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5.1.

Lacrisisdelcalifatoabbasí

La eliminación cruenta de los Barmequié s al frente de la administración del califato, ordenada


por Harun-al-Rashid, y la muerte de éste en 809 fueron los tempranos precedentes de un largo
proceso de crisis caracterizado por dos fe- nómenos: la pérdida del control polit́ ico por parte de
los califas y la aparición de movimientos de reivindicación social que afectaron, sobre todo, las
áreas central y oriental del Imperio abbasi.́

• La pérdida califal del poder político tuvo sus raíces lejanas en el gigan- tismo de la corte y de
la administración central del Imperio. En efecto, para asegurar su propia supervivencia en una
corte repleta de intrigas palaciegas, los califas ampliaron el número de los esclavos mercenarios
a su servicio. Ello fortaleció el poder de la milicia personal califal, de

origen turco, que acabó relegando al monarca a su papel exclusivamente religioso y ampliando
el diwan militar y los gastos del palacio. El au- mento de éstos, con el incremento de la
burocracia y los servidores, reclamó una recaudación tributaria más exigente, que el poder
central encargó a los gobernadores provinciales.

La fórmula utilizada por éstos para alcanzar sus objetivos sin gravar en exceso a los pequeños
propietarios fue ceder a los grandes y, en es- pecial, a los jefes mercenarios del ejército, el
derecho temporal a perci- bir los impuestos generados en las tierras de tipo jarray, esto es, aque-
llas que inicialmente habían estado sujetas al tributo territorial porque sus propietarios no eran
musulmanes. Desde un punto de vista jurídico, esta concesión, la iqtà, no suprimía la titularidad
anterior de la propie- dad, ya que lo único que haciá el Estado era transferir a un particular los
derechos que teniá sobre ella. Se trataba de una especie de lo que, al principio, fue el beneficium
en los reinos cristianos de Europa: un bien revocable por el concedente y, por tanto, no
hereditario, pero que, a la postre, facilitó el acceso al control práctico de la propiedad objeto de
la cesión. Por ese camino, los miembros de las milicias califales se in- trodujeron en la
aristocracia terrateniente y, con el resto de ésta, presio- naron directamente sobre el
campesinado, que rápidamente se vio im- plicado en procesos de encomendación privada a los
poderosos.

En este ambiente de debilidad política y desprotección social, el asesinato del califa al-
Mutawakkil en 861 dio pie a unas cuantas dinas- tías de gobernadores para sustituir la autoridad
califal por la suya pro- pia en aquellas regiones orientales del Imperio donde todavía quedaban
huellas de la misma. En 936 un jefe militar turco se impuso en Bagdad como «emir de los
emires» y arrebató definitivamente la autoridad poli-́ tica al propio califa, que quedó en manos
de una especie de mayordo- mos de palacio. É stos, por su parte, hubieron de conformarse con
ejer- cer su poder exclusivamente en el área más próxima a la capital y, como mucho, en el Irak
y la parte occidental del Irán. Fuera de esa zona, hacía tiempo que la autoridad se había
distribuido ya en múltiples células que sólo ocasionalmente se organizaban de forma más
jerárquica.

• Unos cuantos movimientos de reivindicación social, con su inevitable traducción religiosa,


acompañaron e hicieron más profunda la crisis po- lit́ ica del califato. Sus jefes eran, a la vez,
caudillos militares y apóstoles de una renovación moral de la sociedad sobre la base de los
presupues- tos doctrinales siit́ as. Una rama del siiś mo, el ismailismo, fue el princi- pal impulsor
de las revueltas, que, a su vez, contribuyeron a la difusión de su credo.

Los movimientos de reivindicación fueron, sobre todo, tres. El pri- mero, el encabezado por
Babek, se manifestó entre los años 816 y 838. El segundo, el de los zany o esclavos negros,
procedentes de África oriental y utilizados como mano de obra en la desecación de las maris-
mas del delta Tigris-É ufrates, fue especialmente violento entre los años 869 y 878. Y el tercero,
el movimiento qarmata, alcanzó gran fuerza en los primeros decenios del siglo X, sobre todo, en
los medios campesinos y beduinos de los confines entre Irak y Arabia. El ápice de su éxito fue
extender la revuelta a las ciudades, incorporar a ella al proletariado ur- bano y ocupar La Meca
y robar la piedra negra de la Kaaba. Aunque, desde finales del siglo X, el movimiento qarmata
perdió intensidad, con- siguió mantenerse en zonas de Siria e Irak y establecer un poder inde-
pendiente en torno al golfo Pérsico, donde se mantuvo hasta la segunda mitad del siglo XI.

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