HISTORIA
DEL SIGLO
XX
CRÍTICA
GRIJALBO MONDADORI
BUENOS AIRES
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right, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esi
obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamient
informático.
Título original:
EXTREMES. THE SHORT TWENTIETH CENTURY 1914-1991
Michael Joseph Ltd, Londres
Esta traducción se publica por acuerdo con Pantheon Books, una división de Randon
House, Inc.
© 1994: E. J. Hobsbawm
© 1998 de la traducción castellana para España y América:
CRÍTICA (Grijalbo Mondadori, S.A.), Av. Belgrano 1256,
(1093) Buenos Aires - Argentina
ISBN 987-9317-03-3
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
Impreso en la Argentina
1999 - Imprenta de los Buenos Ayres S.A.I. y C.
Carlos Berg 3449 (1437) Buenos Aires.
ÍNDICE
Prefacio y agradecimientos 7
Vista panorámica del siglo XX 11
PRIMERA PARTE
LA ERA DE LAS CATÁSTROFES
Capítulo I. La época de la guerra total 29
Capítulo II. La revolución mundial 62
Capítulo III. El abismo económico 92
Capítulo IV. La caída del liberalismo 116
Capítulo V. Contra el enemigo común 148
Capítulo VL Las artes, 1914-1945 182
Capítulo VII. El fin de los imperios 203
SEGUNDA PARTE
LA EDAD DE ORO
Capítulo VIII. La guerra fría 229
Capítulo IX. Los años dorados 260
Capítulo X. La revolución social, 1945-1990 290
Capítulo XI. La revolución cultural 322
Capítulo XII. El tercer mundo 346
Capítulo XIII. El «socialismo real» 372
TERCERA PARTE
EL DERRUMBAMIENTO
Capítulo XIV. Las décadas de crisis 403
Capítulo XV. El tercer mundo y la revolución 432
Capítulo XVI. El final del socialismo 459
Capítulo XVII. La muerte de la vanguardia: las artes después
de 1950 495
Capítulo XVIII. Brujos y aprendices: las ciencias naturales . . . 516
Capítulo XIX. El fin del milenio 551
612 HISTORIA DEL SIGLO XX
Bibliografía 577
Otras lecturas 594
índice alfabético 597
Capítulo XV
EL TERCER MUNDO Y LA REVOLUCIÓN
guo Congo belga dio apoyo armado al bando lumumbista contra los clientes
o títeres de los Estados Unidos y de los belgas durante la guerra civil (con
intervenciones de una fuerza militar de las Naciones Unidas, vista con igual
desagrado por ambas superpotencias) que siguió al precipitado acceso a la
independencia de la vasta colonia. Los resultados fueron decepcionantes.'
Cuando uno de los nuevos regímenes, el de Fidel Castro en Cuba, se declaró
oficialmente comunista, para sorpresa general, la Unión Soviética lo puso
bajo su protección, pero no a riesgo de poner en peligro permanente sus re-
laciones con los Estados Unidos. Sin embargo, no hay evidencias de que pla-
neara ampliar las fronteras del comunismo mediante la revolución hasta
mediados de los años setenta, e incluso entonces los hechos indican que la
Unión Soviética se aprovechó de una situación favorable que no había crea-
do. Lo que esperaba Kruschev, como recordarán los lectores de mayor edad,
era que el capitalismo sería enterrado por la superioridad económica del so-
cialismo.
Cuando el liderazgo soviético del movimiento comunista internacional
fue amenazado en los años sesenta por China, por no mencionar a diversos
disidentes marxistas que lo hacían en nombre de la revolución, los partida-
rios de Moscú en el tercer mundo mantuvieron su opción política de estudia-
da moderación. El enemigo no era en estos países el capitalismo, si es que
existía, sino los intereses locales precapitalistas y el imperialismo (estado-
unidense) que los apoyaba. La forma de avanzar no era la lucha armada, sino
la creación de un amplio frente popular o nacional en alianza con la burgue-
sía y la pequeña burguesía «nacionales». En resumen, la estrategia de Moscú
en el tercer mundo seguía la línea marcada en 1930 por la Comintern pese a
todas las denuncias de traición a la causa de la revolución de octubre (véase
el capítulo 5). Esa estrategia, que enfurecía a quienes preferían la vía arma-
da, pareció tener éxito en ocasiones, como en Brasil o Indonesia a principios
de los sesenta y en Chile en 1970. Pero cuando el proceso llegó a este punto
fue generalmente interrumpido, lo que no resulta nada sorprendente, por gol-
pes militares seguidos por etapas de terror, como en Brasil después de 1964,
en Indonesia en 1965 y en Chile en 1973.
En cualquier caso, el tercer mundo se convirtió en la esperanza de cuan-
tos seguían creyendo en la revolución social. Representaba a la gran mayoría
de los seres humanos, y parecía un volcán esperando a entrar en erupción o
un campo sísmico cuyos temblores anunciaban el gran terremoto por venir.
Incluso el teórico de lo que denominó «el fin de las ideologías» en el Occi-
dente estable, liberal y capitalista de la edad de oro (Bell, 1960) admitía que
la era de la esperanza milenarista y revolucionaria seguía viva allí. El tercer
mundo no sólo era importante para los viejos revolucionarios en la tradición
de octubre, o para los románticos, que estaban en retroceso desde la próspe-
ra mediocridad de los años cincuenta. La izquierda, incluyendo a los libera-
1. Un brillante periodista polaco que informaba desde la (en teoría) provincia lumumbis-
ta nos ha dado la crónica más viva de la trágica anarquía congoleña (Kapuszinski, 1990).
436 EL DERRUMBAMIENTO
II
Lo que sorprendió tanto a los revolucionarios como a quienes se oponían
a la revolución fue que, después de 1945, la forma más común de lucha revo-
lucionaria en el tercer mundo —esto es, en cualquier lugar del mundo—
pareciese ser la guerra de guerrillas. Una «cronología de las más importantes
guerras de guerrilla» realizada a mediados de los años setenta enumeraba 32
de ellas desde fines de la segunda guerra mundial. Excepto tres (la guerra
civil griega de fines de los cuarenta, la lucha de los chipriotas contra Gran
Bretaña en los años cincuenta y el conflicto del Ulster (desde 1969), todas
estaban localizadas fuera de Europa y de América del Norte (Laqueur, 1977,
p. 442). La lista podía haberse alargado fácilmente. La imagen de la revolu-
ción emergiendo exclusivamente de las montañas no era exacta. Subestima-
ba el papel de los golpes militares izquierdistas, que parecían imposibles en
Europa, hasta que- se dio un notable ejemplar de esta especie en el Portugal
de 1974, pero que eran comunes en el mundo islámico y nada raros en Amé-
rica Latina. La revolución boliviana de 1952 fue obra de una alianza de
mineros y militares insurrectos, y la más radical de las reformas sociales
peruanas fue realizada por un régimen militar a finales de los sesenta y en
los setenta. Subestimaba también el potencial revolucionario de las acciones
de masas urbanas al viejo estilo, tal como se dieron en la revolución iraní de
1979 y, más tarde, en la Europa oriental. Sin embargo, en el tercer cuarto del
siglo todos los ojos estaban puestos en las guerrillas. Sus tácticas fueron
ampliamente propagadas por ideólogos de la izquierda radical, críticos de la
política soviética. Mao Tse-tung (tras su ruptura con la Unión Soviética) y
Fidel Castro después de 1959 (o más bien su camarada, el apuesto y errante
Che Guevara, 1928-1967) sirvieron de inspiración a estos activistas. Los
comunistas vietnamitas —aunque fueron, con mucho, los más formidables y
acertados practicantes de la estrategia guerrillera, admirados internacional-
mente por haber derrotado tanto a los franceses como a los poderosos Esta-
dos Unidos— no movieron a sus admiradores a tomar partido en las encar-
nizadas peleas ideológicas internas de la izquierda.
EL TERCER MUNDO Y LA REVOLUCIÓN 437
2. La excepción más importante son los activistas de los que podn'an llamarse movimien-
tos guerrilleros del gueto, como el IRA provisional en el Ulster, los «Panteras negras» de los
Estados Unidos (que tuvieron corta vida) y las guerrillas palestinas de hijos de la diaspora en
campos de refugiados, que saldrían casi en su totalidad de los niños de la calle y no de la uni-
versidad; especialmente allí donde los guetos no tienen una clase media significativa.
EL TERCER MUNDO Y LA REVOLUCIÓN 441
III
En los países en queflorecíael capitalismo industrial nadie volvió a tomar
en serio la expectativa clásica de una revolución social mediante la insurrec-
ción y las acciones de masas. Y, sin embargo, en el cénit de la prosperidad
occidental y en el corazón mismo de la sociedad capitalista, los gobiernos
tuvieron que hacer frente, súbita e inesperadamente —y a primera vista, al
menos, inexplicablemente—, a algo que no sólo parecía una revolución a la
vieja usanza, sino que puso al descubierto la debilidad de regímenes aparen-
temente consolidados. En 1968-1969 una ola de rebelión sacudió los tres
mundos, o grandes partes de ellos, encabezada esencialmente por la nueva
fuerza social de los estudiantes, cuyo número se contaba, ahora, por cientos de
miles incluso en los países occidentales de tamaño medio, y que pronto se
convertirían en millones (véase el capítulo X). Además, sus números se refor-
zaron debido a tres características que multiplicaron su eficacia política. Eran
fácilmente movilizables en las enormes fábricas del saber que les albergaban
y disponían de mucho más tiempo libre que los obreros de las grandes indus-
trias. Se encontraban normalmente en las capitales, ante los ojos de los políti-
EL TERCER MUNDO Y LA REVOLUCIÓN 443
IV
5. El autor de estas líneas recuerda haber escuchado al mismo Fidel Castro, en uno de sus
extensos monólogos públicos en La Habana, expresar su sorpresa por este hecho, al tiempo que
exhortaba a sus oyentes a dar la bienvenida a estos nuevos aliados.
EL TERCER MUNDO Y LA REVOLUCIÓN 451
Las revoluciones de fines del siglo xx tenían, por tanto, dos característi-
cas. La atrofia de la tradición revolucionaría establecida, por un lado, y el
despertar de las masas, por otro. Como hemos visto (véase el capítulo 2), a
partir de 1917-1918 pocas revoluciones se han hecho desde abajo. La mayoría
las llevaron a cabo minorías de activistas organizados, o fueron impuestas
desde arriba, mediante golpes militares o conquistas armadas; lo que no quie-
re decir que, en determinadas circunstancias, no hayan sido genuinamente
populares. Difícilmente hubieran podido consolidarse de otro modo, excepto
en los casos en que fueron traídas por conquistadores extranjeros. Pero a
ñnes del siglo xx las masas volvieron a escena asumiendo un papel protago-
nista. El activismo minoritario, en forma de guerrillas urbanas o rurales y de
terrorismo, continuó y se convirtió en endémico en el mundo desarrollado, y
en partes importantes del sur de Asia y de la zona islámica. El número de inci-
dentes terroristas en el mundo, según las cuentas del Departamento de Estado
de los Estados Unidos, no dejó de aumentar: de 125 en 1968 a 831 en 1987,
así como el número de sus víctimas, de 241 a 2.905 {UN World Social Situa-
tion, 1989, p. 165).
La lista de asesinatos políticos se hizo más larga: los presidentes Anwar
el Sadat de Egipto (1981); Indira Gandhi (1984) y Rajiv Gandhi de la India
(1991), por señalar algunos. Las actividades del Ejército Republicano Irlan-
dés Provisional en el Reino Unido y de los vascos de ETA en España eran
características de este tipo de violencia de pequeños grupos, que tenían la
ventaja de que podían ser realizadas por unos pocos centenares —o incluso
por unas pocas docenas— de activistas, con la ayuda de explosivos y de
armas potentes, baratas y manejables que un floreciente tráfico internacional
distibuía al por mayor en el mundo entero. Eran un síntoma de la creciente
EL TERCER MUNDO Y LA REVOLUCIÓN 455
7. Cuatro meses antes del hundimiento de la República Democrática Alemana, las elec-
ciones municipales habían dado al partido en el poder el 98,85 por 100 de los votos.
EL TERCER MUNDO Y LA REVOLUCIÓN 457
fue porque Kabul no pudiera resistir los ejércitos rurales, sino porque una
parte de sus propios guerreros profesionales decidió cambiar de bando. Des-
pués de la guerra del Golfo (1991), Saddam Hussein se mantuvo en el poder
en Irak, pese a las grandes insurrecciones del norte y el sur del país y a que
se encontraba en un estado de debilidad militar, esencialmente porque no
perdió Bagdad. Las revoluciones a fines del siglo xx han de ser urbanas para
vencer.
¿Seguirán ocurriendo? ¿Las cuatro grandes oleadas del siglo xx —1917-
1920, 1944-1962, 1974-1978 y 1989— serán seguidas por más momentos
de ruptura y subversión? Nadie que considere la historia de este siglo en que
sólo un puñado de los estados que existen hoy han surgido o sobrevivido sin
experimentar revoluciones, contrarrevoluciones, golpes militares o conflictos
civiles armados," apostaría por el triunfo universal del cambio pacífico y
constitucional, como predijeron en 1989 algunos eufóricos creyentes de la
democracia liberal. El mundo que entra en el tercer milenio no es un mundo
de estados o de sociedades estables.
No obstante, si bien parece seguro que el mundo, o al menos gran parte
de él, estará lleno de cambios violentos, la naturaleza de estos cambios resul-
ta oscura. El mundo al final del siglo xx se halla en una situación de ruptura
social más que de crisis revolucionaria, aunque contiene países en los que,
como en el Irán en los años setenta, se dan las condiciones para el derroca-
miento de regímenes odiados que han perdido su legitimidad, a través de un
levantamiento popular dirigido por fuerzas capaces de reemplazarlos; por
ejemplo: en el momento de escribir esto, Argelia y, antes de la renuncia al
régimen del apartheid, Suráfrica. (De ello no se deduce que las situaciones
revolucionarias, reales o potenciales, deban producir revoluciones triunfa-
doras.) Sin embargo, esta suerte de descontento contra el statu quo es hoy
menos común que un rechazo indefinido del presente, una ausencia de orga-
nización política (o una desconfianza hacia ella), o simplemente un proceso
de desintegración al que la política interior e internacional de los estados
trata de ajustarse lo mejor que puede.
También está lleno de violencia —más violencia que en el pasado— y,
lo que es más importante, de armas. En los años previos a la toma del poder
de Hitler en Alemania y Austria, por agudas que fueran las tensiones y los
odios raciales, era difícil pensar que llegasen al punto de que adolescentes
neonazis de cabeza rapada quemasen una casa habitada por inmigrantes,
matando a seis miembros de una familia turca. Mientras que en 1993 tal inci-
dente ha podido conmover —pero no sorprender— cuando se ha producido
8. Dejando a un lado los miniestados de menos de medio millón de habitantes, los únicos
estados que se han mantenido consistentemente «constitucionales» son Australia, Canadá, Nue-
va Zelanda, Irlanda, Suecia, Suiza y Gran Bretaña (excluyendo Irlanda del Norte). Los estados
ocupados durante y después de la segunda guerra mundial no se ha considerado que mantengan
una constitucionalidad ininterrumpida, y, a lo sumo, unas pocas ex colonias o países aislados
que nunca conocieron golpes militares o problemas armados domésticos podrían ser considera-
dos como «no revolucionarios», por ejemplo, Guyana, Bután y los Emiratos Árabes Unidos.
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