HUMANOS
El día 9 de junio pasado, El País difundió una nota con el siguiente titular: “Hombre
decidió vivir como perro dálmata, la historia de un ‘transespecie’”. Se trata de un británico
de 32 años que ladra, duerme en una casa para animales, camina a cuatro patas y se
alimenta con galletas caninas; usa, además, un traje a la media con las características del
perro dálmata. Otras fuentes periodísticas aseguran que Tom Peters desea ser reconocido
como perro porque, dice, esa es su auténtica “personalidad”.
Esa práctica, claro, estaba regida por un horizonte jurídico y teológico en el que
adquiría pleno sentido: había reglas que hicieron legibles los vínculos de las personas con
el animal (tótem). Por cierto, animal viene de anima, cosa que vive y respira, origen
también de la palabra animismo, religión con evidentes rasgos totémicos.
En De quantitate animae, San Agustín aporta los primeros pasos para que el alma se
convierta en una substancia racional exclusiva del hombre. Ya no hay un alma vegetal (¡o
animal!), como en los escritos de Aristóteles, pues el alma constituye la mejor parte del ser
humano, la imagen de Dios en él, aquello que lo coloca por encima de las demás criaturas.
Así se abrió una brecha infranqueable entre el ser humano y el resto de los seres
vivos. Desde entonces la noción animal axiológico languidece como una infame paradoja,
porque el componente cultural del individuo se torna más y más relevante que el
componente natural. Para la ciencia somos y seguiremos siendo animales; para la
perspectiva ontoteológica, en definitiva, no.
¿Cómo actuar cuando una persona pide ser reconocida como un perro? El tema
resulta fascinante porque este entorno supone un paso más allá del reconocimiento de los
derechos de las personas transgénero. En cuanto a lo último, el hecho de que alguien
reinvindique el derecho a ser tratado como hombre o mujer, al margen de los dichos
biológicos, propicia una serie de reflexiones a partir de la certeza de que quienes exigen
semejante trato son y serán personas.
Pero cuando alguien demanda ser mirado y atendido como un perro, ¿qué hacer? En
este punto conviene recordar lo que el jurista Hugo Grocio (1583-1645) aconsejó a
propósito de la relación entre los hombres y las leyes que los gobiernan: debemos
construir un derecho efectivamente positivo, de hombres para hombres, etsi Deus non
daretur, porque estamos obligados a convivir y convivir lo mejor posible.
La solicitud de ser reconocido como perro desafía nuestro horizonte jurídico actual y
normas de convivencia. Tom Peters se siente perro y por lo tanto ¿es legalmente un perro?
José X se siente mujer, y por lo tanto ¿es legalmente una mujer? Las leyes sociales son
convenciones, a no dudarlo, pero de momento son las convenciones que existen de facto.
El arte de legislar la convivencia humana estriba en estar a la altura de esta otra pregunta:
¿dónde poner el límite?
Si Tom Peters le pide a usted que le dispense el trato que damos a los perros, ¿cómo
se sentiría usted? ¿Esta reivindicación lo respeta a usted, amante de los perros, y a su
manera de entender las cosas y estar en el mundo? ¿Tom Peters habría tomado esta
decisión en la época en la que los animales no gozaban de la protección de las leyes? Cf. la
frase “morir como perro”. ¿Está mal arrojarle una croqueta a Tom Peters, dada la
circunstancia?
Las convenciones pueden y deben cambiar: si usted piensa que aquellas personas
sentadas a la misma mesa y atentas al teléfono celular, en silencio total y cada cual con la
mirada fija en el respectivo aparato, han renunciado a establecer auténticos nexos de
comunicación, no se ofenda si le recriminan que usted es un retrograda porque no
comprende las nuevas pautas de la comunicación. “Vea, de momento no usamos la voz para
hablar, pero sí la escritura para enviarnos mensajes”.
La intención de cambiar las cosas admite dos formas genéricas: el activismo social,
cuyas implicaciones, aunque determinantes, suelen ser lentas y de largo plazo, y el tipo de
confrontación al establishment que se identifica con los mecanismos de la revolución
expedita. La primera es legítima y la segunda, si triunfa, extralegítima. Los problemas
emergen cuando el cambio no se produce o fracasa y los impulsores de la confrontación
reclaman todas las garantías del Estado al que desafiaron, garantías que reciben con
absoluta dignidad.