ÍNDICE
UNIDAD I: ..................................................................................................................................................................... 5
Consideraciones preliminares ...................................................................................................................................... 5
Omnipresencia del Derecho en la vida social .............................................................................................................. 5
El Derecho supone el respeto al “otro” ......................................................................................................................... 6
Derecho y latín .............................................................................................................................................................. 7
Derecho y moral ........................................................................................................................................................... 7
Diversas maneras de conocer el Derecho ................................................................................................................... 8
Derecho y lectura de casos ........................................................................................................................................ 11
La persona, fundamento del Derecho ........................................................................................................................ 11
Derecho y Literatura ................................................................................................................................................... 12
REFERENCIAS DE ÍCONOS
Actividad en el Foro.
Actividad Grupal.
Actividad Individual.
Atención.
Audio
Glosario.
Sugerencia.
Video.
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UNIDAD I
CONSIDERACIONES PRELIMINARES
El derecho parece coexistir con el ser humano de modo inevitable, por más que ello no
sea apreciado a simple vista. Observen, a mero título de ejemplo, el derrotero de cual-
quiera de ustedes, en el camino de su domicilio a la universidad, para escuchar ésta o
cualquier otra clase.
• Por de pronto, es posible que sus casas pertenezcan o no a sus padres. Si ocurriese
lo primero, ellos son propietarios. En ese caso, dicho carácter puede ser debido a
un contrato de compraventa, mediante el que adquirieron el bien de un tercero.
• A su vez, tal contrato pudo formalizarse a través de un préstamo de una entidad
bancaria, el que fue afianzado mediante una hipoteca que grava el inmueble por cier-
to número de años.
• Pero también, puede suceder que la casa fuera recibida a título de donación por par-
te de uno de sus abuelos.
• Asimismo, puede ocurrir que sus padres no sean propietarios, sino que posean la
propiedad a título de locatarios, luego de haber firmado un contrato de alquiler,
usualmente por dos años.
Sin embargo, la relación -acaso impensada- entre ustedes y el derecho no concluye El Derecho en
allí. la vida cotidia-
na.
Luego de caminar un par de cuadras toman un autobús que los conduce a la universi-
dad. Al subir, adquieren un boleto, lo que significa concluir un contrato de transporte
que supone ciertos derechos y deberes, tanto como para ustedes como para la em-
presa de transporte.
A su vez, es una regla de la universidad que sus profesores cumplan con su obliga-
ción. Éstos -que reciben una paga por sus tareas, es decir que han celebrado con la
institución un contrato de trabajo-, se hallan compelidos, como contraprestación por su
sueldo, de cumplir determinadas obligaciones, entre las que se destacan la entrega de
un programa al inicio de clases, con su bibliografía y precisas indicaciones sobre el
desarrollo del curso.
Al cabo de la asistencia esa mañana a varias clases, ustedes regresan a casa. Duran-
te el trayecto reciben una llamada de uno de sus progenitores. Como se ve, disponen
de un aparto de telefonía celular contratado con una empresa, la que les ha entregado
el artefacto en comodato (esto es, con derecho a uso, ya que la propiedad no es vues-
tra, sino de la firma).
A su vez, ustedes suscribieron oportunamente otro acuerdo por el que, contra una
suma en dinero, gozan de determinados minutos de comunicación.
Quien los llama, uno de sus padres, no está de buen humor: ha recibido hace unos
minutos la llamada del vecino, enfadado porque la noche previa, la música estaba a
todo volumen hasta altas horas.
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La intención era recordarle que las ordenanzas municipales prescriben silencio a partir
de la medianoche, durante los días de semana. Evidentemente, ustedes no respetaron
dicha regla, una norma básica de coexistencia con los demás, que ha sido expresada
por la comuna a través de diversas disposiciones.
Este rápido relato -que podría extenderse con un sinnúmero de otros ejemplos- pre-
senta un primer dato de experiencia: el derecho se halla presente en la vida diaria
de manera constante, diríase inevitable.
Los autores romanos sintetizaron este dato a través de la expresión “UBI SOCIETAS, No se puede
IBI IUS”, que quiere significar “donde está la sociedad, está el derecho”. Una comuni- prescindir del
dad, en efecto, no puede prescindir del derecho, entendiendo por derecho -baste por Derecho.
ahora esta precisión-.
Los ejemplos que se han detallado en el apartado anterior están suponiendo un cierto
orden, una razonable organización de la vida comunitaria: el hecho de que durante la
semana la música no sea elevada a partir de un determinado momento, está entra-
ñando el respeto que unos se profesan por otros. Y ese respeto (un bien), implica el
reconocimiento de otros bienes: el del reposo, el del trabajo diario que es posible si
antes se ha reposado, la tolerancia por la vida privada del vecino, por su tiempo, por
su salud física y espiritual. Bienes éstos que no solo gravitan sobre el vecino sino que,
obviamente, pertenecen a todos por igual y que, por ende, el derecho se esfuerza en
reconocer y en no dañar. “Neminem laedere”.
Al principio del “Digesto”, el famoso libro jurídico romano, se leen los “tria praecepta
iura” (tres preceptos jurídicos), uno de los cuales es el que se acaba de citar y que
significa “no dañar al otro”. Así, pues, “no dañar al otro” entraña tanto como “no me
dañen a mí”.
Esto es, respeten ciertos bienes míos (mi salud física; psíquica; mi tiempo de descan-
so; mi entrega al trabajo, etc.), del mismo modo que yo resguardo los bienes propios
de los demás.
Es interesante apuntar que otro de los tres preceptos jurídicos está íntimamente vincu-
lado al anterior:
Es claro: “no dañar al otro” es una manera semejante de decir a cada uno lo suyo.
Eso suyo de cada uno (en el ejemplo que se viene dando, el respeto por la salud físi-
ca y psíquica del vecino; por sus horas de descanso) es algo, un bien, que hay que
respetar en cada quien y que, si se lo ha privado de ello, se le debe devolver, se debe
restaurar en su estadio anterior. Por ello, una de las definiciones más divulgadas de la
justicia (que se remonta al tiempo de los Siete Sabios de Grecia y que, por supuesto,
los romanos hicieron suya), es la de “dar a cada uno lo suyo”. Ese dar -como se verá
en la unidad VII- es un término de alcance vasto pues significa tanto:
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“No dañar al otro” y “a cada uno lo suyo” reenvían al tercero de los preceptos jurídicos
que nos recuerda el “Digesto”. Se trata de:
Parece que el cumplimiento de los dos primeros requiere, inevitablemente, del tercero.
Sin una vida honesta, será seguramente difícil no dañar a otro y, en definitiva, no
privarlo de lo que es de él.
Derecho y latín
Derecho y moral
El derecho, en el mundo greco-romano, no es independiente de la moral. Podría decir-
se, apropiándome libremente de una expresión del filósofo inglés John Austin, que el
derecho es una provincia de la moral. Es más, algunos autores, cuando pintan el
cuadro de la antigüedad greco-romana y, por supuesto, de la tradición judía, sobre la
que se estructura la cosmovisión cristiana, que tanto influye en el derecho occidental,
observan los estrechos lazos que unen a la religión, la moral y el derecho.
Por lo pronto, aquí se desea señalar que el derecho (esa parcela de la realidad a cuyo
estudio ustedes se aproximan) tiene un sentido moral o, lo que es lo mismo, no es
indiferente a sus resultados; a sus consecuencias. Respetar el bien de la salud física y
psíquica del pasajero del autobús (en el ejemplo que se viene brindando) no es una
opción entre tantas otras a la que, por ende, se puede renunciar; no es el producto de
tirar la moneda. Dicho vulgarmente: no da igual. Por el contrario, es un deber, un algo
que debe ser realizado porque, de tal modo, no se daña al otro, se le reconoce lo
suyo. Para decirlo en términos del filósofo alemán Inmanuel Kant, se considera al otro
como un fin en sí mismo, no como un objeto, es decir, como un algo que tiene pre-
cio y que, por ende, es intercambiable por otra cosa. Se considera al otro como un
sujeto, como un alguien intocable, que merece sagrada consideración. Séneca, un
distinguido filósofo estoico, repetía, que la persona es una “res sacrae”, esto es, una
“cosa sagrada”. Todo ello, en última instancia, entraña vivir honestamente lo cual
viene a significar, en éstas páginas, vivir moralmente.
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Pues bien, esta realidad (la realidad del derecho) a cuyo estudio ustedes se aproximan
ahora, puede ser examina de múltiples maneras. La cátedra considera apropiado que
dicho estudio se realice desde una cuádruple perspectiva. Martínez Doral, en un libro
ya clásico (“La estructura del conocimiento jurídico”), alude a cuatro perspectivas
formales de conceptualización, es decir, cuatro maneras diversas desde las cuales
es posible familiarizarse con el derecho.
En el ejemplo bajo estudio, se trata de indagar acerca del sentido de la libertad de ex-
presión; de las razones por las que resulta más adecuado que una sociedad disfrute
de dicha libertad que si no goza de ella. Tales razones (parece, en principio, mejor
que cada uno de nosotros pueda expresarse en libertad y respeto del otro, que lo con-
trario), suponen un ideal del ser humano según el cual una persona con capacidad de
manifestarse puede, para decirlo con Aristóteles, colmar su naturaleza, esto es, flo-
recer en la mayor medida posible de sus dimensiones físicas y espirituales. En una
palabra, ser más y mejor persona. Planteamientos de este tipo remiten a un nivel pri-
mero, básico o elemental; a un nivel filosófico.
El derecho, sin embargo, no aparece de ordinario desde esa perspectiva. Más bien Norma escrita:
suele emerger a partir del conocimiento de normas. La palabra norma, para seguir ley.
una clásica enseñanza del citado D`Ors, alude a escuadra, regla y de ahí a lo recto,
lo que corresponde realizar. Una norma, como se verá más adelante, puede ser escri- Norma no escri-
ta: costumbre.
ta o no escrita. En el primer caso, suele denominarse “ley”; en el segundo, “costum-
bre”.
Kant incluyó a este aspecto dentro de la pregunta quid iuris (“¿cuál es el derecho
positivo de este lugar?”). No se trata ya de indagar cuál es el sentido último de una
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Para seguir con el ejemplo, la ley suprema argentina (la Constitución Nacional), en su
art. 14 señala que: “todos tienen derecho de publicar sus ideas por la prensa sin cen-
sura previa”. Se observa, entonces, que si alguien preguntara por la regulación de la
libertad de expresión en nuestro país, se podría responder, con la Constitución en la Conocimiento
mano, recitando el texto recién señalado. Dicho texto responde, para decirlo con Kant, científico del
a la pregunta ¿cómo se haya regulado en un determinado país la libertad de expre- Derecho.
sión? Más brevemente: ¿cuál es el derecho positivo de un determinado lugar? No se
trata de preguntar -como también lo hizo Kant algo más arriba- si está bien o está mal;
si es más o menos razonable que en un país se respete la libertad de expresión, sino
¿cuál es el tratamiento del tema en el plano legal? Martínez Doral denomina a este
nivel de conocimiento del derecho científico.
Pero los modos de conceptualizar el derecho no suponen solamente una mirada filo-
sófica y científica, sino que, para el autor que aquí se sigue, son necesarias otras
dos: la casuística y la prudencial.
La casuística significa descender al examen de un caso que puede ser tanto hipoté-
tico (como lo plantea expresamente el autor recién citado), cuanto pretérito (como se
plantea en estas páginas). En rigor, siempre se trata de casos reales, pero cuando Conocimiento
quiere significarse que se está ante un caso “hipotético” lo que se señala es que el casuístico del
Derecho.
caso ha sido alterado en cuanto al nombre de las partes, algunas circunstancias fácti-
cas y otras consideraciones teóricas. Dicho de otro modo: se propone al estudiante un
asunto que tiene mucha semejanza con algún caso de la realidad pero que no es, es-
trictamente, el caso que ocurrió.
Mediante este tipo de ejercicio, los estudiantes pueden visualizar de manera práctica:
Nivel filosófico: la libertad de expresión es un bien por cuanto resulta mejor que una
sociedad cuente con esa posibilidad.
Sabemos, finalmente, que la cuestión no termina aquí, sino que se agregan a los ya Conocimiento
vistos, un nivel prudencial. ¿De qué se trata? La mayor distinción entre los tres nive- prudencial del
les hasta aquí estudiados y este cuarto, es que mientras los primeros son esencial- Derecho.
mente teóricos, es decir:
El cuarto nivel es esencialmente práctico, puesto que resuelve una situación que se
presenta en el aquí y ahora; una situación que no ha sido resuelta antes y cuyo resul-
tado aún no se conoce. Ejemplos de este nivel pueden ser, entre muchos otros, cuan-
do un funcionario del Estado prepara un acto administrativo mediante el cual se
apresta a comunicar a un ciudadano el resultado de un concurso; cuando un abogado
particular prepara un escrito en representación de su cliente o cuando un juez examina
un caso, toma notas y comienza la redacción de la sentencia.
Se llega así a una importante conclusión: el derecho es una ciencia práctica, es decir,
se orienta a resolver cuestiones que atañen a la conducta concreta de los seres hu-
manos.
El derecho no aspira a lograr el conocer, por el solo hecho de conocer, sino que procu-
ra conocer para hacer. ¿Qué es eso que se quiere hacer? Como se anticipó, Austin
escribió que el derecho es una provincia de la justicia. Me parece una frase feliz por-
que lo que se quiere hacer es, precisamente, justicia. De lo que se trata, sintética-
mente, es de dar a cada uno lo suyo, es decir, darle a cada quien lo que le corres-
ponde.
Se trata de un conocer para actuar procurando ajustar las relaciones sociales. Como la
tarea no es sencilla, se requiere de una virtud, la virtud de la prudencia. Por eso el
nivel prudencial es una dimensión esencialmente virtuosa. Resolver de una o de otra
manera no es una cuestión de tirar la moneda, sino que es una tarea compleja que
requiere ese fineza de espíritu que marca la sutil pero determinante diferencia entre
lo justo y lo injusto, entre lo que corresponde y lo que no; entre lo que es debido y lo
que es un exceso.
Como toda virtud, la prudencia supone un hábito, la habitualidad de dar a cada uno lo
suyo. Eso requiere, como recuerda Hervada, saber darlo (dimensión teórica) y querer
darlo (dimensión voluntaria). De ahí que los romanos definieran a la justicia, como se
verá en la unidad VII, como la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo
suyo. Y de ahí que el derecho no sea una mera técnica (en griego, tecné), sino un
arte (en latín, ars).
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Se trata de saber y de querer dar lo suyo de cada quien de la manera adecuada. Cel-
so, conocido jurista romano, escribió en una fórmula devenida famosa, que el derecho
(ius) es el ars boni et aequii (el arte de lo bueno y de lo equitativo).
Dar a cada uno lo suyo pone en primera línea la cuestión relativa a ese a quien se
debe dar lo que es de él. Si tal es el objeto de la justicia, es claro que todo apunta a
que se le reconozca a cada quien lo que es de cada uno. Luego, las personas son el
fundamento, la razón de ser, del derecho. Si las personas dejan de poseer lo que les
corresponde, si resultan despojadas de aquello que les pertenece ¿qué sería de ellas
y de la vida social? Se estaría ante una situación desesperada, pues revelaría la falta
de respeto por el otro y la correlativa desconsideración del otro hacia mí. Por ello, la
tesis fundamental de esta materia se asienta sobre el hecho de que la vida social -esa
vida de la que todos participamos- requiere, como condición excluyente, respetar a las
personas en su esencialidad y permitirle el despliegue armónico de sus capacidades
para que, de esta manera, alcance su máxima plenitud posible.
Se trata de una alta aspiración pero, si se observa atentamente, todas las culturas a lo
largo de distintas épocas exaltaron la figura del ser humano, reconociéndolo como el
motivo, la causa, de los diversos esfuerzos por alcanzar una coexistencia pacífica y
virtuosa. Algunos ejemplos ilustran esta idea. Así, en la antigua Grecia, Sófocles, en El ser humano:
Motivo y causa.
su famosa obra teatral “Antígona”, sobre la que se reflexionará en la unidad II, escribe:
“muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada más asombroso que el hombre”.
De igual modo, el romano Luciano refiere en otra pieza literaria que los hombres son
“dioses mortales”. A su vez, el renacentista Pico Della Mirándola, en una célebre obra
intitulada “Discurso sobre la dignidad humana” escribe que: “en los escritos de los ára-
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bes” he leído el caso del sarraceno Abdalah. Preguntado sobre qué era lo que más
digno de admiración aparecía en esta especie de teatro del mundo, respondió: nada
más admirable que el hombre”. De igual modo, mucho antes, en la Biblia, se lee esa
célebre sentencia de que Dios hizo al hombre a “imagen y semejanza” suya (imago
Dei), es decir, lo hizo sobre la base de Dios, parecido a éste, lo que conecta con la ya
citada frase de Luciano de considerar al hombre como un dios, aunque mortal.
Derecho y Literatura
Las citas recién mencionadas proceden de orígenes y contextos diversos. Uno de ellos
es el de la literatura. Se trata de una observación interesante. El derecho es un pro-
ducto cultural pues es creación del hombre en su tiempo y lugar histórico. El derecho
responde, entonces, a las características propias del hombre en el contexto en el que
habita: aquel, en efecto, se preocupa ante una determinada realidad y, en función de
ella, legisla y juzga. La literatura también es hija de su tiempo. El hombre escribe a
partir de vivencias propias; experiencias que varían de época en época y de lugar a
lugar. Y es oportuno apuntar que las reflexiones del hombre, expuestas literariamente,
ayudan a comprender el derecho o sirven como punto de partida para reflexionar so-
bre él.
UNIDAD II
LA PERSONA, FUNDAMENTO DEL DERECHO
¿Qué significa la voz persona?, ¿a qué se hace referencia cuando se alude a la per-
sona? Se procurará contestar esta pregunta, en primer lugar, desde un nivel etimoló-
gico, esto es, que hace referencia al origen de la palabra; luego, desde un nivel filosó-
fico, para lo cual se estudiará la manera cómo fue considerado el ser humano en di-
versas culturas que, con posterioridad, influyen de manera diversa sobre la nuestra; y,
por último, se examinará el tema en su faceta jurídica a través de una doble perspecti-
va: legislativa y jurisprudencial.
A. Etimología
• Según algunos autores persona proviene del griego prósopon, que designaba el
rostro o faz del hombre y, por extensión, la máscara.
• Para otros, el origen de la expresión es etrusco, phersu, y connota a un personaje
enmascarado o la máscara que lleva puesta.
• Asimismo, para algún autor romano, como recuerda Hervada, persona deriva “del
verbo personare, que significa resonar con fuerza y por ello se aplicó a las máscaras
que, en las representaciones teatrales, utilizaban los actores”. De cualquier modo,
como sintetiza este último autor, las tres teorías coinciden en señalar como primer
significado (…) la máscara, esto es, indica algo exterior al hombre.
Esta última idea parece capital. La máscara alude a algo exterior al hombre. Luego, no
es lo mismo que el hombre. Habría entonces una distinción entre el ser humano y la
persona por cuanto ésta última refiere al papel que el hombre cumple en la vida social.
La máscara, en efecto, sirve para ocultar la verdadera realidad del enmascarado,
permitiéndole desempeñar un papel diverso del que genuinamente aquél es. El ejem-
plo de las obras de teatro es sumamente gráfico, ya que en ellas se asume un papel
que no se corresponde con lo que el ser humano en verdad es.
Según explica el autor citado, “en términos genéricos (no en rigurosos términos históri-
cos) llamamos estamental a toda concepción de la sociedad, según la cual los hom-
bres son considerados desiguales en valor y dignidad, de modo que la sociedad se
constituye por estratos de personas o estados”. A su juicio, “es rasgo típico de la so-
ciedad estamental que la participación en la vida social -y, en consecuencia los dere-
chos y deberes de los que cada hombre es titular- depende de la condición o estado
en el que el hombre está inserto y es desigual en función de dichos estados o condi-
ciones”.
De este modo, se caracteriza a todas las personas como tales más allá de aspectos
accidentales, esto es, de roles, tareas o funciones siempre diversas; más allá de la
raza, del sexo, de la religión o de la nacionalidad. La incorporación, entonces, de las
características que son propias de la palabra “hypostasis” a la voz persona en el mun-
do latino, la ha trasmutado por completo. Se está ante otra noción.
Se advierte que substancia conecta más con “esencia” (ousia) que con “subsistencia”
(hypostasis) y Beuchot da su parecer: Boecio prefiere persona en el sentido de subs-
tancia porque juzga que “subsistencia dice algo todavía universal”, en tanto que ousia
mienta algo individual. La persona contiene, pues, notas esenciales, esto es, comunes
a todos pero, al mismo tiempo, la persona es un ser incomunicable; es él y sólo él. De
ahí la nota de “individualidad”.
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Por cierto, el hombre es el único ser de la creación que puede gobernar sus actos,
esto es, que no actúa mediante instintos. Puede optar y de hecho, constantemente
realiza elecciones entre diversas alternativas, procurando alcanzar objetivos más ele-
vados o, simplemente, aquellas que estima más pertinentes para su vida. Todo esto
supone el ejercicio de la libertad lo que remite al empleo de la razón. Por ello Boecio
concluye su definición apelando a la naturaleza racional del hombre.
De igual modo, cabe resaltar en un dato que tiene una importancia superlativa y que
está ya insinuado en la noción de persona aquí perfilada. Como subraya pertinente-
mente Hervada, “el significado filosófico de persona encierra en sí, como dimensión
propia de la persona, la socialidad o relacionalidad: la persona no es un ser aislado,
sino un ser-en-relación”. En efecto, en las explicaciones trinitarias (…) se trataba de
expresar subsistencias que se distinguen precisamente por su relación entre sí: el Pa-
dre en relación al hijo (…) y ambos en relación al Espíritu Santo…. De ahí que, con-
cluye, al traducirse al latín la voz persona, se fundió en una significación, al menos
parcialmente, las dos líneas semánticas señaladas. En efecto; se asumió la nota de
ousía (esencia), para resaltar lo individual, lo propio de cada ser humano. Y se incor-
poró la nota de hypostasis (subsistencia), en el sentido de que, al igual que el Padre
se relaciona con el hijo, las personas se relacionan con los demás; la persona es un
ser -como escribió Heidegger- que “está con” (mit sein), esto es, que coexiste con los
demás, ya que sin los demás, sería imposible el progreso social.
Esta nota fundamental llamó la atención de la filosofía Occidental desde horas tem-
pranas. Beuchot lo advierte cuando escribe que “el cristianismo pone como principio
absoluto de lo que hay, lo personal: no un algo, sino un alguien” que, en última ins-
tancia, es Dios. En efecto; en el horizonte de la cristiandad, el Dios a cuya imagen fue
creado el hombre se presenta de manera personal, por lo que mucho de la concep-
ción cristiana de la persona se obtendrá por analogía con el Dios personal. Se
trata, pues, de “alguien personal con quien se tiene una relación personal”. No se está
ante una visión fatídica y circular de la historia, sino frente a “una historia de la salva-
ción; tanto del pueblo o iglesia como del individuo concreto, de la persona existente,
que apuesta su existencia a Dios, para ser salvada por Él”.
Ahora bien, lo que aquí interesa destacar es el empleo de la voz dignidad, como sinó- Relación:
nimo de lo más perfecto, lo cual es debido a la naturaleza racional de la persona. persona, digni-
Por eso, concluye el Aquinate, lo más digno es subsistir en la naturaleza racional, dad y naturale-
za racional.
es decir, que el hombre sea un ser racional.
“El hombre es llamado y reconocido con todo derecho como el gran milagro y
animal admirable” de modo que “es el ser vivo más feliz y el más digno por ello de
admiración”.
La época moderna es rica en otros ejemplos en los que se exalta la relación entre per-
sona y dignidad. El libro expone el caso de diversos autores respecto de los cuales
cabe retener dos nombres: Francisco de Vitoria e Immanuel Kant.
El primero resulta muy importante porque representa la extensión del concepto de per-
sona a los habitantes americanos, a los que los europeos acaban de conocer luego del
desembarco colombino de 1492. Hoy en día dicha extensión puede parecer banal o
evidente. Pero en aquel momento las cosas no eran tan obvias y, de hecho, fue inten-
samente discutida la condición filosófico-jurídica de los aborígenes americanos. El libro
explica algunos de los aspectos de esa discusión, a cuya lectura los remito, dado que
se formulan preguntas en torno de este punto. Aquí interesa retener la tesis fundamen-
tal de Vitoria, distinguido catedrático de la Universidad de Salamanca, quien escribe en
1532 una disertación o relección sobre los indios americanos.
Su planteamiento se funda en que el orbe todo constituye en cierta medida una re-
pública de la que emana, entre otras consecuencias, un derecho natural de comu-
nicación entre los pueblos (ius comunicationis), postura ésta que es una ampliación,
a escala mundial, del reconocimiento de la igualdad ontológica de todos los seres
humanos. Vinculada la tesis recién expuesta al problema concreto sobre el que debió
expedirse, fluye sin esfuerzo la condición personal (en el sentido postulado a partir de
la interpretación de los primeros teólogos y filósofos cristianos) de los aborígenes ame-
ricanos, con lo que, garantizada la igualdad ontológica de éstos respecto de los demás
habitantes del planeta, y planteados a partir de dicho “derecho de comunicación”, otros
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derechos-deberes entre las personas, se está ante el primer antecedente de las mo-
dernas declaraciones de derechos humanos.
La tesis de Vitoria se profundiza cuando se opone a la postura que considera que el La condición de
dominio sobre las cosas se obtiene por la pertenencia al estado de gracia, por lo que imago Dei
propia del
al no ser cristianos, los aborígenes no tendrían dominio sobre sus propiedades y, en hombre.
última instancia, sobre su propio ser.
La crítica vitoriana a esta postura es de la mayor relevancia pues, retomando los ar-
gumentos estudiados hasta el presente, considera que la capacidad de dominio de los
aborígenes sobre sí y sobre sus posesiones reside en la condición de imago Dei pro-
pia del hombre, con arreglo a lo establecido en el conocido pasaje del Génesis, 1, 26,
según el cual “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen
los peces del mar, etc.”. Ahora bien: conviene reparar que esta afirmación no vincula
sólo a aquellos que profesan el cristianismo. En opinión de Vitoria, la condición de
imago Dei es propia de todo hombre sin distinción alguna, ya que éste «es imagen de
Dios por su naturaleza, esto es, por sus potencias naturales; luego no lo pierde por el
pecado mortal».
Podría decirse que el círculo de los autores modernos que más han trabajado la rela-
ción persona=dignidad se cierra con la obra de Kant, producida a fines del siglo XVIII.
Este autor distingue con nitidez entre: “los seres cuya existencia no descansa en nues-
tra voluntad, sino en la naturaleza”, los cuales, “si son seres irracionales” tienen un
“valor relativo como medio, y por ello se llaman cosas”; de “los seres racionales”, a los
que se llama “personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mis-
mos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio y, por tanto,
limita en ese sentido todo capricho (y es un objeto de respeto)”.
El hombre, en efecto, añade, “no es una cosa; no es, pues, algo que pueda usarse
como simple medio”, sino que “debe ser considerado en todas las acciones como fin
en sí”. Y profundiza: “en el reino de los fines todo tiene o un precio o una dignidad.
Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que
se halla por encima de toda precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene
una dignidad”. De donde: “aquello que constituye la condición para que algo sea fin en
sí mismo, eso no tiene meramente valor relativo o precio, sino un valor interno, esto
es, dignidad”. Sobre tales bases, concluye el filósofo, es la legislación misma en el
sentido de propia y connatural al hombre la que “debe por eso, justamente, tener una
dignidad, es decir, un valor incondicionado, incomparable, para lo cual solo la palabra
respeto da la expresión conveniente de la estimación racional que debe tributarle”. En
tales condiciones, “la autonomía es, pues, el fundamento de la dignidad de la naturale-
za humana y de toda naturaleza racional”.
Las palabras del filósofo alemán son claras y han tenido una honda repercusión. Lo
digno es lo que carece de precio; lo que es intocable, inmaculado y su valor es absolu-
to. Kant cifra la dignidad humana en la autonomía personal, esto es, en la posibilidad
de que cada uno de nosotros pueda dictar su propia ley (autonomía se origina en las
palabras griegas nomos, ley, y auto, propio); pero, como añade de inmediato, no se
trata de una ley personal en el sentido de una norma mezquina o subjetiva, que solo
atiende los intereses particulares de cada individuo, sino de una ley universal, es de-
cir, una ley necesaria para todos los seres racionales de modo de: “juzgar siempre
sus acciones según máximas tales que puedan ellos querer que deban servir de leyes
universales”. Se está, en definitiva, ante la idea de una ley objetiva -no subjetiva- que
contiene o incluye a la entera humanidad, por lo que ésta la reconoce como propia.
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Las consideraciones realizadas a partir del breve recorrido histórico seguido en el pun-
to anterior, confluyen en lo que se ha denominado la noción “filosófico-jurídico” de per-
sona. En sentido estricto, tales consideraciones anticipan y fundamentan lo que aquí,
de modo sintético, se señalará.
Al respecto, Hervada afirma que ser persona en sentido filosófico connota al ser “que
domina su propio ser”, de donde ese dominio de sí es “el distintivo del ser personal y el
fundamento de su dignidad”.
• en primer lugar, engendra “el dominio sobre cuánto le constituye (su vida, su integri-
dad física, su pensamiento, su relación con Dios, etc.)”;
• en segundo término, alude al despliegue de la personalidad humana, a su desarrollo,
ya que, como añade el autor recién citado, toda persona aspira “obtener sus fines
propios” (ustedes, como estudiantes, a concluir sus estudios; los deportistas, a al-
canzar el máximo rendimiento posible; los padres, a cuidar y brindar consejo a sus
hijos, etc.),
• por último, “la capacidad de dominio se extiende a aquel círculo de cosas que en-
cuentra en el Universo y que, por no ser personas, son seres que no poseen el do-
minio sobre su propio ser y, en consecuencia, son radicalmente dominables”.
Tal es el caso de los objetos exteriores, como las plantas que sirven de remedio y ali-
mento para las personas; las piedras, cuyo despliegue permite un cobijo; los ríos, que
sirven para el cultivo y para la propia nutrición del hombre; los animales, muchos de
los cuales cooperan en el trabajo y la defensa humanas, etc.
En todas ellas se advierte una nota de la mayor relevancia, a saber, que se está ante
un ser:
• capaz de contraer derechos y obligaciones, esto es, de ejercer por sí (o por sus re-
presentantes) su libertad y de asumir las consecuencias de ello; o,
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• que se trata de un sui iuris, es decir, de un sujeto portador de una substancia racio-
nal que lo torna autónomo e incomunicable respecto de los demás seres; o,
• que es un ser ante el derecho, lo cual revela que ya es, y que tal posesión de su ser
y de las operaciones que le son anejas -las que se estructuran como lo suyo-, es re-
cogido y no creado por el ordenamiento jurídico.
a) Esta primera caracterización apunta a distinguir frontalmente las ideas que funda-
mentan esta obra de la que son propias de la teoría conocida como positivismo ju-
rídico, la que se estudiará en la próxima unidad.
El siguiente ejemplo de Hervada ilustra lo que aquí quiere señalarse: si bien “cual-
quier sistema de comunicación oral -todo idioma- es una creación cultural”, sin em-
bargo, “no son culturales sino naturales la capacidad de hablar, la tendencia a la
comunicación oral y el hecho mismo de esa comunicación”.
De igual modo, si el derecho fuera una creación exclusivamente cultural, significaría
“que el estado natural del hombre sería ajurídico, que nada jurídico habría natural-
mente en el hombre”. Tal conclusión contradice, evidentemente, la noción del hom-
bre como ser substancial y digno. Si se admite esta tesis, entonces se concede que
el ser humano es portador de bienes propios, que inhieren en él, y que contribuyen
a caracterizarlo como ser humano digno.
Con esto quiere decirse que la vida, la salud, la libertad son bienes de cada uno;
radicalmente incomunicables y que requieren de un respeto incondicionado. Esa es
la base “natural” del derecho.
Reconocida dicha base, cada sociedad organiza su sistema social de la manera
que mejor considera oportuno. Y ésta última es una dimensión “cultural”, pues es
propia de cada pueblo y, por tanto, admite variantes. Pero, conviene no olvidar que
tal variabilidad existe a partir del reconocimiento de una base común, que es previa
y connatural al hombre.
En definitiva, lo justo pasa a ser lo legal (lo que la ley positiva diga en un caso concre-
to) y, como es claro, no cambia las cosas que en la actualidad se reconozca, de mane-
ra extendida, la personalidad jurídica a todas las personas a fin de salvar aquel peligro,
puesto que ello es una cuestión de hecho y no un juicio acerca de la justicia misma de
tal circunstancia, máxime si tal reconocimiento puede desaparecer, si se concibieran
leyes “regresivas” respecto de determinados avances o progresos en materia jurídica.
NOTAS CONCLUSIVAS
No se trata -repárese bien- de amputar de los distintos entornos culturales sus caracte-
rísticas propias, puesto que tales características, producto -como se verá con mayor
detenimiento en las unidades II y III- de la historicidad humana, además de insustitui-
bles, resultan imprescindibles, ya que contribuyen a enriquecer el ser del hombre, a
través de las distintas operaciones que pone en acción, a fin de procurar cumplir su
destino individual. Por el contrario, de lo que se trata es de garantizar ese mínimo haz
de exigencias que caracterizan al ser del hombre, sin lo cual nada de su ulterior desa-
rrollo en el específico contexto social en el que se halla, resultaría posible. Por eso, la
Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Viena de 1993 señala que:
En inglés se dice: “everyone has the right to recognition everywhere as a person be-
fore the law”.
Es decir, que ese derecho a ser reconocido como persona (como lo que se es), es
ante la ley. La preposición ante es de la mayor relevancia, porque señala la persona
es portadora de bienes propios o intrínsecos que la hacen esencialmente digna
y que, munida de tal dignidad se presenta ante el derecho, el cual no puede sino
receptar esa dimensión que no crea, sino que recibe y debe contribuir a desarro-
llar.
“Los Estados Americanos han reconocido que los derechos esenciales del
hombre no nacen del hecho de ser nacionales de determinado Estado sino
que tienen como fundamento los atributos de la personalidad humana”.
21
Una vez más, pues, son estos atributos -y no lo que las leyes digan o callen- la razón o
fundamento de los derechos “esenciales”, es decir, inherentes, que los estados “reco-
nocen”, esto es, que no crean. De ahí que, como concluye Hervada:
EL CONCEPTO DE PERSONA EN LA
CONSTITUCIÓN NACIONAL
Una rápido repaso al texto y al espíritu de la Constitución Nacional muestra que la tra-
dición jurídica nacional confronta con la concepción estamental de la persona y su
reducción a lo que expresamente digan los textos positivos.
Por de pronto, ya el Preámbulo invita a unirse a los objetivos que allí se mencionan a
todos los hombres del mundo, expresión ésta que, por su omnicomprensividad, no
permite excluir a nadie, en contra de una concepción estamental o fundada en alguna
razón discriminatoria que afecte la noción de persona aquí estudiada, tal y como que-
da todavía más claro con la lectura de varias de sus normas. Así, en el art. 16 estipula
categóricamente que:
Esta norma que debe completarse con el artículo anterior según el cual “en la Nación
Argentina no hay esclavos; los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de
esta Constitución”, en tanto que los “que de cualquier modo se introduzcan quedan
libres por el solo hecho de pisar el territorio de la República”. Más aún: para dicho ar-
tículo 15 “todo contrato de compra y venta de personas es un crimen de que serán
responsables los que lo celebrasen, y el funcionario que lo autorice”. Es lo lógico, ya
que, concluye el citado art. 16, “todos sus habitantes son iguales ante la ley”, expre-
sión que obviamente incluye a los extranjeros, como se reafirma en el art. 20, que ex-
presa que “los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos
civiles del ciudadano”.
Dicho en otros términos: el derecho no es sólo la ley positiva, sino que existen dere-
chos “no enumerados”, los cuales, a juicio de la norma, tienen su fuente en el “princi-
pio de la soberanía del pueblo” y “la forma republicana de gobierno” que, de conformi-
dad con el debate habido al aprobar el texto no son otros que los “derechos (…) que
son anteriores y superiores a la Constitución misma…”. Se trata de “…derechos de los
hombres que nacen de su propia naturaleza…” y que “no pueden ser enumerados de
una manera precisa. No obstante esa deficiencia de la letra de la ley, ellos forman el
derecho natural de los individuos y de las sociedades, porque fluyen de la razón del
género humano”. (La cursiva no corresponde al original).
22
Ambas clases de personas, a juicio del codificador Vélez Sarsfield, son “todos los en-
tes susceptibles de adquirir derechos, o contraer obligaciones”, definición ésta que
enlaza inequívocamente con la tradición filosófica que cristaliza en Boecio: la persona
es un ente (por eso lo ontológico), de modo que por ya ser, resulta capaz en tanto
que tal y no porque la ley lo diga, de adquirir derechos y obligaciones.
Asimismo, el art. 51, que se refiere a las personas de “existencia visible”, expresa que
se trata de “todos los entes que presentasen signos característicos de humanidad, sin
distinción de cualidades o accidentes”. El texto no puede, en efecto, ser más claro en
cuanto que ya no resultan relevantes las “cualidades” o “accidentes” que puedan
acompañar a una persona (raza, sexo, religión, nacionalidad, mayor o menor altura
física; mayor o menor desarrollo intelectual; mayor o menor posibilidad de sobrevida,
etc.), sino lo “substancial”, aquellas notas que, por ser comunes o naturales a todo ser
humano, lo universalizan y lo hacen acreedor de una dignidad intrínseca. Para decirlo
con el lenguaje de los primeros filósofos occidentales: importa lo “esencial”, la “ousia”
que distingue a todos y cada uno y que los hace sustancialmente dignos.
Al explicar el sentido del artículo, Vélez Sársfield desarrolla su fina percepción filosófi-
ca del concepto de persona en la línea de la aquí expuesta. En primer término, el codi-
ficador afirma que: “nuestro artículo no exige la viabilidad del nacido como condición
de su capacidad de derecho” ya que, a título general, “esta doctrina no tiene ningún
fundamento, pues es contraria a los principios generales sobre la capacidad de dere-
cho inherente al hecho de la existencia de una criatura humana, sin consideración al-
guna a la mayor o menor duración que pueda tener esa existencia. Este es el derecho
general y no se comprende qué motivo haya para introducir una restricción respecto al
recién nacido. La muerte que sobrevenga puede provenir de circunstancias exteriores
y no de la no viabilidad”. Y añade: “No porque una persona parezca con signos indu-
dables de una pronta muerte, queda incapaz de derecho. Sería preciso también que la
ley fijara el tiempo en que el vicio orgánico debía desenvolverse para causar la inca-
pacidad del recién nacido, y la ciencia no podría por cierto asegurar qué días o qué
horas de vida le quedaban al nacido con un vicio orgánico” (el énfasis se ha añadido
en todos los casos) 1.
1
En la actualidad, la ciencia médica se halla en condiciones de determinar cuándo principian determinadas anomalías, tal el
caso de las personas anencefálicas (carentes de cerebro), la que ocurre con posterioridad a la concepción, como se estudia
en libro “Teoría del Derecho” a cuya lectura en lo pertinente, se reenvía.
23
Así, en los casos planteados por Hervada la persona no podrá ejercitar tal dominio en
razón de su incapacidad por lo que no podrá hacer uso de su razón. Pero ese más o
menos restringido discernimiento no lo cancela como ser personal sino que, en todo
caso, lo torna acreedor de todos los derechos inherentes a aquél con más uno: el es-
pecial resguardo o cuidado que exige la dignidad de toda persona.
mínima -un metro sesenta decímetros- dispuesto por la Resolución 957/81, aplicable al
régimen de estudios pertinente. Al respecto, la Corte Suprema confirmó la declaración
de inconstitucionalidad de la mentada resolución, apoyándose, entre otras razones, en
el dictamen del Procurador General, para quien considerar que “el nivel de la altura del
profesor, en la medida en que puede ser superado por la media de los alumnos, es un
factor negativo para el correcto desenvolvimiento de la clase, distan, a mi juicio, de ser
de significación como para constituir el mencionado fundamento” y trasluce “un con-
cepto discriminatorio impropio de los sentimientos que conforma nuestra moral repu-
blicana”.
Por su parte, el voto de los jueces Belluscio y Petracchi, en sintonía con la perspectiva
recién citada, puntualiza que se está ante “una reglamentación manifiestamente irra-
zonable de los derechos de enseñar y aprender” (que el voto de mayoría considera
como “esenciales” y “sustanciales” a las personas), por lo que se “afecta la dignidad de
las personas que inicuamente discrimina” (consids. 5º y 4º, respectivamente). Sobre
tales bases, y de consuno con la filosofía substancialista aquí estudiada, expresa que
“lo peor del discurso (…) es la agraviante indiferencia con que en él se deja fuera de
toda consideración los más nobles méritos de los menos talludos (…) como si fuera
posible rebajar las calidades humanas a la mensurabilidad física”, estableciendo “acrí-
ticamente una entrañable e incomprensible relación entre alzada y eficacia…” (consid.
11) (énfasis añadido).
A partir de lo dispuesto por el art. 54 del Código Civil, se examinará si las “personas
por nacer”; los “menores” o los “incapaces” son o no, personas en el sentido hasta
aquí señalado.
Esta cuestión ha sido desde siempre muy discutida por la ciencia y la filosofía, inci- Los estudiantes
diendo tal discusión, sobre el derecho. En este último ámbito, el codificador afirma que deben exami-
nar, de manera
se es persona “desde la concepción” (los estudiantes deben examinar, de manera ar- armónica, los
mónica, los arts. 70, 72 y concordantes del Código Civil), pero justamente este punto arts. 70, 72 y
(cuándo acaece la concepción) ha sido materia de controversia. Sobre el particular, un concordantes
caso célebre en los Estados Unidos por sus cambiantes alternativas, ilustra adecua- del Código
Civil.
damente la complejidad del tema.
En efecto, en la causa “Davis v. Davis”, que trató el divorcio del matrimonio Davis, se
disputó la tenencia de ciertos embriones conservados en una clínica, a raíz de un tra-
tamiento de fecundación in vitro que habían realizado los cónyuges. ¿Se está ante
“personas” tal y como se las ha definido y, por tanto, seres humanos que merecen
respeto incondicional? ¿Se está ante “cosas” que pueden dividirse entre los cónyuges,
como cuando se dispone que un inmueble quede en poder de uno y un automóvil en
poder de otro o que, incluso, dado su carácter de “cosas”, pueden ser arrojados a la
basura? ¿Se está ante una realidad distinta a las anteriores?
El tribunal de distrito del Estado de Tennese: “compartió la idea de los siete expertos
médicos liderados por el Dr. Lejeune”, para quienes “mediante la utilización del ADN
se podrían identificar los ‘códigos de vida’ individuales de los embriones humanos y de
tal modo delinear completamente la constitución de ese individuo”. En efecto; “cada
cédula tiene un ácido desoxirribonucleico que es como una ‘huella dactilar’ y que lo
hace fácil de distinguir de otros embriones humanos”. Por ello, concluyó que los em-
briones tenían vida “desde el momento de la concepción” y que, en rigor, “no eran em-
briones sino menores in vitro”, por manera que invocó la patria potestad y, al conside-
rar que su “mejor interés” era el nacer, otorgó una guarda provisoria de los “menores”
25
a favor de una de las partes. Se está, pues, claramente ante la concepción substancial
y digna de persona aquí estudiada.
La postura recién expuesta, sin embargo, ha sido resistida por quienes afirman que “el
embrión humano es un tejido humano extracorporal” y, por tanto, un “apéndice del
cuerpo humano”. Entonces, se trataría de una “cosa susceptible de aprehensión”, de
modo que “puede ser algo sujeto a propiedad y por ende, sujeto al dominio de una
persona” quienes, por lo mismo, gozan del “control final” sobre su destino. Esta es la
posición asumida por la Cámara de Apelaciones en el mencionado caso, para la cual
los embriones resultan cosas susceptibles de apropiación y disposición, de modo que
“debían ser tratados como parte del acervo matrimonial” y, por tanto, “divididos como
los demás bienes fungibles del matrimonio”. De ahí que aludió a la necesidad de un
“control conjunto” sobre ellos en lugar de una “custodia conjunta”, terminología que
avala la “posición de que los embriones son cosas y no personas, ya que de las per-
sonas se tiene custodia y no control”.
La distinción recién expuesta ilustra el fundamental distingo entre, por una parte, las
personas incapacitadas de hecho de ejercer su ser personal y los derechos que le son
anejos y, por otra, las cosas, aspecto éste que también ha sido precisado con rigor en
el precedente “Kass v. Kass” en el que un tribunal de apelaciones del estado de New
York autorizó la vigencia de un contrato sobre el destino del embrión humano, asimi-
lándolo a una cosa, “ya que no se puede contratar sobre el destino de una persona”.
Es claro: si se puede contratar sobre el destino de una persona, quiere decir que la
persona es una cosa, un objeto; no un sujeto de derecho, un ser intocable y, por tanto,
substancial y digno.
Pero el tratamiento del tema no termina ahí. La Corte de Justicia del mencionado Es-
tado norteamericano adoptó un tercer punto de vista, según el cual el embrión “no es
ni una persona ni una cosa, pero merece un respeto especial”, con sustento, de un
lado, “en el potencial de viabilidad” que ostenta por lo que “no debería ser asimilado a
tejido humano o extracorpóreo”; y, de otro, en que “no ha desarrollado completamente
su estructura biológica”, por lo que “no debería ser asimilado a una persona”. Por eso
concluyó que “el embrión humano merece mayor reconocimiento de personalidad que
una mera cosa aun cuando no es un ser humano”.
b. Los incapaces
Al respecto, como bien puntualiza Llorens, en esta materia el régimen vigente en nues-
tro país, “propio del siglo XIX, produce dos consecuencias gravísimas para el sujeto: la
primea es la falta de matices, pues no se considera la importancia de la ineptitud, ni
para qué cuestiones el sujeto está impedido o afectado. La segunda, es la absoluta
irrelevancia de sus deseos y de su voluntad, aun de los que pueda sanamente formu-
lar”. Ante ello, conviene ponderar, a título general, que de conformidad con la “Con-
vención Interamericana para la eliminación de todas la formas de discriminación contra
las personas con discapacidad” (ley 25.280) “no es correcto el dictado de una senten-
cia que incapacite a una persona para obrar en forma absoluta. Debe precisar para
qué clase de actos lo dispone y en qué medida”. De ahí que acertadamente precisa
26
este autor que “corresponde sustituir la expresión ‘incapaz’ por ‘discapaz’ en el sentido
de imperfección, dificultad o anomalía en la capacidad”. Es lógico: “cuando determina-
da persona no tiene aptitud para ejercer por sí mismo -en igualdad de condiciones con
las demás personas- determinados derechos, podemos decir que se trata de una per-
sona dependiente en riesgo y necesitada de un régimen de protección jurídica que lo
beneficie y que impida que el aprovechamiento por terceros de esa situación”. Sin em-
bargo, este beneficio no puede ir más allá de lo estrictamente necesario, puesto que,
de otro modo, se alteraría la finalidad para la que se ha constituido el régimen con di-
recto detrimento de la substancialidad-dignidad de la persona que es el fundamento
último de aquél.
Ante ello, y más allá de la insoslayable intervención de los padres atento el ejercicio de
la patria potestad, tanto los textos internacionales, como el derecho comparado han
otorgado un creciente protagonismo a los menores. Así, de conformidad al 2º párrafo
del art. 7º del Proyecto original de la Convención de Bioética del año 1994 del Consejo
de Europa, “el consentimiento del menor debe ser considerado como un factor cada
vez más determinante, proporcionalmente a su edad y a su capacidad de discerni-
miento”. Sobre tales bases, por ejemplo, en el Reino Unido la Sección 8 del Acta de
Reforma del Derecho de Familia del año 1969 autoriza a los adolescentes de dieciséis
o más años a consentir tratamientos quirúrgicos, médicos y odontológicos, como si
fuesen mayores de edad, prevaleciendo sus deseos por sobre los de sus padres.
Como parece obvio, se trata de un principio general que transita en sintonía con el
máximo despliegue posible de la personalidad humana que es, a su vez, concreción
de la referida nota de substancialidad-dignidad que le es propia, principio éste que, sin
embargo, no excluye las excepciones. Como recuerda Zambrizzi, a partir de la autori-
dad de Rabinovich, rige en Gran Bretaña la regla del “menor maduro”, según la cual,
“si bien hasta la mayoría de edad continúa en vigor la patria potestad, a medida que el
menor va madurando, el grado de control paterno debe ir decreciendo”, aunque, mati-
za, “se duda sobre la validez de ese consentimiento en el supuesto de que se tratara
del rechazo de una terapia o tratamiento que ofrece un buen pronóstico”. Más aún:
justamente el principio general recién aludido condujo, en ese país, a que un tribunal
autorizara una transfusión de sangre en contra de la decisión tanto de los padres, co-
mo del menor de 15 años de edad, todos Testigos de Jehová, en un caso en que éste
último se hallaba enfermo de leucemia. Y, con mayor razón, si se trata de supuestos
en que los menores no se manifiestan o son incapaces, tal y como ha sucedido en los
Estados Unidos, por interpretarse que “ello constituiría un ejercicio abusivo de la patria
potestad, por el cual se incurriría en responsabilidad penal”.
27
CONTROL DE LECTURA
UNIDAD IV
ENFOQUES DE LA TEORIA GENERAL DEL DERECHO
INTRODUCCIÓN
Ambas corrientes tienen a su vez, una pluralidad de perspectivas. Así, José Llompart,
quien adhiere al por él denominado “iusnaturalismo jurídico”, reconoce que dentro de
esta corriente existen diversas perspectivas: el iusnaturalismo “ético”, el “teológico” y el
“metafísico”. De igual modo, otro jurista contemporáneo, Eugenio Zaffaroni, señala en
una reciente e importante sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que
“como es sabido, no hay una única teoría del Derecho Natural, sino muchas (…) hay
un derecho natural de raíz escolástica, otros de claro origen contractualista, liberal y
absolutista, pero también hubo derechos naturales, autoritarios y totalitarios, abierta-
mente irracionales”.
Por su parte, Eugenio Bulygin, positivista, sostiene que la expresión “positivismo jurídi-
Positivismo
co” es altamente ambigua, ya que difiere según los autores. En el libro, este autor se- jurídico.
ñala a varios de ellos, mencionándose sus nombres y características. ¿Quiénes son?
¿Cuáles son tales características?
Así, en primer lugar, ambos se preguntan si ese límite se encuentra en el derecho po-
sitivo mismo, o si existe algo más, una instancia crítica desde la cual éste pueda ser
comprendido y juzgado.
En segundo lugar, los mencionados autores se preguntan si, en caso de que efectiva-
mente exista “un saber más allá del derecho positivo”, si éste trasciende lo jurídico y,
ahondando en lo filosófico, indaga en la posibilidad de conocer el sentido último de la
realidad humana. Esta pregunta abre las puertas a otro gran debate: el del “cognoti-
vismo” y su oposición, el “no cognotivismo”.
¿Cómo podemos definir a esta corriente jurídico filosófica? Siguiendo a Gregorio Ro-
bles, se señala que “el positivismo jurídico supone la ruptura con el ser ideal, y la
reivindicación a ultranza de lo real y sus leyes.
29
a) pesa sobre el juez la prohibición de crear derecho, ya que con arreglo a la teoría de
división de poderes, la misión de crear derechos está reservada a la voluntad popu-
lar;
b) además, pesa sobre aquel “la prohibición de negarse a fallar”, pues la ciencia jurídi-
ca es una ciencia práctica, por lo que no puede, ante las necesidades de la vida,
alegar que no ha resuelto todavía el problema planteado, y
c) los dos primeros postulados no pueden conciliarse entre sí, sino se arranca de un
tercer supuesto, a saber: “la ley carece de lagunas, no encierra contradicciones, es
completa y clara”, es el postulado o la ficción consistente en afirmar que la ley, o
por lo menos, el orden jurídico, forma una unidad cerrada y completa”.
Esta postura implica diversas consecuencias que se oponen a las tesis iusnaturalistas
que, en cierto sentido, han sido anticipadas en la unidad I a partir del estudio del con-
cepto de persona. Obsérvese:
- Afirmar que todos los problemas son resueltos “a base del derecho positivo” significa Derecho positi-
que nada existe fuera de ese derecho. La única realidad es el derecho positivo. Es vo como única
en ese sentido que Robles afirma que el positivismo supone la victoria de lo “real”, es realidad.
decir, de lo que se puede ver y tocar y no de lo “ideal”, del deber ser; de ciertas pro-
posiciones que indican que algo (una conducta) debe realizarse en la “mayor medida
de lo posible” (para seguir una expresión de Alexy) y que, por ello, no se ha realizado
aún y, tal vez, no pueda realizarse nunca del todo (por ejemplo, garantizar la plena
salud de toda la población; la integridad física de cada uno de los ciudadanos, etc.).
- Asimismo, señalar que no se debe recurrir a “juicios de valor” supone formular una
neta distinción entre derecho y moral, relación que, según se vio en la unidad I, re-
sulta fundamental, ya que el derecho no es neutral; al derecho no le es indiferente la
justicia de la injusticia; las conductas respetuosas de las personas de aquellas que
no la resguardan, etc. Y, como es claro, realizar afirmaciones del estilo de “esto es
30
injusto”; “esto es incorrecto” o “esto es inadecuado”, supone que el sujeto que emite
tales afirmaciones está en condiciones de distinguir entre lo justo y lo injusto; entre lo
correcto y lo incorrecto; es decir, puede conocer las conductas y valorarlas de modo
diverso, según sean más o menos de aquella conducta menos adecuada. Se está,
entonces, ante una afirmación cognotivista que permite valorar comportamientos me-
jor logrados de otros menos logrados. La relación entre derecho y moral es, pues, en
el iusnaturalismo, inevitable.
- Considerar que el juez tiene prohibido “crear” derecho tiene relación con la teoría de
la interpretación jurídica, aspecto que será estudiado en la unidad VII, y en el que el
estudiante advertirá las diferencias, una vez más, entre iusnaturalismo e iuspositi-
vismo. Esta última corriente, en efecto, considera que existe un órgano “productor”
de las normas jurídicas (el Poder Legislativo) y un órgano meramente “reproductor”
de aquellas (el Poder Judicial). Para el iusnaturalismo, las diferencias no son tan ne-
tas, ya que muchas veces no existen normas jurídicas (supuesto de lagunas jurídi-
cas), en cuyo caso el juez trata de aplicar al caso que debe resolver una norma que
considera semejante (análoga) a otra del ordenamiento jurídico. Si el estudiante ob-
serva con atención, esa tarea de seleccionar una norma existente a fin de aplicarla al
caso que debe resolver no es una simple “reproducción”, sino que tiene mucho de
“creación”. En la unidad I se estudió un caso en el que se discutía si los embriones
fecundados eran o no persona. ¿Qué resolvió la Cámara Civil en la causa “R”?
¿Cómo argumentó el tribunal para considerar que los embriones eran personas? Re-
lea el texto y discútalo en clase con el docente.
- De igual modo, la “prohibición de negarse a fallar” tiene relación con el unidad VI, en
el que se estudia el “sistema jurídico”. La gran aspiración del positivismo jurídico ha
sido la crear un sistema “completo”, en el que todos los supuestos que puedan plan-
tearse en la vida tengan una solución específica en el ordenamiento jurídico. Desde
esta lógica, es claro que el juez no puede “negarse a fallar”, ya que todo problema
tiene una solución. Sin embargo, el ejemplo dado en el párrafo anterior muestra con
claridad cuán lejos se está de ese objetivo. Es más, como se mostrará en esa uni-
dad, la presencia de normas tampoco garantiza que se pueda resolver un caso con
numerosos ejemplos, ya muchas veces las disposiciones no son claras, resultando
ambiguas, equivocas o contradictorias.
En definitiva, las consideraciones anteriores permiten poner en relieve que la oposición Método
entre ambas corrientes comprende los planos tanto “metodológicos” como “gnoseoló-
gicos”. Lo primero hace referencia al “método” (en griego, “camino”), esto es, al modo Camino
o manera cómo acceder al conocimiento de ciertas nociones. Cuanto se ha dicho en
relación con la interpretación o con el sistema jurídico alude a este aspecto. Lo segun- Gnoseológico
do, es decir, lo “gnoseológico” (quiere decir lo “cognoscitivo”), alude al referido proble-
ma de la posibilidad o no de conocer o de inteligir el sentido último de las cosas y que, Cognocitivo
en relación con el derecho, alude a la pregunta por el “Derecho Justo”, lo que en la
tradición filosófica de Occidente se conoce como la tensión entre “cognotivismo” y “no
cognotivismno”.
En relación con este tema, “la teoría iusnaturalista”, se ha inclinado de modo unánime
por la tesis “cognotivista”, aunque esta respuesta asumió diversas variantes.
31
Esta empresa se puede advertir con claridad en las decisiones judiciales. Cuando los
jueces consideran que es “razonable” esta solución y no aquella; que resulta “equitati-
va” o “justa” esta respuesta y no otra, están queriendo decir que la propuesta a la q ue
adhieren es la que mejor se compagina, en el fondo, con los derechos fundamentales
de las personas, es decir, con el concepto de persona substancial y digno anterior-
mente estudiado. Como es claro, esto significa que los jueces asumen una postura
“cognotivista”.
¿Cuándo se está ante una posición “no cognotivista”? Según Carlos Nino, la posibili-
dad de identificar un sistema normativo justo y universalmente válido queda descarta-
da, sea porque tal sistema “no existe” (escepticismo “ontológico”), sea “porque no es
accesible a la razón” (escepticismo “gnoseológico”).
La segunda variante significa que tal vez exista un conocimiento, pero que el hombre
no puede dar cuenta de él.
El estudio de este autor se remite a la bibliografía, dado que se trata de pocas pági-
nas.
Aristóteles
Se estima que entre los años 350 y 335 a.C, Aristóteles escribe su “Retórica”, en el
que retoma y profundiza las enseñanzas de Sófocles.
Al aludir a la ley, distingue entre la “particular” y la “común”, definiendo la primera co-
mo “aquella que cada pueblo se ha señalado para sí mismo”, y distinguiéndolas en
“escritas” y “no escritas”. Por su parte, la ley “común” es aquella “conforme a la natura-
leza”, en tanto que es en razón de la naturaleza que “nosotros adivinamos lo que es
justo e injusto”, por más que al respecto “no exista mutua comunidad o acuerdo”.
Del texto glosado, se obtienen seis conclusiones de gran relevancia para la teoría del
derecho y que han tenido una honda repercusión posterior:
a) Se repite, al igual que en Sófocles, que no solo existen las leyes positivas, sino que
junto a éstas, está la ley “común”.
b) Se innova, clasificando a la ley “particular” en “escrita” y “no escrita” (refiriéndose en
este último caso a las costumbres).
c) Se menciona claramente a la “naturaleza” como sinónimo de lo “común”, es decir,
de lo universal, en línea cómo será el tratamiento que más tarde realizará Cicerón.
d) Se reitera la idea de que esa ley “común” es capaz de proporcionar criterios de jus-
ticia objetiva, desde los cuales se puede someter a crítica a la ley positiva la que, en
consecuencia, deviene “justa” o “injusta”.
e) De lo expuesto, fluye la obvia superioridad de la ley “común” respecto de la “positi-
va”.
f) Se destaca que no se está ante una empresa sencilla, pues no existen garantías de
que en relación a esta materia haya ninguna mutua comunidad o acuerdo. Dicho en
otros términos, para Aristóteles es posible establecer desde la vía de la naturaleza,
una instancia o juicio crítico, a la ley positiva, pese a la obvia dificultad de la tarea,
la que se aprecia en la falta de acuerdo entre los miembros de la sociedad respecto
de qué conducta resulta intrínsecamente justa y cuál no.
A su juicio: “Si la ley escrita es contraria al hecho, hay que aplicar además
de la ley común los argumentos de la equidad”.
Este planteamiento es completado por el filósofo griego en otra obra, acaso más céle-
bre que su “Retórica”. En efecto, en la “Ética a Nicómaco” escribe que “la ley es siem-
pre un enunciado general, por lo que se toma en consideración los casos que suceden
con más frecuencia, sin ignorar, los posibles errores que ello puede entrañar” (énfasis
añadido), de modo que si se planteara un caso que no puede ser captado por la gene-
ralidad de la norma, se está legitimado para corregir dicha omisión, a través de la in-
terpretación de aquello que el legislador mismo hubiera dicho, de haber estado pre-
sente en ese momento y de lo que hubiera puesto en la ley, de haber conocido el caso
en cuestión. Aristóteles, pues, no descarta -como en el positivismo- “posibles errores”
del legislador y, por ende, no considera -como en esta última corriente- que el juez
jamás debe interpretar la norma en función del caso concreto. No sólo debe hacerlo;
tiene que ir incluso más lejos: debe procurar indagar lo que en verdad el legislador
hubiera resuelto, de haber tenido presente la situación a la que se enfrenta y que, en
principio, no es captada por la literalidad de la norma. En la unidad VI, al examinar
este tema con más extensión, se ilustrará lo dicho con ejemplos jurisprudenciales.
Ahora bien: conviene tener presente que las reflexiones aristotélicas no se limitan a lo Ciudad
jurídico. Por el contrario, la enseñanza del derecho se enmarca dentro de un plano
más amplio, a saber, el de la ciudad (polis), ya que únicamente en la coexistencia con
los demás puede el hombre alcanzar su plenitud. Por eso considera que la gran aspi- Polis.
ración del ser humano es alcanzar la vida conforme a la razón, pues dicha conformi-
dad permite gozar de la virtud moral perfecta (que es la felicidad). Y para el logro de
ese objetivo resulta fundamentar no ignorar ni la ley escrita ni la ley común ni, tampo-
co, la equidad, que es, en la inteligencia de Aristóteles, la ley más justa de cara al
examen y aplicación de las normas positivas. Si se lograra compatibilizar tales elemen-
tos, se habría obtenido la justicia política (la justicia de la ciudad -hoy se diría, de un
país-) que es aquella que, según Aristóteles, “existe entre personas libres e iguales,
que participan de una vida en común, para hacer posible la autarquía”. Y dicha justicia
puede ser tanto “natural” como “legal”.
Lo “natural” se vincula con lo que en “común” tiene el ser humano; aquello que todos
sin excepción poseen (vida, libertad, igualdad, etc.). Ahora bien: ¿significa eso que
tales bienes se poseen de manera informal? ¿y que siempre permanecen estáticos?
Esa ha sido la percepción tradicional del positivismo jurídico sobre este tema y en eso
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ha estribado la crítica tal vez más insistente que se ha formulado a la teoría del dere-
cho natural: lo natural o es empíricamente verificable o no es.
En efecto; el positivismo razona más o menos así: el derecho positivo varía (lo que es
fácilmente comprobable) y el natural no. Ahora bien: esto solo se sostiene si se toma a
la naturaleza en el sentido que el positivismo jurídico la concibe: como un elemento
fáctico, “físico” (el agua hierve a 100 grados; las mareas crecen y decrecen según la
dimensión de la luna y cada seis horas). Se está en lo que antes se llamó -con Robles-
la “primacía de lo real”. Pero ese es solo un sentido de lo natural. Y si bien tiene su
importancia (por ejemplo, para conocer los ritmos de la naturaleza y de ahí extraer
consecuencias para el derecho ambiental), existe otra dimensión de la naturaleza que
el positivismo jurídico olvida. Se trata de todo aquello que conecta con el ser humano y
que en el libro se conoce como el sentido “metafísico” de la naturaleza. Existen, en
efecto, otros bienes que son intrínsecos al ser humano (vida, libertad, igualdad, etc.) y
que cada persona desarrolla diariamente de la manera que mejor puede. Hay, pues,
un “algo” que es común a todos pero que nunca es igual en cada uno de nosotros en
razón de las distintas situaciones (o relaciones) en las que las personas se encuentran
en la coexistencia con el otro.
Ante ello, el positivismo jurídico piensa que es un hecho de experiencia que no todos
gozan de la vida, porque en numerosos países existe la pena de muerte y porque las
naciones que se hallan en guerra atentan contra la vida; es también un dato fácilmente
comprobable que existieron y existen personas en situación de esclavitud, por lo que
la libertad no es un bien universal. Antes, existían esclavos, incluso reconocidos por el
sistema jurídico. Hoy, la esclavitud adquiere rasgos más sutiles aunque no menos per-
versos: la “trata” de mujeres (mujeres a las que se prostituye, esto es, se las trata co-
mo mero “objeto” -no como sujetos de derecho-) es una manera lacerante de esclavi-
tud. Frente a tales datos, la respuesta se impone: el derecho natural no existe; aludir a
lo “común” que tiene el ser humano es una falacia.
Se comprende de lo dicho que la crítica positivista se sitúa, una vez más, en el nivel de
“fáctico”; de lo que de hecho sucede; no en el nivel de lo “teórico”, de lo que debe ser.
Observar que existen esclavos es una tarea descriptiva. Pero de ello no se sigue que
tal hecho sea correcto; justo; razonable. Afirmar que algo es incorrecto; injusto; irrazo-
nable (por ejemplo, la esclavitud) es situarse en una dimensión prescriptiva, pues es
establecer una distinción neta entre lo que cabe realizar y lo que corresponde evitar.
La libertad es un bien al que las sociedades deben esforzarse por lograr. Se trata de
una tarea difícil y la historia muestra avances y retrocesos. Se está ante una verdadera
tensión hacia lo mejor, hacia el logro de los máximos niveles posibles de libertad.
De ahí que si el derecho positivo varía de lugar en lugar; de país en país (porque es
claro que las leyes no son las mismas en la Argentina y en el Uruguay o el Brasil),
también el derecho natural varía. El derecho natural no es una realidad concluida, sino
que es una dimensión que se hace diariamente a partir del constante y virtuoso obrar
de todos y cada uno de los seres humanos que van logrando un mayor despliegue de
sus potencialidades a fin de obtener niveles más altos de vida, libertad, igualdad, etc.
Por eso, los centenares de acciones que cada uno de nosotros realiza a diario contri-
buyen a su perfeccionamiento o, al contario, a su degradación. El derecho natural (go-
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zar de la vida, la libertad, la igualdad, etc.) se “construyen” en cada una de esa multi-
tud de acciones en que el ser humano se embarca diariamente.
Llegados a este punto, cabe reflexionar que advertir sobre la variabilidad del derecho
natural es tal vez el aporte más relevante de Aristóteles a la teoría iusnaturalista. Con-
viene insistir sobre ello porque permite comprender un aspecto normalmente poco
conocido o comprendido no solo por parte del positivismo jurídico, sino, incluso, por
algunos sectores del propio iusnaturalismo. No es nuestro propósito detenernos ahora
en esto último.
a) no es correcto que se diga que el derecho solo abarca el derecho positivo, pues
éste coexiste con un derecho natural, aunque éste varíe;
b) dicha variación es probable inclusive en los dioses;
c) dicha variación es absolutamente segura entre los hombres;
d) si el derecho natural es variable, con mayor razón lo es el derecho positivo;
e) no obstante dicha variabilidad (o mutabilidad), existe una justicia natural entre los
hombres.
f) Sobre tales bases es posible discernir, cuales elementos susceptibles de mutar,
tienen su raíz en la justicia natural, y cuales lo tienen en una fuente legal o conven-
cional.
Cicerón
Cicerón, no le interesa la ciencia jurídica romana sino sus fundamentos. Dicho de otro
modo, el derecho romano no es auto referencial, sino que, al igual que en Sófocles y
en Aristóteles, existe una instancia crítica, desde la cual cabe examinarlo, y que es
propiamente filosófica. El autor sigue a Aristóteles cuando expresa que se “remontará
a la naturaleza para buscar el origen del derecho”. Sobre tales bases señala que “para
distinguir la ley buena de la ley mala no tenemos más norma que la de la naturaleza”,
puesto que ésta “nos dio un sentido común, que esbozó en nuestro espíritu para que
identifiquemos lo honesto con la virtud y lo torpe con el vicio”.
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¿Por qué decimos que “aclara” el concepto de naturaleza? Porque al precisar que la
naturaleza de la que se habla es la naturaleza del hombre, Cicerón explicita que no
está pensando en lo que más arriba llamamos la naturaleza en sentido “físico”, sino en
la naturaleza en sentido “metafísico”. En efecto, si se piensa en el hombre, no se lo
puede apreciar como una “máquina”; como un conjunto de células que tienen un ac-
tuar predeterminado e inexorable. La libertad en la persona es fundamental y eso mar-
ca una diferencia decisiva cuando se alude a la naturaleza, porque la naturaleza del
hombre es la naturaleza de un hombre libre, esto es, de quien tiene una estructura
básica (tendencias que son comunes, como ser la preservación de la vida; la sociabili-
dad; el afán de conocer, etc.) pero que se desarrollan de maneras muy diversas en
razón de múltiples factores, uno de los cuales -y no el menor- es que por obra del libre
albedrío, el hombre es señor de su destino. Por ello, el desarrollo de los derechos na-
turales de las personas (lo que hoy se conocen como “derechos humanos”) puede
variar y, de hecho, varía en cada uno de nosotros según el lugar y la época en que se
vive; el apoyo que se recibe de terceros para el logro de ese desarrollo, etc.
Volvamos nuevamente a Cicerón. Para este autor, el fundamento del derecho no pue-
de plantearse como sucede con los “tratadistas del derecho civil” desde la perspectiva
del litigio, sino desde la justicia y, a tal fin, “hay que tomar como punto de partida la
ley”, pues ésta es el “principio del derecho” o “principio constitutivo del derecho”.
Esta nota es fundamental: el hombre debe obrar bien no porque si actúa en sentido
contrario puede sufrir un castigo, sino por el mero hecho de que obrar mal es malo en
sí mismo. Y es claro que obrar mal es obrar en contra de la naturaleza del hombre, es
decir, en contra de la ley natural.
Por eso, no resulta relevante lo que el derecho positivo establezca sino si lo que se
establece es justo y, de igual modo, puede haber una sociedad que no prevea un ilícito
y dicha omisión no convierte al ilícito en legal. Cicerón ilustra ambas proposiciones con
dos ejemplos que se transcriben en el libro: el tema del robo y el de la violación come-
tida por Sexto Tarquinio. Explíquelos.
En uno de sus “Diálogos”, Platón recoge, a través del contrapunto entre Sócrates y
el sofista Calicles la tensión entre la “naturaleza” y la “ley”. Dicha tensión nos es co-
nocida porque constituye uno de los temas que también preocupó a Aristóteles, se-
gún se mencionó al ocuparnos de ese autor. Para el Estagirita, los sofistas piensan
que la “naturaleza es inmutable”, pues tiene en todas partes la misma fuerza. Y
ejemplifican: el fuego arde de la misma manera en Grecia y en Persia. Por el con-
trario, agregan, la ley es mutable, pues varía de lugar en lugar. El estudiante ya ha
comprendido el sentido que se asigna a la naturaleza en la sofística: es el sentido
“físico” anteriormente puntualizado. Pero, como se verá en el diálogo, se advierte
un agravante que tendrá una gran influencia posterior: el significado “físico” de la
naturaleza está asociado a la “ley del más fuerte”.
Calicles, en efecto, escribe: “respecto a las leyes, como son obra de los más débi-
les y del mayor número, no han tenido en cuenta más que a sí mismos y a sus in-
tereses, y no aprueban ni condenan nada sino con esta única mira. Sin embargo, la
naturaleza demuestra que es justo que el que vale más, tenga más que otro que va-
le menos, y el más fuerte más que el más débil”.
Ante esto, Sócrates lo obliga a ser más preciso, por lo que lo inquiere: “¿puede su-
ceder que uno sea mejor y al mismo tiempo más pequeño, y más débil; más pode-
roso e igualmente más malo? O acaso el más poderoso y mejor están comprendi-
dos en la misma definición? Distíngueme claramente si más poderoso, mejor y más
fuerte, expresan la misma idea o ideas diferentes”.
Es importante que el lector retenga los diferentes conceptos de naturaleza que em-
plea la doctrina ya que sobre cada uno de ellos se han estructurado diversas teo-
rías sobre el derecho natural, algunas autoritarias e irracionales y otras pletóricas
de razonabilidad. Calicles y Sócrates testimonian dos buenos ejemplos de esta di-
cotomía. Y esta diversa apreciación de la naturaleza tiene consecuencias relevan-
tes para el tema en estudio, pues quienes ven a la naturaleza como sinónimo de
irracionalidad lógicamente no pueden cifrar mayores esperanzas en ella, limitándo-
se a mirar el derecho desde la sola perspectiva de la ley escrita. Quienes, por el
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El filósofo inglés en efecto forma parte de una dilatada tradición de autores “pactis-
tas”, esto es, que basan la paz y el desarrollo social en la suscripción de un acuerdo
voluntario que establece ciertas “reglas de juego” mínimas. Sucede, empero, que
dentro de la tradición de los autores pactistas el acuerdo tiene alcances distintos. El
estudiante, en otras materias específicamente dedicadas al punto, aprenderá las di-
ferencias existentes entre las propuestas pactistas de Hobbes, Locke o Rousseau.
Aquí interesa señalar que el modelo hobbesiano, como lo ha precisado Villey, sacri-
fica las libertades individuales a la fuerza de un poder soberano que instituirá el or-
den y la paz, en suma, “un ‘Dios mortal’, imagen sobre la tierra del soberano omni-
potente del reino de los cielos. El solo conservará su derecho natural, derecho ilimi-
tado”, de suerte que “frente al soberano, los sujetos están desarmados, han abdi-
cado todo derecho de resistencia”.
De esta manera se completa el camino a través del cual, como explica Villey, Hob-
bes pasa a ser el fundador del positivismo jurídico contemporáneo. Por de pronto, el
filósofo inglés asume un concepto de naturaleza inservible para estructurar una
convivencia social. Es que la naturaleza “física” (la ley del más fuerte; el hombre lo-
bo del hombre) no contribuye a generar lazos de respeto entre las personas. Frente
a esa situación, la única alternativa es el pacto social. Solo queda, entonces, lo le-
gal, lo que surge del acuerdo. Si el acuerdo asegura derechos básicos en cabeza
de todos los ciudadanos, se está ante un esquema fundado en los derechos natura-
les. Pero si los ciudadanos han resignado todos sus derechos a favor del soberano,
se está ante un esquema exclusivamente legalista. Es lo que acontece en Hobbes.
El soberano o príncipe proporciona la ley positiva, distribuye los bienes y derechos
que ahora son derivación legal, puesto que como escribe el filósofo inglés, “mi de-
recho es una libertad que la ley me deja de hacer cualquier cosa que no me prohíba
y de dejar de hacer cualquier cosa que no me ordene”.
La idea de una naturaleza concebida en clave “física” y por tanto un “derecho natu-
ral” fundado en la “ley” del “más fuerte”, que se ha visto planteada de manera gené-
rica en Calicles y en Hobbes, se halla presente en el pensamiento occidental de las
primeras décadas del siglo XX a través de varios ejemplos. Uno de ellos es la pro-
mulgación de diversas leyes eugenésicas en los principales países europeos y en
los Estados Unidos y que encuentra una patente manifestación en nuestro art. 86,
inc 2 del CP, por lo que se discrimina el aborto de la mujer idiota o demente y cono-
cido, precisamente, como “aborto eugenésico”. Es fundamental la lectura de la ex-
posición de motivos por la que se justifica la introducción de la norma, tal y como
fue presentada en el Senado de la Nación. Los estudiantes deben acudir a la lectu-
ra del libro, en el que se brindan indicaciones al respecto, tanto de comentadores
de la norma (doctrina), como de los fundamentos dados al respecto por el Senado,
cuya búsqueda y lectura resulta obligatoria.
De igual modo, es bien conocido el caso de la legislación racial del régimen nacio-
nal-socialista alemán. Al respecto, resulta interesante repasar algunos textos que
ilustran adecuadamente este pensamiento.
Así, Adolf Hitler, en su “Discurso en el día del partido del Reich”, en 1933 expresó
que es necesario que el derecho sea valorado nuevamente “de acuerdo a las pau-
tas de la naturaleza”. ¿Qué quiere decirse bajo esta idea? Raiumund Eberhard pre-
cisa: “el derecho natural no quiere inferir la idea del derecho, de la razón común a
todos los hombres o de la esencia común humana, sino de la sangre, de la razón
noble del pueblo alemán”.
Las citas son diáfanas. Ellas pueden considerarse como la “antítesis” de los textos
leídos de Cicerón y, en general, de la tradición iusnaturalista fundada en la natura-
leza racional del hombre. Expresamente la noción de naturaleza humana no reposa
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en una esencia común a todos los hombres; en lo que en el capítulo anterior se de-
nominó la nota de “substancialidad” intrínseca a todos los hombres, sino en un as-
pecto meramente “accidental” de aquel, a saber, la raza.
El estudio realizado hasta el presente hizo eje sobre una de las grandes críticas a la Positivismo
teoría del derecho natural, a saber, el propio concepto de “naturaleza”. Ahora se desea jurídico
dedicar algunas líneas a otra de las críticas tradicionalmente dirigidas a dicha teoría: la
imposibilidad de un conocimiento objetivo de la realidad, es decir, el descreimiento de Escepticismo
que las fuerzas de la razón puedan llevar a cabo tal empresa; el descreimiento de que ético
se pueda conocer y, por tanto, tener una posición “cognotivista”. El opuesto a esta
posición se ha denominado, como se vio más arriba, “no cognotivismo”. Pero, en los
círculos intelectuales del positivismo jurídico es también conocida como “escepticismo
ético”.
Para dicha postura no resulta posible identificar un sistema normativo justo y univer-
salmente valido (derecho natural o moral ideal), sea porque tal sistema no existe (es-
cepticismo ontológico), sea porque no es accesible para la razón humana (escepticis-
mo gnoseológico).
El escepticismo del autor es muy neto cuando añade que si bien no es posible conocer
la realidad de las cosas, ello no implica que desde ciertas creencias subjetivas, no
racionales, se pueda someter a crítica el ordenamiento jurídico exigiéndole la incorpo-
ración de determinados valores. Obsérvese bien: la crítica se hace no desde la razón,
sino desde la óptica de las emociones que, como añade el autor, “no son susceptibles
de control racional”.
Esta última afirmación conecta con el punto de vista el célebre profesor austríaco Hans
Kelsen, quien explica: “El problema de los valores es en primer lugar un problema de
conflicto de valores, y este problema no puede resolverse mediante el conocimiento
racional. La respuestas a estas preguntas es un juicio de valor determinado por facto-
res emocionales, y por tanto, subjetivo de por sí, válido únicamente para el sujeto que
juzga, y en consecuencia relativo.”
Ahora bien pasado los años muchos autores desconfiaron de la polémica entre las
teorías del derecho natural y del positivismo jurídico sugiriendo “un tercer camino”.
Pero, de otro lado, se desconfió también de que el derecho fuera solo la ley positiva,
como decía Bergbohm o Kelsen, pues desde los tiempos de la posguerra sobrevuela
en el imaginario colectivo que siempre existe la posibilidad de que legisladores ines-
crupulosos dicten normas aberrantemente injustas.
Sin embargo, como recuerda el profesor español radicado en Japón, José Llompart, la
propuesta del “tercer camino” no parece haber arribado a ningún puerto firme, citando
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al respecto diversos ensayos que son suscintamente señalados en el libro, a cuya lec-
tura se reenvía.
A juicio de este autor, para que el camino sea realmente nuevo y nos lleve más allá del
iuspositivismo y del iusnaturalismo, no puede ser sencillamente una mezcla más o
menos acertada de estos dos “ismos”.- Dicho en otros términos: o bien se sobrepasa
los límites de la disputa, o bien se abandona el proyecto y se procura, al interior de
cada postura, recrear los senderos a los fines de echar una nueva luz sobre los viejos
tópicos en discusión.
REFLEXIONES CONCLUSIVAS
Las consideraciones precedentes, no abren paso a ningún “tercer camino”, pero sí,
pensamos, despejan lo suficiente el arduo sendero de la fundamentación última del
derecho.
- Por una parte, la pretensión de que sólo es derecho el derecho “puesto” (o positivo) y
que éste puede mudar a merced de la libre voluntad de sus creadores. Como se se-
ñala en el libro y se ha sintetizado, en lo pertinente, en este resumen, esta preten-
sión choca con acreditadas propuestas teóricas y, en el fondo, con el incuestionado
dato de la realidad de que normas contrarias a principios superiores no obligan en
conciencia y pueden y hasta deben ser desobedecidas. Se trata de una clara crítica
al positivismo jurídico más estricto (Bobbio lo denominó positivismo “ideológico”), pa-
ra el que la sola presencia de una ley resuelve satisfactoriamente todos los proble-
mas de la vida.
- Y, por otra parte, la pretensión de que los principios generales o básicos del derecho
son, por su sola enunciación, hábiles para resolver todas las cuestiones de la vida.
Se trata de una directa crítica al iusnaturalismo denominado “racionalista”, que pen-
saba que reconocer el derecho a la vida; a la libertad, etc. asimismo soluciona todos
los asuntos sociales.
Espero que, al cabo de estas disquisiciones, el estudiante tenga algo más en claro la
manera de asumir el riesgoso pero, a la vez, estimulante objetivo de la “lucha por el
derecho”.
CONTROL DE LECTURA
TRABAJO PRÁCTICO
2. ¿Quién era Platón? ¿Cuándo y dónde vivió? ¿Qué son sus Diálo-
gos? Responda en 10 renglones.
UNIDAD V
TITULOS Y MEDIDAS NATURALES Y POSITIVOS DEL DERECHO
(SE CORRESPONDE CON EL CAP. III DEL LIBRO “TEORIA DEL DERE-
CHO”)
He de resumir en algunos puntos los temas que deben servir de pauta en la lectura.
Pero no puedo comenzar sin señalar que la importancia de este capítulo, como lo se-
ñala el autor, es digna de encomio.
SUGERENCIA
Si bien el capítulo tiene autonomía, debieran referenciar constantemente con los dos
capítulos previos. Ello les servirá para afianzar los otros capítulos y poder “redondear”
los conceptos.
Para ello se analizan instrumentos y do- He de decir muy poco de los títulos y me-
cumentos históricos y actuales; el análisis didas positivas, ya que ambas reposan
de la jurisprudencia de la CSJN y por últi- sobre conceptos muy básicos y que ayu-
mo el exhaustivo análisis del art. 33 de la dan fácilmente a reconocer su “ámbito” de
CN, sus antecedentes, la influencia de acción: frente a un estado de indetermina-
Locke y su influencia en la jurisprudencia. ción (piense en una casa que quiere com-
prarse) y una decisión (a qué precio).
El análisis de las medidas naturales nece- Es decir, juega la libertad - voluntad - re-
sita comprender la tesis de la “naturaleza parto o distribución de bienes y servicios y
de las cosas”. Sería conveniente revisar decisión (u opción). Aquí se ilustra el tema
además del origen, el análisis que realiza con la “creación” del título de propiedad,
Kaufmann sobre ese tema pues ayuda a así como la elección del precio en la com-
comprender que la naturaleza de las cosas praventa. Entiendo que la lectura de am-
es un “tertium”, es decir, un término medio bos no genera inconveniente.
entre ser y deber ser, entre idea y realidad.
En suma, concreta objetivamente las co-
sas que tienen que ver con las personas
en su vida social. Como tertium, como
pautas de ajustamiento, no provienen de la
naturaleza humana, pero tampoco son
resorte de la determinación meramente
positiva.
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UNIDAD VI
CONCEPTOS JURIDICOS FUNDAMENTALES
(SE CORRESPONDE CON EL CAP. IV DEL LIBRO TEORIA DEL DERECHO)
§ 19. La cuestión de las fuentes del derecho a fatigado a los autores del período de
configuración y desarrollo del “derecho moderno”. Este no ha sido un tema central del
pensamiento greco-romano ni de la época medieval y renacentista. Es un tópico del
derecho de la Modernidad porque para ésta el derecho vino a subsumirse en la ley.
Todo lo que escapara a ésta no debía considerarse, estrictamente, jurídico.
El problema quedó planteado porque, a pesar de esa decisión política legislativa, las
fuentes tradicionales de conocimiento del derecho (la costumbre, jurisprudencia y doc-
trina de los autores), siguieron actuando en la mente de los operadores jurídicos y fue
la práctica social la que puso a prueba la consistencia interna del planteamiento dog-
mático.
§ 20. Etimología. Significaciones diversas.- Observa LLAMBIAS que “la palabra fuente
indica en su primera acepción el manantial de donde surge o brota el agua de la tierra”
pero “en nuestra ciencia se usa la voz en un sentido figurado para designar el origen
de donde proviene eso que llamamos derecho”. Recuerda ZULETA PUCEIRO que “ya
Cicerón utilizaba la palabra fons para referirse al origen primero del derecho”. Para
CUETO RUA la palabra es multívoca y alude a las causas que han creado al derecho,
a su manifestación como tal, a la autoridad de quien emana el Derecho y al significado
de fundamento del derecho. Las fuentes del derecho serían las normas jurídicas supe-
riores en las que se subsumen otras de jerarquía normativa inferior para ganar validez
formal.
§ 21. Clases de fuentes.- Reconoce ZULETA PUCEIRO que “la fuente de las fuentes
es la realidad misma del proceso histórico y las formas diversas que la cultura jurídica
de Occidente reviste en el curso de su evolución y transformación.” Más cerca del
obrar jurídico concreto, puntualiza CUETO RUA que las fuentes son el ámbito al que
los abogados, jueces, legisladores y juristas han acudido en busca de respuestas a
sus dudas.
En este horizonte las fuentes del derecho serían los criterios de objetividad que dispo-
nen los jueces abogados y juristas para alcanzar respuestas a los interrogantes de la
vida social que sean susceptibles de ser compartidos por los integrantes del núcleo.
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La exigencia de la “fuerza de convicción” también vale para las demás fuentes porque
todas ellas son “hechos sociales, susceptibles de valoración directa y que traducen un
determinado criterio para la solución de los conflictos de intereses.
La mayor o menor relevancia del tema de las fuentes se halla en directa dependencia
de la filosofía y política dominantes en cada momento, de ahí que para ubicar el tema
en su contexto histórico sea pertinente lo expuesto por CUETO RUA: primero, no
siempre se ha acudido a todas las fuentes; segundo, no existe un orden fijo de prela-
ción entre ellas; tercero, la mayor o menor gravitación de una de ellas depende tam-
bién de la naturaleza del sujeto (legislador, juez, jurista) que se dirige a ellas en busca
de respuestas. Por ejemplo, para el legislador son más importantes la costumbre y la
doctrina y es probable que para el juez lo sean la ley y la jurisprudencia.
Ha llegado la hora de la racionalización del derecho, lo que supone una teoría y una
praxis que haga honor a lo que más adelante se denominará la “división de los pode-
res”. Si se une lo recién descrito al reconocimiento de los derechos fundamentales de
las personas a través de la “Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano”
(1789) se advierte que se ha cerrado el círculo de la positivización de la totalidad de la
vida jurídica.
Lo primero sucede por la absolutización de los conceptos del derecho romano que son
elevados a categorías lógicas universales, con el fin de sistematizar científicamente el
derecho por un lado, y a concretar la tarea política de unificar y homogeneizar la es-
tructura del poder mediante el derecho, por el otro.
En cuanto a lo segundo el Estado Moderno, a fines del siglo XVIII está preparado para
producir una profunda revolución en el campo de lo jurídico, favorecido ello por el cli-
ma de laicización del pensamiento jurídico, el individualismo de raíz hobbesiana, la
duda cartesiana y jansenista, el protestantismo y el racionalismo filosófico. En este
contexto la formulación de la teoría de las fuentes del derecho, como señala ZULETA
PUCEIRO, responde a los siguientes factores: proyecto de autonomización de la cien-
cia del derecho respecto del campo más general de la filosofía práctica; actitud de
neutralidad frente al problema valorativo; adscripción dogmática al texto legal; identifi-
cación absoluta entre las nociones de ley y derecho.
Sobre dicho marco teórico, la teoría de las fuentes reduce la totalidad del derecho a la
ley y al quedar ésta circunscrita exclusivamente a lo que dicen los códigos, nada existe
fuera de esto. La idea de Bugnet, “No conozco el derecho civil, solo enseño el Código
de Napoleón.” que actúa como divisa de la Escuela de la Exégesis se entiende ahora
plenamente. El Code ciñe toda la cuestión de las fuentes en su artículo 4° que, entre
nosotros, Vélez Sarfield reprodujo en el art. 15 del Código Civil. No existe la posibilidad
de no resolver una cuestión, el non liquet (no está claro) de los romanos pues las dis-
posiciones de la ley son ilustrativas de lo que se quiere decir.
En este esquema no hay lugar para la costumbre, asociadas al Ancien Régime, del
que la Revolución exigía un total apartamiento. La teoría de las fuentes del derecho de
la Codificación logra la unidad que la tradición del “Derecho Común” no podía, ni aspi-
raba, a lograr. La plural coexistencia de fuentes, que fuera valorada como una riqueza
que hay que atesorar, no podrá subsistir bajo el orden la Ilustración.
Si el derecho es considerado como “norma”, se está ante fuentes del derecho de tipo
“objetivo”. Si el derecho es visto como “ciencia” se alude entonces a las “fuentes del
conocimiento del derecho”. La filiación dogmática del autor surge nítida cuando expre-
sa: “aquí nos referimos exclusivamente a las fuentes del Derecho objetivo, llamadas
también fuentes legales o de origen”. Este es el tratamiento tradicional dado por los
autores quienes bajo este acápite aluden fundamentalmente a la ley. No es éste el
análisis que se dispensará al tema, el que se pretende sea más abarcador.
El tono general de las clasificaciones de las fuentes del derecho apunta a salvaguardar
la teoría moderna de las fuentes del derecho asentada sobre la reducción de aquél a
la ley codificada.
La doctrina distinguió entre: fuentes “directas”, las que encierran en sí la norma jurídi-
ca, como la ley y las costumbres, y las “indirectas”, que no le dan existencia sino que
auxilian en su producción y comprensión. Dentro de las “directas” se distinguen las
“principales o primarias” de aplicación preferente, como la ley. Las secundarias o sub-
sidiarias, de aplicación supletoria, son la costumbre y los principios generales del de-
recho.
Según CASTÁN TOBEÑAS las “fuentes formales” son los modos de manifestarse ex-
ternamente el Derecho positivo y las “materiales” todo factor o elemento que contribu-
ye a fijar contenido a la norma jurídica. El carácter de estas fuentes es sociológico o
metajurídico.
CUETO RUA resume este proceso de manera semejante: “el pensamiento rector pa-
rece hacer sido el de considerar fuentes formales” a la “normatividad general…la juris-
prudencia solo sería fuente formal en la medida que el ordenamiento jurídico vigente le
atribuyera carácter obligatorio”. La doctrina en muy raras ocasiones podría convertirse
en fuente formal, siempre y cuando la habilitación procediera de una decisión estatal al
modo del “ius respondendi ex auctoritate” respecto de los juristas a los que el Empera-
dor otorgaba el privilegio de hablar de manera obligatoria.
Finalmente, para el autor, las fuentes materiales serían los factores reales que gravitan
sobre el ánimo de los operadores jurídicos inclinando su voluntad en el acto de crear
una norma jurídica.
52
Otro ejemplo de esta reacción en el Siglo XX es el Código Civil Suizo cuyo art. 1° es-
tablece: “que a falta de disposición legal o de una disposición creada por la costumbre,
el juez resolverá según las reglas que establecería si tuviese que hacer acto de legis-
lador”. Esto implica darle al juez libertad para proceder según lo que su razón, expe-
riencia y conciencia le indican como justo; la facultad de tener en cuenta los principios
de la justicia y las necesidades prácticas de la vida jurídica y social.
En el Código de Vélez se encuentran presentes las dos tradiciones sobre las fuentes
del derecho: la moderna (derecho=ley) y la del derecho común (el derecho no se agota
en la ley). Ejemplo de la tradición moderna es el art. 15 (que es copia del artículo 4 del
Code francés) y el viejo artículo 17 que señalaba: “el uso, la costumbre o la práctica no
pueden crear derechos, sino cuando las leyes se refieren a ellos.”
Ejemplo de la tradición del “derecho común” en nuestro Código es el art. 16 que esta-
blece: “Si una cuestión civil no puede resolverse, ni por las palabras, ni por el espíritu
de la ley, se atenderá a los principios de leyes análogas; y si aún la cuestión fuere du-
dosa, se resolverá por los principios generales del derecho, teniendo en consideración
las circunstancias del caso”. Este artículo constituye un notable ensanchamiento de la
teoría moderna de las fuentes que traduce la fórmula del art. 15. El artículo admite que
las normas no son “claras” y que el ordenamiento jurídico “no es completo” y determi-
na que ante las falencias del ordenamiento - para resolver los litigios - es necesario
acudir a “los principios generales del derecho” y éstos deben ser confrontados con “las
circunstancias del caso”.
La referencia a los principios es constante a lo largo de nuestro código. Así, el art. 784
alude al “principio de equidad”. También los arts. 515 o 3754 que explícita o implícita-
mente lo mencionan.
En la nota al art. 784 se cita a Marcadé quien expresa que “el principio de equidad…es
siempre principio en nuestro derecho civil”.
Las fuentes del derecho según Gény se clasifican en dos grandes grupos: a) Fuentes
Formales, que son: la ley; la costumbre; la tradición (jurisprudencia y doctrina anti-
guas); la autoridad (jurisprudencia y doctrina moderna). b) La libre investigación cientí-
fica: Consiste en la función del juez y del intérprete destinada a crear una nueva regla
53
jurídica cuando una cuestión jurídica no puede resolverse con auxilio de las fuentes
formales. El juez debe proceder igual que lo haría un legislador. Esta fuente es “libre”
porque no está sometida o determinada por la autoridad positiva y es “científica” por-
que sus bases son los elementos objetivos que la ciencia puede revelar.
Salvat explica que esos “elementos objetivos” proporcionados por la ciencia son de
dos tipos: a) “elementos racionales”. Estos son los “principios”. Son principios de “or-
den natural”, fundados en la conciencia y revelados instintivamente por la razón hu-
mana. Por ejemplo, el principio de justicia, de igualdad, la regla de que nadie debe
enriquecerse, sin causa, a costa de otro; b) “los elementos derivados de la naturaleza
de las cosas”, cuyo mejor ejemplo es la el procedimiento de la “analogía”, también los
“elementos derivados de la vida social”, como la organización moral, religiosa, econó-
mica, etc.- Todos los elementos deben combinarse a fin de que respondan a la idea de
justicia y utilidad social por las que existe y se justifica la organización jurídica de un
país.
La propuesta de Gény no desconoce el valor central de la ley como fuente del derecho
pero permite reconocer la relevancia de las otras fuentes que abrevan en la realidad
social impidiendo el estancamiento del derecho que, al entrar en contacto con la reali-
dad social, debe estar en continua renovación y evolución.
Siguiendo las enseñanzas de Cossio, CUETO RUA afirma que la clasificación entre
fuentes formales y materiales es artificiosa e irreal frente a la praxis del derecho. El
hecho de clasificar las fuentes como materiales o formales parece señalar que desde
la perspectiva de la praxis de la vida las fuentes formales deberían ser tales por operar
en un plano lógico-formal y las materiales por gravitar sobre el ánimo o voluntad de los
jueces, legisladores o funcionarios al momento de crear una norma o decidir un con-
flicto jurídico.
Si por “fuentes materiales” se entiende “todos aquellos factores reales que gravitan
sobre el ánimo de los jueces, los legisladores, los funcionarios administrativos, incli-
nando su voluntad en un sentido determinado a la hora de crear una norma jurídica” el
concepto debería comprender - además de la doctrina y jurisprudencia - la sociología
jurídica (estímulos ambientales) y la psicología jurídicas (factores de predisposición
subjetivos) que influyen en el espíritu del órgano creador del derecho. El campo de las
fuentes materiales resulta así desmesuradamente amplio.
Las leyes y las costumbres proporcionan un criterio material para discernir el sentido
del caso en discusión y resolverlo de un modo valioso para la comunidad. De ahí que
la clasificación de las fuentes parece no responder a la realidad de la praxis jurídica
que indica más bien que las fuentes formales son también fuentes materiales.
El autor proporciona ejemplos de esta afirmación: a) En la ley: El art. 1114 del Código
Civil establece la responsabilidad de los padres por los daños cometidos por los hijos
menores de edad. El legislador aporta un criterio objetivo para decidir quién es el res-
54
ponsable de los daños. Esta decisión supuso una valoración previa de una serie de
factores materiales relacionados con las relaciones familiares; la índole de la vigilan-
cia; los riesgos de la vida social en una comunidad determinada. Todos estos antece-
dentes materiales son articulados en la ley y es en mérito a esta implicación que la ley
es una fuente de Derecho idónea para la resolución de conflictos jurídicos; b) En la
costumbre: En relación a ella, explica Cueto Rúa que de la “reiteración prolongada” de
cierto procedimiento surge un “entendimiento societario silencioso que facilita la coor-
dinación de conductas” de modo que no solo es fuente formal sino también material. c)
En la jurisprudencia: esta, por una parte, otorga progresivamente un sentido concreto
a las abstracciones de las normas generales y, por la otra, perfila una conducta huma-
na como debida, en función de consideraciones axiológicas. D) En la doctrina: se ocu-
pa de analizar las tres anteriores, desentrañando su sentido, anticipando situaciones
futuras para incluirlas o excluirlas en el contexto normativo, adelantando esquemas de
integración y coordinación de sus argumentos.
Lo que acontece en verdad es que el recurso a la “formalidad del sistema” solo tiene
genuina aplicación si su contenido o materia resulta plausible o convincente.
Dice ZULETA PUCEIRO que “la descentralización del poder normativo, la generaliza-
ción de los procesos de negociación legislativa y las formas diversas de participación
corporativa, abonan el incremento acelerado de las legislaciones sectoriales, objeto de
transacciones y negaciones que, más allá de matices diferenciales de importancia, dan
vida a la idea perenne del contrato social.” Se distingue así la ley, como forma “impera-
tiva” de la declaración del derecho, de la convención, a la que se considera como for-
ma “cooperativa”, siendo ejemplo de éstas últimas “convenciones internacionales” y
los “pactos colectivos de trabajo”.
por una espesa capa jurisprudencial, que constituye aquel derecho vigente y que efec-
tivamente se aplica.
UNIDAD VII
NORMA Y SISTEMA JURÍDICO
UNIDAD VIII
LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA
(SE CORRESPONDE CON EL CAP. VI DEL LIBRO TEORIA DEL DERECHO
DEL DR. RABBI BALDI)
A. INTRODUCCIÓN
La “interpretación del derecho” es una actividad que comprende a todas las normas
jurídicas, y no únicamente a las normas legales que produce el órgano legislativo. De
ahí que la interpretación de la ley sea una especie de interpretación jurídica.
Por supuesto, esta aproximación está emparentada con la concepción “abierta” del
sistema jurídico y “plural” de las fuentes del derecho que advierte necesariamente, en
el proceso de interpretación una constante ponderación o valoración. En las antípodas
se encuentra la concepción “cerrada” del sistema jurídico y “unitaria” de las fuentes del
derecho. Según esta postura la realidad jurídica se compone exclusivamente por leyes
o reglas y éstas son “claras” y por tanto corresponde su directa “aplicación”.
En este horizonte se alza la pretensión del sistema jurídico de “ser pleno”, también
denominada pretensión de completitud.
Que un orden jurídico es completo significa que cuenta con normas jurídicas
para regular todos los casos que la vida real y cotidiana presenta y que ade- Sistema jurídi-
más son pasibles de regulación jurídica; sin embargo, existen diversos he- co. Pretensión
de completitud.
chos que reclaman regulación jurídica y no la tienen, porque es imposible
que un ordenamiento jurídico sea totalmente completo.
Esta imposibilidad se debe al mismo legislador, pues por su propia naturaleza huma-
na, per se limitada, no puede prever todas las situaciones concretas que se dan en
una sociedad que se transforma y evoluciona constantemente, siendo precisamente
en este contexto, en que se circunscribe esa pretensión de completitud. De ahí, que se
sostenga que esta plenitud es más una exigencia que una realidad.
La pregunta ¿hay más derecho que solo el establecido o el mandado como tal por las
autoridades? acompaña a la historia de la humanidad. Aquel interrogante vital y medu-
lar centrado en el alcance de la validez u obligatoriedad jurídica, no sólo acompaña a
la humanidad desde aquellos que primero se interrogaron o “admiraron” (Aristóteles)
por el derecho y el poder, sino que suscitó a lo largo de la historia apasionados deba-
tes.
58
Por ello, la primera de las posturas explicada procura que el sistema no se conduzca o
reduzca a una mera aplicación rígida e inflexible de las reglas, porque la justicia no
está predeterminada de antemano, sino que hacia ella se camina en cada decisión, en
cada norma, en cada institución.
1. Introducción
Dijimos anteriormente que una concepción “plural” de las fuentes del derecho y “abier- Inevitabilidad
ta” del sistema jurídico, advierte que necesariamente la Interpretación 5 es un fenó- de la interpre-
meno complejo. Ello es así porque ni las reglas son claras, ni la realidad de la vida lo tación.
es. Tampoco los principios permiten una “aplicación automática”. El proceso mismo de
“comprensión” es intrínsecamente complejo. Por lo tanto, la pretendida reducción de la
función del juez a la de la “mera aplicación de las leyes”, es una ficción, de allí, la afir-
mación que reza “la interpretación es inevitable”. Tanto de los textos normativos como
de la realidad de la vida.
Por el contrario, existe una corriente filosófica para la cual, la actividad de interpreta-
ción no se reduce a esta tarea. La atribución de significado a la regla legal depende de
varios factores y es una actividad similar a la del Legislador, ya que tiene un compo-
nente de actividad creadora en el acto de interpretación. Esta es la tesis que corres-
ponde al iusnaturalismo, en su faceta “práctico-valorativa 9” conocida como “Razón
práctica”; también se relaciona con el pensamiento de la “Hermenéutica filosófica 10”
que entiende a la interpretación como actividad de “comprensión”.
2
Doctrina que el Derecho natural. Según ésta el ser humano tiene unos derechos pre-estatales, es decir, anteriores a la for-
mación de cualquier comunidad política, los cuales deben ser respetados por el Estado y no pueden ser violados.
3
Posición que considera únicamente norma jurídica a la norma escrita, expresada, y que emana de una autoridad competente
para su creación e institución.
4
Alude a la filosofía del derecho; viene de ius (derecho) y filosofía. Iusfilosófica es un punto de vista, una concepción iusfilosó-
fica.
5
Instrumento que nos ayuda a establecer el significado o alcance de las normas jurídicas.
6
(1926-1990) Teórico del derecho y profesor de la Universidad de Lodz . Se graduó con el título de Máster en Derecho y obtu-
vo su doctorado en 1949.
7
(científico) sistema de carácter filosófico basado en el método experimental y que se caracteriza por rechazar las creencias
universales y las nociones a priori.
8
(1779-1861) Jurista alemán, fundador de la escuela histórica del derecho en su país.
9
nombre que recibe el pensamiento vinculado a la “razón”.
10
Corriente filosófica que propone como método la comprensión de las acciones humanas su tradición histórica y contexto
social, fuera del cual pierden su significado.
59
Estas dos grandes formas de asumir el fenómeno interpretativo que describimos en los
párrafos anteriores. Positivismos; Iusnaturalismo y Hemeneútica no son nuevas, se
han desarrollado a través de lo largo de la historia.
Consisten en:
11
La interpretación jurídica no tiene un contenido puramente cognoscitivo, sino atributivo de sentido entre los diversos signifi-
cados posibles de la norma. Esto implica un margen de libertad en la aplicación del derecho por el juez y, por tanto, genera la
noción de insoslayabilidad de la interpretación.
12
(1900-2002) Filósofo alemán conocido por su obra “Verdad y Método”. publicado en 1960.
13
Teoría de la argumentación: forma o estudio interdisciplinario a través del cual se arriba a una decisión judicial o legislativa
fundada en razones o puntos de vista, lo que requiere su análisis “ponderativo” de las diversas alternativas, las que son “so-
pesadas” o valoradas en función de fundamentos sustantivos y de las circunstancias de tiempo y de lugar.
60
En palabras de Viehweg podemos decir que “está orientado a los problemas; es decir,
es un todo organizado de acuerdo con los problemas, tanto en el campo de la investi-
gación como en el de la dogmática, ofrece una combinación de puntos de vista (tópi-
cos) que son discutidos.
Los esfuerzos que apuntan en esta dirección -pero que nunca fueron totalmente exito-
sos- alcanzaron su punto culminante en el continente europeo durante los siglos XVII y
XVIII. Cabe mencionar aquí, en primer lugar, a Puffendorf, quien se apoyaba en Gro-
tius y Hobbes y a quien estudió Rousseau, así como también, por último, a Christian
Wolf, quien ofreció un hilo conductor al pensamiento jurídico de Kant. Se postulaba
un llamado sistema cerrado. Es decir, el sistema conceptual aquí acuñado exige que
una pluralidad sea reunida en un todo cerrado mediante la derivación a partir de uno o
de unos pocos principios. Puede notarse fácilmente que este concepto de sistema
deductivo terminó desplazando en la conciencia científico-jurídica a todos los otros
conceptos de sistema. A veces, hasta se identifica el concepto de ‘sistema’ con el de
‘sistema deductivo’, y se supone, por ello, que quien rechaza el sistema deductivo, en
un sentido que debe ser descrito más de cerca, niega también todo sistema. Se olvida
aquí fácilmente que la moderna valoración europeo-continental del sistema deductivo
en nuestro campo no fue compartida ni por la Antigüedad ni por la Edad Media y que
61
Viehweg sostiene, que cuanto más exigente y crítico sea su sistema cetético, tanto Sistema dog-
más fragmentario será el contenido material que ofrezca y, por tanto, estará muy lejos mático y cetéti-
de poder satisfacer la función de un sistema dogmático”. Lo dicho obedece a una clara ca.
identificación de la dogmática con el sistema racional-deductivo.
Dogmática y
La tensión entre cetética (o finalismo) y dogmática (o formalismo) refleja la contraposi- cetética.
ción de dos modelos de investigación.
Añade Kantarowicz que el juego cambiante de esas tendencias el que preside la tra-
yectoria de la ciencia jurídica.
3. La compilación de Justiniano
El Derecho romano clásico, termina con la gran compilación de Justiniano. En el año
527, Justiniano asume como emperador, del Imperio romano de Oriente, desarrollando
una imponente obra política, religiosa y jurídica.
Contó con el aporte de los más grandes juristas de su tiempo: Triboniano (500-547) un
Importancia.
exitoso abogado de Constantinopla, Teófilo, maestro de Constantinopla y Doroteo,
profesor de jurisprudencia de la escuela de Berito, actual Beirut.
Esta compilación fue un trabajo majestuoso, un gran paso en el propósito de dar al-
cance universal al derecho romano tal como había sido concebido por los clásicos. Sin
esta codificación el sistema jurídico romano se habría perdido para la Europa medieval
y por lo tanto, para el mundo moderno.
4. Los Glosadores
Uno de los fenómenos históricos más interesantes de la Edad Media fue el nacimiento
del llamado Derecho Común (ius commune) en el siglo XII. Este fenómeno se encuen-
tra estrechamente vinculado al resurgimiento del Derecho Romano en Occidente, por
el redescubrimiento del citado "Corpus Iuris Civilis". Los héroes de esta jornada, en
una primera etapa al menos, fueron los llamados glosadores.
Los glosadores se limitaran a glosar el Digesto, esto es, a hacer materialmente anota-
ciones marginales o interlineares sobre su texto, explicando el sentido y alcance de
cada palabra, de cada frase, de cada párrafo. De ahí que se les conoce como los "glo-
sadores", los que hacían glosas al Digesto, igual que el trabajo similar de los teólogos
con los textos sagrados.
A partir del siglo XIV y en la misma Universidad de Bolonia la escuela de los Glosado-
res va a ser superada por una nueva orientación metodológica, más libre y flexible de
interpretación y argumentación. En efecto, la adaptación del Derecho Romano a las
necesidades de la práctica se realizó bajo la forma de tratados monográficos sobre
temas concretos y también bajo el aporte de dictámenes que se publicaban con finali-
dad docente. Este nuevo estilo de trabajo parece más adecuado ser denominado co-
mo “Consultores” o “Comentaristas” que por su expresión antigua “Post-glosadores”.
La escuela de los Post-glosadores se inició con Cino de Pistoya pero la cima la alcan-
zó su discípulo Bártolo de Sassoferrato y su discípulo Baldo de Ubaldis. Ambos deja-
ron una inmensa cantidad de comentarios exegéticos, monografías y dictámenes que
pasaron a ser patrimonio común de todos los juristas europeos.
Hay que concluir, como Wieacker, que los comentaristas son los fundadores de la ju-
risprudencia europea y fueron los que convirtieron al Derecho Romano en un Derecho
común -ius commune- en toda Europa, derecho completado y modificado por el dere-
cho propio -ius proprium- de cada estado, ya que su influencia se extendió mucho más
allá de Italia, convirtiéndose, como precisó Kunkel 15, en los maestros de Europa en
Derecho.
6. El Humanismo
Este movimiento tuvo lugar a finales del s. XV y principios del s. XVI, inicio de la Edad
Moderna. Se caracteriza por el retomo a los modelos clásicos de Grecia y Roma.
El Humanismo
• Se propone conocer el Derecho Romano desde un punto de vista históri-
co y no como legislación vigente.
• No se busca en él normas aplicables a la vida práctica.
• Intenta reconstruir el derecho del pueblo de Roma.
El Corpus Iuris pasa a ser una manifestación del antiguo espíritu de Roma, no una
colección de mandatos y prohibiciones que postulaban la vigencia inmediata y debían
ser interpretados con un sentido actual y vivo, por lo que así resulta liberado de su
aislamiento.
15
Historia del Derecho Romano, trad. de la 4 a ed. alemana por Juan Miquel, loa ed., Barcelona, 1998, p.193.
64
A partir del s. XVII y durante el s. XVIII aparece la escuela de Derecho Natural Racio-
nalista. Se trata de una escuela que no es romanística sino filosófica y que enfoca el
estudio del derecho como un derecho común a todos los pueblos, producto de la razón
humana, lo que hace que en muchos países se llegue a interrumpir la tradición del
Derecho Romano.
Hugo Grocio encuentra el principio incontestable, a partir del cual derivar los preceptos
básicos de la ética social. Una ley específica de la naturaleza humana (racional).
a) Este instinto social o appetitus societatis impele al hombre a vivir en sociedad con
los otros hombres; pero no en una sociedad cualquiera, sino en una sociedad tran-
quila y ordenada intelectualmente (tranquillae et pro sui intellectus modo ordinatae)
b) A partir de ese primer dato incontestable y de validez universal (racional), los princi-
pios del derecho natural se deducen según el método racional de la construcción ju-
rídica.
c) Sobre este Derecho natural racionalista, se asentaría una teoría general del dere-
cho con pretensiones científicas, una "jurisprudencia perenne".
Por su parte, Samuel Pufendorf distingue claramente entre la religión o (teología mo-
ral), y el derecho natural, los que se diferencian por:
Para Pufendorf el objetivo de la interpretación debe ser la búsqueda del recto signifi-
cado que expresa la voluntad del legislador ("voluntatis rectique sensus"). Por ello, el
16
Villey Michel, Los fundadores de la Escuela Moderna de derecho natural, Ghersi editor, Buenos Aires, 1978, pag.10.
65
tenor literal debe superarse cuando las conjeturas muestren que así debe ser, indican-
do cuál es el "verdadero significado" ("rectique sensus") de la ley.
El autor señala que la crítica que se le atribuye a los iusnaturalistas es que considera-
ron el Derecho como carente de vigencia las normas jurídicas de los viejos tiempos
que contravenían a la cultura de los tiempos actuales, cuando el Estado no se decidía
a proclamar su formal derogación.
8. La Escuela Histórica
17
Kantarowicz, Hermann; “Las épocas en la ciencia del derecho”, en Radbruch, Gustav, Introducción a la filosofía del derecho,
FCE, Madrid, 1974, Pág.111.
18
La Escuela Histórica del Derecho Alemana, fue el antecedente inmediato de la jurisprudencia conceptual (Jurisprudencia de
Conceptos), ambas corrientes dan nacimiento a la codificación alemana de 1900. Este código buscó apartarse de la tradición
jurídica romana, pero por la importancia de las instituciones del derecho romano no fue posible tal separación, y por lo tanto
se da una mezcla de la sabiduría romana y la técnica jurídica alemana en dicha codificación.
66
Para Kantarowicz el completo divorcio entre teoría y práctica -ya que este método pu-
ramente formalista venía a romper toda cohesión entre el Derecho y la cultura- se con-
tradecía en parte con la enseñanza fundamental de la teoría romántica, o sea la del
espíritu del pueblo.
A partir de la Revolución Francesa como hito histórico que marco el paso de la edad
moderna a la edad contemporánea, surgió la obligación por parte de los jueces de
motivar con fundamentos de hecho y de derecho cada una de sus decisiones en un
caso determinado, constituyendo esto un reflejo plausible de la lógica jurídica como
sistema de razonamiento.
19
Cfr Montesquieu, De l’ esprit de lois, Garnier-Flammarion, París, 1979 (présentation par V. Goldschmidt), p. 301.
67
Puede decirse que la “nueva” escuela comienza con el célebre ensayo de Ihering de
1856-7 “Nuestra misión”, en la que conjugan “elementos formalistas y finalistas” pero
como medio para la construcción de conceptos. En su “segunda etapa” Ihering defien-
de un utilitarismo de carácter social.
En su obra "La lucha por el derecho", Ihering advierte que el derecho se de-
be conquistar cada día y que el derecho debe estar atento a esa realidad so-
cial que es cambiante.
C. LA TEORÍA DE LA INTERPRETACIÓN EN EL
“POSITIVISMO JURÍDICO”
Según lo ha explicado por Rodolfo Vigo la lógica fundamental del Positivismo jurídico
se basa en “admitir una razón o capacidad todopoderosa y omnicomprensiva del legis-
lador o creador del derecho, dispuesta a prever anticipadamente la totalidad de los
casos que podrían llevarse ante los tribunales”, de donde “bastaba que el juez supiera
armar un silogismo deductivo para que el conflicto obtuviera mecánicamente la resolu-
ción establecida en la norma jurídica legal” 21.
20
Rudolf von Ihering nace en 1818 y muere en 1892 y es uno de los autores de mayor influencia en la ciencia del derecho.
21
Vigo, Rodolfo Luis, Interpretación Constitucional, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1993, pp. 205-206.
22
Ibid., p. 205.
68
• gramatical, Dogmática
interpretativa:
• lógico, elementos -
• histórico y criterios. Según
• sistemático. Savigny.
Savigny pensaba que la utilización conjunta de estos cuatro criterios permitiría en todo
caso al intérprete hallar la idea inmanente a la ley, averiguar el pensamiento que en
ella plasmó el legislador.
El propio Savigny postulaba ya que no nos encontrábamos ante “cuatro clases de in-
terpretación entre las cuales puede escogerse según el gusto o el capricho, sino cua-
tro operaciones distintas cuya reunión es indispensable para interpretar la ley” 23.
No obstante, las pautas admitidas por el positivismo para la interpretación fueron ajus-
tadas a determinados cánones.
Características.
D´Agostino refiere a las siguientes características:
Un aporte importante a la interpretación desde una clave positivista es la que en el Aporte desde el
Siglo XX Kelsen, para quién es fundamental la distinción entre norma jurídica (Rechts- positivismo.
norm) y proposición jurídica (Rechtssatz).
23
SAVIGNY, F.K.: “Sistema de Derecho Romano actual”, I, cap.IV-XXXIII, edición española, Góngora, Madrid, p.150.
69
Las normas jurídicas no son verdaderas o falsas, sino válidas o inválidas, pero las
proposiciones jurídicas sí pueden calificarse en términos de verdad o falsedad.
Así lo expresa Hart: “Aun cuando se usen reglas generales verbalmente formuladas, Concepto de
en los casos concretos particulares pueden surgir dudas sobre cuáles son las formas textura abierta.
de conducta exigidas por ellas. […] Cualquiera sea la técnica, precedente o legisla-
ción, que se escoja para comunicar pautas o criterios de conducta, y por mucho que
éstos operen sin dificultades respecto de la gran masa de casos ordinarios, en algún
punto en que su aplicación se cuestione, las pautas resultarán ser indeterminadas;
tendrán lo que se ha dado en llamar una “textura abierta”. […] Los lenguajes naturales
muestran, cuando se los usa así, una irreducible textura abierta” 26.
Hemos visto hasta aquí que la reelaboración dogmática, es lo que caracteriza a la lla-
mada “dogmática jurídica”, sea en su versión más simple, mediante la simple glosa o
exégesis, sea en sus formas más elaboradas, mediante la sistematización y categori-
zación de conceptos abstractos en los textos tomados como base de interpretación.
Ahora bien, elaborar o adoptar un «sistema» doctrinal sobre un sector jurídico supone
asumir determinados parámetros valorativos:
24
Juan Antonio García Amado, NOTAS Y DISCUSIONES, “Retórica, argumentación y derecho”, Universidad de León "Retóri-
ca, argumentación y derecho". ISEGORíN21 (1999) Pág.135.
25
HART, Herbert Lionel Adolphus; “El concepto de Derecho”, cap. V, pp. 155.
26
HART, Herbert Lionel Adolphus; “El concepto de Derecho”, cap. V, pp. 157-160.
70
Las normas
jurídicas
Desde el
Derecho General
Del modelo de legis-
lador racional
Sirve de canon
interpretativo
Desde la tarea
de interpretación
Dogmática-Jurídica
Esa directriz, junto con la directriz gramatical, es una de las primeras pautas de inter-
pretación admitidas por la Dogmática Jurídica. Mediante su uso se procura desentra-
ñar y comprender el alcance de la intención tenida en mira por aquél al redactar las
normas. Generalmente puede recurrirse para ello a los “trabajos preparatorios”; los
debates parlamentarios o las exposiciones de motivo que preceden a su sanción 28.
“no pueden descartarse los antecedentes parlamentarios, que resultan útiles para co-
nocer su sentido y alcance [de la ley]” 31.
27
Interpretación “lógica” o de la “voluntad del legislador”: conocida como cánon “lógico”, también denominado directriz de la
“voluntad del legislador”.
28
Capitant, Henri, “Los trabajos preparatorios y la interpretación de las leyes”, reproducido en La Ley, Buenos Aires, 1/7/2000,
pp. 11-19.
29
Fallos: 315:790; “Craviotto”, 19/5/99 o “Criado”, 5/10/99, entre muchos otros.
30
Fallos: 318:1012, sus citas y muchos otros.
31
Fallos: 313:1149; 321:2594 y muchos otros.
32
Fallos: 302:1284.
71
ción a la solicitud presentada por los padres de una menor para obtener la autorización
judicial para que dicha menor donara uno de sus riñones a su hermano: “No dejo de
advertir, empero, que el argumento de los recurrentes, respecto a que dentro de ape-
nas 2 meses y 10 días la menor podrá decidir por sí misma y efectuar la donación -
pudiendo la demora resultar fatal- conmueve al ánimo de quien no tenga plena con-
ciencia de los principios básicos sobre los que se asienta el orden jurídico vigente en
nuestra sociedad, pero carece de fuerza de convicción si se tiene presente que no es
tarea de los jueces juzgar la bondad de las leyes ni atribuirse el rol del legislador y
crear excepciones no admitidas por aquél” (El resaltado me pertenece).
Es decir, esta pauta argumentativa parte del supuesto de que no debería modificarse
el tratamiento “históricamente” otorgado a una determinada disposición, motivo por el
cual algún sector de la doctrina la ha calificado como una directriz de tinte “conserva-
dora”, opuesta a la denominada interpretación “dinámica” o “evolutiva” propia de las
tradiciones de la Razón Práctica y de la Hermenéutica Filosófica 33.
La Corte Suprema tiene páginas singularmente ricas sobre este cánon. Así, a propósi-
to del sistema federal de gobierno, ha dicho que “si bien es muy cierto (...) que todo lo
que encierra el riesgo de cercenar las autonomías provinciales debe manejarse con
suma cautela a fin de no evadirse del contexto de los arts. 104 a 107 de la Constitu-
ción, que trasuntan el sentido histórico de nuestra organización política, no es menos
cierto, ni mucho menos delicado, cuidar de evitar que pueda quedar cercenado el libre
ejercicio de la autoridad nacional, pues ello también contradirá dicho sentido históri-
co” 34.
En otro antecedente de nuestro máximo tribunal se sostuvo “la función más importante
de esta Corte consiste en interpretar la Constitución de modo que el ejercicio de la
autoridad nacional y provincial se desenvuelva armoniosamente, evitando interferen-
cias o roces susceptibles de acrecentar los poderes del gobierno central en detrimento
de las facultades provinciales y viceversa. Del logro de ese equilibrio debe resultar la
amalgama perfecta entre las tendencias unitaria y federal, que Alberdi propiciara me-
diante la coexistencia de dos órdenes de gobierno cuyos órganos actuaran en órbitas
distintas, debiendo encontrarse sólo para ayudarse pero nunca para destruirse” 35.
33
Sobre este aspecto, cfr, entre una amplia bibliografía, Sagües, Néstor Pedro, Recurso Extraordinario, t. II, Astrea, Buenos
Aires, 3°, 1992, p. 111.
34
Fallos: 305:1847 y muchos otros.
35
Fallos: 306:1883 y muchos otros.
36
Fallos: 149:137; 151:92; 155:42, entre otros.
72
La “interpretación sistemática” puede ser examinada desde una doble perspectiva. Por
una parte, desde el plano “formal”, bajo el que se pretende que el sistema jurídico
carece de contradicciones o de inconsistencias, de modo que es “coherente”, cualidad
ésta que algunos autores positivistas contemporáneos, como Neil Mac Cormick deno-
minan “consistencia”.
Y, por otra, desde el plano “material”, bajo el que se procura atribuir el significado
más “coherente” a una norma en su relación con las demás, de modo de mostrar que
entre todas existe una armonía o, mejor aún, una “unidad de sentido”.
De ahí que si se advirtiera alguna “incoherencia” normativa, lo sería solo en forma apa-
rente, toda vez que ésta puede ser suplida mediante el sólo recurso al sistema, esto
es, a su lógica interna, a su intrínseca racionalidad.
37
Cfr sobre esto Zuleta Puceiro, Enrique; Rabbi-Baldi Cabanillas, Renato, Manacero, María de los Ángeles, Teoría y práctica
de la interpretación en la jurisprudencia económica de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (1990-1998), Universidad
Católica de Santa Fe, 1999 (pro manuscrito), p. 51.
38
Fallos: 308:283.
73
“El movimiento de derecho libre, con autores como Kantorowicz, Fuchs o Ehrlich, sitúa
como clave de la decisión lo que llama el «sentimiento jurídico» (Rechtsgefülll) del
juez, sentimiento en última instancia incontrolable, pero en alguna medida educable.
Recomiendan:
• Abandonar la hipocresía de una teoría que trata de presentar al juez como puro au-
tómata perfectamente objetivo, acrecentando con ello la irresponsabilidad por deci-
siones que tienen un altísimo componente personal, y proporcionar al juez una am-
plia formación económica, sociológica y ética que le permita comprender la auténtica
entidad de los conflictos que dirime y poner sus valoraciones en sintonía con lo que
la sociedad demanda.
• Un lenguaje jurídico que huya de tecnicismos y de especulaciones conceptualistas y
que permita una cabal comprensión de las normas y su sentido, dejando el menor
espacio posible para subterfugios interpretativos que encubren un puro decisionismo,
El iusnaturalismo ha sido la tradición del pensamiento jurídico más duradera: sus orí- Orígenes.
genes se remontan a la Grecia y Roma clásicas (Sócrates, Platón, Aristóteles, Cice-
rón...), y llega hasta nuestros días, habiendo sido la corriente dominante durante toda
la Edad Media (iusnaturalismo teológico: Santo Tomás) y durante la Edad Moderna
escolástica española y, en la poca de la Ilustración, teorías del contrato social como o
Pufendorf e iusnaturalismo racionalista de juristas como Tomasio, Grocio.
A comienzos del siglo XIX el iusnaturalismo entró en una profunda crisis, pero no des-
apareció del todo, y después de la II Guerra Mundial se detecta el "renacimiento" de
las doctrinas del “Derecho Natural”.
En la antigua Grecia a partir del siglo VII a.C. comienza a darse el particular giro que
la filosofía ha denominado el paso del “mitos” al “logos”, es decir la búsqueda de la
verdad sobre el funcionamiento del universo basada en una intuición: el mundo es muy
diverso, pero bajo esa diversidad existe un principio común a todas las cosas, por lo
que el mundo es más bien un “kosmos” (un orden) antes que un “chaos” (desorden).
Así, por ejemplo, Sócrates (469-399 aC.), que consumó el paso del pensamiento
cosmológico al antropológico, no permanecía en el lado del dogmatismo acrítico, pero
tampoco compartía el subjetivismo de los sofistas; para él, la ley natural está en el
40
García Amado, Juan Antonio. NOTAS Y DISCUSIONES, “Retórica, argumentación y derecho”, Universidad de León "Retóri-
ca, argumentación y derecho". (1999) Pág.134.
41
Cossio señala como el más ilustre de los franceses que orientó sus estudios del Derecho hacia el fenómeno social.
75
corazón del hombre, y es su Daimon 42, el que le dirá en cada oportunidad qué hacer,
abonando así una suerte de intuicionismo ético innato y por lo tanto compatible con las
ideas que hoy llamamos iusnaturalistas.
El mayor autor de la antigüedad clásica es sin duda Aristóteles (384-322 aC.), quien
vinculó la teoría de las ideas de Platón. Para él la distinción entre justicia legal y natu-
ral era evidente ya que, las leyes positivas podían ser erradas y debían ser corregidas
mediante la equidad 43.
Se puede afirmar que el renacer del interés por la retórica entre los juristas del Siglo
XX, responde a un planteamiento realista y al intento de superar las posturas raciona-
listas que fueron desarrolladas en los apartados anteriores. Algunos de los más influ-
yentes precursores de esas teorías de la argumentación e iniciadores de los plantea-
mientos tópicos y retóricos comenzaron su camino teórico como cultivadores de la
lógica y desembocaron en la tópica y la retórica, en respuesta a su escepticismo frente
a la posibilidad o la utilidad de una lógica jurídica formal, especialmente de una lógica
del razonamiento jurídico. Es el caso de Theodor Viehweg y de Chaim Perelman.
Para Viehweg:
En caso afirmativo,
42
Daimon: algo así como un dios personal.
43
Este concepto, el de equidad, se perpetuará en el tiempo entre las doctrinas iusnaturalistas.
76
Para el iusnaturalismo, el derecho no está constituido sólo por lo que así se ha dis-
puesto por la sociedad o por sus autoridades, sino que hay “algo” jurídico cognoscible
que vale como tal aunque no se lo haya reconocido o dispuesto socialmente.
Por supuesto que esa juridicidad indisponible, per se o proprio vigore, recibe una
fundamentación o nombres muy diversos, incluso algunos fuertemente metafóricos.
Así mencionemos: el aristotélico “dikaion phisikon”, el romano “ius naturale”, el esco-
lástico “derecho o ley natural”, “principios jurídicos o principles” (Dworkin), “moral
rights” o “derechos humanos” (Nino), “umbral de injusticia o injusticia extrema” (“ex-
tremes Unrecht ist kein Recht.”) (Alexy), “bienes humanos básicos” (Finnis), “coto ve-
dado” (Garzón Valdés), “justicia” (Villey), etc.
Este "Derecho Natural" estaría formado por un conjunto de normas y, sobre todo, prin-
cipios, que son morales, aunque los iusnaturalistas los califican de "Derecho", pero
“Derecho” en un sentido (“Natural”) distinto del Derecho “positivo”. En este “Derecho
Natural”, las normas y principios son "naturales", en el sentido de que su fuente no es
el legislador positivo, sino "la naturaleza", interpretada ésta de muy diversas formas (la
naturaleza divina, en el iusnaturalismo cristiano-medieval; la naturaleza racional del
ser humano, según el iusnaturalismo racionalista e ilustrado del siglo XVIII.)
Sea como fuere, la invocación de los iusnaturalistas a "la naturaleza" no alude nor-
malmente a la naturaleza física: no hacen referencia a propiedades identificables en el
44
Kaufmann, Arthur, “El renacimiento del derecho natural de la posguerra y lo que fue de él”, en Rabbi-Baldi Cabanillas, Rena-
to (coord.), Las razones del derecho natural. Perspectivas teóricas y metodológicas ante la crisis del positivismo jurídico,
Ábaco, Buenos Aires, 2000, p. 227.
45
Sobre estos extremos cfr, por todos, Vigo, Rodolfo L., Interpretación jurídica (del modelo iuspositivista legalista decimonónico
a las nuevas perspectivas), Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 1999, esp. pp. 13-43.
77
El Derecho Natural
Esos principios son "verdaderos", en la medida en que reflejan, describen o expresan Principios.
fidedignamente esa naturaleza de la cual derivan: los juicios morales son pues suscep-
tibles de ser calificados como "verdaderos" o "falsos" según correspondan o no con
ciertos "hechos" morales objetivos a los que se arriba al cabo de un esforzado trabajo
intelectual: la razón es “práctica” porque ausculta la realidad de la vida concreta de las
personas y procura establecer los modelos más logrados; los mejores paradigmas, al
tiempo que precisa los menos satisfactorios. A partir de este trabajo se puede estable-
cer lo mejor y lo peor de cada conducta, de cada acción. Lo mejor es lo que, de modo
breve, se puede llamar justo objetivo o “derecho natural”.
Estos principios son entonces “cognoscibles”, en el sentido de que los seres huma-
nos podemos llegar a conocerlos. El medio o vía de conocimiento del Derecho natural
depende de la rama de iusnaturalismo predominante, la revelación divina y la reflexión
racional.
Esta tesis, es en realidad, una tesis acerca de la justicia, es una tesis de filosofía mo-
ral: los iusnaturalistas llaman "Derecho (Natural)" 46 a los "derechos" morales más bá-
sicos en los que radica lo justo y a los “principios”.
46
Entre otros: derecho a la vida, a la libertad, a la igualdad, a la seguridad, a la vida en sociedad, a la resistencia frente a la
opresión... y también, para los iusnaturalistas racionalistas liberales de la Ilustración, el derecho de propiedad privada.
78
Por ejemplo “nadie puede alegar su propia torpeza”; “nadie puede contradecir sus pro-
pios actos”; “no se admite el enriquecimiento ilícito”; “nadie puede estar obligado a
cumplir lo imposible”; “los contratos deben cumplirse de buena fe”.
Tanto los derechos como los principios aparecen tanto en las circunstancias de la vida
como en los textos positivos (constitucionales o infraconstitucionales)- asumen la mo-
dalidad de “razones para el obrar” por parte de la sociedad, de donde, como explica
Zagrebelski, “no puede existir una ciencia sobre su articulación, sino una prudencia en
su ponderación” 47.
La ponderación de los principios, presupone que los dos principios involucrados sean
interpretados en el sentido de que las clases de supuestos de hecho regulados por
ellos se superpongan sólo parcialmente (antinomia parcial-parcial). Asimismo, la pon-
deración, consiste en el establecimiento de una jerarquía axiológica entre los principios
de que se trate.
(ii) Para que un orden normativo humano (positivo) sea Derecho es necesario
que sea moralmente justo.
Por ello, lo que sea Derecho se determina (entre otras cosas) en función de
la justificación moral de sus normas, o sea, de su adecuación a ciertos prin-
cipios de justicia llamados "Derecho Natural"). Para que una norma sea jurí-
dica no basta con que sea dictada por el órgano jurídicamente competente,
mediante el procedimiento jurídicamente establecido, etc.: además, esa nor-
ma tiene que ser moralmente justa, porque si no lo es, no es Derecho.
En este punto, la cita de Michel Villey es ilustrativa, a partir del célebre paso romano
atribuido a Paulo, según el cual “regula est quae rem queae este breviter enarrat. Non
ex regula jus sumatur, sed ex jure quod est regula fiat” (“La esencia de la regla es
enunciar brevemente una cosa preexistente. El derecho no debe extraerse de la regla,
sino que del derecho que preexiste, debe extraerse la regla”) 48.
Ciertamente, la realidad no es todo ni, menos, lo único con lo que se cuenta en el pro-
ceso interpretativo, por cuanto el ser humano ha ido, por generaciones y en el contexto
de la cultura en la que se encuentra, dotándose de un sistema que facilita dicha bús-
queda. Pero su importancia es insoslayable.
47
Zagrebelski, Gustavo, El derecho dúctil, Trotta, Madrid, 1995 (del italiano por M. Gascón Abellán), p. 124.
48
Digesto, 50, 17, 1.
79
La norma es reelaborada en función del caso, esto es, a la luz de sus datos propios y
más característicos, en un camino “de ida y vuelta”, como expresa Karl Engisch, en el
que el resultado jamás puede ser una aplicación mecánica, lógica o formal de la norma
a la situación examinada, sino un ajustamiento recíproco entre ambos elementos como
consecuencia de la prudente valoración o ponderación de ellos por parte del intérprete.
A juicio del catedrático Arthur Kaufmann, el derecho emerge como una corresponden-
El Derecho a
cia entre el "deber ser" de las normas y el "ser" de la situación vital, de modo que "sólo una correspon-
donde la norma y la situación concreta de la vida, "deber ser" y "ser", uno y otro sean dencia.
puestos en correspondencia, se origina el derecho real (...). El derecho es una corres-
pondencia; así la totalidad del derecho no es un complejo de artículos, ni una unidad
de normas, sino una unidad relacional. Unidad relacional, correspondencia, significan,
sin embargo, analogía”.
Aristóteles conocía los límites del espíritu humano: “a cada ámbito de conocimiento
corresponde un determinado grado de certeza”. Reconoció los límites de la ciencia
jurídica, que no arriba sino a conocimientos vagos y provisorios, no aptos para las ne-
cesidades prácticas del jurista; y también reconoció los límites de las leyes escritas no
atribuyéndoles un valor absoluto, ni la autoridad soberana.
Para Aristóteles "la ley es siempre un enunciado general", por lo que "sólo toma en
consideración los casos que suceden con más frecuencia, sin ignorar, empero, los
49
Cfr Betti, Emilio, Interpretación de la ley y de los actos jurídicos, EDERSA, Madrid, 1975 (del italiano por J. L. de los Mozos),
p. 48 y 77, entre otras.
50
Ética Nicomaquea, V, 10, 2.
80
posibles errores que ello pueda entrañar". Estos errores son debidos a la "la naturale-
za de las cosas, ya que, por su misma esencia, la materia de las cosas de orden prác-
tico reviste un carácter de irregularidad". En este contexto, concluye el autor, si se
planteara un caso que no alcanza a ser captado por la generalidad de la norma, "se
está legitimado para corregir dicha omisión a través de la interpretación de aquello que
el legislador mismo hubiera dicho de haber estado presente en este momento, y de lo
que hubiera puesto en la ley de haber conocido el caso en cuestión" 51.
Sobre tales bases, si bien la actora no cumple uno de los requisitos exigidos por la ley
(tiene casi 49 años), dicho incumplimieno "acontece por un margen mínimo que no
puede, en el caso, y en virtud de las razones anteriormente expuestas, ser valorado
restrictivamente (Fallos: 302:1284). Por ello, parece plausible realizar al sub lite una
aplicación equitativa de ese aspecto del precepto, en aplicación del criterio de esta
Corte según el cual no es siempre método recomendable el atenerse estrictamente a
las palabras de la ley, ya que el espíritu que las nutre es lo que debe rastrearse en
procura de una aplicación racional, que avente el riesgo de un formalismo paralizan-
te..." (consid. 11. Énfasis añadido).
Mediante el control de constitucionalidad los jueces pueden declarar una ley inviable Control de
para resolver el supuesto bajo estudio, remitiéndose a otra ley, de rango superior, que, constitucionali-
obviamente, comprende a aquella. Si bien se advierte una “inaplicación” del texto dad.
examinado, ésta no se realiza en virtud de una valoración de factores extranormativos,
sino a partir de una “puesta en correspondencia” entre aquella norma y un texto consti-
tucional, naturalmente, siempre en conexión con las circunstancias de la causa.
51
Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1137 b 15-1137 b 25. Se ha seguido la traducción francesa de J. Tricot ,Vrin, París, 1983, p.
267 (énfasis añadido).
52
Cfr causas “Dalera, Juan Manuel” (CNCiv., sala “F”, 17/8/95 y su remisión al Dictamen del Fiscal ante la Cámara, Dr. Carlos
R. Sanz), o “T., J. A. s/adop. Plena” (CCiv. y Com. Prov. Santa Fe, 21/12/95, confirmatoria de la resolución del juez de Prime-
ra Instancia Carlos A. González).
53
Cfr, entre otras, la citada causa “Seguir Dibb”; “Vera Barros, Rita Esther”, sent. del 14/12/93 (Fallos: 316:1025) o “Leiva,
Luis”, sent. del 14/3/95.
81
Los principios reconocidos por la Constitución ayudan a superar las dudas interpretati-
vas, antinomias y lagunas, con una fuerza vinculante. No obstante estos no se estruc-
turan según una jerarquía de valores, si así fuere, nos dice Zagrebelsky, se produciría
una incompatibilidad con el carácter pluralista de la sociedad.
54
ZAGREBELSKY, Gustavo, El derecho dúctil. Ley, derechos, justicia., [trad. Marina Gascón], Madrid: Trotta, 1995. p. 116.
55
ZAGREBELSKY, GUSTAVO, op. cit., p. 115.
56
Ídem., p. 117.
57
Suprema Corte de los EEUU, “Marbury v. Madison”, 5 U.S. 137.
82
Mediante esta directriz se procura desentrañar el “fin” de la norma, esto es, su sentido;
“ratio” o los intereses que busca lograr, de donde la doctrina también la ha denomina-
do directriz “teleológica-objetiva” 60.
58
Fallos 33:162.
59
CSJN, 14/09/2004.
60
Rodríguez Molinero, Marcelino, Introducción a la ciencia del derecho, Cervantes, Salamanca, 1991, pp. 230.
83
Al respecto, cabe ponderar que si bien los fines de la ley “vienen dados” por
el legislador histórico, no resulta menos contrastable que las normas osten-
tan su propia racionalidad y que ésta, con el transcurso del tiempo y la inevi-
table mudanza del contexto que la vio nacer, adquiere una inevitable identi-
dad propia de modo que no debe sorprender, como expresaba Sebastián So-
ler, que aquéllas ”cobran vida propia y autónoma” y, de tal modo, devienen,
61.
según palabras de Radbruch, “más inteligente que el legislador”
En definitiva, como ya fue puesto de resalto por el Chief Justice de la Suprema Corte
de Justicia de los Estados Unidos Marshall a propósito de la Carta Magna de ese país,
“no debemos olvidar jamás que es una Constitución la que estamos interpretando; una
Constitución destinada a resistir épocas futuras y consiguientemente a ser adaptable a
las variadas crisis de los asuntos humanos” 62, por lo que, en contacto con realidades
disímiles (y de ahí la presencia de esta directriz en el horizonte del iusnaturalismo de
cuño “práctico-prudencial), el texto puede tener una virtualidad diversa de la querida
por el legislador histórico.
La jurisprudencia, es pródiga en la materia, así “Otra familia de fallos de la Corte Su- Fallos.
prema sostiene el punto de vista de privilegiar en la interpretación de las normas a su
espíritu y a sus fines (CSJN, Fallos, 324:2885), debiendo preferirse la que favorece, y
no la que dificulta tales fines perseguidos por ellas (CSJN, Fallos, 311:2751 y
312:111).
En “Chocobar”, por ejemplo, (CSJN, Fallos, 319:3264), la Corte hizo suyas las
palabras de Marshall en “Mc Culloch vs. Maryland”, “es una Constitución lo que
estamos interpretando: una constitución está concebida para proyectarse hacia el por-
venir, y en consecuencia, para adaptarse a las distintas crisis de los asuntos humanos”
(CSJN, Fallos, 319:3267, consid. 14). Es la propuesta de una interpretación maleable
de la ley suprema, en función de las necesidades del presente. Con ello empalma la
directriz de “Municipalidad de Buenos Aires”: “La obra genuina de los intérpretes, y en
particular de los jueces, es permitir el avance de los principios constitucionales, que es
de natural desarrollo y no contradicción”, teniendo en cuenta, entre otros factores, a “la
dinámica de la realidad” (CSJN, Fallos, 320:2701; dictamen del Procurador General,
punto V, compartido por la Corte, y cita de Fallos, 320:875).” 64.
61
Cfr Soler, Sebastián, La Interpretación de la ley, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1962, p. 123.
62
Cfr Suprema Corte de los Estados Unidos, causa “Mac. Culloch v. Maryland, 4 Wheat 314, 407.
63
Rodríguez Molinero, nota 111, pp. 230-231.
64
Sagüés, Néstor Pedro. Interpretación constitucional y alquimia constitucional. (El arsenal argumentativo de los Tribunales
Supremos), pag.160.
84
Este argumento constituye un recurso que remite a una tradición de ideas que se repu-
tan verdaderas o, cuanto menos, persuasivas. Como señala Viehweg a propósito de
su aplicación en la Antigüedad y durante el Medioevo, “con la cita de un hombre se
hace referencia a un complejo de experiencias y de conocimientos humanos reconoci-
dos, que no contiene sólo una vaga creencia, sino que garantiza un saber en el senti-
do más exigente”. De ahí que “la referencia al saber de los mejores y más famosos se
encuentra también llena de sentido” 66.
Así, en lo que concierne a los autores, los nombres han sido, en líneas generales, de
notables constitucionalistas argentinos o del derecho comparado, en especial, norte-
americanos. Entre ellos, el más citado ha sido -y aún lo es- Joaquín V. González y su
célebre Manual de la Constitución Argentina 67, aunque también son frecuentes las re-
misiones a José M. De Estrada 68 y, más recientemente, Juan A. González Calderón 69,
en tanto que, entre los doctrinarios del derecho comparado, se destacan Marshall,
Story, Cooley, Madison, Willoughby y, más recientemente, Tribe 70.
Por su parte, en lo relativo a los tribunales, el cuerpo por antonomasia al que la Corte
ha acudido fue la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, toda vez que ésta
“basada en el derecho federal Americano, que es nuestro propio derecho constitucio-
nal, tiene importancia decisiva entre nosotros” 71. Sin embargo, desde la incorporación
del denominado “Pacto de San José de Costa Rica” a nuestro ordenamiento, la Corte
ha dicho que la interpretación de aquél convenio debe guiarse por la jurisprudencia de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos, pues uno de los objetivos de ésta úl-
tima es, justamente, la interpretación de dicha pacto 72. De igual modo, algunos jueces
han señalado a propósito de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos -
órgano de existencia anterior al citado Pacto pero que ha sido ratificado por éste como
instancia inicial y obligatoria de todo reclamo que se origine como consecuencia de
aquél- que “más allá de que los jueces de un Estado parte no están obligados a ceñir
65
Sagüés, Néstor Pedro. Obra citada, pag.156.
66
Viehweg, Theodor, Tópica y jurisprudencia, Taurus, Madrid, 1964, p. 67.
67
Cfr Fallos: 186:170; 205:614; 320:619 y su cita; 329:1092, sus citas y otros.
68
Cfr, entre otros, Fallos: 186:170; 205:614 y muchos otros.
69
Cfr Fallos: 323:2256, entre otros.
70
Cfr, entre otros, Fallos: 205:614; 247:646, sus citas y muchos otros.
71
Así, Fallos: 33:162; 313:1513; 329:1092, sus citas y muchos otros.
72
Cfr: Fallos: 315:1492, voto de la mayoría; 321:3555, voto de los jueces Boggiano y Bossert, entre otros.
85
Así, por ejemplo, en el caso “Ruiz Orrico, Juan c/ Estado Nacional (Ministerio de
Salud y Acción Social) s/ cobro de pesos” 77 del año 1993, que versó sobre el cobro
de indemnización por rescisión de un contrato administrativo (desistimiento de obra), la
Corte ratificó la existencia del principio de la integralidad de la reparación, y a su mori-
geración por aplicación de principios de equidad, en tanto dijo que en el caso “no co-
rresponde aplicar ciegamente la noción de la reparación plena, cuando ello conduce a
situaciones abusivas tales como la del locador que no ha sufrido el perjuicio o lo ha
padecido en menor medida que aquella que se desprendería de una mera aplicación
mecánica de la idea de daño indirecto o utilidad no alcanzada. En suma, el reconoci-
miento de la indemnización debe atender a las circunstancias de cada caso (Fallos:
296:729) a fin de recomponer, con equidad, la situación del contratista que ha invertido
su trabajo y su capital para obtener una utilidad razonable y que ve frustrada su ga-
nancia a raíz del desistimiento”.
En ciertos fallos, la Corte exige que la aplicación de las normas sea realizada equitati-
vamente” ya que hacer justicia no importa otra cosa que la recta administración de lo
justo en concreto”, conforme a los hechos y situaciones reales que se presentan
(CSJN, “Gucciardo”, Fallos, 321:865, consid. 5°, con cita de Fallos, 308:1978).
73
Fallos: 321:355 y muchos otros.
74
De los Mozos, José L., “Derecho y equidad”, en Metodología y ciencia en el derecho privado, EDERSA, Madrid, 1977, p. 327.
75
D´Ors, Álvaro, Derecho Privado Romano, Eunsa, Pamplona, 1986, p. 43.
76
Cfr en relación a la jurisprudencia más reciente: “Antequera, Alberto”, sent. del 6/6/85 (Fallos: 307:862); “Marotta, Ricardo”,
sent. del 17/5/88 (Fallos: 311:767); “Motor Once S.A.C. e I.”, sent. del 9/5/89 (Fallos: 312:659); “Fitam S.A.I.C.F.I”, sent. del
25/9/90 (Fallos: 313:943); “García Vázquez, Héctor”, sent. del 22/12/92 (Fallos: 315:2980); “Ruiz Orrico, Juan”, sent. del
24/5/93 (Fallos: 316:1025); “Bravo, Aldo”, sent. del 13/3/95; “Sosa, Oscar”, sent. del 4/11/97 (voto del juez A. Vázquez); “La-
venia, Alicia”, sent. del 16/12/97, entre otras. Cfr asismismo, el voto en disidencia de los jueces Barra y Cavagna Martínez en
“Tecnobra S.A.C.I.C.I.F”, sent. del 20/4/93 (Fallos: 316:729).
77
Fallos: 316:1.025.
86
En esta perspectiva, expresa que “la atemperación de lo debido puede tener diversas Causas de la
causas. Unas veces procede de la benignidad o de la misericordia, como ocurre cuan- atemporación
do las penas que en justicia son debidas se alivian o se perdonan (v. gr. indulto); otras de lo debido.
veces su causa es la solidaridad humana (moratoria en los pagos, por ejemplo); otras
procede de la moderación necesaria para que el rigor de la justicia no dañe otros valo-
res no menos importantes (v. gr., inembargabilidad del patrimonio familiar), etc.” 78. Por
su parte, añade el autor que existen otros casos en los que, “no siendo posible satisfa-
cer el derecho, la equidad lo acomoda a las circunstancias particulares, dándose una
cierta satisfacción, que cancela la deuda correctiva. Aquí la deuda no es atemperada,
porque la deuda de estricta justicia queda de suyo en suspenso por la imposibilidad de
satisfacer el derecho (nadie está obligado a hacer lo imposible).
Como se ha visto ya extensamente, bajo esta directriz se suele apelar a “ciertos crite-
rios de objetividad que es posible discernir en el contexto de las concretas relaciones
de índole jurídica en las que se hallan inmersas las personas en la vida social y que,
como razonan Ballesteros y Cotta, procuran discernir esos “datos permanentes y cons-
tantes del fenómeno jurídico” que hacen a las “condiciones más básicas del vivir hu-
mano” 80.
Sin embargo, como sucede asimismo con el argumento o directriz por los “principios”,
según se verá a continuación, es por demás frecuente que la gran mayoría de tales
soluciones resulten finalmente incorporadas al ordenamiento jurídico, en cuyo caso
estos argumentos, se transforman en un canon de naturaleza “interpretativa”, ya que la
“positivación” del criterio previamente discernido por la doctrina o, en la gran mayoría
78
Hervada, Introducción crítica al derecho natural, Eunsa, Pamplona, 6º, p. 70.
79
Causa “Scillingo, Adolfo F.”, sent. del 6/5/97.
80
Cfr Rabbi-Baldi Cabanillas, Renato, “El derecho natural como núcleo de racionalidad del derecho”, en Rabbi-Baldi Cabani-
llas, Renato, Las razones del derecho natural. Perspectivas teóricas y metodológicas ante la crisis del positivismo jurídico
(coord.), Ábaco, Buenos Aires, 2000, p. 18.
87
de los casos, por la jurisprudencia, deviene el punto de partida desde el cual el exege-
ta debe interpretar.
Según se anticipó, el argumento por el “derecho natural” puede ser examinado desde
una doble perspectiva: a partir de la “naturaleza de las cosas” y desde la mirada de la
“naturaleza humana”.
La estructura lógica de los principios se distingue del de las reglas porque no hay he-
cho condicionante. Los principios no imponen obligaciones absolutas sino obligaciones
prima facie que pueden ser “superadas” o “derogadas” por obra de otros principios.
En cuanto a la posición de los principios en el ordenamiento hay que insistir en que los
principios son normas que sirven de fundamento o justificación de reglas (fundamento
de una multiplicación de reglas) y que los principios parecen no requerir a su vez de
fundamento o justificación, ya que son percibidos como obvios, autoevidentes o como
intrínsecamente justos.
En el plano de la aplicación de los principios lo determinante no es, como con las re-
glas, la validez o invalidez del principio, sino, como expresa Dworkin, la “dimensión de
peso” de éste el cual, bajo ciertas condiciones, prevalecerá sobre otro y viceversa.
Para establecer la jerarquía axiológica, el juez no valora los dos principios en abstrac-
to. La jerarquía establecida entre los principios en conflicto es una jerarquía móvil, mu-
table, dependiendo de los casos concretos.
81
Principios: son normas que sirven de fundamento o justificación de reglas que parecen no requerir a su vez de fundamento o
justificación, ya que son percibidos como obvios, autoevidentes o como intrínsecamente justos.
88
bien común o la justicia. Como sostiene Alexy, los principios son criterios de optimiza-
ción del sistema jurídico 82.
La regla más común indica que en la interpretación de las normas no debe prescindir- Fallos.
se de las consecuencias que se derivan de cada criterio, pues ellas constituyen uno de
los índices más seguros para verificar su razonabilidad y su coherencia con el que
sistema en que está engarzada la norma (CSJN, Fallos, 324:2107, “Bustos”, consid.
7°, con mención de Fallos, 307:1018 y 2200). De modo especial, la Corte ha dicho que
ella no puede prescindir de las consecuencias sociales de sus decisiones, ni de la
realidad que la precede. Es esta realidad, insiste el Tribunal, la que rige como principio
de interpretación de la constitución nacional (CSJN, Fallos, 316:2624, “Cocchia”, con-
sid. 16, con cita de Fallos, 178:9, 211:162, 240:223, entre otros. V. también 313:1232,
donde se puntualiza que “el debido criterio para la exégesis de la ley” es ponderar las
consecuencias sociales del fallo).” 83
Otra constante utilización por parte de nuestros Tribunales de este recurso es el adve-
nimiento jurisprudencial de la “teoría de la imprevisión”, que supuso que los jueces se
apartaran de una regla expresa (el principio nominalista contemplado por Vélez Sárs-
field en el art. 619 del Código Civil), a fin de que la equivalencia en las prestaciones no
resultara alterada.
De igual modo, tiene dicho el Tribunal en constante jurisprudencia que “la primera
fuente de interpretación de la ley es su letra, pero además la misión judicial no se ago-
ta en ello, ya que los jueces, en cuanto servidores del derecho para la realización de la
justicia, no pueden prescindir de la intención del legislador y del espíritu de la norma;
todo esto, a su vez, de manera que las conclusiones armonicen con el ordenamiento
jurídico restante y con los principios y garantías de la Constitución Nacional” 85.
82
Alexy, Robert, Teoría de los derechos fundamentales, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1997, pp. 81-172.
83
Sagüés, Néstor Pedro. Obra citada, pag.166.
84
Cám. Nac. Civ., Sala I, “R. R. s/medidas precautorias”, El Derecho, Buenos Aires, 20/12/99, pp. 1 ss. (el énfasis se ha añadi-
do).
85
Fallos: 312:2382; 318:1894, entre otros.
89
Dado que las directrices no se presentan de modo aislado, sino que actúan en
forma conjunta, podemos hablar de un modo de argumentar que tiene en cuenta
varias maneras o vías a fin de resolver un problema. Se trata, de una interpreta-
ción “totalizante” en la medida en que emplea un número plural de las pautas
precedentemente estudiadas.
Citaremos para ejemplificar este pensamiento “totalizante” algunos párrafos del fallo Ejemplos de
plenario Nro.5 de fecha 17/08/99 de los señores jueces de la Cámara Nacional de Ca- Fallos.
sación Penal, en virtud de la autoconvocatoria admitida en la causa N° 1403 del regis-
tro de la Sala III, caratulada “Kosuta, Teresa Ramona s/ recurso de casación” por el
cuál, entre otras decisiones, se sostuvo que la pena sobre la que debe examinarse la
procedencia del instituto previsto en el artículo 76 bis y siguientes del Código Penal es
la de reclusión o prisión cuyo máximo en abstracto no exceda de tres años. Y que no
procede la suspensión del juicio a prueba cuando el delito tiene prevista pena de inha-
bilitación como principal, conjunta o alternativa. Entre los fundamentos del Tribunal.
“Si algo enseña la complejidad judicial es a escapar de los esquemas reduccionistas o Síntesis.
simplificatorios. La labor interpretativa es mucho más ardua y los parámetros delimita-
dores que la gobiernan aparecen demarcados por (a) la imposibilidad de hacer justicia
con total independencia de la ley, y (b) la imposibilidad de aplicar una ley con total in-
dependencia de justicia. Estos dos extremos señalan los contornos entre los que se
mueve la tarea, a la par de advertir del error en la polarización de algunos de ellos.
Aunque no faltan intentos de establecer una jerarquización de los métodos (vgr. Alexy
“Teoría de la argumentación jurídica. La teoría del discurso racional como teoría de la
fundamentación jurídica”, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989), se se-
ñala que el más importante de los criterios de interpretación, en muchos casos decisi-
vo, es el teleológico, sea del fin subjetivo del legislador u objetivo de la ley (Gimbernat
Ordeig “Concepto y método de la ciencia del derecho penal”, Tecnos, Madrid, 1999,
pág. 77).
Este punto de vista positivista del sometimiento a la ley según la cual el juez es su
esclavo dejó de ser defendido ya en la segunda mitad del siglo XIX, toda vez que des-
de Savigny se conoce que los criterios deben actuar en forma conjunta y recíproca
(Larenz “Metodología de la ciencia del derecho”, Ariel, Barcelona, 1966, págs. 234 y
270; Engisch “Introducción al pensamiento jurídico”, Guadarrama, Madrid,1967, pág.
110; Klug “Problemas de filosofía del derecho”, Sur, Bs. As., 1966, pág. 68).
86
Fallos: 317:779; 318:1887; 319:1131, entre muchos otros.
90
Por lo demás, no puede ser indiferente como directriz de la labor interpretativa la pre- Pluralismo
visión de las consecuencias y efectos que pueda tener en la sociedad la aplicación de metodológico.
las normas, lo que se da en llamar interpretación previsora (Sagüés “La interpretación
judicial de la Constitución”, Depalma, Bs. As. 1998).
UNIDAD X
LA JUSTICIA Y EL DERECHO
(SE CORRESPONDE CON EL CAP. VII DE TEORIA DEL DERECHO DEL
DR. RABBI BALDI)
INTRODUCCIÓN
La proposición que se formula tiende a resaltar la importancia que para las sociedades
reviste la observancia de un derecho justo y que aquellas requieren normas y decisio-
nes justas y reprueban las soluciones injustas o manifiestamente injustas.
Es así que cabe recordar las palabras de Ulpiano 87 en el Digesto al sostener: “convie-
ne que el que vaya a estudiar el derecho conozca primero de dónde proviene la pala-
bra derecho (ius). Llámase así de justicia (iustitia) porque, según lo define elegante-
mente Celso, es el arte de lo bueno y lo equitativo”.
Esta observación no es patrimonio de los romanos sino que surge de las reflexiones
de todos los tiempos. Así, ARISTÓTELES, influenciado por Sócrates y Platón, al inicio
del Libro V de su Ética a Nicómaco 88 afirma “vemos que todos están de acuerdo en
llamar justicia a la disposición en virtud de la cual los hombres practican lo que es jus-
to, obran justamente y quieren lo justo”.
87
Textos latinos. Versión latina de Bartolomé Agustín Rodríguez de Fonseca. Ulpianus libro I. Institutionem - Iuri operam datu-
rum prius nosse oportet, unde nomen iuris descendat. Est autem a iustitia appellantum; nam, ut eleganter Celsus definit, ius
87
est ars boni et aequi.
Traducciones españolas. Traducción de Bartolomé Agustín Rodríguez de Fonseca. Ulpiano en el libro primero de las institucio-
nes.- El que haya de estudiar el derecho, conviene que primero sepa de donde trae su origen este nombre: tiene su denomi-
87
nación de la justicia, porque según lo define elegantemente Celso, es el arte de lo bueno y lo equitativo.
88
Ética a Nicómaco. Aristóteles. Traducción Pedro Simón Abril. De las Éticas o Morales de Aristóteles, escritas a su hijo Nicó-
maco, traducidos fiel y originalmente del mismo texto griego en lengua vulgar castellana, por Pedro Simón Abril, profesor de
letras humanas y filosofía, y dirigidos a la S. C. R. M. del rey don Felipe, nuestro señor; los cuales, así para saberse cada
uno regir a sí mismo, como para entender todo género de policía, son muy importantes.
http://www.analitica.com/bitblioteca/Aristoteles/nicomaco.asp
89
http://es.scribd.com/doc/35712284/Soto-Domingo-Tratado-de-la-justicia-y-el-derecho-1922 Victoria con este enlace es para
descargar el libro.
92
Al comienzo de su obra ¿Qué es justicia? Hans KELSEN sostiene: “Ninguna otra cues-
tión se ha debatido tan apasionadamente, ninguna otra cuestión ha hecho derramar
tanta sangre y tantas lágrimas, ninguna otra cuestión ha sido objeto de tanta reflexión
para los pensadores más ilustres, de Platón a Kant. Y, sin embargo, la pregunta sigue
sin respuesta. Parece ser una de estas cuestiones que la sabiduría se ha resignado a
no poder contestar de modo definitivo y que sólo pueden ser replanteadas”.
1) Desde el punto de vista externo: no existe cuestión científica alguna que haya podi-
do ser resuelta o que pueda algún día resolverse de modo “definitivo” por lo que so-
lo es posible un permanente replanteamiento de esos temas.
2) Desde el punto de vista interno: al no hallar una respuesta concreta y definitiva le
queda la alternativa conocida en el capítulo III, del escepticismo ético, como fiel re-
presentante del positivismo científico.
Kelsen divide el estudio del tema. Así, alude a una perspectiva “metafísica”,
al tratar valores absolutos, y medita: “estos valores están realidad determi-
nados, en última instancia, por elementos emocionales (….) no son más que
fórmulas vacías que pueden servir para justificar cualquier orden social”.
Al referirse Kelsen a la fórmula utilitarista ideada por el filósofo inglés Bentham para
quien la idea de “justicia” es “la mayor felicidad posible para el mayor número”, mani-
fiesta que ésta “es inaceptable si se entiende por felicidad un valor subjetivo y si, en
consecuencia, los distintos individuos tienen ideas distintas sobre felicidad”.
De ahí es que Hans KELSEN proponga: “la felicidad que un orden social puede asegu-
rar (. . .) debe ser la felicidad en un sentido objetivo colectivo”.
A continuación el autor se interroga sobre “¿qué intereses humanos merecen ser pro-
tegidos”? y “¿cuál es su jerarquía adecuada?” para concluir que “esta es la cuestión
que se plantea cuando existen conflictos de intereses”, los cuales ocurren “cuando hay
un conflicto entre dos valores y no es posible ponerlos en práctica al mismo tiempo”.
90
Hans Kelsen (Praga, 11 de octubre de 1881 - Berkeley, California, 19 de abril de 1973).
http://es.iuris.wikia.com/wiki/Hans_Kelsen
93
Por último, cabe señalar que ni pensamiento más genuino de KELSEN incurre en la
metodología positivista “científica” por él divulgada ya que admite un mínimo núcleo de
indisponibilidad al declarar que “el principio moral específico de una filosofía relativista
de la Justicia es el de la tolerancia” que dicho por el autor es “comprender las creen-
cias religiosas o políticas de otras personas sin aceptarlas pero sin evitar que se pro-
nuncien libremente”. Afirmación que implica partir de alguna conexión con la realidad
misma de las relaciones inter-subjetivas puesto que la proclamación de la tolerancia
supone el reconocimiento del otro; es decir de una persona igual que uno y acreedora
- como cada quien - de ciertos bienes y en consecuencia de una dignidad 91 intransferi-
ble que deben ser aceptados por todos.
Todo ello, parece llegar a la conclusión - sacando los textos criticados de KELSEN -
que es posible alcanzar una noción de justicia y que ésta pueda proporcionar sin pre-
tensiones elementos de utilidad para la práctica jurídica.
una compensación”. Esta idea se advierte por doquier en el seno de las relaciones
sociales.
Por último, la “justicia legal” comprende las relaciones entre los individuos y el Estado,
desde la perspectiva de las obligaciones de los particulares respecto a la comunidad.
La relación entre justicia y derecho fue expresamente asumida a partir de los griegos
por una extensa tradición de autoridades. El derecho romano, influido por la filosofía
griega, repetirá que la justicia es una virtud y en tanto que tal se ocupa “de la constan-
te y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho”, según la conocida sentencia de
ULPIANO en el “Digesto”.
92
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/t/tomas_deaquino.htm
95
El vínculo entre el derecho y la justicia también es notorio en las obras de los maestros
españoles de la denominada “Segunda Escolástica” (o “Escolástica Tardía”) como la
de Domingo DE SOTO, De la justicia y el derecho de 1556 o de la posterior de Luis DE
MOLINA, Los seis libros de la justicia y el derecho, de 1573.
Conviene precisar que dentro de la tradición jurídica recién estudiada la relación entre
justicia y derecho no hace abstracción de la ley, sino que la integra aunque no de la
manera excluyente de la Edad Moderna.
El papel de la ley entre los materiales jurídicos es, en ARISTÓTELES, uno entre tan-
tos, de modo que cuando su directa aplicación a un caso concreto suscita una mani-
fiesta injusticia, se impone entonces una interpretación equitativa de la norma, a fin de
que “flexibilizando” su tenor literal, pueda fundar el derecho del caso concreto. Es de-
cir, en la relación entre justicia y derecho no prescinde de la ley, a punto que es una de
sus manifestaciones (denominada “justicia legal”) más la ley ni es el punto de partida
de su teoría ni de llegada.
Una perspectiva similar tiene CICERÓN 94 en Las Leyes. En su época Roma conoce la
filosofía griega integrándose en ella. Además, como su máxima creación - el derecho -
se encuentra ya maduro, admite una reflexión en las raíces filosóficas que le dan sen-
tido. Tal es la interpretación que fluye del conocido texto: “nosotros debemos abrazar
en esta disertación el fundamento universal del derecho y de las leyes, de suerte que
el llamado derecho civil quede reducido (. . .) a una parte de proporciones muy peque-
ñas”.
En efecto, en el horizonte jurídico romano coexisten la ley de las Doce Tablas, el Edic-
to del Pretor 95, los senadoconsultos y otras leyes públicas y en un rango superior, el
ius, esto es el cuerpo de respuestas de quienes gozan de auctoritas y, por tanto, resul-
tan consultados.
93
http://www.carlosparma.com.ar/ Escrito por Jorge Horacio Gentile El autor es profesor de Derecho Constitucional de las uni-
versidades Nacional y Católica de Córdoba (Argentina) y fue diputado de la Nación. www.profesorgentile.com.ar
94
Voltaire, Diccionario filosófico [1764] Sempere, Valencia 1901. Tomo 3. Páginas 35-38.
95
Selección y traducción, G. FATÁS, Materiales para un curso de Historia Antigua, Tórculo, Santiago de Compostela. 1994, p.
355. http://www.unav.es/hAntigua/textos/docencia/roma/practicas/didrom18.htm
96
Sobre tales bases, Cicerón procura fundar ese basto conjunto de fuentes en una lex
naturae incorporando al derecho romano una nueva perspectiva, ajena a su tradición:
la ley (tanto positiva como natural) y el derecho (también positivo y natural) que no se
excluyen sino que se integran “en las cosas divinas y humanas” para tornar más justas
las relaciones intersubjetivas.
De ahí, y aunque no surge literalmente del texto, se puede inferir (de su espíritu) que
“esa cierta razón del derecho” resulta determinante en toda decisión judicial a fin de
aplicarla directamente al caso y en otras adecuarla a las “circunstancias” extendiendo
o reduciendo sus términos, sin olvidar que la ley se integra a un rico conjunto de fuen-
tes que se orientan a asignar a cada quien lo suyo, “ajustando” las relaciones.
En el ocaso de aquella postura, a mediados del siglo XX, volvió a tomar fuerzas un
criterio más equilibrado de las fuentes que permitió, no tanto en la práctica (del que
nunca fue apartado del todo) sino en la teoría, aceptar una concepción integral de las
fuentes del derecho y, en última instancia de la teoría de la justicia.
También son ejemplo innumerables artículos del Código Civil de autoría de Vélez
Sarsfield, como el art. 16 al sostener “Si una cuestión civil no puede resolverse, ni por
las palabras, ni por el espíritu de la ley, se atenderá al principio de leyes análogas; y si
aún la cuestión fuere dudosa, se resolverá por los principios generales del derecho,
teniendo en cuenta las circunstancias del caso” (énfasis añadido).
Es oportuno reiterar el abandono del legalismo a partir del fin de la Segunda Guerra
Mundial siendo un ejemplo paradigmático, modelo de este cambio, la Ley Fundamen-
tal de Bonn de 1949 (actual Constitución de la República Federal de Alemania) que en
su art. 20 luego de establecer que la misma “es un estado federal democrático y so-
cial”, en la parte final del apartado 3° prevé que “el poder Ejecutivo y la administración
de justicia están sometidos a la ley y al derecho” (énfasis añadido) renunciando así a
97
A juicio del profesor KAUFMANN para el Aquinate existe la “ley natural”, es-
to es “pocos principios de moral y de justicia generales y atemporales” y el
“derecho natural concreto”, es decir “algo absolutamente móvil, variable de
acuerdo a la situación histórica” de modo que “únicamente donde esos va-
rios principios generales y atemporales (vigentes a lo largo de varias épo-
cas) se conectan con un hecho concreto histórico, pero a pesar de eso obje-
tivo, nace el derecho natural”.
Sobre tales bases el citado autor concluye sobre la teoría tomista del derecho natural
“que la verdadera problemática jurídica solo comienza allí donde la mayoría de los
pensadores modernos del derecho natural acostumbran a finalizar: en el derecho posi-
tivo, en el contenido jurídico concreto”.
Lo señalado es de gran impacto para una teoría de la justicia pues para tal
fin no basta la teoría de la ley. Una teoría de la justicia exige además de la
ley, una teoría de la razonabilidad práctica, es decir del prudente, discerni-
miento teórico práctico del derecho.
a.2 - Teorías del derecho racional. Enten- b.2- Teorías fundantes de la justicia. Las
diendo la razón humana como “autónoma, que se distinguen en:
es decir, como auto-legisladora, sea como b.2.1- Teorías de la argumentación de la
‘razón instrumental’, es decir, con capaci- justicia. Se enderezan a condiciones y
dad de fines racionales o cálculo de me- reglas de un discurso racional, en el cual
dios (son ejemplo la teoría de Tomas Hob- se puede lograr un acuerdo (consenso)
bes -siglo XVII-), “sea como ‘razón prácti- razonable sobre lo que es justo y lo que es
ca’ como capacidad de principios inmanen- injusto. Son ante todo condiciones y reglas
tes” (supuesto desarrollado por Immanuel de una discusión clara, informada, libre de
Kant -siglo XVIII-). prejuicios y dispuesta a una inversión de
roles. La fuerza se da en que dominan el
debate ético sobre las condiciones que
posibilitan su comprensión racional. Su
debilidad es que las reglas y condiciones
mencionadas sólo son realizables aproxi-
madamente.
b.1.2- Teorías decisionistas de la justicia.
Están dirigidas a elaborar condiciones y
reglas conforme a las cuales un sujeto
individual puede encontrar una decisión
racional y aceptable para todo lo que es
justo e injusto. El punto fuerte está en su
madurez y amplitud en tanto su principal
problema es el peligro de prejuzgar un
resultado determinado expresando las
ideas subjetivas del teórico.
Como conclusión DREIER sostiene que la “Teoría del Estado constitucional democrá-
tico en su totalidad ofrece el ejemplo histórico más impresionante de una teoría de
justicia (. . .) mixta procesal-material. Ella es una teoría procesal de la justicia porque
formula condiciones y reglas de procedimiento legislativo, administrativo y judicial, que
en su acción conjunta suministran conforme al humano criterio, la mejor garantía posi-
ble contra los abusos e injusticia. Y ella es una teoría material porque pertenece a un
Estado constitucional democrático la garantía de los derechos humanos y civiles”.
Teniendo en cuenta la clasificación recién expuesta, parece claro afirmar que la justi-
cia se encuentra de acuerdo con la impronta de este libro, dentro de un contexto “nor-
mativo-material”.
En este panorama, la fórmula clásica de la justicia, el “dar a cada uno su derecho” fue
considerada, desde Sócrates, como una virtud que perfecciona al ser humano, su-
perando la idea de retribución (es decir, del obrar por temor a un castigo o, a la coac-
ción legal) típica de la Grecia arcaica.
La tradición clásica con Platón, Aristóteles, los juristas romanos, Tomás de Aquino, los
renacentistas españoles, etc. no discutió que la fórmula de la justicia supone una vir-
tud, la “constante y perpetua voluntad” de dar lo que es de otro a ese otro en los térmi-
nos de su exacta acreencia o crédito.
Prometeo al saber que en los animales Epimeteo gastó todas las capacidades, tratan-
do de encontrar una protección para el hombre, roba a Hefeso y a Atenea su sabiduría
profesional junto con el fuego para ofrecerla como regalo al hombre.
De ese modo el hombre adquirió tal saber para su vida, pero carecía del saber político,
pues éste dependía de Zeus. Ante ello, al temer este último que sucumbiera la raza
humana, “envió a Hermes que trajera a los hombres el sentido moral y la justicia, para
que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de amistad”
96
http://share-dido.blogspot.com.ar/2009/09/mito-de-prometeo-y-epimeteo-segun.html
101
Con tales fundamentos, RIVAS PALÁ expresa que “el interés en calificar como justas o
injustas nuestras acciones reside a partir de ahora en que dichas acciones nos acer-
can o apartan del ideal de vida lograda. Es el sujeto el que se perjudica o favorece a sí
mismo en su acción no por parámetros exteriores de éxito o de reconocimiento sino
por la medida interior de saberse más cerca o más lejos de una vida auténticamente
buena”.
El ilustre filósofo en Critón, en efecto dice “lo que hemos de hacer, pues, es
reflexionar si debemos llevar a cabo lo que dices o no; porque yo no solo
ahora sino siempre, he sido un hombre dispuesto a obedecer, entre todo lo
que se me alcanza, a la razón que en mis meditaciones se me muestra como
lo mejor” (Platón, Critón, 46 b 6 - 10, Aguilar, Bs. As., 6° ed., 1982 - el desta-
cada se ha añadido).
Consiste en:
1. La justicia “per- Se reconoce un doble análisis, en primer lugar Aristóteles remite a una
fecta” y su con- dimensión de la ley entendida en sentido moral-individual al aludir a la
creción en la “le- existencia de “disposiciones legales” que se orientan a la “educación
gal”. individual” y que tiene por objeto hacer al hombre “bueno”, como por
ejemplo, la que “ordenan (. . .) hacer lo que es propio de las demás virtu-
des y formas de maldad, mandando lo uno y prohibiendo lo otro”.
Luego, agrega “que todas las cosas que se intercambian deben ser comparables de
alguna manera” función que cumple “la moneda, que es en cierto modo algo interme-
dio porque todo lo mide, de suerte que mide también el exceso y el defecto: cuántos
pares de sandalias equivalen a una casa o a tales alimentos”.
104
Añade, “es preciso (. . .) que todo se mida por una sola cosa” y “esta cosa es, en reali-
dad la demanda, que todo lo mantiene unido” ya que “si los hombres no necesitaran
nada, o no lo necesitaran por igual, no habría cambio, o éste no sería equitativo” (én-
fasis añadido). En tal contexto, “habrá, por tanto reciprocidad cuando los bienes se
igualen de suerte que lo que produce el zapatero esté, respecto a lo que produce el
agricultor, en la misma relación que el agricultor respecto del zapatero”. De ahí que,
concluye “se debe poner precio a todo, porque así siempre habrá cambio, y con él
sociedad. Así, pues, la moneda, como una medida, iguala las cosas haciéndolas con-
mensurables: ni habrá sociedad sino hubiera cambio, ni cambio si no hubiera igualdad,
ni igualdad si no hubiera conmensurabilidad”.
La reflexión del filósofo es esclarecedora: “Pero no debemos olvidar que lo que bus-
camos no es sólo la justicia sin más, sino la justicia política. Esta existe entre personas
que participan de una vida común para hacer posible la autarquía, personas libres e
iguales, ya proporcional, ya aritméticamente” dentro de la cual no se haya ajena la
justicia “legal”, pues “hay justicia (. . .) para aquellos cuyas relaciones están reguladas
por una ley”, motivo por el cual “no permitiremos que nos mande un ser humano, sino
la razón” añadiendo en su libro la Política, que ello les permitirá obtener la “nueva vi-
da”.
En síntesis:
a) DAR, afirma HERVADA, tiene un sentido genérico, por cuanto “abarca todo tipo de
acciones que son precisas para que cada cosa esté efectivamente bajo la esfera de
poder real de su titular según el contenido del título”, proceda este título de un contra-
to, de la ley, de las costumbres, de la naturaleza y puede significar entregar, respetar,
devolver o desalojar.
“Dar” es en primer lugar un acto y secundariamente es una virtud humana. Para Só-
crates y Aristóteles toda virtud consiste en una disposición del sujeto o hábito, es un
hecho. La justicia es una disposición de la voluntad, disposición a actos, a dar.
cumplir la ley natural o positiva. En cuanto virtud obliga a un deber de justicia, de tem-
planza, de fortaleza, de prudencia, etc. Deber de Justicia, Exigencia de Justicia, Nor-
ma de Justicia, son expresiones sinónimas que significan el cumplimiento de un acto
de la virtud de la justicia, donde se distinguen tres elementos:
Las cosas son distintas para el positivismo y su máximo exponente, Kelsen, pues dar
no es un acto sino una norma, un debe darse. Por eso pensaba que la definición de
justicia es tautológica, porque decía que ésta “debía dar lo que debía dar”. La justicia
primero es una cualidad posible y no necesaria. Secundariamente es una virtud si la
conducta humana se adecua a las normas de un orden social supuestamente justo.
Hay que destacar que la justicia sigue al derecho, porque “lo suyo de cada quien” es
anterior a la puesta en práctica de la virtud de la justicia. Pueden no existir virtuosos
que quieran cumplir y siempre habrá derecho que reconocer (dar: entregar, respetar,
devolver o desalojar). Esto sin olvidar que hay cosas que pertenecen igualmente a
todos como los derechos naturales del hombre dado que todos los hombres son igua-
les. Sin embargo hay otras cosas que están diversamente repartidas y no se deben a
todos por igual. El reparto corresponde en parte a la naturaleza y en parte a la socie-
dad humana.
c) SU DERECHO: el ius que se da es el derecho que todos y cada uno tienen según el
título (natural o positivo) que corresponda. El concepto es amplio, pueden ser: 1. Bie-
nes o males (v. gr., una pena a causa de un delito); 2. Cosas corporales o incorporales
(v. gr., la buena fama o un cargo); 3. Una persona (v. gr., un hijo); 4. Una actividad
humana (v. gr., un trabajo, gestión, etc.); 5. Un animal o conjunto de animales; 6. Una
cosa en sentido estricto. Comprende todo aquello que el hombre puede decir mío, tu-
yo, suyo que pueda ser objeto o contenido de relaciones interhumanas (de alteridad o
intersubjetividad).
Siempre es un derecho exterior, que por estar fuera del sujeto es capaz de ser objeto
de relaciones humanas. Puede no ser captado por los sentidos externos, basta una
manifestación exterior que pueda ser captada por otros, p. ej. : la libertad religiosa que
a diferencia del acto de fe se refiere a las diversas manifestaciones exteriores de ese
acto.
106
Hay distintas formas de titularidad, ya que puede ser suya por usufructo, arrendamien-
to, dominio, etc.
No hay una definición precisa del derecho, ya advertida por los romanos; estos no se
proponen prescindir de las definiciones, pero cabe señalar que éstas no alcanzan a
captar la compleja realidad que procuran definir y en esa medida son “peligrosas”.
Al decir de HERVADA “Se trata de una justicia igualitaria porque se mide lo justo en
razón de las cosas mismas, así el precio de la compraventa no se mide por la riqueza
o pobreza del vendedor sino por el valor de la cosa comprada. El hurto genera la obli-
107
Los ejemplos jurisprudenciales son innumerables, entre ellos algunos fallos de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación. Cabe mencionar la causa “Vieytez de Fernández,
Juana (suc.) c/ Provincia de Buenos Aires” (Fallos,295-973) donde la actora demandó
a la Provincia de Buenos Aires por cobro de alquileres atrasados, requiriendo su re-
ajuste de conformidad con la depreciación monetaria, hasta el momento del efectivo
pago. La Corte admitió el pago a partir de una argumentación acorde al pensamiento
aristotélico al afirmar: “en situaciones regidas por los principios de la justicia conmuta-
tiva, como la de autos, ha de estarse a la igualdad estricta de las prestaciones recípro-
cas conforme las circunstancias del caso”.
Agrega luego: “no siendo el dinero un fin ni un valor en sí mismo sino un medio que,
como denominador común, permite conmensurar cosas y acciones muy dispares en el
intercambio, aquella igualdad exige que la equivalencia de las prestaciones recíprocas
responda a la realidad de sus valores y al fin de cada una de ellas; situación equitativa
que resulta alterada cuando, como en el caso, por culpa del deudor moroso la presta-
ción nominal a su cargo ha disminuido notablemente su valor real, su poder adquisiti-
vo, por factores que no dependen del acreedor”. De ahí, añade, se impone el “principio
de reparación justa e integral”, el cual “permita mantener la igualdad de las prestacio-
nes conforme el verdadero valor que en su momento las partes convinieron y no una
numérica equivalencia teórica que ha perdido su originaria medida representativa” (én-
fasis añadido).
“Melgarejo, Roberto René” (Fallos, 316/1972) es otra causa de interés que analiza una
situación contraria a la anterior, pues en ésta se previó un mecanismo de actualización
de valores (pensados para épocas de inflación) cuya aplicación en el caso genera un
desequilibrio en las prestaciones, atento a la situación de estabilidad macroeconómica
experimentada al momento de los hechos.
Sobre tales bases, el Alto Tribunal entiende: “el procedimiento de revalorización utili-
zado por el juez de primera instancia (. . .) conduce a un resultado irrazonable, toda
vez que prescinde de toda apreciación de la realidad que tuvo en mira determinar y
altera la necesaria relación de proporcionalidad que debe mediar entre el saldo aludido
y el valor del inmueble recibido a cambio”. Luego agrega, que cuando “el resultado al
que se llega se vuelve objetivamente injusto, aquellos índices deben dejarse de lado
en tanto dicha realidad debe prevalecer sobre abstractas fórmulas matemáticas” (én-
fasis añadido).
1. Introducción
HERVADA sostiene:
Ambas posturas son opuestas a la condición de persona que es propia del hombre
que si bien es un ser que posee la facultad de comunicación con el otro y de poseer
cosas comunes, es un ser “sui iuris”, incapaz de pertenecer a otro, dada su perfección
por la que “el ser se posee a sí mismo”.
2. Justicia Distributiva
Aristóteles afirmaba que “el derecho versa sobre el trato a recibir en la dis-
tribución”. HERVADA, al respecto, profundiza y se pregunta “¿Por qué el tra-
to a recibir es un derecho?” respondiendo que, a su juicio, la razón de ello
está en que “al pasar los bienes de la colectividad al individuo, éste ha de
recibir según aquella proporción en la que le están destinados los bienes y
cargas en su condición de miembro”.
El autor, siguiendo a ARISTÓTELES, sostiene que “lo que corresponde dar a cada
miembro vendrá determinado por la posición de cada uno respecto a la finalidad colec-
tiva”, la que puede variar según como se organice. Ejemplifica: si se trata de un capital
colectivo cuyos beneficios se deben repartir, la distribución será justa cuando los bene-
ficios se repartan en proporción al capital aportado, del mismo modo que “en una fami-
lia el padre trata igualmente a todos sus hijos si les proporciona el traje que necesitan,
a cada cual según su medida, no se proporciona a todos trajes de la misma medida”.
Por lo concluye la igualdad de la justicia de la distributiva reside en la proporción entre
las cosas y las personas.
2. El principio de distinción de funciones donde son distintos los oficios, cargos, activi-
dades que cada uno desarrolla dentro de la comunidad, corresponde a cada cual lo
que pertenece a su función. Por ejemplo: dentro de una familia distinta es la función
del padre y la del hijo; en la construcción de un edificio no participan de su finalidad lo
mismo el arquitecto que el oficinista o el peón de albañil. Igualar a quien sabe y a
quien no sabe es una injusticia de bienes y cargas.
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HERVADA da otros ejemplos. El primero alude a que si “en una clínica los tratamien-
tos médicos se prescriben por comisiones paritarias de médicos, enfermeros y limpia-
doras, sería no solo desastroso, sino injusto. Igualar en lo que hace falta ciencia, a
quien sabe y a quien no sabe (. . .) es una distribución injusta de bienes y cargas de
derechos y deberes”. El segundo se refiere a la universidad, la cual reúne a quienes
“tienen función de enseñar y quienes de aprender”, de modo que “en colectividades
que respondan a ese modelo desigual, la distribución de bienes y cargas ha de hacer-
se en función de esta posición desigual, y en ello reside la justicia”.
3. A cada cual según su capacidad, elemento clave para imponer las cargas y distribuir
bienes y funciones. Nuestra Constitución Nacional lo tiene en cuenta (art. 16 in fine): la
igualdad es la base del impuesto y las cargas públicas. Asimismo en el art. 4: el Go-
bierno federal provee a los gastos de la Nación con….las demás contribuciones que
equitativa y proporcionalmente a la población impondrá el Congreso general. Típico
ejemplo es el impuesto a las ganancias.
Respecto a los bienes deben repartirse según la distinta capacidad. Ejemplo: la edu-
cación y la enseñanza deben estar puestas al alcance de todos, mas según la propia
capacidad.
5. La necesidad dado que es justo que reciba más quien más lo necesita, teniendo en
cuenta la finalidad de colectividad y se combina con los restantes criterios. Así lo en-
tiende la C.N. en su art. 75 inc. 23, reformado en 1994, donde se establece el pleno
goce de derechos y un régimen de seguridad especial e integral en protección del niño
desamparado y a la madre desde el embarazo y durante el tiempo de lactancia. Tam-
bién respecto a las mujeres, los ancianos y las personas con discapacidad partiendo
que hay grupos de personas que están en situación real de inferioridad. Se trata de
una desigualdad material y no formal ya que todos los habitantes son iguales ante la
ley.
97
(consids. 10,11 y 13 Fallos, 320:2298)
110
c. Justicia Legal:
I. CONCEPTO Y APLICACIÓN
Dice HERVADA “la finalidad es lo que cohesiona la colectividad -unión para unos fi-
nes- y en consecuencia es aquello en cuya razón los individuos se unen. El bien co-
mún constituye el derecho de la colectividad ante sus componentes y, correlativamen-
te, la deuda de éstos ante ella”.
Corresponde afirmar que el criterio que mide este deber es el cumplimiento, por parte
de los individuos, de lo que estipulan las leyes, ya que son éstas las que reflejan “en la
actividad en orden al bien común” lo que se presenta “como obligación estricta”.
Con finas palabras el Estagirita recuerda la naturaleza de toda ley: ésta es “siempre
una cosa general”, de modo que “hay casos de especie respecto de lo que no es posi-
111
ble plantear un enunciado general que se aplique a aquel con rectitud”. De ahí que la
ley no es la única fuente del derecho, sino que tiene un alcance modesto. Por de pron-
to, “en las materias en las que necesariamente se debe ceñir a las generalidades (…)
la ley no toma en consideración sino los casos más frecuentes”. Empero - añade - “no
por ello la ley es reprochable, porque la falla no corresponde a la ley o al legislador,
sino que se debe a la naturaleza de las cosas, porque por su misma esencia la materia
de las cosas del orden práctico reviste un carácter irregular”.
“cuando la ley plantea una regla general y sobreviene un caso fuera de aque-
lla, es entonces adecuado, allí donde el legislador omitió prever el caso, pe-
cando por exceso de simplificación, corregir dicha falta a través de la inter-
pretación de aquello que el legislador mismo hubiera dicho de haber estado
presente en ese momento, y de lo que hubiera puesto en la ley de haber co-
nocido el caso en cuestión. De ahí procede que la epikeia es lo justo y que es
superior a una cierta especie de justicia”, a saber, “lo justo donde puede en-
contrarse el error debido al carácter absoluto de la ley”, siendo entonces un
“correctivo de la ley allí donde ésta ha dejado de estatuir a causa de su ge-
neralidad”.
ARISTÓTELES escribía:
“la razón por lo cual no todo está definido por la ley es porque existen casos
imposibles de reglar mediante aquella, de modo que es necesario un decre-
to” que, en el caso, ha de ser entendido como una sentencia, de suerte que,
al igual que “la regla de plomo utilizada en las construcciones de Lesbos”,
en que la “regla recorre los contornos de la piedra sin ser rígida, así también
el decreto (y, en el presente ejemplo, la sentencia) se adapta a los hechos”.
Se observa en la vida social que estas clases de justicia actúan en una constante rela-
ción entre cada una de ellas.
98
CSJN, causa L.971.XL, “Longobardi, Irene G. y otros c/Inst. de Ed. Integral Sn Patricio” sent. 18/12/07 [Fallos, 330:5345]
112
Así, la ley 25561, mediante la que se declaró la referida emergencia, económica, so-
cial y política de la Nación previó, en su art. 11, que las prestaciones dinerarias exigi-
bles, originadas en los contratos celebrados entre particulares en moneda extranjera,
fueran canceladas en pesos a la relación de cambio de un peso igual a un dólar esta-
dounidense, en concepto de pago a cuenta de la suma que, en definitiva resultará de
la reestructuración de las obligaciones que las partes debían negociar durante un pla-
zo no mayor de 180 días, “procurando compartir de modo equitativo los efectos de la
modificación de la relación de cambio”.
Ahora bien: las medidas dispuestas supusieron el ingreso en la escena de la vida so-
cial, no solo del fenómeno de la nueva “distribución” de derechos-deberes sino tam-
bién de la “justicia legal” por cuanto profundiza, al exigir el cumplimiento de la ley, el
derecho de la comunidad que es el “bien común” o, como lo llama la Constitución Na-
cional, el “bienestar general”.
Las citas precedentes son sumamente ilustrativas del genuino sentido de este capítulo
y del presente trabajo. En ellas se observa con nitidez las tres clases de justicia y que
113
la justicia legal (la ley) es fuente del derecho pero no la única fuente y que junto a ella
se encuentra también como fuente la autonomía de la voluntad que puede alcanzar
acuerdos intersubjetivos, seguir los procedimientos de mediación vigentes o bien “ocu-
rrir ante los tribunales competentes” (consid. 14, in fine).
De lo expuesto surge, asimismo, que el derecho no está definido por la ley, lo cual no
supone que los operadores jurídicos prescindan de las normas pues, teniendo en
cuenta el razonamiento ya conocido de Tomás de Aquino, la ley es “cierta razón del
derecho”, por lo que es una ineludible fuente de alimentación del derecho.
El derecho se define, como tantas veces fue postulado por Villey, en cada caso como
se vio en el ejemplo escogido en el consid. 31 o, incluso en cada situación concreta
(pues no necesariamente se trata de un caso judicial). De ahí, si correspondiera, todo
lo más que podría decirse es que éste es equidad (en el sentido de la aequitas roma-
na, más que la epikeia griega), esto es, lo igual de cada quien en cada circunstancia,
de suerte que su discernimiento es el resultado de la razonabilidad práctica respecto
de toda situación de la vida.
Por todo lo expresado, brevemente puede decirse, el derecho son razones al servicio
de la persona o, como lo dijo Arthur Kaufmann 99 “el derecho no es algo sustancial ni
algo nominal, sino que consiste en relaciones reales de los seres humanos entre sí y
entre estos y las cosas. Un derecho concebido de esta manera es personal, dado que
la forma primigenia de la relación es la persona. Como derecho personal, no puede
disponerse del mismo a discreción; empero es, no obstante, histórico, dinámico y pro-
cedimental: no es primariamente norma, sino acto”
99
KAUFMANN, Arthur, El renacimiento del derecho natural de la posguerra y lo que fue de él.
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Edición © UCASAL
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