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El miedo a no ser capaz

El miedo a no ser capaz de hacer algo o de lograr algo tiene sus raíces en una
vocecita que viene del pasado y nos habla más de nuestros límites que de las
infinitas capacidades que podemos desarrollar. En muchas ocasiones el límite está
en la mente y en la mente debe rebasarse.

El miedo a no ser capaz es una emoción que ronda con frecuencia a


quienes tienen dificultades con su autoestima. Con frecuencia, está
asociado a experiencias pasadas en las que se puso en duda la valía, se
sobredimensionaron los errores o hubo reacciones excesivas frente a alguna
equivocación.
Es muy habitual que esas experiencias hayan tenido lugar en la
infancia, que es cuando menos recursos tenemos para procesarlas.
Por lo mismo, también es probable que quienes hayan alimentado ese miedo a no
ser capaz fueran los padres, los maestros, los compañeros o todos ellos.
Uno de los aspectos más perniciosos de este miedo es el círculo vicioso que
genera. O sea, tienes miedo a no ser capaz y por lo mismo no lo
intentas. O si lo haces, sientes tanto temor que el mismo te limita o
te condiciona, hasta tal punto que terminas equivocándote. En ese caso, no
porque no seas capaz, sino porque el peso del miedo boicotea tus objetivos.
El punto es que, si no lo intentas o lo intentas prisionero de ese
miedo y no lo logras, la emoción gana en intensidad. Por eso hablamos
de un círculo vicioso. Un estado lleva a otro, y ese otro al inicial. De lo que se trata,
entonces, es de diseñar nuevas estrategias para afrontar lo nuevo y lo difícil,
alimentando el sentimiento de competencia.
“Tomar un nuevo paso, decir una nueva palabra, es lo que la gente teme
más”.

-Fedor Dostoyevsky-

Señales internas del miedo a no ser


capaz
Hay todo un conjunto de señales internas frente al miedo a no ser capaz. Por
ejemplo, puedes sentir que, sin saber exactamente por qué, no eres
igual a los demás. Piensas que los otros son, de una u otra manera, mejores o
superiores a ti. Tienes la percepción de que te falta “algo” que los demás sí tienen.
Por lo anterior, también es muy habitual que experimentes ansiedad.
La sientes cuando te encargan una tarea, aunque la dificultad de la misma no sea
alta. También cuando estás frente a una situación nueva o poco familiar, o cuando
existe la posibilidad de que se presente algún cambio en tu forma habitual de vida.
También es muy probable que te sientas inconforme con la vida que
llevas. A veces ocurre que diseñas todo un discurso para justificar por qué no te
sientes a gusto, pero tampoco haces algo por cambiar. Otras veces, simplemente
te haces la idea de que eres desafortunado y que tu tarea es conformarte con la
vida que te tocó en suerte.
La relación con los demás
Es muy usual que el miedo a no ser capaz se acompañe de todo un conjunto de
ansiedades y temores en las relaciones con los demás. Hay una excesiva
sensibilidad a las opiniones ajenas. Existe un gran condicionamiento a la
aprobación o desaprobación de los demás.
No hay una relación espontánea con las otras personas. Quien se siente
incompetente despliega una especie de papel de teatro cuando entra
en contacto con los demás. Esto se hace más evidente cuando se establece
un vínculo con alguien a quien se le considera muy competente o que tiene algún
grado de poder.
En esos casos, más que nunca, aparece el temor de que su supuesta
incompetencia quede expuesta, a la vista del otro. Por eso se vigilan en
exceso las propias palabras y conductas, así como las del otro. No
hay naturalidad y el disfrute del intercambio es reducido.

Los laberintos del miedo


Como lo señalábamos al comienzo, ese miedo a no ser capaz está probablemente
arraigado desde la infancia. Los hijos de padres que no se sienten
competentes suelen replicar ese sentimiento de inferioridad en ellos.
También quienes fueron criticados excesivamente, comparados, ridiculizados o
sufrieron alguna forma de abuso.
El mundo sí nota cuando te sientes inferior. Lo más frecuente es que
te den la razón y terminen respondiendo como si lo fueras. Les
ayudas, cuando en lugar de trabajar tu miedo más bien optas por buscar
protección, esconderte del mundo o resignarte.
No es nada fácil superar esos miedos tan arraigados, pero se logra en gran
medida cuando nos comprometemos con nosotros mismos para
superalo, poco a poco. Sin prisa y sin pausa. Cuando no posponemos la
búsqueda de nuestro propio camino y decidimos aceptar la presencia del riesgo.
Esa es la manera de romper el círculo vicioso y de introducir experiencias de
dominio y de éxito. Son esas nuevas vivencias las que nos llevan a
comprobar que somos tan capaces como cualquier otro ser
humano y que los límites únicamente están en ese pasado que ya debe quedar
atrás.

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