Las fronteras son superables, aunque sea en forma ilegal, y el otro territorio
conquistable. Marginalidad era un concepto de algún modo abierto a la
esperanza. Quizás no dice mucho de la realidad, pero sí de la actitud de
quienes la conocían así. Decía de frontera, pero también de cercanía y no sólo
de posibilidad de superación, sino además de disposición a ello. Apuntaba,
pues, que el proceso de marginación se pensaba como reversible y a ello se
encaminaron reformas, políticas y capacitaciones.
Sin embargo, en los últimos años esta tendencia se ha frenado algo, debido a
diversas causas, entre las cuales se cuenta la presencia de los centros poblados
surgidos de la reforma agraria, así como el aumento de la producción
agropecuaria en volumen y remuneración. Fue a raíz del paro petrolero (2002-
2003), que se comenzó hablar de la exclusión y de los incluidos, es allí donde
puede precisarse que la conceptualización de cada uno de estos grupos era
diferente, no era lo mismo el problema presentado por los de barrios urbanos,
que los presentados por los campesinos o indígenas.
DESARROLLO
Es lógico suponer que en ese momento pos golpe, muy delicado para la
gobernabilidad, se procuró mantener la adhesión de los sectores populares
mediante los programas compensatorios, de alta aceptación entre la población
objetivo. Y a partir de allí, no se hablo más de marginalidad sino de exclusión.
Al referirnos a la exclusión, la describimos como la falta de participación de
segmentos de la población en la vida social, económica y cultural de sus
respectivas sociedades debido a la carencia de derechos, recursos y
capacidades básicas (acceso a la legalidad, al mercado laboral, a la educación,
a las tecnologías de la información, a los sistemas de salud y protección social,
a la seguridad ciudadana) que hacen posible una participación social plena, es
decir, es hablar de separación no de frontera sino de muralla, de afuera y de
dentro; El que está dentro construye su muralla y delimita y defiende así su
territorio; Es el de dentro el que construye la muralla, no el de fuera.
Ahora bien, no podemos hablar de exclusión sin hablar de inclusión en
relación con este aspecto citamos lo expresado por Moreno (2000), en el
Centro Latinoamericano de Ciencia Sociales (CLACSO), Estoy convencido de
que en el fondo se trata propiamente de posibilidades de vida, pero en estos
términos tan crudos no lo planteamos sino quienes estamos éticamente
comprometidos con los excluidos. Nuestro discurso tiene visos, para el resto,
de moralismo utópico. Entiendo que, en los términos de este evento, se trata de
mercado y de ciudadanía. Superar la exclusión y conquistar la equidad habría
que entenderlo, por tanto, en relación al mercado y a la ciudadanía, una
ciudadanía, por otra parte, inseparable del mercado.
Se trataría, pues, de un discurso económico y político, lo cual resulta
coherente con los objetivos fijados para el mismo, especialmente el segundo.
No voy a decir que éstas son máscaras que encubren el verdadero problema ni
centros de atención que desvían el foco de lo que verdaderamente debería
iluminar porque, quizás, las posibilidades de vida humana se juegan en estos
momentos en el mercado y la ciudadanía, por lo menos desde la perspectiva
de quienes plantean estos problemas.
Esta nueva orientación resultó más coherente con los preceptos
constitucionales y objetivos programáticos del proyecto de revolución
bolivariana. Principios como corresponsabilidad social, universalismo, equidad,
empoderamiento, equilibrio social, entre otros, que se lograrían mediante la
adición de "más moléculas de política social que de política económica" a la
acción de gobierno, fueron propuestos desde la primera campaña presidencial
(1997–1998) por Chávez y su partido, en la convocatoria dirigida a "los pobres",
a quienes el presidente interpela directamente, sin figuras mediadoras en esa
relación. Dichos principios pasaron a formar parte del nuevo ordenamiento
jurídico normativo del cual la nueva Constitución nacional es su máxima
expresión, incluyendo por primera vez la participación social ciudadana como
un derecho humano y social fundamental. Con la figura de las misiones estos
preceptos vuelven a ser exaltados, pero sus objetivos parecían imposibles de
edificar con las estructuras administrativas heredadas, mucho más por la
urgencia puesta en su ejecución (Lander, 2007).
Esta configuración de nuevos saberes y capacidades reclama otro tipo de
tiempo. Como lo plantea Hintze (2008: 50):