¡Qué los contenidos sean un buen alimento interior para los niños! En el primer septenio
de vida el niño aprende principalmente a través de la imitación, no de la razón, que
todavía duerme en el. El adulto ha de convertirse en un buen modelo para él, hemos de
ser dignos de la imitación del niño. El niño percibe sobre todo la interioridad del adulto que
tiene delante, es lo que más fuertemente lo influenciará. De modo que como adulto
debemos lograr una elevada moralidad. Hemos de seguir un permanente camino de
autoeducación y autoconsciencia. El maestro, dentro de su gran responsabilidad, debe
hacer el esfuerzo de acercarse a tener una visión de lo que es “el hombre”. Esta manera
el maestro podrá alcanzar un correcto rumbo en su camino pedagógico.
Desde sus 0-3 años se les habla muchas veces en tercera persona. En el tercer año de
vida despierta en su interior una vivencia de sí mismos que los lleva a referirse a un "yo".
Atisbo de autoconsciencia, es el comienzo del proceso de individuación qué continuará a
lo largo de toda su vida. A lo largo de este septenio, el niño aprenderá a adquirir hábitos, a
través de la repetición continua de alguna acción, a través de la actividad rítmica. Esta
será muy importante porque su cualidad fortalece la voluntad del niño. Es como un fruto
que con el tiempo llevará orden y seguridad a toda la vida futura. La repetición de ciertas
actividades, canciones, versos, etc., traerá calma interior a los niños inquietos.
La MÚSICA puede ser un excelente alimento para el alma del niño. Una música que sea
como es él: ensoñada, que aún no haya devenido tan terrenal. Una música basada en el
intervalo de quinta. La vivencia del niño durante su primer septenio es "el mundo y yo
somos uno". El intervalo de quinta está presente en la respiración, es aéreo; por tanto,
esta escala vive en la respiración. Yo salgo a mi entorno al ascender en el intervalo de
quinta justa, y entro en mi interior al descender. No está presente el sentimiento de tónica,
el sentimiento de tener la tierra bajo los propios pies. En esta escala no hay gravedad y
cada sonido vale por sí mismo, sin función musical determinada. Son sonidos primigenios
sin ninguna alteración. Si, a partir de una escala pentatónica, continuáramos
descendiendo en quintas hacia abajo, se incorporarían los semitonos. Estos producen un
despertar en la consciencia del niño y "ponen la gravedad" en la música. Aparece
entonces la tónica, la dominante y todas las demás funciones. Y con ello entramos en otro
periodo del desarrollo.
El ritmo se apoya en la respiración innata de los cantos, no hay compás. La vivencia
musical es melódica, sin armonías: es simple y pura. Es tal y como el niño vive: en una
sola cosa. Él y el mundo son uno.
El ánimo de la música pentatónica no ha llegado a hacerse subjetivo, se mantiene
objetivo. No contiene un sentimiento personal de alegría o tristeza, es impersonal. Es
como una esfera angelical que aún no ha devenido terrenal. Las rondas, cantos y rimas
acompañados de movimientos bellos y con sentido, son un excelente alimento anímico.
Es importante acompañar los cantos con gestos y movimientos corporales, para que la
voz se despliegue de mejor manera al cantar. El niño pequeño necesita moverse. De esta
manera está conquistando su cuerpo. La música ordena de manera armónica sus
movimientos.