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Ana Paula Penchaszadeh, Política y hospitalidad.

Disquisiciones urgentes sobre la


figura del extranjero. Buenos Aires, Eudeba, 2014, 284 pp.

Este libro recorre el pensamiento de Jacques Derrida acerca de la hospitalidad desde una
reflexión sobre la problemática del extranjero, considerado no solamente desde la
exclusión, sino desde el desborde del andamiaje teórico que ha pensado a este último desde
la identidad y la simetría. El extranjero es un extraño que “se mantiene en una relación de
libertad y sospecha constantes” (26). De este modo, el libro aborda cinco cuestiones que
anidan la hospitalidad desde una mirada deconstructiva: el don, la soberanía, la lengua, el
vínculo nacimiento/muerte y la democracia.
El don ya no es entendido desde el punto de vista del intercambio: este último propone un
vínculo estrecho entre identidad, reciprocidad y reconocimiento. Frente a ello, el don no
pertenece a la esfera del cálculo económico del sujeto, sino al acontecimiento y, por tanto, a
lo que Derrida señala como lo imposible. “Es un recibir como transgresión: el otro que
irrumpe no es jamás el sujeto esperado, es singularidad incalculable y acontecimiento que
viene a romper con el oikos y el nomos.” (53) El extranjero como transgresor de la ley borra
las fronteras tranquilizadoras del hogar propio y de la comunidad. El don es el
desbordamiento del círculo que trae lo otro en un movimiento desapropiante y, en este
sentido, es el phármakon del darse del otro: el regalo inanticipable y el veneno de la
contaminación.
“¿Qué extraño vínculo se teje entre lengua/colonialismo/heteronomía, por un lado, y
lengua/soberanía/independencia/autonomía, por el otro?” (66). A la luz de esta pregunta,
Penschaszadeh analiza la temática de la lengua nacional a partir de los debates presentes en
la Cámara de Diputados de la Nación Argentina durante los años 1894 y 1896. Desde la
óptica de la hospitalidad, el inmigrante se encuentra desde su inicio envuelto en la acogida
asimilatoria que hace del nuevo territorio un hogar, bajo el precio de ciertas condiciones:
observar la ley, abrazar la lengua y asumir esa nueva identidad que lo hospeda bajo el signo
nacional. Sin embargo, con la llegada del extranjero, los umbrales comienzan a
desestebilizarse: aún cuando se refuercen las fronteras y los procesos de construcción
identitaria, ese otro que viene contamina el hogar. Y es allí donde la hospitalidad acontece.
El capítulo II, consagrado a la temática de la soberanía y la hospitalidad, es el núcleo
teórico de este libro, dado que “la soberanía constituye el principal límite a la hospitalidad”
(79), en la medida en que toda comunidad política se conforma de manera sacrificial, esto
es, en la exclusión del otro. El recorrido realizado por autores centrales de la teoría política
moderna y contemporánea, tales como Hobbes, Rousseau y Schmitt, entre otros, permiten a
la autora delinear una genealogía de la idea de Estado soberano desde una lógica de la
oposición, que hace del extranjero “uno de los arcanos centrales de la soberanía”.
Asimismo, desde la teoría social, autores como Simmel permiten vislumbrar desde esta
matriz sacrificial el vínculo productivo entre conservación y sacrificio y, con ello,
considerar “la figura del extranjero, como límite [que] invita a pensar las condiciones no-
incluyentes de toda inclusión, de toda sociedad” (93).
En el intento de repolitización de la noción de hospitalidad a la luz de estas problemáticas
y, en este sentido, en vistas intentar responder a la pregunta por un derecho de hospitalidad,
Penchaszadeh sostiene de manera acertada la importancia de examinar el legado kantiano,
esto es, la idea de la hospitalidad como derecho humano universal. La autora señala que las
nociones de justicia como la de hospitalidad derrideanas encuentran una continuidad con el
concepto de dignidad de Kant: “La singularidad humana pensada desde la incalculabilidad
propia de un ser que es fin en sí mismo es una idea que Derrida toma de Kant” (97). La
hospitalidad kantiana, no obstante, sería una hospitalidad de la invitación, un derecho
condicionado, pensada bajo el esquema del cosmopolitismo de los estados nación y de un
derecho a recibir, antes que un derecho a ser recibido. Cabe destacar en este punto que si
bien es cierto que Penchaszadeh analiza la temática del otro exclusivamente bajo el prisma
de la problemática del extranjero, del lugar del extranjero en la economía de la
identidad/diferencia, suena extraña la filiación establecida a la luz del rechazo derrideano
frente al humanismo. La temática kantiana de la dignidad todavía responde al otro humano
y a cierta concepción del derecho natural, dejando fuera de toda consideración del otro
como radicalmente otro. Más aún ¿.cuál es la humanidad en juego en esta caracterización?
En este sentido, pareciera que la filiación de este pensamiento de la dignidad humana
estaría quizás más cerca de Levinas, de su pensamiento de la heteronomía, que de la
radicalidad derrideana del otro. La siguiente cita parece iluminar esta sospecha: “Para
Derrida se trata de pensar de otra manera el ‘yo puedo’ a través de la figura del
acontecimiento, como aquello que no puede ser anticipado ni calculado: como apertura a la
singularidad del Otro en tanto una estructura ineluctablemente hospitalaria del hombre,
ética antes que ontológica.” (107) Por otra parte, las nociones de hospitalidad, justicia y
democracia por venir, entre otras, que han sido interpretadas por diversos autores bajo la
estela de la conceptualización kantiana de la idea regulativa, han brindando, de este modo,
una lectura idealista del autor de la deconstrucción. Respecto de esta asociación, Derrida
rechaza esta lectura en textos como Canallas o “Marx es hijos” a la luz de una lectura del
“aquí y ahora” del acontecimiento de la deconstrucción, de la carne del espectro y su
inyunción que, lejos de ser el final de una teleología infinita del espíritu o la utopía de una
justicia nunca por llegar, dislocan en presente y sus condiciones de posibilidad.
Penchaszadeh, no obstante, aborda esta problemática y se pregunta si “cabe plantearse si un
énfasis en la hospitalidad como derecho humano universal no entraña en sí mismo, en su
aplicación, un gran peligro, al emancipe a los hombres de las determinaciones
espaciotemporales que hacen de la vida-con-otros algo efectivo y concreto” (96).
Evidentemente, el formalismo del concepto universalista de humanidad sólo puede ir en
detrimento de la diferencia en la autoposición de una ipseidad que sólo arroja una lógica de
los primeros, esto es, de la soberanía. Desde la pregunta abierta por el legado kantiano, la
autora plantea hacia el final del capítulo y en consonancia con la temática del don la
posibilidad de pensar a la hospitalidad absoluta derrideana como un “cosmopolitismo sin
condiciones”. Si bien no hay una respuesta puramente afirmativa a tal filiación, no obstante,
aparece aquí una lectura del otro espectral que permitiría desandar el blindaje del autós
propio de la soberanía, en la contaminación constante de aquello otro que “constituye y
acecha a la identidad desde adentro, de forma intermedia” y, por tanto, siempre cuestionada
por la incondicionalidad, es decir, siempre ya en deconstrucción.
El capítulo consagrado a la problemática de la soberanía culmina con un excurso que
analiza la historia nacional a la luz de una divisoria en la figura del extranjero sumamente
interesante: si el extranjero representa, en primer término, aquel que migra a un país al que
no pertenece ni por nacimiento ni por otro tipo de lazos, como el de la sangre, habría otro
tipo de extranjeros, a saber, aquellos que ya se encuentran en un territorio pero que son
considerados como ajenos al proyecto nacional y político que ese estado persigue. En este
sentido, la ley Avellaneda parece haber sido la apertura más grande hacia el primer tipo de
extranjeros, los extranjeros externos, que Argentina tuviera durante en el siglo pasado. En
paralelo a ello, y como consecuencia de una mirada discriminatoria de la constitución del
ser nacional, la “Campaña del Desierto” constituyó la delimitación de un extranjero-
enemigo interno hoy llamamos los “pueblos originarios”. Sin nombrarlo, ese enemigo fue
aniquilado y el desierto fue, antes que nada “producción de desierto”.
Entre la vida y la muerte, la tematización de la hospitalidad aparece en el análisis de
Penchaszadeh junto a la cercanía de las reflexiones de Hannah Arendt, dado que “tanto para
Derrida como para Arendt la estructura del mundo en el cual irrumpimos como extranjeros
al nacer, vivir y morir es hospitalaria” (127). En el caso de Arendt, es la vida la que abre lo
público y la pluralidad. En el caso de Derrida, es la muerte y lo secreto aquello que va más
allá del logos, de la comprensión y de todo pacto, porque es desde la finitud que el
pensador franco-argelino cuestiona la lógica de la autonomía y del dominio.
En el recorrido histórico del philós como ese deber de hospitalidad hacia el xenós (el
huésped extranjero) y el rechazo al héteros (el bárbaro, lo radicalmente otro) atraviesa la
última parte del libro de Penchaszadeh. La idea de amor o amistad que Derrida desarrolla
en Políticas de la amistad desde la influencia nietzscheana del amor al lejano abre las
puertas hacia una amistad desproporcionada, del reconocimiento sin conocimiento, allí
donde el otro ingresa (irrumpe) revelando la propia casa (y la polis) como no propia. En la
ruptura de la reciprocidad – como señalábamos previamente, a propósito del don – y de
toda igualdad o intento de igualación, más precisamente, en el terreno de lo incalculable
surge la problemática del ser-con-otrxs. La democracia por venir como promesa de
emancipación que no se confina jamás a una cristalización particular es la que colisiona
cada vez las formas históricamente consolidadas, produciendo el contacto no dialéctico
entre lo incondicional y lo condicional. Este extraño contacto es el que permite “repensar
las fronteras de la democracia” (195), en el rechazo de todo intento de totalización o
totalitarismo y con ello, un mundo más justo.
El libro cierra con un análisis de la figura del refugiado, en un abordaje que comprende los
aspectos jurídicos e institucionales y que pretende poner en cuestión “el fenómeno de la
detención de extranjeros en nombre de la hospitalidad y la democracia como principios
incondicionales” (223). En este sentido, la propuesta de Penchaszadeh avanza hacia una
crítica de la axiomática del derecho internacional y de su lógica sacrificial.

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