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¡Comulgad bien!

Pbro. Luis J. Chiavarino


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¿Es posible comulgar mal?


Es posible. El demonio, para quien la Comunión mal hecha es de sumo agrado, se
ingenia para inducir a sus servidores a que comulguen sacrílegamente (en pecado
mortal, con falta de fe, con falta de amor, con falta de temor de Dios, con
maldad, con indiferencia e irreverencia, etc.).

El demonio siente un odio terrible contra Jesucristo, sabe que la Comunión es la


satisfacción más grande que se le da a Nuestro Señor.
El demonio odia terriblemente a los Sacramentos, la Comunión es el más augusto
de ellos; él sabe que los cristianos, cuando comulgan, provocan anhelo en los
ángeles.
La Comunión sacrílega es llamada las muecas de Satanás.
El que evita los pecados de impureza, generalmente no comete otros pecados
mortales; y si los llega a cometer, no frecuenta la Comunión.
Todo el que sabe que una cosa es mala y pecaminosa, y la hace sin escrúpulos,
peca. La Comunión bien hecha nos aparta, nos libera y nos restablece del mal.

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Necesidad de la vestidura nupcial
Parábola de los invitados a las bodas (narra el Santo Evangelio):
Un rey quiso celebrar con mayor solemnidad la boda de su hijo, y preparó
una gran cena, invitando a ella a sus parientes y amigos.
Muchos presentaron sus excusas y evadieron la invitación, en vista de lo cual
el rey ordenó a sus criados que fueran por las plazas y por las calles de la
ciudad e invitaran a cuantos encontrasen.

Llena ya la sala y ocupados todos los puestos, revisó a todos los convidados,
y, al ver que uno no llevaba el vestido de boda, le dijo: “Amigo, ¿cómo has
venido sin el vestido o traje de bodas?”. Y acto seguido, dirigiéndose a los
criados, les dijo: “Llevadlo, atadlo y metedlo en el calabozo”.

Este banquete representa a la Eucaristía, o sea, la Sagrada Comunión.


El rey que hace la fiesta con motivo de la boda de su hijo, es el Eterno Padre.
El hijo es Jesucristo, que se desposó con nuestra naturaleza humana.
Los invitados son todos los hombres de la Tierra.
Significa que, Dios nos ha creado a todos para el Cielo. Por ello, nos invita a todos
a ir por la senda de la fe, de la caridad, de la penitencia y de los Sacramentos.
Pero, de todos estos invitados, muchos no quieren creer: son los incrédulos.
Otros, presentan excusas o se sirven de cualquier pretexto para no participar en la
Eucaristía: estos son los pecadores que difieren su conversión.
Finalmente, otros acuden al banquete, pero sin el vestido o traje de boda: son los
sacrílegos, representados en aquel infeliz que fue retirado del banquete, atado y
llevado al calabozo.

Cuando aquel hombre vio que era indigno, debió oponerse y presentar excusa, o
pedir perdón antes de entrar. Todo el que va a comulgar en pecado mortal, se
encuentra en las mismas condiciones de este infeliz, y, por tanto, en peligro de ser
juzgado y condenado. Además, Dios mismo lo ha dicho por medio del apóstol San
Pablo: “El que come mi carne indignamente, come su misma condenación y se
juzga a sí mismo”.

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Los Judas se suceden
Hay Judas en todas partes, en todas las clases sociales.
Jesucristo ha instituido la Comunión y el sacerdocio, a pesar de ellos, sabiendo
también que muchos comulgarían digna y santamente, de donde recibiría grande
honra y gran amor, como también previó que, sin la Comunión no sería posible a un
gran número de cristianos mantenerse fieles y constantes en su fe.
Al instituir la Santísima Eucaristía, Jesucristo ha preferido nuestro provecho, aún a
costa de ser despreciado. Jesús es siempre Jesús, infinito en bondad y
misericordia. Hace como la madre que se deja arañar de su hijo, y encima lo come
a besos; o como la que, a pesar de que la amenazan y la desprecian, los aguanta,
los quiere y los atiende constantemente. Jesús es siempre el Divino Maestro,
paciente, resignado, indulgente.
Nuestra opinión y nuestro juicio humano son demasiado cortos y terrenales, los de
Jesús son muy distintos. Más contento y felicidad siente Él cuando uno comulga
bien, que dolor puede causarle todos los sacrilegios que cometen tantas almas
indignas. Es como el sol que, aunque extienda sus rayos sobre todas las
inmundicias de la Tierra, no obstante, todo lo llena de luz, de vida y calor.
Jesús se siente más contento y feliz con el cariño de un hijo bueno, que con todos
los disgustos de los demás hijos malos. Infinitamente bondadoso es Jesucristo, por
esto abusan tanto de Su bondad, mas, ¡ay de los ingratos y de los traidores!, los
castigos para ellos serán terribilísimos, pero merecidos; no habrá excusa para
ellos. Las palabras de Jesucristo son eternas e infalibles: “El que come
indignamente mi carne, come su misma condenación”.

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Castigos terribles
Y mayores serán los castigos si estos sacrilegios los cometieran (Dios no permita)
personas religiosas o ministros de Dios. Torturas inimaginables se repetirán
eternamente en el Infierno contra los sacrílegos que no hayan correspondido o
hayan correspondido mal a los favores de Dios y a las gracias de la Santa
Comunión; para éstos, será mucho peor su muerte.
Todos los sacrilegios, cometidos con tantísima frecuencia por cientos y miles de
veces, tendrán sus “avispas” en el Infierno que atormentarán eternamente a los
religiosos y sacerdotes que hayan abusado de su vocación y de su ministerio de
amor, y se hayan hecho reos de sacrilegios en este ministerio de amor; con la
particularidad de que, estas “avispas” no desaparecerán, como ellos, nunca jamás,
renovándose constantemente estas torturas.
Debemos confiar que estos infieles religiosos y sacerdotes sean pocos en el mundo,
porque Dios los protege y los guarda, y Jesucristo los defiende como la pupila de
sus ojos. Pero será difícil que no haya alguna sorpresa desagradable.
¿Poner coto a tantos sacrilegios? ¡Pero si apenas se ha empezado a caminar!
Empezar tan pronto a frenar, nos llevaría al Jansenismo1 despiadado y cruel.

Al punto al que ha llegado la indiferencia religiosa, se uniría inmediatamente como


pesada secuela, el descuido y el olvido de tan augusto y prodigioso Sacramento,
que es el que conserva en pie al mundo. Ni pensar siquiera en disminuir la
Comunión frecuente (la frecuencia de la Comunión); más bien, hay que poner coto
al pecado, causante de todos los abusos; a las malas ocasiones, a las costumbres
depravadas, a las malas compañías, al desenfreno del placer, a las ideas cerradas,
al egoísmo, a los caprichos, a la desobediencia del hombre hacia Dios, causas todas
de las Comuniones sacrílegas y mal hechas, pero nunca a la Comunión frecuente,
cuando se hace bien y con devoción.
Es verdad que son muchas las Comuniones mal hechas, pero también es muy cierto
que son mucho más numerosas las Comuniones que se hacen bien, y que, por lo
tanto, son capaces de contrarrestar super-abundantemente las otras sacrílegas; de
no ser así, ya hace mucho tiempo que el mundo se hubiera arruinado.

1Jansenismo (Enciclopedia Católica): corriente de espiritualidad cristiana que tuvo su origen en las ideas de
Cornelio Jansen (1585-1638). Se caracterizaba por una exigencia de vida virtuosa y ascética, poniendo la
salvación en la gracia divina. El jansenismo se difundió durante los siglos XVII y XVIII en los Países Bajos,
Francia, Alemania e Italia. Fue declarada herética por sus postulados, entre los que se cuentan los siguientes:
 Algunos de los mandamientos de Dios son imposibles para los hombres justos que desean y se
esfuerzan por cumplirlos, considerando los poderes que realmente tienen; la gracia por la cual estos
preceptos pueden hacerse posibles, también está ausente.
 En el estado de naturaleza caída, nadie resiste nunca la gracia interior.
 Para ameritar, o demeritar, en el estado de naturaleza caída, debemos estar libres de toda limitación
externa, pero no de necesidad interior.
 Pretendían que la gracia de la fe es tal, que el hombre puede seguirla o resistirla.

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En lo alto de la cúpula que está encima del presbiterio de una de las iglesias más
hermosas de Roma, están representados los comienzos del fin del mundo. El fondo
representa un altar suntuoso, en el que un sacerdote celebra la última Santa Misa;
alrededor, asiste una muchedumbre de fieles con la mayor devoción; se preparan a
recibir la Sagrada Comunión, mientras arriba, en lo más alto, multitud de Ángeles,
inclinados con sus trompetas de oro, esperan el final de la Santa Misa para
anunciar cómo ha llegado la hora de la Justicia Divina.

En este cuadro, obra del célebre Leonardo da Vinci, el autor quiso decirnos: “Estoy
convencido de que, sin la Santa Misa y sin la Sagrada Comunión, el mundo se
hubiera hundido en el abismo de sus propios crímenes”.

Ello quiere decir que, es necesario fomentar más y más la Comunión frecuente,
procurando al mismo tiempo que estas Comuniones estén bien hechas, haciendo
guerra y oponiendo el mayor coto posible a las Comuniones sacrílegas.

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Amor inmenso de Jesucristo
Dios es siempre bueno y misericordioso. Jamás cambia. Ahora y siempre, como
entonces, tiene Sus delicias en tolerar y perdonar. Y, aunque los sacrilegios sean
como espinas que punzan Sus pupilas, y crueles espadas que atraviesan Su corazón,
aun así, calla, y perdona, y tolera, en atención al consuelo y alegría que recibe de
los que comulgan bien. Y, como las comuniones bien hechas superan en número a
las mal hechas, Él permite estas últimas.

Jesucristo es Dios, y ha previsto también la ingratitud de los hombres, sus


redimidos: la traición de Judas, el odio de los fariseos, la villanía y cobardía de
Pilato, Su pasión y muerte. No obstante, quiso someterse a estas pruebas con tal
de salvar muchas almas, todas las que aprovecharán de Su Redención.
Dios había previsto que muchos tendrían indigestiones por comer el pan común y
que habría quién se embriagaría bebiendo vino en extremo, sin embargo, creó el
pan y creó el vino. Así mismo, previó el abuso de los sacrilegios en la Sagrada
Comunión, pero quiso instituirla con tal de proporcionar, a todos, una prenda de
Su amor inmenso, un alimento espiritual único proporcionado a sus almas, una
fuerza que restableciera todas nuestras debilidades, un remedio para todos
nuestros males espirituales y una señal cierta de nuestra salvación eterna.
Ha preferido nuestro provecho a ser Él mismo despreciado.
Jesús, en Su infinito amor, sabía y comprendía cuánto tendría que sufrir y
soportar, lo previó, conoció la ingratitud de Sus hijos y la poca correspondencia a
Sus sacrificios, así como la multitud de desilusiones y decepciones a las que se
tendría que sujetar. Ante Su vista siempre tuvo Su destino.
Sin embargo, “Padre, hágase Tu voluntad” (Lc 22:42).

Y cuando constató la realidad de las más duras pruebas, ingratitudes y desprecios,


burlas e insultos, no se arrepintió ni maldijo Su suerte, mucho menos a Sus ingratos
hijos: más bien lo soportó todo con paciencia, amó hasta el extremo y desde las
tentaciones en el desierto, estuvo dispuesto a sufrirlo todo por nosotros, hasta la
misma muerte, y muerte de cruz. Por eso, Jesús es más feliz y goza más por el
beso del hijo bueno, de lo que sufre por los disgustos, heridas y sinsabores que
recibe de los hijos que no quieren amarle.

¿Por qué las Comuniones sacrílegas?


Por la malicia de los hombres.
Por el abuso.
Por una perversidad sin nombre.
Si Jesucristo lo tolera todo, es por Su Misericordia, que es ¡infinita!
Él ha venido a salvar a TODOS los hombres, aunque pecadores, y en verdad los
ama, no como pecadores, sino como hombres débiles a los que llama a convertirse
y a salvarse. Para ello, los soporta y los aguanta, diciéndoles sin cesar:
“Venid a Mí todos”.
“Todos los que estáis fatigados y oprimidos por el peso de vuestros pecados,
que Yo os aliviaré”.
Los tolera y aguanta con la esperanza de que vuelvan a Él y cambien.

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Parábola de la cizaña
Un gran señor dio buena semilla a sus criados, y los mandó que fueran a
sembrarla en sus tierras. Los criados hicieron lo mandado, y al llegar la
primavera, cuando visitaron las tierras, se dieron cuenta de que juntamente
con el trigo, había nacido gran cantidad de cizaña.
Entonces fueron a su amo y, contándole el hecho, le dijeron:
 Si usted quiere, iremos a arrancarla.
 De ninguna manera (contestó el amo), no sea que, al arrancar la
cizaña arranquéis al mismo tiempo el trigo. Dejad que crezcan los
dos, y cuando llegue la siega, separaremos el grano con el grano, y la
cizaña, atándola en haces, la echaremos a la lumbre.

Consejo sapientísimo de Dios:


Espera, ten paciencia, y después, en el tiempo de la siega, a la hora de la
muerte, el grano (los buenos) irá al granero (Cielo), y la cizaña (los malos
que no quisieron convertirse) al fuego del Infierno.
Así sucederá con la Santa Comunión:
el que comulga dignamente, irá al Cielo, su recompensa, pues la Comunión
es prenda de vida eterna; el que abuse, irá al Infierno, puesto que comió su
propio juicio y su propia condenación.

¿Qué logran los hombres con comulgar mal? ¿Qué sacan los delincuentes con
cometer tantos delitos, uno tras otro, deshonrándose a sí mismos y a sus
familias? Nada, lo hacen por depravada intención y mala voluntad, por
desahogo de sus pasiones, por haberse acostumbrado al mal, y por odio. Los
sacrílegos no ganan nada, ni les interesa comulgar mal, lo hacen por estos
motivos: son delincuentes en materia de religión, miserables y desgraciados,
dignos de compasión y necesitan urgentemente nuestra oración.

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Confesión antes de Comunión
Para el que está en pecado mortal, es siempre necesaria la confesión antes de
comulgar. Si no tiene tiempo de ir a la Confesión, o no puede confesarse, no puede
comulgar “mientras tanto”, pues si sabe que está en pecado mortal y comulga,
comete un sacrilegio.
No hay razones, ni pretextos, ni excusas para comulgar en pecado mortal. No hay
excepción que valga. Si uno no puede o no quiere confesarse, que no comulgue. Si
no comulga, ningún mal hace; pero, comulgando en pecado, cometerá siempre un
sacrilegio.
Santo Tomás, y San Pablo antes que él, en nombre de la Iglesia, asegura
terminantemente: “Examínese a sí mismo el hombre” antes de comulgar. Que
cada uno entre en su conciencia y vea si es cómplice de pecado mortal, estando así
que no comulgue, porque lo haría indignamente y comería su propia condenación.

Para comulgar, el alma debe estar en estado de gracia, esto es: sin pecado, y sin
confesarse no desaparece el pecado. Qué te diría el rey si te presentases ante él
con las manos sucias, diciéndole: Dispense, Majestad, después me lavaré.

A Dios no se le puede faltar al respeto, se le debe reverencia y adoración, no se le


puede afrentar. Si la Iglesia, con sus doctores, concilios y Papas, así lo manda,
¿quiénes somos nosotros para corregir, cambiar o tergiversar los mandatos de la
Santa Madre Iglesia? La Iglesia es maestra única en asuntos de religión y de
Sacramentos, porque así lo dispuso el mismo Jesucristo.

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Es suficiente no estar en pecado mortal
Basta para comulgar no estar en pecado mortal.
Además de estar en ayunas y de saber a Quién se va a recibir, basta no estar en
pecado mortal para comulgar.
Sin embargo, también es necesario ir con rectitud de intención: para amar a
Jesucristo por encima de todo y de todos, por espíritu de devoción, para obtener
gracias espirituales y materiales por el amor que le tenemos a Nuestro Señor.
Cuanto con mejores disposiciones se vaya a comulgar, más bendiciones y gracias se
recibirán.

Al tomar nuestra naturaleza humana, Jesucristo se ha acomodado –por decirlo así–


a nuestro modo de ser. ¿No hacemos así nosotros con nuestros amigos y conocidos,
y en general, con nuestros prójimos? Cuando uno nos ama, nos honra y aprecia con
predilección, nosotros correspondemos a ese amor y atenciones; al que más nos
estima, más lo amamos y estimamos. Lo mismo sucede con la Comunión: cuanto
con más fe, piedad y devoción nos acercamos a comulgar, mejor nos conquistamos
la simpatía, la bondad y la delicadeza del Corazón de Jesucristo. Tal como hacían
los Santos, y como hacen las almas profundamente cristianas, las almas que
quieren a Jesús y Su amor.

- Y son muchísimas estas almas; realmente hay muchos sacerdotes dignos,


que celebran y comulgan diariamente como los Santos.
- Religiosos y religiosas, monjes y monjas realmente piadosos, que
diariamente comulgan como si fueran Ángeles.
- Madres sinceramente piadosas y cristianas.
- Jóvenes de ambos sexos pertenecientes a institutos religiosos y de
familias cristianas, que cada día se acercan a comulgar con las mejores
disposiciones.
Únicamente los veletas, los disipados, los tibios, la gente de poca fe, se acercan a
comulgar con indiferencia, sin reflexión. Estos tales, no necesariamente hacen mal
la Comunión, si no están en pecado mortal, no comulgan mal en este estado;
siempre hacen una obra buena y admirable, como dice el Catecismo, pero se
privan de muchas gracias.

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Los que se privan de muchas gracias
Qué quiere decir:
(…) “Los veletas, los disipados, los tibios, la gente de poca fe, los que se
acercan a comulgar con indiferencia y/o sin reflexión, se privan de muchas
gracias” (…)

Primera comparación:
Dos campesinos trabajan en la misma tierra.
Uno, la trabaja y cultiva con asiduidad, quitando primero las hierbas,
cavándola, rastrillándola; la abona, y con todo cuidado, deposita en ella la
semilla; abre zanjas para el desagüe, pone cercas para que no pasen por
ella y vigila constantemente su campo cultivado.
Otro, por el contrario, la trabaja de cualquier manera, de prisa y de pasada.
¿Quién de los dos recogerá mejores y más abundantes frutos?
El primero, sin duda.

Lo mismo sucede con la Comunión: en conformidad con la disposición que se


lleva y del interés que uno se toma, de la devoción y piedad que se pone, y
en proporción del cuidado con el cual se manifiesta nuestro amor y nuestra
benevolencia a Jesucristo, así mismo se recibirá el provecho y los frutos.

Segunda comparación:
Salen juntos dos, al mercado o de paseo.
Uno, se contenta con andar, respirando aire sano, gozando del sol, mirando
los prados floridos; o si van al mercado, observando la mercancía expuesta y
los escaparates de las tiendas.
Otro, por el contrario, recoge de aquellas flores, hace provisión de los
artículos que más le agradan y que le serán más útiles.
Al volver, ¿cuál de los dos habrá aprovechado mejor el paseo?
Sin duda, el que ha adquirido y llevado a su casa lo bueno que encontró.

Así se comprende enseguida que la Comunión es un tesoro de inapreciable


valor, inagotable bien que se ofrece a todos los cristianos, y del que más
disfruta y se enriquece el que mejor se prepara.

Para sacar frutos y provecho para el alma, la Comunión debe ser devota y
fervorosa. Perseverar en este propósito, hará que la Comunión sea firme y
eficaz. Como enseñan los teólogos, la Comunión obra ex opere operato: por
su propia virtud sobrenatural y divina. La Comunión es el alimento del
alma: si no se come, ésta acabará languideciendo, morirá y caerá en el
pecado, que es la muerte del alma.
El Espíritu Santo hace hablar así al pecador en la Sagrada Escritura:
“Estoy mustio como hierba cortada; mi corazón se encuentra seco como el
heno del prado, porque he dejado de comer pan”. Es decir, sabía que debía
comer el pan que Jesús ha dado para vivir, y por indiferencia, descuido o
razones fútiles, no lo he hecho: esto es el continuo remordimiento de quien
descuida la Comunión, aunque viva sin cometer faltas graves.

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Saber y pensar en Quién se va a recibir
Para comulgar bien, se requieren 3 cosas:
1. Estar en gracia de Dios.
2. Saber a Quién se va a recibir y pensar en Él.
3. Estar en ayunas (una hora antes, recomienda el Nuevo Catecismo; la
tradición antigua recomendaba estar en ayunas desde la medianoche).

Lo más importante es creer y saber en la presencia real de Jesucristo en la


Sagrada Eucaristía. No nos acercamos a besar una reliquia ni a recibir un
sacramental cuando vamos a comulgar: es a Cristo en Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad a Quien recibimos en la Sagrada Hostia. La Sagrada Comunión produce
efectos admirables y lleva a una vida santa.

Mucho cuidado en pisotear el más augusto de los Sacramentos, quien lo haga será
un pobre desgraciado en el momento de dar cuentas al Señor de su vida si no se
arrepiente de ello y no se corrige.

“Fuera los perros”, gritaba San Agustín.


Todo aquel que no respeta la Sagrada Eucaristía, es tratado como un perro
al que hay que echar fuera, porque está cometiendo sacrilegio.

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De Dios nadie se burla
Cuenta la Historia Sagrada:
(Capítulo 1 del Libro de los Reyes)
Al devolver los filisteos, castigados por Dios, el Arca santa tomada de los
Israelitas, ésta se detuvo en el campamento de los betsamitas, que
celebraron con gran fiesta el tenerla entre ellos.
Algunos, por exceso de curiosidad, se acercaron y la abrieron para ver lo
que contenía. Tal falta de respeto, que a nosotros puede parecernos ligera y
sin importancia, costó la vida a más de 50 mil de ellos, que cayeron muertos
en tierra mientras el pueblo gritaba:
“¡Cuán terrible es la presencia
de un Dios tan santo y poderoso!”.

Así es, de Dios nadie se burla.


Si fuésemos hombres de fe, deberíamos prorrumpir en las mismas palabras y
temblar de espanto al acercarnos indignamente a Jesús, que vive en la Santísima
Eucaristía. Pero, ¡cuántos imitadores tienen los betsamitas! Cristianos, que van
alegres y deseosos de ver y recibir a Jesús, pero no hacen lo que deben para
honrarlo como merece. No son capaces de ver las llagas de su alma, están pegados
a la tierra y a sus sentidos, a su egoísmo. Estos cristianos no advierten que,
cometiendo siempre las mismas faltas y teniendo los mismos defectos, sin
enmendarse de ellos, se acercan con excesiva temeridad a aquel tremendo
misterio de que el Arca no era más que una simple imagen: convierten el remedio
en veneno, hallando la muerte en las fuentes mismas de la vida. Este Pan Celestial
no se debe dar a las almas indignas, sea porque estén en pecado o porque no
tienen fe.

Esta semejanza del Arca Santa con la Santísima Eucaristía, es recordada por San
Pablo cuando dice que, en los primeros tiempos de la Iglesia eran castigados
muchos cristianos con enfermedades y hasta con la muerte, como Oza, por haberse
atrevido a abusar en forma indigna de la santidad del Sacramento de la Eucaristía.
Por ello: comulgar cada vez con la mejor disposición, con los mejores sentimientos
de piedad y devoción de que uno sea capaz.

A muchos les basta la fe interna y los esfuerzos que hacen para conservarse en
gracia de Dios. Otros, los suplen con la sencillez del corazón libre de culpas
voluntarias. Los que Jesús detesta son los desgraciados maliciosos, los
indiferentes, los tibios; y más aún, aquellos que pretenden servir a dos señores:
ser cristianos y paganos, creyentes e incrédulos, buenos y malos, castos y
deshonestos; aquellos que, llegado un día, desprendidas las vendas de sus ojos,
cuando acaben los misterios, aparecerán claros y diáfanos por sacrílegos, por haber
comulgado mal, y se llenarán de vergüenza general los que profanaron a
Jesucristo, al Salvador Bondadoso.

Ahora, Jesús se oculta y calla, pero entonces aparecerá con todo el esplendor de
Su Majestad y como juez riguroso, pues quien no se someta a Su misericordia,
obligatoriamente tendrá que someterse a Su justicia.

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Normas para el ayuno eucarístico
 3 horas antes de comulgar, abstenerse de tomar bebidas alcohólicas y
alimentos sólidos.
 Una hora antes, abstenerse de otras bebidas.
 El agua pura no quebranta el ayuno.
 Hasta una hora antes, se puede beber leche, café, gaseosa, té, chocolate o
jugo de frutas; ningún licor.
 Enfermos y ancianos, aunque no guarden cama, pueden tomar bebidas que
no contengan alcohol y todo lo que sea medicina, en forma líquida o sólida,
antes de la Comunión o de la Santa Misa, sin limitaciones de tiempo.
 Para la Misa de Nochebuena, tener cuidado de no comer ni tomar licores
después de las 9pm.
“Exhortamos con instancia a los sacerdotes y a los fieles, a que continúen
observando, siempre que puedan, la antigua y venerable forma del ayuno
eucarístico antes de celebrar la Santa Misa o de comulgar” (Papa Pío XII).

Cuando Jesucristo instituyó la Sagrada Eucaristía (Jueves Santo) distribuyó la


Comunión a los Apóstoles sin estar en ayunas; la Iglesia lo practicó así en el
transcurso de muchos años, haciendo que los niños consumieran las Sagradas
Especies sin hallarse en ayunas; pero más tarde, al originarse los abusos y los
inconvenientes, la misma Iglesia –que obra siempre por inspiración de Dios– ha
creído oportuno, o mejor, se ha visto precisada a establecer el ayuno total (esto es
natural) para todo el que desee comulgar, por lo que nosotros debemos sujetarnos
y obedecer. El que obedece al Papa, es decir, a la Iglesia, obedece a Dios; el que
escucha y obedece a la Iglesia, escucha y obedece a Dios; el que no procede así,
no está con Dios.
Historia real:
Un celoso misionero narró al padre Chiavarino que, un compañero suyo de
misión, conmovido por las instancias de una penitente suya, le permitía
comulgar alguna vez sin estar en ayunas.
Esto lo supo el Obispo, e inmediatamente lo suspendió de confesar por 3
meses, amenazándolo con suspenderlo hasta de celebrar la Santa Misa si
volvía a repetir semejante permiso.
Ni los obispos, que representan a la Iglesia, se doblegan en esta materia.

¿Comulgar 2+ veces el mismo día?


Es una piedad malentendida. Esto es ser una persona de ideas cerradas y
extremistas. Su instrucción es deficiente y quien lo hace no tiene sentido común.
Es un desorden muy grave. No se permite comulgar 2 veces el mismo día, porque
después de la Comunión, que es verdadera comida, se quebranta ya el ayuno.
Únicamente, el caso de que, habiendo comulgado por la mañana sobrevenga un
peligro de muerte durante el día, en este caso se puede volver a comulgar como
Viático2.

2Viático (Enciclopedia Católica): cuando se administra la Comunión a personas en peligro de muerte, y


probablemente la reciben por última vez, se llama viático.

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Ni excesiva tolerancia ni demasiada exigencia
Hacemos mal cuando pensamos que quien se acerca a comulgar distraído o de
prisa, disipado, con poca modestia, hasta poco decentemente vestido, y a veces
con una conducta que deja algo que desear, que no comulgue o que no lo haga
diariamente.
Hacemos mal pensando de esta manera porque, aunque es posible que personas
como éste hombre tengan muchos defectos, también es cierto que no están
cometiendo faltas graves; y, no cometiendo pecados graves, siempre pueden y son
dignos de comulgar, no sólo de cuando en cuando, sino con frecuencia. Porque el
que está preparado para comulgar de tanto en tanto, puede también comulgar
cada día.
No hay que ser demasiado exigentes.
Ni más exigentes que la Santa Madre Iglesia, ni más papistas que el Papa.
La excesiva exigencia aleja a muchas almas.
Y este alejamiento, hace que la gracia de Dios disminuya, de lo cual se facilita la
caída en el pecado mortal.
Jesucristo dijo: “No necesitan los santos de médico, sino los enfermos”.
Por lo tanto, éstos que se acercan a comulgar en circunstancias imperfectas a la
vista de todos, son enfermos con derecho a recibir la Sagrada Comunión, o sea,
con derecho a acercarse a Jesucristo, que vino para ellos, para curarlos y sanarlos.

¿Y si no sanan nunca?
Paciencia. Si no llegan a sanar, siempre serán los enfermos predilectos de Jesús,
los predilectos de los bondadosos cuidados de Su compasión infinita, de la que
ninguno debe alejarnos jamás.
Son enfermos crónicos aquellos que así se comportan.
Pero los médicos NUNCA rehúsan a los enfermos crónicos.
No pueden deshacerse de ellos o dejarlos sin curar.
Al contrario, esta clase de enfermos requiere más cuidados y más miramientos.
Por lo tanto, no hay que ser demasiado exigentes.

Aquellos que abusan y se acercan a Comulgar con modales estudiados y formas


extrañas, vestidos raros y raras maneras, no reciben la Comunión de algunos
sacerdotes que pasan disimuladamente de largo y con cierta prudencia a su lado.
No se quejarán, porque el sacerdote es el ministro de los Sacramentos y su tutor.
Si él admite, tolera, consiente, fomenta los abusos, es responsable ante Dios,
delante de la Iglesia y de sus superiores. Así que, deben tener pies de plomo y
mano de hierro, firmes sin ceder.
La excesiva tolerancia lo estropea todo, y acarrea escándalos y abusos sin fin.

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El Cuerpo del Señor no debe darse a los perros
Santo Tomás lo afirma categóricamente, en el Himno que compuso al Santísimo
Sacramento del Altar.
Historia de San Ambrosio, Arzobispo de Milán y Doctor de la Iglesia:
Había prohibido entrar en la iglesia al emperador Teodosio, por haber
cometido una falta grave.
El emperador le dijo:
 También el rey David fue adúltero y cometió homicidio.
San Ambrosio le contestó:
 Desde luego, pero si has imitado a David en el pecado, imítale
también en la penitencia, ¡fuera de aquí!

Ante la firmeza y entereza del Santo, Teodosio recapacitó y se sometió a


cumplir la penitencia pública que le impuso San Ambrosio, logrando así
volver a comulgar y entrar libremente en la iglesia.

Hombre de temple, sin temores ni titubeos ante nadie, ni siquiera ante el


poder de un alto emperador. Verdadero santo.
¡Cuánto menos se abusaría y cuánto ganaría la piadosa costumbre de la
Comunión frecuente, si se multiplicasen estos hombres que defienden la
dignidad del Cuerpo de Cristo, aunque sólo fuera por la reverencia debida a
tan gran Sacramento!

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Fe y amor
Estas son las disposiciones para comulgar bien.
Las que llevan a aprovechar las gracias y los tesoros extraordinarios y admirables
que encierra este augusto Sacramento, tan precioso y tan divino.

Nunca debemos acercarnos a comulgar como autómatas, con frialdad, apatía o


indiferencia. Sólo con devoción, fervorosos, rebosantes de fe y de grande amor.
Recuerda: este Sacramento es el Misterium Fidei, el Misterio de Fe por excelencia.
Sí, es misterio de fe porque creemos en él, en contra de nuestros sentidos que no
ven en la Hostia blanca y pura más que pan, y en el cáliz otra cosa que vino,
sintiendo el sabor, color y tacto del pan y del vino.

Pero si, efectivamente y con la mayor firmeza, creemos que en la Santísima


Eucaristía está presente real y verdaderamente Jesucristo, verdadero Dios con Su
Cuerpo y Su Sangre, Su Alma y Divinidad, y creemos que al comulgar recibimos en
verdad a este Dios, que entra en nosotros y se hace Uno con nosotros, ¿qué
sentimientos y afectos debemos llevar, tener y sentir? ¿Qué alegría no
experimentaremos? ¿Qué esperanzas de consuelo, amor y protección no
tendremos?

¿Cuál debe ser, entonces, la profundidad de nuestra voluntad y de nuestra


devoción al recibirlo? ¿Con qué anhelo debemos suspirar, sólo por amor, no por
temor, por Él, invocándolo, suplicándole y dándole gracias?

San Felipe Neri:


Empleaba el mayor tiempo posible para la celebración de la Santa Misa y
para dar gracias.
Frecuentemente despedía al monaguillo después de la Consagración con
estas palabras:
 Vete, ya volverás dentro de una o dos horas, cuando yo te llame.
Entretanto, se comunicaba con Jesús Hostia viviente en el altar, por largo
tiempo y en íntima conversación, como con un amigo, con su amigo más
entrañable y añorado.

Muchos Santos:
Celebrando la Santa Misa, en el momento de la Consagración y de la
Comunión, veían y sentían visiblemente a Jesucristo, Beato Juan de Ribera,
Beato Eymard, San José Cottolengo, San Juan Bosco. Sin contar los
sacerdotes, muchos como Santa Teresa de Jesús, San Luis Gonzaga, Santo
Domingo Savio, con frecuencia quedaban arrobados, en éxtasis, después de
comulgar; y al volver en sí de este suavísimo sueño, se sentían rebosar de
Jesús y de Sus Divinos consuelos.

¿Quién es capaz de contar el # de almas a las que Jesús se ha manifestado


de esta manera tan sensible y tan real? Habiendo fe y amor, también existe
el milagro.

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Los 4 grados del amor
Santo Tomás de Aquino, serafín de amor:
“Debemos acercarnos a comulgar con el mismo impulso con que se precipita la
abeja sobre la flor para libar del polen, que después convierte en dulcísima miel;
con la misma ansiedad con la que, calenturiento, se lanza uno sobre el agua para
calmar la sed; con la impetuosidad con que el niño se pega al pecho de su madre”.

El amor es un fuego que todo lo abrasa.


Si amáramos de veras a Jesús, desearíamos recibirlo con más ardor y
frecuentaríamos más la Sagrada Comunión.
“El amor no es amado”, decía Santa Teresa derretida en lágrimas.

Para sentir ese amor y esa fe, acostumbrarse, con sumo empeño y esforzando la
buena voluntad. Es cosa también de hacerse siempre niños, considerar la Comunión
como la leche que nos da la vida, el crecimiento, la robustez, la perfección, la
Santificación y la divinización. Como aquel pobre que pide al rico, como el
enfermo que pide salud al médico, como el náufrago que demanda ayuda y
salvación. Nosotros somos los necesitados de siempre, los enfermos de todas las
horas, necesitamos constantemente la Eucaristía –tesoro inagotable, medicina,
divino bálsamo-. Nuestras Comuniones fructifican y son muy agradables a
Jesucristo, son tal como Jesucristo las quiere y como deben ser siempre:
OBRADORAS DE MILAGROS.

Este amor que debemos a Jesucristo, necesita manifestarse y completarse de 4


maneras:

1. CON LA PRESENCIA DEL AMADO


2. ENTREGÁNDOSE AL AMADO
3. UNIÉNDOSE A LA PERSONA AMADA
4. SACRIFICÁNDOSE POR LA PERSONA AMADA

Quisiera estar siempre en tu compañía.


Quiero ser siempre tuyo.
Quiero hacer siempre lo que tú quieres.
Quiero morir por ti.
Esas son las expresiones que usa Jesucristo con nosotros.
Las pronuncia con los labios y las ratifica con las obras en el Santísimo
Sacramento.

¿Qué ha hecho y qué hace constantemente Jesucristo en la Eucaristía?


Está con nosotros día y noche, en nuestras iglesias.
Se entrega por completo a nosotros: Su Cuerpo, Su Sangre, Su Alma y Su Divinidad.
Quiere ser todo, absolutamente todo nuestro.
Quiere estar constantemente a nuestra disposición.
Se une íntimamente a nosotros y se hace una sola cosa con nosotros en la Santa
Comunión.
PRESENCIA + ENTREGA + UNIÓN + SACRIFICIO.

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Todos los días renueva en la Santa Misa el sacrificio que hizo por nosotros en la
Cruz. Así es como Él completa y perfecciona Su Amor para con nosotros.

Entonces:
Si Jesucristo ha instituido la Santísima Eucaristía para completar y perfeccionar Su
Amor para con nosotros, nosotros debemos hacer lo mismo por Él, si en verdad le
amamos.
En primer lugar, debemos DESEAR SU COMPAÑÍA.
Y después, ACOMPAÑARLE DE VERAS, quedándonos el mayor tiempo posible en la
Iglesia, desde donde nos llama y en donde nos espera con VERDADERA ANSIEDAD.
“Venid a Mí todos, porque mis mayores delicias consisten en estar con los
hijos de los hombres”.

San Juan María Vianney, Santo Cura de Ars, contemplaba un día a un


campesino sencillo que, con la mirada clavada en el Sagrario, pasaba largas
horas en la iglesia.
Le preguntó qué era lo que hacía allí tanto tiempo, y el campesino le
contestó con la mayor sencillez:
 Miro yo a Jesús y Él me mira a mí, y los dos quedamos satisfechos.
Dichosos nosotros si llegamos a contentar a Jesucristo, que pide nuestra
correspondencia a Su Amor. Darle gusto, estando en Su compañía. Mirarle,
sin más preocupación ni ocupación. Él nos mirará, satisfecho del mutuo
amor. Es ésta la mejor forma de prepararse para comulgar y dar gracias, y
también será el mejor medio de santificarnos.

El venerable Siervo de Dios Andrés Beltrami, sacerdote salesiano, después


de una larga enfermedad que había agotado sus fuerzas, pidió una
habitación con una ventana que miraba a la capilla y desde ella pasaba las
horas del día y de la noche mirando a Jesús, hablando con Él, suspirando de
tal manera, que todo el día y gran parte de la noche hacía la guardia a
Jesús, quien le daba las fuerzas para sufrir y callar, para sufrir y sonreír en
el dolor, para tener pena y cantar sintiéndose en realidad feliz con su
suerte, a pesar de su continua inmolación e incesante martirio.
Se santificó, por supuesto, y dentro de poco será elevado a los altares.

Debemos corresponder mutuamente al don preciosísimo de Sí mismo que Jesucristo


nos ha hecho, y que continuamente nos hace.
Ofrecerle cada vez que vayamos a Su encuentro –y sobre todo, cuando Lo
recibamos en la Sagrada Comunión- nuestra mente, nuestras buenas obras y todo
lo nuestro: flores, luces, adornos y encajes, para Su altar; y limosnas para Sus
pobres. Así hicieron los primeros cristianos y todos los verdaderos amigos de Jesús.
La Eucaristía es el todo: es Dios con nosotros.

Padre Turní, fundador de la Congregación del Sagrado Corazón:


Me uniré a Vos, oh Jesús, con una fe más viva.
Me uniré a Vos, oh Jesús, con mayor esperanza.
Me uniré a Vos, oh Jesús, con mayor caridad.
Me uniré a Vos, oh Jesús, con mayor frecuencia.

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Y cada día, oh Jesús, me uniré a Vos.
Y también a costa de grandes sacrificios, oh Jesús, a Vos me uniré.

Jaculatorias del padre Chiavarino:


Por Vos, oh Jesús, sacrificaré el placer de los sentidos.
Por Vos, oh Jesús, sacrificaré los halagos del mundo.
Por Vos, oh Jesús, sacrificaré las comodidades y el orgullo de esta vida.
Por Vos, oh Jesús, sacrificaré todo lo que sea pecado.
Por Vos, oh Jesús, sacrificaré todo lo que me induzca a pecar.

Efectos de la Comunión frecuente


(Catecismo) La Santísima Eucaristía:
1. Conserva y aumenta la vida del alma, así como el alimento
material conserva y aumenta la vida del cuerpo.
2. Borra los pecados veniales y preserva de los mortales.
3. Nos une a Jesucristo y nos hace semejantes a Él.
Para estar convencidos de que la Sagrada Comunión conserva y aumenta la vida
del alma, es preciso estar convencidos de que la Comunión no es una devoción
cualquiera, sino que es UN SACRAMENTO:

 Muchos se acercan a comulgar únicamente para conseguir una gracia


o para hacer un acto ordinario de devoción.
 La Comunión no está instituida para esto, aunque pueda conseguirlo,
pues es la práctica más importante de devoción.
 La Comunión tiene la finalidad más sublime: su fin principal y su
efecto es conservar en nosotros la gracia, que es la vida del alma.
 La vida del alma es lo más precioso del mundo, y si para conservar la
vida del cuerpo comemos, tomamos medicinas, soportamos fatigas y
sudores, operaciones peligrosas, aún debemos estar mejor dispuestos
para asegurar la vida del alma.
Jesucristo murió en la Cruz por nosotros, para darnos la vida, y se ha quedado en
la Eucaristía con el fin expreso y exclusivo de aumentar en nosotros esta vida
espiritual, desarrollando más y más y haciéndonos progresar en la virtud.

“Vine para que tengan vida, y vida abundante” (robusta, llena de


vigor, capaz de luchar y resistir a todos los halagos del mundo, de la
carne y del demonio).
La Comunión bien hecha borra los pecados veniales y preserva de los pecados
mortales:

 La Sagrada Comunión es medicina que sana.


 La Sagrada Comunión es fuego que abrasa y purifica.

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 La Sagrada Comunión es como el hierro y como el fuego del médico,
que quema y hace desaparecer las llagas del alma, quitándole todas
las manchas.
 Nuestra alma se vuelve cada vez más hermosa y limpia, encontrando
Jesús Sus delicias en comunicarnos Sus gracias especiales, por la
Comunión frecuente, ojalá diaria.
 Así como lavamos diariamente nuestro cuerpo en el baño, debemos
lavar diariamente nuestra alma en la Sagrada Comunión.
La Sagrada Comunión preserva de los pecados mortales de 2 maneras:

 Internamente / nutriendo y robusteciendo nuestra alma hasta hacerla


casi invulnerable al pecado mortal.
 Externamente / poniéndonos a salvo de las acechanzas de los muchos
enemigos espirituales que tenemos en los demonios, infundiéndoles
respeto y temor.

La Comunión nos preserva de los pecados, aumenta la gracia en nosotros, nos pone
alerta ante las tentaciones, nos aparta del deseo y de las tretas del Maligno, pero
no nos fuerza ni nos quita el libre albedrió que nos dio Nuestro Señor. San Agustín
nos dice que “Dios, que nos ha creado sin nosotros, no nos salvará sin nosotros”.

La Comunión nos hace conocer mejor el mal que nos domina: castiga, remueve y
obstaculiza el camino del pecado, pero no suprime la libertad del hombre.
La Comunión nos rocía con la Sangre Preciosa de Jesucristo, verdadero Cordero
Pascual, y el ángel de la tentación que es el demonio, no se atreve a entrar ni a
dar muerte al alma con el pecado.

Si en las luchas espirituales queremos llegar a ser invulnerables, habituémonos a


comer todos los días la Carne Purísima de Jesús y a beber Su Sacratísima Sangre.
La Comunión, es verdad, no nos hace impecables, pero nos preserva del pecado:
preservar quiere decir que, obra de tal manera, da tanta gracia, que nos hace
resistir el mal para no caer en pecado; y si alguna vez tenemos la desgracia de
caer, nos da fuerza para arrepentirnos enseguida y confesarnos.

La Sagrada Comunión bien hecha nos une a Jesucristo y nos hace semejantes a
Él:

 Nos une a Jesucristo no solamente como acercamiento y en forma de


abrazo, sino TRANSFORMÁNDONOS.
 Según Santo Tomás, en este Sacramento se efectúan 2
transformaciones: la del Pan en el Cuerpo de Jesucristo y la de
nosotros en Jesucristo.
 Con la Comunión frecuente y bien hecha, nos transformamos
verdaderamente, poco a poco, en Jesucristo: nos hacemos
semejantes a Él.

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Dios nos creó a Su Semejanza, para que Le amáramos con más facilidad, ya que la
semejanza engendra el amor. Perdida esta semejanza por el pecado, Jesucristo
quiso darnos el remedio con el Sacramento de la Eucaristía.

Las personas pueden asemejarse de 3 maneras:

 Por la fisonomía.
 Por el carácter.
 Por las acciones.
La Comunión nos une a Jesucristo y nos asemeja a Él de estas 3 maneras:

 En cuanto a la fisonomía, hace nuestra alma hermosa y


resplandeciente: el alma sumergida en la Sangre de Jesucristo queda
toda limpia con el brillo de Dios y resplandeciente con la belleza de
que están adornados los Santos en la gloria. Esta hermosura, que
debería ser solamente interna, la vemos muchas veces aparecer
también en el exterior: los Santos recibían aquel aspecto casi
celestial (San Francisco de Asís, Santa Clara de Asís, San Camilo de
Lelis, San Vicente de Paúl, Santa Teresita del Niño Jesús, San
Francisco de Sales, Santa Gemma Galgani, el Santo Cura de Ars); sus
semblantes –según testigos- imponían respeto y veneración, como si
fueran bienaventurados. Eran afables, amorosos, serenos.

 La Sagrada Comunión nos hace semejantes a Jesucristo por el


carácter: ¿cuál era el carácter de Jesús? Todo dulce, humilde,
misericordioso, como Él mismo lo dice en el Santo Evangelio…
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. En general,
el carácter de las personas con quienes se vive y con quienes se tiene
más relación, se hereda y hasta se copia, ¡qué mayor relación puede
haber que la de Jesucristo con nosotros en la Sagrada Comunión!

 La Sagrada Comunión nos hace semejantes a Jesucristo hasta en las


acciones: ¿qué hizo Jesucristo en la Tierra? Continuas obras de
misericordia, de celo, de mortificación y de sacrificio por los demás.
¿Qué hacen las almas que frecuentan la Sagrada Comunión? Están en
los asilos, los hospitales, las cárceles, las parroquias en labor pastoral
y asistencial, las misiones, la educación, la salud…

Comulgad bien, porque la Comunión bien hecha nos pone en íntima relación
con María Santísima:

 San Bernardo, Doctor de la Iglesia, gran devoto de la Santísima Virgen


María, lo afirma: “No puede haber verdadera devoción a la Santísima
Virgen María si no va acompañada de una verdadera devoción al
Santísimo Sacramento y no está fundamentada en Él”.

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 Entre La Santísima Virgen y El Santísimo Sacramento existe una
relación íntima y triple: en la Eucaristía existe una relación íntima
entre la carne de María y la de Jesucristo, al formarse Él en ella por
obra y gracia del Espíritu Santo. Como dice San Agustín, la carne de
Jesucristo es carne de María, y el Salvador nos da esta carne de
María como alimento de nuestra vida. Por lo tanto, comiendo la
Eucaristía, establecemos una íntima unión también con María
Santísima.

 Existe una íntima relación de María con Jesucristo por la vida


eucarística misma, o sea por el deseo y hambre que siente de Jesús.
El mismo deseo, la misma sed y la misma hambre que deberíamos
sentir todos los verdaderos cristianos devotos de María.

 María Santísima nos muestra su íntima unión con Jesús en la


Eucaristía, por la misión que ejerce de conducir a las almas a Jesús
Sacramentado. La Madre de Dios es la que media entre Él y nosotros,
y ningún medio más seguro que la Eucaristía para unirnos a Dios. Ella
cumple con esta misión divina, llamando y llevando a sus devotos a
Jesús por la Sagrada Comunión, excitando en todos el fervor y anhelo
vehemente de recibirlo.
La Comunión bien hecha nos pone en estrechísima relación con los Misterios del
Santo Rosario:

 En cada uno de los Misterios está Jesús y luego Jesucristo.


 En los Misterios Gozosos, renovamos nuestra fe, comprobamos cómo
nos ennoblece la Sagrada Comunión al recibir al mismo Jesucristo que
bajó al seno de María, contemplamos la caridad y el servicio de María
y de Jesús, entendemos y aceptamos que compartimos el destino del
rechazo y la persecución que sufrieron Nuestro Señor y Nuestra
Señora, aprendemos de la pobreza y de la humildad a vivir pobre y
humildemente.
 En los Misterios Dolorosos y Gloriosos, recordamos enseguida el
supremo esfuerzo del sacrificio de Jesús y valoramos el precio de
nuestra redención, y del sacrificio y el valor de María, comprendemos
que Jesús sigue sufriendo por las profanaciones y los sacrilegios,
contemplamos las ofensas que recibió y que nosotros estamos
dispuestos a recibir en desagravio y reparación. Contemplamos con
dolor cuán pocos eran los que estaban recogidos, conmovidos y
llorando al pie de la Cruz, como sigue sucediendo hoy en día.

Comulgad bien, porque la Comunión bien hecha es la más grande ayuda para las
benditas almas del Purgatorio:

 En el Purgatorio, existe siempre el fuego para purificar el oro que ha


de brillar en el Cielo.

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 Nada son todas las penas del mundo comparadas con las del
Purgatorio.

 Las almas del Purgatorio no pueden valerse por sí mismas, y no


pueden orar por ellas mismas: esperan nuestra ayuda.

 No pueden acudir al Cielo, porque se acabó para ellas el tiempo de la


Misericordia; tampoco pueden acudir a sus compañeras del
Purgatorio, porque todas se encuentran en la misma situación.

 Únicamente les llega nuestro socorro, y por eso se encomiendan a


nosotros, que podemos aliviar sus penas y su triste situación, y
librarlas.

 El Catecismo nos dice que podemos ayudar a las benditas almas del
Purgatorio con oraciones, con ayunos, con limosnas, con indulgencia,
y sobre todo, con el Santo Sacrificio de la Misa; en forma más fácil y
eficaz, con el piadoso ejercicio de la Comunión diaria bien hecha.

 La Comunión es el complemento natural de la Misa, con la Comunión


se destruye y consume la Víctima divina del Sacrificio Santo. Al
comulgar, nosotros somos co-celebrantes de la Santa Misa, por lo
tanto, podemos disponer de la parte que nos toca en la aplicación
que va unida al valor de la Misa oída en sufragio de las almas del
Purgatorio.

 El que comulga puede disponer de un valor de méritos doble, que


aquel que solamente dispone de los de la Misa.

Santa Teresa asegura que, después de la Sagrada Comunión, Jesucristo se


sienta en nosotros como en un trono de gracia, y nos dice:
“¿Qué favores quieres de mí?”.

Si nosotros respondemos a esta petición diciendo:


“Que la luz perpetua brille para las benditas almas del
Purgatorio, mi Amado y Bondadoso Jesús”,
Él no dejará de oírnos, y aún sin quererlo, se vería obligado a hacerlo, ya que
aquellas almas Le son muy queridas, y una sola gota de Su Divina Sangre sería
suficiente para cerrar el Purgatorio.

El Papa Pío X concedió a los que comulgan diariamente, o al menos 5 veces a la


semana:
Que se puedan lucrar todas las indulgencias, plenarias y
parciales, aún sin confesar ni semanalmente ni mensualmente,
siendo suficiente para ellos EL ESTADO DE GRACIA HABITUAL. Así,
quien comulga diariamente puede ayudar a librar a las almas del
Purgatorio mediante esta práctica frecuente.

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