

Me concentro y me inclino hacia su cara. El lujo es que no tengo que


cerrar los ojos, y puedo mirarle todo lo que quiera. Puedo tocarlo si quiero;
estas son mis reglas. Levantando la mano, trazo la línea de su oreja a la
ligera hendidura en su barbilla. Se le pone la piel de gallina; se dispersan a
través de sus antebrazos bronceados. Animada, me inclino más hacia
delante y le beso la comisura de la boca. Muy suavemente. Muy lentamente.
Aspiro su aroma mientras lo hago, y su cuerpo se pone rígido.
—Sé disciplinado, Kit —susurro—. No me puedes besar. —Mis ojos se
agitan cuando me aparto un poco para pasar al otro lado de su boca. Esto
es más difícil de lo que pensaba. Me está mareando. Lo beso de nuevo, y
puedo sentirle tragar saliva. Luego me muevo a su labio inferior, tomándolo
entre mis labios y tirando un poco. Entonces me aparto y lo miro.
El pliegue entre sus cejas es profundo. Una barrera de concentración.
Está trabajando duro. Envuelvo mis manos alrededor de la parte posterior
de su cabeza y le inclino la cabeza hacia arriba mientras me pongo de
rodillas. Sus manos están en la parte posterior de mis muslos, calientes,
calientes, calientes. Entonces bajo mi boca a la suya, rozando mi boca
abierta contra la suya, alejándome, rozando, pellizcando, apartándome. Uso
la lengua para burlarme de él, lamiendo a lo largo de la parte inferior de sus
labios.
Esta es mi primera experiencia real con tensión sexual, y apenas
puedo recuperar el aliento. Dios, él sabe cómo se ve. Lo beso plenamente,
sólo presiono mi boca contra la suya. El profundo suspiro solo se desliza
hacia fuera.
De repente siento su mano en la parte de atrás de mi cuello. ¡Jodidas
manos de horno!
Y ese es mi último pensamiento. Me atrapa en su boca, me tira de
lleno en su regazo, y me besa tan profundamente que gimo en su boca.
Lacio, borracho, mareado, con los ojos vidriosos: mi cuerpo está tan listo
para lo que sea que quiera hacer que me siento avergonzada. Me aparto de
su boca y manos, y salgo de su regazo en un tropezón. Retrocedo tanto como
me deja la habitación ir, chocando con la pared. Quiero abrazar la pared, o
que la pared me abrace a mí.
—A la mierda —digo en su dirección general—. No tienes disciplina.
—Mi camisa está colgando de mi hombro, y mi moño está pendiendo desde
mi izquierda. Se inclina, todavía sentado en el sofá, y pone su cara entre sus
manos.
—Eso no es verdad. Me gustaría rehacer.
Cacareo y alcanzo a cubrir mi boca, atrapando el resto de mi risa
detrás de mi mano. Kit se recuesta cuando escucha mi risa y sonríe.
—Ven aquí, Helena —dice. Levanta su mano hacia la mía. Voy hacia
él. Quizás corro. Probablemente no, porque eso no es genial.
Brinco a su regazo y él está levantándose, y me atrapa, sus manos
alrededor de mi trasero. Luego me acuesta lentamente en el sofá, antes de
inclinarse sobre mí. Nos besamos así por un largo tiempo. Besos lentos con
mis manos en su sedoso cabello. Se siente como un sueño —tan familiar—
pero ninguno de nosotros lo presiona más allá. Es suficiente con sentir su
peso y probar su boca, y ahora él está listo, presionado contra mi
entrepierna. No sabía que era capaz de besar a alguien por tanto tiempo. Ni
siquiera sabía que me gustaba besar. Quizás no me gustaban las cosas lo
suficiente porque las estaba haciendo con la persona incorrecta. La única
razón por la que dejamos de besarnos es porque alguien está golpeando en
la puerta de Kit. Él se aparta de mí y luego me levanta. Ambos estamos de
pie en medio de su sala, completamente desorientados.
—Deberías responder a eso —dije.
—Está bien. ¿Así que, también lo escuchaste? No estaba seguro de si
era mi corazón.
Tan cursi, pero no puedo evitar amarlo. Apunto hacia la puerta.
—Yo um… iré al baño.
—¿Por qué? —pregunta.
—Porque. No lo sé. Siento que no debería de estar aquí.
Kit se rasca la parte de atrás de su cabeza.
—Está bien. Podemos hablar de eso después. ¿Crees que estén
abollando mi puerta por golpear tan fuerte?
Me reí y lo empujé hacia adelante.
—¡Ve! —le dije.

Me lavé la mejilla en el lavamanos y traté de enderezar mi cabello. No


estoy pensando en la persona de la puerta hasta que su voz me atrapa.
Greer. Inmediatamente busco una ventana por la cual pueda saltar. Estoy
dispuesta a caer a mi muerte con tal de no estar aquí en ese momento. Las
ventanas del baño de Kit están selladas. Me siento en la bañera y trato de
cubrir mis oídos. No es mi asunto, no es mi asunto, no es mi asunto.
Pero lo es. Al menos un poco por lo menos.
—¿Por qué no me dijiste que regresarías? —pregunta ella. Sí, yo quiero
saber eso también. Levanto el jabón y lo huelo.
—No sabía que tenía que hacerlo. —Escucho que Kit dice—. Escucha.
¿Podemos hacer esto en otro momento?
La voz de Greer se vuelve insolente. Nunca la había escuchado ser así
de insolente con alguien.
—No soy bienvenida, ¿eh?
—Greer, no es eso. Solo has venido cargando aquí y has hecho una
abolladura en mi puerta con tu puño.
—Bien. —Escucho que dice—. Solo quería decirte que mientras no
estabas, Roberta se murió. No quería mandarlo en un texto.
—¿De verdad? Pudiste habérmelo dicho.
No puedo dejar de olfatear el jabón. Como, solo lo estoy oliendo bajo
mi nariz, y estoy sentada en una bañera, soy una psicótica.
—Bueno, ahora lo hice.
—¿Cómo? —pregunta Kit.
—Fue atropellada.
Oh Dios, espero que estén hablando de un perro. Si yo tuviera mi
corcho de vino, esta cosa con el jabón no estaría pasando. Ellos hablaron
por otro minuto, y luego escuché que la puerta se cerraba. Kit me llama
desde la sala. Cuando no salgo de inmediato, toca la puerta.
—¿Estás bien?
—¿Quién es Roberta?
Él intenta con el picaporte.
—Ella era nuestro perro. ¿Quieres hablar de ello?
— ¿Qué tipo de perro era?
—Un poodle.
Bajo el jabón.
—¿Tenías un poodle que se llamaba Roberta?
—Soy un chico genial. —Salgo del baño de Kit y abro la puerta.
—Me siento extraña estando aquí. Tienes una novia que es mi amiga,
y vivo con tu antigua novia, y estoy muy saturada en esta situación como
para estar besándome contigo.
—Lamento haberte puesto en una situación difícil —dice—. Pero no
lamento haberte besado. O que me hayas besado. No lo lamento.
—Lo has dicho. —Traté de morder mi labio para evitar sonreír.
—No lo siento. Solo necesito que lo sepas —dice otra vez—. Yo no…
Salto y presiono mi mano sobre su boca. Él se ríe y besa un lado de
mi palma.
—Tengo que irme —dije—. Fue bueno besarte.
Él me abraza fuertemente antes de irme, simplemente besa mi frente.
—Déjame encontrarte. No corras.
Camino a casa lentamente.
Cuatro llamadas pérdidas y ocho mensajes de Della. ¿Qué diablos
estoy haciendo?
ada noche, justo antes de que cierre la galería, la pantalla se
enciende para notificarme que tengo un mensaje. Kit, dirá la
notificación. Me pongo nerviosa cuando aparece su nombre. Me
paso unos momentos sin mirar a mi teléfono y me distraigo con otras cosas,
una grapadora vacía, una pintura que he visto todos los días durante meses
tendrá una nueva mancha de pintura para observar, anotar que
necesitamos más bolsas de basura. Durante este tiempo, un dolor aparece
en mi pecho y se construye como un mal caso de acidez estomacal. Excepto
que no es ardor de estómago; es ardor de Kit. Cuando finalmente me quedo
sin cosas que hacer, y voy hacia mi teléfono, ya sé lo que voy a ver.
Cada noche envía una imagen de un lugar diferente en el puerto
Townsend; un día es una estatua de Galatea, la diosa del mar, y la siguiente
lo que parece ser un viejo ascensor, del color oxidado de un huevo de
petirrojo. Él envía una del teatro Rose, y otro día un restaurante sucio que
sirve la mejor cazuela de patata frita que he comido. El escultor de viejos
motores de barco, un hippie “jódete” a la conformidad, se encuentra en Main
Street, una hermosa, monstruosidad rudimentaria. Me envió allí ayer. A
pesar de que está a la vista, quería que la encontrara. Que le prestara
atención sólo a ella en ese día en particular. Me encanta. Cada noche
después de que mi foto llega, me pongo el abrigo, cierro las puertas de la
galería, y encuentro el lugar en el que Kit está esperando. Es un juego de
pistas para Kit. Y todas esas otras cosas. Esa es su esencia. Me pregunto si
Della aprecia esa parte de su naturaleza, o si le pasa desapercibida.
Un día en particular, Kit me envía una foto de un patio de ladrillo
marrón. Cubierto de musgo verde fluorescente, el suelo es una gruesa
alfombra de hojas rojas. Me toma treinta minutos encontrarlo, aunque esté
sólo a dos cuadras de distancia.
—Bastardo —digo, cuando doy vuelta en la esquina y lo veo de pie
contra una pared, apoyándose siempre tan casualmente—. Estás escondido.
¡Eso fue muy difícil!
—No vale la pena hallazgo que sea realmente fácil de encontrar —
dice—. Lo sé por experiencia. —Finjo no oírlo y me detengo para mirar
alrededor. La belleza se apodera de mí. Del patio, y él. Y él en el patio. Lleva
puesta una sudadera con capucha a cuadros y vaqueros rasgados, de pie
entre todas esas hojas. No es una imagen que sacaré fácilmente de mi
mente.
—¿Por qué quieres mostrarme esto? —pregunto, aunque ya sé. Me
está enseñando Port Townsend.
—Es un lugar favorito. Un punto de ocultación.
No nos quedamos allí. Caminamos de regreso a su apartamento en el
que me da una taza de vino caliente, embriagador con clavo de olor y
naranjas. Colocándome contra su pecho, me siento entre sus piernas en el
sofá, frente a la ventana.
—Helena —dice, en mi oído—. Me has estado dando mucha atención
últimamente. Me gusta.
—¿Porque estás tan hambriento de atención? —Me rio. Incluso
cuando caminamos hacia su condominio anteriormente, las mujeres se
daban la vuelta para mirarlo mientras pasaba.
—Quiero tu atención —dice. Cierro los ojos, contenta de que no pueda
ver mi cara. Miro un par de niños caminar por la cuerda floja en la pared de
enfrente.
—¿Por qué?
—Helena, mírame.
—Uf.
Lo miro.
—No tengo una buena razón, excepto que algo de mí responde a algo
de ti.
Conozco la sensación.
—No sé de lo que estás hablando —le digo.
—Sí —dice, mirando a mis labios—. Lo sabes.
Tiene razón.

Nadie sabe del tiempo que pasamos juntos, ni siquiera Greer. En


especial, no Greer. Una mañana, cuando estamos en la cocina, me pregunta
de dónde viene toda la luz en mis ojos.
—Port Townsend —le digo. Me mira por encima del borde de su taza
de café.
—Es Kit —dice ella.
—¿Qué? No. ¿Quién? —Derramo mi yogur.
La miro mientras limpio el desorden. Su cara es neutral, pero puedo
sentir algo que irradia de ella.
—Sí —le digo.
—Vi tu bolso en su apartamento. El día que fui a golpear su puerta.
—Oh. —Es todo lo que puedo pensar en decir. Mi cara está en llamas.
—¿Volvió aquí por ti?
Me he preguntado lo mismo, aunque se siente indulgente hacerlo.
Esta es su casa. Llegar a su casa no tiene nada que ver conmigo. Por mucho
que me gustaría creer lo contrario.
—Greer. No sé por qué Kit está aquí —le digo, poniéndome de pie—.
Se separaron, y creo que tenía que volver a casa por un tiempo.
Ella asiente, lentamente.
—Tiene sentido. ¿Pero sabes lo que pienso? Te lastimará.
Sé eso. Lo sé.
—No puedo salir lastimado si mi corazón no está involucrado.
—Eres una muy muy pobre mentirosa, Helena.
Sé eso también.
No hablamos más de ello. Greer se va sin un adiós, y me preparo para
ir a trabajar. Ella tenía razón. Tenía que parar esto ahora. Saco mi teléfono
y borro el número del Kit. Listo. Ahora no podría enviarle mensajes primero.
Qué cosa tan estúpida, pero me siento ligeramente triunfante. Por el
momento. Camino al trabajo, formulando un plan. Voy a enviarle a Della un
mensaje, la escucharé, consolaré Voy a reafirmar nuestra amistad. Chicas
antes de pollas. Voy a ser la amiga que tengo que ser, y poner mis
sentimientos por Kit de lado. ¡Bien! Llego a otra cuadra y giro a la izquierda
cuando llego el invernadero. Lo veo a unos veinte pasos delante, caminando
directamente hacia mí. Su cabeza se inclina sobre su teléfono. Tengo tiempo
para dar la vuelta y correr. Tal vez correr no es la mejor opción. Entro en el
invernadero. Es mi tienda favorita, pero solo servirá como mi escondite. Me
muevo más allá de los estantes de coral rojo y lanzas, y me dirijo a la parte
trasera de la tienda. Hay una obra de arte que me gusta mirar, colgada en
la pared del fondo. Un pulpo, con las patas plegadas, tirando tinta de su
boca.
—Siempre te encontraré. Incluso cuando corras.
—Eso no es raro en absoluto —digo, sin darme la vuelta. Estoy fresca
como una lechuga, pero mi corazón late violentamente—. Sólo estaba
haciendo mi rutina de ejercicio por la mañana.
—Lo veo —dice—. Huyendo de mí. —Lo miro con el rabillo del ojo.
—Eso es una cosa muy egocéntrica que decir.
—Oye ¿quieres ir a dar un paseo?
—No. Tengo que trabajar.
—Te acompañaré a trabajar.
Me encojo de hombros.
Kit camina con las manos en los bolsillos. No hay viento hoy, pero
agarro mi bolso como si fuese a volar de todos modos. Tiene que ver con
toda mi tensión. Cuando llegamos a las puertas de la galería, nos
detenemos, y cuelgo las llaves en mi dedo, sacudiéndolas un poco. Sólo para
hacerle saber. Esto es todo. ¡Vete! ¡Estoy haciendo sonar las llaves!
—Gracias por acompañarme al trabajo —digo con rigidez. Sacudo las
llaves más fuerte, y se deslizan fuera de mi dedo. Kit se inclina para
tomarlas, y cuando lo miro, está en una rodilla delante de mí. Él levanta mi
mano de mi costado y desliza el anillo del llavero de nuevo en mi dedo. No
está en mi dedo anular, y estoy agradecida ligeramente. No tendría el
problema de no ser capaz de ocultar un desmayo. Él ya está de rodillas,
mirándome a los ojos. Y no rompe el contacto visual conmigo cuando se
levanta—. Me tengo que ir —le digo.
Me giro, introduzco la llave en la cerradura, todo robóticamente. Lo
veo detrás de mí en el reflejo sobre la ventana. Su voz está cerca de mi oído.
Imagino que puedo sentir su aliento, pero es probable que sólo sea el viento.
Imagino que abre la puerta y entra en la galería, trago y presiono a Kit para
que salga. La galería tendría que presionarlo para salir, porque no puedo.
No puedo, no puedo, no puedo.
—No me alejes, Helena. No estoy listo para irme.
Y qué puedes hacer en ese momento, excepto cerrar los ojos tan
firmemente como te es posible y tratar de controlar el temblor de tus
extremidades. Me giro, la niña tonta que soy, y dejo que me bese. Sostiene
mi cara como si quisiera evitar que me apartara. Él no tiene nada de qué
preocuparse. Toda mi atención es...
Su teléfono suena. Eso es lo que termina nuestro beso. Estoy
presionada a las puertas de cristal de la galería. Puedo sentir las
advertencias de Greer, ondas sobre ondas en tonos azules y verdes y negros.
Tengo los ojos borrosos, mi pecho dolorido ¿porque...? ¿Anhelo? Lo observo
contestar su teléfono, nuestros ojos se encuentran, a continuación, una
mirada de sorpresa llena su rostro.
—¿De quién es este número? —Su voz es dura. No me gustaría estar
en el otro lado de esa voz. Salgo de mi aturdimiento un poco. No necesito
que la galería me sostenga ya. Me enderezo, arreglo mi cabello, revuelto por
las manos de Kit.
Tengo una inquietud. Se construye por un segundo. Y entonces los
ojos de Kit encuentran los míos. Está tranquilo mientras escucha, pero
puedo verlo en su rostro. Ya lo sé, antes de que cuelgue el teléfono y lo
deslice en su bolsillo. Hemos terminado sin siquiera haber empezado.
—Era Della —dice. Hay una pausa—. Está embarazada.
i cinco minutos después de que llamó a Kit, Della publica una foto
de una ecografía en Instagram. Un esquema perfectamente
sincronizado por una chica perfectamente insegura. Vaya
excelente manera de ir con esto, Dells. La tituló: mi pequeño estado. Estado.
Al igual que he estado allí. SI SOLO HUBIERA HABIDO ALGUIEN PARA
DEMOSTRAR ESTE TÍTULO. Su hashtag me aplasta: #ochosemanas. Justo
antes de que él regresara a PT. Oh, Dios mío, me siento tan enferma.
Estarás bien, me digo. Esto ni siquiera es un gran problema. Salí con
él, como, ¿qué? ¿Cinco veces? ¿Cincuenta y cinco veces? Me casé con él una
vez, y tuvimos un bebé, pero él no sabe eso. Además, he pasado por esto
antes. Un tipo. Una mujer que no soy yo. Un bebé. Pero, lo que hizo Neil no
se compara con esto. Neil me traicionó, seguro. Pero Neil y yo estábamos
juntos porque éramos jóvenes, y tenía sentido. ¿Realmente habíamos tenido
una conexión? ¡Ja! No. Nuestra conexión fue circunstancial. Íbamos a la
misma escuela, teníamos los mismos amigos. Veíamos las mismas cosas en
la televisión porque nuestros amigos la estaban viendo, y necesitamos algo
de lo qué hablar.
Kit me golpeó de la nada. Tuve un sueño que me hizo echar un vistazo
más de cerca de un tipo que de lo contrario estaba ignorando. Y a partir de
ese sueño descubrí una conexión. Ni siquiera sigo pensando en el sueño.
Durante las últimas ocho semanas lo he estado viviendo.
Pero no pienso en eso a medida que atiendo llamadas, empaco algunas
piezas para su envío, y deposito cheques. Siento que me han sacado todas
mis entrañas y que han sido reemplazadas con relleno que me ha dejado
rígida y entumecida, y mecánica. No me llega mi mensaje habitual de Kit
cuando es el momento de cerrar y volver a casa, así que me quedo más tarde
de lo habitual. Me recuerdo a mi abuela, que se mueve de una habitación a
otra, llegando a parecer ocupada sin realmente hacer nada.
Kit está, probablemente, en su camino de regreso a Florida en este
momento, un vaso de plástico de vino de mierda en la mano. Pensar en él
estando tan lejos hace que los músculos en mi corazón se estiren
dolorosamente. Esto no está bien. Yo no estoy bien. No hay nadie en la calle
cuando me voy. Está inquietantemente tranquilo; el único sonido es el de la
lluvia y el zumbido lejano de un generador. Es una noche fría; el viento ha
estado tocando la parte superior de las montañas nevadas y soplando en
nuestra dirección. Me encojo más profundamente en mi abrigo y miro hacia
la fábrica de conservas. No quiero estar allí. O aquí. O en cualquier lugar.
Camino hacia el puerto, mis pasos determinados. En lo profundo de mi
bolsillo, mi corcho de vino se siente apretado en mi puño. No me siento tan
entumecida como antes. La conmoción ha desaparecido y se ha llenado con
algo más filoso. Creo que se llama realización. ¡Ja! La Belle no está en su
corrimiento. Es la primera vez que he encontrado su lugar vacío. Me paro
en el muelle, temblando y preguntándome qué hacer a continuación.
—Helena.
Siempre te encontraré.
—No te molestes —digo sin darme la vuelta. Se para junto a mí, y
miramos fijamente el agua juntos. Puedo ver mi aliento—. Pensé que ya te
habrías ido.
Baja la mirada a sus pies, y lo oigo suspirar.
—Vuelvo mañana.
—Ah.
Más silencio.
—Un bebé. Debes estar muy emocionado.
—No lo hagas, Helena. Esto es... no lo tenía planeado. Tengo que ir a
hablar con ella, hacerme cargo de las cosas.
—Tienes que ir a cuidar de tu familia —digo, volviéndome hacia él—.
Eso es lo correcto. Es decir, ¿qué estábamos haciendo siquiera, Kit?
Él hace una mueca, comienza a decir algo, pero aparta la mirada,
apretando los dientes.
—Estábamos haciendo algo bueno. Mis intenciones eran las de llegar
a conocerte. Realmente conocerte —dice.
—No estábamos haciendo algo bueno. Simplemente se sentía bien.
Traicioné a Della. ¿Qué era yo? ¿Tu pequeña distracción antes de que
sentaras cabeza?
Está rebotando sobre los talones, sacudiendo la cabeza como si no
pudiera creer lo que yo estoy diciendo.
—Sabes que eso no es cierto. Tenemos algo, Helena. En otra vida,
habría sido un hermoso algo.
Eso duele. Dios, lo hace. He visto esa vida. Él ni siquiera sabe de lo
que está hablando. En su mente, sólo soy alguna posibilidad que podría
haber sido, pero en mi mente, él es la única posibilidad.
Doy un paso hacia él, lo suficientemente cerca como para ver la barba
en sus mejillas. Extiendo la mano para tocarla, y raspa contra el lado tierno
de mi mano. Kit cierra los ojos.
—Hay una casa en las afueras de Washington; vivimos juntos en esa
vida —digo suavemente—. Todo es verde, verde, verde en nuestro patio
trasero. Tenemos dos hijos, un niño y una niña. Ella se parece a ti —digo—
. Pero actúa como yo. —Le acaricio la mejilla, porque sé que es la última vez
que llegaré a hacerlo. Los ojos de Kit están abiertos y atormentados. Me paso
los dientes a través de mi labio inferior antes de continuar—. En verano,
hacemos el amor afuera, contra la gran mesa de madera que aún sostiene
nuestros platos de la cena. Y hablamos de todos los lugares en los que nos
gustaría hacer el amor. —Lamo las lágrimas de mi labio donde se están
agrupando. Que corren en línea recta por mis mejillas, un grifo goteando—
. Y somos tan felices, Kit. Es como un sueño todos los días. —Me pongo de
puntillas y lo beso suavemente en los labios, dejando que saboreé mis
lágrimas. Me está mirando con tanta fuerza que quiero agrietarme—. Sin
embargo, es sólo un sueño, ¿verdad?
Antes de alejarme, toco el pliegue entre sus ojos. No ha dicho una
palabra, pero su boca está fruncida en este ceño enojado. Tiene menos
derecho a decir las cosas ahora. Lo entiendo.
—Ten —digo. Le extiendo mi puño, y levanta la mano. Dejo caer el
corcho de vino en su palma—. ¿Me haces un favor?
Está mirando el corcho; puedo ver la confusión en su rostro. Hay
ciento de cosas sucediendo detrás de sus ojos. Señalo el agua.
—Tíralo —digo.
—¿Es este... por qué?
—Simplemente hazlo —declaro, cerrando los ojos—. Por favor.
Está luchando. Quiere decir más, pero se vuelve hacia el agua y
levanta el brazo por encima de su cabeza. Sólo puedo verlo durante un
segundo antes de que desaparezca en la oscuridad.
Ahí. Doy un suspiro de alivio.
—Adiós, Kit —digo.
ay días, muchos de ellos. No puedo decir lo que sucedió en esos
días: qué encontré, a quién hablé, lo que comí. Definitivamente
no puedo recordar los detalles de mis pensamientos, solo que mi
temor sonaba alrededor de los rincones de mi mente hasta que no pude
mantenerlo dividido de cualquier cosa. Impregnada en el trabajo y en casa.
En mis relaciones con los clientes, y mis llamadas de teléfono con mis
padres. Me daba miedo la vida sin él, y eso era una triste, triste cosa.
Entumecimiento. Eso vino después. Después de semanas de sentir un
dolor tan potente, que era un alivio. Es lo que es, me digo. Y me siento muy
orgullosa de lo que hice hasta el punto de la nada.
Pero, luego vuelve. Cabrón. No espero eso. Me despierto una mañana
con el sol entrando por mi ventana. El sol, por el amor de Dios. ¿No es esta
la tierra sin sol? Giro en mi estómago y tiro una almohada sobre mi cabeza.
Y es cuando sucede. Todo viene de vuelta apresuradamente, la intensidad
de lo que siento por él, el sueño sin rodeos hasta el ridículo en el sofá de
Pottery Barn, y la forma en que se fue con un gran lo siento. Puedo ver los
tendones en su cuello tensos cuando cierro los ojos. El labio inferior que cae
en un puchero cuando está pensando en algo. Sé su olor, no el de su colonia,
sino el de su piel real. Pienso en el día en su armario cuando me atrapó
oliendo su camisa. Dios, parece que fue hace mucho. Estoy tan devastada.
Tan completamente devastada.

Le digo a Phyllis. Es un accidente, en realidad. Estoy pasando a través


de sombreros de punto que se parecen a tapetes decorativos cuando de
repente ella me sonríe desde detrás de la caja registradora. Me pongo a llorar
de inmediato. Ni siquiera es llanto normal, es un grito feo.
—El daño de esta magnitud es igual que la menopausia —me dice
Phyllis. Acabo de limpiarme la nariz con uno de los sombreros. Ella me lo
quita y me entrega un pañuelo de papel—. Viene de los sofocos. Justo
cuando se siente que no puedes aguantar más, pasa por un momento. Pero
vuelve, vaya que sí.
Asiento, pero Phyllis se equivoca. Nunca pasa, y nunca se detiene. Es
como un puño apretando alrededor de mi corazón, exprimiendo todo el día.
La única cosa que alivia la presión es cuando estoy trabajando. Se puede
distraer a la mente por un rato, pero cuando el corazón y la mente trabajan
juntos, son crueles. Phyllis me despacha con el sombrero que he usado para
limpiar mi nariz, como un regalo. Me toma unos días notar las miradas. La
gente en la ciudad parece saber. Estoy en el conservatorio recogiendo algo
para enviar a mi madre por su cumpleaños, cuando el propietario toca mi
mano. Miro hacia arriba, sobresaltada. Casi nadie me toca hoy en día. Casi
lloro porque todo me hace llorar.
—Para que lo sepas —dice ella—, todos estábamos apoyándote.
Parpadeo las lágrimas. No puedo hablar. No sé si realmente
agradecerle, así que agarro mi compra y hago un gesto con mi cabeza hacia
ella antes de salir rápidamente de la tienda. Cuando lo menciono a Greer
más tarde esa noche, ella me frunce el ceño.
—¿De verdad piensa que nadie lo sabía? Esta es una ciudad pequeña,
Helena. Cuando un chico de oro como Kit sigue a una chica por la ciudad
con una botella de vino en la mano, la gente se emociona.
—No estaba… no lo hizo…
Greer pone sus ojos en blanco.
—Está claramente enamorado de ti. Lástima que dejase embarazada
a esa chica…
Sus palabras me dejas sin aliento. ¿Kit… enamorado de mí? No. Eso
es de risa. Realmente me rio un poco. No he sabido nada de Kit o Della en
semanas. Por lo que sé, están pintando su cuarto para el niño con alguna
sombra de género neutro. Sólo voy a estar aquí en la ciudad mágica
lamiendo mis heridas. Bebiendo mí vino. Poco a poco muriendo por dentro.
Siendo melodramática. Aferrándome a un sueño que tuve una vez que
cambió todo lo que pensaba que quería. Le extraño tanto. Tengo demasiado
miedo de mirar fotos. Demasiado miedo de recordar la forma en que chupó
mis labios como si fueran caramelos. Todo es una pendiente resbaladiza.
Sentada en la oscuridad con el vino que gotea por mi barbilla. Odiando a
Della por tocarlo. Odiándolo por dejarla. ¿Dónde termina esto? No es así.
Por eso hay que dejarlo a un lado.

Las noticias de la boda de Della/Kit vienen cinco meses después a


través de Instagram (¡sorpresa, sorpresa!), donde Della publica una foto de
su mano recién cuidada con el título: ¡Él puso un anillo en ella!
Además, los pulmones de su bebé están desarrollados, y ella puede
abrir y cerrar los ojos. Sabemos que es una ella porque Della no ha dejado
de anunciar eso… también en su Instagram.
Me siento enferma. Además, del título estúpido.
#verdaderosvallesoriginales
También me siento mal porque yo soy tan mala de corazón. #Losiento
Della no se casará hasta que haya tenido a su bebé y esté de nuevo
en la talla dos. Me siento reconfortada por eso. No es inminente, y tengo
tiempo para adaptarme. En cuanto a Kit: ¡que te jodan, vete a la mierda!
Borro su número de mi teléfono de nuevo, entonces me pongo a escribir un
mensaje. Quiero mandarle algo enojado y significativo. ¡Cobarde! ¡Tonto!
Pero no puedo encontrar las palabras para expresar lo que siento. ¿Cómo
me siento? Toco la porción de piel que descansa sobre mi corazón,
masajeando. Duele allí mismo. Casi me da algo, y ahora nunca lo sabré.
Nunca sabré lo que más deseo. Le escribo un mensaje.
H: Qué te jodan, Kit.
No tarda mucho en responder: Helena…
La burbuja de texto aparece y desaparece. Espero, pero no llega. Me
siento ignorada. Usada. Y entonces suena mi teléfono. Un escalofrío me
recorre cuando veo su nombre. Nunca he hablado con Kit por teléfono.
Contesto.
No digo una palabra, aunque sabe que estoy ahí porque dice mi
nombre.
—Helena… —Puedo oír su respiración en el receptor. La respiración
áspera. Me tapo la boca con la mano libre para que no pueda oírme llorar—
. Helena —dice mi nombre otra vez—. Lo siento mucho. Por favor, créeme.
Nos quedamos en el medio de eso durante unos segundos. Mi corazón
sacude el adormecimiento del día y comienza a doler.
—No es lo que quería. Te quería. No puedo escapar de esto. Este niño
es parte de mí.
Su voz se rompe, y me pregunto dónde está. ¿En el almacén en el
trabajo? ¿En su auto? ¿En la casa que va a compartir con su hijo? No puedo
oír nada aparte de su aspereza voz cuando dic esas palabras.
—Lo sé —le digo.
—Soy un cobarde —dice—. He querido hablar contigo todos los días
desde que me fui, y no he sabido qué decir.
—Realmente no hay nada que decir, ¿está ahí, Kit?
—Ahí está. Lo siento. No tenía derecho a perseguirte y luego hacerte
daño. No fue fácil para mí alejarme. Encendí algo en tu corazón, y luego te
dejé quemarte por tu cuenta. Perdóname, Helena. Quería protegerte de la
crueldad del mundo, no convertirla.
No puedo. Me agacho, envolviendo mis brazos alrededor de mi vientre.
No hay una manera de detener el dolor. Voy a tener que dejar que siga su
curso. Necesito sus palabras para sellar la herida.
—Gracias —digo suavemente.
Y después cuelgo.
e despierto. Mi teléfono está sonando. Busco la luz a tientas,
tirando las cosas de mi mesita de noche, mi botella de agua y mi
reloj golpean el suelo. Alcanzo mi teléfono.
Kit.
Me siento, apartándome el cabello del rostro. ¡No encuentro mi oreja!
¿En dónde está? Mi moño se ha caído al lado de mi cabeza y cubre mi oreja
como una gigante orejera.
—¿Hola? —Mi voz es rasposa, llena de sueño. Busco mi botella de
agua, pero ha rodado bajo la cama.
—Helena…
Me dan escalofríos al escuchar su voz. Cuando alguien te llama en
medio de la noche nunca es algo bueno.
—Sí, ¿qué pasa? —De repente estoy completamente despierta,
poniéndome de pie y parándome junto a la ventana.
—Es Della —dice. Escucho un montón de palabras después de eso. A
penas puedo encontrarles sentido antes de que diga algo que hace que me
tambalee. Pero hay algo que sobresale más que todo—. No sabemos si lo
logrará.

Voy hacia ellos, hacia los tres. Después de lanzar ropa en una bola,
agarrar desodorante y solución para lentes de contacto, despierto a Greer
para que me lleve a Seattle. Tomo el primer vuelo, y no duermo ni un
segundo. Aprieto mis manos entre mis rodillas y balanceo mis pies en el
suelo hasta que mi compañero de asiento me pide que pare. No puedo evitar
sentir que todo esto es mi culpa. Es lógico, pero si hubiese estado allí, tal
vez…
Kit me recoge en el aeropuerto, está parado al pie de las escaleras con
los ojos delineados en rojo y el cabello más largo de lo que alguna vez le vi.
Corro, lanzándome a sus brazos abiertos, y permanecemos así,
sosteniéndonos al otro. Trato de no llorar, pero la manera en que sus brazos
caen sobre mis hombros... Dios. Lo perdí. Las personas seguro nos observan
al pasar, pero nosotros no lo notamos.
—¿Es todo lo que trajiste? —Se refiere a mi bolsa. No me ve cuando
se aparta. Limpio mis lágrimas y asiento. Nos dirigimos al auto en silencio.
Quiero preguntar un millón de cosas: ¿Cómo sucedió esto? ¿Qué pueden
hacer por ella? ¿Qué estás sintiendo? ¿En qué piensas? ¿Cómo está el bebé?
Subimos a su auto. Noto el asiento en la parte de atrás, y mi estómago
se aprieta. Rápidamente me volteo. No quiero pensar sobre eso.
No es hasta que estamos en la autopista, con la lluvia cayendo de un
cielo color carbón, que me dice lo que ha pasado.
—Tuvo una embolia de líquido amniótico —dice esto, con cuidado; me
imagino que justo como los doctores se lo dijeron a él—. El fluido amniótico
se metió en su torrente sanguíneo mientras estaba dando a luz. Causó que
fuera incapaz de coagular, así que durante la labor empezó a desangrarse.
Coagulación intravascular diseminada. Después de que Annie naciera, se
llevaron a Della y no me dijeron nada.
Annie, pienso. Dulce.
—Nos hicieron esperar por siempre. Dios, fue el día más largo de mi
vida. No me dejaban verla a ella ni al bebé. Finalmente, el doctor salió y nos
dijo que sus riñones habían caído, y que sus pulmones se llenaron de fluido.
La pusieron en un coma inducido para ayudar a que su cuerpo se
recuperara.
Mi reacción es más que todo interna; no quiero enloquecer enfrente
de Kit y hacer las cosas peores. Aprieto el borde de mi asiento con ambas
manos mientras continúa hablando. Dios, Della. Casi muere. Pudimos
haberla perdido. Y yo no estaba allí.
—¿Ella está…? —Mi voz se corta, se rompe, como sea que quieras
llamarlo.
—No lo sabemos. —Pausa, y de reojo lo veo limpiarse la mejilla—. Nos
preguntaron si ella era religiosa. Nos dijeron que trajéramos a un sacerdote.
Envuelvo mis brazos alrededor de mi estómago y me inclino hasta que
mi frente toca el tablero. Estas no eran el tipo de cosas que sucedían en la
vida real; esto era un especial de televisión, una telenovela. El hecho de que
le estuvieran sucediendo a mi mejor amiga parecía inconcebible. No podría
ser. Llegaría al hospital y ella estaría bien, sentada en su cama sosteniendo
a Annie, su cabello perfecto y brillante, arreglado a la perfección para que
todos pudieran pasar y decir “¡Dios mío! ¡No puedo creer que acabas de tener
un bebé!”
—¿Y la bebé? —le pregunto a Kit—. ¿Annie?
—Está bien —dice—. Perfecta.
—Hay algo más —dice.
Dios, ¿qué más puede ser?
—Tuvieron que hacerle una histerectomía de emergencia.
Me recorre un temblor frío. Va por todo mi cuerpo hasta mis dedos.
Della es de una gran familia italiana. Su madre sólo pudo tener tres hijos
antes que le dijeran que otro podría matarla. Desde que puedo recordar, la
madre de Della la había estado preparando para tener la gran familia que
ella misma siempre había deseado. Su hermano mayor, Tony, era un
playboy. No tenía intención de sentar cabeza, y su hermana, Gia, era
lesbiana. Nadie de la familia le hablaba a Gia, quien vivía en Nueva York
con su pareja y tres perros rescatados. Ella ni siquiera tiene perros de raza
pura, había escuchado a Della decir una vez. Ella sólo toma los callejeros.
Era un hecho no dicho que Della sería quien cargara con la gran antorcha
de la familia. Esto la destrozaría. Si llegase a despertar.

Ya que es sábado, el hospital está lleno. Visitando familiares, niños


sujetándose fuerte a las manos de sus padres. Debo recordarme que no
todos están aquí por algo triste. Niños han nacido, cálculos renales han sido
removidos, vidas han sido salvadas. Kit toma mi mano y me guía a través
de los pasillos y a los elevadores hasta que estamos en el quinto piso. Todo
en este pasillo es silencioso, sombrío. Trato de ignorar los pensamientos de
pánico que entran a mi mente, pero son ruidosos. La pusieron aquí para
morir, y le dijeron a su familia católica que trajera un sacerdote.
Pasamos la estación de enfermeras hasta una puerta al fondo del
pasillo. Estoy respirando por la boca, asustada de lo que los olores me harán
sentir. “Beggiro” está escrito en una pizarra en la puerta. Me preparo,
sostengo el aliento, aprieto los puños. La puerta se abre, y mis ojos se
concentran en la cama de hospital. Tiene líneas entrelazadas: rojas, blancas,
todas conectadas a maquinaria que se destaca como centinelas a su lado.
Son ruidosas, manifestando su condición médica con pitidos, y clics, y
zumbidos. Su madre está sentada en una silla a su lado; su hermano
duerme en una camita. Me abrazan, hablan a través de lágrimas y palabras
italianas al azar que he llegado a conocer bien a través de los años. Es solo
cuando van conmigo que me acerco a la cama y le echo una mirada a mi
mejor amiga. Mi mano va hacia mi boca, y sofoco una exclamación. Esta no
es Della. No lo es.
Ella está hinchada, amoratada; su rostro es de un beige opaco, como
pasta cocida. Quiero quitar el cabello de su rostro, ¿por qué nadie ha hecho
eso? Cuelga húmedo y sucio. Cuando me giro, Kit está de pie junto a la
puerta, su cabeza agachada como si mirarla le doliera. Toco las manos de
ella, que están cruzadas a través de su estómago, los restos de esmalte de
uñas rosa todavía están ahí. Están frías, así que jalo un manta para
cubrírselas. ¿Cómo alguien podría saber que tiene frío cuando ella no puede
decirlo? Quiero decirle algo. Decirle que se despierte y conozca a su bebé,
pero estoy paralizada por la sorpresa.

Siento una mano en mi espalda, la mamá de Della, Annette.


—Ve a ver a Annie —dice—. Será bueno para ti. Della estará aquí
cuando regreses. Ven a sentarte mañana con ella.
Asiento, limpiando mi nariz con mi manga. Kit me lleva a través de su
pequeña casa en Ft. Lauderdale. Keith Sweat está sonando en la radio. “Pero
tengo que ser fuerte, me hiciste mal”. Repentinamente tengo un terrible dolor
de cabeza. La prima de Della, Geri, está vigilando a Annie, me dice él. No le
digo que Geri usa cocaína por recreación cinco días a la semana o que estuvo
un tiempo en rehabilitación por heroína. Está leyendo una revista tabloide
en el sofá cuando llegamos. Levanta un dedo hacia sus labios para decir que
Annie está dormida. Me abraza cálidamente y puedo oler alcohol en su
aliente. Siempre me he llevado bien con Geri. Pero no me sienta bien que
beba cuando cuida a un bebé. No a cualquier bebé, sino especialmente no
esta bebé. Tengo el deseo de decirle que se vaya y no vuelva. En cambio, me
disculpo para ir al baño. Es extraño ver cosas de bebé esparcidas por el
espacio de Della: columpios, moisés, suaves mantas color rosa. Cuando
salgo del baño, Geri se ha ido. Kit está parado en la puerta de la sala de
estar, sus manos en sus bolsillos. No me está mirando; no está mirando
algo.
—Kit —digo. Brinca un poco y luego sacude su cabeza como si
estuviera saliendo de un sueño.
—¿Quieres conocer a Annie? —pregunta suavemente.
—Sí, lo hago.
Me guía hacia la habitación de atrás. La casa huele a pintura fresca y
antes que abra la puerta de la habitación de Annie, ya sé que Della ha
pintado la habitación color rosa. Es brillante, no el color claro que estaba
esperando. Me quedo para ahí por un minuto, parpadeando por el color
antes de enfocar mis ojos en la cuna contra la pared. Es negra. Puedo
escuchar susurrar vida del interior, como si justo estuviera decidiendo
despertar. Kit está parado junto a la cuna y espera a que me acerque. Se
siente… extraño. Mis pies se hunden en la alfombra. Mis manos están
estúpidamente unidas. Primero veo su cabello, saliendo de su envoltura. Es
un cabello rebelde, un copete negro contra la cremosa piel blanca. Sus ojos
están abiertos, vidriosos como usualmente lo están los de los recién nacidos.
Su boca se abre para dejar salir un grito y estoy sorprendida de cuán suave
y amable es. La levanto. No puedo evitarlo. Es la cosa más perfecta que haya
visto alguna vez.
—Annie —digo—. Soy tu tía Helena. —Olisqueo su cabeza y luego la
beso. La llevo hacia el cambiador y la desenvuelvo. Quiero ver el resto, las
pequeñas piernas de ave y los perfectos deditos de sus manos y pies. Estoy
tan absorta que olvido que Kit está en la habitación—. Lo siento —digo—.
¿Tú querías hacer esto?
Me siento tan mal. Solo me lancé a hacerlo sin preguntar. Kit sonríe,
sacude su cabeza.
—Adelante —dice—. Deben conocerse.
Eso es todo lo que tiene que decir. Soy una auténtica amante de los
bebés. Kit va por su mamila mientras cambio su pañal. A medio camino
empiezo a llorar. Della. Ni siquiera ha sostenido a su bebé. Todo esto se
siente como mi culpa. Tengo que quedarme a ayudarlos. Al menos hasta que
Della se mejore. Tengo que hacer lo correcto para todos ellos. Especialmente
después de todo lo que he hecho.

Kit y yo tomamos turnos con Annie por el resto de la noche. Tomaría


todos los turnos y lo dejaría dormir, pero Kit dice que despertar con ella le
hace sentir como que está haciendo algo y necesita sentir que está haciendo
algo o se volverá loco. Duermo en la oficina frente a la habitación de Annie
y cada vez que se despierta y escucho sus pequeños grititos, quiero ir
rápidamente hacia la habitación. Cuando es turno de Kit me ruedo sobre mi
costado así puedo escucharlos. Él le canta. Es tan tierno que me hace sentir
de la misma forma que en Navidad, como si hubiera demasiado bien y
demasiada felicidad. Se siente tan incorrecto que estoy escuchando lo que
Della debería estar escuchando. Es como si estuviera espiando la vida de
alguien más.
El hermano de Della viene a cuidar a Annie al siguiente día. Nos trae
tazas de café y frittata de champiñones que hizo Annette. Tomamos nuestro
café y tenemos una pequeña charla hasta que Kit sugiere que le ganemos al
tráfico y ya nos vayamos. No me gusta dejar a Annie con Tony; en la
preparatoria fumaba mucha mota y les prendía fuego a las cosas. Han
pasado siete años, pero no parece como la opción responsable. Se lo
menciono a Kit cuando estamos en el auto.
—¿Cuántos años dijiste que tenía cuando hizo eso?
—Dieciséis —digo.
—Creo que podría ya haber superado esa etapa —ofrece—. Han
pasado diez años.
—Está peludo —digo—. Si intenta besarla, rasguñará su rostro.
—Exactamente, ¿qué tienes en contra de Tony? —Gira hacia la
carretera y empiezo a sentir pánico. Una vez que estamos en la I-95,
estaremos atrapados en el tráfico, sin ser capaces de librarnos si algo pasa.
—No tengo nada contra él; solo no me gusta que sea quien se quede
cuidando a Annie. —Desabrochó mi cinturón de seguridad. No sé qué estoy
planeando hacer… tal vez saltar desde el auto en movimiento y correr de
vuelta. Seguramente no estoy lo suficientemente loca para…
—¿Qué estás haciendo? —dice Kit—. Ponte de nuevo tu cinturón.
—Uno de nosotros tiene que estar con ella —digo—. Tú o yo. El otro
puedo ir al hospital. Podemos trabajar en turnos.
—¿Estás hablando en serio? —dice—. ¿Te das cuenta que Tony es de
la misma sangre que Annie?
—No me importa. Llévame de regreso.
No dice nada. Toma la primera salida y toma un camino diferente para
regresar a la casa. Tony no luce sorprendido de vernos; parece aliviado
cuando le decimos que se puede ir.
—Ves eso. —Ondeo mi dedo en el rostro de Kit—. Una niñera que no
está emocionada es una niñera que no está atenta.
Agarra mi dedo y me rio.
—¿Quieres ir primero o quieres que yo vaya? —pregunta.
Miro hacia Annie, quien está dormida en su columpio y muerdo mi
labio.
—Quédate —dice sonriendo—. Puedes ir mañana al hospital cuando
algo de tu ansiedad se haya calmado.
Asiento.
Observo mientras camina por la entrada de la casa hacia su
camioneta, y antes que entre, se vuelve para mirarme y levanta su mano
para despedirse.
Es justo entonces cuando recuerdo lo mucho que lo amo.
unca antes he cuidado de un pequeño humano. Es todo
movimiento: correr por esto, correr por aquello. Lavar cosas, lavar
al pequeño humano, nunca lavarte a ti. Es una labor que te da
muy poco tiempo para pensar en ti. Tú. Tú que todavía tienes el corazón
roto. Que estás manejando tus sentimientos incluso mientras envuelves y
limpias y alimentas. Sentimiento que no tienes derecho de tener. No piensas
en estos sentimientos o les pones un nombre. Vivir, vivir, vivir. Limpiar,
amar, dormir. Todos me ayudan, pero en algún momento de la primera
semana se vuelve claro que soy la cuidadora de Annie. Helena sabe lo que
necesita; Helena sabe qué tipo de formula come; Helena, ¿dónde están los
pañales? Helena, está quisquillosa; Helena…
Todo es verdad. Annie y yo tenemos un sistema. Averigüé que, si frotas
su espalda en sentido contrario a las manecillas del reloj dos veces, luego
palmeas desde su espalda baja hasta entre sus omoplatos, esos eructos
difíciles se resuelven. Tiene una alergia a las proteínas. Noto las erupciones
en su piel y la llevo al pediatra que Della eligió, una mujer iraní de nombre
Dra. Mikhail. Ella es severa y me da una mirada extraña todo el tiempo.
—La mayoría de las madres nuevas son nerviosas y con dudas. Debes
haber hecho esto antes.
—No soy su madre —digo—. ¿Debo dudar más? Confío en usted, ¿no
debería confiar en usted? ¿Cree que soy demasiado confiada? —Camino
hacia la mesa donde está examinando a Annie y la levanto. La Dra. Mikhail
me da otra mirada mordaz y me quita al bebé y la regresa a la mesa.
—Mi error. Tal vez debería prescribir algo para tu manía.

Annie tiene que comer una fórmula especial. Cuando Kit llega a casa
del hospital, todos vamos a Target así podemos comprar algunos. Él agarra
un paquete de pañales y lo detengo.
—No me gustan esos —digo—. Gotean. —Se hace hacia atrás con una
sonrisa y me deja escoger—. No me mires así —le digo.
—¿Así cómo, Helena? —pregunta—. ¿Cómo si realmente me
impresionas? No puedo evitarlo.
Estoy aturdida. Dejo caer el paquete de pañales y ambos nos
agachamos para recogerlos. Cedo y nos paramos al mismo tiempo; pone los
pañales bajo su brazo, sus ojos nunca dejando mi rostro. Entonces Annie
empieza a llorar y ambos vamos por ella. No cedo. Le doy un codazo para
quitarlo del camino para levantarla de su asiento del auto. Él sonríe todo el
tiempo.
—¡Kit! ¿Qué?
Deja caer su cabeza.
—Nada —dice, mirándome a través de sus pestañas—. Solo que eres
realmente buena en esto. Estoy tan agradecido que estés aquí.
Me sonrojo. Siento trepar el calor, por mi cuelo y hacia mis mejillas.
—Puaj, detente. Vamos —le digo. En la caja registradora, dos
personas me dicen que mi bebé es hermoso y que luzco genial. Kit solo sigue
sonriendo.

Kit divide su tiempo entre Annie y Della. Yo obtengo los intermedios.


Pienso un montón sobre los viejos tiempos. Cuando bebíamos cerveza
barata en bares de mala muerte y hablábamos con emoción sobre los días
cuando fuéramos mayores. Todos los grandes planes y no incluían que tu
novio embarazara a otra mujer o tuvieras el corazón roto o te encargaras de
la bebé de tu mejor amiga mientras ella estaba en coma. Nadie te dice que
duele tanto ser un adulto. Que la gente es tan complicada que terminan
lastimándose entre ellos para su auto-conservación. Miro a Annie y ya tengo
miedo por ella. No quiero que el mundo llegue a ella. A veces, la sostengo
cerca y lloro, mis lágrimas mojando la parte de atrás de su trajecito mientras
duerme en mi hombro.
Cuando Annie tiene unas cuantas semanas de edad, empiezo a salir
de la casa con ella de manera regular. Vamos a caminar; vamos al mercado
para comprar pañales. Leo todos los libros de Della sobre como estimularla,
qué esperar de cada semana de desarrollo. Perdí tanto peso en esas semanas
que Kit empieza a traerme madalenas y pasteles. La gente en la tienda me
dice que luzco fantástica para ser nueva mamá. ¿Cómo lo hago?
—Como pasteles y madalenas —digo. Colecciono malas miradas.
Métanse en sus asuntos, gente. Un miércoles, Kit no va a trabajar o al
hospital. Lo veo desde la cocina donde estoy lavando botellas, mientras juego
con Annie en el piso de la sala de estar. Espero a que se vaya; casi deseo
que lo haga así puedo empezar con mi día. Pero no lo hace.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto con recelo.
—Bueno, es mi casa. Y es mi bebé. ¿De acuerdo?
Le hago un gesto y se ríe.
—Pensé en tomar el día libre. Llevarlas a algún lado. —Toca la nariz
de Annie con la punta de su dedo y soy golpeada por una ola de temor. No
quiero ir con él a ningún lado. No puedo.
—¿Por qué no van ustedes? Empacaré la pañalera para ti. —Me muevo
hacia la bolsa para llenarla con pañales y fórmula. Soy una profesional de
la pañalera.
—No —dice—. Necesitas salir. Estás aquí metida todo el día. Ve a
vestirte.
Bajo la mirada: pantalones de chándal y una camiseta de tirantes.
Huelo a vómito y loción de bebé.
—Está bien.
No tengo ropa limpia. Tomo algo prestado del armario de Della. Unos
vaqueros y una camiseta azul celeste. No tengo tiempo para secar mi cabello,
así que lo recojo en una coleta. Antes de irnos, saco el whiskey del gabinete
y tomo un trago. Necesito algo para tranquilizarme. No necesito que esto se
sienta como una salida en familia. No somos una familia. Annie no es mi
bebé. Voy a odiar cada Segundo de este día. Lo sé con seguridad. ODIO.
Horrible y espantoso falso tiempo en familia.

Pone el asiento de auto en la parte trasera de su camioneta y mantiene


la puerta abierta para mí mientras entro. Es repulsivo como pone la música
correcta y cambia de estación en el momento correcto. Conduce a lo largo
de mi entusiasmo y para el momento en que paramos frente al lote de tierra
de un lugar que no reconozco, estoy deseando haber escabullido la botella
de whiskey en la pañalera.
—¿Dónde estamos?
—¡Es una granja! —dice—. Podemos recolectar nuestras propias
naranjas y exprimir su jugo. Y hay cabras.
—¿Cabras? —pregunto—. ¿Vamos a pasar el día con cabras?
—No seas aburrida, Helena. Las cabras son asombrosas.
No me gustan las cabras. Y quiero whiskey en mi jugo de naranja.
Dentro de los siguientes cinco minutos, vamos andando hasta la entrada de
la granja. Kit tiene a Annie en un transportador amarrado a su pecho. Es la
cosa más hermosa que he visto alguna vez. Que se jodan las cabras. Nos
dan cestas y nos envía hacia la arboleda. Estoy preocupada que una naranja
caiga en la cabeza de Annie así que merodeo alrededor de Kit hasta que se
da cuenta lo que estoy haciendo.
—Fuera de aquí —dice él—. Agarra algo de fruta. Yo me encargo de
ella. —Me empuja hacia un árbol.
Así que recojo fruta y los observo por el rabillo de mi ojo. Un hombre
en pantalones de trabajo, que huele a crema de cacahuate y tiene una trenza
en su cabello, lleva nuestras naranjas dentro del granero para ser
exprimidas. Somos enviados a ver las cabras. Hay doce de ellas. Todas con
nombres que empiezan con la letra M. Tomo fotos de Kit alimentando a las
cabras. Y luego me hace alimentarlas y me dice que no se irá hasta que
toque una y lo dice en serio. En serio trato de hacerlo. Trato tanto que
Melanie la cabra brinca sobre mí, descansando sus dos patas lodosas sobre
mi pecho.
—¡Kit! —grito—. ¡Quítamela!
Kit ahuyenta a Melanie y le doy una mirada. Eso fue divertido y me
estoy divirtiendo. Vamos al siguiente granero donde nos dan dos vasos
gigantes de jugo de naranja lleno de pulpa. Nos sentamos en dos mecedoras
rojas y observamos la arboleda de naranjas arder bajo el sol, mientras Kit
alimenta a Annie. Me ofrezco a hacerlo, pero me dice que me relaje.
—¿Qué color dirías que son estas sillas? —le pregunto. Levanta una
ceja.
—¿Rojo?
—Sí, pero ¿qué tipo de rojo? Piensa en una caja de crayones.
Pliega sus labios mientras piensa.
—Rojo chile.
—Sí —digo—. Exactamente. —Estoy pensando en el crayón que me
pasó en mi sueño. Él que era azul.

Cuando nos vamos No puedo pensar en un momento profundo en


nuestro día. Hubo cabras, y risas y mecedoras colores rojo chile. Hubo un
pañal explotado, zumo de naranja manchando mi camisa, y un pequeño
desacuerdo sobre la forma de amarrar a Annie en su silla. Hubo una ilusión
de una familia. Una mentira. Una cosa temporal que más tarde rompería mi
corazón. Pero, por ahora, mi corazón está en la camioneta de Kit, golpeando
violentamente en mi pecho, doliendo con todo el amor que tengo por estos
dos.

Della despierta al siguiente día.


lla está sobre todo confundida. Me pregunta si se puede quedar
en mi apartamento por un tiempo después de que salga del
hospital para que pueda cuidar de ella.
—Ya no vivo más aquí, Dells —digo suavemente—. ¿Recuerdas? Vivo
en Washington ahora. Pero me puedo quedar en tu casa contigo.
—Kit es de Washington —dice—. ¿Lo has visto?
—Sí. ¿Necesitas más agua?
Acaricio sus manos, y cepillo las marañas de su cabello. Ella gime y
cierra los ojos como si fuera lo mejor que alguna vez ha sentido. En su
mayoría me quiere en la habitación con ella, insistiendo que Kit sea el único
que salga cuando necesita algo. Kit y su mamá dan un paso atrás, colocando
mi asiento junto a su cama, instándome a ser la que responda sus
preguntas.
—¿Le cuento sobre Annie? —pregunto.
—Vamos a darle algo de tiempo para ponerse al día —me dice su
doctora—. Su cerebro se está ajustando. No queremos sobrecargarla.
Así que le hablo de Washington. La profundidad del sonido, las colinas
en Seattle que queman hasta la mierda tus glúteos cuando las subes
caminando. Describo el bar de champán que te sirve fresas recubiertas en
diamantes de imitación hechos de azúcar. Le cuento sobre el hombre sin
hogar que me dio un cigarrillo y un cumplido sobre mis calcetines
imaginarios. Y lo que se siente estar de pie en la cubierta superior del ferry
con el aire plateado lamiendo tu rostro y cuello hasta que casi cierras los
ojos ante la intimidad del mismo. Cuando he terminado de contarle, hay
lágrimas en sus ojos, y se estira para tocar mi mejilla con su mano pálida.
—Estoy tan contenta de que seas tan valiente —dice—. Desearía que
todos pudiéramos ser tan valientes. —Aparto la mirada, con lágrimas en mis
propios ojos. Valiente, no lo soy. Y entonces dice algo que me hace perder el
control.
—Me recuerdas tanto a Kit, Helena.
Me pongo de pie, excusándome para ir al baño. Cuando me doy la
vuelta, Kit está en la puerta observándome. Nunca lo escuché entrar. Me
pregunto cuánto escuchó, y entonces no tengo que preguntar porque
mientras paso junto a él, agarra mi mano y la aprieta.
Es poco después de eso cuando ella recuerda que nosotros no estamos
en los mejores términos. Viene cuando Kit y su doctora le dicen acerca de
Annie, y la histerectomía de emergencia. Me paro contra la pared en el fondo
de la habitación, con la cabeza gacha y las manos entrelazadas en mi
cintura. Nunca me he sentido tan expuesta, o me he odiado tanto. Siento
que sus ojos se mueven más allá de la doctora y Kit y se enfocan en mí. He
estado sosteniendo a su bebé, alimentando a su bebé, amando a su bebé
mientras ella se consume en esta habitación del hospital. Todo lo que queda
por llegar es su resentimiento. Pero estoy preparada para ello, y no la culpo.
—¿Dónde está mi bebé? —pregunta, con lágrimas en su voz.
—La están trayendo ahora —dice Kit suavemente. Ella comienza a
sollozar, y quiero decir realmente sollozar. No puedo soportarlo. Dejo la
habitación y corro escaleras abajo. En el vestíbulo, choco con la madre de
Della, quien estaba llevando a Annie hacia el ascensor. Annie sonríe al
instante cuando me ve y empieza a patalear. No puedo lidiar con esto ahora
mismo. Le doy a su mamá una débil sonrisa y camino en dirección opuesta.
Duele. Quiero sostenerla. Ella es mi Annie. Ella no es mi Annie.

Kit llega a casa alrededor de las diez. No tiene al bebé con él.
—Su abuela se la llevó por la noche —me dice—. Quería tener la
oportunidad de hablar contigo.
Me hundo en el sofá, metiendo las piernas debajo de mí. Estoy
preparada. Mi corazón blindado. Él se apoya contra la pared, cruzando los
brazos sobre su pecho. Él no me mirará, lo que nunca es una buena señal.
—No tienes que darme un discurso. Lo entiendo. Estaba buscando
vuelos justo antes de que entraras por la puerta. —Todo mi miedo se
convirtió en ira. ¿Por qué había hecho esto? ¿Por qué él tenía que dejarme?
Debería simplemente haber venido a ver a Della, haberme quedado un par
de días, y marchado. Ahora, conozco cada curva del rostro de esa pequeña,
y no seré capaz de olvidar.
—¿De qué estás hablando? —dice.
—De marcharme —replico—. Ahora que Della está despierta.
Kit mira sus pies y niega con la cabeza.
—Helena, eso no es lo que iba a decir en absoluto. Te estoy pidiendo
que te quedes. Por un poco más al menos. Hasta que Della esté lo
suficientemente bien. Sé que es injusto, pero te lo estoy pidiendo de todos
modos.
Abro y cierro la boca en estado de conmoción. Antes de que Kit entrara
por la puerta, estaba en mi segundo vodka. Sólo vodka, no vodka con algo.
Ahora, estoy pagando el precio, impregnada de pensamientos que están
nadando estilo perrito alrededor de mi cerebro inútilmente.
—¿Quieres que qué, ahora?
—Que te quedes. Sé que es mucho pedir.
Aparto mi rostro; mis ojos buscan un vaso de vodka. ¿No había
quedado nada? Sólo cubos de hielo, tal vez, girando alrededor en su propio
sudor.
—Ella no me quiere aquí, Kit. Vi su rostro.
—Ahhh, Helena. Vamos. Ella acababa de despertar de un coma y
recordó que tenía un bebé. Tuvimos que decirle que ya no podría tener más.
Cubro mi rostro con las manos. Me alegra que no estuviera allí para
esa parte.
—Sabes —digo—. Alguna vez me sorprendes. De verdad lo haces.
Sus labios se tensan cuando me mira a través de sus espesas
pestañas.
—Pareces ver todo y nada en absoluto.
Me pongo de pie, tomándome mi tiempo. Asegurándome de que él vea
cuán casualmente enojada estoy. Llevo unas mallas de cuero que encontré
en la caja de Della de las donaciones de buena voluntad. Hacen un sonido
silbante a medida que cruzo la habitación hacia él. Kit se tensa, y disfruto
de eso, siendo impredecible.
—Me quedaré por Annie —digo cuando paso junto a él y entro a mi
habitación.

La vida es un carrusel de cuatro estaciones. Impredecible en su mayor


parte. Feliz. Infeliz. Contento. Buscando. Desordena el orden, y aun así se
recuperan de un momento a otro. He aprendido que la revolución puede ser
interior o exterior. Una mudanza a través del país puede ganar perspectiva.
Un cambio de corazón y mente obtiene cordura. Pero el punto es la revuelta
cuando las estaciones cambian. Aunque sólo sea para saciar tu sed de
rebelión.
ella se sienta floja en su silla de ruedas, sus manos hechas
puños sobre su regazo. Está mayormente enojada con sus
manos, me dice, porque evitan que sostenga a Annie. Todavía
tengo que escucharla quejarse sobre el hecho que está atrapada en una silla
de ruedas todo el día, sus piernas delgadas aún más delgadas. Y nunca ha
mencionado los moretones que corren desde su estómago hasta debajo de
sus rodillas en furiosos golpes de azul y morado. Aunque, sus manos…
Dos veces, la he atrapado sentada sobre ellas, tratando de usar el peso
de su cuerpo para enderezar sus dedos. Lloró tan fuerte cuando no funcionó
que empezó a ahogarse. Pensé que tendría que llamar a Kit para que viniera
a casa desde el trabajo para tranquilizarla. La escucho preguntar a la
enfermera a domicilio sobre ello después, luciendo avergonzada, aunque
determinada.
—Un cuerpo no es como una pieza de papel; no puedes poner algo
pesado sobre él y esperar que se enderece. Dale tiempo para curarse —le
dice la enfermera. Me estremezco ante la insensibilidad y trato de fingir que
no estoy escuchando.
Por la noche, después que Kit se va a trabajar, y estoy de responsable,
froto sus manos con aceite de sésamo. Su piel está seca y quebradiza como
madera vieja. Ella cierra sus ojos y gime mientras enderezo sus dedos,
masajeando sus articulaciones y tirando de ellas con suavidad, tratando de
hacer que vuelvan a la normalidad. No es solo su cuerpo lo que es diferente;
su espíritu también lo es. La Della optimista, la chica animadora, optimista
y del tipo de cantar bajo la lluvia, se ha ido. Ahora es una chica estéril. Una
chica torcida. Hosca, silenciosa, sus ojos han ido de un brillo intenso a un
mate sin brillo.
Kit y yo susurramos al respecto durante la noche y tratamos de pensar
en formas de traerla de vuelta. Arreglo que su estilista venga a la casa para
lavar y cortar su cabello. Al principio luce emocionada, pero después de
unas pocas horas cambia de opinión. Se necesita de Kit para convencerla
que sería bueno para ella. En el día que está previsto que Joe venga, Della
está incluso más tranquila de lo habitual. Cuando le pregunto si quiere
sostener a Annie, sacude su cabeza para negarse. Joe toca el timbre
temprano y le trae a Della su café habitual y un ramo de peonías rosa
brillante. Lo abrazo y hago una mueca cuando pregunta cómo está ella.
—Yo cuidaré de su Boo Boo —dice. Joe Bae es heterosexual; queremos
que sea gay, pero es bastante heterosexual. Siempre ha tenido una cosa por
Della, que es por lo que está dispuesto a hacer visitas a domicilio. Hoy estoy
muy agradecida que sea heterosexual.
—Coquetea más —susurro—. A ver si puedes conseguir que sonría. —
Me guiña el ojo y se aleja para encontrarla. Todo va bien hasta veinte
minutos más tarde, cuando se ve en el espejo. Comienza a llorar y le pide a
Joe que cubra el espejo con una toalla. Le ruega a Joe que corte su cabello
corto, y cuando discuto, me pide que me vaya. Joe hace una cara de susto
cuando estoy cerrando la puerta. Él no sabe qué hacer. Cuando emergen
una hora más tarde, Della tiene un corte pixie. Realmente temo por mi vida.
Kit va a matarme. Joe me hace una cara de cállate y trato de sonreír y ser
positiva.
—¡Es tan diferente y gracioso! ¿Quieres un poco de queso cottage y
piña?
—No me importa lo que pienses —dice Della, cuando ve la expresión
sobre mi rostro—. No lo oliste después…
Tiene razón. No lo hice. Su madre la limpió cuando despertó del coma.
Le dijo a Kit y a mí que tomó tres lavadas con champú quitar el olor de su
cabello. Cuando Kit llega a casa del trabajo, no deja pasar un momento,
sonriendo y tocando las piezas recortadas sobre su cabeza como si fueran
la cosa más bonita que ha visto jamás. Della sonríe, luciendo aliviada. Me
oculto en la cocina, lavando las mismas botellas una y otra vez hasta que
finalmente viene a encontrarme. Espero que esté enojado, pero está
hablando sobre la cena.
—¿No estás enojado conmigo? —pregunto—. ¿Por dejarla cortarse
todo su cabello?
—No. —Enciendo los quemadores de la estufa, una dona sostenida
entre sus labios—. Está feliz. Si está feliz, yo lo estoy.
—Está bien —digo.
—Está bien —dice—. ¿Desayuno para la cena?

Dos veces al día le hago batidos llenos con promesas. Las páginas de
internet me venden información: súper frutas iluminarán tu piel; el repollo
hará que tu cabello crezca. Linaza y Omega-3 te quitarán la tristeza. Beber
mis batidos mágicos es la única cosa que hace con entusiasmo, bebiéndose
hasta las últimas gotas con su popote, y luego casi inmediatamente levanta
una mano para sentir su cabello. Siempre luce triste por un momento
cuando se da cuenta que lo ha cortado, luego pone esa mirada determinada
en su rostro. Annie y yo lo observamos todo con optimismo.
—Pronto regresará a la normalidad —le digo a Annie en nuestra
caminata vespertina—. Entonces podrás conocer a tu verdadera mamá. —
Annie se ríe y mastica su pie, su cabello travieso vuela ligeramente con el
viento. Me siento culpable por decirle a Annie que la Della que conoce no es
su verdadera mamá. Tal vez es solo quien es Della ahora y eso está bien.
Amará de la misma manera a su mamá sin importar qué. En nuestra
siguiente caminata, le doy una plática a Annie sobre aceptar a las personas
como son y no tratar que sean como tú quieres que sean. Annie llora todo
el camino de regreso a casa y le digo que no sea egoísta.
Las únicas veces que Della no luce triste es cuando Kit está en casa.
Si soy honesta, es probablemente el único momento que yo no me siento
triste. Hombros cuadrados, lleno de sonrisas, entra cargando flores o
pañales o comida para llevar, y el alivio se dibuja a través de nuestros
rostros. Cuando entra por la puerta, se quita sus zapatos y ruge: “¡Lucy, ya
estoy en casa!” En un acento cubano realmente horrible.
Cuando Annie escucha su voz, sus brazos y piernas empieza a
moverse frenéticamente hasta que viene a levantarla, después de lo cual ya
no está interesada en el resto de nosotros. Me pone llorosa, la emoción, el
hecho que siempre siento como que soy una intrusa en sus momentos.
También estoy celosa, porque nunca tendré esos momentos. Al menos no
con Kit y Annie. No soy míos. Odio al sueño que me hizo pensar que lo
serían. Estoy perdida en estos pensamientos feos hasta que Kit pone sus
discos. Cuando la música está fuerte, y su pequeña familia, más una, da la
bienvenida, va hacia la cocina para hacer la cena, sosteniendo a Annie con
un brazo y revolviendo con el otro. Esta noche, trato de no mirarlo cantarle
a ella mientras espolvorea algo verde en la olla y vuelve a colocar la tapa. Es
tan pequeña en sus brazos, tan tranquila. Deseo la vida de Della.

—A veces cuando miras a Annie, luces realmente estresado —le digo


a Kit mientras lavamos los platos de la cena. Sus ojos están concentrados
en el agua, pero sonríe. No estoy segura de porqué lavamos los trastes de
esta manera cuando hay un lavavajillas. Tal vez porque nos da un poco más
de tiempo en la cocina.
—Eres demasiado observadora para tu propio bien, ¿sabes eso?
—¿Qué estás pensando cuando la miras de esa forma?
Me pasa un plato sin mirarme.
—No lo sé. Me preocupo un montón sobre cómo voy a protegerla.
—¿De qué? ¿Tipos como tú?
Me mira.
—Bueno, sí. Sé lo que los chicos piensan. Estoy investigando sobre
escuelas exclusivas para niñas.
Me rio mientras pongo el plato en el gabinete.
—Sí la crías bien no será fácilmente cortejada —le digo.
—¿Tú eres fácilmente cortejada? —Quita el tapón y se gira para
mirarme, inclinándose contra el lavabo.
Me encojo de hombros.
—Supongo que no. En realidad, solo he tenido un novio, y me tomó
años confiar en él lo suficiente para salir con él.
—Entonces, ¿no das tu corazón tan fácilmente?
—Para nada. —Evito sus ojos. No estoy segura hacia dónde va con
esto y hablar de mí misma se siente como estar en la silla del ginecólogo.
—¿Estás diciendo que no estabas enamorada de Neil?
Me recargo sobre el mostrador frente a él y seco mis manos en una
toalla. Debería ser una pregunta fácil de contestar, especialmente dado que
ha estado dando vueltas en mi mente cientos de veces.
—No estuve tan devastada como debería haberlo estado. He visto a
mis amigos pasar a través de rupturas y no sentí eso. Estaba herida, estaba
triste, pero no sentí como que perdí al amor de mi vida. ¿Es así… tú sabes…
como si…? —Mi boca está seca. Agarro un vaso del gabinete, pero Kit está
bloqueando el lavabo. Extiende su mano, medio sonriendo y le doy el vaso.
En lugar de llenarlo con agua, se estira hacia el gabinete y saca una botella
de Tequila.
—Pensé que eras un tipo de vinos —digo. Me ignora, quitando la tapa
de la botella y sirviendo un trago. Puedo saborearlo, aun cuando está en su
boca. Es la forma en que mete sus mejillas después de tragar.
—No era el amor de tu vida —dice Kit, sirviendo otro trago y
pasándome el vaso.
—¿Ah, sí? ¿Nos conociste por cuánto? ¿Cinco minutos?
Cuando Kit está hundido profundamente dentro de su propia mente,
te mira directamente a los ojos. Se siente como si estuviera tratando de
encontrarse en tus ojos. He visto a gente retorcerse bajo su mirada. Tomo
mi trago así puedo alejar la mirada.
—Te conozco —dice suavemente.
Te conozco; caminé contigo una vez en un sueño…
—¿Qué? No. ¿Qué conoces? —Sostengo el dorso de mi mano contra
mi boca para amortiguar mi risa. El Tequila no trabaja así de rápido. Estoy
animada por algo más.
Detrás de Kit está la ventana de la cocina. Puedo ver autos pasando,
sus luces iluminándolo cada vez que pasan y me doy cuenta que, en algún
punto durante nuestra labor de lavado, se hizo de noche. Nunca nos
molestamos en encender las luces y no hace ningún movimiento ahora,
aunque probablemente deberíamos hacerlo.
—Creo que es difícil para ti enamorarte porque te gusta el control y
no puedes controlar lo que otra persona hace o siente, así que mantienes
todas tus cartas contigo.
Jadearía, excepto que posiblemente no pueda tener la razón. ¿Cierto?
También, jadear es para damiselas y yo soy un gánster.
—Vaya —digo—. Tal vez, si tuviera algo más tras lo que ir además del
amor…
—¿Cómo qué? —pregunta Kit—. ¿Un sueño?
No jadeo, pero escucho cuando inhalo. El refrigerador resuena, hielo
cae en la bandeja en el congelador, una motocicleta pasa. Extiendo el vaso
para otro trago. Hay un golpe de la botella sobre el borde del vaso mientras
lo sirve, nunca quitando sus ojos de los míos.
—¿Alguna vez has tenido un sueño como ese? —pregunto, lamiendo
el Tequila de mis labios—. ¿Uno que es tan real que no puedes dejar ir? —
Algo pasa a través de los ojos de Kit.
—Sí, seguro —dice él. Estoy a punto de preguntar el inevitable ¿De
qué se trató? Cuando la voz de Della llama desde su habitación. Es raro que
ella vaya alguna vez a la cama sin que Kit se meta junto a ella. La mayoría
de las veces él se queja sobre que todavía no está cansado.
—Tiempo de cama en pareja. —Sonrío.
—Te odio. —Sonríe—. ¿Vas a mirar ese estúpido programa hoy en la
noche?
—¿Ese estúpido programa que te mantiene escabulléndote de tu
habitación para mirarlo conmigo? Sí.
Estrecha sus ojos y sonríe.
—Será mejor que vayas, has sido convocado.
Da una última mirada antes de dejar la cocina. Cuando está en la
puerta, se da la vuelta.
—Quiero que sea como tú.
—¿Qué? —Estoy distraída, limpiando lo último de la cocina. Lo miro
por encima de mi hombro.
—Mi hija —dice—. Quiero que sea como tú.
Siento tantas cosas al mismo tiempo, pero por encima de todo es
dolor. Todavía puedo ver a Brandi en mi mente y aun así no haría una sola
cosa para cambiar la existencia de Annie.
—Entonces debiste haberla tenido conmigo —digo.
Kit parpadea fuertemente, una, dos veces, luego se va.
Guardo la botella de Tequila y enjuago el vaso en fregadero, antes de
guardarlo en el gabinete para borrar la evidencia de nuestra noche.
it se gradúa con su maestría. No me lo dice, y solo me entero
porque sus padres envían una tarjeta, la cual encuentro debajo
de la caja de huevos en la basura.
¡Felicidades, hijo!
—¿Por qué no me dijiste? —le pregunto, sosteniendo la tarjeta. La
parte de Felicidades está cubierta con yema de huevo. Escucho el tono
acusatorio en mi voz, y me estremezco. Sueno como una esposa irritante.
Me mira mientras mezcla algo en una olla, y sonríe.
—Con todo lo que está pasando, no pensé en ello.
—Qué sarta de mentiras —le digo—. Es algo importante.
Se encoge de hombros.
—No es mucho en comparación.
—No —insisto—. Es algo que por lo que hay que celebrar y estar felices
en medio de todo lo malo.
—Calla, corazón solitario. Pásame la paprika.
No me ha dicho así en mucho tiempo. Siento un hormigueo en todas
partes.
—No tenía papel de regalo, lo siento. —Empujo un paquete por el
mostrador. Detiene su mezcla para mirarlo, luego voltea a verme.
—¿Envolviste eso en un pañal?
Asiento. Kit se ríe, y se seca las manos en una toalla. Se inclina sobre
la estufa y agarra el regalo envuelto en pañal, y lo observa.
—Así que ni siquiera tuviste que usar cinta —comenta.
—Es muy ingenioso, la verdad —digo. Mantiene la vista en mí
mientras levanta las lengüetas del pañal, sonriendo hasta que siento
mariposas. Conozco esa sonrisa. Noches vagando por Port Townsend, con
una botella de vino en su mano. Su nariz siempre roja a causa del frío…
sonriendo, sonriendo. Esta noche estoy con el Kit de Port Townsend.
Últimamente, ha sido Kit el papá, Kit el prometido preocupado. Esta noche
se siente como mi Kit. Y lo he extrañado mucho.
Abre el pañal y adentro hay tres cosas: un crayón azul, un corcho de
vino, y un cuaderno de dibujo. Cuando me mira, no hay confusión. Mueve
la mandíbula al tiempo que toca cada cosa y luego hace a un lado el crayón
y el corcho para abrir el cuaderno. Lo observo con el corazón acelerado.
—¿Tú los hiciste?
—Sí —digo, quedamente—. Recuerdas el…
—Libro que te compré. Sí, lo recuerdo. —Asiente lentamente, y sigue
haciéndolo como si hubiese olvidado que lo hacía—. Me hiciste un libro para
colorear. —Su tono es áspero. Yo aparto la mirada.
Los dibujos son una historia, hechos con tinta. Trabajé en ellos por
meses. Era la historia del sueño, y me dolió hacerlos.
—Helena…
—Solo quería que supieras que sin importar qué título tengas, o qué
trabajo consigas, o cualquier logro que consigas en la vida, tú cambiaste la
mía. Tienes algo en ti que cambia a las demás personas.
No me quedo para oír lo que dice.

Cuando Annie tiene cinco meses, Della toma sus primeros pasos. Es
un gran paso en su recuperación, esos cinco pasos nerviosos. Mientras su
madre se tambalea por la madera, Annie la observa desde su sábana en el
piso. Ella rodó por primera vez esa misma mañana. De casualidad, Kit, Della
y yo estábamos en la habitación, y nuestra reacción fue tan ruidosa y
espontánea que Annie rompió a llorar, asustada. Ahora, hija y mejor amiga
observan desde una esquina de la habitación mientras el terapeuta de Della
la presiona a que avance. Al principio, pienso que se va a caer; sus piernas
son tan débiles y delgadas que no parecen que puedan sostener nada. Pero
logra cruzar la habitación, su rostro brilla por el triunfo. Tal vez sea mi
imaginación, pero como que me mira victoriosa. Su cabello le pasa las orejas
ahora y ganó un poco del peso que perdió. Se ve mucho mejor. Me gusta
creer que mi presencia aquí le ayuda a su recuperación —y en cierta formo
así es— pero la verdad es que quiere que me vaya. Por eso se está esforzando
tanto. Me iría felizmente, solo que Kit consiguió un trabajo en una firma de
publicidad, y no hay nadie quien pueda hacerse cargo de Annie durante el
día. Della ha sugerido que me vaya y regrese a mi vida, pero Kit no quiere.
—Annie conoce a Helena —dice—. No dejaré que algún extraño la
cuide. —Lo dice con tanta firmeza que ninguna de las dos discute. Más
tarde, cuando Della está bañando a Annie, acorralo a Kit en el patio cuando
saca la basura.
—Tengo que irme, Kit. Ya casi está bien.
Los ojos se le iluminan con algo, pero voltea a ver a un auto para
ocultarlo.
—Sé que tarde o temprano tienes que regresar a tu vida, en serio. Pero
quédate un poco más. —Cuando ladeo la cabeza, dice—: Por favor, Helena.
—¿Por qué? —pregunto—. Ella no me quiere aquí.
—Yo sí —declara. Se aclara la garganta, y luego lo repite—. Te quiero
aquí.
No sé qué responder a eso.
—Annie te adora —dice, como si eso fuera explicación más que
suficiente.
—Sí —digo, con cuidado—. Y yo a ella. Pero no soy su madre; sino
Della. Y no soy tu novia; sino Della. Y no puedo quedarme aquí y jugar a la
casita contigo. Me lastima. Me dolerá irme. Solo quiero superarlo.
No tenía intención de decir todo eso, pero me alivia un poco. De
repente Kit se gira hacia la calle. Las dos manos en su cabeza, se agarra el
cabello hasta que éste está en punta. No puedo verle la cara. Solo su perfil
tenso.
Cuando se da vuelta, está enojado. He visto muchas cosas en los ojos
de Kit: miedo, asombro y diversión. Nunca he visto sus emociones estallar.
Sus iris calientes, afilados y llenos de color. Están enfocados en mí, dejando
salir ira entre parpadeos. Doy un paso atrás.
—¿De regreso a dónde? —dice—. ¿A mi ciudad natal? ¿A la fábrica de
conservas de Greer? ¿Por qué siquiera estas allí, Helena? ¿Quieres
explicarme eso?
Aliso mi cabello.
—Claro, Kit. Te lo explicaré. Me mudé a Port Townsend porque me
enamoré del novio de mi mejor amiga. Quería alejarme lo más que pudiese
de ustedes dos, mientras estaba lo más cerca que podía de ti. ¿Eso tiene
sentido o suena muy loco? —Parpadea rápido, así que continúo—. Porque
cuando me lo digo a mí misma suena loco. Y aquí estoy, cuidando de tu
bebé, enamorándome de tu bebé, quien, por lo demás, es mucho mejor que
ustedes dos. Tu novia es una perra narcisista y tú eres un cobarde indeciso.
Felicitaciones por crear a un pequeño ser humano que es perfecto. Así que,
me voy a casa ahora, de regreso a Washington, el cual tú dejaste y yo escogí.
Y quédate aquí con la mujer que elegiste. Y los seguiré queriendo a todos
ustedes, a pesar del hecho que son todos unos idiotas. Y Kit, cuida de mi
pequeña. Si la jodes, te voy a joder a ti. Ahora mueve tu auto así puedo irme.
Realmente espero que haga lo que dije. Con las manos en la cadera,
espero. Después de todo, estoy enojada y gritando, canalizando mi profesora
McGonagall interior como una perra odiosa. Kit no se va. Hijo de perra. Todo
en Florida vuelve mi cabello esponjoso y mi cabeza loca. Tengo que salir de
aquí.
—¿Quieres dejar de solo estar parado allí con tu lindo cabello soplado
al viento y decir algo? —grito. Los ojos de Kit están enfocados en algo más
allá de mi hombro izquierdo—. Dios mío —susurro, cerrando mis ojos.
Claro que esto pasaría, claro. Me doy la vuelta para enfrentar a mi
antigua mejor amiga. Antigua, hace como cinco meses o cinco segundos
atrás. Ya ni siquiera lo sé. Esta recostada contra el costado de la camioneta
de Kit, su pecho agitado. Debe haberle tomado todas sus fuerzas caminar
aquí afuera por sí sola. Mi impulso es ir hasta ella, ayudarla a volver
adentro, pero la mirada en su rostro me mantiene donde estoy. Se siente
como una disputa, nadie sabiendo cómo romper el silencio. Debería ser yo,
pienso. Soy quien metió la pata.
Siento el aire moverse mientras Kit se apresura a su lado. Ella lo deja
cargarla, nunca alejando su mirada de la mía. Puedo ver la traición, el dolor.
Esto apesta de verdad.
—Della… —Su nombre sale de mis labios muy tarde, ellos ya están
dentro. No sé qué hacer. No puedo irme porque el auto de Kit aún está en el
camino. ¿Qué he hecho? No debería haber vuelto. Kit sale unos minutos
después, cabeza gacha, sus manos en los bolsillos.
—Quiere hablar contigo —dice—. Está en la sala de estar.
Asiento.
—Lo siento tanto, Kit. No debería haber…
—No —dice—. Tenías que. Solo ve a hablar con ella. Necesito dar un
paseo. —Pasa a mi lado, baja la calle y mi estómago da vueltas asqueado.
Acabo de admitir estar enamorada del hombre de mi mejor amiga. En voz
alta. A él y a ella sin saberlo.
Me estoy tomando mi tiempo para entrar. Toda esta situación ha
estado hirviendo por meses. Sabía que se estaba acercando, pero aun así
me sentía completamente desprevenida. Della está sentada en su sillón
rosado cuando entro, como una reina. Siempre me ha hecho sentir pequeña
y estoy cansada de eso. No me mira. Nadie quiere mirarme. De esa manera
funciona la verdad. Si evitas mirarla, puedes pretender que no está allí.
—Ni siquiera eres tan linda como yo.
Esa es la primera cosa que me dice.
—Me está costando bastante creer que en realidad me acabas de decir
eso —digo—. ¿Puedes decirlo de nuevo, solo así puedo confirmarle a mi
propia mente lo perra que eres?
—Viniste a robarme mi familia.
Niego. Es una clase de movimiento lento porque estoy tratando de
mentalmente integrar el hecho de que mi mejor amiga de hace diez años me
acaba de decir que no soy tan linda como ella, seguido de una de las más
dementes acusaciones jamás existentes.
—Vine a ayudarte. A ayudarte con Annie hasta que te mejoraras.
—Eres una mentirosa —dice—. He visto la manera que eres con él.
Viniste aquí esperando que algo me sucediera de esa forma podrías tener a
Kit y Annie. No voy a dejar que me quites a mi familia. Ella es mi bebé y no
te quiero cerca de ella. ¿Me oyes?
A mis veinticinco años, asumí que había sido herida antes. Pero
entonces Della me quita a Annie en una amarga oración y estoy tan
lastimada que inmediatamente me siento en el sofá. Annie ha convertido mi
corazón en una cosa delicada. Antes, mi corazón se preocupaba de las cosas
que eran importantes para mí, pero se desvanecieron por Annie. Un golpe
silencioso, contrae y arde en mi pecho hasta que llevo mi palma a que toque
el lugar sobre éste. No hay nada que pueda hacer para cambiar su parecer.
¿Y la culpo? Solo esta mañana, Annie lloraba y se retorcía para salir de los
brazos de su madre y venir conmigo. No tengo derecho. No tengo razón para
sentir rabia. Yo soy la perra, no Della.
—Te quiero fuera de mi casa está noche. —Comienza a dejar la
habitación, cuando el monitor en la esquina dice que Annie se despertó—.
Él es mío, Helena. —Y entonces se marcha.
a que no traje mucho, solo me toma unos minutos recoger mis
cosas y aventarlas en mi maleta. Si me apresuro, puedo irme en
el vuelo que sale en dos horas. Le mando un mensaje a Greer y le
pregunto si puede recogerme en el aeropuerto. Es un largo camino para ella,
pero no sé a quién más preguntarle.
Responde enseguida: Gracias a Dios que regresas. Ahí te espero.
Dejo las llaves del auto de Della en el mostrador, junto con las de la
casa, y salgo para llamar un taxi. Kit está recargado contra su camioneta.
—No tienes que irte esta noche —dice quedamente.
—Eso no fue lo que dijo Della —replico. Me arde la garganta, y los ojos
también. Me siento humillada y cansada. En los dos minutos que llevo
afuera, ya me picaron los mosquitos cinco veces.
—No lo dice en serio. Casi murió, Helena. Ha estado en una silla de
ruedas por cinco meses.
—Eres un tonto —le digo—. Está defendiendo lo suyo. Y lo dice en
serio. Yo también haría lo mismo. No puedes suavizar lo que acaba de pasar.
Está arruinado.
—Tienes razón —dice. Entonces me mira. Puedo ver que sus ojos se
iluminan con determinación, y sé que lo que dirá a continuación va a ser
difícil de oír—. No te vayas. Podemos hacerlo funcionar. Solo dame tiempo
para acostumbrarla.
—No. Te necesita. Tú la elegiste a ella. Tienes que quedarte. Yo estoy
bien. —Todas esas palabras me salen atropelladamente. Mentiras y excusas.
—No me necesitará siempre. No necesita estar con alguien que ama a
otra mujer. Elegí mal. Es a ti a quien quiero; a ti te fui a buscar. Debí haberle
dicho la verdad a Della.
Todo duele demasiado. No quemes a alguien y luego intentes apagar
las llamas con las cosas que debiste haber hecho. Esos arrepentimientos
son gasolina, no agua. Necesito detenerlo. Esto es una locura.
—Annie —digo quedamente. Y ese nombre tiene demasiado peso para
detenernos.
Aprieta los labios y sacude la cabeza de un lado a otro. ¿Cómo te
atreves a meterla en esto? Pero tengo que. Ella es lo importante.
—Es mi hija sin importar a quién le entregue mi corazón. ¿Qué
ejemplo le estaría dando si no elijo mi felicidad?
Es cruel, pero aun así lo digo.
—Lo que se siembra, se cosecha, Kit.
Abre la puerta del asiento del copiloto de su camioneta.
—Entra —dice. Trato de discutir, pero decido que no tengo la energía.
Subo, apretando mi maleta contra mi pecho.
—Kit —le digo—. No pude despedirme de Annie. —Trato de mantener
la voz firme, pero se me rompe cuando pronuncio su nombre.
Kit asiente y, dando zancadas, entra a la casa. No esperé que hiciera
eso. No creo que Della lo permita, pero un minuto después sale con Annie
en brazos, cubierta en patatas dulces, y sonrío. Me la pasa y la dejo pararse
sobre mi regazo mientras sostengo sus manos. Puedo sentir la ira de Della.
Seguramente Kit regresará a una pelea y me siento mal por eso.
—Te amo, Annie —le digo. Sus rodillas son gruesas y rellenitas, e
intenta pararse lo más derecha posible, tambaleándose de derecha a
izquierda. El viento mueve el montoncito de cabello que tiene mientras mira
alrededor de la camioneta. Le beso las mejillas, a pesar de que estén
cubiertas de viscosidad naranja, y ella sonríe y me agarra el cabello con sus
manos pegajosas—. Sé buena y amable —le digo—. No importa lo bonita que
seas al crecer.
Se la regreso a su padre, y me llevo el dorso de la mano a la boca. Kit
aprieta los labios y se lleva a Annie. Cuando regresa, tiene patatas dulces
en toda su camisa y sobre sus brazos.
—Dejó su marca en los dos —digo, levantando mi cabello. Él se ríe y
rompe la tensión entre los dos.
No es sino hasta que estamos dentro del aeropuerto que me habla otra
vez.
—Helena —dice.
—No tienes que decir nada —digo, rápidamente—. Está bien, en serio.
—Me entretengo con mi boleto, doblándolo y desdoblándolo
compulsivamente, y pretendo buscar en mi bolso algo que no está ahí.
—No está bien. Deja de decirme qué hacer.
Levanto las manos.
—Adelante, entonces —digo—. Soy toda oídos, Kit Isley. —Se me
queda viendo por decir su nombre de esa forma, pero no me importa.
Estamos parados cerca de seguridad, mi maleta está a mis pies. Las
familias tienen que separarse para pasarnos; una pareja de personas
mayores se gira para darnos una mirada de fastidio.
—Tendrán que tomar cinco minutos para quitarse los zapatos y
meterlos en el contenedor. Mucho tiempo para cobrárselas —les digo. Kit se
cubre la boca y se gira.
—¿Qué? —pregunto—. Es cierto.
Me toma de la muñeca y me saca del tráfico.
—No seas grosera con los mayores —me dice—. No tenían ni
microondas cuando eran jóvenes y eso es muy, muy triste.
—Bueno, eso no es mi culpa —respondo, con énfasis—. Nosotros
vivíamos sin el iPhone 6+. A veces la vida es dura.
Me toma de los hombros y me sacude.
—Deja de decir chistes. Trato de hablar en serio.
—Mm, está bien. —Me masajeo las sienes y le entorno los ojos a las
lámparas del techo. Lo que sea con tal de no verlo a él. El hipócrita.
—Helena, sé que odias estas cosas, pero sopórtalo por un minuto.
Corriste hasta aquí con una maleta chica hace cinco meses. Viniste a
nosotros cuando te necesitábamos, y cuidaste a mi niña. A nadie más podría
confiársela. Nunca lo olvidaré.
Me aclaro la garganta.
—De nada —digo, moviendo los pies.
—Aún no te agradezco —me dice Kit.
—Y no necesitas hacerlo —me adelanto—. Ya debería irme. —Tomo mi
bolso y camino al final de la fila, pero Kit toma mi muñeca y me jala hacia
él. Tengo un momento al estilo Ginger Rogers en el que de pronto soy
delicada y elegante, y aterrizo en su pecho con un quejido.
Me da un abrazo tan apretado que, por un minuto, pierdo el aliento.
Primero estoy tiesa, con mi rostro presionado contra su hombro, pero me
está abrazando, y de verdad necesito que me abracen. Todo es demasiado.
Empiezo a sollozar. Eso no es lo sorprendente; soy una llorona. Lo
sorprendente es que Kit también está llorando. Envuelvo los brazos a su
alrededor, y lloramos juntos mientras las personas, que no tuvieron
microondas y iPhone 6+ cuando eran más jóvenes, pasan junto a nosotros.
Antes de separarse, presiona sus labios contra mi oreja:
—Gracias, Helena. Te amo.
Sus brazos me abandonan y, de repente, veo su espalda desaparecer
entre la gente. Es un buen día para el dolor. Siento que todo eso fue la
manera de Kit de despedirse para siempre. Podría dejar que eso fuera todo.
Tomar mi despedida y vivir por mi cuenta el resto de mi vida. Pero estoy
enojada. Enojada por las cosas que Della dijo. Me dio un valor hoy, me pegó
una etiqueta en la frente que decía: ¡no es tan bonita como yo! Me pregunto
desde hace cuánto tengo esa etiqueta, y si tal vez eligió a todas sus amigas
por esa razón. Ni siquiera recuerdo por qué éramos mejores amigas. ¿Ella
era diferente? ¿Yo estaba ciega?
Me subo al avión, apretándome a través del pasillo de en medio para
llegar a mi asiento. Nunca me había sentido así antes. Por lo general, me
trago mis sentimientos y lidio con ellos en la privacidad de mi mente. Acabo
de regalar cinco meses de mi vida a alguien que dijo que no era tan bonita
como ella. ¿Qué demonios es eso?
Me apresuro hasta mi asiento, el cual está hasta el fondo, y me tomo
una foto. En todas mis fotos me veo estupefacta, triste, confundida, o
increíblemente feliz. Esta es la primera foto enojada. Está junto a: A LA
MIERDA CON EL AMOR. Así que le pongo A LA MIERDA CON LAS
MEJORES AMIGAS. A este paso no voy a creer en nada cuando acabe el
año. Bueno, a lo mejor solo en Greer, que me espera en el aeropuerto, vestida
con un tutú morado y sosteniendo un globo de unicornio.
La abrazo tan fuerte que jadea, luego tomo mi globo y planeo mi
futuro.
la mierda el amor, a la mierda Florida, a la mierda Kit Isley y su
novia más bonita que yo.
Greer no le agrada Della. Me dice esto mientras nos
encontramos en la cubierta superior del barco, tomando jugo
de manzana en vasos de papel y viendo la puesta de sol en tonos
rosas y morados.
—¿Cómo se atreve? —dice—. ¿Por qué está él con alguien así? —Greer
suena realmente molesta. Está escupiendo algunas frases destinadas a Kit
y Della, y casi me hace sonreír.
—Nunca la has conocido —señaló—. Ella no es tan mala.
—Oh claro —dice—. ¿Pero cuántas chicas hemos conocido como ella?
Están por todas partes. Están haciendo programa en la TV sobre ellas.
—Cierto —digo—. Pero ella era mi mejor amiga. Nunca la vi de ese
modo.
—No ves mucha mierda, Helena. Tienes un alma ciega. —Vierte mi
jugo de manzana en el sonido.
—¡Oye! ¿Qué se supone que significa eso? —Trato de mantener la
ofensa fuera de mi voz, pero Greer me conoce demasiado bien. Acaricia mi
cuello como si pudiera alejar el insulto acariciándome.
—Tenía… tenía un alma ciega. Está despertando, al arte, a la gente…
a los hombres.
—¿Sí? Es algo doloroso —digo—. Como caer en agua helada.
—Esa es la naturaleza de la verdad, sin embargo. ¿Qué es lo divertido
de ser dejado car en agua helada? Es por eso que la mitad del mundo camina
usando gafas color rosa, viendo comedias y leyendo libros de romance.
La miro con el rabillo de mi ojo. Me gustan las comedias y el romance.
—Si eres tan realista, ¿por qué te vistes de la forma que lo haces? —
pregunto—. Te vistes como un hada, usando los mismos colores cada día.
—Me visto de la forma en la que quiero que se vea el mundo. Estoy
viviendo fuera de mi fantasía visual. Pero no voy a refugiarme en mí misma
mentalmente.
Siempre me pongo de mal humor después de que ella tenga sentido.
No es justo que sea tan bonita y tan sabia. Y si yo me vistiera como quisiera
que el mundo se mirara, sería un perro mundo beige. Estoy usando una
sudadera color canela porque apesto, y porque mi alma es discapacitada
visual.
—Ellos no lo hacen a propósito, lo sabes.
—¿Quiénes? —pregunto. El viento azota su cabello. Las hebras color
gris siguen atorándose en su labio purpura. Se estira para alejarlos con sus
uñas color lavanda. Doy marcha a tras lentamente mientras ella habla,
tratando de no llamar la atención.
—Las personas que se ciegan a sí mismos a la verdad. Sólo están
tratando de sobrevivir.
Estoy distraída por un minuto, mi dedo suspendido sobre el botón de
la cámara en mi teléfono.
—¿Quién quiere sobrevivir sin la verdad?
Greer se encoge de hombros. Y su camisa se desliza fuera de su
delgado hombro. Perfecto.
—Tal vez las personas que han tenido demasiado de ella. O personas
que han tenido muy poco. O personas que son demasiado profundas para
apreciar sus bordes duros.
Tomo la imagen, luego bajo mi teléfono para mirarla. Greer es la
verdad. Ahora mismo, ella es la verdad para mí. La única persona que se
preocupa lo suficiente para hacerme saber que aún tengo la venda sobre
mis ojos. Si yo fuera uno de los tres, sería la menos profunda. Mi vida no ha
sido extraña de ningún tipo. Mi infancia típicamente disfuncional, pero
típicamente funcional. He estado tan sobre expuesta que me convertí en una
perra beige. ¿Qué le paso al rosa? En tercer grado, me gustaba el rosa.
—Greer —digo—. ¿Todavía amas a Kit?
No sé de dónde salió eso. Greer nunca ha insinuado que aún tiene
sentimientos por Kit. ¿Pero cuántas veces me ha dicho que el arte empieza
a fluir de una fuente de dolor?
“El arte es la sangre que proviene de una herida. No puedes dejarla
hacer sarna, déjala que siga sangrando. Déjala sangrar hasta que tengas
suficiente sangre para pintar”.
Su rostro cambia con mi pregunta. Hay un cambio en sus cejas, un
ligero entorpecimiento en sus ojos.
—La verdad, Greer —digo. Estoy sosteniendo mi respiración. La
respuesta a esa pregunta es tan frágil que tengo miedo que el aire de mis
pulmones pueda romperlos. Se gira hacia mí, sosteniendo el cabello de su
rostro con las dos manos. Los tatuajes en la parte baja de sus brazos están
visibles en su piel blanca. SE TÚ en un lado, TU ARTE por el otro.
—Sí —dice—. Lo estoy.
Miro lejos de Greer y doy vuelta hacia el agua. Kit, el flautista de amor.
¿Cuántas más había? ¿Chicas en el trabajo? ¿Chicas en el programa de
postgrado? Me rio de mí misma estupidez, pero el viento atrapa el sonido y
se lo lleva lejos.
—Oh mierda —digo, dejando caer mi rostro entre mis manos. Esto
era realmente un desastre.

Cuando subimos de nuevo a su auto, aún no nos decimos nada. Una


línea que nunca he visto antes aparece entre los ojos de Greer luego de su
confesión, y aún no se han suavizado. Me coloco en el asiento del pasajero,
con la boca seca y pesadez en el pecho. Su auto huele a cuero y limones. Lo
inhalo mientras seguimos la línea de autos fuera del ferry. Recuerdo las
fotos que tomé y las observo para distraerme. Hay una foto suya rodeada
por la puesta de sol pastel. La luz rodea la cima de su hombro expuesto,
donde se halla un tatuaje. Es hermoso. La posteo en Instagram, porque
probablemente es una de las mejores fotografías que he tomado, esperando
que Kit la vea. Mira lo que tengo de ti. ¡Es púrpura!
Lo subtitulo con las palabras de Greer. Tal vez las personas que han
tenido demasiado de ella. O personas que han tenido muy poco. O personas
que son demasiado profundas para apreciar sus bordes duros. #VERDAD
El trayecto desde el Ferry de Kingston a Port Townsend es
aproximadamente de una hora, dependiendo de qué tan rápido estés
manejando. Durante esa hora, La foto de Greer tiene tres mil Me Gusta, y
mi Instagram tiene miles de nuevos seguidores. Detecto el me gusta de dos
blogs que comparten la imagen, dándome crédito, cada blog tiene más de
treinta mil seguidores. He leído a través de los comentarios de la foto,
sonrojándome antes las cosas que dicen sobre Greer y el misterioso
fotógrafo. Kit no es uno de esos Me Gusta. A él le gusto la imagen de alguien
más después de que publiqué la imagen de Greer, así que sé que la vio.
—Vaya —dice Greer, cuando abre Instagram—. Esa es una gran
imagen.
—Un golpe de suerte —digo—. Nunca he tomado nada tan buena como
esta antes.
Estaciona el auto en el estacionamiento fuera de la fábrica de
conservas.
—Así que, tal vez hoy es el comienzo de grandes imágenes. Asegúrate
que la siguiente sea mejor.
Frunzo mus labios.
—Bueno.
Voy a abrir la puerta, pero Greer agarra mi mano y la aprieta.
—He seguido adelante, Helena —dice—. Puedes amar a alguien toda
tu vida y no saber por qué. Incluso puedes vivir con eso. Esto no cambia
nuestra amistad.
Sonrió con fuerza.
—Por supuesto que no. Porque él no es mío. Y si lo fuera, no estarías
bien conmigo.
—Eso no es verdad. —dice—. Quiero que él sea feliz.
—Eso es fácil de decir hasta que la persona que tú amas es feliz con
alguien más. Las chicas siempre eligen a los hombres y los hombres siempre
escogen a las chicas incorrectas. Es un ciclo sin fin. —Me pregunto si ella
se estaba ayudando a sí misma o ayudándome a mí cuando me forzó a ir a
la boda con ella.
Esta vez, no trató de detenerme cuando me baje del auto. La perra
beige puede decir cosas que tengan sentido también.
ay un montón de reconstrucción que hacer después que tu
corazón se rompe. Por ejemplo, tienes que reorganizar tu
perspectiva. ¿Qué es importante ahora que no tengo ganas de
comer, beber, trabajar, jugar, amar, soñar, hablar o pensar? Curarme.
Tienes que centrarte en las cosas minúsculas y estúpidas que te hacen feliz
cada día. Como sacar tu caja de calcetines y tocar cada uno. Publicar
fotografías hermosamente deprimentes de Port Townsend en Instagram, lo
que genera miles de me gusta. Me pagan los anunciantes de terceros para
vestir esto y publicar aquello. Sólo soy una perra de beige con algo que decir.
El vino me hace feliz. Cada noche me bebo una botella entera y miro
mi pared favorita. Incluso me gusta la forma en se siente cuando me
despierto con dolor de cabeza, mi estómago revolviéndose por la resaca. Me
da algo en qué concentrarme además de la melancolía de mi corazón. Mi
estado de ánimo cambia por hora, lo que me hace sentir como una loca.
Como ayer, cuando me quedé mirando el agua y no pensé en ahogarme, me
sentí orgullosa. Pero dos horas más tarde sostuve en mis manos una bolsa
de veneno para ratas y me pregunté si estaría delicioso. Greer me dice que
tengo que recuperar mi poder.
—¿Qué poder? —le pregunto.
Frota su rostro hacia arriba en profunda reflexión antes que
finalmente diga:
—Tú sabes como en Piratas del Caribe cuando Calypso...
Nunca he conocido a nadie que ofrezca analogías de Disney con tal
pasión. Lo entiendo. Creo. Me hace reír, en cualquier caso.

Soy diferente. Kit me mostró cosas, así que me centro en eso, las cosas
que he aprendido en lugar de las cosas que no recibo de la experiencia. Me
he dado cuenta de que la gente realmente no te mira a los ojos, porque sus
ojos están en otra parte. Apuntando hacia adentro. Hago un punto de mirar
a todos a los ojos para que sepan que los estoy viendo. Así es como Kit me
hizo sentir, vista. Quiero ver a la gente. También me he dado cuenta que
entre más ves a la gente más quieren confiarte sus secretos.
Phyllis me dice que dio a un niño en adopción cuando tenía quince
años. Un cliente me dice que recoge rocas del color de los ojos de su ex-
novio y que su esposo piensa que sus jardines de roca son sólo un amor por
los minerales. Una desconocida me dice que fue violada hace dos semanas.
Sigue y sigue. Cuando te importa, la gente puede sentirlo. Y entonces, en mi
nueva posición como la portadora de secretos de la ciudad, me doy cuenta
que Kit me hizo una mejor persona.
El contraste es importante en la vida. Entendemos lo que la luz es
porque podemos compararlo con lo que sabemos que es la oscuridad. Lo
dulce se hace más dulce después de comer algo amargo. Es lo mismo con la
tristeza. Y es importante experimentar la tristeza, abrazarla con el fin de
verdaderamente conocer la felicidad. Yo era sólo una línea plana hasta que
él llegó. Y tal vez ahora me estoy haciendo daño. ¿Pero no es eso lo que el
amor se supone que haga? ¿Hacerte sentir, hacerte valiente, hacerte verte a
ti mismo con más cuidado?
Un mes después de la rápida salida de Kit de regreso a Florida, llega
un paquete para mí a la fábrica de conservas con su dirección de retorno
garabateada en la esquina superior izquierda. Lo peso en mis manos y dejo
que mis dedos exploren a través del sobre. Páginas. Páginas y páginas y
páginas. No lo abro, porque sé lo que es. Las palabras que quería decir. Que
no tuvimos tiempo de decir. También tengo esas palabras. No estoy lista.
Durante semanas, lo cargo en mi bolso sólo para sentir su peso sobre mi
hombro. Sin abrir. Un poco ignorado. Tengo miedo de tocar esas páginas.
Podría contar una historia muy diferente a la que estoy esperando, pero la
aproximación y la aparición de Kit en PT me hacen creer.

Un día, poco después de Navidad, camino hacia un bar en Water


Street llamado Sirenas. Todavía hay oropel colgado a través de la parte
posterior de la barra. Uno de sus lados se ha aflojado de la cinta y cuelga
hacia abajo por debajo del resto. Me deprime. Me deslizo en un taburete y
ordeno whisky puro, dándole la espalda a los oropeles caídos. El barman
desliza el vaso, sin mirarme a los ojos. Depresión estacional. Sí, yo también,
amigo. Tomo un sorbo y me encojo. Beber es un buen plan. Quieres ignorar
el dolor interno y verter maíz fermentado por tu garganta para que puedas
ignorar tu dolor un poco más. Quemará más fuerte que tu corazón.
—¿Mal día? —La voz de un hombre, dura, rica. Está sentado
directamente frente a mí en el otro lado de la barra. Está en la esquina más
oscura, lo que hace que sea difícil ser visto. Me pregunto si lo planeó así.
—¿El whisky lo delató? —Mi voz es áspera. Lamo mis labios y miro
hacia otro lado. Lo último que me apetece hacer es bromear con un
desconocido en un bar.
—Muchas mujeres beben whisky puro. Sólo luces como si tomaste un
sorbo de ácido de batería.
Me rio.
Me vuelvo hacia él, a pesar de mí misma. —Sí. Fue un día realmente
malo. Sin embargo, la mayoría son así. —Giro mi vaso sobre el mostrador y
estrecho mis ojos hacia las sombras, tratando de ver su rostro. Su voz es
joven, pero su presencia es vieja. Tal vez es un fantasma. Hago la señal de
la cruz debajo de la mesa. Ni siquiera soy católica.
—Un hombre —dice—. Y un corazón roto.
—Eso es bastante obvio —digo—. ¿Qué más hace que una mujer entre
en un bar a las tres de la tarde en un día laborable y beba ácido de batería?
Ahora es su turno de reír. Joven, definitivamente joven.
—Dime —dice él. Y eso es todo lo que dice. Me gusta eso. Es como si
sólo espera que sueltes todos tus secretos y estoy segura que muchos lo
hacen.
—Dime —digo—. Por qué estás bebiendo solo en el rincón más oscuro
de la barra, tratando de sacar el dolor de los extraños.
Por un momento se queda callado y creo que me he imaginado toda la
conversación. Tomo otro trago de whisky, decidida a mantener mi rostro
quieto mientras observo el lugar donde está sentado. ¡Un fantasma!
—Porque eso es lo que hago —dice finalmente.
Me sorprende que respondiera, aunque es una respuesta barata, sin
compromiso.
—¿Cuál es el punto de hacer conversación si vas a ser recatado y
darme respuestas ensayadas?
Puedo sentir su sonrisa. ¿Es eso posible siquiera? Es como si el aire
transportara todo lo que hace y te permite saberlo.
—Está bien —dice lentamente. Lo escucho bajar su vaso—. Soy un
depredador. Espero que las mujeres me digan lo que quieren y luego las
convenzo que puedo dárselos.
Me rio.
—Ya sé que eres un hombre. Dime algo nuevo.
Se mueve en su taburete y la luz golpea su rostro. Por un momento
veo una barba y un ojo muy azul. Mi corazón se acelera.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunta. Parpadeo ante la tersura de su
voz.
—Helena —digo—. Y tienes razón. Tengo un corazón roto. Y no bebo
whisky. ¿Cuál es tu nombre?
—Muslim —dice. Espera como si esperara algo de mí. Cuando no
respondo, dice—: Dime acerca de este hombre que amas, Helena.
¿El hombre que amo? Chupo mis mejillas y miro fijamente el lugar
donde está sentado como si pudiera verlo.
—Háblame sobre todas las mujeres que tú no, Muslim.
Desliza su vaso de ida y vuelta a través de la barra superior,
considerándome.
—Es tu movimiento de poder —le digo—. Lograr que las mujeres te
digan sus verdades, mientras oculta todas las tuyas. ¿Es eso cierto?
—Quizás. —Oigo la inflexión en su voz.
—¿Qué te hace desear ese poder?
Se ríe. Es una risa profunda y gutural.
—La falta o distorsión de algo por lo general provoca una profunda
necesidad de ello —responde—. ¿No te parece?
—A menos que seas un sociópata. Entonces sólo anhelas cosas
porque naciste con la necesidad. ¿Eres un sociópata, Muslim?
—Mi verdad por la tuya —dice. Su voz me atraviesa. Me hace sentir
mareada con toda esa riqueza. Una áspera elegancia. Quiero besarlo
basándome únicamente en su voz.
—Muy bien —digo lentamente. Giro mi cuerpo hacia él porque
realmente estoy entrando en esto—. Es el antiguo prometido de mi ex-mejor
amiga. Tienen un bebé. —Le cuento la historia de la época que Della estuvo
en el hospital y de mi tiempo con Kit y Annie. Cuando he terminado, hay un
destello de luz cuando levanta su vaso hacia su boca y toma un sorbo.
—Sí, lo soy —dice. Tardo un minuto en darme cuenta que está
respondiendo a mi pregunta y no está comentando sobre lo que le dije—.
Descubro lo que mueve a la gente y luego lo uso contra ellos.
—Y cuando dices gente, ¿te refieres a mujeres?
—Sí —dice.
Estoy un poco aturdida.
—¿No te... no te sientes mal por eso?
—Soy un sociópata, ¿recuerdas?
—Pero no se supone que admitas eso —digo en voz baja.
Y luego dice:
—¿Siente lo mismo por ti que lo que sientes por él?
—No sé —digo—. Sé que siente algo.
—¿Por qué no haces algo al respecto?
Soy tomada por sorpresa, aunque probablemente no debería,
considerando que acaba de admitir ser un sociópata.
—¿Qué hay para hacer? Está con alguien más. Tienen un bebé.
—Tienes algo suyo —dice. Al principio sacudo mi cabeza; no tengo
nada de Kit. Desearía tenerlo. Entonces siento el dolor en mi hombro. Hay
un manuscrito en mi bolso, el sobre arrugado y suave. ¿Cómo lo sabe? Me
dan escalofríos.
—Lo hago. Un libro que escribió. No he abierto el sobre para leerlo.
Esperaba que al menos retrocediera sobre eso. En cambio, veo su
hombre elevarse y caer en un encogimiento de hombros.
—¿Lo escribió para llegar a ti? —pregunta.
—Buena pregunta. No lo sé. Tal vez para decir adiós. —Mis ojos se
centran en el oropel. No se ve tan mal. No sé por qué estaba tan afectada
por ello.
—Nunca lo sabrá a menos que lo leas. Luego puedes decidir qué hacer.
—Su voz es un poco melancólica. Sólo estoy notándolo. Rica y triste.
—No hay nada que hacer. Él siguió adelante. Le dije que se fuera.
¿Dónde está el barman? Mi bebida se terminó. Necesito salvación de
este hombre que está tratando de inclinar mis pensamientos.
—Vas a decirme que todo se vale en la guerra y en el amor —digo—. Y
justo eso no es verdad.
Se ríe. Es una risa gutural. No es no sincera, pero tampoco es
completamente honesta.
—Sólo hay guerra en el amor —dice—. Si alguien te dice lo contrario,
están mintiendo. La lucha constante por mantener al amor relevante
mientras crece y cambia como un humano, es la batalla. Luchas por ellos,
luchas para mantenerlos, luchas para amarlos. ¿Peleas por ti mismo o
peleas por la relación? ¿Con qué no puedes vivir? Ahí tienes tu respuesta.
Escucho. Habla con convicción y si le creo o no, me veo obligada a
sopesar sus palabras. Lo veo ponerse de pie y me da un breve vistazo de su
rostro mientras saca un billete de su cartera y lo deja caer sobre la barra.
Es aún más joven de lo que pensaba, guapo, con una barba bien recortada.
Camina hacia mí y me tenso. Es el rodeo de sus hombros; un hombre que
se mueve como un león. No quiero saber quién es, pero lo hago. Se siente
peligroso, como un hombre con una agenda. Apenas he tenido tiempo de
registrar la parte de la agenda cuando se cierne sobre mí y tengo que
levantar la mirada para verlo. La luz del sol desde las ventanas destella en
mis ojos. Me agarro a los bordes de mi taburete como un niño.
—Sólo se nos da una vida. Quieres malgastarla declarando la guerra
contra ti misma, adelante.
Extiende su mano y toca con un pulgar el espacio entre mis ojos, luego
se inclina hacia abajo para hablar cerca de mi oído.
—O puedes luchar por lo que quieres —dice en voz baja. Su
respiración hace que se levanten mechones de mi cabello—. ¿A qué le tienes
miedo, Helena?
Nunca lo he dicho en voz alta. Nunca lo confesé a un amigo, pero aquí
estoy confesándoselo a un desconocido.
—Tengo miedo de lo que realmente pensarán de mí. Si me abrazo a
quien sé que soy.
Estoy temblando. Mi confesión socava la fuerza, el whisky, fuera de

Sonríe como si estuviera esperando esto todo el tiempo. Tiene la piel
caliente; puedo sentir el calor que irradia. Dios, este hombre probablemente
nunca está frío.
—Deja que la gente sienta el peso de quien eres realmente y déjalos
que jodidamente lidien con ello.
Estoy sin aliento, mi boca abierta y mis ojos vidriosos. Un orgasmo
por la verdad.
Deja caer un trozo de papel sobre la barra al lado de mi vaso vacío y
sale por la puerta.
El punto en mi frente donde me tocó estaba hormigueando. Acerco mi
mano y lo froto. El peso de quien soy. No es mi responsabilidad lidiar con
ello. Es de ellos. Muslim tiene razón. Soy lo que soy, lo que soy. Quédate o
vete.
Sus palabras se asientan sobre mí. Entrecierro mis ojos contra ellas.
No tengo que creerlo. No. Pero lo hago. Y ahí es cuando cambian las cosas.
¿Puede el cambio cubrirte en cuestión de segundos? Sólo hace falta el
momento adecuado, las palabras adecuadas, la alineación del cerebro y el
corazón. Lucharé.
uslim Black se hospeda en el Castillo Manresa. He oído que está
embrujado por el alto infierno, mujeres muertas torturadas por
amor y toda esa mierda. Ni siquiera puedes morir y escapar de
un corazón roto. Deprimente. Embrujado o no, hay algo acerca de Muslim
que me dice que no le importarán unos cuantos fantasmas. No lo llamo de
inmediato. Llevo el trozo de papel en mi bolsillo. Se siente como un ser vivo.
Es sólo tu curiosidad, me recuerdo. ¿Me asustaba o estaba atraída por él?
Tal vez ambas. ¿Qué dice eso sobre mí de todos modos? Cuando finalmente
lo llamo, contesta el teléfono diciendo mi nombre. La voz que carga suficiente
aspereza y especias para hacer cada vello en tu cuerpo se ponga de punta.
Y luego dice tu nombre. Las letras E son entrecortada, la última letra fuerte.
Es su propia manera y nadie lo ha dicho igual alguna vez antes.
—Hola, Helena.
—¿Cómo sabías que era yo? —Mi corazón late, y tengo que doblarme
por la cintura y ocultar mi rostro entre mis rodillas hasta que sea el
momento de hablar de nuevo.
—No le doy este número a la gente.
—Me diste el número.
—No puedo escucharte...
Me enderezo y lo digo de nuevo.
—Tú no eres gente —dice.
Me pregunto si está acostado en la cama del hotel o caminando por la
habitación.
—¿Quién soy?
Lo escucho moviendo el teléfono alrededor. Quizás cambiando de
posiciones. ¿Está evaluando la mejor manera de responderme? No quiero
ser parte de su juego; no es por eso que llame. Cuando me responde, su voz
es rica, de vuelta a la normalidad.
—Eres Helena. ¿No es eso suficiente?
Resoplo.
—No hagas eso —digo—. Tratar de hacerme sentir especial así puedes
engancharme.
Está callado por un momento y luego dice:
—Está bien.
—¿Me puede enseñar cómo hacer lo que haces?
—¿Qué es eso?
No quiero jugar ese juego. Quiero que lea mi mente como antes. No
que me haga rogar.
—Olvídalo.
Empiezo a colgar el teléfono cuando le oigo decir:
—¡No, no, no! Espera. Helena... —¿Vaciló su fachada? Tengo
curiosidad. Que es la única razón por la que regreso el teléfono a mi oreja.
No tengo tiempo para lamentar haber llamar, porque entonces me está
diciendo lo que quiero escuchar—. Sí. Sí, te enseñaré.
Conseguir lo que quieres, pero aun así seguir teniendo sospechosas,
es una sensación sombría. Como si estuvieras haciendo algo malo. Y yo lo
estoy, ¿cierto? Decido comprobar los motivos de Muslim, no las míos.
—¿Por qué? —pregunto.
—Porque me lo pediste. —Y entonces—: ¿Te gustaría encontrarnos
para cenar?
Acuerdo reunirme con él en Alchemy a la noche siguiente. Sugerí
algún lugar iluminado y cálido, con paredes color lila que me recordaban a
Greer, pero Muslim quiso Alchemy.
—Me gusta el nombre —dijo, antes que quedáramos en vernos a las
seis.

Me visto toda de negro, pero cuando me miro en el espejo, me veo


desarreglada y asustada. Así que me cambió a un suéter beige y vaqueros
azules rasgados que Greer dice me hacen lucir caliente. Mi moño es extra
grande mientras camino hacia Alchemy a las 5:55. No me siento a su cargo
y ese es el punto de Muslim Black, supongo. ¿Realmente estoy haciendo
esto para conseguir a Kit de regreso? ¿O estoy en una especie de duelo, una
fascinante fase de rebote? ¿A quién le importa?, me digo. Haz lo que
necesitas. Sea lo que sea. Antes que entre por la puerta de Alchemy, me
tomo una foto, titulada: Enganchada.
Muslim ya está sentado a la mesa, una bebida junto a su mano, el
vaso sudando. Me alegro de no ser la único sudando. Espera, Kit. ¿Cuánto
tiempo ha pasado desde que he pensado en Kit? Cuando me ve, se pone de
pie. No es un chico de ciudad. Eso es algo que mi padre hace y lo hace
porque su papá lo obligo.
—Parece que nunca estás sin uno —digo, lanzando mi bolso sobre el
respaldo de mi silla. Espera a que me siente y luego toma su propio asiento.
—Lo dice la chica que bebe whisky a las tres de la tarde en un día
laborable, mientras liga con hombres sociópatas.
¿Qué puedo incluso decir a eso?
Lamo mis labios y ordeno una agradable y femenina copa de vino para
ir con mi alegría.
Muslim observa todo lo que hago con interés. Cuando me rio y bromeo
alrededor con nuestra mesera, nos mira con una pequeña sonrisa, sus ojos
viajan de ella a mí. Cuando dejo caer una bola de mantequilla sobre mi
regazo y luego cinco minutos más tarde casi tiro mi copa de vino, se ríe y
sacude su cabeza. Si no hubiera admitido todas esas cosas sobre sí mismo
más temprano, creería que estaría enamorado de mí. Todo esto es parte de
su ardid. Respeto eso, de una forma parecida a como respetas a una
serpiente de cascabel. Me tiene en el borde, mordiendo el interior de mis
mejillas. Estoy esperando a que actúe, me envenene. Pero es
sorpresivamente normal, natural, carismático. Oh, Dios mío, es tan bueno en
esto.

—Tengo que decirte algo —dice, cuando llegan nuestras comidas—.


Vine esta noche porque quería cenar contigo. No hay una cosa que pueda
mostrarte acerca de ti misma, o enseñarte, que no sepas ya.
Me rio. Estoy en mi tercera copa de vino y todo se siente divertido.
—Soy un desastre —le digo.
—Un encantador desastre.
—¿Qué significa eso? —Lo veo sobre mi plato, queriendo y no
queriendo. Me hace sentir como alguien más. Alguien peligrosa y atractiva.
—Sólo que eres tan cruda, y tú misma y hermosa. No necesitas nada
de nadie, a menos que sea el tipo de amor que te elige primero, siempre.
—¿Me escoge sobre quién? ¿Su bebé? ¿Su prometida? —Sacudo mi
cabeza con desdén—. No puede hacer eso. Tengo que convencerlo.
Muslim se estira a través de la mesa y toca la parte superior de mi
mano mientras me estiro por mi copa de vino. El punto comienza a sentir
un cosquilleo de inmediato.
—No debería tener que convencer a nadie para que te elija. No hay
una opción real en el amor.
Se acomoda en su asiento y me quedo inmóvil, el tallo de la copa
quieto entre las puntas de mis dedos.
—No debería sólo ser gente sobre la que te escoge. Sino también sobre
él mismo.
—Así que tal vez deberías estarme entrenando sobre cómo seguir
adelante y que me importe un carajo —digo finalmente—. Porque eso no va
a suceder.
—¿Alguna vez has tratado de alejarte de algo que amas? —me
pregunta.
—Kit Isley es la primera cosa que he amado de verdad —le digo—.
Todavía no me he alejado.
—No hay que alejarse. —Sumerge el pan que nos trajeron en el aceite
que nos trajeron. Cuando toca su boca con ella, deja una marca brillante en
sus labios. Algo que quitar a besos. ¡Dios! ¿Qué está mal conmigo? Es como
si estuviera calor—. Tratar de alejarte de algo que amas es como tratar de
ahogarte tú misma. Lo deseas, pero no es natural para que no busques el
aire. Tu cuerpo lo exige; tu mente dice que lo necesitas. Con el tiempo vas a
la superficie, jadeando y sin ser capaz de negarte a ti misma esa necesidad
básica de aire. De amor. De deseo feroz.
Estoy tan embelesada que apenas noto mi agua siendo llenada a la
luz de mi alma siendo llenada. Muslim me está dando respuestas.
—¿Con cuántas mujeres te has acostado? —pregunto.
No está bien hacerles preguntas personales a los extraños. Mi madre
me enseñó esto. No les preguntes su edad o su peso o con cuántas personas
han dormido. Mi madre nunca me dijo eso, pero puedo imaginar que está
en alto en su lista de no-no.
—No sería capaz de decirte —dice—. ¿Con cuántos te has acostado
tú?
Pienso en Roger de la escuela secundaria. Dulce Roger con la cara
llena de granos. Me gustó durante cinco minutos antes que nos
graduáramos. Oye, él obtuvo mi virginidad.
—Dos —le digo—. No deberías hacerle a la gente preguntas
personales, ¿sabes?
—Lo sé.
Empuja su vaso alrededor con sus dedos. Pequeños empujones
furtivos como si sólo necesitara algo que hacer con sus manos. Sus
incisivos, noto, son más largos que el resto de sus dientes. Cuando él está
pensando, frota la punta de la lengua a través de sus puntas.
—Me recuerdas a un vampiro —digo—. En más de una forma.
Muslim se ríe por primera vez. Es una risa baja. Llega hasta sus ojos
más de lo que llega a mis oídos.
—Me gustas —dice.
—Puedo decirlo.
—¿Te gusto?
—No lo sé.
Podría estar equivocada, pero esto parece hacerlo más feliz.
—Tal vez me gustes —digo—. Realmente no lo sabría, porque no estoy
segura si me estás mostrando quien eres realmente.
—Mi, mi, mi Helena Conway. Realmente dices lo que sea que estés
pensando.
—Si tan sólo ambos pudiéramos tener la misma suerte —le contesto.
Muslim se ríe, mira hacia otro lado, se ríe un poco más. Cuando se gira
hacia mí de nuevo, está lamiéndose los labios.
—¿Quieres salir de aquí, Helena?
Tengo un momento de duda antes de asentir.
ómo vas a hacer esto? —Greer pregunta. Tiene una libreta
y un montón de marcadores permanentes púrpuras. Su
mano está suspendida sobre el papel mientras espera. Le
lanzo una mirada mientras lava los platos. Al minuto en que le dije acerca
de mi idea en decirle a Kit sobre cómo me siento, estuvo a bordo.
—De alguna manera pensé en que la honestidad sería la mejor manera
de acercarme.
Greer escribe “HONESTIDAD” en su libreta y luego voltea a verme
expectante.
—No tengo ningún plan.
Saca la hoja y la tiende hacia mí.
—No te desvíes del plan —dice, golpeándome en la cabeza. Después
de eso, se retira a la habitación. Aún no he visto su maldita habitación. De
repente estoy molesta sobre esto. ¿Qué es lo que está escondiendo allí, de
todos modos? Me dirijo hacia su puerta y toco. Probablemente más fuerte
de lo que debería. Cuando responde, está usando una toalla como si hubiera
estado a punto de entrar en la ducha.
—Lo siento —digo avergonzada—. Yo… Sólo…
Greer se hace a un lado y yo a regañadientes veo su habitación.
—Vaya —digo.
—Seh.
Parpadeo al vacío. Una habitación blanca vacía, con pisos de madera
rasguñada, y un par de sábanas apiladas en la esquina.
—¿Qué diablos? —digo. Greer está viendo hacia el piso.
—Simplemente no he tenido tiempo de hacer nada con ella aún.
—Está bien, no. Ni siquiera tienes una cama.
Miro a mi alrededor, esperando ver algo que pueda explicar la carencia
de Greer de… cualquier cosa.
—Los muebles de tu habitación —dice—, pertenecían a Kit y a mí. No
quería usarlos. No podía. Y luego nunca vine para remplazarlos.
—De acuerdo —digo—. Pero estás durmiendo en el suelo.
Su rostro se estropea como si no tuviera nada que decir.
—Quieres que pelee para estar con él, pero aún no lo has superado —
digo.
—Sí lo he superado —dice rápidamente—. Es sólo que fue un
momento tan difícil, aún me afecta. Terminamos realmente mal, Helena.
Asiento. No recuerdo que Kit me dijera que terminaron mal. Hizo ver
como que no era gran cosa.
—Está bien. Debo irme —le digo—, pero ordenaremos una cama esta
noche, ¿sí?
Asiente. Puedo sentir su mirada mientras me voy. También, estoy
durmiendo en su cama. Hago una mueca. Ordenaré una nueva cama
también.

Della tiene una fecha de boda. Sabe que estoy viendo su Instagram.
Quiere que lo vea. June me manda una captura de pantalla después de su
primer post de conteo regresivo.
J: ¿Ves esto?
H: Sí.
J: Me pidió ser una de las damas de honor.
No me sorprende. Della tiene como tres amigas chicas, dos de ellas
prestadas de mí, y mi intento de ser social en la universidad. Me pregunto
quiénes serán los padrinos de boda de Kit, ¿y si los veré alrededor de la
ciudad?
J: Deberías venir. Has algo sobre esto.
Estoy sorprendida; June no parece de las que dirían cosas de éste
tipo. Pienso en contarle que planeo hacer justo eso, pero al final, alejo mi
teléfono y trato de no pensar en eso. Pero lo hago. Pienso en ello un montón.
Pienso en la manera en que se veía con el cuello de su abrigo cubriendo todo
su cuello, las esquinas de sus labios tornándose en una sonrisa. Pienso en
la manera en que permanecimos unos minutos más después de
despedirnos, ninguno queriéndose ir. Pienso en la manera en que sus labios
se posaron en los míos, el ritmo de nuestros besos. La forma en la que tuve
que rodear con mi mano la parte de atrás de su cabeza e inclinarme hacia
él para evitar caerme. Estoy en el trabajo y tengo que ir al baño a salpicarme
agua en el rostro.
Él también lo sintió. Regresó aquí, a Port Townsend para sentirlo.
Ahora es cosa suya, porque yo ya estoy.
Un reloj hace tictac, tictac, tictac. Tengo un boleto de avión. No un
plan. Sólo palabras que necesito entregarle. Y eso es todo lo que puedo
hacer, ¿o no? Estaré encaminada después de eso y a partir de allí, todo
depende de Kit Isley. No le puedo recordar un sueño que él nunca tuvo, pero
puedo recordarle sobre un sentimiento que ambos compartimos.
Abordo el avión con una fiebre terrible. Estoy temblando y después
ardiendo. He empezado a pensar en Annie. Preguntándome si hay alguna
manera de verla. He tratado tan duro de no pensar en ella en los últimos
meses, pero tengo memorizado el sonido de su respiración. No es tan simple
y eso es lo que me detiene. Annie. La madre y el padre de Annie. ¿Qué
diablos estoy haciendo? Quiero bajarme del avión, pero es demasiado tarde
y ya estamos despegando. Es tan conveniente, Helena, que recién hayas
bloqueado esa parte de la situación, me digo. Tomo las pastillas que Greer
me dio cuando nos separamos en la línea de seguridad. Después bajo mi
cabeza a mis rodillas y cubro mi rostro. La persona en el asiento a mi lado
me pregunta si estoy bien. Murmuro algo sobre el mareo y aprieto los ojos.
Cuando me despierto, mi cuello está terriblemente rígido, y ya estamos
aterrizando. NyQuil. Greer me drogó para que no me alterara. Soy la última
persona en bajar del avión.
June está esperando en la zona de recogida de equipaje. Está usando
una capa verde oscuro sobre un vestido verde de neón, lentes de sol incluso
aunque está adentro. Su extraña rareza me conforta, y corro a envolverla en
un abrazo.
—Eres tan rara —le digo—. Te quiero tanto.
Se aleja y me sostiene por los hombros, observándome de arriba abajo.
—Tú aún utilizas beige.
—Malditamente amo el beige —le digo sonriendo—. Larga vida a la
perra beige.
June asiente.
—Estás diferente —dice—. Me gusta. Ahora vayamos a detener esta
boda.
La boda es en cuatro días. No quiero detenerla. Sólo quiero decir mi
parte y deshacerme de esta carga que siento en mi pecho. Me quedo con
June en su pequeña casa. Se la renta a una vieja pareja que rescata
periquitos. No estoy completamente segura de qué necesitan estos
periquitos ser salvados, pero puedo escucharlos cantar desde la casa
principal. Me hace sentir inquieta y ansiosa. June me da unos tapones para
los oídos rosas, pero todo lo que hago es apretarlos obsesivamente entre mi
dedo índice y el pulgar, pensando en Kit y Annie.
—Esos no son para el estrés —me dice. Los coloca en mis oídos, y los
periquitos ya no se pueden escuchar.
Me alimenta con sopa y tomo una siesta porque aún estoy algo
enferma. En realidad, estoy bastante enferma. Cuando me despierto, June
me ha dejado una nota diciéndome que se ha ido a trabajar. Trato de salir
a caminar, pensando en que el aire fresco será bueno para mí, pero no he
avanzado ni medio bloque cuando tengo que regresar. Estoy temblando a
una temperatura de veintiséis grados, debajo de las palmeras y el cielo azul.
Llego hasta el sofá floral de June y coloco una manta sobre mí. Después
tengo otro sueño inducido por la fiebre. Otro sueño que cambia mi vida.
a casa es diferente. Camino alrededor, buscando el sofá azul
marino de Pottery Barn. Para los niños. Pero no hay niños y nada
es azul. Todo es negro. Negro, negro, negro, negro. Intento con
un apagador y la habitación en la que estoy está inundada con luz roja. Miro
la piel de mis brazos, brillante rosa claro bajo las atrevidas luce rojas. Están
cubiertos con tinta… espirales de negro verduzco. Imágenes y palabras y
patrones. Me rio en voz alta. ¿Qué sueño es este en que he tatuado mi
cuerpo?
Camino a través de las habitaciones, buscando. Cocinas y baños y
habitaciones sin muebles. Lo encuentro afuera, las puertas francesas
abiertas, él está enmarcado entre ellas.
—Hola —digo.
—Hola.
No sé da la vuelta, sólo continúa viendo… hacia la nada. Está mirando
hacia la oscuridad. Pongo mis brazos a su alrededor, porque no quiero que
sea absorbido por ella.
—Regresa a la casa —dice él.
—No —le digo—. Ya no es mi casa.
—¿Lo fue alguna vez?
—No.
Entierro mi rostro en su espalda, entre sus omóplatos y los respiro.
—¿Me dejarás? —pregunta.
—No. Nunca.
—Si no enfrentas al enemigo con todo su poder oscuro, un día vendrá
desde detrás, mientras miras a otro lado y te destruirá.
No sé qué decir ante esto, así que lo abrazo más fuerte.
Se gira para verme y mi respiración se atrapa entre su belleza y sus
palabras. Muslim.
—Ven conmigo —dice él.
—¿Qué hay sobre Kit? —Kit se está filtrando dentro de este sueño, ya
las luces rojas se están volviendo amarillas. Puedo escuchar una voz
llamándome desde algún lugar a la distancia.
—Ya intentaste ese sueño.
Me rio, porque lo he hecho. En mi vida despierta, he pasado el último
año peleando por entender ese sueño. Por obtener partes de él. Tal vez estoy
cansada de intentar acoplarme a ese sueño. No soy una artista. No soy una
esposa y una madre. No soy alguna cosa. Sólo Helena.
—Entonces déjame despertarme —le digo—. Así puedo en cambio,
encontrarte a ti.
Y despierto.

Para el siguiente día, mi fiebre ha subido hasta casi treinta y nueve


grados centígrados y June me está amenazando con ir a emergencias. Se
cierne sobre mí en la ropa más normal en que la haya visto alguna vez.
—Estoy bien —le digo desde debajo de mi pila de mantas—. Sólo es
un resfriado. —Pero, incluso mientras lo digo, sé que un resfriado nunca se
ha sentido así. Ni siquiera me puedo levantar sola para entrar a
emergencias. Yazgo echa un ovillo en las sábanas empapadas y recuerdo
cómo fue estar con Muslim. Su mirada helada mientras me llevaba no a su
habitación de hotel, sino a un cementerio.
—¿Por qué me trajiste aquí? —había preguntado.
Sus labios se fruncieron en una sonrisa, había tocado mi cuello con
las frías puntas de sus dedos y luego mi cabello. Estaba aprendido que
algunas veces era caliente y algunas veces frío. Tanto en temperamento
como en su cuerpo.
—Aquí es donde te quiero.
—¿Por qué?
—Porque estás enamorada de alguien más y quiero que esos
sentimientos mueran.
Lo había dejado intentar matarlos. Me había levantado sobre la pared
de ladrillo de un mausoleo y había envuelto mis piernas alrededor de su
cintura. Suavemente, me había besado y había estado sorprendida por su
gentileza. Todo sobre él era como un león. Cuando presionas tus dedos en
su piel podías sentir el poder ondeando bajo tu toque. No era un hombre
normal.
—Háblame, Helena —dice June—. Estás actuando extraño y es
aterrador.
Miro hacia June y asiento. Bien. La dejaré que me lleve al doctor. Sólo
quiero que se detenga. Corre alrededor de la cabaña, reuniendo las cosas
frenéticamente, luego me sube en el asiento del frente de su auto, todavía
envuelta en mantas.
Veo la preocupación en su rostro justo antes de quedarme dormida de
nuevo.
—¿Helena? Helena, despierta.
Lentamente abro mis ojos. Siento como si tuviera mil años. Todo es
pesado y pegado junto. Estamos en el hospital. Hay gente caminando hacia
el auto. Me ayudan a salir y me ponen en una silla de ruedas. Peleo contra
ellos, tratando de alejar sus manos.
—Soy diferente —les digo. Pero parecen no saber sobre qué estoy
hablando. Siento aire frío en mi piel y pienso en el cementerio. La boca de
Muslim chupando, sus manos agarrando los costados de mis bragas y
bajándolas. Había estado tan frío esa noche.
—Helena, te estamos moviendo hacia una cama…
No quiero estar en una cama. Quiero estar sobre la pared. Hay un
agudo dolor en mi brazo. ¿Son los ladrillos? ¿O una aguja? Es una aguja.
Gimo. No creo que tenga un resfriado. ¿Dónde está June? ¿Dónde están mis
padres? Si voy a morir, ¿no deberían estar aquí? Él está dentro de mí.
Muerde mi hombro mientras me arqueo en sus brazos. La necesidad escala
y luego me tambaleo hacia atrás. Un orgasmo… sueño… todo es lo mismo
en este momento.

Kit está en la habitación cuando despierto. Levanto una mano hacia


mi rostro y gimo.
—¿Qué demonios? —digo
—Neumonía atípica —dice él—. Deshidratación extrema.
—Eso es ridículo. Sólo es un resfriado.
—Claramente. —Se inclina hacia adelante, sus manos apretadas entre
sus rodillas.
Quiero pedirle un espejo, pero eso probablemente no es sobre lo que
una mujer hospitalizada debería estar pensando.
—¿Estoy suficientemente hidratada? —pregunto. Dios, no le visto en
tanto tiempo. Es tan hermoso.
—Estás llegando ahí.
—¿Por qué estás siendo tan frío y rígido conmigo? —pregunto—.
Obviamente estás aquí por elección, así que al menos podrías ser agradable.
Él sonríe. Finalmente. Se levanta y se sienta en mi cama.
—¿Por qué estás en Florida? —pregunta—. ¿Y no en tu precioso
Washington? —dice de forma divertida, y yo rio. Mi precioso Washington.
—Dos personas que amo mucho están en Florida —le digo—. Vine a…
—¿A qué? —me interrumpe Kit—. ¿Detener mi boda?
—Eso es muy presuntuoso de tu parte. —Y entonces—. Pensé en ello.
—¿Ah, sí?
—Pero estoy reconsiderándolo. —No me gusta la mirada en su rostro.
¿Esperanza, quizás? Si no quiere casarse con Della, debería detener la boda
él mismo. Dios mío, ¿que había cambiado en mí para hacerme sentir así?
—¿Reconsiderándome a mí? ¿O lo que sientes por mí?
Sacudo la cabeza.
—¿Cómo sabes que siento algo?
—También lo siento.
—Bien—digo—. Estoy reconsiderándote. Porque eres un cobarde. Y
estás casándote con alguien que ni siquiera te gusta. Y ahora no sé si me
gustas.
Él asiente lentamente, con sus cejas levantadas. No está sonriéndome
ahora.
—Pero me amas. No tiene que gustarte alguien para que lo ames.
Frunzo el ceño. Tiene razón. Pero que no te guste alguien es suficiente
combustible para correr lejos de él. El amor sólo puede llevarte a la primera
pelea.
—Pídeme que la ame —dice.
Sus palabras me asustan. No quiero tener que pedírselo. Todo esto
está mal. Venir aquí estuvo mal. Niego con la cabeza.
—No, Kit. No te pediré eso. Si quieres irte, necesita venir de ti. No es
justo que me pidas que te arrastre fuera de tu relación.
—Helena, vine a ti una vez; te seguí a Port Townsend. Nadie me
arrastró allí.
Esa parte era de cierta forma verdad. Llevo mi mano a mi boca y lamo
uno de los cables. Quiero morderlo, pero tengo miedo de meterme en
problemas. Greer estaba probablemente cenando en este preciso momento.
Quizás salmón y algo de risotto…
—¡Helena! Veo lo que estás haciendo. Concéntrate.
—¡OhDiosmío, ohDiosmío, ohDiosmío! —Froto mi sien—. ¿Dónde
están las enfermeras? ¿No deberían revisarme?
Toca mi rostro. Cinco puntas de dedos. Eso me trae de vuelta.
No puedo detener las lágrimas cuando lo miro.
—Te estas convenciendo de que no he hecho lo suficiente, porque
entonces podrás alejarte de esto y ser la chica buena.
—No—digo. Pero es flojo.
—Helena, no lamas esos…—Aleja mi mano de mi boca y toma mi
barbilla, obligándome a mirarlo—. Dime sobre tu corazón justo ahora.
Me alejo de él de un tirón.
—¡No! —Y esta vez es poderoso.
Se inclina y apoya su frente contra la mía, cerrando sus ojos.
—Helena, por favor.
Soy débil. Lo soy.
—Se suponía que yo sería una dibujante de libros —digo
suavemente—. Y tu esposa. ¡Y se suponía que iríamos en un maldito tren
azul! Nunca desperté de ese jodido sueño, Kit. ¿Me oyes? —Estoy sollozando
como una patética pequeña mierda. Frota su frente contra la mía.
—Entonces, ¿por qué estás tratando de despertar ahora?
¿Cómo puedo responder a eso?
—Conocí a alguien —digo. Lo siento ponerse rígido. No me mira
cuando se aleja.
—¿Quién?
—Alguien que no está por casarse con mi ex mejor amiga mañana.
Se sienta con las manos entre las rodillas y mira la pared.
—¿Quién?
—¿Eso importa, Kit?
—Me importa a mí. Sabes que es así.
—Él sólo me ha hecho ver las cosas claramente. No tengo que
convencerlo, como vine aquí a hacer contigo. No quiero tener que convencer
a alguien de que esté conmigo.
—Nunca tuviste que convencerme de nada. Era cosa de tiempo. Lo
nuestro había terminado.
Él asiente lentamente.
—Entonces, ¿no quieres estar conmigo? ¿Eso es lo que estás diciendo?
—Eso es lo que estoy diciendo. Lo quiero.
No puedo creer que solté esas palabras. Me equivoqué al venir. Están
Annie, Della y la familia de Della. No estaría lastimando sólo a una persona.
—¿Quién es el cobarde ahora, Helena?
Se para y hago una mueca. Quiero a mi mamá. ¿Es eso raro? Ella ni
siquiera me agrada.
Kit sale por la puerta, y dos segundos más tarde June entra, con los
ojos abiertos y la boca abierta.
—Él… —dice ella, mirando sobre su hombro—. ¿Helena…?
Niego con la cabeza. —No es nada. Todo esto fue nada. Necesita ir a
vivir su vida. Con su familia. Le dije que se fuera. Estaba equivocada al
hacer esto. Me siento como una idiota.
June pone la mano en mi brazo.
—¿Te sientes como una idiota?
—Sí… June. Dios. Vine hasta aquí…
June sacude la cabeza.
—Mierda, Helena… mierda.
—¿Qué?
Pone su cabeza en sus manos y se sienta en una esquina de la cama.
—Has dormido por mucho tiempo. La boda… debería haber sido ayer.
Él la canceló. Ellos nunca se casaron. Él la canceló por ti.
Arranco las agujas de mi mano y pongo mis piernas a un lado de la
cama. Ahí fue cuando a la enfermera se le ocurrió entrar. Ni siquiera había
dado un paso antes de que ella Eh, eh, eh y me empujara de vuelta a la
cama. ¿Qué tipo de infierno temporal era este?
—Te necesitaba hace diez minutos, ¿sabes? —le digo—. Encuéntralo,
June. ¡Por favor!
June luce como un ciervo atrapado por las luces delanteras de un
auto. Está asintiendo, incluso mientras sale de nuevo de la habitación.
—¿Qué le digo? —me pregunta.
Hago una mueca cuando las agujas pinchan mi piel.
—Recuérdale lo del sueño. Dile que el nombre de nuestra hija era
Brandi. Dile que lo lamento y que lo amo.
sto es algo que he aprendido. No puedes huir para encontrarte a
ti mismo. Eres tú mismo sin importar a dónde vayas. La
diferencia es, si estás huyendo, estarás muy ocupado para
recoger la espada y enfrentar a tus enemigos. A veces tu enemigo serás tú
mismo; a veces serán esos con poder para herirte. Sácate tus zapatos y para
de huir. Vive a pies descalzos y pelea con todo. Pensé que, si ponía la
distancia necesaria entre nosotros, mis sentimientos desaparecerían.
Debería haberlo enfrentado yo misma en aquel momento.

June no encuentra a Kit. Nadie puede. Ha apagado su teléfono y


desaparecido. Della me llama vuelta histérica mientras dejo el hospital un
día después, demandando el saber qué le he hecho. A él. Como si él no fuese
posiblemente capaz de escogerme por su propia cuenta. Debo haber usado
magia o algo.
—No hice nada, Della. No soy tan linda como tú. —Y luego cuelgo.
—Pienso que es tiempo de superar eso —me dice June—. Obviamente
ha tomado su decisión entre ustedes dos.
—Mierda —digo—. ¿Debería llamar y disculparme?
—Absolutamente, no —dice—. Debería sufrir un poco. —Me mira de
reojo—. Lo volvió de decir. Cuando él canceló la boda.
—Claro que lo hizo.
—Sabes —dice June—, es tan insegura, casi la hace fea. De la manera
que es tan insegura de sí misma, que te hace también inseguro sobre ella.
Hago una cara. No importa. Todo lo que me importa ahora es Kit, no
los perfectos pómulos de Della. No sé dónde está. Me está matando que no
sepa cuánto lo siento. No se puede esconder por mucho. No se mantendrá
alejado de Annie.
—Se está calmado —le digo a June—. Desaparece cuando escribe y
cuando piensa.
—Así que, ¿cómo vas a afrontar su marcha?
—Tengo que ir a casa —digo—. Pienso que está allí.

Cuando aterrizo en Seattle, rento un auto del primer lugar que veo.
Todo lo que tienen es un Ford Focus blanco con placas de Oregón y una
abolladura del tamaño de un puño en el parachoques. Nada de Range Rover
esta vez. Me arrastro en el asiento del conductor, exhausta y tomo una selfie.
La llamo, Instinto. No dormí para nada en el avión, leí el manuscrito de Kit.
Cuando lo terminé ordené un vodka puro. Me estaba hablando. Y no tuve
las agallas de leerlo. Cuando conduje dentro del ferry me quedé en el auto,
golpeando impacientemente con mi dedo sobre mi rodilla. El ferry siempre
se ha sentido como libertad, pero ahora no podría sentirme más atrapada.
Necesito encontrarlo. Eso es todo lo que sé. No hay nada que incluso
confirme que está en PT. Cuando llamé a Greer, no había oído nada. Voy
por instinto. ¿Cuánto tiempo por delante de mí ha estado en PT? ¿Dos días?
¿Tres?
Recién he bajado del ferry hacía Kingston cuando mi teléfono suena.
Es Greer.
—Tienes que regresar —dice. Suena sin aliento, como si hubiese
estado corriendo—. Se estaba subiendo al ferry justo cuando bajaste.
—¿Qué? —Piso el freno y alguien me da un bocinazo—. ¿Cómo lo
sabes?
—Su mamá. Acaba de volver de la casi boda. Pasó dos días en su
condominio, ahora va a volver a hablar con Della y ver a Annie.
Doy una vuelta en U, saltando un bordillo y casi golpeo a un peatón.
—Voy en camino —digo. Cuelgo el teléfono y yendo directo, casi
abrazando el volante. Por favor, Dios, por favor déjame lograrlo. Nunca lo
alcanzaré si pierdo el ferry.
—Tienes que esperar al siguiente —me dice la señora en la caseta de
entrada—. Éste está lleno.
—¿Qué tal si entro a pie? —pregunto. Asiente. Compro un ticket y
estaciono. El último de los autos ha sido abordado, lo que significa que tengo
que correr si quiero llegar a la rampa antes de que la bloqueen. Dejo todo
en mi auto, aprieto mi bolso a mi pecho y corro.
El portero está cerrando la puerta mientras llego a la cima.
—¡Espere, espere, espere! —grito. La mantiene abierta para mí
mientras me apresuro a entrar—. Lo amaré por siempre —digo.
Estoy dentro, estoy dentro. No estoy segura dónde ir. ¿Se habrá
quedado en su auto? ¿Deambulando por las cubiertas? Tengo veinte
minutos para averiguarlo y no trabajo bien bajo presión.
Rápido paseo por la cafetería donde la mayoría de los pasajeros están
congregados y sobre la cubierta principal. Hay algunos rezagados afuera,
sujetando vasos de cartón de café mientras parpadean contra el viento
fresco. Doy una vuelta alrededor del lado izquierdo, jalando mi delgado
suéter más cerca de mi cuerpo. La vuelta alrededor de la cubierta me toma
cuatro minutos, y, para el momento que llego a mi punto de partida, mi
nariz está goteando. Esto no va a funcionar, no tengo el tiempo suficiente.
Podría estar en cualquier parte.
Vuelvo dentro y tomo una foto de la máquina de Coca Cola. No sé si
ha encendido su teléfono, pero apretó Enviar, esperando por lo mejor.
Kingston está desapareciendo detrás de nosotros. Salgo por las puertas y
me paro a ver el agua. Me siento derrotada, lo hago. Y desesperada. Y
entupida. Y mi bolso está pesado porque he estado cargando con el
manuscrito de Kit por el último par de meses. Lo saco del envoltorio y lo
sostengo en mis manos por unos momentos antes de deslizar fuera la gruesa
pila de papeles. Tengo que dejarlo ir, ¿verdad? Justo como el corcho de vino.
Si estaba en camino de regreso a Florida era probablemente para arreglar
las cosas con Della. Sostengo su libro sobre el agua, mis nudillos tan
blancos que se mimetizan con el papel. Luego lo arrojo a aire. Por un
segundo luce como una nube de aves blancas que ha explotado alrededor
del ferry, sus delgadas alas vibrando en el viento. Mi labio inferior tiembla y
lo tomo entre mi dedo índice y el pulgar para mantenerlo quieto. Mi cuerpo
me traiciona por Kit Isley, no es la primera vez. Regreso dentro, mi bolso
más liviano, mi corazón más pesado y me siento en una silla frente a la
máquina de Coca Cola. Lloro.
—Busca algo de beber. Te sentirás mejor. —Alzo la vista, y una señora
mayor con cabello plateado esta parada mirándome. Su cabello me recuerda
a Greer. Me hace callar y presiona seis monedas en mi palma, luego asiente
hacía la máquina expendedora—. El azúcar. Te ayudara.
No la quiero ofender, así que limpio mis lágrimas y me paro.
—Gracias —digo—. Es muy amable. —Mira hasta que estoy en la
máquina pretendiendo considerar mis opciones. Sonrió alegremente y
saludo.
Cuando se marcha presiono mi frente contra el cristal y cierro mis
ojos. Ni siquiera se me permite llorar en paz. A ciegas, pongo las monedas
en la ranura, una por una. Dink, dink, dink.
Y luego dos manos aparecen a cada lado de mi cabeza. Mis ojos se
cierran mientras un cuerpo me clava contra el cristal. Tengo escalofríos.
Conozco su olor.
Kit corre su nariz contra la parte trasera de mi oído mientras su brazo
se envuelve alrededor de mi cintura. Mi boca está abierta y mis ojos están
cerrados mientras hace círculos sobre mi muñeca con su mano libre. Es
todo calidez, olor de bosque y pino. Besa mi nuca y dejo caer el resto de los
cuartos. Los oigo golpear el suelo antes de que me de vuelta para mirarlo.
Este justo allí. En mi cara. Frente a frente sin aviso. Estoy sin aliento,
corre sus manos sobre mis brazos y acuna mi rostro, luego me jala más
cerca de él. Nuestros labios se están tocando, pero ninguno de nosotros se
está moviendo para un beso. Se siente un poco irreal estar presionada justo
allí, contra la persona que has querido por tanto tiempo.
—Nunca olvides —dice—. Que fue mi libro y la Coca Cola quienes nos
volvieron a juntar.
—¿Tu libro? —pregunto. Sube su mano para revelar una arrugada
página de su manuscrito—. Página cuarenta y nueve —dice—. Bajo flotando
desde el Heavens y fui lo suficientemente afortunado para atraparla antes
de que se hundiera en el Sound.
—Imagina eso —digo.
—Pensé que estaba alucinando hasta que encendí mi teléfono y vi tu
mensaje.
—¿Viniste corriendo para acá? —pregunto
—Tan rápido como pude.
Nuestros labios se están tocando un poco mientras hablamos.
—¿Por qué no estás sin aliento?
Sonríe.
—Se le llama ejercitarse, Helena.
Toco su rostro desaliñado y recorro mi mano por la parte trasera de
su cuello. Me besa con suaves labios y dura pasión. Y es definitivamente el
mejor beso de mi vida. De mi vida.
o te entristezcas porque no puedas obtener la felicidad constante.
Es la forma más rápida de sentirte un fracaso en la vida. Si cada
una de nuestras vidas representase la página de un libro, la
felicidad sería la puntuación. Separa las partes que son demasiado largas.
Cierra algunas cosas, divide otras. Pero es breve; aparece cuando se necesita
y llena párrafos agotadores con descansos. Estar contento es un estado
constante más accesible. Amar tu destino sin estar borracho de euforia.
Valiente y determinada aceptación sin amargura. Sé amable contigo mismo.
Acepta los malos momentos para poder disfrutar mejor de los buenos. Ama
la lucha. Ámala mucho, y deja que te salve cuando tus músculos
emocionales se hayan vuelto blandos. Kit y yo tenemos eso. A veces, tanta
alegría que nos duele el corazón. A veces, tenemos tristeza cuando estamos
lejos de Annie o Port Townsend. Nos sentimos divididos entre todas las cosas
que amamos. Peleamos; hacemos el amor. No vuelvo a ver a Muslim. Y
después de una llamada telefónica, nunca más vuelvo a hablar con él.
Escucho mucho sobre él y recuerdo nuestro tiempo. Y me pregunto si tienes
espacio en tu corazón para más de una persona. Creo que lo tienes.

Después de aquel día en el ferry nos mudamos de vuelta a Florida. Lo


hacemos para poder estar cerca de Annie hasta que lo resolvamos todo.
Mantenemos el apartamento en Port Townsend y volamos ahí para visitar
tan a menudo como podemos. Compro un sofá azul marino para el
apartamento y cuelgo uno de los cuadros de ondas de Greer sobre él. Mi
corazón está allí, en Port Townsend. Llevamos a Annie con nosotros a veces
y damos paseos por el pueblo para que todos puedan alborotarse. Es
hermosa como su madre, perceptiva como su padre. Piensa que Greer es un
hada de verdad y Greer juega su papel. Della nunca le perdona, pero eso era
de esperar. Éramos por una razón. Nunca me vuelvo buena en arte. Hago
intentos aquí y allá. Me siento bien con eso. Soy una aventurera. Cuando la
madre de Kit enferma, vuelvo a mudarme a Port Townsend para ayudarla.
Kit vuela aquí los fines de semana, pero el tiempo con él nunca parece
suficiente. Estoy estirada, tensa. Quiero estar con Kit y Annie, pero también
quiero estar aquí. Estoy contenta por tener una excusa para estar en el sitio
que amo.
Con el tiempo, salimos del apartamento y compramos una pequeña
casa en PT. Un lugar donde nadie puede encontrarnos. Es una trama oculta.
Una calle lateral, en una calle lateral que está en otra calle lateral. No es que
no queramos ser encontrados; simplemente queremos ponerlo difícil.
La casa tiene un porche que la envuelve. Kit hace que nos envíen dos
sillas mecedoras de color del chile de la granja de cabras. Las ponemos en
la parte oeste de la casa, para que podamos escuchar el agua del arroyo,
corriendo entre las rocas. La mayoría de las noches llevo una taza caliente
de ponche fuera, bebo lentamente escuchando las criaturas de Washington
y viendo cómo el sol se pone sobre el Sound. Son ruidosos y me hacen reír.
Se siente como si estuviera esperando algo, aunque no estoy muy segura de
qué. Todo me pone nerviosa; los ruidos, las sombras, el sonido de los frenos
de los autos en la gravilla.

A principios de agosto un año después, mi espera llega a su fin. El


verano limpia el cielo de nubes de lluvia y la costa sopla una cálida brisa a
través del nordeste. El clima me lleva fuera más de lo normal. Estoy
bebiendo vino de una antigua taza una tarde, cuando una camioneta rebota
en el camino de tierra a una velocidad alarmante. Choca contra un bache,
creo que va a chocarse contra mi catalpa, cuando de repente gira a la
derecha y se detiene delante de mi casa. Mi frente se arruga mientras me
inclino hacia delante en mi mecedora. No estoy genial en ese momento. En
su lugar, soy como una mujer anciana en su mecedora, enfadada porque
alguien casi acaba de golpear su árbol favorito.
La puerta de la camioneta se abre de golpe y unas botas negras se
dejan caer en el barro. Me levanto, mi corazón se acelera, tirando la taza de
vino a mis pies. El sol brilla en mis ojos. ¡Maldito sol! Ni siquiera debe estar
aquí. Pongo una mano sobre mis ojos para escudarlos y doy un paso
rodeando el vino, dejando huellas rojas sobre la pintura blanca. Veo un
rostro, ojos azules impactantes y caminar de león. Todo mi mundo se
tambalea. Han pasado dos años, pero todavía, esta reacción. Vuelvo a
acomodarme en mi silla, no sea que mis rodillas fallen. Tengo demasiado
miedo para mirar, porque ¿qué demonios? No puedo sobrevivir a otro sueño.
Con las palmas sudorosas, y el corazón a galope, él se sienta en la silla junto
a la mía.
Se sienta. Como si hubiera estado sentado ahí todo el tiempo.
—Hola, Helena.
—¿Cómo me has encontrado? —le pregunto. Él sólo sonríe—. Te vi en
las noticias —digo—. Te metiste en algunos problemas.
—Te culpo a ti por eso —dice.
—¿Ah, sí?
—Tú eras la única. Podría haber cambiado, ser mejor.
—Propio de un narcisista —digo—, culpar a otro por sus elecciones.
Se ríe.
—Puedes venir conmigo ahora…
Niego, aunque mi corazón está latiendo salvajemente. Casi lo hice la
última vez, ¿no es así? Abandonarlo todo e irme con él.
Se levanta y se va, aparentemente nuestra reunión ha terminado. La
mecedora chirría cuando lo libera y se balancea hacia atrás enfadada. Se
detiene al final de las escaleras que llevan al camino de entrada y se vuelve.
—¿Crees que me atraparán? —me pregunta.
Me levanto y camino al borde del porche, envolviendo un brazo
alrededor de una de las vigas. Le miro con seriedad.
—Creo que tienen que hacerlo.
—Tú eres la única que alguna vez me ha dicho la verdad —me dice,
sonriendo. Y luego se va, la gravilla deslizándose bajo sus botas mientras
vuelve a subirse a la camioneta—. Adiós, Helena.

—¿Quién era ese? —me pregunta Kit, apareciendo junto a mí. Su


cabello está revuelto por su siesta y levanto la mano para suavizarlo. Mi
corazón da un vuelco cuando lo toco. Cada vez. Era improbable, pero es mío.
—El líder de la secta de las noticias de la que te he hablado. Con el
que casi me fugo.
—Mierda —dice—. ¿Debería ir por la pistola?
—Nah. Ha venido a decir algo que necesitaba. Ahora se ha ido.
—¿Qué ha dicho?
—Qué yo era la única.
—Voy por la pistola. —Kit se vuelve hacia la casa, pero agarro su
brazo, riéndome.
—Soy tu única, Kit Isley.
Se inclina para besarme, pero sus ojos están en la carretera donde
Muslim se aleja conduciendo. No es un hombre celoso, pero es posesivo.
—¿Crees que le atraparan?
Pienso en la elusiva y fluida personalidad de Muslim. La forma en la
que puede hablar para meterse o salir de donde sea, envuelvo mis brazos
alrededor de Kit.
—No. Pero alguien lo hará.
—Es hora de casarnos —dice Kit.
Me alejo de su pecho y arrugo la nariz.
—¿Qué dem…?
—No vas a atrasar esto otro año más —me dice—. No con ese tipo
intentando reclutarte. Es como el líder de una secta y chico de calendario.
Me apoyo otra vez contra su pecho y cierro los ojos.
—Estás pensando en sacar tu caja de calcetines —dice, besándome la
coronilla.
—Lo estoy. Creo que hay una pareja para cada uno de ellos y voy a
encontrarlos.
—Está bien, nena. Voy a ir a cocinar algo del pescado que he atrapado
con mis propias manos mientras tú tocas tus calcetines.
Vuelve a desaparecer en la casa, pero un minuto después me envía
un mensaje. Es una foto de nuestra cama. Fuck, ¿Love?9 dice debajo. Me
rio, me hago una selfie porque estoy feliz y esta es una extraña noche. Antes
de ir dentro, miro alrededor una última vez, preguntándome a dónde irá
Muslim desde aquí. Un león al acecho. Puedo escuchar ruidos, algo distante,
un helicóptero, ¿tal vez?
Ra
ta…
ta…

9Fuck, Love: Aquí lo expresa como un juego de palabras. A la mierda, amor/Follamos,


amor.
Nacida en Sudáfrica, vivió allí durante la mayor parte de su infancia,
luego se mudó a Seattle, actualmente vive en Washington con su familia. Es
la autora de la trilogía “Love me with lies”, convertida en todo un bestseller,
según el New York Times.

Sitio web oficial: http://www.tarrynfisher.com/

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