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Argumentación, acción y poder

Jornadas Internacionales “El poder de la argumentación”

Cusco, 7 al 9 de septiembre de 2017

Dra. Cristina Bosso - UNT

I –Introducción

El lenguaje transforma para siempre el mundo del hombre; el pasaje de la


inmediatez del trato con los objetos materiales a la abstracción de poder nombrarlos cuando
no están presentes inaugura un camino inédito y transforma para siempre a nuestra especie.
A partir del lenguaje se configura nuestra condición de animales sociales; por su intermedio
forjamos acuerdos, creamos instituciones, inventamos símbolos que determinan nuestra
organización social, la naturaleza de las relaciones interpersonales, las actividades
económicas. Como sostiene el antropólogo Yuval Noah Harari, el lenguaje le permite al
hombre transmitir una gran cantidad de información, y a partir de allí construir asombrosas
redes de cooperación en masa que se encuentran a la base del impresionante desarrollo de
nuestra especie1.

El desarrollo de las sociedades va mostrando que la posibilidad de llegar a estos


acuerdos de cooperación, fundamentales para la vida en común, suma cada vez más
dificultades. Con Perelman podemos decir que esto se debe a que en la filosofía así como
en la moral y el derecho nos movemos en un territorio en donde coexisten una pluralidad
de opiniones y puntos de vista diferentes, sin que resulte posible demostrar la validez de
ninguno de ellos2. Esto pone de relieve la fundamental importancia que reviste la
argumentación en la indispensable tarea de construir acuerdos, puesto que si no queremos
recurrir a la fuerza para imponer nuestros proyectos, ésta constituye el único recurso con el
que contamos a la hora de acercar puntos de vista. Advertimos así que el proceso de
argumentación no se reduce al uso de figuras retóricas para ornamentar nuestro discurso,

1
De animales a Dioses, Yuval Noah Harari
2
Chaim Perelman, el imperio retórico

1
sino que en ella reside el núcleo mismo donde se debate la posibilidad de convivencia
de los seres humanos.

En este trabajo mi intención es detenerme en el poder de la argumentación como


acción de persuadir y en la importancia que ésta reviste para nuestra vida en
sociedad. Para ello rastrearemos algunos fundamentos filosóficos para mostrar que la
argumentación es una acción eficaz, en tanto es capaz de ejercer una influencia sobre el
interlocutor y generar transformaciones en su modo de pensar. Abordaremos en primer
lugar la relación entre lenguaje y acción, para detenernos después en el poder de la
persuasión como la acción en la cual el lenguaje despliega su máximo poder y se revela
como una fuerza capaz de generar adhesiones, construir acuerdos y promover acciones.

II– Lenguaje, acción y poder

Las profundas indagaciones sobre el lenguaje y sus funciones han conducido a


advertir la intrínseca relación entre lenguaje y praxis, mostrando que el lenguaje no puede
ser reducido a un sistema de signos cuya función se limita a la descripción de un estado de
cosas o a enunciar algún hecho con mayor o menor cercanía a la verdad. Como ya lo señaló
Wittgenstein, el lenguaje posee numerosas funciones; el lenguaje es una herramienta con la
cual podemos hacer muchas cosas.

Siguiendo esta directriz, Austin y Searle asumen que el lenguaje puede ser
entendido como una forma de acción: por su intermedio describimos, narramos,
agradecemos, elogiamos. Estas son acciones que provocan diferentes reacciones en los
interlocutores; por medio de los actos de habla podemos lograr interesar, agradar, aburrir,
atemorizar o irritar, entre otras cosas, a quién nos escucha.3 La argumentación es una de
las acciones más potentes y más interesantes del lenguaje, puesto que por su intermedio
podemos ejercer una influencia sobre el destinatario del mensaje. De hecho, la
argumentación siempre busca producir un efecto: generar la aceptación del interlocutor, al

3
Analizando la relación entre lenguaje y acción, Austin y Searle descubren que existe una serie acciones que
sólo pueden llevarse a cabo por intermedio del lenguaje: jurar, prometer, apostar, bautizar pertenecen a un
grupo de acciones lingüísticas (realizativos). A partir de allí formulan la teoría de los actos de habla que
resulta de gran interés para las indagaciones sobre el lenguaje. John Austin, Cómo hacer cosas con palabras,

2
que pretende convencer o persuadir. Este es uno de los usos más frecuentes que hacemos
del lenguaje; si bien se ha señalado largamente que resulta característico de la filosofía y
sin lugar a dudas del derecho, podemos advertir que se encuentra presente
permanentemente en el lenguaje cotidiano y atraviesa todos los campos de la praxis.
Argumentamos para justificar nuestra conducta y nuestros valores, para defender los
méritos de la novela que acabamos de leer o la película que nos gustó, argumentamos a
favor o en contra de las políticas del estado; advertimos así que vivimos inmersos en un
mundo de argumentos. Tal vez por ello para Hannah Arendt el discurso y la acción
constituyen las características propiamente humanas, nuestro inevitable sello, que pone de
manifiesto nuestra condición de seres sociales. “Una vida sin acción ni discurso -dice
Arendt- ha dejado de ser una vida humana”4.

Para esta pensadora la acción es la capacidad del hombre de trascender lo dado y


comenzar algo nuevo, de añadir al mundo algo que no estaba antes. Actuar significa para
ella tomar una iniciativa, poner algo en movimiento (201). Y el discurso es acción en
tanto cumple ampliamente con todas estas condiciones: justamente el discurso es la
fuerza por medio de la cual podemos trascender lo dado y proponer algo nuevo, generar
nuevas acciones, poner algo en movimiento.

Como señala Arendt, acción y discurso se inscriben en la trama de las relaciones


humanas y dependen de ella, puesto que los hombres actúan y hablan unos para otros. Para
que un discurso pueda tener sentido el orador necesita ser escuchado, el libro leído. La
acción y el discurso se desarrollan en el espectro de la vida en sociedad, ya que por su
intención de producir un efecto, sólo tienen sentido en la esfera de lo público. Dice Arendt:
“Tal vez haya verdades más allá del discurso, y tal vez sean de gran importancia para el
hombre en singular, es decir, para el hombre en cuanto no sea un ser político, pero los
hombres en plural, o sea, los que viven, se mueven y actúan en este mundo, sólo
experimentan el significado debido a que se hablan y se sienten unos a otros” 5

4
Hannah Arendt, La condición humana, Editorial Paidos, Barcelona, 1996, pág.201)
5
Ibidem, pág. 16.

3
Podemos entender entonces al discurso como una forma de acción en tanto posee
la capacidad introducir cambios en la vida de la sociedad. En su función argumentativa el
lenguaje despliega su mayor poder para provocar reacciones, inducir creencias, promover
acciones. Como señala Perelman, la argumentación no tiene como fin solamente la
adhesión intelectual, sino que busca a menudo provocar un cambio de actitud y generar una
disposición para la acción. La potencia de la argumentación reside entonces en su
capacidad de producir un impacto en la trama social y provocar consecuencias de
amplio alcance, muchas de las cuales resultan imprevisibles.

En la concepción de Arendt el discurso aparece como el sustrato del poder, ya


que en él reside la posibilidad de consensuar acciones. Como agudamente advierte esta
pensadora, el poder no puede ser detentado nunca de manera individual: Dice: “el poder
surge cuando los hombres actúan juntos y desaparece cuando se dispersan” (223). El poder
se sustenta en la capacidad de actuar en común, puesto que es, cito: “opinión en la que
muchos se han puesto públicamente de acuerdo, es esa peculiar coacción no coactiva con
que se imponen las ideas” (VII).

Aristóteles sabía que el arte de argumentar posee el propósito de persuadir al


auditorio por medio de la palabra; desde Arendt podemos señalar además que en el arte de
argumentar reside el fundamento del poder. En efecto, resulta imposible detentar el poder
en soledad; este requiere del respaldo y la cooperación de un conjunto de personas que lo
apoyen para sostenerse. Las grandes figuras de la historia han fundado su poder en su
capacidad de construir acuerdos y generar adhesiones que permitan sostener sus ideas para
realizar acciones en conjunto. Sin lugar a dudas, las pacíficas huelgas de Ghandi resultaron
efectivas porque sus propuestas atraían a numerosos seguidores; la protesta de un hombre
solo sentado en las vías del tren hubiera sido inmediata reprimida; su eficacia reside en el
respaldo con el que contaba. También las figuras de los grandes tiranos requieren de un
conjunto de acólitos que colaboren con ellos para sostener su régimen e imponer sus ideas.
Napoleón o Hitler no hubieran logrado imponerse sin los centenares de hombres que
seguían sus propuestas, que colaboraron para permitirles sostener –o imponer- sus ideas?

III – Verdad, razón, persuasión

4
Acertadamente señala Perelman que la necesidad de argumentar aparece en tanto
resulta imposible demostrar la verdad de un enunciado. En el ámbito de las ciencias
exactas, por ejemplo, la argumentación resulta innecesaria e incluso redundante, ya que la
verdad de un teorema o de un axioma queda demostrada de manera evidente para todo
aquel que pueda seguir el proceso deductivo. Pero sólo las ciencias exactas se manejan con
pruebas concluyentes; como señalamos en un comienzo, a las disciplinas que debaten
cuestiones relacionadas con los valores les está vedada la posibilidad de demostrar la
verdad de sus aseveraciones; éstas constituyen el dominio por excelencia de la
argumentación, que constituye la herramienta imprescindible a la que tenemos que recurrir
allí dónde la evidencia es discutible. “La filosofía, la moral y el derecho, dice Perelman, en
tanto no pueden demostrar sus supuestos, derivan su racionalidad del aparato
argumentativo, de las buenas razones que se pueden presentar a favor o en contra de cada
tesis que se presente.” (209).6

Como señala Waisman, un argumento filosófico nunca demuestra de manera


concluyente; un filósofo no puede hacer demostraciones o refutaciones, sino montar un
caso a la manera que lo hace un abogado en un juicio: presentar los hechos del caso, las
debilidades o insuficiencias y las fortalezas de una posición determinada y proponer un
modo de interpretar las cosas, argumentar en favor de puntos de vista superadores, ofrecer
nuevas perspectivas. Es por ello que ambas disciplinas (filosofía y derecho) desarrollan sus
fuerzas en el campo de la argumentación.7 En ellas, la pretensión de demostrar la verdad

6
Según señala Perelman, en sus orígenes la argumentación gozaba de poco crédito entre los filósofos. Para
los grandes maestros griegos, lo que importaba es descubrir la verdad. Y estaban convencidos de la
posibilidad de acceder a ella por la vía de la intuición. Es por esto que no se conforman con lograr la adhesión
de auditorio por el encanto de la palabra como lo hacen los sofistas, con todas las connotaciones peyorativas
que este término convoca. Frente a la luminosa tarea de develar la verdad, la argumentación es para Platón
una tarea menor, incluso sospechosa, puesto que puede inducir a errores y falsedades. Esta valoración se
mantiene a lo largo de la modernidad, que haciendo gala de un irreductible optimismo confía en la posibilidad
demostrar y fundamentar una verdad sin fisuras. La argumentación queda así restringida al estudio de las
figuras poéticas del lenguaje. Pero el transcurso del tiempo va mostrando que los ejercicios de la razón no le
ofrecen a la filosofía las anheladas certezas ni concluyentes demostraciones de la verada de sus enunciados.
Según señala Perelman, desde Hegel resulta difícil negar que la filosofía constituye un saber situado, y que
subsisten en ella indeclinables controversias.

7
(éste parece ser el propósito de Wittgenstein, quién afirma que su propósito es argumentar en favor de otra
manera de pensar – LEECR).

5
cede espacio a la argumentación. Para Perelman, esto trae aparejada la superación de la
racionalidad cartesiana en tanto advertimos que la filosofía no puede limitarse moverse en
el plano de la intuición y la deducción. Esto hace necesaria la ampliación del concepto de
razón, para dar cuenta de las posibilidades argumentativas de la razón práctica.

En una línea muy cercana, también Richard Rorty considera ventajoso ampliar el
concepto de racionalidad de modo que podamos usarlo para designar una serie de virtudes
políticas y morales tales como la tolerancia, el respeto por las opiniones de los demás, que
se fundan en la disposición a utilizar la persuasión antes que la fuerza. Este modo de
concebir la racionalidad no tiene mucho que ver con la búsqueda de la verdad, dice Rorty,
pero para él es la función más importante puesto que es la que resulta indispensable para
vivir en sociedad.8 Este enfoque apunta a mostrar a la razón como una facultad relacional
que abarca la dimensión práctica en tanto se encuentra directamente ligada a la acción.
Hablamos entonces de una “racionalidad argumentativa”, que no pretende descubrir
fundamentos últimos sino que trata de presentar argumentos que resulten atractivos y útiles
para la convivencia. Este sería uno de los efectos del giro lingüístico, a partir del cual la
filosofía se enfoca menos en cuestiones metafísicas y más en cuestiones de lenguaje.9

El aporte de Perelman permite mostrar que el fin de la argumentación no es deducir


las consecuencias de ciertas premisas ni demostrar su verdad sino producir o acrecentar
la adhesión del auditorio a las tesis que se defienden. La argumentación se propone
influir sobre un auditorio o interlocutor y modificar sus convicciones mediante el

8
Rorty, Richard, Contingencia, ironía y solidaridad, Editorial Paidos, Barcelona, 1996, p. 58.
9
Según señala Perelman, en sus orígenes la argumentación gozaba de poco crédito entre los filósofos. Para
los grandes maestros griegos, lo que importaba es descubrir la verdad. Y estaban convencidos de la
posibilidad de acceder a ella por la vía de la intuición. Es por esto que no se conforman con lograr la adhesión
de auditorio por el encanto de la palabra como lo hacen los sofistas, con todas las connotaciones peyorativas
que este término convoca. Frente a la luminosa tarea de develar la verdad, la argumentación es para Platón
una tarea menor, incluso sospechosa, puesto que puede inducir a errores y falsedades. Esta valoración se
mantiene a lo largo de la modernidad, que haciendo gala de un irreductible optimismo confía en la posibilidad
demostrar y fundamentar una verdad sin fisuras. La argumentación queda así restringida al estudio de las
figuras poéticas del lenguaje. Pero el transcurso del tiempo va mostrando que los ejercicios de la razón no le
ofrecen a la filosofía las anheladas certezas ni concluyentes demostraciones de la verada de sus enunciados.
Según señala Perelman, desde Hegel resulta difícil negar que la filosofía constituye un saber situado, y que
subsisten en ella indeclinables controversias.

6
discurso.10 Según señala Waisman la potencia de un argumento filosófico, a pesar de que
nunca demuestra algo de modo concluyente, reside en la capacidad de provocar un cambio
en toda nuestra perspectiva intelectual, de suerte que en consecuencia de ello, miles de
pequeños puntos entrarán o saldrán de nuestro campo visual.11 Este poder se ha hecho tan
evidente para el pensamiento contemporáneo que la teoría de la argumentación ha
desarrollado un área específica -la pragmático-normativa- que se ocupa de indagar la
capacidad de los argumentos para inducir creencias o disposiciones de ánimo en el
auditorio.12

Estos desarrollos permiten advertir que la persuasión opera recurriendo a diferentes


estrategias; en tanto para Aristóteles la retórica era el arte de argumentar en público para
persuadir al auditorio por medio de la expresión oral, la “nueva retórica” que propone
Chaim Perelman toma en cuenta tanto el discurso oral como escrito. Las teorías
contemporáneas de la argumentación se ven así interpeladas por la necesidad de dar cuenta
las profundas transformaciones que los medios de comunicación masivos han producido en
el desarrollo de este proceso.

Resulta interesante advertir que la retórica no opera recurriendo exclusivamente a


inferencias válidas y razonamiento lógicamente correctos, sino que apunta a generar
adhesiones desde el plano de los sentimientos y emociones; la retórica pone en
movimiento cuestiones afectivas, en las que sin lugar a dudas es posible provocar un
impacto más eficaz. “El ser humano casi nunca es racional” dice un asesor de imagen de
grandes figuras políticas, señalando que en la mayoría de los casos las decisiones se toman
por razones emotivas. Este es, sin lugar a dudas, el resorte al que apelan las campañas
publicitarias poniendo en práctica el modo más eficaz de argumentar.

10
Perelman distingue niveles de análisis de la argumentación: el lógico, que analiza los argumentos como
productos textuales y se ocupa de analizar de la validez de los argumentos; el dialéctico, que se estudia los
procesos de confrontación de argumentos y el debate, y el retórico que se ocupa de los procesos de inducción
de creencias, acciones o actitudes en un destinatario. De los tres es la retórica la que expresamente se ocupa
de la función persuasiva de la argumentación, si bien en todos ellos se hace evidente la pretensión de ejercer
una influencia en el intelocutor.
11
(Waismann, F, “Mi perspectiva de la filosofía, en El positivismo lógico, A.J. Ayer (compilador), Mexico,
1965,
12
(Lenguaje ordinario y argumentación, Camilo Martinez y Danny Marrero, Pontificia U Javeriana, Bogotá)

7
En este sentido resulta interesante señalar que para Rorty también la literatura
constituye una potente forma de argumentación moral. Este pensador pone de relieve la
dificultad intrínseca de argumentar de forma convincente para justificar que es mejor ser
solidario y no cruel. La literatura, en cambio, ofrece descripciones que logran superar el
vacío del lenguaje abstracto, nos permiten ponernos en el lugar del otro y comprender
situaciones y sentimientos. La literatura (a la que podemos sumar el cine) constituye por
ello para él una eficiente forma de argumentación y uno de los espacios propicios desde
donde fundar una ética colectiva.

Para concluir:

Según señala Perelman, hasta el siglo XIX la retórica era entendida como el estudio
de figuras ornamentales del discurso, y carecía de interés para la filosofía. El pensamiento
contemporáneo ha revertido esta valoración para dar cuenta de que la argumentación no es
un mero recurso estético sino que posee una fuerza capaz de persuadir y convencer, de
generar adhesiones y proponer nuevas perspectivas, de transformar puntos de vista; resulta,
entonces, de fundamental importancia para la vida política.

Advertimos así que el lenguaje posee una potencia letal. El discurso constituye la
fuerza que sostiene el poder y domina la trama de acciones humanas; en su función
argumentativa, ejerciendo una coacción no coactiva como dice Arendt, el lenguaje
despliega su poder para convencer, seducir, atraer, persuadir, generar acuerdos. Como se
desprende de los ejemplos anteriores, el discurso puede estar dirigido a la justificación de la
violencia, o puede apuntalar la lucha por una causa justa; resulta posible tanto argumentar
en favor de la imposición de ideas como, por el contrario, en favor del respeto de las
diferencias.

El lenguaje constituye así una poderosa herramienta que puede ser usada para
diferentes fines; la historia de la humanidad así lo demuestra: memorables discursos en
contra de la discriminación, con potentes argumentos en favor de la igualdad de derechos,
con Martin Luther King y Malcom X a la cabeza han operado profundos cambios en la
sociedad. Tan eficaz como ellos, la encendida oratoria de Adolf Hitler ha desatado una de

8
las épocas más oscuras de nuestra era, predisponiendo a los hombres contra sus propios
pares, convenciéndolos de que residía en ellos el origen de todos sus males.

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