Resumen:
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“Democracia, liberalismo y republicanismo en el pensamiento de Inmanuel Kant”
Miguel Ángel Rossi
Uno de los ejes pondrá énfasis en la formulación kantiana del Estado como
Estado de derecho, arriesgando nuestra propia interpretación en lo que atañe a pensar la
justicia social también como un principio a priori del fundamento del Estado de
Derecho. Sabido es que Kant hace referencia a sólo tres principios a priori para pensar
el Estado de Derecho: libertad, autonomía e independencia, principios que guardan
profunda vinculación con el ideario de la Revolución Francesa. Creemos que el
principio de la justicia social también es nodal para pensar el Estado de Derecho,
además de constituir una profunda relación solidaria y dialógica entre democracia y
república. Al respecto, la influencia de Rawls en lo que atañe a su concepción de que la
justicia es “la primera virtud de las instituciones sociales” (Rawls, 2000: 17) -justicia
especificada en el principio de iguales libertades y el principio de la diferencia (Rawls,
2000: 280)- es fundamental para nuestra postura, pues en otros términos podríamos
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decir que tal concepción de la justicia puede ser mentada como un principio a priori del
Estado como Estado de Derecho.
Kant en un célebre pasaje de Hacia la paz perpetua explicita con mucha claridad la
profunda diferencia entre república y democracia. Pasaje que reproduciremos, pese a su
extensión, porque en el mismo el filósofo vierte ciertos aspectos en torno a dicha
diferenciación que son insoslayables.
“Para que no se confunda la constitución republicana con la democracia (como suele ocurrir) es
preciso hacer notar lo siguiente. Las formas de un Estado (civitas) pueden clasificarse por la
diferencia en las personas que poseen el supremo poder del Estado o por el modo de gobernar al
pueblo, sea quien fuere el gobernante; la primera se denomina realmente la forma de soberanía
(forma imperii) y sólo hay tres formas posibles, a saber, la soberanía la posee uno solo o algunos
relacionados entre sí o todos los que forman la sociedad civil conjuntamente (autocracia,
aristocracia y democracia, poder del príncipe, de la nobleza, del pueblo). La segunda es la forma
de gobierno (forma regiminis) y se refiere al modo como el Estado hace uso de la plenitud de su
poder, modo basado en la constitución (en el acto de la voluntad general por el que una masa se
convierte en un pueblo): en este sentido la constitución es o republicana o despótica. El
republicanismo es el principio político de la separación del poder ejecutivo (gobierno) del
legislativo; el despotismo es el principio de la ejecución arbitraria por el Estado de leyes que él
mismo se ha dado, con lo que la voluntad pública es manejada por el gobernante como si se
tratara de una voluntad particular. De las tres formas de Estado, la democracia es, en el sentido
genuino de la palabra, necesariamente un despotismo, porque funda un poder ejecutivo donde
todos deciden sobre y, en todo caso, también contra uno (quien, por tanto, no da su
consentimiento), con lo que todos, sin ser todos, deciden; esto es una contradicción de la
voluntad general consigo misma y con la libertad. (…) Al modo de gobierno que es conforme a
la idea de derecho pertenece el sistema representativo, único en el que es posible un modo de
gobierno republicano y sin el cual el gobierno es despótico y violento (sea cual fuera la
constitución)”. (Kant: 1999: pp.85-86)
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aplicarse mejor el nombre de la República bajo el dominio de la multitud: porque en primer
lugar yo no veo que haya pueblo –que tu amigo Escipión, ha definido muy exactamente-, más
que si hay una ley estable de un consentimiento común. Esta masa reunida es un tirano tan
claramente como si fuera un solo hombre. Y más terrible todavía porque no hay bestia alguna
más abominable que una multitud tomando el aspecto y el nombre de pueblo.”(Rep. III, p, 107).
Al igual que Kant, también Cicerón critica el sentido común que lleva a
identificar república con democracia y al igual que Kant, independientemente de que
sería un anacronismo pensar el derecho ciceroniano a la manera del derecho moderno,
también para Cicerón lo que convierte a la multitud en pueblo es un ordenamiento
jurídico, basado, en parte, en la ley natural y las costumbres y orientado al bien común.
Por otro lado, y continuando con ciertas similitudes entre Cicerón y Kant, o
mejor dicho, de la recepción kantiana de la tradición republicana, no deja de ser
importante que también para el jurista romano hay principios, para utilizar una
terminología kantiana, a priori que fundamentan la república, en el caso de Cicerón uno
en particular: la justicia, al punto que si la justicia es el fundamento de la república, sin
justicia no hay república posible. Pero no se trata de que la república garantice la
justicia, sino que es la justicia, pensada como derecho natural, la que puede fundamentar
la república. Al respecto, la alusión al texto de Kant Teoría y Praxis, en donde el
filósofo explicita los principios a priori por los cuales el Estado se convierte en Estado
de derecho, también alojan la misma perspectiva, pues dichos principios: libertad en
tanto hombre, igualdad en tanto súbdito e independencia en tanto ciudadano, son el
fundamento del Estado y no son fundamentados por aquel. De ahí que la violación de
algunos de dichos principios anula la condición de posibilidad del Estado de derecho.
Así, queda más que clara la sintonía kantiana en lo que atañe a la tradición republicana
que, por otro lado, dicha noción de república –como orden que pone límite a las
desmesuras de la multitud- es la que tomará el grupo madisoniano (El federalista: 1994)
al redactar la constitución norteamericana, una constitución republicana por excelencia.
De hecho, es de destacar la admiración de Kant por dicha revolución.
Antes de dejar las posibles analogías entre Cicerón y Kant, no podemos perder
de vista que las diferencias de Kant con respecto a Cicerón y la éticas grecorromanas
son insalvables, pues para el mundo clásico toda ética se inscribe en el terreno de la
eudemonía, pues como lo declara Aristóteles y sienta precedente en la tradición, todos
los hombres buscan ser felices, además de asumir que el fin de la política no es la vida
sino el buen vivir. Al respecto, la contraposición entre Aristóteles y Hobbes en este
aspecto es central, pues Hobbes sostendrá que el fin de la política es justamente
asegurar la vida, incluso en su sentido más biológico. En el caso de Kant, creemos que
el significante amo que domina su perspectiva política no es otro que la realización de la
libertad, tanto en un sentido nouménico como fenoménico, claro que en el primer caso
de forma implícita y como mediación, mientras que en el segundo caso, de forma
explícita y como función específica.
Kant embiste contra el criterio de felicidad, no sólo para la ética, sino también
para la política, aunque sostiene que cuando somos éticos la felicidad alcanza dignidad,
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pero sin olvidar que la felicidad tiene que ver con las inclinaciones. Es más, constituye
la sumatoria de las inclinaciones.
Por lo dicho anteriormente, también puede inferirse que Kant no sería contrario
al tipo de democracia representativa que no entraría en contradicción con la estructura
republicana, pues Kant es crítico de la democracia directa, de la democracia no
representativa y que por tanto escapa a la forma del derecho. Hay aquí una aguda crítica
a Rousseau y su concepto de democracia. Al respecto, es relevante el aporte de Martinez
Pujalte López:
“Esto es: Kant mantiene una noción de democracia como aquel régimen caracterizado por la
identificación de los poderes ejecutivo y legislativo, y en el que ambos residen en todos los
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ciudadanos, que además los ejercen directamente; es decir, no a través de representantes. Esta
no es más que la noción rousseauniana de democracia, (…). Concretamente en el Contrato
Social Rousseau define la democracia como la forma de gobierno en la que `el poder ejecutivo
es entregado al pueblo o a la mayor parte del pueblo” (Martinez-Pujalte López: 1989: pp. 604-
605).
Por otro lado, en la Paz Perpetua, Kant insinúa implícitamente lo que en Teoría
y Praxis localiza en la voluntad general, que la fuente legítima de la legislación es el
pueblo. Por esta razón Martinez-Pujalte López sostiene:
“Ante todo, el poder legislativo ha de residir en el pueblo. En los textos citados de la Paz
Perpetua, Kant no precisa esto explícitamente, pero sí se deduce de lo que afirma. Por un lado,
señala –como se recordará– que en la república están separado el poder ejecutivo y el legislativo
(…), luego se da a entender que el legislativo reside en el pueblo. Por otro lado, unas páginas
antes, en la misma obra, ha señalado también Kant que `en la constitución republicana no puede
por menos ser necesario el consentimiento de los ciudadanos para declarar la guerra”.
(Martinez-Pujalte Lopez, 1989: p.106).
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el derecho y la moral, también cree que tanto el derecho como la moral proceden de una
sola fuente: la razón, y una razón no determinada por inclinación alguna. Dicha
perspectiva es más que sustancial para el planteo kantiano, pues se combina
específicamente con el despotismo ilustrado. Recordemos que Kant tiene presente el
ideario de la Revolución Francesa y la Americana, además de una aguda visión de las
sociedades desarrolladas de su época, como Inglaterra, sociedades en las que ya se
cuenta con ciertas capas ilustradas. En el Caso de Prusia y Rusia, Kant confía en que el
desarrollo de la Ilustración sólo podrá advenir a través de los déspotas ilustrados, es
decir, desde el mismo poder político, y no desde una sociedad civil desarrollada. Por
esta razón, sólo un monarca ilustrado, en el caso de Kant, Federico II de Prusia, podrá
generar las condiciones de posibilidad para el desarrollo de la Ilustración. Al respecto,
es sugerente la afirmación de Cubo Ugarte:
“Es decir, Kant parece defender para su época una suerte de monarquía republicana o autocracia
liberal, que en el transcurso del tiempo y a través de un gobierno monárquico-republicano
permitirá que el pueblo alcance la madurez de la razón y pueda gobernarse a sí mismo. Sólo
entonces la democracia analógico-hipotética del monarca ilustrado podrá dar paso a una
democracia no tutelada más que por la voluntad democrática del pueblo”. (Cubo Ugarte: 2009 p.
130).
Kant y el liberalismo
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teoría específicamente liberal legitima el debilitamiento –cuanto más riguroso mejor– de la
soberanía, la cual debe quedar paulatinamente neutralizada, hasta devenir administrativismo
tecnocrático, neutral o post-.político. A la espera de este estadio final de la racionalidad
convivencial, el liberalismo diseña proyectos de ingeniería constitucional asentados, todos ellos,
en la consideración del orden estatal como una suerte de mal menor, que cabe tolerar en la
medida en que complementa la racionalidad de las relaciones extra-estatales, operando como
mero mecanismo protector del individuo y sus actividades no políticas o naturales, las cuales
son, en cambio, plenamente racionales en sí misma, independientemente de la lógica del
mando/obediencia”. (Dotti: 2005).
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consideración utilitaria, como la que el liberalismo pone en la base de su idea misma de poder
político. O sea que, para Kant, de lo que se trata es de no dar cabida en su metafísica de la
estatalidad a las lógicas sociales según las cuales todo individuo tiene en los otros seres
humanos el medio adecuado para obtener su beneficio personal. No porque esta relación deba
ser eliminada o avasallada, sino porque el Estado se yergue sobre bases éticas diversas, cuyo eje
es que cada ser humano es un fin en sí mismo y que sólo el Estado da plena realidad fenoménica
a esta dignidad nouménicamente de las personas”. (Dotti, 2005).
En este aspecto en particular, nosotros entendemos que Kant echa por tierra los
argumentos iusnaturalistas de sus antecesores, no sólo de la tradición liberal, como
podría ser el caso de Locke, sino también lo que atañe al Estado absolutista, como
podría ser el caso de Hobbes. Lo que en el fondo el filósofo alemán rechaza es el
presupuesto contractualista de asumir las inclinaciones, en el caso de Hobbes aparece
con fuerza el tema del miedo, como fundamento del Estado. En otros términos, buscar
la entrada a una condición jurídica por vía de un imperativo hipotético, y no categórico
como el que caracteriza para Kant la entrada en un orden constitucional, como un
mandato de la razón desprovista de todo tipo de inclinaciones, como una finalidad en sí
misma.
Desde esta perspectiva, pensamos que Hegel entraría en sintonía con Kant, al
denunciar que para el contractualismo moderno el Estado es simplemente un medio para
satisfacer las necesidades egoístas de sus ciudadanos, sobresaliendo como motivo
central la justificación de la propiedad privada, cuestión más que clara en el
pensamiento de Locke. Al respecto, es importante aclarar que tanto Kant como Hegel
valoran la existencia de la propiedad privada, pero tal vez, como constante del idealismo
alemán, ninguno de los filósofos en cuestión justificaría que la existencia del Estado sea
simplemente un emergente o instrumento de aquella. Habría muchas razones para
argumentar dicha afirmación, sin lugar a dudas una de las más importantes es que tanto
para Kant como para Hegel la función básica del Estado es justamente contribuir o
garantizar que los hombres, caso específico de Kant, puedan aspirar con tranquilidad a
realizar la libertad en su sentido más nouménico; en el caso de Hegel, son específicas
sus referencia al Estado como el terreno de la eticidad por excelencia, claro que no se
trata del Estado esbozado por el contractualismo. De esta forma, puede comprenderse
que ambos pensadores no tienen una visión liberal del Estado, cuestión que en el caso
de Hegel aparece con mayor claridad, pero no deja de ser interesante que parte de su
hermenéutica se debe a que su gran interlocutor sea el mismo Kant. Por ende, no es
azaroso que Hegel quiera conservar el espacio de la moral kantiana como un momento
indispensable de la relación del Estado con los ciudadanos. Por otro lado, puede
apreciarse cómo el Estado para Kant no se limita simplemente a asegurar la libertad
negativa o legislar las conductas de los individuos. Pues una vez más repetimos que si
bien a primera vista hay diferencias sustanciales entre el Derecho (no olvidemos que el
Estado kantiano está pensado sobre todo en términos jurídicos) y la moralidad, ambas
dimensiones proceden de una única fuente: la razón, hecho que aún bajo la hipótesis de
una república de demonios, los hombres irán internalizando conductas racionales que
modificarían en profundidad sus propios intereses egoístas o inclinaciones contrarias a
la razón, pero superando el miedo al castigo. En otros términos, ya no obrarían por
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finalidades patológicas. Claro que en la creencia kantiana esto sólo será posible cuando
mayoritariamente vivamos una época ilustrada.
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“Los tres poderes en el Estado, están, pues, en primer lugar coordinados entre ellos como otras
tantas personas morales, es decir, que uno es el complemento necesario de los otros dos para la
completa constitución del Estado; pero en segundo lugar, ellos también están subordinados entre
sí, de suerte que, el uno no puede al mismo tiempo usurpar la función del otro al cual presta su
concurso, pero que tiene su principio propio, es decir que él manda en calidad de persona
particular, bajo la condición de respetar la voluntad de una persona superior; en tercer lugar,
ellos se unen el uno con el otro para darle a cada súbdito lo que corresponde.” (Kant, 1994, p.
146)
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En nuestro trabajo hemos resaltado algunos aspectos que mostrarían un Kant con
cierta discordancia con la tradición liberal. No obstante, sería un gran error pensar
también un Kant no liberal. Por ende, el lugar que Kant le da a la naturaleza, en una
suerte de antropología de la insociable sociabilidad como el mejor antagonismo posible
y el único medio posible, además del comercio que disipará la guerra, son núcleos
liberales por excelencia, además de la importancia de la noción de libertad negativa sin
la cual no podría subsistir sociedad alguna.
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Por último, creemos que las críticas de Kant a la democracia se comprenden en lo
que el filósofo considera un quiebre a la representación y por tanto a que una facción
asuma el rol de la soberanía incurriendo en el mayor despotismo. Pero indudablemente
lo que nosotros llamamos democracia moderna, Kant no vacilaría en denominarlo
república, claro que para una mayor profundización de la misma, y una vez más lo
repetimos, será necesario incluir el principio de la justicia social.
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Referencias
Arendt, Hannah (1993) Lições sobre a filosofía política de Kant, Rio de Janeiro,
Dumará.
Cicerón, Tulio M. Sobre la República; Sobre las leyes, Madrid, Tecnos, 1992.
Hegel, Georg Wilhelm F.1967 Fundamentos de la Filosofía del Derecho, Buenos Aires,
Siglo XXI.
Lizárraga, Fernando 2009 “El marxismo frente a la utopía realista de John Rawls”, en
Crítica Marxista, São Paulo, Fundação Editora Unesp, Nro. 29, 2009, pp. 145-152.
Locke, John 1959 Segundo tratado sobre el Gobierno Civil, Buenos Aires, Agora.
Rawls, John 2000 [1971] Teoría de la Justicia, México, Fondo de Cultura Económica.
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