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La chalina de la esperanza

Familiares de los 15 mil peruanos que desaparecieron en la época


de la violencia interna tejen esta chalina gigante, en sesiones de
tejido son utilizadas como terapia grupal para procesar el dolor
tras muchos años de ausencia del ser querido.
Chompas raídas, faldas viejísimas y pantalones inservibles. Él no
lo dijo, pero lo pensó. A José Pablo Baraybar le parecía imposible
que los deudos de la masacre de Putis hayan logrado reconocer a
sus familiares, asesinados por militares y enterrados en una fosa
en 1984, con tan sólo palpar las ropas que él y su Equipo Peruano
de Antropología Forense desenterraron el año pasado en esa
localidad ayacuchana.

Ni su amplia experiencia entrevistando a la muerte en Bosnia y


Haití le hizo aprender que los tejidos también hablan. Allá
desenterró pantalones jean, aquí recuperó tejidos andinos. Esa
misma escena de personas palpando las ropas en Putis fue
registrada por el lente de la fotógrafa peruana Marina García
Burgos. A ella también le sorprendió que los tejidos fueran una
gran medicina para la amnesia. “Es que existe una larga tradición
del tejido en nuestro país, sobre todo en el mundo andino”, diría
el psicoanalista Jorge Bruce meses después, mientras analizaba el
valor simbólico de reunir a hombres y mujeres que con palitos de
tejer en mano comenzaron la tarea de confeccionar una chalina
kilométrica que abrigue esperanzas y cobije los nombres no sólo
de los desaparecidos en Putis sino también de las 15 mil personas
que corrieron igual suerte en el Perú durante la época de la
violencia interna.

Los cuerpos ya no están, quizá nunca aparezcan, y, como dice


Ronald Gamarra, el secretario ejecutivo de la Coordinadora
Nacional de derechos humanos, para condenar a todos los
responsables de las violaciones de derechos humanos cometidas
entre los años 1980 y 2000 serían necesarios 800 años
ininterrumpidos de procesos judiciales. “Entonces, hay que ir
cerrando el círculo del dolor”, dijo un día la periodista Paola
Ugaz, y con García Burgos decidieron emplear, casi sin
conocerla, una técnica llamada laborterapia.
Basadas en un registro elaborado por asociaciones de familiares
de secuestrados, detenidos y desaparecidos, convocaron a unas
sesiones grupales de tejido en Ayacucho, a las que llamaron
“Tejido-tón”. Las personas que tienen un desaparecido comienzan
a tejer unas “pastillas”, que son pequeños segmentos de la chalina
gigante, donde bordan el nombre del ser querido que un día
dejaron de ver por culpa de terroristas, militares o ronderos. Cada
persona elige el color de lana que le gusta y el punto que quiere.
Cuando comienzan a tejer nadie se atreve a revelar sus
sentimientos, pero a medida que la chalina va creciendo los
tejedores colocan adornos, sacan sus penas y terminan por bordar
el nombre de su desaparecido.

-La idea es acompañar a estas personas en su dolor, hacer una


terapia grupal, y el tejido las une. Es una manera de procesar el
dolor, cerrar el círculo, dice García Burgos.

-Y que sepan que reconocemos su dolor, añade la fotógrafa


Morgana Vargas Llosa, la tercera integrante del proyecto de la
chalina de la esperanza.

Lo que comenzó como experiencia de un día creció y ahora el


objetivo de sus creadoras es convertir la chalina en una pieza de
arte que alcance un kilómetro de longitud. Ya tienen la propuesta
de la municipalidad de San Isidro para exponer la chalina en el
parque El Olivar. Pero sueñan con que la chalina sea exhibida en
el Lugar de la memoria. “Al tejer pensando, recordando, llorando
y creando la ‘pastilla’ de lana para su ser querido se intenta,
quizás por unas horas, acallar ese dolor que se encuentra dentro
de los corazones de los familiares desde el día en que desapareció
su familiar y dejar un vestigio para que el país conozca de su
vacío. Las personas comenzaron a tejer y nuestras expectativas
fueron rebasadas. Por ahora la chalina tiene poco más de 200
metros de largo, pero sigue creciendo, queremos llegar al
kilómetro”, señala la periodista Ugaz.

Pero, cómo ayuda a curar heridas esta chalina. El psicoanalista


Jorge Bruce explica que cuando hombres y mujeres se juntan para
tejer, en nombre de sus desaparecidos, se crea un “ambiente
reparador”. “Es como una catarsis, conversan de todo, no
solamente de sus recuerdos del terrorismo, realmente se forma un
ambiente cordial y relajado. Algunas personas escriben también
sus propios nombres, como para darse fuerzas. A través del tejido
reconocen a sus desaparecidos”, indica Bruce.

Según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), el


concepto de persona desaparecida indica la ausencia de noticias
sobre un familiar o el paradero de sus restos mortales.
“Desafortunadamente, en situaciones de violencia interna, las
fuerzas o grupos armados y las autoridades y dirigentes civiles
han mostrado poco interés y respeto por los muertos y sus
allegados. Se ha hecho muy poco o nada para buscar y recoger a
los muertos y para ocuparse de los restos mortales. A menudo se
entierran éstos sin identificarlos y a veces ni se marcan siquiera
las tumbas. Este suele ser el caso cuando esas personas han sido
asesinadas en violación del derecho internacional o nacional. Se
pierden así valiosas informaciones acerca de los fallecidos, y sus
familias permanecen sin confirmar la muerte de sus parientes”,
indica el CICR.

La Cruz Roja explica también que las muertes en situaciones de


conflicto armado o de violencia interna requieren a menudo una
investigación, lo que suele exigir la exhumación de los restos por
especialistas forenses. La exhumación y los exámenes posteriores
pueden proporcionar pruebas del crimen, pero no siempre
facilitan pormenores esclarecedores de la identidad de las
víctimas. Esto puede dar lugar a penosas situaciones porque
“muchas veces los cadáveres vuelven a ser sepultados sin que los
especialistas puedan transmitir alguna información a los
familiares, que la esperan desesperadamente y tienen que convivir
de manera cotidiana con la incertidumbre y la tensión entre su
deseo de dar vuelta a la página y sus esperanzas de recibir
noticias”. Por eso esta chalina será un homenaje permanente a
esos peruanos que nunca serán encontrados en las más de 4 mil
600 fosas que existen en todo nuestro país.
-Entre las personas desaparecidas hay niños, mujeres y ancianos
que ni siquiera comprendían lo que sucedía en el Perú. Todo el
mundo sabe lo que la muerte representa, es algo universal para los
seres humanos, afirma Fernando Carvallo, miembro del equipo
técnico del Lugar de la memoria. Para este filósofo, todo ser
humano merece la misma dignidad.

Así también, la confección de la chalina de la esperanza busca


que el Perú sea reconocido a nivel mundial como el segundo país
con mayor número de desaparecidos en América Latina después
de Guatemala. Cerca de 15 mil personas desaparecieron en
nuestro país, en su mayoría quechuahablantes. “El Perú no es
conocido como un país de personas desaparecidas, como sí lo son
Chile o Argentina. Pocos saben que en América sólo nos supera
Guatemala con unos 40 mil desaparecidos”, apunta Ugaz.

El paso siguiente, y a modo de reparación simbólica, es lograr la


conformación de una microempresa de tejido exitosa que emplee
a las mujeres y hombres que fueron víctimas de la guerra interna
que sacudió a nuestro país entre 1980 y 2000, y que exporten a
Europa y Estados Unidos tejidos para niños de 0 a 12 años de
edad. Es tiempo de memorias, pero también es tiempo de tejer
esperanzas y progreso.

Marcelo Puelles
Redacción

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