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Resumen de Cartas de amor

traicionado
Descripción del cuento
Cartas de Amor Traicionado
Con el título Cartas de Amor Traicionado este texto narrativo
constituye un cuento de la célebre escritora chilena Isabel Allende, el
cual forma parte de la obra Cuentos de Eva Luna, publicado por
primera vez en el año 1989, gracias a la casa editorial Plaza & Janés,
ubicada en la ciudad de Barcelona, España.

En sus líneas, Allende usa la voz de un narrador en tercera persona,


para dibujar al personaje de Analía Torres, una joven huérfana,
siempre en riesgo de ser traicionada por su marido. No obstante,
aun cuando el tema de este cuento pareciera enfocarse en el drama
de la Ilusión y el Amor, traicionados por la mentira y la ambición,
Allende no crea un personaje femenino débil y a merced de las
trampas del masculinas, sino que deposita en Analía una inteligencia
instintiva que la hace mantenerse alerta ante quien su naturaleza le
indica que debe prevenirse.
De esta forma, con inteligencia y paciencia, Analía logra no caer
totalmente en los engaños a los cuales es sometida, y aun cuando
lograrán que ella haga exactamente lo que querían en principio, no
lograrán manipularla jamás. Por el contrario, Analía logra descubrir
todo, así como tomar el control de su vida. Imponiendo su voluntad
y su dignidad sobre un universo masculino, que siempre deseo
echarla a un lado.
Resumen de Cartas de Amor
Traicionado
El cuento Cartas de Amor Traicionado de Isabel Allende comienza con
la voz de un narrador omnisciente, en tercera persona, quien cuenta
cómo Analía Torres quedó huérfana con apenas quince días, cuando
su madre muriera después del parto, y su padre sin poder soportarlo,
terminara con su propia vida, de un tiro.
Así mismo, el narrador comentará cómo desde el primer
momento, el hermano de su padre, Eugenio se hizo cargo de su
sobrina, llevándola a su casa, encargándose de la administración de
las tierras de sus padres, y entregándola a la crianza de una india,
que cumplía los papeles de ama de llaves, situación que se extendió
hasta los seis años de edad, cuando Analía fue enviada a un
internado de las Hermanas del Sagrado Corazón, donde
permanecería hasta convertirse en una mujer.
Sin embargo, la crianza que Analía recibiría en esta institución no era
de su disgusto. Por el contario, Analía –según el narrador
omnisciente- disfrutaba sobremanera el silencio del claustro, así como
los olores a cera que provenían de la capilla. Por el contrario –
también apunta la narración- prefería mantenerse lejos del bullicio
de las otras alumnas, del cual huía refugiándose de la vista de todos,
en el desván, donde aprovechaba de contarse cuentos a sí misma.
Durante todos esos años transcurridos, recibía eventualmente una
breve carta de su tío Eugenio, en el cual el hombre le recordaba su
responsabilidad de ser una nueva alumna, al tiempo que le
aconsejaba también la idea de seguir los pasos de Dios,
entregándose a la vida religiosa, situación que no disgustaba a
Analía, pero que sin embargo por provenir de su tío la prevenía de
que ése no era el camino que debía seguir. De alguna manera, el
instinto de Analía le advertía que no confiara en su tío Eugenio, pues
sentía que éste no le era sincero, y que por el contrario quería
apartarla del manejo de sus tierras y herencia.
Cuando Analía cumplió 16 años –comenta la narración- su tío fue a
visitarla al convento. No se reconocieron, pues ambos habían
cambiado mucho. En esa conversación, el tío le comentó que a partir
de ese momento le daría una pensión mensual, y luego cuando
cumpliera los 18 años ya verían. Analía le respondió que cuando ella
se casara manejaría sus tierras. Al retirarse, la madre superiora sugirió
que ese trato de seguro respondía al hecho de que Analía no tenía
mucho contacto con sus familiares.
Recordando que las mujeres son sentimentales, el tío Eugenio se
marchó, regresando dos semanas después con una carta del puño y
letra de su hijo Luis, quien quería establecer comunicación con su
prima, a fin de que ésta no se sintiera sola. Analía comenzó entonces
a recibir cartas periódicas, por parte de su primo, las cuales al
principio no le interesaron, pero que llegado un punto comenzó
incluso a responder, surgiendo entonces una historia de amor
epistolar que duraría por dos años.
Analía pasaba horas imaginando cómo sería el ser amado, incluso
llegó a imaginarlo deforme, pues una sensibilidad como la que la
había enamorado, según su percepción, no podía provenir de un ser
sin deformidades físicas o serias discapacidades, por lo que Analía
imaginó a su amado cojo, jorobado, calvo y tierno, y a esa figura le
entregó su amor. Así mismo, aprendió de memoria cada trazo de su
letra, cada detalle del papel.
Cuando Analía cumplió los 18 años, la madre superiora le avisó que
tenía una visita. Era su enamorado, sin embargo para su sorpresa, su
primo Luis era un hombre más bien apuesto y elegante. No
obstante, desde el primer día de casada, Analía descubrió que su
primo y ahora esposo no era quien había escrito las cartas, y a pesar
de que éste resultó ser un marido respetuoso e incluso divertido no
pudo dejar de sentir cierto fastidio.
Los años transcurrieron, y Analía le dio un hijo a Luis, quien poco a
poco fue dejando de interesarse de los asuntos del campo,
permitiendo que por primera vez su tío Eugenio, quien seguía
administrando las tierras discutiera los asuntos con ella. Cuando su
hijo estuvo en edad de estudiar, su padre y su abuelo decidieron
mandarlo a la ciudad, pero Analía se impuso con tal ferocidad, que
aceptaron a llevarlo solo a la escuela del pueblo.
De esta forma el niño fue enviado a la escuela del pueblo, aun
cuando los nervios de su madre no aceptaran separarse. No
obstante, a los tres meses el niño regresó con su boleta de
calificaciones y una carta, en la cual su maestro lo felicitaba por su
buen rendimiento. Analía leyó temblando las cartas, abrazó a su hijo,
y no volvió a preocuparse de que su hijo asistiera a esta institución.
El destino quiso que su marido Luis, quien se había dado a la bebida
y el juego, sufriera un accidente con un caballo que terminó con su
vida. Analía estuvo a su lado, lloró su muerte y le guardó luto. Sin
embargo, antes de regresar al pueblo de la clínica compró un
hermoso vestido blanco.
Con determinación decidió relevar a su tío Eugenio de la
administración de sus tierras, contrató un capataz para tomar ella
misma las riendas de sus negocios, se vistió de blanco y se fue a la
escuela donde había estudiado su hijo. Al llegar, pudo ver al maestro
que buscaba, sentado en su silla, con sus muletas apoyadas en la
pared. Lo enfrentó con sus cajas de sombreros llenos de cartas, y le
dijo que ella sabía que quien había escrito las cartas de amor era él, y
que lo había descubierto en la primera comunicación que llegó con
su hijo.
El maestro aceptó, preguntando si podía perdonarlo, y confesándole
que esos habían sido los mejores años de su vida, pues había algo
que esperar: el correo. Analía y el profesor salieron al patio, a la
espera de que Analía pudiese perdonarlo por aquellas cartas de amor
traicionado.

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