Anda di halaman 1dari 2

de pagar por una injusticia; de desquitarse.

Te maltrato a ti de la manera que necesitas


que te maltraten y tú me maltratas a mí de la manera que yo necesito que me maltraten.
El equilibrio es bueno; funciona. La energía atrae un mismo tipo de energía, por
supuesto, un mismo tipo de vibración. Si una persona se te acerca y te dice: «Oh, me
maltrata tanto» y tú le preguntas: «Bueno, ¿por qué sigues ahí?» ni siquiera sabrá
contestarte por qué. La verdad es que necesita ese maltrato porque esa es su manera de
castigarse.
La vida te trae exactamente lo que necesitas. En el infierno existe una justicia
perfecta. No hay nada a lo que podamos echarle la culpa. Incluso podemos decir que
nuestro sufrimiento es un regalo. Basta con que abras los ojos y mires lo que te rodea
para limpiar el veneno, sanar tus heridas, aceptarte y salir del infierno.

III

El hombre que no creía

en el amor

Quiero contarte una vieja historia sobre un hombre que no creía en el amor. Se
trataba de una persona normal, como tú y como yo, pero lo que lo hacía especial era su
manera de pensar: estaba convencido de que el amor no existía. Había acumulado
mucha experiencia en su intento de encontrar el amor, por supuesto, y observado a la
gente que tenía a su alrededor. Se había pasado buena parte de su vida intentando
encontrar el amor y había acabado por descubrir que el amor no existía.
Dondequiera que fuese solía explicarle a la gente que el amor no era otra cosa que
una invención de los poetas, una invención de las religiones que intentaban, de este
modo, manipular la débil mente de los seres humanos para controlarlos y convertirlos
en creyentes. Decía que el amor no era real y que, por esa razón, ningún ser humano lo
encontraría jamás aun cuando lo buscase.
Este hombre tenía una gran inteligencia y resultaba muy convincente. Había leído
muchos libros, estudiado en las mejores universidades y se había convertido en un
erudito respetado. Era capaz, en cualquier parte y ante cualquier audiencia, de defender
con contundencia su razonamiento. Lo que decía era que el amor es como una especie
de droga; te exalta, pero a su vez crea una fuerte dependencia, por lo que es posible
convertirse en un gran adicto a él. Y ¿qué ocurre entonces cuando no recibes tu dosis
diaria, dosis que necesitas al igual que un drogadicto?
Solía decir que la mayoría de las relaciones entre los amantes se parecen a las que
mantiene un adicto a las drogas con la persona que se las suministra. La persona que
tiene la necesidad mayor es la que sufre la adicción a las drogas; la que tiene la
necesidad menor es la que se las suministra. Y la que tiene menor necesidad es la que
controla toda la relación. Si es posible ver esta dinámica de forma tan diáfana es
porque, generalmente, en todas las relaciones hay una persona que ama más y otra que
ama menos y que se aprovecha de la que le ofrece su corazón. Es posible ver de qué
modo se manipulan la una a la otra, sus acciones y reacciones, que son, sencillamente,
iguales a las de un adicto a las drogas y su suministrador.
El adicto a las drogas, el que tiene más necesidad, vive con un miedo constante,
temeroso de que, quizá, no sea capaz de conseguir su próxima dosis de amor, o de
droga. El adicto a las drogas piensa: «¿Qué voy a hacer si ella me deja?». Ese miedo lo
convierte en un ser muy posesivo. «¡Eso es mío!» Se vuelve celoso y exigente porque
teme no conseguir su próxima dosis. Por su parte, el suministrador puede controlar y
manipular a la persona que necesita la droga dándole más dosis, menos o retirándoselas
del todo. La persona que tiene más necesidad acabará por rendirse completamente y
hará todo lo que pueda para no verse abandonada.
De este modo, el hombre continuó explicando a la gente por qué no existía el
amor. «Lo que los seres humanos llaman "amor" no es otra cosa que una relación de
miedo que se fundamenta en el control. ¿Dónde está el respeto? ¿Dónde está el amor
que aseguran tenerse? No hay amor. Las parejas jóvenes se hacen un sinfín de
promesas mutuas delante del representante de Dios, de sus familias y de sus amigos:
vivir juntos para siempre, amarse y respetarse, estar junto al otro en lo bueno y en lo
malo. Prometen amarse y honrarse y mucho más. Pero, una vez casados -pasada una
semana, un mes o unos cuantos meses-, ya se puede ver que no mantienen ninguna de
esas promesas.
«Lo que hay es una guerra de control para ver quién manipulará a quién. ¿Quién
será el suministrador y quién tendrá la adicción? Unos meses más tarde descubrirás que
el respeto que juraron tenerse mutuamente se ha desvanecido. Descubrirás el
resentimiento, el veneno emocional, y verás cómo, poco a poco, empezarán a herirse el
uno al otro, una situación que crecerá y crecerá hasta que lleguen a tener miedo de
quedarse solos, hasta que lleguen a temer las opiniones y los juicios de los demás y
también sus propios juicios y opiniones. Pero ¿dónde está el amor?»
Solía afirmar que había visto a muchas parejas mayores que habían compartido su
vida durante treinta, cuarenta o cincuenta años y que se sentían muy orgullosas de
haber vivido unidas todos esos años. No obstante, cuando hablaban de su relación, lo
que decían era: «Hemos sobrevivido al matrimonio». Eso significa que uno de ellos se
rindió ante el otro; en un momento determinado ella renunció y decidió soportar el
sufrimiento. El que tenía mayor empeño y menor necesidad de los dos ganó la guerra,
pero ¿dónde está la llama que denominan amor? Se tratan el uno al otro como si fuesen
una posesión: «Ella es mía». «Él es mío.»
El hombre continuó hablando incansablemente de todas las razones por las cuales

Anda mungkin juga menyukai