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El teatro del oprimido (T.

O) es una herramienta transformadora que facilita la resolución de

conflictos, de forma educativa y pacífica, ofreciendo espacios de reflexión y conocimiento en

dos líneas de trabajo: una interior o personal y otra exterior o grupal. Este, permite abordar con

diferentes colectivos aspectos de índole social y comunitario, a través de la creación de espacios

que posibiliten fomentar: El trabajo en equipo; autoconocimiento, participación social y valores

éticos, capacidad crítica, habilidades sociales y comunicativas (Ibarzabal, 2015, citado en Lladó,

2017, p. 4). Se entiende entonces, como una herramienta de intervención socioeducativa que

propone un enfoque alternativo al momento de favorecer el desarrollo individual y comunitario.

Con el T.O se busca: Potenciar la capacidad de contemplar diferentes perspectivas, al margen

de juicios, y desde la comprensión del contexto que fomenta la situación problema; promover

varias formas de acción, a través de la participación social, de forma pacífica y creativa, frente a

una situación de conflicto común; aumentar la capacidad para elaborar argumentos que respalden

la defensa de los derechos de las personas, por tanto, facilitar el empoderamiento de las mismas;

y mejorar las relaciones interpersonales, basadas en la escucha activa y la expresión, de forma

clara, de los propios pensamientos, a través de la comunicación verbal y no verbal (Lladó, 2017,

p. 5).

Este movimiento teatral fue impulsado durante los años 70 por el escritor y director de teatro

brasileño Augusto Boal. Inicia en Brasil y luego se extiende por algunos países de América

Latina. Este tipo de teatro presenta una formulación teórica y un método estético que reúne un

sistema de ejercicios físicos, juegos y técnicas teatrales, diseñadas para que el lenguaje teatral se

convierta en una herramienta liberadora y de lucha al momento de transformar situaciones de

injusticia social (Badía, 2008 & Ibarzabal, 2015, citados en Lladó, 2017, p. 11). A diferencia del

teatro tradicional, el cual refiere un marcado carácter finalista, donde lo importante no es tanto el
proceso sino el fin: la pieza teatral como obra de arte y bien de consumo; en el T.O se destaca el

proceso y no tanto el fin, su objetivo va más allá de una mera representación frente al público, así

pues, como expresa Forcadas (2012), citado en Lladó (2017), el T.O “actúa como catalizador y

disparador de cambios sociales, abriendo nuevas posibilidades de transformación, más integrales

y sostenibles. Al mismo tiempo, es multiplicador, pues genera intercambio de conocimientos y

nuevas formas de trabajar entre los grupos implicados” (p. 10).

Augusto Boal con el T.O, plantea un teatro popular accesible a todos y todas, sean o no sean

profesionales. Lo desarrolla como una formulación teórica y un método estético que ayude a las

personas a comprender los problemas sociales e interpersonales para buscar alternativas. Según

Boal (2004), citado en Monclús (2014):

“El teatro nace cuando el ser humano descubre que puede observarse a sí mismo y, a partir de ese

descubrimiento, empieza a inventar otras maneras de obrar. Descubre que puede mirarse en el acto

de mirar; mirarse en acción, mirarse en situación. Mirándose, comprende lo que es, descubre lo

que no es e imagina lo que puede llegar a ser.” (p. 5).

Es por este hecho que el T.O supone una mirada hacia el interior: Mirarse y conocerse mas a

uno mismo al mismo tiempo que se tiene un mayor control sobre el cuerpo y la mente, lo cual

implica poder enfrentarse cada uno con sus propias reacciones y emociones, tomar consciencia

de ellas y mejorar la capacidad de controlarlas. Además, teniendo en cuenta que cada puesta en

escena se realiza junto a otros; el T.O también supone una experimentación y profundización en

la comunicación y en la colaboración con otros seres humanos, lo cual ha de ser entendido como

un trabajo hacia el exterior (Monclús, 2014, p. 5). En definitiva, la metodología propuesta por el

T.O refiere todo un ejercicio de autoconocimiento sobre nosotros mismos, la interacción con los

otros y las situaciones que nos rodean.


Así pues, atendiendo a lo propuesto por Boal (2004), citado en Monclús, (2014), en contextos

marcados por la desigualdad y las transgresiones en la relación con el otro; el lenguaje expresivo

que caracteriza el T.O se presenta como una metodología capaz de aportar soluciones frente a

múltiples situaciones de conflicto, puesto que, permite la creación de espacios de análisis y toma

de conciencia, a través de la reflexión sobre el imaginario y la estructura social instaurada, para

promover conciencia crítica frente a situaciones cotidianas de opresión. Además, facilita que esta

búsqueda de soluciones se lleve a cabo de forma colectiva, por lo que fomenta el establecimiento

de un vínculo sólido entre los grupos y el resto de la comunidad (p. 1-3).

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