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SILENCIO SINOPSIS

Martin Scorsese. EUA, 2016.

Esta película tiene que ver


con la historia del cristianismo en Japón, que se lee como una
verdadera novela de suspenso y de aventura. Comienza hacia 1549
con la llegada de los barcos portugueses y los jesuitas. El más famoso
de los misioneros fue San Francisco Javier, quien dio inicio a una
época de gran crecimiento cristiano que duró un siglo, llegando a
existir cerca de 300.000 católicos en Japón. Sin embargo, desde fines
del siglo dieciséis empieza una serie de persecuciones que,
finalmente, dan al traste con el cristianismo abierto y permitido. Es
famoso el caso de los veintiséis cristianos crucificados y lanceados en
la ciudad de Nagasaki.

Hacia 1614, el shōgun Tokugawa Ieyasu, decide expulsar a los


jesuitas. Se estima en más de 5000 el número de cristianos asesinados
a comienzos del siglo diecisiete. Eventualmente se produjo una
rebelión, en la cual más de 30.000 rebeldes, en su mayor parte
cristianos, murieron en combates. Después de ello, muchos fueron
quemados vivos. Hacia 1630 se produce el extraordinario fenómeno
de los cristianos ocultos (conocidos como Kakure Kirishitan), que
lograron mantener su fe en la clandestinidad. Ante la falta de
sacerdotes, formaron un sistema basado en el ministerio de los laicos.
Naturalmente se fueron estableciendo creencias sincréticas con las del
budismo y el sintoísmo, pero, aun así, cuando se permitió de nuevo
que hubiera culto católico hacia mediados del siglo diecinueve, los
nuevos misioneros pudieron identificar cerca de 30.000 cristianos
ocultos, todavía practicando a su modo la fe católica, en la región.

Es en este contexto de la fe heroica de los cristianos ocultos dispersos


en las pequeñas aldeas de las costas de la región de Nagasaki, que
transcurre la trama de Silencio, una obra impresionante del gran
director Martin Scorsese. Es la historia de dos misioneros que se
atreven a viajar al Japón en busca de otro misionero perdido, que fue
su maestro y mentor y que se sospecha que ha renunciado a la fe para
conservar su vida. Llegan los misioneros a las costas y rápidamente
se encuentran con aldeanos cristianos que los reciben con grandes
expectativas, cariño y reverencia. En el ambiente de persecuciones
que se está viviendo se va desarrollando una extraña historia de
lealtad, de sacrificios, de dudas y de traiciones, que se nos cuenta en
forma extensa y detallada, abundante en momentos de vivo e
insoportable sufrimiento, que penetran en la mente del espectador,
agudizados por la extraordinaria fotografía de Rodrigo Pietro y por
los tonos húmedos, nebulosos y grises que llenan los espacios. Es el
mar un continuo protagonista, un mar de olas impetuosas y de costas
rocosas que se ensaña sobre las personas; protagonistas son también
las montañas, los bosques y los caminos pantanosos, y el ambiente
lluvioso y desolado.

Silencio es ante todo un recorrido mental, en el cual nos adentramos


en los pensamientos de Sebastián Rodríguez, uno de los misioneros,
protagonizado por Andrew Garfield. Llega al país como una persona
joven y llena de ilusiones, con una fe que se adivina profunda y
persistente, capaz de mover montañas y de afrontar los mayores
sacrificios y el martirio, si fuera del caso. A medida que se va
enfrentando a las experiencias y a las vivencias de las pequeñas
comunidades, a medida que atestigua la sencillez y la extraña fortaleza
de la fe de esas personas temerosas y ocultas, que hacen frente a las
angustias del martirio con esperanza y con extraordinaria valentía, su
propia fe se va llenando de nieblas y de asperezas, su mente se inunda
de preguntas que no tienen respuesta y de razonamientos
sorprendentes, hasta caer en un letargo, en una zona de comodidad
que le permite encontrar razones para dejarse llevar, para aceptar que
no es capaz de resistir ni de enfrentarse a la dura realidad de las
persecuciones y del martirio.

Entonces se genera el silencio, que se convierte en el protagonista de


la película. Es un refugio de la mente que se antoja apropiado y
coherente con esa nueva sociedad japonesa de creencias budistas y
meditacionales, que va absorbiendo y sumergiendo a Rodríguez, y en
la cual se encuentra con el antiguo mentor que vino a buscar a estas
lejanas islas, el padre Cristóbal Ferreira. Protagonizado por el
veterano de varias lides de este tipo, Liam Neeson, Ferreira también
se ha refugiado en un práctico silencio que le ahorra experimentar las
angustias de la apostasía.

Cobra de nuevo protagonismo la fotografía de Pietro, que se enfoca


ahora en los rostros de los dos antiguos misioneros, tratando de
auscultar el significado de sus silencios y de sus razonamientos. Los
mismos que vamos teniendo los espectadores que, ante la
contemplación horrorizada del martirio, quizás van entendiendo que
hay posibles alternativas, pero que estas quizás están reservadas para
personas de cierta ilustración que son capaces de vivir vidas paralelas
conectadas o separadas por la incomunicación. Y establecemos
comparaciones con la dura situación de los cristianos ocultos de las
humildes aldeas, que no pueden renunciar a su fe ni gozar de la
libertad de practicarla. Lo primero porque se sienten profundamente
traidores y rechazados entre sí y porque confían en el cielo que los
espera cuando mueran por la fe; lo segundo, porque están
desprotegidos y menospreciados por los poderosos del país. Entonces
deciden igualmente refugiarse en el silencio, en la práctica de una fe
callada y duradera, oculta en sus corazones. Silencio ilustrado,
silencio humilde. Vivencias paralelas del espíritu humano
Scorsese intercala las escenas de comunión espiritual, las de intercambios
argumentativos y las de violencia y barbarie, estas últimas más comedidas
que de costumbre, con una planificación visual en pocas escenas
seductora, menos inspirada que otras veces, y sosteniendo el peso de
la trama sobre todo en los diálogos, lo que convierte a Silencio en un
filme marcadamente discursivo e impide el verdadero
apasionamiento y que resulte lo conmovedora que podría para los
espectadores. Pareciera que Scorsese deja que la aportación de fuerza
emocional recaiga en sus actores, y ni siquiera la belleza del paisaje
natural de las islas parece especialmente aprovechada en esta ocasión.

Un dato interesante de la película, es el escenario que impresiona y el contexto en


donde transcurren los hechos, la fe de los cristianos es evidente: “se quedaron sin
sacerdotes” y los laicos se organizaron como pudieron, al punto de designar a un
hombre para bautizar, a otro para mantener el conteo del calendario litúrgico así
como un jefe de la iglesia o chokata, que también aparecen en la película, son los
que buscan a los misioneros recién llegados y los protegen.

Llama la atención de la película. Es la puesta en escena de “prácticas para la


apostasía”, dan descrita en las cartas de los misioneros, que luego se hacen
norma cada año para los japoneses, como el de obligar a los cristianos a pisar las
imágenes del Señor en la Cruz, de la Virgen María y otros santos, para probar que
no eran cristianos, está es una de las escenas que se repite.

La película de genero dramático se postula para el Oscar y en la crítica algunos


han querido ver, una justificación del fracaso de la Iglesia Católica en su
evangelización en Japón y como puesta en valor de los jesuitas que lo intentaron”.
El relativismo de la fe o de los ideales que se derrumban ante los acontecimientos
vividos permanecen expuestos durante casi en toda la película, con ese desenlace
confuso de la apostasía de los dos jesuitas, deja al final un sabor extraño de
sincretismo religioso o de crítica, es una buena película para su género.
Según se puede datar hoy el 24 de noviembre de 2008 fueron canonizados 188
mártires, asesinados entre 1606 a 1639 en la ciudad de Nagasaki, 30.000
personas asistieron al evento presidido por el cardenal José Saraiva Martins.
El caso del P. Ferreira

La publicación de este libro causó una gran conmoción en Japón, donde nunca hasta
entonces se había tratado de modo tan la brutal la persecución sufrida por los cristianos
desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII. La obra inspiró con anterioridad
otra adaptación cinematográfica: Os Olhos da Ásia (1996) del director portugués João Mário
Grilo.

Ferreira continuaría sus estudios (Teología y Filosofía y estudios humanísticos) en Macao


(China). En 1608 fue ordenado sacerdote y celebró su primera misa el día de Navidad de
ese año. El 16 de mayo de 1609 deja Macao y embarca hacia Japón. Llega a Nagasaki el
29 de junio. Es destinado al seminario de Arima para continuar sus estudios de lengua
japonesa. En el verano de 1612 se interrumpen dichos estudios cuando el daimio local,
Arima Harunobo, se convierte en perseguidor de cristianos. El seminario y los misioneros
tienen que trasladarse a Nagasaki. Ese mismo año Cristóvão Ferreira es destinado a Tokyo.

El 27 de diciembre de 1614 se promulga un edicto para censar a miembros de distintas


religiones. Y el 12 de febrero de 1615 se promulga una orden para que todos los sacerdotes,
hermanos y catequistas acudan a Kyoto. Se decidió que algunos sacerdotes no se
presentaran y permanecieran ocultos en el país. El provincial jesuita decidió que Ferreira
fuera uno de los que permaneciera en Kyoto, junto a Bento Fernández, y a varios hermanos
jesuitas y catequistas. Los demás misioneros iniciaron su exilio el 8 ó 9 de noviembre de
1615.

Ferreira fue nombrado superior del distrito Kami, encargado de los cristianos de Miyako y
Fushimi. Las persecuciones continuaban. Pronunció sus últimos votos en Nagasaki el 1 de
octubre de 1617. Y comienza a actuar como secretario del provincial Mattheus de Couros
SJ. Durante este tiempo, y debido a la enfermedad del provincial, el P. Ferreira tuvo que
viajar mucho por la provincia y mantener constante contacto con los demás misioneros
jesuitas que permanecían en Japón.

En el verano de 1621 el P. General de Roma nombra provincial a Francisco Pacheco SJ y


Ferreira es relevado de su puesto de secretario-socio siendo destinado al centro de Japón
en 1621, a Osaka donde residió durante 4 años. En 1625, el provincial Pacheco es apresado
y quemado el 20 de junio en Nagasaki. Couros de nuevo asume el cargo de provincial y
vuelve a llamar a Ferreira, quien reportaría a Roma numerosos y detallados casos de
martirios de cristianos durante los siguientes años.

El 12 de julio de 1632 el provincial Couros muere oculto en la villa de Hasami. El jesuita


mayor de la provincia, Sebastiao Vieira, asume su administración esperando el
nombramiento de un nuevo provincial desde Roma. Pero es arrestado en el verano siguiente
y Ferreira se convierte de facto, aunque no oficialmente, en vice-provincial, y asimismo en
vicario general de la diócesis de Japón (ya que el provincial de los jesuitas había asumido
hacía un tiempo ese cargo). Finalmente Roma le nombra vice-provincial el 23 de diciembre
de 1632, aunque nunca llegaría a recibir el nombramiento.

En ese momento los martirios y persecuciones están en su punto álgido. Se había creado
un nuevo martirio, llamado “la fosa”. La lista de religiosos y cristianos muertos bajo este
tormento es larga.

El 18 de octubre de 1633 Ferreira es arrestado junto a un grupo de sacerdotes y religiosos,


entre ellos otros jesuitas y dominicos. Después de cinco horas sufriendo la fosa, cede y
apostata. Tenía en ese momento 53 años de edad y 37 como jesuita.

Las autoridades japonesas le trasladaron a Nagasaki y le obligaron a vivir en una casa con
la viuda japonesa de un mercante chino. Adoptó el nombre de Sawano Xhuan. Vivía al modo
japonés y recibía del gobernador un estipendio anual para vivir.

Como las pocas noticias que llegaban de Japón eran heroicos relatos de martirio de
cristianos (muchos de ellos escritos por el propio Ferreira), su apostasía causó un gran
impacto en el mundo católico europeo. Las autoridades japonesas lo emplearon de traductor
de documentos españoles y portugueses. Y varios documentos lo sitúan como testigo en
otras apostasías de cristianos. Su nombre llegó a aparecer en la historia de la medicina
japonesa.

El 27 de junio de 1643 arribó un grupo de jesuitas, donde estaba Giussepe Chiara (el P.
Sebastiao Rodrigues en la novela y película), a la isla de Oshiva con la intención de entablar
comunicación con Ferreira. E inmediatamente fueron arrestados.

Aunque no existe documento ni fecha oficial, se ha admitido la versión que narra que al final
de sus días, con unos 70 años, Cristóvão Ferreira, en 1650, tras haber abjurado su
apostasía es martirizado en la fosa donde muere. Según otras fuentes, Giussepe Chiara
también abjuró su apostasía y acabó sus días en una inhumana celda de castigo.

y teología

El argumento. El argumento de la película responde a la novela de Shusaku Endo. A su


vez, la novela está construida en parte sobre hechos históricos relativos a las figuras de
Cristóvao Ferreira y de Guisesepe Chiara. En la novela y película el P. Ferreira sale con su
propio nombre, pero Chiara se convierte en Sebastiao Rodrigues.

Hay suficientes datos históricos que apoyan el admitir que Ferreira abdicó de la fe cristiana
y quedó absorbido por la sociedad japonesa, a la que prestó variados servicios, incluyendo
la medicina. Una de sus funciones era intervenir en la apostasía de otros cristianos. Parece
ser que este fue el caso en la abdicación de Chiara (Sebastiao Rodrigues). Existen también
indicios de que tanto Ferreira como Chiara, ambos integrados en la sociedad japonesa tras
su abjuración, volvieron a manifestar su fe cristiana. Fueron entonces apresados, torturados
y llegaron a perder la vida, siendo martirizados. Pero, en todo caso, no existe certeza total
sobre lo que realmente aconteció.

Obviamente, la novela de Endo y la película de Scorsese, partiendo de estos hechos,


ofrecen una interpretación libre de lo que en realidad aconteció. A partir de una construcción
imaginativa, novelada, de la historia se construye el argumento de la novela/película.

El argumento parte, pues, de las noticias que llegan a Portugal sobre la abdicación de
Ferreira. Esto crea desconcierto, ya que, para la mentalidad de la época, era un grave
escándalo que se renegase de la fe cristiana. Esta debía estar preparada para el martirio, y
mucho más en cristianos sacerdotes, de probada virtud durante años y años. ¿Qué había
pasado con el P. Ferreira? ¿Se le podía ayudar? Dos jesuitas deciden afrontar el peligro de
ir a Japón para intentar averiguar qué ha pasado con Ferreira, y, en su caso, ayudarlo. Son,
en la película, Sebastiao Rodriguez y Francisco Garupe. Llegan a las costas de Japón y son
acogidos por aldeas de cristianos ocultos que los amparan. Pero, al final, se separan y son
apresados.

Tras diversas vicisitudes, Garupe muere heroicamente. Rodrigues atraviesa un largo acoso
psicológico, en el que interviene Ferreira, y torturas, hasta que al final, ante él, se tortura a
diez cristianos que van a morir lentamente, a no ser que Rodrigues abjure de su fe. Duda,
hasta que cede, decide abjurar y salvar a los cristianos.

Pero queda entonces envuelto, como pasó ya con Ferreira en la sociedad japonesa,
recibiendo, como antes Ferreira, una mujer como esposa. El argumento acaba siguiendo
con brevedad los últimos años de vida de Rodrígues, incluyendo su contacto con unos
mercaderes holandeses. La película concluye con su muerte. El supuesto histórico (del que
parece haber indicios) de que tanto Ferreira como Garupe hubieran vuelto al cristianismo y
hubieran sido entonces martirizados, no es contemplado por el argumento.

La teología de Enzo/Scorsese. Esta dramática historia permite a Enzo/Scorsese construir


una reflexión teológica de fondo, que aparece al hilo del mundo interior de Rodrigues,
verdadero protagonista del filme.

En relación a Ferreira no hay una incursión en su mundo interior. Sólo se presenta su figura
objetivamente, dando por supuesto que abjuró del cristianismo, que estaba integrado en la
sociedad japonesa y que intervino en la abjuración de Rodrigues. Lo que interesa al filme es
el drama interior de Rodrigues. El drama interior de Ferreira, si existe, se ignora.

La teología de la historia fílmica son las ideas, experiencias, angustias, dudas del mundo
interior de Rodrigues, metido hasta el fondo en acontecimientos dramáticos en que la
capacidad de sufrir, el equilibrio psicológico y la fidelidad a las propias convicciones del ser
humano, quedan sometidas a una prueba extrema. En realidad, los sufrimientos y torturas
a que se ve sometido Rodrigues son casi inimaginables. Desde un punto de vista fílmico, la
crudeza de las imágenes y el espectáculo de crueldad son realmente muy fuertes.

Ahora bien, ¿cuál es entonces la “teología” que discurre por el mundo interior de Rodrigues?
En primer lugar, debemos constatar que Rodrigues, todos los jesuitas que aparecen en la
historia (los Superiores en Europa, Ferreira, Garupe y Rodrigues), así como los cristianos
creyentes de Japón, viven subjetivamente en un estado de certeza incuestionable de la
verdad de Dios.

Esta certeza tenía una base en la filosofía y teología teocéntrica de la época, más presente
en los jesuitas que en los creyentes japoneses, sin apenas formación teológica. Pero en
ambos, jesuitas y creyentes, existe la persuasión de la fe – de la experiencia mística de Dios
– que produce una seguridad emocional cuasi absoluta, incontrovertible. Por ello, tiene
sentido que Rodrigues y Garupe emprendan su arriesgada aventura (casi un suicidio)
confiados en que el Dios (del que no dudan y en el que confían) deberá ayudarlos.

Sin embargo, frente a esta expectativa de amparo divino, el calvario que atraviesan
Rodrigues y Garupe, desde su arribada al Japón, es indescriptible. Garupe, hasta su muerte,
parece mantenerse entero (por otra parte, su mundo interior no es seguido en la película).
Sin embargo, la película muestra que este desamparo hace mella en Rodrigues. La
constatación de que, ante tanto sufrimiento y solicitud de ayuda, de parte de Rodrigues y de
los cristianos ocultos, Dios parece ausente, en silencio, se convierte en un hecho
desconcertante para Rodrigues.

Esta experiencia de silencio divino ante el drama del creyente es lo que sentido al título del
filme: SILENCIO. Frente a este silencio, el sistema de sentido religioso construido por
Rodrigues lo lleva a la resignación y a aceptar sin rechistar que Dios esté en silencio. Pero
hay un momento de la película que muestra que el sin-sentido de este silencio divino no es
fácil de aceptar y lo está llevando al extremo de la angustia y de la duda. Es cuando exclama
atormentado: … durante años he estado rezando a la Nada! Sin embargo, Rodrigues se
sobrepone y sigue adelante superando las contrariedades, apoyado en su fe cristiana. Pero
todo llega al final en el momento extremo en que entiende, manipulado psicológicamente
por Ferreira, que, si no apostata, diez cristianos van a morir, tras un tormento terrible. Es
entonces cuando, angustiado y entre dudas, apostata objetivamente, d forma externa y
social.

A partir de este momento, Rodrigues se desmorona interiormente. Se derrumba el mundo


que le había dado sentido. Queda, por decirlo así, atrapado en la sociedad japonesa que
quiere asimilarlo y usarlo para sus fines. Recibe también a una esposa que acabará siendo
una gran mujer. La película describe, pues, la vida de Rodrigues hasta su muerte.

Da la impresión de que discurre como un autómata, obligado por las circunstancias que lo
atrapan y por su mala conciencia de creerse lejos de Dios, irremediablemente culpable.

Sin embargo, la película sigue todavía, hasta el final, el mundo interior de Rodrigues. El filme
va dándonos una serie de pistas para entender que el Dios cristiano, a pesar del complejo
de culpa por la apostasía, sigue presente en su interior. En un momento oye una voz, la voz
de Dios, que le dice: … pensabas que no estaba ahí por mi silencio, pero Yo estaba ahí
siempre presente por detrás de mi silencio.

Cuando muere es enterrado en un féretro (curioso féretro de estilo japonés) y su mujer deja
deslizar entre sus manos cadavéricas una pequeña y rudimentaria cruz de madera que le
pertenecía. Su mujer había entendido el drama cristiano interior de su conciencia, lo había
respetado, y quiere que su mundo cristiano lo acompañe hasta el final. Por eso decía que
su esposa se muestra como una gran mujer.

La película, como decía, no sigue el mundo interior de Ferreira. Sólo describe sus acciones
en esa sociedad japonesa, en la que había quedado atrapado, por un proceso previo de
apostasía, similar al posterior de Rodrigues.

Quizá (esto es una suposición que queda abierta como posible por la historia narrada en el
filme) su mundo interior pudiera estar atravesando un proceso criptocristiano similar al de
Rodrigues. Ya hemos dicho que informaciones de la época afirmaban que tanto Ferreira
como Rodrigues volvieron al cristianismo y murieron martirizados. Nunca lo sabremos con
certeza. Pero el argumento de la película no lo contempla.
Martin Scorsese en 2010. Imagen: Georges Biard, CC BY-SA 3.0. Fuente: Wikimedia Commons.

Nuestra interpretación de "Silencio"

Silencio es, a nuestro entender, una gran película. Lo es desde un punto de vista estético:
el paisaje brumoso, los encuadres, el ritmo… Pero, sobre todo, lo es porque trata con
competencia y brillantez temas esenciales de la vida humana: el drama de la vida y de la fe
en Dios. La calidad de la película no significa que llegue a ser popular ante el público.
Difícilmente.

Pero el ritmo de la acción y la seriedad del drama humano-religioso que plantea pueden ser
intuidos por muchos. Podría tener interés para sectores imprevistos. En todo caso SILENCIO
es una película de calidad que quedará en Internet y en las videotecas: se verá durante años
y pasará a ser un clásico del cine de temática religiosa. Creo que caben aquí algunas
sugerencias interpretativas, expuestas obviamente como opinión personal.

El “silencio” de Silencio y el “silencio” de nuestro tiempo. La temática de fondo de la


película es, por tanto, el silencio de Dios. Sin embargo, es un silencio referido al sufrimiento
humano; en este caso la perversidad humana que inflige terribles torturas para doblegar la
voluntad. Por lo demás, los creyentes creen que Dios les es manifiesto y no dudan en
absoluto de su existencia.

Es lo propio de la creencia en el siglo en que se sitúa la acción del filme. En el mundo


moderno, no obstante, el silencio de Dios tiene una doble vertiente (no sólo la del
sufrimiento): por una parte, el silencio de Dios en la naturaleza, puesto que, aunque haya
indicios que hablan de la existencia de Dios, la ciencia, la filosofía y la cultura moderna han
abierto la posibilidad de que Dios no existiera, ya que sería posible construir una hipótesis
explicativa sin Dios; por otra parte, el silencio de Dios ante el sufrimiento humano, que es el
que se muestra en el drama de la historia que narra la película y que, además, es vivido
también por todo ser humano en el mundo moderno.

En este sentido, entender la película Silencio supone situarla correctamente en su época


teocéntrica y distinguirla de la forma más radical y amplia con que hoy se presenta el silencio
de Dios en la cultura moderna. Pero lo que la obra de Scorsese dice es correcto porque el
silencio de Dios ante el sufrimiento se lo plantea todo hombre y conduce, a pesar del
teocentrismo, a la angustia ante la existencia de un Dios que no se entiende. La angustia
ante el silencio de Dios ante el drama de la historia y del sufrimiento de los individuos, sigue
siendo hoy actual como en el siglo XVII.

La experiencia universal de sufrimiento: el simbolismo de "Silencio". Por esto mismo


puede decirse que Silencio, aun siendo la historia concreta de Rodrigues y de las angustias
de su mundo interior, tiene un simbolismo que refleja algo que pasa en el mundo interior de
todos los hombres. Todos los hombres, en el fondo en su conciencia, se preguntan qué
sentido tiene que un Dios bueno haya creado un mundo como el nuestro.

Un mundo donde se despliega el Mal de la naturaleza ciega que produce terremotos,


enfermedades, y desgracias incontables. Un mundo que, además, produce todos aquellos
males y sufrimientos producidos por la perversidad humana, en la historia civil y en la historia
religiosa. Es la pregunta de si tiene sentido creer en un Dios que permanece en silencio ante
el drama de la historia en su conjunto y ante el sufrimiento de todo ser humano concreto.
Rodrigues contempla sus sufrimientos extremos y constata la ausencia de Dios: por ello, en
él nace una duda, una sensación de absurdo, que le hace exclamar, como antes decía, que
…ha estado durante años rezándole a la Nada.

Todo ser humano, quizá no con la fuerza de Rodrigues, tiene en su vida la experiencia del
drama de la historia y de sus sufrimientos personales que abocan terminalmente a la muerte.
Por ello, la historia de Rodrigues, aunque extrema, es símbolo de lo que, en alguna manera,
acontece en todo hombre.

En este sentido es una historia inteligible porque todo hombre puede llegar a intuir que las
angustias que abruman a Rodrigues son las mismas angustias, en pequeño, que él mismo
ha pasado, está pasando o deberá pasar en años por venir. Por ello es un filme purificador,
como lo era la tragedia griega, porque nos induce a entender qué significa vivir y a asumir
en profundidad lo que la vida dramáticamente significa.

La esencia de la religiosidad humana. La película presenta la desmoralización que se


produce por el silencio de Dios, o inoperancia divina, ante el drama de la historia y el
sufrimiento personal de los individuos. Pero no solo. En conjunto, y a pesar del silencio
divino, la película presenta también un escenario diversificado de las experiencias de fe
cristiana y religiosidad profunda.
En primer lugar, la religiosidad heróica de Rodrigues y Garupe que afrontan el peligrosísimo
viaje clandestino a Japón apoyados en su fe. Sin duda que su vida anterior estuvo ya
colmada de sufrimientos; pero el viaje a Japón supondrá el sufrimiento extremo. Pero, a
pesar de ello, a pesar de que solicitan el amparo divino y reciben por respuesta el silencio
de Dios, no desmayan en su religiosidad. Garupe muere entregado a la creencia de forma
plena.

Rodrigues, aunque se ve asaltado por la duda, como hemos visto, sin embargo, sigue en la
creencia religiosa cristiana heróica hasta el final. Solo cede cuando se le pone ante los diez
cristianos terriblemente torturados, a los que puede salvar si apostata. Incluso tras la
abjuración del cristianismo sigue, en su mundo interior, manteniendo una apertura
dramática, con complejo de culpabilidad, al Dios del cristianismo, representado en la cruz
de madera que su esposa pone entre sus manos cadavéricas, una vez en el féretro.

Pero, además, los cristianos ocultos de las aldeas japonesas muestran también una
profunda fe, incontrovertible, a pesar de la persecución cruel a que son sometidos y de los
frecuentes martirios. Su fe no se debilita por su experiencia dramática del silencio divino,
mantenida a lo largo de los años.

Hemos dicho que toda posible religiosidad humana es asumida por hombres que tienen una
experiencia similar de sufrimiento y de silencio de Dios. Por ello, igualmente, como los
cristianos ocultos de Japón, al creer en Dios y confiar, en alguna manera, en su poder
salvador, lo hacen siempre a pesar de su lejanía y de su silencio. Esta es la esencia de la
única religiosidad posible para el hombre abierto a la experiencia dramática del silencio
divino ante el sufrimiento (y, además, en el hombre moderno, la experiencia del silencio
divino ante el conocimiento).

La fe no exige el heroísmo objetivo, es una actitud interior ante Dios. Debemos tener
en cuenta que la película, por su época histórica y el tipo de teología del tiempo,
marcadamente teocéntrica, muestra para los cristianos una exigencia moral extrema. El
testimonio de la fe debe llevarse al extremo de poner en peligro la propia vida. Es lo que
sienten Garupe y Rodrigues. No parecen admitir para sí mismos la menor excusa para la
apostasía. No obstante, debe afirmarse que la fe en el Dios cristiano es la actitud interior de
aceptarlo, a pesar del drama de la vida.

En otras palabras, una apostasía social, debida a una presión externa extrema, no es en
realidad apostasía, si el individuo sigue interiormente abierto a Dios. No sería, en el fondo,
apostasía, sino una estrategia social de supervivencia. Dios la comprendería pues, aunque
la fe cristiana mueve al testimonio de la propia creencia, no hay una exigencia de cumplir
este testimonio en grado extremo y heróico. En este sentido, ni Ferreira ni Rodrigues serían
apóstatas reales. Pero la película muestra el sentido de culpabilidad extremo, sin excusas,
que ambos jesuitas, dejan caer sobre su conciencia.

"Silencio" como imagen de la religiosidad interior de nuestro tiempo. La película tiene


también algún otro contenido de extraordinario interés porque puede ser una imagen de lo
que sucede en nuestro tiempo. Por ello aumenta su fuerza simbólica y su capacidad de
representar lo que hoy pasa en el mundo interior de muchas personas.

En otras palabras, Ferreira y Rodrigues pueden representar – salvando las distancias


históricas – el mundo interior de una parte importante de los hombres, ante todo en la
sociedad occidental. ¿Qué es lo que pasa con Ferreira y Rodrigues? Su situación personal
es descrita por la película mediante tres hechos. Primero, se describe una sociedad
envolvente que ejerce una presión fortísima y cruel para conseguir que abandonen sus
creencias.

Segundo, presentan el hecho de su final claudicación, dejándose arrastrar externa-


objetivamente por la sociedad japonesa hasta aceptar sus reglas de juego sin rechistar.
Tercero, claramente en el mundo interior de Rodrigues (y quizá por inferencia en el de
Ferreira), se repliegan las fuertes creencias cristianas en Dios que siguen presentes sin
manifestarse.

Esta estructura existencial trifásica muestra una extraordinaria similitud con lo que acontece
en el mundo moderno. Primero, la sociedad moderna ha tejido una malla envolvente (distinta
de la crueldad física de Japón, pero de una extremada finura en la presión psicológica y
social) que ahoga el ejercicio de la religiosidad, tanto interior como social (en el mundo
occidental la religión cristiana que ha perdido la capacidad de mostrar su fuerza significativa
y armonía con la realidad).

Segundo, una parte importante de la sociedad claudica ante la presión social de la


increencia, deja de hablar de Dios como algo “políticamente incorrecto” y se aceptan las
reglas de juego de una sociedad sin Dios. No son héroes y no se sienten en condiciones
personales de hacer frente a la fuerza organizada de la increencia.

Tercero, sin embargo, muchos de esos hombres, que han reducido a Dios al silencio, saben
que en su mundo interior son absolutamente libres y pueden dar salida a los profundos
sentimientos que verdaderamente tienen; es en ese mundo donde anidan todavía las
experiencias religiosas y la relación con el Misterio último de Dios.

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