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Nota editorial

Con la entrega del número 11 del Boletín se ha cumplido con el proyecto más ambicioso de su trayecto-
ria y la del Simposio Internacional de Arqueología PUCP, vinculado a aquel. También ha requerido un
tiempo prolongado que se inició a partir de conversaciones con Tom Dillehay durante el 51.o Congreso
Internacional de Americanistas, realizado en Santiago de Chile en 2003. La idea preliminar consistió
en reunir a especialistas de diferentes países de Sudamérica con el fin de acercarnos a la definición de las
diferentes rutas del surgimiento de la complejidad social en este continente, para luego insertar esta pro-
blemática en una de mayor envergadura: la de la aparición de la complejidad social en el ámbito mundial.
Esta empresa, como era de esperar, no ha sido fácil, pero culminó en su primera etapa con la realización del
V Simposio Internacional de Arqueología PUCP, que tuvo como título «Procesos y expresiones de poder,
identidad y orden tempranos en Sudamérica», y se llevó a cabo en el Auditorio de Derecho de la Pontificia
Universidad Católica del Perú del 11 al 13 de agosto de 2006. Arqueólogos del Perú, Chile, Argentina,
Brasil, Uruguay, Alemania y Estados Unidos presentaron informes, síntesis críticas y enfoques más teóricos
desde diferentes perspectivas. Quedó en evidencia que las discusiones emprendidas y las características
de los casos presentados mostraron una diversidad asombrosa cuya síntesis consolidada aún es una meta
difícil de lograr dada la enorme tarea de homogeneizar los discursos, llenar las tremendas lagunas de co-
nocimiento y aplicar análisis apropiados a un material que se acumula en forma continua y acelerada. Por
lo tanto, el diálogo iniciado debería tomar una forma más sostenida e intensiva con el fin de liberarse de
modelos de antaño que ya no sirven para lidiar con esta diversidad y complejidad poco sospechadas hasta
hace, relativamente, poco tiempo.
Dos años después se pudo publicar buena parte de las contribuciones de este evento en el número
10 del Boletín. Por razones diversas, los trabajos de algunos estudiosos que participaron en el simposio
no pudieron publicarse, por lo que se hizo necesario un segundo número (véase nota editorial anterior).
Ante esta necesidad, se abrió la posibilidad, planteada desde el principio, de invitar a colegas especialistas
en problemas comparables en otras partes del mundo. Como en la primera fase de la preparación del
simposio, esta segunda estuvo copada por múltiples problemas de comunicación, búsqueda de colegas
dispuestos e interesados, pero con poca familiaridad con la arqueología sudamericana. Finalmente, se pudo
reunir una cantidad representativa de estudiosos que se incluye en la presente obra. Como ponentes, Tom
Dillehay convocó a Hugo Yacobaccio y María Cristina Scattolin (Argentina), Augusto Oyuela-Caycedo
(Colombia) y Lautaro Núñez (Chile) (cf. número anterior), mientras que para este número contactó con
David Anderson, John Clark, Mark Varien y Timothy Kohler (Estados Unidos), Eduardo Góes Neves
(Brasil), José Iriarte (Uruguay), Li Liu (China) y John Janusek (Bolivia).
Por mi parte convoqué como ponentes, para la primera entrega de las actas, además de mis colegas en el
Perú, como Ruth Shady, Rafael Vega-Centeno, Alejandro Chu, Krzysztof Makowski e Iván Ghezzi, a Peter
Fuchs y coautores, así como Markus Reindel y Johny Isla, y se integró a Marco Goldhausen y colaboradores.
En el presente número se incluyó a uno más de los ponentes restantes, Heiko Prümers, y —por otro lado—
invité a Peter Breunig (ambos miembros de la Kommission für Archäologie Außereuropäischer Kulturen
[KAAK], antes KAVA) y a Klaus Schmidt (Deutsches Archäeologisches Institut [DAI], Berlín). Gracias a la
intervención de Hans-Joachim Gehrke, Presidente del DAI, se incorporó, también, a Stephan Seidlmayer,
flamante director de la filial del DAI en El Cairo, Egipto. Por último, Peter Fuchs me contactó con Hans
Gregor Gebel (Freie Universität Berlin). De manera coincidente, el tema de la sedentarización constituye
uno de los focos principales de investigación del DAI, por lo que Tom Dillehay asistió a un evento reali-
zado en Berlín entre el 23 y 24 de octubre de 2008 que tuvo como título «Sedentism: Worldwide Research
Perspectives for the Shift of Human Societies from Mobile to Settled Ways of Life». Además de él, varios
otros que contribuyen en este número presentaron sus ponencias también en dicho encuentro, entre ellos
Schmidt, Gebel, Liu y Clark. Con todos los participantes reunidos de esta manera, se cubren territorios de
relevancia primordial, como el Cercano Oriente (Turquía y Líbano), así como Egipto. El área de Nigeria,
en la parte occidental de África investigada por Breunig, es muy poco conocida, pero, singularmente muy
importante. Los aportes fundamentales de la arqueología alemana para el estudio del Cercano Oriente son
bien conocidos, pero el proyecto dirigido por Schmidt en el yacimiento de Göbekli Tepe expone un caso
muy espectacular y excepcional de trascendencia global. Asimismo, los trabajos de los egiptólogos alema-
nes han revolucionado lo que se sabe acerca del origen del Estado gracias a múltiples proyectos realizados
en las últimas décadas.
Estas notas se presentan con el objetivo de indicar —y, a la vez, justificar— una cierta inclinación hacia
una «visión alemana» del Cercano Oriente y del África, además de un solo caso más del Extremo Oriente
(China), con lo que, de manera obvia, se tocan algunas áreas importantes, pero se ignoran muchas otras.
Sin embargo, los artículos presentes —un total de 27, sin contar la correspondiente introducción de cada
número y el artículo final— ofrecen materia suficiente para enfoques comparativos frente a los numerosos
casos procedentes de las Américas —es decir 22, entre los que se incluyen 11 del Perú—. En este sentido,
se ha obtenido lo contrario a lo habitual: se ha invertido el esquema de un énfasis marcado sobre el Viejo
Mundo, con contados ejemplos de las Américas y, por lo general, más sobre Mesoamérica y, en menor
grado, acerca de los Andes centrales —esta última región, a menudo, tratada como la «excepción de la
regla»—. En el ámbito americano también constituye una singularidad, ya que Mesoamérica —y, quizá,
algunas regiones de América del Norte— suelen atraer el foco del interés y dejan en un segundo plano a los
Andes centrales, para no hablar de otras zonas «marginales» de América del Sur que, a menudo, se mencio-
nan de forma tangencial si es que no desaparecen de la discusión por completo. Por lo tanto, la intención
de estos dos números del Boletín es familiarizar a los arqueólogos sudamericanos con casos poco conocidos
de complejidad en otras partes del mundo que tienen la virtud de reflejar el conocimiento más actualizado
de la problemática específica de áreas sobre cuya arqueología se suele tener datos superficiales y desfasados
en las naciones de América del Sur. Por otro lado, tanto los avances recientes y muy espectaculares en el
Perú, como los menos conocidos, pero igualmente relevantes, en las demás regiones del Nuevo Mundo,
llaman al debate interamericano. A modo de ejemplo de fomento de este diálogo, me permito mencionar
la reciente firma de un convenio de cinco años entre el Institute of Archaeology, Chinese Academy of
Social Sciences de Beijing y la Especialidad de Arqueología de nuestra casa de estudios.
No es este el lugar para iniciar discusiones acerca de la problemática general, ni mucho menos esbozar
síntesis «grandiosas». Se tocarán aspectos relacionados con más detalle en la introducción y las conclusiones
de este número. En la primera se tratarán de esclarecer problemas de definiciones en diferentes ámbitos
con el fin de evitar malentendidos que aún prevalecen en esta clase de estudios. En el artículo final, Tom
Dillehay y el suscrito comentaremos los aportes presentados en ambas obras, enfocando problemas y seña-
lando pautas para trabajos futuros en la línea trazada.
Quisiera referirme a un detalle que dejé de mencionar en la nota editorial anterior y que es el motivo
escogido para las carátulas de los números 10 y 11. Se trata de cuatro representaciones antropomorfas pro-
cedentes de hallazgos en Chile, Ecuador y el Perú. El espécimen de la izquierda corresponde a la tradición
Chinchorro, probablemente de su parte tardía; proviene de Patillos (sur de Iquique) y forma parte de la
colección Nielsen (Llagostera 2003: 17-19, fig. 5b). Se trata de parte de un «[...] “paquete” de forma ovoi-
dal alargado de aproximadamente 68 centímetros de longitud, que contiene la cabeza de un adulto y dos
cuerpos de neonatos, junto con otros implementos (Figura 5a). El mismo “paquete” emula un cuerpo hu-
mano y una máscara cubre la cara del individuo. Los dos neonatos en el interior de este fardo [...] se ubican
a la altura de lo que correspondería al pecho del imaginario cuerpo adulto, dispuestos longitudinalmente,
uno sobre el otro, separados por un cuero» (Llagostera 2003: 17). El superior está ilustrado en la carátula;
se trata de una momia de unos 50 centímetros de largo, con una cabeza postiza mucho más grande que la
del individuo. En el interior del fardo se encuentra un cuchillo de una punta tallada con mango, conchas,
una aguja de madera y un instrumento de hueso (Llagostera 2003: 17, fig. 5a; para una descripción más
detallada del espécimen ilustrado, véase Llagostera 2003: 19). La representación a la derecha, en el fondo,
es una figurina de terracota con engobe rojo en el cuerpo que representa a una mujer (Stothert 2003: fig.
35, izquierda). Mide 31 centímetros y fue encontrada junto con otras 15 figurinas quebradas intencio-
nalmente en un pozo ubicado en una pequeña plataforma, y en el que también se hallaron restos óseos de
animales y peces, conchas, anzuelos de nácar, objetos de conchas modificados y cinco vasijas de cerámica
(Stothert 2003: 400, con referencia a López Reyes 1996). El sitio de su hallazgo se llama Río Chico, cerca
de Salango, en la provincia de Manabí, costa central del Ecuador, y corresponde a la fase 2/3 de Valdivia
(entre, aproximadamente, 3000 a 2500 a.C.; cf. Zeidler 2003: 519). López Reyes sugiere que las figurinas
fueron «sacrificadas» en el contexto de ceremonias de consumo ritual y de ofrendas.
Asimismo, dos figurinas de barro crudo aparecen delante de la de Valdivia; ambas son del Norte Chico
peruano y provienen de los sitios de Bandurria y Caral. La de Bandurria, la mayor de ellas —de 16 cen-
tímetros de longitud—, proviene de la base de los estratos de la ocupación del Periodo Arcaico y cuenta
con un fechado de 4530 ± 80 a.p. (Fung 1988: 95, fig. 3.2), mientras que su calibración arroja el lapso
3300-3000 a.C. No se presentan mayores datos de su contexto. El espécimen de Caral (Shady 2004:
209, derecha) tampoco cuenta con más detalles, pero forma parte de un total de más de 150 figurinas
de barro crudo encontradas en contextos ceremoniales de las excavaciones del sitio. En su mayoría están
quebradas y formaron parte de rituales relacionados con la renovación de los edificios y la propiciación de
la fertilidad. Miden entre 4,7 y 10,5 centímetros de altura (Shady 2007: 40). Por lo tanto, este conjunto
de imágenes muestra variaciones de conceptos de corporalidad durante los periodos Arcaico Tardío y Final
en forma de cuerpos modificados, representaciones en diferentes soportes, técnicas y tamaños, así como en
contextos variados, en un amplio espacio que abarca desde los Andes septentrionales a los meridionales.
Lamentablemente, este aspecto fascinante de la complejidad social no fue tratado en su debida medida en
los trabajos que se incluyen en estos dos números.
Last not least, es preciso agradecer aquí a todos que han participado en esta empresa de seis años, pero
es evidente que no me es posible mencionar a todos los que merecerían figurar en este lugar con todo
derecho. Por tanto, lamento tener que limitarme a mencionar a los más importantes, aunque con ello,
forzosamente, tenga que repetir lo que ya figura en la nota editorial anterior. En primer término, debo
expresar mi más profundo agradecimiento a Tom Dillehay, cuyo aporte ha sido fundamental como autor
de varios trabajos publicados aquí, coeditor de los dos números, coorganizador del evento, contacto con
los ponentes y autores invitados, y proveedor de una ayuda económica relevante de parte de la Vanderbilt
University tanto para la realización del evento como para las traducciones requeridas en la presente entrega;
es obvio, entonces, que su participación ha sido fundamental. De gran ayuda también fueron Burkhard
Vogt, el Primer Director de la KAAK, por conseguir otro apoyo económico para el evento, y Hans-Joachim
Gehrke, el Presidente del Deutsches Archäologisches Institut, por su ayuda en el contacto con algunos
colegas miembros de esta institución. Queda por reconocer el aporte del conjunto de autores que han
encontrado el tiempo para participar en la reunión y/o, sobre todo, entregar sus trabajos por escrito pese
al tiempo limitado del que padecemos todos. Otra persona sin cuya participación no hubiera podido salir
este número ni todos los anteriores es Rafael Valdez, encargado de la edición general del Boletín, cuya gran
eficiencia queda manifiesta una vez más, además de su papel en generar una proyección en el desarrollo de
este proyecto editorial. Debo mi gratitud también a Pepi Patrón, Jefa del Departamento de Humanidades,
quien, una vez más, mostró su gran espíritu de colaboración en todos los asuntos administrativos, eco-
nómicos y logísticos que fueron necesarios para concretar la realización de este libro. En relación con la
publicación, propiamente dicha, pudimos contar, de nuevo, con el apoyo de la magíster Patricia Arévalo,
Directora General del Fondo Editorial PUCP, y de la señora Aida Nagata, Coordinadora de Revistas
Académicas de la misma unidad. No quisiera terminar sin agradecer a mi familia, en particular a mi esposa
Iris, quien fue la responsable del diseño del motivo principal del V Simposio, el mismo que decora la ca-
rátula de estas dos entregas.

PETER KAULICKE
REFERENCIAS

Fung, R.
1988 The Late Preceramic and Initial Period, en: R. W. Keatinge (ed.), Peruvian Prehistory: An Overview of Pre-Inca and
Inca Society, 67-96, Cambridge University Press, Cambridge.

Llagostera, A.
2003 Patrones de momificación chinchorro en la colecciones Uhle y Nielsen, Chungara 35 (1), 5-22, Arica.

López Reyes, E.
1996 Las venus valdivia gigantes de Río Chico (OMJPLP-170a): costa sur de la provincia de Manabí, Ecuador, Boletín
Arqueológico 5, 157-174, Guayaquil.

Shady, R.
2004 Caral, la ciudad del Fuego Sagrado/Caral: The City of the Sacred Fire, Graph and Consult/Cuzzi y Cía./Interbank/
Centura SAB, Lima.

2007 Los valores sociales y culturales de Caral-Supe, la civilización más antigua del Perú y América, y su rol en el desarrollo
integral y sostenible, Instituto Nacional de Cultura/Proyecto Especial Arqueológico Caral-Supe, Lima.

Stothert, K. E.
2003 Expression of Ideology in the Formative Period of Ecuador, en: J. S. Raymond y R. L. Burger (eds.), Archaeology
of Formative Ecuador: A Symposium at Dumbarton Oaks, 7th and 8th October 1995, 337-421, Dumbarton Oaks
Research Library and Collection, Washington, D.C.

Zeidler, J. A.
2003 Appendix A: Formative Period Chronology for the Coast and Western Lowlands of Ecuador, en: J. S. Raymond
y R. L. Burger (eds.), Archaeology of Formative Ecuador: A Symposium at Dumbarton Oaks, 7th and 8th October
1995, 487-519, Dumbarton Oaks Research Library and Collection, Washington, D.C.
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.° 11 / 2007, 9-22 / ISSN 1029-2004

Simplificación y complejización
de la complejidad social temprana:
una introducción

Peter Kaulicke a

Resumen

Este aporte aborda algunos problemas básicos relacionados con el origen de la complejidad social en el Perú antiguo y la comple-
jidad inherente de definiciones centrales como domesticación y sedentarización. Asimismo, enfatiza la necesidad de incluir lo ‘no
complejo’ en la discusión de la complejidad, y de enfocar la relevancia respectiva y la interrelación entre ‘lo simple’ y ‘lo complejo’.
Más aún, la cronología pertinente usada en el Perú requiere de una uniformización y definiciones más precisas. Por último, se
presentan los trabajos incluidos en este número.

Palabras clave: definición de complejidad social, origen, domesticación, sedentarización, cronología, subdivisiones, terminología
unificada

Abstract

SIMPLIFYING AND COMPLICATING EARLY SOCIAL COMPLEXITY: AN INTRODUCTION

This contribution treats some of the basic problems related to the origins of social complexity in ancient Perú and to such crucial
definitions as domestication and sedentism. The necessity of including the concept of simplicity in discussions of complexity is
stressed, as well as that of discerning the relevance and interrelation between simple and complex institutions. Further, the cor-
responding chronology of Perú also is in need of standardization and more precise definitions. Lastly, the papers included in this
volume are discussed briefly.

Keywords: definition of social complexity, origins, domestication, sedentism, chronology, subdivisions, unified terminology

1. Introducción

En el número anterior del Boletín, Tom Dillehay presentó una introducción con la que se inició la publi-
cación de los aportes del V Simposio Internacional de Arqueología PUCP. Si se ha elaborado otra para
este número, eso no se debe a la eventual necesidad de completar sus argumentaciones o, en el peor de
los casos, expresar una inconformidad. Solo se desea enfocar algunos puntos cruciales con el ánimo de
reiterar énfasis sobre ciertos problemas que surgieron en la lectura de los artículos publicados, sobre todo
en lo que se refiere al uso de términos clave que no siempre concuerdan con las interpretaciones ofrecidas
o las evidencias presentadas para su sustentación. Otros se usan de un modo casi irreflexivo, con ciertas
tendencias hacia la simplificación. Estos problemas de definición se suscitan porque no suelen discutirse
mucho en el ámbito de la arqueología peruana y, quizá, tampoco en los países vecinos. Como se verá en los
trabajos presentados aquí, hay otros enfoques posibles, sobre todo planteados por parte de los especialistas

a
Pontificia Universidad Católica del Perú, Departamento de Humanidades.
Dirección postal: av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú.
Correo electrónico: pkaulic@pucp.edu.pe
10 PETER KAULICKE

que estudian distintas áreas del globo. A continuación se exponen tres temas: el del «origen» de la com-
plejidad —en el que se destacará lo concerniente al Perú—, el de los problemas acerca de la neolitización
(domesticación y sedentarización), y el de la cronología y la nomenclatura. Finalmente, se presentan los
trabajos incluidos en este número.

2. Acerca del problema de los «orígenes de la complejidad» en los Andes

Las discusiones acerca de los inicios de la civilización en las Américas, y en el Perú en particular, son de
larga data, ya que se inician en el siglo XVI. Por una especie de consenso basado en fundamentos teológico-
jurídicos, estos se sitúan fuera del Nuevo Mundo, con lo que se elimina la necesidad de definirlos. Estos
«orígenes» externos «explican» todo lo complejo en forma de cualidades adquiridas en situaciones histó-
ricas del mundo mediterráneo surgidas gracias a la intervención de dioses; en forma material, expresiones
supuestamente similares entre el Nuevo y el Viejo Mundo se toman como evidencias de migraciones desde
regiones civilizadas a aquellas primitivas que caracterizan al primero. Por lo tanto, los cambios «culturales»
son equivalentes a reemplazos poblacionales en tanto que subsiste un primitivismo sostenido y casi inalte-
rable en las poblaciones indígenas; en otras palabras, existe una continuidad interna a la vez que un cambio
inducido desde el exterior —o «civilización»— como valor introducido.
En el campo de la arqueología, se le puede considerar a Max Uhle —según Tello (1921: 1), el fundador
de la ciencia arqueológica del Perú— como un punto de quiebre. Uhle estableció una historia del Perú an-
tiguo al reconocer una secuencia de estilos o «culturas», y proclamó la necesidad imperativa de una filosofía
de la historia en el sentido de una conciencia histórica para los Estados nacionales modernos. Con ello se
refería a una identificación con su propia historia, lo que, para él, no era una cuestión de moral, sino de
sensatez política, ya que su ausencia prolongada puede o debe conducir a crisis existenciales (Uhle 1917).
En este sentido, la arqueología —junto con la lingüística y la antropología (física)— se convierte en la
descubridora de una historia desconocida y en proveedora de ella por medios diferentes a las historiografías
occidentales. Para Uhle, esta historia no debería restringirse a los ámbitos territoriales de los países moder-
nos, sino ser entrelazada a escala americana —incluyendo a los Estados Unidos—. Este aspecto es esencial
para la discusión del origen de la(s) civilización(es), por lo que conviene citarlo más extensamente:

Por su configuración geográfica especial el continente americano formó, más que las otras grandes partes de
nuestro planeta, una unidad también con respecto de su población antigua i al desarrollo de sus civilizaciones.
Más que en otras partes del mundo se imponen por eso problemas sobre las cunas de su primera inmigración i
la afinidad de sus razas con otras [...] Los tipos [raciales] de la antigua población presentan una enorme variedad
en el norte i sur, i en casi todas partes simultáneamente, cuya descendencia u orijen [sic] solo se puede aclarar
con el concurso científico de todos los países [...] También la unidad en el desarrollo de las civilizaciones es más
grande en América que en cualquier otro continente de iguales dimensiones [...] El enorme número de tribus
indígenas de diferente hábito, lenguas y costumbres, que llena el continente americano i lo llenaron más al
tiempo de la conquista se presentan sin embargo en un número solo pequeño de diferentes niveles de cultura
jeneral [sic] despertando la impresión de que diferentes olas de graduada civilización se habían sobrepuesto una
a otra en el curso de muchos siglos [...] No cabe duda de que, el tipo de civilización superior en general tomó
su salida de las partes centrales del continente para fertilizar de allá las partes meridionales i sudoeste de los
Estados Unidos, Colombia, las Antillas i el Perú (Uhle 1917: 400-401).

Para Uhle, entonces, existieron grados de civilización que se modificaron por la presencia de un foco
de mayor complejidad o civilización superior cuyo origen desconoce, pero lo puede ubicar, ya que, desde
este núcleo (Mesoamérica), sus manifestaciones o portadores de las mismas se desplazan y se encuentran
con otras dispersiones «medianas» o «secundarias», como las de Colombia, las del noroeste de Argentina
y las del Perú, mientras que grados mínimos de civilización se mantienen en zonas más apartadas, pero
no aisladas. En sus obras posteriores, Uhle se concentrará más en las migraciones centroamericanas hacia
el Ecuador y el Perú, que se deben, por último, a impulsos asiáticos (Uhle 1942). Por lo tanto, en esta
discusión se percibe una mezcla curiosa entre aportes que concuerdan con ideas modernas y otros poco
aceptados en la actualidad.

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SIMPLIFICACIÓN Y COMPLEJIZACIÓN... 11

Tello invierte la perspectiva «internacional» de Uhle al preferir otro lugar concreto de origen, Chavín de
Huántar, que se «irradia» hasta la isla de Marajó (Brasil), Colombia, el noroeste de Argentina y, en el fondo,
está convencido de una difusión hacia Mesoamérica en vez del sentido contrario propuesto por Uhle y
sus seguidores (cf. mapa en Carrión-Cachot 1948: lám. XXVI). Pero esta inversión no es la única. Tello se
entendía a sí mismo como monogenista, mientras que, según él, Uhle era poligenista; de acuerdo con sus
postulados, la costa no podría ser un foco originario, ya que esta región recibió la civilización en forma de
migraciones. Esta civilización debió haber surgido en un área de origen por definición —la selva— con
sus habitantes «fosilizados» en una cierta «virginidad cultural» fusionada o insertada en una naturaleza aún
no transgredida. Solo por el traslado a los Andes, este germen cultural floreció gracias al empuje creador
serrano y llega a la costa únicamente después de haberse perfeccionado en las alturas. Esta metáfora de una
planta fue tomada en serio por Tello, quien imaginó el desarrollo cultural o civilizatorio como un árbol
cuya raíz se ubicaba en la floresta desde donde se cristalizó una unidad geoétnica, cultural, lingüística e
ideológica (Tello 1921, 1942). Con ello se obtenía una extraña fusión entre elementos «primitivos» al lado
de otros de insuperada perfección, que invertía, también, la evolución cultural en el sentido de una inicial
«edad de oro». En esta visión grandiosa y romántica se percibe un enorme afán de captar la complejidad
social y su relación con el entorno diversificado y «rico».
El problema surge cuando se quiere contrastar este conjunto teórico con las evidencias que el propio
Tello buscaba para fundamentarlo empíricamente. No encontró manifestaciones tempranas en la espesura
de la floresta, por lo que su argumentación respectiva se limitó a especulaciones que desafiaban su com-
probación. Asimismo, el sitio de Chavín de Huántar no era el lugar de origen; las supuestas evidencias
«primitivas» recuay eran posteriores en vez de anteriores a la arquitectura monumental y al estilo «Chavín».
Tampoco el sitio de Cerro Sechín era fruto de una irradiación serrana, desde Chavín, sino que es anterior
a las obras comparables de este último. La supuesta homogeneidad estilística que ostentaba la civilización
Chavín, propagada por Tello como «primer» sustrato cultural panandino, constituyó un afán de sintetizar
diferencias morfológicas y representativas «suprasociales» separadas en tiempo y espacio. Esta síntesis, por
lo tanto, se extendía a una sinopsis cronológica y corológica que desafiaba los conceptos que suelen funda-
mentar la cronología arqueológica. Por último, también tendía a una homogeneización de los fenómenos
sociales, ya que la continuidad desde los logros iniciales —esta fusión sostenida entre ‘lo complejo’ y ‘lo
primitivo’— le bastaba a Tello. Por consiguiente, a la reiterada «renovación racial» y cultural debida a mi-
graciones se oponía su modelo monolítico de lo que, posteriormente, se solía llamar el hombre andino.
El caso de Uhle, que no es tan incompatible como aparenta ser por la lente de Tello, se le parece por
la esencial indefinición de origen y la simplificación de sociedades en estilos estereotipados. La diferencia
radica en la determinación cronológica debido al afán del investigador alemán por «historizar» la arqueolo-
gía peruana. El hecho de que este enfoque de cronología se mantenga vigente es muestra de que su carácter
era esencialmente correcto o, quizá mejor, de que las nociones de definiciones estilísticas —hoy limitadas
a la cerámica— no cambiaron drásticamente desde la época de Uhle, con lo que persiste la dificultad de
convertir a estas secuencias en una historia social. Un ejemplo que ilustra bien este problema es su atribu-
ción de la cerámica chavín a pescadores primitivos, es decir, el haber «confundido» un estadio primitivo
—por haberse encontrado en conchales— con el más civilizado en la visión de Tello (véase Bischof 1998).
Se volverá sobre este punto más adelante.
Sin ánimo de presentar una historia de esta problemática, conviene concentrarse ahora en un ejemplo
más reciente: The Maritime Foundations of Andean Civilization, de Michael Moseley (1975). El título de
este libro no corresponde del todo con el tema de su estudio, ya que se limita a enfocar el surgimiento
de la complejidad en sociedades costeñas del Perú entre los valles de Santa y Lurín (Moseley 1975: 3, fig.
1.1). El libro es polémico y contestatario —en cierto sentido, como las obras de Tello— por exhibir su
caso como una excepción a la noción generalizada de la neolitización, que enfoca a la domesticación de
plantas y la agricultura como uno de los factores esenciales de la civilización (véase abajo), lo que Moseley
niega en el caso del área investigada, donde, según él, la explotación de los ricos recursos marinos facilitó su
surgimiento. Es, al mismo tiempo, un rechazo a la noción de Uhle en cuanto a sus pescadores primitivos,
previos a la etapa de la civilización. Para Moseley, este término implica «un complejo patrón de compor-
tamiento social de un gran número de individuos que actúan en formas diferentes interrelacionadas por

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su coherencia» y sostiene «que su desarrollo se debe a un proceso aditivo con nuevas formas de compor-
tamiento que resultan de formas previas que se mantienen como tradición social vigente» (Moseley 1975:
3; traducción del autor). Por lo tanto, lo entiende como una tradición expansiva que se inició desde un
lugar desconocido, hacia 3000 a.C., para establecerse en forma definitiva unos dos milenios más tarde.
Antes del cuarto milenio hubo un predominio de la caza y recolección terrestre; la «revolución» se dio con
el paso a la recolección y la pesca en el litoral, que solo fueron reemplazados, al final del Periodo Arcaico
Tardío (Final), por la irrigación y la agricultura (Moseley 1975: 19). A lo largo del texto, Moseley reunió
muchos datos para sustentar el éxito de las economías del Periodo Arcaico Tardío (es preferible la expresión
«Arcaico Final», véase abajo) al permitir logros consecuentes como el aumento poblacional, la arquitectura
monumental, el arte, la diferenciación social, entre otros, todos ellos normalmente atribuidos a sociedades
agrícolas.
Esta hipótesis de Moseley se enfrentó a muchas críticas (cf. Bonavia 1991: 166-169, con referencias),
pero vuelve a ganar aceptación con los resultados recientes de Caral (cf. contribución de Shady en el nú-
mero anterior y Moseley 2006). Si se enfoca el problema del origen de esta supuesta explosión de comple-
jidad a partir de 3000 a.C., se observa que lo que, supuestamente, caracteriza lo anterior a ella no ofrece un
carácter explicativo como antecedente. No hay razón alguna para aceptar una importancia destacada de es-
trategias estacionales de cacería y recolección en ecotonos frágiles como las lomas si otros más productivos
estaban al alcance en el litoral, el bosque ribereño, las lagunas, los pantanos y otros, caracterizados por el
propio Moseley (1975: 13-17, fig. 2.3). Por lo tanto, los recursos marinos fueron explotados mucho antes,
ya desde el Periodo Arcaico Temprano. Plantas cultivadas como evidencias de la domesticación existían
ya durante el Periodo Arcaico Tardío, pero debían de haberse introducido desde otras zonas. El algodón,
planta «industrial» básica, sí existía en forma silvestre en la costa —si bien no en la costa central—, pero
el impulso de su domesticación tardía se debía, probablemente, a anteriores experiencias respectivas. Por
otro lado, la arquitectura monumental, con sus marcados patrones formales, no se deriva de las chozas bien
conocidas —gracias a los trabajos de Engel— de los periodos Arcaico Medio y Temprano que subsisten al
lado de la arquitectura más formal.
En general, por consiguiente, se vislumbra una serie de impedimentos para una definición clara de la
problemática. Desde una perspectiva regional —en el caso de Moseley, esencialmente la zona de Ancón-
Chillón— y una base empírica endeble, se construye un proceso unilineal que parte de la caracterización
poco convincente de una supuesta «tradición» cazadora-recolectora que se especializa en un ecotono es-
tacional y poco productivo ignorando la riqueza a su alrededor pese a la casi ausencia de datos empíricos
capaces de apoyar esta hipótesis (cf. Kaulicke 1980: 222-244). Por ende, el «primitivismo inefectivo» de
los pescadores «incivilizados» de Uhle fue reemplazado por la presencia de cazadores-recolectores efímeros
y miopes cuya inclusión en la «revolución marina», que sustituyó a la Revolución Neolítica, quedó básica-
mente relegada, desde una perspectiva social, al ser suplantada por un razonamiento ecológico, «traducido»
en términos económicos.
Las variantes presentadas comparten una serie de características que se plasman en oposiciones binarias
que crean una brecha infranqueable. El concepto de ‘civilización’ se opone a ‘primitivismo’ o ‘barbarie’,
mientras que los sistemas económicos pueden ser eficientes —en el sentido de progresivos— o ineficientes,
por lo que llevan a un estancamiento inamovible. En todo caso, ambos extremos se ven como una especie
de bloques opuestos en términos de que la civilización existe o no existe, y su ausencia carece de interés y
no requiere de explicación. Por consiguiente, el tema del origen de la complejidad o la civilización se limita
a detectar las evidencias más tempranas de lo que se presume que se relaciona con este fenómeno e ignora
todo lo previo.
Este procedimiento es poco prometedor en el afán de entender la civilización como sistema o como
proceso histórico. Las sociedades preneolíticas y neolíticas —o, en general, las sociedades arcaicas del
pasado— consistían de conjuntos de individuos interactuantes en entornos específicos dentro de una di-
námica que llevó a cambios constantes en su interior y en su relación con esos ambientes, los que tampoco
se mantenían inalterados; por lo tanto, las teorías de la complejidad social deberían ser incluyentes en vez
de excluyentes. Esto significa que las sociedades no solo se definen por su grado de complejidad económica
o su relación específica con condiciones medioambientales, sino por sus respectivas inserciones en sus

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mecanismos de interrelación de individuos interactuantes, la vida social, su conceptualización y su reali-


zación. Dentro de esta lógica, a las sociedades de cazadores-recolectores se les debe conceder la capacidad
de realizar cambios económicos, pero, asimismo, transformaciones de carácter social y, con ello, definir su
complejidad. En el caso de los Andes centrales, esto significa que no se debería tratar al hombre temprano
como una anacrónica especie de intrépido cazador paleolítico —evidentemente no complejo, solo pre-
ocupado por su sobrevivencia—, sino como parte de una elaborada red en una biodiversidad intrincada
y paisajes sociales que condujeron a diferentes soluciones, unas exitosas y otras menos afortunadas, por
supuesto, vistas desde una perspectiva actual.
A partir de la visión de los arqueólogos, abordar la complejidad se hace más difícil por diferencias en su
definición, a menudo tácitas, basadas en una selección variada del universo reducido de los datos empíri-
cos y sus interpretaciones. En el Perú, Ruth Shady postula la presencia de un Estado prístino, una ciudad
sagrada y una civilización en Caral a partir de 3000 a.C. (cf. número anterior); los Pozorski (Pozorski y
Pozorski 1987) reconocen la presencia de un Estado en Casma durante el Periodo Formativo Temprano,
unos 1500 años más tarde, mientras que Richard Burger solo concede el estatus de civilización a Chavín (su
horizonte Chavín, véase Burger 1992), con más de dos milenios de diferencia respecto de Caral, en forma
de centro «protourbano». Charles Stanish (2001: 55), en cambio, solo acepta el calificativo de «Estado»
para la cultura Moche, otros 1000 años posterior a Chavín. Sin ánimo de indagar sobre los razonamientos
en los que se basan estas llamativas discrepancias, estas residen, en primer término, en definiciones teóricas
desligadas de la arqueología y afanes en hacerlas concordar con los datos disponibles. Por consiguiente,
queda la posibilidad de que se trate, básicamente, de teorías mal aplicadas que no se dejan ajustar a la base
empírica, o que esta es demasiado incompleta o desprovista de análisis e interpretaciones apropiados para
poder insertarla en un marco teórico.

3. Entre ‘lo simple’ y ‘lo complejo’

En vez de seguir con este tipo de discusiones, parece más prometedor concentrarse en los mecanismos tran-
sitorios que conducen de un estado al otro. Este tipo de cambio social como fenómeno global se conoce
bajo el término de «neolitización», con el Neolítico como un estado social en el que dos procesos forma-
dores llegan a su culminación: la domesticación y la sedentarización. Ambos procesos se interrelacionan
sin que uno constituya, de manera necesaria, una precondición del otro, es decir, que la domesticación
conduzca al sedentarismo o viceversa. A primera vista, la domesticación podría vincularse con cambios
esencialmente económicos, como el paso de la extracción de recursos naturales —plantas y animales, pero
también minerales, entre otros— a su producción por medio de la manipulación genética, y el control y
el poder sostenidos del hombre sobre la naturaleza en una especie de racionalización de esta última. En
sistemas económicos sin cultígenos y con movimientos cíclicos dentro de cronogramas preestablecidos,
las evidencias de restos botánicos y zoológicos en un solo sitio reflejan, en forma evidente, una parte de
este dinámica. Estos restos, a su vez, constituyen una parte ínfima de lo usado y/o consumido durante un
tiempo poco definido. Por regla, carecen de una contextualidad definida y solo pocas veces se les aplica
análisis más refinados —de coprolitos o trazas en huesos, pelos, placa de dientes, entre otros—.
La tendencia a generalizar muestras tan eclécticas difícilmente lleva a informaciones coherentes acerca
de la naturaleza de sistemas económicos dados. Aun dentro de estas limitaciones, definiciones como
‘domesticación’ —entendida como proceso— requieren de su especificación respectiva, ya que existen
muchas especies cuyo estatus de «doméstico» o «silvestre» no es claro, como tampoco lo es su función
alimenticia, «industrial» o medicinal, que puede variar según su contexto social, por lo que adquiere una
cierta multifuncionalidad. Parte del problema es la definición de la tecnología requerida para la obtención,
el procesamiento, el consumo y la distribución de materia prima (fuentes alimenticias incluidas). Como
sociedades de este tipo no suelen estar desligadas de otras más «avanzadas», se tienen que considerar inter-
cambios de carácter activo y otros más pasivos —a veces de larga distancia— que afectan a la estructura
social en términos de la aparición de signos de especialización y de desigualdad. Las plantas o animales
domésticos tampoco se convierten, necesariamente, en la base alimenticia, sino que sirven para fomentar
la cohesión e integración de grupos en circunstancias especiales que pueden servir para realizar trabajos

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comunales (véase Schmidt, este número, o las obras de los grupos humanos paleolíticos en cuevas como
Lascaux, Altamira y otras más). En estas ocasiones pueden reunirse grupos normalmente dispersos y redu-
cidos en cantidades mayores por tiempos más prolongados. A modo de ejemplo, las complejas fiestas de
iniciación de los selk’nam de Tierra del Fuego, cazadores de guanacos, podían durar «cuatro [...] diez meses
o más según la importancia que tenían nuevos imprevistos» e, inclusive, hasta dos años (Kaulicke 1980:
208; Gusinde 1982: vol. II, 800-801).
En resumen, el término «domesticación» encubre una complejidad que no se capta al limitarse a la con-
versión biológica de especies silvestres en domésticas, ni mucho menos es una señal de cambio económico
en forma de una oposición entre dos sistemas, en el sentido de que la presencia de plantas alimenticias
domésticas implica la desaparición de sistemas de obtención de alimentos «predomésticos», que la caza-
recolección se vuelva obsoleta, o que el maíz, de por sí, constituya una certeza de una agricultura completa
y su ausencia sea evidencia de sistemas poco eficientes. Por lo tanto, el hombre preneolítico no es un Homo
oeconomicus por definición, sin aportes relevantes en el campo de lo social, sino parece que es ‘lo social’ lo
que domina a ‘lo económico’.
La sedentarización, dentro de esta lógica, tampoco es un simple proceso que va desde una alta movili-
dad a una permanencia estable, sino que implica variaciones y dinámicas notables y complejas; no existe
una evolución unilineal desde un paraviento simple a la arquitectura monumental, como podría asumirse
por algunos de los casos expuestos. En primer término, se debería contemplar la experiencia de percepcio-
nes del espacio en forma de lugares desde una corporalidad individual. Esta fijación de emplazamientos
determinados lleva a un ordenamiento del espacio dentro de un concepto de espacio-tiempo, en otras
palabras, a una cosmología u orden del mundo. Esta conceptualización requiere de una regulación de la
comunicación como muestra de consenso de estas percepciones y su consolidación por medio de rituales.
Esta comunicación no solo se limita a otros individuos relacionados, sino que se extiende a sociedades de
otros seres que regulan la interrelación entre animales/plantas y hombres, los que, en conjunto, pueblan
este espacio compartido en forma de sociedades paralelas a la sociedad humana. Esta interrelación entre
hombre y animal no es de conflicto o violencia, pese a que la muerte del animal es inducida por el cazador,
sino que el hombre es el móvil para la regeneración del animal que se le entrega para este fin (cf. Ingold
2000a). Este tema está plasmado también en el «arte» rupestre en forma de marcadores significativos en el
paisaje, así como en el arte mueble figurativo del Paleolítico Superior al interior de estructuras domésticas
o vinculado a ellas (cf. Ingold 2000b). En este sentido, el cambio de «actitud» frente a animales y plantas
domésticas está vinculado con la tierra, y los poderes que la controlan y sus productos, así como con reglas
específicas en los rituales del cultivo y de la cosecha, y la inserción de lo cosechado en la sociedad. En el
caso de los animales, ellos son incorporados en la estructura social, son utilizados en los intercambios y
sirven de mediadores con seres transcendentales en sistemas de sacrificio, por lo que ya no son agentes de
este carácter, sino mediadores entre ellos y los seres humanos (cf. Laugrand y Oosten 2004: xlii). Esta in-
terrelación incluye, aun, la analogía de la fertilidad femenina con la de los animales y las plantas cultivadas
(cf. Hugh-Jones 1979; para el caso del Paleolítico, cf. Caldwell 2009).
La casa es un concepto central de la sedentarización —domus en latín, derivado de la palabra griega
«dómos»— y no solo se refiere al espacio construido de la vivienda, sino que cubre un campo semántico
amplio con sus derivados. Su raíz indogermánica *dem tiene significados personales y sagrados fuera de lo
constructivo; en latín predomina el aspecto social (como el término «dominus», que significa ‘señor’, ‘amo’
[de la casa], ‘anfitrión’ [de banquetes], ‘organizador’ [de juegos o fiestas públicas], de lo que se derivan
los términos «dominar», «dominio», entre otros). Para los romanos también era equivalente de un estado
de paz, ya que la casa y sus habitantes se consideraban como un espacio de protección básico contra un
exterior hostil, separado físicamente por el dintel de la puerta, por lo que la esfera doméstica ocupaba un
ámbito central en la religión romana. El lugar de culto del rex temprano fue llamado domus regia, lo que
sugiere el papel de la casa como metáfora para la construcción de la sociedad (cf. el término alemán «dom»,
que significa ‘catedral’). La coexistencia de las generaciones, el ejercicio del culto común de los ancestros
y la focalización en la subsistencia material, transferida por leyes de herencia, condujeron al significado
general de «domus» como ‘origen social’, ‘entorno familiar’ y ‘descendencia legal’. Los conjuntos familiares
aristocráticos —originalmente «familia»— fueron llamados domus más tarde, con lo que se subraya la

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función de las casas de los nobiles como centros importantes de decisiones políticas en el camino de lo que,
luego, se llamarían cortes (Linke 1999). En griego, el término equivalente es «oikos» que significa ‘casa’,
‘cámara’, ‘edificio público’, ‘templo’ y ‘cosas domésticas’, mientras que «oikeios» implica nociones como
‘establo’, ‘dormitorio’, ‘jaula’, ‘cuarto de templo’, ‘tumba’ y ‘familia doméstica’. Asimismo, «oikíos» signi-
fica ‘templo o morada de una divinidad’, «oikía» alude a ‘herencia’, en tanto que «household» evoca a ‘los
habitantes de una casa’ o ‘descendencia familiar’; «oikodespotes» es ‘el señor de la casa’, o ‘rey nativo’; del
mismo modo, «oikoteía» sugiere un household of slaves y los esclavos como grupo social, «oiketeía» significa
‘colonizar’ y ‘dirigir un household y «oikouméne», en el mundo griego, denota el mundo habitado (Liddell
y Scott 1968: 1202-1205).
Es fácil reconocer algunas nociones que en el uso cotidiano actual del término «casa» se vinculan con
los significados presentados, pero de un modo más difuso con tendencia a la política o a la economía; lo
expuesto, en cambio, define un rico campo semántico que refleja muchos aspectos que denotan que ‘lo
doméstico’ es un concepto central aun en las sociedades complejas. Esto sugiere que la casa se convierte
en una especie de microcosmos que el hombre construye alrededor de él y desde cuya seguridad puede
negociar con otras figuraciones del cosmos de su mundo. Waterson, en su libro titulado The Living House
(1990), describe el papel de las cosmologías de la casa en el sureste de Asia, como un equivalente de cosmos
en el que está insertado el mundo social, lo que está presente, de manera muy elaborada, en la forma de
una aldea que constituye un «cosmograma», mientras que la casa del jefe de la aldea conforma un micro-
cosmos dentro del microcosmos. También se imagina a la casa como un cuerpo antropomorfizado. Por lo
tanto, existe una interdependencia entre la «vida» de un conjunto y sus construcciones, y aquellas de sus
habitantes. «Nace» mediante el proceso de la construcción, se enferma y, también, muere. Su vitalidad de-
riva de los árboles usados para la construcción y su fuerza vital procede del acto constructivo acompañado
por sus rituales, y la asociación entre casa y cuerpo (humano o animal), por lo que el edificio se convierte
en una especie de extensión de los cuerpos de sus moradores. En este sentido, la casa está concebida como
un vientre femenino, como fuente de la vida que, en Indonesia, sirve de punto de partida para cadenas
metafóricas que vinculan a las mujeres, las casas, los grupos de parentesco, los ancestros y la tierra, entre
otros (cf. arriba).
Otro tema relacionado es la elaborada ritualización y conceptualización de los muertos en cuanto a su
ancestralización. Este complejo se visualiza en la casa en forma de altares u otro tipo de representaciones
que sirven también para la memorización de sus orígenes y los del grupo de parentesco. Espíritus y an-
cestros pueden tener sus propias casas, que gozan de la constante atención y alimentación de los vivos. La
emulación de las casas de los vivos por casas mortuorias es otro ejemplo del papel vital de su presencia en la
organización de las sociedades del sureste de Asia en una especie de capacidad de modelar la sociedad de los
muertos respecto de la de los vivos y un mantenimiento de vínculos estrechos entre los ancestros y los seres
humanos vivientes. En otras palabras, la vida y la muerte son estados integrados en un ciclo continuo.1
Si no se consideran estos ejemplos como casos específicos —ya que, en efecto, se trata de comparacio-
nes regionales—, sino como variantes de temas generales con validez histórica, se podrían sacar algunas
conclusiones. Las unidades domésticas —para usar la jerga arqueológica— no son simples bloques de uni-
dades mínimas de cierta relevancia básica para definir grupos simples dentro de sociedades simples o com-
plejas ni tampoco solo modos de producción, sino que se constituyen como el eje fundamental del hombre
que le permite lidiar con el mundo de afuera. Asimismo, le sirven de punto de partida para construir su
orden del mundo desde la seguridad del orden construido alrededor del mismo. La «naturaleza» —o, me-
jor expresado, el mundo alrededor de él— es, igualmente, un espacio ordenado con lugares determinados
y con agentes no humanos que requieren de su intervención constante, su diálogo y su negociación.
Esta lógica encubre un sinnúmero de variantes que se expresan en identidades y memorias en las que las
mencionadas dicotomías son demasiado simplistas para ofrecer explicaciones generalizables. Los cambios,
más bien, pueden ser poco o nada intencionales, y dirigirse en la dirección «equivocada», algo que puede
deberse a muchas razones, fuera de los cambios climáticos que, a menudo, sirven de deus ex machina para
transformaciones sociales. Probablemente, las desigualdades sociales se deben más al carisma de los líderes
—por ejemplo, su conversión en ancestros después de su muerte— y a la conveniencia, al menos inicial,
que ofrece su presencia para la comunidad. Estos cambios, como queda comprobado, deben contemplarse

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en condiciones particulares en vez de entenderlos como parte de teorías generalizantes. Es evidente que
la arqueología debería ofrecer datos significativos para estos cambios por medio de sus posibilidades de
materialización. En vez de enfocar, de manera exclusiva, «cambios dietéticos» al usar cifras poco signifi-
cativas o de especular sobre volúmenes arquitectónicos convertidos en labor humana cuantificada, habría
que concentrarse más en aspectos como la funcionalidad ritual o no ritual de la arquitectura monumental
como de la no monumental, la interrelación entre el ritual y los aspectos domésticos (cf. Bradley 2005), así
como la relación entre los asentamientos y los lugares ritualizados del paisaje: la arqueología de los lugares
naturales (cf. Bradley 2000) y su domesticación. De igual o, quizá, aún mayor importancia son los estudios
pormenorizados de contextos funerarios y su relevancia social dentro de la lógica expuesta y en relación con
conceptos cosmológicos. En resumen, habría que complejizar ‘lo simple’ y simplificar ‘lo complejo’.

4. Cambio y tiempo, cronología y terminología

Antes de pasar a la presentación de los aportes contenidos en la presente obra queda por insertar las ideas
expuestas en un marco referencial obligado: su relación tiempo-espacio. Para ello puede servir un trabajo
de Boyd sobre el «sedentarismo» (el entrecomillado es del autor) en el Levante durante el Epipaleolítico
Tardío (Natufiense; cf. Boyd 2006), un caso clásico de los llamados cazadores-recolectores complejos.
Normalmente, los criterios para definir el sedentarismo son arquitectura de piedra, cultura material de
morteros y batanes pesados, depósitos en pozos, cementerios, presencia de fauna comensal (ratones, ratas
y gorriones), estacionalidad de la caza documentada en el crecimiento de los dientes de la gacela, así como
un mayor espesor de los depósitos arqueológicos. Todos estos criterios están presentes al menos en algunos
de los sitios del Natufiense, pero han aparecido dudas acerca de su validez como pruebas de sedentarismo,
ya que las evidencias no son indiscutibles y mucho se debe a la «retrospección» desde una perspectiva
neolítica.
En cuanto a la arquitectura de piedra, esta no necesariamente refleja permanencia de ocupación y tam-
poco corresponde a nociones algo vagas como ‘semisedentario’ o ‘semipermanente’, y su supuesta relevan-
cia para las transformaciones en la organización social. Las tradiciones arquitectónicas indican cambios en
las estrategias de construcción, así como en la percepción y la comprensión humanas de lugares ubicados
en el paisaje; de este modo, son elaboraciones o embellecimientos de espacios particulares (cf. arriba). En
algunos de los casos parece que se trató de antiguas áreas funerarias, lo que no implica que estas marcas más
permanentes del paisaje también involucraron permanencia de ocupación humana. Tampoco convence,
necesariamente, la presencia de morteros líticos grandes. Estos parecen haberse transportado desde cierta
distancia para un uso que bien pudo haber sido esporádico. El almacenaje está sugerido por la presencia
de pozos o silos, pero su contenido es variado y hasta incluye individuos humanos.2 Los restos botánicos
pertinentes no fueron encontrados en ellos. Los contextos funerarios —otro factor a favor del sedenta-
rismo— no parecen ser contemporáneos con los pisos de la arquitectura, sino anteriores. El problema de
la definición de lapsos de construcción, ocupación y construcción renovada, así como su interrelación cro-
nológica para el Natufiense está poco esclarecida (véase Samuelian et al. 2006). Por último, las relaciones
entre el hombre y el animal, que sufren transformaciones notables en el Natufiense, muestran que los ani-
males estaban involucrados en una gama de prácticas sociales como tecnologías óseas, sus representaciones
en hueso y piedra, presencia de ellos en contextos funerarios, entre otros. En cierto sentido, estas prácticas
son tanto parte de procesos de «domesticación» como los factores biológicos favorecidos que no se presen-
tan en estos contextos. De este modo, la domesticación de cereales en el Cercano Oriente no parece existir
antes del PPNB (hacia 9300 a.p.), y aparece en diferentes regiones o sitios en forma independiente (véase
Nesbitt 2002; Willcox 2002). Cabe mencionar que estas prácticas ya se observan en el Paleolítico Superior
de Europa con miles de años de anticipación al Natufiense,3 y vuelven a aparecer en el PPNA y PPNB,
más de 1000 años después de este.
Por otro lado, Rowley-Conwy (2001) discute otro concepto muy influyente, llamado Original
Affluence Society, del importante libro de Sahlins (1972), basado en el concepto zen de ‘no querer, no
extrañar’ y en una serie de suposiciones sobre las características generales de los cazadores y destaca las
siguientes: 1) existe una tendencia de lo simple a lo complejo, 2) los humanos anatómicamente modernos

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solo se organizaban en grupos simples, 3) el cambio hacia la complejidad ocurre en forma lenta, 4) el
cambio hacia la complejidad es irreversible, 5) el cambio hacia la complejidad es un paso hacia la agricul-
tura, y 6) los cazadores-recolectores más interesantes son los que se convirtieron en campesinos. El autor
demuestra que ninguna de estas suposiciones es válida, ya que existen numerosas evidencias arqueológicas
que las invalidan. Esto implica que muchas de las características de la complejidad social ya existían entre
los cazadores-recolectores —incluido el concepto de ‘casa’, tratado arriba— de modo que deberían haber
mecanismos que conviertan estas complejidades «embrionarias» en fenómenos sostenibles dentro de una
constelación particular de circunstancias, de las que una o varias de ellas podrían servir de efectos multi-
plicadores. Dentro de esta perspectiva, es imperativo enfocar estas situaciones particulares como contin-
gencias históricas en vez de procesos evolucionistas, lo que obliga a precisar la cronología con el afán de
documentar secuencias diacrónicas e interrelaciones sincrónicas al aplicar mitologías y técnicas adecuadas
que puedan garantizar este objetivo (véase Gebel, este número).
Con todo ello, se puede regresar al caso «peruano». En el Periodo Arcaico existen muchos casos de
series de ocupaciones repetidas en abrigos rocosos (cf. Kaulicke 1994) y sitios al aire libre en la sierra (por
ejemplo, Asana; cf. Aldenderfer 1998), y ocupaciones desplazadas en un territorio reducido (cf. Chauchat
et al. 1992), algunas de ellas por debajo de sitios complejos del Periodo Arcaico Final (por ejemplo, Cerro
Sechín; cf. Fuchs 1992). Muchos de ellos cuentan con estructuras cuya relevancia para sus usuarios origi-
nales normalmente no queda clara. Dillehay y sus coautores (Dillehay et al. 2007) plantean la presencia
de horticultores en el valle de Zaña (fase Pircas 7000-5000 a.C.) con evidencias de estructuras domésticas
de uso prolongado —con algunos indicios de uso repetido de espacios en la fase anterior (Paijanense
Tardío)— y presencia de arquitectura monumental (4500-3000 a.C.) en la fase Tierra Blanca (5000-2500
a.C.), construida y usada por sociedades agrícolas. Esto significaría que el cambio hacia la complejidad en
Zaña —y, quizá, en otras zonas por definir— se dio alrededor de 7000 a.p. Como queda mencionado,
la arquitectura monumental se inició en Casma alrededor de 3500 a.C. En estos casos, la arquitectura
muestra elementos compartidos sobre áreas mayores y principios de superposiciones regulares o cíclicas
que permiten una definición previa de tiempo involucrado más en la teoría que en la práctica por falta de
documentación precisa (con la excepción de Kotosh; cf. Izumi y Terada 1972; Kaulicke e.p. a). Existen
casos de construcciones y fases de enterramiento tanto relativamente cortas (cf. los estudios en el complejo
de Cerro Lampay realizados por Vega-Centeno, número anterior), como también más largas en Caral y
otros sitios (cf. Kaulicke e.p. b). El problema que se suscita es la relación funcional y temporal entre la
arquitectura monumental y la arquitectura doméstica debido a la documentación poco precisa o, inclusive,
ausente. Esto vale también para la definición del área — desplazamientos dentro de ella, un sitio o varios,
entre otros—. Es deficiente también la documentación acerca de la inserción de la cultura material en
contextos específicos relacionados con la arquitectura (cf. discusión acerca de la noción de ‘casa’), así como
la relación concreta con las bases económicas.
Este cúmulo de datos que aumenta en forma constante y acelerada requiere de una sistematización
cronológica. Sobre la base de las sugerencias de fases en Caral (Shady 2005: 13), la discusión expuesta
por Vega-Centeno (número anterior) y los postulados de Dillehay (véase arriba), se podría plantear el
siguiente esquema: Periodo Arcaico Tardío (5000-2600 a.C.), con probables subdivisiones por definir,
Periodo Arcaico Final A (2600-2400 a.C.), Periodo Arcaico Final B (2400-2000 a.C.) y Periodo Arcaico
Final C (2000-1500 a.C.), lo que incluye una transición al Periodo Formativo Temprano (1700-1500
a.C.; cf. Kaulicke e.p. b). Este esquema permite ordenar mejor e incluir todos los sitios pertinentes con los
fechados (corregidos) y la documentación correspondientes.
En el Perú existe una nomenclatura poco unificada para la periodización del tiempo en cuestión sin
que se definan claramente las diferencias respectivas que puedan sustentar esta situación: periodos líticos,
Periodo Lítico/Periodo Arcaico (Inferior/Superior), Periodo Precerámico, Periodo Precerámico con algo-
dón o, inclusive, Periodo Formativo Precerámico. En los trabajos publicados en en estos dos números
del Boletín se han respetado las preferencias personales de los autores, pero esta proliferación de denomi-
naciones conlleva ciertos problemas metodológicos. Por un lado, se crean oposiciones como lítico (¿de
Paleolítico/Mesolítico?) frente a cerámico (la base de la cronología de Rowe) o esquemas evolucionistas
como arcaico-formativo (inferior-superior). La inclusión del Formativo también se basa en estos argumen-
tos, así como en comparaciones poco convincentes con el Neolítico Precerámico (Pre-Pottery Neolithic

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o PPN) del Levante. El autor insiste en usar el término «arcaico» en un sentido cronológico —y que
empieza con el inicio del Holoceno—, que se basa en industrias líticas y en sus cambios fundamentados
en las estratigrafías de pisos de ocupación en abrigos rocosos y estaciones al aire libre, así como en estruc-
turas superpuestas que permiten una subdivisión más fina del Periodo Arcaico Final y que, con más datos
a disposición, podrían servir para subdividir el Periodo Arcaico Tardío. Si bien los términos «arcaico» y
«formativo» pueden entenderse como indicadores de estadios evolucionistas, depende de su definición
para que se les entienda como justificaciones cronológicas y no interpretativas de procesos. Asimismo, la
aplicación de fechados radiocarbónicos no debería funcionar como una especie de cronología indepen-
diente en forma de seriación por edad sin la previa discusión de la cronología relativa o su confrontación
con ella. De esta manera, se observa que existe una mayor diversidad en la arquitectura monumental en lo
que respecta a técnicas de construcción, diseño arquitectónico, diferencias de tamaño y complejidad inte-
rior, técnicas y ubicación de decoración figurativa y contextos asociados (contextos funerarios, ofrendas,
quemas, «basura», áreas de actividad, entre otros) en diferentes regiones en forma sincrónica y diacrónica.
Definiciones más precisas de esta diversidad contribuirán a una mejor comprensión de la complejidad que
el planteamiento de nuevas teorías del «origen de la civilización».

5. Acerca de las contribuciones

En el número 10 del Boletín se publicaron 14 aportes dedicados al tema referentes al espacio andino: uno
sobre Colombia (Oyuela-Caycedo), uno acerca del norte de Chile (Lautaro Núñez), dos sobre Argentina
(Yacobaccio y Scattolin), uno comparativo (Zaña y los mapuche del Chile meridional, Dillehay), mientras
que el resto trata de casos del Perú (dos abordan el valle de Casma [Fuchs et al., y Ghezzi y Ruggles], cuatro
del Norte Chico [Shady, Vega-Centeno, Chu y Makowski], uno se refiere a la costa central [Goldhausen et
al.], uno del área de Palpa [Reindel e Isla] y uno sobre la sierra norte [Rick]). La mayoría trata del Periodo
Arcaico y los demás se dedican al Periodo Formativo. Si bien esta colección no puede pretender una cober-
tura representativa, permite discernir la enorme variedad de formas de complejidad social que caracteriza
esta parte occidental del continente sudamericano.
En el presente número se agregan otras contribuciones acerca de áreas no andinas como el Brasil
(Neves), la parte baja de Bolivia (Prümers) y acerca del sureste de Uruguay (Iriarte); también se incluye
un trabajo del altiplano boliviano (Janusek), así como uno de la costa central del Perú (Benfer et al.). En
su totalidad, estos 13 artículos ayudan a poner sobre la mesa una situación compleja en la que las viejas
dicotomías deberían replantearse, así como los conceptos de centro y periferia, la difusión de la comple-
jidad de los núcleos favorecidos, la condición de los cazadores-recolectores simples frente a las sociedades
jerarquizadas tempranas, entre otros. Ante esta complejidad cabría cuestionar si los casos de sedentariza-
ción y domesticación («neolitización») sudamericanos constituyen ejemplos diferentes a otros situados en
distintas partes del globo. ¿Se pueden detectar mecanismos sociales, culturales y económicos que permitan
resolver el problema si los Andes pueden incluirse en los pocos ejemplos del surgimiento temprano de
sociedades complejas en el mundo, o se puede determinar si semejante problema es artificial y no debe-
ría proponerse de esta forma? Con el fin de facilitar estas comparaciones, se incluyen, en este número,
otros casos regionales o sitios paradigmáticos que invitan a contrastar los casos andinos y no andinos con
perspectivas fuera de América del Sur. Tres contribuciones cubren América del Norte (Varien y Kohler
tratan sobre el Suroeste de los Estados Unidos, mientras que Anderson expone sus planteamientos sobre el
Sureste) y Mesoamérica (Clark). Por último, se presentan cinco autores más de otras latitudes: Liu, con un
artículo sobre la prehistoria de China; Gebel, quien aborda el Levante meridional (Jordania) como ejemplo
del área más estudiada acerca del problema en cuestión en el mundo entero; Schmidt, estudioso que aporta
un trabajo sobre los últimas excavaciones en Göbekli Tepe, Turquía, un sitio de sorprendente antigüedad
(9500 a.C.), y de complejidad arquitectónica y artística igualmente impresionante; Seidlmayer, quien se
concentra en el problema del Estado temprano en el antiguo Egipto y que presenta aspectos algo inusuales
a la luz de nuevas investigaciones, y Breunig, last not least, un investigador que se dedica a un tema poco
común, el de la complejidad social en Nigeria, en el oeste de África, un área de mucho potencial y que
llena algunos vacíos aún existentes.

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No es difícil ver, en una comparación somera, las diferencias marcadas entre las características particu-
lares de estas regiones y/o sitios. El centro primigenio del Creciente Fértil se disuelve en policentros (véase
Gebel, este número), mientras que la China recibe influencias de Asia Central pese a su propio camino a
la complejidad. Áreas normalmente no consideradas en las discusiones sobre complejidad social temprana,
como el Sureste de los Estados Unidos, muestran montículos monumentales y cementerios formalizados al
mismo tiempo —o aun antes— que en los Andes y se vislumbran, también, en el Uruguay. La enorme va-
riabilidad social, política y cultural que se percibe mediante sus fascinantes expresiones materiales, que no
dejan de producirse en escala incrementada, poco a poco permitirá contar con bases significativas para el
análisis en vez de tener que discernir entre informaciones incompletas y lagunas de ignorancia, e interpre-
tarlas como inexistentes o evidencias de «subdesarrollo». En el artículo final se tratará de enfocar los logros
y los problemas planteados en esta importante colección de 27 aportes de la pluma de más de 40 autores.

Notas
1
Para ampliar este tema, véase también los trabajos de Carsten y Hugh-Jones (1995), además de los de
Wilson (1988) y Hugh-Jones (1995); y para su aplicación a la arqueología, cf. Hodder (1990), Kuijt ([ed.]
2000), Banning y Chazan (2006), y Watkins (2006).
2
Acerca del tema del almacenaje en el temprano Cercano Oriente (Epipaleolítico y Neolítico Temprano),
véase Bartl (2004).
3
En Ohalo II (hacia 21.500 a.C. [calib.]) ya hay agrupaciones de estructuras con cierta complejidad sin la
presencia de cultígenos (Nadel 2006). Para comparaciones con el Paleolítico Superior de Europa, véase el
trabajo de Kozlowski (2006).

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ISSN 1029-2004
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.° 11 / 2007, 23-51 / ISSN 1029-2004

Centralidad regional, ecología religiosa y


complejidad emergente durante el Periodo Formativo en
la cuenca del lago Titicaca*
John W. Janusek a

Resumen

En este artículo se discute la complejidad temprana en la cuenca sur del lago Titicaca, en los Andes bolivianos. Se estudia un
paisaje regional con formaciones de carácter multicomunal que surgieron durante el Periodo Formativo Tardío (100 a.C.-500
d.C.). Se sugiere que, en esta etapa, el establecimiento de Khonkho Wankane, junto con el de los disembedded centers, es decir,
centros con poca población residente, pero a los que llegaban gente en número nutrido para la realización de ceremonias, festines
u otras prácticas rituales, tuvo un papel importante en la transformación social que dio origen, por último, a los sistemas políticos
centralizados. Sin duda, la actividad política fue un elemento importante de interacción social, pero estuvo involucrada con
rituales y otras actividades —tales como la construcción de montículos— que constituyeron una parte primordial de los más
influyentes encuentros ceremoniales a gran escala. Más que un conjunto de individuos que deseaban diferenciarse o acumular
más poder que los demás (aggrandizers), aquellos que residieron en Khonkho Wankane fueron mediadores sociales e ideológicos.
Este caso sugiere que la complejidad no estatal pudo ser mucho más variable de lo que diversos modelos arqueológicos proponen
en la actualidad.

Palabras clave: complejidad emergente, prácticas rituales, cuenca del lago Titicaca, Periodo Formativo Tardío, Khonkho
Wankane

Abstract

REGIONAL CENTRALITY, RELIGIOUS ECOLOGY, AND EMERGENT COMPLEXITY IN THE LAKE TITICACA
BASIN FORMATIVE

In this paper, I discuss early complexity in the southern Lake Titicaca Basin of the Bolivian Andes. I examine a regional landscape
of multi-community formations that emerged during the Late Formative Period (100 BC-AD 500). I suggest that during the
Late Formative in the southern Lake Titicaca basin, the establishment of Khonkho Wankane and other disembedded centers,
played an important role in the social transformations that ultimately gave rise to centralized political systems. Political activity
was undoubtedly an important element of social interaction, but it was enmeshed with ritual and other activities, such as mound
construction, and formed an embedded part of more encompassing, large-scale ceremonial encounters. More than they were ag-
grandizers, those who resided at Khonkho were social and ideological mediators. This case suggests that non-state complexity may
be far more variable than most current archaeological models propose.

Keywords: emergent complexity, ritual practice, Lake Titicaca basin, Late Formative, Khonkho Wankane

1. Introducción

En este artículo se discute la complejidad temprana en la cuenca sur del lago Titicaca, en los Andes bolivia-
nos (Fig. 1). Se analiza un paisaje regional con formaciones de tipo multicomunal que surgieron durante
el Periodo Formativo Tardío (100 a.C.-500 d.C.), el que corresponde al Periodo Intermedio Temprano

* Traducción del inglés al castellano: Mónika Barrionuevo


a
Vanderbilt University, Department of Anthropology.
Dirección postal: Nashville, Tennessee, 37365, Estados Unidos.
Correo electrónico: john.w.janusek@vanderbilt.edu
24 JOHN W. JANUSEK

Fig. 1. Vista de la cuenca sur del lago Titicaca, que muestra la ubicación de Khonkho Wankane y el paisaje de la región de
Machaca (elaboración del gráfico: John Janusek y Arik Ohnstad).

de los Andes centrales. Los sitios, prácticas y redes que surgieron durante esta etapa fueron la base de la
política regional tiwanaku. La investigación del autor se concentra en el sitio de Khonkho Wankane, uno
de los varios centros construidos de manera muy temprana y ocupados hacia el comienzo de esta época. Se
sugiere que este fue un lugar de convergencia para comunidades múltiples, y que su «influencia social» fue
amplia. Además, constituyó uno de los varios centros mayores de una región relativamente circunscrita, en
la que cada complejo produjo construcciones y corpus artefactuales distintivos. Este tipo de asentamiento
socioespacial estimuló una nueva perspectiva de complejidad emergente como un proceso histórico diná-
mico basado en una identificación humana respecto de los lugares centrales en el marco de un movimiento
continuo alrededor de un espacio con múltiples centros.
La fundación de Khonkho Wankane marcó una transformación en el significado e impacto de la
centralidad en la región. El autor considera a la centralidad como una ideología y grupo de prácticas que
fueron fuertemente difundidas en los eventos rituales periódicos realizados en locaciones significativas
al interior del paisaje regional. Este complejo estuvo entre los lugares más importantes y consistía de un
asentamiento multicéntrico; asimismo, su importancia regional cambió con el paso del Periodo Formativo
Tardío. En el presente trabajo se pone especial atención a su ubicación local socioespacial, su importancia
para la convergencia social regional y la formación de una «macrocomunidad», así como su significado
ideológico como un lugar de encuentro de carácter animista, de fuerzas ancestrales y de mediación de los
ritmos temporales y ciclos de la vida humana.
Sobre la base de los estudios realizados, se postula que Khonkho Wankane no fue simplemente un
ámbito espacial en el que los aggrandizers emergentes cimentaban su rango y autoridad. Como un centro
de encuentro, marcaba el sentido de identificación para múltiples comunidades y transformaba las pers-
pectivas locales en tiempo, espacio y carácter de las sociedades implicadas. Se postula aquí que el rango
social y la autoridad política no estimularon este proceso, sino que, en opinión del autor, se desarrollaron
en forma conjunta y, también, de manera independiente.

ISSN 1029-2004
CENTRALIDAD REGIONAL, ECOLOGÍA RELIGIOSA Y COMPLEJIDAD EMERGENTE... 25

2. Modelos políticos y complejidad emergente en los Andes

El Periodo Formativo Tardío andino es análogo a la fase de transformación política que ocurrió en todo
el mundo en la que surgieron lo que los arqueólogos, desde una perspectiva material, tienden a llamar
jefaturas (Sahlins y Service 1960; Service 1975), y desde una perspectiva política de influencia marxista,
sociedades estratificadas (Fried 1967; Carneiro 1981; Brumfiel y Earle 1987; Earle 1997; Stanish 2003).
Desde esta última, en particular, una dinámica crucial para el entendimiento del surgimiento de estas so-
ciedades es la cristalización de un espacio regional con actores políticos competentes, considerados aggran-
dizers, es decir, individuos acaparadores o componentes de elites. Estos actores pueden convertirse en jefes
institucionalizados por medio del éxito en un número de prácticas políticas frecuentes: la congregación
de gente como una fuerza de trabajo permanente para la construcción periódica y producción artesanal
relacionada; la generosidad pública y distribución de la deuda social por medio del otorgamiento de obse-
quios y el auspicio de fiestas (el modelo de la generosidad —big heart— de Hayden y Gargett [1990]), y
la obtención del acceso a los recursos materiales exóticos y valiosos o riqueza (Clark y Blake 1994; Stanish
1999). En el campo arqueológico, tales sociedades aparecen como dos o tres sistemas de asentamientos,
jerárquicamente del mismo nivel, en el que cada uno tiene un centro principal donde residen los ag-
grandizers que dominan las relaciones entre los asentamientos permanentes y más pequeños alrededor de
ellos. Para la cuenca del lago Titicaca, los arqueólogos han señalado a estas formaciones como organismos
políticos multicomunales o conformados por comunidades múltiples (Stanish 1999, 2003; Bandy 2001,
2006; Janusek 2004). Al parecer, durante el Periodo Formativo Tardío surgieron una serie de formaciones
políticas múltiples contiguas, interactivas y competitivas a lo largo de la cuenca.
En el presente artículo, el autor propone un modelo alternativo para las formaciones complejas emer-
gentes basado en las investigaciones en curso en el sitio de Khonkho Wankane. Se sugiere que, durante
el Periodo Formativo Tardío en la cuenca sur del lago Titicaca, el establecimiento de Khonkho Wankane,
junto con otros centros con poca población residente reducida, pero a los que llegaban gente en número
nutrido para la realización de ceremonias, festines u otras prácticas rituales (disembedded centers, sensu
Pauketat 2004; 2007: 146-149), y que conformaron sitios múltiples para encuentros periódicos tanto
sociales como ceremoniales, tuvieron un papel importante en la transformación social que dio origen, por
último, a los sistemas políticos centralizados. Las diferencias de estatus y posición se intensificaron durante
esta etapa, pero dependían decisivamente del establecimiento de relaciones directas con el lugar por medio
de su residencia en él y de la mediación de las redes sociales e ideológicas que el sitio establecía. De manera
específica, el estatus se derivó de la exitosa intercesión ritual de los ciclos cósmicos y humanos, activida-
des que parecen haber ocurrido en Khonkho Wankane durante los eventos ceremoniales periódicos. La
función política fue, sin duda, un elemento importante de interacción social, pero estuvo involucrada con
rituales y otras labores, tales como la construcción de montículos, y fue asociada a los diversos actos que
se realizaban en los encuentros ceremoniales a gran escala. Además de ser considerados como aggrandizers,
aquellos individuos que residieron en Khonkho Wankane fungieron de mediadores sociales e ideológicos.
Este caso sugiere que la complejidad no estatal puede ser más variable de lo que muchos modelos ar-
queológicos proponen en la actualidad. Mientras que los modelos políticos claramente arrojan luces sobre
la complejidad emergente en algunas sociedades formativas andinas —por ejemplo, la cuenca norte del
Titicaca (Stanish 2003; Levine 2008)— esto no se aplica muy bien a la región en cuestión. Sociedades aná-
logas a los cacicazgos y sociedades estratificadas surgieron en ciertas regiones del mundo, pero el Periodo
Formativo Tardío de Machaca expande el rango, por un lado, a posibles expresiones de complejidad tem-
prana y, por otro, a posibles funciones cumplidas por grupos e individuos que tenían alto estatus.

3. El Periodo Formativo Tardío (100 a.C.-500 d.C.) en la cuenca sur del lago Titicaca

Las investigaciones en curso en los Andes centro-sur demuestran que el Periodo Formativo Tardío fue
una fase muy dinámica de desarrollo y transformación sociopolítica. En la cuenca norte surgió la entidad
política Pukara, y sus grupos dirigentes, reunidos en el extenso sitio del mismo nombre, controlaron las
redes de intercambio interregional y manejaron el poder político desde, aproximadamente, 200 a.C. hasta

ISSN 1029-2004
26 JOHN W. JANUSEK

200 d.C. (Chávez 1992; Mujica 1992; Klarich 2005). El propio centro protourbano incorporó múltiples
complejos ceremoniales en una gran plataforma aterrazada, y cada uno, al parecer, constituyó el centro de
una comunidad o culto ritual particular.
Ningún sitio comparable surgió en la cuenca sur hasta 500 d.C., cuando Tiwanaku se convirtió en el
centro de la actividad ritual y política. Durante el Periodo Formativo Medio (800-200 a.C.) predominó
un complejo cultural conocido como Chiripa (Mohr-Chávez 1988; Hastorf 2003). El asentamiento, agru-
pado a lo largo de las orillas del lago y de las corrientes perpetuas, así como de los terrenos lacustres tales
como las penínsulas de Taraco y Copacabana, incorporó núcleos múltiples con grandes conjuntos de
templos (Chávez y Mohr-Chávez 1997; Janusek 2004). Por último, el sitio de Chiripa floreció, entre 400
a 200 a.C., como uno de los más importantes centros en esta red regional. El templo principal consiste de
un patio hundido dentro de una plataforma elevada sobre la que se construyó un «cinturón» de santuarios.
A la luz de las evidencias de actividades rituales y entierros humanos bajo los pisos de estas estructuras,
Hastorf (2003) los interpretó como lugares sagrados para comunidades múltiples que estaban afiliadas a
ellos y que visitaban Chiripa periódicamente para realizar rituales y otras actividades.
Importantes cambios sociopolíticos —y, quizá, medioambientales— caracterizaron a la cuenca sur
después de 200 a.C. (Abbott et al. 1997; Bandy 2001, 2005). Muchos sitios chiripa fueron abandonados o
se redujeron en población e importancia conforme surgían nuevos centros, varios de ellos ubicados en lu-
gares de tierra adentro, antes inhabitados o relativamente cerca de pequeñas aldeas del Periodo Formativo
Medio. Durante el Periodo Formativo Tardío 1 (200 a.C.-250 d.C.), no destacó uno por sobre los demás,
sino que se establecieron varios centros múltiples y cada uno incorporaba un tipo distintivo de complejo
ceremonial. El patrón arquitectónico típico incluyó plataformas construidas con tierra que albergaban
patios trapezoidales y, al menos en el caso de algunos sitios —como, por ejemplo, Kala Uyuni—, se
incorporaron pequeñas cámaras rituales. En el Periodo Formativo Tardío 2 (250-500 d.C.), dos de ellos
continuaron su expansión hasta convertirse en los mayores centros regionales: Tiwanaku, en el valle de
Tiwanaku, y Khonkho Wankane, en Machaca, más allá de la cadena de montañas Kimsachata-Chilla,
hacia el sur. Debido a que la ocupación del Periodo Formativo Tardío en Tiwanaku está bajo metros de ba-
sura de la fase Tiwanaku (500-1100 d.C.), la etapa en el que este se desarrolló como uno de los principales
centros ceremoniales en los Andes centro-sur todavía permanece pobremente entendida. Mejor conocido
es el complejo de Khonkho Wankane, donde el equipo a cargo del autor ha realizado investigaciones ar-
queológicas intensivas desde 2001. A continuación se describen ciertos aspectos del asentamiento regional
del yacimiento, el carácter cambiante de sus construcciones y las que parecen haber sido prácticas rituales
asociadas con el centro.

4. Khonkho Wankane y su influencia socioespacial

Khonkho Wankane ocupa una porción de la pampa Machaca, entre las colinas de la cadena Kimsachata-
Chilla y el río Grande (Jach‘a Jawira), un tributario del río Desaguadero, el eje del sistema de drenaje
principal del lago Titicaca. El sitio consiste de dos montículos grandes rodeados por varios de pequeñas
dimensiones (Fig. 2). El montículo principal, Wankane, consiste de una plataforma que fue levantada de
manera artificial sobre una pequeña colina durante el Periodo Formativo Tardío. Los lados este y oeste de
la plataforma estuvieron delimitados por dos riachuelos que drenaban el agua de los manantiales semiper-
manentes de las colinas de la cadena Kimsachata-Chilla hacia el río Grande. Los límites norte y sur de la
plataforma estuvieron rodeados por estrechos bofedales, remanentes de acequias que eran inundadas con
frecuencia en el pasado. Hacia el norte y ligeramente al este de la plataforma se encuentra el montículo
de Putuni, un pequeño cerro natural que, como Wankane, fue convertido en una plataforma temprana
durante la misma etapa.
Alrededor de Khonkho Wankane existen varios montículos pequeños que presentan artefactos en su-
perficie que datan del Periodo Formativo Tardío (Fig. 3). Una prospección sistemática e integral del asen-
tamiento dirigida por Carlos Lémuz (2006, 2007) reveló varios sitios hacia el este y oeste de Khonkho
Wankane, al exterior del área de la plataforma principal rodeada por los riachuelos. Las recolecciones de
superficie realizadas en estos montículos en 2001 proporcionaron fragmentos cerámicos y desechos líticos

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CENTRALIDAD REGIONAL, ECOLOGÍA RELIGIOSA Y COMPLEJIDAD EMERGENTE... 27

Fig. 2. Los dos montículos de Khonkho Wankane (elaboración del plano: Scott Smith).

que datan del Periodo Formativo Tardío. Sin embargo, las excavaciones realizadas en varios de ellos durante
2006 no proporcionaron evidencias de una ocupación prehispánica in situ, lo que sugería que cualquier
resto de actividades humanas que hubiera existido habría sido disturbado por actividades posdeposiciona-
les humanas o naturales (Ohnstad, Janusek y Smith e.p.).
Las excavaciones bajo la plataforma de Putuni proporcionaron evidencias de ocupaciones tempranas
que datan del Periodo Formativo Tardío 1 (Fig. 4). Estas consistieron en superficies apisonadas superpues-
tas asociadas con pequeños fogones informales, así como cerámica no decorada, fragmentos de huesos
y desechos líticos. Entre las superficies se encontraron delgados estratos de sedimentos finos y arenosos,
residuos de eventos alternos de sedimentación que cubrían cada fina ocupación. Enterradas por la plata-
forma tardía, estas ocupaciones fueron los restos materiales de repetidos y breves momentos de realización
de actividades en esta elevación artificial. Indicios muy similares se han identificado en los montículos

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28 JOHN W. JANUSEK

Fig. 3. Khonkho Wankane y los montículos alrededor de la plataforma principal (adaptación de una imagen creada por Arik
Ohnstad).

erosionados cercanos, que no fueron convertidos en plataformas monumentales como Putuni. En este
escenario, muchas de las ocupaciones tempranas que rodeaban la plataforma principal de Wankane —y,
hacia el Periodo Formativo Tardío 2, las plataformas de Wankane y Putuni— fueron asentamientos de
carácter periódico más que lugares habitados de forma permanente.
La evidencia para la movilidad sustancial en los asentamientos circundantes de Khonkho Wankane
afecta, de manera significativa, el entendimiento de este en relación con su ubicación local y regional. En
primer lugar, esto cambia, en forma radical, la interpretación de la prospección de los asentamientos en
las inmediaciones. Carlos Lémuz (2006, 2007) identificó cinco sitios fechados hacia el Periodo Formativo
Tardío 1 en un área de 50 kilómetros alrededor de las dos plataformas; asimismo, registró 13 yacimientos
que databan del Periodo Formativo Tardío 2 en la misma zona. Las excavaciones en tres de los sitios del
Periodo Formativo 1 (los que incluyen a Putuni) y tres del Periodo Formativo Tardío 2 —básicamente,
todos los que tenían montículos fueron excavados— proporcionaron restos disturbados de lo que ha-
brían sido ocupaciones temporales y efímeras. En segundo lugar, el reconocimiento no ha proporcionado,
hasta el momento, sitios importantes para el Periodo Formativo Tardío al exterior de esta zona. El asen-
tamiento más cercano documentado es Iruhito, ubicado a unos 32 kilómetros al noroeste de Khonkho
Wankane, en el río Desaguadero. Los complejos más próximos con arquitectura monumental incluyen la
isla de Simillake, en el río Desaguadero y, más allá de la cadena Kimsachata-Chilla, Kallamarka-Chuñuni y

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Fig. 4. Perfil del Montículo Putuni, que muestra un palimpsesto de superficies efímeras bajo un estrato grueso de relleno arci-
lloso (adaptación de John Janusek de fotos tomadas por Arik Ohnstad).

Tiwanaku (Portugal Ortiz y Portugal Zamora 1975; Paz et al. 2005). De esta manera, Khonkho Wankane
estuvo relativamente aislado en la cuenca superior del Desaguadero. Las investigaciones no han propor-
cionado pruebas claras de viviendas permanentes situadas alrededor del sitio. La evidencia de ocupaciones
temporales superpuestas en los montículos cercanos indica que la gente acudió de forma periódica a este
complejo, quizás en ciclos estacionales o anuales, para habitarlos brevemente. ¿Qué trajeron esas personas
a este lugar? ¿De dónde venían? ¿Cuál fue la importancia de Khonkho Wankane en los ámbitos local y
regional?

5. La continua construcción de Khonkho Wankane

Las excavaciones en Khonkho Wankane revelan una larga historia, desarrollada durante el Periodo
Formativo Tardío, manifestada en una secuencia de varias fases de construcción y ocupación (Ohnstad
2007; Smith 2007). El equipo dirigido por el autor ha podido diferenciar una serie de fases para gran
parte del Periodo Formativo Tardío por medio de un detallado análisis cerámico y un conjunto de más
de 30 fechados radiocarbónicos (Janusek 2007, 2008b). La primera fase está representada por la principal
ocupación bajo el actual montículo, la que podría corresponder, cronológicamente, a la ocupación inicial
del montículo Putuni, si bien esto no es muy claro aún. Los fechados radiocarbónicos la fechan entre 1 a
60 d.C. y, hasta el momento, se han expuesto muy pocas áreas de ella, ya que se encuentra enterrada por
gruesos estratos de relleno cultural en muchas zonas (Fig. 5). Consiste de una superficie relativamente
efímera sobre el subsuelo natural de arcilla, mientras que el relleno es oscuro y orgánico, y contiene restos
fragmentados de fauna y tiestos no decorados.
Esta ocupación temprana fue cubierta en el proceso de expansión del montículo natural para crear una
plataforma, lo que ocurrió en algún momento hacia la mitad del siglo I d.C. Durante la construcción del
montículo, grandes sectores del cerro original, y sus ocupaciones circundantes, fueron cubiertos con relle-
nos de tierra consistentes de capas estratificadas alternadas de arcilla arenosa y sedimentos que habían sido
dragados de las áreas alrededor de la plataforma principal. En el proceso de expansión, los constructores
crearon una amplia zanja que rodeaba el creciente complejo de plataforma (Fig. 6). Esto tuvo varias con-
secuencias: cambió el curso de las dos corrientes, ambas alimentadas por los manantiales de las montañas
hacia el norte, de tal manera que, en la actualidad, «abrazan» el complejo y definen sus límites este y oeste
respectivamente y, también, creó un bofedal alrededor de toda la plataforma. La densidad del agua en este
bofedal pudo haber sido controlada mediante la manipulación del flujo de los manantiales de las monta-
ñas, como se hace hoy en día por parte de la comunidad de Qhunqhu Liqiliqi. De este modo, la construc-
ción de la plataforma fue realizada al mismo tiempo que la creación de un microambiente antrópico.
La construcción facilitó la expansión de edificaciones y ocupaciones humanas en el sitio (Fig. 7). Una
de las construcciones más antiguas fue una versión temprana del patio hundido trapezoidal. Una superficie
temprana de esta estructura reveló abundantes tiestos cerámicos, los que incluían cuencos llanos y restos

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Fig. 5. Una unidad profunda que llega al nivel inicial de ocupación debajo de la plataforma del Montículo Wankane (foto:
John Janusek).

óseos animales fragmentados. Esto sugiere que, entre otras actividades, dicho patio fue un espacio de con-
sumo ritual (Janusek, Ohnstad y Roddick 2003; Janusek y Pérez Arias 2005). Un gran recinto cercado, el
Recinto 1, fue construido en el lado este del patio hundido y las excavaciones en ese lugar han expuesto una
gran entrada hacia el centro de su muro norte y, por lo menos, dos construcciones circulares tempranas y
sus áreas de actividad asociadas en la parte externa (Janusek, Ohnstad, y Roddick 2003; Janusek, Roddick
y Pérez 2005; Plaza Martínez 2006). También fue construido y habitado un grupo de estructuras circulares
en el área este del Recinto 1, en lo que hoy es el cuadrante suroeste del Recinto 3. No obstante, el gran
muro que circunscribe esta área parece haber sido construido, o reconstruido, en una fase tardía.
Continuos proyectos de construcción hacia la mitad del Periodo Formativo Tardío 1 (100-250 d.C.)
expandieron y formalizaron la configuración arquitectónica del Montículo Wankane. Por alguna razón, el
patio hundido trapezoidal fue reconstruido y la sección oeste del Recinto 1 fue alterada (Janusek y Pérez
2005). La superficie del patio fue cubierta con tiestos cerámicos y huesos de camélidos dispersos, lo que
indica que, en este lugar, se consumieron alimentos y bebidas. Un muro, conformado por bloques apun-
talados por medio de columnas trabajadas con gran elaboración y agrupadas en forma vertical, «rodeaba»
el patio. A pesar de que en cada lado había un acceso, las entradas principales consistieron de un gran co-
rredor construido en el muro norte, que proporcionaba el ingreso al patio desde el centro de la plataforma,
así como una elaborada escalera hacia el sur, la que, a su vez, brindaba una comunicación con el patio
desde el límite sur de la plataforma. La entrada sur estuvo conformada por piedras de diferentes colores y

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Fig. 6. Khonkho Wankane, ubicado en el medio de dos cursos fluviales y el bofedal resultado de la construcción de las plata-
formas (adaptación de John Janusek de una imagen creada por Arik Ohnstad).

texturas, y estuvo cubierta con una jamba formada por adobes cocidos y multicolores (Fig. 8). Estos dos
accesos conformaron un eje principal Norte-Sur hacia el templo. El análisis arqueoastronómico sugiere
que los diversos pasos y la forma trapezoidal del patio estuvieron relacionados visualmente con distantes
rasgos terrestres, como el monte Sajama, situado hacia el extremo sur, y fenómenos celestes, como la salida
de importantes constelaciones en épocas significativas del ciclo anual (Benítez 2007). Al entrar y discurrir
por el espacio interno del patio, los especialistas rituales y los participantes recrearon estas relaciones por
medio de movimientos concordantes y programados.
Las alteraciones en el Recinto 1 indican la presencia de especialistas rituales a cargo de las ceremonias
realizadas en el patio (Fig. 9). Las estructuras habitacionales del Recinto 1, comparadas con las del Recinto
3, fueron relativamente elaboradas (Janusek, Roddick y Pérez 2005). A diferencia de las tres ocupaciones
del Recinto 3, las del Recinto 1 revelaron pocas evidencias de producción doméstica o especializada; ade-
más, proporcionaron una baja frecuencia de artefactos distintivos, lo que incluía fragmentos de láminas
de oro y una gran piedra redondeada de color verde que parece haber tenido un significado ceremonial
(Janusek y Roddick 2003). Hacia fines del Periodo Formativo Tardío 1, el muro oeste original fue reno-
vado de manera integral y el muro norte fue extendido hasta cubrir el lado este del patio hundido. Además,
una pequeña entrada en la sección norte del muro este del patio fue incluida en la reconstrucción de la
estructura. Estas construcciones conectaron, de manera efectiva, el recinto con el patio y establecieron
una entrada relativamente privada hacia él. Debido a todo lo expuesto, se infiere que aquellos individuos
asociados con el Recinto 1 tuvieron un estatus especial por ser los que dirigían las ceremonias realizadas en
el patio hundido, además de poder haber dirigido, también, su reconstrucción y mantenimiento.
La construcción y uso inicial del Recinto 2, asociado de forma cercana con el patio hundido, data de
esta época. Muy erosionado en su lado oeste, conformó una gran estructura circular, de casi 4,5 metros de
diámetro, al parecer dedicada a la producción de comida a gran escala (Zovar 2006). El piso de la estruc-
tura reveló abundantes huesos de camélidos trozados e implementos de molienda desgastados. Hacia el
este, al exterior de la estructura, se encontró un basural conformado por múltiples capas superpuestas de

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Fig. 7. Construcciones de las fases iniciales de la Plataforma Wankane (elaboración del gráfico: John Janusek).

Fig. 8. La entrada sur del


Templete Hundido. Detrás
de la piedra, levantada re-
cientemente, el observador
tiene una vista directa ha-
cia el cerro Sajama (foto:
John Janusek).

ceniza gris verdosa que estaba entremezclada con coprolitos y huesos de camélidos, así como lascas líticas.
En la estructura, y en todas las partes intactas del recinto, las lascas de piedra pizarra fueron más frecuentes
que en cualquier otra parte excavada del complejo. Presumiblemente, estas constituyen restos de raspado-
res y cuchillos usados para procesar camélidos y, quizá, otros ítems para preparar comidas y bebidas. La
ubicación del recinto sugiere que el patio trapezoidal fue el espacio principal del consumo facilitado por
esta producción de alimentos.
Los últimos cimientos del muro del Recinto 3 también fueron construidos durante o alrededor de esta
fase (Smith 2007). Con cerca de 84 metros por lado, con lo que se formaba un bien planificado y casi
perfecto cuadrángulo, el muro fue levantado para encerrar un grupo de patios y sus áreas de actividad aso-
ciadas, lo que incluía el grupo-patio suroeste del Recinto 3. Las nuevas estructuras fueron construidas una

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Fig. 9. Construcciones de las fases intermedias de la Plataforma Wankane (elaboración del gráfico: John Janusek).
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Fig. 10. Construcciones de las fases tardías de la Plataforma Wankane (elaboración del gráfico: John Janusek).

vez que el muro final fue ampliado. Este es el caso del grupo-patio noroeste del Recinto 3, que consistía
de varias estructuras circulares —todas ellas unidas a depósitos semicirculares— ubicadas alrededor de un
gran patio abierto. Dos estructuras rectangulares en los límites del grupo sur conformaron un escenario
para conjuntos de actividades distintivas, como lo indica la alta cantidad de cuencos decorados del estilo
Kalasasaya. Otras estructuras rectangulares para la realización de eventos especiales estuvieron asociadas
con agrupaciones de estructuras circulares en la sección sur del recinto. De este modo, mientras las cons-
trucciones domésticas eran realizadas según la tradición anterior, las nuevas prácticas incluyeron la cons-
trucción y uso de edificaciones rectangulares de varios tamaños y formas para usos específicos.
Una secuencia final de construcciones, fechadas hacia el Periodo Formativo Tardío 2 (250-450 d.C.),
proporcionaron la forma del complejo ceremonial del Periodo Formativo Tardío en su apogeo (Fig. 10).
A pesar de la dificultad de realizar fechados por falta de restos orgánicos, es casi seguro que la plataforma
Putuni fue construida hacia comienzos de esta fase. Varias plataformas de tierra de gran tamaño fueron
levantadas sobre el Montículo Wankane. La plataforma en la parte sur del montículo fue erigida sobre
dos tercios del Recinto 1, cuyo muro sur fue destruido para facilitar esta edificación. Una plataforma
en el Recinto 3 fue construida o ampliada en esta época, y la presencia de escalones monolíticos ex situ
sugieren escaleras removidas en algún momento (Smith 2007). El proceso más drástico fue la edificación
de la plataforma oeste de Wankane, la que constituyó el escenario para un nuevo conjunto ceremonial de
tipo hundido dual (Janusek y Pérez 2005). Al parecer, la producción de alimentos en el Recinto 2 también
servía para actividades ceremoniales y consumo ritual en los dos patios, los que proporcionaron tiestos
cerámicos y restos de fauna trozados (Zovar 2007). Sus entradas principales estaban en sus muros oeste y
permitieron el movimiento dentro y a través de cada uno de ellos, al contrario de los accesos en sus muros
este, que solo posibilitaban el paso hacia el centro de la plataforma. Un nicho en el patio del extremo norte
presentaba piedras talladas: una representaba a un camélido alado y la otra a una cabeza antropomorfa de
perfil. Por último, un impresionante muro, elaborado con inmensas columnas de arenisca gris, fue erigido

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alrededor de los lados sur y oeste del montículo con el objeto de cercar y delimitar los conjuntos de plata-
formas en esas direcciones.
Estas construcciones expandieron considerablemente el área total y la diversidad de espacios para las
actividades ceremoniales, a la vez que alteraron la orientación principal del complejo y sus características
socioespaciales. En primer lugar, crearon una gran plaza cercada en el centro del sitio en la que fue colo-
cado el Tatakala, un inmenso monolito y el último en ser tallado en el lugar (Rydén 1947; Janusek 2005;
Ohnstad 2007; Ohnstad y Janusek 2007). En segundo lugar, los nuevos edificios proporcionaron un con-
trol más eficiente sobre el movimiento de la gente dentro del montículo. Nuevos muros, que incluían el
monolítico muro perimetral, limitaron, en gran medida, el ingreso a la plataforma principal y establecieron
un efectivo mensaje visual. Se edificaron nuevas plataformas para actividades rituales en secciones especí-
ficas de la elevación artificial y muchas de ellas fueron claramente cercadas. Además, los puntos clave de
entrada —tales como los accesos hacia los dos nuevos patios— limitaron el movimiento, dentro y a través
de ellos, a solo una persona por vez.
En tercer lugar, el Complejo de Patio Dual y la nueva plataforma en el Recinto 3 —que también
incluyó dos escaleras de piedra— proporcionaron un nuevo eje espacial al montículo Wankane, que en-
fatizó una orientación Este-Oeste. En efecto, en algún momento durante el Periodo Formativo Tardío 2,
el patio hundido trapezoidal empezó a deteriorarse (Janusek y Pérez 2005). Basados en evidencia compa-
rativa de ocupaciones contemporáneas en Tiwanaku, Leonardo Benítez y el autor han postulado que esta
modificación en la orientación materializó importantes cambios en la práctica ritual e ideología religiosa
regional (Benítez 2007; Janusek 2006a, 2008c). Estos incluyeron un énfasis creciente en el ciclo anual
solar, la coordinación de los ciclos solar y lunar, y una observación celeste diaria. Además, esto llevó a una
importancia creciente de un sistema calendárico más exacto y detallado, quizá para sincronizar los medios
particulares de subsistencia y las actividades productivas. El autor sugiere que esto se desarrolló en el marco
de una interacción y competencia intensificada entre los centros ceremoniales de la región, en particular
entre Khonkho Wankane y Tiwanaku (Janusek y Ohnstad 2008).
Khonkho Wankane estuvo siempre en construcción y su desarrollo como centro mayor ocurrió en el
lapso de muchas generaciones. Desde el comienzo y en el transcurso del Periodo Formativo Tardío, dicho
complejo fue un lugar adonde la gente concurrió de manera periódica y, presumiblemente, en fechas
especiales del ciclo calendárico que fueron definidas en los espacios ceremoniales. El consumo ritual fue
una actividad importante en algunos de ellos. A medida que se convertía en un centro mayor durante el
Periodo Formativo Tardío 2, estos espacios construidos comenzaron a incrementarse en complejidad y
control. La ocupación residencial alrededor y en la plataforma principal se expandió a lo largo de toda la
construcción secuencial de los recintos contiguos y cercados. Los episodios de la secuencia constructiva
incluyeron la planificación sustancial y el movimiento de grandes cantidades de tierra para crear el grueso
relleno que conformó el montículo y sus plataformas superpuestas. A pesar de esto, no hay evidencia de
una mayor ocupación permanente al exterior del centro y las preguntas permanecen: ¿quién proporcionó
el trabajo para estos proyectos y por qué?, ¿qué llevó a la gente a Khonkho Wankane?, ¿qué estuvo detrás
del significativo crecimiento regional de este complejo de la cuenca sur del lago Titicaca?

6. Ecología religiosa y producción ritual

La fundación de Khonkho Wankane fue un acto novedoso entre las muchas transformaciones al comienzo
del Periodo Formativo Tardío. Los lugares centrales tradicionales, como Chiripa, declinaron cuando las
redes de interacción se reestructuraron, las alianzas políticas cambiaron y los ciclos medioambientales se
volvieron menos predecibles (Abott et al. 1997). El complejo ceremonial de Khonkho Wankane incluyó
espacios para varios tipos y escalas de convergencia social y ceremonial. Hacia el Periodo Formativo Tardío
2, el sitio estuvo centrado en una amplia plaza abierta que estuvo rodeada de pequeños templos, destinados
para eventos ceremoniales más íntimos o episodios de eventos principales, así como de recintos amuralla-
dos. Los residentes de estos recintos dirigieron las faenas domésticas y especializadas (Marsh 2007; Smith
2007; Zovar 2007), e incorporaron plataformas artificiales que parecen haber albergado actividades ritua-
les más exclusivas. La espacialidad de estos lugares estuvo relacionada con las prácticas rituales y prioridades

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ideológicas cambiantes en armonía con los ciclos celestes recurrentes, y los desechos de artefactos dejados
en estos espacios sugieren que se dio un consumo ritual durante eventos ceremoniales de carácter crucial
(Janusek y Pérez 2005).
La cristalización de las nuevas relaciones socioespaciales en el Periodo Formativo Tardío fue una regene-
ración cultural y sociopolítica circunstancial sobre estas transformaciones. Lo que resalta de Khonkho Wan-
kane es el surgimiento de una nueva e innovadora ecología religiosa. Esta involucró la explotación de
manantiales de montaña confiables ubicados lejos de las fronteras locales. Además, la instauración del
sitio como un centro ceremonial incluyó la producción de un medioambiente sostenido de dimensiones
reducidas. Nuevos lugares y condiciones medioambientales fueron de la mano con preocupaciones espiri-
tuales y prácticas rituales novedosas. Estas implicaron una importancia creciente en el consumo ritual y la
celebración calendárica. Junto con estas actividades cargadas de ritualidad hubo un incremento focalizado
en: a) personajes ctónicos asociados a las fuerzas animistas regionales, y b) un culto ritual relacionado que
se enfocó en el tratamiento de restos humanos. La siguiente sección aborda estas dos prácticas y su impor-
tancia para la complejidad emergente en el Periodo Formativo Tardío.

6.1. Monolitos y personajes míticos

Los espacios rituales en Khonkho Wankane albergaron importantes iconos religiosos en la forma de mono-
litos antropomorfos. Los trabajos realizados en el complejo han proporcionado cuatro de tales esculturas,
cada una tallada dentro del estilo iconográfico conocido, de manera alternativa, como Yayamama y Pajano
(Fig. 11) (Chávez y Mohr-Chávez 1975; Browman 1980). Todos, salvo uno —el monolito Tatakala—,
fueron encontrados ex situ en el Montículo Wankane. Este monolito, estilísticamente más tardío en la
secuencia del lugar, yace caído sobre la plaza central donde estuvo erguido de manera original, pero miraba
hacia el Oeste (Fig. 12). Los otros tres pudieron haber ocupado, de manera respectiva, los tres espacios
ceremoniales restantes. Como refuerzo de esta hipótesis, es sospechoso el hecho de que el patio hundido
temprano fuera abandonado en el Periodo Formativo Tardío 2 y que el monolito estilísticamente más
temprano fuera destruido y enterrado en un lugar particular hacia el lado oeste de la Plataforma Wankane.
De esta manera, cada espacio ceremonial contenía un monolito antropomorfo central.
Los monolitos están tallados en bajorrelieve en los cuatro lados de las piedras de arenisca roja que
fueron traídas desde la cadena de montañas de Kimsachata-Chilla, situadas al norte del complejo, y cada
uno muestra un personaje erguido con los brazos cruzados en el pecho. Arik Ohnstad (2007; Ohnstad y
Janusek e.p.) ha realizado una seriación de los monolitos basado en las diferencias de tamaño, selección y
presencia de iconografía en altorrelieve. Si se comparan los monolitos de Khonkho Wankane con la amplia
base de datos de monolitos yayamama, se puede encontrar que estos tres criterios se incrementaron du-
rante el Periodo Formativo Tardío. Si se siguen estas pautas, el más temprano en Khonkho Wankane fue el
Monolito Portugal, seguido por los monolitos Wilakala y Jinchunkala, y, por último, el Monolito Tatakala,
ubicado en la plaza central de Khonkho Wankane. Su cuerpo, con ciertos aspectos tallados en altorrelieve a
diferencia de los otros tres, se asemeja a los monolitos posteriores del estilo Tiwanaku, como los monolitos
Bennett y Ponce, por lo que es estilísticamente más tardío. De este modo, es razonable sugerir, si bien es
imposible de probar, que el Monolito Portugal estuvo originalmente ubicado en el patio hundido tem-
prano de Khonkho Wankane, mientras que los monolitos Wilakala y Jinchunkala se situaron en los patios
hundidos del Complejo de Patio Dual más tardío.
Los cuatro monolitos personifican y retratan elementos de los ideales religiosos y prácticas rituales que
convergieron en Khonkho Wankane durante todo el Periodo Formativo Tardío (Fig. 13). En primer lugar,
parecen retratar seres ctónicos que personifican las dinámicas fuerzas telúricas, en este caso, del altiplano.
Asimismo, representan seres sin piernas que, incrustados en patios y plazas, aparentan emerger directa-
mente de la tierra (Ohnstad 2007). Los tres monolitos mejor preservados simbolizan felinos, habitantes
prehispánicos salvajes de la cercana cadena de Kimsachata-Chilla. Fueron tallados en arenisca traída desde
la cima de esas montañas, a unos 12 kilómetros de este complejo y a una altitud de 700 metros en relación
con su ubicación, con lo que se les relacionaba, sustantiva y ontológicamente, con la roca madre de esos
macizos que ellos, en parte, evocaban.

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Fig. 11. Los cuatro monolitos conocidos de Khonkho Wankane, dispuestos, de izquierda a derecha, de acuerdo con su supuesta
secuencia cronológica. A. Fragmentos del Monolito Portugal; B. Monolito Wilakala; C. Monolito Jinchunkala; D. Monolito
Tatakala (adaptación de Ohnstad y Janusek e.p.).

Los diseños iconográficos que decoran los personajes monolíticos implican el movimiento dinámico
de los elementos terrestres, como el agua y, simultáneamente, guían narrativas que cuentan la historia e
importancia cíclica de estas figuras (Fig. 14). La criatura que «zoomorfiza» estos elementos es un bagre
neonato (Trichomycterus sp.) con una cubierta de piel —más que escamas—, cuerpo serpentino, una ca-
beza marcada con bigotes y orejas características (Ohnstad 2007). La iconografía del pez serpentino hace
referencia al agua que fluye y, de manera más específica, al líquido vital que discurre a través de los sistemas
montañosos del altiplano. Las representaciones serpentinas conforman una metáfora para los cursos de
agua y presentan una criatura acuática —el bagre nativo— que nace y se mueve entre las diferentes zonas
del sistema acuático, lagos de las alturas, manantiales y arroyos de las montañas, y riachuelos y ríos de los
valles. En cierta medida, los monolitos aluden, de forma simbólica, a los riachuelos de las montañas, re-
presentados, metonímicamente, como un bagre neonato que se materializa y cae sobre cada cuerpo de los
personajes. Cada estatua, de este modo, habría personificado a una montaña o sus fuerzas generalizadas.
La imaginería acuática guía la lectura de otra dimensión de narraciones retratadas en los monolitos
de Khonkho Wankane. En el frente del Monolito Wilakala y en la espalda del Monolito Jinchunkala se
observan pares de figuras que vuelan o nadan —un par de felinos en uno, un par de seres humanoides en
el otro—. En otro lado de ambos monolitos está representado un humanoide con nariz prominente, con

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Fig. 12. La plaza central de la Plataforma Wankane, con el Monolito Tatakala tendido en el centro (foto: John Janusek).

las costillas expuestas y que desciende hacia la tierra, fondo del agua o profundidades del mundo. Estas
costillas identifican a cada personaje como una persona muerta, momificada o pronta a ser momificada.
De este modo, los personajes monolíticos están asociados con una subnarrativa paralela a la de los ria-
chuelos «vivientes» —formada por el movimiento de los bagres icónicos—, en la que las imágenes de los
humanoides serpentean por los ciclos de la vida y la muerte —o, quizás, solo por la muerte— y recrean a
los ancestros fallecidos y su regeneración.
Es significativo que la imaginería más extraña en estos monolitos aparezca a la espalda de la cabeza del
Monolito Jinchunkala (Fig. 15, A). En esa parte, sobre trenzas colgantes, se observan imágenes que son,
quizá, de naturaleza generadora, y que incluyen un ser humanoide desde cuyo cuerpo emergen serpientes
con cabeza de felino; en la vincha aparece un segundo humanoide del que parece brotar una vaina de fri-
joles nativos (tarwi), olas en forma de volutas y un ser con cabeza de camélido con apéndices que semejan
olas. Estas figuras parecen sugerir que las cabezas de los personajes albergaron el poder (re)generativo de
los cultivos locales, y de los animales salvajes y domesticados, de la misma manera que las cimas de las
montañas son consideradas, hoy en día, el refugio del poder espiritual regenerador de los seres humanos,
las plantas y los camélidos (Bastien 1978; Abercrombie 1998; Astvaldsson 2000). Como entre los aymara
actuales, la representación de estos personajes implica que los humanos tienden a estar directamente rela-
cionados y, por último, son derivados de la sustancia ctónica y pétrea de las montañas.
En este sentido, es importante que los camélidos sean un rasgo predominante en, por lo menos, dos
de los monolitos (Fig. 15, B). Cerca de la base de la espalda del Monolito Jinchunkala, y también a los

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Fig. 13. El lado frontal del Monolito Wilakala (quebrado) y el lado posterior del Monolito Jinchunkala (nótese las trenzas col-
gantes) (fotos: John Janusek).

pies de la parte frontal del Monolito Tatakala, también cerca de la base, se presentan imágenes de camé-
lidos, específicamente alados. El del Jinchunkala está representado cubierto con un elaborado textil, y
tiene una mano que hace las veces de un quinto apéndice que porta un cetro. La imagen más tardía del
Tatakala representa una figura con dos patas y cabeza de este animal que porta un vestido decorado y
sostiene una cabeza-trofeo. De manera clara, esta figura camina —o, con más seguridad, danza—. Estas
imágenes aluden a personas, quizás actores rituales, vestidos como camélidos y que actúan en distintos
tipos de ceremonias. Un camélido alado similar fue tallado en un pequeño bloque de piedra que decoraba
la parte central de un portal en el Complejo de Patio Dual. Por lo general, aluden a ceremonias centradas
en individuos que representaban a esos animales y, por lo tanto, la importancia, la interdependencia y
mutua identificación de ellos para con los seres humanos en Khonkho Wankane. Esta importancia está

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Fig. 14. El Monolito Jinchunkala, con sus iconos serpentinos y un pez neonato de la familia Trichomycterus sp. (bagre), que
vive en los ríos de los alrededores del sitio (elaboración del dibujo: Arik Ohnstad; foto: Randi Gladwell).

directamente relacionada con el énfasis productivo de este sitio en el paisaje regional y la formación de un
bofedal manejable alrededor como para mantener rebaños de esta especie, algo muy importante para las
ceremonias periódicas representadas.

6.2. Muerte y producción de reliquias humanas

Las excavaciones en el sitio han producido evidencia de una forma única de producción ritual que parece
estar asociada con la ecología religiosa expresada en la construcción y transformación de su iconografía
monolítica. Tempranamente, el proyecto dirigido por el autor reveló evidencias de una producción espe-
cializada en varios sectores. Esto se dio, de manera más frecuente, en la presencia de barras de yeso de forma
paralelepípeda y cúbica de varios tamaños. De hecho, un afloramiento de yeso se ubica a casi 7 kilómetros
al este de Khonkho Wankane, y parece ser la fuente del mineral procesado.1 Estos variaban en tamaño
desde raros ejemplos de, aproximadamente, 1 a 20 centímetros, hasta las dimensiones promedio de 8 a 12
centímetros de longitud. Un depósito con 10 cubos cuadrangulares de yeso, con un tamaño promedio de
5 a 15 centímetros, fue ubicado en la superficie del patio hundido ubicado más al sur en el Complejo de
Patio Dual. Muchos otros se encontraron solos o en pequeños grupos en estructuras y áreas de actividad

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Fig. 15. A. La iconografía «generativa» de la cara detrás de la cabeza del Monolito Jinchunkala (foto: John Janusek); B.
Los iconos de individuos que se disfrazan de llamas ubicados en las caras ubicadas detrás del Jinchunkala y en la frontal del
Tatakala (foto: John Janusek).

al interior de recintos residenciales, de manera más frecuente en el Recinto 3. En numerosos casos estaban
fragmentados y varios mostraban una perforación hecha en uno de los bordes en la que se habían insertado
herramientas para remover el yeso del interior.
Los trabajos en curso en el Recinto 3, que obtuvo su forma final hacia el Periodo Formativo Tardío
1 y fue ocupado hacia el Periodo Formativo Tardío 2, indicaron que algunas de las actividades asociadas
con estos cubos de yeso se realizaron allí, de manera específica en el grupo-patio del suroeste (Fig. 16). El
análisis cerámico del autor mostró en esta área una alta frecuencia de grandes jarras y ollas para cocinar
fragmentadas en tiestos de gran tamaño, los que fueron cubiertos con un precipitado denso muy similar a
la constitución del yeso. Durante el Periodo Formativo Tardío 1 se construyeron estructuras para fogones

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relativamente grandes y ad hoc cerca de los grupos de estructuras domésticas circulares. En una de estas, su
depósito adjunto fue convertido en un fogón. Podría parecer que la producción especializada estuvo rela-
cionada aquí con el procesamiento de los bloques o la composición del yeso antes o después de que fuera
convertido en cubos. La importancia creciente de los fogones podría indicar que estos o las actividades aso-
ciadas a ellos se intensificaron con el tiempo.
La evidencia de un papel para esta producción especializada fue ubicada en una estructura circular
particularmente grande, de alrededor de 5 metros de diámetro, al interior del patio (Fig. 17) (Smith 2007;
Smith y Pérez 2007). En la última —con, por lo menos, dos superficies de ocupación superpuestas— se
encontraron abundantes restos de artefactos que habían sido dejados in situ, quizá antes o al mismo
tiempo que el abandono de la estructura. Estos incluyeron numerosos bloques de yeso de diversas formas,
pero a varios de ellos se les retiró el enlucido del interior. Artefactos inusuales también incluyeron ocho
cuencos cerámicos, cada uno con el contenido de un pigmento distinto. Ocho escápulas de camélidos esta-
ban cubiertas con yeso, lo que indicaba que habían sido las herramientas usadas para remover este material.
El aspecto observado más importante fue que la estructura contenía alrededor de 1000 restos humanos, lo
que incluía dientes y huesos relativamente pequeños —no huesos largos o del cráneo— de, por lo menos,
21 adultos y dos subadultos (Domanska y Janusek 2008) (Fig. 18). Muchos de ellos estaban cubiertos con
yeso. Al parecer, las escápulas de camélidos fueron usadas para remover el yeso de los bloques y aplicarlo a
los restos humanos, como una forma de tratamiento. La presencia de cuencos con pigmentos de diferentes
colores sugiere que, por lo menos, algunos de los restos humanos fueron pintados, a pesar de que no se han
encontrado ejemplares con esas características en este contexto. Al parecer, la estructura fue abandonada
antes de que esto ocurriera con dicho grupo de huesos.
Aunque están pendientes más estudios —lo que incluye análisis de isótopos de los restos óseos hu-
manos— los contextos aluden a la producción de reliquias humanas muebles en Khonkho Wankane
(Domanksa y Janusek 2008). El hecho de que la evidencia de producción se encuentre en el sector suroeste
sugiere que esta fue una actividad importante para el centro. Los especialistas del cuadrante suroeste del
Recinto 3 estuvieron inmersos en una práctica que medió en la transformación de la vida, muerte y rege-
neración ancestral en la forma de reliquias con carga ritual. Esta práctica refleja el simbolismo iconográfico
de las transformaciones cíclicas y de la reproducción de grandes ancestros en la iconografía monolítica
presentada en los patios hundidos.
Combinadas, la práctica de crear reliquias ancestrales y la representación de transformaciones cíclicas en
iconos clave enfatizan que Khonkho Wankane fue el centro de un culto regional emergente centrado en la
muerte. Asimismo, constituyó el núcleo de una ideología espiritual que cultivó e inculcó el conocimiento
de la vida, la muerte y la regeneración en forma de ancestros, lo que se mezcló con esquemas que conside-
raban los ciclos de producción de la tierra y la regeneración cósmica, y creó ítems rituales muebles que los
afiliados al sitio —o los que venían periódicamente a él— podían guardar como memoria materializada de
este conocimiento y de los parientes fallecidos. Por último, este parece haber sido un culto redentor que,
asimismo, presentó una visión cautivadora sobre el camino que seguía después de la muerte.

7. Discusión

Khonkho Wankane fue fundada durante una fase de transformaciones significativas en el lago Titicaca,
entre 200 a.C. y 100 d.C., o la transición entre los periodos Formativo Medio y Tardío. Su construcción
inicial se formó y fue transformada debido a cambios en las redes socioeconómicas, relaciones del paisaje
con los seres humanos y afiliaciones comunales. A pesar de esto, este sitio no constituyó el único núcleo
en la cuenca sur del lago Titicaca durante el Periodo Formativo Tardío. En efecto, el área relativamente
pequeña que comprenden los valles del sur de Katari, Tiwanaku y el curso superior del Desaguadero
(Machaca) incorporó, durante esta época, a múltiples disembedded centers (Janusek 2004). Algunos crecie-
ron y decrecieron en importancia regional en el transcurso de muchas generaciones. Aunque son necesarias
más investigaciones para confirmar patrones espaciales en muchos de dichos centros, la evidencia indica
que variaron marcadamente en sus características arquitectónicas. Por ejemplo, mientras que los patios
hundidos y plataformas predominaron en Khonkho Wankane y Tiwanaku, las pequeñas estructuras casi

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Fig. 16. Plano del sector suroeste del Recinto 3, que muestra la ubicación de la estructura circular grande (elaboración del plano: Scott Smith y John Janusek).
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Fig. 17. Vista de la estructura grande del sector suroeste del Recinto 3, con un cuenco para pigmento (izquierda) y dos cubos
de yeso (derecha) recuperados de la superficie (foto: Maribel Pérez Arias).

cerradas de Kala Uyuni o la península de Taraco podrían haber servido para fines rituales (véase Bandy y
Hastorf [eds.] 2007).
De manera colectiva, y a la luz de la evidente movilidad en el interior inmediato de Khonkho Wankane,
surge la posibilidad de alguna coordinación regional entre los habitantes y las comunidades afiliadas con
estos centros (Janusek 2008c). Es decir, en lugar de estar poblado por residentes aggrandizers, quizás cada
uno de ellos ofreció fechas particulares de encuentros ceremoniales en ciclos temporales repetitivos y un
grupo particular de focos rituales y religiosos que sirvieron como matrices para actividades sociales, econó-
micas y políticas. En este escenario, Khonkho Wankane constituyó el centro de una política multicomu-
nal, pero también uno de los más importantes de una macrocomunidad multicéntrica.
Como un gran centro en esta macrocomunidad emergente, Khonkho Wankane pudo haber tenido
una importancia social, económica e ideológica particular. Por ejemplo, el complejo está ubicado en una
región relativamente seca y más lejos del lago que otros conjuntos. Esta situación, junto con su uso creativo
de los manantiales de montaña para crear un bofedal, indica una gran dependencia en la cría de animales
en el esquema de las actividades lacustres y agropastoriles que caracterizaron a las sociedades de la cuenca
del Titicaca. Los restos de camélidos son el tipo de macroartefacto más abundante encontrado en contextos
ceremoniales y domésticos en el sitio.2 La representación icónica de los camélidos en dos monolitos y en
un bloque del Complejo de Patio Dual evidencia las dimensiones rituales e ideológicas de la importancia
de estos animales para la economía y las actividades productivas locales (Ohnstad 2005). Si bien la dieta
en Kala Uyuni, en la orilla lacustre de la península de Taraco, consistió en abundantes pescados de las
familias Orestias y Trichomycterus, estos fueron escasos en el complejo. Se puede postular que Lukurmata
—ubicada en la orilla del lago, y en el límite del vasto y cenagoso valle de Katari— enfatizó un balance

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Fig. 18. Análisis de los materiales osteológicos humanos encontrados sobre la superficie de la estructura circular grande del
Recinto 3. Al fondo, la estudiante Catherine Domanska, de la Vanderbilt University (foto: John Janusek).

entre los recursos lacustres, los cultivos de bofedal y el pastoreo de camélidos (Janusek y Kolata 2003).
La creciente intensidad de la interacción multicomunal regional y la mayor importancia de lugares como
Khonkho Wankane, que sostenían esa interacción, podrían haber respondido a los beneficios de coordi-
nación de diferentes ritmos y estrategias productivas a una escala regional, particularmente en un tiempo
dinámico de cambio medioambiental y sociopolítico. Un interés renovado en la coordinación productiva
y social regional ayuda a explicar por qué el seguimiento de los ciclos celestes y la reificación de los ritmos
temporales comenzaron a ser importantes en este complejo y los otros centros (Benítez 2007) durante los
comienzos del Periodo Formativo Tardío.
La coordinación productiva, el intercambio económico, la interacción social y la afiliación de redes
ligadas a Khonkho Wankane estuvieron, en la práctica, «fusionados» con el ceremonialismo periódico y la
ideología religiosa emergente en la que este se focalizó. Esto fue temporalmente acentuado y espacialmente
centrado en una matriz, por lo que el autor sostiene que este aspecto fue el que formó, de manera funda-
mental, el curso del desarrollo sociopolítico en la región. Khonkho Wankane fue el foco para un campo
específico de una ideología religiosa que se cristalizó entre comunidades múltiples e interactivas hacia
comienzos del Periodo Formativo Tardío 1, algo asociado a cambios medioambientales, sociopolíticos e
ideológicos. Esta ideología incorporó interpretaciones y experiencias reconstituidas del tiempo y de los
ciclos naturales. Los caminos visuales de Khonkho Wankane a través del horizonte y hacia el cielo propor-
cionaron experiencias de marcada ritualidad para la observación de eventos celestes predecibles. De manera
temprana, en el Periodo Formativo Tardío 1, las observaciones celestes enfatizaron los movimientos lunares
y la salida de constelaciones importantes, tales como Alpha Centauri y Beta Centauri (Benítez 2007). En
el Periodo Formativo Tardío 2, un cambio en la orientación espacial de Norte-Sur a Este-Oeste marcó un
vuelco hacia las observaciones diurnas del ciclo anual solar definido en algunos puntos en el lejano paisaje
(quizá en coordinación con el ciclo lunar sinódico). Todo esto evidencia un cambio ideológico significativo
hacia un culto orientado al Sol y que, mediante la alternancia de la observación solar y de otros cuerpos
celestes, sus habitantes mantuvieron un eficiente calendario ritual, social y productivo (Janusek 2006a,
2008a). La reificación del tiempo —basada en ciclos recurrentes y manifestada, en forma concreta, en la
disposición cambiante del sitio en sí mismo— obtuvo precedentes y sacralidad mientras, por contraste, los
ritmos productivos y sociales diarios comenzaron a ser experimentados como relativamente mundanos.

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46 JOHN W. JANUSEK

8. Conclusiones

Por más que ciertos individuos operaron como aggrandizers o personajes políticos centralizadores — quie-
nes residían en Khonkho Wankane y articulaban las ceremonias periódicas y otras actividades especiali-
zadas que se realizaban allí— parecen haber servido como mediadores en las redes bastante móviles y de
afiliación multicéntrica, así como dirigentes de las prácticas rituales clave que celebraban y unían inexo-
rablemente los ciclos humano, productivo y cósmico. De importancia fundamental para la legitimación
del estatus privilegiado de estos grupos fue la residencia en el lugar y la asociación cercana con los espacios
ceremoniales, monolitos y restos humanos que facilitó la experiencia religiosa para el resto de la población.
Las plataformas y su conjunto arquitectónico fueron, de forma constante, expandidos y convertidos en
edificios más elaborados con el paso de varios siglos. Esto origina la pregunta, de la que no se tiene res-
puesta aún, acerca de quién proporcionó el trabajo para la construcción inicial de Khonkho Wankane y su
continua transformación. Con certeza, mucha gente vino de sitios lejanos con este fin.
La presencia mínima de otros tipos de cultura material ofrece importante evidencia complementaria
para este escenario. En Khonkho Wankane existen pocos indicios de adquisición y acumulación de tipos
de bienes considerados, por lo general, como representantes de riqueza, es decir, bienes exóticos y de
prestigio raros o finamente trabajados procedentes de sitios distantes (Clark y Blake 1994; Stanish 1999).
Junto con la baja frecuencia de vasijas cerámicas elaboradas y herramientas de piedra producidas en ma-
teriales exóticos (por ejemplo, basalto y obsidiana), los únicos objetos valiosos recuperados para fechar
son los pequeños ornamentos personales hechos de minerales poco comunes que fueron incluidos en los
entierros del Periodo Formativo Tardío (Portugal Zamora 1955; Cable y Beebe 2006). Una discusión de
la riqueza y sus posibles manifestaciones en el sitio merece una consideración completa en otro artículo
(Janusek 2008c), por lo que, por el momento, es suficiente señalar aquí que, en relación con las filiaciones
más patentes de los habitantes de Khonkho Wankane hacia el lugar, sus espacios ceremoniales y sus iconos
principales y reliquias, la adquisición de bienes de prestigio tuvo un pequeño papel en la producción de
estatus diferenciados durante gran parte del Periodo Formativo Tardío.
La construcción continua y la importancia creciente de Khonkho Wankane indican que el estatus
social y la posición política de los grupos de residentes se trastocaron, de forma significativa, con el paso
del tiempo. La distinción de que gozaron los grupos de residentes durante el Periodo Formativo Tardío
2 fue mayor y, quizá, cualitativamente diferente de la que gozaron sus predecesores cuando se comenzó a
construir el montículo. Las marcadas diferencias de estatus y la centralización política aparente en la región
por la influencia de Tiwanaku después de 500 d.C. no deberían ser asumidas como una característica de las
redes sociopolíticas que crearon sitios como Khonkho Wankane. El estatus y la posición política atribuida
a los grupos que habitaron este complejo cambiaron, en legitimidad y fuerza, a lo largo de todo el Periodo
Formativo Tardío. La actividad política fue, indudablemente, un elemento persuasivo de interacción social
desde la época en que fue fundado, pero, como se puede ver en una ceremonia de solsticio contemporánea
realizada en el lugar, este estuvo siempre inmerso en el marco de actividades y eventos clave que tenían
componentes y dimensiones sociales, religiosos y económicos (Janusek 2006b).
Las diferencias de estatus comenzaron a ser más marcadas y la presencia e impacto de la actividad po-
lítica fue más fuerte con el transcurso de generaciones embarcadas en la construcción, transformación y
elaboración de plataformas y personajes monolíticos tallados, con lo que se organizaban actividades rituales
exitosas y transformaban, de forma cuidadosa, restos humanos en poderosos objetos de veneración. Estos
actos significativos y la sacralidad creciente del lugar donde fueron realizados no reflejan el surgimiento de
diferencias de estatus e instituciones políticas; estos actos y eventos fueron prácticas corrientes por cuyo
medio se crearon los aspectos críticos de estos estatus e instituciones. Por último, y sin intención, ellos
dieron origen a la sociedad urbana de Tiwanaku.
La evidencia sugiere que los modelos políticos no son muy efectivos para explicar la complejidad emer-
gente en la cuenca sur del lago Titicaca como lo son en otras partes de los Andes. Esto aumenta la posi-
bilidad de que existieran múltiples formas contemporáneas de complejidad temprana durante el Periodo
Formativo Tardío, incluso en la cuenca del lago Titicaca. Esta posibilidad ofrece importantes retos para los
arqueólogos andinos, entre ellos la tarea de analizar cómo dinámicas macrocomunidades locales —como

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las que emergieron en la cuenca sur del lago Titicaca durante esta época— se interrelacionaron y afiliaron
por medio de vastas redes de interacción que se cristalizaron a lo largo de la cuenca, y cómo tales formas
interregionales pudieron haber producido la variabilidad sociopolítica temprana que comenzó a ser notoria
en toda la región.

Agradecimientos

Quisiera agradecer a Tom Dillehay y a Peter Kaulicke, por su gentil invitación para formar parte de este
volumen. Agradezco también a Mónika Barrionuevo, por la traducción del manuscrito, así como a Arik
Ohnstad, de la Vanderbilt University, y a Scott Smith, de la University of California at Riverside, por su
ayuda con varios planos e ilustraciones originales. La investigación arqueológica en Khonkho Wankane
realizada entre 2001 y 2007 fue subsidiada por la Curtiss T. and Mary G. Brennan Foundation, la
Vanderbilt University Discovery Program, la Howard Heinz Foundation, la National Geographic Society
y la National Science Foundation. A todas estas instituciones expreso mi más sincero agradecimiento.

Notas
1
En la actualidad, Heather Lechtman, del Massacchussetts Institute of Technology, analiza muestras de
yeso y minerales de este afloramiento, que ha sido explotado para la obtención de estos materiales al menos
desde la época colonial.
2
Se utiliza aquí el término «abundancia» como medida promedio de cantidad y de frecuencia del hallazgo
de desechos artefactuales más que del peso respectivo (sobre el que los desechos líticos, seguidos por los
tiestos cerámicos, deberían ser considerados predominantes). Las investigaciones de los restos de caméli-
dos son parte de un proyecto de investigación doctoral conducido por Randi Gladwell, de la Vanderbilt
University.

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ISSN 1029-2004
LA PUCP
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA TRADICIÓN
/ N.° 11RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA
/ 2007, 53-102 / ISSN 1029-2004 53

La Tradición Religioso-Astronómica en Buena Vista*

Robert A. Benfer, Jr.,a Bernardino Ojeda,b Neil A. Duncan,c Larry R. Adkins,d Hugo Ludeña,e
Miriam Vallejos,f Víctor Rojas,g Andrés Ocas,h Omar Ventocilla i y Gloria Villarreal j

Resumen

Desde hace mucho tiempo, diversos investigadores han postulado un carácter marítimo, en vez de agrícola, para los orígenes de
la civilización en la costa central del Perú. Este modelo ha sido subsecuentemente modificado a la luz del hallazgo de nuevas
evidencias para incluir el intercambio con comunidades agrícolas establecidas en los valles medios. Una pregunta clave en rela-
ción con este tema concierne a la causa de la súbita aparición de sitios con arquitectura monumental antes de la introducción de
la cerámica en la costa central andina. Los trabajos recientes reclaman mayores refinamientos para esta hipótesis, por lo que los
autores presentan aquí nuevas pruebas: el hallazgo de templos calendáricos muy antiguos, un tipo de «ushnus»1 que sirvieron de
observatorios en el valle del Chillón. Se postula aquí que el estímulo para la intensificación de la producción de alimentos factibles
de almacenaje requeridos por una población en continua expansión fue la convulsión climática ocurrida a fines del Optimum
Climaticum en el tercer milenio a.C. Estos observatorios marcaron fechas de gran importancia práctica tanto para la producción
agrícola como marítima. De esta manera, los sacerdotes-astrónomos pasaron a administrar la arquitectura y el arte figurativo en el
valle del Chillón del Periodo Precerámico Tardío. Estos poderosos individuos, que poseían viviendas especiales en el sitio, adquirie-
ron un poder que pudo haber reemplazado la dimensión de la familia/ayllu. La complejidad de los observatorios en Buena Vista
no tiene precedentes en las Américas, pero el poder ejercido por estos primeros sacerdotes-astrónomos pudo haber sido precariamente
sostenido; en ese sentido, una inundación no prevista podría haber destruido su credibilidad. En todo caso, los ushnus de este
complejo muestran que se desarrolló una amplia variedad de instrumentos astronómicos: un dispositivo de observación, la mirada
fija de una escultura de barro con rasgos antropomorfos, un mecanismo de captura de fotones en una cámara especial, así como el
alineamiento de entradas y escaleras. El despliegue de esta tradición astronómica se da en una etapa muy compleja de desarrollo
hacia 2000 a.C. en el sitio de Buena Vista.

Palabras clave: arqueoastronomía, Periodo Precerámico Tardío, escultura precerámica, Buena Vista, costa central, Perú

* Traducción del inglés al castellano: Mercedes Delgado


a
University of Missouri, Department of Anthropology.
Dirección postal: Columbia, MO 65211, Estados Unidos.
Correo electrónico: benferr@missouri.edu
b
Dirección postal: jr. Edilberto Hidalgo 195, urb. El Bosque, Lima 25, Perú.
Correo electrónico: miltonojedaflores@yahoo.com
c
University of Missouri, Department of Anthropology.
Dirección postal: Columbia, MO 65211, Estados Unidos.
Correo electrónico: nad2b1@mizzou.edu
d
Cerritos College, Department of Physics.
Dirección postal: Norwalk, California, 90650, Estados Unidos.
Correo electrónico: lradkins@ca.rr.com
e
Universidad Nacional Federico Villarreal, Facultad de Humanidades, Escuela Profesional de Antropología y Arqueología.
Dirección postal: av. La Colmena 262, Lima 1, Perú.
Correo electrónico: hludena@terra.com.pe
f
Universidad Nacional Agraria La Molina, Museo de Arqueología, Centro de Investigaciones de Zonas Áridas.
Dirección postal: jr. Camilo Carrillo 300-A, Lima 11, Perú.
Correo electrónico: varm@lamolina.edu.pe
g
Dirección postal: mza. R-3, lote 28, urb. San Diego, Lima 31, Perú.
Correo electrónico: b_161_indy@hotmail.com
h
Dirección postal: av. Los Alisos, cdra.10, mza. E, lote10, Lima 39, Perú.
Correo electrónico: andresoq08@hotmail.com
i
Dirección postal: mza. F-3, lote 30, urb. Santa Luzmila, 2.a etapa, Lima 7, Perú.
Correo electrónico: homarsm@hotmail.com
j
Universidad Nacional Agraria La Molina, Museo de Arqueología, Centro de Investigaciones de Zonas Áridas.
Dirección postal: jr. Camilo Carrillo 300-A, Lima 11, Perú.
Correo electrónico: glorivia31@yahoo.com  ISSN 1029-2004
54 ROBERT A. BENFER, JR. ET AL.

Abstract

THE BUENA VISTA ASTRONOMICAL RELIGIOUS TRADITION

A maritime, rather than agricultural, foundation for civilization has been postulated for the central coast of Perú; the model
has been subsequently modified in light of new evidence to include exchange with farming communities in middle valleys. A key
question is what caused the sudden appearance of sites with monumental architecture before the introduction of ceramics on the
central Andean coast? Recent reports call for further refinement of this hypothesis, and here we present new evidence —the finding
of very ancient calendaric temples, ushnus that were observatories in the Chillón Valley. We argue that the stimulus for intensifica-
tion of production of storable foods required for continued population expansion was the climate shock of the end of the Optimum
Climaticum in the third millennium BC. These observatories marked dates of great practical importance for both agriculture and
marine production. Astronomer priests came to manage the architecture and representational art in the Late Preceramic Chillón
Valley. These powerful priests, with their own special dwellings at the site, acquired power that would have superseded the family/
ayllu dimension. The complexity of the observatories at Buena Vista is without precedent in the Americas. The power guarded by
those first astronomer priests may have been precariously held; an unpredicted flood could have destroyed their credibility. In any
case, the ushnus at Buena Vista show that a wide variety of astronomical instruments were developed: a sighting device, the gaze
of a personified figure, and the photon capturing device of a special light chamber, as well as entryway and stairwell alignments.
This astronomical tradition is exhibited in a very complex stage of development by 2000 BC, at the site of Buena Vista.

Keywords: archaeoastronomy, Late Preceramic period, Preceramic sculpture, Buena Vista, Central Coast, Perú

1. Introducción

El tema del simposio al que esta contribución estuvo dirigida fue el de los tempranos procesos y expresiones
de poder e identidad en Sudamérica, y su perspectiva debía de ser global y comparativa. En este artículo,
los autores enfocan su atención en el sitio clave de Buena Vista, ubicado en el valle medio del Chillón, en la
costa central del Perú, si bien el conjunto de El Paraíso, correspondiente al Periodo Precerámico Tardío y si-
tuado en el valle bajo, también será tratado en la discusión. Se presentan evidencias para postular que varios
antiguos templos muestran, en su arquitectura y ofrendas, pruebas del calendario agrícola más temprano
de las Américas a manera de un complejo de ushnus que funcionaron como observatorios para fechar acti-
vidades agrícolas y de pesca, y que también hicieron las veces de calendarios rituales anuales. Más abajo se
presenta un modelo propio, seguido por las evidencias que lo sustentan y que intenta explicar el desarrollo
precoz de ushnus, observatorios, murales y esculturas poco antes de 2000 a.C. en el valle del Chillón.

2. El modelo

Poco después de 3000 a.C., el final del Optimum Climaticum produjo nuevos desasosiegos para los pueblos
sedentarios, quizá mayores que los mejor conocidos de la Breve Edad de Hielo (Little Ice Age) ocurrida en-
tre los siglos XIV a XIX (DeMenocal 1991), un fenómeno que tuvo repercusión a escala mundial, incluso
en el territorio peruano (Benfer y Pechenkina 2001; Wirtz y Lemmen 2003). El Optimum Climaticum
fue seguido por etapas de climas imprevisibles cuyo efecto fue incrementado debido a que el planeta pasaba
por un periodo de sequías e inundaciones que ocurrían de manera más continua. En la parte occidental del
Perú, la observación astronómica y el establecimiento de calendarios constituyeron respuestas para tratar
con climas más secos y con lluvias más difíciles de predecir. De esta manera, los observatorios tempranos
en el Chillón y otros valles costeños proporcionaron un calendario agrícola y marítimo esencial. Fueron
manejados por una nueva categoría de sacerdotes —los sacerdotes-astrónomos— cuya supremacía alcan-
zaba a todo el valle. A continuación se expone el modelo de los autores, planteado sobre la base de ocho
diferentes aspectos, todos relacionados entre sí:

1. En algunos lugares, la respuesta de los seres humanos al Optimum Climaticum fue el incremento de la
producción de alimentos factibles de almacenarse.

2. En muchas partes del mundo, el cultivo de la tierra y la pesca requirieron de un calendario confiable.

ISSN 1029-2004
LA TRADICIÓN RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA 55

3. La construcción, mantenimiento y desarrollo de este calendario llevaron a la aparición de los primeros


sacerdotes-astrónomos, individuos que fueron capaces de predecir fechas muy importantes para uso ritual
y práctico.

4. En la región occidental del Perú, la predicción del fin del mes de diciembre era esencial, por un lado,
para la pesca, ya que debía determinarse si en el año siguiente se daría un fenómeno de El Niño (ENSO),
un acontecimiento que reducía, de manera drástica, la presencia y disponibilidad de peces pequeños —que
se podían capturar fácilmente con redes de algodón—, así como las de sus predadores, y, por otro, para
el cultivo, pues estas fechas marcaban la subida inminente de los ríos, algo que afectaba la agricultura por
medio de canales. Si se comprobaba el advenimiento de un año con presencia del fenómeno de El Niño
para ese tiempo, era muy probable el acontecimiento de sequías o inundaciones.

5. La fecha 21 de marzo, el equinoccio de otoño, marca el descenso del nivel de los ríos costeños, el tér-
mino de la deglaciación (derretimiento de los glaciares) y el inicio de la lluvia en la sierra, es decir, la última
época en la que cualquier cosecha podría tener éxito.

6. La fecha 21 de junio, el solsticio de invierno, señala el tiempo para los festivales de cosecha.

7. Dos grandes sitios del Periodo Precerámico Tardío en el valle del Chillón tienen ushnus, donde se pre-
sentan, por primera vez, ofrendas y alineamientos astronómicos.

8. El uso de estos ushnus se convirtió en una práctica extendida durante el Periodo Precerámico Tardío.

De acuerdo con los hallazgos realizados por los autores, se postula que varios alineamientos astronó-
micos fueron incluidos en la arquitectura monumental de los sitios del Periodo Precerámico Tardío y que
muchas estructuras de los conjuntos principales de los periodos Precerámico Tardío e Inicial Temprano en
los valles del Chillón, Rímac y otros fueron construidos bajo la dirección de sacerdotes-astrónomos. Este
sistema existe, geográficamente, desde el complejo de Real Alto, en el Ecuador (Zeidler 1998), y el norte
del Perú (Ghezzi y Ruggles 2007; cf. número anterior) hasta Huánuco Pampa (Pino 2005), Nasca (Pitluga
2003) y el Cuzco (Bauer y Dearborn 1995), así como en otros sitios mencionados abajo. Por su carácter de
ushnus, aceptaban ofrendas a la tierra y conformaron alineamientos respecto de eventos celestes por medio
de marcadores astronómicos en el paisaje, como los picos de ciertas elevaciones, y las obras del ingenio
humano, como las plataformas y esculturas. Una de las principales funciones de esos alineamientos fue
el cálculo del tiempo. En ese sentido, las estructuras arquitectónicas en la que estos calendarios estaban
insertos pueden ser consideradas como observatorios y, en el caso de Buena Vista, permanecieron por gene-
raciones antes de ser modificadas de manera drástica al menos en tres diferentes ocasiones, con lo que se re-
flejan cambios en los sistemas de creencias en el control de las fuerzas celestes, algo que permitía el manejo
de los recursos terrenales, en especial los cursos de agua. En este sitio también se pudieron hallar las dos
estatuas tridimensionales asociadas más tempranas de las Américas. Un mural, pintado e inciso, también
probablemente el más antiguo registrado hasta la fecha, refleja el poder de los sacerdotes-astrónomos para
incorporar símbolos visibles de la cosmovisión subyacente en la arquitectura. La presente contribución se
inicia con el estudio del desarrollo del ímpetu que generó esta tradición astronómica por medio de cuatro
aspectos básicos:

a) Cambios climáticos imprevistos: hace, aproximadamente, 4250 años ocurrió un largo periodo de sequía
en la parte occidental del territorio peruano, a lo que siguió una breve época de humedad (Thompson et
al. 2001: fig. 13), algo que constituye una etapa crucial, ya que, por ejemplo, se abandonaron grandes
centros y fracasó la construcción de nuevas estructuras en el Norte Chico. Cambios climáticos de este tipo
ocurridos desde el Periodo Inicial hasta el Periodo Intermedio Tardío han sido estudiados por diversos
investigadores, entre ellos Paulsen (1976). Los sitios de Buena Vista y El Paraíso son testimonio de la cons-
trucción de arquitectura monumental que se inició alrededor de 2200 a.C. ¿Qué podría relacionar estos
eventos constructivos tempranos con cambios climáticos de estas dimensiones?

ISSN 1029-2004
56 ROBERT A. BENFER, JR. ET AL.

En los valles costeños, las escorrentías y la irrigación por medio de canales eran esenciales para la agri-
cultura en el nuevo régimen climático. Los eventos astronómicos ayudaron a dirigir las estrategias de
subsistencia, lo que incluía el manejo prehistórico del agua, del que se tienen ciertos conocimientos en
la actualidad. Por lo pronto, este se puede extender al Periodo Precerámico (Benfer, Ojeda y Weir 1987),
mientras que Dillehay et al. (2005) sugieren que existían canales ya desde épocas más tempranas. El valle
del Chillón, y sus secas porciones media y baja, y el adyacente y más grande río Rímac son dos de un
puñado de valles en la región andina central que tienen agua a lo largo de todo el año (Fig. 1). En las
partes medias y bajas de estos valles, el agua está disponible en la primavera en forma de afloramientos
pantanosos y en el mismo río Chillón. Su inundación anual explica la habilidad de los habitantes de los
asentamientos agrícolas tempranos, como Buena Vista, para situarse en dichos lugares. La necesidad de
predecir estas inundaciones constituyó el soporte del desarrollo de un sistema calendárico, pero el cambio
climático que se dio con el fin del Optimum Climaticum pudo haber aumentado el estrés, lo que resultó
en la intensificación de la agricultura en áreas favorables. Es muy probable que, en el pasado, los valles de
la costa central tuvieran características que los convirtieron en la más acertada ubicación para este tipo de
desarrollo (Sandweiss et al. 1996).

b) Las respuestas humanas: los principales problemas afrontados por los agricultores tempranos estaban
relacionados con el manejo del agua en los años favorables y la reprogramación de las actividades de sub-
sistencia en los catastróficos años adversos. Como se discutirá abajo, los años en que ocurría el fenómeno
de El Niño también requirieron la realización de «ajustes» por parte de los pescadores. Sin embargo, las
adaptaciones no eran completamente acertadas al principio tanto para unos como para otros. John Rick
(1987: 55) encontró un decrecimiento en la población de sitios costeños por medio de una medición en
la frecuencia de fechados radiocarbónicos después de 5000 a.p. Por parte de los autores se encontró un in-
cremento del estrés en indicadores óseos y dentales de individuos adultos en el Periodo Precerámico Tardío
(Pechenkina, Vradenburg, Benfer y Farnum 2007).
Una de las ventajas del río Chillón respecto de otros valles es su tamaño manejable. Mucho más corto
que el adyacente Rímac, las inundaciones ocasionales no habrían destruido los reducidos canales y las cose-
chas, al menos no con frecuencia. Se han registrado datos acerca de escorrentías desde la primera mitad del
siglo XX, antes de que el Chillón fuera canalizado y desviado a su presente condición (SENAMHI 1963),
lo que incluye evidencias de aniegos (Fig. 2). Como en otros valles costeños, el río comienza a desbordarse
a finales de diciembre y decrece en su caudal cuando termina el mes de marzo. Se debe recordar que es a
fines de diciembre cuando es posible reconocer un año con presencia del fenómeno de El Niño debido a
la ausencia de aves carnívoras y mamíferos, los que siguen a los peces pequeños que migran hacia el norte
(Reitz 2003).
Estos datos acerca de aniegos del río exponen otro importante patrón (Fig. 3). De ellos se deduce que
la varianza en años de escorrentías es casi cinco veces más grande en años con presencia del fenómeno de El
Niño que en otros (por el análisis de varianza, F=4,8 con 4 y 33 df, p < 0,01), una variación debida a estas
épocas de carácter inusual en que se presentaron inundaciones o sequías. Por lo tanto, si se podía contar
con seguridad con el conocimiento del advenimiento de un año con ocurrencia de este proceso climático,
esto habría sido esencial tanto para pescadores como para agricultores. Como se puede observar en la
Fig. 2, los agricultores que habrían dejado de plantar una cosecha hacia fines de marzo o que, en años favo-
rables, hubieran plantado una segunda cosecha, habrían sabido que tenían que programar otras actividades
de subsistencia para aquel año.
Si ninguna cosecha se hubiera acercado a la madurez debido a una sequía o inundación catastrófica
hacia el 21 de marzo (día del equinoccio) este habría sido el momento en el que otras estrategias, menos
deseables, hubieran tenido que ser adoptadas con el fin de proporcionar alimento a la población hasta que
las cosechas del siguiente año pudieran ser recogidas. De la misma manera en que la antigua civilización
egipcia utilizó las estrellas y el Sol para predecir la inundación del Nilo, el río más largo del mundo, los
habitantes de un cauce muy corto como el Chillón encontraron una solución parcial mediante sus obser-
vaciones del firmamento para encarar el nuevo e imprevisible régimen climático. Los autores sostienen que
estas poblaciones introdujeron estas prácticas mediante la construcción de estructuras de tipo ushnu que
tuvieron muchas funciones. En el presente trabajo se enfatizan dos de ellas: a) su uso como observatorios,

ISSN 1029-2004
LA TRADICIÓN RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA 57

Fig. 1. Mapa de la costa central del Perú con la ubicación de dos de los sitios tratados en este artículo, El Paraíso y Buena Vista
(elaboración del dibujo: Proyecto Buena Vista).

con lo que se espera demostrar que dicho tipo de instalaciones existía en la cuenca del Chillón antes de
2200 a.C., y b) como lugar para colocación de ofrendas.

c) El ushnu en su función de cámara de ofrendas y observatorio: las estructuras monumentales de tipo ushnu
son bien conocidas en el mundo andino prehispánico. Hasta hace poco se sospechaba que en esta clase de
edificaciones estaban incluidos observatorios, pero esto no se había demostrado de manera fehaciente. Los

ISSN 1029-2004
58 ROBERT A. BENFER, JR. ET AL.

Fig. 2. La escorrentía del Chillón por meses. La descarga se expresa en metros cúbicos (redibujado de un gráfico de SENAMHI
1963).

Fig. 3. La escorrentía del Chillón calculada por el promedio de varianza mensual: a la izquierda durante un año normal y, a
la derecha, en el transcurso de la presencia del fenómeno de El Niño (elaboración del gráfico: Proyecto Buena Vista).

autores del presente artículo están de acuerdo con Pino (2005: 148) en la definición de un observatorio
como: «[...] las estructuras que guardan en su diseño interno características especiales para la observación
de fenómenos astronómicos». Como él sugiere, estas construcciones especiales, que conformaban alinea-
mientos, podían ser vistas desde «accesos, ventanas, nichos, corredores, entre otros» (Pino 2005: 148).
Identificó al Incawasi de Huánuco Pampa como una estructura de esta clase, con la función dual de recibir
ofrendas, así como la de medir alineamientos astronómicos por medio de un conjunto de recursos, como
las luces y sombras de accesos y nichos. Asimismo, presentó pruebas de que en el complejo funcionaron
este y otros ushnus.

d) Aspectos metodológicos: si bien los diversos problemas metodológicos que se presentan al momento
de establecer alineamientos se discuten, de manera detallada, en otra publicación (Benfer, Adkins, Ojeda,
Duncan, Ludeña, Vallejos, Rojas, Ocas, Ventocilla y Villarreal e.p.), se pueden mencionar algunos casos.
En general, se debe enmendar cualquier anomalía magnética local cuando se usa una brújula. Asimismo,

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LA TRADICIÓN RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA 59

Fig. 4. Alineamientos solsticiales por niveles horizontales (horizontes planos). Los acimuts corresponden a los de las puestas y
salidas del Sol durante el solsticio que se pueden observar en una llanura (elaboración del dibujo: Proyecto Buena Vista).

es necesario corregir la declinación en los mapas publicados, lo que corresponde, comúnmente, con el
cambio gradual del Norte Magnético. Ya que la diferencia entre el Norte Magnético y el Norte verdadero
puede alcanzar 10º en unas pocas décadas en la latitud de Lima, esto es esencial y requiere el conocimiento
de la fecha en que el mapa fue elaborado en vez de la fecha de su publicación. La elevación y la puesta
locales de cuerpos celestes tienen que ser ajustadas con la altitud de las colinas circundantes, ya que estas
elevaciones pueden impedir la luz del Sol, la Luna o las estrellas. Así, por ejemplo, las estrellas débiles no
son visibles hasta que se elevan más arriba sobre el horizonte que las brillantes. Debido a la refracción, el
Sol es visible cuando realmente está por debajo del horizonte.2 Asimismo, la posición geográfica del sitio
debe estar disponible. Se debe tener en cuenta la niebla estacional o la capa de nubes, ya que ellas podrían
oscurecer las observaciones del firmamento en la costa peruana, sobre todo durante la primavera y, en
especial, si se utilizan las estrellas como referentes. Por último, el ajuste para el tiempo propuesto de la
construcción de los rasgos en consideración debe hacerse para adaptar el movimiento de precesión de la
Tierra en su eje y oblicuidad, es decir, el cambio en su inclinación con el paso del tiempo. Estos ajustes son
más necesarios para las estrellas y constelaciones que para el Sol. Sin la adecuada atención a estos datos, un
alineamiento astronómico propuesto no puede ser bien evaluado y, probablemente, debiera ser conside-
rado como provisional.
Si bien el espacio no permite la exposición de los análisis desarrollados aquí, también es deseable la
demostración estadística de la probabilidad de un alineamiento de manera que no tenga carácter de casua-
lidad. En el caso de que existiesen puntos de referencia múltiples —por ejemplo, las huancas, tal como los
incas los habrían llamado en quechua— y que, en el caso presente, consistían en dos grandes estructuras
de piedra muy cercanas entre sí que fungieron de marcadores a manera de columnas, tales análisis serían
menos importantes. Los alineamientos astronómicos relacionados con el sitio se pueden ver en la Fig. 4.

3. El sitio de Buena Vista

El complejo de Buena Vista se localiza en el kilómetro 37 de la carretera a Canta, en la margen sureste del
río Chillón, distrito de Santa Rosa de Quives, provincia de Canta, en el departamento de Lima. Cubre 6

ISSN 1029-2004
60 ROBERT A. BENFER, JR. ET AL.

hectáreas, está situado a 460 metros sobre el nivel del mar y a 45 kilómetros de la costa, específicamente
en la boca de un barranco seco, una ubicación típica, por lo general, para sitios del Periodo Precerámico
Tardío (Lanning 1963; cf. Fig. 5). La posición exacta, medida desde un punto medio entre los dos impor-
tantes templos precerámicos del complejo, es 11º43’52’’ de latitud sur y 76º58’05’’ de longitud oeste, un
cálculo establecido mediante GPS con conexión a 11 satélites. En la carta nacional se sitúa en el área 11b-
IX y se registra como «sitio 390» en el catálogo del Centro de Investigaciones de Zonas Áridas.
Buena Vista se ubica en una zona con presencia de achupalla en extinción. En esta zona del valle es
posible encontrar productos como el maíz, el camote, el ají, la palta, el frijol, el pallar y diversas legumbres.
La coca y el algodón se cuentan entre los productos para la industria. Las frutas del área son la lúcuma, la
guanábana, el pacae, la tuna y el níspero. La vegetación del valle comprende el sauce, el huarango, el molle,
el carrizo, las tillandsias, el cactus, entre otros. En esta área, el clima es cálido durante todo el año, con una
temperatura entre 17 °C a 24 °C, y con pocas precipitaciones; no obstante, hay inundaciones de vez en
cuando. La posición agrícolamente productiva de Buena Vista lo distingue de otros sitios de valle medio
tales como Chupacigarro/Caral (Engel 1982: fig. 4; 1987; cf. Kosok 1965; Williams 1978-1980; Shady et
al. 2000), complejo que vio limitada la productividad de las tierras cercanas por no contar con la irrigación
del río Supe, de lo que no se tiene evidencia en la actualidad (Engel 1987: 22).
El sitio de Chupacigarro/Caral, identificado como precerámico en primer lugar por Engel, con su
trabajo realizado a finales de la década de los setenta (1987: 72), fue, quizás, ocupado de manera estacional
de un modo análogo al modelo que ha sido sugerido para los centros andinos de Kotosh y los complejos
etnohistóricamente conocidos (Moseley 1992a). En contraste, los ricos recursos de las áreas pantanosas y
tierras extensas fácilmente irrigables por métodos aluviales en el valle frente a Buena Vista (Engel 1987:
72) sugieren que fueron cultivados por una antigua población sedentaria. Los autores postulan que, con el
tiempo, se obtuvo un mayor control del comportamiento del río gracias al desarrollo de observatorios que
permitieron la predicción de acontecimientos importantes relacionados con el progreso tanto de su cauce
como de las corrientes marinas. A continuación se presenta el registro de alineamientos calendáricos que
sugieren un interés temprano por la manipulación del agua.

3.1. Alineamientos astronómicos prehispánicos

Si bien los resultados de las temporadas de campo 2004 y 2005 han sido presentados en otras publicacio-
nes (Benfer y Adkins 2007; Benfer, Adkins, Ojeda, Duncan, Ludeña, Vallejos, Rojas, Ocas, Ventocilla y
Villarreal e.p.; Adkins y Benfer e.p.), en este trabajo se resumen y se añaden nuevas conclusiones de las in-
vestigaciones correspondientes a las temporadas 2006 y 2007. Desde hace mucho tiempo se han propuesto
alineamientos astronómicos para diversos sitios costeños (Cárdenas 1977-1978; Urton y Aveni 1983).
Fuentes recientemente revisadas por Pino (2005) describen alineamientos solsticiales y lunares prehispá-
nicos tardíos con correlación arquitectónica en los Andes. Por ejemplo, los sitios arqueológicos andinos
del Horizonte Tardío son conocidos por tener alineamientos solsticiales. De esta manera, una ventana en
Machu Picchu así como una similar en Pisac podrían haber definido días específicos entre los meses de
mayo a agosto (Dearborn et al. 1987), si bien las críticas de Aveni (2003: 168) cuestionan el carácter tan
preciso de un calendario semejante.
Aún en el presente, diversas constelaciones, como el Zorro Andino, son asociadas con los solsticios
(Urton 1981a: 110; 1981b: 52). Urton confirmó lo mencionado por Garcilaso de la Vega (1976 [1607])
en los pueblos andinos de la actualidad. La oscura nube de la constelación del Zorro, ubicada en la Vía
Láctea, es conocida por los pueblos actuales de las tierras bajas tropicales y en la mayor parte de los
Andes, donde se le asocia, a menudo, con cambios estacionales, si bien, no siempre, con alineamientos
solsticiales (Itier 1997: 308; Abercrombie 1998). Se ha sugerido la presencia de alineamientos respecto de
constelaciones en la arqueología peruana, pero no en fechas tan tempranas como el Periodo Precerámico
Tardío. En ese sentido, Quilter advirtió un alineamiento arquitectónico general respecto de la Vía Láctea,
así como uno solsticial en los muros del sitio de El Paraíso, correspondiente a esta etapa (1991: 416). Sin
embargo, debe señalarse que los alineamientos que él reportó se refieren a la Vía Láctea visible hoy en día,
cuyos astros tuvieron un ángulo de posición muy diferente hace 4000 años. En ese sentido, Pitluga (2003,
2005) encontró alineamientos, en forma de rayos, relacionados con el movimiento de precesión y que

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Fig. 5. Plano del complejo de Buena Vista. En el recuadro se indica la ubicación de los montículos principales del complejo (ela-
boración del plano: Bernardino Ojeda, 2003).

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62 ROBERT A. BENFER, JR. ET AL.

se extienden a partir de estructuras arquitectónicas en dirección de las salidas de constelaciones andinas,


como el Zorro y la Llama, en la región de Nasca. Asimismo, Ghezzi y Ruggles (2007) encontraron líneas
de solsticios y puntos de referencia del mismo periodo de tiempo, o un poco posterior, en el complejo de
Chankillo, valle de Casma (cf. número anterior). Por su parte, Sullivan (1996: 44) registró alineamientos
acoplados al movimiento de precesión respecto de constelaciones de nubes oscuras en la sierra, al sur del
área donde trabajó Urton, lo que incluye aquellas de la región de la Cola de Escorpio, donde se encuentra
la cabeza del Zorro. En referencia al sitio de Valdivia, en Real Alto, Zeidler sugiere que las estrellas en cons-
telaciones como Las Pléyades, en Tauro, y ciertos astros de la constelación del Escorpión «coinciden con
varias transiciones climatológicas en la costa suroeste de Ecuador» (1998: 55). Asimismo, los cortos ejes de
los templos de la tradición Mito de Kotosh parecen estar orientados hacia los equinoccios. Según Burger
y Salazar-Burger (1986: 75, fig. 4.4), los pobladores antiguos observaban los solsticios y los equinoccios,
y los templos kotosh estaban «entre los ejemplos conocidos más tempranos del Nuevo Mundo» (1986: 76).
Para el caso de periodos posteriores se ha propuesto el alineamiento de muros respecto de astros como el
Sol y la Luna, así como constelaciones que sirvieron como «mapas» para su construcción en el sitio de
Pachacamac, en la costa central del Perú, si bien hay una carencia de datos que sustenten estos plantea-
mientos (Pinasco 2007). Además de dichos alineamientos de muros, se propuso, sin mayor evidencia, que
un gran número de estructuras de ese complejo eran posibles «observatorios».
Los autores postulan que los principios del interés astronómico en el Sol y en las constelaciones se die-
ron mucho antes que los tiempos incaicos y sugirió que los alineamientos iniciales implicaron su uso en un
calendario agrícola. Este proceso se ha denominado como Tradición Religioso-Astronómica Buena Vista
debido al sitio donde se da por primera vez un rico desarrollo astronómico incorporado a arquitectura
monumental hacia 2200 a.C. Al momento de su descubrimiento no se tenía en mente ninguna hipótesis
astronómica para los templos que conforman este complejo. Si bien a partir de este periodo diversos sitios
de la sierra tienden a orientarse hacia direcciones cardinales, Buena Vista no lo hace. Otros complejos
del Periodo Precerámico Tardío de valles costeños se alinean, por lo general, respecto de un río. A simple
vista, el componente monumental precerámico tardío de Buena Vista parecía corresponder a este tipo de
alineamiento.

3.2. El componente monumental del Periodo Precerámico del sitio de Buena Vista

Además de otras ocupaciones, Buena Vista tiene un componente del Periodo Precerámico o Arcaico Final
(Fig. 6) y fue conocido anteriormente bajo el nombre de Los Frisos (Villar Córdova 1935). Aunque, en
su momento, Dolfuss informara sobre erosión en la ribera por debajo del nivel de la base del sitio (1960:
187), no mencionó la presencia de arquitectura monumental. Por su parte, Roselló (1978: 522) lo registró
con el nombre de Buena Vista y Engel publicó una breve mención de sus excavaciones en 1974 (Engel
1987). Una muestra de madera de uno de los pisos de un edificio ceremonial denominado Los Trisos (sic),
correspondiente al complejo en cuestión, arrojó un fechado de 3390 ± 70 a.p., que fue publicado en 1974
(Lawn 1974: 232). La muestra para el fechado fue tomada de gramíneas que formaban parte del barro del
último muro que bordeaba la escalera central del monumento principal. Ese fechado fue confirmado por
las dataciones adicionales obtenidas por el proyecto actual en las que se obtuvo un rango de entre 2200 a
1500 a.C. (calib.) (Tabla 1). Otra datación (SI-69), que dio como resultado el fechado de 3455 ± 50 a.p.,
ha sido, algunas veces, incorrectamente atribuida al complejo de la costa central del Perú del que se trata
aquí, cuando se refiere, en realidad, a un yacimiento con el mismo nombre ubicado en Ecuador.3
Durante el Periodo Inicial Tardío ocurrió una pequeña reocupación y remodelación de las estructuras
del Periodo Precerámico Tardío. No se tiene ninguna determinación radiocarbónica para la ocupación
chavín, si bien hay cerámica de este estilo presente en el sitio. Existe un componente aún más temprano,
un basural del que se tiene un solo fechado de 5800 ± 100 a.C. (calib.). De hecho, el complejo muestra
ocupaciones de data muy posterior: un camino inca pasa cerca y fue parcialmente destruido hace algún
tiempo por maquinaria pesada, pero también hay porciones de un camino más antiguo que conduce tanto
al norte como al sur. El yacimiento ha sufrido daños causados por huaqueo y los trabajos realizados por
el Proyecto Buena Vista han ubicado más de 50 hoyos. Engel cubrió el sitio después de sus excavaciones

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LA TRADICIÓN RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA 63

Fig. 6. Plano general de los montículos I y II, y las estructuras domésticas (elaboración del plano: Bernardino Ojeda, 2003).

en la década de los sesenta, pero sus unidades fueron reabiertas y se expuso uno de los frisos que, luego,
fue deteriorado en gran medida. Asimismo, se pueden encontrar tiestos de cerámica de muchos periodos
distintos dispersos en gran parte de la superficie.
Se excavó en dos estructuras monumentales, denominadas Montículo I y Montículo II, que corres-
ponden al Periodo Precerámico Tardío (Fig. 5). El primero constituye una estructura especial, la Pirámide
de los Extremos Lunares (Fig. 6), y es llamada así por su probable asociación con las paradas lunares.
Asimismo, en ella existe un mural con la representación de un zorro en la entrada, un animal que también
se asocia con el culto de este astro nocturno (Adkins y Benfer e.p.). Se encuentra sobre una construcción
de 11 metros de altura, que tiene escaleras múltiples sobrepuestas y plataformas bordeadas por muros con
nichos, decorados a veces con ventanas, algo que puede haber motivado el nombre de Los Frisos que se le
da al edificio (Fig. 7). Se excavaron tres muros en el lado norte de la escalera central, mientras que, en el
lado sur, se hizo un pozo de prueba y se encontraron los nichos esperados en el muro superior. Es probable
que los muros inferiores sean también simétricos y que se encuentren a ambos lados de la escalera. Según

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Tabla 1. Fechados radiocarbónicos de los templos de Buena Vista (elaboración de la tabla: Proyecto Buena Vista).
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Fechado de
Años Edad calibrada
N.o precisión
N.o de lab. Procedencia radiocarbónicos redondeada;
de muestra interpolada

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a.p. rango de 1 s
redondeada
Cámara de Ofrendas, Templo del Zorro, Sector B, U_X; nivel n.o 300, ramitas carbonizadas
BXI-073 GX-31276 3770 ± 80 2460-1980 a.C. 2220 a.C.
en ofrendas compuestas de plantas ubicadas debajo de piedras redondeadas.
Cámara de Ofrendas, Templo del Zorro, Sector B, U_X; nivel n.o 400, ramitas carbonizadas
BXI-099 GX-32177 3790 ± 80 2470-2020 a.C. 2220 a.C.
en ofrendas de plantas ubicadas debajo de piedras redondeadas.
Templo del Disco Amenazante; fibras vegetales del enlucido de barro en la base de la es-
SB-UXII-300 GX-31920 3660 ± 90 2290-1850 a.C. 2030 a.C.
cultura.

13.12725 UGAMS 2685 Cámara de Luz del Solsticio de Verano; fibras vegetales del enlucido de barro del techo. 3600 ± 30 2030-1890 a.C. 2000 a.C.

13.11457 GX-30695 Edificios domésticos, Sector C, U_VI; nivel n.o 250, fogón con ducto de ventilación. 3600 ± 50 2060-1870 a.C. 2000 a.C.

13.11437 GX-30684 Sector B, U_X; nivel n.o 300, última escalera, M_1. 3570 ± 70 2060-1740 a.C. 1900 a.C.

13.13050 UGAMS 3128 Templo del Paraíso del Valle; nivel n.o 400, ramitas carbonizadas, pozo central. 3520 ± 25 1920-1690 a.C. 1850 a.C.

13.13047 UGAMS 3126 Templo del Paraíso del Valle; nivel n.o 200, ramitas carbonizadas en el piso. 3490 ± 25 1890-1750 a.C. 1780 a.C.
ROBERT A. BENFER, JR. ET AL.

12.13049 UGAMS 3127 Templo del Paraíso del Valle; nivel n.o 300, ramitas carbonizadas, pozo central. 3450 ± 25 1780-1690 a.C. 1750 a.C.

13.13053 UGAMS 3129 Templo del Paraíso del Valle; nivel n.o 300, ramitas carbonizadas entre los dos pisos. 3420 ± 25 1770-1660 a.C. 1730 a.C.

13.10825 GX-29938 Sector B, U_X; nivel n.o 300, F104, fogón. 3410 ± 70 1730-1660 a.C. 1730 a.C.

Engel 1974 PI-1845 M_1, Sector B, U_X; viga de madera, muro con nichos inferior. 3390 ± 70 1880-1520 a.C. 1680 a.C.

2.10874 GX-29935 M_1, Sector B, U_X; viga de madera, muro con nichos superior. 3290 ± 80 1670-1495 a.C. 1590 a.C.

Sector C, fundamentos de una plaza ubicada al frente, en dirección oeste, de los edificios
Dolfuss 1960 No disponible 3200 ± 114 1620-1375 a.C. 1540 a.C.
domésticos (restos de esqueleto).
LA TRADICIÓN RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA 65

Fig. 7. Plano detallado del Montículo I. El Templo del Zorro está en la parte superior de la imagen; se observan tres muros
con nichos, uno de ellos es, más bien, una ventana con una estructura detrás (elaboración del plano: Proyecto Buena Vista;
modificado de Adkins y Benfer 2009, publicado en las Astronomical Society of the Pacific Conference Series).

informantes locales, una porción significativa de la sección del lado norte de la escalera central fue remo-
vida por huaqueo con el fin de rellenar el camino, pero, afortunadamente, la porción del sur se conserva
para futuras investigaciones. La altura de 11 metros fue calculada por medio de la observación del terreno
rocoso sobre el que descansa el edificio en comparación con el que se encuentra en la quebrada, que parece
ser similar. Un pozo de prueba de 3 metros, ubicado en la parte baja al norte de las paredes con nichos, no
alcanzó la superficie de la colina. Es posible que aún queden 7 metros bajo el suelo de la estructura en la
cumbre de la pirámide, a la que se nombró como el Templo del Zorro. Una pequeña ruptura en el suelo
permitió observar que las shicras del relleno constructivo llegaban a más de 1 metro por debajo. Es obvio

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66 ROBERT A. BENFER, JR. ET AL.

que hubo múltiples episodios de construcción dada la presencia de superposiciones de numerosas escaleras
(Fig. 8). Además, debido a que el segundo muro de nichos no habría sido totalmente visible detrás del
tercero, es razonable asumir que fue construido antes que este.4
El acimut de una línea que parte desde el centro de los escalones inferiores que se conservan a una
altura por encima del camino inca hasta la elevación que los autores han denominado apu, la montaña
más alta visible hacia el este, es de 119º36’ (Fig. 9). Esta es casi la misma orientación, de 120º, que tienen
los muros de las estructuras domésticas de elite (ver Fig. 5), que se encuentran al otro lado de la quebrada
directamente al norte del complejo monumental. Si se extiende esta línea al valle, parece ser casi perpendi-
cular a este. Una línea que va desde el centro de los escalones de la entrada inferior a la pirámide al centro
de las escaleras superiores cruza una de las dos plataformas visibles en la cresta ubicada al este y que fue
tallada en la roca madre. Esta línea describe un acimut de cerca de 117°. Al parecer, la pirámide siguió un
alineamiento más respecto de la Luna —especialmente en relación con la posición extrema (major lunar
standstill) y la elevación— que del apu, algo que se concluyó por medio de reconocimientos visuales.
Se obtuvo un fechado de 3790 ± 80 a.p. a partir de la madera de una viga en el muro superior del Mon-
tículo I, y que es ligeramente más temprano que el obtenido por Engel del muro inferior (Tabla 1). Ya
que la madera para la viga podría haber sido rescatada de la basura de un uso más temprano, esta data-
ción debería ser vista como la mínima probable. Los nichos superiores son cuadrangulares como los ha-
llados en el templo de la cima, mientras que los del muro inferior tienen forma de rayos (Fig. 10). Nichos
similares se han encontrado en el Montículo 2 y pueden estar relacionados con el antiguo dios Kon, ya
que, en quechua, los truenos tienen aquel nombre (Sullivan 1996: 89). Los nichos —y, en un caso, una
ventana del muro inferior— están orientados alrededor de 294º, es decir, el acimut de la puesta del Sol
en el solsticio de junio (Figs. 6, 10). Una ventana ubicada a la izquierda del primer nicho a la derecha
—señalada con una flecha en la parte inferior de la Fig. 10— tiene una cámara no excavada detrás de ella
y podría haber captado rayos de la puesta del Sol a través de otra ventana, aún no visible, o quizás antes
de que el muro fuera construido. Otra cámara con estas propiedades, pero respecto del Sol creciente,
será descrita en relación con el Montículo II, más adelante. La forma escalonada que mira a la izquierda
que presentan los nichos de este muro constituye un patrón inusual, desconocido para los autores con
excepción de lo que se sabe para periodos muy posteriores. También tenía grafitis de probables figuras
de camélidos. Como se mencionó arriba, la cumbre del monumento ha sido bastante saqueada, pero
en la tercera temporada de excavaciones se buscaron muros y fragmentos de pisos, lo que llevó a la sor-
presa del hallazgo de un templo intacto. Los huaqueros se habían detenido a pocos centímetros de sus
muros superiores.

3.3. El Templo del Zorro

El Templo del Zorro, nombrado así por su mural inciso con la representación de ese animal, constituye un
ushnu ubicado en la cima del Montículo I. En ella se ubica una estructura, escalonada hacia su interior, que
lleva hacia un espacio de planta cuadrangular para el depósito de objetos diversos y a la que se ha denomi-
nado Cámara de Ofrendas (Figs. 11, 12, 13). Este diseño y otras características la asocian con los templos
de estilo Mito (Burger y Salazar-Burger 1986; Bonnier 1997). Carece de un conducto ventilador o drenaje,
característico de algunos, pero no de todos los templos de esa tradición (Bonnier 1997: 127). Fue llenada
con capas estratificadas de madera parcialmente quemada, desechos orgánicos e inorgánicos, y diversos
artefactos. Un fogón central hace evidente su función original, pero la Fig. 14 muestra lo que podría ser
un ducto de ventilación no excavado. Una falsa «puerta», ubicada al fondo de la cámara —también típica
de los templos mito—, sugiere, en este caso, un dispositivo de observación hacia el Este con un acimut de
114º32’, es decir, un ángulo asociado a la salida del Sol en el solsticio de diciembre de 2000 a.C. (Fig. 15).
Fue cubierta con bolsas de redes de fibra vegetal rellenas de piedras (shicras).
La Cámara de Ofrendas fue rellenada antes de que el templo fuera enterrado ritualmente en dos o
tres momentos diferentes. Como se puede observar en el perfil (Fig. 12), había algunas capas de piedras
que cubrían las ofrendas. Ramitas carbonizadas de las dos capas bajo las piedras arrojaron, con la misma
precisión, la fecha redondeada de 2220 a.C. (Tabla 1). Pino (2005: 146) determinó, con el sustento de
investigaciones etnográficas realizadas en la región, que un ushnu tenía, entre otras funciones, la de ser un

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LA TRADICIÓN RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA

Fig. 8. Perfil del Montículo I (elaboración del dibujo: Bernardino Ojeda, 2004; modificado de Adkins y Benfer 2009, publicado en las Astronomical Society of the Pacific Conference

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Series).
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Fig. 9. La montaña o apu


vista desde lejos. El acimut
de la entrada del Montículo
I al apu es de 119º36’ (foto:
Robert A. Benfer, Jr.).

Fig. 10. Muros con nichos del Montículo I. Nótese que los «nichos» de la parte
inferior de la foto son, en realidad, ventanas y que detrás de una de estas se
encuentra una cámara aún no excavada (foto: Robert A. Benfer, Jr.).

lugar donde las libaciones, probablemente de chicha, eran vertidas y limpiadas ritualmente haciendo que
el líquido atravesara un «lecho» conformado por pequeños guijarros. De forma especulativa, los autores
plantean que las distintas capas de piedras sugieren acontecimientos relativos a la participación de diversas
mitades o ayllus.
La ocupación doméstica del Periodo Precerámico Tardío en Buena Vista en el Sector C consiste de
múltiples recintos con muros de piedra enlucidos dispuestos a manera de estructuras adyacentes (Fig. 5).

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LA TRADICIÓN RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA 69

Fig. 11. Plano del Templo del Zorro (elaboración del plano: Proyecto Buena Vista).

Uno de ellos produjo un solo fechado radiocarbónico (2060-1870 a.C. [calib.]), con un intervalo de con-
fianza de 95%, que apenas traslapa los de los fechados de la sección monumental (Tabla 1). Estos recintos
son candidatos posibles para las estructuras que pudieron haber servido de residencia de los sacerdotes-
astrónomos, mientras que la arquitectura correspondiente a las viviendas de los individuos comunes pro-
bablemente está oculta por el aluvión que cubre el suelo del valle.
Los dos fechados de radiocarbono del templo se superponen también a los de otros edificios mito ubi-
cados en otras regiones. Basados en determinaciones radiométricas disponibles, Haas y Creamer (2004)
sostienen que los fogones de estilo Mito se originaron probablemente en valles costeños, y que han sido
identificados con la sierra solo debido al accidente histórico de haberlos encontrado allí primero. De esta
manera, el hallazgo de un temprano templo de la etapa Mito en el valle medio costeño del Chillón no es
inesperado.
El Templo del Zorro fue denominado así por un mural que se extiende hacia el centro de la entrada
(Fig. 16). Los autores postulan que este reproduce a un zorro en posición fetal dentro del cuerpo de una
llama. Sus patas podrían ser vistas como de un camélido por su forma, pero su cola y hocico, al compararlas
con imágenes más tardías del zorro, sugieren que se trata de este animal. La figura del zorro está incisa,
mientras que la de la llama está pintada con un color rojo fugitivo y un color blanco más fijo (Fig. 17).
Más adelante se demostrará que el templo está asociado con la constelación andina del mismo nombre.
Había fragmentos de pintura en el lado norte de la entrada, pero fue imposible observar si otro mural con
las figuras del zorro y la llama habría estado presente en el desmoronado enlucido de barro. Si se considera
la simetría rigurosa de los sitios del Periodo Precerámico Tardío (Moseley 1992a), es muy probable que así
hubiera sido. Una pintura moche con la representación de un par de zorros tiene semejanzas con el cánido
del mural de Buena Vista (Franco et al. 1994). Las llamas fueron domesticadas entre 4000 y 3500 a.C.,
y reunidas en manadas hacia 3500 a.C. (Wheeler 1995). Los pastores descendían con sus animales para

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Fig. 12. Perfiles del Templo del Zorro (elaboración de los dibujos: Bernardino Ojeda, 2004).
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Fig. 13. Templo del Zorro. Vista de la Cámara de Ofrendas. La línea A-A’ corresponde al acimut de la salida del Sol en el sols-
ticio de verano (cf. Fig. 4) (foto: Neil A. Duncan).

Fig. 14. Templo del Zorro. Vista hacia el norte de la Cámara de Ofrendas. Nótese el fogón (foto: Proyecto Buena Vista).

pastar en los oasis de vegetación producidos por las nieblas en las colinas costeñas, y aún hoy lo hacen en
años húmedos. Huesos de camélidos se pueden encontrar en contextos de los periodos Precerámico Medio
y Tardío, aunque son raramente registrados en Buena Vista, donde predominan los mamíferos marinos.
El zorro es asociado con el cultivo de plantas y la irrigación en la mayor parte de Sudamérica al sur de
Ecuador (Eeckhout 1998: 126-127; cf. Itier 1997). Está incluido en el relato de origen andino en el sitio
cercano de Huarochirí (Salomon y Urioste 1991). Las constelaciones andinas del Zorro y la Llama son co-
nocidas desde la cultura Paracas (Gundrum 2000; Pitluga 2003), así como en las sociedades moche (Franco
et al. 2001) e inca (Bauer y Dearborn 1995), y previamente se había sugerido que su reconocimiento sería

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Fig. 15. Dibujo isométrico del Templo del Zorro que muestra la proyección de una línea que parte desde el centro de la entrada
oeste del templo, pasa por el «dispositivo de observación» y llega al fondo: la Cámara de Ofrendas (elaboración del dibujo:
Proyecto Buena Vista).

tan temprano como 1200 a.C., es decir, durante el Periodo Inicial (Urton 1981b). En el presente trabajo
se demostrará que estas formaciones estelares ya eran distinguidas 1000 años antes de esa fecha.
El Montículo I es llamado así por el alineamiento del Templo del Zorro con la denominada Roca B
(véase más abajo). Este alineamiento, de 114º de acimut, biseca los dos extremos lunares en el sur. Las
escaleras del Montículo I también están orientadas hacia el extremo de la salida de la Luna (117°) con una
elevación de 22° por sobre la cresta. Sin embargo, los autores también han comprobado la presencia de
alineamientos solares y respecto de constelaciones en el complejo. De hecho, el Montículo II parece más
firmemente orientado hacia eventos solares o estelares, ya que la escultura de un disco de barro, ubicada en
un recinto especial, mira fijamente hacia la puesta del Sol en el día del solsticio (294°) y una cámara situada
delante de él «capta», luego, los primeros rayos de la salida del Sol durante este fenómeno. Se obtiene un
acimut de 111º de carácter perpendicular a la cámara interna y de 112º para su extensión respecto del
muro. La elevación del horizonte al este es de 23º respecto de la cámara; hace 4000 años, la salida del Sol
sobre esa elevación fue de 111º8’. El muro al norte de la cámara tiene un acimut de, aproximadamente,
108°30’, lo que es equivalente al acimut de la Roca A observada desde el Disco.

3.4. El Montículo II: la Pirámide del Extremo del Sol

Un segundo monumento fue excavado en 2005 y se encuentra al sur del primero (Figs. 18, 19). Como el
Montículo I, esta pirámide —conformada por plataformas escalonadas— o Montículo II, fue construida
en la ladera de una colina. La construcción era similar, con sus paredes principales enlucidas y rellenadas
con escombros de piedras, y fragmentos de pintura blanca, amarilla y roja que aún permanecen en algu-
nos sectores. Los cantos rodados predominaron más en este edificio que en el Montículo I. Los autores
regresaron al campo en 2007 con el fin de encontrar la escalera que descendía de la entrada de la escultura
del Disco. Se retiró el antiguo pero no consolidado relleno de la parte superior de la entrada, pero solo se

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Fig. 16. Templo del Zorro. Foto de las figuras


de un zorro inciso y una llama pintada en la
entrada oeste (foto: Proyecto Buena Vista).

Fig. 17. Trazado de un zorro al interior, al parecer, de


una llama (modificado de un bosquejo de Bernardino
Ojeda realizado por Anne Bolin y Robert A. Benfer, Jr.).

observó un único peldaño que descendía del acceso ubicado delante de la escultura. A continuación, se
reemplazó el relleno prehispánico con una pared de piedras para protegerla. En el mismo año se realizaron
excavaciones muy parciales en la antesala del Templo del Disco Amenazante para encontrar el término de
esta escalera, y, por fortuna, se halló una sección principal. Su acimut era de 114°42’ y se le siguió hasta
encontrar un piso. Allí se hicieron excavaciones limitadas para descubrir las esquinas del recinto mostrado
en la Fig. 18. Se descubrieron muros decorados con nichos y esculturas en bajorrelieve en paredes que aún

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Fig. 18. Plano del Montículo II (elaboración del plano: Bernardino Ojeda).
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Fig. 19. Perfil del Montículo II (elaboración del dibujo: Bernardino Ojeda, 2007).
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Fig. 20. Busto del Músico, ubicado al norte del Templo del Disco Amenazante, probablemente en la entrada del corredor que
se dirige hacia dicha estructura (foto: Proyecto Buena Vista).

tenían pintura negra remanente. En las tres esquinas en las que se excavó se encontraron cámaras de ofren-
das de planta circular hundidas con piedras alineadas. La de la esquina noroeste fue excavada del todo y
contenía huesos de un roedor —probablemente cuy— hojas de coca y pacae, entre otros restos orgánicos.
En el centro de la estructura se halló un fogón (Fig. 18). Todo este templo había sido cubierto por shicras
con abundantes mazorcas de maíz, pero sin presencia de fragmentos de cerámica (Fig. 19). En un nicho del
lado sureste del templo se halló una ofrenda de maíz detrás de un núcleo grande con numerosas lascas que
fueron colocadas allí probablemente en el momento del entierro del edificio. El fechado radiocarbónico
de una mazorca de maíz indica que su contexto no era del Periodo Preceramico (UGAMS 3130, 460 ± 25
a.p.), y tampoco parece ser de una antigua variedad pequeña de maíz, un aspecto importante para tomar
en cuenta debido a la hipótesis de Bonavia de la existencia de esta gramínea en periodos precerámicos
(Bonavia y Grobman 2007). Debajo del piso del templo se encontró otra, que fue colocada bajo los muros
del piso hacia el que descendía la escalera. Debido a su obvio parecido a la cámara de ofrendas del com-
plejo El Paraíso, los autores lo denominaron el Templo del Paraíso del Valle. A continuación se detallan los
hallazgos de los antiguas esculturas de este complejo.

a) La escultura del Músico: durante los primeros días de la temporada 2005 se halló un busto esculpido de
forma tridimensional y de tamaño natural. Hecho de barro enlucido, sus piernas estaban en bajorrelieve
y se encontraba sentado sobre una banqueta. La figura toca un instrumento de viento, posiblemente una
trompeta de concha Strombus o una ocarina (Fig. 20). Como fue hallada justo en los bordes de un enorme
hoyo de huaqueo, estaba en peligro de colapso inminente debido a la fragilidad del relleno dejado en él.
Después de la estabilización de emergencia, se comenzó la excavación de una nueva unidad, esta vez inme-
diatamente al sur de la escultura, ubicada en la cumbre de un recinto y alineada respecto de una entrada
que aún estaba intacta a la altura del camino inca. Casi inmediatamente se descubrió una escultura más
grande consistente de un disco de, aproximadamente, 1 metro de diámetro flanqueado por dos animales
míticos.

b) La escultura del Disco Amenazante: esta figura de forma circular contiene un rostro antropomorfo de
barro enlucido con inclusiones de fibra vegetal, y está cubierta con una capa de arcilla fina no cocida y
pintada (Figs. 21, 22). El relleno lo conformaban pequeñas piedras y bolitas de arcilla. Dos psicólogos,

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Fig. 21. Cara oeste del Disco Amenazante. Lo flanquean animales sobrenaturales (foto: Proyecto Buena Vista).

reconocidos por sus estudios de expresiones faciales, identificaron el semblante del personaje como ame-
nazante, ya que el rostro parece fruncir el ceño o estar enojado (Fig. 23). Como parte de las observaciones
realizadas se trazó una línea perpendicular a la mirada fija del Disco y fue calculada en 294º, es decir, la
puesta del Sol durante el solsticio de invierno.
Es probable que esta figura represente una máscara, un tipo de elemento importante en la historia an-
dina más tardía y en los rituales andinos modernos. Una máscara procedente de La Galgada posee también
este carácter facial (Grieder et al. 1988: fig. 84, 9-10). De hecho, los templos de La Galgada se parecen a
los de la fase Kotosh Mito en su configuración general. Otro sitio del Periodo Precerámico Tardío de la
costa, el complejo de Sechín Bajo, tiene un grafiti que muestra una similitud respecto del rostro del Disco
Amenazante de este edificio monumental del Chillón (Fuchs et al. 2006: 16; cf. número anterior).

Ambas esculturas corresponden a épocas precerámicas, lo que se apoya en dos fechados radiocarbó-
nicos que verifican la construcción y el entierro de la estructura del Disco (Tabla 1). Las representaciones
escultóricas son conocidas de sitios recuay, más tardíos (DeLeonardis y Lau 2004; Lau 2004), pero las es-
culturas de Buena Vista son más tempranas que cualesquiera otra en las Américas. Una beca de la National
Geographic proporcionó fondos para la conservación de ambas obras, los muros circundantes y la super-
ficie del piso del Templo del Disco Amenazante, como los autores lo han denominado. El Disco miraba
fijamente al Oeste a través de una entrada ubicada directamente delante de él, pero, más tarde, en tiempos
prehistóricos, dicho acceso fue rellenado con shicras. El segundo acontecimiento estuvo asociado con la
construcción de una pequeña cámara con paredes de barro enlucido y dinteles de piedra a la que se llamó
la Cámara de Luz del Solsticio de Verano, sobre la que se discutirá más abajo (Figs. 24, 25).
La escultura del Disco tenía un grafiti en el borde norte y podría considerarse como un «plano» de la
estructura que la contiene. La figura tenía mandíbula de puma, con el colmillo inferior detrás del primero,
y una línea que podría reproducir el disco si la vista fuera desde arriba (Fig. 26). El grafiti también mostraba
un objeto inciso rodeado por dos círculos en el centro que, en las notas del autor principal de este trabajo,
se sugirió que podría simbolizar un hacha. Ya que se necesitaba una muestra de radiocarbono, se excavó
un cateo de 25 por 25 centímetros delante del Disco. Allí se encontró un hacha de piedra que tenía una

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78 ROBERT A. BENFER, JR. ET AL.

Fig. 22. Templo del Disco


Amenazante. Entrada oeste
durante la realización de las
excavaciones. Nótese que el
relleno de shicras se ubica a
la altura del nivel superior
de la escultura del Disco
Amenazante (foto: Proyecto
Buena Vista).

representación sobre la que se discutirá en otra publicación. Un fechado calibrado de 2030 a.C., calculado
a partir de fibras vegetales del enlucido del piso, sugiere que la erección de esta escultura comenzó poco
después de que los rituales finales fueran realizados en el Templo del Zorro (Tabla 1).
Ya que el estilo de esta escultura no tiene precedentes, a continuación se proporcionan más detalles
sobre ella junto con los animales que la flanquean. Su aspecto circular podría sugerir la Tierra, la Luna o
el Sol. Si la figura de la máscara representa a la Tierra, o Pacha Mama, el montículo habría sido dedicado
a ella. Ya que tal templo todavía no ha sido encontrado en este valle, un complejo principal como Buena
Vista es un excelente candidato. Asimismo, si este es el caso, esta sería, también, la imagen más temprana
que se conoce con esa alusión. También podría simbolizar la fuerza mítica sobrenatural que, se pensaba,
habría precedido a la Pacha Mama —Kon—, ya que esta antigua divinidad fue adorada en el Chillón
(Ludeña 2006). En ese sentido, otras deidades de aquel tiempo, Punchauca y Chocas, todavía son repre-
sentadas en el valle por medio de topónimos.
El Disco es flanqueado por esculturas de animales que tienen ojos en forma de medialuna (Fig. 21).
Estas figuras son asociadas con el culto lunar en las etapas prehistóricas más tardías y en la etnohistoria
(Kelley y Milone 2005: 449). Igualmente, una de las esculturas acompañantes, el animal a la izquierda en
la Fig. 21, se asemeja a los que han sido identificados como animales lunares pintados en una vasija moche.
Estos tienen un tratamiento de los ojos diferente en cada lado de la vasija (Bruhns 1976). De manera aná-
loga, los ojos de la figura del lado oeste tienen forma de medialuna, mientras que el único ojo en la figura
más pequeña del lado este consiste de un disco parecido al del Sol.
Es muy posible que la escultura del Disco de Buena Vista represente al Sol. Esta sería una identificación
más segura si los animales que lo flanquean fueran felinos en vez de zorros. En ese sentido, Pino (2005:
158-159) refiere que, en Huánuco Pampa, donde hay alineamientos solsticiales, se pueden encontrar fi-
guras de pares de felinos. Además, la asociación de este tipo de representaciones duales de animales en
sitios incas con evidencia de alineamientos solares está referida en descripciones de documentos coloniales,
donde se indica la figura de dos felinos a ambos lados de la imagen del astro rey (Guaman Poma 1936
[1615]: 262 [264]-263 [265]). El ojo circular en el lado este del Disco está orientado hacia el Sol naciente.
Más aún, el hecho de que los animales acompañantes tienen sus caras desviadas indicaría que pueden
estar orientadas de esta manera para «evitar» la brillantez producida por el Sol. Por último, el cercano sitio
de El Paraíso ha proporcionado la figura de un disco —fechada en el mismo tiempo que la del Periodo

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Fig. 23. Perfil del Templo del Disco Amenazante. Véase la escultura del Busto del Músico a la izquierda de la imagen, «sentado» frente a la supuesta entrada al templo (elaboración

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del dibujo: Proyecto Buena Vista).


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Fig. 24. Plano de la Cámara de Luz del Solsticio de Verano (elaboración del dibujo: Bernardino Ojeda, 2005).

Precerámico Tardío de Buena Vista— cuya representación es clara: los rayos que irradian de su rostro lo
hacen un obvio disco solar (Bischof 1994: fig. 11d).
Sin embargo, los autores se inclinan más por la propuesta de que los animales míticos probablemente
aludan a zorros. Esto se debe a las representaciones más tardías de la cultura Moche, en la que aparecen
pares de zorros alrededor de una figura central, casi siempre asociada con la Luna. Los pares de figuras
moche muestran, típicamente, un animal más grande, el macho, ubicado a la izquierda y que se distingue
por una línea o mancha oscura en la cola (véase Franco et al. 2001). Como se puede observar en la Fig. 21,
el animal más grande, situado a la izquierda, posee una mancha similar.
De manera obvia, existen otras interpretaciones posibles. El Disco Amenazante podría incorporar
tanto al Sol como a la Luna en un sistema dual. La dualidad es un principio bien conocido de organiza-
ción de parentesco en los Andes documentada tanto por la literatura etnohistórica como por la arquitec-
tura arqueológica (Cavallaro 1997). En todo caso, el reinado de la deidad simbolizada por el Disco debió
llegar a su final en el lapso de un siglo. La escultura fue enterrada con shicras en una parte del camino de
la entrada (Fig. 24) y esta fue bloqueada del todo por la construcción de la denominada Cámara de Luz
del Solsticio de Verano. El Templo del Paraíso del Valle también fue enterrado, posiblemente, al mismo
tiempo (Fig. 19). En la búsqueda de muros y esquinas se encontró una serie de nichos. Es de interés in-
dicar que, debido a lo que revelaba un nicho colapsado de manera parcial, se encontró que una serie de
arcos hechos de cantos rodados y de barro enlucido sostenían los nichos inferiores de la primera etapa de

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LA TRADICIÓN RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA 81

Fig. 25. Perfil de la Cámara de Luz del Solsticio de Verano (elaboración del dibujo: Bernardino Ojeda).

construcción del edificio. Constituyen estructuras suficientemente fuertes, de manera que uno de ellos,
aún intacto, presenta más de 4 metros de relleno encima en la actualidad. Se dejaron soportes de madera
para protegerlo antes de colocar un nuevo relleno, ya que no se conoce de algún ejemplo de este tipo de
elemento arquitectónico tan temprano en las Américas.
A continuación se documentan los correlatos astronómicos de los alineamientos presentados en este
artículo. La Fig. 27 presenta un resumen de estos. En la investigación realizada por los autores era impor-
tante tener presente que tales alineamientos podían haber cambiado con el tiempo. En comparación con
el pasado arqueológico, las puestas y salidas del Sol y de la Luna observadas hoy desde la pirámide tienen
casi las mismas orientaciones en el horizonte, si bien varían por solo medio grado en 4000 años. En con-
traste, los puntos de salida y puesta para las estrellas y constelaciones en el horizonte han cambiado en gran
medida debido al movimiento de precesión de la Tierra. Con el tiempo, esta precesión efectúa un cambio
gradual del aspecto del cielo nocturno visible a los observadores en una latitud dada. Un ejemplo a partir
de eras diferentes en latitudes similares —los sitios de Mismanay y Buena Vista— ilustra este cambio. En
el primero, Urton (1981b) advirtió la salida del Sol en la constelación del Zorro el 21 de diciembre. Sin
embargo, en Buena Vista, en 2220 a.C., la constelación se habría elevado, aproximadamente, tres horas
antes de la salida del Sol. Con el objeto de calcular la posición esperada de estrellas y constelaciones hay
que conocer el fechado del observatorio y los rasgos que forman parte de sus alineamientos astronómicos.

4. Los alineamientos de Buena Vista

4.1. El fechado de los alineamientos

a) El fechado del Templo del Zorro: esta datación es excepcionalmente segura. Ofrendas de plantas, pie-
dras y huesos estaban presentes en una matriz de pequeñas ramas, hierbas y madera quemadas (Tabla 1).

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Fig. 26. Grafiti del muro sur del Disco Amenazante (ela-
boración del dibujo: Bernardino Ojeda, 2007).

El contexto y los materiales de las muestras han ayudado a evitar los grandes problemas que han estado
implicados en las interpretaciones de fechados de otros sitios de este periodo (Velarde 1998). Se excavó
completamente la pequeña Cámara de Ofrendas, que tenía 1,51 metros de profundidad. Cada nivel se
excavó como una unidad y todos los restos fueron llevados al laboratorio. El primer nivel de la excavación
se denominó n.o 100 (Fig. 12) y, cuando se alcanzó la cámara, su primer nivel fue rotulado como n.o 200.
El lente n.o 250 corresponde al segundo nivel encontrado dentro de la cámara. Este se extendió sobre la
cabecera del muro de la cámara y fue cubierto de guijarros de río. Las ofrendas de plantas fueron mezcladas
con hierbas quemadas de manera parcial, carbón vegetal y algunas rocas pequeñas de forma irregular. El
segundo nivel, n.o 300, consistía de una capa de cantos rodados de río con ofrendas de plantas; el tercero,
n.o 350, era un nivel conformado por una mezcla de cantos rodados de río con relleno de rocas fracturadas
y carbón vegetal. El cuarto, n.o 400, incluyó más ofrendas de plantas quemadas y no quemadas, así como
carbón vegetal al interior de una matriz de hierbas dentro de un relleno suelto. El nivel final, n.o 425, con-
sistía de una capa de hierbas que cubría la mayor parte del piso.
En el laboratorio se separó el carbón de los restos botánicos. Las muestras para el fechado de radio-
carbono consistieron de carbón de ramitas que procedían de los niveles n.o 300 y n.o 400 (GX-31276
y GX-32177 en la Tabla 1). Se utilizó el programa Calib para la calibración de intervalos de confianza
(Stuiver y Reimer 1993) y, para generar un mejor cálculo dentro de los límites de confianza, se realizó una
interpolación lineal por año de los fechados precisos disponibles (Stuiver et al. 1998). Por medio de este
método se encontró que, cuando se redondean a la década, las dos medidas de radiocarbono, ciertamente,
calculan la misma fecha: 2200 a.C. (calib.).

b) El fechado del Disco Amenazante: el Templo del Disco Amenazante puede haber sido abierto al mismo
tiempo que se selló el Templo del Zorro. La determinación radiométrica realizada con muestras del tem-
perante de plantas en el enlucido de barro de la plataforma sobre la que fue construido proporciona un
fechado de precisión de 2030 a.C. (GX-31920 en la Tabla 1). Como los fechados de los dos templos se
sobreponen, es imposible distinguirlos solo sobre la base de aquellas fechas. Sin embargo, se puede deducir
que la fecha definida para el Templo del Zorro fue el último día de su uso, mientras que la del Templo del
Disco Amenazante corresponde a la de los primeros días de su construcción. Por lo tanto, la hipótesis de
trabajo de los autores es que la apertura y uso del Templo del Disco Amenazante siguió al cierre del Templo
del Zorro.
Más tarde, el Disco Amenazante fue cubierto como lo fue la entrada en dos eventos distintos. En
primer lugar, las shicras rellenaron el acceso a la cámara (Fig. 22). Una cámara especial, la Cámara de
Luz del Solsticio de Verano, fue construida en ese lugar (Figs. 24, 25). Todavía más tarde, un nuevo piso
también cubrió la cámara. No se encontró cerámica en el relleno sobre el Disco, pero un pozo de huaqueo
que lo penetró varios metros al sur produjo cierta cantidad de tiestos. Estos acontecimientos estuvieron

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Fig. 27. Templos y alineamientos astronómicos en Buena Vista hacia 2200 a.C. (elaboración del diagrama: Proyecto Buena Vista).
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relacionados con aquellos que ocurrieron en el lado occidental de la entrada en el nuevo templo excavado
parcialmente en diciembre de 2007, el Templo del Paraíso del Valle (Fig. 18). Los fechados radiocarbóni-
cos de este edificio, que parece ser parte del complejo de estructuras que incluyen el Disco Amenazante y
el Músico, figuran en la Tabla 1.

c) El fechado del dispositivo astronómico de la Cámara de Luz del Solsticio de Verano: con este objeto
se recogieron fragmentos del enlucido de barro que cayeron del techo de la cámara y algunas fibras ve-
getales fueron removidas como muestras. Estas proporcionaron un fechado de 2000 a.C. calibrado por
comparación con cálculos de precisión de la base de datos Seattle redondeados a la década (Stuiver et al.
1998: 1127; Tabla 1). El fechado del Disco Amenazante, de 2030 a.C., sugiere que este conservó su poder
e influencia por el lapso de un siglo, pero fue sustituido por un nuevo culto, expresado en la orientación
de la Cámara de Luz hacia la salida del Sol en el solsticio, que obstruyó la mirada fija del Disco hacia el
horizonte occidental para siempre.
Las etapas de construcción sugeridas por estos fechados junto con los dos de los muros con nichos
que bordean la escalera que asciende a la Pirámide del Extremo Lunar o Montículo I (Tabla 1) sugieren
las siguientes etapas constructivas principales para los montículos I y II. Los dos fechados de 2220 a.C.
de las ceremonias finales realizadas en la estructura en la cumbre de una pirámide de 11 metros parecen
indicar que su construcción fue temprana. El fechado de 2030 a.C. para la plataforma en la que el Disco
Amenazante se asienta y el de 2000 a.C. para la cámara que fue usada para cerrar la entrada que el Disco
miraba fijamente sugieren que la construcción sobre el Montículo II comenzó en el tiempo en que el
Templo del Zorro fue enterrado de manera ritual. Los fechados de los templos del Disco Amenazante y
el muy parcialmente excavado Paraíso del Valle se encuentran en un rango de 1750 a 1850 a.C., es decir,
entre las fechas más tempranas a las más recientes (Tabla 1). No se cuenta con un fechado para el primer
piso, pero debe corresponder a la construcción del Disco Amenazante, hacia 2000 a.C. Su erección siguió
a la del Templo del Zorro. Por lo tanto, la influencia de El Paraíso, evidente en el Templo del Paraíso del
Valle en Buena Vista, puede haberse extendido al complejo en cuestión después de que el primer ushnu
fuera levantado, con lo que se extinguió la Cámara de Ofrendas, de estilo Mito. Es notable que todo lo
encontrado en el relleno sobre el piso y en las cámaras de ofrendas del Templo del Paraíso del Valle solo
se conforma de instrumentos marinos y caparazones de mariscos. Con estos fechados disponibles de con-
textos seguros se puede proceder a reconstruir la configuración de los firmamentos pasados entre 1750 a
2220 a.C. Se debe recordar que este fue un tiempo en el que la disponibilidad de agua era menos confiable
y poco abundante (Thompson et al. 2001: fig. 13).

4.2. Los alineamientos astronómicos

La Fig. 28 presenta un diagrama de los principales alineamientos astronómicos respecto del Este. Ya que las
constelaciones de nubes oscuras, como aquella del Zorro Andino, no tienen un obvio punto de referencia,
se usarán como representativas las tres estrellas principales de un asterismo5 que la precede. Aunque esta
puede haber sido una constelación independiente —el Gato Dorado (Urton 1981b: 99; pero véase Magli
2005)—, no se descarta aquella posibilidad. En cambio, los autores concuerdan con Pitluga (2003) en la
utilidad de las estrellas para localizar constelaciones de nubes oscuras.

4.2.1. Salida del Sol en el solsticio de verano

a) Tres rocas prominentes en la cresta ubicada al este: se trata de tres peñascos de casi 1,5 metros de diá-
metro, denominados A, B y C, que sobresalen y son claramente visibles desde los templos (Fig. 29). Para
los residentes del complejo constituyeron sus marcadores en el horizonte o sus puntos de referencia para
la observación de fenómenos astronómicos específicos. La Roca A fue modificada, mientras que la Roca B
pudo haber sido alterada, ambas con el fin de representar cabezas puntiagudas, un estilo característico de
las cabezas líticas más tardías de Chavín. Estas rocas sedimentarias metamórficas contenían fósiles, pero no
líneas que demarcasen los sedimentos. El análisis mostró que cada una se asemeja a un rostro humano de

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LA TRADICIÓN RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA 85

Fig. 28. Resumen de los alineamientos respecto del este (elaboración del dibujo: Bernardino Ojeda, 2006).

perfil. Otros dos elementos prehistóricos fueron descubiertos en la cresta: una plataforma con tres niveles
hacia el norte y otra tallada en la roca madre al sur.

b) Templo del Zorro: el Sol se habría elevado el 21 de diciembre hacia 2220 a.C. en un acimut de 114º32’.
Ya que esta es, exactamente al minuto, la orientación de la salida del Sol en el solsticio de verano —sobre
un horizonte plano— y el punto medio de las dos paradas lunares del sur, se repitieron las lecturas de
tránsito en varias ocasiones. La Cámara de Ofrendas del Templo del Zorro está alineada con la Roca B,
264 metros distante y situada en la misma cresta que la Roca A (Figs. 15, 27). Se obtuvieron los acimuts de
la entrada del Templo del Zorro respecto de la Roca B por medio de un teodolito y los valores obtenidos
variaron de 114º32’ a 114º42’. La línea trazada por dos puntos en el Templo del Zorro pasa por la Roca B
a una elevación de 26º (Figs. 15, 27).
¿Cómo fue posible lograr el alineamiento del templo hacia una salida de Sol durante el solsticio que no
era visible? Un método habría sido el empleo de otra señal para marcar ese momento, la que debería haber
utilizado algún otro objetivo celeste de recorrido helíaco que se habría elevado antes de la salida del Sol
en el mismo punto. En el caso de Buena Vista, se presenta abajo el ascenso helíaco de la constelación del
Zorro. Una tercera señal debería haber marcado los extremos lunares con puntos de referencia y bisecado
aquel ángulo.
Existe otro punto de referencia que podría haber sido usado. Un sacerdote-astrónomo que hubiera
observado desde la entrada del Templo del Zorro hacia la cresta este podría haber visto la salida del Sol del
solsticio de verano a las 7.58 a.m. en un acimut de 111º0’ en una altitud de 27,9º sobre la cresta este. La
Roca A tiene un acimut de 112º y una altitud de 27º, y se encuentra a 301 metros distante de la entrada
(Fig. 27). Una fotografía del 18 de diciembre de 2007 muestra lo que el sacerdote-astrónomo habría visto
en un año en el que ocurrió el fenómeno de La Niña, una época en la que la niebla se habría posado sobre
el valle (Fig. 30). Debido a la oblicuidad cambiante, el 21 de diciembre de 2020 a.C. el Sol se habría ele-
vado un poco más de medio grado al norte. Además, se habría elevado a la derecha de la «cabeza de roca»
modificada si esta era vista desde la entrada al Templo del Zorro. Sin embargo, observada desde la Cámara
de Ofrendas, esta habría presentado el aspecto que se ve en la Fig. 29. Si se camina desde la entrada a la
cámara en la salida del Sol, el sacerdote-astrónomo habría visto al astro rey moverse hacia el sur y, por
último, «bordear» la roca.

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Fig. 29. Vista de las tres rocas en la cresta adyacente al sitio (foto: Proyecto Buena Vista).

c) Templo del Disco Amenazante: existe un claro alineamiento de 114° que parte desde la entrada a través
del Disco Amenazante (Fig. 18), llega a una plataforma tallada en la roca madre y, luego, sigue 700 metros
al este hasta unas minas de cuarcita. Ese alineamiento es el mismo que el de la Cámara de Ofrendas del
Templo del Zorro respecto de la Roca B. Estas minas han sido previamente identificadas como prehistó-
ricas, ya que hay restos de moluscos que muestran erosión fuera de un basural ubicado sobre la terraza si-
tuada en el lado este de la mina de mayores dimensiones. La cuarcita, muy usada en el Periodo Precerámico
Tardío, es abundante en las paredes de la mina como lo es en los sedimentos de los periodos Precerámico
Tardío y Formativo del sitio. La mina mira al Oeste con un acimut de 246º, el mismo de la salida del Sol
en el solsticio de invierno.

d) La Cámara de Luz del Solsticio de Verano: en 2005 se descubrió esta cámara, conformada por muros
de piedra, paredes de barro enlucidas y techo de vigas de piedra, situada en el antiguo acceso al Templo del
Disco (Fig. 24). No fue antes de que se observara el perfil que se comenzó a sospechar que se trataba de un
dispositivo astronómico (Fig. 25). El ángulo en que el Sol habría entrado primero en la cámara y su nicho
fue de 23º y este corresponde, de manera exacta, con el ángulo formado desde el Disco a la Roca C, situada
en la cresta este. Se debe advertir que la salida del Sol en el solsticio de verano habría sido vista sobre la
Roca C (111º30’, Fig. 27). En julio de 2007 se midió el ángulo del muro norte de la cámara que capta los
rayos del Sol durante el solsticio, el que puede ser visto como no paralelo al muro sur a simple vista (5,5º).
Asimismo, se calculó un acimut de 112º para el nicho central de la cámara. Este está dentro del medio
grado del acimut de la salida del Sol del solsticio de verano. El 21 de diciembre de 2007, antes de la salida
del Sol, se retiró el techo de estera dejado sobre un emparrillado de fierro que protege el templo. La Fig. 31
muestra este acontecimiento: la primera luz tenía un color naranja difuso, seguida de un blanco brillante

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Fig. 30. Puesta del Sol del solsticio de verano pasando sobre la Roca A (21 de diciembre de 2007). La vista es desde la entrada
al Templo del Zorro (foto: Proyecto Buena Vista).

cuando la totalidad del disco del Sol envió rayos de luz dentro de la cámara. La luz se hizo más difusa
cuando el astro se elevó, mientras que el haz de luz rectangular encuadraba el nicho cuando alcanzó su sec-
ción media. No resulta centrado de manera exacta en la actualidad, pero hace 4000 años (ver la discusión
acerca del fechado arriba), el Sol se habría elevado medio grado más lejos al sur, lo que habría causado que
el nicho —y su contenido— hayan estado perfectamente centrados (Fig. 31). Si hubiera estado techado,
ese techo habría estado ubicado un poco más arriba del muro.6
El escepticismo sobre los otros dos conjuntos de alineamientos astronómicos no puede ser extendido
a este caso, que parece ser el dispositivo astronómico más antiguo. Este tiene una abertura exactamente
formada para señalar la salida del Sol del solsticio de verano. La Fig. 25 muestra que la entrada al este,
indicada por la flecha, fue cubierta y que el Muro M_31 obstruyó la luz de ingreso hasta la excavación de
los autores en tiempos actuales. Nótese que su construcción bloqueó la vista al Oeste de la, ahora cubierta,
escultura del Disco. Esto indica que habría ocurrido un cambio drástico en el énfasis de la puesta del Sol
en el solsticio de invierno a la salida del Sol del solsticio de verano.

4.2.2. Puestas de Sol del solsticio de invierno

a) El Templo del Zorro: las puestas del Sol del solsticio de invierno también son señaladas por alineamien-
tos en el Templo del Zorro. Si se proyecta el alineamiento de la Cámara de Ofrendas al oeste se produce
un acimut de 294º, el horizonte plano de la puesta del Sol del solsticio de invierno. En aquel acimut se
observó una plataforma natural en la cresta opuesta, al otro lado del valle. El reconocimiento cercano per-
mitió observar sus características. Está a 2500 metros de distancia respecto de los templos y había cerámica
temprana en la superficie y ceniza debajo. Si se observa desde la Roca C al Templo del Zorro, es decir, en
la dirección opuesta de los otros alineamientos discutidos arriba, se habría podido observar fijamente al
Oeste con un acimut de aproximadamente 298º. El ascenso del Sol el día 21 de junio de 2200 a.C. estuvo
a 298°42’ por sobre la cresta distante, la que tiene una elevación de 14,5°. Esto está dentro del grado de
precisión esperado que los arqueostrónomos aceptan. Sin embargo, todavía se mantiene recelo acerca de
este alineamiento, ya que esto requiere el traslado del punto de visión lejos del sitio. En ese sentido, existe

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Fig. 31. El Sol naciente del 21 de diciembre de 2007 ilumina la Cámara de Luz del Solsticio de Verano. Los rayos se «enfocan»
en el nicho, cuya pared posterior tiene un acimut de 112°, precisamente el acimut del ascenso del Sol sobre la Roca C en esta
fecha (foto: Proyecto Buena Vista).

un posible punto, constituido por dos estructuras de piedra a manera de columnas (véase arriba), y que está
bajo investigación en la actualidad. Estas pueden conformar un horizonte artificial eficaz en estos casos.

b) Templo del Disco Amenazante: como se puede observar en la Fig. 27, los sacerdotes-astrónomos que
observaban a través del estrecho acceso a la escultura del Disco Amenazante el 21 de junio habrían mirado
fijamente a la puesta del Sol del solsticio de invierno. Se debe recordar que la cara occidental del Disco
contiene ojos en forma de medialuna (Figs. 21, 22), quizás a la espera de la «batalla inminente» que se iba
a dar entre el Sol y la Luna. Observado desde la línea de visión del Disco, el Sol se habría puesto sobre
un horizonte plano a las 5.51 p.m. del 21 de junio a 294,3º de acimut. Este es, también, el punto medio
de los dos extremos lunares. Sin embargo, el Sol realmente se habría puesto sobre el horizonte sobre una
montaña distante «detrás» de la plataforma occidental a 14,5º de altitud, con un acimut de 298º42’, a las
4.37 p.m. La línea de visión establecida por la Roca C (Fig. 29) junto con el Disco Amenazante (111º30’)
llevaría a esperar que el Sol se pusiera a 291º30’. No obstante, si el espectador estaba en la altitud de la
Roca C, la puesta del Sol habría aparecido 6º más abajo sobre las montañas distantes, lo que está cerca de
los 5º de diferencia entre el ángulo respecto de la plataforma y aquel de dichas elevaciones lejanas. Todavía
no se han estudiado sistemáticamente las puestas de Sol en el solsticio de verano, por lo que esta parte de
las investigaciones está en proceso.

c) Los alineamientos respecto de constelaciones: con respecto a la salida del Sol, a las 3.13 a.m., durante el
día del solsticio de verano, las estrellas de la constelación del Gato Dorado que están en la sección superior

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LA TRADICIÓN RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA 89

Fig. 32. Constelación del Zorro elevándose sobre la cresta (composición del gráfico: Proyecto Buena Vista).

de la constelación del Zorro se habrían elevado sobre la cresta por encima de dos de las tres cabezas de roca
(Fig. 32). Dos de las tres estrellas del Gato Dorado, Lambda Scorpii y Kappa Scorpii, se habrían elevado
en los dos lados de la plataforma a las 2.15 de la mañana del solsticio de verano. Por su parte, Iota Scorpii
habría sido visible elevándose sobre la plataforma tallada en la roca madre (Fig. 27). La constelación del
Zorro habría seguido estas estrellas y hubiera estado a la vista, pero se habría atenuado debido al amanecer
a las 5.51 a.m. El Zorro habría sido visto en su ascenso sobre los tres perfiles de roca en la cresta este poco
antes del amanecer el día del solsticio de verano. El Sol se habría elevado sobre la Roca C si se le contem-
plaba desde la entrada al Templo del Disco Amenazante y sobre la Roca A cuando era observado desde el
Templo del Zorro. De esta manera, las constelaciones anunciaban la salida del Sol en el complejo.
Estas constelaciones habrían indicado la salida del Sol durante el solsticio de verano y también se ha-
brían elevado después de la puesta del Sol del equinoccio de otoño (Fig. 27). Las estrellas Kappa Scorpii
(112º13’) y Iota Scorpii (113º47’) se habrían elevado sobre las rocas A (112º) y B (114º) vistas desde el
Templo del Zorro, mientras que Kappa Scorpii (112º13’) y Lambda Scorpii (109º29’) se habrían elevado
sobre cada lado de la Roca C (111º30’) observadas desde el Templo del Disco Amenazante. En ambos
acontecimientos, las tres estrellas que conforman el Gato Dorado (Cola de Escorpio) habrían anunciado
el ascenso, casi paralelo a la cresta, de la constelación del Zorro. Los observadores habrían advertido el
equinoccio de otoño por el ascenso, en su integridad, de la constelación del Zorro en el cielo después de
la puesta del Sol.

4.3. Nuevos datos del Templo del Paraíso del Valle

En 2007 se realizó el hallazgo de las escaleras que se dirigen a la entrada del Templo del Disco Amenazante
(Fig. 19). El acimut de estas escaleras correspondía a otros alineamientos de la salida del Sol durante el
solsticio de verano (Fig. 27). Esta medida añade puntos adicionales al alineamiento establecido por el
Disco respecto de la plataforma este: la entrada inferior al templo y las escaleras que conducen desde este
al Disco. Otros alineamientos sugeridos por esta parte recientemente descubierta del complejo están en
investigación en la actualidad.

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90 ROBERT A. BENFER, JR. ET AL.

Aunque se cuenta con un acimut aproximado de 116º50’ desde el centro de la entrada hasta las escale-
ras finales que conducen al Montículo I (Fig. 8), los autores rellenaron todo, con excepción de la entrada,
antes de desarrollar las hipótesis astronómicas. Se obtuvo este acimut por medio del cálculo del centro de
las escaleras superiores. Si este acimut es correcto, las escaleras no están muy lejos de estar alineadas con la
Roca C, a 117º30’. Este alineamiento se ubica cerca de la elevación o posición extrema sur de la parada
lunar realmente observable (aproximadamente 117º en 26º de altitud). Los estudios acerca de las paradas
lunares se llevan a cabo en la actualidad y serán publicados (Adkins y Benfer 2009), por lo que no serán
tratados en detalle aquí, excepto para mencionar que el ascenso de una luna llena podría haber sido usada
para predecir el solsticio de junio, tal como es descrito por Urton para el caso de los habitantes andinos
modernos (1981a) y por Aveni en relación con los incas del Cuzco (2003: 168).

4.4. Resumen de los principales alineamientos astronómicos en Buena Vista

En la fecha del solsticio de verano, el Sol se habría elevado por detrás de la Roca A si era visto desde el
Templo del Zorro, y sobre la Roca C de haber sido contemplado desde el Templo del Disco Amenazante y
la Cámara de Luz del Solsticio de Verano. Las estrellas del Gato Dorado habrían precedido a esta salida del
Sol en el solsticio de verano y habrían seguido la puesta del Sol en el equinoccio de otoño. El alineamiento
a 118º de la Roca B respecto del Templo del Zorro se dirige a las minas prehistóricas de cuarcita ubicadas
al este y hacia la plataforma occidental al oeste. El Disco Amenazante se alinea a 114º con una plataforma
tallada en la roca madre y las minas prehistóricas. Abajo se muestra que el alineamiento de 114º/294º está
presente en otro sitio del Periodo Precerámico Tardío del valle del Chillón, El Paraíso, y en diversos com-
plejos arquitectónicos situados en otras áreas.
La orientación de la escultura del Disco Amenazante tiene precedentes en otras latitudes. Esculturas
que miran hacia el solsticio fueron erigidas en la necrópolis de Tebas durante el reinado de Amenhotep, en
el segundo milenio a.C. (Kelley y Milone 2005). Fueron colocadas en ese lugar para predecir la llegada de
la inundación anual que permitía la agricultura extensiva. De la misma manera, la zona del Chillón medio
ubicada delante de Buena Vista, caracterizada por la presencia de áreas planas, era ideal para el cultivo por
inundación e irrigación por canales.

5. Otros alineamientos astronómicos: el sitio El Paraíso

Aunque existan otros candidatos para el alineamiento solsticial en complejos cercanos, aquí se muestran
detalles para un solo caso adicional, El Paraíso (Engel 1966), el otro gran sitio del Periodo Precerámico
Tardío del valle del Chillón, situado a 30 kilómetros de Buena Vista, en dirección a la costa y ubicado,
exactamente, a 11º57’16” de latitud sur y 77º7’12” de longitud oeste. Ambos yacimientos tienen dife-
rencias significativas. El sitio de El Paraíso es mucho más grande que el de Buena Vista y no comparte la
arquitectura mito; sin embargo, la cámara de ofrendas en El Paraíso es similar a la que está delante del
Templo del Disco Amenazante, por lo que de ahí se deriva su nombre.
La estructura acerca de la que se han hecho algunas investigaciones preliminares de alineamientos astro-
nómicos es la cámara principal de ofrendas de la Unidad I de El Paraíso. En 2007, se utilizó el mapa grande
desplegable originalmente publicado para el sitio por Engel (1966) para comprobar sobre el terreno, por
deducción, la hipótesis arqueoastronómica de que debería haber puntos de referencia asociados con el
templo. Se intentó trazar una línea desde el centro de la cámara de ofrendas y desplazarla en 114º para ver
si había una estructura de referencia en las crestas que forman un semicírculo alrededor del sitio. Sin em-
bargo, los muros reconstruidos eran demasiado altos como para divisar las elevaciones adyacentes desde esa
estructura. Dichas reconstrucciones están basadas en el hallazgo de muros de, aproximadamente, 1 metro
de altura hallados in situ y fueron ampliados a un máximo de 4 metros en algunas partes; con seguridad
ya son demasiado altos como para representar la situación prehistórica de manera exacta. Desde el tiempo
en que fueron restauradas, hace más de 30 años, hubo otras cámaras de ofrendas del Periodo Precerámico
Tardío excavadas, pero ninguno de sus muros excedía unos pocos metros de altura. Como consecuencia
de ello, se tomaron lecturas de un punto ubicado a 3,93 metros del centro de la cámara de ofrendas hacia
114º al este y 294º al oeste, y se ajustaron estas para corresponder a aquellas que se habrían medido desde

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LA TRADICIÓN RELIGIOSO-ASTRONÓMICA EN BUENA VISTA 91

Fig. 33. El Paraíso. Atardecer del solsticio de verano. En la cresta se encuentra la plataforma (foto: Proyecto Buena Vista).

el centro de estar ausentes los excesivamente altos muros existentes en la actualidad. En la cresta adyacente
al este se halló una pequeña plataforma rectangular, de 4 por 4 metros, elevada con un acimut de 113,6º
respecto de la cámara de ofrendas (Fig. 33). La plataforma tiene una elevación de 13,5º y está orientada
respecto de los puntos cardinales y también, probablemente, de los equinoccios. Dos de las tres estrellas del
Gato Dorado (Cola de Escorpio), Lambda Scorpii y Kappa Scorpii, se habrían elevado en cada lado de la
plataforma a las 2.15 a.m. durante la mañana de la salida del Sol del día del solsticio de verano. La salida
del Sol, a las 6.58 a.m., habría estado a 112º sobre la cresta, pero a 114,7º sobre un horizonte plano. Ya que
los muros del templo apuntan a una plataforma que está aproximadamente a 114º de acimut, es probable
que aquella salida del Sol podría haber sido contemplada desde ella sobre otro punto de referencia aún no
identificado en dirección al océano. De manera análoga al sitio de Buena Vista, la constelación del Zorro
podría haber sido usada para señalar el ascenso del Sol en el día del solsticio.
Se predijo un punto de referencia para la puesta del Sol del solsticio de verano y, con el seguimiento del
tránsito del astro, se encontró la posición de una serie de seis hornos subterráneos en otra cresta cercana
con un acimut aproximado de 251,2º respecto del centro de la cámara de ofrendas (Fig. 34). La puesta del
Sol del solsticio de verano sobre los 15,7º de elevación de la cresta correspondía a 248,2º a las 17.27 p.m.
en 2220 a.C. El acimut de los hornos es aproximado porque no había ningún lugar obvio para colocar el
teodolito. Uno de los obreros del proyecto seleccionó el Pozo 2; en cambio, si hubiera seleccionado una
línea al oeste de manera paralela a los pozos, el acimut habría estado, aproximadamente, 1,5° menos y el
valor obtenido habría sido 249,7º, casi dentro de 1° de la verdadera puesta del Sol del solsticio (248,2º).
También se puede advertir que una línea tangente a los pozos 1 y 6, que delinean un límite occidental
bastante definido para los hornos subterráneos (Fig. 34), describe un acimut de aproximadamente 244º9’.
Este se encuentra cerca del acimut de la puesta del Sol del solsticio de verano (245°25’ en 2000 a.C.),
que habría sido visible sobre la cresta. La cámara de ofrendas en El Paraíso, rodeada por cuatro pozos,
está orientada a 294°, lo que se encuentra muy cerca de la puesta del Sol real del solsticio de invierno. Los
alineamientos de estos dos rasgos —los hornos subterráneos y la plataforma— habrían permitido a los pes-
cadores determinar el advenimiento de los días 21 de diciembre y 21 de junio. Si no se hubiese advertido
evidencia alguna de un fenómeno de El Niño en la época del solsticio de verano, los pescadores podrían
haber deducido que los peces pequeños y sus predadores deberían haber sido abundantes ese año. Por el

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Fig. 34. El Paraíso. Atardecer del solsticio de verano. Vista de los hornos subterráneos (foto: Proyecto Buena Vista).

contrario, en los años en que los efectos de El Niño eran evidentes hacia el 21 de diciembre, los residentes
debieron haber cambiado de actividades de subsistencia en vez de depender de peces pequeños.
El sitio de El Paraíso merece estudios astronómicos adicionales, ya que hay otros posibles puntos de
referencia que no han sido investigados, pero que, sin embargo, son decisivos. Se debe recordar que no
solo se trata de que la plataforma del solsticio de verano se encuentre en alineamiento preciso respecto
de la cámara de ofrendas, sino que, también, está orientada al equinoccio. Los hornos subterráneos están
orientados respecto de la puesta del Sol del solsticio de verano, pero su contorno describe una recta hacia
la puesta del Sol del solsticio de invierno. De este modo, la posición de la plataforma y los hornos fueron
determinados por dos alineamientos celestes.

6. Alineamientos astronómicos: orientación general de la arquitectura monumental de los periodos


Precerámico Tardío e Inicial en los valles del Chillón y Rímac

Los sitios de los periodos Precerámico Tardío e Inicial en los valles del Chillón y Rímac tienen, aproxima-
damente, la misma orientación que la arquitectura monumental de Buena Vista (Williams 1978-1980:
figs. 3, 4, 5). Todos estos complejos están orientados entre 25º y 35º de acimut, de tal modo que un templo
colocado en ángulo recto respecto del eje longitudinal estaría aproximadamente alineado con la salida del
Sol del solsticio de verano y la puesta del Sol del solsticio de invierno, según la elevación del horizonte local.
En el área conformada por las cuencas del Chillón y el Rímac, Canto Grande constituye un sitio que ocupa

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una llanura grande que une ambos valles adyacentes y en la que hay geoglifos que incluyen largas líneas
(Roselló et al. 1985; Roselló 1997). Roselló encontró una asociación de una línea solsticial con una estruc-
tura fechada hacia la parte más temprana del Periodo Precerámico Tardío, con un acimut adaptado a la de-
clinación de 64º36’, una medida muy cercana a la de la salida del Sol del solsticio de invierno. El complejo
de Torre Blanca, a solo 15 kilómetros valle abajo respecto de Buena Vista, tenía líneas similares que podrían
haber tenido significado astronómico. Por último, se debe mencionar que El Pacífico, un sitio a menos
de 35 kilómetros de Buena Vista, ubicado también en el valle bajo, tiene exactamente un acimut de 114º
que se proyecta si se delinea una recta desde un patio grande hasta una plataforma escalonada, con lo que
parecería conformarse una orientación respecto de la Vía Láctea y, también, de una estructura adyacente
ubicada en una colina cercana (Traslaviña et al. 2007: fig. 1). Se debe mencionar que otros sitios como
La Cueva, en el valle del Chillón (Williams 1978-1980: fig. 3), Huaricoto, en la sierra (Burger y Salazar-
Burger 1980: 75), y Sechín Bajo, situado en la costa norcentral (Fuchs et al. 2006: 13), tienen la mis-
ma orientación.
Los autores han encontrado alineamientos astronómicos probablemente muy simplistas en los planos
y orientaciones de sus respectivos templos correspondientes a sitios de los periodos Precerámico Tardío e
Inicial en otros valles, si bien los problemas metodológicos involucrados en la utilización de mapas publi-
cados, sobre los que se discutió más arriba, deberían advertir acerca de estas interpretaciones. El espacio
permite mencionar aquí solo un ejemplo de ello. Además de Real Alto, registrado por Zeidler (1998),
Loma Alta, otro sitio valdivia, posee lo que podría ser un alineamiento de la salida del Sol del solsticio con
el Sol naciente a partir de una entrada (Damp 1984). Aproximadamente en el mismo periodo, en el sitio
de Paloma, una línea perpendicular a la diagonal trazada por la ubicación de una serie de entierros infan-
tiles del Periodo Precerámico Medio de la capa n.o 200 —fechados entre 5300 a 4700 a.p.— podría ser
dirigida, a través de las entradas a las viviendas, hacia la salida del Sol del solsticio de verano a 114º (Benfer
2000). Sechín Bajo, un complejo precerámico tardío (cf. número anterior), tiene un templo con una línea
imaginaria que pasa por cuatro estrechas entradas y que tendría un acimut de 66º —es decir, la salida del
Sol del solsticio de invierno— o, si se observa a través de esas entradas hacia el oeste, la puesta del Sol en el
solsticio de verano (Fuchs et al. 2006: 13).
Burger y Salazar-Burger (1986: fig. 5) presentan un plano de la arquitectura pública en Cardal, valle
de Lurín. Existe solo una estructura completa con muros que no son paralelos a los de otras estructuras,
un pequeño patio hundido al este del montículo principal con una obvia entrada desde el oeste. Su acimut
del Norte verdadero es, aproximadamente, 114º30’, tal como es medido a partir del mapa. Los muros
principales de Cardal tienen una tendencia hacia los 108º, lo que resulta ser, de manera exacta, la parada
lunar menor sobre un horizonte plano; si se mira al este desde el sitio se puede ver, de manera clara, por
sobre el piso del valle. Se debe recordar que tanto el Templo del Zorro como el Disco Amenazante tienen
aquel acimut.
En las Salinas de Chao, una estructura identificada como posiblemente astronómica por Cárdenas
(1977-1978: fig. 38), un recinto circular hundido con dos entradas, está, de hecho, orientado hacia la sali-
da del Sol del solsticio de verano y la puesta del Sol del solsticio de invierno. Una línea que biseca las dos
entradas tiene un acimut de casi 119º, tal como es medido a partir del plano. Si se asume que el plano fue
hecho uno o dos años antes de la publicación, la declinación sería cercana a los 4º, lo que lleva a un acimut
verdadero de 115º. En la latitud de las Salinas de Chao, el Sol se elevó sobre un horizonte plano hacia
1800 a.C. a 114º15’. Roselló (1978: 523-524) informó de una estructura muy similar en Canto Grande,
en el valle del Chillón.
Un acimut de 114º36’ medido desde el centro de una estructura, llamada el Anfiteatro, del sitio de
Chupacigarro/Caral, apunta a una estructura situada en la ladera de una colina cercana. El Anfiteatro
parece estar orientado hacia el extremo norte de la Vía Láctea. El templo de Cauvillaca, en Pachacamac
(Pinasco 2007: 78), tiene esta orientación como la tienen las construcciones con planta en forma de «U»
del Chillón y el Rímac, así como Buena Vista y El Paraíso. El mapa de 1978 de Engel (1987: fig. 1) mues-
tra que la orientación de la plaza central de Chupacigarro también es hacia la salida del Sol en el solsticio
de verano (Ojeda y Benfer 2006). La foto de Kosok (1965: fig. 13) también presenta esta dirección, pero
el plano de Shady (Shady et al. 2001: fig. 3) no parece ser correcto y no corresponde con el mapa de Kosok
ni el de Engel.

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En el Norte Chico, Áspero (Feldman 1985: fig. 10.3) muestra un posible alineamiento con la salida
del Sol del solsticio de verano. Una vez que se le adaptó a la declinación correspondiente a 1979, la entrada
al Templo de los Ídolos resultó en 4º menos que los 72º medidos a partir del plano, lo que se comprobó
con una brújula Brunton (Robert A. Feldman, comunicación personal). Este acimut se acerca a la salida
del Sol en unos pocos grados. Hay varios otros candidatos para el alineamiento solsticial acerca de los que
se justifica una breve mención. Los templos mito en los Andes de Kotosh y Huaricoto parecen dirigirse
hacia direcciones cardinales. Burger y Salazar-Burger (1986) sugirieron que los equinoccios y los solsticios
pudieron haber sido observados en esos lugares. En ese sentido, se debe recordar que, mucho más al norte,
los sitios valdivia muestran claros alineamientos astronómicos.

7. Conclusiones: el complejo astronómico-religioso en Buena Vista

Las investigaciones realizadas por Urton y Sullivan, seguidos por otros estudiosos, como Pino, ayudaron
a desarrollar el contexto etnográfico para la arqueoastronomía peruana; asimismo, el trabajo de Zuidema
en Cuzco estimuló las investigaciones etnohistóricas. Los arqueólogos Roselló y Zeidler, así como la as-
trónoma Pitluga publicaron casos bien documentados de alineamientos prehispánicos que preceden, en
mucho, los conocidos ejemplos de Cuzco, Machu Picchu y otros complejos incas. Tanto el estudio de Pino
sobre Huánuco Pampa, como el de Ghezzi y Ruggles acerca de las construcciones de Chankillo señalan la
importancia de los alineamientos astronómicos y los rituales y ofrendas asociados a cambios estacionales,
lo que se demuestra con los hallazgos en Buena Vista y ayuda a plantear la antigua existencia de estructuras
de tipo ushnu. Otros sitios también han sido mencionados. Buena Vista es el caso temprano más complejo,
con tres dispositivos astronómicos diferentes en los observatorios, todos con múltiples puntos de referen-
cia. Además, los fechados de radiocarbono provienen de contextos muy cercanos en el tiempo.
Los alineamientos encontrados en Buena Vista señalan dos acontecimientos vinculados en el cielo del
Periodo Precerámico Tardío. En primer lugar, el asterismo que se ubica en la constelación de Escorpio, y
que es equivalente a la constelación andina del Gato Dorado, anunciaba el ascenso inminente de la nube
oscura de la constelación del Zorro. Este asterismo fue importante en otros sitios de la parte occidental de
Sudamérica (Pinasco 2007: 80; Zeidler 1998: 55; Sullivan 1996: 44; cf. Pitluga 2003). En Buena Vista, el
Zorro anunciaba la próxima salida del Sol del solsticio en tres estructuras: el Templo del Zorro, el Templo
del Disco Amenazante y la Cámara de Luz del Solsticio de Verano. Nótese que las tres estructuras son
asimétricas respecto de sus muros circundantes. Estas orientaciones solo pueden ser producto de un diseño
consciente y no deben explicarse de una manera ligera. Las tres estrellas que están en paralelo a la cresta
del este habrían producido una vista espectacular en horas tempranas de la mañana del 21 de diciembre de
2200 a.C., a pesar de no poder afirmar que el Gato Dorado o las constelaciones acuáticas de la Llama y el
Zorro eran reconocidos en aquellas antiguas fechas. El eje principal de Las Haldas, en Casma, está orien-
tado hacia posiciones de puesta de las estrellas Alpha y Beta de la constelación de Centauro, que equivalen
a los ojos de la Llama en el mundo andino (José Luis Pino, comunicación personal 2009). El Zorro habría
sido visible del todo en el este después de la puesta del Sol del solsticio de invierno, un símbolo del final de
las inundaciones. La Cola de Escorpio es un asterismo ampliamente reconocido que anuncia el invierno y
forma parte, por ejemplo, de la estación 6 de la cola del Dragón Azul de la astrología china (Xu et al. 1989:
S65), conocido desde la dinastía Shang (1800 a.C.). El espacio no permite discutir aquí la importancia
generalizada de la constelación de Escorpio en otras áreas geográficas.
El mural encontrado en el Templo del Zorro también presenta una fuerte indicación de que sus cons-
tructores reconocieron las constelaciones de la Llama y el Zorro. Este mural era de gran interés para los
agricultores que aprovechaban las inundaciones para la irrigación, algo que puede ocurrir desde diversas
regiones de los Andes (Urton 1981a; Sullivan 1996) hasta la selva del Brasil (Fabien 2001). El ascenso
de las estrellas en la Cola de Escorpio coincidía con la época en que la inundación del río estaba a punto
de disminuir, a fines de marzo. Es difícil imaginar que los agricultores de hace 4000 años no hubieran
advertido esta conjunción de acontecimientos en el valle del Chillón tal como los agricultores en el valle
del Nilo se percataban de que el ascenso helíaco de Sirio en la época del solsticio estaba asociado con las
inundaciones en Egipto.

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La figura del zorro contribuye también a esta asociación. En todas las regiones andinas, estos animales
son asociados con las cosechas de plantas domesticadas. En el siglo XVI, el zorro era considerado como
un importante portador mitológico de la irrigación. Hace 4000 años, los agricultores de la zona de Buena
Vista no podrían haber dejado de oír el aullido de los cachorros de zorros valle arriba y abajo a fines de
diciembre. De hecho, en algunas áreas de los Andes, la fuerza de sus aullidos, casi un llamado, predice el
grado de las precipitaciones (Howard-Malverde 1984).
El término mundial del Optimum Climaticum, con tiempos más fríos, secos e imprevisibles, motivó
respuestas humanas de búsqueda de formas nuevas de subsistencia en la mayor parte del globo. Una ré-
plica común fue la intensificación de la producción de alimentos. Para los pescadores de las costas del Perú
esto significaba coger peces más pequeños con redes de algodón, demasiado frágiles para peces grandes o
mamíferos. El almacenamiento de pescados secos o molidos permitió, de alguna manera, amortiguar los
efectos negativos de los años en que ocurría un fenómeno de El Niño. Si se sabía que en un año no iban a
darse efectos climáticos semejantes, esto implicaba que los agricultores no tendrían que afrontar sequías o
inundaciones. La fuerte presencia de la explotación marina en Buena Vista, lo que suponía una caminata
de entre cuatro a cinco horas hasta la playa, sugiere que los agricultores de algodón en el valle medio se
beneficiaron, directa o indirectamente, del intercambio con recursos del mar.
Las evidencias para los alineamientos solares y estelares en Buena Vista se centran en tres estructuras
muy diferentes: una cámara de ofrendas, una escultura con la representación de un Disco y una cámara
para la recepción de los primeros rayos del Sol en el día de ocurrencia de un solsticio de verano. Los acimuts
de los dos primeros están basados en vistas frontales y vistas posteriores. Hay cuatro puntos de referencia
para el Templo del Zorro y seis para el Templo del Disco Amenazante. El hecho de que, en el día en que
ocurre un solsticio de verano, los rayos del Sol abarquen de manera exacta el nicho en la cámara descrita es
la prueba más contundente para la naturaleza del sitio como un observatorio. El complejo también incluye
las esculturas más antiguas del hemisferio occidental. Para que la escultura del Disco tuviese su mirada fija a
294º, su erección debió de estar bajo la dirección de sacerdotes-astrónomos y, a la vez, arquitectos-matemá-
ticos; es muy probable, entonces, que el desarrollo del arte público estuviera, también, bajo su control.
Las características de diversos sitios de los valles del Chillón y del Rímac sugieren muchos alineamien-
tos astronómicos que llevan a una complejidad social mayor y que requieren más investigaciones. De la
revisión preliminar de los planos de otros sitios se infiere que estos modelos pueden extenderse hacia áreas
ubicadas mucho más al norte y al sur en la costa. Hyslop (1990) advirtió que los complejos incas con
presencia de alineamientos no son comunes, pero puede ser que los sitios más tempranos produzcan evi-
dencias más ubicuas del nacimiento y desarrollo de la tradición astronómica peruana. Los autores llaman
a la expuesta la Tradición Astronómica Buena Vista debido a la variedad tan rica de dispositivos de obser-
vación en el sitio antes de 2000 a.C. Esta era tan vigorosa que algunos aspectos han sobrevivido entre los
habitantes andinos contemporáneos después de casi 500 años de dominación por parte de una cultura con
creencias muy diferentes y que, también, poseía raíces astronómicas antiguas. La mayor parte de arqueólo-
gos solo advierten establecimientos autónomos en los asentamientos del Periodo Precerámico Tardío, tales
como Chupacigarro, Áspero y El Paraíso (v.g., Stanish 2001: 6), mientras que otros creen tener evidencias
de un Estado prístino hacia 2300 a.C. (v.g., Silva Santisteban 1997). Sin embargo, los autores del presente
trabajo consideran las relaciones entre complejos como Buena Vista, El Paraíso, Áspero y Chupacigarro
en esta etapa como parte de una tradición religioso-astronómica común cuyos observatorios-calendarios
y lugares de ofrenda (ushnus) son una expresión del incremento de la importancia del manejo de recursos
marinos y terrestres en un ambiente cada vez más incierto. En ese sentido, se infiere que el poder estuvo,
durante algún tiempo, en las manos de sacerdotes-astrónomos.
El templo más temprano en Buena Vista correspondía a la tradición Kotosh: el Templo del Zorro.
Su último uso está fechado, con certeza, hacia 2200 a.C. Sin embargo, cuando este templo de estilo
Mito fue cubierto, se estableció una nueva tradición arquitectónica con las dos primeras esculturas tri-
dimensionales que se conocen hasta el momento en los estudios arqueológicos andinos. Una de estas, el
Disco Amenazante, flanqueado por dos animales sobrenaturales —probablemente zorros— contemplaba
la puesta del Sol del solsticio de invierno, mientras que el Templo del Zorro estaba orientado, principal-
mente, hacia unas rocas ubicadas al este, al Sol naciente del solsticio de verano. El Disco miraba hacia el

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exterior a través de un templo de estilo El Paraíso, con una nueva forma de cámara semisubterránea de
ofrendas, una que era más grande y más abierta. Con la adición del Montículo II, Buena Vista asumió
una orientación general en la misma dirección noreste que la Unidad I de El Paraíso junto con casi todos
los sitios con planta en forma de «U» del Periodo Inicial Temprano en los valles de la costa central. Por
otro lado, la investigación de alineamientos de los templos presupone la demostración de su existencia
respecto de los astros del hemisferio correspondiente. En los dos casos donde se realizaron investigaciones
preliminares, El Paraíso y Chupacigarro, se encontraron los alineamientos predichos. En cualquier caso,
los alineamientos solsticiales, lunares y respecto de constelaciones como los del complejo de Buena Vista
continuaron durante tiempos prehispánicos hasta el periodo inca. Aunque existan sitios con alineamientos
posiblemente más tempranos, como Real Alto y Canto Grande, ninguno tiene la complejidad precoz que
exhibe el complejo tratado.

Agradecimientos

La Curtiss T. and Mary G. Brennan Foundation, la National Geographic Society y la University of Mis-
souri-Columbia Research Board proporcionaron fondos para los trabajos del Proyecto Buena Vista. Asi-
mismo, los aportes de dos escuelas de campo contribuyeron con estos esfuerzos. Louanna Furbee, de
la University of Missouri-Columbia, corrigió el manuscrito de manera minuciosa. Queremos expresar
nuestra consideración especial para con los estudiantes voluntarios peruanos y norteamericanos, los miem-
bros de las escuelas de campo de la University of Missouri-Columbia y la Universidad Nacional Federico
Villareal, así como con la University of Missouri-Columbia Research Board. Debemos un reconocimiento
particular al Instituto Nacional de Cultura del Perú, por permitirnos emprender esta investigación. Por
último, agradecemos a Mercedes Delgado por la traducción del artículo, a Rafael Valdez, quién trabajó en
la redacción muy profesionalmente, y a José Luis Pino, por sus contribuciones y observaciones.

Notas
1
Aquí se define un ushnu como una estructura utilizada para recibir ofrendas para la tierra y, simultánea-
mente, un edificio vinculado con alineaciones astronómicas en los valles de la costa o de la sierra.
2
Por un efecto óptico de refracción, se observa el Sol, de forma aparente, cuando este aún no aparece por
encima de un determinado horizonte.
3
Este dato fue proporcionado por Henning Bischof.
4
Una discusión mucho más detallada acerca de las etapas de construcción de las estructuras monumentales
se puede encontrar en el informe entregado al Instituto Nacional de Cultura (Benfer y Ludeña 2006).
5
Un asterismo es un grupo de estrellas que parece formar una figura, pero no tiene el reconocimiento que
posee una constelación.
6
Los muros ubicados al este del recinto en la actualidad son más recientes (Fig. 21, M_40 y M_41]).

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REFERENCIAS
Abanto, J. y M. García-Godos
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ISSN 1029-2004
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.° 11 / 2007, 103-116 / ISSN 1029-2004

¿«Charlatanocracia» en Mojos?
investigaciones arqueológicas en la Loma Salvatierra,
Beni, Bolivia

Heiko Prümers a

Resumen

Desde 1999, el Deutsches Archäologisches Institut y la Unidad Nacional de Arqueología de Bolivia dirigen un proyecto arqueoló-
gico de manera conjunta para efectuar investigaciones en montículos habitacionales del sureste de los Llanos de Mojos (departa-
mento del Beni). En este trabajo se presentan datos obtenidos de excavaciones en el sitio de Loma Salvatierra, con énfasis en el uso
espacial dentro del sitio y el hallazgo de una tumba excepcionalmente «rica». Estos datos contribuyen a la discusión general sobre
la existencia de sociedades complejas en la Amazonía prehispánica.

Palabras clave: Llanos de Mojos, Amazonía, Bolivia

Abstract

¿«CHARLATANOCRACIA» IN MOJOS? ARCHAEOLOGICAL RESEARCH AT LOMA SALVATIERRA, BENI,


BOLIVIA

Since 1999 the Deutsches Archäologisches Institut and the National Archaeology Unit of Bolivia have been investigating con-
jointly habitation mounds in the southeast of the Llanos de Mojos (Dept. Beni). The present study considers data from excavations
at the site Loma of Salvatierra, with special reference to differences in the use of space and the discovery of an exceptionally «rich»
tomb. These new data contribute to the general discussion of the existence of complex societies in Prehispanic Amazonia.

Keywords: Llanos de Mojos, Amazonia, Bolivia

1. Introducción

Los Llanos de Mojos conforman una región que ocupa la mayor parte del actual departamento del Beni,
en la Amazonía boliviana. Casi toda el área, de aproximadamente 110.000 kilómetros cuadrados, son
sabanas que, en gran medida, se inundan durante la estación de lluvia (octubre a mayo). Los suelos, en
su mayoría gredosos, son de formación aluvial, lo que explica la ausencia de piedras en la región. Más del
80% de los Llanos de Mojos consiste de pampas planas cubiertas con gramíneas. Las restantes áreas co-
rresponden a bosques de galería, ubicados a lo largo de los cursos de ríos, y pequeñas elevaciones naturales
con cobertura vegetal que, en la región, son denominadas islas. Efectivamente, estas elevaciones son los
únicos lugares que no se inundan durante la estación de lluvias. Según Beck, estas sabanas abiertas no son
naturales, sino el resultado de «la destrucción en área del bosque ya en tiempos prehispánicos» (1983: 29-
30). Lo más probable es que hayan sido quemadas anualmente, como se suele hacer hoy en día (Erickson
2006: 250-251).

a
Deutsches Archäologisches Institut, Kommission für Archäologie Außereuropäischer Kulturen.
Dirección postal: Dürenstraße 35-37, D-53173 Bonn, Alemania.
Correo electrónico: pruemers@kaak.dainst.de
104 HEIKO PRÜMERS

Toda esa región, en la actualidad dispersamente poblada, es muy rica en vestigios arqueológicos visibles
en la superficie, como montículos habitacionales, campos elevados, terraplenes y canales. Poco de eso ha
sido estudiado a fondo, pero diversos autores han postulado que, en la etapa prehispánica, en los Llanos
de Mojos existían «una cultura hidráulica milenaria» (Lee 1995: 1996), «cacicazgos» (Denevan 1966: 133-
135), «jefaturas» (Alcina Franch y Sáinz Ollero 1989: 27-28) y «un principio de charlatanocracia»1 (Tormo
Sanz 1966: 108-109).
Las interpretaciones de los investigadores arriba mencionados se basan, sobre todo, en los datos propor-
cionados por las fuentes escritas de tiempos coloniales. En el presente trabajo se presentarán nuevos datos
arqueológicos de un proyecto iniciado en 1999 por el Deutsches Archäologisches Institut, uno de cuyos
principales objetivos es la investigación de yacimientos con una ocupación prolongada durante la época
prehispánica. Hasta el momento se han efectuado excavaciones en dos montículos habitacionales con resul-
tados sumamente alentadores. La mayoría del material todavía espera su análisis, pero ya se pueden ade-
lantar algunos resultados que permiten contrastar las mencionadas fuentes de la época colonial con la
evidencia arqueológica.

2. Nuevos datos: la Loma Salvatierra

La Loma Salvatierra está ubicada a unos 50 kilómetros al este de Trinidad, cerca del pueblo de Casarabe
(Fig. 1). Cuando se iniciaron los trabajos, gran parte del complejo estaba cubierto por una vegetación
densa; sin embargo, ya durante la primera visita era notoria la existencia de diferentes «niveles» que corres-
pondían a plataformas y montículos, por lo que era evidente que se estaba frente a un sitio mucho más
estructurado de lo que la palabra «loma» implicaba. Era esa la razón determinante para efectuar excavacio-
nes en el lugar, pero en esos momentos no se imaginó la complejidad del sitio que, poco a poco, se dejó
apreciar con el avance de las brechas que se abrieron para el levantamiento topográfico del sitio y cuando
se despejaron de vegetación las áreas de excavación. Durante el proceso del levantamiento topográfico se
hicieron patentes muchos elementos que, hasta la fecha, no se habían reportado para ninguna de las lomas
habitacionales de la región. En realidad, no existen descripciones detalladas de estas, por lo que parece
oportuno describir, con cierto detalle, el caso presente (véase el plano en la Fig. 2).
El sitio está ubicado en la ribera izquierda de un río seco. Probablemente, la altura que se acumuló de
forma natural en el declive convexo del meandro del río incentivó a los primeros pobladores a asentarse en
el lugar. Casi toda el área rodeada por el meandro (2 hectáreas) está ocupada por una terraza artificial. La
diferencia de nivel —de, aproximadamente, 1,5 metros— entre esta terraza base y la planicie circundante
delimita el centro del sitio, que tiene, también, 2 hectáreas de superficie. Los contornos de los flancos de
la terraza no son muy claros, pero todavía se percibe que tenía taludes rectos. Sobre ella se elevan varios
montículos sin patrón aparente y en dos de estos se han efectuado excavaciones, por lo que, más abajo, se
pueden adelantar algunos resultados preliminares acerca de su estructura interna, historia constructiva y,
aunque con ciertas limitaciones, su posible función.
El montículo mayor —denominado Montículo 1— se ubica en el lado noreste de la terraza y ocupa
casi la tercera parte de la misma. Su punto más alto está a 7 metros por encima del nivel de la terraza y
corresponde a una plataforma construida en el borde meridional de la cima del montículo. Esta es parte
de un conjunto de plataformas que, dispuestas en forma de «U», encierran una plaza que se abre hacia el
noroeste. El eje de este conjunto arquitectónico muestra una desviación de aproximadamente 30º hacia el
oeste con respecto a los ejes cardinales. La misma orientación «desviada» es la que se aprecia con facilidad
en la planta del Montículo 1, así como en todos los bordes de la terraza base. También se la ha encontrado
durante las excavaciones en una serie de contextos arquitectónicos no disturbados y, como se verá más
abajo, en las tumbas. Tal orientación refleja, indudablemente, elementos de la visión del mundo de los
pobladores prehispánicos. Construcciones platafórmicas más bajas se encuentran en diferentes partes sobre
la terraza. Las más notorias son las que se conectaban con la esquina noreste del Montículo 1 y una plata-
forma ubicada unos 50 metros al sur de este, que en el registro del proyecto figura como Montículo 2.
A una distancia de unos 120 metros, ese «centro» es rodeado por un terraplén poligonal cuya función
original todavía no se ha podido determinar. Por el plano que presenta podría tratarse de una obra defen-
siva, pero también hay razones para suponer que habría formado parte de un complejo sistema de manejo

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¿«CHARLATANOCRACIA» EN MOJOS? 105

Fig. 1. Mapa del área de estudio (elaboración del mapa: Hans P. Wittersheim y Heiko Prümers).

del agua y, quizás, habría cumplido ambas funciones al mismo tiempo. Es muy llamativo el hecho de que el
terraplén poligonal ingrese al cauce del río tanto en el suroeste como en el noreste del sitio. En ambos casos
hay una apertura en el terraplén; en otras palabras, el paso no fue cerrado del todo. Sin embargo, las partes
que restringen el acceso no tienen el grosor suficiente como para resistir a la corriente de un río, por lo que
se concluye que no había un «río» cuando se construyó la estructura poligonal, pero sí un cuerpo de agua
con poca corriente. Parte de esa agua, al parecer, se desvió hacia una zanja ubicada en el borde norte de la
terraza. Esta zanja está conectada con otra —que de forma radial va hacia el terraplén y está flanqueada por
dos similares—, un patrón que se repite en otra similar ubicada en el lado opuesto del sitio, hacia la esquina
sureste del terraplén poligonal. Otros terraplenes que pueden haber servido como «divisiones internas» del
área entre la terraza y el terraplén poligonal se perciben en la parte norte del complejo —es decir, atraviesan
el cauce del río— y al oeste de la terraza sobre el borde norte del lecho.

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Fig. 2. Loma Salvatierra. Plano con los canales y terraplenes (elaboración del plano: Renán Torrico y Heiko Prümers).
¿«CHARLATANOCRACIA» EN MOJOS? 107

El terraplén poligonal marca, de manera ostensible, los límites del sitio, pero el uso del espacio por
parte de los pobladores prehispánicos se extendía más allá. Como vestigios de esas actividades se han con-
servado canales, estanques circulares y terraplenes en la pampa que se extiende hacia el sur del yacimiento
propiamente dicho. A primera vista, se trataría de un sistema para captar el agua de lluvia que cae en la
llanura; sin embargo, esa impresión puede ser engañosa, ya que el paisaje actual podría ser completamente
distinto al que conocían sus antiguos habitantes.
Según los datos disponibles hasta el momento, la ocupación prehispánica de la Loma Salvatierra data
de entre 500 a 1400 d.C. No cabe duda de que el sitio fue modificado de manera constante durante los
900 años que duró la presencia humana, por lo que hay que resaltar que, lo que se ve en la actualidad, es
el resultado final de este proceso histórico. Como se trata de un yacimiento de alrededor de 20 hectáreas,
las excavaciones, de escala limitada, solo han podido poner al descubierto algunos eventos. Los episodios
que dejan vislumbrar aspectos relevantes para el tema que interesa aquí —es decir, el aspecto social— per-
tenecen a momentos diferentes de su historia ocupacional, por lo que resulta sumamente difícil interpretar
estos datos de forma correcta, más aún si se considera la posibilidad de que los cambios mayores detectados
en la secuencia cerámica de la región (Jaimes Betancourt 2004; Kupferschmidt 2004) corresponderían a
la llegada de nuevos pobladores. No obstante las limitaciones mencionadas arriba, los datos brindan una
primera pista acerca del grado de diferenciación social al que habrían llegado los habitantes prehispánicos
del lugar.

3. Hilar, beber, morir: usos diferentes registrados en el sitio

Lamentablemente, las crónicas jesuíticas no describen con detalle a los «pueblos de infieles» de la región de
Mojos, pero concuerdan en sus informaciones escuetas, lo que, por un lado, podría ser interpretado como
indicio de la definición precisa de qué copiaron uno del otro y, por otro lado, como señal de lo verídico y
completo de las crónicas. Sea como fuere, una constante en sus descripciones es la alusión a una casa comu-
nal, es decir, «el bebedero, que es una casa común en [la] que hacen la chicha y celebran sus borracheras»
(Marbán 1898 [1676]: 153).
Se puede anticipar que no se ha encontrado tal «bebedero» o, por lo menos, no se ha dado con la estruc-
tura del edificio en cuestión. Sin embargo, había una concentración muy alta de cerámica «fina» ricamente
decorada en las capas de basura al pie de la plataforma meridional ubicada en la cima del Montículo 1.
La mayoría de los fragmentos de esta cerámica corresponden a cuencos trípodes, pero también aparecen
formas no registradas con anterioridad en la región como, por ejemplo, vasijas y botellas con cuerpo lenti-
cular. Con sus diseños geométricos y florales pintados en negro o rojo sobre un fondo crema, esa cerámica,
que debe corresponder al siglo XIV, es fácil de reconocer (Fig. 3). Por eso, desde un comienzo, era muy
notoria la virtual ausencia de la misma en el material arqueológico recuperado de las capas coetáneas de la
unidad de excavación ubicada en la terraza. Con mayor razón si se considera que esa pequeña unidad —de
5 por 8 metros— superó a todas las demás en cuanto a la cantidad de tiestos encontrados. En vez de la
cerámica fina en los contextos fechados hacia el siglo XIV de la unidad ubicada sobre la terraza, aparecieron
muchas herramientas de hueso y más de 20 husos de hilar. Es sumamente llamativa la presencia tan masiva
de objetos relacionados con lo que el autor denominaría trabajo en los contextos relevantes de la unidad
de excavación en la terraza. De hecho, no se encontró ningún objeto similar junto a la cerámica fina en los
desechos del siglo XIV acumulados al pie de la plataforma, sobre el Montículo 1. Al parecer, las dos áreas
del sitio cumplían funciones muy distintas en ese tiempo: en la terraza probablemente vivía gente que, o se
había especializado en la producción textil o la ejercía como una actividad más de su quehacer diario; por
el contrario, es muy posible que en la cima no se trabajara. Más bien, es probable que, al menos durante el
siglo XIV, en ese lugar sobresaliente se ubicaran las viviendas de la «elite» y/o el «bebedero».
En cuanto a la distribución de los contextos funerarios, no se ha encontrado una división igualmente
clara en el uso del espacio interno. Al contrario, había entierros en todas las unidades de excavación que
se registraron en el centro del sitio. Para la interpretación de esos contextos arqueológicos no se cuenta,
lamentablemente, con documentación escrita colonial, ya que, de manera sorprendente, en las relaciones
de los jesuitas reina un silencio casi total respecto al tema. Por ejemplo, en la crónica del padre Eder (1985
[1791]) —que, sin duda, es la más extensa de las descripciones jesuíticas sobre Mojos— ni se trata este

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Fig. 3. Loma Salvatierra. Cerámica fina (siglo XIV) (foto: Heiko Prümers).
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Fig. 4. Loma Salvatierra. Entierros en urnas (siglos XII a XIV) (foto: Heiko Prümers).

aspecto. Por suerte, hay una buena base para acercarse a este tipo de evidencias del lado arqueológico.
Un total de 103 entierros, que corresponden a todas las fases de ocupación, han sido excavados en Loma
Salvatierra. De este conjunto se pueden reconocer tres constantes en las costumbres funerarias: 1) la ma-
yoría de las tumbas carecen de ofrendas funerarias; 2) los adultos siempre se enterraron en fosas de poca
profundidad, mientras que los neonatos y niños, por lo general, se depositaron en urnas y para ello se
utilizaron grandes vasijas globulares que fueron tapadas con un plato para proteger al individuo (Fig. 4).
Al parecer, este tipo de entierros tienen un carácter más reiterado en las fases tardías que en las tempranas,
pero la totalidad de la evidencia es, todavía, tan limitada que no se podría asegurar que no se trata de
frecuencias casuales, y 3) en el caso de los enterramientos depositados de forma directa en fosas, era más
importante la orientación del eje del cuerpo que la posición que se le daba al difunto; se cuenta con ejem-
plos de, prácticamente, todas las posiciones posibles, pero, de manera independiente de la posición en que
fueran colocados los muertos —decúbito dorsal, decúbito ventral, de lado, en posición fetal, sedentes o de
rodillas—, la orientación del cuerpo se rige siempre por un esquema de coordenadas que difiere unos 30°
hacia el oeste del sistema actual de puntos cardinales.
Una tumba que se diferenciaba marcadamente de las demás fue encontrada en el Montículo 2. Con lo
que se acaba de explicar queda claro que esas distinciones no incluyen la orientación del individuo en la
fosa que, como en la mayoría de los casos, era de noroeste (cabeza) a sureste (pies). El Montículo 2, en cu-
yo centro fue encontrada esa tumba excepcional, consiste de una construcción de tipo plataforma (Fig. 5)
que, por lo menos en partes, fue construida de adobes. Sobre la función de esa plataforma solo se pueden
hacer conjeturas, ya que su antigua superficie estaba «limpia». Encima de esa primera superficie existía
una serie de pisos de renovación intercalados con delgadas capas de relleno que aumentaron el volumen
de la plataforma hasta que esta llegó a tener una altura de unos 2 metros sobre la terraza. Es probable que

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110 HEIKO PRÜMERS

Fig. 5. Loma Salvatierra. Vista del Montículo 2 desde el Montículo 1 (foto: Heiko Prümers).

representen pisos de casas, aunque no se han hallado vestigios de viviendas sobre ninguno de ellos. Fechada
hacia la mitad del siglo VII d.C., fue excavada una fosa de 1,5 metros de profundidad en el último de
los pisos, que estaba parcialmente enladrillado, para enterrar a un individuo masculino de, aproximada-
mente, entre 35 a 40 años de edad. El individuo, dispuesto en posición decúbito dorsal, estaba ataviado
con muchos adornos corporales (Figs. 6-10). Sobre la frente reposaba un disco de metal en cuyo reverso
se ha podido detectar la impronta de una hoja durante el proceso de limpieza y conservación efectuado
en el Römisch Germanisches Zentralmuseum de Mainz, Alemania. Otros dos discos de cobre eran partes
de orejeras que, al otro lado, lucían partes recortadas del caparazón de un armadillo (Fig. 7). Una tembetá
de amazonita fue encontrada en el lado derecho del cuello, hacia donde había resbalado. En el húmero
izquierdo se encontró un conglomerado de muchas conchas de caracol junto con chaquiras hechas de
hueso y/o concha de caracol. Es probable que se trate del contenido de una pequeña bolsa que no se ha
conservado. En la muñeca izquierda había una pulsera de tres hileras compuesta de segmentos de hueso
pulido (Fig. 8). Además, el individuo tenía puesto collares de pequeñas cuentas blancas de hueso o caracol
(Fig. 9), así como cadenas similares en la cadera y por debajo de las rodillas. En la parte central de uno
de estos collares había cuatro colmillos de jaguar (Fig. 10), mientras que al otro se le había integrado una
cuenta grande de sodalita.2 Una coloración circular en la zona de la rodilla, así como el hecho de que las
rodillas estaban «hundidas» por debajo del eje del cuerpo, indica que se habían depositado otras ofrendas
elaboradas con materiales orgánicos en una canasta ubicada bajo esa parte del cuerpo.
Para los arqueólogos que trabajan en áreas donde se encuentran contextos funerarios con ajuares muy
exuberantes —como, por ejemplo, el caso del Señor de Sipán, en la costa norte del Perú—, la tumba que
se acaba de presentar resulta, quizá, de carácter «pobre», pero hay que analizarla en su contexto. En ese sen-
tido, los rasgos de este contexto especial pueden considerarse como distintivos de un miembro de la «clase

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¿«CHARLATANOCRACIA» EN MOJOS? 111

Fig. 6. Loma Salvatierra. Entierro «rico» de un individuo de entre 35 a 40 años


de edad (rasgo 1005, siglo VII) (foto: Heiko Prümers).

dominante»: a) la localización de su tumba en el centro de la plataforma; b) la profundidad descomunal de


la fosa; c) la presencia de objetos de metal, y d) el colgante de colmillos de jaguar. Estos últimos evocan, de
manera inmediata, la estrecha relación que existe entre el jaguar y los chamanes en la mitología de muchos
pueblos de la Amazonía (Reichel-Dolmatoff 1971, 1975; Cipolletti 1985; Di Capua 1986). Y no es la
única pista disponible que hace considerar la posibilidad de que el individuo de la tumba en cuestión sea
un chamán: las fuertes hipoplasias del esmalte que muestran sus dientes indican que experimentó, repeti-
das veces, fases de malnutrición. Sin embargo, la robustez de sus huesos y su estatura, de aproximadamente
170 centímetros, son indicios de que, por lo general, gozaba de una muy buena alimentación. Esa aparente
contradicción quizás se explique por los ayunos a los que se sometían los chamanes muy a menudo, según
consta en las crónicas (véase Cortés Rodríguez 2005: 46-57): «Los ayunos son más frecuentes en los hechi-
ceros, y así andan flacos que es compasión. Estos, mientras ayunan no comen pescado, no toman tabaco,

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112 HEIKO PRÜMERS

Fig. 7. Loma Salvatierra. Orejeras de metal y


de pedazos recortados del caparazón de un ar-
madillo (rasgo 1005) (foto: Heiko Prümers).

Fig. 8. Loma Salvatierra. Pulsera que consiste de tres hileras de segmentos de hueso pulido (rasgo 1005) (foto: Heiko Prümers).

se abstienen de mujer, no beben en las borracheras, han de comer á sus horas, caza, yuca ó maiz, y entre
día nada, y como no siempre les sobra la caza, ésta será la ocasión digo yo, de enflaquecer. [...] Las mujeres
hechiceras parece que están excentas de estos ayunos, y así, una que está en nuestro pueblo bien moza, está
bien gorda» (Del Castillo 1906 [c. 1676]: 354-355).
De manera obvia, hay muchas incógnitas y posibles trampas en esa interpretación. Por ejemplo, las re-
laciones que describen el hecho de que «el cacique ayuna también por todos, cuando ha votado alguna gue-
rra» (Del Castillo 1906 [c. 1676]: 355) pueden llevar hacia otro tipo de consideraciones. En ese sentido, si
bien la investigación arqueológica de las culturas prehispánicas en los Llanos de Mojos recién comienza, a
veces se ve confrontada con prejuicios que datan de tiempos coloniales. En la literatura correspondiente se

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¿«CHARLATANOCRACIA» EN MOJOS? 113

Fig. 9. Loma Salvatierra. Hi-


leras de cuentas de collar al
lado de las costillas. En el
fondo, una cuenta de amazo-
nita (rasgo 1005) (foto: Hei-
ko Prümers).

ha repetido, con mucha recurrencia, sentencias como «[n]o se halla entre los mojos ni leyes, ni gobierno,
ni policía, nadie manda y nadie obedece; si sobreviene alguna diferencia uno se hace justicia por su mano»
(Orellana 1970 [1704]: 143), de manera que la imagen de los «indios bárbaros», creada por los misioneros
para justificar su empresa, es difícil de borrar. Tanto el tamaño de los sitios habitacionales como la mag-
nitud de las obras que crearon esas culturas para el manejo del agua y para la agricultura (véase Denevan
1966, 2001: 239-253; Erickson 1980, 2000, 2006; Barba 2003a, 2003b, 2003c, 2003d, 2003e, 2003f;
Walker 2004) sugieren grandes poblaciones de agricultores. Sin duda, se trataba de sociedades jerarquiza-
das, por lo que conviene citar, por lo menos, una crónica anónima que sostiene:

No vivían tan desordenadamente estos indios como algunos imaginaron: tenían su gobierno, aunque mezclado
con costumbres bárbaras; había entre ellos su distinción a modo de nobles y plebeyos y tenía cada nación su
Capitán o cacique, que llaman los Mojos Achicaco; los Mobimas, Enona; y así las demás tienen nombre en su
lengua. Todavía en algunas naciones, después de 60 años [de] convertidos, al tomar los votos para elegir un
Capitán por muerte de otro, se [sic por si] proponen alguno que parece apto y no es de los nobles, se oponen los
votantes que no puede ser capitán porque no es desciendiente de los nobles (Anónimo 2005 [1754]: 98-99).

Antes de terminar la presente descripción, se tiene que responder a la pregunta provocadora del título
de este artículo con una negación. Los «capitanes» o «caciques» por un lado, y los chamanes por el otro,
representan cargos diferentes. La división entre estos dos cargos queda bien clara en la documentación
colonial y se ha mantenido entre los mojeños hasta hoy como un elemento fundamental de su cultura
(Cortés Rodríguez 2005). El poder político descansaba en los caciques, mientras que los chamanes —o
«charlatanes», como los llama Leandro Tormo en buena tradición jesuítica— nunca tuvieron la oportuni-
dad de instalar una «charlatanocracia» en la región de Mojos.

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114 HEIKO PRÜMERS

Fig. 10. El área del tórax de la tumba «rica». Se observan los cuatro colmillos de jaguar sobre el pecho, las chaquiras a lo largo
del húmero derecho y el conglomerado de conchas de caracol en el húmero izquierdo (foto: Heiko Prümers).

Notas
1
Como «buen jesuita», Tormo Sanz, en pleno siglo XX, considera a los chamanes como «charlatanes». Así,
una sociedad liderada por chamanes sería, para él, una «charlatanocracia».
2
Se agradece al doctor Ulrich A. Glasmacher, del Geologisch-Paläontologische Institut der Universität
Heidelberg, por la gentileza de haber realizado el análisis petrográfico.

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ISSN-1029-2004
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.°
EL 11 / 2007, 117-142
FORMATIVO QUE/ NUNCA
ISSN 1029-2004
TERMINÓ 117

El Formativo que nunca terminó:


la larga historia de estabilidad en las ocupaciones
humanas de la Amazonía central*

Eduardo Góes Neves a

Resumen
Los inicios de la ocupación de la Amazonía se remontan a la transición entre el Pleistoceno y el Holoceno. Ya hacia 8500 a.p.
existen indicios de ella en diversos asentamientos, tanto ribereños como del interior, a lo largo de toda la cuenca. Los comienzos
de la producción cerámica también pueden ser tempranos, con fechas, posiblemente, del octavo milenio a.p. y, con certeza, del
sexto milenio a.p. Sin embargo, de manera paradójica, con la excepción de algunas áreas, el registro arqueológico del Holoceno
Medio a lo largo de la Amazonía se caracteriza por grandes lagunas con pocas evidencias, o ninguna, de presencia del hombre.
Por lo tanto, si bien hay señales de ocupación humana continua y la congregación de gente se inicia hacia 4500 a.p. en lugares
como el alto Madeira, la cuenca del Upano y la desembocadura del Amazonas, estas parecen constituir fenómenos aislados, ya que
no se observan desarrollos correspondientes en otras partes de la Amazonía al mismo tiempo. Más bien, es aún más tarde, desde
alrededor de los inicios de nuestra era en adelante, que se hicieron visibles un crecimiento notable y generalizado de la población,
la aglutinación de sitios y transformaciones evidentes en el paisaje antrópico. Estas corresponden, en el registro arqueológico, a la
aparición súbita de conjuntos de mayores dimensiones, con profundos depósitos estratificados de cerámica asociados con tierras
antrópicas de color oscuro, campos de cultivo y caminos elevados, grandes aldeas rodeadas por fosos y conectadas por redes de cami-
nos, montículos artificiales residenciales y mortuorios asociados con cerámica elaborada, sistemas de asentamientos casi urbanos,
estatuaria de piedra pulida, redes de comercio de largo alcance y la construcción de estructuras megalíticas circulares. ¿Significan
estos vacíos que la cuenca del Amazonas estaba apenas habitada durante el Holoceno Medio? ¿Existe una predisposición hacia la
destrucción o pobre visibilidad de los sitios de este intervalo temporal? ¿Se les puede correlacionar con eventos de cambios climá-
ticos? Los datos actuales obtenidos de registros y estudios de polen, análisis de isótopos de carbón en materiales orgánicos estables y
estudios de geomorfología fluvial muestran que el Holoceno Medio en la Amazonía pudo haber sido más seco que en el presente. Si
esto es verídico, es probable que los yacimientos arqueológicos de esta etapa estén destruidos, bajo el agua o bajo toneladas de sedi-
mento aluvial. De manera inversa, también es posible que las alteraciones en el nivel del agua y la cubierta boscosa puedan haber
tenido un impacto directo en los grupos humanos en cuestión, lo que explicaría los cambios visibles en el registro arqueológico.

Palabras clave: arqueología amazónica, Amazonas central, historia de largo plazo, desigualdad social, manejo del medioam-
biente

Abstract

THE FORMATIVE THAT NEVER ENDED: THE LONG HISTORY OF STABILITY IN HUMAN OCCUPATIONS
IN THE CENTRAL AMAZON

The beginnings of human occupation of the Amazon go back to the Pleistocene-Holocene transition. Already at 8500 BP there
are signs of human occupation in different settings, both riverine and hinterland, throughout the whole basin. The beginnings
of ceramic production may be early as well, with dates possibly from the eighth millennium BP and certainly from the sixth
millennium BP. Paradoxically, however, with the exception of localized areas, the archaeological record of the middle Holocene
across the Amazon is characterized by large hiatuses with few if any signs of human occupation. Hence, although there are signs of
continuous human occupation and population aggregation starting at 4500 BP at places such as the Upper Madeira, the Upano
basin and the mouth of the Amazon, these seem to be isolated phenomena since no corresponding developments are seen at the
same time elsewhere in the Amazon. It is rather later, from around the anno domini on, that a widespread and visible pattern of

* Traducción del inglés al castellano: Rafael Valdez


a
Universidade de São Paulo, Museu de Arqueologia e Etnologia.
Dirección postal: av. Prof. Almeida Prado 1466, 05508-900, São Paulo, Brasil.
Correo electrónico: edgneves@usp.br ISSN 1029-2004
118 EDUARDO GÓES NEVES

population growth, site aggregation and noticeable anthropic landscape changes become visible. These changes are matched, in the
archaeological record, by the sudden appearance of large sites with deep stratified ceramic deposits associated with anthropic dark
soils, raised fields and causeways, large villages surrounded by moats and connected by road networks and of artificial residential
and funerary mounds associated with elaborated pottery, quasi-urban settlement systems, polished stone statuettes, long-rang trade
networks, and the construction of circular megalithic structures. Do theses hiatuses mean that the Amazon basin was scarcely
occupied during the mid-Holocene? Is there a taphonomic bias towards the destruction or poor visibility of sites dating from this
interval? Can these apparent hiatuses be correlated with events of climatic change? Current data from pollen records, carbon
isotopes in stable organic matter, and fluvial geomorphology show that the mid-Holocene in the Amazon could have been drier
than the present. If this is true, it is likely that many of the archaeological sites from this time are either destroyed, under water or
under tons of alluvial sediment. Conversely, it is also possible that dryness and changes in water level and forest cover may have
had a direct impact in human occupation, explaining the changes observed in the archaeological record.

Keywords: Amazonian archaeology, central Amazon, long-term history, social inequality, environmental management

1. Introducción

En la actualidad se acepta, por lo general, que la ocupación de la cuenca del Amazonas es tan antigua como
la de otras partes de Sudamérica (Roosevelt 2002; Barse 2003; Meggers y Miller 2003). Este postulado
contradice las hipótesis que proponen que la ocupación de los bosques tropicales no fue posible por parte
de poblaciones con economías no basadas en la producción agrícola de alimentos (Headland y Bailey
1991; Roosevelt et al. 2002). También es claro que, en la Amazonía, se desarrollaron etapas de innovación
cultural temprana respecto del resto de Sudamérica. Entre estas se encuentran la producción indepen-
diente de cerámica, encontrada en conchales distribuidos al este de la desembocadura del río Amazonas
con fechados que se remontan a c. 3500 a.C. (Simões 1981; Roosevelt 1995). Otros sitios, ubicados en la
parte baja del Amazonas, pueden tener cerámica aún más temprana, fechada hacia 6000 a.C. (Roosevelt et
al. 1991; Roosevelt 1995), si bien su contexto cronológico no es del todo claro, así como tampoco es obvio
si estos núcleos constituyeron innovaciones independientes que se dieron más tempranamente en esta área
que en el resto del continente (Fig. 1) (Meggers 1997).
De todos modos, hay buenos motivos para afirmar que la cuenca del Amazonas fue un escenario
peculiar para el desarrollo cultural temprano en Sudamérica y que, en algunos casos, precedió al de otras
áreas. Sin embargo, para la época de la llegada de los primeros colonizadores europeos, en las etapas inicia-
les del siglo XVI, se describen patrones de organización social y política muy diversificados a lo largo del
continente. Entre esta plétora de sociedades había Estados centralizados, jefaturas poderosas y bandas de
cazadores generalizados de alta movilidad. En la Amazonía central, los cronistas describen asentamientos
densamente ocupados bajo el liderazgo de jefes de gran prestigio y poder que podían movilizar individuos
dispersos que vivían en una serie de aldeas diversas y agruparlos en conjuntos jerárquicos de múltiples
niveles que asemejaban jefaturas. Los datos arqueológicos de algunas áreas del Amazonas hacen retroceder
la imagen que brindan dichos reportes a épocas más anteriores (Heckenberger, Kuikuro, Kuikuro, Russell,
Schmidt, Fausto y Franchetto 2003; Heckenberger, Russell, Fausto, Toney, Schmidt, Pereira, Franchetto
y Kuikuro 2008). La explicación de la historia de las diferentes formaciones sociales que prevalecieron en
Sudamérica en el siglo XVI ha sido la principal tarea de la investigación arqueológica que se ha realizado
en el continente en el siglo pasado. ¿Por qué, desde un punto de vista comparativo, surgieron formaciones
sociales más centralizadas y jerárquicas en áreas como los Andes centrales, la costa del Perú y partes de la
zona norte de Sudamérica y, al parecer, no fue así en otras regiones del continente, como la Amazonía? Esta
pregunta es casi tan antigua como la misma arqueología amazónica y, para responderla, se han postulado
distintos tipos de explicaciones que van desde las hipótesis materialistas a las de carácter ideológico. Por
otro lado, diversos autores proponen que las formaciones sociales precoloniales estuvieron verdaderamente
centralizadas y tuvieron un carácter jerárquico, lo que las hace comparables con otras áreas del mundo
donde florecieron Estados e imperios.
En la larga historia de la ocupación de los Andes y sus áreas adyacentes se observa la alternancia de
horizontes de integración cultural o política, y etapas intermedias en las que predominan grupos políticos

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EL FORMATIVO QUE NUNCA TERMINÓ 119

Fig. 1. Mapa general de la cuenca amazónica y su ubicación en Sudamérica (elaboración del dibujo: Marcos Castro, Proyecto Ama-
zonia Central).

dispersos, circunscritos y autónomos. En la Amazonía se puede visualizar un patrón similar, si bien no con
una distribución semejante; sin embargo, a diferencia de los Andes, se puede ver una asombrosa distri-
bución tanto de lenguas distintas como de familias lingüísticas sin grandes barreras físicas como desiertos
o altas cordilleras montañosas. En este artículo, el autor sugiere que, en esta región, la gran diversidad
lingüística puede ser usada como un indicador para entender el proceso de la domesticación de plantas y
del paisaje que ocurrió durante el Holoceno Temprano y Medio. De la misma manera, se propone que los
factores que están en las raíces de la historia de la diversificación lingüística son los mismos que se man-
tienen como subyacentes en la historia de la fragmentación y la descentralización política a lo largo de la
Amazonía.

2. La dispersión de lenguas y la expansión de la agricultura en las tierras bajas tropicales del conti-
nente sudamericano

Para las tierras bajas de Sudamérica se postuló, de manera inicial, la asociación en el pasado entre los pa-
trones de distribución de lenguas y la expansión de grupos étnicos por parte de Max Schmidt, hace casi
100 años atrás. Erland Nordenskiöld, en su breve pero perspicaz síntesis de la arqueología amazónica, llevó
esa correlación más allá con su propuesta de una asociación de la amplia distribución de cerámica con
decoración incisa y modelada, y la representación de cabezas de aves encontradas desde Trinidad, en las
Antillas, hasta el delta del río Paraná (Nordenskiöld 1930). Para este autor, dicha distribución pudo haber
sido resultado del hecho de que, en las tierras bajas de Sudamérica, las tres principales cuencas ribereñas
—Orinoco, Amazonas y Paraná— están, todas, geográficamente integradas.

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120 EDUARDO GÓES NEVES

Sin embargo, fue Donald Lathrap quien formuló, con más elegancia, una serie de hipótesis en las que
postulaba la asociación de los patrones de distribución de lenguas, desde la familia arawak a la tupí, con las
expansiones agrícolas del pasado. Junto con sus antes estudiantes graduados José Brochado y José Oliver,
Lathrap —influenciado por Schmidt, Nordenskiöld y Carl Sauer— sugirió que el área del Amazonas
central pudo haber sido un centro temprano de crecimiento y dispersión de población respecto del resto
del continente americano en su integridad (Lathrap 1970, 1977; Brochado 1984; Oliver 1989). Para
estos autores, dicha dispersión pudo haber sido el resultado de un proceso de crecimiento poblacional
y colonización agrícola de las fértiles llanuras aluviales de la cuenca amazónica, lo que condujo, luego, a
la ocupación de otros terrenos aluviales y no aluviales de Sudamérica. Es probable que el gran mérito de
esta hipótesis cardíaca (cardiac hypotesis) haya sido el hecho de que proponía un mecanismo real para la
difusión. En este caso, el difusionismo no fue empleado como un mecanismo explicativo cuyas causas eran
desconocidas. Más aún, la expansión de individuos, lenguas y cerámica fue vista como el resultado del cre-
cimiento poblacional de grupos agrícolas bien adaptados que colonizaron las áreas contiguas a los terrenos
aluviales. El tipo de difusionismo propuesto por Lathrap fue similar, en muchos sentidos, a la hipótesis de
la demic diffusion,1 propuesta por Ammerman y Cavalli-Sforza para explicar las frecuencias genéticas en el
Neolítico europeo (véase Ammermann y Cavalli-Sforza 1984).
El trabajo de Lathrap se centró más en la dispersión de poblaciones que en las lenguas habladas de
las familias lingüísticas tupí-guaraní, arawak y pano. Para este autor, dichas dispersiones de poblacio-
nes y lenguas se podrían correlacionar con la expansión de la cerámica de las tradiciones Polícroma y
Barrancoide, en el caso de las familias tupí-guaraní y arawak, y de la tradición Cumancaya en el caso de la
familia pano. Trabajos posteriores realizados en el Amazonas central, luego de la publicación de la hipótesis
original de Lathrap, verificaron que el registro arqueológico del área no concordaba con sus expectativas
(Heckenberger et al. 1998; Neves 2006). Más aún, la correlación entre complejos cerámicos, o cultura
material en general, y los grupos lingüísticos ha sido severamente criticada por parte del enfoque procesual
desde la década de los sesenta a la de los ochenta, lo que convirtió a dicha clase de arqueología en una
propuesta casi obsoleta para algunos investigadores.
Sin embargo, el problema de esta crítica es que dicha perspectiva fue retomada en una serie de trabajos
hechos en diferentes partes del mundo, de manera más notable en el Pacífico (Kirch 2000) y en el Neolítico
europeo (Renfrew 2000; Anthony 2007). Dicho enfoque, denominado la hipótesis de la dispersión de
lenguas y agricultura (farming-language dispersal hypothesis), propone que la distribución de algunas de las
familias de lenguas más generalizadas en la actualidad fue motivada por diseminaciones demográficas que
resultaron de la adopción de la agricultura por parte de diferentes poblaciones del mundo. De este modo,
la dispersión del complejo de objetos lapita, que incluye cerámica, en la Melanesia y la Polinesia oriental se
podría correlacionar con la expansión temprana de hablantes austronesios en el área. De la misma manera,
la difusión de la cerámica de bandas incisas en Europa (Linienband-Keramik) podría correlacionarse con la
expansión de agricultores tempranos que procedían de Anatolia, y algo similar habría ocurrido con los pro-
cesos de las lenguas bantú de la zona subsahariana o la colonización arawak del Caribe insular. Todos estos
casos demuestran que la hipótesis de la dispersión de lenguas y agricultura es un paradigma poderoso en la
arqueología actual, lo que ha causado el reciclaje de temas apreciados por la arqueología histórico-cultural
—como el uso del difusionismo como un mecanismo explicativo de la correlación entre la distribución de
lenguas y grupos de artefactos— y que fueron casi abandonados en la práctica de la disciplina.
Por muchas razones, la arqueología de las tierras bajas de Sudamérica podría ser un buen campo de
pruebas para la hipótesis de la dispersión de lenguas y agricultura. Sin embargo, semejante intento nunca
se ha realizado. Entre las razones para hacer estas pruebas está el hecho de que el área tiene una de las más
amplias distribuciones de lenguas y familias lingüísticas en el mundo. Por ejemplo, si bien la mayor parte
de lenguas europeas pertenecen a una sola familia lingüística —la indoeuropea— en las tierras bajas de
Sudamérica existen, al menos, cuatro grandes familias con distribuciones de escala continental —arawak,
tupí-guaraní, carib y gê—, junto con muchas otras familias con considerables distribuciones regionales,
como la pano y tukano, y otras tantas lenguas aisladas que, al parecer, no establecieron conexión con las
demás familias de lenguas en dicho territorio (Fig. 2). Otra razón para evaluar la validez de la hipótesis en
las tierras bajas de Sudamérica procede del hecho de que nunca han habido formaciones sociales extensas

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EL FORMATIVO QUE NUNCA TERMINÓ 121

Fig. 2. Mapa con la ubicación de las familias de lenguas de la Amazonía (elaboración del dibujo: Marcos Castro; adaptado
por Love Ericksen del original de Curt Nimuendajú, cf. Nimuendajú 2002).

de la escala de un Estado en la región. Se sabe que este tipo de formaciones pueden tener un papel en la
distribución de lenguas en una escala continental, tal como ocurrió con el quechua en la región andina de
Sudamérica o el latín en Europa. Por lo tanto, cualesquiera que fueran las implicancias para la dispersión
de las lenguas en las tierras bajas de Sudamérica, el desarrollo del Estado no fue una de ellas.
Con el fin de evaluar la hipótesis de la dispersión de lenguas y agricultura se tiene que aceptar primero
una serie de supuestos. En primer lugar, se requiere estar dispuesto a aceptar que hay, en alguna medida,
una correlación positiva entre la variabilidad de lenguas y la variabilidad en el registro arqueológico. En
otras palabras, ya que las lenguas no se pueden excavar y de que no existían sistemas de escritura conocidos
en la Amazonía precolonial, se podría usar la variabilidad en el registro arqueológico como un indicador
para la variabilidad lingüística en el pasado. Dicha suposición, si bien necesaria para abordar los aspectos

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122 EDUARDO GÓES NEVES

planteados aquí, es extremadamente compleja. Desde, al menos, la década de los sesenta se han presentado
muchos casos de estudio que demuestran que no existe una correlación universal entre lengua y cultura
material. Dichas investigaciones han generado, ciertamente, algunas de las principales transformaciones
teóricas que ha experimentado la arqueología angloamericana en el periodo: el desarrollo de los enfoques
procesual y posprocesual.
Más aún, en el caso particular de la Amazonía y de la parte norte de Sudamérica, la literatura etnográ-
fica y etnohistórica está pletórica de evidencias de que en el siglo XVI d.C., y en algunos espacios hasta
la actualidad, los grupos indígenas locales estuvieron regionalmente integrados en redes multiétnicas que
incluían la producción especializada y el intercambio de bienes, la movilización para la guerra y la concen-
tración periódica en formaciones sociales de tipo jefatura. Estas formaciones fueron multilingüísticas, un
fenómeno que, algunas veces, estuvo acompañado del desarrollo de lenguas francas (pidgins) a pesar del
patrón generado por las redes de intercambio. Es probable que muchas de las formaciones sociales ama-
zónicas en los cinco siglos que precedieron a la conquista europea tuvieran este patrón estructural general
(Neves 2008).
Entonces, ¿cómo pueden hacer los arqueólogos que trabajan en las tierras bajas tropicales de Sudamérica
—donde los artefactos de cerámica y sus patrones de distribución constituyen el registro arqueológico pri-
mario por excelencia— para establecer una historia de largo plazo acerca de los habitantes indígenas antes
de la llegada de los europeos? La respuesta a esta pregunta puede radicar en la identificación de contextos
históricos donde las correlaciones positivas entre la variabilidad en el registro arqueológico y las lenguas
pudieran ser más firmes. ¿Qué tipo de contextos pueden ser estos? En primer lugar, existen casos de colo-
nización de áreas previamente vacías (Renfrew 2000). Esto fue, por ejemplo, lo que ocurrió en la Polinesia
occidental, donde se estableció una asociación entre el complejo Lapita, identificado en el registro arqueo-
lógico por patrones que incluían cerámica con decoración estampada, y una rama de la familia lingüística
austronesia (Kirch 2000). Otros contextos potenciales para esta correlación pueden ser las décadas o siglos
iniciales de ocupación de áreas previamente habitadas por parte de poblaciones externas que llegaron con
una nueva tecnología y un sistema político, religioso o ideológico diferente (Renfrew 2000). Esto también
ocurrió en el Caribe insular, con la temprana colonización de grupos que hablaban arawak, que llevaron
consigo la cerámica saladoide y se asentaron en aldeas de planta de forma anular en fechas que se remontan
hacia c. 500 a.C. (Rouse 1992; Petersen 1996). Esto se dio, asimismo, con el desarrollo de la colonización
de la orilla atlántica del Brasil oriental por parte de los indios tupinambá, que hablaban una variedad de
lengua de la familia tupí-guaraní y a los que se les asociaba con sitios que presentaban una cerámica distin-
tiva con decoración polícroma. Estos grupos, que llegaron a la región hacia inicios de la era cristiana —o
incluso más temprano— reemplazaron por completo a los constructores de concheros (shell mound buil-
ders) que vivieron allí por muchos milenios, en algunos casos desde el comienzo del Holoceno. En ambos
procesos, el reemplazo puede ser explicado por el hecho de que los recién llegados llevaron consigo una
tecnología diferente, en este caso, la agricultura. En el contexto particular de los tupinambá, también había
un sistema político —basado, de forma sólida, en la guerra, la toma de prisioneros y el canibalismo—, que
fue asociado, firmemente, con la expansión de estos grupos.
Para volver a la Amazonía, puede ser posible, a la luz del debate previo, la identificación de un contexto
histórico donde se pueda establecer una correlación más sólida entre antiguas lenguas y patrones en el
registro arqueológico. En la mayor parte de la Amazonía, dicho contexto se desarrolló en el periodo que va
desde c. 1000 a.C. a 500 d.C. Esta fue la época en que ocurrió una explosión cultural en el área, marcada
por el reemplazo, en algunas zonas, de estilos de vida antiguamente establecidos y que se remontaban al
Holoceno Temprano, por un patrón básico general de organización económica y social que predominó
hasta la llegada de los europeos y, en algunos casos, hasta el presente. De acuerdo con la hipótesis de la dis-
persión de lenguas y agricultura, estas transformaciones fueron, probablemente, provocadas por la expan-
sión de sociedades basadas en la agricultura sobre áreas antes ocupadas por comunidades con economías
basadas en un amplio espectro de recursos, los que incluían el cultivo de plantas domesticadas, así como la
pesca, la recolección y la agrosilvicultura. Sin embargo, de manera contraria a lo que se verificó en Europa,
la Polinesia o el África subsahariana, no se puede observar el predominio de la expansión de una sola fa-
milia lingüística sobre grandes extensiones. Más aún, se observa un patrón de tipo mosaico, con muchas
familias lingüísticas y numerosas pequeñas familias de lenguas aisladas distribuidas a escala continental.

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EL FORMATIVO QUE NUNCA TERMINÓ 123

3. Domesticación, agricultura y cambios climáticos en el Holoceno Tardío

La explicación para este patrón puede ser rastreada sobre la base de dos factores. En primer lugar, se tiene
que hacer una importante distinción entre domesticación y agricultura en la arqueología de las tierras
bajas tropicales de Sudamérica; en segundo lugar, también debe hacerse una diferencia en la correlación
potencial entre los cambios climáticos y los cambios sociales que comenzaron alrededor de 1000 a.C. en
esta área. Se puede sugerir aquí que la domesticación de plantas y el manejo de bosques comenzaron muy
tempranamente, a inicios del Holoceno, en las tierras bajas tropicales de Sudamérica. Dichas prácticas
incluyeron el trasplante de pequeñas plantas desde el bosque hasta el ámbito doméstico y el cultivo en
huertas de plantas económicamente útiles, así como su destino en forma de medicinas u otros tipos de
drogas. El escenario general de la domesticación se puede definir como el «proceso consciente por el que
la manipulación humana del paisaje se manifiesta en cambios en la ecología y demografía de sus poblacio-
nes vegetales y animales, lo que resultó en un paisaje más productivo y agradable para los seres humanos»
(Clement 1999: 190). Sin embargo, durante este periodo, el cultivo de plantas nunca se convirtió en la
principal fuente de recursos para las poblaciones asentadas en esta área. Esto se infiere de la baja frecuencia
y, en algunos casos, de la ausencia de evidencias de grandes poblados sedentarios a lo largo del Amazonas
antes de c. 1000 a.C. en el registro arqueológico. Las excepciones proceden de la isla de Marajó, en la de-
sembocadura del Amazonas, donde los grandes asentamientos de la fase Ananatuba se remontan a c. 1200
a.C. (Simões 1969; Schaan 2004); la parte baja del río Tapajós, en el bajo Amazonas, donde se han iden-
tificado aldeas de forma anular que presentan ocupaciones que datan desde 1400 a.C. (Gomes 2008) y,
también, la cuenca del alto Madeira, cerca a la frontera actual entre Bolivia y Brasil, donde existen indicios
de una ocupación continua durante el Holoceno, en lo que parece ser la secuencia más larga conocida para
el Amazonas (Miller et al. 1992; Miller 1999).
En otras partes del Amazonas se puede observar, desde c. 1000 a.C. en adelante —y en muchos casos ya
en la era cristiana— lo que parece ser la prueba repentina de ocupación humana luego de largos intervalos
en el Holoceno Medio sin ningún tipo de vestigio o casi nada de esa índole (Neves 2008). Estas transfor-
maciones pueden ser correlacionadas con el paso desde comunidades basadas en una mayor movilidad, con
economías centradas en una explotación oportunista de los recursos naturales, a sociedades con un estilo
de vida completamente sedentario basadas en economías más dependientes de la agricultura o del manejo
intensivo de los recursos naturales, como los pescados. Una consecuencia principal de dicha permutación
fue un incremento considerable en la visibilidad arqueológica. Todos los indicios actualmente conocidos
de la transformación del paisaje datan de este periodo (Neves y Petersen 2006). Entre estos se cuentan
los montículos artificiales de tierra de Acre y la isla de Marajó (Meggers y Evans 1957; Roosevelt 1991;
Schaan 2004, 2008), las fértiles tierras oscuras antrópicas conocidas como terras pretas (Petersen et al.
2001; Neves et al. 2003), los grandes sitios de la desembocadura del río Tapajós (Gomes 2002), el conjunto
de extensas aldeas conectadas por medio de caminos en la cuenca del alto Xingú (Heckenberger, Kuikuro,
Kuikuro, Russell, Schmidt, Fausto y Franchetto 2003; Heckenberger, Russell, Fausto, Toney, Schmidt,
Pereira, Franchetto y Kuikuro 2008), las aldeas de planta anular del Brasil central (Wüst y Barreto 1999),
además de otros casos.
El hecho de que estos eventos distintos ocurriesen en secuencia, y casi simultáneamente —al menos
desde una perspectiva de largo plazo— en el primer milenio d.C. requiere de una explicación con una
causa común para ellos. La idea que se quiere explicar aquí es que estos diferentes lugares o regiones estaban
muy directa o indirectamente relacionados entre sí de manera que cualquier transformación importante
en términos de organización política o social en un área podía tener implicancias del mismo carácter en
otras. El registro histórico de la Amazonía tiene varios ejemplos de esto, siempre que se tenga en cuenta
que los contextos que se comparan aquí son las sociedades de tipo estatal de la etapa colonial temprana con
sociedades no estatales precoloniales. Se sabe, por ejemplo, que, en el siglo XVIII, el establecimiento de
ingleses, holandeses y franceses en la costa de Guyana, y de portugueses en la parte central del Amazonas
generó una serie de conflictos entre los grupos indígenas que se ubicaban lejos de los asentamientos de las
correspondientes potencias europeas (Dreyfuss 1993). Es probable que estos enfrentamientos no ocurrie-
sen al azar, ya que estos mismos grupos obtenían beneficios de las redes previas de comercio o, inclusive,
de la guerra entre ellos.

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124 EDUARDO GÓES NEVES

Sin embargo, se debería volver a otras fuentes de evidencia para tratar de explicar los súbitos cambios
en el registro arqueológico de la Amazonía desde c. 1000 a.C. en adelante. Esta fecha es algo arbitraria,
pero puede ayudar a brindar un punto de referencia sobre el que se puede establecer una comparación
con los periodos previos. Una de estas fuentes puede ser el registro paleoclimático. Podría ser útil verificar
si se dieron climas distintos o cambios ecológicos antes de esta etapa que pudieran ser asociados con las
transformaciones sociales confirmadas en el registro arqueológico. La idea aquí no es plantear la búsqueda
de relaciones causales entre los cambios climáticos y los sociales, sino revisar si pudo existir una correlación
entre estos fenómenos; sin embargo, esta tarea no es sencilla. El registro paleoecológico de la Amazonía está
aún pobremente conocido: los métodos tradicionales de la paleopalinología, por ejemplo, que privilegian
el estudio de lagos fósiles, aislados de las corrientes principales de los ríos, dejan como resultado que no se
tengan muestras de la principal llanura aluvial del Amazonas y sus áreas adyacentes. En la actualidad, esta
situación ha comenzado a cambiar y se aplican nuevos métodos, como la búsqueda de isótopos de carbón
en materiales orgánicos estables extraídos de muestras de tierra. Como consecuencia de ello, también se
toman muestras de polen fósil directamente de la tierra o de los lagos aluviales. A pesar de estas limitacio-
nes, es posible compilar la literatura disponible para verificar si hubo transformaciones climáticas visibles
en la transición desde el Holoceno Medio al Tardío. Esta compilación se puede observar en la Tabla 1 y
muestra que existe una tendencia a un incremento general en la humedad y en la expansión de los bosques
en distintas partes de la Amazonía, un proceso que se inicia hacia alrededor de 1500 a.C. La naturaleza
de estos cambios aún no se conoce bien, pero es probable que se trate de transiciones drásticas desde, por
ejemplo, sabanas o llanos a áreas de vegetación cerrada.
Lo que es importante para el argumento presentado aquí es que estos cambios ecológicos pueden haber
creado las condiciones para la diseminación del tipo de estrategias económicas denominadas más tarde
como patrón de bosque tropical a lo largo de todo el Amazonas. Dicho patrón, inicialmente descrito en el
Handbook of South American Indians (Lowie 1948), pudo haber tenido como una de sus principales carac-
terísticas el cultivo de yuca por medio de la técnica de tala y quema en huertas itinerantes. Ciertamente,
el cultivo de dicho tubérculo está tan extendido hoy en día en las tierras bajas tropicales que es difícil
imaginar la agricultura sin este producto en esas zonas. Los datos paleobotánicos parecen respaldar esta
percepción, ya que hay evidencia de yuca bajo cultivo en el área del río Porce, en los Andes tropicales del
norte de Colombia, desde hace casi 7000 años (Castillo y Aceituno 2006).
Sin embargo, curiosamente, hasta el momento hay muy poca evidencia directa del cultivo de yuca
precolonial en la Amazonía, e incluso puede no existir. El estudio de esquirlas de ralladores del territorio
del alto Orinoco en Venezuela ha demostrado que estos artefactos fueron usados para rallar y procesar un
número de raíces harinosas como el arruruz, el guapo, el name y el jengibre, así como semillas de maíz
y, posiblemente, de palma (Perry 2005). En el Amazonas central, a pesar de las buenas condiciones de
conservación, hasta ahora no se han encontrado evidencias del cultivo de yuca durante el registro de 2000
años de ocupación humana. Más aún, en áreas como la isla de Marajó, en la desembocadura del Amazonas,
hasta hoy no hay pruebas de agricultura en absoluto, pese a la presencia de montículos de tierra artificiales
y cerámica elaborada (Schaan 2008). Cuando se colocan juntas, dichas evidencias sugieren que, aunque
la domesticación de plantas puede haber sido muy antigua en las tierras bajas tropicales, la llegada de eco-
nomías basadas predominantemente en la agricultura fue mucho más reciente. Los datos demuestran que,
incluso en estos últimos casos, es probable que la agricultura fuera mucho más una actividad oportunista
basada en el manejo intenso y sofisticado con hachas de piedra en huertas y bosques en diferentes etapas de
sucesión ecológica que un patrón de cultivo extensivo con uso de hachas de metal o motosierras en grandes
chacras de yuca, como se conocen en la actualidad (Denevan 1992).
Si esto es correcto, la alternancia de estilos de vida más agrícolas con los basados en la caza y recolección
fueron mucho más comunes en el pasado y, de manera más importante, el surgimiento del esquema de
dependencia en una agricultura extensiva basada en la yuca, consolidada en la literatura como «el» patrón
del bosque tropical, fue el resultado de cambios demográficos y tecnológicos traídos por la conquista
europea. Si se tiene en cuenta estas consideraciones, probablemente es mejor denominar a dicho patrón
más como agrosilvicultura que agricultura. La agrosilvicultura se puede describir como la combinación de
estrategias mixtas que incluyen el cultivo de plantas domesticadas en huertas, pero también su manejo de

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Tabla. 1. Compilación de algunos trabajos paleoecológicos que indican cambios climáticos ocurridos en el Holoceno Medio en la cuenca amazónica (elaboración
de la tabla: Eduardo G. Neves).

Área Evidencias Cronología A.P. Fuente

Sequía 11.500-4700 Behling et al. 1999


Río Caquetá medio
(Amazonas occidental)
Incremento en las precipitaciones 3000 Berrío 2002

Loma Linda
Incremento en las precipitaciones 3600 Behling y Hooghiemstra 2000
(Colombia oriental)

Transecto Porto Velho-Humaitá


Sequía 9000-3000 Freitas et al. 2001
área suroeste del Amazonas)

Río Beni, Bolivia


Expansión del bosque 2000 Burbridge et al. 2004
(área suroeste del Amazonas)

Lago Titicaca Incremento de la humedad 2000 Baker et al. 2001

Carretera BR 174, Manaus,


Sequía 7700-3000 Piperno y Becker 1996
(Amazonas central)
EL FORMATIVO QUE NUNCA TERMINÓ

Caxiuanã
Incremento en las precipitaciones 2700 Behling y Lima da Costa 2000
(Amazonas oriental)

Estuario de Caeté
No hay vegetación de mangles 5900-2800 Souza Filho et al. 2009
(Amazonas oriental)

Reducción general en las especies de


Estuario (Amazonas oriental) 5600-3600 Behling 2002
mangles

Estuario (Amazonas oriental) Descarga reducida del río Amazonas 8000-5000

Reanudación de la sedimentación 1710 Toledo y Bush 2008


en la llanura aluvial amazónica

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125
126 EDUARDO GÓES NEVES

carácter menos intensivo en áreas de barbecho u otros lugares dispersos en la selva. La agrosilvicultura es,
de alguna manera, oportunista, ya que se aprovecha de áreas ya abiertas en la selva como senderos, antiguas
huertas o grandes árboles derribados por el viento para establecer nuevas áreas de cultivo (Clement 1999).
También tiene un carácter intensivo en el sentido de que se tiene que invertir una gran cantidad de tiempo
en el cuidado o cultivo de las huertas o árboles individuales a lo largo de periodos más largos. La tecnología
involucrada en estos sistemas agrosilvícolas demandaba pocos instrumentos, entre ellos hachas de piedra
y palos cavadores. Tan importantes como estas herramientas fue el conocimiento de la selva por parte de
los indios. La combinación de oportunismo, cuidado intensivo y uso de hachas de piedra probablemente
resultó en una reiteración de los procesos de cultivo y ocupación en los mismos lugares en regiones únicas,
con lo que se crearon islas «antrópicas» en un mar compuesto de puros bosques selváticos. Este fue el caso
del Amazonas central, donde hay evidencias de ocupaciones de largo plazo en sitios únicos, con rangos
temporales de muchos siglos, con lo que se generó el proceso de formación de tierras oscuras muy ricas en
nutrientes y bastante fértiles conocidas como terras pretas (Neves y Petersen 2006; Arroyo-Kalin 2008).
Si la agrosilvicultura tuvo un carácter oportunista, la estructura y composición de huertas y áreas con
cuidado menos intensivo también cambiaron bastante a lo largo del Amazonas. La escasa evidencia dis-
ponible hasta ahora tiende a apoyar esta hipótesis: en el Amazonas central no existen, hasta el momento,
pruebas de cultivo de grandes huertas ni de yuca y, por otro lado, en el área del bajo Tapajós, la dispersión
de grandes extensiones de las denominadas terras mulatas —tierras de color marrón oscuro de origen
humano pero no asociadas con artefactos como la cerámica— sugiere que estas fueron utilizadas como
huertas en el alto Xingú. Heckenberger (1998) ha demostrado, por medio de analogías etnográficas, que
la yuca fue el alimento básico que sostuvo a las densas poblaciones de la zona desde el primer al segundo
milenio d.C.
La cuenca del alto Madeira, cerca a la frontera actual entre Brasil y Bolivia, proporciona un caso in-
teresante donde se puede determinar una tendencia de largo plazo. En esta región, la evidencia botánica
sugiere que fue el centro inicial de domesticación de la yuca y del chontaduro (Bactris gasipaes), la única
palma completamente domesticada en la Amazonía. Esta también es la zona donde se ha identificado la
evidencia más antigua conocida para las ocupaciones sedentarias en la Amazonía, la que se remonta a c.
2500 a.C. y se apoya en la presencia de estratos de tierras oscuras creadas antrópicamente —terras pretas—,
a las que les corresponde ese fechado (Miller et al. 1992; Miller 1999). Por último, este es el lugar donde
se ha reconocido una de las secuencias ininterrumpidas más largas, la que abarca casi todo el Holoceno
(Miller et al. 1992). Es muy probable que el alto Madeira fuera el centro de la innovación cultural y el desa-
rrollo de un sistema agrosilvícola particular basado en el cultivo de yuca y chontaduro, entre otras plantas,
en el transcurso del Holoceno. Curiosamente, los datos lingüísticos también sugieren que esta región fue
el centro de origen de las lenguas del tronco tupí. A medida que la investigación progrese en la Amazonía
es probable que se puedan identificar otras áreas nucleares que hayan generado sistemas de agrosilvicultura
particulares semejantes con secuencias de largo plazo en el Holoceno. De manera interesante, la propaga-
ción del sistema del alto Madeira a partir de su área nuclear, evidenciada por la expansión de los sitios con
cerámica de la tradición Polícroma, data desde mediados hasta fines del primer milenio d.C.
Como ya se señaló antes, las tierras bajas de Sudamérica poseen una notable diversidad lingüística. No
existe una sola familia que predomine en el área en una escala tan grande como lo hace la rama indoeuro-
pea en Europa o la bantú en el África subsahariana. Dicha diversidad probablemente resultó de una con-
junción de los siguientes factores: a) la naturaleza oportunista y variable de los sistemas de agrosilvicultura
que se desarrollaron en la región, sin que haya ocurrido la preeminencia de un sistema sobre otro; b) los
cambios climáticos ocurridos en la transición del Holoceno Medio al Tardío, lo que, quizá, desencadenó
una dependencia más fuerte en estos distintos sistemas agrosilvícolas y el establecimiento de grandes asen-
tamientos sedentarios en el área, y c) el hecho de que no hubo una formación social asociada con una
lengua particular lo suficientemente fuerte como para extenderse políticamente en una gran escala.
En lo que resta de este artículo se presentarán datos de la parte central del Amazonas que apoyan el
argumento expuesto arriba. Se sugerirá que, en este territorio, la alternancia entre la centralización y frag-
mentación política reproduce en la escala local el mismo patrón general de diversidad o fragmentación
lingüística y cultural de la Amazonía. La explicación subyacente para estos distintos fenómenos radica en
el uso oportunista de una amplia base de recursos, en el caso del Amazonas central en un lugar donde estos

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son abundantes y relativamente predecibles, lo que se asocia a un complejo tecnológico fácilmente dispo-
nible. Dichos factores evitaron el surgimiento y reproducción de una centralización política instituciona-
lizada. En la raíz del argumento está la premisa general de que los ambientes con abundancia de recursos
no ofrecen condiciones materiales para el desarrollo de la centralización política, pero, al mismo tiempo, si
crean las bases ecológicas para el desarrollo de sistemas económicos diversificados y no especializados, los
que favorecen, a largo plazo, la variación lingüística a escala regional.

4. La complejidad y abundancia en la Amazonía precolonial: una visión desde la cuenca del Amazonas
central

La investigación realizada durante la última década puede ayudar a iluminar el conocimiento de las di-
námicas de largo plazo de centralización política y fragmentación que pueden ser usadas como referencia
para otros casos en la Amazonía. La ocupación humana del Amazonas central se ha caracterizado por la
alternancia de episodios de largo plazo de estabilidad interrumpidos por lo que parecen haber sido eventos
abruptos de rápida transformación. Este patrón puede ser asociado con diferentes orígenes: los vacíos en la
parte temprana de la cronología pueden estar relacionados con el cambio climático del Holoceno Medio,
mientras que las transformaciones observadas alrededor de los inicios del segundo milenio d.C. están vin-
culadas con el reemplazo de grupos étnicos en el área. La prospección regional permitió la identificación
de cerca de 100 sitios arqueológicos en una superficie ubicada entre las ciudades de Manaus y Coari, en
el Amazonas central (Fig. 3). Este número, de ninguna manera una subestimación de la cantidad total de
yacimientos presentes en la zona, es una muestra que resulta de tres diferentes proyectos regionales que se
ejecutaron allí: el Proyecto Amazonas Central, la Prospección Arqueológica del Oleoducto Coari-Manaus
y el Proyecto de Evaluación Ambiental (PIATAM). La reconstrucción histórica que se presenta aquí es
el resultado de la excavación y el levantamiento de 14 yacimientos: Dona Stella, Açutuba, Laguinho,
Hatahara, Lago Grande, Osvaldo, Pilão, Antonio Galo, Lago do Limão, Jacuruxi, Nova Esperança, Lauro
Sodré, São Paulo II y Perpétuo Socorro. Este conjunto presenta una tendencia de ocupación continua y de
largo plazo desde alrededor de 500 a.C. a c. 1500 d.C. Durante este periodo, hubo cambios notables en el
tamaño y forma de los asentamientos, así como en los patrones de decoración cerámica, lo que permitió
el establecimiento de una cronología que comprendía cuatro componentes distintos: a) la fase Açutuba,
desde c. 400 a.C. a 400 d.C., b) la fase Manacapuru, desde c. 400 d.C. a 900 d.C., c) la fase Paredão, desde
c. 700 d.C. a c. 1250 d.C. y d) la fase Guarita, desde c. 900 d.C. a 1500 d.C.) (Figs. 4-7).
La cronología regional muestra que existen interpolaciones entre las ocupaciones: al menos 200 años
entre Manacapuru y Paredão, y más de 300 entre Paredão y Guarita. Dichas interpolaciones en la secuen-
cia muestran que la gente que hacía cerámica diferente y ocupaba aldeas de distintas formas no vivía lejos
una de otra, en algunos casos durante muchas décadas, en el primer milenio d.C. en el Amazonas central.
Ese fue, por ejemplo, el caso de los sitios Osvaldo y Lago Grande, situados a menos de 10 kilómetros de
separación entre ellos, adyacentes al complejo de lagos que componen la llanura aluvial del río Solimões
(Amazonas) (Fig. 8). Osvaldo constituye un asentamiento de un solo componente de la fase Manacapuru,
y fue ocupado durante el siglo VII d.C. (Neves et al. 2004; Chirinos 2007), mientras que Lago Grande
es de carácter multicomponente, con una larga fase Paredão de ocupación que data desde fines del siglo
VII al comienzo del siglo XI d.C. (Neves y Petersen 2006). La pequeña pero constante cantidad de tiestos
manacapuru en Lago Grande y, por el contrario, lo que ocurre en Osvaldo indican, al menos, dos distintas
posibilidades: en primer lugar, que hubo un comercio de cerámica asociado con estas ocupaciones con-
temporáneas y, en segundo lugar, que estos grupos locales estuvieron regionalmente integrados en sistemas
patrilocales exogámicos parecidos a los que existen hoy en día en zonas como el noroeste del Amazonas
(Jackson 1983).
Junto con las evidencias de comercio o exogamia, o ambas, los sitios de las fases Manacapuru y Paredão
también comparten otro rasgo distintivo y es el hecho de que tenían una forma de planta anular o de
herradura (Moraes 2007). Los de forma anular son muy comunes en la arqueología y etnografía del Brasil
central, donde aparecen alrededor del siglo VIII d.C. (Wüst y Barreto 1999). Dichos sitios o aldeas están
asociados, por lo general, con grupos hablantes de gê como los kayapó y bororo, ya descritos en la primera
mitad del siglo XX por Curt Nimuendajú y Claude Lévi-Strauss, si bien la introducción de este patrón en

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Fig. 3. Mapa de la ubicación de los sitios discutidos en el texto (elaboración del dibujo: Marcos Castro, Proyecto Amazonia Central).
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Fig. 4. Ejemplos de tiestos de la fase Açutuba, con algunos rasgos característicos que incluyen la decoración modelada con
motivos en forma de animales y el empleo combinado de la incisión y excisión. En esta época era también común la pintura en
diferentes tonos de rojo y amarillo (elaboración del dibujo: Marcos Castro, Proyecto Amazonia Central).

la zona resulta de una influencia cultural de grupos arawak que llegaron del oeste (Heckenberger 2002).
A pesar de su historia en el Brasil central, las aldeas de forma anular no eran conocidas arqueológica o et-
nográficamente en la Amazonía. Los datos arqueológicos recientes muestran que dicho patrón alguna vez
predominó en el Amazonas central en la segunda mitad del primer milenio d.C. (Fig. 9).
Los sitios de las fases Manacapuru y Paredão eran sedentarios y muy grandes. Estaban asociados con
ricos suelos antrópicos y de color oscuro conocidos como tierras oscuras antrópicas o terras pretas. Este tipo
de terrenos, que son muy fértiles y que son buscados por los agricultores en la actualidad, se formaron por
medio de la deposición de carbón producido por calor reducido y sostenido, residuos de alimentos y otros
restos orgánicos como resultado de ocupaciones estables y de largo plazo. Los sitios con este tipo de suelos
tienen depósitos de más de 200 centímetros de profundidad, los que contienen, además, grandes cantida-
des de tiestos de cerámica (Fig. 10). También presentan rasgos como montículos artificiales conformados
por el apilamiento de estratos de tierra y tiestos. Algunos de estos montículos alcanzan más de 3 metros de
altura y 20 de longitud. Aún no están claras sus funciones, pero es posible que fueran construidos como
plataformas para viviendas o malocas. Su construcción requirió, en algunas ocasiones, de la movilización
de mano de obra, lo que involucró la excavación, acarreo y apilamiento de tierra, así como la acumulación
de tiestos. En ese sentido, se les puede considerar monumentales, pero no hay nada en ellos que indique
planificación en gran escala o conocimientos de ingeniería. Una explicación potencial es que estas estruc-
turas fueron construidas en eventos relacionados con festines, con la participación colectiva de individuos
de diferentes comunidades que pudieron contribuir con fuerza de trabajo, cerveza y otros productos o ser-
vicios (Fig. 11).

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Fig. 5. En la cerámica de la fase Manacapuru se advierte todavía el uso de la decoración incisa, pero con mucho menos inten-
sidad que en el periodo precedente (elaboración del dibujo: Marcos Castro, Proyecto Amazonia Central).

Para los fines del argumento de esta contribución, la evidencia presentada hasta el momento puede ser
interpretada hipotéticamente del siguiente modo: las sociedades de las fases Manacapuru y Paredão estu-
vieron integradas de manera regional en redes de intercambio que incluyeron el comercio y la exogamia.
A pesar de las diferencias en la cerámica, el hecho de que las aldeas compartan el mismo trazado básico
muestra que dicho patrón regional podía incluir, quizá, otros rasgos comunes en la cultura material, como,
por ejemplo, el trabajo de plumería y cestería. Sistemas regionales como este fueron descritos histórica y
etnográficamente en áreas como el noroeste del Amazonas, la cuenca del alto Xingú, la cuenca del Orinoco
medio y el Caribe insular. Dichos sistemas son, por lo general, multiétnicos, si bien propenden a estar
asociados con los grupos que hablan arawak (Heckenberger 2002; Hornborg 2005). Una de las tendencias
definidas es que no permitieron el surgimiento de jerarquías regionales permanentes o estables.
Alrededor de la parte temprana del primer milenio d.C. se advierten cambios ostensibles en la historia
de la ocupación del Amazonas central. El más visible de ellos concuerda con una ruptura en la secuencia
cerámica en la que la cerámica paredão desaparece para ser reemplazada por ocupaciones con cerámica
guarita. Esta es marcadamente distinta tanto de la del estilo Paredão como de la manacapuru, ya que pre-
senta una decoración polícroma con los colores negro y rojo sobre blanco, lo que la coloca como parte de
la tradición Polícroma Amazónica (Fig. 12). Los yacimientos de esta tradición se encuentran diseminados
a lo largo de la cuenca del Amazonas desde la isla de Marajó, en la desembocadura de este río, hasta la
cuenca del alto Amazonas, en territorios del Perú, Ecuador y Colombia. De manera inicial, se suponía
que el centro de su origen estaba ubicado en las estribaciones de los Andes (Evans y Meggers 1968) más

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Fig. 6. Cerámica de la fase Paredão. Si bien preparadas con una excelente pasta, sus vasijas tienen un repertorio más limitado
de patrones de decoración plástica o pintada que la cerámica de la etapa anterior (elaboración del dibujo: Val Moraes y Claide
Moraes, Proyecto Amazonia Central).

que en el Amazonas central (Lathrap 1970; Brochado 1984), pero, hasta el momento, la evidencia más
antigua de la cerámica de tradición Polícroma proviene de la cuenca del alto Madeira, cerca de la actual
frontera entre Brasil y Bolivia. Las ocupaciones con esta tradición en el Amazonas central son superficiales
y normalmente se ubican sobre la presencia previa de las fases Paredão o Manacapuru. La distribución de
tiestos diagnósticos muestra que su área de difusión al interior de los sitios es más pequeña que las prece-
dentes, lo que indica una reducción en el tamaño del asentamiento. De manera inversa, los yacimientos
de la tradición Polícroma tienden a ser más dispersos y más diseminados regionalmente que los anteriores
(Lima 2003). El lapso de su ocupación es también breve: nunca alcanzó las varias décadas —o, incluso,
siglos— de presencia continua encontrada en las fases predecesoras.
Dada la escala continental de la distribución de los sitios con cerámica polícroma, que va desde las
estribaciones de los Andes y cubre todo el camino hacia la desembocadura del Amazonas, si bien existen
varios vacíos regionales localizados, se debe esperar una gran cantidad de variabilidad en términos del
tamaño de los complejos, así como de la densidad y la duración de la ocupación. Por lo tanto, es posible
que el patrón visto en el Amazonas central no se pueda aplicar a lo que se ha comprobado corriente arriba.
Ciertamente, esto fue lo que vieron los primeros europeos que exploraron río abajo en el Amazonas en la
parte inicial del siglo XV d.C. Estos cronistas tempranos informaron la presencia de grandes sitios regio-
nalmente integrados en formaciones sociales jerárquicas dirigidas por jefes supremos (paramount chiefs).
De todos modos, en el Amazonas central, las transformaciones sociales y culturales que provocaron el

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Fig. 7. La cerámica de la fase Guarita muestra un empleo abundante de la decoración polícroma en rojo y/o negro sobre un
engobe blanco, normalmente en urnas funerarias antropomorfas. En la decoración plástica se observa, también, el uso del aca-
nalado (elaboración del dibujo: Val Moraes, Proyecto Amazonia Central).

reemplazo de las ocupaciones de la fase Paredão por las de la fase Guarita (tradición Polícroma) no condu-
jeron a variaciones visibles en el ámbito del incremento de la centralización política o jerarquía social. Por
el contrario, si ocurrieron cambios, estos fueron dirigidos hacia la descentralización política y la reducción
en el tamaño de los asentamientos.

5. Discusión

Los patrones de largo plazo que surgen a partir de los datos del área central del Amazonas permiten el tra-
tamiento de una serie de temas pertinentes respecto de la arqueología sudamericana. Entre estos están
el desarrollo del Periodo Formativo y el surgimiento de la centralización política. En lo que respecta al
Periodo Formativo, se ha tenido que hacer frente a la que, quizá, es la pregunta más importante en la ar-
queología sudamericana: ¿por qué las poblaciones derivadas de, probablemente, pequeños grupos iniciales
de colonizadores, algunas veces hacia el fin del Pleistoceno, tomaron trayectorias políticas y sociales tan
distintas durante el Holoceno? Los datos disponibles muestran que algunas de las más importantes inno-
vaciones en el continente, como la confección de cerámica y la domesticación de plantas, empezaron de
manera más temprana en las tierras bajas que en otras áreas. Sin embargo, el desarrollo de vida sedentaria
con una mayor dependencia en la agricultura parece haberse dado mucho después en la Amazonía que en

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Fig. 8. Vista de la planicie aluvial del río Solimões (Amazonas) en la zona de investigación (foto: Eduardo G. Neves).

otras partes de Sudamérica. ¿Cómo explicar esta aparente paradoja? El otro problema es el surgimiento de
la centralización política: los datos del área central del Amazonas muestran una clara tendencia hacia el
crecimiento poblacional y las modificaciones visibles del paisaje, algo que se inicia alrededor de 500 a.C.
Asociadas con esta tendencia existen claras señas de vida sedentaria, algunas veces en forma de grandes
asentamientos que alcanzan a extenderse por varias hectáreas. Sin embargo, no hay ningún indicio en el
registro arqueológico que muestre el despliegue de marcadas jerarquías regionales, acumulación de riqueza
u otros rasgos que podrían vincularse con la producción y reproducción, a largo plazo, de desigualdades
sociales institucionalizadas.
Tradicionalmente, esos procesos se han interpretado por medio de argumentos de escasez: falta de
nutrientes en la tierra, de proteínas animales, de condiciones climáticas adecuadas o de alimentos básicos.
Quizá ha llegado el momento de «voltear» estos argumentos y considerarlos de otra manera. En lugar de
determinar una ausencia, también pudo ser que dos importantes factores hayan proporcionado el entorno
material para los procesos políticos discutidos aquí. En primer lugar está la abundancia de recursos que
se encuentra a lo largo de los extensos ríos amazónicos y sus principales tributarios: hasta la actualidad las
más importantes ciudades amazónicas, como Manaus, con casi 2.000.000 de habitantes, se aprovisionan
diariamente de pescado del área central del Amazonas. Es claro que las escalas actuales de explotación no
son sostenibles y que, en el pasado, no se emplearon las tecnologías disponibles hoy en día. Con todo,
cualquier persona familiarizada con la llanura aluvial amazónica sabe perfectamente de la abundancia de
recursos, en su mayoría proteína animal, que se puede encontrar allí. También puede ser que dicha abun-
dancia explique un solo hecho relacionado con la interacción de plantas y personas en la Amazonía: el que
muchas especies de palmas hayan sido cuidadas de manera generalizada desde los inicios del Holoceno,
pero solo una especie, la Bactris gasipaes (chontaduro, pejibaye o pupunha), haya sido completamente do-
mesticada. Se puede postular que la falta de domesticación implique que no hubo una presión selectiva
para este proceso, ya que los recursos eran abundantes de manera suficiente como para cuidar de ellos de
modo indirecto tanto en los lugares agrestes como en los domésticos.

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Fig. 9. Ejemplos de los planos de los sitios con montículos (elaboración del dibujo: Marcos Castro, Proyecto Amazonia Central).

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Fig. 10. Ejemplos de perfiles de sitios de terras pretas, con gran concentración de tiestos cerámicos que indican ocupaciones
sedentarias, estables y de largo plazo (elaboración del dibujo: Marcos Castro, Proyecto Amazonia Central).

6. Comentarios finales

Este artículo empezó con la premisa de que los desarrollos culturales tempranos en Sudamérica, como la
domesticación de plantas y la manufactura de cerámica, empezaron muy tempranamente en las tierras
bajas como en el área andina, si es que no antes. Por otro lado, esta última es vista, tradicionalmente, como
el único centro principal de desarrollo cultural en el continente. Sin embargo, después de esta irrupción
inicial, los desarrollos en las tierras bajas parecieron haberse dilatado, mientras que en los Andes centra-
les se ve, ya en el Periodo Arcaico Tardío, la construcción de estructuras monumentales que indican el
surgimiento de jerarquías sociales institucionalizadas. Asimismo, en las tierras bajas tropicales el registro
arqueológico del Holoceno Medio se caracteriza por presentar lagunas, seguidas por una explosión cultural
y demográfica alrededor de los inicios de la era cristiana.
Se ha sugerido aquí que dichos vacíos probablemente son el resultado de una visibilidad arqueoló-
gica pobre que resultó de un cambio climático hacia condiciones más secas en el Holoceno Medio. Sin
embargo, también es posible que las poblaciones de esta época hayan combinado, de forma intencional,
economías definidas por el cultivo de plantas domesticadas y el manejo de recursos silvestres. Dichas estra-
tegias pueden haber contribuido a incrementar la movilidad y, por consiguiente, a disminuir la visibilidad
arqueológica.

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Fig. 11. Vista de un montículo artificial en el sitio Laguinho (foto: Eduardo G. Neves).

Fig. 12. Urna de la fase Guarita, tradición Polícroma


(foto: Mauricio de Paiva).

Los evidentes cambios en la demografía y los patrones de asentamiento visibles después del inicio de
la era cristiana están probablemente asociados con el establecimiento de condiciones climáticas similares a
las que se registran en la Amazonía en la actualidad. Desde este periodo, en el Amazonas central y en otras
partes, las ocupaciones se vuelven sedentarias y permanentes; en algunas áreas se desarrollan grupos urba-
nos y se vuelven abundantes los signos visibles de la transformación del paisaje. Sin embargo, de manera
interesante, dichos cambios no están asociados con el incremento de la agricultura intensiva o, en algunos
casos, con el desarrollo de jerarquías sociales institucionalizadas. Por ejemplo, en el Amazonas central, el
registro arqueológico de largo plazo muestra indicios de igualdad política y no el desarrollo de jefaturas
centralizadas. Tradicionalmente, dichos factores podrían haberse interpretado como el resultado de adap-
taciones a condiciones ambientales pobres o limitadas. En el presente trabajo se ha postulado que puede

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haber ocurrido lo opuesto: que la abundancia de recursos y la tecnología para explotarlos y administrarlos,
fácilmente asequibles y difíciles de controlar a escala institucional, pueden haber establecido las condicio-
nes materiales que impidieron surgir y reproducirse a las jerarquías sociales institucionales.
Si estos argumentos son correctos, el Periodo Formativo amazónico puede ser visto con un proceso
de largo plazo que perduró en gran parte del Holoceno solo para ser interrumpido por la llegada de los
europeos en el siglo XVI d.C. ¿Quiere decir esto que las categorías evolutivas sociales no tienen un valor
heurístico para la arqueología amazónica? También es posible que el registro arqueológico de la Amazonía
puede ayudar a utilizar otros parámetros para evaluar el desarrollo social. Después de todo ¿qué es mejor?:
¿ejecutar trabajos de manera forzada en la construcción o mantenimiento de los canales de irrigación, o
vagar libremente en los bosques y orillas de los ríos?

Agradecimientos

Estoy muy agradecido con Rafael Valdez, por el trabajo editorial y la traducción al castellano, así como
con el doctor Peter Kaulicke, por la invitación a participar en este número del Boletín y su gran paciencia.
Debo un reconocimiento especial a Marcos Castro, Val Moraes y Claide Moraes, por la elaboración de
los dibujos, así como a Val Moraes y Mauricio de Castro por sus fotos. Las investigaciones del Proyecto
Amazonia Central tienen el financiamiento de la Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo
(FAPESP), proceso 2005/60603-4.

Notas
1
Este planteamiento consiste en la expansión demográfica de un grupo humano en una zona no previa-
mente ocupada por este, y que reemplaza o genera poca mezcla genética con las comunidades que antes
la habitaban.

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LA CONSTRUCCIÓN
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP SOCIAL/ ISSN
/ N.° 11 / 2007, 143-166 Y TRANSFORMACIÓN...
1029-2004 143

La construcción social y transformación de las


comunidades del Periodo Formativo temprano
del sureste de Uruguay

José Iriarte a

Resumen

Nuevas investigaciones en las tierras bajas de Sudamérica están comenzando a revelar una diversidad de trayectorias culturales
complejas y únicas en una parte de Sudamérica que ha sido tradicionalmente considerada como un área marginal en comparación
con las civilizaciones que se desarrollaron en los Andes centrales y Mesoamérica. Este artículo resume nuevos datos arqueológicos,
arqueobotánicos y paleoecológicos del sitio Los Ajos, en el sureste de Uruguay. Dichos estudios revelaron que el Holoceno Medio,
que se caracterizó por un clima cambiante que se tornó cada vez más seco, está asociado a transformaciones culturales signifi-
cativas, incluyendo el proceso de formación de aldeas, la adopción de una economía mixta y la construcción de la arquitectura
pública más temprana conocida en la región. Estos recientes trabajos evidencian un desarrollo de la complejidad social temprana e
inesperada que no había sido registrada en esta parte del continente. El presente artículo discute las interacciones del hombre con el
medioambiente, los procesos sociales relacionados con el desarrollo de la vida aldeana incipiente y el papel que tuvo la arquitectura
pública en relación con el surgimiento de las sociedades del Formativo Temprano en la región.

Palabras clave: Formativo Temprano, sociedades de rango medio, arquitectura pública, Uruguay, cuenca del Río de la Plata,
agricultura

Abstract

THE SOCIAL CONSTRUCTION AND TRANSFORMATION OF EARLY FORMATIVE COMMUNITIES FROM


SOUTHEASTERN URUGUAY

New research in lowland South America is beginning to reveal a diversity of complex and unique cultural trajectories in a region
that was long-considered marginal with respect to Andean and Mesoamerican civilizations. This paper summarizes new archaeo-
logical, paleoecological, and archaebotanical data from the Los Ajos site, southeastern Uruguay, showing that a changing and in-
creasingly drier mid-Holocene climate was associated with significant cultural transformations, including early village formation,
the adoption of a mixed economy, and the construction of the earliest public architecture known for the area. Collectively, this
evidence indicates an early and unexpected development of social complexity that had not heretofore been recorded in this area of
South America. Human-environment interactions, social processes related to the development of early village life, and the role of
early public architecture are discussed with reference to the emergence of early Formative communities in the region.

Keywords: Early Formative, middle-range societies, public architecture, Uruguay, Río de la Plata Basin, agriculture

1. Introducción

La investigación del surgimiento y dinámica interna de las sociedades de rango medio1 en Sudamérica se ha
concentrado, en especial, en la costa y los valles andinos (Burger 1992; Moseley 2001; Shady et al. 2001) y,
de manera más reciente, en las tierras bajas tropicales de la Amazonía (Heckenberger et al. 1999; Roosevelt

a
University of Exeter, Department of Archaeology, School of Geography, Archaeology and Earth Resources.
Dirección postal: Laver Building, North Park Road, Exeter, EX4 4QE, Reino Unido.
Correo electrónico: J.Iriarte@exeter.ac.uk ISSN 1029-2004
144 JOSÉ IRIARTE

1999; Lehmann et al. 2003). Considerada históricamente como un área marginal en comparación con los
cacicazgos y Estados andinos y mesoamericanos, la cuenca del Río de la Plata y su costa atlántica adya-
cente es una vasta región poco explorada que comienza a revelar una secuencia de trayectorias culturales
tempranas complejas y únicas. La investigación multidisciplinaria realizada en el complejo de montículos
denominado Los Ajos, ubicado en los humedales del sureste de Uruguay, pone en tela de juicio la visión
tradicional que percibe a la zona de la cuenca del Río de la Plata como habitada por grupos simples de ca-
zadores-recolectores durante gran parte del periodo prehispánico (Steward 1946; Meggers y Evans 1978).
Este nuevo programa de investigaciones arqueológicas, que se concentró en el estudio de patrones co-
munitarios en el complejo Los Ajos, demostró que estos grandes conjuntos precerámicos en el sureste de
Uruguay no son el resultado de sucesivas ocupaciones de corto plazo por parte de cazadores-recolectores
móviles (Schmitz et al. 1991), ni tampoco representan montículos funerarios o monumentos de cazadores-
recolectores complejos —como fue propuesto con anterioridad (Bracco, Cabrera y López 2000; Gianotti
2000; López 2001)— sino que constituyen aldeas-plaza planificadas que fueron construidas por grupos
humanos que practicaban una economía mixta.
En este artículo se presentan nuevos datos arqueológicos, paleoecológicos y botánicos que indican que,
durante un Holoceno Medio que se tornó cada vez más seco, alrededor de 4190 a.p., Los Ajos se convirtió
en una aldea permanente con una plaza central y sus habitantes adoptaron los cultivos más tempranos
conocidos para el sureste de Sudamérica, lo que incluye el maíz (Zea mays) y el zapallo (Cucurbita spp.).
Durante la siguiente etapa, el Periodo Montículo Cerámico (entre 3000 y 500 a.p.), Los Ajos experimentó
la formalización y diferenciación espacial de sus espacios comunales mediante el desarrollo de arquitectura
monticular alrededor de una plaza central. Su disposición formal revela una nueva tradición de arquitec-
tura cívico-ceremonial temprana y distintiva para Sudamérica. Más aún, la presencia de, por los menos,
otros cuatro complejos de montículos contemporáneos con los de Los Ajos existentes en la región —y con
grandes similitudes en su plano arquitectónico— sugiere que estos pueden haber estado integrados a escala
regional desde tiempos precerámicos (ver Fig. 1, B; Tabla 1) (Bracco y Ures 1999; López 2001; Iriarte et
al. 2004; Gianotti 2005; Iriarte 2006a; para una tabla más completa y actualizada de los fechados de la
región, cf. Bracco et al. 2006).

2. Breve historia de las investigaciones arqueológicas en la región

Las culturas constructoras de montículos, que datan de c. 4000 a.p., se denominan, por lo general,
Constructores de Cerritos en Uruguay, y se dividen en tradición Umbú (Periodo Arcaico Precerámico) y
tradición Vieira (Periodo Cerámico) en el estado de Rio Grande do Sul, Brasil. Su distribución geográfica
se extiende a lo largo de los humedales costeros e interiores, y las praderas que se situan a lo largo de la
costa atlántica entre los 28° y 36° de latitud sur (Schmitz et al. 1991; Bracco, Cabrera y López 2000)
(Fig. 1, A). La región de estudio, el sector sur de la cuenca de la laguna Merín (Fig. 1, B), se caracteriza
por presentar un mosaico de zonas ambientales diversas y compactas que incluye humedales, praderas,
bosques en galería, palmares de Butia y la costa oceánica atlántica. Posee un clima subtropical húmedo con
temperaturas medias de 21,5 °C en el verano y 10,8 °C durante el invierno. La precipitación anual es de
1123 milímetros (PROBIDES 2000).
La época de Los Constructores de Cerritos se puede dividir en dos grandes periodos: a) el Periodo
Montículo Precerámico, que comienza alrededor de 4190 a.p. y finaliza con la aparición de la cerámica
en la región alrededor de 3000 a.p., y b) el Periodo Montículo Cerámico, que se extiende desde cerca de
3000 a.p. hasta la etapa de contacto con los europeos (Bracco, Cabrera y López 2000; López 2001; Iriarte
2003, 2006a) (Fig. 2).2 Si bien existen dataciones más antiguas que 4190 a.p., y que llegan hasta el quinto
milenio a.p. en los sitios RSLa y Cerro de la Viuda, estas fueron obtenidas sobre muestras de sedimento
(«matriz») obtenidas con un perforador manual de tipo auger (Bracco y Ures 1999; Bracco 2006). Debido
a la falta de excavaciones sistemáticas que permitan esclarecer la estratigrafía y composición de artefactos
de estos niveles en los sitios mencionados, por ahora son excluidas hasta que se compruebe la naturaleza
cultural del material fechado (véase, también, Iriarte et al. 2008: 318 y López 2001: 255).
Durante las décadas de los sesenta y setenta, el objetivo del Programa Nacional de Pesquisas en Brasil
(PRONAPA) junto con el Smithsonian Institution fue el desarrollo de un marco cronológico para esta

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LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL Y TRANSFORMACIÓN... 145

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0 50 km

Fig. 1. A. Mapa del sector sureste de la cuenca del Río de la Plata y su litoral adyacente, que muestra la ubicación de las áreas
de Constructores de Cerritos investigadas en el sur de Brasil y Uruguay; B. Mapa del sector sur de la cuenca de la laguna
Merín, que muestra los sitios arqueológicos mencionados en el texto: 1. Los Ajos; 2. Estancia Mal Abrigo; 3. Puntas de San
Luis; 4. Isla Larga; 5. Los Indios; 6. Potrerillo; 7. Cráneo Marcado (elaboración del dibujo: Séan Goddard; modificado de
Iriarte 2000a: fig. 1).

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146 JOSÉ IRIARTE

Tabla 1. Fechados radiocarbónicos de Los Ajos y componentes precerámicos de otros sitios en Uruguay (elaboración de la tabla:
José Iriarte). Nota: *Fechas calibradas basadas en Stuiver et al. 1998; **Proporción estimada 13C/12C.

Años
Años
Procedencia Profundidad Material radiocarbónicos
N. de lab.
o
radiocarbónicos
(sitio) arbitraria (cms) fechado calibrados;*
a.p.
rango de 2 s
Los Ajos
Trinchera TBN,
Sector 7 160-165 Beta-158278 Carbón (AMS) 1050 ± 40 1050-920
Sector 6 190-195 Beta-158281 Carbón (AMS) 1660 ± 40 1690-1660

Montículo Delta 205-210 Beta-158277 Carbón 2960 ± 120 3400-2740

Montículo Gamma,
Sector 1/D 210-215 Beta-158279 Carbón 3460 ± 100 3980-3470**
Sector 6/C 270-275 Beta-158280 Carbón (AMS) 4190 ± 40 4840-4580

Montículo Alfa,
Capa III 280-285 URU 0052 Carbón 3350 ± 90 3830-3380**
5030-5010 y
285-290 URU 0033 Carbón 3870 ± 280
4990-3550**
295-300 URU 0034 Carbón 3690 ± 270 4830-3370**
340-345 URU 0089 Carbón 3950 ± 80 4580-4160
4520-4470 y
345-355 URU 0088 Carbón 3750 ± 140
4450-3710**

Puntas de San Luis


Montículo II Capa II URU 009 Carbón 3550 ± 60 3980-3680**
Capa III URU 009 Carbón 3650 ± 50 4100-3840**
Capa III URU 010 Carbón 3730 ± 100 4410-3830**
Isla Larga
Montículo I 260-270 URU 013 Carbón 3660 ± 120 4380-3670**
URU 014 Carbón 3630 ± 60 4100-3820**

Potrerillo
Montículo I Nivel de la base URU 083 Carbón 3790 ± 90 4420-3900**
4510-4480 y
URU 165 Carbón 3820 ± 100
4440-3910**

Arroyo Yaguari
Lemos
Montículo 27 UE02/Nivel 11 Ua 18817 Carbón 3250 ± 40 3569-3379

Yaguari SI 6496 Carbón 3170 ± 150 2962-3722**

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LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL Y TRANSFORMACIÓN... 147

Sureste de Brasil Uruguay


Fechas A.P.
Periodos Camaquã Rio Grande S. Victoria do Sector sur de la cuenca de
Palmar la laguna MMerín

Periodo
Histórico
500
Fase Vieira – Tupí – Guaraní
700 Periodo Montículo
Fase Vieira II
1100 Cerámico
Fase Vieira I
1800
Formativo Fase Totorama
2000 TRADICIÓN VIEIRA
Temprano
2500
3000 Fase Lagoa – Fase Patos – Fase Chui Periodo Montículo
4000 Precerámico
Arcaico TRADICIÓN UMBÚ
Precerámico Arcaico Precerámico

Fig. 2. Esquema cronológico para el sur de Brasil y Uruguay (elaboración del gráfico: Séan Goddard; modificado de Iriarte
2006a: fig. 2).

parte del sureste de la cuenca del Río de la Plata aún no estudiada por medio de la aplicación de la seriación
cerámica (Meggers y Evans 1969) y tipología lítica (Schmitz 1978, 1987).3 Esta aproximación histórico-
clasificatoria se centró en obtener muestras representativas de pequeñas unidades de excavación que per-
mitieron construir relaciones cronológicas de las fases cerámicas y líticas, pero limitaron la habilidad de
los investigadores para estudiar las relaciones espaciales intrasitio. Si bien se puede inferir la presencia de
complejos de montículos extensos y numerosos en los mapas regionales publicados por estos autores en los
humedales interiores de agua dulce del estado brasileño de Rio Grande do Sul y Uruguay, dichos estudios
redujeron, a menudo, la unidad de análisis e interpretación arqueológica al estudio de montículos indivi-
duales, lo que impidió explorar los patrones comunitarios (Prieto et al. 1970: mapa 2; Ruthschilling 1989:
mapa 3; Copé 1991: 214-215).
En términos generales, los arqueólogos relacionados con el PRONAPA interpretaron los sitios con
montículos como el resultado de las ocupaciones sucesivas de corto tiempo por parte de cazadores-recolec-
tores que se movilizaban para explotar diferentes zonas estacionalmente ricas en recursos (Brochado 1984;
Schmitz et al. 1991). Estos investigadores infirieron la naturaleza doméstica de los montículos basados
en la identificación de agujeros de postes, fogones y la presencia de desechos domésticos resultantes de la
preparación de comida, la manufactura y mantenimiento de instrumentos, junto con el hallazgo ocasio-
nal de enterramientos. Además, arguyeron que existía una continuidad entre la tradición arcaica Umbú
(8000-2500 a.p.), de cazadores-recolectores generalizados, y las ocupaciones pertenecientes al Periodo
Montículo Precerámico (Schmitz 1987). También consideraron que existía una conexión directa entre
el Periodo Montículo Cerámico (tradición Vieira) y los grupos históricos charrúa y minúan. La forma
de vida de estos grupos históricos, que se vio drásticamente transformada con el contacto europeo, es
proyectada con frecuencia hacia el pasado y utilizada para realizar analogías etnográficas directas con el
fin de entender el registro arqueológico (Becker 1990; Copé 1991; Schmitz et al. 1991). En general, estos
investigadores también interpretaron la presencia de plantas domésticas entre estos grupos, mencionadas
en las fuentes históricas, como traídas por los inmigrantes amazónicos tupí-guaraní durante el Holoceno
Tardío (Schmitz 1991). En este sentido, no debe llamar la atención que este marco interpretativo encaje,
de manera confortable, con la visión tradicional que concibe a esta región del sureste de Sudamérica como
habitada por cazadores-recolectores marginales (Steward 1946; Meggers y Evans 1978).
A mediados de la década de los ochenta, la Comisión de Rescate Arqueológico de la Cuenca de la Lagu-
na Merín (CRALM) inició un programa de trabajo de campo sistemático en Uruguay. Las excavaciones

ISSN 1029-2004
148 JOSÉ IRIARTE

iniciales en montículos de pequeñas dimensiones, en los que se descubrieron conjuntos de entierros múl-
tiples, llevaron a estos estudiosos a caracterizar a estos sitios como ceremoniales o mortuorios (Cabrera et
al. 1988) y a tipificar a estas sociedades como grupos de cazadores-recolectores complejos adaptados a un
ambiente de humedales rico en recursos (López y Bracco 1994). Si bien estas primeras investigaciones
reconocieron la presencia de grandes grupos de montículos, el alto grado de similitud en sus planos arqui-
tectónicos, así como la presencia de una extensa área de planicie circundante, con materiales ubicados en
capas, se pasó por alto, por lo general, la importancia de realizar labores sistemáticas para revelar los patro-
nes comunitarios. Sin embargo, estos nuevos trabajos en la región dieron lugar a análisis más avanzados
sobre las técnicas de construcción, las prácticas mortuorias y la fauna, así como estudios sobre tecnología
lítica y cerámica (ver Consens et al. 1995 [eds.]; López y Sans 1999; Durán y Bracco 2000; Gianotti 2000;
Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay 2001; Beovide et al. 2004).
En oposición a los investigadores del PRONAPA, Cabrera (1992) argumentó que existía una ruptura
entre los Constructores de Cerritos y los grupos históricos charrúa y minúan debido a las transformaciones
drásticas que estos grupos experimentaron debido, principalmente, a la diseminación de enfermedades
europeas, las campañas militares españolas, los cazadores de esclavos portugueses y la introducción del
ganado vacuno. Estas transformaciones redujeron de manera severa su población y los obligó a cambiar sus
estilos de vida tradicionales significativamente. De forma más reciente, una revisión de las crónicas tempra-
nas, junto con el análisis de nuevos documentos etnohistóricos, ha comenzado a demostrar que los grupos
que habitaban el área en tiempos históricos eran más sedentarios, poseían una organización sociopolítica
más compleja y practicaban una economía mixta (Cabrera 2000; D. Bracco 2004).
A principios de la década de los noventa, las investigaciones que se realizaron en los humedales de agua
dulce del bañado de India Muerta documentaron la presencia de numerosos complejos de montículos de
gran extensión y elaboración espacial, y establecieron el comienzo del Periodo Montículo Precerámico al-
rededor de 4000 a.p. (R. Bracco 1993). La propia investigación preliminar del autor en el área mostró que
ese bañado contiene algunos de los conjuntos más grandes y elaborados de la zona en términos arquitectó-
nicos (Iriarte et al. 2001: 64). Estos sitios se circunscriben a los humedales de las planicies de inundación
situadas en áreas de ecotonos caracterizadas por mosaicos ambientales que incluyen humedales, praderas,
bosques en galería y palmares de Butia. Asimismo muestran un patrón de distribución dual: a) los montí-
culos aislados y los conjuntos de montículos pequeños —consistentes de una a tres elevaciones— general-
mente se situan en las planicies de inundación, en los humedales que se ubican en la parte más alta de los
albardones prominentes, que siguen los cursos de agua, y exhiben un patrón linear o curvilíneo; b) por el
contrario, en los lugares más estables del paisaje, como son las lomadas planas de las sierras adyacentes a los
humedales, que no se inundan estacionalmente y brindan un acceso inmediato a los humedales con suelos
fértiles y ricos en recursos, los grupos de montículos son grandes, numerosos y espacialmente complejos,
y llegan a cubrir hasta 60 hectáreas de extensión. Estos sitios contienen una arquitectura variada y se dis-
ponen, geométricamente, de manera circular (por ejemplo, el caso de Estancia Mal Abrigo), elíptica (por
ejemplo, Damonte) o en forma de herradura (como Los Ajos) y circundan un espacio central comunal que
está acompañado por amplios sectores periféricos, los que, por lo general, exhiben una arquitectura mon-
ticular más dispersa y menos integrada (R. Bracco 1993; Dillehay 1995 ms.; Bracco et al. 2000b; Iriarte et
al. 2001; Iriarte 2003, 2006a) (Fig. 3).
A comienzos de la segunda mitad de la década de los noventa, las nuevas investigaciones en el com-
plejo de montículos denominado Los Indios (Fig. 1, B) y el montículo llamado Cráneo Marcado (López y
Gianotti 1998; López 2000, 2001; Pintos 2000) han llevado a sus excavadores a interpretar el comienzo de
la construcción de montículos como un gran punto de quiebre en la historia de los cazadores-recolectores
de la región marcado por la «monumentalización» del paisaje. De acuerdo con estos estudiosos, estos
habrían tenido naturaleza ceremonial y habrían sido construidos por medio de etapas de construcción
distintas y separadas por el uso de los desechos y sedimentos extraídos de los suelos circundantes. Dentro
del marco de la arqueología del paisaje (Criado 1993; Bradley 1998), estos investigadores interpretaron los
montículos de manera variada: como construcciones para monumentalizar a los ancestros (Pintos 2000),
como espacios ceremoniales y/o marcadores territoriales (López y Gianotti 1998; Gianotti 2000; López
2001), mientras que las áreas adyacentes de las planicies han sido explicadas, comúnmente, como los luga-
res de habitación de estos grupos humanos.

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LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL Y TRANSFORMACIÓN... 149

Montículos aislados
Grupos pequeños de
montículos
Grandes complejos de
s montículos
Rí a n Lui Perforación Los Ajos
o S
0 3 km

5 Islas
Campo Alto

C
a

ña
da
Damonte

G ra n d
Los Ajos
a e
ill

de los Ajos
ro
n

Co Estancia
a Mal Abrigo
l
de

A.

ra
er
Si

Fig. 3. Patrones de asentamiento en el bañado de India Muerta, en el sector sur de la cuenca de la laguna Merín (elaboración
del gráfico: Séan Goddard; modificado de Iriarte 2006a: fig. 3).

A pesar de estos avances en la arqueología de los Constructores de Cerritos, algunas preguntas cruciales
para entender la naturaleza del sitio Los Ajos —y, por extensión, la de los demás grandes complejos de
montículos en la región— quedaron sin responder. Por ejemplo, ¿son estos grandes conjuntos de montícu-
los, dispuestos de manera formal, el resultado de una sucesión de ocupaciones azarosas, de corto plazo, por
parte de cazadores-recolectores móviles?, ¿constituyen sitios ceremoniales o monumentos, o conforman,
por el contrario, aldeas bien planificadas que incorporan espacios públicos? Más importante aún, ¿qué
tipo de subsistencia practicaban estos grupos, y cuál fue la naturaleza y dinámica de las sociedades que los
construyeron? Para responder a estas preguntas se implementó un programa interdisciplinario centrado en
la investigación de patrones comunitarios en Los Ajos, el que se describe a continuación.

3. Excavaciones en el complejo de montículos Los Ajos

Los Ajos está emplazado en una prolongación plana de la Sierra de Los Ajos, la que se proyecta sobre el
bañado de India Muerta. Las primeras investigaciones en el lugar, llevadas a cabo por R. Bracco (1993),
consistieron en la excavación de la zona central del Montículo Alfa, una pequeña unidad en el Montículo
Beta y pequeñas unidades escogidas de manera específica en la superficie de los alrededores. Este trabajo
inicial estableció, por primera vez, una edad correspondiente al Holoceno Medio para los montículos en
el área. El componente del Periodo Montículo Precerámico brindó cinco dataciones radiocarbónicas entre
3950 y 3350 a.p. (4580 y 3380 A.P.) (R. Bracco 1993; Bracco y Ures 1999). Con el fin de revelar los pa-
trones comunitarios en Los Ajos, el programa del proyecto consistió en una excavación de 7 por 5 metros
en el Montículo Gamma, una de 2 por 2 metros en el Montículo Delta, dos trincheras (10 por 1 metros
y 40 por 2 metros) que articulaban partes de montículos con la planicie circundante y una estrategia de
muestreo sistemática de pequeñas unidades de 1 por 1 metro colocadas en transectas a intervalos de 50
metros para abordar la zona de la planicie. En total se excavó un área de 305 metros cuadrados.

ISSN 1029-2004
150 JOSÉ IRIARTE

El mapeo topográfico integral reveló que el sitio, que cubre aproximadamente 12 hectáreas, es uno de
los más grandes y formales en términos de su arquitectura monticular en el área de estudio (Fig. 4, A).
El sector central, que se denominó Recinto Interno, incluye seis montículos de tipo plataforma con base
cuadrangular (denominados 6, Alfa, Delta, Gamma, 4 y 7), los que están situados de manera muy cer-
cana, dispuestos en forma de herradura y poseen una altura por encima de la planicie de entre 1,75 a 2,5
metros (Figs. 4, 5). Dos montículos en forma de domo (denominados Beta y 8) enmarcan la plaza central,
de forma oval, que posee un tamaño de 75 por 50 metros. La naturaleza formal y compacta del Recinto
Interno contrasta con los sectores periféricos, que presentan una arquitectura menos formal y más dispersa.
Esta incluye dos elevaciones en forma de medialuna (denominadas TBN y TBS), cinco montículos de
planta circular y tres alargados en forma de domo, zonas de donde se extrajo material para la construcción
de los montículos (llamadas, localmente, como zonas de préstamo) y un espacio amplio por fuera de los
montículos que contiene restos de ocupación en capas. La elevación en forma de medialuna denominada
TBN (de 14 a 25 metros de ancho, y 0,40 a 0,80 metros de alto) se extiende a lo largo de 150 metros y cir-
cunda los montículos Alfa y Delta (Fig. 5, B). En su base se hace más ancha y se prolonga hacia el noreste
formando una construcción alargada y redondeada que mira hacia el Montículo 13. La Elevación TBS,
con forma de arco y que es más baja (de 15 a 35 centímetros) y más angosta (de 4 a 8 metros), circunda
los montículos 5, 8 y 9.

3.1. El Periodo Montículo Precerámico

Las investigaciones realizadas por el autor indican que una serie de cambios sociales y económicos sig-
nificativos ocurrieron en Los Ajos durante el Periodo Montículo Precerámico. La contemporaneidad de
las dataciones radiocarbónicas y las similitudes en la composición artefactual y la estratigrafía del Periodo
Montículo Precerámico entre los montículos Alfa, Delta y Gamma sugieren que los habitantes de Los Ajos
comenzaron a vivir en una aldea circular constituida por áreas domésticas y públicas distintas caracterizadas
por el emplazamiento de unidades residenciales alrededor de un área central denominada plaza. Las ocho
dataciones radiocarbónicas del Periodo Montículo Precerámico de Los Ajos ubican cronológicamente su
ocupación entre alrededor de 4190 y 2960 a.p. Las dos dataciones más antiguas de los niveles inferiores
del Periodo Montículo Precerámico de los montículos Gama y Alfa sugieren que su construcción comenzó
entre 4190 y 3950 a.p. (4840-4160 A.P.) (Iriarte 2003, 2006a; Iriarte et al. 2004).
La excavación del Montículo Gamma arrojó indicios de que este creció como resultado de múltiples
ocupaciones de naturaleza doméstica en donde se dieron una amplia gama de actividades asociadas a la
preparación y consumo de comida, así como a la producción y mantenimiento de instrumentos líticos.
La capa 4 del Periodo Montículo Precerámico estaba constituida por un sedimento compacto, limoso, de
color marrón muy oscuro y de 85 centímetros de grosor. Se conformaba de depósitos relativamente no
diferenciados que contenían desechos de talla e instrumentos líticos, pequeños fragmentos de hueso que-
mado, lentes de ceniza y hollín, y reducidos pedazos de arcilla quemada (Fig. 6).
El análisis combinado de la estratigrafía, los rasgos, los artefactos y ecofactos, así como la distribu-
ción espacial horizontal de la densidad de desechos líticos, indica que, durante el Periodo Montículo
Precerámico, el Montículo Gamma fue un área residencial que creció por medio de la acumulación gra-
dual de desechos de ocupación. A pesar de que una gran porción de la elevación artificial fue excavada por
medio del décapage, no se descubrieron rasgos asociados con habitaciones; sin embargo, la distribución
espacial de la densidad de desechos líticos mostraba un patrón regular caracterizado por la presencia de un
área central de baja densidad y una periferia que exhibía mayor cantidad de artefactos en todos los niveles
de excavación del Periodo Montículo Precerámico. La Fig. 7 muestra uno de los niveles representativos de
este patrón. La parte central es interpretada como un espacio de habitación mantenido regularmente, y la
zona periférica como el área en donde se depositaban los desechos (Iriarte 2003). El área de la plaza central,
localizada alrededor de los montículos habitacionales, se caracterizaba por una baja densidad de artefactos
y ausencia de acumulación de suelos antropogénicamente alterados. En las elevaciones TBN y TBS existe
una acumulación somera de desechos —de 10 a 20 centímetros— depositados durante este periodo. El
muestreo sistemático en la zona ubicada por fuera de los montículos documentó una vasta área aledaña,
con residuos domésticos en capas, que no presenta acumulación de suelos antropogénicos.

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300 m
LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL Y TRANSFORMACIÓN...

500 m

Bloque de excavación Trincheras Unidades de cateo Unidades de cateo Curvas de nivel Zona de préstamo
(transectas) (muestreo dirigido)

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Fig. 4. A. Mapa planimétrico y topográfico de Los Ajos; B. Recinto Interno de Los Ajos (elaboración del gráfico: Séan Goddard; modificado de Iriarte et al. 2004: fig. 2).
152 JOSÉ IRIARTE

Fig. 5. A. Vista del sitio Los Ajos desde el sur; B. Vista de la Elevación TBN desde el norte (fotos: José Iriarte; tomadas de Iriar-
te 2003: fig. 4.4).

La industria lítica sugiere que en Los Ajos se dio la manufacturación, uso y mantenimiento de instru-
mentos. Materias primas locales, principalmente riolita y cuarzo, fueron traídas al sitio, en donde están
representadas todas las etapas de producción, lo que incluye la reducción de núcleos, la manufacturación,
el uso y el mantenimiento —o rejuvenecimiento— de instrumentos. El conjunto se caracteriza por ser ge-
neralizado, lo que abarca un amplio rango de tipos diferentes que muestran una gran variedad de ángulos
de filo, como cuchillos sobre lascas, raspadores terminales, cuñas, perforadores, puntas y bifaces enmanga-
das. De manera general, esto indica que el Montículo Gamma fue un área doméstica en donde se realizó
una gran variedad de actividades (Iriarte 2003; Iriarte y Marozzi e.p.).
Los restos de plantas y animales recuperados indican que los grupos pertenecientes al Periodo Mon-
tículo Precerámico adoptaron una economía mixta poco después de iniciar su vida en aldeas más perma-
nentes. En los restos de fauna predominan los mamíferos de tamaño mediano a grande, como los ciervos
(Ozoterus bezoarticus y Mazama gouazubira) y los roedores semiacuáticos, como las nutrias (Myocastor

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LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL Y TRANSFORMACIÓN... 153

0 1 2 3 4 5
-1 6 7
-2 115
-3 6 135
-4 155

Componente Montículo Cerámico 5 175


195
3460 ± 100 215
4
Componente Montículo Precerámico 235
Componente Arcaico Precerámico 255
4190 ± 40
3 275
N 147 E 189 2
295 cm
0 1m
1 N 158 E 189 Profundidad
arbitraria

Bifaces enmangados Piedra pulida Enterramientos Bloques de piedra

Fechados radiocarbónicos Muestras de fitolitos 2 Número de capa

Fig. 6. Estratigrafía de la pared W del Montículo Gamma (elaboración del gráfico: Séan Goddard; modificado de Iriarte et
al. 2004: fig. 3).

coypus) y los capibaras (Hidrochoerus hydrochaeris). Los restos también incluyen otros mamíferos de me-
diano a pequeño porte, como la rata de bañado (Holochilus brasilensis), el apereá (Cavia sp.) y el ratón
(Cricetidae). Asimismo, están presentes la comadreja (Didelphis alventris y Lutreolina crassiculata) y el ar-
madillo (Dasypus sp. y Euphractus sexintus). También se han encontrado restos de reptiles, como el lagarto
(Tupinambis merianae) y la tortuga (Chelonia), así como de aves, como el ñandú (Rhea Americana), la
paloma (Zenaida auriculata) y la maca grande (Podiceps major). Por otro lado, se recuperaron vértebras de
peces de agua dulce en cantidades menores en la fracción gruesa de la flotación. Una gran cantidad de los
restos de fauna registrados en el Montículo Gamma presentaban distintivas fracturas espirales, fragmen-
tos de huesos astillados y huesos quemados que muestran marcas de cortes, lo que indica que, durante el
Periodo Montículo Precerámico, se produjeron el procesamiento y consumo de mamíferos de mediano y
largo porte (Iriarte 2003).
Los análisis de fitolitos y granos de almidón procedentes de instrumentos de moler y sedimentos selec-
cionados documentaron la presencia de semillas, hojas y raíces de una variedad de plantas silvestres y do-
mésticas, lo que marca la presencia más temprana de, por lo menos, dos plantas domésticas en esta región
del sureste de Sudamérica —maíz (Zea mays) y calabaza (Cucurbita spp.)— poco después de 4190 a.p.
(Iriarte et al. 2004; Iriarte 2007). La asociación espacial entre los complejos de montículos grandes y las tie-
rras más fértiles en esta región sugiere que los grupos del Periodo Montículo Precerámico practicaron una
agricultura estacional en las márgenes de los bañados. Durante los meses de primavera y verano, los suelos
orgánicos quedan expuestos en las márgenes de estas áreas. Estos horizontes superficiales de turba son
fértiles, mantienen la humedad y son fáciles de labrar. Más aún, las inundaciones del río Cebollatí aniegan
los suelos de manera periódica y los renuevan con nutrientes, lo que hace del bañado de India Muerta un
lugar ideal para practicar la agricultura estacional cuando desciende el nivel del agua (Iriarte 2003, 2007;
Iriarte et al. 2004; Juan Montaña, comunicación personal 2000).
Los datos paleoecológicos asociados señalan que las grandes transformaciones culturales que ocurrie-
ron durante el Periodo Montículo Precerámico estaban vinculadas con cambios climáticos significativos
(Iriarte et al. 2004; Iriarte 2006b). El Holoceno Medio, ubicado entre alrededor de 6620 y 4020 a.p.
(7580-7440 a 4570-4410 A.P.), fue un periodo de fluctuación climática relevante marcado por una aridez
creciente. Alrededor de 4020 a.p. ocurrió un episodio de máxima aridez que está evidenciado por un pico

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154 JOSÉ IRIARTE

25

20

15

10

1
1

A B C D E

Fig. 7. Densidad de artefactos líticos (artefactos por metro cuadrado) en la excavación del Montículo Gamma (profundidad
de entre 205 a 210 centímetros). Nótese la poca cantidad de artefactos en la zona central (elaboración del grafico: José Iriarte;
modificado de Iriarte 2003: fig. 8.9).

masivo de Amaranthaceae/Chenopodiaceae, acompañado por un marcado declive en las especies propias


de bañados. Este evento —que ocurrió, aproximadamente, alrededor de 4020 a.p.— causó un declive en
el contenido de agua de los bañados y arroyos de la región, y provocó la desecación de las praderas. Esto,
a su vez, motivó una mayor escasez de los recursos de las praderas, lo que concentró aún más su búsqueda
en los bañados. De esta manera, aunque reducidos en su extensión, estos se volvieron lugares atractivos
para las poblaciones prehispánicas al proporcionar una fuente de agua estable, así como recursos vegetales
y animales abundantes.
Las características que presenta el sitio Los Ajos indican que, durante esta etapa, las poblaciones locales
no se dispersaron. En otras palabras, no se dio su disgregación en pequeños grupos, el aumento de su mo-
vilidad o la migración a otras regiones, sino que optaron por reorientar sus asentamientos hacia los bañados
de agua dulce interiores en donde establecieron comunidades más permanentes. La mayor continuidad de
las poblaciones precerámicas en estos lugares parece haber sido una respuesta a la abundancia local de re-
cursos en las áreas de bañados en un marco regional caracterizado por la escasez producida por la tendencia
a la aridez, descrita arriba, ocurrida durante el Holoceno Medio (Iriarte et al. 2004).

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LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL Y TRANSFORMACIÓN... 155

3.2. Las comunidades del Periodo Formativo Temprano: la aldea-plaza de Los Ajos

La aldea-plaza de Los Ajos fue el resultado de la materialización de una serie de procesos sociales que se
desarrollaron durante el Periodo Montículo Precerámico. Cuando estas poblaciones se tornaron menos
móviles y comenzaron a reunirse de manera más frecuente en comunidades más grandes, los problemas
asociados con la formación y mantenimiento de grandes grupos por largos periodos de tiempo comenza-
ron a surgir. La incorporación de un espacio comunal central puede haber desempeñado un papel clave
como un medio de integración social (sensu Adler y Wilshusen 1990), lo que reprodujo la formalización
de un campo de interacción más amplio que transcendió las unidades domésticas.
Las plazas son uno de los prototipos tempranos de arquitectura pública que marcan el comienzo de las
sociedades complejas en las Américas (véase, por ejemplo, Lathrap et al. 1977). Representaban el área pú-
blica compartida y constituían un umbral en términos de la apropiación y transformación del espacio so-
cial, el que, a su vez, adquirió conjuntos particulares de significados y connotaciones en el ámbito colectivo
con el transcurso del tiempo. Las plazas simbolizaron la formalización tangible de la integración en el en-
torno del grupo, pero, además, conformaron construcciones fijas y prominentes que perpetuaron y concre-
taron las relaciones asociadas con estos lugares (Dillehay 1992a; Moseley 2001; Sassaman y Heckenberger
2004). En esta nueva arena, las comunidades dilataban las tensiones y promovieron la cohesión social. Allí
también expresaron, negociaron y reafirmaron sus identidades y objetivos mediante la práctica de activida-
des rituales, como los encuentros de confraternidades, los ritos de iniciación o las actividades auspiciadas
por diferentes grupos —como, por ejemplo, las danzas y las fiestas—. Las aldeas circulares gravitaban hacia
la plaza central, la que englobaba a la comunidad de manera integral. Han sido interpretadas como un
símbolo de unidad y referentes de las sociedades igualitarias, en donde las comunidades podían participar
de manera democrática. Denotaban acceso homogéneo a las actividades públicas y las funciones rituales
siempre y cuando las viviendas estuvieran equidistantes respecto del espacio público central (Gross 1979;
Grön 1991). Sin embargo, no se debe olvidar que también marcaban diferencias de género, de edad y entre
linajes. En ese sentido, en los grupos indígenas de la Amazonía y el centro del Brasil (cf. Lévi-Strauss 1963;
Hornborg 1988; Turner 1996; Heckenberger 2005), las plazas materializaban una serie de oposiciones
jerarquizadas entre un dominio interno, público, sagrado y masculino en oposición a un espacio exterior,
doméstico, profano y femenino. Las aldeas-plaza también incorporaron contradicciones estructurales in-
ternas que acarrearon las semillas de la diferenciación social incipiente, un desarrollo que, como se verá más
adelante, pudo haberse producido durante el Periodo Montículo Cerámico que le sucedió.
La presencia de otros grandes complejos de montículos contemporáneos con Los Ajos (Fig. 1, B,
Tabla 1) y otros sitios con similitudes en el plano de dicho yacimiento (como, por ejemplo, Da Monte,
Campo Alto, Estancia Mal Abrigo y 5 Islas; Fig. 3) sugieren que estas sociedades estuvieron probable-
mente integradas por medio de instituciones pantribales en el ámbito regional desde tiempos precerámi-
cos. Investigaciones previas y más recientes en los bañados aledaños al arroyo Yaguarí, en la provincia de
Tacuarembó, Uruguay (Fig. 1, A), comienzan a demostrar patrones similares a los documentados en el
sector sur de la cuenca de la laguna Merín (Sans 1985; Gianotti 2005).
El registro paleoclimático de Los Ajos indica que, después de 4000 a.p., las condiciones secas ami-
noraron y se retornó a condiciones mas húmedas similares a las del clima actual (Iriarte 2006b). Por lo
menos a largo plazo, estas tendencias climáticas no revirtieron los procesos sociales iniciados en Los Ajos
durante el Holoceno Medio, sino que parecen haberlas acelerado. Sin duda, las fuentes ricas y abundantes
de los bañados, combinadas con la habilidad para manejar parte de los recursos vegetales por medio de la
adopción de plantas domésticas, contribuyeron a la formación y mantenimiento de grupos más grandes
durante periodos más prolongados.

3.3. La transformación de la aldea-plaza: el Periodo Montículo Cerámico

Durante el Periodo Montículo Precerámico, el Recinto Interno adquirió nuevas funciones en la constitu-
ción de la vida social y ritual de Los Ajos. Durante el Periodo Montículo Precerámico surgió una aldea cir-
cular conformada por unidades domésticas distribuidas alrededor de un espacio público central, mientras

ISSN 1029-2004
156 JOSÉ IRIARTE

que durante el Periodo Montículo Cerámico el sitio fue testigo de una estratificación interna caracterizada
por la formalización y la diferenciación espacial del Recinto Interno con respecto a un área periférica más
dispersa e integrada de manera menos formal.
Las capas 5 y 6 del Montículo Gamma consisten de un sedimento marrón oscuro que contiene una
concentración de gravilla mediana a alta dentro de una matriz limosa moteada que contiene pedazos de
arcilla quemada, carbón y lentes de ceniza. Episodios de construcción, constituidos por cargas de gravilla,
remodelaron el Montículo Gamma y transformaron el montículo del Periodo Montículo Precerámico
de 0,6 a 0,8 metros de altura, de planta circular y perfil de domo, en un montículo más grande, de tipo
plataforma, planta cuadrangular y 1,40 metros de altura. La presencia de capas de gravilla similares en los
montículos Alfa y Delta indica que la remodelación de los montículos fue una costumbre generalizada
en Los Ajos. Una práctica similar fue documentada en el sitio Puntas de San Luis, en donde pedazos de
hormigueros quemados fueron utilizados como materiales de construcción durante el Periodo Montículo
Cerámico para remodelar las estructuras (Bracco, Montaña, Nadal y Gancio 2000). Extensas zonas de
préstamo en la periferia del sitio atestiguan la escala de la construcción durante esta etapa. Asimismo, los
enterramientos se transformaron en una actividad integral y recurrente en dichas estructuras. Hasta la
fecha no se han encontrado enterramientos en las excavaciones en la planicie circundante a los montículos,
lo que parece restringir esta práctica a las elevaciones localizadas en el Recinto Interno. El componente del
Periodo Montículo Cerámico en los montículos Gamma y Alfa se caracteriza por la presencia de conjuntos
de huesos humanos desarticulados y fragmentados que, en gran parte, están severamente astillados (R. Bracco
1993; Iriarte 2003). Asimismo, en el Montículo Gamma, como parte del mismo componente, se descu-
brió un enterramiento humano parcial que consistía de un cráneo fragmentado que miraba hacia abajo y
que estaba asociado a cuatro huesos largos dispuestos de forma horizontal y cuyas orientaciones respectivas
eran Este-sureste, Este-sureste, Sur-Este y Norte-noreste. Por encima del mismo se excavó un círculo de
piedras de 1,70 metros de diámetro consistente en ocho piedras y dos núcleos de riolita de grano fino. La
estructura circular de piedra y los restos óseos humanos se han interpretado como una practica mortuoria
distintiva (Fig. 8).
La industria lítica y los restos de fauna recuperados en el Periodo Montículo Cerámico no muestran
cambios significativos con respecto al periodo precedente. Más bien, la cerámica adoptada durante el
Periodo Montículo Cerámico corresponde a los tipos generales definidos para la tradición Vieira (Schmitz
et al. 1991). Los análisis de fitolitos y granos de almidón documentaron la presencia de maíz y zapallo.
Durante este periodo, el Montículo Gamma refleja múltiples episodios de construcción intercalados con
periodos de uso. Alrededor de 1660 a.p., las elevaciones TBN y TBS experimentaron acumulaciones sus-
tanciales de desechos, las que llegaron, en cada caso, a 0,80 metros y 0,35 metros de depósitos antrópicos
en su sector central, lo que evidencia una ocupación más intensa y permanente (Figs. 9, 10). Los desechos
de ocupación en capas que se distribuyen a lo largo de la vasta zona periférica al Recinto Interno cubren
más de 12 hectáreas y sugieren la presencia de una población residente considerable en el sitio durante el
Periodo Montículo Cerámico (Iriarte 2003).
La disposición del Recinto Interno de Los Ajos durante el Periodo Montículo Cerámico refleja formali-
dad y convención. El arreglo en forma de herradura de los montículos-plataforma, la Elevación TBN, con
planta en forma de medialuna, y el Montículo 13 parecen representar un plano arquitectónico integrado
orientado hacia el noreste que contrasta con el sector suroeste, que es menos conspicuo y está dispuesto
de manera más informal, con lo que se marca una distribución asimétrica de la arquitectura en el Recinto
Interno.
La formalidad es una de las características esenciales de las actividades rituales y de la manera en que
estas operan en la sociedad. Los rituales públicos comunican significados gracias a medios muy específicos
y siguen un patrón regular cuyos contenidos están estandarizados de tal manera que dan lugar a muy po-
cas modificaciones (véase, por ejemplo, Bloch 1974; Bell 1997; Bradley 1998). El formalismo refleja una
adherencia a modos de actividades restringidas, los que, a menudo, son vistos por sus participantes como
intemporales, invariables y cargados de tradición. Asimismo, la actividad formal también puede cumplir
un papel fundamental en la reproducción del poder social. La contradicción aparente entre la competición
y la cooperación no son atípicas en las sociedades de rango medio (véase, por ejemplo, Tuzin 2001; Fowles
2002). Los actores sociales y los grupos pueden manipular la arquitectura para legitimizar su poder político

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LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL Y TRANSFORMACIÓN... 157

Fig. 8. Enterramiento expuesto con círculo de piedras en pedestal (Montículo Gamma, 205 centímetros de profundidad, Sector
4/B) (foto: José Iriarte; modificada de Iriarte 2003: fig. 4.8b).

basados en el hecho de que es un instrumento efectivo para estructurar las actividades que forman la organiza-
ción social mediante la expresión o restricción de las relaciones entre los individuos y los grupos (cf., por ejem-
plo, Bourdieu 1977; Giddens 1979). Como Dillehay ha observado, los contextos ceremoniales formales
«crean oportunidades para el control social, expresiones arquitectónicas más complejas, estratificación so-
cial, intercambio y liderazgo centralizado» (1992b: 418; traducción del autor), y más aún si estas circuns-
tancias están acompañadas por la presión demográfica sobre tierras fértiles, cambios tecnológicos y mayor
territorialismo, procesos que parecen haber ocurrido en el ámbito regional en los humedales de India
Muerta durante el Periodo Montículo Cerámico. Los montículos que están más cerca de la plaza tienen un
acceso privilegiado al ritual público y al control político. Su ubicación ventajosa, su elaboración arquitec-
tónica y la segregación de actividades que esta materializa sugieren que los miembros de este segmento de
la sociedad disfrutaron, quizá, de una posición social más alta que aquellos que vivieron en las áreas más
periféricas. Los montículos con forma de plataforma pueden haber servido como medios mnemónicos
para establecer una memoria social del lugar y perpetuar las relaciones asimétricas por parte de un sector
emergente de la población durante dicha etapa.
Como se mencionó antes, el Recinto Interno también muestra una marcada asimetría espacial dual. El
sector noreste se tornó más formal y prominente, caracterizado por montículos de tipo plataforma, relati-
vamente altos, con cimas rectangulares y amplias que, a su vez, están enmarcados por la Elevación TBN,
más alta, más larga y más ancha, y que se articula con el Montículo 13. En contraste, en el extremo sur-
oeste opuesto hay un área integrada de manera menos formal, caracterizada por montículos circulares,
bajos y en forma de domo que están rodeados por la Elevación TBS, de menores dimensiones. Dada la
amplia evidencia etnográfica (véase, por ejemplo, Nimuendajú 1946; Lévi-Strauss 1963; Turner 1996) y

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158 JOSÉ IRIARTE

SE Montículo
Elevación
NO
Montículo Delta
5 (TBN) Zonas de préstamo
3m Área
TSB Plaza intermedia
2
Afloramiento rocoso
1
0

0 50 100 150 200 250 300 m

10

20
30

40

50

60

70

80
90 cm

Roca madre riolita Horizonte C, Horizonte B, Lente fino de


negro arcilloso negro arcilloso gravilla

Nivel de gravilla; roca Sedimento limo Sedimento limoso, Humus superficial


descompuesta en arenoso gris claro orgánico, de color
una matriz arenosa (5YR 7/1), con marrón muy oscuro
inclusiones de gravilla

Fig. 9. Perfil esquemático de la transecta sureste-noroeste sobre el sector central de Los Ajos, que muestra su estratigrafía (ela-
boración del gráfico: Séan Goddard; modificado de Iriarte 2003: fig. 4.21).

arqueológica (Netherly y Dillehay 1986; Knight 1990, inter alia) acerca de organizaciones sociales duales
asociadas con patrones arquitectónicos del mismo carácter y aldeas-plaza tanto en Sudamérica como en
Norteamérica, la asimetría de este tipo en la disposición formal del Recinto Interno de Los Ajos durante
el Periodo Montículo Cerámico podría representar una expresión de organización social dual jerarquizada.
Estos patrones requieren esclarecimiento por medio de mayores investigaciones en este y otros complejos
de la región.

4. Consideraciones finales

Las investigaciones multidisciplinarias en el sitio Los Ajos han perfeccionado las interpretaciones previas
sobre el desarrollo cultural en la región de manera significativa. En primer lugar, la combinación de los
datos arqueológicos y paleoecológicos muestran que el Holoceno Medio estuvo caracterizado por cambios
climáticos y ecológicos significativos, y que estas perturbaciones estuvieron asociadas con transiciones
culturales importantes que incluyeron asentamientos en montículos más permanentes circunscritos a hu-
medales ricos en recursos. En segundo lugar, los nuevos datos obtenidos mediante el estudio diseñado para
revelar los patrones comunitarios de Los Ajos señalan que los complejos precerámicos no eran el resultado
de ocupaciones sucesivas de corto plazo por parte de cazadores-recolectores-pescadores que se movilizaron

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LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL Y TRANSFORMACIÓN... 159

N Montículo Delta S
5m

0 20 40 60 m

1,00
1020 ± 40 A.P.

1,50
Profundidad artificial

2,00

1660 ± 40 A.P.
2,50

0 10 20 30 40 m

Roca madre Nivel de gravilla; Sedimento limoso, Sedimento limo Humus


roca descom- orgánico, de color arenoso, gris claro superficial
puesta en una marrón muy oscuro (5YR 7/1), con
matriz arenosa inclusiones de
gravilla

Fig. 10. Perfil esquemático de la pared E de la trinchera realizada en la Elevación TBN (elaboración del gráfico: Séan
Goddard; modificado de Iriarte 2003: fig. 4.20).

de manera estacional para explotar recursos locales (véase, por ejemplo, Schmitz et al. 1991), ni tampoco,
al menos durante el Periodo Montículo Cerámico, constituían montículos funerarios o monumentos de
cazadores-recolectores complejos, como antes se había propuesto (López y Bracco 1994; López y Giannotti
1998; Gianotti 2000).
De acuerdo con el argumento alternativo del autor, Los Ajos consistía de una aldea bien planificada
que incorporó espacios centrales públicos y fue habitada por grupos que practicaban una economía mixta
en la que se combinaban la caza y la recolección de plantas y animales silvestres con la producción de
alimentos. La naturaleza doméstica de los montículos que conformaban una aldea en Los Ajos durante el
Periodo Montículo Precerámico no está de acuerdo con la naturaleza monumental/ceremonial atribuida a
su construcción inicial, tal como fue planteado por otros investigadores (López y Gianotti 1998; Gianotti
2000; Pintos 2000). Más aún, la presencia, de, por lo menos, otros cuatro conjuntos de montículos prece-
rámicos con fechas contemporáneas a Los Ajos y ciertas similitudes en el plano general de su arquitectura
monticular, sugiere que el sureste de Uruguay fue un locus temprano de concentración de población en las
tierras bajas de Sudamérica. Si bien la mayoría de dichos de montículos muestran una disposición geomé-
trica recurrente (circular, elíptica y en forma de herradura), también existe una variación considerable en la
estructura formal de los yacimientos, así como en la combinación, dimensiones y forma de las elevaciones
(Bracco, Montaña, Nadal y Gancio 2000; Gianotti 2000, 2005; López y Pintos 2000). El desarrollo de
investigaciones futuras en el ámbito regional tiene un carácter crucial si se desea esclarecer lo que hoy es un
panorama complicado de variabilidad de los patrones de asentamiento. Esto permitirá un entendimiento
más preciso de la función que Los Ajos y otros yacimientos similares tuvieron en el surgimiento de las
sociedades del Periodo Formativo Temprano en el área.
En tercer lugar, la evidencia arqueobotánica de Los Ajos y otros sitios contemporáneos, entre ellos
Isla Larga, Estancia Mal Abrigo y Los Indios, indican que cultivos como el maíz, el zapallo, los porotos

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160 JOSÉ IRIARTE

(Phaseolus) y, posiblemente, los tubérculos domésticos (Canna sp. y Calathea sp.) fueron introducidos y se
volvieron una parte integral de las economías locales alrededor de 4000 a.p. (Iriarte et al. 2001; Iriarte et
al. 2004; Iriarte 2007). Estos nuevos datos cuestionan las interpretaciones previas que proponían la expan-
sión y colonización de la región por parte de grupos de agricultores tupí-guaraní originarios de la floresta
tropical durante el Holoceno Tardío, los que habrían sido los responsables de la llegada y diseminación de
la producción de alimentos en esta área (Schmitz 1991).

5. Nuevas perspectivas para la cuenca del Río de la Plata

Las culturas del Periodo Formativo Temprano del sureste de Uruguay comienzan a revelar la existencia de
una trayectoria cultural única, independiente y más compleja de lo que se concebía anteriormente para
la cuenca del Río de la Plata. La secuencia de Los Ajos evidencia una expresión temprana de compleji-
dad cultural hasta ahora no registrada en esta región de las tierras bajas de Sudamérica, lo que contrasta
con la visión tradicional que consideraba que esta había sido habitada por pequeños grupos margina-
les de cazadores-recolectores, simples y bastante móviles que no experimentaron cambios significativos
desde los inicios del Holoceno (Steward 1946; Meggers y Evans 1978) y respalda interpretaciones previas
(Bracco, Cabrera y López 2000; Lima y López 2001; López 2001; Gianotti 2005, R. Bracco 2006).
Contemporáneas con las primeras sociedades urbanas que surgieron en la costa desértica del Perú (Shady
et al. 2001) y el desarrollo del Formativo amazónico (Roosevelt 1999; Heckenberger 2005), las transfor-
maciones sociales que experimentaron los grupos del Periodo Formativo Temprano en Uruguay durante
un Holoceno Medio cambiante no se dieron en un vacío. Por el momento resulta difícil examinar el papel
que los desarrollos locales y las interacciones interregionales tuvieron en el surgimiento de las sociedades
complejas del Periodo Formativo Temprano en esta parte de Sudamérica. Sin lugar a dudas, a medida que
se comprendan mejor los desarrollos culturales del Holoceno Medio y Tardío en la cuenca del Río de la
Plata, se podrá dilucidar, de manera más clara, la función que desempeñaron las interacciones culturales a
una escala geográfica amplia (véase, por ejemplo, Iriarte, Holst, Marozzi, Listopad, Alonso, Rinderknecht
y Montaña 2008; Iriarte, Gillam y Marozzi 2008). Esto permitirá evaluar y comparar cómo interacciona-
ron los desarrollos culturales contemporáneos, como los montículos precerámicos del Pantanal (Schmitz
et al. 1998), las aldeas compuestas por viviendas subterráneas de la tradición Taquara/Itararé en el planalto
sur-brasileño (Schmitz 2002; Beber 2005; Iriarte, Gillam y Marozzi 2008), los concheros sambaquís de la
costa sur atlántica de Brasil (DeBlasis et al. 1998; Lima y López 2001) —así como, posiblemente, las aldeas
de planta circular del centro de dicho país (Wüst y Barreto 1999)—, y el papel que esta interacción tuvo
en el surgimiento de estas sociedades de rango medio.
La investigación presentada en este artículo no solo muestra cuán distorsionada es la concepción mar-
ginal de la región, sino que también expone el potencial de las planicies y los humedales para el estudio del
desarrollo cultural prehispánico (Stahl 2004). La investigación renovada en el área revela la diversidad de
las diferentes trayectorias hacia la complejidad que tomaron los diferentes grupos del Periodo Formativo
Temprano en esta parte de Sudamérica. Las evidencias de Los Ajos brinda una perspectiva única para
interpretar la aparición de los grupos del Periodo Formativo Temprano en la cuenca del Río de la Plata,
lo que permitirá una consideración mayor de la función que tuvieron las interacciones entre el hombre y
el medioambiente, la adopción de cultivos y las condiciones sociales en el surgimiento de las sociedades
complejas tempranas.

Agradecimientos

La investigación en Los Ajos fue financiada con becas de la National Science Foundation, la Wenner-
Gren Foundation for Anthropological Research, el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales
(Panamá) y la Graduate School de la University of Kentucky. Como director de los trabajos, también recibí
apoyo de la Comisión Nacional de Arqueología, el Ministerio de Educación y Cultura, y el Rotary Club
de Lascano, Rocha, en Uruguay. Séan Goddard, de la University of Exeter, elaboró las figuras presentadas
en este artículo.

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Notas
1
En este artículo, se entiende por sociedades de rango medio aquellas cuya organización social y política
tiene una ubicación intermedia entre las bandas de cazadores-recolectores y los Estados (véase Feinman y
Nietzel 1984: 45; Upham [ed.] 1991).
2
El Periodo Montículo Precerámico corresponde a la etapa denominada por López como «un nivel de
construcción fundacional de los cerritos» (2001: 239). Este autor ubica su comienzo entre el quinto y el
cuarto milenio a.p. hasta la aparición de la cerámica alrededor de 3000 a.p. El Periodo Montículo Cerámico
es equivalente a lo que López (2001: 240) designa como un «segundo momento de construcción de los
cerritos», y en términos generales a lo que Bracco et al. (1993) llaman Periodo Tardío (2500-400 a.p.).
3
Cuando se evalúa el PRONAPA en retrospectiva, se debe tener en cuenta que este fue un programa
pionero y ambicioso que intentó crear un marco cronológico para un área de 8.500.000 kilómetros cua-
drados, pero con muy pocos arqueólogos. En Rio Grande do Sul, el trabajo del PRONAPA representó, por
primera vez, el desarrollo de trabajos de prospección sistemática, generó el primer esquema cronológico
para la región y amplió, de manera significativa, la comprensión de las interacciones del hombre con el
medioambiente en el pasado.

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ISSN 1029-2004
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.° 11 EL ALBA167-203
/ 2007, DE MESOAMÉRICA
/ ISSN 1029-2004 167

El alba de Mesoamérica*

John E. Clark a

Resumen

Este artículo trata acerca de los inicios de la civilización en Mesoamérica, es decir, los orígenes de la complejidad social, las desi-
gualdades hereditarias institucionalizadas, las sociedades diferenciadas por rangos y las jefaturas durante el Periodo Formativo
Temprano (c. 1900-100 a.C.). Antes de que se puedan discernir los procesos de evolución sociopolítica, primero es necesario iden-
tificar ejemplos concretos de sociedades, y sus atributos correspondientes, que experimentaron esa transformación. Aquí se resaltan
los datos de seis casos del cambio de sociedades igualitarias a jefaturas de Mesoamérica: cuatro de tierras bajas tropicales (Paso de
la Amada, San Lorenzo, Puerto Escondido y Cahal Pech) y dos de la sierra de México (Tlapacoya y San José Mogote).

Palabras clave: jefaturas, civilización, Mesoamérica, jefes, Estados, reyes, Periodo Formativo, Paso de La Amada, San Lorenzo,
Puerto Escondido, Cahal Pech, Tlapacoya, San José Mogote, mokayas, olmecas, zapotecas, mayas, Honduras, Oaxaca, México,
Veracruz, Belice

Abstract

THE CHIEFLY PRELUDE TO MESOAMÉRICA

This article explores the beginnings of Mesoamerican civilization (meaning the origins of institutionalized, hereditary inequa-
lity, rank societies, and chiefdoms) during the Early Formative period (1900-100 BC). Before one can identify the processes of
socio-political evolution it is first necessary to identify concrete examples of societies, and their attributes, which underwent this
transformation. I outline data for six Mesoamerican cases of the shift from egalitarian societies to chiefdoms. Four of them are
from the Tropical lowlands (Paso de la Amada, San Lorenzo, Puerto Escondido, and Cahal Pech), and two are from the Mexican
Highlands (Tlapacoya and San José Mogote).

Keywords: chiefdoms, civilization, Mesoamerica, chiefs, States, kings, Formativ period, Paso de la Amada, San Lorenzo, Puerto
Escondido, Cahal Pech, Tlapacoya, San José Mogote, Mokayas, Olmecas, Zapotecas, Mayas, Honduras, Oaxaca, México, Vera-
cruz, Belize

1. Introducción

Las narraciones, tanto antiguas como modernas, acerca de los orígenes de la civilización mesoamericana
atribuyen su surgimiento a la consolidación del poder en manos de unos pocos individuos a expensas de la
gran mayoría. La concentración del poder y la complejidad social van de la mano. Según su propio relato,
los mexicas comenzaron como humildes nómadas que deambulaban por el valle de México y, en solo dos
siglos, llegaron a controlar el imperio más extenso del norte de América. Las teorías evolucionistas pali-
decen en comparación con esto, pero se basan en las mismas ideas de progreso: el poder y la complejidad
estatales se desarrollan a partir del igualitarismo itinerante, si bien pasan por un episodio intermedio carac-
terizado por la presencia de jefaturas. En este trabajo se considerará la etapa de las jefaturas en el desarrollo

* Traducción del inglés al castellano: Lynneth S. Lowe


a
Brigham Young University, Department of Anthropology.
Dirección postal: 876 SWKT, Provo UT 84602-5522, Utah, Estados Unidos
Correo electrónico: john_clark@byu.edu ISSN 1029 -2004
168 JOHN E. CLARK

de la complejidad social al interior de seis sociedades del Periodo Formativo Temprano de la macroárea
que, posteriormente, se convertiría en Mesoamérica.
William Sanders y Barbara Price (1968) formularon la propuesta inicial de considerar a las jefaturas
como las precursoras directas de la civilización mesoamericana. Ellos argumentaban que la transición de
tribus a jefaturas ocurrió de forma relativamente rápida. Desde su punto de vista, el surgimiento de las
jefaturas y los Estados posteriores fue el resultado de un proceso ecológico promovido por el crecimiento
poblacional, la competencia y la cooperación en ambientes caracterizados por la distribución desigual de
recursos (Sanders y Price 1968: 128). Además, plantearon que los olmecas de San Lorenzo, en el sur de
Veracruz, México, crearon la primera jefatura (1968: 117). Las investigaciones posteriores contradicen tal
propuesta. Los olmecas de San Lorenzo crearon el Estado más temprano en Mesoamérica (Clark 2007),
por lo que los orígenes de las jefaturas deben buscarse en tiempos preolmecas. Numerosos investigadores
mantienen aún el paradigma de la ecología cultural presentado por Sanders y Price para explicar la evo-
lución de la complejidad social y política en esta área, pero este no permite esclarecer la evolución de las
jefaturas. Los motivos que se encuentran detrás del fracaso de dicho paradigma todavía afectan a la mayoría
de las nuevas explicaciones como, por ejemplo, la identificación incorrecta de las primeras jefaturas y sus
antecedentes locales. Estos errores se deben, en gran medida, a deficiencias en la información que todavía
obstaculizan la identificación de los primeros cacicazgos y sus causas. No se ha identificado una causa
universal para el surgimiento de las jefaturas en Protomesoamérica. Más bien, parece ser que cada una de
ellas debe ser explicada por sus propias cualidades en vez de ser consideradas como la manifestación de un
proceso universal, ya sea ecológico o de otra clase.
Un obstáculo continuo para explicar el surgimiento de la civilización mesoamericana reside en las
laxas categorías analíticas aplicadas a la complejidad social y sus supuestos rasgos materiales. Los correlatos
arqueológicos para las distinciones jerárquicas, por ejemplo, se encuentran comúnmente mezclados o con-
fundidos con aquellos que corresponden a diferencias de clase. Algunos investigadores buscan evidencias
de consumo diferencial y de control de recursos clave como evidencia de distinciones hereditarias de rango.
Ello establece un estándar de desigualdad demasiado elevado. Como lo señalan Sanders y Price (1968:
43, 53, 115), las diferencias de estatus social en las sociedades cacicales y jerárquicas son más cuantitativas
que cualitativas. En vez de identificar a las jefaturas por las evidencias del monopolio de los recursos clave
—algo que se espera de la estratificación social—, se deben buscar fundamentos para la determinación de
privilegios familiares duraderos.
Otro problema de igual magnitud es la reticencia o conservadurismo académicos ante la información
ambigua. Lo que pudiese pasar por humildad intelectual al quitar importancia a la determinación del
surgimiento de las jefaturas no constituye una virtud. Las causas evolutivas de tal surgimiento solo pueden
ser descubiertas en casos específicos al establecer su cronología relativa y sus antecedentes causales. Para
el tiempo en que todos los marcadores materiales de una jefatura emergente han quedado establecidos en
el registro arqueológico, su transición ha sucedido tiempo atrás, de modo que no se le da la importancia
debida (véase Clark y Blake 1994). Los verdaderos y probados correlatos arqueológicos de las jefaturas se
refieren a sus formas de madurez y no de surgimiento, pero es precisamente en su nacimiento donde se
revelan el proceso y sus causas. Por lo tanto, para comprender el proceso se debe tratar con formas transi-
cionales, y con evidencias ambiguas e incompletas.
La explicación de las jefaturas más tempranas en Protomesoamérica resulta inherentemente difícil
debido a la escasez de información sólida que pueda sustentar la discusión. La transición a las sociedades
diferenciadas por rangos y jefaturas ocurrió después del establecimiento del sedentarismo y la adopción
de las artes cerámicas (Clark 2004b). Los antecedentes del Periodo Arcaico Tardío de las jefaturas resultan
aún poco conocidos e investigados de manera escasa (Clark y Cheetham 2002; Lohse et al. 2006). Por
el momento, las explicaciones de las sociedades complejas más tempranas en esta parte del continente
americano consisten de indicios aislados de privilegios materiales aunados a especulaciones imaginarias
de sus móviles probables. A continuación se presenta una síntesis de seis de los casos mejor conocidos de
complejidad emergente en Protomesoamérica, y se comienza con cuatro ejemplos de las tierras bajas para
finalizar con dos casos del altiplano de México. Ellos representan la diversidad geográfica y cultural de
Protomesoamérica en la transición del Periodo Arcaico Tardío al Periodo Formativo Temprano entre 2000
y 1000 a.C. La ubicación de estos complejos arqueológicos se muestra en las Figs. 1 y 2. Estos mapas de

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EL ALBA DE MESOAMÉRICA 169

distribución señalan la primera aparición de la cerámica y las aldeas sedentarias, y el posterior surgimiento
de las jefaturas simples o sociedades diferenciadas por rangos. La Fig. 3 presenta la correlación de las cro-
nologías locales de los seis casos en años radiocarbónicos calibrados.

2. Las jefaturas de las tierras bajas

El surgimiento de las jefaturas a partir de las tribus igualitarias en Protomesoamérica variaba de región a
región y parece haber sobrevenido al desarrollo de las aldeas agrícolas y la adopción de las artes neolíticas
(Clark y Cheetham 2002; Clark 2004b). Con excepción de los mayas, las primeras aldeas con jefaturas
aparecieron en las tierras bajas costeras. Las sociedades mayas de las tierras bajas estuvieron entre las últimas
en adoptar las instituciones sociales y políticas de las jefaturas. Las fechas aproximadas para el surgimiento
de las jefaturas en cada región, señaladas en la Fig. 2, representan los mejores postulados del autor para el
advenimiento del gobierno hereditario en cada sociedad representada. Muchos de estos desarrollos depen-
dieron del contacto con jefaturas más tempranas. La ubicación cronológica del surgimiento de las jefaturas
resulta debatible en cada caso, por lo que se intentará presentar una amplia síntesis diacrónica que delimite
el periodo más adecuado para ello.

2.1. Los mokayas de la costa de Chiapas

Los mejores datos para la transición del Periodo Arcaico Tardío al Periodo Formativo Temprano en las
tierras bajas proceden de la costa pacífica de Chiapas, en el sur de México. Allí, los concheros arcaicos
se fechan entre 5200 a 2200 a.C., y las primeras aldeas y cerámica de la región adyacente de Mazatán,
ubicada a 60 kilómetros al sureste de los concheros, datan de 1900 a.C. (para un resumen general, véase
Voorhies 1976, 2004; Blake et al. 1995; Kenneth et al. 2006; Neff et al. 2006; Rosenswig 2006a; Love
2007; Voorhies y Metcalfe 2007). Hacia 1650 a.C. ya existían sociedades diferenciadas por rangos en esta
región. El surgimiento de la desigualdad hereditaria institucionalizada cerca de dos siglos después de la
aparición de las aldeas sedentarias y la cerámica implica la presencia previa de grupos tribales sofisticados
en esta región, de los que no se cuenta con evidencias materiales hasta el momento (Clark 1994b; Clark
y Blake 1994).
La evidencia más antigua de ocupación humana en la costa de Chiapas procede del conchero del
Periodo Arcaico Medio investigado de manera reciente en Cerro de las Conchas, que se fecha entre 5500 a
3500 a.C. (Blake et al. 1995; Voorhies 1996, 2004; Voorhies et al. 2002). Un conchero del Periodo Arcaico
Medio, descubierto hace poco en la misma región, consistía de una amplia plataforma expresamente cons-
truida con pisos de concreto elaborados a base de conchas trituradas y ceniza volcánica (John Hodgson,
comunicación personal 2007). Los restos de alimentos recuperados en Cerro de las Conchas indican la
explotación de manglares de estuario y ambientes lacustres. Los únicos artefactos formales hallados en este
depósito fueron grandes conchas bivalvas perforadas, anzuelos para pesca hechos de caparazón de tortuga y
algunas piedras para calentar ocasionales (Voorhies et al. 2002; Voorhies 2004; Voorhies y Metcalfe 2007:
176). A diferencia de los monótonos montículos de pequeñas almejas de pantano reportados por Barbara
Voorhies (1976) para el Periodo Arcaico Tardío (3500-1900 a.C.), en Cerro de las Conchas se explotaban
diversos tipos de mariscos en vez de utilizarse una sola especie. Otros recursos aprovechados de los esteros
parecen haber sido similares a aquellos hallados en basureros más tardíos (Voorhies 2004; Kennett et al.
2006). La explotación posterior de peces, almejas y camarones en los manglares de estuario y en las lagunas
de esta zona costera durante el Periodo Arcaico Tardío representaba un conjunto de actividades especia-
lizadas —y, quizá, posiblemente estacionales— integradas a un sistema de subsistencia más extenso que
incluía sitios de tierra adentro e incursiones terrestres (Voorhies y Metcalfe 2007: 176). La evidencia de
los fitolitos sugiere que las áreas que rodeaban los campamentos-base del interior fueron limpiadas para el
cultivo, y que las plantas cultivadas incluían el maíz (Jones y Voorhies 2004).
El análisis de las capas de crecimiento de las almejas de pantano demuestra que los concheros más tar-
díos fueron utilizados durante la temporada de lluvias (de mayo a octubre), mientras que el más temprano
de Cerro de las Conchas era visitado a lo largo de todo el año (Kennett y Voorhies 1995, 1996; Voorhies
et al. 2002). En conjunto, tales datos indican un cambio del modelo de la caza generalizada (forager) a la

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170

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3
1900

4
1600 1800
2
1
6 7 1700 36
1700
1600 8
1900 5
1700 1650 34 950
1750 17
10 12
9 20 1000 33 35
1900 15
1600 13 32
16 1100
14 19 30 1000
1800
11 18 1700 31
1700 1300
JOHN E. CLARK

1700 21
26 29
27 28 1900
0 180 360 km 25
22
1900 1100 1700
COMPLEJOS CERÁMICOS MÁS TEMPRANOS 23 24
1. Capacha 13. Yucuita 25. Kaminaljuyú
1900
2. El Opeño 14. San José Mogote 26. El Portón 1850
3. Altamirano 15. San Lorenzo 27. Sakajut
4. Santa Luisa 16. El Manatí 28. Copán
5. Colonia Ejidal 17. San Andrés 29. Puerto Escondido
6. Cuicuilco 18. Laguna Zope 30. Altar de Sacrificios
7. Tlapacoya 19. Miramar/Mirador 31. Seibal
8. Las Bocas 20. Trinidad 32. Tikal
9. Atopula 21. Camcum 33. Uaxactún
10. Teopantecuanitlán 22. Paso de La Amada 34. El Mirador
11. Puerto Márquez 23. Medina 35. Cahal Pech
12. Purrón 24. El Carmen 36. Cuello

Fig. 1. Distribución espacial y cronológica de las primeras aldeas y cerámica en Mesoamérica (elaboración del dibujo: John E. Clark).
1300
7

1a
1100
1300 8
1b
1200-1000 1350 1300 9
2
3
1300 4 1300
900
5 10 11 850
1600 17
1300 16
6 1000
1300
12
1350 18
0 180 360 km 1300
EL ALBA DE MESOAMÉRICA

19
13
EVIDENCIAS MÁS TEMPRANAS DE SOCIEDADES 1650 15 900 1150
DIFERENCIADAS POR RANGOS 14 20
1400
1150
1a. San Felipe 11. Zapata
1b. El Opeño 12. Mirador-Plumajillo
2. Tlapacoya 13. Paso de La Amada
3. Las Bocas 14. Grajeda
4. Sitios tehuacan 15. Kaminaljuyú
5. Teopantecuanitlán 16. Tikal-Uaxactún
6. San José Mogote 17. Cahal Pech
7. Altamirano 18. Puerto Escondido
8. Santa Luisa 19. Copán
9. El Viejón 20. Chalchuapa
10. San Lorenzo

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171

Fig. 2. Distribución espacial y cronológica de las primeras sociedades diferenciadas por rangos en Mesoamérica (elaboración del dibujo: John E. Clark).
172 JOHN E. CLARK

a.C. Valle de Valle de San

Preclásico Medio
Soconusco Belice Honduras
México Oaxaca Lorenzo
700 PALANGANA ESCALÓN
JENNEY
CREEK PLAYA
800 TETELPAN
GUADALUPE DUENDE
TEMPRANO TEMPRANO

900 NACASTE
CONCHAS
CHOTEPE
1000 CUNIL
B
MANANTIAL
1100 SAN JOSÉ
SAN
JOCOTAL

LORENZO
1200
A CUADROS OCOTILLO
Preclásico Temprano

1300 AYOTLA
CHICHARRAS CHERLA
1400
OCOS
BAJÍO PRECERÁMICO
1500 TIERRAS TARDÍO
LARGAS
NEVADA LOCONA BARAHONA
1600
OJOCHI

1700

1800 ¿TLAPAN? ESPIRIDÓN


BARRA ARCAICO
TARDÍO

1900
Fig. 3. Cuadro cronológico de las épocas tempranas de Mesoamérica, con las fases de los casos presentados en el texto (elaboración
del cuadro: John E. Clark).

recolección en la costa del Pacífico entre 5500 y 3500 a.C. Se ha ubicado un posible campamento-base
del interior, pero la capa de ocupación es muy delgada, y brinda pocos datos acerca de las actividades que
se dieron allí. Se trata, fundamentalmente, de un estrato de rocas fracturadas por el fuego. De manera
presumible, la agricultura de maíz o de tubérculos podría haber constituido una actividad de importancia
alrededor de los campamentos-base de tierra adentro (Voorhies 2004; Voorhies y Metcalfe 2007).
Las excavaciones practicadas en otro conchero revelaron la presencia de estructuras domésticas sobre
una superficie de arcilla preparada de manera especial (Voorhies et al. 1991). Se hallaron pequeños agujeros
de poste que correspondían a varias estructuras parciales y a una estructura completa de forma ovalada
que medía 8 por 4 metros. La estructura completa tenía dos postes centrales y 11 postes perimetrales.
Al parecer, los postes sostenían un techo de paja, pero los costados de la estructura probablemente eran
abiertos (Voorhies 2004). La arcilla fue transportada al sitio desde la zona alta del río y ello puede haber
implicado una inversión de trabajo importante. Las viviendas posteriores del Periodo Formativo Temprano
en la región de Mazatán también presentaban una planta oval con postes centrales. Esta etapa fue testigo
del primer uso de la cerámica y la creación de aldeas permanentes. Otro elemento de continuidad entre
ambas culturas es la frecuencia de rocas termofracturadas utilizadas para cocinar. La presencia de un gran
número de ellas —y, por extensión, las prácticas arcaicas de preparación de alimentos— continuaron por
varios siglos después de la adopción de la tecnología cerámica y la producción de sofisticadas vasijas de
barro (Clark et al. 2007).
Alrededor de 1900 a.C., en los inicios de la fase Barra, los sitios costeros del interior llegaron a ser
mucho más visibles arqueológicamente. Las aldeas de esta fase se encontraban distribuidas en forma ho-
mogénea a lo largo de la región de Mazatán, en la costa pacífica de Chiapas. En esta época, en el sitio de
Paso de la Amada coexistían las viviendas bien construidas y la cerámica. La más antigua consistía de vasijas
pulidas, sumamente elegantes, sin evidencias de experimentación tecnológica o huellas de uso en fogones.

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EL ALBA DE MESOAMÉRICA 173

Tales piezas pueden haber sido utilizadas en ocasiones festivas para beber cerveza de maíz o chocolate
(Clark 1994a; Clark y Blake 1994; Clark y Gosser 1995; Clark y Pye 2000; Clark y Cheetham 2005;
Clark et al. 2007; Powis et al. s.f.). La distribución de los tiestos de la fase Barra en Paso de la Amada indica
la presencia de una aldea extensa —aunque dispersa— de casi 10 hectáreas, que podría haber albergado
entre 250 y 400 personas, con más de 600 habitantes estimados para la región completa de 200 kilómetros
cuadrados de Mazatán (Clark 2004a). Los primeros pueblos de esta región correspondieron a gente que se
conoce como los mokayas (Clark y Blake 1994).
Paso de la Amada creció tan rápidamente que existe poca oportunidad de correlacionar su momento
de desarrollo con las cambiantes prácticas de subsistencia. La escasa información existente para el Periodo
Arcaico precedente indica que los habitantes más tempranos se movían en forma estacional. El comercio
de obsidiana a larga distancia comenzó a fines del Periodo Arcaico (Nelson y Voorhies 1980). Los habi-
tantes arcaicos cazaban, recolectaban y cuidaban plantas durante la mayor parte de la temporada seca,
y pescaban en los esteros y lagunas durante una parte de la temporada de lluvias. Como se ha señalado,
algunas de las técnicas de preparación de alimentos involucraban la cocción por medio de piedras para
calentar, ya sea para hervir en tecomates o en pozos hechos en la tierra para asar alimentos (roasting pits)
(Voorhies y Gose 2007).
La información acerca de las prácticas de subsistencia en Paso de la Amada resulta limitada. La horticul-
tura, la cacería, la recolección y la pesca continuaron siendo importantes. No existen pruebas concluyentes
de pozos de almacenamiento, así que, en caso de haber existido algún tipo de depósito de alimentos, debió
de haber estado sobre la superficie. Una suposición común es que la cerámica y la vida sedentaria surgieron
en conjunto con la agricultura, pero, hasta el momento, los datos no sustentan tal afirmación. El cuidado
del maíz y la mandioca precedieron a la aparición de las primeras aldeas sedentarias en Mesoamérica, pero
su importancia causal aún no ha sido determinada (Clark y Knoll 2005; Clark et al. 2007). La evidencia
procedente de Paso de la Amada y otras aldeas de Mazatán indica que los mokayas mantenían una eco-
nomía mixta de subsistencia. Los restos macrobotánicos recuperados muestran evidencias de maíz, frijol y
aguacate (Blake, Chisholm, Clark, Voorhies y Love 1992; Rosenswig 2006b). Las pruebas paralelas obte-
nidas del estudio de isótopos en restos óseos humanos demuestra que el maíz no constituyó la dieta básica
sino hasta 1000 a.C. (Blake, Chisholm, Clark, Voorhies y Love 1992; Smalley y Blake 2003; Blake 2006;
Chisholm y Blake 2006). Los restos óseos animales proporcionan abundantes indicios de la explotación
de tortugas y peces de agua dulce, cocodrilos, y una diversidad de aves y mamíferos, pero no de peces o
tortugas marinos (Blake, Clark, Chisholm y Mudar 1992). Se han recuperado muchos entierros de perros,
pero hasta la fecha no hay pruebas de que fueran utilizados como alimento. Las piedras de molienda eran
pequeñas y poco frecuentes, y la caries y el desgaste dental eran mínimos, lo que indica que los alimentos
molidos en piedra no eran un componente importante en la dieta (Clark et al. 2007).
Durante la fase Locona (1700-1500 a.C.), Paso de la Amada se cuadruplicó en tamaño, al tiempo que
la población de la región circundante de Mazatán se incrementó 10 veces. Este crecimiento extraordina-
rio siguió al surgimiento de las jefaturas simples en la región, circunstancia en la que Paso de la Amada
fue el asiento de la jefatura más grande (Clark 2004a). El punto fundamental, bien sustentado por la
información de los asentamientos, radica en que tal crecimiento poblacional fue una consecuencia de la
creciente complejidad social y del poder político centralizado en vez de haber sido al contrario (Clark y
Blake 1994).
Los mejores indicadores del surgimiento de la desigualdad hereditaria se encuentran en los dos niveles
de la jerarquía de asentamientos presentes en varias de las jefaturas vecinas, así como en la arquitectura
doméstica especial. La escasa evidencia de prácticas funerarias corrobora la presencia de distinciones here-
ditarias de estatus, pero no resulta concluyente (Clark 1991, 1994b). Los entierros de la fase Locona están
relacionados con las unidades habitacionales, pero la mayoría de estos entierros carecen de asociaciones ar-
quitectónicas. Las residencias más importantes en la época Locona fueron edificadas sobre plataformas ele-
vadas (Blake 1991; Hill y Clark 2001; Blake et al. 2006); la mayor de ellas, la Estructura 4 del Montículo
6, era una construcción ovalada con fogones en cada extremo y un espacio interior de cerca de 20 por 10
metros. No todas las residencias eran elevadas o de estas dimensiones. Las viviendas pequeñas —de 5 por
3 metros— fueron construidas a nivel de la superficie y, de manera probable, se trataba de estructuras ova-
ladas de bajareque. Las variaciones en las viviendas señalaban, de manera clara, diferencias de estatus entre

ISSN 1029 -2004


174 JOHN E. CLARK

las ubicadas sobre plataformas y las chozas situadas a nivel del suelo (Clark 1994b; Lesure y Blake 2002).
Por otro lado, la mayoría de ellas deben de haber sido lo suficientemente grandes para una familia nuclear;
otras pueden haber albergado familias extensas o poligámicas.
Dos siglos después de su ocupación inicial, Paso de la Amada se convirtió en un poblado reconfigurado
alrededor de una plaza rectangular de 3 hectáreas ubicada en el extremo sureste del sitio. Otras dos plazas
o patios hundidos pueden haber sido construidos hacia el norte siguiendo la misma alineación (Clark
2004a). La plaza sur y sus edificios circundantes se establecieron hacia 1650 a.C. La cantidad total de tie-
rra implicada en la construcción de los montículos que la rodeaban puede haber excedido los 120.000
metros cúbicos; de esta manera, se infiere que este centro temprano con su plaza requirieron de un trabajo
coordinado para su construcción. En el costado oeste de la plaza se encontraba un campo para el juego
de pelota alargado construido por acumulación de tierra, y al sur estaba el Montículo 6, la plataforma
basal de una residencia principal (Blake 1991; Hill y Clark 2001; Lesure y Blake 2002; Blake et al. 2006;
Clark et al. 2008 ms.). Esta plataforma fue aumentada al menos 10 veces en un lapso de tres siglos, pero la
orientación y forma de la vivienda de su cima se mantuvo, lo que apunta a una continuidad en el estatus
de la residencia allí ubicada.
La formalización de Paso de la Amada, con estructuras públicas monumentales y domésticas, se co-
rresponde con el surgimiento de la jefatura simple y las sociedades diferenciadas por rangos. Por lo demás,
estas constituyeron fenómenos regionales. Paso de la Amada fue la comunidad más grande de su época
en Mesoamérica. Cubría 140 hectáreas y tenía una población estimada de entre 2000 a 3000 habitantes
(Clark 2004a; Clark et al. 2008 ms.). Durante la fase Locona, y en las dos que le siguieron, existía una clara
jerarquía de sitios, por lo menos de dos niveles, en la que Paso de la Amada era el principal y el centro de
su grupo de aldeas. Otros sitios grandes afianzaban las agrupaciones de asentamientos vecinos, con lo que
constituían, también, jefaturas simples. Los centros estaban distanciados unos 5 kilómetros entre sí, lo que
sugiere la existencia de unidades políticas independientes de alrededor de 5 kilómetros de diámetro. La
aparición de las jefaturas simples fue un proceso regional que atestiguó el surgimiento simultáneo de media
docena de jefaturas al mismo tiempo (Clark y Blake 1994).
Durante la temporada final de excavaciones en Paso de la Amada en 1995, Warren Hill y Michael
Blake descubrieron un gran campo para el juego de pelota, con una superficie recubierta de arcilla, que se
fechaba hacia los inicios del sitio (Hill et al. 1998). La antigüedad e historia constructiva de este campo
sugieren que el conocido juego de pelota mesoamericano resulta mucho más antiguo de lo que se pensaba
previamente. Otras evidencias del juego de pelota temprano en Mesoamérica y Sudamérica, tales como
las figurillas masculinas de jugadores de pelota del altiplano de México, sustentan esta conclusión (Hill
1999). Por ejemplo, el «área para danzas» de Gheo-Shih, ubicado en el valle de Oaxaca, durante el Periodo
Arcaico Medio (ver abajo) podría haber sido una simple cancha de juego (Taube 1992). La construcción
de un campo formal para el juego de pelota en Paso de la Amada y la promoción de partidos de juego de
pelota entre aldeas rivales contribuyó a fomentar la transición hacia las sociedades diferenciadas por rangos
(Hill y Clark 2001; Clark 2004a, 2004b). Este campo de juego representa, también, una evidencia de las
relaciones existentes entre las unidades políticas en esta época temprana.
Blake y el autor de este artículo (Clark y Blake 1994; Blake y Clark 1999) han argumentado que las
principales instituciones de las aldeas de la fase Barra realizaban festejos y bebidas rituales, entrega de rega-
los, rituales públicos e intercambios a larga distancia. La región de Mazatán pudo haber sido especialmente
favorable para los recolectores-horticultores. La abundancia natural de este sector pantanoso de la plani-
cie costera de Chiapas, reforzada con una dedicación significativa al cultivo de plantas —probablemente
mandioca y camote, con algo de maíz—, permitió la producción de excedentes que fueron utilizados con
fines sociales por los líderes en ascenso (Clark y Blake 1994; Clark et al. 2007). Los rasgos materiales cono-
cidos para las jefaturas tempranas y las tribus antecedentes de las regiones cercanas también se encuentran
presentes en Mazatán como, por ejemplo, figurillas humanas de cerámica y vasijas de lujo distintivas. No
resulta claro si las primeras eran utilizadas de la misma manera o si tenían significados análogos a las de
Oaxaca y el altiplano central de México (Clark 2004b).
Hasta ahora no se han recuperado entierros de la fase Barra. Los enterramientos de la siguiente fase,
Locona, han sido encontrados en asociación con viviendas individuales y con espacios públicos. La eviden-
cia de la construcción de algunos espacios públicos, tales como el campo para el juego de pelota, por medio

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EL ALBA DE MESOAMÉRICA 175

de grupos de trabajo comunales precede a la evidencia de las distinciones hereditarias. En ese sentido, los
proyectos constructivos comunales parecen haber sido una parte integral en la creación del liderazgo y los
privilegios hereditarios (Hill y Clark 2001; Clark 2004b, 2007; Clark et al. 2008 ms.).

2.2. Los olmecas de San Lorenzo, Veracruz

San Lorenzo, ubicado en las tierras bajas tropicales de la costa del Golfo, en el sur de Veracruz, representa
un caso clave para la comprensión del surgimiento de la complejidad social en Mesoamérica. La evidencia
disponible indica que San Lorenzo se convirtió en Estado alrededor de 1300 a.C. y evolucionó desde
una base igualitaria en menos de tres siglos, lo que constituye, tal vez, el ejemplo más rápido registrado
de desarrollo de un Estado prístino (véase Clark 2007). Tales circunstancias plantean muchas cuestiones,
todas ellas pendientes por resolver. Ningún modelo actual explica en forma adecuada cómo o por qué este
complejo surgió en el momento y lugar en que lo hizo, o por qué adquirió la forma que tuvo.
San Lorenzo se asienta sobre la cima y las escarpadas laderas de una meseta de 50 metros de altura
localizada en la cuenca media del río Coatzacoalcos en el sur de Veracruz, México (Coe y Diehl 1980).
Esta comunidad alcanzó su dimensión máxima de 500 hectáreas entre 1200 a 1100 a.C. y experimentó el
primero de varios colapsos alrededor de 1000 a.C. Antes de 1300 a.C., durante la fase Ojochi, constituyó
una aldea ubicada en una posición ventajosa para mantenerse seca en la temporada de inundaciones, pero
con acceso al río y a tierras fértiles para el cultivo (Symonds et al. 2002: 56). La historia de San Lorenzo
previa a su conformación como ciudad resulta poco conocida debido a que sus niveles de ocupación más
antiguos se encuentran enterrados de manera profunda y escasamente conservados. La mayor parte de la
evidencia recuperada en el sitio se refiere a la fase San Lorenzo, la época de construcción de la ciudad. Este
fue un tiempo de creatividad, con cambios en la iconografía y las artes cerámicas, y con abundancia de
escultura monumental.
Se conoce poco acerca de los tiempos del Periodo Arcaico Tardío y el Periodo Formativo más temprano
en la región de San Lorenzo. Debido a la abundante precipitación pluvial anual, la preservación es muy
pobre y la visibilidad de los restos arqueológicos es difícil. Los rastros de los habitantes del Periodo Arcaico
Tardío solo se conocen por los cambios en los perfiles de polen tomados de los núcleos lacustres en las
cercanías (Goman 1992: 33; véase también Stark y Arnold 1997: 20; Arnold 2000: 122). Los más antiguos
pobladores que construyeron la primera aldea sobre la cima de la meseta de San Lorenzo, alrededor de
1750 a.C., probablemente constituían una sociedad tribal e igualitaria (Coe y Diehl 1980: vol. II, 149;
Clark y Cheetham 2002). Dicha sociedad puede haber persistido hasta los inicios de la fase Bajío, cerca de
1550 a.C., pero —con el fin de errar lo menos posible— el autor propone que la primera jefatura surgió
en San Lorenzo hacia 1600 a.C.
Stacey Symonds, Ann Cyphers y Roberto Lunagómez (2002: 56) calcularon que, durante la fase Ojo-
chi-Bajío, la aldea de San Lorenzo tenía una extensión de más de 20 hectáreas. La ocupación siguiente, de
la fase Chicharras, probablemente cubrió todas las 53 hectáreas de la meseta. Michael Coe planteó que,
durante la época Bajío, «fueron agregadas enormes cantidades de relleno para nivelar la cima de la meseta
y, más específicamente, para comenzar la construcción de las extensiones alargadas que se prolongan desde
su costado oeste» (Coe 1981b: 124). Él interpretó este masivo proyecto de trabajo como una evidencia
de la planificación del sitio alrededor de 1500 a.C. No resulta claro en qué consistía esta, más allá de
crear una amplia extensión plana, debido a la escasa información disponible acerca de las construcciones
o el trazado del sitio en cualquier periodo. Por su parte, Cyphers reportó residencias de elite y un palacio
(Cyphers 1996, 1997; Cyphers et al. 2006). La distribución de las cabezas colosales de piedra en el sitio
sigue una alineación Norte-Sur en el borde este de la meseta, lo que sugiere una organización axial de la
ciudad original.
Un elaborado acueducto de piedra, hecho de cientos de piezas de basalto tallado, corre directamente
de Este a Oeste, en forma perpendicular al eje más largo del sitio; la sección que conecta con un conjunto
especial mide más de 170 metros de largo (Coe y Diehl 1980: vol. I, 118-125; Cyphers 1999: 161). La
construcción de tales acueductos constituyó un proyecto intensivo de trabajo y todo un reto de ingeniería
(Coe 1968a: 87; Diehl 2004: 37), y su presencia confirma que el centro de la ciudad fue edificado de
acuerdo con un plano alineado con las direcciones cardinales. El Macayal, un centro secundario de San

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Lorenzo, tenía plazas y juegos de pelota. Para San Lorenzo, Richard Diehl (2004: 34-35) imaginaba «una
extensa plaza abierta pavimentada con pisos de arena roja y grava amarilla salpicada por conjuntos de mo-
numentos de piedra», y muchos de ellos estaban en sus ubicaciones originales.
La limitada evidencia de planificación del sitio, los proyectos comunales de trabajo y la construcción
de plataformas bajas indican que, hacia 1550 a.C., una jefatura aldeana estaba asentada en el lugar (Clark
1997, 2007). En ese momento, San Lorenzo consistía de una aldea grande de cerca de 25 hectáreas y
constituía el centro regional de varias docenas de aldeas pequeñas y caseríos en un radio de 5 kilómetros.
Alrededor de 500 personas habitaban en esta aldea central, y el doble o triple de esa cantidad residían en
sus comunidades dependientes (Clark 2007). Es probable que el tamaño de esta aldea de la fase Bajío haya
sido subestimado debido a su profunda ubicación por debajo de la ciudad olmeca.
Durante la subsiguiente fase, Chicharras (1400-1300 a.C.), San Lorenzo se convirtió en una ciudad y
en el núcleo de una jefatura suprema (paramount chiefdom), quizá hacia los inicios de dicha fase. El autor
considera que toda la meseta estuvo ocupada en este momento. De ser así, sus 53 hectáreas representarían
el doble del tamaño de la época Bajío, con un millar o más de habitantes que habitaban sobre la meseta,
y muchos más en las 96 dependencias circundantes dentro del hinterland interior (Symonds et al. 2002;
Clark 2007). Las construcciones públicas y domésticas en San Lorenzo continuaron. Para esta fase se co-
nocen complejos domésticos de elite y también se fechan en esta época las primeras evidencias de escultura
monumental en piedra (Cyphers 1996).
Durante los pocos siglos de intervalo transcurridos entre las fases Ojochi y San Lorenzo se produjo un
drástico incremento poblacional en los 400 kilómetros cuadrados del área inmediatamente circundante
al complejo. Stacey Symonds y sus coautores (2002: 57) calcularon una población promedio antes de la
fase San Lorenzo para el área prospectada de 722 personas, y de 13.644 habitantes durante el desarrollo
de esa fase. Las frecuencias y dimensiones de los sitios mostraban un incremento de población de casi 20
veces y un aumento de 10 veces en las hectáreas de ocupación. La disparidad entre la ocupación total por
hectárea y la población entre ambos periodos llama la atención respecto al surgimiento de sitios mayores
y a la elevada densidad poblacional en la época San Lorenzo. Probablemente el sector central de la ciudad
era urbano. De acuerdo con Coe (1981a: 19), los datos de las excavaciones tempranas en San Lorenzo
«indican que ocurrió un gran incremento [de población] entre las épocas Bajío y Chicharras, y otro aún
mayor al comienzo de la fase San Lorenzo». Coe (1981b: 128) consideraba que el apogeo ocupacional de
la ciudad ocurrió durante la fase San Lorenzo B.
Es probable que las cambiantes preferencias de los asentamientos estuvieran relacionadas con alguna
forma de intensificación agrícola ocurrida en la época San Lorenzo. Los asentamientos principales fueron
construidos en puntos de control sobre el río, y se ocuparon los mejores terrenos elevados de la región. Es
probable que los islotes fueran residencias especializadas ubicadas en las riberas de la tierra pantanosa que
se inundaba estacionalmente; la gente que habitaba allí explotaba los recursos acuáticos —peces, tortugas
y aves—, y cultivaba la tierra expuesta una vez que las aguas bajaban hacia el final de la temporada seca
(Symonds et al. 2002). Si estas residencias estaban ocupadas todo el año, su frecuencia temprana podría
indicar algún tipo de especialización regional —e, incluso, intensificación agrícola— antes de la época San
Lorenzo. Una mayor cantidad de sitios fueron emplazados a lo largo de las márgenes de los ríos y otros
más en los terrenos elevados. Este cambio en los asentamientos podría señalar una mayor dedicación a
la agricultura de roza y quema de maíz (Symonds et al. 2002: 74). El área contigua y circundante a San
Lorenzo era la más densamente ocupada y nucleada en la región, lo que superaba, en gran medida, la can-
tidad de fauna local que existía. Los olmecas de San Lorenzo deben de haber importado alimentos básicos
del hinterland interior para cubrir sus necesidades de subsistencia (Symonds et al. 2002: 76). La economía
de esta clase era mixta, lo que incluía la caza, la pesca, la recolección, la horticultura y la agricultura como
parte del conjunto. Los cultígenos básicos fueron, de manera probable, el maíz, el frijol, la calabaza y los
tubérculos (Symonds et al. 2002: 74). Por el momento no se han documentado cambios significativos
en la dieta entre las épocas Ojochi y San Lorenzo, y tampoco en los cultígenos básicos, la tecnología o el
inventario de artefactos relacionados con la obtención de alimentos.
El cambio principal en la región fue la propia construcción de la ciudad de San Lorenzo (Clark 2007).
Los limitados datos indican una organización concéntrica, con residencias de elite y construcciones públi-
cas en la elevada meseta, y viviendas más modestas y unidades residenciales de menor estatus ubicadas en

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EL ALBA DE MESOAMÉRICA 177

las laderas aterrazadas y en las planicies circundantes (Coe y Koontz 2002: 72; cf. Cyphers 1994, 1996).
El núcleo de la ciudad estaba más densamente ocupado que las orillas (Symonds et al. 2002: 68). La gente
que habitaba en los límites de San Lorenzo, en los pantanos y en el campo, puede haber tenido un estatus
aún menor, lo que implicaba una diferenciación urbano-rural. Como se ha señalado, una aldea de la fase
Ojochi, establecida alrededor de 1750 a.C., ocupaba el centro de la meseta, cerca de su manantial perenne,
y constituía la única conocida para este periodo en la región (Coe 1970: 21; 1981b). De este modo, antes
de convertirse en una ciudad, San Lorenzo fue una de las aldeas más antiguas de la región y, ciertamente,
la mayor y la más prominente.
La arquitectura masiva es notoria por su ausencia en San Lorenzo. Cyphers planteó que los olmecas
de San Lorenzo invirtieron en la modificación de los elementos naturales más que en la construcción
de pirámides, y el sustento de tal afirmación lo conforman las gigantescas terrazas que rodean la meseta
(Cyphers 1997). Otro proyecto constructivo importante fue un par de calzadas que conectaban el centro
secundario de Loma del Zapote con un muelle en el río. Cada una de estas calzadas requirió casi 90.000
metros cúbicos de relleno para su edificación (Cyphers 1997: 107). Coe y Diehl descubrieron una plata-
forma escalonada de arena roja, de 2 metros de altura, que se fecha hacia la fase Bajío (Coe 1970, 1981b;
Coe y Diehl 1980: vol. I, 105).
Debido a que San Lorenzo se encuentra en una zona aluvial que carece de piedras, la mayor parte de la
arquitectura se erigió con barro y arcilla, con cierta utilización de bentonita, una roca local similar al tizate,
para pavimentar. Una residencia de elite de la época San Lorenzo tenía un pilar central alargado de basalto
de 3,5 metros de largo, algunas bancas o coberturas de basalto para pasos de escalones, y un elaborado
drenaje para agua hecho con canales hechos de bloques de piedra basáltica unidos entre sí. Algunas lajas
de caliza importada fueron incorporadas también en sus muros de tierra apisonada (Cyphers 1994, 1999:
167). El conjunto del Grupo E tenía un patio interior hundido, de cerca de 50 metros en uno de sus lados,
y consistía de un complejo de plataformas ubicadas alrededor de este patio. Los edificios tenían paredes de
barro recubiertas con estuco arenoso rojo. Un gran trono de piedra y una cabeza colosal fueron hallados
en asociación con este conjunto (Cyphers 1999: 159-162). Una vivienda menos elaborada de la fase San
Lorenzo (D4-7) estaba conformada por una estructura absidal que medía 9 por 12 metros; fue construida
encima de una plataforma de 2 metros de altura que se extendía 50 por 75 metros en su base (Cyphers
1997: 100-101). Cada una de estas residencias representó una importante inversión de mano de obra y
una elaboración de arquitectura doméstica, lo que era indicativo de diferencias de estatus.
Cyphers propuso que los tipos, dimensiones y frecuencia de los monumentos de piedra constituyen
indicadores de la jerarquía de los sitios. Las cabezas colosales y los enormes tronos de piedra, por los que
son famosos los olmecas, se restringen a San Lorenzo, la capital de la región (Cyphers 1996, 2004; cf.
Clark y Pérez Suárez 1994). Varios tronos de piedra de menor tamaño han sido encontrados en centros
secundarios, como El Remolino, Loma del Zapote, Estero Rabón y Laguna de los Cerros (Cyphers 2004).
Al representar retratos de los dirigentes, o sus asientos de poder, estos monumentos tenían claras funciones
públicas con implicancias administrativas (véase Grove 1973; Gillespie 1993, 1999). La distribución de
los monumentos de piedra proporciona información independiente del tamaño de los sitios para calcular
su posición en la jerarquía de los asentamientos. Al incorporar dichos monumentos a la tipología de los
sitios, el sistema de asentamientos de San Lorenzo muestra, por lo menos, cuatro niveles jerárquicos, y los
tres superiores están claramente definidos por su gran extensión, la presencia de construcciones públicas y,
en la mayoría de los casos, por monumentos de piedra (Clark 2007).
La variedad y frecuencia de bienes importados al interior de San Lorenzo se incrementaron de la época
Ojochi a la San Lorenzo. Estos incluían elementos procedentes de regiones cercanas, como el basalto de
las montañas Tuxtlas además de objetos importados a mayor distancia. Estas comprendían finas navajillas
de obsidiana, espejos de magnetita, cubos de ilmenita, jade, serpentina, mica, jaspe, pedernal, Spondylus
y otras especies de conchas marinas. Las importaciones regionales incluían caolín, hematita, piedra caliza,
arenisca, basalto, chapopote, hule y, posiblemente, sal (Coe 1981b: 145; Grove 1997: 84; Symonds et
al. 2002: 82-83; cf. Cobean et al. 1971; Lesure 2004). Los hallazgos procedentes del sitio ritual de El
Manatí demuestran que las hachas de jade eran importadas a la región de San Lorenzo ya desde 1600 a.C.
(Diehl 2004: 26; cf. Ortiz y Rodríguez 1994, 1999, 2000). Si tales objetos fueron obtenidos por medio
del comercio, ¿a cambio de qué fueron conseguidos? Coe sugirió que los bienes exportados pueden haber

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178 JOHN E. CLARK

incluido vasijas de caolín, cajetes de cerámica con decoración grabada, grandes figurillas humanas huecas,
así como una variedad de productos perecederos, entre ellos textiles pintados, libros e ídolos de madera
(Coe 1981b: 145-146; véase Symonds et al. 2002: 83). David Grove (1997: 85) agrega a la lista de posi-
bles exportaciones semillas de cacao, pelotas de hule, pieles de animales, plumas de aves, caparazones de
tortuga y partes de cocodrilo. Por su parte, Symonds y sus colaboradores (2002: 61, 74) plantearon que el
pescado ahumado era un producto comercial importante para enviar a la sierra adyacente. Figurillas y va-
sijas cerámicas fueron importadas a la región de Mazatán durante la época San Lorenzo, al igual que otros
elementos como chapopote, figurillas sólidas de caolín y, quizá, algunos sellos cilíndricos. La población de
la fase Ojochi de San Lorenzo también tuvo un estrecho contacto con gente del altiplano central de México
y Oaxaca, y tal esfera de interacción resultó fundamental para la dispersión de las sociedades organizadas
como jefaturas a lo largo de Protomesoamérica, como se discutirá en la sección final.
Uno de los elementos innovadores en San Lorenzo fue la escultura en piedra. La creación de esculturas
monumentales tridimensionales, de basalto importado, se fecha durante el siglo crucial en la construcción
de la ciudad, pero algo que nunca se podrá determinar es la cantidad de esculturas que fueron transportadas
a San Lorenzo en esa época. Los requerimientos organizativos y de mano de obra necesarios para trasladar
dichos monumentos hasta la ciudad no constituyen su rasgo más impresionante. Estos representan trabajo
cristalizado, por supuesto, pero también retrataban una nueva forma de liderazgo: el reinado. Las cabezas
colosales de piedra son consideradas como retratos realistas de líderes pretéritos. Fueron elaborados de esta
forma, y en dimensiones colosales, ya en las etapas tempranas de San Lorenzo. Diez de estos monumentos
han sido recuperados en este complejo, lo que indica una dinastía real de, al menos, 10 gobernantes y más
de dos siglos de dominio (véase Cyphers 2004). También algunas de las figurillas de barro del sitio pueden
haber retratado a dichos dignatarios. Si se considera a las cabezas monumentales de piedra como evidencia
de la existencia de reyes, entonces la institución del reinado se fecharía antes de 1300 a.C. Por otro lado,
resulta poco probable que el reinado en San Lorenzo se iniciase de improviso. Si se retroceden varios siglos
atrás, hasta sus antecedentes, se puede asumir que, durante la fase Bajío, los habitantes de San Lorenzo
tenían una organización tan compleja socialmente como la de los mokayas de la costa de Chiapas. Los
pobladores de la fase Ojochi podrían haber tenido jefes de aldea, así como liderazgos hereditarios, entre
1600 a 1550 a.C. (Diehl 2004: 28; cf. Clark y Blake 1994; Clark 2000, 2004b; Hill y Clark 2001; Clark y
Cheetham 2002). San Lorenzo podría haber constituido un centro ceremonial y el asiento de una jefatura
simple (en la época Bajío) o una jefatura suprema (en la época Chicharras).
Las posibles representaciones de los reyes olmecas y de los jefes ancestros pueden ser rastreadas hasta los
inicios de la época Chicharras. En contraste, el sistema simbólico olmeca temprano y las representaciones
de criaturas sobrenaturales comenzaron hacia 1300 a.C. (Clark 2004b). La presencia de cerámica grabada
con tales diseños constituye el marcador principal para la fase San Lorenzo de Coe y Diehl. Las vasijas que
los llevan fueron trasportadas a muchas regiones distantes, como Oaxaca y la cuenca de México. Existe
poca duda respecto a que muchos de los motivos y diseños olmecas simbolizaban fuerzas sobrenaturales,
algunas de las cuales eran dioses. El autor considera que los olmecas tenían divinidades y que el hecho de
formalizar su panteón constituyó un paso fundamental hacia la civilización en Mesoamérica. Tal inno-
vación parece coincidir en forma precisa con los orígenes del Estado en San Lorenzo (Clark 2007). Las
representaciones sobrenaturales son posteriores y suceden a la de los reyes, mientras que la sociedad de
clases se encontraba claramente establecida en San Lorenzo hacia 1300 a.C. Los orígenes de las diferencias
jerárquicas deben ser buscados en los tres siglos precedentes que culminaron en esta época.

2.3. Los agricultores tempranos del valle de Ulúa en Honduras

La información acerca del desarrollo de la complejidad social en Honduras indica que las sociedades allí
presentes participaban, en forma integral, de la formación de Mesoamérica como un área cultural de alta
civilización (Joyce 1992, 1996). Las jefaturas complejas estructuradas a lo largo de las líneas de estratifi-
cación social estaban claramente establecidas alrededor de 850 a.C. en ese territorio hondureño, según
resulta evidente por la construcción de centros regionales con pirámides en Los Naranjos y Yarumela, y por
la presencia de escultura monumental en piedra y entierros reales (Joyce 1992, 1996; Joyce y Henderson
2002, 2003, 2007). Sin embargo, los desarrollos que desembocaron en la construcción de estos centros

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del Periodo Formativo Medio son poco conocidos. Se han hallado algunas evidencias de la ocupación del
Periodo Arcaico Tardío en núcleos lacustres de Honduras (Rue 1989) y también se ha obtenido informa-
ción acerca de aldeas del Periodo Formativo Temprano en los valles de Ulúa y Copán (Clark y Cheetham
2002; Joyce s.f. a). Asimismo, se ha recuperado cerámica temprana similar a la cerámica locona de la costa
de Chiapas en los niveles inferiores de Copán (Viel 1993a, 1993b) y también se conocen entierros con
ofrendas funerarias para la fase siguiente. Algunos de estos entierros indican diferencias significativas de
estatus (véase Fash 1985, 1991) y, por lo tanto, la existencia de sociedades diferenciadas por rangos en el
valle de Copán hacia 1150 a.C.
Otros desarrollos paralelos parecen haber ocurrido en el valle del Ulúa inferior, según se manifiesta en
el sitio de Puerto Escondido, un pequeño asentamiento localizado en el río Chotepe, un tributario del río
Chamelecón que, a su vez, constituye un afluente del río Ulúa. Este pequeño yacimiento resulta notable
debido a que parece haber estado ocupado desde finales del Periodo Arcaico Tardío hasta el Periodo Clásico
(Henderson 2001; Joyce y Henderson 2001, 2002, 2003), con un pequeño hiato durante el Periodo
Formativo Tardío (Rosemary Joyce, comunicación personal 2008). El sitio consiste de cinco elevaciones
o «lomas» bajas y amplias. Las excavaciones realizadas por John Henderson y Rosemary Joyce (1998,
2004) en las lomas 1 y 2 recuperaron una notable secuencia de edificaciones que conforman, hasta el
momento, la historia sustancial de Puerto Escondido. La cerámica más antigua de este sitio se fecha en la
fase Barahona, que se inicia en 1700 a.C., y muestra similitudes en sus formas y utilización con la cerá-
mica barra, conocida para la costa de Chiapas. Las vasijas barahona eran pequeñas, con paredes delgadas
y cubiertas con engobe, bruñidas y decoradas. Fueron diseñadas para el almacenamiento y/o servicio de
líquidos, y ninguna de ellas muestra signos de haber sido utilizada para cocinar (Henderson y Joyce 1998,
2004, 2006; Joyce y Henderson 2001, 2002, 2003; Joyce 2007). Se sabe que las vasijas más tardías eran
usadas para servir chocolate, probablemente en forma fermentada (Henderson y Joyce 2006; Henderson
et al. 2007; Joyce s.f. b), por lo que no resultaría sorprendente que estas primeras piezas tuviesen la misma
función. Según se ha reportado hasta el momento, la cerámica barahona es contemporánea a la de la fase
Rayo de Copán, en el valle cercano (Fig. 1), aunque ambas tienen poco en común. El autor es de la opi-
nión que la cerámica barahona es ligeramente anterior, una suposición con la que concuerda Rosemary
Joyce (comunicación personal 2008), aunque las dos parecen haber coexistido durante varios siglos (Clark
y Cheetham 2002). Sin embargo, también representan complejos cerámicos y esferas de interacción di-
ferentes. Al parecer, las marcadas distinciones que ocurren entre ellas son indicativas de grupos culturales
distintos en Honduras durante el Periodo Formativo Temprano. De acuerdo con las descripciones de la
sección siguiente, una situación similar de complejos contemporáneos y coexistentes caracterizó a los ma-
yas más antiguos de Belice.
Las excavaciones de Puerto Escondido proporcionan la mejor información disponible acerca del sur-
gimiento de las sociedades diferenciadas por rangos en Honduras. El estrato inferior del sitio es acerámico
y puede representar la utilización de tal asentamiento ribereño durante el Periodo Arcaico Tardío (Joyce
y Henderson 2007). En este nivel se han encontrado pequeñas lascas de obsidiana local, y fragmentos de
concha y hueso al interior de suelos de gley, lo que indica que esta localización ribereña fue una ubicación
pantanosa en aquel tiempo (Henderson y Joyce 2004: 97; cf. Joyce y Henderson 2001, 2007; Joyce s.f. a).
Las condiciones ecológicas generales señalan que Puerto Escondido se encontraba en un amplio valle alu-
vial del río Ulúa, con fácil acceso a extensos suelos fértiles y en un lugar sujeto a inundaciones periódicas.
Los eventos de inundación podrían explicar, en cierta medida, la notable secuencia constructiva de Puerto
Escondido, en la que las viviendas y los montículos fueron edificados hasta una altura de 3,50 metros en
el transcurso de dos milenios (Joyce s.f. a).
Puerto Escondido constituyó un sitio pequeño localizado sobre un tributario menor del río principal.
No hay razones para pensar que este yacimiento fuese el más importante en la región en algún periodo. Si
se considera la hidrología del valle de Ulúa, parece probable que la mayoría de los complejos del Periodo
Formativo Temprano se encuentran profundamente enterrados y/o fueron derrubiados paulatinamente
por las fluctuaciones del cambiante curso de los ríos; de hecho, Puerto Escondido fue descubierto solo por
accidente (Henderson y Joyce 1998; Joyce y Henderson 2001). Hasta el momento, los únicos otros sitios
tempranos (fase Chotepe) conocidos para el valle de Ulúa son CF 80 y CR 103 —ambos ubicados en
lomas junto al río Chamelecón—, y Playa de los Muertos (Joyce, comunicación personal 2008).

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180 JOHN E. CLARK

Las fases tempranas definidas para Puerto Escondido se muestran en la Fig. 3. La fase Barahona fue
testigo del primer uso de cerámica en el valle de Ulúa (Joyce y Henderson 2001; Henderson y Joyce
2004), pero, no obstante, se desconocen figurillas cerámicas para esta época (Joyce y Henderson 2002,
2003, 2007; Joyce 2003, 2007). Los instrumentos líticos eran hechos de lascas de obsidiana procedente
de yacimientos disponibles en Honduras. En la Loma 1 se hallaron los rastros de estructuras perecederas
de varas y palma debajo de una serie de construcciones sobrepuestas, y han sido encontradas ocupaciones
contemporáneas en otras dos zonas del sitio (Henderson y Joyce 2004: 96; Joyce s.f. a). La distancia entre
dichas viviendas demuestra que Puerto Escondido era una pequeña aldea que se extendía, por lo menos,
varias hectáreas.
Los datos resultan evidentemente escasos, pero no existe ningún indicio que sugiera la presencia de
sociedades diferenciadas por rangos durante la época barahona. De hecho, no se han recuperado entierros
de las tres primeras fases cerámicas del sitio (Joyce y Henderson 2001, 2002, 2003; Joyce s.f. a). La única
evidencia que se tiene para trabajar son los cambios presentes en los inventarios cerámicos, algunas figu-
rillas para fases más tardías (alrededor de 1100 a.C.) y la secuencia constructiva. La cerámica más antigua
muestra pocas similitudes con vajillas contemporáneas conocidas en regiones distantes e indica cierto
contacto difuso entre poblaciones, pero las vasijas cerámicas de Puerto Escondido resultan fundamental-
mente locales y representan una tradición única (Joyce y Henderson 2001, 2002, 2003; Henderson y Joyce
2004, 2006). El principal cambio en la cerámica ocurrió con la llegada de la fase Chotepe, alrededor de
1150 a.C., como resulta evidente por la aparición de diseños incisos similares a aquellos conocidos para
San Lorenzo (Henderson y Joyce 1998; Joyce y Henderson 2002, 2003, 2007). También se produjeron
nuevas vajillas y figurillas cerámicas que refuerzan la impresión de un contacto significativo entre lejanas
poblaciones de Mesoamérica en aquella etapa. Se han encontrado algunos fragmentos de figurillas sólidas
y huecas con engobe en basurales de la fase Chotepe en Puerto Escondido. Varias figurillas de dichos estilos
tempranos son conocidas en colecciones de museos, lo que sugiere que algunas de ellas podrían haber sido
ofrendas funerarias (Joyce 2003, 2007, s.f. b). Junto con estos cambios se dieron variaciones significativas
en el intercambio a larga distancia, pero el más evidente de ellos fue la importación, por primera vez, de
láminas de obsidiana retocadas a presión procedente de dos yacimientos de Guatemala: Ixtepeque y El
Chayal (Henderson y Joyce 2004; Joyce y Henderson 2002, 2003).
Resulta necesario realizar una mayor cantidad de trabajo para poder llenar los vacíos en los detalles
clave para este caso promisorio en el surgimiento de las sociedades diferenciadas por rangos en los límites
orientales de Protomesoamérica. La información sobre la secuencia constructiva, en conjunto con los esca-
sos datos disponibles sobre los cambios diacrónicos en los artefactos domésticos, sugiere que los pobladores
del valle inferior de Ulúa estaban organizados en sociedades diferenciadas por rangos o jefaturas simples
hacia el final de la fase Ocotillo, alrededor de 1300 a 1200 a.C. Ello colocaría tales eventos de manera casi
contemporánea con aquellos descritos anteriormente para San Lorenzo. La principal evidencia arqueoló-
gica procedente de Puerto Escondido es su historia constructiva.
Lo que se sabe acerca de Puerto Escondido es que en el sitio fue construida una plataforma escalonada
de tierra con un acabado de estuco (4C-1) durante el Periodo Formativo Medio, tal vez a partir de 900 a.C.
(Joyce y Henderson 2002: 10; 2007; cf. Henderson 2001; Joyce s.f. a). Esta plataforma revestida de piedra
cubrió y preservó una serie de estructuras domésticas superpuestas que se remontaban, al menos, siete si-
glos atrás (Joyce y Henderson 2002, 2003, 2007; Henderson y Joyce 2004; Joyce s.f. a). Esta secuencia de
viviendas recuerda a aquella del Montículo 6 de Paso de la Amada, en el que se levantó y reconstruyó una
residencia especial a lo largo de un periodo de 400 años. Tal constancia respecto de una unidad doméstica
con una sola ubicación resulta una prueba poderosa de la propiedad hereditaria; sin embargo, aún deberá
ser determinado si ello representaba, también, la existencia de privilegios hereditarios. Las limitadas excava-
ciones efectuadas en la Loma 1 de Puerto Escondido así lo indican hacia el lapso entre 1300 a 1200 a.C.:

El trabajo invertido en la construcción de la vivienda, y la consecuente duración de las estructuras de Puerto


Escondido, se incrementó notablemente en los siglos posteriores a 1300 a.C. Por ejemplo, se registró un depósito
de 36 centímetros de recubrimientos y rellenos de pisos para [...] [la Estructura 4A-1] [...] en marcado contraste
con el promedio de 16 centímetros de rellenos constructivos hallado en cada una de las estructuras precedentes.
La nueva estructura presentaba una mayor edificación sustancial de muros, con evidencias de trincheras para

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los muros y restos de recubrimientos de arcilla. No se debe dar por sentada tal inversión constructiva adicional.
Es probable que, en este lugar, las viviendas no requiriesen de una construcción tan sólida, como lo mostró la
secuencia previa de estructuras más perecederas. Si se considera la historia existente acerca de la construcción
de la vivienda, las nuevas técnicas podrían representar una innovación más visible socialmente al interior de la
aldea, por cuyo medio los habitantes de la nueva y mejor construida residencia podrían haberse distinguido de
los otros individuos en la aldea que continuaban ocupando estructuras de varas sin gruesos recubrimientos de
estuco, zanjas formales para los muros y otros elementos más duraderos (Joyce s.f. a: 60).

La importancia de tales edificaciones fue reforzada por las ofrendas asociadas a ellas:

Se trata de dos ofrendas dispuestas debajo de una plataforma de piedras durante la fase Ocotillo (1400-1100
a.C. ...), la primera ofrenda está compuesta de 12 nódulos de materia prima, cuatro lascas retocadas y cinco
fragmentos de nódulos trabajados. Junto a la otra ofrenda, un cinturón de conchas, la obsidiana probablemente
conformaba un depósito para dedicar la plataforma, el más antiguo edificio de piedra en el sitio de Puerto
Escondido (Joyce y Henderson 2002: 12).

La comparación de las evidencias constructivas recuperadas sugiere que las estructuras de la fase Ocotillo
en la Loma 1 eran más elaboradas, mejor construidas y más frecuentemente reconstruidas que aquellas ubi-
cadas en otras áreas del complejo, por lo que, en conjunto, representan diferencias materiales esperadas
de la existencia de privilegios hereditarios. En ese sentido, se cuenta con evidencias similares acerca de los
mayas tempranos de Belice.

2.4. Los mayas del centro de Belice

La ocupación en las tierras bajas mayas se remonta al Paleolítico, aunque no existe evidencia clara de un
establecimiento ininterrumpido a lo largo del Periodo Arcaico. Las afirmaciones acerca de una secuencia
continua se basan en los estilos de puntas de proyectil y en las fechas postuladas para cada uno de ellos
(véase MacNeish 1986, 2001), pero tales aseveraciones no han sido verificadas y resultan dudosas (Voorhies
y Metcalfe 2007: 174; cf. Lohse et al. 2006). De acuerdo con los datos procedentes de las excavaciones, los
primeros pobladores arcaicos aparecen en Belice alrededor de 3800 a.C. Las sociedades tribales persistieron
allí hasta 1000-800 a.C., el periodo en el que se produjo la dispersión de las diferencias de rangos sociales
en las tierras bajas mayas (Clark y Cheetham 2002).
La base cronológica para la comprensión del surgimiento de la complejidad social en las tierras bajas
mayas reside en el horizonte cerámico Mamom, de 900 a 350 a.C. La cerámica mamom fue descubierta
en las tierras bajas en Uaxactún, en el norte de Guatemala (Ricketson y Ricketson 1937), y constituyó la
primera evidencia de un periodo aldeano antecedente a la civilización maya. Desde entonces, la cerámica
mamom se ha convertido en el distintivo de los mayas de las tierras bajas del Preclásico Medio. Las in-
vestigaciones subsecuentes revelaron la presencia de esta cerámica monocroma diagnóstica, de color rojo
intenso, a todo lo largo de las tierras bajas, y que conforma la más temprana en la mayor parte de los sitios.
Sin embargo, se han identificado vasijas aún más antiguas en el norte de Guatemala y en Belice. A diferen-
cia de las vajillas lustrosas del estilo Mamom, la cerámica que la antecede resulta estilísticamente diversa.
Las diferencias evidentes entre tales conjuntos cerámicos tempranos, en especial en sus vajillas domésticas,
parecen señalar, al menos, cuatro grupos tribales separados (Clark y Cheetham 2002; Cheetham et al.
2003). En contraste, las características compartidas de las vasijas de lujo representan la consolidación de
estilos y la creciente interacción cultural presente en estas mismas poblaciones anteriores a los productores
de ese estilo. Las consecuencias de dicha interacción pronto llevarían al surgimiento y/o promulgación
de las jefaturas a lo largo de las tierras bajas mayas durante el Periodo Formativo Medio. Tal interacción
y desarrollo se hallaban bastante avanzados durante la época anterior a Mamom, cuando el sedentarismo
aldeano comenzaba a dejar su huella en el paisaje.
Debido al auge en las actividades de investigación que se ha dado en el norte de Belice durante los
últimos 20 años, esta región presume ahora de tener el mejor registro de ocupación del Periodo Arcaico
Tardío de toda Mesoamérica (véase Clark y Cheetham 2002; Lohse et al. 2006). Es la única área donde

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puede ser trazada la transición de los asentamientos del Periodo Arcaico Tardío hasta las primeras aldeas sin
ninguna separación espacial o temporal. Sin embargo, la información sobre las primeras aldeas agrícolas
aún es mínima.
Las claves para comprender el caso de Belice son las excavaciones de Colhá y del pantano Pulltrouser
(Fig. 1). Colhá fue un área de obtención de grandes nódulos de pedernal de alta calidad explotada para la
manufactura de herramientas de piedra tallada que comenzó en el Periodo Precerámico y continuó a lo
largo de toda la época prehispánica. Las excavaciones en el sitio han encontrado, fechado y definido dos
componentes precerámicos para el Periodo Arcaico Tardío (Iceland et al. 1995; Hester et al. 1996; Iceland
1997; Lohse et al. 2006). Las excavaciones menores efectuadas en el pantano Pulltrouser, al noroeste de
Colhá, han verificado el fechado temprano de algunas de las herramientas precerámicas de piedra en un
contexto habitacional más que en uno de producción (Pohl et al. 1996). Los núcleos de sedimento obteni-
dos del pantano Pulltrouser, así como del pantano Cobweb —ubicado a 300 metros del componente prin-
cipal del Periodo Arcaico Tardío de Colhá— proporcionaron interesantes registros de polen que indican
cambios significativos en las actividades de subsistencia (véase Hester et al. 1996; Pohl et al. 1996). Sobre
la base de estos datos, Harry Iceland (1997) definió los complejos de herramientas de piedra tallada de los
periodos Precerámico Temprano y Precerámico Tardío. Las excavaciones realizadas en sitios especializados
en la producción de herramientas (Colhá y Kelly) han documentado un Periodo Precerámico Temprano
(c. 3800-2300 a.C.), lo que concuerda con una fuerte evidencia de polen de plantas cultivadas. Según la
síntesis presentada por Mary Pohl y sus colegas (1996), los perfiles de polen y partículas de carbón verifican
que la mandioca y el maíz doméstico más antiguos se fechan antes de 3800 a.C., que la evidencia de des-
monte de la selva por medio de quemas —presumiblemente debido a la agricultura de roza y quema— se
vuelve notoria hacia 3100 a.C. y que resulta notable una intensificación de la agricultura que aprovechaba
los humedales entre 1750 a 1500 a.C., hacia el final de dicha etapa.
Las excavaciones en Colhá, Kelly y Pulltrouser identificaron dos tipos de yacimientos. Algunos sitios
precerámicos eran campos especializados de explotación de recursos en los que se trabajaban los nódulos
de pedernal disponibles localmente para producir diversas herramientas. Otros sitios representaban aldeas
donde, entre otras cosas, eran utilizadas estas mismas herramientas. Tal diferencia en la función sugiere
una organización logística de actividades realizadas en sitios de cantera y producción, organizados a partir
de campamentos-base o caseríos semipermanentes de agricultores de tala y quema. Colhá constituyó tanto
un sitio especializado en la producción de herramientas como una aldea agrícola. Entre los desechos de
manufactura hay herramientas líticas usadas y renovadas (Iceland 1997: 107); sin embargo, no se han
registrado evidencias claras de residencias permanentes o elementos domésticos. Los desechos de ocupa-
ciones primarias en Colhá han sido recuperados de unas cuantas excavaciones practicadas alrededor del ojo
de agua adyacente al pantano Cobweb, pero «han sido hallados unifaciales restringidos en las excavaciones
realizadas en todos los cuatro cuadrantes del sitio en una amplia porción del yacimiento, lo que sugiere la
posibilidad de una comunidad precerámica de tamaño considerable» (Iceland 1997: 209). Los restos del
Periodo Precerámico Tardío se extienden por más de 300 hectáreas, lo que apunta a un grupo poco con-
centrado y, tal vez, el uso recurrente de un área general a lo largo de los dos milenios de esa época. El sitio
de Cayo Coco, recientemente reportado, situado al noreste de Colhá, tenía una extensión mínima de 150
metros cuadrados, y en el vecino sitio Fred Smith se ha documentado una dispersión de artefactos líticos
precerámicos de más de 400 metros cuadrados de extensión (Rosenswig 2001, 2002, 2004; Rosenswig y
Masson 2001). Estos conforman los únicos datos actualmente disponibles para calcular el tamaño de los
asentamientos del Precerámico Tardío en las tierras bajas mayas.
A escala regional, la consideración de la distribución de artefactos de piedra tallada para el Precerámico
Temprano y Tardío permite un cálculo general de los asentamientos antes de la aparición de las aldeas
sedentarias:

Los variados ambientes que fueron explotados durante el Precerámico Temprano en el norte de Belice sugieren
que los pobladores pueden haber seguido una estrategia de subsistencia similar a aquella propuesta para Chan-
tuto [Chiapas], con asentamientos permanentes o semipermanentes que tenían acceso a recursos de las tierras
elevadas y del margen de los pantanos, como Colhá y Pulltrouser, que hacían las veces de bases residenciales,

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al tiempo que se explotaban recursos de ubicaciones especializadas en la cadena montañosa cubierta de pinos
y en las áreas costeras sobre una base estacional. [...] Esta combinación de producción de pedernal y cultivo de
humedales que domina en el registro arqueológico del Precerámico Temprano en Colhá y el pantano Cobweb,
y su presencia deben haber impulsado el sedentarismo para controlar los recursos permanentes en una época en
que, seguramente, las densidades demográficas iban en aumento (Iceland 1997: 287-288).

Los estudios han identificado como elementos característicos del Periodo Precerámico Temprano los
grandes bifaciales con pedestal (puntas de estilo Lowe) (Kelly 1993; Iceland 1997; Lohse et al. 2006).
Thomas Kelly propone que estos impresionantes bifaciales pedunculados, cuyas dimensiones promedio
están entre 9,3 centímetros de largo y 6 centímetros de ancho, pueden haber sido usados como parte de
lanzas u arpones (Kelly 1993: 215). Iceland (1997) no comparte esta interpretación al considerar la distri-
bución de las puntas a lo largo de diversas zonas ambientales. Las puntas lowe se asemejan a la parte per-
durable de los cuchillos enmangados. Las herramientas que el autor ha podido examinar muestran retoque
en ambas caras que tienen filos biselados (véase Kelly 1993: 210), y parecen haber sido retocadas mientras
se encontraban aún en su empuñadura. Otros artefactos de piedra distintivos del Periodo Precerámico
Temprano eran enormes macrolascas de hasta 25 centímetros de largo, grandes núcleos, lascas puntiagudas
y pequeñas láminas-lascas (Iceland 1997: 29).
Los artefactos diagnósticos de piedra tallada para la etapa siguiente, el Periodo Precerámico Tardío
(1750-950 a.C.) son los unifaciales en forma de raqueta (Gibson 1991; Iceland 1997; Lohse et al. 2006;
Rosenswig 2006a). Los estudios de huellas de uso revelan que fueron utilizadas como azadones, instru-
mentos para trabajar madera y, de forma ocasional, como coas (Iceland 1997: 229; cf. Gibson 1991;
Hudler y Lohse 1994). Todos estos usos se relacionan con la limpieza de la vegetación y la preparación de
los campos. Otras herramientas líticas de este complejo posterior incluyen núcleos y macroláminas, bifaces
y láminas de retoque abrupto, formas e instrumentos que resultan de utilidad para múltiples labores de
corte y raspado (Iceland 1997: 28-29). Las piedras de molienda para el procesamiento de maíz o mandioca
se encuentran notoriamente ausentes en estos inventarios precerámicos. Sin embargo, la inexistencia de
artefactos para moler y machacar puede ser debida a los contextos especiales representados en la muestra
arqueológica; la mayoría de las excavaciones fueron efectuadas en áreas de producción de herramientas de
piedra tallada más que en zonas habitacionales. En algunos sitios precerámicos los morteros y cuencos de
piedra se asocian con los unifaciales adelgazados (Zeitlin 1984; cf. Iceland 1997: 183), por lo que podrían
ser atribuidos al Periodo Arcaico Tardío. Pohl y sus colegas (1996: 365-366) reportan fragmentos de ma-
nos y metates en depósitos del Precerámico Tardío en cuatro de sus excavaciones.
La distribución de los sitios del Precerámico Temprano y Tardío en el norte de Belice resulta casi
idéntica, lo que sugiere la continuidad y la estabilidad de las poblaciones del Periodo Arcaico Tardío y la
explotación de la misma gama de recursos naturales (Clark y Cheetham 2002; Lohse et al. 2006). El terri-
torio señalado por la distribución de las herramientas de piedra del Periodo Arcaico fue, luego, el hogar de
dos grupos diferentes, según resulta evidente en los conjuntos cerámicos contemporáneos Cunil y Swasey
(véase la discusión en Clark y Cheetham 2002). La adopción de las artes cerámicas en el territorio de
Cunil, en el centro de Belice, concuerda con el sedentarismo aldeano. Las instituciones de diferenciación
por rangos sociales siguieron de cerca a las primeras evidencias de cerámica y vida aldeana. Jaime Awe
planteó un argumento sostenible para la presencia de diferencias en Cahal Pech, Belice. Él calculó que
tal diferenciación existía ya alrededor de 1150 a.C., para los inicios de la fase, pero sus datos acerca del
supuesto consumo privilegiado de bienes foráneos y arquitectura doméstica especial demuestran que los
rangos sociales comenzaron hacia el final de aquella, cerca de 1000 a.C. (Awe 1992).
El pequeño caserío de Cahal Pech, ubicado sobre una colina, tenía una extensión de 0,75 hectáreas,
pero había otros localizados sobre diversas elevaciones en un área de 2 kilómetros (Cheetham 1998: 20).
Otro asentamiento de menores dimensiones, pero con arquitectura pública, se encuentra en Blackman
Eddy, ubicado 20 kilómetros río abajo y al este de Cahal Pech (Garber et al. 2004). El arreglo disperso
de caseríos pequeños en la región más grande de Cahal Pech resulta comparable al agrupamiento aldeano
registrado para Paso de la Amada durante la fase Barra. Se calcula un total de 75 a 150 personas para la
región de Cahal Pech en la fase Cunil.

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La evidencia para la presencia de una sociedad diferenciada por rangos en Cahal Pech se encuentra en
las disparidades en el consumo. La mejor información procede de 12 excavaciones efectuadas en la Plaza
B, que revelaron los restos de cuatro estructuras residenciales y sus desechos asociados. Los nuevos datos
muestran el consumo privilegiado de artefactos de jade, vasijas incisas y arquitectura doméstica de carácter
especial (Cheetham 1996, 1998; Clark y Cheetham 2002). No se han encontrado entierros humanos para
este tiempo en la región. Una de las cuatro residencias resultó más lujosa que las otras y allí se hallaron
más bienes especiales que en cualquier otro lugar. Los artefactos procedentes de otras áreas incluyeron
piezas de mosaicos de jade, cuentas de concha marina, lascas de obsidiana importada de las tierras altas de
Guatemala (Awe 1992: 341; Awe y Healy 1994) y vasijas especiales con cruces, posibles diseños de alas de
ave y otros motivos incisos (Cheetham 1998: fig. 8). Los motivos de estas vasijas muestran una semejanza
estilística con aquellos de Oaxaca y otros lugares, y constituyen una evidencia sólida de conexiones e in-
fluencias foráneas en Cahal Pech hacia 1100 a.C. El hecho de que tales vasijas incisas aparezcan solo en la
residencia más elaborada y no en las demás implica un acceso desigual y, posiblemente, algunos beneficios
derivados de ello (Cheetham 1995, 1998).
La residencia más elaborada de Cahal Pech es la Estructura B-IV 10a-sub. Fue preservada al quedar
cubierta por las ampliaciones de los edificios posteriores. La Estructura B-IV tiene una larga historia: sus
14 episodios constructivos cubren toda la secuencia ocupacional de Cahal Pech, desde 1150 a.C. hasta 900
d.C., e incluso puede estar sobrepuesta a un delgado depósito del Periodo Arcaico Tardío. Su nivel inferior
parece ser acerámico (Cheetham 1995: 27; 1998: 21). En su configuración tardía, la Estructura B-IV era
un modesto templo ubicado en una plaza formal. Los edificios más tempranos ubicados debajo de los
templos superpuestos resultan de interés. La Estructura B-IV comenzó como una modesta residencia que
fue reconstruida y elaborada con el paso del tiempo, y su ubicación fue designada, luego, como un lugar
valioso para albergar un adoratorio público:

El ejemplo más elaborado de la arquitectura de la fase Cunil (la Estructura B-IV 10a-sub) es, también, el
último edificio de la fase Cunil en la secuencia de la Estructura IV. […] [La Estructura] 10a-sub consistía de
una edificación de varas y paja recubierta de estuco, colocada sobre una plataforma estucada de 20 centímetros
de altura con el acceso (o eje principal) orientado ligeramente al oeste del Norte magnético. El piso interior de
este edificio, que también estaba estucado, era 20 centímetros más bajo que la plataforma en la que se ubicaba
la construcción. Una «banqueta», de 65 centímetros de ancho, cubierta con estuco calizo, se adosa al muro
interior este; una banqueta similar probablemente bordeaba el muro oeste también. Los muros exteriores de la
Estructura 10a-sub estaban decorados en forma «veteada» —al estilo de los postes de los barberos— con bandas
verticales de pintura roja ligera […] (Cheetham 1998: 22).

Otras residencias de la fase Cunil, descubiertas bajo el área nivelada de la Plaza B, fueron construidas
sobre plataformas bajas, con apisonados hechos de una mezcla de tierra, arcilla y arena caliza. Las superes-
tructuras eran de varas y paja. No fue utilizado estuco de cal dentro o fuera de estos edificios, ni tampoco
se pintaron sus muros exteriores (Cheetham 1996, 1998: 21). Las construcciones más antiguas debajo de
10a-sub eran similares a estas residencias cunil, y tenían apisonados de tierra-arcilla-arena, así como su-
perestructuras de varas y palma, pero con pisos estucados. Asociados a estos edificios se hallaron desechos
domésticos comunes —los pisos 11 y 12 en la Estructura B-IV— (Awe 1992: 205-208). Los edificios
posteriores (10a-sub, 10b, 10c) también incluyeron más de una estructura. David Cheetham planteó
que las unidades domésticas comunes comprendían una vivienda principal, y una o más estructuras extra
(Cheetham 1996, 1998). El hecho de que tales residencias tempranas no fuesen muy elaboradas permite
pensar que la sociedad jerárquica no comenzó con la fundación de Cahal Pech. Los habitantes de estas
modestas viviendas tenían acceso al jade y a las cuentas de concha marina, así como a la obsidiana, aunque
en menores cantidades que sus vecinos de la Estructura 10a-sub.
¿Fue la Estructura B-IV 10a-sub de Cahal Pech un edificio de carácter ritual o una vivienda? La opi-
nión de Awe es que «[...] [l]a gran cantidad y variedad de los artefactos, además del origen exótico de varios
elementos (jade, obsidiana y concha marina) dentro de la Ofrenda 1 [hallada sobre el piso] indica que la
Estructura B-4 pudo ser la vivienda de una familia rica o que fue utilizada para importantes funciones

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rituales» (Awe 1992: 342). Él optó por la primera opción, mientras que el autor del presente trabajo inter-
preta tal estructura como una vivienda y evidencia de desigualdad hereditaria.
Ninguna de las estructuras consecutivas en la secuencia de B-IV fue idéntica. Hubo una consistente
elaboración y ampliación en el transcurso del tiempo, con un cambio eventual en su forma y función (Awe
1992: 133-136; Cheetham 1996). La última vivienda de la fase Cunil en este lugar fue deliberadamente
quemada y se dejó sobre el piso al menos una ofrenda de objetos (Awe 1992: 121-123). Awe (1992: 135,
341) consideraba que esta, designada como Ofrenda 1 (Cache 1), conformada por 133 piezas, tuvo un
carácter de clausura. Incluía objetos especiales que pueden haber sido elementos de atavío o partes de una
máscara, tal como tres piezas de mosaico de jade tallado, un colmillo canino y un omóplato de pecarí per-
forados, y 19 cuentas de concha marina. El ritual de clausura puede haber incluido la quema de la vivienda
para conmemorar la muerte de un líder de la aldea que hubiese habitado allí, mientras que las construc-
ciones posteriores funcionaron como santuarios en su memoria y, después, como templos. Esta podría
representar la secuencia natural para la veneración de los ancestros (véase McAnany 1995). Los materiales
ofrendados pueden haber sido varias de las pertenencias personales del líder, y algunos de tales elementos
pueden haber conformado indicadores de atavío y poseído posibles funciones chamánicas.
Los eventos y circunstancias que llevaron al surgimiento de la sociedad diferenciada por rangos en
Cahal Pech no resultan todavía claros, pero parecen haber involucrado alguna forma de logros sociales
tal como se ha propuesto para otras comunidades. Los artefactos especiales hallados en asociación con la
Estructura B-IV 10a-sub indican que esta vivienda estaba involucrada en el intercambio a larga distancia,
la acumulación y, tal vez, la innovación cerámica. También se puede sostener el argumento de una parti-
cipación en actividades rituales y chamanismo (véase Cheetham 1998). Por el momento, todos los casos
considerados de las tierras bajas de Protomesoamérica sugieren que la participación en rituales constituyó
un aspecto fundamental en el liderazgo de las aldeas tribales y, tal vez, fue parte de su eventual transforma-
ción hacia la diferenciación social por rangos.

3. Las jefaturas de la sierra

Las condiciones ecológicas en las tierras altas semiáridas de México divergen, en forma significativa, de los
cuatro casos de tierras bajas antes analizados y, por ello, con frecuencia se piensa que conllevan importan-
tes diferencias en la evolución de la complejidad social. Debido a la relevancia de la historia del valle de
Tehuacán en las ideas tempranas acerca de la evolución del cultivo del maíz y la civilización mesoameri-
cana, los ejemplos del altiplano han recibido mayor notoriedad que otros. Los mejores datos se encuentran
disponibles para el valle de Oaxaca y para el surgimiento de la gran aldea de San José Mogote como pre-
cursora de la ciudad de Monte Albán.

3.1. Los protozapotecas del valle de Oaxaca

La secuencia del valle de Oaxaca se extiende hasta 11.000 a.C. y continúa en forma ininterrumpida hasta
la actualidad (Flannery et al. 1981; Marcus y Flannery 1996; Voorhies y Metcalfe 2007). Las ocupaciones
tempranas de este valle semiárido son conocidas en cuevas, abrigos rocosos y algunos sitios abiertos. Las
posteriores se acumularon sobre los bancos de los ríos que bisecan los tres largos brazos que conforman
el gran valle de Oaxaca. Solo dos yacimientos —Cueva Blanca y el abrigo rocoso Martínez— han sido
reportados para el periodo crucial de 3800-1800 a.C., justo antes del surgimiento de la vida aldeana, y la
evidencia para tales sitios resulta notablemente exigua (Marcus y Flannery 1996: 59). Este intervalo de
2000 años del Periodo Arcaico Tardío es también la época menos conocida en la secuencia del vecino valle
de Tehuacán (MacNeish 1972; cf. Niederberger 1979; Voorhies y Metcalfe 2007). Sin embargo, a pesar
de esta carencia en la secuencia del Arcaico, los datos de Oaxaca proporcionan un valioso registro de las
tribus aldeanas desde 1850 a.C. hasta el advenimiento de las sociedades diferenciadas por rangos alrededor
de 1300 a 1200 a.C. Las investigaciones acerca del patrón de asentamiento para las fases subsiguientes del
Periodo Formativo Temprano, en conjunto con los datos procedentes de las amplias excavaciones de vivien-
das y complejos domésticos, proporcionan información sobre la posible evolución de las jefaturas aldea-
nas en Oaxaca.

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186 JOHN E. CLARK

Los datos de Oaxaca y Tehuacán señalan la permanencia de las sociedades organizadas como bandas
hasta después de 5500 a.C. Los grupos que habitaban los valles semiáridos de Tehuacán y Oaxaca parecen
haber adoptado la horticultura y las maneras tribales después de que lo hiciesen los grupos de las tierras
bajas (véase Piperno y Pearsall 1998: 314). A diferencia de los pobladores lacustres del templado valle
de México —lo que se discute más adelante— y de los cazadores-pescadores-recolectores de las tierras
bajas neotropicales, los habitantes del Periodo Arcaico Tardío de Oaxaca y Tehuacán siguieron un patrón
más nómada de caza generalizada. Para el valle de Tehuacán, Kent Flannery y Joyce Marcus adoptaron
la interpretación de Richard MacNeish (1964, 1972) acerca de los pequeños campamentos y las superfi-
cies de ocupación en cuevas y abrigos rocosos como campamentos estacionales dejados por microbandas
constituidas por cuatro a seis personas. Durante ciertas temporadas del año, diversas bandas pequeñas
podrían haberse reunido en una macrobanda —de 15 a 25 personas— para aprovechar recursos abundan-
tes (Marcus y Flannery 1996: 52). Las superficies de ocupación en las cuevas y abrigos rocosos de Oaxaca
son el resultado del uso estacional de pequeños grupos mixtos de hombres, mujeres y niños. Flannery y
sus colegas interpretaron los datos de Oaxaca entre 9400 a 3800 a.C. como evidencias de la presencia
de bandas, con un cambio importante de la estrategia de caza generalizada hacia la recolección ocurrido
alrededor de 3800 a.C. (Flannery et al. 1981: 57, tabla 3-1; cf. MacNeish 1972; Marcus y Flannery 1996:
61). En particular, la escasa evidencia del Periodo Arcaico Tardío procedente de Cueva Blanca sugiere que
constituía un campo logístico conformado por hombres cazadores de venados más que un campamento
de microbandas típico de los periodos anteriores. Ello señala un cambio en las prácticas de subsistencia y
movilidad desde los sitios de caza generalizada a campamentos-base o campamentos logísticos, lo que po-
dría indicar los inicios de la organización tribal. Marcus y Flannery calcularon una población total de entre
75 a 150 personas para el Periodo Arcaico Tardío en los 2000 kilómetros cuadrados del valle de Oaxaca
(Marcus y Flannery 1996: 53).
De particular interés resultan los datos de un sitio ubicado al aire libre debido a que aportan infor-
mación sobre posibles instituciones igualitarias. Gheo-Shih, un asentamiento del Periodo Arcaico Medio
(5500-4800 a.C.) de 1,50 hectáreas de extensión, es considerado como un campamento de macrobandas
utilizado de junio a agosto para explotar las vainas del árbol de mezquite que producían «180 a 200 kilos
de porciones comestibles por hectárea» (Flannery et al. 1981: 62). Se ha interpretado un espacio abierto
rectangular de 20 por 7 metros en la parte central, con sus extremos más largos delimitados por rocas,
como un «área de danza» (Flannery et al. 1981: 62; Marcus y Flannery 1996: 58; cf. Flannery 2001). Hay
evidencias de pequeños refugios rústicos o paravientos ubicados alrededor del área central, y existen posi-
bles indicios de la manufactura especial de cuentas de cantos rodados en dicha zona habitacional (Marcus
y Flannery 1996: 59). Todos estos datos revelan diversos mecanismos integradores al nivel de la banda que
tenían como fin promover la cohesión del grupo en los albores de la vida tribal. Se piensa que pudieron
haber sido desarrolladas otras actividades durante las reuniones estacionales en sitios como Gheo-Shih,
entre ellas «rituales de grupo, entrega de regalos, intercambios y, tal vez, incluso iniciaciones y cortejos»
(Marcus y Flannery 1996: 53). Muchas de estas actividades continuaron siendo las prácticas básicas de la
interacción social en tiempos posteriores. Con el surgimiento de los grupos de aldeas autónomas, se des-
taca la importancia de un par de creencias y prácticas adicionales: «[u]na fue la creencia en la descendencia
de un ancestro común. La otra fue la afiliación en fraternidades en las que había que ser iniciado» (Marcus
y Flannery 1996: 25).
Las pruebas para tan notables inferencias proceden de los análisis de la vida aldeana durante la fase
Tierras Largas (1750-1300 a.C.) y la primera mitad de la siguiente fase, San José (1300-900 a.C.). Se
encontró cerámica aún más temprana y una estructura doméstica correspondiente a una efímera ocupa-
ción espiridión (1850-1750 a.C.), pero los tiestos están, en la actualidad, limitados a una sola pequeña
excavación en el sitio de San José Mogote, la principal aldea del Periodo Formativo Temprano en el valle
de Oaxaca (Marcus y Flannery 1996: 75). La cerámica de la fase Tierras Largas es la primera fácilmente
reconocible y ampliamente distribuida en la región. Durante ella, los asentamientos se extendieron a lo
largo de los tres brazos del valle de Oaxaca, con 19 sitios conocidos. Se calculó que entre 463 a 925 perso-
nas ocupaban dichos ramales del valle hacia el final de esta fase (Marcus y Flannery 1996: 78). La mayoría
habitaba en caseríos muy dispersos, de 1 a 3 hectáreas de extensión, mientras que San José Mogote era la

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excepción a la regla, ya que contaba con 7 hectáreas. La población de esta gran aldea estaba disgregada en
«nueve áreas residenciales diferentes», con una población estimada de entre 71 a 186 personas. Cada sector
residencial tenía, aproximadamente, el tamaño de uno de los pequeños caseríos circundantes que parecen
haber albergado entre 25 a 50 personas. Esos caseríos comprendían entre cinco a 10 pequeñas viviendas,
confortablemente separadas, para el acomodo de cuatro a cinco personas, cada una con su propio patio
y pozos subterráneos de almacenamiento. Más del 50% de la población del valle se encontraba dispersa
alrededor de San José Mogote en el ramal norte del valle, el lugar con los suelos y las condiciones ecológicas
más favorables para el cultivo del frijol, la calabaza, el maíz y el chile, así como el mejor acceso a las laderas
montañosas adyacentes para la obtención de diversas materias primas y alimentos (Marcus y Flannery
1996: 81-82).
San José Mogote fue una de las primeras aldeas en Mesoamérica, y la mayor de Oaxaca durante el
Periodo Formativo Tardío. Hacia 1600 a.C. era una aldea de carácter igualitario de cerca de 180 habitantes
(Marcus y Flannery 1996: 79), y, con el tiempo, prosperó en tamaño e importancia. Durante la fase San
José creció hasta su máxima extensión de 70 hectáreas y albergó una población de 1000 habitantes, la mi-
tad de los moradores del valle en aquel momento (Marcus y Flannery 1996: 106). Después de 1300 a.C.
ocurrió allí una importante transformación social con la aparición de la sociedad diferenciada por rangos y
los líderes hereditarios (Marcus y Flannery 1996: 93, 106; Flannery y Marcus 2005: 466). Después, hacia
1000 a.C., esta misma comunidad presenció el surgimiento de amplias plataformas basales escalonadas de
piedra y adobe (Flannery y Marcus 2005: 466).
Cerca del límite occidental del agrupamiento de aldeas de San José Mogote, Flannery y sus colabora-
dores descubrieron varios edificios públicos pequeños de la fase Tierras Largas. La construcción especial de
dichos edificios, así como su forma, orientación, tratamiento y elementos, la distinguen de las viviendas
(Flannery y Marcus 1976: 210-211). Estos estudiosos interpretaron tales edificaciones como el antiguo
equivalente oaxaqueño de las Casas de Hombres (men’s houses): «Periódicamente cada uno de estos edifi-
cios era destruido y se construía uno nuevo prácticamente en el mismo lugar. Al no medir más de 4 por
6 metros, tales construcciones solo podrían haber albergado a una fracción de la comunidad» (Marcus y
Flannery 1996: 87). Estas pudieron haber funcionado como «[...] estructuras de acceso limitado donde
un pequeño número de hombres, ya iniciados, podían reunirse para planear ataques o cacerías, realizar
rituales agrícolas, fumar o ingerir plantas sagradas, y/o comunicarse con los espíritus» (Marcus y Flannery
1996: 87). Todas esas prácticas y ritos pudieron haber servido para distender las tensiones sociales entre
los aldeanos.
La veneración de los ancestros y el principio del linaje han sido deducidos a partir de las figurillas cerá-
micas tempranas y de las vasijas algo más tardías grabadas con diseños de criaturas sobrenaturales interpre-
tadas como el Terremoto (tierra) y el Rayo (cielo), fuerzas duales de la naturaleza que fueron importantes
incluso para los descendientes zapotecas de los antiguos pobladores de Oaxaca (Marcus y Flannery 1996:
95). La veneración a los ancestros era fundamental para la integración social puesto que: «[u]n individuo
está integrado dentro de un grupo mayor de parientes por una ascendencia compartida; los espíritus de los
ancestros son invitados a tomar parte en las actividades de sus descendientes; la presencia continua de los
ancestros, ya sea en forma de entierros o como restos óseos preservados, hace que prosperen los cultivos y se
obtenga el éxito en la guerra, lo que refuerza el derecho propio a un sector particular de la tierra» (Marcus
y Flannery 1996: 78).
Con la excepción de una figurilla femenina de barro hallada en niveles precerámicos en Zohapilco
(Niederberger 1979), en el valle de México (véase abajo), las figurillas aparecen en Protomesoamérica des-
pués del surgimiento del sedentarismo y la adopción de la cerámica. Entre los aldeanos de la fase Tierras
Largas, Marcus y Flannery (1996: 87) sostenían que «la mayoría de estas figurillas parecen representar
ancestros femeninos, y formar parte del complejo ritual de la mujer centrado en el hogar. […] había un
complejo ritual separado para el hombre, enfocado en las Casas de Hombres ubicadas a cierta distancia
de las viviendas». Los fragmentos de figurillas, predominantemente femeninas, resultan abundantes en los
desechos domésticos, pero no se ha encontrado ninguno en las estructuras especiales consideradas como
Casas de Hombres. De manera similar, los entierros se hallaron asociados a las viviendas o debajo de sus
pisos, pero no en los edificios públicos especiales (Marcus y Flannery 1996: 878-888). El entierro de un
ancestro propio en las inmediaciones constituye una clara afirmación de propiedad. Debió haber sido

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también, fundamentalmente, un importante acto ritual para restaurar la cohesión del grupo después de la
pérdida de uno de sus miembros. Marcus y Flannery (1996: 96) enfatizaron el hecho de que el tratamiento
mortuorio no estandarizado y las orientaciones de las tumbas apuntaban a que cada persona que ameritaba
un reconocimiento social y un entierro era tratada más como un individuo que de acuerdo con los roles
sociales. Esto cambió en la fase siguiente con el surgimiento de los rangos sociales hereditarios y los entie-
rros convencionales en cementerios especiales (Marcus y Flannery 1996: 96).
Las distinciones propuestas respecto a los clanes del Cielo y de la Tierra entre los grupos del Periodo
Formativo Temprano que habitaban en Oaxaca pueden fecharse más adecuadamente en la etapa en la que
el liderazgo en San José Mogote se volvió hereditario que en la fase Tierras Largas, de igualitarismo aldeano.
No obstante, estas posibles diferencias de clanes son consideradas como anteriores a los orígenes de los
rangos, y que solo se materializaron en vasijas cerámicas especialmente grabadas en una época posterior
(Flannery y Marcus 1994: 387; para una opinión contraria, véase Clark 1997; Lesure 2000). También se
consideró que tales diferencias de dicotomía se hallaban presentes a todo lo largo de Protomesoamérica,
según se ha deducido a partir de la distribución de diseños semejantes entre otros grupos contemporáneos
(Marcus 1999). Resulta fundamental enfatizar que las afirmaciones relacionadas con el significado de tales
diseños no han sido demostradas aún en forma lógica o sustantiva y, lo más importante, que los diseños se
originaron entre los olmecas de San Lorenzo, y que su presencia en San José Mogote y en otros sitios indica
relaciones de intercambio con la entidad política más compleja de San Lorenzo en aquel tiempo. Entonces,
es muy posible que los protozapotecas de San José Mogote adoptaran las instituciones de rangos sociales
por medio de sus distantes compañeros de intercambio olmecas (Clark 1997).
Flannery y Marcus plantearon la transición a las jefaturas simples en San José Mogote y su región a par-
tir de los grupos organizados en torno de líderes carismáticos en competencia (big men). Su modelo explica
muchas de las actividades reconstruidas para la época Tierras Largas, así como la evolución del liderazgo
hereditario durante la fase San José:

San José Mogote debe […] haber tenido una sucesión de líderes autoseleccionados y socialmente ambiciosos que
supiesen cómo convertir en obras públicas prestigiosas su excedente agrícola tan difícilmente obtenido. Tales
hombres, según nos dice el registro etnográfico, acumulan más que su grupo de esposas, parientes y afines, así
como un cuerpo de seguidores que obedecen sus órdenes a cambio de favores y gloria reflejada. Probablemente
fue esta forma de liderazgo, y no solo la tierra de primera clase, lo que atrajo a los nueve grupos de familias hacia
San José Mogote durante la fase Tierras Largas (Marcus y Flannery 1996: 88).

Como se ha señalado, entre los mokayas de la costa de Chiapas parece haber ocurrido un proceso seme-
jante de festines y liderazgo competitivo, pero en una época anterior (Clark y Blake 1994).

3.2. Los agricultores tempranos del valle de México

Las explicaciones acerca de la evolución de las sociedades complejas en la sierra templada de México han
llegado a ser paradójicas. En un ensayo que analizaba tales cuestiones, Sanders y Price (1968) consideraban
que, posiblemente, las primeras civilizaciones o Estados de Mesoamérica evolucionaron en Teotihuacán,
al norte de la cuenca de México, mediante un proceso de simbiosis regional. Sin embargo, los resultados
de las investigaciones desarrolladas en los últimos 40 años han demostrado que Teotihuacán fue una de
las civilizaciones que surgieron de forma tardía en Mesoamérica, y que los primeros desarrollos ocurrieron
en las tierras bajas del Golfo (Clark 2008 ms.). La historia del surgimiento de las jefaturas o sociedades
diferenciadas por rangos en el valle de México resulta igualmente problemática. Por lo menos tres co-
munidades del valle parecen haber construido centros con jefaturas en Tlapacoya, Tlatilco y Coapexco
hacia 1300-1150 a.C. (Niederberger 1996), pero lo que resulta discutible es la carencia de antecedentes
confiables para cada uno de ellos. Dichos centros muestran evidencias de contactos significativos con los
olmecas de San Lorenzo —así como con otros grupos—, en el momento de la aparición de los primeros
indicios de la jerarquización social (Tolstoy 1989: 98; Clark 1997). De este modo, el asunto fundamental
estriba en determinar si las primeras sociedades con jefaturas del valle de México se desarrollaron en forma
independiente o si fueron el resultado del préstamo de instituciones culturales de sus vecinos:

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La información acerca de la composición y distribución de los sitios sugiere la existencia de una jerarquía cre-
ciente entre los asentamientos, iniciada hacia 1250 a.C. […] Al parecer, Tlapacoya, Tlatilco —y, tal vez, alguno
de los sitios cubiertos por El Pedregal— constituían asentamientos de mayor nivel en la cuenca de México; estos
presentaban dimensiones superiores, mantenían poblaciones más grandes y densas, y sostenían actividades y
funciones más variadas que las aldeas y caseríos contemporáneos. Los líderes de tales comunidades mayores
eran capaces de controlar, política y económicamente, una constelación de aldeas satélites menores en sus terri-
torios circundantes (Niederberger 1987: 692-704; 2000: 177).

Christine Niederberger (1996, 2000) presentó el mejor argumento para la presencia de jefaturas du-
rante el Periodo Formativo Temprano en el valle de México. Los indicadores materiales del liderazgo y los
privilegios hereditarios se encuentran en los patrones de asentamiento regionales, el tamaño de los centros
regionales principales, la presencia de montículos de tipo plataforma en los sitios centrales y de entierros de
alto estatus con numerosas ofrendas funerarias consistentes en bienes obtenidos por medio del intercambio
a larga distancia (Niederberger 1996, 2000). Sin embargo, no todos ellos aparecen en la integridad de los
sitios. Tlatilco es el más famoso de los tres centros tempranos y resulta conocido, principalmente, por los
cientos de entierros que fueron rescatados en la excavación de una ladrillera (Covarrubias 1943, 1950,
1961; Piña Chan 1952, 1953, 1955, 1958; Porter 1953; Romano 1962, 1963, 1965, 1967, 1972; Piña
Chan y Covarrubias 1964; Ochoa 1982, 1989, 2003; Tolstoy 1989; García Moll et al. 1991; Joyce 1999;
Nebot García 2004). Tlatilco tenía un tamaño de, por lo menos, 20 hectáreas y fue ocupado durante los
periodos Formativo Temprano y Medio (Grove 1981, 2000a, 2000b, 2001). Al interior y en medio de
los entierros fueron encontrados restos de viviendas, pozos de almacenamiento y plataformas bajas de
tierra (Porter 1953; Ochoa 1989; Niederberger 1996), pero la cronología de tales elementos aún debe ser
trabajada (Tolstoy y Guénette 1965; Tolstoy 1978, 1989; Sanders et al. 1979; Ochoa 1982). Paul Tolstoy
planteó que la mayor parte de los cientos de entierros rescatados en este sitio se fechan entre 1200 a 950
a.C. y que la «cerámica, figurillas, sellos, máscaras, herramientas de piedra y hueso, instrumentos musicales
y adornos personales […] sugieren una sociedad diferenciada por rangos» en dicho lugar (2001: 758):

[…] el estudio comparativo de las ofrendas funerarias muestra una variación considerable entre los individuos.
Los entierros asociados muestran grupos con ofrendas limitadas o sin ellas, o con herramientas artesanales
especializadas; también hay otros entierros con ofrendas ricas y variadas, pero sin elementos exóticos aprecia-
dos, y entierros de alto estatus con bienes de prestigio regionales y foráneos, como jadeita, serpentina, conchas
marinas y espejos de mineral de hierro (Niederberger 1996: 92).

El entierro de mayor estatus encontrado hasta el momento tenía un collar con 826 cuentas de jade de
diferentes colores y formas, un cuenco con ocre, fragmentos de un espejo de mineral de hierro y 12 vasijas
de cerámica fina (Niederberger 1996: 92).
La evidencia de Coapexco resulta ser de un tipo completamente diferente, y procede de amplias excava-
ciones y el reconocimiento intensivo de las 44 hectáreas de este sitio, localizado en una pequeña cordillera
montañosa al este de Tlapacoya. Coapexco parece haber sido ocupado solo durante un siglo (Tolstoy 1989:
93) y haber tenido alrededor de 1600 habitantes (Tolstoy y Paradis 1970; Tolstoy y Fish 1975; Tolstoy et
al. 1977; Tolstoy 1989). El sitio muestra, en diversos artefactos, fuertes contactos con los olmecas de las
tierras bajas de la costa del Golfo. Asimismo, las diferencias en el tamaño de las viviendas y en el consumo
de distintas formas de bienes sugieren algunas distinciones de rango entre las unidades domésticas (Tolstoy
1989: 97).
Para Tlapacoya se carece de pruebas respecto de cimientos de viviendas y entierros. La mayor parte del
sitio fue destruida en la década de los sesenta por la construcción de una carretera. La presencia de entierros
con bienes elaborados ha sido inferida a partir del tipo de elementos recuperados durante la remoción de
un gran montículo con bulldozers, pero ninguno de ellos fue registrado por los arqueólogos. La evidencia
acerca del yacimiento del Periodo Formativo Temprano procede de algunas excavaciones de sondeo y de
los datos obtenidos en el transcurso de los años por diversas excavaciones de salvamento. Niederberger
(2000: 179) calcula que, hacia 1200 a.C. —durante la fase Manantial—, el sitio de Tlapacoya se extendía
por más de 70 hectáreas y albergaba casi la misma cantidad de habitantes deducida para el vecino centro

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190 JOHN E. CLARK

de Coapexco. Algunas figurillas especiales parecen representar líderes de aldea y la presencia de rangos
sociales (Niederberger 1996, 2000; Clark 2004b). Tlapacoya es el único complejo del Periodo Formativo
Temprano de la tríada del valle de México para el que existe información disponible sobre las etapas
precedentes. La trinchera de 50 metros de largo excavada por Niederberger en 1969 en las playas fósiles
de Zohapilco-Tlapacoya, un conjunto multicomponente localizado en la orilla norte del lago Chalco-
Xochimilco, en el sur del valle de México, proporcionó evidencias para una secuencia que abarca desde
el Arcaico al Formativo (Weaver 1967; Niederberger 1976, 1979, 1987, 2000; Mirambell 1978, 2000).
La información procedente de Zohapilco (el componente del Arcaico) y Tlapacoya (el correspondiente al
Formativo) brinda datos limitados para establecer la transición de las tribus a las jefaturas en este ambiente
lacustre. El patrón de asentamiento regional para el Periodo Arcaico aún permanece desconocido.
En Zohapilco hubo una ocupación casi continua, iniciada con la fase Playa (6400-4200 a.C.). Dos
interrupciones significativas —en 4200-3100 y 2450-1650 a.C.— fueron causadas por la elevación de
los niveles del lago y/o por los efectos devastadores de erupciones volcánicas locales. Niederberger (2000)
planteó un proceso evolutivo local y gradual desde la protoagricultura hasta el sedentarismo, la horticultura
y el surgimiento de las sociedades diferenciadas por rangos en Tlapacoya, cerca de 1350 a.C. Zohapilco fue
un lugar favorable para la ocupación humana en el transcurso del tiempo debido a sus «espléndidos paisajes
y abundantes recursos», y constituía un «extraordinario caudal ecológico» que proveía recursos alimenticios
durante todas las temporadas del año (Niederberger 1996: 83). Como se ha señalado, la primera figurilla
de arcilla cocida conocida en Protomesoamérica fue hallada en los niveles del Periodo Arcaico Tardío en
este sitio, siglos antes de que aparecieran las primeras vasijas cerámicas en el registro arqueológico.
Los estudios paleoambientales y de restos arqueológicos, faunísticos y de polen revelan que las orillas
del lago de agua dulce de Zohapilco fueron ocupadas a lo largo del año por comunidades pre- o pro-
toagrícolas desde fechas tan tempranas como el séptimo milenio a.C. (Niederberger 1987, 1996). Tales
pobladores tenían acceso a zonas ecológicas diversificadas y cercanas. Explotaban su ambiente lacustre rico
en peces, tortugas y aves acuáticas locales o anfibias, como gallaretas y patos mexicanos, gansos migrantes,
zambullidores y otras especies. Sobre los fértiles suelos aluviales ribereños ya se practicaba la horticultura.
Los pobladores del lago también aprovechaban los recursos procedentes de los cercanos bosques de pinos,
encinos y abedules, el hábitat de pequeños y grandes mamíferos tales como el venado de cola blanca.
Durante el tercer milenio a.C. fue completamente implementada la agricultura de maíz, amaranto, tomate
verde, calabaza, chayote y chile. Por entonces, los habitantes de Zohapilco utilizaban herramientas de pie-
dra para molienda más grandes y más estandarizadas (Niederberger 1996: 84).
En 6400 a.C., Zohapilco aporta la evidencia más temprana del posible sedentarismo (precerámico) y
la horticultura en Protomesoamérica. Esta última incluye un uso menor de los cereales que se convertirían,
posteriormente, en cultivos básicos. En esta fecha temprana, resulta de interés particular la posibilidad
de «una marcada estabilidad territorial» en el valle de México basada, fundamentalmente, en recursos
disponibles en forma natural (Niederberger 1979: 141). La mayor parte de la información conocida para
esta época se refiere a los paleoambientes y a las prácticas de subsistencia más que a la organización social.
No es posible saber cuál era la extensión de Zohapilco durante cada ocupación o cómo se relacionaban
los pobladores de esta aldea con los de otros asentamientos o campamentos en la misma región. Helmut
de Terra (1959) reportó otros dos posibles sitios contemporáneos del Periodo Arcaico Medio cerca de las
orillas de varios de los lagos interconectados de la cuenca de México. Un depósito, fechado hacia 5450
a.C., fue recuperado debajo de los niveles del Periodo Formativo en Tlatilco, y se identificó una superficie
de ocupación con dos fogones delimitados por piedras, el entierro de un individuo adulto, y cierta variedad
de herramientas líticas para cortar y moler en San Vicente Chicoloapan, al norte del lago Texcoco (véase
Clark y Cheetham 2002).
El mapa de distribución de la cerámica temprana en Protomesoamérica (Fig. 1) representa la cerámica
más antigua en Tlapacoya y en la cuenca de México, como el complejo Nevada, aunque resulta ligeramente
anterior a lo propuesto para el complejo Tlalpan de Cuicuilco, en el otro extremo del lago (Tolstoy 1978).
La cerámica nevada se relaciona más cercanamente con aquella del altiplano de Oaxaca, hacia el sureste, y
hay cierta evidencia de intercambios tempranos entre estas dos regiones de sierra (Marcus y Flannery 1996;
Niederberger 2000; véase Weaver 1967; Tolstoy 1978). La fase Nevada de Tlapacoya (1700-1400 a.C.)
está escasamente representada, por lo que se carece de detalles acerca de la organización aldeana más allá

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EL ALBA DE MESOAMÉRICA 191

de los mismos artefactos. Estos incluyen tiestos, algunos fragmentos de figurillas y herramientas líticas. En
la vecina aldea contemporánea de Tlatilco, para la siguiente fase Ayotla (1400-1150 a.C.), los arqueólogos
han encontrado numerosos entierros con ofrendas de vasijas cerámicas y figurillas que incluían, de manera
ocasional, máscaras y sonajas de cerámica (García Moll et al. 1991), las que podrían haberse relacionado
con danzas y rituales públicos.
La evidencia más clara de las marcadas diferencias sociales y, posiblemente, del liderazgo hereditario en
Tlapacoya se encuentra en las figurillas de la fase cerámica Ayotla, que representan hombres adultos que
portan grandes tocados y elaborados atuendos de chamanes y/o jugadores de pelota (Bradley y Joralemon
1993; Niederberger 1996: 90, 2000), algo que indica, tal vez, que el origen de su legitimidad procedía de
la participación en tales actividades y rituales públicos (Clark 2004b). Algunos de los elementos represen-
tados en el vestuario de las figurillas masculinas, tales como los espejos y joyas de jade, fueron incluidos en
los entierros de alto estatus en Tlatilco y Tlapacoya (Niederberger 1996, 2000). Como se ha señalado, la
información procedente de otras sociedades contemporáneas de Protomesoamérica sustenta la idea de que
tanto el chamanismo como el juego de pelota fueron instituciones tribales legadas a las sociedades meso-
americanas posteriores y constituyeron importantes mecanismos de integración social (Clark y Cheetham
2002). En Tlatilco se recuperaron pequeñas máscaras de cerámica usadas para cubrir la mitad inferior del
rostro —también representadas en las figurillas tempranas— y han sido interpretadas como evidencia
de sociedades que incorporaban danzas en sus actividades; estas apuntan a rituales públicos u ocasiones
especiales de alguna clase y que, con seguridad, se remontan a la época tribal (véase Lesure 1997, 1999).
También se han encontrado restos de plataformas elevadas tanto en Tlatilco como en Tlapacoya para la
fase Ayotla (Niederberger 1987: 601-602; 1996, 2000), las que constituyen un testimonio que confirma
que cada sitio era el centro de una pequeña jefatura. Niederberger (2000) propuso que tales desarrollos
eran independientes de otros de Mesoamérica y que fueron estimulados por el control del intercambio a
larga distancia de bienes exóticos y de la información correspondiente asociada a este. Lo mismo puede ser
afirmado para todos los casos de jefaturas tempranas que se han considerado aquí. Según se tratará en la
siguiente sección, el intercambio y la interacción entre sociedades como explicaciones para la evolución de
las jefaturas resultan contradictorios en sí mismos.

4. Los orígenes de la desigualdad y la historia de las jefaturas

La discusión precedente acerca de las causas de la evolución política y social temprana favorece los hechos
por encima de las especulaciones. Al parecer, los registros de eventos concretos para la transición a las so-
ciedades diferenciadas por rangos y jefaturas en Protomesoamérica resultan aún escasos, por lo que todas
las especulaciones relativas a las razones de este cambio evolutivo permanecen en gran medida sin demos-
tración y, seguramente, cambiarán cuando se disponga de mayor información. Con el fin de contar con
explicaciones convincentes para esta transición social se requerirá de mucho más trabajo, pero se conoce lo
suficiente como para hacer algunos comentarios útiles acerca del proceso general. Se han presentado seis
casos de Protomesoamérica como si fueran independientes uno del otro, pero evidentemente no fue así.
Al desarrollar una explicación general se deben separar los de carácter prístino de los secundarios que se
derivaron del contacto con sociedades más complejas o que se beneficiaron del conocimiento de estas. Al
considerarlos por separado, deben distinguirse los procesos ecológicos o análogos de los históricos u ho-
mólogos. La mayor parte de los aquí revisados resultan ser más secundarios que primarios. Es más, es casi
seguro que las primeras sociedades diferenciadas por rangos y jefaturas en las tierras bajas mayas, la región
olmeca y los valles de Oaxaca y México fueron desarrollos secundarios, pero esto no le quita importancia a
sus procesos históricos o hace su explicación menos compleja. De los ejemplos considerados, los mokayas
de la costa de Chiapas tienen las mayores posibilidades de constituir una situación sui generis del origen de
las jefaturas, y el caso de Honduras se muestra, también, como una posibilidad remota. Sin embargo, ello
no es del todo convincente puesto que ambos desarrollos pudieron beneficiarse, de manera significativa,
de contactos indirectos a larga distancia con jefaturas y/o sociedades estatales de Sudamérica (Clark et al.
2008 ms.). El punto metodológico fundamental, en cada circunstancia, debe ser buscado en su ubicación
ecológica e histórica para determinar lo que cambió con el transcurso del tiempo y las posibles razones para
tales transformaciones.

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192 JOHN E. CLARK

En los últimos 15 años ha ocurrido una marcada transformación en la teoría y las explicaciones sobre
el surgimiento de la complejidad social en Mesoamérica. Los venerables modelos de épocas anteriores eran
hipótesis a gran escala que consideraban a las sociedades como sistemas cuyos cambios fundamentales
eran causados por alteraciones en variables cruciales. Los modelos actuales se preocupan, específicamente,
por las instituciones, los grupos, los individuos, la toma de decisiones, las acciones y sus consecuencias, y
constituyen explicaciones históricas, centradas en los actores del cambio. Tales aproximaciones requieren
de una visión mucho más fina del registro arqueológico de la que era necesaria en los paradigmas evolutivos
o de la ecología cultural (Clark 2000). La preocupación se debe centrar ahora en la historia de la vida de
los artefactos, las edificaciones y demás, y en cómo estos se integraron en sistemas regionales y globales
(world systems). La investigación desarrollada hasta el momento permite rechazar las explicaciones estándar
propuestas en las décadas pasadas. La presión demográfica, el cambio tecnológico, la revolución agrícola,
el intercambio y la guerra como motores primarios no proporcionan explicaciones convincentes sobre
los orígenes de los rangos. Protomesoamérica era un lugar escasamente poblado hacia fines del Periodo
Arcaico Tardío y durante los inicios del Periodo Formativo Temprano.
Un elemento evidente en los casos de las jefaturas emergentes que se han analizado aquí es que parecen
conformar un conjunto sincrónico y, por ello, históricamente relacionado. Estos posibles vínculos tempo-
rales están sustentados en las semejanzas de los artefactos entre los grupos. Por ejemplo, la primera cerá-
mica encontrada en las aldeas más tempranas conocidas en Honduras y en la región olmeca de la costa del
Golfo está relacionada con aquella de los mokayas en la costa de Chiapas. Tales afinidades se remontan al
tiempo en que estas sociedades, que se relacionaban entre sí, pueden haber estado organizadas como aldeas
tribales. Las sociedades diferenciadas por rangos parecen haber surgido en Honduras, Oaxaca y México
casi al mismo tiempo (Fig. 2). Dichos grupos contemporáneos compartían rasgos semejantes en las vasijas
y figurillas cerámicas que utilizaban debido a que estaban en contacto con los olmecas de San Lorenzo
en una época en que se promovían tales elementos. Resulta bastante probable que los contactos a larga
distancia entre tales comunidades constituyesen un factor clave en los cambios sociales que ocurrieron en
Protomesoamérica alrededor de 1300 a.C. Este podría ser un ejemplo clásico de relaciones asimétricas
entre los miembros de una sociedad estatal en San Lorenzo que habría comerciado e interaccionado con
miembros de sociedades tribales en otras regiones distantes de Mesoamérica con intervención de indivi-
duos delegados (agents) de sociedades estatales en la colaboración y promoción de los cambios sociales en
las comunidades menos complejas (véase Flannery 1968; Clark 1997).
Los estudios futuros deberán prestar mayor atención a la clase de contacto establecido entre las socie-
dades —más precisamente, las conexiones entre sus miembros—, su ubicación cronológica y su posible
impacto. Todos los pobladores del Periodo Formativo Temprano aquí considerados estuvieron involu-
crados en redes de intercambio e interacción social que se remontan al Periodo Arcaico Tardío; en otras
palabras, las innovaciones de una región llegaron a las demás. Los cultígenos, las prácticas agrícolas, la
tecnología y la información se difundieron de esta forma. Parte de la información clave compartida se
refería a instituciones sociales tales como los rangos hereditarios y el gobierno primitivo. En ese sentido, la
interacción sostenida a diversas escalas entre sociedades resulta ser, claramente, una parte fundamental en
la explicación acerca de los orígenes y dispersión de las instituciones de integración social. Ambos proce-
sos, de innovación y de adopción de las innovaciones, resultan relevantes por igual para las explicaciones
históricas de grupos específicos.
La aparición de las jefaturas y las sociedades diferenciadas por rangos en Protomesoamérica ocurrió en
cada región alrededor de dos siglos después del surgimiento del conjunto de las aldeas sedentarias y de la
tecnología cerámica. El surgimiento de los rangos sociales no corresponde con ningún cambio evidente
en las técnicas agrícolas o en variedades mejoradas de las plantas domesticadas (Clark y Knoll 2005; Clark
et al. 2008 ms.). De esta manera, las alteraciones en las prácticas de subsistencia o el compromiso de una
sociedad con la agricultura no explican el momento de la eclosión de las jerarquías sociales. Más aún, la
sustitución de los modos de vida igualitarios por un sistema basado en el privilegio hereditario parece
haber sido un asunto aldeano, surgido, tal vez, de la conjunción novedosa de determinadas circunstancias
en las aldeas: la residencia concentrada en un espacio confinado, la producción de excedentes de alimentos
confiables, la necesidad periódica de reemplazar los excedentes que se hacían caducos para sustituirlos por

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otros nuevos y la presencia de individuos emprendedores que sabían cómo dar a los viejos excedentes un
uso adecuado mediante el patrocinio de actividades comunales y funciones públicas. Los líderes caris-
máticos o aggrandizers parecen haber sido los beneficiarios principales en la transformación de las tribus
aldeanas en jefaturas y sociedades diferenciadas por rangos. Como se ha señalado para la mayoría de los
casos, estos líderes transicionales también pueden haber sido chamanes.
Las instituciones que sirvieron a las tribus protomesoamericanas durante más de dos milenios fueron
útiles para promover el crecimiento del tamaño de los grupos y la permanencia en un lugar. La revisión
de las seis situaciones proporciona un listado mínimo de posibles instituciones igualitarias y sus transfor-
maciones: áreas de baile y danzantes con atavíos, música y músicos, entrega de regalos, Casas de Hombres
y sus ritos de iniciación asociados —los que pueden haber incluido ingestión de narcóticos— veneración
a los ancestros, clanes, chamanismo, juegos de pelota, festines, bebidas rituales, juegos, apuestas y pro-
yectos de trabajo comunal de diverso carácter. En todos los casos, se piensa que los líderes carismáticos
y/o chamanes eran quienes ocupaban las posiciones de liderazgo y los que planeaban y patrocinaban las
actividades variadas que unían logística y socialmente a la población. El hecho de cumplir tales funciones
en un ambiente aldeano después de generaciones dio lugar al surgimiento de las jefaturas y las sociedades
diferenciadas por rangos. No resulta claro cómo o por qué ocurrió esta transición, pero siempre aparece
asociada a la agricultura y a la tecnología cerámica, y casi siempre a las figurillas cerámicas.
El autor considera que el sedentarismo, la producción de bienes más duraderos en mayores cantidades,
la institución de la propiedad privada o el usufructo de los derechos a la tierra, y la manipulación de las
imágenes humanas fueron cruciales en la modificación de las nociones de la identidad personal y grupal, y
en los derechos y obligaciones intergeneracionales (Clark 2004b). La evolución de la complejidad social no
fue, ni más, ni menos, que la creación de una nueva forma de persona y de ser, y tal vez de una nueva teoría
de conexiones intergeneracionales. En los futuros estudios acerca del surgimiento de la complejidad social
deberá darse mayor importancia a la evidencia arqueológica de las identidades individuales y grupales, y
cómo cambiaron estas con el paso del tiempo. Como se ha advertido en esta revisión, la mejor evidencia
del surgimiento de los rangos en las sociedades del Periodo Formativo Temprano procede de los entierros,
las figurillas y esculturas, así como de las viviendas reconstruidas a lo largo de varias generaciones. Ello in-
dica que las primeras sociedades diferenciadas por rangos surgieron en la costa de Chiapas hacia 1650 a.C.
(Clark 2004a), que el primer Estado evolucionó en San Lorenzo alrededor de 1300 a.C. (Clark 2007), y
que ocurrió un desarrollo de Estados regionales a lo largo de toda Mesoamérica cerca de 300 a.C. (Clark
2008 ms.). Las relaciones interregionales entre los líderes resultaron un factor fundamental en todos esos
procesos. La historia de la civilización mesoamericana se deriva de las innovaciones que surgieron en una
región y se dispersaron a todas las demás, hasta que los pobladores de todas las áreas de esa parte del conti-
nente americano llegaron a compartir las mismas prácticas básicas de liderazgo y poder centralizado.

Agradecimientos

Agradezco la traducción del texto realizada por Lynneth S. Lowe, y la información proporcionada por Jon
Lohse, Rosemary Joyce y Robert Zeitlin.

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BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.° 11CAMINOS HACIA/ ISSN
/ 2007, 205-232 EL PODER...
1029-2004 205

Caminos hacia el poder en el Sureste prehistórico de


Norteamérica*

David G. Anderson a

Resumen

A principios del siglo XVI, cuando los exploradores españoles llegaron por primera vez a la región más tarde conocida como el
Sureste de los Estados Unidos, encontraron sociedades complejas correspondientes al ámbito de las jefaturas en muchas áreas. Este
tipo de organizaciones, con poblaciones que alcanzaban los miles y, ocasionalmente, las decenas de miles de personas, se caracteri-
zaban por una desigualdad hereditaria de individuos y grupos, arquitectura monumental, ceremonialismo elaborado y constantes
guerras entre ellas. Si bien sociedades del tipo que existieron en la parte occidental de Sudamérica y en Mesoamérica no se han
encontrado en el Sureste, diversos estudiosos piensan que, en algún momento, esto pudo haber ocurrido en la región. Ciertamente,
se sostiene que, si bien de manera breve, en Cahokia, en el valle central del Mississippi, surgió un Estado alrededor de 1050 d.C.
Sin embargo, esta época particular, en que las comunidades entablaban contacto y que vieron los exploradores europeos tempranos,
representaba solo el capítulo final de un largo registro que retrocede miles de años en el tiempo. Al parecer, las sociedades comple-
jas caracterizadas por cementerios formales y un elaborado ceremonialismo existían ya hacia fines del Pleistoceno, alrededor de
12.000 a.p., tal como lo representa la cultura Dalton, del valle central del Mississippi, mientras que la construcción de complejos
de montículos masivos de tierra y conchas aparece en muchas áreas en la parte tardía del Holoceno Medio, hacia alrededor de
7000 A.P. De esta manera, las sociedades complejas persistieron por miles de años en el Sureste y, en gran parte de este intervalo,
sus medios de subsistencia fueron la caza y la recolección. La producción agrícola de alimentos solo cobró importancia en los dos
últimos milenios antes del contacto con los europeos, mucho después de que este tipo de agrupaciones estuvieran ampliamente
establecidas.

Palabras clave: construcción de montículos, tribus, jefaturas, Sureste de los Estados Unidos

Abstract

PATHWAYS TO POWER IN prehistoric SOUTHEASTERN NORTH AMERICA

When Spanish explorers first arrived in the region later known as the southeastern United States in the early 16th century, they
encountered complex, chiefdom level societies in many areas. These societies, with populations commonly numbering in the
thousands and occasionally tens of thousands, were characterized by hereditary inequality of individuals and groups, monumental
architecture, elaborate ceremonialism, and were engaged in constant warfare with one another. While state societies like those
present in western South America and Mesoamerica were not found in the Southeast, most scholars believe they would have
eventually emerged within the region. Indeed, some believe that a state did emerge briefly at Cahokia in the central Mississippi
Valley around ca. AD 1050. The contact era societies the early European explorers saw, however, represented only the final chapter
in a long record dating back thousands of years. Seemingly complex societies characterized by formal cemeteries and elaborate
ceremonialism were present in the region as far back as the terminal Pleistocene some 12.000 years ago, as represented by the
Dalton culture of the central Mississippi Valley, while the construction of massive mound complexes of earth and shell appears in
many areas in the later Mid-Holocene era, after ca. 7000 cal yr BP. Complex societies thus persisted for thousands of years in the
Southeast, with hunting and gathering providing the means of subsistence for much of this interval. Agricultural food production
only became important in the final two millennia before contact, long after complex societies were widely established.

Keywords: moundbuilding, tribes, chiefdoms, Southeastern United States

* Traducción del inglés al castellano: Rafael Valdez


a
University of Tennessee, Department of Anthropology.
Dirección postal: 250 South Stadium Hall, Knoxville, Tennessee 37996-0720, Estados Unidos.
Correo electrónico: dander19@utk.edu ISSN 1029-2004
206 DAVID G. ANDERSON

1. Introducción

El desarrollo de sociedades complejas en el Sureste de Norteamérica ha fascinado a los estudiosos por gene-
raciones y muchos arqueólogos aún estudian este tema de manera activa. El trabajo realizado en años re-
cientes ha mostrado que estas florecieron, al parecer, de forma temprana en la región, poco tiempo después
de la supuesta extensa ocupación humana en el Pleistoceno Tardío. Si bien las sociedades más antiguas per-
manecen pobremente documentadas a partir del Holoceno Medio en adelante, las complejas se presentan
más o menos de manera continua en una o más partes hasta el periodo temprano del contacto. Mientras
que los centros individuales surgieron y colapsaron —la mayor parte de ellos con una duración de entre
algo más de uno a pocos siglos—, las formaciones sociales complejas persistieron en una o más áreas desde
el Holoceno Medio en adelante. La discusión resultante es breve por necesidad, pero se inspira y comple-
menta un número de estudios que han aparecido en años recientes y que han tratado acerca del registro
arqueológico del Sureste, y cómo el surgimiento y desarrollo de la complejidad cultural recién comienzan
a entenderse (v.g., Anderson y Sassaman 2004; Gibson y Carr [eds.] 2004; Pauketat 2004, 2005, 2007;
Sassaman y Anderson 2004; Sassaman 2004a, 2005a, 2008; Kidder y Sassaman 2009). La Fig. 1 presenta
los periodos y desarrollos culturales dentro de la región, mientras que la Fig. 2 muestra la ubicación de los
sitios mencionados en el texto.

2. Evidencias de complejidad social en la región del Sureste de los Estados Unidos durante el Pleis-
toceno Tardío y el Holoceno Inicial

La evidencia inequívoca más temprana para un extenso asentamiento humano en el Sureste —y, cierta-
mente, en todo Norteamérica—, data de poco después de 13.500 A.P., cuando los sitios caracterizados
por puntas de proyectil acanaladas clovis, o semejantes a clovis, aparecen en gran número en muchas áreas,
lo que indica que esos lugares los ocupaban poblaciones factibles de reproducirse (Fig. 3). Se desconoce
cuando se dio, en realidad, el asentamiento inicial del Sureste y, si bien esto pudo haber ocurrido miles de
años antes, este es continuo solo después de alrededor de 13.500 A.P. Los restos que son anteriores a esto
representan a pequeños grupos que no se reprodujeron, las denominadas migraciones fallidas (Meltzer
1989), o grupos humanos tan reducidos y con indicios arqueológicos tan efímeros que es improbable que
su complejidad organizacional fuera muy destacada. Ciertamente, las poblaciones del Pleistoceno y del
periodo postpleistocénico inmediato de la región se han asumido hasta la actualidad como organizadas
en grupos sociales correspondientes al ámbito de bandas que eran muy móviles, cambiaban de ubicación
residencial con frecuencia y ocupaban áreas geográficamente extensas. Se considera que el tamaño de
la población de los grupos que vivieron de forma próxima entre sí a lo largo del Pleistoceno Tardío y el
Holoceno Temprano en el Sureste permaneció reducido, quizá con no más de 50 personas, pero con el
agrupamiento de conjuntos más grandes de más de unos cuantos cientos de individuos (grupos de tipo
multibanda o macrobanda), lo que pudo haber ocurrido por breves etapas de unos pocos días —o semanas
a lo más—, quizá estacionalmente, de forma anual o en intervalos más grandes en tanto lo habría permi-
tido la abundancia de los recursos y lo hubiesen requerido las condiciones sociales (Anderson y Hanson
1988; Kidder y Sassaman 2009).
De acuerdo con esta perspectiva tradicional, hasta hoy ampliamente aceptada, los niveles de población
se incrementaron, y el alcance de los grupos se volvió espacialmente más restringido, de la misma manera
en que se limitaron la movilidad y la adquisición de recursos (Anderson 1995; Anderson y Sassaman
2004). Los conjuntos de herramientas aumentaron y se caracterizaron por constituir artefactos adecua-
dos hechos con materias primas locales, ya que los muy notables conjuntos de artefactos del Periodo
Paleoindio, confeccionados con piedra de alta calidad —una adaptación adecuada para una movilidad de
extenso alcance geográfico y mucho más allá de las canteras conocidas— demostraron ya no ser más nece-
sarios. Anteriormente se había asumido que las adaptaciones, cada vez más localizadas, junto con el factor
de las poblaciones crecientes constituyeron un catalizador para el desarrollo de formaciones sociales más
complejas, si bien se pensaba, hasta hace muy poco, que a estas les tomó miles de años para surgir. De he-
cho, para la mayoría de estudiosos, el sedentarismo, el uso residencial extensivo de una ubicación particular
por mucho tiempo durante uno a muchos años, y la conducta territorial, así como el control activo sobre el

ISSN 1029-2004
CAMINOS HACIA EL PODER... 207

Fechas Fechas
calendáricas convencionales
Periodo Cultura/complejo Evento climático
(fechas (años
aproximadas) calibrados A.P.)
Calentamiento pronunciado del clima
1950 D.C. 50 Moderno

1700 D.C. 300 Colonial Revolución Industrial Fin de la Pequeña Edad de Hielo

1500 D.C. 500 Colonización europea Inicio de la Pequeña Edad de Hielo

1000 D.C. 1000 Mississippi Mississippi Periodo Cálido Medieval

600 D.C. 1400 Woodland Tardío Coles Creek


Subatlántico
200 A.C. 2200 Woodland Medio Hopewell

1000 A.C. 3000 Woodland Temprano Adena

Poverty Point

2000 A.C. 4000 Arcaico Tardío Stallings Island Subboreal

3000 A.C. 5000

Arcaico Medio Watson Brake Fines del Hipsitermal

4000 A.C. 6000 Benton Atlántico

5000 A.C. 7000


Inicios del Hipsitermal

6000 A.C. 8000


Bifurcate Episodio frío hacia 8200 A.P.
7000 A.C. 9000
Arcaico Temprano
8000 A.C. 10.000 Corner Notched Boreal

9450 A.C. 11.450 Early Side Notched HOLOCENO

9600 A.C. 11.600 PLEISTOCENO


Fines del Younger Dryas/Preboreal
10.000 A.C. 12.000 Paleoindio Tardío
Dalton/Sloan
10.850 A.C. 12.850 Inicios del Younger Dryas

11.000 A.C. 13.000 Paleoindio Medio Puntas acanaladas clovis Allerød

12.000 A.C. 14.000 Paleoindio Temprano Preclovis Bölling

Fig. 1. Escala de tiempo calendárica para los conjuntos de materiales del Este de Norteamérica durante el Pleistoceno Tardío/Holo-
ceno Temprano (modificado de Anderson 2001: 146).

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Fig. 2. Ubicación de los sitios arqueológicos y culturas mencionados en el texto (elaboración del mapa: Kirk A. Maasch; modi-
ficado de Anderson et al. 2007: 458).

acceso a medios de subsistencia y otros recursos, no aparecieron sino hasta bien entrado el Holoceno Me-
dio, casi seis a siete milenios después de las primeras evidencias de asentamientos generalizados (v.g., Brown
1985; Sassaman y Anderson 2004). Sin embargo, esta representación de la vida en el Sureste durante el
Pleistoceno Tardío y el Holoceno Temprano, casi benigna y relativamente sin complicaciones, se ha cues-
tionado en años recientes.
En tiempos de la cultura Dalton, durante la etapa tardía del Paleoindio, se pueden encontrar eviden-
cias arqueológicas de un grado inusual de ceremonias y rituales públicos unido a una interacción entre
grupos, los que conforman indicios de un nivel mayor de complejidad sociopolítica de lo que se podría
esperar (c. 12.500 a 11.450 A.P.). Si bien las puntas de proyectil dalton aparecen en gran parte del este de
Norteamérica, así como en las Grandes Llanuras (Great Plains) (Justice 1987), es evidente una apreciable
variabilidad en el tamaño y contenido de los sitios y conjuntos en diversas áreas. Las variantes dalton más
elaboradas se ubican en el valle central del Mississippi (Fig. 4), donde se han encontrado sitios con gruesos
depósitos de basura que sugieren asentamientos extensos, así como lo que parecen ser cementerios deli-
mitados y formales, tal como se ha documentado en los sitios Lace y Sloan, ambos situados en el noreste
del estado de Arkansas (Morse y Morse 1983: 70-97; cf. Morse 1975; Morse [ed.] 1997). Por medio del
sondeo por radar, en Sloan se han logrado ubicar más de 20 grupos de artefactos y huesos humanos que pa-
recen representar, de manera integral, un cementerio con tumbas marcadas individuales debido a la falta de

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Fig. 3. Sitios con hallazgos de puntas acanaladas en Norteamérica. Este mapa abarca todos los sitios con evidencias clovis y
variantes de clovis, así como todas las formas acanaladas que hasta el momento no se han atribuido inequívocamente a un
tipo tardío como Folsom, Barnes, Cumberland, entre otros, en la base de datos. Las ubicaciones se basan en el sistema County
Centroid, con la excepción de las de Canadá occidental, que se basan en el Borden Site Grid (ilustración de la Paleoindian
Database of the Americas ([PIDBA], http://pidba.tennesee.edu/; cf. Anderson et al. 2005; cortesía: Stephen J. Yerka).

superposiciones entre los conjuntos. Hasta el momento, este yacimiento arqueológico constituye el cemen-
terio más antiguo de las Américas.
Otro aspecto inusual de esta cultura de cazadores-recolectores del Pleistoceno Tardío fueron la manu-
factura, el intercambio y el aparente uso en contextos rituales de bifaces dalton inusualmente grandes y
muy bien hechas conocidas como las puntas sloan, debido a que fue en este cementerio donde se encon-
traron muchos ejemplares en los entierros y donde la forma del artefacto fue reconocida por primera vez.
Puntas de proyectil dalton sloan de gran tamaño, o «hipertrofiadas», se han encontrado individualmente
o en grupos de ofrenda (caches) en más de 30 lugares a lo largo de cerca de 600 kilómetros de extensión
en el valle central del Mississippi, desde el norte del American Bottom, cerca de St. Louis, al noreste de
Arkansas (Walthall y Koldehoff 1998) (Fig. 4). Si bien las puntas sloan se asemejan a los bifaces, también

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Fig. 4. La cultura Dalton, en el valle central aluvial del Mississippi (modificado de Walthall y Koldehoff 1998: 260-261 y
Anderson 2002: 250; cortesía: The Plains Anthropological Society y International Monographs in Prehistory).

hipertrofiados, hallados en los caches clovis más tempranos de la parte occidental de Norteamérica, difieren
en que no parecen reflejar episodios aislados o muy separados, sino que es probable que hayan sido objetos
bastante comunes que se presentaban en entierros y otros tipos de contextos, posiblemente debido a que
eran indicadores de estatus u ofrendas votivas. Se ha sugerido que los grupos que usaban estas puntas dal-
ton estaban estrechamente relacionados entre sí por el uso ritual de estos objetos en lo que se ha descrito
como un Culto de la Punta Grande (Cult of Long Blade, Fig. 5; Walthall y Koldehoff 1998: 260-261).
En otras palabras, la manufactura, la distribución, el intercambio y la ofrenda de este tipo de puntas en
contextos funerarios o de otra clase ayudó al vínculo entre las poblaciones dalton que vivían a lo largo del
valle central del Mississippi.

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Fig. 5. Puntas dalton del cementerio Sloan, en el noreste de Arkansas. El gran tamaño de muchas de ellas es inusual, lo que
apresuró el planteamiento de especulaciones acerca de que estas «grandes puntas» sirvieron para propósitos ceremoniales (Morse
1997; Walthall y Koldehoff 1998; Sassaman 2005) (foto: Kenneth E. Sassaman, tomada de Sassaman 2005a: 86, con per-
miso de Kenneth E. Sassaman y Timothy Pauketat).

Los bifaces hipertrofiados, los pesos de estólica, las hachas y otros objetos se han encontrado en muchas
culturas posteriores de los periodos Arcaico, Woodland y Mississippi del Sureste, y se postula que dichos
objetos fueron usados para crear y mantener alianzas, reforzar la diferenciación de estatus entre individuos
y grupos y, por medio de su destrucción o entierro, ayudar a mantener su escasez e importancia (Sassaman
1996: 62-64). En la actualidad, es claro que el uso de esos artefactos en el Sureste data del Pleistoceno
Tardío y que correspondían a los grupos humanos que estaban entre los que ocuparon la región de forma
más temprana. Además, se ha postulado que el grado de interacción y relaciones ceremoniales entre las
poblaciones que utilizaban estas puntas dalton sloan en el valle central del Mississippi era algo muy inusual
para la época y que marcaba una experiencia temprana en el desarrollo de algo más complejo que una so-
ciedad de tipo banda, algo posiblemente comparable con las entidades tribales que, se pensaba, surgieron
muchos miles de años después a lo largo de la región durante el Holoceno Medio (Anderson 2002: 250-
251; Sassaman 2005a: 83-85; cf. Bender 1985). Desafortunadamente, la cultura Dalton del valle central
del Mississippi desapareció alrededor o después de c. 11.450 A.P., con el comienzo del Holoceno, y nada
comparable de complejidad semejante volvió a aparecer en el Sureste muchos miles de años después. Las
causas del colapso dalton, tal como se le ha llamado, no se han podido esclarecer (Morse y Morse 1983;

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Fig. 6. Entierro del Periodo Arcaico del sitio de Windover, en Florida, donde la mayor parte de individuos ha sido encontrada
en posición flexionada (Doran 2002). Este entierro tenía una franja de tela conservada sobre su cuerpo. Envolturas que cu-
brían todo el cuerpo eran visibles en muchos contextos funerarios y mostraban una conservación variable (foto: cortesía de Glen
H. Doran, Florida State University, Department of Anthropology).

Morse et al. 1996) y permanecen en el misterio, ya que el sistema fluvial del Mississippi central es uno de
los más ricos entornos ecológicos del mundo y, con sus sistemas fluviales asociados, como el Ohio, Illinois,
Little Illinois y Missouri, ofreció, con probabilidad, el más grande potencial de interacción para cualquier
sitio en el este de Norteamérica, algo que, sin duda, ayuda a explicar el incremento de muchas sociedades
complejas posteriores en esta área en los milenios siguientes. Es posible que la densidad de población
haya crecido a un punto en que el ritual ceremonial y mortuorio ya no era necesario para vincular a los
grupos humanos antes escasamente esparcidos en el paisaje circundante. De manera adicional, el inicio de
la etapa posterior del Younger Dryas, la época del clima del Holoceno —del que se postula que fue más
caliente, constante y previsible (Grafenstein et al. 1999; Anderson 2001; Anderson y Meeks 2008), lo que
resultó, quizá, en pocas o menos pronunciadas fluctuaciones en los recursos de subsistencia— pudo haber
reducido la necesidad de formas organizacionales más complejas, si es que uno de sus propósitos fue el de
ayudar a reducir o superar dicha incertidumbre a los grupos locales (v.g., Braun y Plog 1982; Bender 1985;
Hamilton 1999).
Si bien la cultura Dalton Sloan del valle central del Mississippi fue claramente precoz, el uso de
cementerios delimitados también se daba en otras partes del Sureste durante la posterior etapa del
Holoceno Temprano, de manera especial en Florida, donde los contextos funerarios estaban sumergidos
en pantanos y estanques, algunas veces en grandes números. El sitio de Windover constituye un ejemplo

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Fig. 7. Pesos de estólica hechos a partir de cuernos de venados de cola blanca del sitio de Windover, Florida (Doran 2002). La
mayoría muestra daños en uno de los extremos. El espécimen del extremo derecho tiene una pequeña pieza de material dental
óseo insertada en una de las extremidades y está parcialmente cubierta con un compuesto adhesivo de composición desconocida
(foto: cortesía de Glen H. Doran, Florida State University, Department of Anthropology).

de dichos cementerios subacuáticos; muchos otros se conocen de Florida y la mayoría corresponden al


Holoceno Temprano, desde c. 10.000 a 7000 A.P. (Figs. 6, 7; cf. Doran 2002). Estos cementerios pue-
den haber servido para demarcar los territorios de los grupos y señalan la posibilidad, por lo menos, de
que ellos estaban en dicho lugar en esa época, si bien, desafortunadamente, se sabe muy poco acerca de
la organización sociopolítica y la vida ceremonial de las culturas del Holoceno Temprano en Florida o,
de hecho, de cualquier otra parte de la región. La ausencia de evidencias es considerada solo para infe-
rir muy poca complejidad social o la vida ceremonial que existía, pero, en realidad, se tiene muy poca
información directa acerca de estos aspectos de la vida en el Sureste del Holoceno Temprano (Kidder y
Sassaman 2009: 670; cf. Anderson y Sassaman 2004).
Los cementerios sumergidos usados por las culturas del Holoceno Temprano de Florida sugieren la
asociación de la muerte y el entierro con el mundo acuático, un tema común en las posteriores culturas
nativas prehistóricas e históricas del Sureste norteamericano (Hudson 1976: 131-168). De esta manera,
dichas creencias —como el uso de objetos hipertrofiados— tienen, al parecer, una gran antigüedad en la
región y, posiblemente, fechan en el Pleistoceno. Durante el subsiguiente periodo, el Holoceno Medio, y
particularmente después de c. 7000 A.P., esta forma de entierro «húmedo» fue reemplazada por entierros
«secos» en complejos funerarios asociados con montículos de conchas y/o tierra, o típicamente dentro o
debajo de ellos a lo largo de la región, lo que incluye al territorio de Florida, la única área donde se han
identificado las prácticas funerarias «húmedas» que fechan antes del Holoceno Medio. De esta manera,
el uso de cementerios —secos o húmedos— y la creación, intercambio y entierro u ofrenda de artefactos
hipertrofiados observados entre las sociedades del Sureste del Pleistoceno Tardío y Holoceno Temprano
fueron los precursores de la complejidad observada más adelante, durante el Holoceno Medio y después.
La idea de que las sociedades complejas —o al menos los experimentos en torno de la complejidad
social— ocurrieron en el Sureste durante el Pleistoceno Tardío y el Holoceno Temprano no es tan sorpren-
dente como lo pudo haber sido una o dos décadas atrás, dados los descubrimientos excepcionales acerca de
esta etapa que datan de los milenios que siguieron inmediatamente y que se han realizado en los últimos
20 años, como se discute en la siguiente sección. Estos grupos posteriores del Holoceno difícilmente pu-
dieron haberse originado de novo, sin precursores. El intervalo c. 13.500-7000 A.P. representa casi la mitad

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de tiempo de lo que se sabe que los humanos estuvieron presentes en el área. Considerar este lapso de cerca
de 6500 años como un tiempo en gran parte estático e inalterable en el que las poblaciones de cazadores-
recolectores hicieron poco más que reaccionar muy poco frente a los cambios del clima y la estructura de
los recursos es, simplemente, irreal.

3. El surgimiento de sociedades complejas en el Sureste durante el Holoceno Medio

Fue durante la parte media del Holoceno, desde alrededor de 9000 a 3000 A.P., y particularmente durante
la última parte de esta etapa, después de c. 6500 A.P., que las sociedades complejas reconocibles aparecen
por primera vez en muchas partes del Sureste. Dichos grupos se caracterizaban por uno o más de los si-
guientes atributos: construcción de arquitectura monumental, típicamente de tierra y/o conchas, patrones
de enterramiento relacionados con el estatus que usan una amplia serie de prácticas mortuorias, a veces
simultáneamente, lo que incluye tumbas individuales, cementerios formales y/o complejos de osarios,
intervención modesta o amplia en el intercambio de materiales procedentes de largas distancias, evidencias
de ceremonias o rituales elaborados que incluían la creación de artefactos e instalaciones especializadas
utilizadas en estas actividades y participación en conflictos que podían ser desde escaramuzas a, quizás,
combates generalizados y más intensivos (Russo 1994a, 1994b, 1996a, 1996b; M. Smith 1996; Gibson y
Carr 2004; Sassaman y Anderson 2004; Anderson et al. 2007; Kidder y Sassaman 2009). El uso de objetos
muy elaborados y, en algunos casos, hipertrofiados, como los bifaces, hachas y pesos de estólicas —de los
que se continuó fabricando en más y diversas formas utilitarias— reaparece después de un hiato de muchos
miles de años, más drásticamente en complejos como la Benton Interaction Sphere del Midsouth, que data
desde alrededor de 6500 a 6000 A.P. (Anderson et al. 2007: 463; Kidder y Sassaman 2009: 676-677; cf.
Johnson y Brookes 1989; Meeks 1999; Anderson 2002; Brookes 2004).
Al parecer, en el momento que aparecen los complejos de montículos más tempranos en la región, o
un poco antes, la Benton Interaction Sphere fue un área en la que las puntas de proyectil hipertrofiadas
benton fueron intercambiadas o enterradas con contextos funerarios en los alrededores del Tombigbee alto,
Tennessee medio y Cumberland medio, quizá como una forma de promover las alianzas entre grupos con
el objeto de ayudar a mitigar los problemas de subsistencia u otras formas de incertidumbre —es decir,
guerra, obtención de potenciales parejas, entre otros—, tal como fueron utilizadas las puntas dalton sloan
en tiempos del Paleoindio. De manera interesante, las áreas nucleares tanto de los complejos sloan como
benton son aproximadamente similares en extensión ya que no abarcan más de unos cuantos cientos de
kilómetros y ambos incluyen cementerios con entierros, con elaborados caches de bifaces, lo que sugiere
que pudieron haber estado presentes formas similares de organización de tipo tribal o de carácter social
segmentario (v.g., Anderson 2002: 251).
El uso de tecnología de contenedores de cerámica apareció algo tardíamente en el Holoceno Medio,
después de alrededor de 4500 A.P., y permaneció en gran parte limitado en su cantidad a los asentamientos
costeros y ubicados cerca de la costa en el extremo sureste de la región de Florida, Georgia, South Carolina
y la áreas inmediatamente adyacentes hasta después de 3000 A.P. (Sassaman 1993, 2004b, 2005a). La do-
mesticación y el posterior cultivo de plantas locales, si bien estaban en marcha durante la última parte del
Holoceno Medio, después de c. 5000 A.P., estaban igualmente restringidos en gran medida a las porciones
interior del Midsouth y baja del Midwestern de la región hasta el final de este intervalo (B. Smith 1986,
1992, 2006; Gremillion 1996, 2002). Plantas localmente domesticadas del Complejo Agrícola del Este
—que incluye el apasote o chenopodium (Chenopodium berlandieri), el sumpweed (Iva annua), el maygrass
(Phalaris caroliniana), el knotweed (Polygonum erectum), la little barley (Hordeum pusillum, un tipo de ce-
bada silvestre), el girasol (Helianthus annus), y las cucurbitáceas o calabazas— no tuvieron, al parecer, ma-
yor importancia como un medio de subsistencia sino hasta después de c. 3000 A.P., durante los periodos
Woodland y Mississippi del Holoceno Tardío. La difusión de la tecnología de contenedores cerámicos y la
producción de alimentos de base agrícola ocurrieron casi al mismo tiempo a lo largo de la región, después
de 3000 A.P., lo que condujo a proponer que las tendencias estaban relacionadas, quizá debido a que la
cerámica pudo haber facilitado la preparación y cocina de los nuevos alimentos domesticados, particular-
mente pequeñas semillas, las que, con probabilidad, reemplazaron a los recursos de subsistencia utilizados
antes, como los mariscos (v.g., Goodyear 1988; Rice 1999).

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Las culturas del Holoceno Medio revelan evidencias de complejidad, como el Shell Mound Archaic,
del Midsouth, conocido a partir de excavaciones extensivas realizadas en sitios como Carlston Annis y
Read (Webb 1950a, 1950b; Marquardt y Watson 1983; Hensley 1994; Marquardt y Watson [eds.] 2005),
los complejos de montículos de tierra en el valle aluvial del bajo Mississippi del noreste de Louisiana
—lo que se ejemplifica en yacimientos como Watson Brake, Caney y Frenchman’s Bend (Russo 1994a,
1994b, 1996a; Saunders, Allen y Saucier 1994; Saunders, Mandel, Saucier, Allen, Hallmark, Johnson,
Jackson, Allen, Stringer, Frink, Feathers, St. Williams, Gremillion, Vidrine y Jones 1997; Saunders,
Mandel, Sampson, C. M. Allen, E. T. Allen, Bush, Feathers, Gremillion, Hallmark, Jackson, Johnson,
Jones, Saucier, Stringer y Vidrine 2005)— y las numerosas culturas creadoras de conchales de las costas
del Golfo y del Atlántico (Sassaman 2004a, 2005a; R. Saunders 2004; Russo 2006, 2008; Randall 2008).
De alguna manera, se puede decir que esta tradición arcaica de construcción monumental en el Sureste
empezó y culminó con un florecimiento: primero con la construcción de una serie de complejos de mon-
tículos de tierra entre alrededor de 6000 y 4800 A.P. en Watson Brake, Caney, Frenchman’s Bend y otros,
y luego con la construcción del complejo Poverty Point entre c. 3600 y 3100 A.P. (Gibson 1996, 2000;
Sassaman 2005b; Kidder et al. 2008). Mientras que la arquitectura monumental se presenta en etapas tan
tempranas o casi tan tempranas como las mencionadas en un número de áreas de la región, en especial a
manera de complejos y conchales con planta en forma de «U», circulares u amorfos en Florida (Sassaman
2005a; Russo 2006, 2008; Randall 2008), aquellos del noreste de Louisiana son, más bien, inusuales si
son tempranos, realmente monumentales en escala y compuestos por tierra más que de tierra y conchas de
mariscos; además, al menos algunos de estos últimos fueron, quizá, restos de actividades de subsistencia.
Por ejemplo, Watson Brake, construido entre c. 5400 y 5000 A.P., consiste de 11 montículos, y al
menos siete de ellos están conectados por una pequeña elevación artificial circular que tiene un área central
abierta (Fig. 8). El yacimiento entero tiene más de 300 metros de diámetro, con montículos que miden
entre cerca de 20 a más de 50 metros de diámetro y desde menos de 1 a más de 7 metros de altura. Watson
Brake y otros centros aproximadamente contemporáneos del noreste de Louisiana representan los prime-
ros y verdaderos complejos conformados por un conjunto de montículos y una plaza en Norteamérica,
algo que también incluye a Mesoamérica, donde conjuntos similares no aparecen sino recién luego de
1500 años (Clark y Cheetham 2002; Clark 2004). De hecho, el agrupamiento compuesto de montículos y
plaza fue ampliamente empleado a lo largo del Sureste por los siguientes 5000 años, incluso en la época del
contacto con los europeos en el siglo XVI. Si bien se ha sugerido que hubo un hiato en la construcción de
montículos en el noreste de Louisiana por cerca de 1000 años, desde alrededor de 4800 a 3800 A.P., no hay
duda de que los montículos continuaron en construcción en otras partes al interior del Sureste durante este
intervalo. El vacío percibido localmente en la construcción puede deberse al muestreo y la preservación,
ya que estudios geoarqueológicos de años recientes han demostrado que es muy posible que muchos sitios
posteriores del Periodo Arcaico del valle bajo del Mississippi se hayan perdido por la erosión o estén muy
enterrados bajo sedimentos aluviales (Kidder y Sassaman 2009: 672-673; cf. Arco et al. 2006).
Poverty Point es un complejo, diseñado de manera elaborada, consistente de terraplenes y montículos
que se extienden por más de 200 hectáreas (Kidder et al. 2008: 9; cf. Kidder 2002a) (Fig. 9). La elevación
principal mide casi 210 por 210 metros de extensión por 22 metros de altura y contiene, aproximada-
mente, 238.000 metros cúbicos de relleno. Construida sobre un relleno dispuesto encima de un pantano
rellenado alrededor de 3400-3200 A.P., constituye uno de los montículos más grandes en las Américas
y el segundo respecto del Montículo Monks de Cahokia, situado en la parte este de Norteamérica y que
fue erigido 2400 años después (Kidder et al. 2008: 10-12; cf. Gibson 1996, 2000; Kidder 2002a). Como
Cahokia, Poverty Point poseía una escala inusual —sus monumentos eran más grandes en sus dimensio-
nes que los sitios con montículos contemporáneos— de manera que se le ha descrito como «simplemente
único [...] único en su género» (Kidder et al. 2008: 9). Al menos algunos arqueólogos consideran que
Cahokia influenció el desarrollo de sectores más allá del área del Mississippi simplemente al servir de
ejemplo o modelo convincente de lo que se podía lograr más que como producto de alguna forma de
dominación absoluta e impositiva, incluso muy lejos del centro de origen (v.g., Anderson 1997; Pauketat y
Emerson 1997; Pauketat 2004, 2007). Poverty Point y, quizá, los complejos de montículos más tempranos
del noroeste de Louisiana pudieron haber dado forma a desarrollos arcaicos en una gran parte de la región
de una manera similar —simplemente por medio del ejemplo y la demostración de lo que era posible—,

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Fig. 8. Los montículos Watson Brake, en Louisiana. Contornos y reconstrucción idealizada (elaboración del dibujo: Jon Gibson,
adaptado de J. Saunders et al. 1994: 145 y Anderson 2002: 255; cortesía: Southeastern Archaeology, Jon Gibson y Inter-
national Monographs in Prehistory).

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Fig. 9. El sitio de Poverty Point, en Louisiana (elaboración del dibujo: Jon Gibson, de Gibson 1996, 2000: 82, y Anderson
2002: 265; cortesía: Jon Gibson, University Press of Florida y International Monographs in Prehistory).

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probablemente en combinación con una ideología efectiva y el intercambio de objetos que materializaron
estas creencias. De manera clara, Poverty Point fue un centro principal de intercambio interregional con,
literalmente, toneladas de materias primas líticas que llegaron al sitio procedentes de fuentes tan lejanas
como Yellowstone, las montañas Apalaches y el bajo Midwestern (Gibson 1996, 2000). Es probable que
su influencia incluyese, en parte, la conformación de redes de comercio y los tipos de objetos intercam-
biados a su interior, lo que estableció estándares de los bienes y materiales que se percibían como útiles
o apropiados. Como se ha sugerido, la tecnología de contenedores de esteatita pudo haber sido preferida
por aquellos que participaban en este intercambio interregional —al punto que el uso de contenedores de
cerámica pudo ser activamente reducido en algunas áreas— lo que explicaría el hecho de que las vasijas de
este material se hayan encontrado por cantidades en el lugar (Gibson 1996, 2000). Esta línea de razona-
miento ha sido utilizada como una posible explicación de cómo se pudo haber difundido, de manera lenta,
la tecnología de vasijas de cerámica por el Sureste, no realmente generalizada si no hasta más de 1500 años
después de que apareció por primera vez en asentamientos costeros desde Florida a South Carolina (Kidder
y Sassaman 2009: 683-684; cf. Sassaman 1993, 2004a, 2005a, 2006).
Las áreas ribereñas costeras y las ubicadas cerca de la costa, en particular la zona del extremo sureste
de la región al interior y cerca de Florida, constituyeron otro escenario principal donde surgieron socie-
dades complejas durante la última parte del Holoceno Medio en el Sureste. Los concheros aparecen por
primera vez a lo largo y cerca del río St. Johns en el noreste de Florida hacia 7000 a.p., si bien se desconoce
donde pudieron haberse dado más temprano, en parte debido a que, aquí y en otras partes del territorio,
muchos sitios tempranos están parcial o totalmente inundados o cubiertos por pantanales creados luego
del aumento del nivel del mar en la etapa postglacial (Randall 2008: 13-14; cf. Russo 2006). El complejo
funerario relacionado con montículos más temprano conocido del área corresponde a Harris Creek, en
Tick Island, donde alrededor de 175 individuos —un número comparable a aquel determinado en el
cementerio algo más temprano de Windover— fueron dispuestos en dos depósitos funerarios estratigrá-
ficamente sucesivos, entremezclados o cubiertos por capas de arena, conchas, tierra y basura (Kidder y
Sassaman 2009: 674; Randall 2008: 14; cf. Aten 1999). Análisis de isótopos estables de carbón y oxígeno
en una muestra de 50 individuos de estos cementerios sugieren que la mayoría, entre 46 y 50, subsistieron
gracias a las fuentes locales de agua dulce y, de esta manera, es probable que procediesen del valle inmediato
de St. Johns, mientras que los resultados se duplicaron por medio de un análisis de isótopos de estroncio en
un subconjunto de 10 individuos (Quinn et al. 2008). Dos de los 50 mostraban trazas de uso de recursos
marinos, lo que sugiere que los individuos provenían de áreas costeras, mientras que otros dos arrojaron
valores de isótopos de oxígeno, con lo que se infiere un origen mucho más norteño. Dichos análisis quí-
micos óseos son prometedores en el sentido de revelar la amplitud de la movilidad de los individuos al
interior de estas sociedades y sugieren que, durante el Holoceno Medio, algunos grupos ya se desplazaban
a apreciables distancias durante su vida y que, finalmente, terminaban cientos de kilómetros de donde
nacieron. Se desconoce cómo estaba vinculado este movimiento de gente al surgimiento y funcionamiento
de las redes de intercambio a larga distancia que comenzaron casi a la vez, pero es muy probable que los
dos desarrollos estén relacionados.
Hacia después de 6000 a.p., grandes monumentos, construidos con conchas, o de tierra y conchas, de
diversas dimensiones, tamaños y funciones, aparecieron a lo largo de las costas del Golfo y del Atlántico,
y en los ríos ubicados cerca de la costa de Florida y las áreas adyacentes, en la boca del río Pearl, en el
Mississippi, y a lo largo de la costa atlántica hasta la parte central de South Carolina (Sassaman 2005a;
Randall 2008; Russo 2008; Sassaman y Kidder 2009). Las acumulaciones más pequeñas parecen represen-
tar desechos de alimentos y de actividades de subsistencia cotidianos, pisos de viviendas, plataformas que
carecen de evidencias de estructuras o montículos funerarios (Randall 2008: 15). Estructuras más grandes,
con planta circular y en forma de «U» también estaban presentes, particularmente entre 5000 a 3000 a.p.;
algunas de ellas parecen haber sido construidas sobre o cerca de antiguos asentamientos o instalaciones
funerarias (Randall 2008: 16; R. Saunders y Russo [eds.] 2002; Russo 2004, 2006, 2008) (Fig. 10). Varias
de las estructuras anulares parecen haber sido construidas sobre aldeas de planta circular que fueron, luego,
cubiertas con conchas, mientras que otras estaban ubicadas en superficies presuntamente no ocupadas an-
tes (Russo 2008: 18). Las acumulaciones de basura, fueran en forma de «U» o circulares, definían grandes

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Fig. 10. Plantas de los basurales y conchales de forma anular de los periodos Arcaico Medio y Tardío de Florida, South Caro-
lina y Georgia (cortesía: National Park Service y Michael Russo; tomada de Russo 2006: 147).

plazas, con lo que se recreaba una disposición similar a la que se obtenía con estructuras hechas de tierra
en sitios como Watson Brake, en el noreste de Louisiana. No se ha podido determinar si los desarrollos de
un área influenciaron en los de otra, pero, al parecer, se llegó a una situación en la que se compartía una
gramática arquitectónica aproximadamente similar.
Se ha sugerido que las conchas utilizadas en algunos sitios costeros fueron obtenidas, en parte, por fes-
tines u otro tipo de comportamientos rituales y que la asimetría evidente en las acumulaciones de conchas
al interior de estos yacimientos, así como la diferencia de tamaño en los montículos de tierra del Holoceno
Medio en el noreste de Louisiana, estaba relacionada con diferencias en el estatus entre grupos sociales
o, quizá, segmentos tribales que participaron en su construcción (Russo 2004, 2008). Cuando se les ha
analizado con cuidado, se ha podido determinar que los basurales costeros no son uniformes en tamaño
y forma, sino que, más bien, se caracterizan por presentar diferencias significativas en las cantidades de
mariscos presentes en áreas distintas, mientras que las cantidades más grandes se dan, por lo general, en las

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zonas que se infieren como correspondientes a las posiciones de mayor estatus (Grøn 1991; Russo 2004,
2008). Algunos conchales costeros son construcciones realmente gigantescas y complejas, con presencia de
recintos grandes, menores o de ambos tipos de forma, circular o en «U», como el complejo anular Rollins
(R. Saunders 2004), lo que sugiere espacios creados para un número de segmentos distintos de la sociedad
y utilizados por estos (Russo 2004, 2008). Si este razonamiento es correcto, esto también implica que
algunos elementos de esas sociedades fueron más capaces de involucrar o movilizar grandes multitudes en
el desplazamiento de cantidades de tierra o la preparación de festines que otros, y que esas diferencias se
reflejan en el tamaño desigual de los montículos o conchales al interior de estos complejos.
En algunos de los principales ríos al interior del Sureste, como el río Tennessee en el norte de Alabama
y Tennessee, o el río Green en Kentucky, los montículos de concha o de concha y tierra también se en-
cuentran en una serie de tamaños, si bien ninguno, de manera interesante, presenta las formas circulares
o de «U» características de algunos yacimientos costeros o la disposición compuesta por el montículo y
la plaza observada por primera vez en el noreste de Louisiana (Marquardt y Watson 1983; Dye 1996;
Crothers 1999, 2004; Marquardt y Watson [eds.] 2005). Muchos de estos basurales tienen entierros hu-
manos asociados y, en las dos décadas pasadas, se ha dado un debate apreciable acerca de que si estos sitios
y sus contextos funerarios representan monumentos deliberados o complejos funerarios o, en vez de ello,
constituyen acumulaciones que son el resultado de actividades de vivienda o de subsistencia cotidianas
(cf. Claassen 1991a, 1991b, 1996; Milner y Jefferies 1998; Milner 2004a). Las gentes que integraban
estas sociedades pertenecientes al Shell Mound Archaic al interior del Sureste exhiben muchos rasgos
de complejidad, lo que incluye la participación en el intercambio de larga distancia, diferenciación de
estatus entre entierros determinados —si bien no hay evidencias de desigualdad hereditaria—, indicios
de conflictos bastante intensivos, así como de que partes de este paisaje estaban defendidas —es decir, te-
rritorialmente— o que fueron utilizadas por distintos grupos sociales, como se infiere de las distribuciones
restringidas de las formas de artefactos especializados, como puntas de proyectil, pesos de estólica y agujas
de hueso (Jefferies 1995, 1996, 2004; Sassaman 1996; Sassaman y Anderson 2004; Kidder y Sassaman
2009). Si bien se cree que se puede tratar de poblaciones densas, también se puede inferir que son forma-
ciones sociales relativamente sencillas e igualitarias (v.g., Marquardt y Watson 1983; Marquardt y Watson
[eds.] 2005; Milner 2004a, 2004b), en parte debido a que parecen faltar los correlatos arquitectónicos de
complejidad observados en áreas costeras y en el valle bajo del Mississippi —complejos hechos de tierra y
conchas conformados por un montículo y una plaza—.
Como se ha observado, es evidente una apreciable variabilidad en el tamaño y complejidad de las so-
ciedades del Sureste durante el Holoceno Medio. Lo mismo ocurre con las ubicaciones en las que se dieron
al interior de la región en el transcurso del tiempo. La arquitectura monumental está presente en algunas
áreas y en ciertas oportunidades pero no en otras debido a razones que han quedado sin esclarecer. Esto es
particularmente extraño dado el hecho del gran número de sitios arqueológicos y, por lo tanto, de pobla-
ciones en el paisaje del Sureste durante la última parte del Holoceno Medio (Anderson 2002). Las fuerzas
sociales ubicadas en zonas que carecen de complejos de montículos y basurales pueden haberse dirigido a
otras formas de conducta, como la construcción de monumentos de madera o de otros materiales pereci-
bles. Incluso algunos investigadores han cuestionado si las sociedades muy complejas estaban presentes del
todo en la región durante el Holoceno Medio teniendo en cuenta que, en la actualidad, la evidencia para
una diferenciación de estatus entre segmentos sociales claramente identificables es bastante reducida, más
allá de lo que la arquitectura puede revelar (Milner 2004a, 2004b; J. Saunders 2004). Es probable que estas
perspectivas «minimalistas» y «maximalistas» —o, quizá más precisamente, «reduccionistas» y «magnifica-
doras»— sean objeto de investigación y debate todavía por algún tiempo.
Por último, los desplazamientos importantes de poblaciones humanas son evidentes durante la etapa en
la que las sociedades complejas comenzaron a surgir o estaban presentes. Por ejemplo, el uso de la Llanura
Costera (Coastal Plain) del interior del Sureste parece haberse reducido de manera drástica entre 8000 y
5000 A.P., algo que se debe, quizá, al reemplazo del bosque mixto de árboles de madera dura que cubrió la
región durante el Holoceno Temprano por un bosque predominantemente conífero (Delcourt y Delcourt
1981, 1987), con una biomasa menor correspondiente que pudo haber conducido a una reducción en la
cantidad de animales de los que se aprovechaban los seres humanos (Sassaman 1995; Anderson 1996a,
2001; Anderson et al. 2007). Se ha verificado un desplazamiento de población hacia el interior de la región

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o inmediatamente a lo largo de la costa, donde se dio por primera vez el uso exhaustivo de mariscos, desde
alrededor de 8000 a cerca de 5000 A.P., a lo que siguió, con el comienzo del clima y aprovechamiento de
recursos esencialmente modernos, un gran incremento en los niveles de población (Kidder y Sassaman
2009: 677; Anderson 1996a). La construcción monumental de montículos de tierra y conchas que ocu-
rrió durante el Holoceno Medio representaría una ruptura marcada respecto de la situación anterior; sin
embargo, parece que hubo una cosmología compartida, o al menos partes de esta, vinculada a prácticas de
entierro más tempranas, como aquellas vistas en Florida, con sus cementerios sumergidos, ya que la mayo-
ría de los centros posteriores fueron construidos en o cerca de las áreas húmedas, y estaban compuestas, al
menos en algunos casos —y en parajes costeros la mayor parte de las veces— por materiales procedentes
de ambientes húmedos, como conchas de mariscos o arcillas de zonas pantanosas ubicadas al interior de
las llanuras aluviales (backswamp areas).

4. Sociedades complejas en el Sureste durante el Holoceno Tardío (3000-500 A.P.)

En el Holoceno Tardío, después de alrededor de 3000 A.P., una época conocida localmente como los pe-
riodos Woodland y Mississippi, aparecieron en amplias zonas del Sureste lo que se asume como sociedades
tribales. Hacia fines de esta etapa, después de c. 1200 a 1000 A.P., se dieron jefaturas en un número de
áreas, las que fueron descritas en detalle por los exploradores europeos tempranos (Griffin 1967; Hudson
1976; Anderson y Mainfort 2002; Pauketat 2004, 2007). Se construyeron diversos ejemplos de arquitec-
tura monumental a lo largo de la región, típicamente en forma de terraplenes, caminos elevados, mon-
tículos y plazas construidas con acumulaciones de tierra. Los basurales de conchas o de conchas y tierra
persistieron en algunos asentamientos costeros y ribereños, si bien estas acumulaciones, que algunas veces
se presentan en forma lineal o anular, no tenían punto de comparación en relación con el tamaño y com-
plejidad de los sitios del Periodo Arcaico precedente (v.g., Bense 1994; Peacock 2002; Stephenson et al.
2002). A diferencia del Suroeste, en el Sureste nunca se empleó la piedra en gran medida en la arquitectura
monumental durante la etapa prehistórica, si bien algunas veces se usaron guijarros, piedras labradas o
cantos rodados como relleno, y para ayudar a estabilizar y proteger a los montículos y las superficies de las
plazas de la erosión. Si bien la madera fue, con probabilidad, usada comúnmente en la construcción a gran
escala durante el Holoceno Tardío —e inclusive antes, en estructuras y postes marcadores— la evidencia
de su uso raramente se ha conservado de manera directa. Algunos troncos e improntas de ellos se han re-
gistrado en contextos correspondientes a las culturas Woodland y Mississippi, especialmente en tumbas y
postes marcadores. Los objetos de ese material varían en tamaño: desde utensilios pequeños hasta canoas
que se han hallado en depósitos de lagos o pantanos saturados; objetos de madera también se encuentran,
a veces, en cuevas y abrigos rocosos secos en lugares diversos que presenten fragmentos carbonizados. Sin
embargo, en el húmedo clima del Sureste, las evidencias de restos perecederos desaparece de forma rápida
en contextos expuestos, lo que resulta en que esta clase de artefactos sea rara y, por lo tanto, difícil de em-
plear para evaluar las evidencias de complejidad social.
El final del Periodo Arcaico ocurrió alrededor de 3200 a 2900 A.P. y se caracterizó por un descenso
drástico del intercambio a larga distancia, y el abandono de muchos centros como Poverty Point y los
complejos de basurales y conchales de forma anular o de «U» de las costas del Golfo y del Atlántico (Kidder
y Sassaman 2009: 681-682; cf. Gibson 1996, 2000; Anderson 2001; Sassaman 2005a; Russo 2006). En
cambio, la cerámica, que apareció casi 1500 años antes en sitios costeros, se difundió ampliamente a lo
largo de la región en los siglos posteriores y devino en uso generalizado en muchas áreas por primera vez,
de la misma manera que los productos agrícolas domesticados, en particular en ciertas zonas de las partes
interior y baja del Midwestern. En muchos espacios se comenzaron a construir pequeños montículos fune-
rarios de tierra e instalaciones mortuorias asociadas cuya función, se cree, fue la de vincular grupos diversos
correspondientes a una serie de comunidades (Clay 1998; Anderson y Mainfort 2002). El final del Periodo
Arcaico también puede ser relacionado con transformaciones en los regímenes climáticos regional y global;
en años recientes, por ejemplo, Kidder ha asociado el colapso de Poverty Point a cambios en el curso y los
patrones de inundación del bajo Mississippi (Kidder y Sassaman 2009: 681-682; véase también Anderson
2001: 164-165; cf. Fiedel 2001; Kidder 2006).

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Durante el Periodo Woodland Medio, desde c. 2300 a 1600 A.P., volvieron a activarse las redes del in-
tercambio a larga distancia, se construyeron espectaculares complejos de montículos y terraplenes en mu-
chas áreas, las similitudes en algunos aspectos de la iconografía y conducta ritual son evidentes en grandes
partes de la región y, en varios centros, algunos individuos fueron enterrados en tumbas elaboradamente
aprovisionadas al interior o debajo de los montículos (Anderson 2002: 260-262; cf. Brose y Greber 1979;
B. Smith 1986; Anderson y Mainfort 2002). Ciertos aspectos de esta conducta se han definido como
Hopewell Interaction debido al sitio tipo y área ubicada en la parte sur-central de Ohio, donde se halla-
ron entierros espectaculares en el siglo XIX, si bien la cultura Hopewell se ha expresado e interpretado de
diversas maneras en diferentes partes del Este de Norteamérica (Brose y Greber 1979; Carr y Case 2005).
Muchas sociedades distintivas estaban activas al interior de la región, y participaban, en mayor o menor
medida, del desarrollo hopewell o, simplemente, no lo hacían en absoluto.
Se considera que alrededor de 2000 A.P., y después, los cultígenos nativos tuvieron un papel principal
en la dieta en las zonas del interior del Sureste (Gremillion 2002), y los análisis de polen sugieren que hubo
una deforestación bastante grande en algunas áreas (B. Smith 1992: 108-111). Si bien está presente hacia
2200 A.P., al maíz solo se le puede encontrar en cantidades de poca importancia, y los análisis químicos
óseos y de isótopos estables indican que no fue utilizado ampliamente para la subsistencia sino hasta des-
pués de c. 1200 A.P. (Lynott et al. 1986). A diferencia del precedente Periodo Arcaico y los posteriores
periodos Woodland Tardío y Mississippi, los indicios de conflictos son bastante pocos para el Periodo
Woodland Medio.
En muchas áreas, la sociedad woodland siguió el patrón establecido miles de años antes, durante el
Periodo Arcaico —si no antes—: la reunión periódica y típicamente breve de grupos de personas que vi-
vían la mayor parte del tiempo de forma dispersa en el paisaje en pequeñas concentraciones de viviendas o
aldeas. Cuando ocurrían estas reuniones, estos individuos se comprometían en una serie de actividades que
variaban de comunidad en comunidad, pero quizá incluían ceremonias públicas, rituales y construcciones
monumentales, conducta funeraria elaborada, ascenso o diferenciación de identidades de grupo, alma-
cenamiento y previsión frente a escasez de recursos, y el desarrollo de una conducta de tipo aggrandizer
por parte de ciertos individuos o grupos. Como durante el Periodo Arcaico, el estatus individual parece
estar vinculado con la participación exitosa en la guerra y el intercambio a larga distancia o la ceremo-
nia colectiva, lo que incluye la construcción de monumentos (Anderson 2002: 268; cf. B. Smith 1986;
Bense 1994). Las posiciones de liderazgo se consolidaron, aunque para algunos sitios y áreas se sugieren
evidencias de desigualdad hereditaria, la que está presente, de manera clara, en la subsiguiente época mis-
sissippi, después de c. 1000 d.C. En muchas partes, la integración y organización social durante el Periodo
Woodland se percibe como muy semejante al precedente Periodo Arcaico: de carácter fluido, flexible,
difuso y sencillo la mayor parte del tiempo, solo deviene, típicamente, más formal y estructurado cuando
los grupos se reunían en grandes números en tiempos de necesidad, así como durante épocas de guerra o
de dificultad en el acceso a recursos.
Durante el Periodo Woodland Tardío en el Sureste, desde c. 1600 a 1000 A.P., ocurrieron cambios
drásticos de nuevo. La Hopewell Interaction desaparece y, con ella, se da un marcado descenso en el in-
tercambio a larga distancia; al parecer, se introducen el arco y la flecha, y se difunden de forma rápida en
la región y, al mismo tiempo, la evidencia de confrontaciones bélicas se incrementa de manera repentina.
La agricultura del maíz se volvió cuantitativamente importante en cierto número de zonas, en especial
después de c. 1200 A.P., y se ha documentado un crecimiento importante de la población, con habitantes
que se ubican en amplias áreas del paisaje, lo que incluye aldeas nucleadas en algunos sectores. Hacia el
final del Periodo Woodland Tardío, después de alrededor de 1100 A.P. (900 d.C.), aparecieron las jefaturas,
caracterizadas por una desigualdad hereditaria entre personas y grupos, y se dio, por primera vez, la dis-
posición de templos/montículos funerarios alrededor de plazas. Se postula que estas sociedades surgieron,
por primera vez, más o menos al mismo tiempo en muchas partes del valle bajo y central del Mississippi,
desde el American Bottom hasta cerca de la desembocadura de dicho río, de manera más notable en la
cultura Coles Creek del valle bajo del Mississippi y el valle del río Arkansas (Anderson y Mainfort 2002;
Kidder 2002b; Rolingson 2002; Pauketat 2007). Las jefaturas se esparcieron rápidamente en la región,
aunque con una variedad local notable; en el lapso de tres o cuatro siglos se les pueden encontrar desde

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las Grandes Llanuras (Great Plains) al South Atlantic Seaboard (Brown et al. 1990; B. Smith [ed.] 1990;
Anderson 1999; Pauketat 2007).
El Periodo Mississippi, denominado así por las sociedades complejas del valle central del Mississippi
que existían en este tiempo, ocupa, en gran medida, los últimos cinco siglos antes del contacto con los
europeos, desde c. 1000 a 500 A.P. Si bien los aspectos de la religión e ideología, los objetos de la cultura
material como la cerámica con temperante de concha o la arquitectura que utilizaba zanjas para cimien-
tos, la explotación de los recursos ubicados en las áreas pantanosas hundidas ubicadas al interior de las
llanuras aluviales o de los antiguos meandros, la construcción de montículos o la agricultura intensiva de
maíz fueron usados de manera individual o combinada en un momento u otro para identificar a la cultura
Mississippi (v.g., Griffin 1967; Knight 1986; B. Smith 1986), un rasgo distintivo la conforma claramente:
la presencia de una organización social de tipo jefatura. Sin embargo, se debe tener cuidado en equiparar el
origen o difusión de la organización de tipo jefatura con el de la cultura Mississippi, en especial la ideolo-
gía, la iconografía y la religión, ya que existen ciertos indicios de que esta última no estaba completamente
desarrollada sino hasta después del surgimiento de Cahokia como un centro regional alrededor de 1050
d.C. (Anderson 1997, 1999; Pauketat y Emerson 1997; Brown 2004; Pauketat 2004, 2007).
Se ha propuesto un cierto número de explicaciones acerca de la difusión tanto de las jefaturas como de
la cultura Mississippi. Algunos estudiosos consideran que estas sociedades difundieron, de manera pacífica
en gran medida y mediante un proceso de «imitación competitiva» (Clark y Blake 1994), la adopción
de una ideología de forma de gobierno y práctica religiosa (Knight 1986; Anderson 1997; Pauketat y
Emerson 1997; Pauketat 2004, 2005, 2007). Las explicaciones alternas para el hecho de la difusión de
las jefaturas en el Sureste prehistórico tardío incluyen su desarrollo independiente en cierto número de
áreas, una consecuencia inevitable para el incremento de los niveles de población regional que siguió a la
adopción de la agricultura del maíz (B. Smith [ed.] 1990; Muller 1997; Milner 2004a) o, por contraste,
el desplazamiento directo de mucha gente desde los centros donde se formaron las jefaturas iniciales y la
imposición de una organización de tipo jefatura al interior de nuevas zonas (B. Smith 1984; B. Smith [ed.]
1990). Se ha dedicado una apreciable discusión e investigación a la evaluación acerca de que si la cultura
Mississippi se formó en un sitio o área determinada mediante una «invención independiente» o «fruto de
una migración» (cf. B. Smith 1984; Hally 1994; Williams 1994). Se asume que las jefaturas tienen una
ventaja demográfica y organizacional sobre sociedades organizadas de manera menos compleja, especial-
mente si su expansión está vinculada con la guerra o con la amenaza de ella (Carneiro 1981). Una vez que
se formaban en algún lugar, tendían a expandirse en aquellas zonas donde las condiciones lo permitieran.
Todavía queda como objeto de un considerable debate el esclarecimiento de cómo la cultura Mississippi
—opuesta a la organización de tipo jefatura— surgió y se difundió en el Este de Norteamérica. Es proba-
ble que no sea una coincidencia que Cahokia, la sociedad mississippi más impresionante en términos de
tamaño y complejidad, fuera también la más temprana, y como tal, influyó, indudablemente, por medio
del ejemplo —si es que no forzó de manera rotunda— la conducta de las sociedades contemporáneas y
de aquellas que vinieron después. Si bien el surgimiento de Cahokia ha sido denominado como un Big
Bang por Pauketat y otros por su, aparentemente, repentina y drástica aparición, en años recientes se ha
reconocido que las etapas tempranas en ese lugar representan, de manera equivalente, una fusión de gentes
y culturas de las regiones circundantes, una suma más grande y diferente que sus partes constituyentes (Alt
2002, 2006; Pauketat 2004, 2007).
Si se dejan las preguntas acerca de los orígenes a un lado, durante el Periodo Mississippi reapareció el
intercambio a larga distancia y la guerra se volvió endémica en muchas zonas. Las jefaturas individuales sur-
gieron, se expandieron organizacional y espacialmente, y luego colapsaron en toda la región; muy rara vez
persistieron por más de un siglo o dos (Hally 1993), con la expansión de una sociedad típicamente a expen-
sas de las otras de los alrededores en procesos descritos, de manera distinta, como cíclicos o de fisión-fusión
(v.g., Anderson 1994, 1996b, 1996c; Blitz 1999). Los mapas de escala regional en intervalos de siglo por
siglo muestran áreas completas ocupadas y abandonadas, con sociedades florecientes y pujantes en un pa-
trón intermitente (Anderson 1991, 1996c; Milner et al. 2001). Por último, probablemente no es una coin-
cidencia que la diseminación de la cultura Mississippi, desde c. 800 a 1300 d.C., corresponda al Periodo
Cálido Medieval (Hughes y Díaz 1994; Broecker 2001), un tiempo favorable para la agricultura, con altas
temperaturas pico en el hemisferio norte comparables o solo ligeramente menores respecto de las de la

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actualidad (Crowley 2000; DeMenocal et al. 2000). Asimismo, también es probable que no sea una coinci-
dencia que la última parte de esta época, después del inicio de la Pequeña Edad de Hielo, cuando la agricul-
tura pudo haber sido más difícil, fuera un tiempo de incremento de las contiendas bélicas, las fortificaciones
y la nucleación de los asentamientos, así como de una disminución en el intercambio a larga distancia y la
construcción monumental (Griffin 1961: 711-713; Milner 1999: 125; cf. Fagan 2000; Anderson 2001).

5. Conclusiones

Las sociedades complejas existieron en el Sureste de Norteamérica por cerca de 6000 años antes del con-
tacto con los europeos, con particularidades como el uso de cementerios y la utilización de artefactos
hipertrofiados que datan de tiempos mucho más tempranos, ya en el Pleistoceno Tardío. Una vez que
surgió la arquitectura monumental en muchas partes del Sureste, después de 6000 a.p., se caracterizó en su
mayor parte por centros que parecen haber sido locales o, al menos, subregionales en escala, con lo que se
conformaron desarrollos sobre zonas de no más de unas pocas decenas o, a lo más, cientos de kilómetros
de extensión. Sin embargo, en dos ocasiones, aparecieron centros claramente «únicos», gigantescos en sus
dimensiones y complejidad en comparación con otros sitios contemporáneos: Poverty Point, hacia c. 3400
a 3200 A.P., y Cahokia, alrededor de 950 a 800 A.P. (Pauketat 2004, 2007; Kidder et al. 2008). Estos
centros, literalmente, conformaron colosales desarrollos en los aspectos del intercambio, organización so-
ciopolítica e ideología a lo largo de la región a escalas en que centros de otras áreas no lo lograron antes
ni tampoco lo hicieron después. En efecto, se ha sostenido que el Periodo Arcaico llegó a su apogeo en
Poverty Point y finalizó con el abandono de este complejo (Gibson 1996, 2000), mientras que el desarrollo
mississippi fue, de muchas maneras, instaurado en Cahokia (Anderson 1997; Pauketat y Emerson 1997;
Pauketat 2004, 2005, 2007).
Todavía queda como materia de un debate acalorado la definición de cómo se deben clasificar las
sociedades complejas del Sureste. Si bien expresiones y términos clasificatorios como «tribu», «sociedad
segmentaria» y «jefatura» se utilizan con frecuencia para describir a las comunidades en las partes más
tempranas y tardías de la secuencia, respectivamente, estas clasificaciones neoevolucionistas han sido des-
cartadas para casi todos los propósitos descriptivos básicos. En cambio, la investigación actual se enfoca
en la documentación de la apreciable variabilidad que existía realmente. La geografía política regional y
las trayectorias históricas de cada grupo se consideran, hoy en día, de manera rutinaria en la investigación
acerca de la jefatura Mississippi y, de manera paulatina, en el estudio de las sociedades, más tempranas, de
los periodos Arcaico y Woodland.
Los estudios que se enfocan en la clasificación, es decir, que intentan determinar si una sociedad era una
tribu, una jefatura, o alguna subcategoría o alternativa de estas —por ejemplo, dirigente o componente,
colectivo o componente de un sistema, simple o complejo— son vistos ahora, en el mejor de los casos,
como pasos iniciales interesantes, pero no como los propósitos u objetivos de una investigación seria. En
cambio, la reconstrucción de historias descriptivas detalladas de sitios y localidades particulares, así como
la búsqueda de explicaciones detrás de los eventos observados en estas locaciones domina la actividad
científica actual. El reconocimiento de tendencias en escalas temporales o geográficas más grandes también
está pendiente, así como la identificación de periodos o lugares en los que se hayan dado fenómenos de
relativa calma o conflictos intensificados, los intercambios de larga distancia o construcción monumental
de grandes o menores proporciones, los patrones en la formación, funcionamiento cotidiano y, por último,
el colapso de las sociedades complejas. En todos estos temas, el Sureste de los Estados Unidos se ha conver-
tido en un foco de investigación y, probablemente, constituirá una fuente de publicaciones consecuentes
en las décadas futuras.

Agradecimientos

Muchas de las observaciones presentadas en este artículo provienen de un trabajo de campo dedicado y apun-
tes por parte de colegas cercanos con los que he podido conversar acerca de los orígenes de las socieda-
des complejas en el Sureste de los Estados Unidos a lo largo de muchos años. Entre ellos están John E.
Clark, Jon Gibson, Tristram R. Kidder, Dan F. Morse, Timothy R. Pauketat, Michael Russo, Kenneth E.

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Sassaman, Gerald Schroedl y muchos más. Estoy en deuda con ellos por su ayuda e inspiración, y asu-
mo, como siempre, la responsabilidad por los errores u omisiones que se puedan encontrar. Agradezco
a Stephen Yerka, por su apoyo con el mapa de distribución de las puntas acanaladas, así como a Kirk
Maasch, por el mapa de ubicación de los sitios tratados. Por último, expreso mi reconocimiento a Tom
Dillehay y Peter Kaulicke, por haberme invitado a escribir este ensayo y por su gran paciencia, y mis sin-
ceros agradecimientos a Rafael Valdez, por su excelente traducción del manuscrito.

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BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.° SURGIMIENTO
/ 2007, 233-261DEL NEOLÍTICO...
/ ISSN 1029-2004 233

El surgimiento del Neolítico en el


Suroeste de los Estados Unidos:
un caso de estudio de la región de Mesa Verde*

Mark D. Varien a y Timothy A. Kohler b

Resumen

En el presente trabajo se analiza el surgimiento del Neolítico en el Suroeste de los Estados Unidos sobre la base de la región de
Mesa Verde y las investigaciones que los autores han dirigido como parte del Village Ecodynamics Project (VEP). Esta región tiene
muchas características que la hacen ideal para estudiar el surgimiento del Neolítico. Tiene cerca de 20.000 sitios arqueológicos
registrados que son bastante visibles debido a la relativamente poca erosión y los escasos procesos de deposición. El clima árido ha
motivado una conservación notable y el fechado dendrocronológico ha proporcionado una definición cronológica precisa. Las series
de anillos de los árboles también han permitido reconstrucciones anuales de la temperatura y las precipitaciones. Por último, los
indios pueblo aún viven en New Mexico y Arizona en la actualidad, y sus tradiciones orales pueden ser combinadas con infor-
mación arqueológica para brindar una reconstrucción más completa, inclusive, del pasado de estos grupos humanos. Se examina
la larga ocupación de la región de Mesa Verde para entender mejor la relación entre los siguientes elementos clave del Neolítico:
la introducción de una producción de alimentos domesticados, las causas y consecuencias del crecimiento poblacional, los efectos
del cambio climático, la intensificación de la guerra, el grado de sedentarismo y la frecuencia del movimiento de poblaciones, la
formación de aldeas y, por último, el surgimiento de la organización social y política compleja.

Palabras clave: arqueología, Neolítico, Suroeste de Norteamérica, región de Mesa Verde, indios pueblo

Abstract

EMERGENCE OF THE NEOLITHIC IN THE SOUTHWEST UNITED STATES: A CASE STUDY FROM THE
MESA VERDE REGION

We examine the emergence of the Neolithic in the Southwest United States by focusing on the Mesa Verde region and the research
we have conducted there as a part of the Village Ecodynamics Project. The Mesa Verde region has many characteristics that make
it an ideal place to study the emergence of the Neolithic. The region has about 20.000 recorded archaeological sites. These sites are
highly visible because there has been relatively little erosion or deposition. The arid climate has resulted in remarkable preserva-
tion, and tree-ring dating provides precise chronological resolution. Tree rings also allow annual reconstructions of temperature
and precipitation. Finally, Pueblo Indians continue to live in New Mexico and Arizona today, and their oral traditions can be
combined with archaeological information to provide a more complete and inclusive reconstruction of the Pueblo past. We exa-
mine the lengthy occupation of the Mesa Verde region to better understand the relationship between the following key elements of
the Neolithic: the introduction of domesticated food production, the causes and consequences of population growth, the effects of
climate change, the intensification of the warfare, the degree of sedentism and frequency of population movement, the formation
of villages, and the emergence of complex social and political organization.

Keywords: Archaeology, Neolithic, North American Southwest, Mesa Verde Region, Pueblo Indians

* Traducción del inglés al castellano: Rafael Valdez


a
Dirección postal: 23390 County Road K Cortez, CO 81321, Estados Unidos.
Crow Canyon Archaeological Center.
Correo electrónico: mvarien@crowcanyon.org
b
Washington State University, Department of Anthropology.
Dirección postal: Pullman, WA 99164-4910, Estados Unidos.
Correo electrónico: tako@wsu.edu ISSN 1029-2004
234 MARK D. VARIEN Y TIMOTHY A. KOHLER

1. Introducción

La región de Mesa Verde se ubica en la parte suroeste del estado de Colorado y la parte sureste del estado
de Utah, en los Estados Unidos (Fig. 1). El maíz fue introducido en el Suroeste hace cerca de 4000 años
y esto inició el desarrollo de la cultura de los indios pueblo. Hubo un largo periodo de experimentación
con el maíz —de alrededor de 1500 años— antes de que la población pueblo de Mesa Verde se volviese
dependiente de la agricultura para la obtención de la mayor parte de sus calorías, y fue alrededor de otros
1000 años antes de que desarrollara la expresión plena del Neolítico. El periodo de ocupación más inten-
siva de los indios pueblo ocurrió entre 600 y 1285 d.C. La población alcanzó su mayor número hacia 1150
d.C., pero, justo unas pocas décadas antes, los grupos pueblo migraron al sur y dejaron la región comple-
tamente deshabitada. En este artículo se analiza esta larga ocupación por parte de los pueblo con el objeto
de entender mejor las relaciones entre los elementos clave del Neolítico. Esto incluye la introducción de la
producción de alimentos domesticados —en este caso, la agricultura de maíz—, las causas y consecuencias
del crecimiento poblacional, los efectos del cambio climático, la intensificación de las guerras, el grado de
sedentarismo y la frecuencia de movimiento poblacional, la formación de aldeas y, finalmente, el surgi-
miento de la organización social y política compleja.
La investigación arqueológica en la región de Mesa Verde comenzó en 1874 y ha continuado hasta el
presente, lo que la hace una de las áreas más intensivamente estudiadas en el mundo. En la actualidad,
tiene, además, 10 áreas para la protección de recursos culturales, entre ellos el Mesa Verde National Park,
el que ha sido designado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO (Fig. 2). La región tiene
muchas características que la hacen un espacio ideal para el surgimiento del Neolítico. Esto incluye un
increíble número de sitios —más de 60 por kilómetro cuadrado en algunas áreas—, con cerca de 20.000
de ellos registrados por arqueólogos. Estos son bastante visibles debido a que la mayoría se localizan en
paisajes donde ha habido relativamente poca erosión o deposición, a lo que se suma el clima árido, que
ha provocado una notable conservación. Más aún, el fechado dendrocronológico proporciona una base
para una precisión cronológica mayor y, en muchos casos, los arqueólogos saben el año exacto cuando fue
construido un edificio. El fechado dendrocronológico también ha sido utilizado para fechar cambios en
la cerámica y los conjuntos cerámicos pueden ser empleados para ubicar a los sitios en periodos breves de
tiempo —de manera típica, intervalos de 40 años—. Dentro de los límites, los anillos de los árboles igual-
mente permiten reconstrucciones de la temperatura y las precipitaciones. Por último, los indios pueblo
habitan aún en New Mexico y Arizona hasta la actualidad, y sus tradiciones orales se pueden combinar
con la información arqueológica para brindar una reconstrucción más completa e inclusiva de su pasado.
Este caso de estudio sintetiza la investigación realizada por muchas personas y se basa, en gran medida,
en el trabajo de los autores en el marco del Village Ecodynamics Project (VEP, por sus siglas en inglés; cf.
Kohler et al. 2007; Ortman et al. 2007; Varien et al. 2007; Kohler y Varien e.p.). Este proyecto analiza la
interacción entre los individuos pueblo y su medioambiente durante el intervalo entre 600 a 1285 d.C.,
que fue el tiempo en que la población era más numerosa y la ocupación más continua.

2. La introducción y dispersión de la agricultura

Un escenario familiar para la difusión del Neolítico es el wave-of-advance model, formulado para el Cercano
Oriente por Ammerman y Cavalli-Sforza (1973; Bellwood y Renfrew [eds.] 2002; Bellwood 2005), en el
que se postula que los agricultores se expandieron a lo largo de una frontera continua llevando, con ellos,
sus genes, lengua y sistemas económicos. Si bien este modelo es asumido comúnmente para caracterizar la
difusión del Neolítico en todas partes, este no fue el caso del Suroeste de los Estados Unidos. En esta zona,
la agricultura del maíz parece haberse desplazado desde un área favorable hacia otra, algo que se asemeja al
leapfrog process, descrito por Zvelebil (2000).
El maíz fue domesticado en los bosques tropicales de la región del río Balsas, en el sur de México.
Fécula de maíz de esta área se ha fechado alrededor de 8700 a.p. y la mazorca más antigua se ha datado en
alrededor de 6500 a.p. (Piperno y Flannery 2001; Piperno et al. 2009; Ranere et al. 2009). El maíz alcanzó
la parte sur del Suroeste de los Estados Unidos hace casi 4000 años (Huber 2005; Diehl y Waters 2006;

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Fig. 1. Mapa de la región de Mesa Verde, que muestra las subdivisiones occidental, central y oriental, el área de estudio del Village Ecodynamics Project y los sitios clave mencionados en

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el texto (elaboración del mapa: Crow Canyon Archaeological Center).


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Fig. 2. Cliff Palace, en el Mesa Verde National Park (foto: Crow Canyon Archaeological Center).

Huckell 2006). De aquí se esparció rápidamente en dirección norte y alcanzó el noreste de Arizona hacia
1940 a.C. En cambio, la dispersión de la agricultura del maíz hacia el este y oeste fue más gradual. Por
ejemplo, llegó a la región de Río Grande alrededor de 1200 a.C. (Vierra y Ford 2006: 505).
A pesar de la rápida dispersión de Sur a Norte de los primeros maíces datados en el Suroeste de los
Estados Unidos, la transición completa hacia un modo de vida agrícola llevó más tiempo en la región de
Mesa Verde. El movimiento del maíz desde las llanuras áridas de Arizona a las grandes alturas de la meseta
del Colorado demandó una selección de variedades de maíz que pudieran sobrevivir bajo nuevas condi-
ciones que incluyeron temperaturas más frías, estaciones de crecimiento más breves y el desarrollo de razas
autóctonas capaces de ser cultivadas por agricultura de secano (Adams et al. 2006 ms.). Estos cambios en
el maíz ocurrieron en un periodo de 1500 años. Los análisis de patrones de asentamiento (Matson et al.
1988; Geib y Spurr 2002), coprolitos (Aasen 1984; Androy 2003), restos botánicos (Aasen 1984; Matson
1991) y de isótopos en huesos humanos (Matson y Chisholm 1991; Chisholm y Matson 1994; Coltrain et
al. 2007) indican que los agricultores pueblo no eran dependientes del maíz para la mayoría de sus calorías
hasta alrededor de 400 a.C.
Hacia 400 a.C. hay una clara evidencia de que los agricultores de la región de Mesa Verde estaban
divididos en dos grupos distintos. Estos fueron identificados por medio del uso de ADN antiguo (Kemp
2006; LeBlanc et al. 2007; LeBlanc 2008), estudios dentales (LeBlanc et al. 2008) y comparaciones de-
talladas de artefactos de ambas regiones (Matson 2003, 2007). Un grupo residía en la parte oeste de la
región de Mesa Verde y sus miembros eran descendientes de agricultores migrantes que se trasladaron
hacia el área occidental desde zonas ubicadas en el sur de Arizona, donde fueron identificados como parte
de la tradición San Pedro Cochise. En contraste, los agricultores pueblo más tempranos descendían de los
cazadores-recolectores locales, que adoptaron la agricultura después de que esta fue introducida (Matson
2003, 2006).

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EL SURGIMIENTO DEL NEOLÍTICO... 237

Las evidencias dental, lingüística y de ADN antiguo sugieren una conexión entre los migrantes de San
Pedro que se asentaron en la región de Mesa Verde y unos parientes más distantes que hablaban uto-azteca
—una familia lingüística que en el área suroeste de la región pueblo solo era hablada por los hopi—,
que llevaron la agricultura al Suroeste de los Estados Unidos (Hill 2001; LeBlanc et al. 2007: 172). Sin
embargo, la evidencia de ADN también indica que el movimiento de los agricultores que hablaban uto-
azteca no constituyó una gran expansión de población (Kohler et al. 2008: 661; cf. Kemp 2006). En vez
de ello, parece ser que la propagación principal de grupos humanos en el Suroeste comenzó hace casi 2100
años (Kemp 2006; Kemp et al. 2007), mucho después de la primera introducción del maíz. Estas gentes
incluyeron todos los grupos lingüísticos pueblo principales que han sido muestreados, lo que abarca a los
uto-azteca, tanoa y zuni; el otro grupo lingüístico pueblo principal, los keres, aún no ha sido analizado.
Los autores postulan que la dependencia temprana de la agricultura del maíz no era, en sí misma, una
marca o señal del completo desarrollo del Neolítico. En vez de ello, hubo una serie de cambios entre 400
a.C. y 600 d.C. que resultaron en el desarrollo del Neolithic Package completo en la región de Mesa Verde.
Estas transformaciones abarcaron un aumento en el valor nutricional del maíz, la adición del frijol y la
calabaza a los cultivos que se estaban haciendo, el desarrollo de especies autóctonas del maíz que pudieran
cultivarse por medio de la agricultura de secano, la introducción del arco y la flecha, y la aparición de las
primeras vasijas de cerámica.
El tamaño de la fécula del maíz aumentó en tamaño de manera lenta en el transcurso del Periodo Agrícola
Temprano (Early Agricultural period, 2000-400 a.C.) y, luego, más rápidamente entre 400 y 1000 d.C.
(Diehl 2005). La agricultura más temprana en el Suroeste se basaba en la irrigación con el agua traída por
las crecidas del río y mediante canales (Matson 1991; Damp et al. 2002; Doolittle y Mabry 2006). Hubo
importantes adiciones a las razas de maíz entre 100 y 500 d.C., entre lo que se cuenta la introducción del
maíz blando y el harinoso de ocho, lo que, más adelante, incrementó la productividad del maíz como
cosecha (Adams 1994; Huckell 2006). Los cambios selectivos en el mismo maíz y la aparición de nuevas
especies parecen haber hecho posible, por primera vez, la agricultura de secano durante el siglo V d.C.
Este proceso abrió un vasto nicho agrícola que se centró en terrenos productivos profundos ubicados en
áreas donde el aprovechamiento de la crecida del río y la agricultura por irrigación no eran posibles. La
agricultura de secano, que se extendió a estas zonas —mayormente hacia el norte y en dirección a las tierras
altas— se inició alrededor de 580 d.C. con la ayuda de los climas que, en general, comenzaron a calentarse
desde 100 a.C. (Wright 2006), y fue la estrategia agrícola fundamental en la región central de Mesa Verde
por los siguientes siete siglos.
La evidencia para la primera aparición de frijoles y calabaza es mucho menos abundante que para la del
maíz, pero los agricultores de Mesa Verde parecen haber agregado estos cultivos a su repertorio agrícola en
algún momento a mediados del primer milenio d.C. Esta innovación se da casi al mismo tiempo que la in-
troducción del arco y la flecha. La cerámica apareció por primera vez en el Suroeste de los Estados Unidos
hacia 300 d.C., pero fue de uso escaso hasta 600 d.C., tiempo en el que se volvió abundante en los sitios
de Mesa Verde. En ese sentido, el Neolithic Package completo abarcó todos estos rasgos: una dedicación a
la agricultura de maíz, que implicaba un alto grado de sedentarismo así como una considerable cantidad
de maíz almacenado, el desarrollo de distintas variedades de maíz que fueran más productivas y adecuadas
tanto para la irrigación como para la agricultura de secano, la adición de frijoles y calabaza al repertorio
agrícola, el arco y la flecha, y la aparición de vasijas de cerámica de cocción bien lograda. A los agricultores
tempranos pueblo les llevó 3000 años el desarrollo completo del Neolithic Package. Una vez establecido,
este modo de vida desembocó en un pronto incremento poblacional que, a su vez, proporcionó las bases
para siete siglos de rápido crecimiento y cambio en la cultura Pueblo de Mesa Verde.

3. El crecimiento poblacional y la Transición Demográfica del Neolítico

Bocquet-Appel definió como Transición Demográfica del Neolítico (NDT, por sus siglas en inglés) a los
cambios demográficos que acompañaron y ayudaron a hacer posible la difusión del modo de producción
neolítico en Europa (Bocquet-Appel 2002). Esta teoría postula que el modo de producción neolítico —lo
que incluía un conjunto productivo de animales domesticados y herramientas— se difundió muy rápido

ISSN 1029-2004
238 MARK D. VARIEN Y TIMOTHY A. KOHLER

y estuvo acompañado por un incremento abrupto en el número de individuos que conformaban una po-
blación. Dicho aumento estaba basado en la fertilidad intensificada, lo que, probablemente, se debía a un
espaciamiento reducido en la tasa de nacimientos que resultó del reforzamiento del sedentarismo. La fer-
tilidad incrementada fue causada, probablemente, por una edad más temprana en el destete, lo que pudo
ser provocado por factores que acompañaron el desarrollo e intensificación de la agricultura. Estos factores
incorporaban nuevos alimentos para infantes, con lo que se pudo percibir ventajas económicas para poder
tener más hijos (Hassan 1981: 222-224), se redujeron los costos de criar infantes en las sociedades seden-
tarias y se vio una salida a la necesidad de resolver los conflictos originados con el programa del trabajo de
las mujeres (Crown y Wills 1995). En Europa, la fertilidad incrementada fue, luego, compensada por una
mortalidad mayor motivada por nuevos elementos patógenos llevados por el ganado e introducidos en las
poblaciones humanas cuando ellas comenzaron a vivir cerca de sus animales en locaciones con mayor nú-
mero de individuos (Bocquet-Appel 2002: 647). En conjunto, estas transiciones en fertilidad y mortalidad
se denominan, como se mencionó arriba, Transición Demográfica del Neolítico.
Bocquet-Appel y Naji (2006) también han documentado una transición de este tipo para Norteamérica,
lo que Kohler y otros han analizado de manera reciente en más detalle para el Suroeste de los Estados
Unidos (Kohler et al. 2008). Estos estudios utilizan un indicador paleodemográfico desarrollado por
Bocquet-Appel que se correlaciona, más sólidamente, con las tasas de natalidad reales (fertilidad) y, en un
grado menor, con el coeficiente de crecimiento instantáneo de población, lo que los demógrafos abrevian
como r. Esta medida, 15p5, se deriva de dividir el número de individuos juveniles (de edades entre cinco a
19 años) por el número total de individuos de cinco o más años de edad. Mientras más alta la proporción
de 15p5, más grandes los índices de fertilidad y crecimiento.
En el presente artículo se restringe el enfoque de estos estudios previos (Bocquet-Appel y Naji 2006;
Kohler et al. 2008) y solo se hace uso de los datos del área pueblo y del cálculo de los valores 15p5 para
estas poblaciones funerarias. En la Fig. 3, el eje y muestra la proporción 15p5 y el eje x muestra el tiempo.
Cada punto (dato) es un valor 15p5 para la población funeraria de un sitio específico o conjunto de sitios
que fechan en una época determinada, ponderado en proporción al tamaño de la muestra. Las dos líneas
centrales de esta figura exponen la relación bivariante entre 15p5 y tiempo usando un encaje de Loess, lo que
es algo similar a la manera en que una serie de tiempo es alisada usando promedios ponderados. La línea
continua más clara se produce por medio del uso de un parámetro de alisado de 0,31 y la más oscura por
un parámetro de 0,4; la última refleja mejor las tendencias de largo plazo, mientras que la primera conserva
más detalles de alta frecuencia. Las líneas punteadas exteriores abarcan el 90% del intervalo de confianza.
La línea de referencia horizontal cerca de 0,18 proporciona un estimado de la ubicación de una tasa de
crecimiento de 0; la línea de referencia vertical ubica el año 1 d.C.
Esta figura muestra que los conjuntos funerarios pueblo más tempranos fueron bastante variables.
Desafortunadamente, el tamaño de las muestras es pequeño, de manera que es imposible calcular los índi-
ces de fertilidad para este periodo. De la muestra disponible hasta el momento parece ser que hubo bruscos
incrementos en los índices de crecimiento que comenzaron alrededor de 600 d.C. La fertilidad y población
aumentadas continuaron hasta cerca de 1200 d.C., un momento en el que ocurrió una reducción consi-
derable. Hubo un leve aumento después de 1600 d.C., pero esto es cuestionable dada la variación entre las
poblaciones funerarias y los intervalos de confianza más amplios de esta época.
Es notable que los primeros incrementos significativos en el crecimiento poblacional se dieran solo
después del completo desarrollo del Neolithic Package en su integridad y bastante más tarde que la intro-
ducción inicial del maíz, como se describió arriba. Si bien tomó algún tiempo para lograrlo, el patrón
de incremento poblacional resultó similar al documentado para la demografía del Neolítico en Europa
(Bocquet-Appel 2002), Norteamérica (Bocquet-Appel y Naji 2006) y la gran región del Suroeste de los
Estados Unidos (Kohler et al. 2008). Parece ser que el logro de un modo de vida neolítico productivo y efi-
ciente representa uno de esos pocos momentos en la historia humana en que un avance productivo drástico
eleva, de manera significativa, la carrying capacity económica. En términos que los autores han introducido
abajo, esto equivale a una transición de las sociedades a un régimen de obtención de gran energía en esta
época. Obviamente, la población actual vive de manera similar hoy en día. Como en la actualidad, estos
pocos cientos de años en la región de Mesa Verde estuvieron marcados por índices, sin precedentes, de
alteraciones culturales impulsadas, en parte, por el crecimiento poblacional.

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Fig. 3. Proporciones de individuos jóvenes entre todos los individuos de menos de cinco años de edad en el transcurso del tiempo
para el área occidental de ocupación de la cultura Pueblo (cálculos basados en datos tabulados en Kohler et al. 2008). Los en-
cajes Loess tienen parámetros de alisado de 0,31 (línea continua más clara) y 0,4 (línea discontinua), con límites de confianza
de 90% cerca del encaje 0,4 (elaboración del gráfico: Timothy A. Kohler).

Este estudio del área pueblo proporciona el contexto para un análisis detallado de la dinámica de
población en Mesa Verde. Para esto se tratará, nuevamente, acerca del Village Ecodynamics Project. Este
proyecto abarca cerca de 1800 kilómetros cuadrados de la porción más densamente habitada y produc-
tiva. Cerca del 15% del área de estudio ha sido prospectado y los arqueólogos del proyecto han reunido
una base de datos de los sitios registrados en esta zona, los que suman casi 9000 en total. Ortman y sus
colaboradores (2007) abordaron la cuestión de cómo la información de sitios excavados y con fechados
dendrocronológicos se ha empleado para desarrollar un conjunto de datos calibrados que proporcionaron
las bases para un análisis estadístico bayesiano de los yacimientos no excavados y con muy pocos fecha-
dos. Los análisis bayesianos de Ortman posibilitaron el cálculo del número de unidades domésticas que
habitaron en cada sitio residencial y asignaron estas ocupaciones a uno o más de los 14 periodos definidos
durante el intervalo 600-1280 d.C.
Varien y colaboradores (2007) utilizaron estos datos para reconstruir la dinámica de población y con-
figurar la ecología histórica de la región. Con ese objeto, se usaron tres métodos para producir cálculos
poblacionales (Fig. 4). Los autores prefieren el cálculo medio, pero en relación con la zona desde la parte
superior de la barra más alta a la parte superior de la barra inferior, como un rango posible para la recons-
trucción demográfica. Los tres métodos muestran dos ciclos de ocupación de cerca de 300 años, uno de
600 a 920 d.C. y otro de 920 a 1280 d.C. El número de habitantes se volvió mucho mayor en el segundo
ciclo y llegó a su pico más alto hacia mediados de 1200 d.C. Los dos ciclos comparten un cierto número
de similitudes: ambos comienzan con una baja densidad poblacional y terminan con una alta densidad;
asimismo, se inician con asentamientos dispersos, finalizan con la formación de grandes aldeas y ambos
terminan con una despoblación y migraciones. La migración ocurrida durante el siglo X redujo la pobla-
ción, pero la gente pueblo continuó residiendo en el área de Mesa Verde; sin embargo, el desplazamiento
ocurrido hacia fines del siglo XIII la dejó completamente deshabitada.

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Fig. 4. Tres cálculos de tamaño de población humana momentánea para el área de estudio del Village Ecodynamics Project
(derivación explicada en Varien et al. 2007) con una línea de encaje por spline que representa la proporción de unidades
domésticas que vivían en aldeas agrupadas en cada periodo (elaboración del gráfico: Timothy A. Kohler y Mark D. Varien).

Se han calculado índices de crecimiento o reducción poblacional para cada uno de los 14 periodos.
Hubo una cierta variación en los índices de crecimiento natural en el transcurso del tiempo, pero los au-
tores también postulan que la inmigración y emigración fueron procesos importantes. Si bien se reconoce
que los índices de crecimiento natural pueden ser muy altos, ellos coinciden con la opinión de Cowgill
(1975) e interpretan los índices que son más grandes que ,007 (por ejemplo, siete de 1000 personas por
año) como épocas en que el crecimiento o reducción pueden haber incluido los procesos de inmigración
o emigración de grupos humanos. Si se usa esta pauta, se pueden identificar cinco periodos de probable
inmigración y dos de emigración.
Los sitios para vivienda estaban casi ausentes antes de 600 d.C. y los autores entienden esto como la
etapa inicial de asentamiento (600-725 d.C.), tal como lo representa la colonización del área de estudio por
parte de inmigrantes. También identificaron periodos de inmigración entre 800 a 840, 980 a 1020, 1060
a 1100, y 1225 a 1260 d.C. La emigración probablemente ocurrió entre 880 y 920 d.C., y se dio, defini-
tivamente, durante el periodo 1260-1280 d.C., cuando la región se despobló del todo. La reconstrucción
demográfica de los autores crea una figura más dinámica de la historia poblacional regional de lo que se
había advertido antes. Más aún, el movimiento de la población hacia el interior como fuera de la región
hace más probable que esta fuera habitada por gente que procediera de diferentes áreas y tuviera distintas
trayectorias. Muchos eventos importantes en la historia de los indios pueblo ocurrieron en el contexto de
estos drásticos cambios en la población.

4. Un medioambiente siempre cambiante

El contexto medioambiental para la transformación cultural en la región de Mesa Verde involucró cambios
anuales de alta como baja frecuencia y de larga data. En esta parte, los autores se centran en la alta y baja
frecuencia de la variabilidad en las precipitaciones y la temperatura. La alta variación anual en estos factores
resultó en una distribución siempre cambiante de los recursos productivos, lo que incluyó plantas y ani-
males silvestres, así como cultivos agrícolas. Este ambiente dinámico fue un factor clave que estructuró las

ISSN 1029-2004
EL SURGIMIENTO DEL NEOLÍTICO... 241

actividades de la gente pueblo que vivía en esta zona (Varien y Potter 2008), y los arqueólogos, por medio
de una serie de técnicas, han creado notables reconstrucciones detalladas de la variabilidad de alta y baja
frecuencia. Aquí se resumen dos de los estudios más recientes y relevantes.
Entre 500 a.C. a 600 d.C., los paleoclimatólogos identificaron oscilaciones climáticas de largo plazo
que iban de condiciones más húmedas a más secas (Petersen 1988). Charles, Sessler y Hovezak (2006) han
demostrado que los agricultores más tempranos en la parte oriental de Mesa Verde respondían a este cam-
bio climático que se movía a alturas más elevadas durante los periodos más secos, con lo que aprovechaban
la mayor humedad de esas partes. Durante los periodos húmedos, estos agricultores se trasladaban a áreas
más bajas para sacar ventaja de estaciones de crecimiento más largas en esos lugares.
De manera más reciente, Wright (2006, e.p.) analizó este cambio climático de larga data en gran
detalle por medio de la recolección, fechado y análisis de sondeos de polen recuperados de un lago en la
zona de La Plata Mountains, en el límite norte de la región de Mesa Verde. Él postula que las relaciones
pino ponderosa-abeto y juncia-semillas carbonizadas de Chenopodium o Amarantus (Cheno-am) muestran
indicios de un cambio de baja frecuencia en la temperatura anual y la precipitación durante el invierno,
respectivamente. Desde alrededor de 100 a.C. —cuando el registro empieza— a 600 d.C. se dio, por lo
general, un periodo frío con temperaturas que se incrementaron lentamente. Estas condiciones difíciles
restringieron a los agricultores a áreas específicas, lo que limitó sus cosechas y dificultó el crecimiento de
sus poblaciones. La excepción es el siglo IV d.C., en el que algunas poblaciones de la cultura Basketmaker
se expandieron hacia ubicaciones más grandes más al norte; en este siglo, las temperaturas son similares a
aquellas del siglo VII d.C. El crecimiento de la población en Mesa Verde, que comenzó alrededor de 600
d.C. (véase arriba), corresponde a las condiciones considerablemente más calientes y húmedas relativas a
los promedios de los 700 años precedentes que permitieron a los agricultores expandirse a áreas que antes
eran muy riesgosas para la agricultura. Condiciones muy frías y secas invernales volvieron a aparecer hacia
la parte final del siglo IX d.C. y persistieron en el siguiente siglo, lo que coincidió con el aumento de la
población entre los dos ciclos identificados en la Fig. 4. Las condiciones favorables volvieron a presentarse
en los siglos XI y XII d.C., pero hacia fines de este último empezó una tendencia a condiciones más frías y
de carácter invernal y seco que, sin duda, contribuyeron, de manera significativa, con la despoblación defi-
nitiva de toda la parte norte del Suroeste. El descenso general en los índices de crecimiento de la población
entre los grupos pueblo, tal como ha sido medido por la proporción 15p5, empezó en esta época. Al parecer,
el deterioro del clima durante el siglo XIII terminó, definitivamente, con 600 años de expansión agrícola
y crecimiento poblacional que caracterizaron a la fase de crecimiento propia de la Transición Demográfica
del Neolítico en el área pueblo. Para analizar este aspecto con más detalle, se regresará a los estudios desa-
rrollados por el Village Ecodynamics Project.
Frente a este escenario de cambios de baja frecuencia, Kohler y sus colegas reconstruyeron los efectos
de la producción potencial de maíz con una variabilidad (anual) de alta frecuencia en la temperatura y
precipitación entre 600 y 1300 d.C. en la región de Mesa Verde (Fig. 5). Su modelo de producción integra
los efectos de la humedad del terreno, la duración de la estación de crecimiento de las plantas y las condi-
ciones locales del suelo (Kohler et al. 2007; Varien et al. 2007). Esto fue logrado por medio de la división
del área de estudio del proyecto en 45.400 cuadrículas que tenían 4 hectáreas de extensión y, luego, se
clasificó el tipo de terreno para cada una de ellas. La clasificación del terreno implicó una evaluación de su
capacidad de retención de humedad y esta información fue combinada con la reconstrucción de la preci-
pitación anual para calcular la humedad de terreno disponible en cada cuadrícula para el mes de junio de
cada año por medio del empleo del Palmer Drought Severity Index (PDSI). Este fue correlacionado con
la producción de cosecha histórica en esta misma área desde 1931 a 1960. No es sorprendente que esta
relación fuera relativamente fuerte una vez que la «tendencia tecnológica» de uso creciente de fertilizantes,
pesticidas, semillas híbridas y equipo mecanizado desde 1931 a 1960 fuera controlada de forma estadística;
además, la mayor humedad del terreno se relaciona con una producción mayor, mientras que, con menor
humedad, ocurre lo contrario. La relación fue regulada para tener en cuenta la diferencia entre la tecnolo-
gía moderna y la antigua. Más aún, la reconstrucción de la temperatura fue empleada para producciones
menores durante años más fríos que lo acostumbrado. Esta relación estadística entre producción, terrenos
y precipitación disponible, y los efectos de la temperatura fue utilizada para inferir el escenario pasado por

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242 MARK D. VARIEN Y TIMOTHY A. KOHLER

Fig. 5. Rendimientos potenciales promedio de maíz del área de estudio del Village Ecodynamics Project calculados en kilo-
gramos por hectárea por año d.C., sin alisado (gris claro), y con alisado spline (en color negro). Para fines de comparación, se
muestra el rendimiento anual promedio de 254 kilogramos por hectárea (elaboración del gráfico: Crow Canyon Archaeological
Center; tomado de Varien et al. 2007: fig. 3).

medio de dos series de fechados dendrocronológicos, una que brindaba un cálculo para la precipitación y la
otra para la temperatura. El resultado fue un cálculo anual de la cantidad de maíz que pudo haber crecido
en cada una de las 45.400 cuadrículas en el área de estudio del Village Ecodynamics Project.
La Fig. 5 grafica estos cálculos de la producción agrícola para el periodo entre 600 a 1300 d.C. La línea
clara muestra la variación anual no alisada y la más oscura un alisado de estos datos anuales. Como refe-
rencia, la línea horizontal ubica la producción anual media (254 kilogramos por hectárea) para el registro
de 700 años. Como se puede ver en la figura mencionada, el modelo de Kohler reconstruye los periodos
de baja productividad en la parte final del siglo VII, la parte media del siglo VIII, el final del siglo IX y el
comienzo del siglo X, alrededor de los años 1000, 1100, desde cerca de 1130 a 1150, a inicios del siglo XIII
y a finales de este. Entre otras cosas, estos descensos climáticos están asociados con la emigración desde
esta área durante los inicios del siglo X y alrededor de 1285 d.C. Debido a las limitaciones en los registros
dendrocronológicos desde los que se hizo esta reconstrucción y las características de las regresiones usadas
para trasladar los datos proporcionados por los fechados dendrocronológicos respecto de la producción,
es muy probable que los periodos de baja productividad reflejen cálculos subestimados de los periodos de
verdadera baja productividad, si bien en la actualidad no se puede valorar en qué medida (Kohler e.p.).
Una tarea importante para el futuro consiste en encontrar una manera de integrar esta reconstrucción de
alta frecuencia con los cambios de baja frecuencia tratados arriba. Hasta el momento, es probable que la
reconstrucción de alta frecuencia sobrestime la producción durante los periodos en que los índices de baja
frecuencia sugieren condiciones más frías o secas que el promedio.

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EL SURGIMIENTO DEL NEOLÍTICO... 243

5. Sedentarismo y movimiento de poblaciones

Alrededor de 400 a.C., cuando la población pueblo se volvió más dependiente del maíz debido a la gran
cantidad de sus calorías, hubo una alteración notable en los emplazamientos de sus sitios. Comparadas
con las ubicaciones más tempranas, las viviendas eran más firmes, las instalaciones para almacenamiento
más numerosas y seguras, se acumularon mucho más artefactos en los asentamientos y se enterraron más
individuos en ellos (Lipe, Varien y Wilshusen [eds.] 1999). De manera clara, hubo un incremento en el
sedentarismo de estos sitios —tanto en el número de meses que se pasaba en esos lugares como el número
de años que fueron reutilizados—, pero la población pueblo que los solía usar probablemente aún prac-
ticaba la movilidad residencial durante ciertas épocas del año. Como los sitios más sólidos e importantes
en el sistema de asentamiento, estos fueron ocupados durante el invierno y la estación de crecimiento.
Ciertamente, el maíz almacenado fue, casi con seguridad, el alimento más importante durante el invierno
y su introducción en la dieta permitió a los agricultores pueblo vivir en zonas que tenían muy poca o
ninguna ocupación por parte de cazadores-recolectores en el periodo preagrícola previo. La movilidad
residencial fue, quizá, más común durante la primavera, antes del sembrío, y durante el otoño, después de
la cosecha. Los autores tuvieron una sorpresa al encontrar que no había una respuesta de crecimiento obvia
en su gráfico de la Transición Demográfica del Neolítico correspondiente a estos cambios; posiblemente,
más muestras podrían, por último, mostrar que el crecimiento poblacional se aceleró y lo que ahora se
fecha en alrededor de 600 d.C. habría comenzado algo más tempranamente.
Varien (1999) ha dirigido el análisis más sistemático acerca de la sedentarización y movimiento de
poblaciones para el periodo comprendido entre 600 y 1285 d.C. Postuló que los métodos desarrolla-
dos para el estudio del movimiento poblacional se derivaron, casi exclusivamente, de los estudios acerca de
cazadores-recolectores, y que estos eran inapropiados para el análisis del sedentarismo y la movilidad de los
agricultores. Para abordar este problema, implementó diversos métodos para documentar la frecuencia del
movimiento poblacional en tres distintas escalas: 1) unidades domésticas que ocupaban sitios residenciales,
2) comunidades con múltiples unidades domésticas que ocupaban áreas más grandes denominadas loca-
lidades, y 3) redes de comunidades que interaccionaban entre sí y conformaban sistemas de asentamiento
regionales. Asimismo, Varien (1999, 2002) evaluó la frecuencia del movimiento residencial por medio de
la cuantificación de la acumulación de cerámica destinada a la cocina en los sitios residenciales para cal-
cular la duración del tiempo en que cada uno de ellos era ocupado. Las vasijas de cocina son ideales para
este análisis debido a que eran usadas sobre una base regular, lo que daba como resultado un estrés termal
reiterado (Varien 1997; Pierce 1999). Este mermaba la resistencia de la vasija y ocasionaba su rompimiento
y descarte en un ritmo constante. De esta manera, había una relación directa entre el descarte total de las
vasijas para cocina en un conjunto, el número de personas que vivían en él y la cantidad de tiempo en
que era ocupado (Varien y Mills 1997). Los métodos que Varien innovó se basaban en métodos imple-
mentados durante el Dolores Archaeological Project (Kohler y Blinman 1987; Nelson et al. 1994), y los
ha presentado en detalle en otras publicaciones (Varien 1997, 1999; Varien y Mills 1997; Varien y Potter
1997; Varien y Ortman 2005). En el presente artículo solo se expondrá un bosquejo general.
Un yacimiento completamente excavado y muy bien fechado —el sitio Duckfoot (Lightfoot 1994)—
fue utilizado para determinar la cantidad de vasijas para cocina descartadas por una unidad doméstica por
año. Este ritmo de acumulación anual fue empleado para especificar la duración de la ocupación de 19
sitios que fueron evaluados por medio de muestras tomadas de estratos de manera aleatoria. Estas muestras
fueron empleadas con el objeto de calcular valores estimados puntuales e intervalos de confianza para la
cantidad total de vasijas de cocina acumuladas en cada uno de ellos. Con el fin de controlar las diferencias
en el tamaño del complejo, el número total de vasijas de cocina acumuladas fue dividido por el número de
unidades domésticas que contenía el sitio. El ritmo de acumulación anual de cada unidad doméstica fue
dividido por la cantidad total de descarte que producían para determinar la duración de la ocupación por
parte de cada una de ellas en un sitio residencial.
La Fig. 6 presenta los valores estimados y los intervalos de confianza para el lapso de ocupación de
cada uno de los 19 sitios mencionados. Los resultados se presentan en orden cronológico de izquierda a
derecha. El primer caso es el de una residencia ocupada hacia el siglo VII d.C.; los cinco siguientes fechan

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Fig. 6. Valores estimados puntuales del rango de ocupación e intervalos de confianza de 80% para 19 asentamientos en la región
de Mesa Verde (elaboración del gráfico: Crow Canyon Archaeological Center).

hacia el periodo 775-900 d.C., los dos posteriores al intervalo 900-1100 d.C. y los últimos 11 al intervalo
1100-1300 d.C. Este análisis cuantifica el incremento gradual en el lapso de ocupación en el transcurso
del tiempo. También ilustra su variación durante los periodos comprendidos entre 775-900 y 1100-1300
d.C. Dicha variación entre los sitios ocupados durante el mismo periodo indica que es poco probable que
un solo factor —por ejemplo, el cambio ambiental o el agotamiento de los recursos— determinara la
frecuencia del movimiento residencial de las unidades domésticas. En vez de ello, sugiere que el lapso de
ocupación de sitios residenciales estuvo dominado por factores sociales —por ejemplo, las disputas entre
facciones y el traslado dictado por sistemas de tenencia de tierras—, una interpretación que se basa en la
investigación etnoarqueológica (Kent 1989; Kent y Vierich 1989; Stone 1993).
La Fig. 7 resume estos datos para los cuatro periodos analizados aquí. Las muestras son pequeñas para
algunos de ellos, pero hay un claro incremento en la duración de la ocupación. El sitio más temprano fue
ocupado por menos de una generación, pero durante los siguientes cuatro siglos la ocupación se incre-
mentó a un intervalo que se acercaba al de una. Durante los dos últimos siglos, abarcó más del doble de
lo que duran dos generaciones. Varien demostró que el lapso creciente está relacionado, sistemáticamente,
con los cambios en la estructura del sitio (Varien y Ortman 2005; Varien e.p. a). Del mismo modo, com-
probó que esta se acompaña de más artefactos, una gran inversión en arquitectura, un tamaño más grande
del asentamiento, la aparición de áreas de almacenamiento cada vez más formales, una mayor inversión en
mano de obra y materiales tanto para el almacenamiento como para instalaciones de vivienda, y espacios
cada vez más explícitos para la eliminación de restos. En los yacimientos más tempranos, el almacena-
miento se hacía en pozos subterráneos que podían ser disimulados. Estos fueron reemplazados por espacios
que no eran contiguos y que formaban parte de grandes conjuntos de recintos. De manera similar, las
estructuras de tipo pozo, las primeras viviendas, se volvieron más profundas. El cambio más importante

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Fig. 7. Cálculos de lapsos de ocupación promedio e intervalos de confianza para los sitios residenciales de la región de Mesa Verde
durante cuatro periodos (elaboración del gráfico: Crow Canyon Archaeological Center).

fue la transformación de los edificios formados con postes y adobes a arquitectura de mampostería; esta
alteración ocurrió entre 1050 y 1100 d.C. Como se puede ver en la Fig. 7, el paso de la arquitectura de
tierra al empleo de mampostería fue acompañado por un incremento sorprendente en el lapso de ocupa-
ción. Este uso de mampostería indica que las unidades domésticas anticipaban la residencia por tiempos
más prolongados, si bien la variación en dicho lapso apunta a que la ocupación anticipada no siempre se
realizaba (Kent 1992; Varien 1999).
Los cambios en la organización de las actividades también acompañaron el sedentarismo creciente.
El uso del ámbito arquitectónico y los espacios extramuros cambió de manera opuesta. El espacio arqui-
tectónico se volvió cada vez más especializado, con áreas diferenciadas utilizadas para actividades especí-
ficas. Un ejemplo es la construcción de recintos dedicados, de forma especial, para comer y en los que
las herramientas de molienda estaban permanentemente dispuestas en el suelo. A diferencia de esto, los
espacios extramuros estaban mantenidos de forma más intensiva, de manera que pudieran alojar múltiples
actividades. Alrededor de 1100 d.C., estos cambios resultaron en sitios con las siguientes características:
trazados más compactos, patios formales desprovistos de rasgos permanentes, una acumulación de artefac-
tos alrededor del perímetro del patio —el que evolucionó a partir de la limpieza regular de esta área— y la
presencia de montículos de basura, es decir, amontonamientos de basura intencionales en una ubicación
determinada, algo opuesto a los desechos esparcidos en la superficie. La investigación etnoarqueológica ha
demostrado que estos particulares procesos estaban asociados con la intensificación agrícola y la presencia
de campos cultivados inmediatamente alrededor de las viviendas (Killion 1990). Varien (1999, 2002) ve-
rificó, también, que las unidades domésticas reivindicaban terrenos agrícolas cuando construían nuevas vi-
viendas y postuló que el movimiento residencial estaba muy vinculado con la tenencia de tierras. Además,
argumentó que, entre 600 y 1100 d.C., el sistema de tenencia de tierras estaba basado en los derechos de
usufructo, por el que el derecho a los terrenos solo era válido mientras la tierra se estaba utilizando, pero

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a partir de 1100 a 1280 d.C. esto se transformó en un sistema caracterizado por derechos de propiedad
hereditarios (véase, también, Adler [1996] y Kohler [1992]). Dicha capacidad de herencia, unida a una
relativamente baja movilidad, proporcionó un mecanismo potencial significativo por cuyo medio se podría
haber acumulado desigualdad económica —y, por último, social— con el paso de las generaciones.
Igualmente, Varien (1999, 2002) examinó la persistencia de las comunidades compuestas por muchas
unidades domésticas. Por medio de una variedad de estudios, demostró que las comunidades permane-
cieron en localidades específicas por un periodo que era mucho más prolongado que la frecuencia del
movimiento residencial. Esto incluyó el análisis de cerámica, el estudio del modo en que se explotaron
los árboles —o arboricultura (tree harvesting)— y la forma en que se realizó el abandono de las estructu-
ras, estudios que fueron empleados para determinar cómo fueron ocupadas las comunidades de manera
continua. En ambos ciclos de ocupación, el temprano y el tardío, las comunidades persistieron por más
tiempo que en los sitios residenciales de las unidades domésticas. Durante el ciclo temprano, las unidades
domésticas se trasladaban cada 20 años o menos, pero muchas comunidades duraron cerca de 200 años.
Durante el ciclo tardío, las unidades domésticas se movían en frecuencias que iban entre una y tres ge-
neraciones, pero las comunidades eran parte de historias que duraban dos o tres siglos. De esta manera,
cuando las unidades domésticas se trasladaban, ya se movían en un paisaje social definido por una red de
comunidades permanentemente ocupadas.

6. Población y guerra

En esta sección se analiza la relación entre el tamaño de la población y la guerra en Mesa Verde. Con este
fin se empleará el modelo desarrollado por Peter Turchin en su libro Historical Dynamics: Why States Rise
and Fall. Dicho autor postuló una relación determinista entre el tamaño de la población y la guerra en
los Estados agrícolas y, en colaboración con el antropólogo Korotayev, extendieron este modelo a las so-
ciedades no estatales (Turchin y Korotayev 2006). En resumen, este modelo plantea que la guerra interna
se incrementa con el tamaño de la población en un lapso temporal, hasta que, al final, esta causa que la
población se reduzca para, luego, terminar también. Para las conductas de relación que se espera, estas
deben ocurrir en un sistema cerrado sin interferencia exterior relevante o, por otro lado, inmigración o
emigración significativas. Además, se asume que la tecnología, la organización social y la organización
política permanecieron relativamente constantes con el paso del tiempo.
Para evaluar el modelo de Turchin se necesita un índice de la guerra para compararla con la recons-
trucción de la población presentada antes. Cole (2006) proporcionó un índice de ese tipo en su análisis
de la guerra en la región de Mesa Verde, un proyecto que desarrolló como tesis en la Washington State
University. Esta autora lo creó por medio de la tabulación de la incidencia de traumatismos probablemente
debidos a violencia en análisis de restos óseos humanos registrados en esa zona. Esto incluía fracturas en
el cúbito y/o radio, lo que ocurrió, con gran certeza, debido a golpes recibidos con el brazo levantado en
actitud de defensa. Esto también abarca a la mayoría de fracturas craneales perimortem y antemortem. Por
último, esto comprendió contextos arqueológicos donde los restos humanos estaban desarticulados y cul-
turalmente modificados, como aquellos reportados en numerosos sitios de la región (White 1992; Billman
et al. 2000; Kuckelman et al. 2002). No se consideraron las fracturas de otras partes del cuerpo —muy a
menudo costillas— debido a que estas pudieron deberse a accidentes y no a violencia ejercida.
La proporción de individuos con traumatismos relacionados con conflictos va desde 0 en algunos
periodos a casi 0,9 (es decir, 90%) entre 1140 y 1180 d.C. Para analizar el modelo de Turchin, se grafica
el índice de guerra en contraste con los cálculos de la media de la población presentados antes. Como se
puede observar en la Fig. 8, la población aumentó durante el primer ciclo y se advierte un incremento en
la guerra que permanece ligeramente rezagado. Esto fue seguido por una reducción en la población, con
una merma asociada con la guerra después de un lapso. Esto fue tal como lo predijo exactamente el mo-
delo de Turchin, pero alrededor de 1000 d.C., durante la parte temprana del segundo ciclo demográfico,
la relación esperada fracasa. En vez de ello, el incremento en la guerra antecede al aumento de la población
por cerca de 200 años (1020 a 1180 d.C.). Dicha relación resurgió en la mayor parte del siglo XIII, si bien
las escalas de los conflictos en ese tiempo eran menores en comparación con el tamaño de la población en
el primer ciclo poblacional.

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Fig. 8. Relación, en el transcurso del tiempo, entre la guerra (W) y el tamaño circunstancial de la población (N) al interior y
cerca del área del Village Ecodynamics Project (según Kohler, Cole y Ciupe 2009). La línea negra muestra la curva estandari-
zada y la curva de la población, y la línea gris exhibe el índice correspondiente a la guerra (elaboración de los gráficos: Timothy
A. Kohler; el gráfico 8a se basa en la fig. 19.5 y el 8b en la fig. 19.4 de Kohler et al. 2009: 286).

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Los autores postulan que los valores más altos que los esperados para la guerra —y la relación desfasada
entre el cambio en el tamaño de la población y los conflictos— durante los siglos XI y XII se deben a que
la región de Mesa Verde no fue un sistema cerrado durante esta etapa. Es en este tiempo que el cañón del
Chaco, ubicado hacia el sur, surgió como un centro preeminente en el mundo pueblo. La entidad política
Chaco se expandió de forma exitosa en el área alrededor de 1080 d.C. con la construcción de los dos sitios
chaco de mayores dimensiones fuera del cañón, Aztec Ruin y Salmon Ruin, en la parte sur de dicho terri-
torio (Lipe 2006: 271-276). Los autores sostienen que la imprevista mayor violencia durante los siglos XI
y XII se debió a enérgicos, pero inicialmente infructuosos intentos por parte de los chaco de expandirse
al interior de la región. Las evidencias independientes para esta escalada de conflictos durante esta época
incluyen la presencia de empalizadas alrededor de granjas (Kuckelman 1988). La gran violencia relativa-
mente continua que surgió después de la aparición de las amplias viviendas chaco en Mesa Verde hacia
1275 d.C. constituye, de algún modo, un rompecabezas y parece ser que no está acorde con el concepto de
una Pax Chaco (Lekson 1999: 63-64) y la noción de que el Chaco fungió como un centro de peregrinaje
(Renfrew 2001).
Kohler y Kramer Turner (2006) han identificado otras evidencias de violencia en la región de Mesa
Verde durante los siglos XI y XII. Ellos analizaron las proporciones de sexo en las poblaciones funerarias
y encontraron que los grupos que vivían alrededor de los centros de Aztec Ruin y Salmon Ruin, en el
extremo sur del territorio, tenían un número significativamente mayor de individuos de sexo femenino.
Por el contrario, las poblaciones de la parte central tenían menos de lo esperado. Kohler y Kramer Turner
postularon que los grupos del área alrededor de dichos yacimientos incursionaban en los asentamientos
de la región y tomaban cautivas a las mujeres. Existe un sustento independiente para esta interpretación
a partir del análisis de los restos humanos recuperados durante las excavaciones al noroeste de los sitios
mencionados. Hay dos grupos de mujeres en esta población funeraria: uno fue enterrado de manera formal
y sus entierros incluían, típicamente, ofrendas funerarias, mientras que el otro no tuvo un entierro de ese
carácter y rara vez presentó algún objeto funerario asociado; este segundo conjunto tenía, también, una alta
incidencia de traumatismos óseos. Al parecer, ellas fueron golpeadas y los bioarqueólogos que registraron
estos datos infirieron que fueron prisioneras (Martin 1997; Martin y Akins 2001).
Los niveles de violencia excedieron los valores esperados hacia fines del siglo XIII. Este episodio de esca-
lada se correlaciona con el deterioro del clima en esa época, el que parece haber desembocado en un severo
estrés en la subsistencia (Kuckelman e.p.). Hay casos bien documentados de conflicto en los sitios de Castle
Rock Pueblo y Sand Canyon Pueblo que fechan hacia los últimos años de ocupación del área (Kuckelman
et al. 2002; Kuckelman 2002, e.p.). El evento bélico en Castle Rock Pueblo terminó en una masacre de casi
todos los residentes de esta pequeña aldea. Por su parte, Sand Canyon Pueblo era de proporciones enormes
y parece ser que una considerable cantidad de gente había emigrado desde este lugar cuando fue atacada,
pero una batalla final parece haber terminado con la ocupación del sitio.
La historia de la guerra y la violencia es importante de diversas maneras para la reflexión acerca de la
complejidad sociopolítica creciente. En primer lugar, las proezas en la guerra son comúnmente citadas por
los hombres como medios para obtener estatus y la intensa competencia entre los grupos motivada por
los conflictos proporciona a los líderes un contexto favorable para alcanzar preponderancia más amplia y
duradera en la sociedad. En segundo lugar, si la guerra resultaba en una selección cultural de grupos, los
afortunados tenían una oportunidad de expandir el rango de su control regional y social. A continuación
se volverá sobre un estudio que permitirá analizar si la guerra fue importante en la formación de las aldeas,
ya que el agrupamiento tenía un valor defensivo obvio.

7. La formación de aldeas

Durante la mayor parte de la ocupación pueblo en la región de Mesa Verde, los patrones de asentamiento
fueron dispersos y la gente vivía en pequeños caseríos ocupados por una o pocas unidades domésticas. Sin
embargo, hubo un periodo de formación de aldeas hacia fines de cada ciclo demográfico. El primero ocu-
rrió entre 760/780 y 920 d.C. y el segundo entre 1080 y 1280 d.C. Ambos episodios comenzaron con solo
unos pocos y pequeños asentamientos, pero su tamaño y número se incrementaron con el paso del tiempo,

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de manera que su punto más alto de desarrollo se dio durante las pocas décadas finales de cada ciclo. Más
aún, como la población comenzó a dejar esta región al término de dichas etapas, los caseríos fueron los
primeros sitios en ser abandonados, lo que dio paso a una concentración regional en forma de aldeas.
En 1989, los arqueólogos del Crow Canyon Archaeological Center iniciaron un proyecto de largo
plazo diseñado para registrar cada aldea de la región. Este esfuerzo continúa hasta la actualidad y se han
documentado casi 200 de ellas. Para los objetivos de este análisis, fueron clasificadas como sitios con nueve
o más estructuras de tipo pozo, conjuntos de 50 o más estructuras en total y complejos con arquitectura
pública. El objetivo de esta documentación fue el mapeo de los sitios con el fin de calcular el tamaño de
su población y analizar la cerámica de superficie para poder determinar cuándo fueron ocupados. Los
autores interpretan estos lugares como aldeas debido a que sus habitantes no pudieron haber estado todos
linealmente relacionados, a menudo contienen arquitectura pública —como una gran kiva— son los sitios
más grandes y destacan de entre un conjunto de ellos, y tienen historias de ocupación mucho más largas
que las de los más reducidos.
Se utilizaron los datos del Village Ecodynamics Project para medir el cambio en el agrupamiento en el
transcurso del tiempo. Se usaron datos registrados a partir de prospecciones por bloques (block surveys), de
manera que se tenía un 100% de la muestra tanto de las aldeas como de los pequeños sitios residenciales
y se calculó la porción de unidades domésticas que vivían en aldeas durante cada uno de los 14 periodos
entre 600 y 1280 d.C. La Fig. 4 muestra la relación entre el crecimiento poblacional y los drásticos picos
alcanzados por la aglomeración hacia el final de cada ciclo demográfico; alrededor del 75% de toda la
población que vivía en la región en esta época habitaba ya en aldeas aglomeradas. Hay una relación posi-
tiva entre la aglomeración y el número de personas, pero el resultado más interesante e inesperado de este
análisis es que la correlación no es perfecta: la aglomeración alcanzó picos realmente altos durante etapas de
disminución de la población al final de cada ciclo (alrededor de 900 y 1260 d.C.). La aglomeración es, en
parte, un fenómeno dependiente de la densidad, pero los resultados de esta tendencia son más sugestivos.
La relación entre la historia demográfica de la región y el registro de la violencia ayudan a explicar estos
casos. Si, como se mencionó, las aglomeraciones en aldeas eran simples fenómenos dependientes de la
densidad, se podría esperar que estas se disolvían una vez que la población comenzaba a decrecer y el clima
a deteriorarse al término de cada ciclo demográfico. En vez de ello, los autores sostienen que estos grupos
humanos permanecieron en asentamientos aglomerados debido a que estaban más seguros allí a que si se
encontraban en lugares dispersos y de menores dimensiones.
Las aldeas más tempranas se establecieron en las últimas décadas del siglo VIII d.C. Si bien las pequeñas
se comenzaron a formar en el área del Village Ecodynamics Project alrededor de esta época, dos ejemplos
bien documentados los constituyen los sitios de Sacred Ridge, en la parte oriental de la región de Mesa
Verde, y Alkali Ridge Site 13, en la parte occidental. Estos son distintos en forma y trazado, lo que sugiere
dos grupos étnicamente diferentes que habitaron cada asentamiento.1 Alkali Ridge Site 13 consiste de
grandes conjuntos de recintos que encierran plazas múltiples; de ellos, solo pocos contienen estructuras
de tipo pozo (Brew 1946). En cambio, Sacred Ridge se conforma de una aglomeración de estos edificios
y arquitectura ritual rodeada por numerosos caseríos contemporáneos (Potter y Chuipka 2007). Un siglo
más tarde, hacia el fin del ciclo demográfico temprano, se formaron las aldeas más grandes en el valle del
río Dolores. Estas también exhiben una variedad en su forma, algo que Wilshusen y Ortman (1999: 391)
atribuyen a «diferencias culturales que se desarrollaron en el más remoto pasado y que se materializaron
cuando los grupos humanos de distintas experiencias fueron dispuestos para un contacto más cercano».
Sin embargo, ninguna de las aldeas de la zona de Dolores se asemeja a la de Sacred Ridge, si bien algunas,
como la de Grass Mesa (Lipe et al. 1998), se parecen bastante a los conjuntos del área de Alkali Ridge. Los
dos ritmos principales de formación de aldeas en el área de Dolores en el ciclo de población temprano —a
mediados del siglo VIII y del siglo IX— no se relacionan con épocas de conflictos crecientes, de modo
que no se pueden explicar como de carácter defensivo de manera estricta. Más bien, corresponden a pe-
riodos de producción agrícola de, relativamente, gran potencial (Fig. 5). Kohler y Van West (1996) han
interpretado estas etapas como periodos de formación singular en tiempos y lugares especiales en que el
intercambio eficiente de maíz entre unidades domésticas no relacionadas tenía como objetivo la obtención
de mayor beneficio.

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250 MARK D. VARIEN Y TIMOTHY A. KOHLER

En la actualidad, los autores sostienen que existe otra dimensión en relación por qué la forma de las
aldeas ocurrió donde ocurrió y se dio cuando se dio. En una publicación reciente, Kohler y Reed (2008)
postularon que las aldeas tempranas en el área de Dolores estaban situadas a grandes alturas que podían
ser ideales para la caza de grandes gamos, especialmente el venado de cola oscura. Ellos sugirieron que las
aldeas crearon oportunidades para la caza comunal, lo que pudo haber sido cada vez más importante, ya
que el número de grandes gamos fue reducido debido a la cacería excesiva. Además, advirtieron que los
restos de fauna encontrados en esos lugares tienen, de hecho, altas frecuencias de grandes gamos. Por su
parte, Potter (2009) ha ampliado su estudio por medio de un análisis comparativo de restos faunísticos
de 59 sitios que fechan hacia el intervalo 780-920 d.C. Él demuestra que el venado era más frecuente en
las aldeas tempranas debido a la proximidad de estas a las alturas donde el venado podría haber sido más
común y numeroso, y a la habilidad de los aldeanos para organizar cacerías comunales que pudieron haber
sido más exitosas al procurarse este tipo de animal cada vez más escaso. También corroboró que esta forma
de cacería resultó en la obtención de grandes cantidades de liebres para estas aldeas.
Durante el ciclo demográfico más tardío, las primeras aldeas que se levantaron —en este tiempo de-
nominadas centros comunitarios— estaban dispuestas alrededor de edificios que presentaban influencias
chaco. Estos edificios eran llamados casas grandes debido a que tenían mayores dimensiones que los ca-
seríos residenciales y a que tenían características que eran similares a las de los edificios monumentales
ubicados en el cañón del mismo nombre. Estas casas grandes se localizaban, típicamente, en la cima de
colinas, en entornos muy visibles, estaban rodeadas por un grupo de caseríos más pequeños y, en su con-
junto, conformaban la aldea. Las casas grandes se construyeron en la región de Mesa Verde entre 1080 y
1140 d.C., y muchas seguían ocupadas en el intervalo subsiguiente de 1140-1225 d.C. El último ciclo de
formación de aldeas ocurrió, al parecer, en medio de conflictos, de modo que no se puede descartar del
todo una motivación defensiva, si bien el carácter de resguardo de estos sitios es más obvio cerca de 1240
d.C. Es más probable, desde el punto de vista de los autores, que desde 1080 d.C. hasta, al menos, 1140
d.C. —y, quizá, más tarde— los centros comunitarios tuvieran que ver más con la administración de la
población —o, inclusive, control— que con su protección.
Muchas nuevas aldeas fueron construidas durante el siglo XIII y mientras estas muestran continuidades
respecto de las aldeas tempranas, también exhiben nuevos patrones en el lugar, arquitectura y trazado, los
que, quizá, indicarían cambios importantes en la organización social (Lipe y Ortman 2000). Después de,
aproximadamente, 1240 d.C. las aldeas no se volvieron a construir en la cima de las colinas, sino que se
trasladaron a emplazamientos en el cañón, donde se construían sobre o cerca de los manantiales; esta fue
la primera vez que, durante la ocupación pueblo del territorio en cuestión, los asentamientos residenciales
estaban dispuestos de manera adyacente a estas fuentes de agua. Otras innovaciones incluyeron los siguien-
tes rasgos: trazado bilateral, muros perimétricos, torres, arquitectura pública que integraba estructuras
multicelulares, plazas y kivas, y la agrupación de la arquitectura pública en una sección de la aldea. Algunas
de estas características —creciente agrupamiento residencial, torres, muros perimétricos y el aseguramiento
de un manantial— pudieron estar relacionadas con la intensificación de la guerra durante esta etapa.

8. El surgimiento de la complejidad social y política

Para finalizar, se presenta un bosquejo de un escenario explicativo que es consistente con los datos que es-
tán disponibles, pero que plantea unos cuantos avances. Como todos los modelos, este puede, por último,
ser defectuoso en sus detalles, pero se espera que sea útil para guiar la investigación empírica con el fin de
analizar los vínculos de gran escala que propone. En ese sentido, la región de Mesa Verde es un área parti-
cularmente interesante para el estudio de la complejidad social y política. Es claro que la sociedad pueblo
en este territorio se volvió más compleja en ambos ámbitos durante el periodo 600-1280 d.C., pero los
aspectos singulares de esta complejidad son sutiles y la reconstrucción de esta con los datos arqueológicos
constituye un desafío. Una cosa es clara: la complejidad social y política que se desarrolló en las sociedades
de esta región ocurrió en el contexto del desarrollo de aldeas durante los intervalos 780-920 d.C. y 1080-
1280 d.C. Tanto Potter (1997, 2000, 2009), Driver (1996, 2002), Kohler (Kohler y Reed 2008) como
Muir (1999; Muir y Driver 2002, 2004) demostraron que el gran gamo es el animal más común en las

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aldeas. Por ejemplo, Potter (1997, 2000, 2009) realizó análisis de estos restos faunísticos, que apoyan la
interpretación de que esto fue el resultado de la caza comunal para propósitos de festines asociados con
ceremonias comunitarias. Asimismo, Potter y otros verificaron que la fauna era importante para las activi-
dades ceremoniales y que el poder social estaba vinculado al control del conocimiento ritual (Potter 1997,
2000, 2009; Muir y Driver 2002, 2004).
Los autores sostienen que la formación de una comunidad, y la conexión entre el poder social y el co-
nocimiento ritual fueron relevantes para la secuencia completa de los indios pueblo, pero también piensan
que hubo diferencias fundamentales en la complejidad social y política que desarrolló durante el primer y
segundo ciclos de población en la región. Como preámbulo para entender estas diferencias, se debe definir,
primero, la expresión «obtención de energía» o retorno de la energía desplegada como la relación de ener-
gía invertida respecto de la que regresa en otra forma en cualquier actividad realizada (según lo planteado
por Tainter et al. 2003, 2006). Tal como Tainter y sus colegas demostraron, existieron fuertes contrastes
organizacionales entre las sociedades humanas —e incluso entre las no humanas—, entre sistemas que se
centraban en recursos que generaban una alta obtención de energía frente a aquellos que se concentraban
en recursos de baja obtención de energía: la obtención de energía «influencia, fundamentalmente, la es-
tructura y organización de los sistemas vivientes, lo que incluye a las sociedades humanas» (Tainter et al.
2003). Entre estos contrastes está el hecho de que, en primer lugar, los sistemas de alta obtención de ener-
gía son locales y concentrados, mientras que los otros son amplios en su extensión; en segundo término,
los primeros son impresionantes en su manera de captar energía, pero los otros lo son en su organización
y estructura, y, por último, los sistemas de alta obtención de energía añaden nuevos niveles a la cima de la
jerarquía organizacional, mientras que los de baja obtención añaden más rangos hacia el medio.
En el primero de los ciclos de población locales planteados por los autores, las poblaciones relativa-
mente poco numerosas se concentraron en recursos de alta obtención de energía producidos por un sis-
tema agrícola de tala y quema (Kohler y Matthews 1988), y caza de especímenes relativamente abundantes
de grandes gamos. En el segundo ciclo, las poblaciones parcialmente densas se centraron en recursos de
menor obtención de energía que estaban disponibles a partir de sistemas agrícolas estables, la caza de ga-
mos pequeños y la crianza de pavos. Desde esta perspectiva, el factor causal principal que indujo al cambio
estructural entre estos dos ciclos fue el incremento de la población, lo que, a la vez, redujo la obtención
de energía per cápita de los recursos existentes y, con el transcurso del tiempo, empujó la tendencia hacia
el agotamiento de los recursos de alta obtención de energía que se renovaban de manera lenta, como el
venado y las tierras amplias o cubiertas de bosques que servían para la agricultura extensiva. Al final, esto
trastocó la alta obtención de energía de las sociedades pueblo tempranas en los sistemas de baja obtención
de energía de las sociedades pueblo tardías, si bien esta transformación fue secundada por un colapso casi
consumado de las sociedades tempranas pueblo frente a las condiciones climáticas extremadamente desfa-
vorables que se presentaron en el siglo X d.C. Tal como Tainter et al. han señalado (2003), los sistemas de
alta obtención de energía son menos vulnerables para la alteración de su funcionamiento que los sistemas
de baja obtención de energía, y los trastornos climáticos del siglo XIII d.C., que no fueron más severos
que aquellos de la parte inicial del siglo X —incluso, tal vez, menores—, causaron, al final, el completo
despoblamiento de la parte norte del Suroeste por parte de las sociedades pueblo III, basadas en economías
de baja obtención de energía.
Los autores plantean que, antes de la etapa final del siglo VIII, es probable que las sociedades pueblo
—en la región en cuestión o en otras partes— no se caracterizaran por desigualdades constantes que se acu-
mulaban con el transcurso de las generaciones, aunque, ciertamente, hubo individuos específicos en cada
una de ellas que sobresalían por sus talentos especiales y logros. En los paisajes escasamente poblados que
ellos habitaban, el problema principal pudo haber sido el mantenimiento de relaciones pacíficas con los
vecinos, sin descartar el resolver el problema del acceso a potenciales parejas. Los mecanismos desarrollados
para este propósito incluyeron una gran kiva, un tipo de edificios que, antes de la formación de grandes
aldeas a fines del siglo VIII d.C., se daban, a menudo, como rasgos aislados entre las comunidades.
Según el análisis de Kohler y Reed (2008), las aldeas tempranas pueblo se formaron cuando los ni-
veles de población alcanzaron un punto en el que comenzaron a reducir el número de venados, los que,
sin embargo, permanecieron regionalmente abundantes, de manera especial a alturas por sobre las zonas
agrícolas. Los linajes o clanes, distinguidos por largas filas de bloques de recintos —o, en algunos casos,

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estructuras agrupadas o semisubterráneas— eran rasgos organizacionales consistentes de las aldeas de la


fase Pueblo I en el área de estudio y se desarrollaron como mecanismos sociales para incrementar la certeza
de la capacidad de formar grandes grupos de cazadores que pudieran recorrer, sin incidentes, las distancias
—cada vez más grandes— necesarias para obtener venados (Kohler y Reed 2008). Las mejores áreas de
caza de este animal fueron el sostén alimenticio de muchas aldeas que pudieron haber competido entre
ellas por su explotación. De manera obvia, el maíz era, en esta época, la principal fuente de calorías, pero
la caza del venado permaneció como una fuente de probable prestigio masculino, y existen ciertas eviden-
cias, señaladas por medio de la comparación de las ubicaciones eficientes de lugares generadas por agentes
determinados según los modelos basados en agentes de los autores (agent-based models; v.g., Kohler et al.
2007), de que el sistema de asentamiento de Pueblo I, en su integridad, apuntaba a una explotación eficaz
de todos los recursos, pero, en particular, de la obtención de venados.
Estructuras semisubterráneas de gran tamaño comenzaron a aparecer hacia fines del siglo VIII d.C. y
se infiere que fueron los hogares o sedes de cabezas de linajes que también eran líderes de cacería en las
aldeas pueblo tempranas. Esto ocurrió casi al mismo tiempo de que las antes socialmente neutrales grandes
kivas fueran «capturadas» por aldeas con un poder cada vez mayor y pasaran a ser controladas por grupos
específicos. Es razonable imaginar que las ceremonias en la gran kiva comunal fueran orquestadas, directa
o indirectamente, por los líderes de linajes y caza más viejos, lo que creaba, en efecto, un nivel de liderazgo
de «superaldea», la que se ubicaba en la parte más alta de la jerarquía sociopolítica. Kohler y Reed (2008)
proponen que dichos individuos se volvieron prototipos para los líderes que vivieron en el cañón del
Chaco entre 880 y 1140 d.C., quienes, obviamente, ya tenían una experiencia de largo tiempo de control
o influencia. Muchos autores (Varien 2001; Wilshusen y Van Dyke 2006; Windes 2007, inter alia) han
sugerido continuidades de población específicas entre las aldeas pueblo tempranas en Mesa Verde y el
centro subsiguiente que se desarrolló en el cañón del Chaco.
Durante el segundo ciclo de ocupación, la región se volvió un sistema mucho más complejo tanto en
términos de la densidad de población en general como en la presencia de grandes aldeas que conformaron
los hogares de, aproximadamente, 700 personas. La reconstrucción demográfica realizada por los autores
demuestra que la densidad de población a mediados del siglo XIII d.C. alcanzó niveles que precedieron el
surgimiento de entidades políticas regionales y rangos hereditarios en otras sociedades como, por ejemplo,
en Mesoamérica. En su densidad de población, la región de Mesa Verde era similar a la del valle de México
entre 900 a 650 a.C., alrededor de 600 años después de la colonización inicial del valle por parte de agri-
cultores e inmediatamente antes de su desarrollo como entidades políticas regionales (Sanders et al. 1979:
217). Asimismo, Mesa Verde era semejante, en este aspecto, en comparación con el valle de Oaxaca entre
1150 y 850 a.C., cerca de 750 años después de los primeros asentamientos agrícolas y durante el periodo
en que surgieron las sociedades diferenciadas por rangos hereditarios (Marcus y Flannery 1996: 106). Es
notable que, en todas estas zonas, la densidad de población alcanzara niveles similares en casi el mismo
lapso después de la colonización inicial por parte de gente que habitaba en viviendas durante todo el año,
hacía cerámica y cultivaba maíz como su principal producto alimenticio (Varien et al. 2007: 293).
Existen evidencias de que la complejidad social y política se desarrolló en las aldeas pueblo tardías. Un
análisis de los asentamientos por rango de tamaño demuestra que un sitio, Yellow Jacket Pueblo, surgió
como un centro principal cuando la influencia chaco penetró por primera vez en la región (1080-1140
d.C.) (Kohler y Varien e.p.). Si el sitio de Yellow Jacket Pueblo estaba estrechamente vinculado, pero en
posición de subordinación respecto de una entidad política ubicada en el cañón del Chaco, esto puede
ser un ejemplo de cómo los sistemas de baja obtención de energía sustituían a la organización del sistema
contraparte por medio de la formación de nuevos niveles en la sección media de la jerarquía. Pasada la
mitad del siglo XII d.C, el sistema de asentamiento se caracterizaba por una red de aldeas sin un centro
principal en el que las entidades políticas competían entre sí (Lipe 2002; Kohler y Kramer Turner 2006).
Los tamaños de la población y los números de estas entidades políticas se incrementaron desde 1080 d.C.
hasta, por lo menos, 1260 d.C. Hacia el siglo XIII d.C., se movilizaron cantidades significativas de mano
de obra para construir arquitectura pública y mantener espacios de almacenamiento no domésticos (Lipe
2002). Los análisis de cerámica y faunísticos realizados indicaron que los alimentos almacenados fueron
distribuidos en festines públicos (Ortman y Bradley 2002; Potter y Ortman 2004). La intensificación de

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las guerras pudo haber causado la integración de las entidades políticas y pudo haber motivado alianzas
temporales entre entidades grandes y pequeñas (Lipe 2002). A esto se debe añadir la intensificación de los
rituales, tal como se evidencia en el desarrollo de nuevas formas de arquitectura pública, especialmente
las estructuras multicelulares. Ortman y Bradley (2002: 55-65) presentaron pruebas de que estas servían
como residencias y de escenario para las actividades rituales, y que eran más exclusivas y reservadas que
los ritos comunales realizados en las grandes kivas. La presencia de grandes viviendas que patrocinaban y
controlaban ceremonias sugiere que estaban surgiendo líderes distintos en estas aldeas. Sin embargo, es
sorprendente que esta evidencia no está sustentada por análisis de artefactos o de rituales funerarios, lo
que no ofrece fundamentos para la búsqueda de un aggrandizement político individual (Lipe 2002). De
manera general, es probable que el poder social estuviera en manos de grupos más que de individuos. En
términos de Feinman (2000), quien hace una distinción entre las dimensiones o estrategias de red o de tipo
corporativo de la organización sociopolítica, las aldeas pueblo tardías estaban en el ámbito corporativo de
este continuo (Lipe 2002).
Finalmente, en el caso de Mesa Verde —en vez del surgimiento de rangos hereditarios, entidades
políticas regionales y, por último, entidades políticas estatales arcaicas— la región experimentó una despo-
blación y la desintegración del sistema de asentamientos (Varien et al. 2007). Los autores atribuyen esto,
en su mayor parte, a la incapacidad de los agricultores de secano (de baja obtención de energía) de esta
región en su transición a la agricultura basada en un control del agua (de alta obtención de energía), tal
como ocurrió en las áreas de Mesoamérica que fueron usadas para la comparación. En vez de ello, dichas
poblaciones sucumbieron a las perturbaciones climáticas y al recrudecimiento de la violencia que estas
produjeron y se trasladaron a otras zonas —especialmente en la parte norte de Río Grande, en el estado de
New Mexico— donde la agricultura basada en el control del agua ofrecía un rendimiento superior sobre
la inversión de energía. Cuando se asentaron en ese territorio, construyeron nuevas comunidades pueblo,
pero organizadas de manera muy diferente.

Notas
1
Debe recordarse aquí un argumento planteado antes por los autores, derivado de Matson, de que los
agricultores más tempranos en estas áreas eran, también, étnicamente distintos.

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ISSN 1029-2004
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.° 11 / 2007,GÖBEKLI
263-288 /TEPE
ISSN 1029-2004 263

Göbekli Tepe:
santuarios de la Edad de Piedra en la Alta Mesopotamia*

Klaus Schmidt a

Resumen

El montículo de Göbekli Tepe, con sus santuarios de la Edad de Piedra, se ubica a unos 15 kilómetros al noreste de la ciudad
de Şanliurfa, en Turquía. Sus enormes capas de sedimentos, que alcanzan más de 15 metros de espesor, se acumularon en una
superficie de alrededor de 9 hectáreas durante varios milenios. En las excavaciones realizadas desde 1995 por el Deutsches
Archäologisches Institut (DAI), en cooperación con el Archaeological Museum of Şanliurfa, se descubrió un sitio muy importante
que ofrece una comprensión totalmente nueva del proceso de la sedentarización y del inicio de la agricultura. Resulta sorprendente
que no se hayan descubierto construcciones residenciales hasta el momento. En vez de ello, se han ubicado, al menos, dos fases de
arquitectura monumental, de las que la más temprana es la más espectacular por sus grandes pilares ricamente adornados. Las
construcciones de este nivel, hechas de piedras canteadas, son de planta circular y tienen un diámetro de más de 20 metros. Los
denominados recintos A a D se encuentran en la pendiente sur, mientras que el Recinto E se ubica en la meseta occidental. Su
edad es impresionante, ya que data del décimo milenio a.C., en una época en que el hombre aún vivía de la caza y la recolección;
es, por lo tanto, un grado de la Edad de Piedra en el que ocurrió la Revolución Neolítica. La capa II cubre la III y fue fechada
en el noveno milenio a.C. En este tiempo se advierte una cierta reducción en el tamaño de las estructuras y en la cantidad de
los pilares. La capa I es superficial, con derrumbes e importantes depósitos de sedimentos de piedemonte, como acumulaciones de
sedimentos erosionados procedentes de las capas II y III. No existen vestigios más recientes que el PPN (Pre-Pottery Neolithic o
Neolítico Precerámico) en el sitio: los santuarios de Göbekli Tepe fueron rellenados completamente durante la Edad de Piedra.
Las superficies antiguas se observan en la excavación y los procesos que ocurrieron en el sedimento fueron sometidos a análisis
pedológicos que permitieron determinar la edad del relleno en la parte tardía del noveno milenio a.C.

Palabras clave: alta Mesopotamia, Revolución Neolítica, santuarios, pilares en forma de «T»

Abstract

GÖBEKLI TEPE: STONE AGE SANCTUARIES IN UPPER MESOPOTAMIA

About 15 kilometers north-east of the Turkish city of Şanliurfa lies the mound of Göbekli Tepe with its Stone Age Sanctuaries.
Its enormous deposit layers, up to 15 meters high, have accumulated over several millennia on an area of about 9 hectares.
Excavations done by the German Archaeological Institute with the Archaeological Museum of Şanliurfa, which have been carried
out since 1995, found a very important site, which contributes to a completely new understanding of the process of sedentism and
the beginning of agriculture. Amazingly, no residential buildings have been discovered up to now. However, at least two phases
of monumental religious architecture have been uncovered. Of these, the oldest layer, with its richly adorned monolithic T-shaped
pillars, is the most impressive. The buildings on this layer are circular, with a diameter of over 20 meters, and constructed from
quarry stone. There are the enclosures A-D on the southern slope and enclosure E at the western plateau. Their age is impressive,
having been dated to the 10th millennium BC, a time when men still lived as hunter-gatherers. This opened up a layer of the
Stone Age, in which the so-called Neolithic Revolution took place. Overlying layer III is layer II, which has been dated to the 9th
millennium BC. During this latter period there is a certain reduction both in the size of the structures and in the numbers of
pillars. The uppermost layer I is represented by the surface debris including enormous deposits of Hangfußsedimente, accumula-
tions of eroded sediments from layers II and III. There is no occupation from periods younger than the Pre-Pottery Neolithic at the
site. The sanctuaries of Göbekli Tepe were completely filled in during the Stone Age. The old surfaces that can be observed in the

* Traducción del alemán al castellano: Peter Kaulicke


a
Deutsches Archäologisches Institut, Orient-Abteilung.
Dirección postal: Podbielskiallee 69-71, D-14195, Berlin, Alemania.
Correo electrónico: kls@orient.dainst.de ISSN 1029-2004
264 KLAUS SCHMIDT

excavations and the processes that occurred in the sediment have been subjected to pedological analyses and allow the act of filling
to be dated into the late 9th millennium BC.

Keywords: Upper Mesopotamia, Neolithic Revolution, sanctuaries, T-shaped pillars

1. Introducción

Los santuarios más tempranos datan del tiempo del Paleolítico Superior de Europa. Se conocen varias estruc-
turas a modo de carpas o yurtas en Europa central y oriental, cuyo uso, en algunos casos, sugieren un uso
más allá del meramente doméstico, en términos de lugares destinados, de manera formal, para actos ri-
tuales. Sin embargo, resulta difícil decidir en qué casos concretos se trata de una función como santuario.
Por esta razón, no se los incluye en la discusión, ya que la naturaleza ofrecía a los cazadores y recolectores
el trasfondo necesario en forma de cuevas, abrigos u otros lugares especiales para sus actividades religiosas.
El inicio de los santuarios coincide con el fin del Paleolítico, aun antes del surgimiento de sociedades neo-
líticas que emergen en el Cercano Oriente —y ahí, marcadamente, antes que en otras partes del mundo—
hacia el fin del Epipaleolítico, en el décimo milenio a.C. (Fig. 1).
Este proceso, llamado Revolución Neolítica por el arqueólogo australiano Gordon Childe, se inició en
el Creciente Fértil, la región de climas favorables del Cercano Oriente (Fig. 2). En esta área, en particular
en la zona del piedemonte de los montes Tauro y Zagros, vivían los ancestros de los primeros animales
domésticos —la oveja y la cabra salvajes— y ahí también crecían abundantes cereales silvestres. Ahí se do-
mesticaron la espelta (Triticum monococcum), el farro (Triticum dicoccum) y la cebada (Hordeum vulgare),
además de la oveja y la cabra, y desde allí se difundió el Neolítico por el Viejo Mundo con el transcurso de
los milenios, pero es necesario preguntarse aquí por el origen de la domesticación. Childe tomó por hecho
que la agricultura fue una bendición que liberó al hombre de la fatiga y del hambre, pero esta posición
simplifica, indebidamente, el problema. Bajo condiciones climáticas favorables, el esfuerzo requerido por
la caza y la recolección era, en gran medida, menor que el de la crianza de ganado y el cultivo de plantas.
Cuando los recursos naturales comenzaban a escasear, los seres humanos se desplazaban a otros lugares.
Los que preferían vivir en asentamientos estables tenían que producir excedentes con el fin de contar con
reservas para tiempos de escasez. Al final, la economía de subsistencia neolítica se mostró más eficiente
que el consumo espontáneo del cazador, pero primero era preciso domesticar animales y plantas, juntar
experiencias y adquirir nuevas habilidades. ¿Cuál fue la causa de estos cambios fundamentales para asegu-
rar la subsistencia? Ya que la distancia temporal entre la aparición más temprana de estructuras sagradas
y la «invención» de la producción alimenticia no es muy marcada, se impone la hipótesis de que ambos
fenómenos estaban interrelacionados.
Por regla, las aldeas de comunidades campesinas neolíticas se habían acercado de tal manera que esta
proximidad aseguraba un intercambio constante entre asentamientos vecinos aun en la vida cotidiana.
Existía una especie de densa red en la que se trasmitían productos, individuos e informaciones sin que
se requiriese un movimiento que excediese, de modo notable, los límites de sus territorios aldeanos para
la mayoría de sus habitantes. En cambio, los cazadores-recolectores dependían de territorios mucho más
extensos para su subsistencia comparados con los de los campesinos, lo que restringió el contacto frecuente
entre comunidades vecinas. En ese sentido, las reuniones cíclicas fueron imprescindibles para la sociedad
subdividida en grupos reducidos. En estas reuniones se intercambiaban objetos que los grupos pequeños
no podían adquirir o producir por su propio esfuerzo. De este modo, se comprende la relevancia funda-
mental de ciertos sitios que, en su función de lugares centrales, garantizaban este modo básico de comuni-
cación para las sociedades preneolíticas.
Pero estos lugares no eran ciudades, ya que estas aún no existían. Se trataba de santuarios que propor-
cionaron el punto de cristalización para los requerimientos sociales y económicos de los hombres de la
Edad de Piedra (Mumford 1968). Los llamados supersitios del arte mobiliario paleolítico se interpretan
como lugares de reunión estacionales (aggregation sites). Ahí se reunían cazadores y recolectores dispersos

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Fig. 1. Tabla cronológica (elaboración del diagrama: Klaus Schmidt).


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Fig. 2. Mapa del Cercano Oriente, con el Creciente Fértil y sitios importantes del noveno y décimo milenio a.C. (elaboración
del mapa: Thomas Zachmann, Badisches Landesmuseum Karlsruhe, Tübingen).

sobre toda el área por razones ecológicas, sociales o de ambos tipos. Estas reuniones mantenían y activaban
un sistema de comunicaciones de diferentes niveles (Conkey 1980) que, en algunos casos, podría haber
sido organizado por gente privilegiada (Davidson 1989). En Göbekli Tepe se advierte qué dimensiones
pudieron haber alcanzado estos aggregation sites. Se percibe, además, que estas locaciones no carecían de
connotaciones religiosas; muy por el contrario, predomina el carácter sagrado de estos lugares.
La alta relevancia de los festines en el proceso de la neolitización del Cercano Oriente ha sido recono-
cida recientemente por la investigación arqueológica (Dietler y Hayden [eds.] 2001; Bray [ed.] 2003; Benz
2006). Parece lógico que las reuniones esbozadas que servían para el intercambio fueron acompañadas por
grandes festividades de un carácter aún por definirse. Es un hecho de carácter obvio que las sociedades
campesinas más tardías deben de haber sido aficionadas a estas ocasiones, pero sus fiestas ya habían perdido
la relevancia fundamental de las de la época de los cazadores. La expresión «grandes festines» (fabulous
feasts; cf. Hayden 2001) puede describir estos eventos que, a modo de batuta, determinaban el ritmo de
vida del cazador antiguo.
Un festín bien logrado apenas puede imaginarse sin su dimensión culinaria: la invención de la domesti-
cación podría estar estrechamente ligada con este tipo de actividades y la necesidad de disponer de comida
y bebida, y, de la misma manera, el cultivo temprano de cereales podría haber estado más relacionado con
la «cerveza» que con el «pan», todos ellos aspectos que se pueden seguir en este contexto. En todo caso, la
aparición de la arquitectura monumental constituye otro aspecto importante. Tales reuniones, motivadas
por grandes festines, garantizaban la presencia de un man power —algo que no existía en ocasiones ante-
riores— y han dado lugar a especulaciones como ver el motivo de la fiesta en la organización de la mano
de obra o la utilización de la presencia masiva de hombres en la fiesta para grandes hazañas ad hoc. En este
contexto, no parece ser casual que los santuarios erigidos por el hombre, y no por la naturaleza, aparezcan
en un tiempo de culminación de los grandes festines de los cazadores que llevaron a varias innovaciones de
consecuencias trascendentales.

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Fig. 3. Göbekli Tepe. Pilar 9 del Recinto B, excavado entre 1998 y 2001 (foto: Klaus Schmidt).

2. Los pilares en forma de «T»

Los espacios sagrados más tempranos creados por el hombre eran santuarios cuya forma no estaba domi-
nada por un espacio formado por muros cubiertos por un techo, sino que se conformaba de un elemento
muy recurrente: pilares líticos en forma de «T», hechos de piedra calcárea (Fig. 3) y colocados en un círculo
que no siempre era circular, sino que aparecía en variantes ovaladas, poligonales o cuadradas. El término
«pilar» se aplica aquí en el sentido de los «pilares sagrados» del antiguo Egipto, un grupo al que pertenecen
los obeliscos, que nunca sirvieron de soporte en el sentido de un elemento arquitectónico de sostén, sino,
siempre, como un monumento independiente. Los pilares en «T» no aparecen funcionalmente como
soportes —al menos no en forma primaria—, al igual que los obeliscos. Tampoco son de tamaños mane-
jables, sino de aspecto imponente y monumental. Si se recuerda la relevancia de las festividades paleolíti-
cas y sus posibilidades, el carácter megalítico de estos pilares ya no debe sorprender. La elaboración, el
transporte y la colocación de un pilar parece haber sido un componente importante de estos eventos; en
otras palabras, el camino como parte de la meta. En este sentido, la creación de un espacio sagrado formal
aparece como un producto secundario. El arte del paisaje moderno (land art) podría acercarse más a la

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Fig. 4. Göbekli Tepe. Panorama desde el sur (foto: Michael Morsch).

idea y significado básicos detrás de los menhires, alignments (alineamientos) y cromlechs que al concepto
de la historia de la arquitectura. Estos pilares y sus santuarios respectivos se encuentran en la provincia de
Şanliurfa, en el sureste de Turquía. De ellos, el sitio más importante es Göbekli Tepe (Fig. 4). Las inmensas
ruinas ubicadas sobre una colina se elevan como un marcador del paisaje encima de una lomada de alta
visibilidad que limita la llanura de Harran, a unos 15 kilómetros al noreste de la ciudad de Şanliurfa. En
una superficie de unas 9 hectáreas se han conservado capas de sedimentos de hasta 15 metros de espesor
que datan del noveno y décimo milenio a.C. El descubrimiento del sitio constituyó una parte importante
para poder reconstruir la historia temprana de la humanidad como contribución a una nueva comprensión
del proceso de la sedentarización y de la agricultura inicial. Desde 1995 se realizan excavaciones bajo la
dirección del autor —quien es, a la vez, el descubridor— en cooperación con el Archaeological Museum
of Şanliurfa (Fig. 5).
Con el pilar en forma de «T», el hombre creó, por primera vez, formas tridimensionales y cúbicas
grandes, ya que el ritmo básico común de todos los pilares consiste de dos elementos en forma de sillares
que parecen ser levantados uno sobre el otro con gran fuerza y cuyas superficies son, a menudo, trabajadas
con esmero, ortogonales, muy rectas y planas. El sillar inferior está de canto y forma el fuste sobre el que
se ubica el bloque superior en posición horizontal. Ya que este suele ser un poco más ancho, se crea un
escalón nítido entre la cabeza y el fuste del pilar en las caras laterales. Este efecto crea la impresión de una
construcción de los pilares conformada por dos bloques separados colocados uno encima del otro, pero
esta percepción es falsa. Los pilares siempre se elaboraron de un solo bloque de piedra calcárea: se trata
de verdaderos monolitos con un peso promedio de entre 5 y 10 toneladas. De ahí la pregunta de por qué
se impone esta llamativa forma de «T». Se trata de una forma simbólica desconocida fuera de los paisajes
de la Alta Mesopotamia. Solo las taula de las islas Baleares, en España, tienen contornos parecidos a la
forma de «T» de los pilares de la alta Mesopotamia, pero ellas se diferencian en un aspecto importante: no
son monolitos, sino que consisten de dos partes (Korn 2005: 119 y ss.). El fuste angosto lleva una parte
superior horizontal a modo de un tablero de mesa y la palabra «taula» significa ‘meseta’. Por consiguiente,
queda claro que se trata de una congruencia fenomenológica sin vínculos mayores y consecuencias para el
significado de los pilares mesopotámicos y, por lo tanto, sin que importe el concepto posible de las taula.
La forma de los pilares en forma de «T» de la Alta Mesopotamia se deja interpretar con bastante seguri-
dad. Se entienden como una representación estilizada de un ser antropomorfo (Fig. 6). La «T» no describe
hombros y brazos de una persona que destacan a la izquierda y derecha del cuerpo, ya que, en este caso, les

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Fig. 5. Göbekli Tepe. Vista general del área principal de excavación en 2008 (foto: Klaus Schmidt).

faltaría la cabeza a todas estas series de pilares. La viga transversal de la forma en «T» muestra la cabeza de
una persona desde una vista lateral. El mentón y el occipital son muy prominentes en comparación con la
línea anterior y posterior del cuerpo. Ambos están representados por la viga en «T», mientras que el fuste
del pilar representa el cuerpo. Por tanto, la forma del pilar describe el contorno, con estilización lineal,
de la forma corporal humana. Esta interpretación se verifica de modo visual en las piezas que muestran
brazos flexionados en las caras anchas y manos encontradas en la parte ventral. Tales relieves planos solo se
observan en los pocos ejemplos que poseen brazos y manos, pero para todo el grupo y sus partes superio-
res en forma de «T» no dejan otra posibilidad de interpretación que la de una cabeza humana estilizada.
Por tanto, estos pilares son de carácter antropomorfo; su silueta representa el cuerpo humano de perfil, y
cualquier idea relacionada con el tratamiento de los monumentos de Göbekli Tepe que ignore esta forma
carece de base.
En la cara ventral de muchos pilares se encuentran dos bandas verticales, rectas y paralelas que no se
dejan interpretar como brazos y manos en un sentido anatómico. Estas siempre están unidas en forma de
«V» en la parte del pecho, de modo que representan una pieza de vestimenta en forma de esclavina envuelta
alrededor del cuello y caída a ambos lados del cuerpo como pieza de gran poder cargada de simbolismo. Es
posible que los «botones» líticos, que conforman un grupo llamativo de hallazgos en Göbekli Tepe y que
solo se encuentran en este sitio, hayan constituido parte de este tipo de vestimenta. Se trata de pequeños
discos de piedra, frágiles y del tamaño de una moneda, con un mango a modo de tallo que siempre pre-
senta, en su extremo final, una perforación oblicua que habría permitido fijarlos o coserlos (Fig. 7). Los bo-
tones casi siempre consisten de serpentina verde transparente, un color raro en la naturaleza inorgánica.

3. Los santuarios

En un aspecto esencial, la disposición de los pilares sigue reglas fijas. Siempre aparecen en grupos circulares
que rodean dos especímenes iguales, que destacan por su tamaño y elaboración cuidada, y que están ais-
lados en el centro de los santuarios (Fig. 8). Los numerosos pilares situados alrededor de la pareja central

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Fig. 6. Nevali Çori. Dibujo de un pilar en forma de «T» (se-


gún Harald Hauptmann 1999: 235, fig. 11).

Fig. 7. Botones líticos de Göbekli Tepe (foto: Dieter Johannes).

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Fig. 8. Göbekli Tepe. Vista del Recinto D desde el norte tomada en 2004 (foto: Klaus Schmidt).

parecen delimitar el área sagrada, ya que están unidos por muros que separan lo interior de lo exterior. En
forma muy clara, adosadas a estos se aprecian banquetas de piedra que siguen todo el perímetro. Hasta
el momento se han encontrado seis de estos recintos en Göbekli Tepe, rotulados con las letras A a F de
acuerdo con el orden de su descubrimiento. Pese a que su contorno no es del todo homogéneo, se les ha
llamado recintos circulares (Fig. 9). La conservación, que suele ser buena, se explica por la presencia de
rellenos a modo de túmulos sobre los círculos de piedra que fueron dispuestos después de una fase de uso
que aún está por determinarse. No se trata de tierra estéril, sino de una mezcla de piedras calcáreas can-
teadas, tierra, huesos de animales y herramientas de sílex (Fig. 10). Los huesos de animales se encuentran
muy quebrados por habérseles extraído el tuétano y, sin duda, se trata de residuos de comidas. En primer
lugar están las gacelas, seguidas por los uros —estos últimos más importantes debido a la cantidad de carne
que representan—. Otras presas relevantes son los onagros, los jabalíes y los ciervos. Asimismo, las avutar-
das y las urracas aparecen a menudo. Por lo tanto, los cazadores de Göbekli Tepe disponían de cazaderos
abundantes y variados en cuanto a especies. La abundante carne de animales cazados encaja muy bien en el
escenario esbozado de los banquetes opulentos que se espera para lugares de reunión como este complejo.
Los recintos A a D se encuentran en la capa III, que pertenece al PPNA (Pre-Pottery Neolithic A o
Neolítico Precerámico A), que data de 9600-8800 a.C. (calib.). Aún está por determinarse la ubicación
estratigráfica de los recintos E y F, pero es probable que pertenezcan a la capa III también. Esta última está
superpuesta por la capa II en el área de los recintos A a D, que representa a los periodos EPPNB y MPPNB
(Early Pre-Pottery Neolithic A y Middle Pre-Pottery Neolithic o PPNB Temprano y Medio), que fechan
entre 8800 y 8000 a.C. (calib.). En ellos desaparece la monumentalidad de la capa III. Todo aparece redu-
cido tanto en tamaño como en frecuencia, pero el simbolismo de los pilares en forma de «T» se mantiene.
Ya no alcanzan alturas de 4 o 5 metros, sino de solo 1,5 a 2 metros. Tienen plantas rectangulares y los
cuartos poseen longitudes de entre 4 a 6 metros, y anchos de 2 a 4 metros. Por regla, solo tienen dos pilares
que representan, casi en forma rudimentaria, la pareja central de los recintos monumentales. La capa I es
la de la superficie y contiene los sedimentos de piedemonte, a veces muy espesos debido al intensivo uso
agrícola. Ya que solo se han registrado actividades constructivas de la Edad de Piedra, no existen huellas de

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uso posteriores fuera de hallazgos aislados antiguos y modernos; el contenido de la capa I consiste de sedi-
mentos y artefactos reubicados de las capas II y III. Debido a no haberse encontrado objetos ni contextos
espectaculares en las capas I y II, a continuación se tratará de los contextos de la capa III.

3.1. El Recinto A

En su planta, el Recinto A es más cuadrangular que circular, pero se le cuenta entre los recintos circulares.
Su contorno aún no se puede describir en su totalidad, ya que hasta ahora solo se ha excavado la mitad
de la estructura y no se han retomado las excavaciones desde hace años. Debido a una destrucción inten-
siva de las estructuras, se hizo problemática una limpieza de los contextos y parecía preferible continuar
con los recintos B, C y D adyacentes para volver, luego, a las excavaciones en el Recinto A con el objeto
de aplicar los conocimientos y experiencias adquiridas en las primeros. Estos trabajos están proyectados
para un futuro próximo. Por lo tanto, debido a las razones expuestas, la descripción de la estructura solo
es posible con reservas. Los pilares 1 y 2 son los centrales y fueron excavados hasta el nivel de la banqueta
de piedra. Ambos están adornados profusamente con relieves, entre los que destaca una red de cerca de
20 serpientes entrelazadas (Fig. 11). Gracias a la experiencia acumulada durante los años con referencia
a la distribución de los pilares, se puede advertir que el Pilar 2 se encuentra en una posición secundaria.
La espalda se convirtió en vientre —y viceversa—, ya que la esclavina y el bucranio (cabeza de uro), que
deberían haber aparecido en la cara anterior de acuerdo con los muchos ejemplos recuperados mientras
tanto, se han encontrado en la cara posterior del pilar.
Hasta la actualidad se han registrado cuatro pilares más, pero este número aumentará con seguridad
cuando se emprenda la continuación de los trabajos, pero no se puede calcular cuántos más se ubicarán. La
enumeración de los recintos sigue el orden de su descubrimiento: a los recintos se les designa con letras en
mayúscula, mientras que los pilares tienen números arábigos. En las tablas descriptivas que siguen la abre-
viatura P se refiere a pilar (pillar) y en cursivas se mencionan los elementos no asegurados aún (Tabla 1).

3.2. El Recinto B

El Recinto B tiene planta circular a diferencia del Recinto A. Su diámetro interior mide poco menos de
10 metros. Hasta la actualidad se han registrado siete pilares en el muro circular, mientras que un octavo
probablemente se perdió debido a que un pozo de saqueo disturbó una parte del recinto. Junto con los
pilares centrales, se puede tantear un total de 10 pilares, pero este cálculo no es seguro, ya que la parte norte
del muro del recinto se excavó de forma incompleta. Ahí podría haber un pilar y, quizá —pero, menos
probablemente— dos más. Los pilares existentes —en caso en que esté expuesta la cara ventral— muestran
una particularidad: ninguno lleva las bandas llamadas esclavinas que, en otros casos, aparecen muy a me-
nudo y tampoco tienen otros relieves. Llama la atención, en particular, la ausencia de los jabalíes machos,
que conforman el motivo más frecuente del Recinto C.
Entre los pilares centrales se llegó al piso, que —como era de esperar— era de tipo terrazzo,1 tal como
se conoce de los sitios Çayönü y Nevali Çori, y que fue limpiado en un área de varios metros cuadrados.
Constituyó una sorpresa el hallazgo de un plato de piedra fijado en el piso delante del pilar central orien-
tal, de manera que parecía pertenecer a las instalaciones inmobiliarias del recinto. Este plato constituye
un vestigio de actividades determinadas en las que el manejo de líquidos desempeñó un papel relevante.
No se extrajeron todos los sedimentos del relleno con el fin de develar todo el piso terrazo por razones de
estabilidad, ya que algunos pilares dan la impresión de una colocación inestable que podría causar su de-
rrumbe al descubrirlos del todo. Solo se garantiza una consolidación de los pilares cuando se levante una
construcción de protección (Tabla 2).

3.3. El Recinto C

Este recinto tiene varios círculos concéntricos, con un diámetro total de más de 30 metros y un gran pozo
de saqueo que afectó los pilares centrales. Sus secciones superiores fueron rotas a golpes en fragmentos de
pesos de varios centenares de kilos que se hallaron en el relleno del pozo, pero esta destrucción permitió la

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Fig. 9. Plano esquemático de las excavaciones en Göbekli Tepe (elaboración del plano: Deutsches Archäologisches Institut).
Fig. 10. Puntas de proyectil líticas (foto: Irmgard Wagner).
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Fig. 11. Recinto A. Pilar 1, con la representación de una red de serpientes entrelazadas (foto: Klaus Schmidt).

excavación del piso del recinto sobre un área extendida a diferencia de los recintos A, B y D, ya que carecían
de los pilares altos, aislados y de colocación inestable y peligrosa. Por otro lado, además de alcanzar el piso,
las esperanzas más osadas se convirtieron en realidad. Se había especulado si este recinto podría haber lle-
gado a la roca viva, ya que estaba a más profundidad que las demás estructuras de Göbekli Tepe. En efecto,
se verificó que no poseía un piso terrazzo como el Recinto B, sino que la misma roca servía de fondo.
Este piso de roca fue trabajado de modo cuidadoso para lograr una superficie plana y lisa. A modo del
denominado Templo Rocoso, ubicado en la meseta occidental y que se tratará luego —que fue documen-
tado y descrito ya en la primera temporada de 1995 y que se encontraba casi sin cobertura de sedimen-
tos—, el Recinto C mostró, además de dicha superficie, otro elemento «arquitectónico» tallado en la roca.
Ambos pilares centrales estaban erguidos sobre sendos pedestales que miden unos 30 centímetros de altura
respecto del piso, pero, en vez de tener una forma ovalada como los del Templo Rocoso, son trapezoidales.
Hacia el centro de la superficie del pedestal había una sección hundida en forma rectangular, a modo de
caja, que servía para el anclaje del pilar. Por la destrucción mencionada, el pie del fuste del Pilar Central
37 fue arrancado de su anclaje en el pedestal y se había inclinado hacia el oeste. En su cara ventral que, de
acuerdo con la orientación de los recintos A, B y D miraba hacia el sureste—, se aplicó el acostumbrado
relieve plano en forma de esclavina. Sobre la cara sur del fuste orientada hacia abajo y hacia el centro del

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Tabla 1. Los pilares del Recinto A y sus representaciones.

P1 Pilar central occidental con esclavina; en la cara anterior presenta cinco serpientes, mientras que en el
fuste izquierdo hay una red de serpientes entrelazadas y un carnero.
P2 Pilar central oriental; en la espalda presenta una esclavina con bucranio, mientras que en el fuste
derecho aparecen un toro, un zorro y una grulla.
P3 Solo se reconoce la cabeza del pilar; hasta el momento no se han definido relieves.
P4 Sin esclavina; hasta ahora no han aparecido relieves.
P5 Sin esclavina; una serpiente en la cara frontal.
P17 Hasta ahora solo se reconoce la cabecera del pilar, pero no han aparecido relieves.

Tabla 2. Los pilares del Recinto B y sus representaciones.

P10 Pilar central occidental; sin esclavina, un zorro y un grafiti.


P9 Pilar central oriental; sin esclavina, un zorro.
P6 Sin esclavina en la cara dorsal; un reptil y una serpiente.
P7 Sin esclavina y sin relieves hasta el momento.
P8 Sin esclavina y sin relieves reconocidos hasta ahora.
P14 Sin esclavina; un zorro en la cabecera derecha y una serpiente en la cara dorsal.
P15 El pilar está en el perfil; hasta el momento no hay relieves.
P16 Hasta ahora solo se reconoce la cabecera del pilar; no se han observado relieves aún.
P34 Hasta el momento solo se advierte la cabecera del pilar; no se han definido relieves todavía.

Otro pilar probablemente se encuentra en el perfil y otro más debe haber sido retirado en tiempos modernos.

recinto se reconoció un relieve, pese a la visibilidad muy reducida causada por la inclinación de su caída.
Se trata de un zorro de grandes dimensiones y muy bien conservado.
El pie del fuste del Pilar Central oriental 31 resistió la furia destructiva de la que fue objeto el Recinto
C. Fue encontrado en su anclaje original en el pedestal rocoso, de donde se alza aún con 2 metros de altura
conservada. El Pilar 31 es inmenso: tiene un espesor de 0,60 metros y un ancho de 1,80 metros; su altura
original, reconstruida por los fragmentos, alcanzó más de 5 metros. En la cara ventral del pilar orientada
hacia el sureste se encuentra también la esclavina que corresponde a su contraparte occidental. En la cara
derecha del pie del fuste aún in situ, dirigida hacia el centro del recinto, se reconoce un relieve plano pese
a las notables destrucciones. La línea del dorso, la cola y las patas traseras de un animal se conservaban
intactas. Gracias a posibilidades de comparación con representaciones respectivas en otros pilares, se ha
podido determinar la figura de un toro, a pesar de que la cabeza no se ha preservado.
Los demás pilares se distribuyen sobre dos círculos de muros. En el círculo interior se aprecian 11 pila-
res, mientras que en el segundo aparecen siete de ellos. Al contar otro pilar aún escondido en el muro del
perfil se puede afirmar, con gran probabilidad, de que un total de 12 de ellos formaban el círculo interior.
Al segundo círculo se agregarán algunos pilares cuando se efectúen las excavaciones correspondientes, ya
que el recinto no se ha descubierto del todo, por lo que resulta imposible calcular su número definitivo.
También queda por aclarar si existen pilares en el tercer y cuarto círculos cuyos muros correspondientes
aparecen en la parte occidental del recinto. La lista de los motivos lleva a un resultado claro: las serpientes,
que suelen ser frecuentes en otros recintos, no se registran en el Recinto C, y tampoco los zorros aparecen
con frecuencia; en cambio, los patos y los jabalíes machos constituyen representaciones comunes (Fig. 12,
Tabla 3).

3.4. El Recinto D

Esta es la estructura mejor conservada. A diferencia del Recinto C, no fue destruido posteriormente y
conservó su forma original por casi 12 milenios. Es bastante probable que tenga 12 pilares dispuestos en

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Fig. 12. Recinto C. Pilar 12, con la representación de patos, un motivo reticular, un jabalí macho y un zorro (foto: Dieter
Johannes).
un círculo. El término «probable» se refiere al hecho de que la parte noreste del contorno aún no se ha exca-
vado en forma completa y, por ende, no se puede indicar con exactitud la cantidad de los pilares colocados
en esta parte. En el espacio entre los pilares 43 y 30 podría haber dos adicionales, pero cualquier resultado
fuera de un total de 12 constituiría una sorpresa ante la simetría reconocible de los demás recintos.
El diámetro máximo interior del recinto ovalado mide más de 20 metros en dirección Este-Oeste. Los
pilares centrales que fueron excavados solo parcialmente hasta el momento deberían alcanzar más de 5
metros al terminar con los trabajos. El programa iconográfico es el más rico documentado hasta la fecha,
ya que representa la mayor cantidad de especies de animales entre mamíferos, aves, insectos y arañas, así
como numerosos símbolos abstractos —un círculo, un creciente, un símbolo en forma de «H» dispuesto
en forma yacente o parada— y el bucranio como representación compacta de un animal.
Una combinación de motivos que resulta especial hasta para Göbekli Tepe aparece en el Pilar 18, el
Pilar Central oriental del recinto. Este posee brazos, que fueron indicados como interpretación antropo-
morfa de los pilares en forma de «T» en la introducción. Es probable que tenga manos en la parte más
inferior, pero esta todavía no se ha excavado. En la flexión del brazo derecho aparece un zorro (Fig. 13).

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Tabla 3. Los pilares del Recinto C y sus representaciones.

P37 Pilar central occidental; esclavina y un zorro.


P35 Pilar central oriental; esclavina y un toro.

Pilares en el círculo interior


P13 Solo se reconoce la cabecera del pilar; hasta el momento no han aparecido relieves.
P24 Sin esclavina; un zorro (inciso).
P26 Sin esclavina; un jabalí macho.
P27 Esclavina, un jabalí macho, una liebre y un animal depredador (en altorrelieve).
P28 Esclavina, un jabalí macho y dos símbolos abstractos.
P29 Esclavina, relieve removido por picadas, probablemente un jabalí macho.
P36 Sin esclavina; hasta ahora sin relieves.
P39 Solo se observa la cabecera del pilar; hasta el momento no aparecen relieves.
P40 Solo se ve la cabecera del pilar; hasta ahora sin relieves.
P46 Sin esclavina; hasta el momento no se observan relieves.
P47 Sin esclavina; hasta ahora no presenta relieves.

Un duodécimo pilar se encuentra, probablemente, en el perfil del segundo círculo.

P11 Esclavina y un animal depredador.


P12 Esclavina, cinco patos, una estructura reticular, un jabalí macho y un zorro.
P23 Esclavina, tres patos y un jabalí macho.
P25 Sin esclavina; un jabalí macho.
P40 Solo se ve la cabecera del pilar; hasta ahora no han aparecido relieves.
P44 Esclavina; hasta el momento no presenta relieves adicionales.
P45 Solo se ve la cabecera del pilar; hasta ahora no hay relieves visibles.

Pese a no indicarse bien por la poco hábil representación, esta escultura parece indicar que el ser pilar lítico
presenta a uno de estos animales (Tabla 4).

3.5. El Recinto E

El Recinto E, llamado el Templo Rocoso, ocupa una posición especial, ya que se encuentra fuera de la
colina con las ruinas en la meseta occidental, por lo que se excluye cualquier contexto estratigráfico relacio-
nado (Fig. 14). No se observan pilares ni muros, pero ciertas estructuras hundidas en la roca viva señalan
que existía un recinto «circular» cuyos elementos constructivos han desaparecido por completo. El piso
rocoso tiene planta ovalada y está pulido con esmero. En su centro se encuentran dos pedestales ovalados
tallados en la roca que poseen cajas rectangulares que, sin duda, servían para el anclaje de la pareja de pilares
centrales en este lugar. Una banqueta tallada en la roca constituye el límite respecto de la superficie no
trabajada de la roca —tal como es de esperar de un recinto— y bordea el pedestal ovalado.
El piso aplanado en forma artificial y los pedestales tallados en la roca que fueron descubiertos en las
excavaciones de 2008 en el Recinto C corroboran, de modo ideal, las interpretaciones acerca del Recinto
E (Beile-Bohn et al. 1998). Por mucho tiempo, ya se había especulado que los recintos hundidos en la
roca constituían la fase constructiva más temprana en Göbekli Tepe. Solo la escasez de espacio condujo a
la superposición de los santuarios y a la imitación del piso de roca por las superficies a modo de concreto
(terrazzo). El suelo de roca del Recinto C ha confirmado esta idea.

3.6. El Recinto F

En la pendiente occidental de la cumbre de la colina se descubrió otro recinto circular en 2007 (Fig. 15).
Debido a su tamaño reducido, los pilares fueron incluidos en el grupo de los pilares de la capa II y enumera-
dos con cifras romanas, pero su contexto estratigráfico aún no está esclarecido, ya que aparece por debajo
de la superficie. Llama la atención la orientación suroeste de los pilares centrales, que varía visiblemente de

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Fig. 13. Recinto D. Pilar 18, con la representación de brazos y un zorro (foto: Berthold Steinhilber).

la habitual orientación Sur-sureste de los recintos A a E. Nuevamente aparecen banquetas líticas adosadas
cubiertas con grandes placas de piedra.
A unos 80 centímetros por debajo del nivel de las coberturas de las banquetas se llegó al piso del recinto.
Este consiste, como era de esperar, de terrazzo bien conservado, que fue limpiado en toda su extensión. Los
pilares centrales, como todos los demás, se encuentran muy destruidos debido a su cercanía a la superficie.
El fuste del Pilar XXXVI solo alcanza una altura de 0,90 metros, mientras que el del Pilar XXXVII mide
1,10 metros. Por medio de una reconstrucción y encaje de los fragmentos se logró una altura total del fuste
de 1,70 metros. Un fragmento con relieve encontrado en el derrumbe del recinto que pudo agregarse al
pilar mencionado es bastante significativo. Este relieve muestra el pene, los testículos, las piernas traseras y
el vientre de un animal. Después de su restauración quedó esclarecido de que se trataba de una repetición
del motivo conocido para el Pilar 18 del Recinto D (Tabla 5).

4. La orientación de los pilares y de los recintos

La forma humana de los pilares en forma de «T» en asociación con la esclavina permite indicaciones pre-
cisas en relación con el cuerpo humano en sus lados izquierdo, derecho, frontal y posterior, cara ventral
y dorsal. En cada recinto circular, la esclavina suele aparecer en la cara angosta del fuste orientada hacia
adentro y señala, en forma aparente, la parte del pecho o del vientre. Por ello, no queda duda de que los
pilares de cada círculo miran siempre hacia el centro del recinto. Ahí se ubica la pareja central de pilares,
probablemente con la mirada hacia la entrada —en caso de que se pueda dar con su ubicación—. Junto
con los demás, parecen estar preparados para recibir a los «visitantes». En todo caso, las banquetas mencio-
nadas, siempre adosadas a los muros de planta circular, podrían haber fungido como lugares de asiento o de
reclinación. Sin embargo, se ignora la identidad de tales visitantes, fueran ellos de este mundo o de otro.
Parece que el total de los pilares dispuestos de diversos modos alrededor de la pareja central no se debe-
ría a reglas fijas. La docena de especímenes que aparece en los recintos C y D de Göbekli Tepe es llamativo,

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Tabla 4. Los pilares del Recinto D y sus representaciones.

P31 Pilar central occidental; esclavina y dos brazos humanos.


P18 Pilar central oriental; esclavina, dos brazos humanos y un zorro.
P19 Esclavina y una serpiente.
P20 Esclavina, una serpiente, un toro y tres zorros.
P21 Esclavina, un onagro y una gacela.
P22 Esclavina, una serpiente, un zorro y un grafiti de dos insectos.
P30 Sin esclavina; cinco serpientes, un onagro y un símbolo en forma de «H».
P32 Sin esclavina; hasta ahora sin relieves.
P33 Esclavina, un zorro, dos grullas, un insecto, una araña, una oveja, más de 20 serpientes y varios sím-
bolos en forma de «H».
P38 Esclavina, un toro, un zorro, un jabalí macho, un pato, dos grullas (o cigüeñas) y un bucranio.
P41 Solo se ve la cabecera; hasta ahora sin relieves.
P42 Solo se observa la cabecera; hasta el momento no presenta relieves.
P43 Esclavina; en el lado derecho aparecen un buitre, un íbice, tres aves, un escorpión, un zorro, dos ser-
pientes, un cuadrúpedo, un reptil, un hombre itifálico sin cabeza, tres símbolos en forma de caja, otro
circular y dos en forma de «H». Sobre las caras delanteras están representados un cuadrúpedo y un
insecto.

Con gran probabilidad, en el perfil se encuentra un décimocuarto pilar.

pero podría ser casual, ya que los recintos A y B tienen una cantidad menor. La orientación de los recintos
tampoco es completamente uniforme. Las entradas de los recintos A a E parecen mirar hacia el Sur-sureste,
pero la del Recinto F de 2007 y las de Nevali Çori se dirigen hacia el suroeste. En todo caso, parece prema-
turo establecer reglas aritméticas o astronómicas en el estado actual de los conocimientos.

5. ¿Kivas mesopotámicas?

Los muros circulares suelen carecer de una cara exterior, a lo que hay que añadir que fueron excavados
profundamente en el terreno. Debido a ello, resulta difícil desestimar un parentesco formal con las ki-
vas subterráneas de los indios pueblo del Suroeste de los Estados Unidos (Fagan 1993). Estos recintos
precolombinos —a menudo de planta circular, amurallados y techados— también tienen banquetas de
piedra adosadas al muro circundante. Servían de lugares rituales y cada aldea poseía varias kivas usadas por
grupos determinados, como clanes o agrupaciones de hombres. Estos paralelos formales entre las kivas y
los recintos circulares de Göbekli Tepe podrían incitar a transferir aspectos funcionales de un grupo de
monumentos al otro, pero tal intento sería un paso metodológico poco recomendable. En todo caso, las
kivas podrían servir de modelo para lo que podría haber sido válido acerca de los recintos tratados en el
presente artículo.
El acceso a las kivas era desde el techo y por medio de escaleras. La pregunta acerca del acceso a los
recintos circulares de Göbekli Tepe aún no se puede responder en forma definitiva, ya que ningún recinto
ha sido excavado en forma completa hasta la fecha, pero el hallazgo de algunas lajas de piedra con abertura
a modo de entrada en posición vertical e in situ en los recintos A y C sugieren, con cierta seguridad, que sí
hubo un acceso aparente en la planta baja, pero solo en el caso del Recinto A la abertura de la laja parece
dirigirse directamente al interior; en el Recinto C, en cambio, la entrada se abre hacia una especie de dro-
mos —una entrada flanqueada por muros hacia espacios subterráneos—. Sin embargo, este no permite una
entrada al recinto, sino que termina antes. El único camino reconocible al Recinto C parece ser el descenso
desde la cabecera del muro circular.
En este contexto, queda pendiente determinar si los recintos de Göbekli Tepe estaban techados o no.
En el primer caso, la laja de entrada se hubiera podido ubicar como una abertura de acceso desde la super-
ficie del techo. La laja con abertura que yacía delante de los pilares centrales en el derrumbe del Recinto B
deja abiertas ambas posibilidades: podría haberse colocado en posición vertical como abertura en el lado
Sur-sureste del muro circular o en posición más o menos horizontal en el techo. Los dos recintos más o

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Fig. 14. Recinto E, el Templo Rocoso (foto: Michael Morsch).

menos cuadrangulares y el edificio con terrazzo de Nevali Çori tienen accesos a través de una abertura del
muro de circunvalación. En este asentamiento, situado a unos 50 kilómetros hacia el noroeste de Göbekli
Tepe y que data del noveno milenio a.C., fue encontrado, por primera vez, en la década de los ochenta
del siglo pasado, un santuario con pilares en forma de «T» (cf. Fig. 6; cf. Hauptmann 1999). El edificio
se parece al Recinto A de Göbekli Tepe, ya que también posee una planta subcuadrangular. En Nevali
Çori la entrada se reconoce con claridad: tiene forma de una pequeña escalinata y está en buen estado de
conservación. Se encuentra en la parte suroeste, está orientada hacia el valle y conduce al eje con los dos
pilares centrales.
En ambos recintos aproximadamente cuadrangulares —el Recinto A de Göbekli Tepe y el edificio
con terrazzo de Nevali Çori— se podría observar una evolución desde una forma circular original. En la
variante cuadrangular podría haber existido un techo que no necesariamente correspondía al concepto ori-
ginal de los recintos y, en este caso, habría sido un agregado secundario. Los pilares de los recintos circulares
distan mucho entre ellos, de modo que las envergaduras por conectar hacen improbable la construcción
de un techo. Asimismo, se debe considerar que los pilares tienen alturas variadas y no están colocados de
manera firme, por lo que no están condicionados para soportar una cubierta. En un futuro cercano será
posible determinar una decisión definitiva con la acumulación de datos más consistentes.

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Fig. 15. Recinto F (foto: Michael Morsch).

6. La identidad de los pilares en forma de «T»

Un problema significativo apunta hacia la identidad de los pilares en forma de «T», los que deben en-
tenderse como antropomorfos: ¿quiénes están representados y qué significa el patrón recurrente de su colo-
cación? A estas alturas también surgen los cuestionamientos acerca del extraño aspecto de los seres líticos:
¿por qué se representó la cabeza en forma puramente geométrica, sin detalles como ojos, nariz o boca?
Justamente el hecho de la ausencia de un rostro en los pilares debe ser relevante. El argumento de un
eventual temor a la representación facial humana se invalida ante el grupo de grandes esculturas que se
presentarán luego. Por lo tanto, se debe constatar que la ausencia de detalles en las cabezas de los pilares
constituye una característica iconográfica importante.
Tampoco se ha comprobado la presencia de indicaciones sexuales de cualquier carácter en los pilares
en forma de «T» conocidos hasta la fecha. Este hecho sorprende, ya que la pareja central de pilares podría
conducir directamente hacia la dualidad clásica hombre-mujer. No es de excluir que los seres de los pilares
hayan tenido una identidad femenina o masculina. Las indicaciones de sexos no han sido consideradas
necesarias, a menos que se escondan en el lenguaje simbólico de este mundo de la Edad de Piedra. Tales
indicios deberían ser muy sutiles, pero más parece ser que la dualidad masculino-femenino no tuvo un
papel importante. En ese sentido, nunca fue muy recomendable una concentración correspondiente en

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Tabla 5. Los pilares del Recinto F y sus representaciones.

PXXXVII Pilar central sur; esclavina, brazos y manos.


PXXXVI Pilar central norte; esclavina, brazos, manos y un zorro.
PXXIII Solo se ve la cabecera del pilar; un animal depredador.
PXXIV Sin esclavina; hasta el momento sin relieves.
PXXV Esclavina, brazos, manos, una representación antropomorfa y un perro.
PXXVI Esclavina, brazos y un relieve borrado por picado.
PXXXIV Sin esclavina; un jabalí macho (inciso) y un ave.
PXXXV Sin esclavina; hasta ahora sin relieves.

la interpretación del arte parietal franco-cantábrico del Paleolítico Superior (v.g., Leroi-Gourhan 1971) o
de algunos motivos en el arte parietal de Çatal Hüyük (v.g., Mellaart 1967). Es evidente que la diferencia
hombre-mujer es fundamental, pero no hay que esperar, necesariamente, que fuera un tema central y cons-
tante en el arte temprano.
También es factible pensar en otras posibilidades que el dualismo mencionado cuando se quiere in-
terpretar una pareja. Es evidente que podría tratarse de mellizos y, debido a la ausencia de indicación del
sexo en las figuras líticas de Göbekli Tepe, podrían ser tanto masculinos como femeninos, a manera de las
parejas de hermanas que aparecen en los mitos de creación de algunos pueblos. También resulta evidente
tomarlo como un indicio de imaginaciones religiosas dualistas fundamentales (Eliade y Couliano 2004),
con lo que se percibe que tales interpretaciones dependen mucho de reflexiones y convicciones personales.
Por lo tanto, no se puede presentar aún una respuesta definitiva a la pregunta acerca de a quiénes represen-
tan los seres centrales de los recintos de planta circular.
Pero también parece posible un pequeño paso hacia adelante en el largo camino de la interpretación
si se acepta que los pilares representaban seres de otro mundo. La estilización extrema, la reducción a la
forma cúbica y la renuncia de dar detalles de la cabeza —sobre todo, del rostro— deben haber sido in-
tencionales, como fue señalado arriba. La plástica monumental plurifigurativa demuestra la capacidad de
realizar lo contrario. Deben haber sido seres extraordinarios de esferas extrañas los que se reunieron ahí.
Una evaluación desde la perspectiva de la historia del arte que se presentará en este contexto en forma
tentativa muestra que el contorno severo y claro, y la corporalidad voluminosa y angulosa se resisten a una
comparación con todo lo que se hizo antes o que vino después. En los milenios que siguen a la edad de
los pilares en forma de «T» se desconoce lo que podría equipararse con ellos. Las figurinas en miniatura de
Çatal Hüyük, con muchos siglos más recientes, o las imágenes en bulto del área levantina del sur en, por
ejemplo, ‘Ain Ghazal, son solo un reflejo débil del arte monumental de piedra que se ha descubierto en el
Éufrates medio. Solo milenios después, los artistas del Cercano Oriente vuelven a crear obras de grandes
dimensiones y únicamente en tiempos modernos encuentran caminos hacia estilizaciones cúbicas como las
que caracterizan el mundo de Göbekli Tepe.

7. Los relieves de los pilares en forma de «T» y las esculturas

Otra característica de los pilares en forma de «T», que apenas se ha tratado hasta aquí, además de su ta-
maño y monumentalidad, la conforman los relieves en los pilares que, al lado de las manos y esclavinas, son
los que suelen representar animales, pero también símbolos abstractos (Fig. 17). Se han registrado jabalíes
machos, zorros, toros, buitres, patos y grullas, pero también serpientes, arañas y escorpiones. Entre los
signos abstractos destaca el símbolo en forma de «H», que también aparece en una rotación de 90° y cuyo
significado escapa a los análisis. Es de relevancia preguntarse por el significado de la combinación de los
pilares antropomorfos y de los relieves. ¿Es probable que los pilares constituyesen simples trasfondos para
la recepción de imágenes placativas sin mayores relaciones con los soportes? Sin duda, hubo una conexión
más profunda entre las imágenes y los monolitos.
¿En qué consistía esta conexión? ¿Fueron los animales acompañantes o atributos de los seres en forma
de «T»? ¿Se trata de representaciones zoomorfas que «hablan» de los seres de los pilares o son, quizá,

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Fig. 16. Mapa de ubicación de los sitios con presencia de pilares en forma de «T» (elaboración del mapa: Klaus Schmidt).
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Fig. 17. Recinto D. Pilar 43, excavado en 2006 (foto: Klaus Schmidt).

ilustraciones de un mito en el que actúan junto con los seres en forma de «T»? Las representaciones de
animales son naturalistas y corresponden al mundo animal de ese entonces, pero estos no necesariamente
debieron haber desempeñado un papel destacado en la vida cotidiana de los hombres, como, por ejemplo,
los animales de presa. Deben haber sido, más bien, parte de un mundo mitológico que ya se presentaba
en el arte parietal. El zorro como trickster 2 aparece en muchas culturas del mundo; los animales en los tres
objetos en forma de cajas del Pilar 43 —un ave, un cuadrúpedo y un reptil— pueden entenderse como
representantes de los elementos aire, tierra y agua, y muchas representaciones podrían caracterizarse o in-
terpretarse de forma análoga. Debe de enfatizarse en este contexto la observación de que, con la excepción
de las representaciones antropomorfas con cabezas zoomorfas, no aparecen seres híbridos o seres fabulosos,
como las esfinges o los centauros, los toros o caballos alados en la iconografía y, por lo tanto, en la mitología
prehistóricas (véase Schmidt 2001; Mode 2005). Estas son creaciones de las civilizaciones más tardías.
En Göbekli Tepe no existen motivos claramente señalados como femeninos, tanto entre las representa-
ciones antropomorfas como las zoomorfas, con la excepción de un grabado a modo de grafiti que se puede
ignorar en el contexto tratado. En cambio, Nevali Çori destaca por un total de más de 700 ejemplares
de piezas de terracota pequeñas que aluden a figuras masculinas y femeninas en proporciones similares

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Fig. 18. Recinto C. Pilar 27, con altorrelieve, encontrado en 2006 (foto: Klaus Schmidt).

(Morsch 2002). Hasta más del 95% de ellas son objetos antropomorfos. En Göbekli Tepe tales terraco-
tas no aparecen en absoluto. Con toda probabilidad se perciben funciones diferentes en sus santuarios.
Mientras que los recintos de Göbekli Tepe podrían estar relacionados con costumbres funerarias, Nevali
Çori refleja un asentamiento aldeano y su vida cotidiana. La materia prima, la arcilla para la elaboración de
las figurinas femeninas y masculinas, es otro aspecto importante que hay que considerar.
Las figurinas de piedra que también abundan en Nevali Çori presentan un repertorio iconográfico
completamente distinto, mucho más variado en comparación con las figurinas de arcilla. También se encon-
traron algunas figurinas de piedra calcárea en Göbekli Tepe. Estas, sin duda, repiten el corpus de motivos
de los altorrelieves y de las grandes esculturas de piedra que se conocen de este sitio. No solo aparecen
los relieves planos en los pilares, sino también altorrelieves y esculturas cuya ubicación original solo se
determinó en las temporadas más recientes realizadas en este yacimiento. Un motivo importante es el de
un animal depredador que muestra sus fauces. En un caso, semejante ser está representado con la cabeza
hacia abajo en un pilar (Fig. 18). Ambos fueron tallados a partir de un bloque en un solo proceso de tra-
bajo, lo que constituye una notable obra maestra. Este animal es, además de una escultura, un altorrelieve
esculpido en bulto que se proyecta al espacio y cuya fragilidad refinada se opone a la masa inmensa y poco
estructurada del pilar en forma de sillar. Este hallazgo sobrepasa todo lo que se ha conocido de Göbekli
Tepe hasta la fecha. Su configuración debió haberse concebido desde la cantera y su tallado demandó una
planificación previsora, pero, además, una admirable habilidad artesanal. A una cola robusta le sigue un
cuerpo macizo y las patas parecen estar listas para el salto. En su boca semiabierta se aprecia una dentadura
fuerte de depredador. El hocico se parece al de un felino o un perro, de modo que resulta difícil determinar
su especie correspondiente.
Esta representación forma parte de un grupo de esculturas muy parecidas excavadas en Göbekli Tepe.
Se conocen unos 10 ejemplos de esta clase de imágenes talladas en altorrelieve. Otro tipo importante, y

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GÖBEKLI TEPE 285

Fig. 19. Recinto C. Escultura


de un jabalí macho encon-
trada al sur del Pilar 12 en
1999 (foto: Klaus Schmidt).

Fig. 20. Recinto C. Escultura


de un jabalí macho encon-
trada al sur del Pilar 35 en
2008 (foto: Klaus Schmidt).

no menos agresivo, es un jabalí con colmillos enormes que parece ser el ancestro del jabalí macho que aso-
laba las tierras de Erimanto y cuya fiereza legendaria solo pudo ser dominada por Heracles. Un ejemplar
encontrado en 2008 se parece a otro hallazgo realizado en 1999 como si fuera, literalmente, su «mellizo»
(Figs. 19, 20).
En estas ocho representaciones de jabalíes machos de Göbekli Tepe la parte plana fracturada en las
patas de los animales muestra que estas «esculturas» formaron parte de un pilar a modo de altorrelieve en
su posición inicial. De hecho, en varios fragmentos de cabezas no se puede determinar su forma completa
original. Otro hallazgo de 2008 muestra que existían protomas al lado de los altorrelieves que solo repre-
sentan la mitad anterior del cuerpo del animal unido con un pivote cónico sólido a la mampostería, lo que
crea el efecto de un animal saltando del muro (Fig. 21).
Fuera de la capacidad de la realización de obras maestras de artesanía documentada en forma impre-
sionante en los altorrelieves y protomas de Göbekli Tepe, aparece un escenario que implica una sensación
de amenaza en estos recintos. Los seres líticos de los pilares en forma de «T» —ellos mismos, sin duda,
imponentes e inmensos— rodean al visitante en un círculo sin aberturas. Están acompañados por animales
que parecen dirigirse al espectador. A menudo se trata de serpientes, bestias con dientes enormes, primos
del jabalí macho de Erimanto, arañas, escorpiones y escolopendras que producen, para el visitante, la im-
presión de encontrarse rodeado por poderes hostiles.

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Fig. 21. Recinto C. Protoma de un jabalí macho ubicado in situ en el muro septentrional. Fue encontrado en la temporada
2008 (foto: Klaus Schmidt).

En forma aparente, esta interpretación contradice, en parte, la idea de que se trata de mitos represen-
tados en los pilares, ya que, en ellos, los seres plasmados, acompañados por los animales, podrían haber
desempeñado un papel importante. Pero quedan muchas preguntas por contestar: ¿a quién estaba dirigido
este poder que, al parecer, confinaba a quien ingresaba en ese espacio?, ¿quién o qué fue encerrado o ro-
deado de esta manera?, ¿para quiénes estaban destinadas las banquetas adosadas a los muros circulares?,
¿a quiénes representaban estos pilares antropomorfos sin rostro?, ¿se trataba de ancestros o de espíritus?,
¿podía tratarse de divinidades tempranas?, ¿conformaban una reunión de dioses en Göbekli Tepe, a manera
de un panteón neolítico?

8. Epílogo

Hasta la actualidad, fuera de Göbekli Tepe y Nevali Çori, se conocen los pilares en forma de «T» de Sefer
Tepe y Karahan (Fig. 16; cf. Schmidt 2006). Todos estos sitios se encuentran en la región de Şanliurfa,
pero la distribución de la representación simbólica de los pilares en forma de «T» podría haber sido mucho
más extensa. De esta manera, podrían incluirse los ejemplares de arquitectura de pilares de Nemrik y de
Qermezdere, aunque sus contextos no cuentan con la certidumbre deseable (Wightman 2007). En todo
caso, muchas de las preguntas surgidas en este artículo no encuentran respuestas todavía, pero ya se puede
formular una conclusión concreta: los santuarios de la Edad de Piedra en la Alta Mesopotamia, cuya forma
monumental se documentó en este yacimiento, corresponden, en el fondo, a círculos de piedra como se

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conocen de muchas culturas del mundo. La diferencia con el frecuente fenómeno del círculo de piedra la
presentan los extraordinarios pilares en forma de «T» de Göbekli Tepe que dominan los recintos a manera
de seres líticos antropomorfos. En estas estructuras monumentales siempre existe una pareja central de
pilares que atraen la mirada de los demás. Con los muros que conectan los pilares se logra una separación
clara entre el espacio interior establecido de esta manera y el exterior. Además, seres apotropaicos amenazan
a los intrusos potenciales. Todavía no se ha determinado qué actividades se efectuaron al interior de estos
santuarios, pero el inmenso potencial aún por estudiar en este sitio permite esperar, con optimismo, que
estos problemas se puedan aclarar en el futuro. No se puede comprobar una continuidad de este tipo de re-
cintos sagrados paleolíticos hasta los templos del antiguo Oriente —como, por ejemplo, Eridu o Uruk—,
pero los amplios paisajes de la Alta Mesopotamia pueden esconder, aún, muchas más sorpresas de las que
los estudiosos se pueden imaginar.

Agradecimientos

Las excavaciones en el complejo de Göbekli Tepe constituyen un proyecto de investigación del Deutsches
Archäologisches Institut (DAI) y el Archaeological Museum of Şanliurfa. Además, las financian la Deutschen
Forschungsgemeinschaft (DFG), la Theodor-Wiegand-Gesellschaft y la organización ArchaeNova.

Notas
1
Por terrazo se entiende un piso calcáreo a modo de concreto con superficie pulida.
2
En la antropología, un trickster es un ser mitológico con cualidades ambiguas, ya que puede generar tanto
bien como mal.

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EL SURGIMIENTO
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289-323 SEDENTARIAS...
/ ISSN 1029-2004 289

El surgimiento de sociedades sedentarias


en el Levante meridional del Cercano Oriente*

Hans Georg K. Gebel a

Resumen

Las transformaciones sociales del Neolítico en el Levante meridional denotan dos tendencias básicas: 1) las estructuras sociales
complejas son reemplazadas por otras de características menos elaboradas en una etapa previa al despliegue de estructuras sociales
más complejas, y 2) probablemente en forma paralela, se entrelazan principios heterárquicos y jerárquicos del orden social en
proporciones cambiantes. Con la creciente demanda de una regulación de los elementos heterárquicos, estos desaparecen para
ser sustituidos por estructuras jerárquicas corporativas y centrales, por lo que aparecen nuevas formas sedentarias de conflicto.
El desarrollo de las formas de vida familiares y comunales atravesó, a manera de olas consecutivas, los diferentes paisajes del
Levante meridional: estructuras familiares nucleares (en el PPNB Medio) fueron reemplazadas por estructuras familiares extensas
corporativas (PPNB Tardío) y volvieron, luego, a su estado inicial (PPNB Final a PNA-B). Las comunidades heterárquicas
(PPNA) se convirtieron en jerárquicas (PPNB Medio a PPNB Tardío) antes del surgimiento de comunidades heterárquicas
pastoriles (PPNB Final a PNA-B) que coexistieron, en forma paralela, con asentamientos jerárquicos permanentes (PPNB Final
a PNA-B). Las cualidades y la velocidad de este proceso general dependen, en forma especial, de factores ecológicos regionales e
incluyen desarrollos regionales de carácter tanto reversible como conservador.

Palabras clave: Neolítico Temprano, Levante meridional, evolución de estructuras sociales, tratamiento de diversos aspectos como
objetos o «mercancías»

Abstract

THE EMERGENCE OF SEDENTARY COMMUNITIES IN THE SOUTHERN LEVANT, NEAR EAST

The social transformations in the South Levantine Neolithic show two basic tendencies: 1) complex social structures are replaced
by less complex ones, before more complex social structures develop; and 2) most likely connected to that: heterarchical and hier-
archical patterns are linked together in varying ways; the more needs for social regulation appear, the more heterarchical elements
trigger corporate, hierarchical and central structures, and new sedentary types of conflict occur. The development of family and
communal life modes moved as shifting waves through the ecozones of the southern Levant: core household structures (MPPNB)
are replaced by corporate extended families households (LPPNB) which then again are replaced by core household structures
(FPPNB-PNA-B); heterarchical communities (PPNA) get replaced by hierarchical (MPPNB-LPPNB) communities, before
pastoral-heterarchical communities develop (FPPNB-PNA-B) and exist together with the hierarchical permanent settlements of
the FPPNB-PNA-B. The qualities and momentum of this general development may differ according to regional ecological condi-
tions, including reversible and conservative regional developments.

Keywords: early Neolithic, Southern Levant, evolution of social structures, commodification

* Traducción del alemán al castellano: Peter Kaulicke


a
Freie Universität Berlin, Institut für Vorderasiatische Archäologie.
Dirección postal: Hüttenweg 7, 14195 Berlin, Alemania.
Correo electrónico: hggebel@zedat.fu-berlin.de ISSN 1029-2004
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1. La evolución neolítica del Cercano Oriente

La transición de modos económicos de recursos explotados a recursos controlados y producidos —el pro-
ceso de la neolitización— ocurrió en los espacios naturales del Cercano Oriente entre los milenios XI y
VI a.C.1 La domesticación y el tratamiento de diversos aspectos como si fueran objetos y «mercancías»
materiales (commodification) constituyeron factores que se reforzaron mutuamente y llevaron a la sedenta-
rización del hombre. Para el Neolítico del Cercano Oriente destacan los siguientes procesos: a) la domes-
ticación de ovocaprinos, ganado vacuno y cerdos; b) el cultivo de cebada, trigo, leguminosas, entre otros,
c) la domesticación del paisaje,2 el agua y los minerales como, por ejemplo, la explotación de yacimientos,
las construcciones hidráulicas y los paisajes culturales, y d) el tratamiento de los ambientes tecnológicos,
sociales, ideológicos y de producción como objetos, mercancías o bienes.
Estas características son los ingredientes, en diferentes dimensiones, de las expresiones de diversas cul-
turas neolíticas locales y regionales que se influenciaron entre sí y cuya participación en la historia gene-
ralizada e idealizada de la neolitización del Cercano Oriente no siempre fue exitosa. Tampoco se puede
concluir que solo las regiones aptas, con sus potenciales especies por domesticar, fueron responsables de
los avances de la neolitización (Tabla 1). Es más, al parecer, fueron las exigencias de adaptación en zonas
menos aptas y marginadas las que condujeron a muchas innovaciones en las áreas de la domesticación y el
tratamiento distinto de diversos aspectos en forma de mercancías o bienes.
El tema de esta contribución es el cambio social que acompañó a la neolitización del Levante meridio-
nal. Esta restricción geográfica solo reduce la escala, pero no la regionalidad y la complejidad de los fenó-
menos sociales en el Neolítico del Cercano Oriente. El afán de elaborar una historia social del Neolítico del
Cercano Oriente se enfrentaría a problemas mayores, ya que la multitud y variedad de zonas naturales en
esta área (Abdulsalam 1988) siempre presenta más mezclas y otros tipos de condiciones medioambientales
para el estudio del desarrollo y el cambio de las estructuras sociales.
La neolitización del Cercano Oriente deja reconocer una tendencia general de cuatro impulsos his-
tórico-económicos en la transición entre el Pleistoceno Final y el Holoceno Temprano (Tabla 1, 1-4; cf.
Gebel 1984), un proceso que no debería confundirse con un sistema rígido de fases consecutivas. De
hecho, algunas zonas no participaron, o no pudieron participar, en un tipo de proceso o solo lo hicieron
de un modo parcial y lo adoptaron, más tarde, en forma simultánea con una fase posterior. Al contemplar
el desenvolvimiento de la sedentarización en el Cercano Oriente, se constata que el criterio de «apariencia
neolítica» también se registra para periodos anteriores y posteriores (Tabla 1, <0>, <5>; Gebel e.p. b).
El cambio social en el Neolítico del Levante meridional, con su diversidad de hábitats espacialmente
restringidos y ecológicamente sensibles, se debió a regularidades diferentes a las transformaciones de carác-
ter social ocurridas en las macrorregiones «conservadoras» —en el sentido de que cambiaron menos— del
Cercano Oriente como, por ejemplo, las mesetas extensas del interior del Irán y de Turquía, o las llanuras
aluviales de Mesopotamia. Las constantes adaptaciones sociales ocurridas en la estrechez de los ecosistemas
del Levante meridional y los conflictos territoriales relacionados con el fin de confrontarse con un eventual
colapso del equilibrio entre el hombre y el medioambiente tuvieron un papel esencial en cada uno de estos
procesos. El Neolítico del Levante meridional se caracterizó por una rápida y latente sobreexplotación de
sus recursos, y el crecimiento que posibilitaron estos por medio de adaptaciones económicas de subsis-
tencia y sus mejoramientos. Este condicionamiento particular del cambio social está contrapuesto con el
intercambio de paradigmas sociales creados en algunas regiones aptas —o, también, desfavorables— que
pudieron ofrecerse a regiones vecinas de manera más rápida a través de numerosos corredores naturales
reducidos (véase Fig. 1). Debido a estas condiciones geográficas, el Levante meridional se presenta como
una zona ideal para la investigación del cambio y el intercambio neolíticos.
Por mucho tiempo, y hasta la actualidad aún, el paradigma de la neolitización del Cercano Oriente
fue esencial para la comprensión del sedentarismo humano y de la producción de alimentos. Sin embargo,
esta posición no está justificada. En ese sentido, se registran fenómenos de sedentarización en tiempos muy
separados y cualitativamente distintos que no se relacionan, de manera necesaria, con la producción de ali-
mentos u otras formas económicas del Neolítico. El Neolithic Package del Cercano Oriente solo constituye
una configuración cuyas formas definidas de sedentarización y de producción de alimentos se deben a su

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EL SURGIMIENTO DE SOCIEDADES SEDENTARIAS... 291

Tabla 1. Procesos de sedentarización en el Cercano Oriente y factores desencadenantes de la neolitización 1 a 4 (para las abre-
viaturas, cf. Tabla 2; Gebel e.p. b; elaboración de la tabla: Hans Georg K. Gebel).

<0> Fenómenos de sedentarismo; preferencia marcada por el uso de sitios en lugares favorecidos (Paleolítico
Superior y Epipaleolítico Temprano y Medio).

1 Desarrollo de asentamientos con un grado ascendente de sedentarismo y patrones estacionales exten-


sivos en lugares efímeros y estacionales, y de modos de economía de caza/epipaleolítica (sobre todo en
el Natufiense y el Epipaleolítico Tardío).

2 Desarrollo de asentamientos permanentes que, a menudo, se convierten en los centros de un progreso


regional apoyado por el cultivo de cereales y de leguminosas en el marco de un modo de economía
basada en la caza que se reduce paulatinamente (sobre todo en el Protoneolítico/PPNA).

3 Establecimiento generalizado de asentamientos permanentes con patrones de asentamiento centra-


lizado simple, con intercambio regional y/o a distancia —lo que se apoya en la domesticación de la
oveja, la cabra, la vaca y el cerdo—, y reducción continua de las formas de economía de caza (sobre
todo en el PPNB Medio y Tardío).

4 Desarrollo del pastoralismo —en zonas marginales áridas— y de culturas basadas en la agricultura de
irrigación (en áreas pendientes y en superficies planas ubicadas en valles fluviales y zonas aluviales),
con disolución y/o modificación importante, de manera parcial, de patrones de asentamiento previos
(sobre todo culturas cerámico-neolíticas).

<5> Desarrollo de emplazamientos en oasis aislados con tecnologías de tipo aflaj (término árabe para de-
signar la irrigación por canales en un oasis) y horticultura de sombra (domesticación de la palmera de
dátiles), con el desplazamiento, local o regional, de grupos de cazadores y pastores en la árida Península
Arábiga (Edad de Bronce Temprana).

historia (Gebel 2009). Esto no disminuye la relevancia de los cambios fundamentales y las consecuencias
que tuvieron la transición de la recolección de alimentos a su producción para el desarrollo de la humani-
dad y su acomodo respecto de la naturaleza. Sin duda, los arquetipos del comportamiento social neolítico
crearon las bases para las sociedades sedentarias modernas y sus disposiciones etológicas humanas. Pese a
ello, hay que definir, enfáticamente, que nunca existió una Revolución Neolítica en el Cercano Oriente.
La complejidad interactiva de sus procesos neolíticos a lo largo de seis milenios tuvo todos los rasgos de
una evolución, en la que las evoluciones regionales y locales, las revoluciones y una especie de evoluciones
«regresivas» apoyaron una dirección generalizada en cuyo final se habrían establecido, de manera habitual,
el sedentarismo y la producción de alimentos. El término «revolución» solo se justifica si se contemplan los
cambios fundamentales aportados por el Neolítico a la humanidad vistos desde una distancia temporal y
con orientación hacia la historia de los eventos.

2. Enfoques científicos más recientes: el policentrismo, la territorialidad, el tratamiento como mer-


cancías o bienes de diversos aspectos y las jefaturas

Es preciso comenzar con reconocer lo estrechos que son los límites para elucidar los problemas de las cien-
cias sociales por parte de una disciplina esencialmente empírica como lo es la arqueología prehistórica. Sin
embargo, el progreso de las investigaciones3 demuestra que una evaluación económica4 y medioambiental
del Holoceno Temprano del Cercano Oriente permite averiguar, en mayor profundidad, la complejidad
de los eventos sociales en las particulares condiciones de vida caracterizadas por un sedentarismo temprano
y la producción de alimentos. El alcance de las investigaciones sobre la neolitización del Cercano Oriente
aún dista mucho de poder preguntar por el «porqué» (v.g., Benz 2000); asimismo, las preguntas relaciona-
das con el «cómo», que son imprescindibles para los estudios regionales, aún no tienen respuesta. Ante este
trasfondo, también se relegan a un segundo plano las preguntas acerca de los lugares o escenarios iniciales
para su despliegue o evento inicial único originario.

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Fig. 1. Grandes aldeas y aldeas propias del fenómeno de la megaaldea (PPNB Tardío, segunda mitad del octavo milenio a.C.)
y la expansión de sus formas económicas y sociales en la Jordania oriental (cortesía: Hans Georg K. Gebel).

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Fig. 2. Región mayor de Petra, sierra de la Jordania meridional. Desarrollo reconstruido de patrones de asentamientos neolíticos
en un espacio natural semiárido. Se han representado las unidades vecinas mínimas (cortesía: Hans Georg K. Gebel).

Desde un punto de vista crítico, se debe constatar que los diferentes sistemas teóricos de investigación
acerca de la neolitización en el Cercano Oriente se desenvuelven sin mayores intercambios entre ellos en
términos de constituir disposiciones mentales diferentes (Gigerenzer 1999). Un aspecto positivo en los
últimos años es una menor insistencia en enfoques y modelos teóricos monocausales a favor de enfoques
sistémicos. Los términos y expresiones como «sedentarismo», «presión demográfica» o «estrés ecológico»
reflejan un uso intuitivo en la investigación de la neolitización, pero forman parte del vocabulario básico
de hipótesis, teorías y modelos también en relación con estructuras sociales reconstruidas. Los errores feno-
menológicos parecen ser corrientes y no se dejan reconocer fácilmente. Es el caso de afirmaciones del tipo
«solo porque aparece como tal, no necesariamente debe funcionar como tal». Algunos autores demuestran
un grado de reserva cada vez menor en sus afirmaciones sobre la «ideología» o la «religión» neolítica. La
polémica acerca de la tesis de J. Cauvin (2000), en la que la neolitización resultó de una tendencia casi
evolucionista del hombre hacia estructuras sociales más altas, requiere de discusiones menos restringidas
y más interdisciplinarias de las que se podrían esperar perspectivas científicas estimulantes. Los enfoques
que comprenden análisis territoriales, y que constituyen un requerimiento en el trabajo de investigación de
áreas de explotación de recursos donde se ubican los sitios neolíticos (v.g., Uerpmann 1985, 1990; Gebel
1990, 1992b; Fig. 4), representan, aún, un postulado científico indispensable.

1) El policentrismo: el mosaico de zonas naturales del Cercano Oriente (Abdulsalam 1988) solo permi-
tió procesos de neolitización adaptados a regiones que consistían de diferentes combinaciones de agen-
cias (agencies) de neolitización. Estadios de desarrollos neolíticos vecinos —pero, a la vez, diferentes (cf.
Tabla 1)— parecen caracterizar el Neolítico del Cercano Oriente. La fusión entre agencias neolíticas y
componentes ausentes en el conjunto de efectos de la neolitización decidieron el establecimiento, el es-
tancamiento o la definición de tendencias retroactivas, con todas sus variables, en la estructura social de

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294 HANS GEORG K. GEBEL

Fig. 3. Región mayor de Petra. Datos específicos de los recursos de subsistencia para los asentamientos neolíticos (cortesía: Hans
Georg K. Gebel).

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EL SURGIMIENTO DE SOCIEDADES SEDENTARIAS...

Fig. 4. Ba‘ja, Jordania meridional. Reconstrucción del medioambiente de un espacio cercano al sitio (PPNB Tardío). Para la leyenda, cf. Fig. 3 (cortesía: Hans Georg

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295

K. Gebel).
296 HANS GEORG K. GEBEL

las comunidades. Esta perspectiva conduce, necesariamente, a un entendimiento de la neolitización del


Cercano Oriente como un proceso policéntrico (Gebel 2002a). Un ejemplo de la transición del décimo al
noveno milenio a.C. puede servir para ilustrar esto. Los recolectores y cazadores sedentarios alrededor de
Göbekli Tepe (Schmidt 2009) podrían haber vivido de los ricos campos de cereales silvestres de su zona de
distribución natural, mientras que los cazadores y recolectores móviles del mismo tiempo podrían haber
causado secuencias de mutaciones debido al transporte de semillas silvestres a zonas fuera del ámbito co-
rrespondiente, como en el caso de los entornos de Jerf el-Ahmar, en el Éufrates medio. Al mismo tiempo,
grupos sedentarios migrantes llegados a regiones con una economía epipaleolítica deben haber cultivado
semillas de cereales sembradas en nichos apropiados, tal como en Sabra 1, en el sur de Jordania. En cambio,
otras regiones nunca pudieron ingresar en esta parte del proceso de neolitización y eso aconteció en el bajo
Golfo Persa-Arábigo (cf. Gebel 1988a).

2) La territorialidad: con la neolitización se modificó, de manera fundamental, la territorialidad humana.


Cambió en forma radical y requirió de otras formas de acciones de carácter agresivo y de manejo de conflic-
tos. Habrían surgido nuevas formas de propiedad material y no material debido a patrones de tratamiento
de diversos aspectos como mercancías más complejos que los de los grupos de cazadores. Estas formas nue-
vas constituyen la precondición para la economía neolítica y su éxito. Es de suponer que la territorialidad
neolítica ya se había establecido en zonas favorecidas para la caza y recolección durante el Epipaleolítico
Tardío (Natufiense/Zarziense) que se convirtieron en punto de partida de dinámicas poblacionales que
crecieron posteriormente. Los cazadores y recolectores, flexibles en cuanto a sus territorios y su estructura
social, coexistieron en los hábitats menos favorecidos con grupos que todavía contaban con estrategias de
adaptación paleolíticas.5
La imposición de la territorialidad neolítica —y, con ella, el éxito paulatino del modo de vida neo-
lítico— probablemente se debe a los mecanismos de regulación social que tenían que desarrollarse en
circunscripciones cada vez más estrechas y de uso diferenciado. El concepto de ‘territorialidad’, que podría
ofrecer un potencial explicativo mayor que el de la sedentarización, se ha convertido en un enfoque im-
prescindible en la investigación acerca de la neolitización.
En las comunidades cuya existencia se vincula con su medioambiente natural, a diferencia de las socie-
dades modernas, casi todo conflicto se originaba en una confrontación medioambiental, aunque esta podía
basarse en razones sociales, religiosas o económicas entre las partes enfrentadas. Las sociedades neolíticas
eran, en primer lugar, sociedades en transformación. En el curso de un desarrollo social acelerado, para los
conjuntos mayores o aldeas —en el sentido regional o local—, clanes o familias nucleares —en el ámbito
local—, el peligro de marginación o discriminación es mayor en caso de estrés causado por la escasez de los
recursos disponibles. De ahí, por lo tanto, pueden originarse choques en todos los ámbitos regionales o lo-
cales, los que pueden motivar migraciones o desplazamientos demográficos parecidos a los etnoconflictos.
Las sequías, la erosión de suelos o las disputas por recursos abióticos pudieron conducir a la migración por
causas naturales o enfrentamientos bélicos.

3) El tratamiento de diversos aspectos como mercancías o bienes (commodification):6 el concepto de este


forma de tratamiento, más que el de la domesticación y otros, se presta para explicar la complejidad del
fenómeno del Neolítico (Gebel e.p. a). En realidad, en el futuro, debería ser un enfoque imprescindible
para la explicación del cambio social al inicio de la sedentarización y de sus nuevos patrones de intercam-
bio. A la vez, esta noción científica permite retener las bases empíricas por más tiempo antes de construir,
o reconstruir, las relaciones sociales.
En el curso de la sedentarización, el hombre neolítico dio valores distintos a diversos aspectos en com-
paración con el hombre preneolítico y estos, a su vez, dieron otros significados al hombre y sus relaciones
sociales bajo condiciones sedentarias (v.g., Figs. 17, 18). Estos aspectos pudieron ser objetos o productos,
prestaciones de servicios, tecnologías o conceptos ideológicos en los que los estados materiales e inmate-
riales del hombre neolítico pudieron ser menos diferentes que los de otros periodos posteriores o de la
actualidad. La «fuerza social» de las cosas determinaba los escenarios sociales, económicos, ideológicos
y simbólicos —incluidos los de otros mundos— que se originaban, se modificaban y desaparecían por

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EL SURGIMIENTO DE SOCIEDADES SEDENTARIAS... 297

Tabla 2. Proposiciones de definiciones para los elementos más importantes de la sociología neolítica del Cercano Oriente (las
definiciones socioetnológicas o antropológicas siguen las de Sahlins [1968], Service [1971] y Hirschberg [1988], con la excep-
ción de los numerales 5 y 6).7 (elaboración de la tabla: Hans Georg K. Gebel).

1) Jefaturas (chiefdoms): podían constituirse por: a) estructuras de jerarquía plana (flat-topped) o b) estructuras jerárqui-
cas (conical). Las primeras definían una comunidad guiada por las cabezas de las familias o clanes con poder de decisión
en consenso (influyentes). La estructura jerárquica constituía una comunidad guiada por un jefe cuya posición podía
incluir una competencia sociopolítica. «Jefatura» es, también, el término para definir territorios fijos con fronteras
naturales controlados por una reunión de cabezas de familias o por un jefe, a menudo con una identidad regional-
cultural y/o regional-ritual. Las jefaturas solían estar ligadas a una base agraria. Surgieron como reacción a la necesidad
de conseguir mecanismos de regulación sociales y económicos para asegurar el desarrollo en poblaciones crecientes. Por
lo general, un jefe, o una reunión de cabezas de familias, no tenían súbditos ejecutores de sus decisiones. Estas se rea-
lizaban en forma de cooperación con o entre las instancias subordinadas —grupos de parentesco, estirpes, familias an-
cestrales, jefes secundarios— en niveles de decisión centralizados o con tendencia hacia la centralización.

2) Estirpe/clan (clan): término poco preciso para un grupo de parientes en los que su relación como tales podía ser
ficticia.

3) Grupos de parentesco (kindred, kin group): se orientan a un individuo emparentado con las personas del grupo sin
que ellas tengan que estar emparentadas entre sí. De este modo, los miembros del grupo pueden pertenecer a grupos
de parentesco diferentes con lealtades diferentes. Los grupos de parentesco se activaban en composiciones cambiantes
en eventos que los convocaban.

4) Familias ancestrales o familias de linaje (lineage families): estaban constituidas por una unión de familias —o quizá,
incluso, solo una unión de unidades domésticas— cuya legitimación e identidad procede de su descendencia de un
ancestro masculino o femenino concreto, ficticio o convertido en ficticio. Se trataba de un sistema familiar de varios
niveles —con, a veces, complejos niveles de lealtad— basado en diferentes líneas de descendencia que consistían de
varias familias o unidades domésticas nucleares que formaban un conjunto de unión económica (corporation), en la que
la posesión comunitaria tenía o podía tener un papel.

5) Unidad doméstica o familia nuclear (core household, core family): era la unidad más elemental de una unidad domés-
tica o de una familia, como padres —o padre o madre— con niños. En esta definición quedaba abierta la forma en la
que los padres o las madres vivían en conjunto (formaban una familia en términos de parentesco). Esta configuración
aparecía en jefaturas con demanda reducida de regulación social. El autor prefiere usar la expresión «unidad doméstica»
en vez de «familia nuclear» para el Neolítico Temprano.

6) Familia abierta: es una expresión poco precisa para indicar vínculos familiares flexibles en conjuntos de cazadores o
de grupos de parentesco/clanes con una base aún dominada por economías de caza.

medio de ellas. Asimismo, las estructuras y mecanismos de regulación eran el resultado de procesos de con-
versión y tratamiento especial de diversos aspectos.

4) Las jefaturas: Yoffee (1995) y Rollefson (2004) criticaron la unilinealidad evolucionista en la descrip-
ción del desarrollo de las estructuras «tribales», de jefatura o de tipo ciudad-Estado en el Cercano Oriente
durante las últimas décadas. Ellos demandaron, con mucha justificación, que el empleo de tales clasifica-
ciones no debería realizarse sin la evaluación explícita de los sistemas económicos, las jerarquías sociales
y los marcos ideológicos para cada uno de dichos fenómenos. Para muchas regiones del Neolítico del
Cercano Oriente deberían haber existido las instituciones sociales definidas en la Tabla 2. En todo caso, al
menos, estas definiciones deberían servir para un ámbito de discusión que permita evaluarlas por medio
de evidencias.

3. La cronología

En la periodización del Neolítico de la región del Cercano Oriente, la manera de pensar en secuencias
orientadas en una linealidad progresivo-evolucionista se basa en argumentos de cronología relativa que

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298 HANS GEORG K. GEBEL

compiten entre facies líticos —sobre todo de estilos de puntas y de tecnologías de núcleos—, definiciones
vagas de cultura y datos radiocarbónicos (v.g., Gopher 1994). El resultado es una cronología (Tabla 3)
basada en una intrincada discusión de investigaciones que data de varias décadas cuya problemática no
puede discutirse aquí (cf. Gebel 2002b).

4. Reconstrucción del desarrollo social neolítico en el Levante meridional

Las bases empíricas de la reconstrucción que se presenta en los párrafos siguientes ya fueron discutidas en
otra parte (Gebel 2002b). Las categorías contextuales más importantes para aquella son la arquitectura y
las tecnologías constructivas, los datos de la economía de subsistencia (véase Fig. 3), las evidencias acerca de
la organización laboral y la distribución de objetos, así como los resultados de los estudios de antropología
física. De este conjunto de material empírico se pudieron extraer deducciones aisladas acerca de compe-
tencias cognitivas de relevancia social, inventarios simbólicos, así como comportamientos de conflicto,
rituales y territoriales.

4.1. Los grupos sedentarios con creciente fijación territorial: el Natufiense Tardío (12.000-10.200 a.C.)

Los sitios del Natufiense Tardío consisten de asentamientos grandes y permanentes o semipermanentes
—o campamentos con arquitectura formalizada o no formalizada— con áreas funerarias y una cultura
material que abarca todas las esferas de la vida y de la economía. Otros sitios los conforman campamentos
de carácter estacional —e, incluso, efímeros— y estaciones con funciones especiales dependientes del
hábitat. Mientras que los primeros tienden hacia la ocupación de zonas mediterráneas nucleares, los otros
se encuentran en las áreas marginales semiáridas y áridas de las primeras (Gebel 2002b: tabla 2). Los asen-
tamientos sedentarios ya existían en el Natufiense Temprano.
La demanda de proteínas animales se cubría con la caza de casi todos los animales comestibles. Los
territorios de animales, pero también de plantas, determinaban la fijación temporal y espacial de los territo-
rios humanos que podían usarse por varios grupos en tiempos diferentes en caso de que no existieran áreas
a las que se pudiera acudir de manera alternativa. Cuando los grupos se volvían numerosos por una situa-
ción alimenticia favorable —lo que, al parecer, no conducía a una ampliación de unidades sociales, es decir,
grupos humanos— se llegaba a una situación de rivalidades o de arreglos territoriales entre grupos. El autor
supone que se trataba, más bien, de acuerdos que condujeron, en forma directa, a fenómenos de sedentari-
zación. De este modo, la estabilidad en la fijación a ciertos tipos de lugares resultó del afán de controlar los
recursos. En las regiones de zonas nucleares adyacentes al recurso más importante de los grupos humanos
sedentarios tempranos —como, por ejemplo, las rutas de migración de las gacelas, que ellos cazaban en
forma intensiva—, deben de haber existido cadenas de territorios de lugares más o menos concertados.
Cope-Miyahiro (1991) presentó evidencias para la caza excesiva de estas manadas, lo que causó problemas
de regeneración en las poblaciones de estos animales. Esto podría haber motivado una reorientación hacia
actividades caracterizadas por una gama amplia de recursos (broad spectrum), pero también puede haber
llevado a una disminución del número total de individuos de un grupo en los conjuntos permanentes o
semipermanentes. Las evidencias sugieren una especie de «control cultural» de las gacelas en el Natufiense
Tardío, lo que condujo a la idea de un estado parecido a la domesticación de gacelas detectable solo en el
contexto cultural (Legge 1972; Noy et al. 1973).8 La base vegetal está compuesta por gramíneas silvestres,
bellotas y lentejas silvestres en zonas favorables. Las condiciones más frías y más secas del Natufiense Tardío
(Baruch y Bottema 1991) suelen tomarse como impulsos para los primeros intentos de cultivo de cebada
y trigo en el sentido de una reacción adaptativa (Henry 1991).
Los fundamentos del desarrollo social en el Natufiense Tardío estaban constituidos por comunidades
complejas, parcialmente especializadas, de cazadores y recolectores con estructuras comunales igualitarias o
heterárquicas. Belfer-Cohen y Bar-Yosef (2000: 23) tienen razón en proponer que estas comunidades deben
considerarse, a la larga, como inestables socialmente «ya que la movilidad limitada lleva a un crecimiento
poblacional que no puede sostenerse debido a existir un techo fijo de recursos naturales».9 Estas evidencias
ponen de manifiesto que la tendencia a pensar en un binomio fracaso-éxito por parte del investigador del

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Tabla 3. Fechados absolutos de la cronología cultural (periodos) y de los facies líticos del Neolítico del Cercano Oriente (en cursiva están los datos según Kozlowski y Gebel [1994], así
como Gebel y Kozlowski [1996]). Explicación de las abreviaturas: PPNA: Pre-Pottery Neolithic A o Neolítico Precerámico A; EPPNB: Early Pre-Pottery Neolithic B o Neolítico
Precerámico B Temprano; MPPNB: Middle Pre-Pottery Neolithic B o Neolítico Precerámico B Medio; LPPNB: Late Pre-Pottery Neolithic B o Neolítico Precerámico B Tardío;
FPPNB/PPNC: Final Pre-Pottery Neolithic C o Neolítico Precerámico B Final/Neolítico Precerámico C; PNA-B (1-2): Pottery Neolithic A-B o Neolítico con Cerámica A, Neolítico
con Cerámica B (1-2); BAI: Big Arrowhead Industries o Industrias con Puntas de Proyectil Grandes; a.C.: fechado calibrado antes de Cristo.

Levante Zarziense Khiamiense M’lefaatiense/ M’lefaatiense/ M’lefaatiense/ M’lefaatiense/ Industrias


septentrional/ Tardío Nemrikiense, Nemrikiense Nemrikiense, Nemrikiense- agroestandarizadas
sureste de parcialmente aún PPNB sirio final/ Industrias
Anatolia/ Mureybetiense/ industrias de agroestandarizadas
Zagros Aswadiense Çatal Hüyük,

Protoneolítico/ Umm Dab/Çatal Hassuna/ Obed 3


PPNA Hüyük/Dark-Faced Samarra-Halaf/
Burnished Ware Obed 1-2
(DFBW)

Levante Natufiense Khiamiense/ EPPNB/MPPNB LPPNB (BAI) «Ghazaliense»/PPNC Yarmukiense Yarmukiense


meridional Tardío Sultaniense/ Tradicional
Harifiense (BAI)

Protoneolítico/PPNA EPPNB-MPPNB LPPNB FPPNB/PPNC PNA PNB

9600-9200 a.p.
Rollefson 1998, 10.300-9600 a.p. (EPPNB)- 8500-8000 a.p. 8000-7500 a.p. 7500-7000 a.p. 7000-6500 a.p.
EL SURGIMIENTO DE SOCIEDADES SEDENTARIAS...

Bar-Yosef 1981 (PPNA) 9200-8500 a.p. (LPPNB) (PPNC) (PN 1) (PN 2)


(MPPNB)

12.000-10.200 a.C. 10.200-8800 a.C. 8800-7600 a.C. 7600-6900 a.C. 6900-6400 a.C. 6400-5400 a.C. 5400-5000 a.C.
Hours et al. 1994
(Periodo 1) (Periodo 2) (Periodo 3) (Periodo 4) (Periodo 5) (Periodos 6-7) (Periodo 8)

ISSN 1029-2004
299
300 HANS GEORG K. GEBEL

Fig. 5. Jericó, fosa del Jordán. Pri-


mera evidencia de un logro comunal
excepcional. Torre de 8 metros de al-
tura, con muralla adyacente y fosa
(PPNA, noveno milenio a.C.) (cor-
tesía: Ofer Bar-Yosef y Yosef Garfin-
kel, de Bar-Yosef y Garfinkel 2008:
fig. 142).

Neolítico se ve desplazada debido a que los desarrollos sociales se valoran por su carácter dual de persisten-
cia-éxito (failure of sedentary foraging). En vez de ello, una concepción de desarrollo libre de valorizaciones
debe permitir la definición del aporte de una evolución social en cuanto está por terminar y se adapta a
otras formas sociales que no son necesariamente más complejas.

4.2. Estructuras heterogéneas de transición con unidades domésticas nucleares y el inicio de las co-
munidades corporativas: el Protoneolítico/PPNA (10.200-8800 a.C.)

El Protoneolítico/PPNA (Pre-Pottery Neolithic A o Neolítico Precerámico A, con sus respectivos facies líticos
Khiamiense y Sultaniense; para las demás abreviaturas, cf. Tabla 3) está representado solo por pocos sitios
en el Levante meridional. La heterogeneidad regional de las estructuras de organización abarca evidencias
de logros comunales en asentamientos grandes (como, por ejemplo, la «Torre» del Jericó del PPNA; Fig. 5),
asentamientos semipermanentes o permanentes en lugares poco aptos en la actualidad (Dhra’, en el Mar
Muerto; cf. Kuijt y Mahasneh 1998; Edwards 2000) y campamentos estacionales como parte de un sistema
vertical de migración (Sabra 1; Gebel 1988b). Esta diversidad debe reflejar los acontecimientos reales cuyos
desarrollos deben haber avanzado, retrocedido o permanecido en forma completamente divergente en
zonas naturales muy distintas en el lapso de unos 1500 años, a los que se suman procesos propios, aislados
en su mayoría (por ejemplo, el Harifiense del Natufiense Tardío, que perdura en el PPNA del Negev y
Sinaí). La tendencia de un establecimiento continuo de estructuras sociales aldeanas se hace evidente, a
más tardar, en el PPNA Tardío y parece partir de una zona nuclear en el valle medio del Jordán y sus zonas
de drenaje. En este sentido, se constata una dinámica del desarrollo social del PPNA, si bien como parte
de una delimitación regional. La mayor parte de la población de este periodo la deben haber constituido
cazadores y recolectores complejos, lo que recuerda la selección de asentamientos de los cazadores del
Natufiense, que concuerda con la de muchos asentamientos y campamentos del PPNA. ¿Cuáles fueron las
formas sociales transicionales en los asentamientos permanentes del PPNA que condujeron a las jefaturas
del PPNB Medio y del PPNB Tardío?

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EL SURGIMIENTO DE SOCIEDADES SEDENTARIAS... 301

Fig. 6. Shkârat Msaied, Jordania meridional (cerca de Ba‘ja). Área principal de excavación (2005). Ejemplo de un asenta-
miento con grandes viviendas unicelulares que representan unidades domésticas nucleares (PPNB Medio, primera mitad del
octavo milenio a.C.) (cortesía: Shkârat Msaied Project, Carsten Niebuhr Institute, Universität Kopenhagen).

En la economía estacional del PPNA, el grado de permanencia en un solo lugar debe de haber depen-
dido bastante más de los factores favorables de las áreas de explotación básicas para la forma de subsisten-
cia, a los que se suma, también, el tamaño y la calidad, si se le compara con el Natufiense Tardío o el PPNB.
El cultivo «permanente» de cebada y trigo en los grandes hábitats de transición y las amplias regiones de
explotación (por ejemplo, la situación favorable de «corredor» del Jericó del PPNA frente a, por ejemplo,
la «ubicación competitiva» de Gilgal III) permitió un aumento rápido del total de habitantes en algunos
lugares que ocasionó, casi de inmediato, la necesidad de una regulación social en el desarrollo comunal.
A diferencia de los «campesinos errantes» de este tiempo, la permanencia en un lugar obliga a ubicar los
conflictos en un marco de orden. Quizá se haya practicado, por vez primera, la evasión de confrontaciones
por medio de la reutilización de excedentes de los recursos naturales y del grupo en forma de alimentos
o mano de obra, tal vez en términos de prestación de servicios en beneficio de la comunidad. Expresado
en forma más simple, los excedentes de alimentos llevaron a la construcción de torres, como en el caso de
Jericó (Fig. 5). Todo ello demanda la existencia de una institución reguladora capaz de organizar esfuerzos

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302 HANS GEORG K. GEBEL

corporativos. El autor está convencido de la presencia de jefaturas ya en asentamientos como el Jericó del
PPNA, que no solo coordinaban la convivencia de unidades domésticas nucleares, sino que reflejan una
organización jerarquizada.
No está claro aún si las unidades domésticas nucleares del PPNA bien documentadas —no solo por
las plantas de sus viviendas, si no, también, por otras evidencias— constituyen una reacción frente a
los fenómenos de desintegración, en conjunto, de los grupos económicos del Natufiense Tardío (o del
Epipaleolítico), pero esta posibilidad existe. Esta orientación a unidades domésticas de menor tamaño y
de más capacidad adaptativa, o familias concentradas en las regiones que generan dinámicas y aceleran
cambios, crea una base y una causa de desarrollo para las familias extendidas más tardías del PPNB Tardío
durante los dos milenios que dura el lapso del PPNA al PPNB Medio. Incluso con la reserva del número
reducido de sitios, un análisis de las evidencias arqueológicas resulta en un mínimo de cuatro tipos princi-
pales de comunidades (Gebel 2002b: tabla 2):

1) En las zonas montañosas de la Gran Palestina y del norte de Jordania, que se caracterizan por un clima
mediterráneo, surgieron asentamientos permanentes, semipermanentes y estacionales en forma de sitios
al aire libre, cuevas o abrigos con construcciones sólidas y no sólidas de planta circular u ovalada. Los
asentamientos grandes del PPNA alcanzaron dimensiones de más de 1 hectárea (en Jericó inclusive de 3
hectáreas). Hasta el momento no existen evidencias de sistemas de asentamientos de varios niveles o de
funciones centrales. Es más probable que cada lugar tuviera su propio territorio económico para cuya ex-
plotación se servía de campamentos estacionales o temporales. Los asentamientos grandes deben haberse
formado en zonas aptas y a distancias razonables de los territorios vecinos. La subsistencia se basaba en
la caza, la recolección de cereales silvestres y frutos, así como la producción y consumo de cebada y trigo
domésticos probablemente ya antes del PPNA Tardío.

2) A lo largo de conexiones en zonas semiáridas ubicadas a larga distancia —la fosa del Jordán y la zona
marginal de las montañas jordanas, así como rutas naturales transversales como el Wadi Mujib— se forma-
ron asentamientos semipermanentes —o inclusive permanentes— sobre la base de la caza, la recolección
y, posiblemente, el cultivo de cereales en nichos apropiados.

3) En los cerros y zonas semiáridos del sur de Jordania se practicó una migración vertical estacional sobre
la base de la caza, la recolección y, quizá, el cultivo de cereales en nichos apropiados. Los cazaderos abarcan
también las rutas migratorias de los animales ungulados en el Wadi Araba y en el margen de la Meseta
Arábiga, así como los hábitats de caza del sistema montañoso intermedio en donde se pueden encontrar la
cabra silvestre, el íbice y la gacela.

4) En las mesetas onduladas del desierto de Siria, las mesetas y las hondonadas del noroeste de Arabia y el
Negev se ubicaron comunidades de cazadores cuyos movimientos estaban determinados por las rutas mi-
gratorias de animales ungulados (Gacella dorcas) y otras especies, como el asno silvestre (Equus hemionus).

4.3. Estructuras con unidades domésticas nucleares: PPNB Temprano-PPNB Medio (8800-7600 a.C.)

Para la época del PPNB Temprano (8800-8300 a.C.) solo se dispone de pocos datos de relevancia social;
las formas de subsistencia parecen ser similares a las del Sultaniense. A más tardar, en el PPNB Medio
deben haberse establecido jefaturas de baja jerarquía a partir de unidades domésticas nucleares (¿en su
mayoría familias ancestrales?; Figs. 7, 8), que muestran, parcialmente, un carácter de asentamientos perma-
nentes aldeanos. En el caso de los asentamientos permanentes cercanos a núcleos con un marcado modo
de vida de cazadores podían tratarse de comunidades heterárquicas en camino a convertirse en jefaturas.
El PPNB Medio es uno de los periodos más interesantes para el tema tratado, ya que ahí se vislumbran las
bases para una diferenciación social.
En lo que respecta a la producción primaria de las industrias de sílex se observa, por primera vez, una
estandarización tecnológica para las preformas de herramientas, que alcanzan su auge en relación con su

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EL SURGIMIENTO DE SOCIEDADES SEDENTARIAS... 303

Fig. 7. Tell Aswad, cuenca


de Damasco. Ejemplo de un
depósito de cráneos modela-
dos y pintados que, proba-
blemente, representan una
forma de culto a los ances-
tros (segunda mitad del no-
veno milenio a.C.) (cortesía:
Danielle Stordeur).

Fig. 8. ‘Ain Ghazal, Jordania central. Busto bicéfalo, posi-


blemente una representación de ancestros míticos (¿mellizo
siamés?) (PPNB Medio) (cortesía: Gary O. Rollefson; foto:
John Tsantes).

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304 HANS GEORG K. GEBEL

distribución y su diferenciación en el PPNB Tardío (para las técnicas de núcleos bidireccionales, véase, v.g.,
Gebel 1996). Esta solución eficiente de ahorro en materia prima y de técnica de trabajo para la produc-
ción en masa de láminas estandarizadas en tamaño no solo significa una normalización de la calidad en
productos acabados: creó también una artesanía especializada que requería aprendizaje. Es muy probable
que las causas de la diferenciación social en las diferentes ramas de subsistencia, por medio de las diferen-
tes competencias, ya existieran mucho antes. Sin embargo, con las técnicas de los núcleos bidireccionales
apareció una nueva forma de competencia que creaba el estatus de un artesano especializado cuyo trabajo
resultaba en medios de producción que originaban un nuevo campo de nexos sociales: el de la transmisión
del know-how en un lugar sedentario. De esta manera, con unos pocos individuos involucrados en su
formación, también se controlaba la sobreproducción de su sector. A la producción especializada del sílex
se asociaba el de una artesanía doméstica del trabajo de este material. De este modo, la economía de un
asentamiento adquiría estructuras dualistas. Por otro lado, en el PPNB Medio se agregaron, al menos, los
albañiles y los quemadores de cal.
Los conjuntos de las herramientas líticas de la mayoría de los sitios del PPNB Temprano reflejan
actividades de una amplia gama (broad spectrum), como en los casos de los sitios del Natufiense Tardío y
del PPNA. Solo los sitios efímeros se caracterizaban por un inventario más específico, por regla ligado a
la explotación de recursos concretos —sílex, caza especializada y procesamiento de productos animales—.
En la arquitectura de los sitios semipermanentes y permanentes atribuidos al PPNA se observan, desde
un punto de vista de tipología regional, todas las formas de plantas —desde la circular/ovalada a la curvi-
línea/rectangular— tanto en ejecución sólida como no sólida o con cimientos firmes. En los casos de los
sitios del valle del Jordán, el Golán u otras zonas aptas existen evidencias de cereales y, en algunos casos,
legumbres cultivados (Gopher 1996). Los cereales cultivados también se trasladaron a zonas áridas, como
el Wadi Jilat, en Jordania oriental (Garrard et al. 1994). Por otro lado, los restos óseos animales señalan la
presencia de especies morfológicamente no domesticadas. La caza también está representada por una gama
amplia de hábitats y de especies cuando no se trata de estaciones de caza especializada (por ejemplo, Abu
Salem, en las montañas del Negev).
Una dinámica expansiva en el modo de vida aldeano y la diferenciación social solo se registra en el
PPNB Medio del Levante meridional. En este lapso (8300-7600 a.C.) se fundaron numerosos asentamien-
tos nuevos, lo que lleva a la impresión de un primer aumento demográfico importante. Todavía es materia
de discusión una subsistencia sostenida y establecida sobre la base de cereales y legumbres cultivados en
el PPNB Medio (Quintero, Wilke y Waines 1997; Rollefson 1998), ya que puede haber aún evidencias
regionales parecidas a las del PPNA. Köhler-Rollefson (1997), al igual que Hecker (1975) antes que ella,
subrayan la relevancia de indicios no osteológicos de un «control cultural» de la domesticación de caprinos.
No toda la fauna del PPNB Medio pasaría el «obstáculo arqueozoológico» de una definición morfológica
de domesticación. En todo caso, ocurrió un cambio drástico de la gacela a la cabra como proveedor de
carne en el PPNB Medio. Probablemente, el factor principal de esta transformación fue la matanza sig-
nificativa del total de las gacelas. De este modo, una sobreexplotación de recursos conllevó consecuencias
sociales: los cazadores se convirtieron en pastores o seguidores de cabras parecidos a pastores. Esta altera-
ción no implicó, de manera necesaria, una diferencia mayor en los modos de vida; ambos requerían grupos
parcialmente móviles dentro de una comunidad sedentaria. Sin embargo, el control de un rebaño impli-
caba el proceso cognitivo de un comportamiento de caza a uno de cuidado (domesticación) si se quería
asegurar una economía sostenida. Para ello se activaron partes no involucradas en la caza como niños o
adolescentes. Las actividades que acompañaban a la del pastoreo eran las de recoger madera, proporcionar
sílex, entre otros, que llevaron a una especialización de tareas en un espacio natural concebido, luego, en
forma selectiva. Esta especialización en hábitats debió haber causado una relación reducida entre el hombre
y el medioambiente. A más tardar, con la domesticación de animales en el PPNB, se debería constatar que
este aspecto de dicha relación se convirtió en un motor muy importante de la vida sedentaria.
Las evidencias de arquitectura y de producción doméstica sugieren la presencia de unidades domésticas
nucleares —o, en todo caso, de carácter extendido— que cooperaron en forma de una unidad domés-
tica económicamente autárquica. Los asentamientos todavía eran muy reducidos comparados con los del
PPNB Tardío (menos de 2 a 3 hectáreas). Durante el lapso del PPNB Medio, las rivalidades entre las

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EL SURGIMIENTO DE SOCIEDADES SEDENTARIAS... 305

Fig. 9. Ba‘ja. Ubicación y áreas de excavación vistas desde el aire (PPNB Tardío). Gargantas verticales encierran el sitio en un
área montañosa casi impenetrable desde el mundo exterior (foto: Boris Borowski, Ba‘ja Neolithic Project).

unidades domésticas nucleares de aldeas pudieron haber producido la demanda de una regulación social
que condujo al surgimiento de familias extendidas con el fin de superar los conflictos.10 En todo caso, no
se sabe a partir de qué estructuras sociales se formaron las unidades domésticas nucleares.

4.4. Estructuras corporativas con unidades domésticas extendidas: el PPNB Tardío (7600-6900 a.C.)

Se ignoran las características de la organización social de los megaasentamientos del PPNB (Fig. 1) en el
sentido de que no se puede comprobar si se trataba de estructuras de carácter informal o institucional en
conjuntos de aldeas. Puede que esta pregunta sea demasiado excluyente, ya que es posible que se tratase
de ambas formas de acuerdo con la posición del complejo dentro de un sistema de asentamientos (Fig. 2).
La arquitectura del PPNB Tardío (Figs. 10-13) señala la presencia de familias extendidas, posiblemente
compuestas de varias unidades domésticas nucleares, ya que su potencial económico en conjunto —sub-
sistencia, producción doméstica especializada, propiedad de vivienda y de terreno— garantizaba mejores
oportunidades de supervivencia para un clan en competencia con otras familias extendidas del asenta-
miento. El inventario simbólico del PPNB Tardío parece ignorar, aún, la separación de géneros (Figs. 19-
20); solo en el posterior Yarmukiense, de carácter campesino, se conocen representaciones que demuestran
la separación realizada.
Las unidades domésticas grandes del PPNB Tardío pertenecen a diferentes tipos. Mientras que en Basta
y Ba‘ja (Gebel 2001) la presencia de familias ancestrales está sugerida por el hallazgo de contextos fune-
rarios en las viviendas (Figs. 14, 15), Rollefson (2004) aborda la cuestión de los grupos de parentesco en
el caso de ‘Ain Ghazal. Los asentamientos centrales del PPNB Tardío en Jordania, los megaasentamientos

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Fig.10. Basta, Área B, Jordania meridional. Planta de una vivienda multicelular que representa la unidad doméstica ma-
yor de una familia extendida (PPNB Tardío) sobre una terraza artificial (foto: Ibraim Zu‘bi, Basta Joint Archaeological
Project).

(Gebel 2004a; Fig. 1) —entre los que, además de Jericó, pueden contarse sitios como Khirbat Sheikh Ali
y Beisamoun, en el valle medio y alto del Jordán— muestran diferencias marcadas en su forma de orga-
nización sociopolítica. De este modo, al parecer existían diferencias destacadas entre las manifestaciones
sociales de los asentamientos del sur y del norte de Jordania, y los del valle del Jordán, ya que las estructuras
sociales que perduran desde el PPNB Medio deben haberse adaptado a las demandas socioeconómicas
de los asentamientos crecientes de acuerdo con las diferencias regionales. Una causa esencial para dichas
diferencias debe verse en el desplazamiento temporal para el surgimiento del fenómeno de las megaaldeas
en el sur de Jordania (Fig. 1). Mientras que los asentamientos grandes como ‘Ain Ghazal y Wadi Shu‘eib
deben haberse formado en el mismo lugar sobre subestratos del PPNB Medio con jefaturas, en primer
lugar, simples —es decir, orientadas exclusivamente a la comunidad (Rollefson 2004)— los del sur de
Jordania parecen haberse introducido mediante las megaaldeas en sus ubicaciones nuevas. Ninguna de las
estratigrafías o hallazgos de superficie de ‘Ain Jammam, Basta, al-Baseet, es-Sifiya o Ba‘ja muestran rasgos
de la existencia de asentamientos previos del PPNB Medio. Es muy probable que, al menos ahí, se hubie-
ran desarrollado jefaturas de jerarquía plana antes de su abandono (cf. definición en Tabla 2). En el caso
de Basta, aún es de suponer que su jefatura tenía una estratificación simple (de acuerdo con H. J. Nissen,
comunicación personal), es decir, las decisiones eran coordinadas y tomadas por parte de una persona.
Asimismo, en el sur de Jordania se puede partir de la hipótesis de que ambos fenómenos —las estructuras
de tipo jefatura de jerarquía plana y de jerarquía simple— coexistieron lado a lado (Fig. 2).
Si no se le ha podido reforzar (Gebel 2004a; Fig. 1), hasta ahora no se puede descartar la hipótesis de
movimientos migratorios del valle medio y central del Jordán a la sierra de Jordania a partir de 7600 a.C.
(Rollefson 1989, 2004). De acuerdo con esta hipótesis, olas de pastores emigraron hacia el este debido a
la presión poblacional y escasez de recursos en sus regiones desde el fin del PPNB Medio. En estos mo-
vimientos llegaron primero a asentamientos como ‘Ain Ghazal. Probablemente, no se debía a la masa de

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Fig. 11. Basta, Área A. Plantas complejas sobre varias terrazas construidas con varios edificios de función desconocida. Parte de
un barrio de la megaaldea sin caminos (PPNB Tardío). Zonas de desgaste de sílex (PPNB Tardío) y escombros de piedemonte
del séptimo milenio a.C. cubren los restos de construcción del PPNB Tardío (perfil a la izquierda) (foto: Ibraim Zu‘bi, Basta
Joint Archaeological Project).

inmigrantes que condujo a la conocida expansión explosiva del área habitacional de ‘Ain Ghazal, sino a
un desarrollo progresivo, en extremo, del número de habitantes que se inició ahí en este tiempo. La base
ecológica de este aumento poblacional debe verse en las zonas de estepas del este, que ofrecían alimentos
tanto a los rebaños más grandes como a las ricas reservas de presas de los cazadores. La base social de este
aumento se debió, quizá, a la disolución y la reorganización de las estructuras sociales del PPNB Medio,
alteradas por las migraciones. Todo indica que las unidades domésticas del PPNB Medio se convirtieron en
familias ancestrales (lineage families) que estaban más capacitadas para asegurar los intereses y la protección
de los individuos, así como la lealtad entre los parientes.
En teoría, asentamientos como ‘Ain Ghazal podrían haber crecido en forma casi «ilimitada» si no
hubiera existido un freno al crecimiento por los límites infraestructurales tanto internos como externos,
sobre todo en las cercanías del sitio. G. O. Rollefson ha tratado de explicar esto con los límites temporales
y espaciales del radio de utilización que tiene una fuente de agua abundante como la de ‘Ain Ghazal (efecto
tether length; cf. Rollefson 2004).11

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Fig. 12. Basta, Área B. Reconstrucción de un barrio de la megaaldea sin caminos (PPNB Tardío) (elaboración de la recons-
trucción: Moritz Kinzel).

Fig. 13. Ba‘ja, Área C. Arquitectura sobre terrazas. El muro de la terraza está reforzado por una pared antepuesta y se ha conser-
vado hasta una altura de 4 metros (foto: Hans Georg K. Gebel, Ba‘ja Neolithic Project).

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Fig. 14. Ba‘ja, Área D. Ejemplo de una fosa funeraria con entierro colectivo (¿tumba familiar?) en un cuarto pequeño de menos de
1 metro cuadrado (PPNB Tardío) (foto: Hans Georg K. Gebel, Ba‘ja Neolithic Project).

Desde asentamientos como este, que ya habían alcanzado los límites de su crecimiento, partieron otros
movimientos migratorios o el nuevo modo de asentamiento se popularizó en dirección hacia el sur para
incluir territorios despoblados. Esta dirección siguió rutas de grandes extensiones, de Norte a Sur, a lo largo
del borde semiárido de la Meseta Arábiga y de la fosa semiárida y árida, así como sus conexiones transversa-
les (Fig. 1). Según el principio del dominó, se fundaron asentamientos como es-Sifiya, Khirbat Hammam,
Basta, al-Baseet y ‘Ain Jammam, no necesariamente en la cercanía de asentamientos existentes desde el
PPNB Medio (Beidha, Shkârat Msaied y adh-Dhaman). Las poblaciones de estos últimos pueden haber
sido absorbidas por las nuevas estructuras sociales de los inmigrantes. Todos los sitios del PPNB Medio
fueron abandonados, con la posible excepción de Ghwair I. Este parece tratarse de un abandono pacífico,
quizá, incluso, favorecido por la atracción de las novedosas estructuras corporativas comunales.
Mecanismos exitosos corporativo-comunales de la vida social debieron haber sostenido la prosperidad
de estos megaasentamientos. Durante los más de 500 años de su existencia no existen indicios de alteracio-
nes de desarrollo en la producción, los patrones de distribución, la construcción de viviendas, entre otros.
El colapso de las comunidades alrededor de 6900 a.C. parece ocurrir de una manera rápida y sin anuncios
previos reconocibles en la subsistencia, la artesanía y la continuidad ocupacional. Los asentamientos de
‘Ain Ghazal, Wadi Shu‘aib, Khirbat Sheikh Ali y otros, que subsisten hasta el final del PPNB/PPNC,
muestran estos colapsos también en la producción de sílex, la construcción de las viviendas y la subsisten-
cia. Surgieron estructuras menos complejas de producción y consumo, y desapareció el nivel de las formas
de organización previas.
Existen pocas evidencias para la presencia de sistemas jerárquicos de asentamiento en el PPNB Tardío.
Prospecciones como la del entorno de Basta o la región de Petra sugieren que esta información de ausencia

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Fig. 15. Ba‘ja, Área C. Ofrendas personales (PPNB Tardío) en contextos funerarios colectivos (¿tumbas familiares?) con puña-
les de sílex, puntas de proyectil, lentejuelas de nácar y cuentas (foto: Hans Georg K. Gebel, Ba‘ja Neolithic Project).

es, precisamente, la evidencia esencial. Al parecer,12 aún no existían lugares centrales en el sentido de una
jerarquía centralizada de asentamientos. En vez de ello, había espacios a manera de centros locales con
patrones de explotación propios. Por lo tanto, el término «central» aplicado para el PPNB Tardío se usa
en un sentido distinto que en el de la investigación acerca de la centralidad (Schöller 1972; Gebel 2004a).
Esta diferencia es consciente, y su empleo es hecho a propósito y en consenso con otros investigadores
con el fin de subrayar las características propias de este fenómeno del PPNB Tardío. Las evidencias dispo-
nibles demuestran el surgimiento de un asentamiento grande en el límite entre diferentes ecotonos y de
un manantial con mucha agua, los que, en su conjunto, permitieron todas las actividades necesarias para
asegurar la subsistencia. Además de ello, todos estos asentamientos se ubican en situaciones de circulación
geográfica, con la excepción de Ba‘ja (Gebel 2001), por lo que tienen carácter de espacios de tránsito y de
distribución. A lo largo de estos tramos se efectuó el intercambio rápido de objetos de valor, del know-how
tecnológico y, también, de paradigmas sociales y estructuras competitivas. Los excedentes de la producción
de algunos asentamientos como, por ejemplo, preformas de láminas en Basta, anillos de piedra arenisca
en Ba‘ja (Gebel 2001; Fig. 17), basalto en es-Sifiya, materia prima de sílex y, quizá, carne en ‘Ain Ghazal
pudieron haberse convertido en el motor y el motivo para tomar medidas defensivas —en el sentido de
«autodefensivas»— como la ubicación de Ba‘ja en este desarrollo. Los centros locales del PPNB Tardío
muestran inicios claros de un camino hacia la centralización comercial regional, defensiva —e, inclusive,

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Fig. 16. Ba‘ja, Área B. Depósito de hachas de piedra (PNNB Tardío, sílex), encontrado en el muro de una vivienda. ¿Constituía
una práctica mágica para reforzar los muros? (foto: Hans Georg K. Gebel, Ba‘ja Neolithic Project).

religiosa— como precondición del surgimiento de sistemas de asentamientos centralizados que ya no lle-
garon a concretarse. La pregunta acerca de que si estas megaaldeas hubieran podido constituir un punto de
partida para estructuras «tribales» que se habrían convertido en la base de un pastoralismo en el Neolítico
Tardío todavía permanece sin respuesta. En todo caso, las estructuras de las jefaturas debieron haber facili-
tado el cambio social en las comunidades dedicadas al pastoreo después de 6000 a.C.

4.5. Estructuras sedentarias pastoriles y, parcialmente, en camino a la desintegración: el lapso PPNB


Final/PPNC (6900-6400 a.C.)

En las regiones del sur de Jordania, donde se abandonaron los asentamientos o estos se reducen a algunas
evidencias de uso durante el PPNB Final y el PNA Temprano —como los escombros sobre las capas del
PPNB Tardío en Basta (Fig. 11) y en ‘Ain Jammam (cf. la descripción en Nissen 1993)— emergían redu-
cidos asentamientos en un entorno de estaciones, básicamente acerámicas, de comunidades de pastoreo
cuyas industrias de sílex tenían un carácter más propio del PN. Los asentamientos de naturaleza perma-
nente no deben haber tenido vínculos vecinales estrechos, pero podrían haberse aprovechado de contactos

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Fig. 17. Ba‘ja, Jordania meridional. Desgaste de la producción de anillos de piedra arenisca (PPNB Tardío), que representa
un proceso jerárquico de producción. ¿Constituyen los anillos testimonio de «cupones» que tenían valores definidos? (foto: Hans
Georg K. Gebel, Ba‘ja Neolithic Project).

e intercambios casuales con las comunidades de pastoreo móviles (Fig. 2). Según estos indicios, parece
definirse una adaptación a un modo de vida móvil después del PPNB Tardío. Se trata de un uso económico
de los nichos de pastos y de estepas en zonas de explotación más amplias que las de los asentamientos del
PPNB Tardío, lo que permitió mantener o regresar a las estructuras sociales de dicho periodo. Al mismo
tiempo, la seguridad alimenticia estaba garantizada en vista de la densidad poblacional, drásticamente
reducida. Este pastoralismo —que significa, quizá, el inicio de la forma de vida de los beduinos del sur de
Jordania que existen hasta nuestros días—, podría verse como una respuesta del Neolítico Temprano al
estrés medioambiental y/o social causado por la explotación anterior. Esta causa no está del todo clara. Ni
en Basta (Becker 2000) ni en Ba‘ja existen capas de las fases principales con evidencias directas de fenóme-
nos de degradación o de cambios sociales. El escenario o las causas podrían deberse a diferentes factores y,
pese a ello, haber causado el colapso. Ba‘ja fue abandonado en una reducción drástica de la demanda de su
«producto de exportación» —los anillos de piedra arenisca (Fig. 17)— mientras que, en Basta, las causas
de la disolución podrían esconderse en las capas más tardías aún no excavadas (solo se ha abierto un 0,75%
del sitio; Gebel, Nissen y Zaid 2006). No es de excluir que se trató de causas principales no ecológicas. El
lugar se ubica en una conexión importante en dirección Norte-Sur y, probablemente, basó una parte de su
existencia en el intercambio con otras regiones con el fin de abastecer su propio ámbito.
Es interesante que en ‘Ain Ghazal, entre el PPNB y el PPNC, ocurriese un cambio fundamental en la
arquitectura y la economía que cabe en la visión de una economía de rebaños más móviles del hiatus pales-
tinien. Los edificios de la fase PPNC están diseñados para una «vida más corta»; por otro lado, el espectro
amplio de los animales en cautiverio y en forma de presas se reduce a los ovicaprinos en cautiverio que
cubren la demanda de proteína animal casi por completo.

4.6. Estructuras consolidadas divididas, con unidades domésticas nucleares y grupos pastoriles (PNA-
PNB, ¿6400-5400 a.C.?-5400-5000 a.C.)

Los sitios excavados en las zonas nucleares de la neolitización progresiva después de la introducción de la
tecnología cerámica en las regiones de Sirio-Palestina, así como en el Tauro, Zagros y en Turkmenistán,

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Fig. 18. es-Sifiya, Jordania central. Piedras para cálculos (calculi, PPNB Tardío), primeros testimonios de sistemas de registro
(elaboración del dibujo: Hans Georg K. Gebel).

constituyen un testimonio de desarrollos agrarios muy diferenciados que pudieron asegurar formas eco-
nómicas de la producción de alimentos para, de este modo, haber sostenido una población en aumento
(Gebel 1992a). Después de los procesos concluidos de la domesticación de las plantas y animales principa-
les (Uerpmann 1989), en el PPN se abren nuevos campos económicos mediante formas de pastoralismo

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Fig. 19. Basta. Cabecita humana, amuleto de mármol verde (altura: 45 milí-
metros; PPNB Tardío-Final, primera mitad del séptimo milenio a.C.). Reúne
elementos femeninos (perforación) y masculinos; adquiere un significado fálico
al llevar el amuleto en forma invertida (foto: Margreth Nissen, Ba‘ja Neolithic
Project).

Fig. 20. Basta. Cabecita de carnero, amuleto de piedra calcárea (altura: 78 milímetros; PPNB Tardío-Final) procedente de
un depósito de figurinas ubicado en un pozo de piedras (¿constituye una indemnización para los ancestros?). Reúne elementos
femeninos (ojos, vulva) y masculinos; adquiere un significado fálico al llevar el amuleto en forma invertida (foto: Yousef Zu‘bi,
Basta Joint Archaeological Project).

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adaptadas al hábitat y a las más tempranas tecnologías. Se trata de las estepas, los grandes valles fluviales
y las llanuras aluviales en las zonas con precipitación más baja (Gebel 1991), los que se convierten en es-
pacios de ocupación intensiva durante todo el año. Esta evolución general del PN aparece desfasada por
regiones y muestra diferencias cualitativas que dependen de las condiciones ecológicas respectivas. Del
mismo modo, la introducción de la cerámica ocurre de manera diferente según la región, lo que depende
de las formas de subsistencia, de la situación de la materia prima o de la transferencia del know-how de la
tecnología cerámica.
En el PNA, a partir de 6300 a.C., la implementación de tecnologías cerámicas adecuadas, como las que
aparecen en forma súbita en el Yarmukiense, debe haberse fundado en pocos lugares centrales y permanen-
tes como Jericó, ‘Ain Ghazal, Wadi Shu‘aib, Munhatta y Ramad. Probablemente se remontan a desarrollos
ubicados en las regiones más septentrionales de la provincia de Bilad ash-Sham desde el PPNB Tardío.
Técnicas de quema ya se conocían en las figurinas del PPNB (Mahasneh y Gebel 1999). En el PPNB
Tardío-Final del Levante meridional hubo experimentos variados relacionados con diversos materiales,
como la cal, la arcilla y la marga, pero, pese a ello, no se llegó a una tecnología cerámica en el sentido de tie-
rra quemada de manera irreversible.
A diferencia de la diversidad en las provincias cerámicas del Levante meridional (Kafafi 1998), no hay
mucha variedad en las comunidades aldeanas del lapso PNA-PNB en las formas económicas o sociales. Las
evidencias completamente diferentes, así como las lagunas en los estudios, no han permitido determinar
si el Yarmukiense sigue al PPNB Tardío sin interrupción o como desarrollo local (Kafafi 2001), o si existe
un PPNC en todo el Levante meridional. Algunos aspectos del proceso social no se pueden definir sin la
solución de este problema cronológico.
La diversidad posterior de tradiciones alfareras en Jordania (Kafafi 1998) sugiere una historia basada
en grupos poblacionales diferentes y cambiantes entre un pastoralismo arqueológicamente poco palpable
y un modo de vida sedentario. Si bien se observan continuidades de ocupaciones estables en el valle alto y
medio del Jordán, y sus zonas de drenaje occidentales y algunas orientales durante el PN Temprano, parece
que estas evidencias no existen para el norte de Jordania. Asentamientos como ‘Ain Rahub demuestran que
los yacimientos pueden haberse cubierto por debajo de sedimentos de wadi durante el PN o en una época
algo posterior (Muheisen et al. 1988; Weninger et al. 2006). Del sur de Jordania solo se conocen pocos
asentamientos del PN cuya cerámica no se puede correlacionar bien con las secuencias del norte.
Si se contemplan el PNA y el PNB desde un enfoque retrospectivo de desarrollos posteriores, es preciso
ver estos periodos como componentes de una «fase de consolidación», un tiempo que forma el humus para
los cambios urbanos fundamentales del Chalcolítico. La arquitectura y la minería del PNA-PNB muestran
sociedades estables, y a veces estancadas, sobre la base de unidades domésticas nucleares de campesinos
ocupados, parcialmente, en la división del trabajo y en el comercio a larga distancia. Es posible que man-
tuviesen contactos regulares y distanciados con grupos de pastores autárquicos de las zonas áridas. El valle
central del Jordán se constituyó como columna vertebral de la transferencia de procesos innovadores y
preparó el camino para la existencia de las sociedades estratificadas de los milenios venideros.

5. Resumen

La presentación que sigue a continuación se basa en hipótesis y simplifica la representación de los desa-
rrollos sociales partiendo de los «fenómenos sociales motores» analizados del periodo en cuestión. La con-
tinuidad paralela de comunidades «tradicionales» y los paradigmas sociales de etapas previas en «regiones
marginales» pueden verse en otro trabajo del autor (Gebel 2002b: tabla 2).

1) En el Natufiense Tardío del Levante meridional (12.000-10.200 a.C.), diversas comunidades de caza-
dores-recolectores complejos se juntaron en asentamientos permanentes y semipermanentes que se con-
virtieron en la base para una explotación intensiva de recursos naturales en áreas de uso generalizado que
cubrían todas las necesidades de subsistencia. En forma local, esto pudo llevar a fenómenos relacionados
con el cultivo de cereales y de legumbres. Estas condiciones —es decir, una base de alimentación mejorada
y permanencia habitacional— se dan en el marco de un crecimiento demográfico que crea nuevas formas

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sociales complejas. La «complejidad» implica una conciencia territorial demandante al interior y entre los
grupos. Esta conciencia hace distinciones entre relaciones aún igualitarias, normas y códigos. La subsisten-
cia basada en un amplio espectro de recursos en las zonas nucleares, así como la especialización acentuada
de lugares en las áreas marginales semiáridas y áridas, creó dependencias del más alto grado entre grupos y
miembros de grupos que eran más complejas que en las comunidades simples de cazadores y recolectores
de etapas previas. Surgieron capacidades libres usadas para la conservación y la instalación de nuevas ne-
cesidades sociales (industrias de adornos, «arte», entre otros). Las relaciones socioeconómicas de la caza de
animales pudieron llevar a rivalidades territoriales en zonas aptas cuya regulación de los conflictos se daba
en forma deficiente o no se establecieron debido a los procesos de transformación social acelerados, por lo
que no se asemejaron a aquellos de las comunidades agrarias dependientes del terreno. Probablemente se
trataba de estructuras a modo de cooperativas o familias abiertas que no iniciaban aún —o solo en forma
muy preliminar— el desarrollo de patrones de jefaturas de jerarquía plana.

2) En el ámbito de la familia y la comunidad, el Protoneolítico/PPNA (10.200-8800 a.C.) es heterogéneo;


las estructuras sociales de este tiempo todavía están en relación directa con el espacio natural, a excepción
de las zonas nucleares. En estas últimas ocurre un desarrollo rápido hacia las estructuras comunales de tipo
jefatura que podrían haberse desplazado en algunas zonas de un modo corporativo generalizado con la
capacidad de formar asentamientos grandes de entre 1 a 3 hectáreas. Su estructura familiar probablemente
ya era la unidad doméstica nuclear, quizá con relictos de estructuras familiares abiertas. Esta forma social
debió haberse impuesto en forma creciente en el PPNA, pero no pudo alcanzar las regiones áridas o semiá-
ridas marginales donde aún predominaban formas sociales complejas y especializadas —en términos de
las características del Epipaleolítico Tardío— o, incluso, formas cazadoras de comienzos del Epipaleolítico
Temprano.

3) El PPNB Temprano y Medio (8800-7600 a.C.) se parece al PPNA en sus inicios, pero en el PPNB
Medio aparecieron, de modo rápido y expansivo, jefaturas de jerarquía plana basadas en unidades domésti-
cas nucleares —o, en todo caso, extendidas— cuya economía se organizaba aún, en gran medida, en torno
de la caza. Con un alto grado de probabilidad, las familias pertenecían al tipo ancestral. Sus mundos ritua-
les mostraban la presencia de ceremonias con otorgamiento de rangos y sus tecnologías de sílex presenta-
ban las primeras evidencias de división del trabajo. Las rivalidades entre las unidades domésticas nucleares
en espacios estrechos de ocupación condujeron a la demanda de una regulación que llevó a las familias
extendidas del periodo siguiente a perfeccionar un sistema especial con el fin de superar los conflictos.

4) En el PPNB Tardío (7600-6900 a.C.) las unidades domésticas nucleares se disuelven para ser reemplaza-
das por unidades domésticas grandes con clanes familiares ampliados que formaron comunidades aldeanas
corporativas junto con otras familias grandes. Estas familias grandes del PPNB Tardío probablemente
pertenecían a tipos diferentes. Las familias ancestrales estaban en formación en Jordania meridional y en
la fosa del Jordán, y se parecían mucho a las estructuras jerárquicas de las jefaturas. Habría que determinar
si ya existían jefaturas orientadas hacia la forma de elites en sus inicios tanto en Jordania central como en
la fosa del alto Jordán.

5) El PPNB Tardío y Final/PPNC (6900-6400 a.C.) se caracterizaron por fenómenos de disolución de


modos de vida anteriores para que se diese la aparición de comunidades pastoriles o la transformación en
estructuras de unidades domésticas nucleares en lugares aptos y favorables en casi todas las regiones de
Jordania, tales como ‘Ain Ghazal o Jericó. El motivo de la adaptación a economías de estepas puede ser un
conjunto de componentes regionales diferentes con efectos más amplios en los que los factores ecológicos
debieron de haber prevalecido. Las estructuras de familias grandes que subsistieron favorecían su adapta-
ción a la vida pastoril. En las sociedades pastoriles también se «salvarían» formas de familias de parentesco
del PPNB Tardío o que beneficiaban esta transición, lo que parece haberse realizado sin problemas. Los
relictos de culturas de cazadores en las regiones de estepas más áridas debieron haber adoptado estructuras
de familias grandes y una economía pastoril en zonas ecológicamente apropiadas.

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Fig. 21. Sha‘ar Ha-Golan, Área E, fosa del Jordán. Ejemplo de unidades domésticas de tamaño reducido en recintos separados
por patios y caminos (PNA, segunda mitad del séptimo milenio a.C.) (cortesía: Yossef Garfinkel, tomado de Garfinkel 2004:
fig. 67).

6) El PNA-PNB (6400-5000 a.C.) se define por la presencia de sociedades aldeanas y pastoriles en estruc-
turas de comunidades y familias que subsistían del PPNB Final; solo las unidades domésticas nucleares
crecían (con más descendientes sobrevivientes) y conformaban conjuntos económicos de un nivel simple
(Fig. 21). Los asentamientos grandes del PN, como los de las fosas alta y central del Jordán, permitieron
el restablecimiento de jefaturas jerárquicas al lado de estructuras con jerarquía plana de los asentamientos
más pequeños. Por lo general, se advierte una consolidación de esta estructura social en la que el comercio
desempeñó el papel de una fuente adicional de jerarquización social, mientras que el intercambio con
formas de vida pastoriles debió de haber estabilizado el proceso en su integridad. La historia fragmentada
de la ocupación y el uso de tierra regionalizado testifican la presencia de niveles múltiples de sociedades,
por lo general, estables. Estas se convertirán, más tarde, en la base de los desarrollos urbanos en el Levante
meridional.

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Notas
1
Los fechados cronológicos absolutos usados en este trabajo son calibrados a.C. Asimismo, los correspon-
dientes a los periodos se basan en los de Hours et al. (1994).
2
El autor considera que las técnicas de almacenaje (Bartl 2004) constituyen parte de los procesos de do-
mesticación.
3
Para tener un panorama de aspectos resumidos, cf. Kuijt (ed.) 2000.
4
Uno de los pocos que defendió este punto de vista en forma consecuente —desde una perspectiva arqueo-
zoológica— ha sido H. P. Uerpmann (cf. Uerpmann 1979 y trabajos siguientes).
5
Es el caso, por ejemplo, de la península de Omán, donde diversas comunidades de recolectores, pescado-
res y cazadores acerámicos y sedentarios tardíos de 8000 a.p. sobrevivieron, hasta siglos recientes, al lado de
florecientes economías de oasis, comercio a larga distancia de cobre y perfumes, portugueses colonizadores
y las poderosas autoridades de los imamatos.
6
El término «commodification» abarca todos los procesos del Neolítico en los que los objetos, prestaciones
de servicio, conocimiento e ideas (cosas) se convierten en objetos de uso, de intercambio y de presentación
por medio de complejas necesidades sociales, económicas e ideológicas. El esbozo que se expone se basa
en las fundamentales investigaciones de Appadurai (1992) y Kopytoff (1992) «traducidas» al caso del
Neolítico del Cercano Oriente.
7
La transición de grupos de cazadores-recolectores a jefaturas productoras es un problema de difícil so-
lución. En vista de las evidencias de asentamientos permanentes del PPNA, el autor es de la opinión de
que las jefaturas con jerarquía plana surgieron de la necesidad de regulación social sin un largo proceso de
desarrollo, cuando las comunidades que habitaban en asentamientos se enfrentaron a problemas sociales
y/o económicos que las pusieron en un peligro existencial. Con la debida cautela, el autor considera a las
estructuras tribales tratadas para el Neolítico Temprano con reservas (cf. Rollefson 2004 y la literatura tra-
tada en este trabajo).
8
En relación con este aspecto, existe oposición por parte de la arqueozoología (v.g., Uerpmann 1979: 77-
78).
9
«[...] since limited mobility triggers progressive population growth that cannot be sustained by fixed natural-
resource ceilings».
10
El sitio de Shkârat Msaied, con sus construcciones circulares aglomeradas (Hermansen et al. 2006)
podría verse como una evidencia para este tipo de desarrollo. El cambio de construcciones o agregados cir-
culares unicelulares del PPNB Medio a edificios con cuartos múltiples —y, a veces, con dos pisos (Kinzel
ms.)— debe ser una expresión de esta transformación social.
11
Las instalaciones hidráulicas y la irrigación deben haber existido en el PPNB Medio y Tardío del sur de
Jordania (Gebel 2004b; Fujii 2007).
12
Conviene resaltar que esta afirmación deber tratarse con las debidas reservas. Los resultados de Ba‘ja
(¿lugar de producción con «subsistencia» obtenida parcialmente por trueque?) hacen suponer que existían
dependencias más intensivas entre los asentamientos del PPNB Tardío que las que son aceptadas hasta
ahora.

ISSN 1029-2004
EL SURGIMIENTO DE SOCIEDADES SEDENTARIAS... 319

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BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.° 11 /DEL ESTADO
2007, 325-351EN EL ANTIGUO
/ ISSN 1029-2004EGIPTO 325

El origen del Estado en el antiguo Egipto*

Stephan Johannes Seidlmayer a

Resumen

El antiguo Egipto está entre los pocos casos históricos que documentan los orígenes del Estado. En contraste con otras regiones donde
la organización estatal permaneció por mucho tiempo en el nivel de ciudades-Estado, en Egipto surgió un extenso Estado territo-
rial ya hacia fines del cuarto milenio a.C. La investigación arqueológica realizada durante las últimas décadas ha revelado una
abundancia de nueva información. De manera particular, el surgimiento de la complejidad social y de las estructuras económicas
y políticas se puede seguir desde la parte temprana del cuarto milenio. Dentro de este entorno regional se pueden reconocer tanto el
desarrollo de estructuras de tipo ciudades-Estado como redes de comunicación e interacción de gran escala que alcanzaron desde el
área sur del Levante hasta la Segunda Catarata del Nilo; estas últimas anticiparon estructuras y funciones importantes del Estado
territorial del posterior Egipto dinástico. De este modo, los orígenes del Estado pueden ser determinados dentro de un contexto
más grande de progreso estructural. Al mismo tiempo, el tema necesita ser abordado en el marco de cómo, más adelante, surgieron
organizaciones sociales, económicas y culturales al interior del escenario político del Estado faraónico.

Palabras clave: antiguo Egipto, orígenes del Estado, sociedad compleja, arqueología social

Abstract

THE ORIGINS OF THE STATE IN ANCIENT EGYPT

Ancient Egypt counts among the few historical cases which document the origins of the state. In contrast to other regions, where
state organization remained for a long period on the level of city states, an extensive territorial state emerged in Egypt at the
end of the 4th millennium BCE. Archaeological research during the last few decades has revealed a wealth of new information.
In particular the emergence of complex social, economic and political structures can be followed from the earlier part of the 4th
millennium. Within the regional setting, the development of city-state like structures can be documented. In addition, large scale
networks of communication and interaction, extending from the Levant south to the area of the 2nd cataract of the Nile, can be
recognized which anticipated important structures and functions of the territorial state of dynastic Egypt. Thus the origins of the
state can be anchored within a larger context of structural development. At the same time, the question needs to be addressed: how
did social, economic and cultural structures later on develop within the political framework of the pharaonic state?

Keywords: ancient Egypt, origins of the State, complex society, social archaeology

1. Tema y contexto

En una perspectiva comparativa, cualquier discusión sobre el nacimiento del Estado en el Egipto antiguo
debe resaltar por su carácter excéntrico (Janssen 1978; Wilkinson 1996, 1999; Hendrickx et al. 2004; Wen-
grow 2006; Döhl 2008). Esta situación se debe a dos aspectos. Si se le compara con otros casos clásicos de
la formación prístina de Estados —como, por ejemplo, Mesopotamia, para citar un proceso cercano—,
parece ser normal que estas tienen como precedentes a las ciudades-Estado. En el antiguo Egipto, en cam-
bio, se constituye un Estado territorial como organización política ya desde fines del cuarto milenio a.C.
Este abarcó, prácticamente, toda el área ocupada por el pueblo egipcio —entendido como los hablantes de

* Traducción del alemán al castellano: Peter Kaulicke


a
Deutsches Archäologisches Institut, Abteilung Kairo.
Dirección postal: 31, Sh. Abu el-Feda, 11211 Cairo/Zamalek, Egipto.
Correo electrónico: seidlmayer@kairo.dainst.org ISSN 1029-2004
326 STEPHAN JOHANNES SEIDLMAYER

ese idioma— que representaba un país de más de 1000 kilómetros de largo, con una población estimada
en alrededor de 1.000.000 de habitantes (Butzer 1976: 81 y ss.).
La excentricidad del caso de Egipto se percibe incluso en un sentido más fundamental. Después de
haber perdido la seguridad evolucionista que reclama que cada constitución política del hombre necesaria-
mente debe culminar en un Estado, la investigación científica ha demostrado, en muchas partes del mundo
—incluida la Europa prehistórica y protohistórica—, el carácter fragmentado, temporal y transitorio de
las diversas formas de este tipo de organización política. En la actualidad, los «Estados fracasados» (failing
states) demuestran, directamente, su estatus precario; el Egipto, en cambio, presenta el caso excepcional
de una formación «lograda» de Estado, un concepto que abarca un lapso ininterrumpido desde el cuarto
milenio a.C. hasta la actualidad.
Esta posición excepcional del temprano Estado egipcio en la comparación intercultural proporciona
gran interés a su caso y lo convierte en una de las grandes cuestiones en las que la investigación egiptológica
asume una responsabilidad particular en el discurso antropológico-cultural. Por otro lado, el cambio del
contexto intelectual que domina la temática exige una nueva reflexión acerca de los conceptos que suelen
aplicarse en la investigación egiptológica del asunto que, quizá, deba culminar en una nueva concepción
de esta materia. Sería triste tener que desarrollar esta nueva tarea ante el trasfondo de una base de datos
permanentemente inamovible. Felizmente, este problema no se presenta; por el contrario, se cuenta con
una investigación arqueológica muy viva, diversificada y excepcionalmente exitosa. En las últimas dos o
tres décadas se ha elaborado una base que resulta sensacional en algunos aspectos y que no solo permite,
sino que exige perspectivas distintas (Midant-Reynes et al. 2008), por lo que, en el presente aporte, se
pretende esbozar y probar tales posibilidades de enfoques nuevos. Debido a las características de esta meta,
se obvia una presentación de la historia de las investigaciones y de las evidencias. Semejante procedimiento
tampoco sería posible en el marco dado. El autor es consciente de que esto implica pareceres personales,
por lo que el lector queda advertido.

2. Perspectivas del antiguo Egipto acerca del origen del Estado faraónico

Un ingreso ordenado en la materia debe iniciarse con posiciones aceptadas. Para poder entender el enfoque
específico de la egiptología se tiene que partir del hecho de que no se cuenta con conocimientos concretos
en el caso de sus nociones históricas: se trata, más bien, de tradiciones históricas y constructos elaborados
por la propia cultura faraónica. Desde el inicio es preciso enfocar dos conceptos de la cultura faraónica res-
pecto al origen del Estado, ya que estos dejaron una profunda huella. La obra historiográfica de Manetón
(siglo III a.C.), su Aigyptiaka, conservada en parte, resume la tradición de la historia oficial faraónica y
transmitió sus concepciones a la investigación moderna que, nolens volens, tenía que orientarse sobre la base
de ella (Redford 1986). La obra de Manetón y sus antecedentes, que se remontan al tercer milenio a.C.,
precisan su inicio: el Estado egipcio comienza con el primer rey de la Dinastía I, el rey Menes. La investi-
gación científica, por ende, se ha empeñado mucho en proporcionarle una realidad histórica.
Si se retoma la guía de Manetón, no se debe olvidar una característica concluyente de su concepto. En
la tradición del antiguo Egipto, el Estado egipcio no parte de la fundación del reinado, en el sentido de sus
inicios preestatales. Con Menes ocurre la transferencia de la realeza al mundo de los humanos luego de un
serie de reyes primordiales míticos, dioses y héroes. Con ello, el pensamiento histórico egipcio representa
el fundamento real-teológico de la monarquía desde el papel del rey como hijo y representante del dios
creador —el dios solar— en el mundo de los humanos en un sentido cronológico. Como cada rey, era
el hijo real y directo del creador; en otras palabras, la realeza humana procedía de una realeza primordial
divina. Desde esta perspectiva, el Estado no es algo que se forma, en un sentido histórico, sino que ya existe
con anterioridad a cualquier forma de historia. Por lo tanto, el inicio del Estado con el rey Menes no tiene
relación con la formación del Estado egipcio, tal como la investigación moderna lo concibe.
Un segundo aspecto de la cultura faraónica ha marcado profundamente la discusión egiptológica acerca
del nacimiento del Estado: la «unificación del imperio». Esta expresión también se caracteriza por una rela-
ción extraña con la temporalidad histórica, aunque resulta singular solo al observador moderno. En la me-
dida en que el rey Menes se relaciona con los reyes Mentuhotep II y Ahmose (Fig. 1), quienes «reunieron»

ISSN 1029-2004
EL ORIGEN DEL ESTADO EN EL ANTIGUO EGIPTO 327

Fig. 1. La estatua del rey Menes en procesión con las


estatuas de los fundadores del Reino Medio y el Reino
Nuevo, Mentuhotep II y Ahmose. Representación en
relieve en el templo funerario de Ramsés II (tomado
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Aethiopien, Tafel III, 163. Berlin: Nicolai, 1849-
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Fig. 2. El acto ritual de la «unión de ambos países».


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Cairo: Institut Français d’Archéologie Orientale du
Cairo, 1902).

el Estado egipcio hacia el Imperio Medio y Nuevo después de haberse dividido en los llamados periodos
intermedios, la primera fundación histórica del Estado fue tal acto de «unificación de ambos países». Por
ello, de nuevo la investigación se ha empeñado en interpretar el nacimiento del Estado egipcio como un
acto de unificación de los «imperios» del Bajo Egipto y del Alto Egipto. Sin embargo, este evento consiste
de un mito escenificado en forma ritual al inicio del régimen de cada rey y, a la vez, es de carácter omni-
presente en sus representaciones emblemáticas del fundamento teórico de la monarquía egipcia (Fig. 2; cf.
Otto 1938). Así, estos conceptos, tanto míticos como históricos de la cultura faraónica, formaban puntos
de orientación dominantes en la discusión egiptológica de la problemática de la formación del Estado. En
otras palabras, por ello fueron presentados en este trabajo en su carácter doble desde el inicio, no tanto

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con el fin de convertirlos en fundamentos de esta argumentación, sino para tomar distancia respecto de
ellos. Los conceptos mitológicos de la cultura faraónica no aportan nada al esclarecimiento de la temática
histórico-antropológica cultural, la que se discute en el presente artículo.

3. Historia y arqueología

Pese a ello, la concentración en la figura del rey como fundamento del pensamiento egipcio y de la mayoría
de los egiptólogos sirve de entrada para un enfoque arqueológico de la problemática. El Cementerio B de
Umm el-Qaab (Abydos), excavado por Amélineau y Petrie, posee un papel central (Petrie 1900, 1901; Fig.
3). Se debe a Kurth Sethe el haber reconocido los nombres de los reyes de la primera dinastía manetónica
en las denominaciones que aparecen en los testimonios escritos tempranos de estas estructuras funerarias,
lo que no fue un logro trivial si se toma en cuenta la complejidad de la titulatura real egipcia y sus cambios.
El haber identificado las estructuras excavadas como las tumbas de los reyes de la Dinastía I resulta un
siguiente paso decisivo. La secuencia morfológica de la cerámica de los cementerios de Naqada y Ballas,
descubiertos por Quibell y Petrie durante el paso del siglo XIX al XX y cuyos contextos funerarios fueron
fechados hacia el fin del tercer milenio a.C. como indicios de una new race (Petrie y Quibell 1896), enca-
jaba en el horizonte de formas cerámicas de las tumbas reales de Abydos. Por lo tanto, eran más tempranos
que estas últimas. Con ello se descubrió la prehistoria egipcia: la cultura Naqada del cuarto milenio a.C.
Con este doble reconocimiento, la investigación del inicio del Estado faraónico pudo trasladarse del
espacio de la tradición histórico-mítica a un cuerpo de datos contemporáneos. Lo que siguió a este paso
fue concentrar la investigación en la formación del Estado egipcio y correlacionar los puntos básicos de
los constructos histórico-mitológicos con el perfil de las evidencias contemporáneas. En un principio este
enfoque fue bastante exitoso. El momento histórico al que apuntan los testimonios contemporáneos hacia
la primera dinastía de Manetón es bastante aceptable en vista de las características que tienen un papel de-
finitorio en el concepto moderno de ‘Estado’. La monarquía faraónica ya existía con su aparato ideológico
y mediático (iconografía, arquitectura monumental, entre otros). La escritura jeroglífica en formato de
textos tanto administrativos como monumentales ya se había formado en sus rasgos básicos, y existen evi-
dencias convincentes de una diferenciación social: una elite y una cultura de elite separadas de la población
común. Asimismo, no faltan pruebas que testifican la presencia de un poder institucionalizado. Por ende,
el Egipto de los inicios del tercer milenio a.C. representa, sin duda, un Estado temprano, mientras que las
evidencias correspondientes parecían faltar en el material arqueológico anterior del cuarto milenio.
Por lo tanto, una corrección necesaria del modelo de Manetón parece limitarse a modificaciones meno-
res. Dos o tres reyes deben de haber reinado sobre todo Egipto ya antes del inicio de la Dinastía I, como,
por ejemplo, el conocido Narmer. Para este grupo, W. M. F. Petrie acuñó la expresión «Dinastía 0». Con
ello, el momento del nacimiento del Estado parecía fijado en concordancia con la tradición histórica. Asimis-
mo, la modalidad de este origen parece ser factible como acto de una «unificación» del imperio en las
fuentes. La temprana iconografía monumental de la Dinastía 0 —sobre todo sus suntuosas paletas —
representa escenas de combates, de conquista y de toma de botines, por lo que se relacionaban con el
conflicto entre los «imperios» del Bajo y del Alto Egipto (Asselberghs 1961). De esta manera, la paleta de
Narmer fue interpretada como un documento directo de la unificación militar del país (Fig. 4) y, debido
a ello, a la Dinastía 0 se le suele llamar como tiempo de la unificación del imperio. Desde esta perspectiva,
que combina los testimonios de la historiografía faraónica con las fuentes contemporáneas, el proceso de
la formación del Estado en Egipto parece ser un desarrollo relativamente corto e intenso de casi 100 años
a fines del cuarto milenio a.C.

4. Las elites tempranas: ancestros de los reyes dinásticos

Un resultado decisivo de la investigación más reciente consiste en haber ampliado en forma categórica
este breve horizonte temporal de la supuesta formación del Estado. En este estudio, se parte de la figura
del rey egipcio de un modo bastante tradicional y se trata de ver a la constitución del Estado a partir de
la formación del papel del soberano, pero, más adelante, se verá que este procedimiento no es suficiente.
Si se toma en cuenta toda la crítica que puede expresarse frente a esta estrategia, tampoco se puede negar

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EL ORIGEN DEL ESTADO EN EL ANTIGUO EGIPTO

Fig. 3. Plano del Cementerio B de Abydos (tomado de William Matthew Flinders Petrie. The Royal Tombs II of the Earliest Dynasties. Part II, plate 58; London: Memoir of

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the Egypt Exploration Fund 18. Kegan Paul, Trench, Trübner and Co., 1901).
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Fig. 4. Paleta del rey Narmer. Escena de la matanza de los enemigos (tomado de William Fairservis, Jr. A Revised View of
the Narmer Palette, Journal of the American Research Center in Egypt 28, p. 2. San Antonio: American Research Center
in Egypt, 1991). Reproducido con el permiso de Eugen Cruz-Uribe (American Research Center in Egypt).

su productividad. Ya se ha logrado determinar que los reyes de la Dinastía 0 no habían sido los primeros
soberanos de la sociedad egipcia. El testimonio más temprano de la tradición historiográfica del antiguo
Egipto, la Piedra de los Anales, presenta una lista de nombres ilegibles de reyes anteriores a la primera
dinastía (Kaiser 1961b). Además, ya se conocía, desde hacía mucho tiempo, una estructura funeraria ex-
traordinaria que databa de mediados del cuarto milenio (fase Naqada IIc, unos 300 a 400 años antes del
inicio de la Dinastía I). En forma excepcional, se pintaron las paredes de la cámara funeraria con motivos
figurativos y es posible que se trate de la transferencia de mortajas pintadas o tapices a decoración mural
(Quibell 1902: plate 75; Kemp 1983). En las escenas de este friso se encuentran representaciones como la
matanza de los enemigos o la danza de sacrificio del rey, que pertenecen, de forma evidente, a la serie de
motivos centrales de la iconografía de la monarquía faraónica (Fig. 5).
Sobre la base de estas evidencias, Werner Kaiser había sugerido, ya a inicios de la década de los ochenta,
que la historia del nacimiento del Estado egipcio podría remontarse mucho más atrás de lo que se suponía
antes (Kaiser 1959-1960, 1961b), pero agregó el temor de que no podría ser posible comprobarlo debido
al inventario metodológico de la arqueología. Esta suposición de Kaiser ha sido comprobada de modo
sorprendente por la investigación más reciente, lo que, felizmente, invalidó su recelo. En una cantidad
antes no imaginada, se excavaron construcciones funerarias de soberanos predinásticos. Con el fin de
proporcionar una impresión de estos avances, se presenta a continuación un esbozo de la situación actual,
pero limitado a solo tres sitios.
El propio Kaiser reinició las excavaciones en el cementerio real de Abydos, que fueron continuadas por
Günther Dreyer con gran éxito (Dreyer et al. 2006). Estos trabajos agregaron nueva información acerca
de las estructuras ya conocidas, pero su relevancia radica en haber iluminado la historia más temprana del

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Fig. 5. Corte del friso de la Tumba Pintada de Hieracónpolis. La escena de la matanza de los enemigos se encuentra abajo a
la izquierda (tomado de James Quibell. Hierakonpolis, Part II, plate 75. London: 5th Memoir, Egyptian Research Account,
Bernard Quaritch, 1902).

lugar. De esta manera, se descubrió una tumba compleja y bien conservada en el Área U, que se conecta,
topográficamente, con el Cementerio Real B. Esta estructura pertenece al tiempo poco antes de la Dinastía
0 (Dreyer 1998; Fig. 6). Entre los abundantes hallazgos destacan, fuera de los numerosos recipientes
importados del Levante, los más tempranos testimonios de escritura en forma de etiquetas colocadas en
objetos del ajuar funerario. Si bien el efecto cronológico de esta tumba aún resulta limitado, las demás
tumbas del Cementerio U se remontan a tiempos mucho más tempranos, ya que corresponden al Periodo
Naqada I, de mediados del cuarto milenio (Hartung 2001). Los objetos asociados de estos contextos fune-
rarios más tempranos también son extraordinarios, como está documentado en las excepcionales escenas
plasmadas en la cerámica que se concentran en la representación de rituales (alfar C de figuras blancas).
Estas evidencias implican que el cementerio real de los soberanos de la primera dinastía se desarrolló a
partir de un cementerio de elite mucho más temprano. Esta expresión es usada para un área funeraria de
dimensiones reducidas separada del resto de la población «normal» de una comunidad, y cuyas estructuras
funerarias destacan por su tamaño y/o características de sus objetos asociados. Tales áreas se interpretan
como evidencias de la existencia de un grupo excluido y consolidado de personas con posiciones sociales
sobresalientes y, por lo tanto, como testimonios directos de complejidad social.
Aún más sorprendentes que los hallazgos de Abydos son los resultados de las excavaciones norteame-
ricanas más recientes en Hieracónpolis (Hoffman 1982; Adams 1995; Friedman [ed.] 2007; véase http://
www.hierakonpolis.org/). Fuera de la tumba pintada ya mencionada —que se ha perdido, pero, proba-
blemente, formó parte de un cementerio de elite— y de las tumbas de escala real de la Dinastía 0, existe
otro cementerio de ese carácter en la Localidad 6, muy adentro del Wadi Abu-Sufflan, un valle desértico
que desemboca en el Nilo, cerca de Hieracónpolis (Figueiredo 2004; Friedman [ed.] 2006, 2007). Como
el Cementerio U de Abydos, esta área funeraria se remonta a la primera mitad del cuarto milenio, al
Periodo Naqada I, y ostenta contextos de características extraordinarias (Fig. 7). Gracias a la ubicación
de varios postes, estas excavaciones pudieron constatar la presencia de estructuras con aspecto de capillas,
construidas con esteras y otros elementos. Entre los hallazgos de las tumbas saqueadas destacan objetos
únicos, como máscaras modeladas, así como enterramientos de diversos animales, entre ellos elefantes, los
que se relacionan, directamente, con las construcciones de ideologías de poder de la monarquía faraónica.
Debido a estas evidencias, Hieracónpolis presenta un caso paralelo al cementerio temprano de Abydos,
pero destaca por características locales aún más sorprendentes.
El tercer complejo que se presentará brevemente no alcanza la edad de las necrópolis de Abydos y
Hieracónpolis. Su carácter excepcional se debe a su ubicación geográfica en el sector nubio del valle del
Nilo, algo más al norte de la Segunda Catarata, cerca de Qustul y, por lo tanto, dentro del territorio de la
cultura indígena nubia del llamado Grupo A. Este cementerio, denominado Qustul L, fue encontrado y

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Fig. 6. Plano de la Tumba U-j, en Abydos (tomado de Günter Dreyer. Umm el-Qaab I. Das prädynastische Königsgrab U-j und seine frühen Schriftzeugnisse, Abb. 2. Mainz
am Rhein: Philipp von Zabern, 1986).
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Fig. 7. Tumbas de elite en el Cementerio HK 6 en Hieracónpolis. Los huecos de poste señalan donde estaban las bases de las
estructuras que se construyeron (tomado de Reneé Friedman. Bigger Than an Elephant. More Surprises at HK 6, Nekhen
News 18, p. 8. London: British Museum, 2006).

excavado en el marco de las campañas de salvataje de la UNESCO, y fue publicado en forma completa
como el único de los complejos presentados (Williams 1986). Se trata de un cementerio de elite del Grupo
A nubio de la Dinastía 0. Por su forma y tamaño, las instalaciones se parecen mucho a las tumbas reales
contemporáneas de Egipto. Su ajuar reúne objetos que atestiguan una cultura de lujo muy elaborada por
su calidad extraordinaria, pero que, además, documentan, una gama asombrosa de relaciones a larga dis-
tancia.
Al lado del preciado alfar de tipo «cáscara de huevo» de la Baja Nubia meridional aparecen piezas de
rica decoración plástica que caracterizan la producción del Neolítico de la Alta Nubia. Además de ello, se
cuenta con numerosos objetos importados del Levante, pero también existen piezas extraordinarias, como
una inmensa figura plástica de terracota en forma de hipopótamo, paletas cosméticas monumentales, entre
otros. La pieza más impresionante consiste de un incensario de tipo nubio que se convirtió en objeto de
un debate intensivo y controversial en la literatura, ya que en Egipto no se conocen objetos comparables.
Fue elaborado a partir un mineral local cuyas áreas de contorno llevan un friso figurativo correspondiente
al estilo e iconografía del tiempo de la «unión del imperio» (Williams 1980, 1987; Adams 1985; Fig. 8).
Esta pieza debe haberse hecho de mano de un artista egipcio o local formado en la iconografía egipcia para

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la demanda local. En cierto sentido, constituye una contraparte al famoso mango de cuchillo de Gebel
el-Arak, que lleva una decoración figurativa inspirada en el Cercano Oriente, probablemente ejecutado
por un artista de esa región, pero hecho sobre un objeto que corresponde a la tipología egipcia (Sievertsen
1992). El cementerio de Qustul L demuestra en qué medida, sorprendentemente, las poblaciones del
sector nubio de la cuenca del Nilo participaron, al menos por un tiempo, en el desarrollo social de sus
vecinos egipcios.

5. Las consecuencias

Estos complejos fascinantes deberían exponerse en forma detallada con más contextualización. Fuera de las
espectaculares situaciones tratadas, existe material fragmentado —mal excavado pero conocido desde hace
mucho— que forma parte de los mismos como, por ejemplo, los cementerios de elite de Naqada T (Kemp
1983) y Sayala, en Nubia (Firth 1927: 201 y ss.), entre otros. Estas evidencias demuestran que los hallazgos
recientes no abren terreno virgen, pero ponen énfasis en un campo que ya se esbozaba antes (Kaiser 1982).
Debido al marco impuesto a este trabajo, se impide una presentación pormenorizada, por lo que, en vez de
ello, el autor se concentrará en algunas consecuencias que resultan de la situación reconocida.
Destaca, sobre todo, el efecto cronológico de estas condiciones. Antes de la monarquía dinástica, se
dibuja una historia de elites sociales cuya densidad, coherencia y perfil extraordinario ya no se capta con
la construcción de una Dinastía 0; se despliega, más bien, toda una época nueva de poder y complejidad
social en el Egipto prehistórico. En el enfoque cronológico está asegurado el paso antes de la mitad del
cuarto milenio en Abydos y Hieracónpolis. Sin embargo, su precisión necesaria solo se dará cuando se
hayan finalizado las excavaciones pertinentes, así como sus publicaciones respectivas. Ya existen fechados
de unos 500 a 600 años antes del inicio de la Dinastía I y no resulta muy atrevido esperar el hallazgo de
materiales y contextos aún más tempranos. Este «retroceso» cronológico tiene implicancias fundamenta-
les para la problemática del surgimiento de la sociedad compleja y del Estado en Egipto, ya que acerca
los testimonios más tempranos de elites institucionalizadas al fin del quinto milenio, cuando la cultura
Naqada se estableció en la cuenca meridional del Nilo. Luego de vincular el surgimiento de las culturas
chalcolíticas de esta región con el cambio paleoclimático, el proceso de desertificación del Sahara y la resul-
tante inmigración de grupos de poblaciones de ahí al área del Nilo (Eiwanger 1983), surgen las siguientes
preguntas: ¿bajo qué formas de diferenciación social inmigraron estas poblaciones?, ¿qué aspectos de estas
formas sociales recién surgieron en esa área?, ¿en qué condiciones económico-ecológicas de este espacio de
ocupación se originaron?
Estas preguntas evocan un sorprendente deja vu. Wolfgang Helck ya había relacionado —bajo precon-
diciones teóricas hoy en día obsoletas— a la cultura Naqada con el nacimiento del Estado. La consideró
como el motor del último con un trasfondo de nomadismo y había insistido en relaciones entre el ornato
real faraónico y el traje típico de los grupos de Libia que solo se conocieron más tarde (Helck 1954). Ante
el panorama de la situación arqueológica reciente, parece que este complejo debe discutirse de nuevo,
con resultados aún no previstos. Otro aspecto importante es la regularidad y la distribución geográfica
en las que aparecen estos cementerios de elite. Hoy en día se les conoce en una secuencia continua desde
la Segunda Catarata, en el sur, hasta Abydos (Fig. 9) y se tocará, más adelante, el problema del porqué se
da una ruptura más hacia el norte. Por el momento, se debe constatar que la presencia de elites exclusivas
como rasgo regular y característico de la cultura Naqada en el Alto Egipto se identifica desde, por lo menos,
mediados del cuarto milenio a.C.
El enfoque de seguir los ancestros sociológicos de la monarquía faraónica hasta el temprano cuarto
milenio a.C. ha sido fructífero. Su debilidad se descubre, en cambio, cuando surge la pregunta por la
identificación tipológica de las posiciones de los soberanos reconocibles en sus contextos funerarios. Estas
inseguridades se revelan en la terminología tentativa que aparece en la literatura, en la que se les llama jefes
(chiefs) o protorreyes a los individuos enterrados y a las sociedades como early state modules, entre otras
expresiones. No solo queda incierto lo que significan estas denominaciones en los casos respectivos —fuera
de una vaga posición social destacada—, sino que tampoco se presentan los criterios de las características
del papel social.

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Fig. 8. Friso del incensario de Qustul (tomado de Bruce B. Williams. The University of Chicago Oriental Institute Nubian
Expedition. Vol. III, Part 1: The A-Group Royal Cemetery at Qustul, Cemetery L, plate 34. Chicago: University of
Chicago Press, 1986).

Fig. 9. Distribución de los cementerios predi-


násticos de elite en las regiones del Alto Egipto y
Nubia (elaboración del dibujo: Stephan Seidl-
mayer).

Las evidencias funerarias son elementales para el aparato ideológico. El entorno ritual, el enterramiento
de animales cargados con simbolismo, los motivos figurativos y las piezas de ornato se juntan en la ideo-
logía y representación de la monarquía faraónica, pero estos elementos no son significativos en referencia
al papel que estas personas tuvieron en sus comunidades. Si algunos individuos usaban insignias, motivos
o formas representativas como aquellos de los faraones más tardíos, solo implica que fueron miembros de
una línea de ancestros de esa monarquía, pero que, de ningún modo, desempeñaban papeles equivalentes

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a los soberanos posteriores. Por ende, los cementerios de elite tempranos y sus contextos asociados solo
son indicadores de la existencia de estructuras sociales complejas. Sirven, de igual manera, para esclarecer
su estructura y los factores que constituyeron y estabilizaron tales sistemas sociales. En ese sentido, la
inserción de las informaciones en relación con las elites tempranas en el contexto mayor de los patrones
estructurales y su desarrollo tiene un carácter decisivo. Solo este entorno amplio de estructuras económicas,
culturales, sociales y políticas, y sus mecanismos ofrecen la oportunidad de captar, al menos de una manera
preliminar, el papel de las elites egipcias del cuarto milenio y la dinámica que condujo a su surgimiento y
desarrollo.

6. Lugares centrales y ciudades tempranos

El contexto local y regional en el que surgen las elites tempranas es de relevancia fundamental. De este
modo, las ubicaciones de los cementerios de elite egipcios no se deben al azar. Hieracónpolis, Naqada
y Abydos se convierten, en la tradición más tardía, en lugares famosos de la monarquía sagrada, pero el
intento de llegar a una «autopsia arqueológica» de las condiciones en estos lugares choca pronto con la
conocida situación insatisfactoria de la arqueología de asentamientos en Egipto (Seidlmayer e.p. b). Solo
en Hieracónpolis se cuenta con una visión, al menos parcial, de las condiciones en la sede de una elite
temprana (Quibell 1900, 1902; Hoffman 1982; Hoffman et al. 1986; Friedman [ed.] 2007). En esta
área, el inicio de la ocupación data ya desde el fin del quinto milenio a.C. En el cuarto milenio demuestra
evidencias de una ocupación extensiva que penetra en la desembocadura del Wadi Abu-Suffian (Fig. 10).
Parece que todo este terreno amplio no estaba ocupado de un modo compacto; por el contrario, se trataba
de caseríos reunidos en grupos que se repartían sobre el área. Pese a ello, se reconoce al lugar como un foco
poblacional temprano. Lo mismo se comprueba debido a la presencia del inmenso cementerio del asenta-
miento de Naqada, además del cementerio de elite Naqada I (Petrie y Quibell 1896).
En Hieracónpolis también se observa una dinámica relevante en la historia de la ocupación durante el
cuarto milenio. El área ocupada se contrae y se traslada hacia el terreno fértil y, finalmente, a la ubicación
de la ciudad posterior de Hieracónpolis situada sobre el abanico aluvial delante del Wadi Abu-Suffian,
un lugar seguro de las inundaciones sobre la cuenca (Hoffman et al. 1986). Una contracción parecida
se observa en la historia ocupacional de Abydos (Kemp 1977; Seidlmayer 1996). Este tipo de transcurso
de ocupaciones debe tratarse sobre dos trasfondos. Por un lado, importan los cambios ecológicos. Como
resultado del proceso de desertificación incrementada —quizá también debido a la sobreexplotación an-
tropogénica— los biotopos del borde del desierto se degradaron y tornaron improductiva la economía de
recolección y de pastoreo. Debido a estos factores, el modo extensivo de ocupación perdió su sentido. Se
dio inicio a un foco de intensificación mayor de estrategias de subsistencia en la cuenca del valle y en el
cultivo en terrenos destinados para la irrigación ubicados en el relieve natural. Un segundo factor de la
concentración ocupacional reside, probablemente, en la necesidad de seguridad en vista de una situación
cada vez más caracterizada por la competencia y el conflicto militar en la parte tardía del cuarto milenio a.C.
A primera vista, se constata que los asentamientos que muestran indicios de elites tempranas se ubican
en centros de poblaciones y gérmenes de ciudades tempranas. Aún no es posible determinar el aspecto de
estas, por lo que se ignora si estaban fortificadas. No se dispone de evidencias correspondientes procedentes
de excavaciones, pero otros indicios —entre ellos la iconografía— lo sugieren con bastante probabilidad
(Seidlmayer e.p. b).
Otro elemento importante de las ciudades tempranas eran los emplazamientos rituales. Los citados ce-
menterios de elite conformaban una faceta relevante en esta área, pero había otras. En Hieracónpolis existe
también un centro palaciego y ritual aproximadamente del tiempo de la Tumba Pintada, y que constituye
un precursor de las instalaciones rituales morfológicamente reales del antiguo Imperio Temprano; por ello,
parece ser legítimo ubicarlo en el contexto del palacio de un soberano temprano (Friedman 1996; Fig. 11).
Los templos, sobre todo, pertenecen al perfil de estas ciudades tempranas (Bußmann 2007). Los depósi-
tos con material votivo y los restos de objetos de ajuar monumental demuestran la suntuosidad de estas
estructuras. Además del caso de Hieracónpolis, el templo temprano de Coptos —al frente de Naqada—,
con su escultura monumental y su cerámica ritual con decoración en relieve, es un ejemplo sobresaliente

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Fig. 10. Plano del complejo de Hieracónpolis. El cementerio de elite HK 6 se encuentra muy hacia el este, en el valle desértico (tomado de James Quibell. Hierakonpolis, Part II,

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plate 73A. London: 5th Memoir, Egyptian Research Account. London: Bernard Quaritch, 1902).
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Fig. 11. Edificación ritual predinástica en Hieracónpolis (tomado de Reneé Friedman. The Ceremonial Centre at
Hierakonpolis Locality HK-29A, en: J. Spencer (ed.), Aspects of Early Egypt, p. 19. London: British Museum, 1996).

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de ello (Williams 1988; Adams 1986). Estas piezas también indican qué papel fue desempeñado por los
miembros de la elite temprana en la instalación de estos templos una vez que aparecieron las primeras
inscripciones.
En este breve esbozo se advierte que el perfil arqueológico de estos yacimientos es extraordinario. Con
el fin de poder apreciar este caso en toda su extensión, se requiere de una visión del entorno aldeano. Solo
si un foco de población temprano se puede ubicar en su marco aldeano y su relación con el mismo, su
clasificación como lugar central se justifica. Tal procedimiento es posible en principio. Se han excavado
algunos asentamientos en forma de aldeas de tiempos predinásticos (Brunton y Caton-Thompson 1928:
43-48), pero están afectados más que las ciudades por el traslado del mencionado foco de ocupación en
la cuenca del valle. Pese a ello, las comunidades aldeanas pueden ser captadas tipológicamente por sus
áreas funerarias en la franja plana desértica (Seidlmayer 2006). De esta manera, se constata que los lugares
centrales tempranos fueron insertados en un entorno aldeano con un perfil marcadamente diferente, en
el que estaban ausentes las características de la concentración de ocupación, el aparato simbólico y, por lo
tanto, la complejidad social.

7. Tecnología y economía

Sería concluyente poder presentar en forma material las relaciones de intercambio y de dominio entre los
lugares centrales y las comunidades de su entorno, como, por ejemplo, la participación o no participación
de las comunidades aldeanas en la elaboración de productos artesanales como el metal, las vasijas de piedra
y la cerámica, que proceden de talleres especializados y, por lo tanto, no locales. Este campo de estudio, que
podría encontrar una base productiva en el material arqueológico disponible, no ha sido considerado debi-
damente aún. No obstante, vale la pena contemplar, de manera breve, el progreso del perfil tecnológico y
económico de la cultura Naqada en el cuarto milenio. En este contexto, además de enfocar el surgimiento
de la cultura del lujo en el entorno de las elites, se debería abordar el problema del modo cómo se desarro-
llaron las tecnologías y las formas de producción de relevancia social general.
Es de lamentar que los parámetros económicos de las tempranas ciudades no cuenten con estudios
apropiados. Al menos existen informes de talleres artesanales especializados en los que se perforaron cuen-
tas de adorno en gran escala. Existen, también, hornos para la elaboración de una especial cerámica ana-
ranjada pulida. En instalaciones para la fabricación de malta, se produjo cerveza en gran escala, una bebida
que fue parte del alimento básico en el Egipto antiguo además del pan (Geller 1992). Este último punto es
de especial interés, ya que señala la producción centralizada de alimentos, en particular aquellos repartidos
entre individuos dependientes ocupados en labores organizadas.
Ya que los contextos in situ no se estudiaron y/o publicaron en forma satisfactoria, es preciso propor-
cionar una base más general al argumento. En el curso del cuarto milenio, y en particular hacia su final, se
observa un cambio decisivo en la tecnología cerámica. Se comenzaron a usar arcillas residuales (margosas)
que garantizaban un producto más duradero y compacto —si bien con más esfuerzo de elaboración— que
la cerámica hecha de la arcilla del Nilo. De esta manera, esta innovación permitió el empaque y el trans-
porte de alimentos a gran escala sobre tiempo y espacio (Seidlmayer e.p. a). Por lo tanto, el desarrollo de la
técnica cerámica se entiende también como reflejo del progreso de la tecnología alimenticia. En ese sentido
es preciso analizar todo el conjunto completo de los materiales arqueológicos para encontrar indicios de
especialización artesanal e innovación. Una evidencia destacada se encuentra en el campo de la metalurgia.
Resulta lógico el hecho de que la cantidad de herramientas de metal quede subrepresentada en el conjunto
de hallazgos, pero su existencia y su distribución se dejan deducir por el reflejo de la tecnología del sílex.
Por un lado, se observa una reducción de la gama de herramientas líticas a unos pocos tipos de cuchillos
durante el cuarto milenio, lo que lleva a la conclusión de que otras herramientas de metal fueron produci-
das para reemplazarlas. Por otro lado, aparecen formas inspiradas en los objetos de metal.
Este vasto campo del desarrollo del perfil tecnológico de la cultura material en el curso del cuarto mi-
lenio y su interpretación en relación con las estructuras sociales que forman su base aún deben definirse
mejor, pero ya se prevé que tal proyecto producirá resultados relevantes. Asimismo, se reconoce la ampli-
tud del repertorio de la cultura material —sobre la base de productos utilitarios—, lo que determina una
economía basada en los resultados obtenidos por diversas formas de producción y de acondicionamiento

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cada vez más complejos en términos técnicos. La situación de la evidencia que se esboza de esta manera
permite plantear la hipótesis de que las relaciones sociales, y los vínculos entre aldeas y lugares centrales del
cuarto milenio ya estaban caracterizadas por la adquisición de productos especializados de manufactura
centralizada por un lado y, por otro, por la transferencia de los excedentes de la producción agraria de las
aldeas a los lugares centrales en términos de un sistema redistributivo temprano.
Conviene insertar algunos comentarios acerca de las bases agrarias de esta economía. Estas deben ca-
racterizarse por extrapolaciones modélicas debido a la ausencia de evidencias arqueológicas directas de
agricultura, como campos de cultivo, canales, entre otros. En primer lugar, se debe comentar la produc-
ción de excedentes agrarios como precondición de las relaciones de intercambio reconstruidas. Desde la
perspectiva de la antropología cultural, una economía que produce excedentes agrarios no constituye una
norma, pero el caso egipcio hay que entenderlo por la particular dinámica de su agricultura —sin impulsos
externos— y por sus condiciones contextuales. El riesgo de las inundaciones irregulares del Nilo motivó
al campesino a producir excedentes por interés propio con el fin de contrapesar años venideros de baja
producción (Seidlmayer 2001). Por lo tanto, el inicio de la producción de excedentes se explica por el
manejo del riesgo de la agricultura de inundación. Luego, es preciso comentar la hipótesis hidráulica de
Wittfogel (hydraulic hypothesis), es decir, la idea de estructuras de poder surgidas sobre la base de la nece-
sidad de mantener instalaciones con este tipo de mecanismos. La egiptología se ha alejado por completo
de este conjunto de nociones, si bien este alejamiento no ha sido constatado adecuadamente fuera de la
disciplina. De hecho, existe buena documentación y consenso acerca de la existencia de una temprana
irrigación sin intervención técnica, y que tuvo como base el relieve natural de la cuenca del río creado por
cambios del curso del agua (Butzer 1976: 4 y ss.). Mejoramientos técnicos por medio de diques, canales y
otras instalaciones ganaron importancia mucho más tardíamente, quizá a fines del tercer milenio, y aun ahí
se mantuvieron siempre en una escala regional reducida (Schenkel 1977; Endesfelder 1979). Un control
arbitrario del Nilo y sus corrientes como base del ejercicio del poder fue y sigue siendo imposible.

8. Relaciones suprarregionales

Mientras que este aspecto de interacción entre lugares centrales y sus entornos regionales fue estudiado en
forma algo deficiente, las relaciones suprarregionales de este tipo de sitios y las establecidas entre ellos ha
merecido mucho más atención. En su distribución geográfica se percibe cómo una cadena de esta clase de
complejos desde la Segunda Catarata hasta Abydos en la segunda mitad del cuarto milenio a.C. El hecho
de que no se trata de la existencia casual de lugares aislados, sino que está relacionada con contactos in-
tensivos de intercambio, se desprende claramente de los ajuares de las tumbas de elite. Estas ostentan una
multitud de bienes de importación directa que cubren un área desde el Levante hasta la Segunda Catarata
del Nilo, como se mencionó antes. Más allá de ello, la decoración de estas tumbas en las tradiciones ico-
nográficas y el estilo de una cultura caracterizada por el lucro muestran un sistema de valores divididos y
formas de vida de elites en esta vasta región.
Las fuentes arqueológicas disponibles del conjunto conocido de estas tumbas de elite dificultan una
visión de la autorreferencialidad de la comunicación elitaria. Pese a ello, se debe cuestionar si los contactos
entre los tempranos lugares centrales se limitaron al intercambio de bienes de lucro, así como de materias
primas y el conocimiento de la producción de bienes de lucro, o si el comercio suprarregional tenía un
carácter mucho más envolvente al involucrar al núcleo mismo de la cultura material, con lo que adquiría
su justificación debido a la necesidad. De hecho, existen indicios para responder a esta pregunta y, en par-
ticular, es preciso indicar las condiciones en la Baja Nubia. En la segunda mitad del cuarto milenio a.C. se
observa un ingreso significativo de bienes egipcios en el área de la población del Grupo Nubio A en forma
de la presencia masiva de cerámica de ese estilo. Este ingreso es tan marcado que la cerámica egipcia se
establece como elemento regular en el repertorio de dicho grupo (Nordström 1972; Fig. 12). Es evidente
que no se intercambiaban los recipientes como tales, sino los alimentos de su contenido original. En vista
de las restringidas bases económicas del sector nubio del valle, semejante ingreso de alimentos adquiría una
relevancia fundamental (Adams 1977: 41 y ss.).
Como contraparte de estas importaciones, se tiene que pensar en materias primas, entre ellas, proba-
blemente, el cobre, que fue traído a Egipto desde el Sinaí y del Negev, así como del área alrededor de la

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EL ORIGEN DEL ESTADO EN EL ANTIGUO EGIPTO 341

Fig. 12. Entierro nubio en el área de la Segunda Catarata del Nilo, con cerámica egipcia importada asociada (tomado de
Hans-Åke Nordström. Neolithic and A-Group Sites. Scandinavian Joint Expedition to Sudanese Nubia, vol. 3, plates 88-89.
Stockholm: Scandinavian University Press, 1972). Reproducido con el permiso de Hans-Åke Nordström.

Segunda Catarata, de lo que existen muchos indicios (El-Gayar y Jones 1989). Este comercio de cobre por
alimentos debió haber sido importante tanto para las poblaciones de Egipto como de Nubia más allá del
grupo reducido de elites. En general, el campo del intercambio suprarregional en el Egipto del cuarto mile-
nio podría discutirse sobre una base mucho más amplia al incluir, por ejemplo, vasijas de piedra, moluscos
y piedras semipreciosas para la manufactura de adornos y de amuletos, entre otros. Todas estas evidencias
apoyan la visión de un sistema de redes de intercambio suprarregional bastante rico y de extensión geográ-
fica muy vasta en tiempos bien tempranos.

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342 STEPHAN JOHANNES SEIDLMAYER

Fig. 13. Sello cilíndrico temprano con el diseño de diversos animales (tomado de Peter Kaplony. Die Inschriften der ägyptis-
chen Frühzeit, Tafel 25. Wiesbaden: Otto Harrassowitz, 1963).

9. Las elites tempranas en su contexto

El esbozo presentado de estructuras económicas permite colocar a las elites tempranas en su contexto so-
cial, al menos en forma de un modelo. En realidad, se dejan reconstruir dos círculos de bienes de alcances
geográficos diferentes en vista de los desarrollos económicos y tecnológicos. Por un lado, se puede diferen-
ciar un horizonte regional entre aldeas y lugares centrales en el que se intercambiaban productos agrarios
por productos especializados. A escala suprarregional, el intercambio se concentraba en materias primas y
productos, pero, en ambos casos, su realización no sucedía sin problemas. Bienes y necesidades no apare-
cían en forma simétrica en su curso temporal ni en su volumen material. La producción especializada tenía
una magnitud que un solo cliente no podría absorber. Asimismo, el comercio suprarregional con materias
primas —como, por ejemplo, lingotes de cobre— precisaba de socios que aceptaran tanto volúmenes más
allá del consumo inmediato como una contraparte más allá de lo disponible en el marco doméstico con el
fin de ser rentable. Debido a ello, se requería de la existencia de una instancia que sincronizara las discre-
pancias cronológicas y cuantitativas de la producción, el consumo, la compra y la contraprestación y, para
lograrlo, se necesitaba la capacidad de centralizar, almacenar y distribuir bienes, así como la organización
de servicios técnicos.
La presencia de estos procesos se comprueba por un aspecto de los testimonios arqueológicos aún no
mencionados: el surgimiento de sistemas tempranos de marcas antes del nacimiento de la escritura. En la
estereotipificación de imágenes, el establecimiento de marcas y la aparición de sellos tempranos se perci-
ben, por primera vez, medios de almacenamiento de información esencial en el marco de las prestaciones
de sincronización aludidos (Engel 1997; Graff 2004; Fig. 13). Es de suponer que se puede localizar esta
prestación en la organización de la circulación de bienes en el entorno doméstico de las elites tempranas.
Las evidencias arqueológicas demuestran, de manera clara, cómo este círculo de la población manejó los
volúmenes y las calidades de bienes que se tratan aquí. Si se observa esto desde una perspectiva temporal
más amplia, llama la atención que la economía palaciega de los reyes del Imperio Antiguo se ocupaba,
precisamente, de estas prestaciones. Con ello, el modelo propuesto está fijado, también, en su perspectiva
histórica.
En esta hipótesis también se podría ver un acercamiento al problema de la aceptación y la legitimidad
de las elites tempranas; en todo caso, proporciona la idea de una ventaja para toda la sociedad. De este modo,
las formas de poder que se estaban estableciendo también tendrían sus raíces en una funcionalidad cons-
tructiva. Por otro lado, no se debe olvidar —y quizá ahí radica el aspecto más crucial— que esta función
clave de las elites las libró de cualquier control, con el resultado de un beneficio mayor que ellas obtuvieron
en comparación con otros grupos. Con ello se relaciona el ingreso en un desarrollo de una asimetría social
drástica que caracteriza a la cultura faraónica de un modo espectacular.

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10. El Medio y el Bajo Egipto

En esta discusión del nacimiento de la sociedad compleja y del Estado en Egipto se ha excluido hasta ahora
el valle medio y bajo del Nilo pese a que el concepto tradicional de la unificación del imperio y el propio
nacimiento del Estado lo sitúa en la competencia entre dos imperios que tenían el predominio en cada una
de sus regiones. Además de ello, y fuera de estos constructos, el Bajo Egipto y el Medio Egipto presentan
la parte más extensa y más rica del espacio económico y social del territorio en cuestión. Por lo tanto, el
acercamiento de la investigación arqueológica a estos campos constituye un postulado fundamental, ya
que es el único que podría proporcionar las bases para una discusión empírica.
El hecho de que el mapa arqueológico del Medio y Bajo Egipto muestre una ocupación esporádica
tiene sus razones sustanciales. Ya Kaiser y Butzer habían demostrado para el Medio Egipto, al norte de
Assjut, cómo la morfología del perfil del borde del valle llevó a que se afectaran aún más las áreas funera-
rias en la franja plana desértica debido a la acumulación constante de la cuenca del Nilo (Kaiser 1961).
Asimismo, la arqueología de la desembocadura de ese importante río se convierte en una tarea metódica y
técnica sumamente compleja por la dinámica del paisaje fluvial. No obstante, la investigación arqueológica
en esa zona ha ocupado el nivel más alto, en la actualidad, en lo que a trabajos de excavación se refiere y se
efectúa con éxito extraordinario respecto de resultados relativos a la prehistoria y al tiempo predinástico.
Sin embargo, en vista de los déficits existentes, aún no se puede hablar de una consolidación relativa de la
imagen arqueológica, pero si se permite la discusión de dos conjuntos temáticos.
En una primera etapa, la investigación se enfocó en la heterogeneidad de las culturas arqueológicas del
Alto y del Bajo Egipto. Ya se sabe, desde hace mucho tiempo, que los sitios tempranos del norte —como,
por ejemplo, Merimda, Maadi o el-Fayyum (Midant-Reynes 1992: 101 y ss.)— ostentan un perfil distinto
en cuanto a cultura material, costumbres funerarias, entre otros, que la cultura Naqada, característica para
el Alto Egipto (Fig. 14). Nuevas evidencias relacionadas con la historia de la ocupación humana y del
clima del Sahara oriental muestran que la variabilidad original de las culturas del valle del Nilo se debe al
proceso de su poblamiento. A consecuencia del proceso de desertificación del Sahara oriental, grupos de
poblaciones de las estepas de áreas que, en la actualidad, pertenecen al desierto fueron obligados a trasla-
darse al valle del Nilo, por lo que ahí se reflejó la diferenciación de las culturas arqueológicas del espacio
sahariano (Eiwanger 1983). Durante el transcurso del cuarto milenio, se constata cómo la cultura Naqada
se expande, paulatinamente, sobre todo Egipto, mientras que las del norte se extinguen (Kaiser 1957). Por
un tiempo, pareció que el surgimiento de la cultura Naqada en la desembocadura coincidía con el surgi-
miento de un Estado territorial, de modo que su expansión parecía correlacionarse con el proceso político
de la «unificación del imperio». Sin embargo, estudios más recientes en Minshat Abu Omar y Tell el-Farain
han demostrado que dicha cultura ya había aparecido poco después de la mitad del cuarto milenio en la
desembocadura del Nilo y, por lo tanto, mucho antes de la época dinástica (Von der Way 1993: 77-92;
Kroeper 1994: xiv). Esto se ha inferido por la existencia de contactos estrechos entre las comunidades del
Bajo y del Alto Egipto en su repertorio material (Rizkana y Seeher 1987: 66-73).
La formación de una cultura arqueológica uniforme en todo el Egipto tiene que separarse de cualquier
proceso de establecimiento de un sistema político mayor; no obstante, no se debería descartar su relevan-
cia. ¿Cuál fue la fuerza que motivó la expansión de la cultura Naqada? El tratar de explicarla con un pro-
ceso demográfico resulta poco probable, ya que se tiene que partir del hecho de que estas áreas ya estaban
pobladas antes, lo que, al menos, es muy posible. La expansión de una cultura arqueológica se debe más,
probablemente, al establecimiento de un modo de vida uniforme, es decir, de formas sociales comparables,
de estrategias económico-ecológicas semejantes y de sistemas simbólicos equivalentes —por ejemplo, en el
ámbito del culto a los muertos— que se habían formado en la primera mitad del cuarto milenio. Como
consecuencia de ello, este proceso es indicio de la formación de una red sociocultural intensiva que ya
existía y de una comunicación de comunidades sociales en el temprano cuarto milenio como base de una
fusión sociocultural adicional más profunda del país.
El segundo conjunto de problemas surgido en la arqueología del Bajo Egipto se relaciona con las
estructuras existentes y las funciones de esta parte del país durante la segunda mitad del cuarto milenio.
¿Existieron complejos centrales como en Hieracónpolis o Abydos/Thinis? Se están buscando, de forma

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intensiva, indicios respectivos como, por ejemplo, en Tell el-Farain/Buto (Hartung et al. 2007) o en Tell el-
Farcha (Cialowicz 2006; cf. http://www.farkha.org/). Ahí fueron encontrados exvotos espectaculares en un
santuario temprano que justificarían la interpretación de un lugar central en el Bajo Egipto. Probablemente,
este problema del desarrollo sociopolítico en la desembocadura del Nilo debe entenderse como la tarea
arqueológica de actualidad más palpitante. En todo caso, los intensivos contactos comprobados entre el
Levante y hacia Mesopotamia en forma de cerámica importada, pero también reflejados en la iconografía
temprana, demuestran que las redes de intercambio que existían en forma muy densa en el espacio del Alto
Egipto y de Nubia alcanzaron, en el norte, hasta el Cercano Oriente y abarcaban, por lo tanto, todo el valle
del Nilo. Esto incluye el comercio terrestre al Sinaí y al Negev para la obtención de cobre, como también
el comercio marítimo con el Levante. En esencia, hay indicios para suponer que en el norte también exis-
tieron estructuras y desarrollos similares a los claramente comprobados en el Alto Egipto.

11. Sociedad compleja y Estado

Los resultados de excavaciones recientes han abierto un amplio espacio cronológico antes del inicio de la
monarquía dinástica para la discusión acerca del nacimiento del Estado en Egipto. El proceso de la forma-
ción de estructuras sociales se deja seguir por unos 600 años anteriores. Sin embargo, esto no significa que
el complejo de evidencias de la formación del Estado debería remontarse históricamente como un bloque
temporal. Para usar el lenguaje de la tradición posterior, no se tiene que ubicar un rey Menes en el cuarto
milenio. El establecimiento de la Dinastía I en la última parte del cuarto milenio se reconoce ahora como
punto final de un largo proceso y, con ello, se llega al problema crucial de las razones para el surgimiento
de este acontecimiento histórico desde el proceso anterior y del modo cómo está involucrado con este.
Sobre la base de las evidencias arqueológicas, la formación de un Estado territorial mayor en Egipto
se vincula con la dinámica de los lugares centrales anteriores, ya que su distribución permite constatar un
desarrollo diacrónico (Kaiser 1982). De acuerdo con el estado actual de conocimientos, se distinguen tres
fases (cf. Fig. 9). En una primera etapa de la primera mitad del cuarto milenio a.C., se percibe la formación
de dichos lugares. En la segunda mitad del cuarto milenio se inició una fase de expansión en la que se dio
la red suprarregional descrita, con irradiación hasta Nubia. Finalmente, el sistema entra en una fase de
concentración en el último cuarto del cuarto milenio, cuando los nudos de esta red se disolvieron paulati-
namente hasta que solo quedaron los soberanos de Abydos como reyes de todo Egipto. Este punto final de
contracción de la red de lugares centrales en Egipto es idéntico al surgimiento del Estado territorial pane-
gipcio de la Dinastía I. Se desconoce cómo sucedió, en forma concreta, sobre todo para el Medio y el Bajo
Egipto, pero no se debe olvidar que, precisamente, el lapso durante el que el proceso llega a su culminación
está asociado con testimonios representativos caracterizados por una iconografía abiertamente agresiva:
el mundo del imaginario del llamado tiempo de la unificación del imperio (Asselberghs 1961). Por otro
lado, no se discute que la interpretación de estas imágenes como historia de sucesos reales es muy débil. En
ningún caso se puede constatar con seguridad de quién o de qué Estados regionales egipcios o de posibles
grupos de poblaciones vecinas se trata en concreto como actores de los combates (Asselberghs 1961: plate
92), pero semejante enfoque histórico de dichos supuestos eventos desconoce el carácter nuclear de estas
representaciones. Estas significan, precisamente, que los combates han sido llevados al espacio metafórico
del mundo animal (Fig. 15) o de los poderes sobrenaturales, y que no se trata de la documentación de
acontecimientos efectivos, sino que apuntan hacia la expresión de la potestad de ejecución de violencia del
ámbito estatal. De hecho, la ideología de la monarquía faraónica enfoca la figura del faraón, en forma per-
manente, como instancia ejecutiva de violencia. Por lo tanto, el autor se inclina por la reflexión de que es
justificado pensar en una dinámica de competencia y de conflicto entre los tempranos soberanos egipcios
detrás de las evidencias del sistema de lugares centrales, pese a que estos sucesos no se dejan documentar
directamente.
La pregunta decisiva que requiere su respuesta ante el trasfondo del largo desarrollo del Estado en
Egipto es la equivalencia cualitativa o la diferencia entre las formas tempranas de sociedades complejas y el
Estado territorial del tiempo dinástico. Es evidente la diferencia en las dimensiones de los emplazamientos
o lugares centrales de poder en contraste con los del Estado dinástico. Asimismo, está claro en qué medida
las estructuras que caracterizaron el Estado faraónico al inicio de la Dinastía I ya estaban en proceso de

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EL ORIGEN DEL ESTADO EN EL ANTIGUO EGIPTO 345

Fig. 14. Entierro correspondiente a


la cultura Maadi del Bajo Egipto,
con objetos asociados sencillos (to-
mado de Ibrahim Rizkana y Jürgen
Seeher. Maadi I: The Pottery of
the Predynastic Settlement, plate
20. Mainz am Rhein: Philipp von
Zabern, 1990).

formación en las capas históricas más tempranas. Si este carácter «preformado» del Estado egipcio se con-
templa en retrospectiva, se dejan reconocer varias capas. En primer lugar, se debe mencionar la especifici-
dad de las condiciones geográficas, en especial la del valle del Nilo como espacio ecológico, de tráfico y de
contacto, nacida ya antes del cuarto milenio debido a la desertificación del Sahara, por lo que se convirtió
en un espacio cultural en toda su extensión. La influencia de estas características geográficas, en el sentido
de posibilitar una organización cultural, social y política uniforme en los límites de esta región es, sin duda,
fundamental. Como segunda capa de esta preformación está la unidad étnico-cultural del espacio. La
fusión de las tradiciones de las culturas egipcias del Egipto predinástico —que fueron heterogéneas en sus
inicios hasta su configuración uniforme en la cultura Naqada, alrededor de la mitad del cuarto milenio—
fue entendida por Kaiser, con razón, como la expresión de un proceso unificador del país: el nacimiento
del Estado (Kaiser 1957).
El carácter preconfigurado del Estado faraónico se reconoce, sobre todo, por los hallazgos recientes en
un sentido sociopolítico y económico. Esto vale, por un lado, para el establecimiento de módulos locales
y regionales de complejidad social y económica con los formatos asociados de una expresión simbólica
y de construcciones legitimadoras. En este trabajo, a estos módulos regionales se les ha llamado lugares
centrales, pero, con el objeto de obtener una conexión con la discusión comparativa, sería necesario de-
nominarlos como ciudades-Estado. Desde esta perspectiva, también en Egipto se deja reconocer una fase
en que los ciudadanos tenían que concretar su pertenencia al Estado, algo que, en este caso, solo tuvo un
carácter transitorio. Resulta decisiva esta naturaleza preconfigurada de las formas políticas dentro de estas
ciudades-Estado, pero es válida, también, en una escala superior. La inclusión de estas ciudades-Estado en
redes suprarregionales cubrió todo el territorio y la función de comunicación cultural y económica que fue
adoptada por el Estado faraónico fue establecida en una medida esencial. La expansión y las funciones que
alcanzó este en tiempos faraónicos no se formaron con él, sino que ya habían existido antes como función
de la red de unidades políticas menores. Si la investigación en Egipto quiere captar la formación propia
de formas estatales y de sociedades complejas, debe dirigirse a la constitución de estos centros regionales y
de su inserción en redes antes de la mitad del cuarto milenio con el fin de esclarecer su estructura social,
política, económica e ideológica. Ante el trasfondo de este diagnóstico, se debe separar el surgimiento de
formas complejas sociales, culturales y económicas de su constitución política. El conjunto de procesos
históricos a fines del cuarto milenio, que culminó en el establecimiento del Estado territorial egipcio, no
es, simplemente, idéntico al surgimiento de la complejidad sociocultural. Parece tratarse tan solo de un
proceso de escalamiento ascendente de formas políticas, en el que la institución del Estado sube desde una
escala media de una red social, económica y cultural a la cúspide de este sistema, la que ya se había adelan-
tado en su expansión geográfica y sus logros económicos y políticos al espacio de acción del «verdadero»

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Fig. 15. El rey representado como león en el campo de batalla (tomado de William Matthew Flinders Petrie. Ceremonial
Slate Palettes. Corpus of Proto-Dynastic Pottery: Thirty Plates of Drawings, plate E. London: British School of Egyptian
Archaeology/Bernard Quaritch, 1953; reproducido con el permiso del Petrie Museum of Egyptian Archaeology, UCL).

Estado faraónico. Con esta interpretación de la situación concuerda, también, la evidencia de que la última
etapa del desarrollo social, la formación del Estado territorial que cubre todo el país, se caracteriza, preci-
samente, por fenómenos que preparan el camino hacia el incremento del sistema de una carrying capacity
comunicativa y, por lo tanto, de la emancipación respecto del vínculo de estructuras de cercanía regional.
Queda evidente que la escritura, ya plenamente formada en este tiempo, ocupa una posición prefe-
rencial (Kahl l994). Con ella se vinculan formatos explícitos de la estructura administrativa —visible en
un sistema de titulaturas y de secciones— que independizó papeles administrativos adscritos de su estatus
de procedencia (Fig. 16). Por último, se trata de la ampliación de formatos ideológicos, en particular un
enfoque en la monarquía sagrada, cuya especificidad radica, precisamente, en su liberación de nexos lo-
cales con lugares de culto determinados, en contraste diametral con los cultos de divinidades locales. Esta
condición parece ser esencial para desligar los constructos de organización y de legitimación estatales de
sus vínculos de procedencia de ciudades particulares y, mediante ello, dar el paso de la ciudad-Estado al
Estado territorial (Seidlmayer e.p. b).
Todas estas líneas de evolución se dejan vincular con el proceso de escalamiento por el que pasan las es-
tructuras sociales y políticas complejas sin necesidad de estar relacionado con su formación básica. Si de esta
manera surge la necesidad de evaluar de nuevo el momento del establecimiento de la monarquía faraónica
que la tradición coloca en un complejo central, esto no concuerda en absoluto con una disminución del
interés científico en este periodo. Tal interés se visualiza tanto en el estudio de los factores que permitieron
el expuesto proceso de escalamiento ascendente como en las consecuencias de estos cambios del sistema
que merece, sin duda, un rango cualitativo. Vale la pena concentrarse en estas consecuencias posteriores del
Estado establecido. El autor reflexiona, sobre todo, acerca de la historia posterior de los módulos regionales
en el contexto del gran conjunto estatal. Se puede demostrar que los lugares centrales antiguos no siguie-
ron existiendo, simplemente, como unidades de un nivel más bajo en la totalidad del Estado. Más bien,
se inició una etapa de reordenamiento de los módulos estructurales regionales que duró varios siglos y que
llevó a la formación de unidades nuevas en forma de «provincias» y su organización, un proceso que solo
se entiende por partes. De la misma manera, el autor sostiene que el desarrollo sociocultural dentro de este

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Fig. 16. Tablillas de madera con inscripciones tempranas de la Tumba U-j en Abydos (tomado de Günter Dreyer. Umm el-
Qaab I. Das prädynastische Königsgrab U-j und seine frühen Schriftzeugnisse, Abb. 76; Mainz am Rhein: Philipp von
Zabern, 1986).

Estado, los procesos de la centralización y de la «provincialización», así como el progreso de las condiciones
de vida en este conjunto extenso del Estado, son aspectos que deben estudiarse mejor.
Como el problema del nacimiento del Estado egipcio se ve prolongado cronológicamente «hacia ade-
lante» debido a los hallazgos arqueológicos recientes, las reflexiones expuestas llevan a disolver los límites
cronológicos del campo de estudio de la constitucionalización del Estado «hacia atrás». En vez de hablar de
un momento concreto, percibido como evento, hay que visualizar una etapa de transformación sociopo-
lítica en una escala de, por lo menos, un milenio. Al aprender a entender semejante proceso de evolución
de largo plazo y sus consecuencias fundamentales en todos sus niveles, se comprenderá también, quizá, la
estabilidad sin salida —con excepción de las crisis que, en una escala integral, fueron temporales— que
poseerá la forma estatal existencial en Egipto en los siguientes milenios.

Agradecimientos

Esta contribución se basa en una ponencia realizada en el marco de un simposio organizado por Johannes
Müller y Svend Hansen en la Universität Kiel, y que tuvo por título «Sozialarchäologische Perspektiven:
Gesellschaftlicher Wandel 5000-1500 v. Chr. zwischen Atlantik und Kaukasus», realizado entre el 15 al 18
de octubre de 2007. Agradezco mucho a los organizadores de este evento, a los participantes en los debates,
así como al doctor Peter Kaulicke, por invitarme a participar con este aporte en el presente número del
Boletín de Arqueología PUCP, por la traducción correspondiente del texto y por su interés en la temática
que congrega a los diversos autores que escriben en este número.

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N.° 11 / 2007, SOCIEDADES
353-377 COMPLEJAS...
/ ISSN 1029-2004 353

El origen de las sociedades complejas en el


áfrica subsahariana*
Peter Breunig a

Resumen

El presente artículo trata acerca de las evidencias más tempranas de sociedades complejas en el África subsahariana procedentes de
dos entidades arqueológicas ubicadas en Nigeria, en la parte occidental de este continente: la cultura Gajiganna, localizada en la
cuenca del Chad, y la cultura Nok, del área central de este país. Los estudios realizados acerca de estas dos sociedades por parte del
equipo dirigido por el autor durante los últimos años indican una transformación cultural significativa durante el primer milenio
a.C. Este cambio se relaciona con aspectos sociales, económicos y tecnológicos particulares que se describen y discuten para cada uno
de los casos mencionados. Se postula que ese proceso constituyó el núcleo de la complejidad social que desencadenó desarrollos poste-
riores hasta llegar a los grandes imperios del África Occidental que surgieron hacia fines del primer milenio d.C. y en adelante.

Palabras clave: sociedades complejas, Nigeria, cultura Nok, cultura Gajiganna

Abstract

ORIGIN OF COMPLEX SOCIETIES IN SUB-SAHARAN AFRICA

This article considers the earliest evidence of complex societies in sub-Saharan Africa. The evidence derives from two archaeologi-
cal entities located in Nigeria, West Africa: the Gajiganna Culture of the Chad Basin and the Nok Culture of Central Nigeria.
Studies of both cultures, carried out by the author’s team during the last years, indicate a significant cultural change during the
1st millennium BC. The change concerns social, economic, and technological aspects, described and discussed for each of the two
mentioned cases. It is supposed that the change was a nucleus of social complexity that triggered further developments up to the
great West African empires emerging from the end of the 1st millennium AD onwards.

Keywords: complex societies, Nigeria, Nok culture, Gajiganna culture

1. Introducción

Si se considera a la gran civilización egipcia, no hay duda de que el continente africano fue testigo del
surgimiento de una de las sociedades complejas más tempranas en la historia de la humanidad. Las carac-
terísticas del Egipto antiguo concuerdan bien con la noción, comúnmente aceptada, que sostiene que las
sociedades complejas son un sinónimo de civilización, y que sus ciudades y Estados constituyen formas de
organización social y política. Además de Egipto, los estudiosos que tratan acerca de estos procesos desde
una perspectiva global en este sentido raramente han integrado otras evidencias africanas, pero siempre
por debajo de los desarrollos de Asia occidental, América, China o India (v.g., Daniel 1968; Haas 1982).
Incluso en los trabajos contemporáneos acerca de civilizaciones tempranas, Egipto o los casi recientemente
descubiertos imperios del África Occidental quedan como las únicas partes de este continente que merecen
atención (Trigger 2003). La razón radica en la definición común del concepto de ‘civilización’. Desde que
Gordon Childe —en su papel de estudioso líder en el campo de la arqueología durante la primera mitad

* Traducción del inglés al castellano: Rafael Valdez


a
Johann Wolfgang Goethe-Universität Frankfurt am Main, Institut für Archäeologische Wissenchaften.
Dirección postal: Grüneburgplatz 1, 60323 Frankfurt am Main, Alemania.
Correo electrónico: breunig@em.uni-frankfurt.de ISSN 1029-2004
354 PETER BREUNIG

Fig. 1. Mapa que muestra rasgos geográficos y sitios mencionados en el texto (elaboración del gráfico: Barbara Voss).

del último siglo— y otros investigadores de su generación declararan que la escritura y la arquitectura
monumental eran los rasgos más característicos y fundamentales de las civilizaciones, África fue descartada
debido a que, fuera de Egipto, no existían más indicios de ambos tipos de manifestaciones culturales. En
la actualidad, la presencia de civilizaciones africanas ya no se pone en duda (Connah 2001), si bien, en ese
caso, los arqueólogos tienen que batallar con cómo conceptualizar una complejidad no monumental y sin
escritura (McIntosh [ed.] 1999).
Cualquiera que sean los atributos sobre los que se esté de acuerdo acerca de la definición de las socie-
dades complejas, existe un consenso de que ellas representan un desarrollo tardío en la prehistoria africana.
Fuera de Egipto y su esfera de influencia en la región media del Nilo —y además del imperio de Axum, en
Etiopía, que surgió como resultado de un estímulo procedente del sur de Arabia— las sociedades complejas
constituyen un fenómeno casi exclusivamente de los últimos 1000 años. La evidencia clara más temprana
en el África subsahariana se infiere de los imperios del África Occidental como Ghana y Kanem-Bornu,
los que aparecen en la última parte del primer milenio d.C., pero, hasta el momento, los desarrollos que
condujeron a su complejidad social y política no han sido estudiados con énfasis. Un ejemplo muy bien
conocido es el sitio de Jenné-jeno y sus alrededores, ubicado en el delta interior del Níger (McIntosh [ed.]
1995) (Fig. 1). En esa área, el desarrollo comenzó con un asentamiento temprano de la Edad de Hierro
durante la parte tardía del primer milenio a.C. Casi 1000 años más tarde, el asentamiento había crecido
hasta alcanzar las dimensiones de una ciudad con muchos miles de habitantes, con lo que proporcionaba
un ejemplo indiscutible de complejidad con raíces en tiempos prearábigos. El sitio de Jenné-jeno demostró
que los orígenes de las sociedades complejas de esta parte del continente datan de más atrás en el tiempo
que en la mayoría de las otras regiones del África subsahariana. En ese sentido, este artículo se centrará en
este ámbito.

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EL ORIGEN DE LAS SOCIEDADES COMPLEJAS... 355

Como una de las precondiciones económicas básicas de las sociedades complejas se debería tener en
cuenta la producción de alimentos y las transformaciones asociadas, como el crecimiento poblacional, el
modo de vida sedentario o, en conjunto, lo que se denomina el proceso de neolitización en términos euro-
peos y del Cercano Oriente. Los complejos agrícolas sedentarios o culturas «neolíticas» surgen en el África
Occidental en el segundo milenio a.C., posiblemente estimulados por pastores saharianos que migraron al
sur debido a la creciente sequía. Desde hace décadas, el segundo milenio a.C. es considerado como un pe-
riodo innovador que terminó con la existencia de grupos con una economía de subsistencia basada solo en
la caza y recolección. En el noreste de Nigeria este desarrollo está bien representado por las fases tempranas
de un complejo ubicado en la cuenca del Chad y que se denomina como la cultura Gajiganna (Neumann
1999; Breunig y Neumann 2002b; Klee et al. 2004; Breunig 2005), así como entidades desarrolladas
en otros entornos del territorio occidental africano, como los complejos de Dhar Tichitt, en Mauritania
(Munson 1971, 1976; Holl 1986; Amblard y Pernès 1989; Muzzolini 1989; Amblard 1996), y Kintampo,
en Ghana (Stahl 1993; Casey 2000; D’Andrea y Casey 2002; Watson 2005).
Si se asume que el segundo milenio a.C. fue el periodo del surgimiento de las precondiciones socioeco-
nómicas de las sociedades complejas y que la parte tardía del primer milenio d.C. fue una etapa de una
complejidad plenamente desarrollada —en términos de requisitos sociales, económicos y tecnológicos—
de los imperios tempranos de África Occidental, el desarrollo de estos últimos debe permanecer en medio.
Una posibilidad la conforman los procesos del primer milenio d.C., como el caso de Jenné-jeno mencio-
nado arriba. Sin embargo, hay indicios de que las raíces de este tipo de sociedades —que constituyen la
idea central de este artículo— van más atrás en el tiempo en algunos lugares. En los siguientes párrafos
se presentan dos candidatos para esto. Ambos están fechados hacia mediados del primer milenio a.C. y
representan formas iniciales de sociedades complejas debido a evidencias de cambio social, tal como lo in-
dican la aglomeración de gente, el crecimiento de la población y la especialización, así como la innovación
tecnológica, la economía productiva, la abundancia de materiales culturales, el intercambio sistemático o
comercio, y las prácticas rituales elaboradas.

2. La cultura Nok de Nigeria central

Desde hace décadas, la cultura Nok de Nigeria central es un candidato de fuerza para el incremento cul-
tural en la prehistoria del África Occidental debido a sus artísticas esculturas de terracota antropomorfas
(Fig. 2) y zoomorfas (Fig. 3). Su estilo homogéneo condujo a la conclusión de que la sociedad que las
creó fue igualmente uniforme y se le denominó como la cultura Nok (Fagg 1956). La mayor parte de las
figurinas fueron encontradas de manera accidental en depósitos sedimentarios durante la explotación a tajo
abierto de vetas de estaño. Bernard Fagg, un arqueólogo británico que trabajaba para el servicio colonial
británico, coordinó la búsqueda y reunió una colección de cerca de 150 piezas (Fagg 1977). Los fechados
radiocarbónicos y por termoluminiscencia de las figuras de terracota y el carbón asociado, si bien varían
de manera significativa, se agrupan entre 500 a.C. y 200 d.C. Unos fechados recientes indican un inicio
ligeramente más temprano (Fig. 4). Así, las terracotas nok representan el arte escultórico sofisticado más
antiguo fuera de Egipto. Lo más sorprendente es su gran distribución: los hallazgos accidentales de figuri-
nas se dieron en un área de cerca de 500 por 200 kilómetros, desde el sitio de Katsina Ala, en el valle del
río Benue, en el sur, a Kaduna, en el norte, y desde los bordes de la meseta Jos a Abuja (Fig. 1). Además,
la cultura Nok proporcionó algunas de las evidencias más tempranas de metalurgia de hierro en el África
subsahariana. Desde entonces, su importancia es indiscutible entre los expertos. En general, se le incluye
en las perspectivas generales panafricanas (v.g., Phillipson 1985: 164-166; Garlake 2002: 109-112; Willett
2002: 64-69) y se le ha añadido en la revisión de la imagen occidental estereotipada del «continente afri-
cano subdesarrollado».
Debido a que una evaluación más detallada de la importancia de la cultura Nok padece de una escasez
de evidencias arqueológicas y ya que los indicios restantes están amenazados por un considerable saqueo de
los yacimientos, se ha iniciado, de manera reciente, un proyecto de investigación de los sitios nok con el fin
de analizarlos más allá de los aspectos artísticos (Rupp, Ameje y Breunig 2005; Rupp, Breunig y Kahlheber
2008). Los resultados preliminares indican cambios que pueden reflejar un desarrollo significativo hacia
la complejidad social.

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356 PETER BREUNIG

Fig. 2. Terracota antropomorfa procedente


de Janjala. La figurina está quebrada en dos
partes, las que fueron encontradas una cerca
de la otra en una excavación a solo 15 cen-
tímetros de la superficie. Altura: aproximada-
mente 40 centímetros (foto: Barbara Voss).

3. La cultura Gajiganna de la cuenca del Chad

Otro ejemplo contemporáneo con evidencias de formas iniciales de sociedades complejas procede de la
cuenca del Chad, en la parte noreste de Nigeria. En ese lugar, el equipo dirigido por el autor ha estudiado
la ya mencionada cultura Gajiganna, cuya secuencia duró aproximadamente 1500 años (Fig. 4) y que se
define como una unidad por la presencia de algunos rasgos comunes entre los materiales culturales, como
la cerámica, y los artefactos de hueso y piedra. Comenzó con la llegada de grupos pastoriles expulsados de
la parte sur del Sahara en las épocas tempranas del segundo milenio a.C. (fase Gajiganna I). Durante la
segunda mitad del segundo milenio a.C., estos se convirtieron en agricultores sedentarios (fase Gajiganna
IIa/b) con una economía basada en el cultivo de mijo perlado (Pennisetum glaucum). Probablemente se or-
ganizaban en grupos familiares que habitaban aldeas o caseríos, tal como se infiere del tamaño de los sitios,
la cantidad de basura y la formación de montículos, los que conforman los más fuertes argumentos acerca
de su modo de vida sedentario. La densidad de los sitios y la acumulación de depósitos culturales —de más
de 2 metros en algunas ocasiones— indican una etapa de prosperidad económica. En la parte temprana
del primer milenio a.C. cesó la formación de montículos (fase Gajiganna IIc). Las aldeas o caseríos fueron
reemplazados por pequeñas aglomeraciones de materiales culturales en sitios de superficie plana. El autor
ha interpretado esto como un indicio de que las comunidades agrícolas iniciales estuvieron afectadas por
una crisis a inicios del primer milenio a.C. (Breunig y Neumann 2002a). Es probable que esta fuera el
resultado de una aguda aridez, lo que estimuló un retorno a la gran movilidad y la penetración en las antes
inundadas llanuras al sur del lago Chad (Gronenborn 1998).

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Fig. 3. Figurina de terracota procedente de Ungwar


Kura. La escultura representa un lagarto de doble cabeza
y demuestra el elaborado arte de la cultura Nok (foto:
Barbara Voss).

Hacia la mitad del primer milenio a.C., en una época clasificada como la fase III de la cultura Gajiganna,
se dieron nuevos desarrollos que no parecen relacionarse con factores ambientales. Como se resume abajo,
hay evidencias de un cambio cultural considerable en casi todos los aspectos de la vida detectables arqueo-
lógicamente (Breunig et al. 2006).

4. Aglomeración de gente y crecimiento poblacional

La evidencia más sorprendente para el cambio cultural en la cuenca nigeriana del Chad es el tamaño de
los asentamientos que aparecen alrededor de 500 a.C., pero, más importante, por supuesto, es qué dice
este tamaño más allá de la simple categorización. Los sitios más tempranos eran mucho más pequeños,
en especial los campamentos pastoriles de la fase I de la secuencia Gajiganna. Estos se diseminaron, en el
mejor de los casos, sobre no más de un cuarto o media hectárea, lo que representa sitios de habitación de
corto plazo a los que se retornaba de manera estacional. Los lugares donde se asentaron los agricultores
sedentarios durante la siguiente fase (Gajiganna IIa/b) no se extendieron más de 3 hectáreas, lo que se re-
dujo en tamaño a un máximo de 1 hectárea en los inicios del primer milenio a.C. (Gajiganna IIc). Desde
alrededor de 500 a.C. en adelante (fase Gajiganna III), los asentamientos crecieron de manera repentina
a más de 10 hectáreas de superficie, si bien algunos alcanzaron las 30 hectáreas (Fig. 5). Esta ampliación
es claramente reconocible por la densa dispersión de los hallazgos de superficie que consisten, de manera
predominante, de tiestos con nuevas formas y decoraciones, si bien algunos elementos mantienen los
patrones de la tradición Gajiganna, la que, al final, desapareció en la segunda mitad del primer milenio
a.C. (Magnavita 2008: 136 y ss.). No existen indicios de que estos sitios estuvieran conformados por un

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358 PETER BREUNIG

Fig. 4. Cronología arqueológica de la cuenca del Chad, en el noreste de Nigeria, que muestra la posición cronológica de la
cultura Nok en Nigeria central y las fases de desarrollo en un contexto transregional (elaboración del cuadro: Peter Breunig).

crecimiento gradual o un desplazamiento sucesivo de estructuras habitacionales. Más aún, la consistencia


de los fechados radiocarbónicos, los materiales culturales y ciertos componentes estructurales, tal como se
describen líneas abajo, sugieren una formación sincrónica.
En un área de cerca de 60 kilómetros al norte de Maiduguri, la capital del estado de Borno, pros-
pecciones magnéticas revelaron zanjas de 5 a 6 metros de ancho, y de más de 3 metros de profundidad
(Magnavita et al. 2006), las que se han investigado de manera más meticulosa en Zilum (Fig. 1). En mu-
chos sitios, las zanjas presentan una longitud de cientos de metros y los encierran (Fig. 6), lo que indica que
los asentamientos constituían unidades y no acumulaciones de múltiples episodios de asentamiento. La
tierra extraída puede haber sido utilizada para construir murallas adyacentes, pero de ello no se ha encon-
trado evidencias arqueológicas aún (Magnavita et al. 2006: 163 y ss.). Sin embargo, con o sin murallas, no
se tienen indicios de construcciones semejantes que daten del primer milenio a.C. y, en consecuencia, no

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Fig. 5. Vista de una parte del sitio de Zilum (fase III de la cultura Gajiganna) en la cuenca del Chad, al noreste de Nigeria.
Su extensión, de más de 10 hectáreas, está indicada por la densa dispersión de tiestos. Las excavaciones realizadas —que se
observan al centro de la foto— tienen como objetivo investigar rasgos detectados por prospección magnética. Zilum representa
uno de los grandes asentamientos que aparecen en la región de manera repentina alrededor de la mitad del primer milenio
a.C. (foto: Carlos Magnavita).

se conocen comunidades organizadas de esa manera como para ejecutar trabajos de esa escala en el África
subsahariana. Dichas comunidades deben haber sido lo suficientemente grandes como para proporcionar
considerables cantidades de mano de obra. Los cálculos basados en la densidad de viviendas y conjuntos
de estructuras permiten considerar una cantidad prudente de 1750 a 2500 habitantes en el caso de Zilum
(Magnavita 2004: 87), lo que se ha confirmado por los datos procedentes de otros sitios de tamaño similar.
No todos los sitios tienen áreas cercadas como Zilum. En el área de la frontera entre Nigeria y Camerún,
los asentamientos que fechan entre, aproximadamente, 500 a 200 a.C. tienen dimensiones equiparables,
y algunos alcanzan más de 30 hectáreas, como el complejo de Malankari (Fig. 1). Este fue prospectado
magnéticamente y mostró, de manera muy clara, estructuras habitacionales de planta en forma de panal
de abeja, pero sin indicios de una zanja que las rodease (Franke 2007) (Fig. 7). El sitio vecino de Maibe,
de aproximadamente 10 hectáreas de tamaño, no tiene zanjas. De esta manera, otro atributo del periodo
que se trata es el aspecto diversificado de los conjuntos. Esto no solo afecta los detalles constructivos, sino
también su tamaño. Las prospecciones en los alrededores de los grandes complejos han llevado al hallazgo
de sitios contemporáneos más pequeños. En el caso de Zilum, estos se sitúan a pocos kilómetros alrededor
del complejo central, lo que sugiere una jerarquía con una hipotética interrelación entre conjuntos de dife-
rentes funciones, un patrón desconocido para periodos precedentes (Fig. 8).
De manera reciente, se ha demostrado que la tradición de asentamientos cercados por zanjas continuó
en tiempos tardíos. Para la parte temprana del primer milenio d.C. se descubrieron zanjas en complejos
como Zubo —de, posiblemente, 50 hectáreas de tamaño y fechado entre los siglos I y III d.C.— y el
complejo vecino de Dorota, de más de 30 hectáreas de tamaño y fechado entre los siglos II y VI d.C.
(Magnavita, comunicación personal). Incluso se podría sugerir que las murallas monumentales de las ca-
pitales del imperio Kanem-Borno, como Garumele y Birnin Gazargamo (Bivar y Shinnie 1962; Connah
1981; Haour 2008), del segundo milenio d.C., continuaron la tradición de los complejos fortificados y

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360 PETER BREUNIG

Fig. 6. Plano de la prospección magnética realizada por Carlos Magnavita en el sitio de Zilum. La prospección reveló que
el asentamiento estaba rodeado por una zanja de 5 a 6 metros de ancho y de más de 3 metros de profundidad, tal como se
comprobó por medio de las excavaciones. Otras señales magnéticas indican, en su mayoría, pozos que se esparcen en toda el
área del complejo (elaboración del gráfico: Carlos Magnavita).

pueden considerarse como la versión histórica de un desarrollo social enraizado hacia la mitad del primer
milenio a.C.
En lo que se refiere a la cultura Nok, no se han encontrado estructuras similares aún, pero existen indi-
cios de incremento de la población. Las consideraciones acerca del crecimiento del número de habitantes
normalmente resultan del tamaño del asentamiento y, en este caso, la cuenca del Chad y el área cultural
nok difieren de manera considerable. Si bien todos los sitios de aquella cuenca parecen representar asenta-
mientos, la naturaleza de los yacimientos contemporáneos nok es menos sobresaliente. Estos se encuentran
dispersos en un ambiente mucho más diversificado, compuesto de regiones ondulantes y montañosas que
se alternan con llanuras y valles, y por lo general, solo tienen material enterrado bajo la superficie. De

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Fig. 7. Plano de la prospección magnética que muestra una parte de Malankari, un asentamiento ubicado al sur del lago
Chad, en el noreste de Nigeria, fechado hacia el siglo IV a.C. (de acuerdo con los fechados radiocarbónicos calibrados). Con
una extensión de cerca de 30 hectáreas, Malankari se encuentra entre los asentamientos prehistóricos más grandes en la cuenca
del Chad. El plano muestra que el complejo no estaba circundado por una zanja —como en el caso de los sitios del área de
Zilum— pero consiste de claras estructuras de vivienda con planta en forma de panal de abeja (la prospección magnética fue
realizada por Posselt and Zickraf GbR; elaboración del gráfico: Martin Posselt).

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Fig. 8. Mapa con los sitios del área de Zilum (ver Fig. 1), fechados en la fase III de la cultura Gajiganna. Los grandes com-
plejos centrales están rodeados por pequeños sitios a una distancia de pocos kilómetros, lo que indica una jerarquía desconocida
para tiempos precedentes (elaboración del dibujo: Peter Breunig).

esta manera, no revelan su aspecto como aquellos de dicho territorio, donde los restos culturales están
expuestos en la superficie como resultado de una erosión considerable. En consecuencia, la dimensión
de los sitios nok, así como sus estructuras y funciones, son más difíciles de deducir. La omnipresencia de
fragmentos de terracota en todos los lugares donde se practicaron cateos indica una hipotética coexistencia
de asentamientos y complejos rituales. Se encontró evidencia inequívoca para ambos tipos de yacimiento:
sitios con solo hallazgos de terracota y sitios con grandes cantidades de material típico de los asentamientos
como cerámica, piedras de molienda, objetos de hierro, carbón y otros restos botánicos, además de figuras
de terracota. Fuera de considerar que esta dicotomía sea correcta o no, o si existieron formas transicio-
nales, el número de sitios registrados en las regiones prospectadas, así como su tamaño — con más de 5
hectáreas en la mayoría de los casos que se examinaron—, indica una ocupación densa. Esto se ha podido
comprobar en detalle en algunas áreas donde los sitios nok, fechados con métodos radiocarbónicos como
casi contemporáneos, se localizan a cortas distancias de 1 a 2 kilómetros entre uno y otro (Fig. 9). Si esto
se proyecta sobre un área de distribución integral, esto podría resultar en miles de complejos. Debido a las
condiciones variantes de los asentamientos, la cantidad total puede ser sobreestimada, pero si se tiene en
cuenta una noción aún más moderada de la densidad, el crecimiento de la población se puede asumir con
toda seguridad, siempre que en épocas más tempranas el área nok haya sido más escasamente poblada, tal
como lo sugiere la actual carencia de pruebas al respecto.

5. Cambio social

La aglomeración de gente y el crecimiento poblacional indican un cambio social. En el caso de la cultura


Gajiganna parece obvio que el desarrollo desde los grupos pastoriles basados en una organización familiar

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Fig. 9. Sondeo de sitios de la cultura Nok en un área de caso de estudio ubicada en la parte central de su distribución en la zona central de Nigeria. La gran densidad de sitios, en
parte contemporáneos —tal como se comprobó por los fechados radiocarbónicos— apunta a un considerable crecimiento poblacional durante su desarrollo (elaboración del dibujo:

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Peter Breunig).
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y los agricultores de los periodos más tempranos hasta los grandes asentamientos con cientos o, incluso,
miles de habitantes refleja una profunda transformación social en la manera en que las personas vivían
juntas. La diferenciación social fue, con gran seguridad, una parte de este cambio, pero es difícil de com-
probar mediante evidencias arqueológicas. Las tumbas, entre las categorías más apropiadas para identificar
diferencias sociales en la prehistoria, carecen de ofrendas funerarias. Además, no hay estructuras que apa-
rezcan entre los contextos funerarios detectados por sondeos magnéticos o excavaciones que difieran de
manera suficiente como para interpretarlas como residencias de individuos de alto rango, pero es difícil
imaginar que dichas personas no hayan existido. Solo la gran empresa que significaba la excavación de largas
y profundas zanjas debe haber sido una tarea comunal que requirió de individuos con poder para delegar
el trabajo, o para coordinarlo al menos.
En referencia a la cultura Nok, el cambio social puede deberse a otras razones. Una de ellas se relaciona
con la simple existencia del arte en terracota. Existe un acuerdo general de que dicho arte —tal como se
presenta en formas similarmente desarrolladas en otros lugares (Figs. 2, 3)— se deriva de sistemas sociales
complejos más que de estructuras igualitarias de cazadores-recolectores o pequeños grupos de agricultores.
Las esculturas de terracota fueron producidas por medio de un patrón riguroso y estándar que es reco-
nocible por la consistencia obvia de los atributos estilísticos. Incluso los aspectos técnicos apuntan a una
homogeneidad. Los estudios mineralógicos de la composición de la arcilla indican una diferencia distintiva
en la arcilla y la composición del temperante de las vasijas y las figuras de terracota. Mientras que la cerá-
mica muestra vestigios mineralógicos como resultado de una producción local, la arcilla de las figuras de
terracota procedentes de varios sitios parece ser uniforme (Beck 2008). Dichos niveles de estandarización
no pueden haber evolucionado accidentalmente, pero son el resultado de un canon de reglas intencional
en la integridad del área de distribución. Es difícil imaginar que dichas reglas hayan podido darse en una
comunidad grande sin la existencia de una clase social privilegiada que tuviese el poder para mantener un
sistema semejante.

6. Especialización e innovación tecnológica

El cambio social, sea una causa o una consecuencia, puede considerarse como resultado de la existencia
de especialización de la producción artesanal. Dicha especialización, definida como la producción desti-
nada para el intercambio más allá del nivel de las necesidades domésticas (Hendon 2008), intensifica la
desigualdad entre los miembros de una comunidad y, de esta manera, favorece el desarrollo de sistemas
de rangos o clases. La verificación de la existencia de especialistas por métodos arqueológicos requiere de
concentraciones de subproductos involucrados en la elaboración (herramientas, materias primas, insta-
laciones de producción, desechos y productos casi terminados, entre otros) en sectores específicos de los
asentamientos (talleres).
Con respecto a Nok, la evidencia respectiva aún no se ha hallado, pero hay ciertos indicios de que
existe. Es indiscutible que la creación de las figuras de terracota nok demandó mucho más que habilidades
normales y corrientes. Solo los artesanos hábiles y especializados, dedicados a tiempo completo o activos
únicamente bajo demanda, eran capaces de crear el estilo artístico y dirigir los requerimientos tecnológi-
cos, así como de producir la gran cantidad de figuras de terracota que se necesitaban, de acuerdo con el
número de hallazgos. Por ejemplo, se puede tener una idea de la escala de producción por los más de 300
fragmentos encontrados en cada cateo de 5 por 5 metros realizado en Ungwar Kura (Fig. 1), un sitio que,
se supone, fue un asentamiento de acuerdo con los materiales culturales recuperados, como piedras de
molienda, hachas de piedra, tiestos y carbón (Rupp et al. 2008). Como se puede esperar cantidades simi-
lares de numerosos sitios conocidos saqueados, no es una exageración el cálculo de que en los casi 100.000
kilómetros cuadrados de área de distribución de Nok se hayan producido muchos miles de esculturas
de terracota durante su duración de casi un milenio. Sin embargo, aún se desconoce si estas aparecen en
grandes números de modo constante a lo largo del desarrollo de esta cultura. En todo caso, el trabajo a
tiempo parcial de los agricultores no parece explicar la profusión de figuras de terracota que se produjo de
manera simultánea ni tampoco la homogeneidad estilística; en cambio, parece más razonable la existencia
de expertos a los que se dejó completa licencia para realizar su altamente especializada labor.

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Fig. 10. Herramienta para pulverizar la arcilla y com-


pactarla (tamper), y utilizada para modelar la cerámica
desde la mitad del primer milenio a.C. en Zilum. En
la cuenca del Chad, este tipo de artefactos son comunes
en el transcurso de la secuencia de la cultura Gajiganna
desde los inicios de la parte temprana del segundo milenio
a.C. En Zilum, en la fase final de la secuencia gajiganna,
muchos de estos artefactos estaban esparcidos en un área
específica del asentamiento, lo que probablemente señala
la existencia de un taller y de especialización artesanal
(foto: Barbara Voss).

Hay algunos indicios de que la especialización artesanal también fecha hacia mediados del primer mi-
lenio a.C. en la cuenca del Chad. En Zilum, herramientas para pulverizar la arcilla y compactarla (ceramic
tampers), utilizadas en una técnica de fabricación de cerámica históricamente difundida (Sterner y David
2003), se han acumulado en un área específica del asentamiento y, quizá, proceden de un taller (Fig. 10).
En otra parte se encontraron piedras acanaladas, acaso provenientes de otra instalación de este carácter
(Fig. 11), pero no se ha podido determinar si fueron utilizadas para pulir cuentas o puntas de hueso o si
se destinaron para otras labores. De manera adicional, existe un grupo de pozos con cobertura de arcilla
con un alto contenido de azufre y semillas de Acacia nilotica asociadas, materiales utilizados para labores de
curtido, lo que, probablemente, señala la existencia de una curtiduría (Magnavita, Kahlheber y Eichhorn
2004; Magnavita, Breunig, Ameje y Posselt 2006). Todos estos hallazgos podrían sugerir la presencia de
artesanos de tiempo parcial. Sin embargo, dichas actividades, al menos la producción de cerámica tal como
se conoce del registro arqueológico, han sido practicadas por un periodo largo. Esto puede representar solo
una etapa evolucionada de una antigua tradición.
En contraste, la producción de hierro fue una cuestión completamente nueva. Esta constituye una in-
novación tecnológica que puede haber desencadenado otros cambios culturales, una relación comprobada
por muchos ejemplos prehistóricos. La metalurgia del hierro demandaba un tipo de especialización más
consistente cuyas precondiciones sociales fueron probablemente proporcionadas por los desarrollos prece-
dentes mencionados. Existe abundante evidencia etnográfica, procedente del África, de que uno de los fac-
tores sociales de la metalurgia se relaciona con la aparente necesidad de especialistas —conocedores tanto
de los aspectos técnicos como rituales—, para dirigir el proceso de producción de hierro. La metalurgia de
hierro constituyó un perfeccionamiento tecnológico que le proporcionó a la población una nueva materia
prima con ventajas atractivas como la indiscutible eficiencia de las herramientas hechas con ese material.
Una vez que semejante ventaja se volvió obvia —un conocimiento que debe haber ocurrido de inme-
diato—, se debe haber incrementado el deseo de asegurar e intensificar la producción: la especialización
fue el resultado lógico. Su consecuencia se refleja, probablemente, por la rápida diseminación del hierro en
el África subsahariana. Nada se esparce sin tener importancia y es difícil de imaginar que una tecnología
pueda difundirse en ese ritmo durante una etapa experimental solo con la participación de individuos no
especializados. Algunas veces, el surgimiento de la producción de hierro, junto con la existencia de formas

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366 PETER BREUNIG

Fig. 11. Piedra con acanaladuras de la mitad del primer milenio procedente del sitio de Maibe (véase la Fig. 1 para su ubica-
ción). Artefactos como estos aparecen en la cultura Gajiganna y tienen un propósito desconocido. De manera ocasional, como
se ha observado en Zilum, dichos objetos aparecen en un grupo que parece mostrar su uso intensivo en alguna especie de taller
(foto: Peter Breunig).

de arte desarrolladas como las figuras de terracota nok, ha llevado a algunos estudiosos a postular escenarios
sociales especiales, incluso a la manera de reinos (Ehret 2002: 234). El autor citado es consciente de la falta
de prueba alguna para esta suposición, pero parece digno de mención que semejante forma de complejidad
social y política no se considera completamente imposible para la cultura tratada.
La innovación tecnológica de la metalurgia de hierro surgió en ambas culturas arqueológicas, consi-
deradas aquí como más o menos contemporáneas, alrededor de la mitad del primer milenio a.C. La evi-
dencia más temprana de hierro de la región de la cultura Gajiganna, un pequeño pedazo de herrumbre,
procede de Malankari. Está fechado en el siglo IV a.C. (Franke 2007), lo que es ligeramente más tardío
que la primera aparición de los grandes asentamientos, como Zilum o Maibe. Por lo tanto, parece ser que
los cambios culturales mencionados, que comenzaron alrededor de 500 a.C., no fueron desencadenados
principalmente por los inicios de la metalurgia. La exigua presencia de herramientas de hierro en el registro
arqueológico es, de manera probable, un resultado del constante reciclado de especímenes gastados. Tanto
en la cultura Gajiganna como en la Nok, las herramientas de hierro no reemplazaron del todo a los imple-
mentos de piedra, posiblemente debido a que el alto valor del hierro fue el resultado de una producción
que no podía satisfacer todas las demandas.
Se conoce metalurgia del hierro de un contexto nok a partir de una excavación realizada por Bernard
Fagg en un sitio denominado Taruga, cercano a Abuja, la capital de Nigeria (Fagg 1968; Tylecote 1975).
Debido al fechado de Taruga, a la cultura Nok se le considera entre los representantes tempranos de la me-
talurgia en el África subsahariana, cuyos orígenes aún son extraños (Killick 2004). Los fechados de dicho
complejo, que se agrupan alrededor de la segunda mitad del primer milenio a.C., fueron confirmados por
nuevos fechados radiocarbónicos a partir de materiales orgánicos de los sitios nok que presentaban objetos
de hierro como hachas, anillos, cuchillos y fragmentos no identificados (Fig. 12). Además, hay evidencia
adicional para la metalurgia en forma de escoria de hierro y hornos de fundición encontrados en diferentes
asentamientos nok (Fig. 13). Todos los componentes de la metalurgia del hierro —desde la fundición al
producto final— han sido confirmados, por lo que se puede excluir un proceso de importación. En re-
sumen, no hay duda de que la producción de hierro estaba bien establecida en el área de esta sociedad y,
posiblemente, estimuló un ambiente cultural floreciente, así como un importante cambio social.

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Fig. 12. Herramientas y objetos de hierro procedentes de los sitios nok de Ungwar Kura y Akura (para la ubicación del pri-
mero, véase la Fig. 1). El color diferente de los objetos 5 y 6 deriva de su restauración (elaboración del gráfico: Barbara Voss).

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Fig. 13. Horno de Joh Mari, situado cerca de la aldea de Nok y fechado hacia c. 200 a.C. basado en mediciones radiocarbó-
nicas de carbón del relleno del horno. Arriba: antes de la excavación; abajo: perfil de los trabajos (fotos: Peter Breunig).

7. Economía productiva

Una economía altamente productiva fue un requisito importante de la nueva situación social que surgió
alrededor de la mitad del primer milenio a.C. Solo para la cultura Gajiganna se pueden considerar datos
faunísticos en relación con este tema debido a que no se han preservado huesos en los conjuntos nok. Si
bien los restos de ese tipo correspondientes a la parte tardía de la cultura Gajiganna (fase III) no muestran
cambios significativos en el consumo de ganado doméstico, animales silvestres o pescados respecto de pe-
riodos tempranos (Linseele 2007: 158), la agricultura prosperó por medio de un sistema económico más
diversificado cuyos orígenes datan de la fase transicional entre la Edad de Piedra y la Edad de Hierro, si
se prefiere explicarlo en términos tradicionales (Kahlheber y Neumann 2007). Un nuevo cultígeno es el
frijol de vara (Vigna unguiculata), el que apareció en la cuenca del Chad por primera vez en el contexto de

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Fig. 14. Grandes vasijas, como este espécimen del sitio


de Maibe (sur del lago Chad), aparecen por primera
vez durante la parte media del primer milenio a.C. y
pueden indicar una necesidad de contar con estructu-
ras de almacenamiento debido a un incremento en la
productividad económica (foto: Peter Breunig).

grandes asentamientos de la mitad del primer milenio a.C. (Breunig et al. 2006: 260-261; cf. Magnavita
et al. 2004). Junto con el mijo perlado, el frijol de vara señala un nuevo sistema agrícola con el potencial
de un incremento en la productividad. Para entonces, la agricultura estaba completamente establecida
como la principal actividad económica de subsistencia. La gran cantidad de hoyos de almacenamiento en
el complejo de Zilum, detectados por prospecciones magnéticas y confirmados en su función por medio
de excavaciones y análisis de fitolitos, indica cuán productivo era el novedoso sistema (Fahmy y Magnavita
2006). La necesidad de almacenar los excedentes de alimentos quizás también explica la aparición repen-
tina de grandes vasijas de cerámica de 1 metro o más de altura, un proceso técnológico que no se dio antes
en la cuenca nigeriana del Chad (Fig. 14).
Si se tiene en cuenta el análisis de restos arqueobotánicos, se puede definir que la economía nok tuvo
una productividad similar. Restos de mijo perlado (Pennisetum glaucum) se han encontrado de manera
regular en excavaciones y fechan directamente, por AMS, en el rango temporal de su cultura (Rupp et al.
2008). Asimismo, se ha encontrado frijol de vara (Vigna unguiculata) en dos sitios (Kahlheber, comuni-
cación personal) y, en la primavera de 2009, se hallaron semillas carbonizadas de Canarium schweinfurthii
en un contexto nok, lo que indica la explotación de frutos que contenían aceite. Ambos cultígenos y los
frutos de Canarium schweinfurthii demuestran que la cultura Nok poseía un sistema económico idéntico
al que se conoce para la cuenca del Chad, al menos en lo que concierne al conocimiento y cuidado de las
plantas cultivadas.
De forma reciente, se ha comprobado la presencia de mijo perlado en sitios del bosque lluvioso tropical
del sur de Camerún correspondientes a la parte tardía del primer milenio a.C. (Eggert et al. 2006). De
esta forma, a lo largo de un transecto que va desde el área del Sahel, ubicada en el África Occidental, y que
atraviesa la sabana sudanesa hacia el bosque lluvioso tropical de África Central, los sistemas económicos se
parecían, o al menos coincidían, durante la segunda mitad del primer milenio a.C. Puesto que las plantas
cultivadas involucradas aparecen no solo dentro, sino también fuera de su hábitat original, es razonable
asumir una expansión de este sistema, lo que señala a este proceso como otro cambio característico del
periodo en cuestión.

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370 PETER BREUNIG

8. La abundancia de restos culturales y el intercambio sistemático

Otra característica indicativa de los cambios del primer milenio a.C. es la gran cantidad de materiales cultu-
rales, algo que, incluso, se puede considerar como una producción en masa. En la cuenca del Chad, los
restos culturales o basura nunca se acumularon en esta medida en periodos anteriores. Para dar un ejemplo,
la fabricación de 1500 toneladas de cerámica y casi 200 kilogramos de herramientas líticas se ha calculado
sobre la base de un número de hallazgos excavados en el sitio de Maibe, en la cuenca del Chad. Si se asume
un peso promedio de 1 kilogramo por vasija de cerámica, entonces se produjeron o utilizaron 1.500.000
vasijas en Maibe. Si se acepta, además, que este sitio no existió por más de un siglo —una suposición razo-
nable de acuerdo con la estratigrafía fechada por métodos radiocarbónicos— esto resulta en 15.000 vasijas
por año. Ya que se ha calculado un total de 2000 habitantes que residieron en ese lugar, cada uno, estadís-
ticamente, poseía 7,5 vasijas por año, lo que parece ser un balance concluyente entre vasijas e individuos.
Cálculos semejantes se han hecho para los materiales líticos, mayormente compuestos de herramientas
de molienda y hachas de piedra destinadas para frotado o alisado. Sin embargo, con respecto a las rocas,
se tiene que considerar la peculiaridad de que la cuenca del Chad no tiene fuentes de materias primas y
que todas tienen que ser importadas desde el exterior. Algunas áreas distantes cerca del lago Chad se en-
cuentran a más de 200 kilómetros de los recursos líticos. Durante el segundo y primer milenios a.C., la
distribución geográfica de tipos de piedra aparece en grupos regionales más o menos claros (por ejemplo,
un predominio de la piedra arenisca en la parte occidental de la cuenca del lago Chad y más granito hacia
el este de esta región), lo que se puede explicar tanto por medio de la distancia entre los lugares de hallazgo
arqueológico y los depósitos naturales de roca o, también, debido a las limitaciones ambientales. Los
conjuntos de materiales procedentes de sitios datados hacia 500 a.C. en adelante señalan que el sistema
fue reorganizado en esa época (Rupp 2005). Los materiales volcánicos provenientes de depósitos antes
casi sin explotar, como Hadjer el Hamis, ubicado en el territorio de la República de Chad al sur del lago
del mismo nombre, reemplazaron o complementaron variedades antiguamente utilizadas de las montañas
Mandara al sur de la cuenca del Chad, en la frontera entre Nigeria y Camerún. Pero las consecuencias de
mayor alcance fueron los procesos que causaron la distribución uniforme de rocas de todos los depósitos
explotados, lo que significa, en términos modernos, que el mercado fue homogeneizado por medio de
una disponibilidad de todos los productos en la totalidad de las áreas. Esto, probablemente, refleja el esta-
blecimiento de un intercambio de recursos más formalizado y mejor organizado. Se podría especular que
dicho proceso constituyó un arquetipo de un rasgo económico que, más tarde, pudo evolucionar en forma
de comercio y fue capaz de causar el surgimiento de comerciantes que conformaron un poderoso grupo
social que participó en el intercambio de bienes desde la zona del Sahel a través del Sahara solo unos pocos
siglos después. Es posible que la cultura Nok tuviera aptitudes similares, pero esto se tiene que verificar con
mayores investigaciones.

9. Arte y prácticas rituales desarrolladas

Por último, hasta el momento, hay indicios de que el arte adquirió importancia específica en los contextos
culturales tratados. El arte, tratado aquí en un sentido muy general como un conjunto de objetos crea-
dos por el hombre sin función normal y cotidiana, está representado en la cuenca del Chad por pequeñas
figurinas cocidas de arcilla. Las que representan seres humanos y animales —de manera predominante ga-
nado— aparecen por primera vez en los complejos más tempranos de la cultura Gajiganna, fechados hacia
la parte inicial del segundo milenio a.C. Si bien estos permanecieron inalterados por más de un milenio,
si ocurrió una considerable transformación en estilo, calidad, temas y número en el sitio de Malankari,
correspondiente al siglo IV a.C. (Breunig et al. 2008). Lo más obvio fue la desaparición de las anteriores
imágenes, para luego predominar la representación de animales silvestres como el hipopótamo, el elefante
y la jirafa, temas desconocidos antes (Fig. 15). Las figurinas precedentes de las fases gajiganna aparecen,
más bien, de manera casual y sin detalles realistas. Solo en el inventario de Malankari, y durante la época
del incremento de la complejidad cultural y social, se podría tentar clasificar a las figurinas —con su estilo
ya más elaborado— como artísticas en un sentido occidental.

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Fig. 15. Figurinas de arcilla cocida de la cuenca del lago Chad, en el noreste de Nigeria. 1. Hipopótamo de Malankari (siglo
IV a.C.); 2. Elefante de un sitio próximo y de fechado similar de acuerdo con la similitud de los materiales culturales (elabo-
ración de los dibujos: Barbara Voss).

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372 PETER BREUNIG

En comparación con las figurinas de arcilla de la cuenca del Chad, el arte nok representa un mundo
completamente diferente. Como se expuso arriba, las figurinas de terracota constituyen una pieza clave
en el proceso de cambio cultural durante el primer milenio a.C. Si se asume que dicho arte sofisticado se
desarrolló a partir de sociedades complejas y sirvió, en primer lugar, para propósitos religiosos o para la de-
mostración de poder —tal como se puede observar en la prehistoria en el mundo entero— se debe esperar
encontrar contextos que demuestren la naturaleza ritual del arte nok. Esto fue confirmado en una excava-
ción reciente en Utak Kamuan Garaje Kagoro (Fig. 1). En ese yacimiento se han descubierto, por primera
vez, figurinas de terracota en contextos no disturbados. Como se está preparando una descripción separada
en otra publicación, solo se mencionará aquí que las figurinas fueron quebradas de manera intencional y
depositadas individualmente en el suelo. La Fig. 16 muestra detalles de uno de los múltiples rasgos esparci-
dos en el sitio, unos situados muy cerca de los otros. Estos hallazgos pueden brindar una explicación acerca
de por qué todas las figurinas de terracota encontradas en excavaciones —a diferencia, curiosamente, de
aquellas que se encuentran en los museos y colecciones privadas— parecen estar fragmentadas. Es posible
que estas fueran hechas y destruidas por motivos que se desconocen hasta el momento, y quizá nunca se
sepan sin tener una idea de las creencias que existieron detrás de ellas. No obstante, se ha obtenido una pri-
mera pista acerca de los hábitos rituales asociados con el espléndido arte de los nok. Se podría considerar,
inclusive, una forma temprana de prácticas religiosas de gran escala en el África Occidental, lo que podría
constituir un fenómeno concomitante respecto de otros cambios socioeconómicos.

10. Conclusiones

La intención de este artículo ha sido tratar acerca de los cambios culturales que se iniciaron alrededor de
500 a.C. en la cultura Gajiganna de la cuenca nigeriana del lago Chad, y probablemente en tiempos más
tempranos en el caso de la cultura Nok, de la parte central de Nigeria, y relacionarlos con el surgimiento
de sociedades complejas en el África Occidental. De acuerdo con la bien estudiada secuencia de la cuenca
del Chad, estos desarrollos aparecieron de forma abrupta, pero en relación con Nok esto es menos claro.
Hasta el momento no se conocen procesos precedentes o subsiguientes, por lo que no se puede establecer
un marco para calibrar la dimensión de las transformaciones. De manera similar a la cuenca del Chad, es
posible que pequeñas comunidades sedentarias agrícolas o «neolíticas» fueran las precursoras de la cultura
Nok y que esta tradición tuviera sucesores, aún no descubiertos por los estudiosos.
Tanto en la cultura Gajiganna como en la Nok se ha comprobado la existencia de grandes sitios, parte
de ellos de tamaño considerable, en algunos casos de más de 30 hectáreas, en la cuenca del Chad. Este es un
indicio obvio de la aglomeración de los grupos humanos. También se ha corroborado un gran número de
ellos. El tamaño y número de sitios sugieren una gran densidad de población y, quizá, presión poblacional,
probablemente la consecuencia de una economía productiva, lo que se infiere de los nuevos cultígenos
que aparecen en esa época. Otras innovaciones que se dieron durante el primer milenio a.C., tanto en una
como en las dos áreas, fueron los esfuerzos comunales (estructuras fortificadas), la especialización artesanal
(producción de hierro, arte, probablemente cerámica y curtiduría), las nuevas tecnologías (metalurgia del
hierro) y las prácticas y rituales elaborados, tal como se infiere del sofisticado arte en terracota y sus con-
textos.
En conjunto, todos estos cambios —si bien especulativos en algunos aspectos, pero apropiados para
justificar una línea conceptual de visión— condujeron a la transformación social, lo que sugiere el sur-
gimiento de un mundo de complejidad desconocido de comunidades subsaharianas más tempranas de
acuerdo con el presente estado de las investigaciones. Se podría plantear la hipótesis de que el impacto
de estos cambios en los grupos humanos fue más profundo que el advenimiento de la producción de ali-
mentos en el segundo milenio a.C. El término «revolución», que alguna vez utilizó Gordon Childe para
caracterizar las consecuencias del surgimiento de la producción de alimentos, o Neolítico, es más apro-
piado en el África Occidental, con sus abruptos cambios culturales de mediados del primer milenio a.C.,
y la historia de este periodo debe ser categorizada, en esta parte al menos, como la revolución metalúrgica
o social, siempre que el término «revolución» sea adecuado del todo. Las preguntas que quedan por res-
ponder se relacionan con la posibilidad de que estas transformaciones estuvieran restringidas a los paisajes

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Fig. 16. Utak Kamuan Garaje Kagoro. Figurina de terracota destruida con la representación de una mujer (arriba: rostro; abajo:
los pechos y otras partes del cuerpo). Otros rasgos similares fueron encontrados cerca de este ejemplar (foto: Peter Breunig).

nigerianos o si existieron procesos similares en otras partes de este territorio durante el primer milenio a.C.
En todo caso, el área entre el lago Chad y el golfo de Benin merece mayor atención como un centro inno-
vador temprano y como la zona donde los desarrollos iniciales que llevaron hacia las sociedades complejas
comenzaron en el África subsahariana.

Agradecimientos

Tengo una gran deuda de gratitud con Nicole Rupp y Carlos Magnavita, por proporcionarme los resul-
tados a los que me refiero en este trabajo, así como por tratar acerca de ellos. Debo un reconocimiento
particular a la National Commission for Museums and Monuments de Nigeria, por su cooperación cons-
tante y fructífera, y a la Deutsche Forschungsgemeinschaft (DFG), por el apoyo financiero a nuestra
investigación. También agradezco a Stefanie Kahlheber, por la información acerca de sus investigaciones
arqueobotánicas. La figurina de terracota mostrada en la Fig. 2 fue restaurada, de manera generosa, por los
laboratorios del Römisch-Germanisches Zentralmuseum Mainz.

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374 PETER BREUNIG

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11 / 2007, SOCIAL EN CHINA
379-403 / ISSN 1029-2004 379

Caminos hacia la complejidad social en China*

Li Liu a

Resumen

Los característicos rasgos del Neolítico se desarrollaron independientemente unos de otros durante un periodo muy largo en una
amplia región de China. La cerámica es tan antigua como c. 19.000 A.P., en contextos del Paleolítico Tardío. A principios
del Holoceno (c. 11.000 A.P.) ocurrió un cambio hacia un modo de vida sedentario y estuvo asociado con las poblaciones de
cazadores-recolectores. El cerdo, el perro, el arroz y el mijo fueron domesticados alrededor de 9000 a 8000 A.P. por gente que antes
dependía, en especial, de plantas y animales silvestres. Las aldeas agrícolas del Neolítico completamente desarrolladas no se estable-
cieron si no hasta c. 7000 A.P. La economía agrícola fue el fundamento para el surgimiento de sociedades jerárquicas organizadas
en las que existían grupos de elite que controlaban el poder político y ritual. A lo largo de los periodos Neolítico Medio y Tardío
(7000-4000 A.P.) numerosas sociedades complejas se desarrollaron y pasaron por procesos de decadencia en gran parte del paisaje
del territorio chino antes de la formación de los Estados tempranos en el segundo milenio a.C.

Palabras clave: Neolítico, sedentarismo, agricultura, poder ritual, sociedad compleja, China

Abstract

PATHWAYS TO SOCIAL COMPLEXITY IN CHINA

The characteristic traits of the Neolithic developed independently of each other during a very long time period over a broad region
in China. Pottery appeared as early as ca. 19.000 cal. BP in late Paleolithic contexts. A shift to a semi-sedentary way of life first
occurred at the onset of Holocene (ca. 11.000 cal. BP), and was associated with hunting-gathering populations. Pigs, dogs, rice
and millet were domesticated by 9000-8000 cal. BP by people who primarily relied on wild plants and animals. Fully developed
Neolithic sedentary farming villages were not established until ca. 7000 cal. BP in China. Agricultural economy was the foun-
dation for emergence of hierarchical organized societies with elite groups controlling political and ritual power. Throughout the
middle and late Neolithic period (7000-4000 cal. BP) numerous complex societies developed and declined across much of China’s
landscape before the formation of early states in the second millennium BC.

Keywords: Neolithic, sedentism, agriculture, ritual power, complex society, China

1. Introducción

La comprensión y entendimiento de los caminos que llevaron hacia la complejidad social en China co-
mienzan con la transición hacia el Neolítico. Hasta hace unas pocas décadas atrás, en los círculos arqueoló-
gicos chinos, el concepto de ‘neolítico’ era entendido como un conjunto de innovaciones que consistían en
agricultura, animales domesticados, cerámica, tecnología de piqueteado (ground tool technology) y seden-
tarismo. Se cree que esta compleja transformación revolucionaria ocurrió alrededor de 7000 a 5000 a.C.,
sobre la base del registro arqueológico previamente conocido. Sin embargo, los descubrimientos recientes
han demostrado que estos rasgos neolíticos se desarrollaron de forma independiente durante un lapso largo
y sobre una amplia región. Tomó más de dos milenios de evolución, más que una revolución —desde las

* Traducción del inglés al castellano: Rafael Valdez


a
La Trobe University, School of Historical and European Studies, Archaeology Program.
Dirección postal: Melbourne VIC 3086, Australia.
Correo electrónico: l.liu@latrobe.edu.au ISSN 1029-2004
380 LI LIU

primeras apariciones de la cerámica (c. 17.000 a.C. [calib.]) durante el Último Máximo Glacial— para lle-
gar a la sociedad agrícola neolítica completamente desarrollada (5000-3000 a.C. [calib.]), en el Holoceno
Medio.
Una vez que se estableció la economía agrícola, esta constituyó el fundamento para el desarrollo de so-
ciedades organizadas jerárquicamente, las que se caracterizaban por una elite que controlaba los recursos, la
riqueza, la tecnología, el poder ritual y las autoridades políticas. En el presente trabajo se hace una revisión
de las trayectorias evolutivas hacia la complejidad social por medio de ejemplos que se usarán para ilustrar
el ascenso y colapso de algunas antiguas sociedades de China.

2. La transición al Neolítico

El uso actual del epíteto «neolítico» en el contexto arqueológico del Cercano Oriente, Europa y África
incluye, a menudo, más implicancias económicas —lo que indica producción de alimentos— que inno-
vaciones tecnológicas (v.g., Simmons 2007: 4-6; cf. Thomas 1999; Karega-Munene 2003). Si se sigue este
enfoque, el Neolítico es definido en este estudio como una transformación económica en la que la gente
explotaba alimentos de una manera distinta respecto de las comunidades de cazadores-recolectores, lo
que incluye domesticación de plantas y animales. Sin embargo, la nueva modalidad económica también
estaba asociada con una gama de cambios en la tecnología lítica, patrón de asentamiento y organización
social, lo que se manifestó en el sedentarismo y el uso de herramientas de molienda y/o cerámica. Tal como
indica el registro arqueológico, los rasgos principales de la cultura neolítica —lo que abarca la cerámica,
los artefactos de piedra pulida, el sedentarismo y los animales domesticados— aparecieron en China de
forma independiente a lo largo de muchos milenios. Los desarrollos más tempranos, manifestados durante
el Pleistoceno Terminal, fueron la cerámica y los artefactos líticos con borde de desgaste producido por
abrasión y las piedras de molienda.

3. Las innovaciones del Pleistoceno Terminal (20.000-11.000 A.P.)

3.1. Cerámica

La cerámica china más temprana se ha identificado tanto al sur como al norte de su territorio. Todos los
tiestos son muy porosos, gruesos y cocidos a bajas temperaturas. En el sur de China los tiestos se han regis-
trado procedentes de muchas cuevas, en su integridad fechadas hacia el Pleistoceno Terminal. Entre ellas
están Yuchanyan, en Daoxian, Hunan; Zengpiyan y Miaoyan, en Guilin, Guangxi, y Xianrendong, en
Wannian, Jiangxi (Fig. 1). Los fechados radiocarbónicos de residuos orgánicos en la cerámica han arrojado
edades entre 16.100 a 14.500 a.C. (calib.) (BA95057b, de Yuchanyan) y 17.100 a 15.400 a.C. (calib.)
(BA94137b, de Miaoyan) (Wu y Zhao 2003). Estos son los restos cerámicos fechados más tempranos del
mundo. La pieza reconstruida de Yuchanyan es una vasija de base puntiaguda, de 29 centímetros de altura
y 31 centímetros de diámetro en el borde (Yuan 2002). Debido a que los tiestos estaban asociados con
arroz en el sitio, muchos arqueólogos pensaban que el cocimiento del arroz pudo haber conducido a los
orígenes de la cerámica (Lu 1999). En el sitio de Zengpiyan, los tiestos fueron encontrados en la fase más
temprana de ocupación (12.000-11.000 A.P.), y una pieza reconstruida consiste de una vasija de fondo
redondeado. El conjunto de restos faunísticos, en especial caracoles (Cipangopaludina), es particularmente
abundante. Como la mejor manera de extraer la carne de los mariscos es por medio del hervido, se ha
postulado que las vasijas cerámicas fueron utilizadas para cocer este tipo de recursos, entre otros alimentos
(Institute of Archaeology 2003) (Fig. 2). Es probable que tanto Yuchanyan como Zengpiyan hayan cons-
tituido campamentos estacionales, pero la duración de la ocupación residencial puede haber sido relativa-
mente larga, tal como el proceso temprano de manufactura cerámica pudo haber requerido.
La cerámica más temprana en el norte de China, que fecha hacia 13.080 ± 120 a.p. o 14.304-12.731
a.C. (calib.) (Yasuda 2002: 139), se ha encontrado en el complejo de Hutouliang, en Yangyuan, Hebei.
Las piezas reconstruidas tienen forma de vasijas con bases planas. El registro de polen está, en su mayoría,
conformado por plantas herbáceas y arbustos (78%-98%), lo que indica una vegetación de tipo pradera
desarrollada en un clima frío y árido. El conjunto de artefactos líticos está constituido por microláminas,

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CAMINOS HACIA LA COMPLEJIDAD SOCIAL EN CHINA 381

Fig. 1. Sitios del Pleistoceno Terminal y el Holoceno Temprano tratados en el texto. 1. Hutouliang; 2. Xiachuan; 3. Shizitan;
4. Longwangchan; 5. Yuchanyan; 6. Zengpiyan; 7. Xianrendong; 8. Donghulin; 9. Zhuannian; 10. Nanzhuangtou; 11. Shang-
shan (elaboración del gráfico: Yu Qiao y Li Liu).

lascas y herramientas para trabajo pesado, y los ocupantes del complejo Hutouliang conformaron, al pa-
recer, grupos de cazadores-recolectores móviles (Lu 1999: 34; cf. Guo y Li 2002). Es claro que, en China,
la cerámica apareció por primera vez en un contexto de grupos humanos de este carácter, algo similar a lo
ocurrido en otras partes del mundo (véase Rice 1999: 28-29).

3.2. Artefactos líticos de borde pulido y piedras de molienda

El sitio de Longwangchan (20.000-15.000 a.p.), ubicado en una estribación en la ribera oeste del río
Amarillo, en Yichuan, Shaanxi, ha producido las artefactos líticos de borde pulido más tempranos en

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Fig. 2. Artefactos de los sitios paleolíticos. A. Zengpiyan. Cerámica (tomado de Institute of Archaeology 2004: 27); B.
Longwangchan. Artefacto lítico con borde pulido; C. Longshanchan. Piedra de molienda (B, C, tomados de Institute of
Archaeology y Shaanxi Institute 2007: plate 2); D. Shizitan. Piedra de molienda y mano (foto: Li Liu).

China, entre ellos, un implemento de tipo espátula hecho de esquisto y con borde afilado. El conjunto
lítico consiste de un gran número de microlitos y varios tipos de implementos de lascas y desechos de talla.
El yacimiento también tenía una piedra de molienda, muy desgastada y, más bien, de pequeñas dimensio-
nes. No están esclarecidas las funciones exactas de los artefactos de borde pulido y de la piedra de molienda,
pero el pequeño tamaño de esta parece indicar un diseño pensado para facilitar su transporte (Fig. 2, D).
Longwangchan parece estar asociado con otros 19 sitios paleolíticos, los que están esparcidos a lo largo de
un pequeño arroyo, el río Huiluogou (Institute of Archaeology y Shaanxi Institute of Archaeology 2007).
En su conjunto, estos yacimientos pudieron haber conformado un sistema de asentamientos ocupados
por grupos de cazadores-recolectores móviles y es probable que Longwangchan haya sido un campamento
estacional que se especializó en la manufactura de artefactos líticos.
En otros dos complejos se han registrado piedras de molienda: Xiachuan, en Qinshui (23.900-16.400
a.p.) (Wang et al. 1978), y Shizitan, en Jixian (20.000-10.000 a.p.) (National Bureau of Cultural Relics
2004), ambos en la provincia sureña de Shanxi (Fig. 1). Los conjuntos líticos de los dos complejos con-
sisten de microlitos e implementos hechos de lascas, lo que sugiere una tradición paleolítica. Algunas de
las piedras de molienda procedentes de Xiachuan pueden haber sido utilizadas para procesar hierbas de
acuerdo con los patrones de uso y desgaste (Lu 1999: 31), pero aún no se han realizado análisis de residuos
en estos artefactos. En resumen, la cerámica, los artefactos de borde pulido y las piedras de molienda apa-
recieron por primera vez, casi de manera independiente unos respecto de los otros, en las comunidades de
cazadores-recolectores como innovaciones originales en los conjuntos del Paleolítico Tardío. Los cazadores-
recolectores móviles del Pleistoceno explotaron una amplia gama de recursos faunísticos y vegetales. Los
grupos humanos pueden haber ocupado este sitio como base, lo que incluyó a las cuevas, a lo largo de
lapsos relativamente prolongados, al menos lo suficiente para la producción de cerámica. La aparición de
estas tecnologías no pareció haber tenido un impacto significativo en el patrón de asentamiento y subsis-
tencia de las culturas del Paleolítico; sin embargo, estas innovaciones sugieren un énfasis en las plantas y
mariscos en la dieta humana, una estrategia de obtención de alimentos que se volvió más predominante
durante el Holoceno Temprano.

4. Los desarrollos del Holoceno Temprano (11.000-9000 A.P.)

Solo se han encontrado un puñado de yacimientos del Holoceno Temprano. Estos son Donghulin y
Zhuannian, en Beijing; Nanzhuangtou, en Xushui, Hebei, y Shangshan, en Pujiang, Zhejiang (Fig. 1).
Todos ellos revelaron un conjunto de artefactos consistentes en cerámica, pequeñas herramientas puli-
das (por ejemplo, hachas y azuelas), implementos hechos de lascas y piedras de molienda. Entre estos,
Shangshan, en la parte baja del río Yangzi, puede ser empleado para ejemplificar la transición al sedenta-
rismo en China.
El sitio Shangshan, de 2 hectáreas de tamaño, está situado en la llanura aluvial del curso superior del
río Puyang, una cuenca reducida de 10 kilómetros de largo y rodeada por montañas de poca altura. Sus
depósitos completos fechan hacia el intervalo c. 11.400-8600 A.P. Los restos de polen de la región apuntan
a condiciones cálidas y húmedas en el Holoceno Temprano. Hubo incrementos significativos en las plantas

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CAMINOS HACIA LA COMPLEJIDAD SOCIAL EN CHINA 383

Fig. 3. Rasgos y artefactos de Shangshan. A. Área de excavación en Shangshan; B. Instrumentos líticos (esféricos, hacha de
piedra de borde rebajado y artefacto perforado); C. Piedra de molienda y mano; D. Plato de cerámica con pedestal perforado;
E. Pozos para almacenamiento; F. Cache H121, que contenía siete vasijas de cerámica; G. Las vasijas que conformaban el
Cache H121 (cortesía: Leping Jiang).

arbóreas durante el periodo 10.300-9000 A.P., una época dominada por la presencia de árboles de hoja
perenne y de hojas anchas caducas, como muchos tipos de roble (Quercus, Cyclobalanopsis y Lithocarpus),
así como haya (Castanopsis) y avellana (Corylus) (Yi et al. 2003). Al parecer, la población shangshan vivió
en un ambiente subtropical con abundantes recursos alimenticios vegetales.
Al interior de un área de excavación de 1800 metros cuadrados, los arqueólogos encontraron hoyos de
poste, pozos para almacenamiento y restos de viviendas. Algunos de estos pozos, con probabilidad utiliza-
dos para guardar alimentos, eran muy profundos —de más de 70 centímetros de profundidad— y tenían
un tamaño regular, mientras otros no lo eran tanto —con solo cerca de 30 centímetros—, y contenían va-
sijas de cerámica completas (Fig. 3, F, G). Este último tipo funcionó, quizá, como repositorio de ofrendas
(caches), lo que sugiere un uso estacional del sitio por parte de poblaciones en movimiento. Se encontró
un grupo de hoyos de poste en el estrato superior, lo que, quizá, correspondía a los restos de viviendas de
tipo palafito (Jiang y Liu 2006; Zhejiang Institute of Archaeology 2007). Los pozos de almacenamiento
también se incrementaron en tamaño y se volvieron más regulares en su forma con el transcurso del tiempo
(Leping Jiang, comunicación personal 2008). Estos fenómenos indican un grado mayor de sedentarismo
durante el periodo de ocupación en Shangshan.
El conjunto lítico se caracteriza, de manera predominante, por implementos hechos de lascas, a lo que
siguen, en cantidad, piedras de molienda —en un número mayor a 500 especímenes— y unas cuantas
hachas pequeñas y azuelas pulidas. La forma cerámica predominante la constituyen cuencos de base plana.
La mayor parte de las vasijas de la fase temprana se conforma de cuencos con temperante de fibra vegetal,
mientras que, en las fases más tardías, la cerámica con temperante de arena aumentó en número y algunas
piezas fueron producidas con una base anular perforada, un diseño que no es apropiado para su transporte
(Fig. 3, D).

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En la pasta de la cerámica y arcilla cocida se han encontrado cáscaras de arroz y fragmentos de hojas
carbonizados. Estos restos representan la presencia más temprana de explotación de este cereal en el valle
bajo del Yangzi. El análisis de almidón de las muestras de residuos extraídos de muchas piedras de mo-
lienda indica que estos artefactos fueron usados, principalmente, para procesar bellotas (Quercus sp.), entre
otras plantas, como la lágrima de Job y la trufa (Liu, Field, Weisskopf, Webb, Jiang, Wang y Chen e.p.).
Los restos de arroz en la cerámica muestran que los tallos centrales de las panojas incluyen tanto las formas
domesticadas como las silvestres (Zheng y Jiang 2007), si bien se requiere una muestra más grande para
analizar el grado de domesticación del arroz en Shangshan.
El complejo de Shangshan se encuentra próximo a un río antiguo, el que pudo haber proporcionado
peces y mariscos a las poblaciones contiguas. Las áreas húmedas pudieron haber conformado un hábitat
ideal para el arroz silvestre y otras plantas acuáticas, mientras que las tierras secas y áreas montañosas
habrían favorecido el crecimiento de tubérculos, muchos tipos de plantas herbáceas y nogales. Si bien es
probable que el arroz haya constituido parte de la dieta de los seres humanos, se le atribuye mucho menos
importancia que a otras plantas debido a su muy baja productividad, tal como ha sido sugerido por Lu en
su estudio experimental (Lu 2006). La presencia de una gran cantidad de piedras de molienda y vasijas de
cerámica está relacionada, muy posiblemente, con el procesamiento, cocina y almacenamiento de diversos
vegetales, de manera particular las bellotas, las que se caracterizan por un largo tiempo de preservación
para su consumo. Estos pudieron haber constituido alimentos ricos en féculas en grandes cantidades y, de
esta manera, estimulado el despliegue de un modo de vida sedentario (Liu, Field, Weisskopf, Webb, Jiang,
Wang y Chen e.p.).
En resumen, los cazadores-recolectores del Holoceno Temprano sondearon el uso de diversos produc-
tos alimenticios de manera intensiva, lo que incluía, en su mayoría, frutos secos y cereales (arroz silvestre
y mijo). Al parecer, sus sitios fueron usados de manera estacional, pero el grado de sedentarismo se incre-
mentó con el tiempo. Las poblaciones parecen haber empleado estrategias de recolección logística (véase
Binford 1980) para maximizar su capacidad de obtención de alimentos. Sin embargo, se sabe muy poco
acerca de la movilidad logística que se desarrolló debido a la falta de estudios acerca de los patrones regio-
nales de asentamiento y subsistencia.

5. Desarrollos del Neolítico Temprano en el Holoceno Medio (9000-7000 A.P.)

El registro arqueológico muestra que el desarrollo de rasgos clave del Neolítico —a saber, sedentarismo y
domesticación de plantas y animales—, ocurrió durante el periodo entre 9000 a 7000 A.P., lo que coin-
cide con la llegada del Optimum del Holoceno Medio. Estos conjuntos del Neolítico Temprano han sido
encontrados sobre una amplia región. Se les conoce como la cultura Xinglongwa en el valle del río Liao,
las culturas Cishan-Beifudi, Houli, Peiligang y Baijia-Dadiwan en la región del río Amarillo, y las culturas
Xiaohuangshan-Kuahuqiao y Pengtoushan-Bajo Zaoshi en la cuenca del río Yangzi. En el sur de China se
han encontrado muchas cuevas, como en la parte norte de Guangxi, y conchales, como el de Dingsishan,
en el área del río Perla. Estos sitios del sur fueron ocupados por cazadores-recolectores y no mostraban
evidencias de agricultura (Fig. 4).
Algunos asentamientos del Neolítico Temprano estuvieron rodeados por zanjas y, en el espacio interior,
las viviendas fueron dispuestas de una manera ordenada (por ejemplo, Xinglongwa y Xinglonggou, en el
área del río Liao). Los sitios son más grandes en sus dimensiones que aquellos del periodo precedente, y el
de mayor extensión alcanza las 30 hectáreas de superficie (Tanghu, en Henan, cultura Peiligang) (Henan
Cultural Relics Management Bureau y Zhengzhou Archaeological Institute 2008). Los depósitos eran co-
munes en las áreas residenciales y los cementerios estaban ubicados, por lo general, cerca de ellas o, algunas
veces, bajo los pisos de las viviendas (Fig. 5, A, B), tal como en el caso del sitio Xinglongwa (Institute of
Archaeology 1997). Se produjeron varios tipos de vasijas de cerámica, algunas con patas largas (Henan
Institute of Cultural Relics 1999), las que no son apropiadas para un modo de vida móvil que no perma-
necía lapsos prolongados en un mismo lugar (Fig. 5, C).
Las actividades rituales también se volvieron más complejas. Así, por ejemplo, los yacimientos de la
cultura Xinglongwa, en Mongolia Interior, han revelado figurinas femeninas de arcilla y máscaras hechas

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Fig. 4. Distribución de las culturas del Neolítico Temprano en China. A. Xinglongwa; B. Cishan-Beifudi; C. Houli; D. Peiligang;
E. Baijia-Dadiwan; F. Pengtoushan-Bajo Zaoshi; G. Chengbeixi; H. Xiaohuangshan-Kuahuqiao; I. Cuevas en la parte norte de
Guangxi; J. Conchales de Dingshishan. Ubicación de los sitios: 1. Xinglongwa, Xinglonggou; 2. Beifudi; 3. Cishan; 4. Tanghu;
5. Jiahu; 6. Dadiwan; 7. Kuahuqiao (elaboración del gráfico: Yu Qiao y Li Liu).

de concha, piedra y calotas craneanas humanas (L. Liu 2007). Algunos entierros en Jiahu, en Henan,
han producido las flautas más tempranas, hechas de huesos cúbitos de grullas de corona roja, así como
caparazones de tortuga que contenían guijarros, posiblemente utilizados como cascabeles o instrumentos
de adivinación (Henan Institute of Cultural Relics 1999) (Fig. 5, E). Sin embargo, no se han registrado
evidencias para una estratificación social institucionalizada durante este periodo (L. Liu 2004).
El arroz domesticado se ha identificado en Jiahu, en Henan (cultura Peiligang) y Kuahuqiao, en
Zhejiang (Liu et al. 2007). También se ha encontrado mijo proso y mijo menor o mijo de cola de zorra en

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Fig. 5. Asentamientos, entierros y artefactos de culturas del Neolítico Temprano. A. Xinglongwa. Trazado del asentamiento
(tomado de Institute of Archaeology 1997: plate 1); B. Jiahu. Cementerio; C. Jiahu. Trípode; D. Cishan. Vasijas de cocina
y soportes (foto: Li Liu); E. Jiahu. Caparazón de tortuga con guijarros en su interior (B, C, E, tomados de Henan Institute
1999: plates 2.2., 52.1, 43.1, 18.5); F. Cultura Peiligang. Piedras de molienda (foto: Li Liu).

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Xinglonggou, en Mongolia Interior (cultura Xinglongwa) (Zhao 2004), Houli, en Shandong (Crawford et
al. 2006), diversos sitios de la cultura Peiligang, en Henan (Lee et al. 2007), y Dadiwan, en Gansu (cultura
Dadiwan) (C. Liu 2006).
Los restos de animales domesticados incluyen cerdos y perros. Los cerdos domésticos más tempranos
se han encontrado en Jiahu y Kuahuqiao, identificados sobre la base de múltiples líneas de evidencia. Estas
incluyen el tamaño reducido del tercer molar (menos de 40 milímetros de longitud), mandíbulas con un
alineamiento deforme de los dientes —con patrones que muestran que 50% de los especímenes fueron
muertos cuando tenían entre uno a dos años de edad— una alta frecuencia de hipoplasia lineal (LEH) en
el esmalte de las coronas de los dientes de esos animales y un conjunto de alimentos relacionados de ma-
nera muy estrecha y que vinculaba a los seres humanos con los cerdos en los asentamientos, conclusiones
basadas en análisis de isótopos estables en muestras de huesos de ambos (Yuan y Flad 2002; Luo 2007). Por
otro lado, los perros domésticos más tempranos han sido hallados en Jiahu (Henan Institute of Cultural
Relics 1999), Kuahuqiao, en Zhejiang (Zhejiang Institute y Xiaoshan Museum 2004), Cishan en Hebei
(Zhou 1981) y Dadiwan, en Gansu (Qi et al. 2006). La domesticación es, particularmente, evidente por
la presencia de una menor altura en la fila de dientes de la mejilla (en Kuahuqiao), y restos completos de
caninos enterrados en cementerios o cerca de las viviendas (Jiahu y Cishan). Por otro lado, es notable que
muchos animales que, se pensaba, habían sido domesticados en el Neolítico Temprano chino, fueran, en
realidad, introducidos desde otros lugares hacia China de manera posterior. Entre estos animales estaban
la oveja, la cabra, el búfalo de agua y el caballo (Flad et al. 2007; Yang et al. 2008).
A pesar de la presencia de arroz, mijo, cerdos y perros domesticados en el Neolítico Temprano, la agri-
cultura no tuvo un papel dominante en las estrategias de subsistencia durante esa fase. En vez de ello, las
actividades relacionadas con la caza y recolección todavía eran muy importantes. Este argumento puede ser
respaldado por el amplio descubrimiento de piedras de molienda en muchos sitios del Neolítico Temprano
(Fig. 5, F) (L. Liu 2008), y por los análisis de uso-desgaste y residuos realizados en algunos artefactos de
Shandong (Wang 2008) y Henan (Liu, Field, Fullagar y Bestel e.p.) que han demostrado que la bellota fue
el principal recurso para procesamiento.
Si bien muchos asentamientos parecen haber sido aldeas sedentarias permanentes, algunos sitios pe-
queños pudieron haber tenido ocupaciones estacionales por parte de recolectores logísticos que deseaban
obtener productos alimenticios particulares. Un ejemplo de esto es Beifudi, en Hebei (Duan [ed.] 2007)
(Fig. 4), el que consiste de un pequeño asentamiento cercano a una región montañosa. Los únicos restos
orgánicos registrados fueron bellotas y nueces, mientras que algunas vasijas de cerámica y artefactos líticos
parecen haber sido enterrados como ofrendas (caches) en un área de actividad para el procesamiento de
alimentos. Un tipo de vasija particular para cocina, el yu, por lo general asociado con soportes separados,
estaba, al parecer, diseñado para su transporte (Fig. 5, D). Este sitio pudo haber constituido un lugar para
la recolección de frutos secos, de manera que los grupos humanos solo lo visitaban de manera estacional.
En general, la mayor parte de asentamientos que datan del periodo 9000-7000 A.P. muestran ca-
racterísticas de la cultura neolítica tal como se le ha definido arriba. Sin embargo, estas poblaciones del
Neolítico Temprano dependían, muy enfáticamente, de los recursos alimenticios silvestres y, en particular,
continuó la recolección intensificada de frutos secos. Este fenómeno lleva a nuevas preguntas: ¿llegaron
las poblaciones del Neolítico Temprano a dominar la cosecha de los productos de los árboles, lo que llevó
a una arboricultura o, simplemente, explotaron los recursos silvestres? En los registros etnográficos y ar-
queológicos se ha documentado bien que la explotación de los frutos arbóreos fue una forma de intensifi-
cación de la producción de alimentos vegetales en muchas partes del mundo (Nishida 1983; Shipek 1989;
Harrison 1996; Denham 2004). En todo caso, se requiere de mayor investigación acerca de este tema en
el futuro para entender el Neolítico Temprano en China de manera integral.

6. Ascenso y caída de las sociedades complejas tempranas en el Neolítico Medio (7000-5000 A.P.)

El Neolítico Medio se caracteriza por el desarrollo total de las aldeas agrícolas sedentarias neolíticas en el
paisaje del continente. La densidad de población se incrementó de forma notable, como lo indica el au-
mento en la cantidad de sitios, de los que el mayor llega a medir 100 hectáreas de superficie (L. Liu 2004).

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Fig. 6. Distribución de las culturas del Neolítico Medio en China. 1. Zhaobaogou-Hongshan; 2. Beixin-Dawenkou; 3. Yangshao;
4. Daxi; 5. Hemudu; 6. Majiabang-Songze; 7. Lingjiatan-Beiyinyangying-Xuejiagang; 8. Dingsishan IV; 9. Keqiutou; 10.
Xiantouling; 11. Dapenkeng (elaboración del gráfico: Yu Qiao y Li Liu).

Los grupos humanos se trasladaron a regiones periféricas en el norte, oeste y sur, y las poblaciones neolíticas
alcanzaron Taiwan (cultura Dapenkeng) alrededor de 4000 a.C. (Fig. 6) (Jiao 2007).
Existe una amplia cantidad de evidencias para el desarrollo de complejidad social en muchas regiones.
En el área del río Amarillo, las culturas Yangshao y Dawenkou manifiestan este proceso, tal como lo in-
dican el levantamiento de asentamientos amurallados y arquitectura pública de mayor escala, y la manu-
factura y circulación de bienes de prestigio, como el jade (L. Liu 2004). Sin embargo, el mejor ejemplo
procede de la cultura Hongshan, en la región del río Liao (4500-3000 a.C.), particularmente manifestado
en la construcción de paisajes rituales y la elaboración de entierros de elite.

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El paisaje ritual de Hongshan consiste de varias formas de arquitectura monumental. Esto se extiende
sobre un área muy amplia, con lo que se conforman muchos complejos rituales en un área nuclear princi-
palmente dedicada a actividades ceremoniales. Entre ellos, Niuheliang, en el distrito de Jianping, provincia
de Liaoning, proporciona la mejor información. Consiste de un grupo de 16 sitios rituales principales,
cada uno compuesto por túmulos de piedras, altares y otras formas de arquitectura monumental esparcidos
sobre un área montañosa de 50 kilómetros cuadrados (Fig. 7, A), todos construidos durante el Periodo
Hongshan Tardío (c. 3650-3150 a.C.). Los túmulos tenían tanto planta circular como cuadrangular y
contenían muchos entierros de elite. Estos contextos funerarios produjeron un gran número de objetos de
jade, lo que incluía figurinas humanas y animales (Fig. 7, D-F). La locación más conocida es el Templo
de la Diosa, el que se ubica en la cima de una montaña de una zona central del área de Niuheliang. En él
se encontró un número de esculturas humanas y animales cuyas dimensiones van desde el tamaño natural
hasta tres veces el tamaño de este. Los fragmentos de cabeza, oreja, hombro, brazo, pecho y otras partes del
cuerpo humano pertenecen a siete individuos; solo las características femeninas (como los pechos) pueden
ser identificadas como partes específicamente sexuales. Una gran máscara antropomorfa de tamaño natu-
ral, cuyas cuencas de los ojos tenían insertadas esferas de jade, constituye un descubrimiento sin preceden-
tes (Fig. 7, B, C) (Barnes y Guo 1996; Liaoning Institute of Archaeology 1997).
El paisaje de este sector en el valle del río Daling está dominado por grandes montañas y pequeñas
colinas, además de una limitada cantidad de terrenos factibles de cultivarse, y el complejo Niuheliang
parece haber asumido la posición más alta en el mundo ritual de la población hongshan. Su significado
ceremonial también se manifiesta por la ausencia de áreas residenciales al interior de una superficie de
100 kilómetros cuadrados que rodea el complejo; en otras palabras, esta zona constituyó un lugar sagrado
exclusivo y reservado para la vida ritual de los grupos hongshan (Barnes y Guo 1996; Liaoning Institute
of Archaeology 1997).
La complejidad social de la sociedad hongshan se puede ver desde diversos aspectos. En primer lugar,
hubo una jerarquía de asentamientos, tal como lo indica el desarrollo de algunos grandes sitios que fungie-
ron de lugares centrales rodeados por muchas aldeas pequeñas a lo largo de los valles, pero no hay evidencia
que sugiera la existencia de una entidad política centralizada en la región del río Liao. En segundo lugar, hay
una clara segregación en lo que respecta a las funciones de los sitios, tal como se observa en el surgimiento
de complejos rituales representados por Niuheliang. Este cambio sugiere un significado incrementado de
las actividades rituales en la sociedad hongshan, lo que se acelera de manera particular durante el Periodo
Hongshan Tardío. En tercer término, se dio la construcción de arquitectura monumental. Al parecer, estos
edificios requirieron de gran cantidad de mano de obra y habilidades administrativas más allá del ámbito
de la comunidad. En cuarto lugar, hubo un alto grado de especialización artesanal para la manufactura de
bienes rituales, en especial el tallado del jade. El proceso de producción involucró la obtención de materias
primas procedentes de distancias lejanas, manufactura de objetos con formas especiales y distribución de
productos acabados al interior de grupos de elite. Todo esto requería de un desarrollo considerable en el
control del conocimiento, tecnología y liderazgo, mientras que los procesos de producción y distribución
fueron, probablemente, dirigidos por la elite, al menos en alguna medida. En quinta y última instancia,
algunos objetos de parafernalia ritual tradicional se modificaron en cuanto a su tamaño y contexto. Las
representaciones animales y femeninas constituyen una tradición cultural y ritual única de esta región.
Cuando estos objetos aparecieron en las culturas del Neolítico Temprano eran de dimensiones reducidas
y solo se asociaban con rasgos domésticos. En cambio, durante el Periodo Hongshan, incrementaron su
tamaño de manera drástica y se volvieron componentes importantes de las estructuras públicas rituales.
Estos cambios sugieren representaciones rituales que pasaron por una transformación desde el ámbito
doméstico a las actividades integradas de forma regional (Shelach 1999; L. Liu 2008).
La cultura Hongshan colapsó alrededor de 3000 a.C. Este evento coincidió con un episodio de dete-
rioro climático, y un periodo caracterizado por un clima seco y frío como resultado de una disminución
en las precipitaciones cuando el monzón del verano se debilitó en su fuerza hacia 5000 a.p. (An et al.
2000; Jin 2004). Su colapso también pudo haber estado relacionado con otros factores, entre los que se
incluyen la sobreexplotación de la tierra y la obsesión de la elite por la construcción de arquitectura ritual
y la manufactura de objetos rituales de jade como estrategias políticas en respuesta a los desafíos externos
(Li 2008). Las construcciones ceremoniales aceleradas durante el Periodo Hongshan Tardío pueden ser

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Fig. 7. Paisaje ritual en Niuheliang y artefactos procedentes de templos y entierros de la cultura Hongshan. A. Túmulos del
paisaje ritual de Niuheliang (foto: Li Liu); B, C. Máscara de arcilla y pechos humanos del Templo de la Diosa (B, Liaoning
1986: plate 1; C, foto: Li Liu); D-F. Artefactos de jade procedentes de entierros de elite (ornamento en forma de nube, tortuga
y cerdo-dragón) (fotos: Li Liu).

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indicios de medidas desesperadas tomadas por la elite como una respuesta religiosa a las transformaciones
ambientales. En todo caso, La complejidad social y religiosa de la cultura Hongshan no tuvo paralelos en
China durante el cuarto milenio a.C. Su desarrollo y decadencia representa el primer ciclo de ascenso y
colapso de las sociedades complejas en el Neolítico de China.

7. Ascenso y caída de las sociedades complejas en el Neolítico Tardío (5000-4000 A.P.)

Durante el tercer milenio a.C., la agricultura intensiva se volvió generalizada más allá de las regiones de los
ríos Amarillo y Yangzi, y diversos conjuntos materiales neolíticos se han sacado a la luz en gran parte de
China (Fig. 8). Sin embargo, es en estos dos grandes valles donde se pueden ver las mayores densidades de
población y los grupos complejos más desarrollados en el registro arqueológico. La mayoría de estas socieda-
des estuvieron organizadas jerárquicamente: el intercambio de bienes de prestigio fue una práctica común
entre los grupos de elite y la guerra entre las comunidades fue un proceso que se intensificó con el tiempo.
El control político, el poder ritual y la riqueza material se concentraron en unos pocos individuos que for-
maban parte de una elite. Con frecuencia, los centros regionales fueron construidos con recintos amuralla-
dos y algunos complejos desarrollaron formas tempranas de urbanismo con funciones políticas, religiosas
y económicas (v.g., Underhill 1989, 1994; L. Liu 1996, 2004). Las formaciones sociales de este periodo
están bien representadas por la cultura Longshan, en el valle medio del río Amarillo, y la cultura Liang-
zhu, en el valle bajo del Yangzi.

7.1. La cultura Longshan

Los patrones de asentamiento muestran tres niveles de jerarquía en la mayor parte de las áreas. En las lla-
nuras aluviales, los centros regionales no tienen, por lo general, más de 50 hectáreas de superficie y están
distribuidas en un patrón casi equidistante en el paisaje, lo que sugiere relaciones entre las entidades polí-
ticas. Al menos nueve de estos centros tuvieron estructuras amuralladas compuestas por fortificaciones de
tierra apisonada (L. Liu 2004). En la región ambientalmente más circunscrita, como la cuenca del Linfen,
en Shaanxi, el sitio Taosi surgió como un centro regional muy grande que debió haber dominado el área
entera por muchos cientos de años. En los antiguos textos chinos, las entidades políticas en la región del río
Amarillo han sido descritas como los «10.000 Estados» antes de la era dinástica (Chang 1999).
El sitio Taosi (2600-2000 a.C.) se ubica en un terreno en pendiente al norte de las montes Chong, en
la parte media de la cuenca del Linfen, lo que lo conecta con cordilleras en todas direcciones. Constituyó el
centro principal durante el Periodo Longshan Tardío, rodeado por unas pocas docenas de sitios más peque-
ños y, en su conjunto, conformaban una jerarquía de asentamientos de tres niveles (L. Liu 1996). La ocu-
pación puede ser dividida en tres fases —temprana, media y tardía— y cada una duró 200 años. Durante
la fase temprana, el sitio estuvo rodeado por una estructura de tierra apisonada circundante que abarca 56
hectáreas. En la fase media, se volvió más grande y circundado por un complejo amurallado, también de
tierra apisonada, que encerraba una superficie de 280 hectáreas (Fig. 9). La estratificación social es clara-
mente visible en el registro arqueológico. Los más de 1000 entierros excavados se pueden clasificar en tres
rangos: la mayor parte eran pequeñas tumbas que tenían pocas o ninguna ofrenda funeraria; en cambio,
las grandes tumbas (menos del 1%) estaban asociadas con cientos de objetos que incluían cerámica elabo-
rada, jade, tambores con piel de cocodrilo, artefactos de piedra y madera, y bienes rituales exóticos para
propósitos ceremoniales (Fig. 10, 3-11). Entre los objetos de jade, los tubos cong y los discos bi comparten
diseños similares con aquellos procedentes de otras muchas regiones, tan lejanas como la cultura Liangzhu,
en el valle bajo del Yangzi (Fig. 10, 3, 4). Las familias de elite vivían en estructuras magníficas que estaban
separadas por recintos amurallados del resto de la población común, la que se cobijaba en viviendas semi-
subterráneas y moradas formadas por acumulaciones de tierra (L. Liu 2004; Shaanxi Team et al. 2005).
Taosi también fue un centro de producción artesanal que incluía cerámica y artefactos líticos. Mediante
el uso de recursos líticos localmente asequibles de las montañas cercanas, en él se confeccionaron herra-
mientas utilitarias (espátulas, hachas, cuñas, cinceles, cuchillos grandes y puntas de lanza) y objetos ritua-
les (litófonos). Es uno de los sitios neolíticos donde se han encontrado los objetos de cobre/bronce más
tempranos de China. Una campana de cobre, probablemente hecha con la técnica de piezas moldeadas

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Fig. 8. Distribución de culturas y sitios del Neolítico Tardío. Culturas: I. Xiaoheyan; II. Alto Xiaozhushan; III. Dawenkou-
Shandong, Longshan Tardío; IV. Longshan; V. Laohushan; VI. Majiayao; VII. Liangzhu; VIII. Qujialing-Shijiahe; IX. Baodun;
X. Tanshisan; XI. Yuanshan; XII. Yonglang; XIII. Shixia; XIV. Shizhaishan; XV. Karuo. Sitios. 1. Taosi; 2. Mojiaoshan (ela-
boración del gráfico: Yu Qiao y Li Liu).

por secciones, fue desenterrada de una pequeña tumba, y un objeto de bronce arsenical en forma de engra-
naje unido a un disco de jade yuan fue descubierto en una tumba de tamaño mediano (National Bureau
of Cultural Relics 2002; L. Liu 2004) (Fig. 10, 1, 2). Sin embargo, no está claro si estos objetos fueron
confeccionados localmente u obtenidos por medio del intercambio. Asimismo, los objetos de jade fueron,
quizá, obtenidos por la elite mediante esta clase de redes. Por otro lado, dos glifos pintados con pigmento
rojo fueron encontrados en una vasija de cerámica (Fig. 10, 12). Son estilísticamente similares a las inscrip-
ciones en huesos-oráculo de la dinastía Shang y fueron identificadas por un arqueólogo como los caracteres
wen yi, los que, se cree, se refieren al nombre de la capital de la dinastía Xia (Feng 2008).

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Fig. 9. El sitio Taosi, cultura Longshan del Neolítico Tardío (redibujado y modificado de Shaanxi Team et al. 2003: 43).

Otro hallazgo lo constituye un complejo formado por un grupo de terrazas de tierra apisonada y co-
lumnas de planta cuadrangular que ocupa 1 hectárea de superficie. Las columnas estaban dentro de un
pequeño recinto que data de la fase Taosi Medio (Fig. 9). Las estructuras de tierra apisonada conforman
un plano semicircular en relación con un lugar central de planta circular construido, igualmente, con
el mismo material (Fig. 10, 13). Un estudio experimental sugiere que, al pararse en ese punto, se puede
observar el ascenso del Sol por sobre las montes Chong en el sureste a través de angostas brechas entre las
columnas de tierra apisonada. Este grupo de estructuras ha sido identificado como un observatorio astro-
nómico para la determinación de cambios estacionales (Shanxi Team et al. 2007). Si esta conclusión es

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Fig. 10. Artefactos y rasgos desenterrados de Taoshi, Periodo Longshan Tardío. 1. Campana de cobre; 2. Objeto de bronce sujeto
a un disco de jade; 3. Tubo de jade cong, 4. Disco de jade bi; 5. Litófono; 6, 7. Adornos de jade; 8. Entierro de elite; 9, 10.
Cerámica polícroma; 11. Objeto ritual de función no definida; 12. Cerámica con la representación de dos caracteres; 13. Plano
del observatorio (tomado y modificado de Institute of Archaeology 2007: 43).

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fiable, esta estructura podría ser el observatorio conocido más temprano de China. Ya que la comprensión
de los cambios estacionales era clave para las sociedades agrícolas del Neolítico con el fin de programar sus
actividades, se puede imaginar que la elite taosi pudo haber asumido un gran poder ritual por su posesión
de conocimientos astronómicos, necesarios para la determinación de cambios calendáricos. De esta ma-
nera, la importancia de este asentamiento es, también, atribuible a su función ritual.
Todos estos descubrimientos en Taosi indican que fue el centro económico, político y religioso más
importante de la región, se ocupaba de la producción artesanal y fue testigo del surgimiento de los grupos
de elite. Sin embargo, su influencia política estuvo, probablemente, limitada al área al interior de la cuenca
del Linfen, restringida por una serie de cordilleras montañosas. Por otro lado, el complejo parece haber
experimentado algún tipo de agitación política durante esta última fase. La estructura circundante de tierra
apisonada fue destruida, la zona decorada de manera suntuosa de las fases tempranas se convirtió en un
área de producción artesanal en donde se hacían artefactos de piedra y hueso, en especial puntas de flecha
hechas producidas con este último material; asimismo, muchos restos de esqueletos humanos cerca de esta
zona mostraban evidencias de violencia y, por último, los entierros de elite fueron profanados y disturba-
dos. Estos cambios coincidieron con el surgimiento de otro gran complejo en Fangcheng, de unas 230
hectáreas de extensión, al sur de las montes Chong (Fig. 9), lo que sugiere la intensificación de conflictos
intergrupales en la cuenca (L. Liu 2004: 109-113; cf. Shanxi Team et al. 2005). Este cambio social puede
haber conducido al colapso del sistema de asentamiento taosi hacia fines del tercer milenio a.C.

7.2. La cultura Liangzhu (3300-2000 a.C.)

Esta cultura se concentra en el área del lago Tai (Fig. 8). Hasta la fecha, se han registrado muchos cientos
de sitios liangzhu, que se caracterizan, de manera especial, por la abundancia de artefactos de jade colo-
cados en los entierros. Tienden a presentarse en grupos, y cada uno de ellos parece tener un lugar central
identificado sea por gran arquitectura pública o entierros elaborados. Entre ellos, el conjunto de sitios
Mojiaoshan, en el área de Yuhang, ha sido investigado de manera extensa y ha revelado un complejo sis-
tema de asentamiento.
El conjunto de sitios Mojiaoshan consiste de, al menos, 135 yacimientos en un área 34 kilómetros
cuadrados en las llanuras aluviales entre las cordilleras norte y sur de las montañas Tianmu. La mayor parte
de ellos son pequeños, de alrededor de 1 a 2 hectáreas de superficie, y pueden haber tenido un carácter
residencial, pero es probable que muchos de los de mayor extensión hayan asumido funciones especiales.
El centro principal se sitúa en Mojiaoshan, que consiste de una terraza artificial de cerca de 10 metros de al-
tura y 30 hectáreas de superficie. Se han registrado muchos cimientos de estructuras arquitectónicas hechas
con tierra apisonada, de más de 3 hectáreas de extensión, en la parte superior de la terraza. Es muy posible
que este lugar haya sido un centro político en relación con el conjunto integral de yacimientos (Fig. 11).
Al interior de este conjunto de sitios existe un amplio grupo de complejos con entierros de elite de alto
rango, lo que incluye tumbas que presentan cientos de objetos de jade asociados, altares de sacrificio cerca
de las montañas, y muchos centros de producción de objetos de jade o cerámica. Al norte se encuentra un
largo muro —construido parcialmente, por un lado, con tierra apisonada y, por otro, con superposiciones
de arena y guijarros— de 5 kilómetros de longitud y de 20 a 50 metros de ancho. Fue erigido de forma pa-
ralela a las montañas Tianmu y no se ha encontrado ningún sitio en el área entre ambos (Fig. 11). Muchos
estudiosos consideran que la función principal de este muro era la contención de las inundaciones. En ese
sentido, los sitios con mayor cantidad de fechados corresponden a las fases media y tardía (3000-2100
a.C.), y el recinto amurallado data de esta última. También se ha hallado una capa de limo sobre los depó-
sitos de la cultura Liangzhu en muchas partes de Mojiaoshan, lo que sugiere que su abandono puede haber
estado relacionado, en efecto, con inundaciones (Zhejiang Institute of Archaeology 2005, 2008).
La jerarquía social se muestra claramente en las prácticas mortuorias. Si bien muchas de estas pequeñas
tumbas no tienen ofrendas funerarias, las más grandes contienen hasta cientos de objetos de jade y cerá-
mica. Cuatro esqueletos humanos de Fuquanshan, que se inhumaron de manera no ceremonial, fueron
identificados como víctimas de sacrificio (Huang [ed.] 2000). Por otro lado, numerosos objetos de jade
se han desenterrado de entierros de elite en muchos sitios (Huang 1992; Mou y Yun 1992). La mayoría
de esos artefactos tienen formas geométricas, pero algunos fueron tallados con formas antropomorfas

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Fig. 11. El complejo Mojiaoshan, cultura Liangzhu (redibujado y modificado de Zhejiang Institute of Archaeology, 2005: fig. 10; 2008: fig. 1).
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Fig. 12. Objetos de jade de la cultura Liangzhu. 1. Tubo cong; 2. Disco bi; 3. Motivo del Hombre-Bestia tallado en jade (según
Fanshan 1988: fig. 20, plates 3.7, 4.1).

y zoomorfas. Las piezas típicas son los tubos cong, que tienen una forma cuadrangular en el exterior y
redondeadas en el interior, así como los discos bi. Un motivo característico, al que se le denomina como
Hombre-Bestia, es una imagen recurrente incisa en diferentes tipos de objetos de jade, pero más a menudo
en tubos cong (Fig. 12). Figuras como estas representan una criatura con un cuerpo mitad humano y mitad
animal; la parte superior es, más bien, humana, presenta un gran tocado de plumas y muestra brazos y
manos humanos, mientras que la parte inferior tiene rasgos animales con grandes ojos redondos y afiladas
garras. La interpretación más aceptada es que dicho motivo representaba una imagen chamanística de álter
ego y que los tubos cong eran parte de la parafernalia ritual utilizada como una expresión simbólica de
conexión entre el cielo y la Tierra (Chang 1989).
Las materias primas de los objetos de jade parecen haber procedido de fuentes locales en las montañas y
ríos (Jing y Wen 1996; Wen y Jing 1993). La manufactura del jade se realizaba, de manera clara, en algunos
sitios liangzhu, ya que se han encontrado herramientas para trabajarlo y productos a medio terminar en
varios sitios (Fig. 11). Algunos individuos que eran parte de la elite estaban involucrados en esta manufac-
tura. De hecho, en muchos entierros de elite se han hallado grandes cantidades de formas particulares de
artefactos de jade y piedra inacabados, herramientas para trabajar el jade y evidencias de desgaste (Jiang
1999; L. Liu 2003). Estos fenómenos sugieren no solo que estos individuos de alto estatus pudieron haber
sido artesanos dedicados a su elaboración, sino también que la producción de formas particulares se volvió
una clase de actividad muy especializada entre los artesanos de elite. El jade de Liangzhu, junto con su
significado simbólico, tuvo gran influencia en muchas culturas neolíticas de otras regiones, como la de
Taosi, de la que se trató arriba.
De manera evidente, la sociedad liangzhu estuvo jerárquicamente organizada. Algunos arqueólogos
han planteado que esta cultura llegó a tener un nivel estatal (Su 1997; Zhang 2000); de esta manera, el
conjunto de sitios Mojiaoshan pudo haber sido la capital de ese supuesto Estado (Yan 1996). Sin embargo,
debido a que existía un número de grupos de sitios que coexistían con Mojiaoshan en la región, se necesi-
tan más estudios acerca de patrones de asentamiento para determinar si este fue, o no, un centro principal
que controlaba el área entera de Liangzhu.
De manera misteriosa, Liangzhu llegó a su fin en la parte tardía del tercer milenio a.C. Su desaparición
ha inspirado muchas especulaciones acerca del colapso de esta sociedad tan compleja. Algunos estudiosos
creen que las crisis sociales internas que motivaron el gasto excesivo de energía en la producción de jade y
la construcción de grandes montículos funerarios fueron las responsables de esto (H. Zhao 1999); otros
sugieren que la invasión de la cultura Longshan fue uno de los principales factores del colapso liangzhu
(Song 2004). Asimismo, otros investigadores argumentan que las principales causas de ello fueron los
desastres naturales, como las inundaciones o la transgresión marina (Stanley et al. 1999). Todos estos fac-
tores pudieron haber contribuido con la decadencia de este sistema cultural. La erección de un muro de
contención para las inundaciones paralelo a las montañas Tianmu y una capa de limo hallada por encima
de los depósitos liangzhu en el grupo de sitios Mojiaoshan, como se mencionó antes, parecen respaldar, de
manera particular, la hipótesis de los desbordes.

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398 LI LIU

En resumen, Taosi y Liangzhu representan las sociedades complejas más desarrolladas durante el tercer
milenio a.C. en China. Ambas conformaban sistemas políticos bastante estratificados. Los grupos de elite
eran capaces de obtener y mantener un estatus político por medio de su poder ritual. De manera irónica,
las dos desaparecieron del registro arqueológico hacia el final del tercer milenio a.C., pero no fueron las
únicas culturas que dejaron de existir en dicha época. La disminución en el número de sitios y el abandono
de centros regionales fueron un fenómeno común en el paisaje a lo largo de los valles de los ríos Amarillo y
Yangzi. Esto marcó el fin del Periodo Neolítico y el inicio de la civilización de la Era del Bronce en China,
con el ascenso del Estado erlitou (1900-1500 a.C.), que tuvo su centro en la cuenca del Yiluo, en la parte
occidental de Henan (Liu y Chen 2003). Muchos arqueólogos han postulado que este cambio coincidió
con la época del Gran Diluvio, tal como está registrado en textos antiguos. Se cree que este diluvio o inun-
dación fue controlado por Yu el Grande, el legendario rey fundador de la dinastía Xia, hacia, aproxima-
damente, 4000 a.p. Si bien el transfondo histórico de la formación del mito del Gran Diluvio necesita ser
estudiado en profundidad (Lewis 2006), ciertamente muchas investigaciones científicas han demostrado
el acontecimiento de un episodio de deterioro climático alrededor de 2200 a 2000 a.C. en China (Xia
y Yang 2003; Wu y Liu 2004; Wu y Ge 2005). Incluso algunos sitios neolíticos muestran evidencias de
aluviones hacia fines del tercer milenio a.C., como Mojiaoshan, en Zhejiang, tal como se mencionó arriba,
y Mengzhuang, en Henan (Henan Institute of Archaeology 2003). Por lo tanto, si bien los relatos acerca
del control de estas catástrofes pueden haber sido solo invenciones, es probable que sí hubiesen ocurrido
inundaciones devastadoras en muchos valles, con lo que se destruyeron numerosos asentamientos y se
volvieron parte de la memoria colectiva de las antiguas poblaciones.

8. Conclusiones

En China, el proceso desde la primera aparición de cerámica (c. 19.000 A.P.) al surgimiento de las culturas
neolíticas (9000-7000 A.P.) tomó cerca de 10 milenios. Los sistemas de asentamiento y subsistencia mó-
viles del Paleolítico no comenzaron a cambiar sino hasta el inicio del Holoceno. El sedentarismo intensifi-
cado y las estrategias de recolección para la obtención de alimentos coexistieron por miles de años durante
el Holoceno Temprano, si bien la evidencia de producción de alimentos es insignificante en el registro
arqueológico. De manera similar a muchas partes del mundo, la transición neolítica en China ocurrió en
áreas con fauna y flora ricas y diversas. La domesticación de animales y plantas comenzó hacia 9000 a 8000
A.P., pero un modo de vida de cazadores-recolectores, combinado con una producción de alimentos de
bajo nivel aún, conformó la estrategia de subsistencia predominante por cerca de 2000 años. La agricultura
intensiva se desarrolló en muchas partes de China después de 7000 A.P.
Los procesos evolutivos, desde los sitios estacionales o semipermanentes en el Holoceno Temprano a
los sistemas de asentamientos organizados jerárquicamente en el Neolítico Tardío, no fueron unilineales.
Los caminos hacia la complejidad social no siempre fueron claros o tuvieron una sola dirección, sino que
experimentaban ciclos de desarrollo, deterioro y colapso. Sin embargo, hubo rasgos comunes compartidos
por muchas de estas sociedades: el excedente agrícola fue esencial para formar un fundamento económico
para el surgimiento de la complejidad social, mientras que la elite creó y mantuvo su autoridad política
por medio del control del poder ritual; de esta manera, la producción e intercambio de objetos rituales
de prestigio fueron decisivos para la formación de estatus social y redes de elites. Sin embargo, no todas
las culturas regionales que manifestaron grados avanzados de complejidad desarrollaron luego una orga-
nización social de escala estatal. Hacia comienzos del segundo milenio a.C., muchas sociedades comple-
jas neolíticas muy desarrolladas entraron en decadencia y desaparecieron del registro arqueológico. Esto
constituyó el advenimiento del primer Estado centralizado: el Estado erlitou. Su ascenso y caída manifestó
diversas relaciones entre diferentes grupos sociales, así como entre las fuerzas naturales y las comunidades
humanas. Los ciclos de ascenso y colapso de estos sistemas sociales a menudo muestran paralelos con las
fluctuaciones climáticas, pero fueron las respuestas sociales y las estrategias de liderazgo las que definieron
los cambios definitivos.

ISSN 1029-2004
CAMINOS HACIA LA COMPLEJIDAD SOCIAL EN CHINA 399

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REFLEXIONES
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA ACERCA
PUCP DEL
/ N.° 11 SURGIMIENTO
/ 2007, DEL1029-2004
405-415 / ISSN PODER Y ORDEN TEMPRANOS 405

Reflexiones acerca del surgimiento


del poder y orden tempranos*

Tom D. Dillehay a y Peter Kaulicke b

Resumen

Si bien no todas las contribuciones presentadas en estos dos números del Boletín se han centrado específicamente en los temas del
V Simposio Internacional de Arqueología PUCP, realizado en Lima en 2006 —es decir, el surgimiento del orden, el poder y la
complejidad— se pueden extraer y considerar varias tendencias y pautas de los casos que se han analizado de Sudamérica y fuera
del ámbito de este continente. En otras palabras, se trata de buscar directrices regionales e interregionales con el objeto de entender
este surgimiento en entornos mucho más amplios.

Palabras clave: complejidad, simplicidad, Periodo Formativo, orden, identidad, poder

Abstract

REFLECTIONS ON EARLY EMERGING POWER AND ORDER

Although not all of the papers in the two Boletín volumes focus explicitly on the themes of the V Symposium, Lima 2006
—emerging order, power, and identity— several concluding trends can be drawn and discussed across South America and be-
yond. The attempt is to point out tendencies that cut across different regional and international contexts in order to understand
the wider setting of this emergence.

Keywords: complexity, simplicity, Formative period, order, identity, power

Por lo general, los arqueólogos desean orden en su campo de estudio y eso se debe a que siempre se buscan
razones para los eventos y procesos ocurridos que se han desarrollado a su alrededor. Estas razones se carac-
terizan por ser predominantes, recurrentes y por tener la función de regular. Estos dos números, enfocados
en casos que ejemplifican el surgimiento del orden, la identidad y el poder en Sudamérica —comparados,
a su vez, con fenómenos parecidos en otras partes del mundo—, plantean, implícitamente, dos preguntas:
¿existieron regularidades de carácter social que eran comunes o subyacentes en la organización y práctica
entre las comunidades complejas emergentes en Sudamérica y, por confrontación, en otras regiones?, y,
si esto fue así, ¿a qué se debió su existencia y cómo se les puede explicar? Por largo tiempo, muchos in-
vestigadores han asumido que, si se pueden identificar las regularidades y entender por qué se dieron, se
podría obtener un mejor sentido de la conducta de los grupos humanos del pasado. Es decir, se reconoce
la importancia de esta presunción, pero también se la cuestiona. Cualquier explicación acerca de estabili-
dad social, regularidad, variabilidad o cambio lleva en sí un concepto subyacente de causalidad de lo que
se quiere decir cuando se advierte que algunos conjuntos de eventos o condiciones han «motivado» otros

* Traducción del inglés al castellano: Rafael Valdez


a
Vanderbilt University, Department of Anthropology.
Dirección postal: Nashville, Tennessee, 37365, Estados Unidos.
Correo electrónico: tom.d.dillehay@vanderbilt.edu
b
Pontificia Universidad Católica del Perú, Departamento de Humanidades.
Dirección postal: av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú.
Correo electrónico: pkaulic@pucp.edu.pe ISSN 1029-2004
406 TOM D. DILLEHAY Y PETER KAULICKE

de diversa índole. De esta manera, es tanto la causalidad y el significado los que se tratan de entender de
manera local, regional y por medio de la aplicación de comparaciones cruzadas.
Los estudiosos sudamericanistas y, de manera especial, los andinistas, están acostumbrados a considerar
los asentamientos y comunidades como puntos de partida para la reconstrucción de las estructuras sociales
del pasado y este constituye un método útil. Por ejemplo, existe una tendencia a asumir que una aldea o
caserío doméstico es una estructura social completa y que la existencia física de viviendas dispuestas de ma-
nera conjunta y un espacio organizado infunde relaciones sociales más complejas con una tendencia hacia
la permanencia. Sin embargo, en el estudio de los Andes parece ser necesario considerar otros enfoques;
por ejemplo, puede tratarse de una atención a hábitos funerarios más que de una organización y perma-
nencia en el asentamiento de carácter doméstico, lo que brinda una visión adicional no solo en relación
con las prácticas rituales que estructuraron el ciclo humano social y de vida, sino, también, al interior de un
amplio rango de actividades sociales por cuyo intermedio las sociedades emergentes del Periodo Formativo
—y las del Neolítico en el Viejo Mundo— establecieron su identidad y estabilidad en el espacio y su
comunidad en el tiempo. El centro de estas actividades pueden no haber sido los ámbitos de la vivienda
o la aldea, sino los cuerpos de los vivos y los muertos, los que proporcionaron los marcos específicos para
configurar experiencias sociales, así como las corporalidades en forma de representaciones figurativas. Si
bien este aspecto no ha sido muy estudiado en el entorno centroandino, es materia de reflexiones en otras
áreas del mundo como, por ejemplo, en Nigeria, donde una larga tradición de figurinas del Neolítico cul-
mina en las espectaculares estatuas tempranas de terracota que pueden alcanzar alturas de 1,50 metros y
que caracterizan la aún poco conocida cultura Nok (Chesi y Merzeneder 2006; Breunig et al. 2008; Rupp
2009; para un tratamiento más general de este tema, véase Renfrew y Morley 2007; nota editorial, este
número; Breunig, este número).
Estas y otras consideraciones constituyen el foco y significado de las contribuciones presentadas en un
intento por entender la identidad, orden y poder tempranos emergentes en un contexto cultural compa-
rativo. Como se puede esperar de una discusión arqueológica acerca del surgimiento de la complejidad, el
núcleo de estos dos números es de carácter empírico, es decir, se basa en datos. Si bien no se ofrecen aquí
modelos universales, todos los autores enfatizan un compromiso particular respecto de los enfoques de ca-
rácter local y regional. Algunos de los artículos hacen comparaciones explícitas de patrones en el transcurso
del tiempo. En todo caso, se espera que la presente obra estimule una reflexión más comparativa y centrada
empíricamente acerca del orden y complejidad emergentes.
De manera más específica, las versiones convencionales acerca de la complejidad social temprana a me-
nudo han asumido las explicaciones de la innovación y la reorganización de los grupos sedentarios como su
problema principal. Esto coloca el eje de la discusión en lo que una sociedad compleja emergente, o partes
de esta, obtiene con un proceso semejante en términos de tecnología y otras actividades culturales, así
como en los cambios más amplios en los patrones de organización social y económica. Otros análisis han
prestado atención a procesos paralelos, caracterizados —al menos en el ámbito de la cultura material— por
una tendencia opuesta que conduce hacia la simplificación y estandarización más que a la complejidad
(Yoffee 2005; Dillehay 2007). Esto es, se centran en un conjunto de transformaciones por cuyo intermedio
algo de la herencia cultural de la sociedad se conserva, como una continuidad fluida desde el pasado, pero
bajo condiciones alteradas. La planta y espacios sagrados en forma de «U» de los edificios ceremoniales del
Periodo Formativo en el Perú constituyen un ejemplo de continuidad fluida con un componente espacial
y otras innovaciones que se dieron desde, aproximadamente, 2000 a 500 a.C. (cf. Bueno y Grieder 1980;
Fung 1988; Maldonado 1992; Elera 1993; Kaulicke 1997). De esta manera, tanto la simplicidad en rela-
ción con la continuidad y la familiaridad, así como la innovación y la complejidad van de la mano en el
desarrollo de formas más grandes y «complejas» de la sociedad. En otras palabras, la complejidad puede
implicar simplicidad y viceversa (para aspectos relacionados, véase Kaulicke, este número).
En los Andes y la Amazonía, la simplificación de las prácticas cotidianas es, quizá, la evidencia más
clara en la producción de medios ampliamente diseminados como la cerámica. En estas regiones se puede
observar una larga tendencia desde las grandes vasijas de servicio, muy decoradas e individualizadas, del
Periodo Formativo Temprano o Periodo Inicial, un proceso que pasa por la fabricación de contenedores
llanos y cada vez más estandarizados y que termina en la manufactura de las pulidas vasijas para beber con

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asa-estribo del estilo Chavín del Formativo Tardío. En otras palabras, la simplificación y la manera de vol-
ver rutinario el uso de este y otros ejemplos de cultura material se pueden vincular con la aparición de este
tipo de contenedores. Estos objetos sirvieron, de manera evidente, para funciones rituales, funerarias y/o
administrativas para los que fueron diseñados solo hasta que formaron parte, en alguna medida, del orden
de las categorías o esquemas clasificatorios en los que se dividió y organizó un cierto aspecto del mundo
material. A partir de estas y otras formas tempranas y tardías de cerámica formativa más estandarizadas
se puede deducir que, para la vida social y ritualmente cargada del ámbito doméstico, se volvieron poco
a poco más impersonales, efímeras y rutinarias durante el proceso del surgimiento de la complejidad. En
otras palabras, es necesario entender qué fue lo que, en el pasado, se volvió más complejo, pero también lo
que se convirtió en algo más simplificado y habitual.
Más aún, es difícil esclarecer la manera de conjugar una interpretación integral de las transforma-
ciones complejas emergentes de carácter social y económico a lo largo del continente sudamericano. En
esta región, como en otras partes, el rango de estos cambios desafía las explicaciones en términos de una
versión materialista estrecha —o una de tipo realista— de la complejidad y la simplicidad. Además de los
modelos de productos alimenticios y patrones de consumo novedosos, las poblaciones antiguas desarrolla-
ron otras normas de movimiento y residencia, la extracción de nuevos materiales del paisaje circundante,
la producción de diferentes repertorios de objetos e imágenes cotidianos —junto con significados y usos
asociados— y prácticas rituales que giraban en torno de la muerte. El carácter «integral» de estos tipos de
transformaciones sociales conduce al tema más amplio que Claude Lévi-Strauss (1966) observó para el
espectro difuso de progresos que ocurrieron durante la «paradoja neolítica» del Viejo Mundo. Él sostenía
que son las instituciones alimentadas por la cultura y hábitos de pensamiento actuales las que han asig-
nado un estatus causal especial al cambio tecnológico, y lo «desconectaron» y separaron de otros ámbitos
de la experiencia, si bien mantenía una continuidad mientras desarrollaba innovaciones. De acuerdo con
Lévi-Strauss, el conocimiento empírico novedoso puede ser generado o asimilado por medio de un amplio
rango de nuevas actividades sociales que los arqueólogos pueden sentirse tentados a clasificar como inno-
vadoras, pero incluso dichas actividades, si bien no originales en un sentido estricto, pudieron servir para
generar movimientos y cambios en el mundo material y sus características.
Un ejemplo de continuidad —o de simplicidad y tradición— y complejidad es el debate planteado
por Neves (cf. este número) acerca de la presencia de cerámica temprana en la cuenca amazónica. Si bien
hay varios hiatos culturales —debido, principalmente, a los sesgos en la muestra realizada durante la in-
vestigación— existen algunas evidencias de ocupación humana continua y aglomeración de poblaciones
en unas pocas áreas de la cuenca, un proceso que comenzó hacia 4500 a.C. (véase, también, el caso de
San Jacinto en Colombia, estudiado por Oyuela-Caycedo, número anterior). Alrededor de 1 d.C. hay un
marcado crecimiento poblacional, concentración de grupos y cambios en el paisaje, los que se definen
por la presencia de grandes sitios con profundos depósitos estratificados de cerámica asociados con tierras
oscuras antrópicas, campos de cultivo y caminos elevados, extensas aldeas rodeadas por zanjas, redes de
intercambio a larga distancia y la construcción de estructuras megalíticas circulares. Por su parte, Prümers
(este número) describe un asentamiento complejo con la presencia de una estructura funeraria para un
individuo destacado en los Llanos de Mojos, en Bolivia. Si bien hay pocas transformaciones distinguibles
en el diseño y forma de los tipos cerámicos, esto también revela mucha continuidad y son mucho menos
complejas e innovadoras que las escalas y diseños mostrados en el trazado de las aldeas y la construcción
de otras obras públicas. De esta manera, existe una presencia de simplicidad en la forma del cambio en la
cerámica tradicional, pero, al mismo tiempo, se revela una complejidad en la forma de las innovaciones
tecnológicas y espaciales.
En lo que se refiere, de manera específica, al surgimiento del orden y complejidad social —que, a
menudo, se le asocia, firmemente, con el sedentarismo— algunos estudiosos han sugerido que el punto
de partida lo constituyen la intensificación de las relaciones y alianzas, así como las obligaciones sociales
(v.g., Bender 1998), la producción para la generación de excedentes y su uso en actividades ceremoniales
(Lourandos 1985), los festines (Dietler 2001; Hayden 2001) y/o la construcción de estructuras monu-
mentales (Scarre 2002; Milner 2004; cf. Trigger 1990). Otros han planteado que el incremento de la
complejidad resultó de la competencia entre elites que pretendían destacar o sobresalir (Crumley 1995;
Hayden 2001), los requerimientos en el manejo de información en el ámbito social (Price 1995), el control

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sobre la mano de obra de individuos con los que no se tenía parentesco (Hayden 1995; Arnold 1996),
la competencia política (Fitzhugh 2003; cf. Rowley-Conwy 2001), la presión demográfica y el estrés am-
biental (Cohen 1977; Kelly 1995), así como la dependencia de alimentos vegetales (Pearsall 1992, 2003).
También se ha sugerido que los grupos que necesitaban de la pesca o aquellos con un fuerte énfasis en los
recursos marinos eran más proclives a ser sedentarios y a exhibir más indicadores de complejidad (Kelly
1995; Arnold 1996, Arnold [ed.] 1996; cf. Moseley 1992). Argumentos similares se pueden hacer para los
pastores sedentarios, como lo muestran Yacobaccio y Núñez en el número anterior.
Más aún, en arqueología, el sedentarismo se asocia, a menudo, con los cazadores generalizados, hor-
ticultores complejos y/o agricultores incipientes (Lee 1981; Kelly 1995; Price 1995; Arnold [ed.] 1996;
Boehm 1999; Bentley y Maschner 2003; Lansing 2003). De hecho, el calificativo de «cazador generalizado
complejo» se ha basado, en gran medida, en indicadores de sedentarismo: grandes densidades de pobla-
ción, explotación intensiva de los recursos locales —lo que incluye el uso de cultígenos en algunos ca-
sos— y sistemas sociales relativamente formalizados. Más aún, la investigación etnográfica y arqueológica
reciente revela que la conducta del cazador generalizado no es, simplemente, un producto de adaptaciones
a ambientes naturales específicos, sino que se puede ver, también, como parte de estrategias sociopolíticas
y de relaciones sociales intergrupales (McGuire 1983; Kelly 1995; Rowley-Conwy 2001; Kuijt y Goring-
Morris 2002). Por ejemplo, el acto de compartir entre los grupos de cazadores generalizados y al interior
de ellos no podía ser solo una conducta adaptativa para incrementar la aptitud de los grupos, sino también
una estrategia intencional de individuos que tenían el papel de «donantes» para crear relaciones de «endeu-
damiento», lo que, a la larga, podía producir desigualdad social (v.g., Gosden 1989; cf. Saitta y McGuire
1998). En ese sentido, Gebel (este número) presenta el caso del sur de Jordania, probablemente una las
regiones más estudiadas en relación con esta problemática, y enfatiza la variabilidad y complementariedad,
con aparentes avances y retrocesos, de las estrategias tanto en espacio como en tiempo, y que solo a la dis-
tancia se los podría juzgar como «revoluciones» o «evoluciones sostenidas».
La movilidad de los cazadores generalizados, que ha sido típicamente considerada como una estrategia
adaptativa que compensaba la variabilidad espacial de recursos, también puede ser vista como una estra-
tegia social que apuntaba a acceder a información regional y al mantenimiento de las redes sociopolíticas
(Kelly 1995). Las construcciones de montículos por parte de estas poblaciones también son consideradas
como proyectos de carácter igualitario o no igualitario que integraron a los grupos humanos, realzaron la
identidad grupal y colectiva, y sirvieron para separar —ritual y espacialmente— a los grupos del mundo
exterior (Scarre 2002; Milner 2004; Sassaman 2008). Otro importante aspecto relacionado y asociado es
la presencia de instalaciones para observar fenómenos astronómicos, probablemente con el fin de orde-
nar el tiempo (cf. Ghezzi y Ruggles, número anterior, y Benfer et al., este número). Algunos estudiosos
han postulado que existe una congruencia entre los monumentos tempranos y los grupos de cazadores
generalizados complejos que practicaron la agricultura (v.g., Sherratt 1990). Esto es, la arquitectura de
gran escala fue esencial para la creación del sentido de comunidad entre los cazadores generalizados que
comenzaban a incorporar las cosechas y cultivos, y para llenar la necesidad de foci centrales permanentes,
como los monumentos y lugares públicos, con el fin de integrar a las agrupaciones residenciales dispersas.
Los estudios también indican que algunas sociedades de este tipo reprodujeron y transformaron activa-
mente sus propias historias por medio de actos diarios y conmemorativos en los monumentos (Thomas
1991; Rowley-Conwy 2001). Dichos monumentos pueden haber servido a sus comunidades por muchas
generaciones como los lugares de enterramiento de sus ancestros fundadores, osarios comunales y centros
continuos para el ritual público más allá de los ámbitos doméstico y comunitario. En resumen, estas nocio-
nes recientes identifican conductas de cazadores generalizados complejos, de los que ya tenían una o de los
que estaban a punto de vivir de manera sedentaria, y no como, simplemente, respuestas frente al ambiente
natural. De este modo, constituyen elecciones estratégicas de entre una variedad de opciones posibles en
las que las relaciones intrasociales eran variables de carácter crucial.
Un ejemplo de estos últimos aspectos está representado en el trabajo de Janusek (este número), quien
trata acerca de la complejidad y monumentalidad tempranas en la cuenca sur del lago Titicaca de los Andes
bolivianos por medio de un análisis de las formaciones de tipo multicomunidad que surgieron durante
el Periodo Formativo Tardío (100 a.C.-500 d.C.). Él asume al sitio de Khonkho Wankane y otros como
centros con una población residente reducida a los que llegaba gente en gran cantidad para la realización

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de ceremonias, festines u otras prácticas rituales (disembedded centers). Estos sitios fueron fundamentales
para las transformaciones sociales que resultaron en sistemas políticos centralizados que estaban involucra-
dos en actividades de carácter ritual y de otra especie, como la construcción de montículos. De acuerdo
con Janusek, los líderes no eran aggrandizers que buscaban autopromoverse, sino mediadores sociales e
ideológicos. Esta sociedad no tuvo un carácter estatal y tampoco una economía basada en la agricultura. El
caso altiplánico demuestra que los grupos no agrícolas podían desarrollar complejidad social y orden en los
edificios monumentales en ámbitos inesperados, que los monumentos estaban involucrados —y, a la vez,
no lo estaban— con diferentes aspectos de la sociedad —un tema al que se regresará más adelante—, y que
la complejidad puede ser más variable que lo que la mayoría de modelos arqueológicos propone.
Anderson presenta un caso similar para ilustrar la complejidad temprana de los cazadores generalizados
en el Sureste de los Estados Unidos, así como el incremento de la desigualdad social entre los individuos y
los grupos, de la arquitectura monumental, del ceremonialismo elaborado y de la guerra. Si bien socieda-
des de carácter estatal del tipo que se presentaron en la parte occidental de Sudamérica y en Mesoamérica
nunca se desarrollaron en esta región, las sociedades complejas caracterizadas por presentar cementerios
formales, complejos de montículos construidos con tierra apisonada y un elaborado ceremonialismo ya
existían en el área desde 7000 y 4000 a.p. De esta manera, las sociedades complejas persistieron por miles
de años en el Sureste, y la caza y la recolección fueron grandes medios de subsistencia en gran parte de este
intervalo. La producción de alimentos agrícolas solo se volvió importante hacia los dos milenios finales
antes del contacto con los europeos, mucho después de que las sociedades complejas se hubieran estable-
cido ampliamente. Lo más importante aquí es que hubo un cierto grado de permanencia y sedentarismo
respecto del componente ceremonial y público, pero no necesariamente del ámbito doméstico, lo que,
de nuevo, demuestra la variabilidad de contextos en las economías que no se basaban en la agricultura y
que, a pesar de ello, presentaban una monumentalidad y, para los propósitos del argumento del autor, la
posible desvinculación del dominio público respecto del espacio doméstico. Por su parte, Varien y Kohler
estudian el surgimiento de complejidad en el Suroeste de los Estados Unidos, mayormente en la región de
Mesa Verde, Colorado. El conjunto de sitios que abarca esta área es analizado con el objeto de entender
la introducción de una producción de cultivos domésticos, «las causas y consecuencias del crecimiento
poblacional», los efectos del cambio ambiental, la intensificación de la guerra, el grado de sedentarismo y
la frecuencia del movimiento de poblaciones, la formación de aldeas y el surgimiento de la organización so-
cial y política compleja.
Clark (este número) también reúne mucho material del área de Mesoamérica para sugerir el surgimiento
de jefaturas en Chiapas hacia 1650 a.C. y su difusión rápida durante el Periodo Formativo Temprano al en-
fatizar el papel de los contactos de larga distancia con la circulación de bienes, técnicas e información entre
los que destaca a las instituciones de integración social dentro de procesos rápidos hasta llegar al Estado en
1300 a.C. (San Lorenzo). Son los líderes carismáticos y chamanes los que se encargan de las instituciones
igualitarias y sus transformaciones. De este modo, este autor relaciona la complejidad social con la creación
de individuos y seres nuevos como una nueva teoría de conexiones intergeneracionales.
Otro ejemplo de complejidad monumental y agricultura incipiente es el sitio de Göbekli Tepe, ubi-
cado en el sur de Turquía. Este complejo representa una nueva comprensión del sedentarismo temprano
y el comienzo de la agricultura en el norte de Mesopotamia. Si bien no se han encontrado evidencias de
residencia en el lugar, se han inferido numerosas fases de construcción monumentales relacionadas con
prácticas religiosas. Las antiguas estructuras se fechan hacia el décimo milenio a.C. y están asociadas con
un modo de vida de cazadores-recolectores. Gebel (este número) presenta otros casos, como la famosa
arquitectura monumental del Jericó del PPNA —antes confundida con evidencias de una ciudad prís-
tina—, mejor entendida como la canalización del trabajo comunal gracias a excedentes productivos; los
asentamientos grandes, como ‘Ain Ghazal, tampoco reflejan una complejidad social mayor, sino que son,
probablemente, agregados de aldeas debido a conveniencias económicas y sociales. Hodder (2006) refuta,
de igual forma, la presencia de formaciones políticas complejas en el famoso sitio de Çatal Hüyük. De
manera similar, en China, Liu reporta que la cerámica y los espacios públicos aparecen ya hacia 19.000
A.P., en contextos del Paleolítico Tardío. Hacia 11.000 A.P. se desarrolló por primera vez un modo de
vida semisedentario y estuvo asociado con poblaciones de cazadores-recolectores. El cerdo, el perro, el

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arroz y el mijo fueron domesticados alrededor de 9000 a 8000 A.P. por parte de grupos humanos que aún
dependían, de manera principal, de plantas y animales silvestres. Las aldeas agrícolas sedentarias neolíti-
cas completamente desarrolladas no se establecieron si no hasta c. 7000 A.P. La economía agrícola fue el
fundamento para el surgimiento posterior de las sociedades jerárquicas organizadas, con la presencia de
grupos de elite que controlaban el poder político y ritual. En el transcurso de los periodos Neolítico Medio
y Tardío (7000-4000 A.P.) se desarrollaron y decayeron numerosas sociedades complejas en gran parte del
paisaje de China antes de la formación de los Estados tempranos en el segundo milenio a.C. Ambos casos,
en opinión de los autores del presente artículo final, también revelan una desconexión entre los ámbitos
público y privado, y las relaciones dependientes y codependientes que mantenían en el entramado de los
parámetros sociales, económicos y demográficos de estas sociedades tempranas.
Estos y otros muchos casos de estudio presentados en ambas obras sugieren que, a menos que fueran
dependientes de una fuente permanente de recursos marítimos o acuáticos, la mayor parte de comunida-
des complejas emergentes alrededor del globo necesitaban de una economía basada en la caza generalizada
o de carácter mixto —en parte pastoril y en parte agrícola—. En un momento posterior, la mayoría de las
sociedades dependieron, en algún grado, de la producción de alimentos, lo que implicaba prácticas agríco-
las y/o pastoriles, y residían de manera permanente en un espacio determinado. Dada la falta de recursos
para obligar a residir en un lugar a una población concentrada y las potenciales desventajas de una vida
más compleja y sedentaria —por ejemplo, una exposición incrementada a las enfermedades, potenciales
conflictos sociales, entre otros—, la clave para el éxito del sedentarismo y complejidad debe haber estado
en sus aspectos e identidades sociales, y la manera en que estaban configuradas por individuos o grupos
diferentes que, a menudo, competían entre sí. De esta manera, el sedentarismo y la complejidad social
trajeron consigo cambios sustanciales al fenómeno de las poblaciones concentradas. Además del tamaño
acrecentado del sitio, los asentamientos permanentes también tuvieron configuraciones físicas novedosas,
como la aproximación, entre sí, de los espacios públicos y privados, o los identificadores arquitectónicos
de diferenciación social incipiente.
La formulación cognitiva del orden y complejidad emergentes en las comunidades sedentarias también
es importante. Estos aspectos proporcionaron ocasiones para contactos que debieron haber permitido
comprometerse en una conducta social más compleja a los individuos y unidades domésticas (Thomas
1991; Bender 1998). Por ejemplo, la velocidad del transporte y comunicación entre los grupos perma-
nentemente establecidos debe haber transformado los roles sociales al interior de los sitios. Su importancia
radica en su papel potencial como lugares de autoridad incipiente que eran capaces de generar o difundir
discursos y creencias colectivas, desarrollar, evaluar o rastrear innovaciones que ofrecían escenarios de ca-
rácter social para la reunión de información —por ejemplo, ambiental, social, económica y cultural—,
establecer redes y monitorear tratos implícitos. Estos lugares debieron haber integrado la trama del espacio
social de los asentamientos, con el resultado de que las relaciones sociales fueron construidas sobre el es-
pectro económico de los habitantes del sitio y del interior, una serie de vínculos entretejidos con posibles
distinciones sociales, lo que es sugerido en diversos estudios, como los de Dillehay, Shady, Rick, Vega-
Centeno, Reindel e Isla, Scattolin, Makowski, Núñez y Fuchs et al. (número anterior), así como Janusek,
y Varien y Kohler (este número). Una fuerza cohesiva de estas relaciones fue, quizá, el medio por el que la
información y las decisiones acerca de los objetivos compartidos de largo plazo fueron administradas —y,
quizá, representadas espacial e iconográficamente— en sitios como Caral, Khonkho Wankane, Göbekli
Tepe, Chavín de Huántar, Sechín Bajo y Tulán 54. El manejo de información entre individuos y grupos
también se debió haber alcanzado por medio de una toma de decisiones consensuales para reducir el
conflicto social. El beneficio de un mayor flujo de información trabajaba en la mutua ventaja de distintos
grupos al interior de las comunidades. Para alcanzar un modo de decisión consensual más ventajoso se tuvo
que haber requerido, también, de una inversión significativa de tiempo y una creencia compartida de que
aquellos involucrados en el sistema —tanto como individuos o por medio de unidades domésticas y aso-
ciaciones de parentesco— podían, a la larga, obtener una mejor posición que si no hubieran participado.
Un caso algo excepcional parece ser el del Egipto antiguo. Seidlmayer (este número) demuestra la presencia
de elites claramente establecidas desde el temprano cuarto milenio a.C., con centralización, producción
especializada e intercambio a larga distancia, así como una iconografía de poder que antecede, en mucho,
la de los faraones históricos.

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En los tipos de comunidades sedentarias complejas de los casos de estudio de Sudamérica como de
otras áreas representados aquí, la inversión a largo plazo en consenso debe haberse manifestado en todos
los niveles del ámbito físico: los monumentos tempranos construidos por los grupos humanos, la reunión
y disposición conjunta que se logró en las áreas de actividad y al interior de la esfera doméstica en la ar-
quitectura de las viviendas, los lugares públicos y los complejos funerarios. El ámbito físico no solo incluía
lo que estaba fijo en el terreno, sino también lo que se podía transportar: adornos, vestimenta, utensilios
y otros objetos confeccionados e intercambiados. Se puede postular que, por medio de la arquitectura, o
las preferencias en los alimentos y la producción de artefactos, se pueden documentar cambios sociales
en los asentamientos y la conversión de grupos sociales en una configuración sedentaria compleja. Estas
transformaciones, que apuntan al desarrollo de identidades sociales y culturales nuevas que se basaban en
las tradicionales y que se expresaban en términos materiales y espaciales, sugieren, más aún, otras formas
de cambios ideológicos y sociológicos que no se pueden documentar arqueológicamente, pero de los que
se sabe que se dieron en la transición al sedentarismo. Algunas de estas nociones están expuestas en los
trabajos de Dillehay, Chu, Scattolin, Vega-Centeno, Shady, Makowski y Rick (número anterior), así como
en los de Janusek, y Varien y Kohler (este número).
Un patrón expresado, de manera implícita, a lo largo de todos los casos de estudio es la separa-
ción — desconexión o desvinculación—, espacial y funcionalmente, de conjuntos de actividades «code-
pendientes» que incluían el uso regular de entornos al interior o fuera de los asentamientos ocupados por
los grupos humanos. Estos eran series de actividades que ocurrieron en redes de espacios que se pueden
considerar aquí como sistemas y escenarios que se complementaban. En otras palabras, diferentes tipos de
actividades podían darse en distintos lugares y podían haber sido organizadas por grupos diversos, de ma-
nera que los «sistemas de actividades» se daban en «sistemas de escenarios» y, a la vez, podían incluir horti-
cultores, cazadores-recolectores y pescadores. Esta es, también, la visión que se tiene de diferentes tipos de
sitios, por lo que los complejos funerarios pueden presentarse en forma de un cementerio permanente o
una locación funeraria espacialmente separada de un sitio habitacional o un centro ceremonial. Lo mismo
puede ser cierto para los centros o lugares ceremoniales permanentes, tales como Göbekli Tepe, Chavín
de Huántar, Caral, Tulán 54, numerosos sitios tempranos del valle de Chancay, en la costa central del
Perú, y muchos otros, los que, al parecer, funcionaron como asentamientos residenciales independientes
respecto de los espacios domésticos, si bien estos últimos pueden también haber incorporado componentes
funerarios, ceremoniales u otros tipos de elementos. Así, las actividades organizadas en algunos de ellos
afectaban lo que ocurría en los otros y tienden a caracterizar muchas de las sociedades tempranas tratadas
en ambas entregas.
Por último, se harán algunos comentarios finales. En primer lugar, en ninguna de las contribuciones
se ha abordado, de manera directa, los orígenes y desarrollo de las ideologías de orden y poder, y la impor-
tancia fundamental de la capacidad de organizar grandes poblaciones para convertirlas en sociedades civi-
les que fueran productivas como unidades sociales. De hecho, nuevas cosmologías e instituciones deben
haberse empleado para alcanzar estos objetivos. Las elites emergentes deben haber tenido un papel crucial
en la articulación de estos aspectos al interior de la sociedad, aun si no se hubiera tratado de individuos
que buscaran sobresalir para enaltecerse y sobresalir sobre los demás (self-aggrandizers), tal como Janusek
postula para el Periodo Formativo de Bolivia.
Orden y desorden son, aquí, temas de interés específico. Casi todos los artículos de estos dos números
se enfocan, de algún modo, en las creencias y prácticas rituales que se dieron en edificios monumentales
y emplazamientos especiales. Dichas prácticas constituían mecanismos para proporcionar cooperación y
orden en la sociedad, brindaban confianza en la existencia de soluciones para reducir el estrés e inquie-
tud, y para revelar la estructura ordenada inherente (o atribuida) del mundo. De diversas maneras, las
creencias y prácticas rituales explicaban los eventos trágicos e impredecibles dándoles un significado que
no era necesariamente una causa, pero si la seguridad de un significado. La mayoría de las sociedades, por
razones políticas y sociales, tienen una necesidad más grande que otras de realizar rituales propiciatorios en
monumentos y lugares públicos especiales, pero la cooperación pública en estas locaciones probablemente
no procedía de manera natural. Esto, quizás, impuso una gran demanda en el aparato ritual en las que
estas sociedades reconocían y celebraban su unidad y orden. De manera implícita, las ceremonias de ese
carácter tenían que invocar a la unidad cultural como una manera de evitar el conflicto intergrupal, definir

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límites y expresar reivindicaciones de identidad de forma simbólica. Dispuestos en este contexto, los líderes
podían surgir y dedicarse a actividades diseñadas para magnificar el poder y la identidad, particularmente
por medio del patrocinio y organización de ceremonias públicas, y de la mano de obra para la construcción
de monumentos. En la organización de esas actividades públicas, un líder también le añadía un valor a
ese trabajo por medio de su organización con el fin de obtener un beneficio comunitario que no se podía
alcanzar de otra manera.
En segundo lugar, si bien pocos artículos presentados han adoptado el enfoque de la comparación
cruzada en sus análisis, parece percibirse un cierto traslape y acuerdo entre los autores en relación con las
variables clave que conducen y explican conceptualmente el orden, la identidad y el poder emergentes.
Esto no quiere decir que se debe buscar una base conceptual global para explicar todos los casos de estudio
que ocurren debido, simplemente, a que las formulaciones generales pueden ser criticadas como «funda-
mentalistas» o «totalizadoras», es decir, que por medio de la imposición de una uniformidad reducen todos
los casos a los términos de un modelo e ignoran toda la variabilidad regional que cae fuera de este. En ese
sentido, los estudios presentados aquí tienen diferentes enfoques para explicar los datos recogidos y poseen
toda la potestad para considerar los contextos y las variables importantes en cada uno de ellos.
En tercer término, si bien los autores no lo han aludido directamente, parece que existe un esfuerzo
implícito por emplear los monumentos, la arquitectura y el espacio como los medios primarios para validar
las distinciones sociales entre las elites y las no elites, para comunicar orden e ideas y para promulgar o
crear conceptos de orden. Esto está bien demostrado en los estudios realizados por Vega-Centeno, Shady
y Dillehay (cf. número anterior), así como Anderson y Janusek (cf. este número). Pero existe un tema que
parece ser aún más claro en la mayoría de las contribuciones: el del aspecto del orden que ordena, es decir,
los procesos simultáneos de exclusión e inclusión. Si bien los nuevos espacios, monumentos e, inclusive, los
objetos de valor se vuelven asequibles para las elites emergentes, en primer lugar, y luego son trasmitidos a
los individuos que no las conforman, nuevas formas de objetos y espacios sagrados se crean para mantener
las diferencias sociales. Esto es lo que se puede ver en el artículo de Rick, el caso mapuche presentado por
Dillehay e, incluso, en partes del trabajo de Núñez (número anterior). De esta manera, la distinción social
estaba marcada, principalmente, por la posesión de ciertos objetos o iconos sagrados, luego por el acceso a
espacios restringidos y representaciones en el arte monumental y, por último, por un amplio conjunto de
marcadores de elite como las vasijas de cerámica especiales con representaciones singulares o los contextos
funerarios en áreas o sitios seleccionados. Si bien cada una de estas innovaciones creó nuevos tipos de
diferencias entre las elites y otros miembros de la sociedad, el constante flujo de innovaciones materiales,
espaciales e iconográficas permitió a los individuos compartir algunos marcadores de elite con los grupos
de bajo rango sin ver amenazado su propio estatus o rango superior en el orden social.
Existe un cuarto aspecto importante que se debe tratar. El poder emergente en los sitios neolíticos y
formativos tratados evidentemente dependía de la creación y mantenimiento de coaliciones de diferentes
facciones sociales y económicas que radicaban en sitios distintos, pero, al mismo tiempo, estaban conexos.
Parece ser que el momento más efectivo para unir a estas facciones lo constituyeron las reuniones ceremo-
niales, que proporcionaron un escenario indispensable en este proceso. Los conceptos de orden pudieron
ser materializados en estas locaciones especiales, que habrían permitido a los líderes emergentes captar
aliados en proyectos conjuntos, sustentados por imágenes e ideas formadas acerca de lo que constituían
las buenas relaciones intergrupales. Sin embargo, no se sabe cuál fue la medida en que cualquiera de estos
conceptos de orden favoreció las dimensiones cosmológicas, políticas y/o económicas de una sociedad
sobre otras. Estos escenarios y reuniones pudieron haber sido utilizados para orientar y motivar segmentos
sociales clave. Por medio del estudio de estas relaciones y sus significados en sus lugares de origen se podrá
ayudar a esclarecer sus desarrollos y transformaciones en el transcurso del tiempo. Por último, gran parte
de estas conclusiones han tenido un tono reaccionario, lo que fue motivado por la ausencia de ciertos
aspectos en muchas de estas contribuciones. Como resultado, tienen limitaciones para conformar una
buena sinopsis de todas ellas; sin embargo, los temas tratados tienen ciertas implicancias para los tipos de
investigaciones que se deben realizar en el futuro.
En todo caso, para terminar este trabajo con un tono un poco más positivo, se puede constatar que
el problema del surgimiento de la complejidad social es un asunto que obliga al trazado de perspectivas
globalizantes y de gran profundidad temporal, y al abandono de la ficción de contados centros civilizadores

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surgidos —en forma casi milagrosa— en un extenso mar de sociedades casi amorfas sin historia, como
elementos casi constitutivos de la «naturaleza» y, por lo tanto, sin participación activa en los cambios
fundamentales que ha experimentado la humanidad. Si se acepta la inmanente capacidad de los cambios
sociales, económicos, políticos e ideológicos entre los cazadores-recolectores —de la que se presentaron
numerosos ejemplos en estos dos números— el surgimiento de complejidad no es un milagro casi casual
como prolegómeno a los centros de la «alta civilización» en escasos ejemplos del globo, sino parte de la
compleja historia de innumerables conexiones entre los individuos, los grupos y sus respectivos mundos.
En este sentido, se ha demostrado que tanto América del Norte como Mesoamérica y América del Sur
ofrecen mucho para la discusión global del tema que se propuso aquí, al punto que los especialistas que se
concentran en el Viejo Mundo deberían incluir más de estos aportes en sus estudios. Por otro lado, esto
debería llevar a un diálogo internacional más fructífero en el que este balance de dialéctica entre simplici-
dad y complejidad no se incline demasiado en favor de la primera.

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