Entonces, ¿qué fue lo que nosotros, los miembros de la Comisión Especial sobre
Hermenéutica y Ordenación, aprendimos en nuestros dos años de estudio? ¡Mucho, y de muchas
maneras! Unas cortas reflexiones condensan nuestros hallazgos.
Nuestros hallazgos
El ministerio en la Biblia
Después de la Caída, el culto quedó a cargo de los patriarcas, que eran los líderes de las
familias. En el Exodo, Dios declaró que su pueblo guardador del pacto debería ser un “reino de
sacerdotes” (Ex 19:5-6). También designó a los líderes religiosos para la iglesia de la nación:
sacerdotes masculinos, físicamente perfectos, descendientes de Aarón. En el Nuevo Testamento,
el sacerdocio levítico desaparece y se presenta a Jesús como el Sumo Sacerdote celestial, y todos
los cristianos forman parte del real sacerdocio de creyentes. El ministerio ya no está en manos de
unos pocos, pero hay líderes. Los dones del Espíritu permiten a quienes los reciben –sin importar
su raza, sexo o edad– ministrar a la iglesia y llevar las buenas nuevas de salvación a todo el
mundo.
La ordenación
Aunque la palabra no se usa en la Biblia, existían ceremonias para marcar la posesión del
cargo. En el Antiguo Testamento, reyes y sacerdotes recibían la imposición de manos en señal de
que cumplían tareas específicas. En el libro de los Hechos y algunas epístolas, los fieles colo-
caban sus manos sobre los apóstoles, ancianos y diáconos en preparación para sus ministerios
específicos. En el transcurso de tres siglos, el modelo cambió y la ordenación de los líderes de la
iglesia la realizaban quienes estaban en las posiciones superiores dentro de la jerarquía de la
iglesia; con el tiempo esta doctrina llegó a conocerse como la “sucesión apostólica”. A mediados
del siglo diecinueve, el adventismo pragmático adoptó en gran medida grado los patrones de
ordenación de las iglesias de las cuales provenían sus líderes. Elena de White veía la ordenación
como una ceremonia por medio de la cual la iglesia reconocía los dones del Espíritu Santo pero
no agregaba una “gracia adicional”. Ella proponía la ordenación para diferentes tipos de
ministros, tanto obreros como laicos, incluyendo a mujeres que dedicarían tiempo a la visitación
de los hogares. Un enfoque bíblico y adventista de la ordenación considera la ceremonia como
un reconocimiento de parte de la iglesia, un apartar para el ministerio, una puerta al servicio y al
liderazgo espiritual antes que a la posición y el prestigio.
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liderazgo desde los primeros tiempos, a pesar de los prejuicios del siglo diecinueve contra esto
actividades. Elena de White apoyó firmemente a las mujeres en el ministerio, y hasta sugirió que
se les pagara del diezmo. A fines del siglo diecinueve, las mujeres eran activas en el liderazgo y
el ministerio de la iglesia. Después de 1915, el número en posiciones de liderazgo decreció
dramáticamente. En el último cuarto del siglo XX, se ha visto un incremento en el número de
mujeres en el ministerio y el liderazgo; la aceptación de estas mujeres no ha sido unánime,
llevando a veces al debate, centrado especialmente en si estas mujeres debieran recibir la
ordenación o no.
Nuestras conclusiones
Por causa del Calvario, hombres y mujeres participan por igual en una nueva creación (2
Co 5:17). Aunque viven en el mundo, no son del mundo (Jn 17:14). En mutua sumisión (Ef 5:21)
y amorosa preferencia por los demás (Flp 2:3), las viejas distinciones –negro y blanco, ricos y
pobres, judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres– ya no valen (Gl 3:28). La única
Cabeza de la iglesia es Cristo el Señor.
En esta nueva comunidad, cada miembro del cuerpo está dotado de manera especial (Ro
12:4-8; 1 Co 12:4-11). Pablo señala que entre estos dones se encuentran profetas, apóstoles y
maestros-pastores. Su función era –y es– equipar a los santos y edificar al cuerpo (Ef 4:11-12), y
ser ministros de la reconciliación (2 Co 5:18-19) a quienes están lejos de Dios, para que lleguen
a ser “ciudadanos” del reino (Ef 2:17-19).
En la iglesia, los hombres y las mujeres son llamados a ejercer juntos y en forma comple-
mentaria sus dones. Aunque hay diferencias innatas entre los hombres y las mujeres, una mujer
llamada y capacitada por Dios para realizar tareas pastorales, cuya labor edifica el cuerpo, debe
ser reconocida como ministro. No hay impedimento bíblico para que una mujer ministre en
cualquier capacidad para la cual ha sido llamada y dotada. Tampoco hay razón bíblica para negar
la ordenación por causa de su género.
Sin embargo, puede ser que la iglesia no se beneficie en todos los países con tener
mujeres como pastoras. “Hágase todo decentemente y con orden” (1 Co 14:40), considerando las
opiniones de “los de afuera” (Col 4:5; 1 Ts 4:12). Sobre todas las cosas, debe tenerse cuidado
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que la tradición no hable más fuerte que la Biblia.
El cambio, aunque difícil, es posible. Lo que sucedió en el Concilio de Jerusalén (Hch
15) es instructivo. En ese momento los creyentes debatieron vigorosa y detenidamente la
conversión de los gentiles sin ser circuncidados primero, como se había requerido para participar
en el pacto del Antiguo Testamento (Gn 17:9-14). Dios mismo había dado esta señal y el hecho
de no haber circuncidado a su hijo casi le costó la vida a Moisés (Ex 4:24). Sin embargo, el
Concilio de Jerusalén decidió no requerir la circuncisión a quienes se convertían a la fe (Hch
15:19). Este cambio de opinión se operó después que Pablo y Bernabé relataron las maravillas
que Dios había realizado entre los gentiles. La frase “pareció bien” aparece en los versículos 22,
25 y 28, para describir el acuerdo de apóstoles, ancianos y creyentes, juntamente con el Espíritu
Santo, sobre la nueva instrucción. Si la circuncisión, basada en un mandato divino, podía ser
cambiada, ¿cuánto más los modelos de ministerio, que carecen de un claro “Así dice el Señor”,
pueden ser modificados para adaptarse a las necesidades de una iglesia en crecimiento?
La Comisión Especial sobre Hermenéutica y Ordenación del Seminario ha tratado de ser
fiel a la Escritura, permitiendo que el Espíritu nos dirija y trabaje en nosotros. Nuestra conclu-
sión es que Mujer y Ministerio, “mujeres en el liderazgo pastoral”, no es una contra-dicción, sino
una manifestación de la gracia de Dios en la iglesia. Vemos nuestro trabajo como una
contribución a un diálogo continuo. Confiamos en que será aceptado como tal.
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P ERFIL DE LOS C OLABORADORES
(Este perfil data de 1998, fecha de publicación del libro en inglés)
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Keith Mattingly, Profesor de Religión.
En 1997 Mattingly escribió su tesis doctoral sobre la imposición de manos. Mattingly enseña
clases de religión para alumnos en las carreras no teológicas. Su pasión es ayudar a que sus
alumnos capten al Dios “real”.
Jerry Moon, Profesor de Historia de la Iglesia y Editor Asociado de AUSS.
Después de 11 años como pastor, Moon regresó a Andrews donde obtuvo su doctorado en historia
de la iglesia, después de lo cual fue invitado a unirse al personal docente. El área de su
especialidad es historia adventista. Moon fue el muy eficiente secretario de la comisión.
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