2. Resumen .............................................................................................................. 28
2
UD 2. Trastornos del comportamiento
En la actualidad, existe una gran preocupación por cómo se comportan los niños y
adolescentes, no en vano, muchos padres preocupados acuden a consultas privadas de
psicología para que se intervenga y se «corrijan» los comportamientos disruptivos que se dan
tanto en casa como en otros entornos.
Resulta llamativo cómo se utilizan determinados calificativos, por parte de la población general,
para designar ciertos comportamientos de niños y adolescentes derivados de la terminología
clínica. En este sentido, cada vez es más habitual escuchar a adultos referirse a los niños de
la siguiente manera: «mi hijo es hiperactivo».
Desde el punto de vista de la psicología clínica y la intervención con niños y adolescentes, los
profesionales de la psicología deben tener en cuenta este uso «generalizado» y «desvirtuado»
de la terminología y conceptos clínicos, ya que es importante evitar etiquetar a los niños sin
tener en cuenta la intervención y coordinación con otros profesionales que les atienden y la
etapa evolutiva en la que se encuentran.
El psicólogo que trabaja con niños debe estar en continuo contacto con otros profesionales:
maestros, pediatras, neurólogos, psiquiatras, etc., ya que es desde la intervención
interdisciplinar y la colaboración, coordinación y trabajo en equipo con todos los agentes
implicados, como se logran los mejores resultados.
El grupo de trastornos que estudiaremos en esta unidad didáctica tiene como denominador
común la presencia de una sintomatología que genera gran interferencia en los distintos
contextos de desarrollo y socialización de niños y adolescentes.
A pesar de que cada trastorno tiene sus propias características clínicas, en los trastornos del
comportamiento, el abordaje e intervención requiere la implicación de los padres, como
cooperadores necesarios en el tratamiento, y supone intervenir también con ellos.
3
1. Desarrollo del contenido
I like it
4
Resulta de gran importancia ser precisos en el diagnóstico y no sobredimensionar esta entidad
clínica; para ello es esencial que tanto profesionales de la salud como de la enseñanza
conozcan las claves del TDAH.
Recuerda
5
El subtipo combinado se presentaba más frecuente en niños que en niñas (80% frente
al 65%, respectivamente).
El subtipo inatento era más frecuente en niñas que en niños (30% frente al 16%,
respectivamente).
El subtipo hiperactivo-impulsivo, siendo el menos frecuente de los tres, se encontraba
tanto en las niñas (5%) como en los niños (4%)
Nota
Entre las características más frecuentes de los niños con TDAH podemos señalar el hecho de
que no son capaces de escuchar correctamente, de organizar sus tareas, de seguir
instrucciones complejas o realizar tareas en equipo. Presentan de forma constante una gran
inquietud que les impide permanecer sentados mucho tiempo, son niños más habladores,
desafiantes, con poca capacidad para entretenerse, poco cooperadores y que demandan
mucho la atención de los demás. Estos niños, en muchas ocasiones, son incapaces de controlar
su propia conducta, no respondiendo cuando se les pide que paren o se reclama su atención;
este aspecto resulta esencial para diferenciarlos de los niños que se portan mal de forma
intencionada, ya que estos últimos sí están pendientes de las reacciones y respuestas de los
adultos.
6
Figura 1.
Play
En el siguiente enlace podréis escuchar, en primera persona, el relato del Dr. Rojas Marcos
con relación a su experiencia con el TDAH.
https://www.youtube.com/watch?v=OhvDqsUSfhI
En la siguiente tabla, se pueden identificar las distintas manifestaciones del trastorno según el
periodo evolutivo:
7
Primera infancia (0-3 años) Etapa preescolar (3-5 años)
1.1.2. Causas
A pesar de que la etiopatogenia del TDAH sigue siendo objeto de estudio y presenta
controversias, es evidente su carácter multifactorial. Existe cierto consenso en la presencia de
una base genética del mismo. Se trata, por tanto, de una patología con base neurobiológica y
con marcado carácter hereditario.
Algunos estudios presentan datos de heredabilidad de entre el 60-80%. La prevalencia del
trastorno en niños con padres que presentan TDAH es del 57%. A su vez, los gemelos
monocigóticos presentan una concordancia del 50-80% frente al 30% de gemelos dicigóticos
(Ramos, Ribasés, Bosch, Cormand y Casas, 2007. Avances genéticos en el trastorno por déficit
de atención/hiperactividad. Recuperado de
http://www.ub.edu/geneticaclasses/brucormand/pdfs/38.pdf).
8
Con relación a la base neurobiológica, el TDAH se manifiesta como un desequilibrio entre
neurotransmisores, estando implicados la adrenalina/noradrenalina en el sistema de atención
y control motor, y la dopamina en los sistemas de gratificación y control de respuestas,
dándose una evidente mejoría en los niños que toman medicación que afecta a estos sistemas
neurotransmisores (González, 2011).
Pese a lo anterior, se debe prestar atención a las variables ambientales que rodean al niño
(familiares, escolares, sociales, etc.), ya que resultan esenciales para el éxito del tratamiento,
la minimización de las consecuencias asociadas al trastorno y el pronóstico del mismo.
A. Métodos de evaluación:
Además de hacer una completa evaluación de la historia clínica del trastorno los instrumentos
de evaluación que habitualmente se utilizan implican hacer una valoración a nivel cognitivo,
atencional y conductual. Entre la variedad de pruebas que se pueden utilizar podemos
destacar:
A nivel cognitivo
Escalas Wechsler: WISC-IV: aplicable de los 6 a los 16 años. WPPSI: niños entre 4 y 6
años.
McCarthy: menores de 4 años (aunque es raro evaluar a niños tan pequeños por sospecha
de TDAH).
9
niños pueden presentar ciertos síntomas que con la maduración evolutiva se van eliminando,
quedando por tanto los mismos circunscritos a una etapa concreta del niño (por ejemplo, es
frecuente en niños menores de 5 años de edad presentar inquietud, pero con atención
normal). En estas situaciones, se menciona que presenta sintomatología acorde con TDAH,
pero se evita el diagnóstico. Los niños con TDAH normalmente manifiestan capacidades
medias o medias-altas de inteligencia, aunque estas pueden resultar afectadas si se presenta
un fuerte deterioro a nivel atencional (mejoran los resultados cuando se trabaja sobre la
atención).
A nivel atencional
Test de las caras (Thurstone y Yela, 2001): permite evaluar la atención selectiva y la
atención sostenida, resulta de fácil aplicación ya que se trata de una prueba corta de solo 3
minutos de duración. La tarea consiste en identificar la cara diferente y tacharla, es de
aplicación para niños a partir de 6 años.
A nivel conductual
Escalas de Conners (Conners, 1969): útil en la evaluación de las conductas para definir
un perfil de niño y conocer las percepciones de padres y profesores (González, 2011).
Aplicada a padres y profesores para las conductas de niños y adolescentes de entre 6 y 18
años. En la escala para padres destacan ocho factores: alteraciones de conducta, miedo,
ansiedad, inquietud-impulsividad, inmadurez-problemas de aprendizaje, problemas
psicosomáticos, obsesión y conductas antisociales e hiperactividad. Por su parte, la escala
aplicada a profesores evalúa seis factores: hiperactividad, problemas de conducta, labilidad
emocional, ansiedad-pasividad, conducta antisocial y dificultades en el sueño. Ambas escalas
cuentan con una versión abreviada.
10
Viaja
En la página web de Ediciones TEA encontraréis la ficha técnica de las distintas escalas y
test de evaluación. http://web.teaediciones.com
Sabías que:
Los niños hiperactivos presentan cuatro veces más de probabilidades de sufrir accidentes
y lesiones graves (fracturas óseas, traumatismos craneoencefálicos, roturas de dientes,
11
etc.), consecuencia de la impulsividad y presencia de trastornos de la coordinación motora
(recuperado de http://www.feaadah.org/es/sobre-el-tdah/trastornos-asociados.htm).
Por último, los niños con altas capacidades pueden presentar problemas atencionales,
conductuales y sociales que pueden confundirse con el TDAH.
Si bien es esencial realizar el diagnóstico diferencial, no hay que obviar la comorbilidad del
TDAH con muchos de los trastornos mencionados anteriormente. Entre los trastornos
asociados con más frecuencia al TDAH podemos destacar los trastornos de ansiedad, afectivos,
el trastorno negativista desafiante, trastorno de conducta, abuso de sustancias, trastornos del
sueño, trastorno de tic y trastornos específicos del aprendizaje.
12
estudios en adolescentes. Percepción de los docentes como vago, con poca capacidad,
maleducado, etc. Esto se traduce en castigos, expulsiones, etc. En los casos en los que existe
diagnóstico, el docente está más preparado para comprender la falta de intencionalidad en
determinadas conductas y tomar otras medidas menos coercitivas.
Consecuencias a nivel social: conflictividad, aislamiento, agresiones, no se someten a las
reglas de los juegos, rechazo del resto de compañeros, grupo de amigos muy reducido y
pueden ser víctimas de acoso o convertirse ellos en los acosadores.
Consecuencias a nivel familiar: la dinámica familiar de los niños con TDAH suele estar
bastante afectada por la presencia del trastorno, sobre todo teniendo en cuenta que, en
muchas ocasiones, los padres piden ayuda tras haber intentado poner en práctica distintas
estrategias de control. El curso habitual del deterioro suele ser el siguiente: ante la conducta
conflictiva o hiperconducta del niño, los padres establecen un primer intento de corrección,
hablando, explicando, en tono más relajado y «por las buenas». Ante la ausencia de cambio
en el comportamiento del niño, el segundo intento de corrección conlleva amenazas y
advertencias, que se traducen en el aumento de la tensión y este en un aumento de la actividad
del niño. El fracaso de estas estrategias puede desembocar en un tercer intento de corrección
que implica, a veces, cierto nivel de violencia verbal y/o física. Esto genera miedo en el niño,
con lo que aumenta la tensión y esta a su vez el nivel de actividad. El fracaso de las estrategias
y mecanismos de corrección conllevan un alto grado de frustración que puede derivar en
agresividad contra el niño, contra la pareja o contra uno mismo (bajo nivel de autoestima,
culpa, etc.).
La forma en que el trastorno influye en las relaciones familiares también está muy determinada
por los estilos parentales y la forma en que se establece la interacción entre padres e hijos
(familias autoritarias, sumisas, o contradictorias). Es esencial detectar estos estilos y
dinámicas en la consulta, ya que el papel de los padres en el tratamiento del TDAH es
fundamental.
B. Intervención en TDAH
La intervención que se realice del TDAH estará determinada por la presencia de los síntomas
nucleares, según el subtipo y la existencia o no de otros trastornos. A su vez, todas las
intervenciones deben hacerse de forma personalizada, atendiendo a las características y
manifestaciones conflictivas a nivel conductual, cognitivo, afectivo, académico y social de cada
niño, la evaluación de estas áreas permitirá establecer los objetivos terapéuticos y diseñar la
intervención.
Nota
El metilfenidato se comercializa con el nombre de Rubifén, de efecto rápido, pero con una
duración de 4 horas. Otras formas comerciales son Concerta y Medikinet, de acción
prolongada, tardan más en actuar, pero prolongan el efecto durante unas 10 horas.
13
A nivel psicológico, la intervención tiene que hacerse en colaboración con la familia y el colegio.
En consulta, el tratamiento debe combinar la estimulación atencional, las estrategias de control
de la impulsividad e hiperactividad motora con el asesoramiento y orientación destinados a la
familia y el profesorado. En muchos casos, es esencial abordar los problemas de conducta, de
aprendizaje, los déficits en habilidades sociales, o cualquier otro tipo de problemas que pueden
presentarse junto al TDAH, susceptibles de ser abordados psicológicamente. A su vez, es
esencial trabajar con los padres el cambio de actitudes y brindarles un apoyo terapéutico.
Para que la intervención esté bien enfocada, es esencial la psicoeducación, de manera que los
padres entiendan las características del trastorno y los objetivos terapéuticos.
Los niños con diagnóstico de trastorno de conducta presentan una serie de conductas
caracterizas por la intimidación y acoso a otros niños, inicio de peleas físicas, uso de algún tipo
de arma, crueldad con personas o animales, robos, mentiras para conseguir favores o evitar
obligaciones, huidas del hogar familiar durante la noche, realización de fuegos con intención
de dañar, etcétera.
Es necesario destacar que, para la determinación del diagnóstico, debe existir un deterioro
significativo en la persona y han de tenerse en cuenta tanto el entorno donde se realizan las
14
conductas (guerras, pandillas, etc.) como el momento evolutivo. Muchas de las conductas que
definen el trastorno pueden estar presentes en determinadas etapas evolutivas, siendo una de
las diferencias que marcarán la determinación de conducta disocial, la intensidad y la
frecuencia, tendiendo, en los casos no patológicos, a la disminución y eliminación de las
mismas a medida que el niño se va desarrollando y madurando.
La CIE 10 (OMS, 1992) denomina este trastorno como Trastorno disocial y lo clasifica según
el contexto y nivel de socialización, diferenciando los siguientes:
- Trastorno disocial limitado al contexto familiar: en este caso, la presencia de
conductas desajustadas se circunscribe al entorno familiar (robos, actos destructivos,
violencia contra los miembros de la familia, etc.).
- Trastorno disocial en niños no socializados: se presentan las conductas propias
del trastorno disocial además de una profunda y significativa dificultad para las
relaciones personales con otros niños. El niño se siente frecuentemente aislado,
rechazado, será impopular y no disfrutará de relaciones afectivas recíprocas.
- Trastorno disocial en niños socializados: presencia de las conductas disociales
en niños bien integrados en su grupo de compañeros. Esto no quiere decir que el
trastorno deba presentarse cuando el individuo forma parte de un grupo, la esencia
de la cuestión radica en el hecho de que, en este subtipo, el niño tiene las habilidades
necesarias para establecer relaciones adecuadas.
Por su parte, el DSM-5 agrupa este trastorno en un nuevo epígrafe «Trastornos perturbadores,
del control de impulsos y de conducta» y, a su vez, lo denomina trastorno de conducta, si bien
no establece modificaciones respecto a los criterios diagnósticos. Determina la presencia del
trastorno con la aparición de, al menos, 3 de los 15 criterios que se definen en el mismo y
durante los últimos 12 meses, debiéndose presentar, al menos, uno en los últimos 6 meses.
Los 15 criterios se agrupan en torno a:
- Agresión a personas y animales.
- Destrucción de la propiedad.
- Engaño o robo.
- Incumplimiento grave de las normas.
Nota
Para un mayor estudio de los criterios diagnósticos, puedes consultar los manuales de
clasificación de los trastornos mentales DSM-5 y CIE-10.
Respecto a la edad de inicio, el DSM-5 distingue entre los subtipos inicio infantil, inicio
adolescente o inicio no especificado (cuando no es posible determinar la edad en la que se
presentaron las conductas disociales). La edad de corte son los 10 años, por lo que, si se
presenta al menos una característica del trastorno antes de esa edad, se corresponde con el
primer subtipo.
15
vista más general. De esta manera, no se produce un cuestionamiento de las conductas
conflictivas. A su vez, al sentirse rechazado, responde con más agresividad y, por tanto,
perpetúa los problemas de conducta.
Play
En la película Ciudad de Dios (2002), del director Fernando Meirelles, se puede identificar
a un personaje que podría cumplir los criterios diagnósticos de trastorno de conducta.
1.2.2. Causas
Al igual que ocurre con otros trastornos, la etiología del trastorno de conducta no se debe a
una única causa, y en su aparición juegan un papel fundamental distintos factores, por tanto,
se trata de un trastorno multifactorial y de desarrollo complejo. Si bien no se puede establecer
una relación causa-efecto entre los diversos factores y una determinada conducta, sí que es
posible identificar los factores que se asocian a la aparición y mantenimiento de una conducta
antisocial, como factores de riesgo o como condiciones que sitúan al sujeto bajo riesgo de
desarrollar dicha conducta (Yale, Scott y González, 2003). Entre los factores de riesgo que son
predisponentes destacan:
16
Sabías que:
17
La comorbilidad en los trastornos de conducta es muy alta, siendo los diagnósticos comórbidos
más frecuentes el de TDAH y el trastorno negativista-desafiante. Otros trastornos comórbidos
son: trastornos específicos del aprendizaje, trastornos de ansiedad, trastornos depresivo y
bipolar y trastornos por consumo de sustancias.
Como ocurre en otros trastornos, el pronóstico es más negativo cuando aparecen otras
patologías concurrentes, siendo además más compleja la intervención que se debe realizar.
Métodos de evaluación:
La información esencial que debemos recoger y valorar es: tipo de conductas que presenta,
inicio, la severidad, intensidad y gravedad que manifiestan, los diferentes contextos en los que
aparecen, cómo actúan los familiares y si ha ocurrido algún evento estresante o cambios
significativos en la vida del niño.
Sabías que:
18
1.3. Trastorno negativista-desafiante
El trastorno negativista-desafiante (en adelante TND) es uno de los motivos de consulta más
frecuente, con el que los psicólogos tienen que trabajar. Al igual que ocurre con el resto de
trastornos del comportamiento, la presencia del trastorno genera una gran preocupación y
angustia en el entorno próximo del niño (padres, profesores, compañeros, etc.).
A nivel de desarrollo evolutivo, los niños presentan etapas en las que cuestionan a los adultos,
manifestado oposición como forma de reforzar su identidad (como ocurre en torno a los dos
años de edad), o incluso, en la etapa de la adolescencia, se produce un cambio de referentes
pasando de ser los padres a ser el grupo de iguales, lo que en ocasiones hace que aumenten
las discusiones y conflictos en las relaciones familiares, sobre todo, si el grupo de iguales
presenta conductas con las que los padres no están de acuerdo. En estas etapas, es habitual
manifestar desobediencia, oposición o cuestionamiento de las normas.
El TND supone la presencia de comportamientos provocativos, no cooperativos, irritables y
enfadados, de mayor frecuencia que los presentes según criterios evolutivos, es decir,
comparados con los comportamientos de este tipo que se dan según la edad y nivel de
desarrollo del niño o adolescente.
Nota
19
Para un mayor estudio de los criterios diagnósticos, puedes consultar los manuales de
clasificación de los trastornos mentales DSM-5 y CIE-10.
El DSM-5 sitúa la prevalencia del trastorno entre el 1% y el 11%, y es más frecuente en niños
hasta la adolescencia, a partir de la cual tiende a igualarse.
1.3.2. Causas
Al igual que ocurre con la mayoría de trastornos, el establecimiento de la etiología del TND
supone tener en cuenta múltiples factores causales. Entre los más destacados podemos
mencionar:
Tabla 2. Fuente: Alda, Arango, Castro, Petitbò, Soutullo y San (coord.) (2009). Trastornos del
comportamiento en la infancia y adolescencia: ¿qué está sucediendo? Esplugues de Llobregat: Hospital
San Joan de Déu.
20
Según el DSM-5 «se ha asociado al trastorno negativista desafiante un número de marcadores
neurobiológicos (p. ej. frecuencia cardiaca y reactividad de la conductancia de la piel más
bajas; reactividad reducida del cortisol basal, anormalidades en el córtex prefrontal y la
amígdala). Sin embargo, la gran mayoría de los estudios no diferencia a los niños con trastorno
negativista desafiante de aquellos con trastorno de conducta. Por tanto, no está claro si hay
marcadores específicos del trastorno negativista desafiante».
21
1.4. Intervención en los trastornos
comportamentales
La intervención en los trastornos del comportamiento puede ser abordada desde una
perspectiva cognitivo-conductual, haciendo hincapié en el tratamiento de la modificación
conductual, sobre todo con niños más pequeños.
El diseño de la intervención vendrá determinado por la edad, las características personales del
niño y las características de la familia. Estos aspectos determinan los tipos de intervención que
se deben realizar. Desde una perspectiva integral, cuantas más posibilidades se tengan de
intervención con los distintos agentes y contextos que rodean las manifestaciones clínicas
sobre las que queremos incidir, mayor será la probabilidad de éxito terapéutico. En este
sentido, la terapia debe incluir los siguientes niveles de intervención:
22
Psicoterapia e intervención individual
El objetivo fundamental de este tipo de intervención es el cambio de conductas disruptivas
por conductas adaptativas que favorezcan el equilibrio personal. Se trabaja el aumento de la
capacidad para resolver problemas, habilidades de comunicación, control de la ira, mejora de
las habilidades relacionales, etc.
23
solamente atienden al niño ante conductas disruptivas y obvian las conductas
que hacen bien, reforzando por tanto aquellos comportamientos que se
quieren eliminar. Es necesario encontrar los reforzadores más valorados por
los niños, para aumentar su capacidad de reforzamiento. El uso de
reforzadores más tangibles como las recompensas o privilegios debe hacerse
con cautela y siempre después de la aparición de la conducta que queremos
instaurar. Es esencial tener en cuenta que los reforzadores surtirán efecto
cuanto más rápidamente se otorguen una vez emitida la conducta que
queremos instaurar y concretamente en niños con TDAH, es importante que
se haga el reforzamiento positivo rápidamente y con frecuencia debido a que
los reforzadores pierden su valor con facilidad.
- Refuerzo negativo: permite que aparezca la conducta deseada eliminando
un estímulo aversivo justo después de la emisión de dicha conducta. Ejemplo:
disminuir la cantidad de verdura en el plato si se ha sentado correctamente
en la mesa.
- Economía de fichas: con esta técnica se puede trabajar el establecimiento
de hábitos. Es importante no poner más de cuatro conductas a la vez y por
semana. Se utiliza para lograr que tengan motivación intrínseca, por lo que
es esencial poner pocos objetivos, pero muy concretos y observables. A su
vez, los reforzadores o premios que se utilicen deben ser combinados, es
decir, además de premios materiales o consumibles, se deben introducir
premios sociales y actividades (aunque es importante que los elijan los niños
para que funcionen como reforzadores).
- Contratos conductuales: un contrato conductual es un documento escrito
donde se recogen una serie de acciones que se van a realizar de acuerdo con
el niño y donde se establecen las consecuencias del cumplimiento o no de
dicho acuerdo. El contenido del contrato incluye las conductas que se espera
que realice cada una de las personas implicadas, las consecuencias que se
obtendrán en caso de llevarlas a cabo y también las consecuencias si no se
realizan.
- Modelado: el niño aprende la conducta nueva con base en la observación de
la persona que sirve de modelo, copiando la conducta inmediatamente
después del modelo o en un breve intervalo de tiempo muy breve.
- Moldeamiento: se propicia la aparición de la nueva conducta reforzando
aquellas que se aproximan a la conducta deseada y extinguiendo las que no
lo son.
Entre las técnicas de eliminación de conductas no deseadas destacan:
- Extinción: ignorar las conductas no deseadas y las llamadas de atención. Se
usa para aquellas conductas que no suponen un daño físico a objetos u otras
personas.
- Refuerzo de conducta incompatible: consiste en proponer o reforzar una
alternativa incompatible a la conducta disruptiva del niño, ignorando dicha
conducta. Por ejemplo, reforzar a un niño que suele insultar a sus iguales
cuando hace un comentario positivo de alguno de sus compañeros.
- Costo de respuesta: con esta técnica, se le priva al niño de algo que le
guste tras la realización de la conducta disruptiva. Es importante que las
conductas sean contingentes en el tiempo y de corta duración.
- Tiempo fuera: se trata de colocar al niño en un sitio donde no reciba ningún
reforzador tras haber realizado la conducta disruptiva. Por ejemplo, se le
puede sentar en una silla en un lugar de la casa donde no haya estímulos
para entretenerse (un pasillo, etc.). Se le explica al niño que debe sentarse
en la silla y no levantarse hasta que el adulto lo indique. Hay que aplicar un
24
tiempo razonable, en función de la edad del niño. Una medida adecuada es
aplicar un minuto por año de vida.
- Sobrecorrección: con esta técnica, la conducta no deseada se penaliza con
base en dos componentes, la restitución (corrección de los defectos
ambientales de la conducta inapropiada, p. ej. limpiar los restos de la comida
que ha tirado en el comedor escolar) y la práctica positiva (realización
repetida de la conducta adecuada, p. ej. colocar la comida de forma adecuada
en el plato varias veces). Estos dos componentes se pueden aplicar de forma
combinada o individualmente.
B. Técnicas cognitivas
- Entrenamiento en tareas de solución de problemas y
autoinstrucciones: permite aumentar el autocontrol a través de un
mecanismo de pensamiento secuencial. La tarea de solución de problemas
implica utilizar las autoinstrucciones, comenzando con tareas sencillas en las
que el niño se vaya acostumbrando a pensar en lo que dice.
El contenido de las autoinstrucciones permite: definir el problema (¿qué tengo
que hacer?), hacer una estructuración a la aproximación del problema («tengo
que considerar todas las opciones»), focalizar la atención («tengo que centrar
la atención y pensar solamente en esto. Tengo que hacerlo muy bien ahora»),
elegir la respuesta («pienso que esta es la acertada») y realizar un
autorrefuerzo en las respuestas correctas o corregir las que sean erróneas; es
importante que el niño evalúe su ejecución para que tome conciencia de cómo
hace las cosas y de su progreso («qué bien lo he hecho», «he cometido un
error, tengo que pensar la respuesta correcta y hacerlo más despacio»).
Secuencia:
1. Modelado por parte del terapeuta y observación del niño: el terapeuta
define el problema, propone formas de abordar la tarea, selecciona y aplica
una estrategia, autoguía el proceso de solución del problema, autoevalúa y
se refuerza, selecciona otra alternativa cuando la elegida no ha solucionado
el problema.
2. Guía externa manifiesta: consiste en que el niño ejecuta la tarea de solución
del problema y es el terapeuta quien verbaliza las instrucciones.
3. Autoguía externa manifiesta: en este siguiente paso, el niño verbaliza sus
autoinstrucciones y ejecuta la tarea.
4. Modelado de la autoguía manifiesta atenuada: el terapeuta modela el
susurro de las autoinstrucciones mientras realiza la tarea.
5. Práctica de la autoguía manifiesta susurrada por parte del niño.
6. Modelamiento de autoinstrucciones encubiertas: el terapeuta mueve los
labios, hace pausas para pensar, compara figuras señalando, etc.
- Terapia de control cognitivo: permite trabajar con el niño el control del
cuerpo, a través del juego, se ajustan las velocidades con las que el niño se
mueve en función de referentes externos y temporales. Se puede utilizar una
gran variedad de juegos, pero en todos los casos deben realizar movimientos
con diferentes ritmos (muy útil con el TDAH).
- Relajación: se realiza entrenamiento en relajación en consulta para que, una
vez que lo hayan interiorizado, lo generalicen a otras situaciones. La técnica
concreta de relajación se ajustará a las características del niño. Se puede
utilizar la relajación progresiva de Jacobson, relajación con música, con masaje
de contacto o con pelota, respiración abdominal, etc. El entrenamiento en
25
técnicas de relajación y respiración favorece el autocontrol y el manejo de las
reacciones emocionales impulsivas.
- Detención del pensamiento: consiste en eliminar los pensamientos que
pueden ser antecesores de la aparición de la conducta disruptiva (sobre todo
en conductas agresivas). Requiere entrenar en la identificación de los
pensamientos y en la parada de los mismos mediante el uso de una palabra o
gesto que permita cambiar el foco de atención. Esta técnica se aplica con niños
mayores y adolescentes.
- Reestructuración cognitiva: permite tomar conciencia de la relación directa
entre pensamientos, conductas y emociones, identificando pensamientos
negativos, cómo estos influyen en su comportamiento y emociones y
cambiarlos por otros más positivos.
Play
Cuando abordamos la intervención familiar, es importante tranquilizar a los padres y evitar los
juicios de valor, así como tener en cuenta todos los posibles miembros que pueden estar
participando en el mantenimiento de las conductas que queremos cambiar (hay que tener en
cuenta a los abuelos, hermanos, etc.). Algunas de las orientaciones básicas destinadas a la
familia son:
Nota
26
ser simples, razonables y adecuadas a su edad (concretar la conducta al
máximo, por ejemplo, es mejor decirles «no pongas los pies en la mesa» que
decirles «pórtate bien»).
- Premiar los pequeños logros y manifestar afecto incondicional.
- Facilitar la mejora de la autoimagen y la autoestima, dándoles expectativas
de que lo pueden hacer bien y no categorizando al niño «eres malo», sino
concretar la conducta y ofrecer una alternativa de actuación.
- Congruencia en los criterios de los padres a la hora de aplicar las
recompensas o castigos y demostrar firmeza ante los límites, normas y sus
consecuencias.
- Compartir responsabilidades de cuidado, normas y juegos. Favorecer la
comunicación verbal y no verbal, así como la escucha activa.
- Reconocer y reforzar los esfuerzos que hace el niño y demandarle conductas
que sea capaz de hacer. Dejarle claro en todo momento las consecuencias
positivas y negativas de las conductas.
- Evitar repetir las órdenes más de una vez y terminar haciendo los padres lo
que se le pide al niño. Para evitar resistencias, es adecuado ofrecerle dos
opciones y que sea el niño el que elija, por ejemplo, en vez de decirle
«vístete» o «¿quieres vestirte?, se le puede preguntar, ¿te vas a vestir solo
o quieres que te ayude?
- Si se observa que el niño no quiere cumplir con lo que se le dice, antes de
gritar o perder la paciencia, se le puede preguntar si necesita ayuda o
fomentar que se realice la conducta a través de un juego.
27
2. Resumen
En esta unidad didáctica hemos estudiado el trastorno por déficit de atención e hiperactividad,
el trastorno de conducta y el trastorno negativista desafiante, que tienen en común la
presencia de conductas inapropiadas y/o disruptivas que generan gran interferencia en los
distintos contextos de socialización de los niños, así como a nivel personal, y que suponen una
de las mayores fuentes de preocupación en las familias y en las escuelas.
Partimos de la descripción y criterios diagnósticos de cada uno de los trastornos, basándonos
en los sistemas de clasificación internacional más utilizados, la CIE-10 y el DSM-5. Estos
sistemas nos permiten identificar los síntomas nucleares y nos ayudan en el establecimiento
de diagnósticos.
Este grupo de trastornos son bastante comórbidos entre sí; es fundamental establecer
diagnósticos diferenciales y detectar las comorbilidades, a fin de intervenir tanto en el trastorno
principal como en otros concomitantes.
La intervención en este grupo de trastornos implica trabajar con los niños, pero también con
las familias, así como establecer mecanismos de coordinación y colaboración con otros
profesionales (neurólogos, pediatras, docentes, etc…), sobre todo en el caso del TDAH.
28
3. Mapa conceptual
29
4. Recursos bibliográficos
Bibliografía básica
Méndez, Espada y Orgilés (2001). Terapia psicológica con niños y adolescentes. Estudio de
casos clínicos. Madrid: Pirámide.
Bibliografía complementaria
Bringas, C., Herrero, F. J., Cuesta, M. y Rodríguez, F.J. (2006). La conducta antisocial en
adolescentes no conflictivos: adaptación del inventario de conductas antisociales (ICA).
Revista Electrónica de Metodología Aplicada, 11(2), 1-10.
Conners, C. K. (1969). A teacher rating scale for use in drug studies with children. American
Journal of Psychiatry, 126, 884-888.
Eyberg, S. y Robinson, E. (1983). Conduct problem behavior: Standardization of a
Behavioral Rating Scale with Adolescents. Journal of Clinical Child Psychology, 12, 347-354
Farré, A. y Narbona, J. (1998). EDAH. Escalas para la evaluación del trastorno por deficit
de atención con hiperactividad. Madrid: TEA Ediciones.
Funderburk, B. W. y Eyberg, S. M. (1989). Psychometric Characteristics of the Sutter-Eyberg
Student Behavior Inventory: A school behavior rating scale for use with preschool children.
Behavioral Assessment, 11, 297-313.
Garaigordobil, M. (2000). Intervención psicológica con adolescentes. Un programa para el
desarrollo de la personalidad y la educación en derechos humanos. Madrid: Pirámide.
González-Martínez, M. T. (2010). Trastorno por conducta antisocial en la infancia. Avance
de datos sobre un cuestionario de evaluación de conductas antisociales en la infancia (CASI).
En J. J. Gázquez y M. C. Pérez (eds.), Investigación en convivencia escolar. Variables
relacionadas. GEU.
Goodman, R. (1997). The Strengths and Difficulties Questionnaire: A Research Note. Journal
of Child Psychology and Psychiatry, 38, 581-586.
30
Martorell, M. C. y Silva, F. (1993). ASB. Escala de conducta antisocial. En F. Silva y M. C.
Martorell (dirs.), EPIJ. Evaluación infanto-juvenil (pp. 83-110). Madrid: MEPSA.
Moreno (1995). Hiperactividad. Prevención, evaluación y tratamiento en la infancia. Madrid:
Pirámide.
Navarro, A. M., Peiró, R., Llácer, M. D. y Silva, F. (1993). EPC. Escala de problemas de
conducta. En F. Silva y M. C. Martorell (eds.), EPIJ. Evaluación infanto-juvenil (pp. 31–81).
Madrid: MEPSA.
Organización Mundial de la Salud (OMS) (1992). CIE-10. Trastornos mentales y del
comportamiento. Décima revisión de la clasificación internacional de las enfermedades.
Descripciones clínicas y pautas para el diagnóstico. Madrid: Méditor.
Ramos, J., Ribasés, M. Bosch, R., Cormand, B. y Casas, M. (2007). Avances genéticos en
el trastorno por déficit de atención/hiperactividad. Revista de Neurología, 44(3), S51-2.
Seisdedos, N. (1995). AD. Cuestionario de conductas antisociales-delictivas. TEA
Ediciones. (Original publicado en 1988).
Thurstone, L. L. y Yela, M. (2001). Test de caras. Percepción de diferencias (9.ª ed.). Madrid:
TEA Ediciones.
Young, M., Fitzgerald, M. J. y Postma (2013). TDAH: hacer visible lo invisible. Libro blanco
sobre el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH): propuestas políticas
para abordar el impacto social, el coste y los resultados a largo plazo en apoyo a los
afectados. Bruselas: Shire AG, con el apoyo del European Brain Council (EBC) y Gamian-
Europe (Global Alliance of Mental Illness Advocacy Networks).
Yale, M. E., Scott, K. G., Gross, M. y González, A. (2003). Using developmental epidemiology
to choose the target population for an intervention program in a high-risk neighborhood.
Journal of Clinical Child and Adolescent Psychology, 32(2), 236-42.
Otros recursos
31