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García de Cortázar-Sesma Muñoz: “La reaparición y el éxito de la ciudad”

La lenta adquisición de los rasgos de ciudad.

Según Renouard, la ciudad es: “una aglomeración cerrada por murallas, en ella viven
pobladores organizados en familias nucleares, dedicados a actividades agrícolas,
mercantiles, artesanales; lo hacen en casas construidas alrededor de una iglesia,
erigida bajo un patrón particular y, muy a menudo, también de una fortaleza. Tales
hombres constituyen una comunidad individualizada que posee condiciones jurídicas
propias, es consciente de su originalidad y coordina las actividades de una región más
o menos extensa.”

Rasgos de ciudad:

Morfología: hay tres modelos principales. El primero, fue la ciudad constituida por un
núcleo antiguo, romano, en torno al cual se fueron formando uno o varios barrios en
continuidad. El segundo, es de una ciudad creada a partir de la reunión de varios
núcleos prácticamente autónomos. El tercero, fue la ciudad creada de la nada.

En los tres modelos pudo evidenciarse un doble proceso: la compactación del caserío,
eliminando poco a poco los espacios agrícolas interiores, y la lotificación del espacio
urbano.

La división social del trabajo: habían dos extremos posibles. Uno, una escasa variedad
de actividades económicas, con predominio de la ganadería y la agricultura, como
sucedía en núcleos de la frontera hispana frente al islam. Y el otro, una aguda división
del trabajo mercantil y artesanal, como en ciudades de Flandes o del norte de Italia.

El reconocimiento de un fuero especial a la población: habían cinco aspectos


principales. El reconocimiento de un término municipal privativo. La liberación a los
residentes en él de una serie de imposiciones señoriales. El respecto a la inviolabilidad
del domicilio. El estímulo a la explotación de los recursos del término y a la actividad
artesanal y mercantil, con la concesión de un mercado semanal o una feria anual. Y
una autonomía ciudadana en el ejercicio de las competencias del concejo urbano,
cuyas autoridades pasaron a ser elegidas entre los vecinos de la ciudad.

La capacidad de ordenar el espacio rural: se mostró de dos formas. Una, puramente


funcional, a mayor demografía o mayor nivel y variedad de actividades, la irradiación
de un núcleo sobre el entorno era mayor. La otra, político-institucional, por concesión
de la autoridad fundadora, se reconocía a las autoridades del núcleo urbano una
competencia sobre las aldeas.
Las dimensiones de las ciudades: salvo Milán y Venecia, que pudieron alcanzar
150.000 habitantes, las ciudades no pasaron de los 80.000.

Los modelos de ciudades.

Había 3 modelos, que coincidieron con 3 áreas del continente.

a) Las ciudades del norte

En Alemania, Flandes y Francia del Sena al Rin, fueron apareciendo wiks y portus,
que eran pequeños establecimientos en que algunos mercaderes ambulantes
instalaron sus almacenes y organizaron unos mínimos intercambios que se
consolidaron durante el siglo X y comienzos del XI, cuando los comerciantes
obtuvieron privilegios tanto para ellos como para los barrios en que habitaban. El doble
carácter de los núcleos se reflejó en su plano, donde de un lado estaba la civitas, y del
otro el burgus, comerciante y artesano.

b) Las ciudades mediterráneas

Había 3 espacios regionales. El italiano fue el que conservó mejor los núcleos físicos
de época romana y la mentalidad que permitió su renacimiento urbano en el siglo XI.

El espacio francés fue un reverso italiano. En el norte, la ruina de algunos portus de


época carolingia benefició a otros situados más al norte. En el sudeste, la zona más
romanizada, la deserción urbana fue intensa. Los núcleos se convirtieron en reductos
fortificados de las aristocracias.

El espacio hispanocristiano mostró variedad de modelos urbanos. Los primeros brotes


se detectaron a finales del siglo X en León, Nájera y Barcelona en relación con la
actividad económica desarrollada en Al-Ándalus.

c) Las ciudades eslavas

Eran recintos fortificados, los gorods. Algunas eran sedes episcopales, otros
residencias de príncipes.

El desarrollo de las actividades artesanales.

Aparecieron en las aldeas, pero sus expresiones más acabadas se dieron en las
ciudades. El paso de una situación a otra implicó dos hechos. De un lado, un aumento
de la demanda, en función del crecimiento de la población y de sus exigencias. De
otro, el tímido comienzo de una valoración social positiva de las invenciones técnicas.
Artesanos de grandes dominios y artesanos de aldeas.

Durante el siglo X empezaron a aparecer en las aldeas. El aumento de los


rendimientos agrícolas y, con él, de los excedentes, había permitido su dedicación
exclusiva. El herrero era el de mayor prestigio. Su oficio le permitía atender las
demandas tanto de bellatores como laboratores.

Artesanos de la ciudad: oficios cofradías y gremios.

El aumento de la población en las ciudades estimuló el trasvase de artesanos de las


aldeas a los núcleos urbanos. Los practicantes de un oficio buscaban una misma calle
o barrio dentro de la ciudad. Los curtidores en las orillas de los ríos, los carniceros
cerca de los muros, los herreros junto a las puertas.

En las ciudades más grandes, el nivel de artesanos correspondía a oficios


relacionados con la construcción y el vestido. Allí, surgieron las primeras tentativas de
organización del trabajo artesanal.

El oficio o gremio distribuía a sus miembros en tres escalones: el primero, el de los


aprendices. El segundo, el de los oficiales. Y el tercero, el de los maestros.

El renacimiento comercial.

El aumento de los efectivos demográficos y el incremento de la capacidad de los


señores para obtener excedentes agrarios fueron dos de los factores que animaron el
Renacer del Comercio en la Europa del siglo XI.

La reactivación de los intercambios.

La actividad comercial en Europa nunca había llegado a desaparecer del todo. En los
grandes dominios señoriales, buena parte de los resultados del comercio fue
amortizándose en forma de tesoros litúrgicos, que luego las expediciones de saqueo
vikingas y húngaras movilizaron y redistribuyeron por toda Europa.

Los instrumentos de las relaciones mercantiles.

a) El mercader

En un principio, fue un “pies polvorientos”, un hombre que recorrió los caminos con la
carga a cuestas, con uno o dos asnos. Desde el siglo X, estos mercaderes
establecieron almacenes fijos en algunos lugares, y desde el siglo XI contrataron a
transportistas encargados de acarrear los productos. El recelo eclesiástico ante una
actividad que incluía operaciones de préstamo y cobro de intereses acabo
diluyéndose.

A mediados del siglo XIII, las suspicacias de la iglesia habían desaparecido


prácticamente y los mercaderes constituían un grupo de reconocido prestigio en
muchas ciudades europeas.

Fueron naciendo agrupaciones de mercaderes que aseguraban el alto nivel de


intercambios. Sus tipos más frecuentes fueron dos: las asociaciones de comerciantes
y las sociedades de comercio. Las asociaciones tenían como fin proteger a sus
miembros. Las sociedades de comercio se desarrollaron más en las ciudades italianas
interesadas en el comercio a larga distancia. La más sencilla fue la commenda: uno o
varios comanditarios aportaban el capital para efectuar un negocio, y un mercader
prestaba su trabajo, haciendo el viaje y efectuando las transacciones. Una vez
realizada la operación, los beneficios se repartían tres partes: dos para los socios
capitalistas y una para el comerciante.

La compañía surgió de la propia evolución de la commenda. Aunque esta solía ser


para un solo viaje, la tendencia a renovar el contrato entre los mismos capitalistas y
mercaderes fue generando una red de intereses. A ellos se sumaron los aportadores
de capitales que los depositaban en manos de los grandes negociantes en su
condición de casa de banca. Todo eso proporcionaba unos medios económicos y una
estabilidad, que permite a la compañía emprender actividades mercantiles cada vez
más arriesgadas y diversificadas.

b) Los medios de transporte

Las vías terrestres fueron muchas veces un sendero en torno al cual circulaban
hombres y mercancías. Sólo excepcionalmente la voluntad política de facilitar el
tránsito entre dos regiones ponía los medios para abrir una ruta concreta. La
inseguridad de los caminos, las dificultades climatológicas, la imposición por parte de
los poderes señoriales de sus telóneos, peajes, pontazgos, portazgos, contribuía a
aumentar los precios de las mercancías en tránsito y a crear en el mercader una
mentalidad de soborno e indefensión. Los medios de transporte terrestres más
comunes fueron los hombros de hombres y mujeres y las cabalgaduras.

Las vías fluviales que ofrecían ventajas respecto a los caminos terrestres, porque las
barcas y barcazas tenían una capacidad de carga muy superior a la de carros y
carretas, se vieron entorpecidas cada vez más por la construcción de molinos y
puentes.
Las vías marítimas fueron las rutas mercantiles más atractivas, en las que los grandes
mercaderes forjaron sus fortunas. Sin peajes, ni molinos y azudas permitían rápidos
desplazamientos de mayores cantidades de mercancías, aunque los piratas y los
temporales podían ponerlos en peligro.

c) Los medios de pago

El crecimiento de la actividad mercantil exigía una agilidad constante de los medios de


pago para ajustarse al nivel de los intercambios. En ese campo la economía
evolucionó desde el trueque, pasando por distintos modelos de acuñaciones
monetarias, hasta el crédito comercial.

El aumento de la circulación monetaria, en su momento, contribuyó a evidenciar los


problemas políticos, económicos y sociales inherentes al uso de la moneda. La
difusión de ésta como medio de pago pasó de ser un síntoma de los progresos de la
economía mercantil, a ser un medio de acumulación de capital, de monetización
parcial de las rentas agrarias, de salarización del trabajo, de salarización del trabajo
artesanal en las ciudades. Todo ello generó cambios en las relaciones entre señores y
campesinos, y entre maestros y oficiales de los gremios, y suscitó tanto la reflexión
teológica, con la doctrina del justo precio, como movimientos de pobreza voluntaria
que recelaba del enriquecimiento de la sociedad, del que la moneda se estaba
convirtiendo en su signo más ostensible.

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