tal cual es, como lo presumían los antiguos metafísicos, sino tal como ella se nos presenta a
los seres humanos. La pregunta ontológica por el carácter de la realidad, debe iniciarse
desde el ser humano, tal como lo habían reconocido.
Descartes reconocía que su reflexión filosófica debía partir desde sí, desde su propia
práctica. Ello lo conducía a arrancar su concepción de su práctica reflexiva como filósofo.
De allí que una de sus primeras premisas sea “pienso, luego existo”.
Desde su perspectiva, la práctica reflexiva del filósofo, es una derivada de otras más
concretas y cotidianas de los seres humanos. Ello implica que es de estas últimas que es
preciso arrancar y no de la aquella que arranca del pensar del filósofo. Como filósofo, se
pone en el lugar de los seres humanos comunes y corrientes, procurando determinar cómo
éstos configuran la realidad. En vez de colocarse en el lugar del filósofo.
Uno de los atributos que Heidegger le confiere al Dasein es el que se trata de un ser que se
encuentra a sí mismo arrojado en la existencia, en un mundo ya en marcha, que impone
determinadas formas de conferir sentido, que es social y que está constituido en la historia.
El Dasein se encuentra ya siendo, existiendo, en un mundo que es social e histórico; donde
se imponen determinadas formas de conferir sentido y a partir de las cuales el propio
Dasein debe determinar el sentido de su existencia y de sí mismo. De allí que, en el Dasein,
ser y mundo se encuentren indisolublemente ligados.
Para Heidegger otro de los atributos del Dasein es ser “un ser que, en su ser, se le va el ser”.
Muchos se sentirán desalentados al escuchar esa frase que tiene la apariencia de una
“jerigonza filosófica”, de un extraño gargarismo. Heidegger procura señalarnos que el ser
humano es un ser que se ve obligado a hacerse cargo de su ser, sin lo cual su ser corre el
peligro de desintegrarse,. De no hacerse cargo de su ser, éste “se le va”.
Ya Blaise Pascal (1623-1662) nos había advertido que la grandeza del ser humano consistía
en saberse miserable. Heidegger sigue esa misma línea de reflexión. El ser humano se sabe
inmensamente precario y vulnerable y está obligado a reconocer que, de no hacerse cargo
de sí mismo, pierde su ser.
Ello implica que la relación del ser humano con su mundo está atravesada por este
imperativo de tener que hacerse cargo de sí mismo. Por un lado, a través de su
reconocimiento de que a los seres humanos las cosas “nos importan”, “nos preocupan”,
“nos inquietan”.
Por otro lado, esta misma idea dará cuenta de una noción que es central en la filosofía de
Heidegger. Se trata de un término de no fácil traducción al castellano. Ello no sucede en
inglés que lo traduce por “concern”, aquello que nos concierne. Una manera habitual de
traducirlo ha sido como “preocupación”. La noción de preocupación o inquietud está
relacionada con otras nociones que le son solidarias. Baruch Spinoza (1632-1677) nos
hablaba de “deseo”. Pero podemos hablar también de interés, de búsqueda de satisfacción,
etc. Lo que cabe destacar es el hecho de que nuestra mirada al mundo no es una mirada
neutral, sino siempre una mirada interesad.
Tales inquietudes asumen formas y expresiones muy diversas las que simultáneamente
remiten a las condiciones históricas y sociales en las que los seres humanos se
desenvuelven. Es a partir de la sociedad, de su cultura, de su tiempo, de las clases sociales a
los que los individuos pertenecen, que ellos articulan sus inquietudes. Los individuos, nos
advierte Heidegger, son seres sociales e históricos y para comprender cómo ellos
comprenden su existencia, configuran sus mundos y se desenvuelven en ellos, es preciso
desentrañar sus condiciones históricas y sociales.
La cultura es el soporte desde el cual se establece la relación de los seres humanos con el
mundo. Ella provee una pre-comprensión, un pre-conocimiento que los seres humanos
configuran a través de sus interpretaciones. Todo conocimiento pre-supone, como
condición de posibilidad, un pre-conocimiento. Esta premisa será desarrollada
posteriormente por la hermenéutica, por la filosofía de los actos interpretativos y, muy
particularmente por la filosofía de Hans-Georg Gadamer (1900-2002), discípulo de
Heidegger.
Los supuestos, son vistos, como una pre-condición necesaria de todo conocimiento. Sólo
observamos un mundo si éste nos interesa previamente, si satisface a nuestras inquietudes.
No tenemos cómo abrirnos a lo que nos es completamente ajeno, a lo que no logramos
vincular a lo que nos inquieta.
La necesidad del Dasein de hacerse cargo de su ser, lo impulsa hacia la acción. Ello permite
concebir la filosofía de Heidegger como una filosofía de la acción. La acción es la manera
concreta en la que los seres humanos nos hacemos cargo de nuestras inquietudes. Toda
acción humana remite a una inquietud. La acción es la manera como los seres humanos
responden a sus inquietudes.
Esta relación entre la acción y la inquietud por un lado ilumina el carácter de la acción
humana, pero simultáneamente lo oscurece. Toda inquietud siempre se configura como
resultado de una acción interpretativa. Ella no posee una existencia independiente ni
mucho menos objetiva. Se trata tan sólo de un punto de referencia a partir del cual podemos
conferirle sentido a la acción.
Volvamos por un momento, a la idea inicial de hacernos cargo del ser que somos, que ello
nos impulsa a la acción y que ésta última, remite a inquietudes que buscan ser satisfechas.
Desde esta perspectiva, se configura nuestra mirada al mundo. Ella se define por desplegar
nuestra capacidad de observación del mundo viendo en los recursos u obstáculos para la
satisfacción de nuestras inquietudes.
Pero ellos no sólo se configuran en nuestra mirada, también se configuran como productos
de nuestras acciones. De la mima manera, los producimos como tales. A partir de esas
mismas inquietudes, buscamos generarlos, para así apaciguarlas y expandir nuestros niveles
de satisfacción. La noción de necesidad es objetivante. Supone que ella existe, de manera
casi independiente de quién la invoca. Al hablar, en cambio, de inquietudes estamos
conscientes de situarnos en un espacio interpretativo, abierto, sujeto a interpretaciones
distintas de las que hoy prevalecen. Nos permite inventar modalidades de hacernos cargo
que previamente no identificábamos. Nos abre a la construcción de nuevas inquietudes que
proyectamos en el futuro.
La noción de inquietud (Sorge) tiene otros efectos en nuestras formas de hacer sentido.
Ellas no sólo configuran el mundo de una determinada manera. Simultáneamente
configuran la manera como estamos en él y el carácter de lo que estamos haciendo. Los
seres humanos tenemos múltiples inquietudes y desde cada una de ellas nuestro quehacer
permite ser interpretado de manera diferente. Nuestras inquietudes hacen de claves
interpretativas distintas del sentido de lo que en un determinado momento estamos
viviendo. Si alguien nos preguntara qué estamos haciendo en un momento dado, daremos
respuestas muy distintas de acuerdo a la inquietud que escojamos para responder. Ello
implica que nuestro posicionamiento en el mundo, en un momento particular, no es uno,
sino múltiple, de acuerdo a la inquietud que utilicemos para determinarlo.
Pero, por otro lado, la noción de poder apunta a la capacidad de acción efectiva, a la
capacidad de generar resultados que generan niveles superiores de satisfacción y que son
interpretados como formas más eficaces de hacernos cargo. Pues bien, es en ese doble
sentido que el poder es lo que determina que una interpretación se imponga sobre otra.
Hay otros aspectos de la mirada ontológica de Heidegger que es preciso no olvidar. Nuestra
mirada no sólo transforma en recursos lo que puebla el mundo, en medios para obstruir o
satisfacer nuestras inquietudes, sino que suele simplemente prescindir de observar todo
cuando resulta indiferente a aquello y al sentido de la acción que estamos emprendiendo.
Lo que es indiferente a lo que buscamos deviene, nos dice Heidegger, transparente. Pasa
casi desapercibido.
Heidegger pone en cuestión la noción de que basta que algo esté presente para que pueda
ser observado. Sólo adquiere presencia lo que es relevante en nuestra búsqueda de hacernos
cargo. Pero basta que algo que previamente no veíamos se convierta en posibilidad o en
obstáculo, para que adquiera la capacidad de lograr ser plenamente observada.
Lo que hace que algo que previamente era transparente pase súbitamente a ese primer nivel
de la conciencia, es lo que Heidegger denomina un quiebre. El quiebre altera el fluir en el
que previamente nos encontrábamos y trae consigo un mundo diferente a la conciencia.
Uno de sus efectos más importantes es que podemos ahora reorientar las acciones que
estábamos realizando previamente. El quiebre permite reorientar nuestras acciones. De la
misma manera, altera las inquietudes que antes nos orientaban. Lo que antes estaba en un
espacio de transparencia, ahora ocupa un espacio de presencia.
Un quiebre puede surgir de dos maneras diferentes. Por un lado, como expresión del mero
acontecer en un determinado proceso de hacernos cargo. Pero los seres humanos tenemos
también el poder de “declarar” quiebres. De pararnos frente a lo antes aceptábamos sin
mayores problemas y declararlo “insatisfactorio”; de decir “basta” frente a lo que antes nos
resignábamos. Al hacerlo, abrimos un horizonte de posibilidades diferente y podemos
tomar acciones que nos conduzcan a un futuro mejor.
Vivir la vida haciéndonos cargo del ser que somos y proyectándolo hacia el futuro, equivale
a vivirla desde la autenticidad, aceptando su finitud y la inevitabilidad de la muerte. Ello es
la fuente del sentido de vivir. Los seres humanos, sin embargo, podemos optar por una vida
inauténtica, que le da la espalda a la facticidad de la existencia. Esta vida inauténtica da
lugar a un importante concepto de la filosofía de Heidegger.