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TERRITORIO Y SOCIEDAD - T1

Elisa Maria Sastre García

BLOQUE I. Conceptos básicos

Tema 1. Para entender el territorio.

Cuando nos enfrentamos por primera vez a un término como “territorio” o “sociedad” descubrimos que son
muchas y variadas las formas en que hacemos uso de dichos términos.

“Territorio” y “Sociedad” son palabras polisémicas, tienen más de un significado y no todos hacemos uso de ellas
en el mismo sentido o en un mismo contexto.

“Territorio”, por ejemplo, se define por parte de la Real Academia de la Lengua (RAE) como:

1. m. Porción de la superficie terrestre perteneciente a una nación, región, provincia, etc.

2. m. terreno (‖ campo o esfera de acción).

3. m. Circuito o término que comprende una jurisdicción, un cometido oficial u otra función análoga.

4. m. Terreno o lugar concreto, como una cueva, un árbol o un hormiguero, donde vive un determinado
animal, o un grupo de animales relacionados por vínculos de familia, y que es defendido frente a la
invasión de otros congéneres.

Vemos en ese conjunto de acepciones, dos elementos clave, por un lado, el de “porción”, “trozo”, “pedazo” de la
superficie terrestre y, por otro, el de que exista en él un grupo de “animales” relacionados por vínculos de familia
que se defienden frente a la invasión de otros.

¿Podemos aplicar el concepto de “territorio” a los grupos animales? La respuesta es sí. Si alguno ha buscado el
término “territorio” en Wikipedia se habrá encontrado con dos versiones, la que habla de “Territorio” en su
sentido geográfico, político y administrativo (https://es.wikipedia.org/wiki/Territorio) que sin duda es el que nos
interesa, y otra que es la que explica el significado de “Territorio” desde el punto de vista de la etología (ciencia
que estudia el comportamiento de los animales en su medio natural) y la sociobiología. Enseguida enlazamos
con ello.

Si hemos recurrido también al diccionario a buscar el término “​Sociedad​”, nos habremos encontrado con un
conjunto todavía más amplio de acepciones.

sociedad

​ Del lat. ​sociĕtas, -ātis.

1. f. Conjunto de personas, pueblos o naciones que conviven bajo normas comunes. Viven marginados
de la sociedad.

2. f. Agrupación natural o pactada de personas, organizada para cooperar en la consecución de


determinados fines. ​Se ​ darán ayudas a sociedades culturales.

3. f. Agrupación natural de algunos animales. ​Las abejas viven en sociedad.

4. f. Com. Agrupación comercial de carácter legal que cuenta con un capital inicial formado con las
aportaciones de sus miembros.

Cabe destacar aquí en la definición del concepto “sociedad”, el hecho necesario de que debe existir un
“conjunto”, un “grupo”, y de que entre los miembros de ese grupo es necesario “cooperar” para que exista una
sociedad. El término puede utilizarse para referirse a múltiples formas jurídicas, civiles, comerciales (sociedad
anónima, sociedad limitada, sociedad ganancial, sociedad en comandita, sociedad conyugal…).

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Como en el caso de “Territorio”, podemos preguntarnos si sólo la especie humana es social o bien si
compartimos esa característica de agrupación para la cooperación con otros animales. De nuevo la respuesta es
afirmativa.

Wikipedia recoge también de forma muy elemental la distinción. Así, afirma que de las “sociedades animales” se
ocupa de nuevo la etología y de las “sociedades humanas” la sociología. El ejemplo que a todos nos viene a la
cabeza al pensar en “sociedades animales organizadas” es el de una colmena. En ella, cada abeja tiene su
papel en la organización (vid. “colmena”), siendo necesario que cada una se atenga a su papel para que la
colonia de abejas funcione.

Otros insectos, además de las abejas, tienen un alto nivel de organización “social”, como es el caso de las
hormigas, las termitas etc. En otros géneros animales, como el de los vertebrados, existen también
agrupaciones que podemos considera “societarias”, es decir, orientadas a proveer protección, seguridad,
alimento y supervivencia del grupo (rebaño, manada, etc), aunque no podemos dejar de considerar que a
cualquier nivel de la organización biológica (micro o macro) existen asociaciones y agrupaciones que tienen por
finalidad crear una organización que permite el desarrollo de funciones superiores a las que permitiría obtener
una sola célula o individuo de forma aislada.

¿Cuál es la diferencia entre las organizaciones sociales animales y las humanas?

Más allá de su nivel de complejidad, la diferencia fundamental reside en que las sociedades humanas
han desarrollado lo que llamamos “cultura”, de manera que además de los comportamientos innatos
que pueden ser más o menos gregarios, los humanos hemos sido capaces de desarrollar actitudes,
valores, símbolos como resultado de un aprendizaje y hemos sido capaces de transmitirlo a los nuevos
humanos que van entrando a formar parte de nuestro grupo.

Podríamos definir pues la cultura como un «conjunto de saberes, creencias, pautas de conducta, de un
grupo social humano, incluyendo sus medios materiales (vestimenta, tecnología, lenguaje, música, etc.)
que usan sus miembros para comunicarse entre sí y resolver todo tipo de necesidades.»

Pero volvamos de nuevo al concepto de “territorio” aplicado a los humanos y hagámoslo rastreando el
origen del término que se acuño por primera vez en referencia a los animales.

Territorio, entre los animales.

Desde este último punto de vista, la idea de que los animales pudieran tener comportamientos “territoriales”
causó furor en los años 20 del siglo XX. Fue el ornitólogo británico Henry Eliot Howard quien la introdujo por
primera vez en su obra “Territory in Bird Live”2 (1920), aunque fue la ornitóloga estadounidense Margaret Morse
Nice, colaboradora de Konrad Lorenz, quien en la década de 1930 profundizó en la idea. El éxito y expansión
del concepto se debió a un polifacético escrito de divulgación científica elaborado por Robert Ardrey, quien en
1966 publicó The Territorial Imperative: A Personal Inquiry into the Animal Origins of Property and Nations (1966)
. Ardrey exploraba en ese libro la idea de que existe una característica propia de la especie humana en su
conjunto que es consecuencia de la herencia evolutiva y no de ninguna elección, esa característica
consecuencia de la evolución es la “territorialidad”, algo que hoy en día nadie discute pero que en 1966 fue sin
duda novedoso, pues el concepto sólo se había aplicado a las aves en 1920. El imperativo territorial, como
Ardrey le llama, no es más que un solo paso adelante hacia la comprensión de la naturaleza evolutiva del
hombre, una comprensión compatible, por un lado, con las conclusiones revolucionarias de la biología, y por el
otro con nuestra experiencia humana muy antigua. Ardrey define el imperativo territorial como una especie de
“impulso” que lleva a todo ser viviente a conquistar y defender el espacio que necesita para garantizar su
superviviencia Ardrey concluyó en su trabajo sobre el “Instinto territorial” que el hombre delimita fronteras y
límites de propiedad, como evolución del instinto de los animales y de los métodos que utilizan para demarcar
sus propiedades. Una alambrada, un cartel de “Aduana”, una barrera, delimitan una frontera, al igual que una
puerta y unas paredes albergan el contenido de una “propiedad privada”. Según Ardrey, estableciendo límites, el
ser humano, evita conflictos innecesarios y persigue que “su espacio” pase inadvertido ante eventuales intrusos.

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Una minoría de especies, entre ellas algunos peces y mamíferos mantienen territorios con límites bien definidos,
donde viven y encuentran los recursos necesarios para alimentarse y reproducirse. Las estrategias utilizadas por
los animales están claras. Podemos reducirlas a tres:

a) Estrategias ​visuales​, como las ​marcas de garras que dejan los felinos en los árboles o en aves la
presencia del propio dueño.

b) Estrategias de ​exhibición​, con pavoneos y movimientos rituales, que suele presentar colores vivos
para que lo vean desde lejos.

c) Estrategias ​olfativas​, normalmente marcando con ​orina o heces​ los límites del territorio.

Podríamos preguntarnos si la especie humana, de forma similar a sus familiares evolutivos más
cercanos, es también claramente “territorial”.

La historia de los pueblos primitivos, cazadores-recolectores, podría indicarnos que no nacemos territoriales,
sino nómadas. Sin embargo, la amplitud del territorio sobre el que se tiene dominio depende en gran medida de
la disponibilidad de recursos y de la capacidad tecnológica disponible para extraerlos.

Una de las características principales de las sociedades de cazadores y recolectores es su movilidad, movilidad
que se refiere tanto a la ubicación del grupo como al número de personas que componen el grupo según la
época del año. Si los recursos son predecibles y abundantes, el agrupamiento puede ser una macrobanda,
mientras que cuando los recursos escasean, el gran grupo se desmiembra y se reduce al microbandas
equivalentes a familias. Pero puede suceder lo contrario.

Dos ejemplos clásicos de cazadores recolectores ofrecen una agrupación estacional inversa debido a sus
características ambientales locales. Los !kung, también conocidos como Sa, Kung, o bosquimanos , habitantes
del desierto de Kalahari (Namibia, Botswana) se agrupan en macropoblados durante la estación seca, en la que
las fuentes de agua son predecibles y relativamente abundantes y se dispersan durante la estación de lluvias,
cuando la vegetación crece abundante y está disponible para todos. En cambio, los g/wi (otro de los pueblos Sa)
se agrupan durante la estación de lluvias, cuando las fuentes de agua se encuentran localizadas y llenas, y se
dispersan cuando llega la estación seca, cuando se vacían los manantiales y las charcas. La territorialidad
cambia pues de una estación a otra y de una tribu a otra.

El concepto de territorio tiene pues, incluso para el género humano, un sentido “​ecológico​”, es decir, varía en
función de cómo nuestra especie, como hacen otras, ocupa un espacio terrestre y se apropia de sus recursos
para garantizar su propia subsistencia. Esa relación es también ​geográfica ​en la medida que cualquier espacio
terrestre está situado en el globo terráqueo y podemos estudiarlo desde un punto de vista biofísico y también
humano. Finalmente, la relación de los humanos con el entorno en el que se aprovisionan de recursos para
subsistir genera una relación ​antropológica​, es decir, un conjunto de expresiones muy variadas de formas de
vida que configuran la diversidad de expresiones culturales que hoy conforman la humanidad.

De acuerdo con Sosa (2012) , para entender el territorio, es necesario establecer su carácter en tanto relación
geo-ecoantrópica multidimensional.

La configuración del territorio se entiende a partir de su condición de ​marco de posibilidad, que se concreta
históricamente en un proceso de cambio que lleva a evolucionar a los grupos humanos.

Sin embargo, el territorio también ​es el resultado de la representación, construcción y apropiación que de
dicho territorio realizan dichos grupos humanos, así como de las ​relaciones que lo impactan en una simbiosis
dialéctica en la cual tanto el territorio como el grupo humano se transforman en el ​recorrido histórico​.

Volveremos a estos conceptos de representar, construirse y apropiarse del territorio.

Aclaremos, sin embargo, previamente, que, evidentemente el territorio puede cambiar también sin necesidad de
que el ser humano intervenga. Ahí tenemos las catástrofes naturales, los sucesivos cambios climáticos que han
afectado a la tierra y cómo esos cambios “naturales” han acabado afectando también a la sociedad.

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Recordemos, por ejemplo, cómo desaparecieron Pompeya y Herculano el 24 de agosto de 79 d.C., por la
erupción del Vesubio. O cómo quedó Banda Aceh (Indonesia) tras el tsunami de 2004, o Nueva Orleans
después de ser arrasada por el Katrina el 2005 o Haití tras el terremoto de 2010.

Periódicamente, las fuerzas naturales modifican el territorio sin necesidad de ayuda de los humanos y estos
cambios afectan sin duda las comunidades humanas que los habitan. No obstante, nos interesan aquí los
cambios que se producen en el territorio como resultado de la interacción del hombre, constituido en sociedad, y
la naturaleza.

Dado que el hombre en su actuación como sociedad es capaz de transformar la faz de la tierra no podemos
referirnos al territorio desde un punto exclusivamente biofísico (relieve, flora, fauna, biodiversidad…) sino como
producto construido socialmente en su vertiente cultural, histórica, económica, social y política.

La biodiversidad no puede ser pensada únicamente como diversidad de la naturaleza, sino que debe
necesariamente ser considerada también como diversidad sociocultural, con la cual la naturaleza interacciona,
transformándose mutuamente.

En ese sentido, lo que llamamos “ambiente”, es un complejo de relaciones naturales y artificiales. En


determinados lugares del planeta, la “naturaleza” lleva tantos siglos siendo transformada por las sucesivas
civilizaciones y sociedades humanas que ya no puede explicarse ni conocerse sin hacer referencia a la especie
que la ha habitado y transformado históricamente.

En este sentido, el territorio se explica a partir de las ​relaciones de los seres humanos entre sí y de los seres
humanos con el resto de elementos del medio natural.

En el espacio ocupado por la especie humana podemos estudiar patrones de asentamiento de los grupos
humanos, formas de producción, patrones de movilidad (desplazamiento de humanos entre territorios).

De las distintas formas de ocupación y de movilidad sobre el territorio surgen microrregiones, municipios,
regiones, rutas, lugares sagrados, una geografía simbólica e incluso sagrada que para algunos grupos humanos
incluye incluso el orden cósmico (movimiento de los astros, las estrellas). Así, históricamente, un mismo territorio
puede tener varias lecturas, pues puede haber adquirido significados distintos a lo largo de su historia,
dependiendo de los grupos humanos que lo hayan poblado.

Cada uno de los sistemas de relación entre los grupos humanos y su entorno crea una construcción territorial
distinta, que se expresa en forma cultural y se va transmitiendo, generando un poso que sirve como levadura
para que fermenten nuevas expresiones socio culturales.

Así, la cultura mediterránea, por ejemplo, es el fruto de un pozo ancestral que se remonta, como poco a 2000
años atrás y de la que han participado tanto la civilización grecolatina como las desarrolladas en otras orillas;
igual sucede con la cultura oriental (cultura china, japonesa) o con las culturas africanas o las indioamericanas.

La relación de una población con su espacio se concreta en “dinámicas territoriales” que van modificando a
veces lentamente, a veces repentinamente, el territorio ocupado por el grupo humano que lo habita. Los cambios
afectan distintos órdenes y escalas: cambios en las masas boscosas, en los cursos de los ríos, en la forma del
litoral, o en el paisaje debido al simple cultivo de los campos.

Evolución histórica de los territorios actuales. Comprender la historia para entender el presente

En definitiva, hablar de territorio significa ir más allá del espacio de soberanía estatal o de una circunscripción
político-administrativa. Hablar de territorio significa comprender su devenir histórico, en su relación ambiental,
social, política y cultural y también en la relación que un espacio hoy político-administrativo determinado se
relacionó en otros tiempos con otros territorios a distintas escalas.

El territorio es una red, un tejido que articula componentes físicos, procesos ecológicos y procesos sociales
históricos que acaban configurando su particular disposición y también sus relaciones de dependencia,
proximidad, propiedad…

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Esa complejidad del territorio pasa a constituirse en un elemento activo que influye en la estructuración de la
sociedad.

Más allá de la localización de todos los elementos y atributos de un determinado territorio en el espacio (posición
por coordenadas geográficas), más allá de la dimensión física y corpórea de todos los elementos físicos sobre el
espacio, la complejidad territorial se refiere también a cómo en el propio espacio habitado se producen
relaciones sociales que “producen” territorialidades, relaciones entre humanos que generan fronteras
inexistentes desde el punto de vista legal, pero absolutamente reales, usos específicos del territorio, divisiones
del espacio que generan divisiones entre seres humanos dentro de un mismo territorio político administrativo.
Esas realidades territoriales creadas y tejidas por las relaciones sociales dentro de un territorio son producto de
lo que llamamos ​construcción social del espacio.

Territorialidad​. Podemos hablar entonces de “territorialidad” como una combinación de representaciones, mitos,
relaciones… que construyen dentro de un territorio los distintos grupos humanos que conviven en una misma
sociedad, gracias al desarrollo de actividades económicas, sociales y culturales.

El distinto valor (simbólico, económico, relacional) que cada grupo humano le da a un territorio, dentro y fuera de
él, produce un espacio social cambiante. A veces, la representación simbólica del territorio se mueve con los
grupos humanos que se desplazan. Así, los migrantes reproducen los vínculos con su territorio de origen en el
nuevo lugar al que se han desplazado, aunque sólo sea simbólicamente. Así se generan espacios
multiterritoriales. En ese caso, la territorialidad es relación, dominio y apropiación del territorio que afecta su
representación, organización y el ejercicio del poder que lo configuran.

Representación del territorio

El territorio es objeto de representaciones múltiples, pues son múltiples los actores que desde sus visiones,
interpretaciones e intereses le atribuyen determinadas características y significados. Las representaciones del
territorio pueden provenir de concepciones religiosas, cosmogónicas, políticas o económicas. Estas
representaciones configuran mapas mentales que lo definen, ordenan, sacralizan, lo narran, lo controlan. Esas
representaciones se desplazan con los individuos allí donde ellos van y articulan nuevas relaciones de esos
individuos con los nuevos espacios que habitan. Resulta particularmente interesante comprender el proceso de
“apropiación” del espacio (el nuevo espacio) que desarrollan las personas inmigrantes cuando se instalan en
una nueva comunidad receptora.

Como hecho antropológico, puede afirmarse que el territorio está vinculado estrechamente a la identidad y, por
consiguiente y desde ahí, a la relación íntima que emana del grupo humano. Así, como afirma Sergio
Mendizábal (2007: 54): “Los territorios son parte del conjunto de representaciones colectivas que dan a las
conciencias étnicas y son marcos, no solo físicos sino también simbólicos, para la experiencia grupal; un
territorio es el resultado de la articulación entre una población con su espacio.”

En ese mismo sentido, Mendizabal (2007: 57) también plantea: ​“El territorio también se vincula con los
procesos de configuración de identidades colectivas, al ser el escenario donde estas se realizan y el
espacio que los grupos reclaman para sí y frente a los otros; aludiendo a las raíces más profundas que
le dan vida al sentimiento de su ser colectivo, anclado a la historia de un lugar.”

Las personas (individualmente o formando parte de un grupo -agente social-), en su constante búsqueda por
hacer suyo el territorio que habitan y siempre desde su propia representación del mismo, entran en constante
confrontación o disputa con otras personas o grupos, para lograr construir, ordenar y controlar el territorio
conforme a la representación que tiene de él.

Apropiación del territorio

El proceso de construcción y representación del territorio pasa por la apropiación que los diversos actores hacen
del mismo. Y esa apropiación no es solamente una apropiación física del mismo, como resultado de la actividad
económica y política, sino una acción que al mismo tiempo es objetiva y subjetiva. (Sosa, 2012)

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Esta dinámica de apropiación da lugar a una multidimensionalidad del territorio. La multidimensionalidad se


produce a través de mitos que recuperan el origen ligado a la tierra y al territorio, la sacralización del territorio
por medio de ritos, festividades, costumbres y tradiciones, reconocimiento de hitos, lugares emblemáticos,
reivindicaciones y resistencias, así como formulaciones y estrategias políticas cuando representan intereses y
proyectos diferenciados, contradictorios y/o antagónicos en torno al territorio.

El territorio es el espacio que una sociedad reivindica como el lugar donde sus miembros han encontrado
permanentemente las condiciones y los medios materiales de existencia.

Se reivindica un territorio al apropiarse de su acceso, control y uso, tanto material como simbólico.

Es esta dinámica de apropiación desde “fuera” y desde “dentro” del territorio, de formas de acción colectiva, la
que genera ​territorialidad o territorialidades.

Eso es así puesto que la territorialidad no es solamente el ámbito de relación y reproducción del orden jurídico
estatal ni el límite espacial de la acción de los gobernantes (Borja, 1997: 975-976), la territorialidad expresa
también la necesidad de crear o sentir que se posee un espacio de seguridad, de identidad, un sentido de
pertenencia, de integración, y de relación íntima con el territorio.

Por ello, la territorialidad es también el resultado de la ​apropiación social del espacio, de su contenido, en
donde juegan un papel importante los procesos de construcción de identidades territoriales, que permiten y
generan la organización y la estructuración social, el surgimiento de normas y negociaciones a escala territorial,
necesarias para lograr un futuro compartido.

En ese sentido, el territorio es resultado de un proceso de territorialización que implica un dominio (económico y
político, territorio estrictamente funcional) y una apropiación (simbólica y cultural, lo territorial significativo) de los
espacios. por los grupos humanos (Haesbaert, 2004).

Construcción del territorio.

El espacio, como categoría que en una de sus acepciones puede ser sinónimo de territorio, se construye
socialmente y es transformado cotidianamente en los procesos de vida y de producción y reproducción social.
Es construido a partir de los procesos económicos, sociales, políticos y culturales que lo configuran y desde
donde se co-produce.

Los territorios son sistemas cuya organización y límites se negocian al calor de las relaciones sociales. Los
actores lo ocupan, lo utilizan, lo organizan, lo transforman y, en síntesis, lo construyen en la búsqueda de su
reproducción social, de un sentido de pertenencia como posesión o como identidad y de acciones relacionadas
con el dominio sobre el mismo.

Mario Sosa (2012) plantea que ​“las luchas por el territorio son la expresión de disputas de los actores sociales
por la hegemonía de una forma particular de ejercer legítimamente la soberanía sobre el territorio, es decir, de
ejercer una acción de dominio sobre el espacio de pertenencia”. ​Como construcción social, entonces, el territorio
es una configuración espacial organizada no solamente a partir de la utilización o manejo de sus recursos o
elementos naturales, sino con objetivos de administración y ejercicio de poder, ya sea desde el poder
establecido o desde la resistencia al mismo.

El territorio como concreción de lo glocal

Glocalización (acrónimo de globalización y localización) es un término utilizado por primera vez en una
conferencia impartida en 1997 por el sociólogo Roland Roberston "Globalización y cultura indígena". Con el
término, Roberston pretendía definir el proceso de adaptación de los productos internacionales a las
particularidades de una cultura local en el que se venden. La Glocalización pretendería así unificar la tendencia
universalizante de las multinacionales con los particularismos propios de lo local en cada lugar. Uno de los
mejores ejemplos lo encontraríamos en la “adaptación” que la cadena de alimentación McDonald hace de sus
productos a los “gustos” locales de los diversos países en los que opera. La tendencia sería la contraria a la de

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universalizar una tendencia suprimiendo las preferencias locales (un proceso de americanización de una
sociedad, por ejemplo).

¿Qué significa el término aplicado al territorio?

Significa que aun cuando el territorio ha sido concebido por el poder político tradicionalmente como un espacio
con límites objetivamente establecidos (fronteras) sobre los que ese poder político ejerce control exclusivo y total
(incluido el de la representación simbólica y de identidad del mismo), actualmente, los procesos de globalización
económica y comercial han llevado a crear un ámbito mundial (global) que permea todas las fronteras, que se
filtra en todos los “territorios” a través de los productos comerciales y las formas de vida que se difunden, de
manera que -finalmente- lo que sucede en un territorio local está condicionado por algún tipo de fenómeno,
relación o nivel de decisión en la escala global. La rapidez como se transmiten de un territorio a otro los efectos
de determinados fenómenos sociales, económicos o financieros, nos obliga a considerar que hoy en día ningún
Estado-nación es absolutamente soberano o dueño de lo que sucede en su territorio, pues dependiendo del
papel geoestratégico o político que ocupe en el escenario internacional o de cuán importantes sean sus recursos
para los intereses de otros países, lo más probable es que los individuos de ese territorio se vean afectados por
actores o agentes globales.

Son estos actores que actúan a nivel global (corporaciones, entidades financieras, fondos de inversión) los que
acaban afectando localmente el normal desarrollo de muchos territorios sin que sus límites territoriales puedan
servir de frontera. Contrariamente, sus actuaciones establecen nuevas fronteras o modifican el significado de las
existentes . Los actores con intereses económicos y políticos concretos son los que tienen mayor capacidad de
establecer límites efectivos sobre el territorio. En el marco actual de la globalización cobra por tanto una gran
importancia el impacto que las decisiones económicas globalizadas pueden suponer para territorios concretos
(locales). Tenemos un ejemplo reciente en los efectos que tuvo sobre la economía mundial y, a consecuencia de
la misma, sobre individuos de muchos países, la crisis financiera provocada por la caída del banco de inversión
norteamericano Lehman Brothers (2007-8).

El mundo de los espacios limitados por fronteras políticas está cada vez más fragmentado. Las decisiones de la
economía (especialmente la financiera, con los movimientos de capital) permean esas fronteras y desdoblan los
intereses. Los espacios se reconfiguran porque surgen territorialidades virtuales. Las dinámicas territoriales
están a veces gobernadas en lo local por agentes que no están físicamente presente en el territorio, ese efecto,
se define por algunos autores como “glocalización territorial”.

El concepto de lo ​glocal​, se refiere a lo global y lo local como una relación donde ambos se construyen
mutuamente.

Allí donde poderes y procesos internacionales, o transnacionales y globales se concretan en el territorio


local, se generan vínculos de imposición, dependencia o complementariedad, lo cual vulnera los
ámbitos de soberanía o relativa soberanía.

El territorio puede entenderse, entonces, como síntesis de interrelaciones, de procesos


complementarios y contradictorios, entre lo global y lo local, que entran en juego en la producción
concreta del territorio. Así, por ejemplo, puede entenderse cómo la globalización ha tenido
consecuencias en la reorganización territorial y cómo ha de reinterpretarse el papel de las fronteras,
que en algunos casos han desaparecido (supresión de aduanas, espacio Schengen) y en otros se han
reforzado (valla de Melilla o de Hungría). Sea como fuere, los territorios, entendidos como espacio de
soberanía política de los Estado-nación, son cada vez menos un ámbito de ejercicio de poder exclusivo
de éstos.

Dimensión social del territorio

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En esta búsqueda de contar con elementos que nos permitan una mejor comprensión del territorio, se hace
necesario entender la dimensión social que lo constituye.

Esta dimensión se refiere a las relaciones que establecen y las acciones que realizan los grupos sociales en el
proceso de organización, apropiación y construcción del territorio.

La relación entre los grupos sociales y el territorio es una de las variables que explica la diversidad social en
términos de organización, normativa, potencialidades económicas, vínculo cosmogónico, etc., es decir, de un
proceso en el que territorio mismo ya no es el “escenario” en el que suceden cosas, sino un espacio que es
construido y producto derivado de esas relaciones.

La configuración social de un territorio es más compleja cuantos más grupos, clases, pueblos, etnias, religiones,
culturas integra, pues cada una puede llegar a adoptar una particular forma de expresión sobre el territorio.
Habrá territorios, como señala Mario Sosa, «donde las diferencias sociales no sean tan abismales como en
otros», donde exista un conglomerado social diferenciado por la riqueza, por ejemplo, pero no por la cultura, o la
religión o la etnia. Habrá territorios donde predomine el campesinado y otros donde domine la gran propiedad;
habrá formas de organización que se concretarán en barrios marginales frente a urbanizaciones cerradas de alto
nivel y otras más homogéneas. Esa configuración social del territorio también tendrá otros factores
intervinientes, como la composición étnica, la variabilidad religiosa, etc. Más allá de la importancia poblacional
que pueda tener la diversidad étnica, (territorios monoétnicos, multiétnicos o con presencia mayoritaria o
minoritaria de algún grupo social distintivo), esta diferencia se constituye en factor suficiente como para
establecer ámbitos de relación social y fronteras sociales diferenciadas, que pueden percibirse y visualizarse en
la forma de distribución de la población dentro de la ciudad, por ejemplo; o en el uso del espacio público, en los
hábitos cotidianos (espacios de compra, ocio, residencia).

Otro factor es el género. Por ejemplo, la apropiación diferenciada del territorio y sus elementos se produce de
manera diferente entre hombres y mujeres. El acceso a la tierra por las mujeres, por ejemplo, en las
comunidades indígenas, “está vinculada no sólo a su propia organización, sino también a la dimensión de las
relaciones sociales y de poder al interior de las comunidades, a la continuidad de la dominación masculina como
depositaria de la titularidad de derechos sobre la tierra, etc.”. (Sosa, 2012).

La acción social sobre el territorio se expresa, asimismo, como señalan Montañez y Delgado (1998: 27), por
medio de “redes complejas que ponen los lugares en relaciones espacio-temporales económicas, culturales y
políticas, que sobrepasan las fronteras de los estados” y las fronteras intraestatales. En esta perspectiva, las
fronteras se entienden no sólo como divisiones políticoadministrativas que presentan alguna efectividad en
delimitar en determinados sentidos cierto tipo de relaciones sociales, sino también como límites sociales móviles
y porosos que articulan territorios y que los integran en regiones a partir de la relación de clase, étnica, religiosa
y política.

Consecuentemente, el proceso de ocupación del territorio presenta un sentido social, cultural e histórico, el cual
contribuye a generar una estructuración del mismo desde el punto de vista de su contenido simbólico, de su
nivel de conflictividad, de ordenación etc.

El proceso de ocupación social del territorio (del espacio) genera diferencias dicotómicas entre lugares:
públicos-privados; rurales-urbanos, sagrados-profanos; seguro-inseguro.

Así, la permanencia en el espacio público pasa por filtros sociales imperceptibles, pueden ir desde la vigilancia
por videocámara hasta la topofobia (rechazo a un lugar) por realizar una identificación simbólica de un espacio
con un riesgo o con un grupo social diferenciado y rechazado.

Los espacios públicos siguen siendo los que mejor permiten ver la ruptura social entre los grupos que conviven
en ella. ​Son los espacios de disconformidad (manifestaciones, peleas), militarización, permisividad, exclusividad
que dificulta una socialización homogénea de los individuos.

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En esa complejidad se incrementa cuando una sociedad recibe un flujo migratorio exterior masivo (movimientos
rural-urbano, o migraciones internacionales). Esos flujos desfiguran la composición social preexistente y obligan
a la sociedad receptora a reconfigurarse.

La migración es una dinámica generadora de nuevas formas de ocupación de los espacios, modifica los sentidos
estéticos y arquitectónicos, genera nuevas reapropiaciones simbólicas del territorio desde la “desterritorialidad”
que se siente entre la población que ha salido de sus lugares de origen y vive en desarraigo. Aquí hay un
interesante ejemplo de cómo la territorialidad se construye también desde “fuera” de los territorios. Los
migrantes mantienen como parte de su reproducción social, económica y cultural, los vínculos con el territorio de
origen y generan multiterritorialidades mediante la construcción de nuevos vínculos en los nuevos territorios que
ahora habitan.

El territorio, entonces, es una construcción social realizada por sujetos (como los pueblos), actores (como los
grupos de interés) e instituciones sociales (como la familia, la comunidad, el gobierno local o el Estado en su
conjunto) que se expresan como formas de organización social, redes y tejidos sociales, formas de acción
colectiva, que inclusive se articulan en la escala regional, nacional y transnacional.

Las relaciones entre clases y estratos sociales, entre conglomerados étnicos, entre géneros, entro lo rural y lo
urbano, entre comunidades constituyen los constructos sociales que dan sentido al territorio y son necesarias
para entenderlo como una construcción social que es apropiada, reapropiada y transformada, es decir, que es
producida y co-producida. (Sosa, 2012)

Dimensión económica del territorio

Esta dimensión se refiere a las características, dinámicas y procesos económicos que son capaces de
estructurar el territorio. En su base se encuentran las condiciones físicas del terreno (disponibilidad o no de
agua, clima, recursos, etc), pero también las condiciones históricas que explican la apropiación de los recursos,
es decir, cómo se produce la producción de alimentos, productos de intercambio y cómo se generan lazos de
carácter socioproductivo con otros lugares (relaciones comerciales, etc).

El territorio visto desde el punto de vista económico es entonces el escenario donde se concretan las relaciones
económicas que se establece entre los individuos y entre estos y otros que residen en otros lugares y puede
llegar a ser, él mismo, mercancía que se compra y se vende.

Aquí resulta determinante conocer la estructura de la propiedad (privada, comunal, pública), la seguridad jurídica
que existe sobre la propiedad o posibilidad de uso de los recursos; cómo se lleva a cabo la distribución de la
riqueza que se genera colectivamente, etc.

El territorio en su dimensión económica ha sido moldeado históricamente. Ello es especialmente claro en las
zonas del mundo que fueron invadidas, conquistadas o colonizadas, pues dicha ocupación rompió los sistemas
de reproducción social de los pueblos originarios estableciendo nuevas categorías sociales como los esclavos,
colonos, indígenas, etc.

La dimensión económica del territorio genera jerarquías y diferenciaciones sociales pues el acceso al proceso de
producción y a los bienes producidos no es homogéneo ni igualitario. Esto en su conjunto genera jerarquías y
diferenciaciones sociales, desde las cuales se estructuran relaciones socioeconómicas diferenciadas.
Dependiendo de quién controle la propiedad y el proceso productivo, el resultado será una apropiación desigual
de la riqueza socialmente producida en el territorio.

Dimensión política del territorio

La dimensión política se refiere al ejercicio de poder que se traduce en complejos procesos de lucha por la
posesión y control del territorio que, a su vez, se convierten en apropiaciones, construcciones y
transformaciones territoriales. La dimensión política del territorio se refiere igualmente al escenario de las
relaciones de dominio y ejercicio del poder que puede pensar y proyectar el territorio que domina en función de
determinados intereses.

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TERRITORIO Y SOCIEDAD - T1
Elisa Maria Sastre García

De acuerdo con Sosa (2012), la política representa el ámbito de organización del poder, el espacio y tiempo
donde se adoptan las decisiones que tienen proyección social, es decir, donde se define cómo se distribuyen los
bienes de una sociedad (qué le toca a cada quien, cómo y cuándo); decisiones que generalmente proceden de
los poderes nacionales (estatales) pero cada vez más, también globales, y transnacionales. Lo político se refiere
al ámbito en donde se desarrolla la capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad, de fundar,
mantener y alterar las normas que rigen la vida humana.

El Estado como configurador del territorio

Como conclusión evidente de lo anterior, el Estado ha sido el principal configurador del territorio. Esto ha sido
así en los ámbitos jurídico, político, administrativo y, en buena medida, el económico. El papel del Estado como
configurador de territorio se ha ejercido por medio de la división político-administrativa, las políticas agrarias,
demográficas, migratorias, sanitarias, educativas… Los Estados han configurado el territorio decidiendo sobre la
propiedad, el acceso a los recursos, la mayor o menor libertad a las acciones de los individuos, etc.

En general, por medio del conjunto de políticas públicas y agendas que afectan el territorio, tanto por acción
como por omisión. (La inacción del Estado ha generado en no pocos casos que elementos externos tomaran
decisiones territoriales en su interior, por su falta de regulación, legislación o permisividad).

Uno de los instrumentos más potentes que tiene el Estado es de organizar y ordenar, dividir o juntar partes de su
territorio, reconocerles o no capacidad de gestión, regular el acceso y la movilidad, conceder la explotación de
recursos y dividir administrativamente el suelo (políticas de ordenación territorial).

Dimensión cultural del territorio

Esta dimensión se refiere al proceso de representación, organización y apropiación cultural/simbólica del


territorio. En este sentido, el sujeto de esa dimensión es a la vez el individuo como parte de una comunidad
cultural y un grupo o colectivo (sujeto colectivo) que desarrolla un universo simbólico de relaciones entre sus
individuos y el medio natural.

El territorio, desde un punto de vista cultural, es el espacio con el cual se identifica y representa una colectividad
y un ámbito que se crea la identidad colectiva en una doble dirección: el territorio pertenece y uno pertenece a
ese territorio. El territorio es entonces una construcción cultural de un colectivo social. ​En ese sentido, el
territorio se refiere a demarcaciones y delimitaciones que no sólo son hechos políticos y económicos, son
también y fundamentalmente hechos simbólicos y cognoscitivos que hacen del mismo un escenario donde se
recrean prácticas y concepciones que reafirman la identidad y pertenencia.

El territorio aparece en la literatura y el arte de los grupos, donde éstos expresan los imaginarios o
representaciones que tienen del mismo. Es al mismo tiempo objeto o escenario de ciclos rituales, de costumbres
y tradiciones. Es objeto de toponimias nativas y extranjeras como manifestación de apropiaciones generalmente
divergentes y en conflicto. Además del valor económico, el territorio tiene un valor simbólico. Podemos recordar
aquí el concepto de “madre tierra”, en el conjunto de pueblos originarios de América Latina, de la tierra como
dadora de vida.

La territorialidad se asocia con apropiación cultural, simbólica, ya que ésta marca el territorio en lo cotidiano y en
lo histórico, convirtiéndolo en un tejido que hila lo natural y lo cultural.

Está demostrado que las personas reconocen, registran y mantienen colectivamente ciertos lugares en términos
simbólicos, rituales o ceremoniales; por lo tanto, dichos lugares crean y expresan identidad. Y es que la relación
entre las personas, las colectividades y el territorio es íntima y profunda, adquiere diferentes sentidos y se
relaciona con el hecho de que el territorio es parte de esa matriz sociocultural.

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TERRITORIO Y SOCIEDAD - T1
Elisa Maria Sastre García

La ​antropología ​es la ciencia que mejor ha estudiado esas relaciones del hombre con su entorno físico y las
construcciones simbólicas y de representación que las distintas culturas han construido. Veremos en el tema
siguiente, el principal conjunto de aproximaciones que la Antropología ha realizado a las sociedades humanas y
a la relación de estas con su entorno, su espacio, su territorio.

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