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J. R. R.

Tolkien
De una carta a Michael Straight​ (borradores) - ​Principios de 1956

Estimado señor Straight:

Gracias por su carta. Espero que haya disfrutado con El Señor de los Anillos. Disfrutado es
la palabra clave. Porque fue escrito para entretener (en el más alto sentido): para ser leíble.
No hay en la obra ninguna «alegoría» moral, política o contemporánea, en absoluto.

Es un «cuento de hadas», pero un cuento de hadas escrito para adultos, de acuerdo con la
creencia, que expresé una vez extensamente en el ensayo «Sobre los cuentos de hadas»,
de que constituyen el público adecuado. Porque creo que el cuento de hadas tiene su
propio modo de reflejar la «verdad», diferente de la alegoría, la sátira o el «realismo», y es,
en algún sentido, más poderoso. Pero ante todo, debe lograrse como cuento, entusiasmar,
complacer y aun a veces conmover, y dentro de su propio mundo imaginario, debe
acordársele credibilidad (literaria). Lograrlo fue mi objetivo primordial.

Aunque, por supuesto, si uno se propone dirigirse a «adultos» (gente mentalmente adulta),
éstos no se sentirán complacidos, entusiasmados o conmovidos, a no ser que la totalidad o
los episodios parezcan tratar de algo digno de consideración, no de la mera peripecia: debe
haber alguna relación con la «situación humana» (de todos los tiempos). De modo que algo
de las propias reflexiones y «valores» del narrador aparecerá inevitablemente. No es esto lo
mismo que la alegoría. Todos nosotros, en grupos o como individuos, ejemplificamos
principios generales, pero no los representamos. No son más una alegoría los hobbits que,
digamos, los pigmeos de las selvas africanas. Gollum es para mí sólo un «personaje» —una
persona imaginaria— que, en una situación dada, actuó de este y aquel otro modo bajo
tensiones opuestas, tal como parece probable que hubiera actuado (hay siempre un
elemento incalculable en cualquier individuo, sea real o imaginario; de otro modo, no sería
un individuo, sino un «tipo»).

Intentaré responder sus preguntas específicas. La escena final de la Misión fue modelada
de ese modo simplemente porque, al considerar la situación y los «personajes » de Frodo,
Sam y Gollum, esos acontecimientos me parecieron mecánica, moral y psicológicamente
creíbles Pero, por supuesto, si desea usted que se profundice la reflexión, diría que según
el modo de la historia, la «catástrofe» ejemplifica (un aspecto de) las familiares palabras:
«Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos
dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal».

«No nos dejes caer en la tentación», etcétera, es la petición más difícil y con menos
frecuencia considerada. En términos de mi cuento, la cuestión es que aunque cada
acontecimiento o situación tiene (cuando menos) dos aspectos: la historia y el desarrollo del
individuo (es algo de lo que puede obtener un bien, un bien definitivo, para sí, o fracasar) y
la historia del mundo (que depende de la medida que adopte por sí misma), aun así uno
puede hallarse en situaciones anormales. Yo las llamaría situaciones «de sacrificio»:
posiciones en las que el «bien» del mundo depende de la conducta de un individuo en
circunstancias que le exigen sacrificio y una resistencia muy por encima de lo normal, o que
incluso quizás exijan (o parezcan exigir, humanamente hablando) una fortaleza de cuerpo y
espíritu que el individuo no posea: en cierto sentido, está condenado al fracaso, condenado
a caer en la tentación o a quebrantarse bajo la presión contra su «voluntad»; es decir,
contra cualquier elección que podría hacer o haría de estar libre y sin coacción. Frodo se
encontró en semejante posición: una trampa en apariencia completa; una persona nacida
con mayor poder probablemente nunca podría haber resistido tanto tiempo a la seducción
del poder ofrecido por el Anillo; una persona con menor poder no habría podido tener
esperanzas de resistirse a ella en una decisión final. (Ya Frodo no había estado dispuesto a
dañar el Anillo antes de ponerse en marcha, y fue incapaz de dárselo a Sam.)

La Misión estaba condenada a fracasar como plan mundanal, y también estaba condenada
a terminar en desastre como la historia del proceso por el que el humilde Frodo se dirigía al
«ennoblecimiento», a su santificación. Fracasaría y fracasó en lo que a Frodo concierne, al
menos considerado solo. «Apostató», y he recibido una furiosa carta en la que se clamaba
que debió haber sido ejecutado por traidor, no honrado. Créame, sólo cuando leí esto tuve
idea de cuan «tópica» debía parecer esa situación. Surgió naturalmente del «plan» general
concebido en lo fundamental en 1936. No preví que antes de que el cuento se publicara
entraríamos en una era oscura en la que la técnica de la tortura y el quebrantamiento de la
personalidad rivalizaría con la de Mordor y el Anillo y nos plantearía el problema concreto de
hombres honestos de buena voluntad destruidos al punto de convertirse en apóstatas y
traidores.

Pero en este punto se logra la «salvación» del mundo y la propia «salvación» de Frodo por
su anterior piedad y el perdón de la ofensa. En cualquier momento, toda persona prudente
le habría advertido a Frodo que Gollum ciertamente358 lo traicionaría y podría robarle al
final. Tener «piedad» de él y abstenerse de matarlo fue una locura, o la mística creencia en
el definitivo valor que de por sí tiene la piedad o la generosidad, aun cuando resulte
desastrosa en el mundo temporal. Le robó y lo dañó al final; pero, por mediación de cierta
«gracia», la última traición se produjo precisamente en el momento en que el acto malo final
fue lo más benéfico que podía hacerse por Frodo. Por mediación de una situación creada
por su «perdón », él mismo fue salvado y liberado de su carga. Con mucha justicia se le
acordaron los más altos honores, pues resulta claro que él y Sam nunca ocultaron el curso
preciso de los acontecimientos. No me gustaría indagar cuál fue el juicio definitivo a que fue
sometido Gollum. Esto sería investigar «Goddes privitee», como decía la gente del
Medioevo. Gollum era digno de piedad, pero terminó pertinazmente en el mal, y el hecho de
que éste fuera para bien, no es mérito suyo. Su maravilloso coraje y su extraordinaria
resistencia, tan grandes como los de Frodo y Sam o más todavía, si bien estaban
consagrados al mal, eran portentosos, pero no honorables. Me temo que, cualesquiera sean
nuestras creencias, debemos enfrentar el hecho de que hay personas que ceden a la
tentación, rechazan la oportunidad de nobleza o salvación, y parecen resultar
«condenables». Su «condenabilidad» no es mensurable en los términos del macrocosmos
(donde puede tener un buen efecto). Pero los que estamos en «un mismo barco» no
debemos ocupar el sitio del Juez. El dominio del Anillo era algo demasiado fuerte para el
alma mezquina de Sméagol. Pero nunca habría tenido que soportarlo si no se hubiera
convertido en una especie de mezquino ladrón antes de que se le cruzara en el camino.
¿Era necesario que se le cruzara alguna vez en el camino? ¿Es necesario que algo
peligroso se nos cruce nunca en el camino ? Se podría encontrar una especie de respuesta
tratando de imaginar a Gollum en el trance de superar una tentación. ¡La historia habría sido
del todo diferente! Contemporizando, no fijando todavía la voluntad para el bien no del todo
corrupta de Sméagol en el debate en el pozo de escoria, se debilitó como para aprovechar
esa oportunidad cuando el amor naciente de Frodo quedó fácilmente marchito por los celos
de Sam ante la guarida de Ella-Laraña. Después estaba perdido.

No hay especial referencia a Inglaterra en la «Comarca», salvo, por supuesto, que como
inglés criado en una aldea «casi rural» de Warwickshire, junto a la prós próspera burguesía
de Birmingham (¡por el tiempo del Diamond Jubilee!), tomo mis modelos, como cualquier
otro, de la «vida» tal como la conozco. Pero no hay referencia de posguerra. No soy
«socialista» en sentido alguno -pues soy contrario a la «planificación» (como debe de ser
evidente), sobre todo porque los «planificadores», cuando adquieren poder, se vuelven
malos-, pero yo no diría que tengamos que sufrir aquí la malicia de Sharkey y sus Rufianes.
Aunque el espíritu de Isengard, si no de Mordor, está, por supuesto, siempre aflorando. El
presente plan de destruir Oxford con el fin de dar cabida a los automóviles es un
ejemplo.359 Pero nuestro principal adversario es un miembro de un Gobierno «Tory».
Aunque hoy en día podría encontrárselo dondequiera.

Sí: creo que los «victoriosos» no pueden nunca disfrutar de la «victoria», al menos, no en
los términos que esperaban; y en la medida en que lucharon por algo para ser disfrutado
por ellos (sea una adquisición o la mera preservación), menos satisfactoria parecerá la
«victoria». Pero la partida de los Portadores de los Anillos tiene otro aspecto del todo
diferente en lo que a los Tres concierne. Tras la historia, por supuesto, hay una estructura
mitológica. En realidad, fue escrita primero, y quizás ahora se publique en parte. Se trata,
diría yo, de una mitología «monoteísta », aunque «subcreativa». No hay corporización del
Único, de Dios, que, por cierto, permanece remoto, fuera del Mundo, y sólo es directamente
accesible a los Valar o los Gobernantes, Éstos ocupan el lugar de los «dioses», pero son
espíritus creados o aquellos de la primera creación que por propia voluntad han entrado en
el mundo.360 Pero el Único conserva su autoridad definitiva y (o así parece verse en el
tiempo serial) se reserva el derecho a meter el dedo de Dios en la historia: esto es, producir
realidades que no podrían deducirse aun teniendo un conocimiento completo del pasado
previo, pero que, por ser reales, se convierten en parte del pasado efectivo para todo tiempo
subsiguiente (la posible definición de un «milagro »). De acuerdo con la fábula, los Elfos y
los Hombres fueron las primeras de estas intromisiones, hechas en verdad mientras la
«historia» era todavía sólo una historia y no estaba «realizada»; por tanto, de ningún modo
fueron concebidos o creados por los dioses, los Valar, y se los llamó los Eruhíni o «Hijos de
Dios», y para los Valar fueron un elemento incalculable: esto es, eran criaturas racionales
de libre voluntad en relación con Dios, de la misma categoría histórica que los Valar,
aunque de capacidad espiritual e intelectual y rango muy inferiores.

Por supuesto, aunque esto sea de hecho exterior a mi historia, los Elfos y los Hombres son
sólo aspectos diferentes de lo Humano y representan el problema de la Muerte vista por una
persona finita, aunque con voluntad y consciente de sí. En este mundo mitológico los Elfos y
los Hombres son parientes en sus formas encarnadas, pero en la relación de sus
«espíritus» con el mundo temporal representan diferentes «experimentos», cada uno de los
cuales tiene su propia tendencia natural y su debilidad. Los Elfos representan, por así decir,
los aspectos artísticos, esté- ticos y puramente científicos de la Naturaleza Humana
elevados a un nivel más alto del que se ve de hecho en los Hombres. Esto es: le tienen un
amor entrañable al mundo físico, y un deseo de observarlo y comprenderlo por sí mismo y
como «otro» -como realidad derivada de Dios en el mismo grado que ellos mismos-, no
como material susceptible de ser utilizado o como plataforma de poder. También poseen
una facultad «subcreativa» o artística de suma excelencia. Por tanto, son «inmortales». No
«eternamente», pero lo necesario para resistir junto con el mundo creado y dentro de él
mientras su historia dure. Cuando son «muertos» por la herida o la destrucción de su forma
encarnada, no escapan del tiempo sino que permanecen en el mundo, ya sea
desencarnados o renaciendo. Esto se vuelve una gran carga a medida que transcurren las
edades, especialmente en un mundo donde existen la malicia y la destrucción (en esta
fábula, he dejado fuera la forma mitológica que adopta la Malicia o la Caída de los Ángeles).
El mero cambio como tal no se representa como «mal»: es el desarrollo de la historia, y
negarlo, por supuesto, está contra los designios de Dios. Pero la debilidad de los Elfos en
estos términos es naturalmente lamentar el pasado y no estar dispuestos a enfrentar el
cambio: como si un hombre detestara un libro largo que todavía continúa y quisiera
demorarse en su capítulo favorito. De ahí que en cierta medida se dejaran ganar por los
engaños de Sauron: desearon tener cierto «poder» sobre las cosas tal como son (lo que es
muy diferente del arte) para hacer efectiva su particular voluntad de permanencia: detener el
cambio y mantener las cosas siempre frescas y hermosas. Los Tres Anillos era
«inmaculados», porque este objeto era bueno en su modo limitado: incluía la curación de
los verdaderos daños de la malicia, como también la mera detención del cambio; y los Elfos
no deseaban dominar otras voluntades, ni usurpar todo el inundo para su particular placer.
Pero con la caída del «Poder», sus pequeños esfuerzos por preservar el pasado se
desmoronaron. Ya no había nada para ellos en la Tierra Media, salvo cansancio. De modo
que Elrond y Galadriel partieron. Gandalf es un caso especial. Él no fue el hacedor ni el
propietario original del Anillo, sino que le fue dado por Círdan para ayudarlo en su área.
Gandalf volvía, terminados su trabajo y cometido, a su casa, la tierra de los Valar.

La travesía del Mar no es la Muerte. La «mitología» se centra en los Elfos. De acuerdo con
ella, hubo al principio un Paraíso Terrenal, hogar y reino de los Valar, parte física de la
tierra.

En esta historia o mitología no se da en parte alguna una «encarnación» del Creador.


Gandalf es una persona «creada», aunque posiblemente era un espíritu que existía desde
antes del mundo físico. Su función como «mago» era la de ser angelos o mensajero de los
Valar o Gobernantes: ayudar a las criaturas racionales de la Tierra Media a oponer
resistencia a Sauron, un poder excesivo para ellos si se hallaban desasistidos. Pero como,
según la perspectiva de este cuento y mitología, el Poder —cuando domina o trata de
dominar a otras voluntades y a otras mentes (excepto con el asentimiento de su razón)— es
malo, estos «magos» se encarnaron en las formas de vida de la Tierra Media, de modo que
padecían dolores tanto mentales como físicos. Por la misma razón, estaban también
sometidos al peligro de lo encarnado: la posibilidad de la «caída», del pecado, si quiere. La
forma principal que esto adopta en ellos sería la impaciencia que conduce al deseo de
forzar a los demás a cumplir con sus propios buenos designios y, por tanto, de manera
inevitable, finalmente al mero deseo de volver efectivas sus propias voluntades por
cualquier medio. A este mal sucumbió Saruman. Gandalf no. Pero la situación empeoró
tanto por la caída de Saruman, que los «buenos» se vieron obligados a un mayor esfuerzo y
sacrificio. Así Gandalf enfrentó y padeció la muerte; y volvió o fue enviado de vuelta, como
él lo dice, con poderes acrecentados. Pero aunque esto le recuerde a uno los Evangelios,
no se trata verdaderamente de lo mismo en absoluto. La Encarnación de Dios es algo
infinitamente más grande que nada que yo me atreviera a escribir. Aquí sólo me ocupo de la
Muerte como parte de la naturaleza, física y espiritual, del Hombre, de la Esperanza sin
garantías. Ésa es la razón por la que considero el cuento de Arwen y Aragorn como el más
importante de los Apéndices; forma parte de la historia esencial, y sólo se lo sitúa de esa
forma porque no pudo incluirse en la narración principal sin destruir su estructura: que está
planeada para ser «hobbito-céntrica», es decir, primordialmente un estudio del
ennoblecimiento (o santificación) de los humildes.

(Ninguno de los borradores con que se compuso este texto está acabado.)

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