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Sociológica, año 23, número 67, mayo-agosto de 2008, pp.

149-192
Fecha de recepción 15/07/08, fecha de aceptación 08/11/08

Historia de un fracaso:
intermediarios, organizaciones y
la institucionalización de Weber en México
(1937-1957)
Álvaro Morcillo1

RESUMEN
Mientras que en México las traducciones de Max Weber fueron poco discutidas y aún menos
usadas, en Estados Unidos sus ideas revolucionaron la disciplina, fundamentalmente a través
de la obra de Talcott Parsons. Este artículo muestra que la escasa recepción de Weber en
México no se debió tanto al predominio del positivismo en México y de temas como el mesti-
zaje, sino a la falta de una organización académica que incluyese a Weber en el plan de estu-
dios y a la de un intermediario capaz de convencer acerca de la utilidad de su obra para la
sociología mexicana.
PALABRAS CLAVE: Historia de la sociología; historia intelectual; sociología de las organizacio-
nes; sociología del conocimiento; Max Weber; José Medina Echavarría; Centro de Estudios So-
ciales, El Colegio de México; Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, unam.

ABSTRACT
While in Mexico the translations of Max Weber were little discussed and even less utilized, in
the United States, his ideas revolutionized the discipline, fundamentally through the work of
Talcott Parsons. This article shows that the scant attention paid to Weber in Mexico was not due
as much to the domination of positivism in Mexico and of topics like mestizaje (racial mixing),
but rather to the lack of an academic organization able to include Weber in its study plans and of
an intermediary capable of convincing people of his work’s usefulness for Mexican sociology.
Key words: history of sociology, intellectual history, sociology of organizations, sociology
of knowledge, Max Weber, José Medina Echavarría, Centro de Estudios Sociales (Center for
Social Studies), El Colegio de México (The Mexican College), unam School of Political and
Social Sciences.

1
Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, fcpys, unam, y académico del Social
Science Research Center, Berlin (wzb); correo electrónico: amorcillo@wzb.eu Agradezco sus
comentarios y ayuda a Juan Linz, Mauricio Tenorio, Fernando Escalante, Gerardo Maldonado,
Cristóbal Rovira, Jan-Henrik Meyer, Sebastián Conrad, Claus Offe, Christian Henkes, Pepe
Hernández, Gina Zabludovsky y Alejandro Blanco. La ayuda con el estilo provino de David Egea,
Luis Martos y Mónica Morcillo. Parte de esta investigación se llevó a cabo gracias a una beca de
la Secretaría de Relaciones Exteriores de México.
150 Álvaro Morcillo

Introducción

La llegada a México de los exiliados españoles dio lugar a un


intenso contacto con la sociología europea comparable al que pro-
vocó la entrada de los emigrados alemanes a Estados Unidos. En
ambas naciones una gran contribución de los refugiados fue cola-
borar en la traducción y diseminación del pensamiento de Max
Weber, pero las consecuencias de esta empresa fueron muy distin-
tas en un país y en otro. Mientras que la sociología mexicana hizo
caso omiso del trabajo de Weber y transita por un camino marcado
por el positivismo, el evolucionismo y el positivismo empírico, la inci-
piente sociología estadounidense vive un momento de esplendor gra-
cias a la combinación del mejor historicismo alemán con la sociología
empírica –la Escuela de Chicago y las encuestas de Paul Lazarsfeld en
Columbia. Figuras tan dispares como Talcott Parsons, Reinhard Ben-
dix o C. Wright Mills han permanecido asociadas con el nombre de
Weber. Por el contrario, quienes dominaron las ciencias sociales
mexicanas durante aquellos años –Lucio Mendieta y Núñez, Daniel
Cosío Villegas, o incluso Luis Recaséns– carecen de un vínculo fun-
damental con dicho autor.2

2
La prueba más importante de ello estaría en la Revista Mexicana de Sociología, cuyos artículos
muestran que hasta los años setenta casi todos los autores que citan a Weber o bien lo
parafrasean (Arguedas y Loyo, 1979: 9), o bien lo usan en discusiones más filosóficas que
sociológicas (Garza Toledo, 1989: 110), lo hacen en modos que a mí me recuerdan a cómo,
todavía hoy, los juristas analizan la “doctrina”. En un artículo ya clásico, después de un
examen exhaustivo de las primeras cuatro décadas de la Revista Mexicana de Sociología, Sara
Sefchovich pone las cosas en su contexto: “Sin embargo, la influencia del pensamiento
Historia de un fracaso 151

Se han dado varios argumentos convincentes que en parte ex-


plican la escasa atención prestada a Max Weber por la sociología
mexicana. En primer lugar, el peso de la antropología, de la que
nacieron las ciencias sociales mexicanas, y del positivismo en ge-
neral y del francés en particular, así como de sus sociólogos más
destacados, Auguste Comte y Émile Durkheim (Girola y Olvera,
1995: 71). Por otro lado, quienes hacían sociología en México es-
taban comprometidos con el Estado y con sus proyectos de mesti-
zaje y modernización, por lo que estos intereses han sido conside-
rados fundamentales para entender por qué tuvo tan escasa
repercusión el opus magnum de Weber (1944), Economía y socie-
dad, en el que algunos conceptos primarios como la raza apenas
reciben atención (Castañeda Sabido, 2004: 162-165; Sefchovich,
1989: 23-25; Zabludovsky, 2005: 509). En tercer lugar, durante
esos mismos años ganó en importancia en México el positivismo
empírico, como lo revelan los numerosos artículos de Stuart A.
Queen, F. Stuart Chaplin y Pauline Young en la Revista Mexicana
de Sociología (Garza Toledo, 1989: 116; Girola y Olvera, 1995: 81-
82). Fuera de la universidad fue también importante el marxismo
en la versión de Vicente Lombardo Toledano (Castañeda Sabido,
2004: 127-145).3 Sin pretender cuestionar estos argumentos to-
mados de la historia de las ideas, mi artículo explora las causas
sociológicas –como las organizaciones académicas y sus dirigen-
tes– que podrían brindar una explicación complementaria acerca
de por qué las ideas de Weber recibieron tan escasa atención en
México hasta finales de los setenta.

weberiano, aunque muchas veces nombrado e invocado, no fue tan importante como la de
Durkheim en la sociología mexicana” (Girola, 1995; Sefchovich, 1989: 12). De hecho, desde
mediados del siglo pasado la manera dominante de interpretar la sociedad es la del positivismo
(Tenorio Trillo, 1999: 1164; Zea, 1968: 151-191), y la del pensamiento francés en general,
hasta el punto de que Ricardo Pozas (1994; 1995) intentó un análisis de la sociología mexicana
exclusivamente desde esa perspectiva.
3
Una década más tarde, en los cincuenta, conviven en el escenario sociológico el neopositivismo,
algunas dosis de estructural-funcionalismo y el marxismo, el cual se transforma en crítico en
la década siguiente de la mano de Pablo González Casanova (Castañeda Sabido, 2004: 169;
Reyna, 1979: 53). Para aquel entonces hacía ya muchos años que había desaparecido la
corriente llamada humanística (Sefchovich, 1989), hermenéutica (Garza Toledo, 1989: 111-
112) o culturalista (Hernández Prado, 1994), en la que se incluía a españoles emigrados como
Medina Echavarría, Recaséns Siches o Roura Parella, interesados en Weber, el historicismo y
el existencialismo (Girola y Olvera, 1995: 70-71).
152 Álvaro Morcillo

Además del predominio del positivismo o de la supuesta irrele-


vancia intrínseca de las ideas de Weber para la modernización de
México, la explicación de la paradoja de su temprana traducción y
posterior olvido podría estar, y es ésta la hipótesis de mi artículo, en
las organizaciones académicas las cuales, inspiradas por conceptos
positivistas de las ciencias sociales y escasamente profesionalizadas,
nunca institucionalizaron las ideas de Weber como parte de la socio-
logía mexicana en el momento en que éstas pasaron al centro de la
estadounidense. Siguiendo a Edward Shils (1970: 763), considero que
la institucionalización de ideas, en este caso las weberianas, implica
el incremento de la densidad de contactos entre personas interesadas
en las mismas, cuyo corolario es el estudio y la investigación de esas
ideas dentro de una organización, ya sea una facultad universitaria o
un centro de investigación. Dicha institucionalización requiere tra-
ducciones, la inclusión de esas obras en los planes de estudio, redes
de estudiosos interesados en las mismas ideas, e intermediarios (Scaff,
2006; Shils, 1970). Al explorar esta hipótesis, retomo una sugerencia
de Gina Zabludovsky (2002: 185-186; 2005: 509-510) sobre la im-
portancia de la profesionalización de la sociología mexicana, las or-
ganizaciones en que se enseñaba y quienes actuaban en ellas, para
entender por qué el pensamiento de Weber pasó inadvertido.
Para entretejer lo anterior, el artículo recurre a un estudio de
Shils para entender la institucionalización de las ideas europeas, y
en particular de Weber, en la sociología estadounidense. Este caso
es utilizado como término de comparación en las siguientes sec-
ciones para entender la contribución a la institucionalización de la
sociología mexicana del Centro de Estudios Sociales (ces) de El Cole-
gio de México, así como de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas
y Sociales. Mientras que la cuarta sección se centra en el cierre del
Centro de Estudios Sociales, las conclusiones exploran la relación
entre intermediarios, organizaciones, poder político y la institucio-
nalización de ideas sociológicas.

La institucionalización de ideas sociológicas.


El caso de Max Weber en Estados Unidos

En un elocuente y largo ensayo, Edward Shils (1970) explora el in-


tercambio de ideas que dio lugar en Estados Unidos a la institucio-
Historia de un fracaso 153

nalización de algunas de ellas como intrínsecas a la sociología aca-


démica. Puesto que Shils se centra en la llegada de las ideas sociológicas
europeas, pero sobre todo de las alemanas, y dentro de éstas de las
weberianas, a Estados Unidos, me apoyaré en dicho artículo para
posteriormente analizar qué circunstancias influyeron en la institu-
cionalización de las ideas weberianas en México. Shils argumenta
que las ideas de pensadores europeos como Weber, Durkheim o Fer-
dinand Tönnies, procesadas e institucionalizadas por primera vez
en la Universidad de Chicago y en otras del Medio Oeste, constitu-
yen el origen de la sociología estadounidense (1970: 766-768; 806-
808). Universidades como la de Chicago desempeñaron un papel
fundamental en el nacimiento de la disciplina al determinar qué
ideas, particularmente europeas, quedarían institucionalizadas en
la recién creada sociología académica estadounidense en las enton-
ces jóvenes universidades de la región. La falta de tradiciones fuer-
tes, que sí existían en las viejas universidades de Nueva Inglaterra,
y la disponibilidad de dinero privado permitieron la creación de
cátedras y departamentos dedicados a la nueva disciplina. Procesos
similares de mezcla e institucionalización de ideas sociológicas ten-
drían lugar posteriormente en universidades de más tradición como
Harvard y Columbia, cuando éstas establecieron nuevos departa-
mentos de sociología (780, 791). Analizar estos procesos conduce a
Shils a plantearse por qué “ciertas ideas que hoy se consideran cons-
titutivas de la sociología han llegado a dominar la materia” (761).
De acuerdo con Shils, esas ideas han pasado por un proceso de
selección basado en su calidad, en la exposición de los sociólogos a
las mismas y en su institucionalización (Shils, 1970: 762). De esta
forma, una idea queda institucionalizada si es discutida por una
densa red de contactos de la que forman parte algunas organiza-
ciones académicas, revistas especializadas, sistemas de formación
para estudiantes de posgrado, títulos propios, profesores especiali-
zados, y se produce una demanda de personas con esa formación
por parte del mercado de trabajo (763-766). Las ideas que no for-
man parte de esta red de intercambios, que no han sido institucio-
nalizadas, quedan en desventaja, pues no servirán para orientar el
trabajo de quienes están dentro de los centros de investigación, de
los programas de posgrado, de los consejos editoriales de las revis-
tas o de las obras publicadas (762-763). Shils también señala otras
154 Álvaro Morcillo

características –la calidad intelectual, la formulación retórica, la


adecuación a los problemas considerados interesantes, la compati-
bilidad con las disposiciones o ideas preexistentes, o la existencia
de un intermediario capaz de adaptar las ideas de un autor de
manera en que su relevancia en el nuevo contexto quede clara
como uno de los factores que explican la institucionalización de
ideas sociológicas (785, 798, y 821, nota 9). Veamos brevemente
cómo las ideas de Weber se institucionalizaron en Estados Unidos
y qué organizaciones e intermediarios estuvieron envueltos en ese
proceso.
El primer contacto intenso de la sociología estadounidense con
Weber tuvo lugar en los últimos años de la década de los veinte
con consecuencias importantísimas para la disciplina. Este con-
tacto se produjo a través de varios académicos estadounidenses
con conocimientos básicos del alemán, algunos de los cuales ha-
bían estudiado en Heidelberg u otras universidades germanas. A
este grupo de intermediarios pertenecían, además de Parsons, Frank
Knight (1927), Louis Wirth y uno de sus estudiantes, Edward Shils,
así como Henry A. Finch y C. Wright Mills, pero la importancia de
Weber para la sociología estadounidense se intensificó con la llega-
da de los exiliados europeos, con quienes se hicieron las difíciles y
controvertidas traducciones de Weber al inglés (Oakes y Vidich,
1999a y 1999b; Parsons, 1947b; Weber, 1947; Weber, Gerth y Mills,
1946; Weber, Shils y Finch, 1949). Entre éstos se encontraban, claro
está, Hans Gerth o Alexander von Schelting, pero también Franz
Neumann, Otto Kirchheimer, Paul Lazarsfeld, Joseph Schumpeter o
los miembros del Institute for Social Research, Theodor W. Adorno y
Max Horkheimer, con su ambigua actitud frente a Weber (Offe,
2004). La simple mención de estos nombres ya sugiere la fuerza de
Weber en Estados Unidos, cuya obra era ya, a finales de los años
treinta, parte de los planes de estudio en los facultades de sociología
más importantes (Scaff, 2006: 57, 61; Shils, 1970: 823, nota 21). En
aquel tiempo, Reinhard Bendix estudió a Max Weber en Chicago,
quien era a su vez parte de manuales tan populares como el Robert
MacIver (Roth y Bendix, 1959: 40). En Columbia estaban no sólo
Lazarsfeld (1965) y varios exiliados más, sino también algunos gra-
duados de Harvard, como Robert K. Merton, los cuales conocían a
Weber a través de Parsons. Cuando en los años cincuenta Seymour
Historia de un fracaso 155

M. Lipset, Juan Linz y otros llegaron a Columbia, Weber era ya una


parte consolidada del programa.
Sin embargo, la institucionalización de Weber en Estados Unidos
dependió menos de la disponibilidad de traducciones y de su incor-
poración a los programas que de la aparición de una adaptación de
la misma y del éxito profesional de su autor. Parsons había inaugu-
rado la marca del Weber ahistórico en la sociología estadounidense
con su traducción de Die protestantische Ethik und der Geist des
Kapitalismus (Weber, 1930), pero es que además su primer libro
(Parsons, 1937) consagra la adaptación de Weber al contexto aca-
démico norteamericano (Zaret, 1980). En The Structure of Social
Action Parsons presenta la tesis de la convergencia, según la cual las
teorías de Marshall, Pareto, Durkheim y, finalmente, Weber, consti-
tuyen los escalones previos de la síntesis presentada por él mismo.
Desde ese momento, la institucionalización de las ideas weberianas
en Estados Unidos queda ligada a la obra de Parsons. El proceso
continúa con su traducción de Wirtschaft & Gesellschaft, la cual va
precedida de un estudio de ochenta páginas en el que Parsons (1947a)
adapta el opus magnum de Weber a su propia agenda epistemológi-
ca, la cual incluía explicar la acción humana sin hacer referencias al
orden legal, al contexto histórico o a la toma individual de decisiones
(Aguilar Villanueva, 1984; Camic, 1987; Ghosh, 1994: 116-118; Gil
Villegas Montiel, 2003; Tribe, 2007).
Ya el primer libro en el que Parsons persiguió estos objetivos
había servido para que Harvard le ofreciera un puesto en el depar-
tamento que diez años después sería de Social Relations (Parsons,
1970: 832). Uno de los estudiantes que pasó por el mismo ha afir-
mado que el departamento fue creado “as an administrative me-
chanism to support Parsons’s main intellectual project—framing a
theory for a democratic social system” (Vidich, 2000: 615, el énfa-
sis es mío). En este artículo Vidich da pruebas fehacientes, y a veces
hilarantes, de que Parsons utilizó los planes de estudio, lecturas y
seminarios, además de su talento, para convencer a los estudiantes
de la validez de su trabajo, convenientemente apoyado en The Struc-
ture of Social Action, el cual “was to be taken as a standard” (Vidich,
2000: 620). Durante los cuarenta años que Parsons estuvo emplea-
do en Harvard, unos cuatrocientos estudiantes se doctoraron en
sociología; recuérdese además que los años de la posguerra fueron
156 Álvaro Morcillo

los de mayor expansión para la universidad estadounidense.4 A lo


largo y ancho del país los estudiantes egresados de Harvard ense-
ñaron después la teoría sociológica que habían aprendido de Par-
sons; daba igual si dichos graduados habían escrito tesis teóricas o
empíricas (Vidich, 2000: 643). Con la difusión por todo el país de la
teoría de la acción social, y más tarde del funcionalismo, se extiende
también una cierta imagen de Weber entre los sociólogos estadouni-
denses (Horowitz, 1964: 348).
En definitiva, la posición que Parsons ocupaba en Harvard en
gran parte explica la exitosa institucionalización –en cuanto a in-
tensidad y extensión territorial– de Weber en Estados Unidos. Casi
todo lo anterior contrasta, como veremos, con el proyecto de Medi-
na Echavarría en el Fondo de Cultura Económica.

El papel de los intermediadores:


el Centro de Estudios Sociales

La institucionalización de las ideas de un autor, ya sea Max Weber


o cualquier otro, es imposible sin que uno o varios miembros de la
comunidad receptora, los intermediarios, tengan un conocimiento
íntimo de su obra. Tanto por su formación en Europa como por su
labor de traductor y editor en el Fondo de Cultura Económica y
como docente en México, José Medina Echavarría estaba llamado a
transmitir las ideas sociológicas alemanas. Por ello, sus vicisitudes
personales pueden ayudar a entender la escasa institucionalización
de Weber en México.5
Medina Echavarría había estudiado derecho en Valencia (1924),
Madrid (1925) y París (1926). Más tarde, en 1930, viaja a Marbur-
go para continuar sus estudios de filosofía jurídica, “preocupación

4
Una visión personal, pero valiosa y amena, de la universidad estadounidense en aquellos años
puede leerse en Geertz, 1999.
5
La biografía sobre Medina Echavarría alcanza ya cierta extensión, aunque las repeticiones e
imprecisiones no son infrecuentes porque a menudo, y me incluyo a mí mismo, si se usan las
mismas fuentes sólo resulta posible cubrir ciertos periodos y temas (Faletto, 1982; González
Navarro, 2003; Gurrieri, 1980; Lira, 1986, 1987, 1989; Moya López, 2007; Ribes Leiva,
2003; Rodríguez Caamaño, 2004; Urquidi, 1986; Zabludovsky, 2002, 2005). Lo más nuevo
sobre la vida de Medina Echavarría, que comento más abajo, es Moya López y Morales Martín,
2008.
Historia de un fracaso 157

central de mi vida intelectual desde la licenciatura”, según escribe


en una solicitud de beca posterior.6 Durante esa primera estancia
en Alemania sigue los cursos de Karl Löwith y Gerhard Krüger,
discípulos de Heidegger, “que me fueron muy favorables para mis
estudios sobre la escuela fenomenológica”.7 Lo que Medina Echava-
rría no menciona es que muy probablemente su primer contacto
significativo con el pensamiento de Weber fuera a través de Löwith.
Para el universo vital de este último, Weber fue por varios motivos
una figura importante. Löwith se encontraba entre los estudiantes
muniqueses que en 1919 pidieron a Weber que hablase sobre Wis-
senschaft als Beruf (Löwith, 1986: 16). Años más tarde, uno después
de la estancia de Medina Echavarría en Marburgo, Löwith publicó
su comparación entre Marx y Weber, por lo que difícilmente puede
haber dejado de nombrarlo en sus clases (Löwith, 1932). A raíz del
nacionalsocialismo, Löwith se exilió en Japón, donde contribuyó de-
cisivamente a la recepción de Weber (Löwith, 1986; Schwentker,
1998: 111-117). El paso por Marburgo y el encuentro con Weber
deben haber sido decisivos para Medina Echavarría quien, un año
después de su retorno a Madrid, trabajando de letrado en las Cortes,
solicita de nuevo y obtiene fondos para volver a Alemania en el otoño
de 1932 y de nuevo en la primavera de 1933, pero como veremos a
continuación, sus intereses científicos ya no son los mismos que la
ocasión anterior y no dejarán de cambiar en los años sucesivos.8
Al igual que lo fueron en lo político en Alemania y en España,
los primeros años treinta debieron ser de crisis profesional para
Medina Echavarría, pues sus intereses intelectuales cambiaron. Ello

6
Solicitud de pensión del 11 de diciembre de 1931. Expediente Medina Echavarría, Archivo de
la Junta de Ampliación de Estudios, Residencia de Estudiantes, Madrid, en adelante, ajae. Este
organismo (1907-1937) se dedicaba a apoyar a los mejores investigadores españoles mediante,
entre otras estrategias, la concesión de becas para estudiar en el extranjero (Formentín Ibáñez
y Villegas Sanz, 1991; Laporta San Miguel, Ruiz Miguel, Zapatero et al., 1987; Sánchez Ron,
1988).
7
ajae , Solicitud del 20 de febrero de 1932.
8
ajae , Solicitud del 20 de febrero de 1932. Muy probablemente, Medina Echavarría nunca llegó
a beneficiarse de esas dos concesiones de becas, al igual que le pasaría con otra de 1936; la
literatura sobre él no ayuda porque a menudo asume que, puesto que las becas están
enumeradas en los currícula depositados en el Archivo Histórico de El Colegio de México
(ahcm), Medina Echavarría hizo uso de ellas. Sin embargo, sabemos con seguridad que no se
benefició de la de 1936, que a menudo también aparece; sobre sus actividades en Madrid en
1933 véase Moya López y Morales Martín (2008: 25-29). Véanse las notificaciones del
secretario a Medina Echavarría del 12 de julio de 1932 y del 3 de enero de 1933, ajae.
158 Álvaro Morcillo

se aprecia claramente en sus escritos a la Junta de Ampliación de


Estudios en los que Medina Echavarría afirma preferir ir a Gotinga
y Francfort en lugar de estudiar con Martín Heidegger en Friburgo,
donde ya había estado Xavier Zubiri, o en Viena con Hans Kelsen y
con quien había trabajado Recaséns Siches. Este último, por ejemplo,
ya era una figura consagrada, a la que Medina Echavarría mencio-
na cuando se le pide que indique quién puede dar referencias sobre
él. Se ha escrito en alguna ocasión que el interés de Medina en la
sociología nace de la convicción de que ésta ofrecía mejores instru-
mentos para entender el difícil primer tercio de siglo europeo. Sin
embargo, es posible apuntar otra explicación que no necesariamen-
te excluye a la anterior. Lo que su solicitud de pensión deja entrever
es que Medina Echavarría está intentando encontrar su sitio en la
escena (ius)filosófica española, para lo que evita competir con otros
colegas más asentados, como Recaséns Siches o Xavier Zubiri. Sea
como fuere, en 1934 Medina Echavarría da un paso insólito para
alguien que hasta entonces había seguido la trayectoria habitual de
un filósofo del derecho: como parte de las actividades de la cátedra
de Adolfo Posada ofrece un curso de sociología en la Universidad de
Madrid, a la que en aquel momento llega también Hermann Heller.
Ambos datos son importantes porque Posada (1904; 1908)9 estaba
interesado en la sociología estadounidense, en particular en Lester F.
Ward y Albion W. Small. Por su parte, Heller había sido hasta su
exilio, al igual que Löwith (1986), uno de los pocos teóricos políticos
cuya defensa del liberalismo frente al fascismo, inspirada por We-
ber, puso en jaque al mismísimo Carl Schmitt (Löwith, 1986; Schlu-
chter, 1983).10
Una primera solicitud de beca para ir a Estados Unidos fue re-
chazada en 1935, pero al año siguiente Medina Echavarría entrega

9
Más información sobre Posada y otros datos valiosos sobre la etapa española de Medina
Echavarría pueden encontrarse en la novísima contribución de Moya López y Morales Martín
(2008). Su mérito reside tanto en su carácter comprensivo, ya que abarca tanto la vida de
Medina Echavarría como su entorno intelectual en España y México, como en el uso, por vez
primera, de su expediente de oposición a cátedra, conservados en el Archivo General de la
Administración en Alcalá de Henares. Por haber sido publicada después de que este artículo
fuera aceptado para su publicación en Sociológica no puedo prestarle la debida atención
aquí.
10
Puede leerse también la entrevista que Pablo de Marinis le hizo a Wolfgang Schluchter,
publicada en El Clarín el 11 de noviembre de 2006, con el título de “El guardián de la obra de
Max Weber”.
Historia de un fracaso 159

una nueva en la que explica mejor sus motivos para solicitarla. En


esta ocasión sí sería aceptada, aunque no podría disfrutarla a causa
de la Guerra Civil.11 Además de mencionar el curso de sociología
que ha ofrecido en la Universidad de Madrid, también afirma tener
una introducción a la sociología preparada para su publicación (la
cual aparecería años más tarde en México, 1941; Moya López y
Morales Martín, 2008: 55-71). En esta segunda solicitud, Medina
Echavarría pide una beca para ir primero a la London School of
Economics, donde podría conocer a Karl Mannheim, entre otros, y
prepararse para lo que es su verdadero objetivo, cursar dos trimes-
tres en Estados Unidos con la intención de “estudiar en las univer-
sidades de Columbia (Nueva York) y Chicago (especialmente en el
Social Research Laboratory) los métodos de investigación sociológi-
ca”. En particular, Medina estaba interesado en el llamado “Social
Research Work: los procedimientos de las surveys; el instrumental
estadístico y cartográfico; las formas [del método conocido como]
Case Work; los [diversos] tipos de cuestionarios e interwire [sic]
[…]”.12 Todo sumado: los antecedentes de Medina Echavarría –su
formación en filosofía del derecho; su familiaridad con el ambiente
intelectual en Alemania antes de 1933; el más que probable contacto
temprano con Weber a través de Löwith; y su interés por las técnicas
de investigación social– no sólo lo convierten en un candidato a
adaptar a Weber al mundo hispánico, sino que dan a su subsiguien-
te proyecto en México una mayor credibilidad.
Cuatro años después de llegar a México, en 1943, gracias al apo-
yo de Daniel Cosío Villegas, Medina Echavarría tiene la oportunidad
de dirigir el nuevo Centro de Estudios Sociales de El Colegio de
México, que concibe inspirándose en los programas interdisciplina-
rios de Chicago.13 Durante sus primeros años en México, Medina
Echavarría se había visto sometido, como todos los exiliados, ya fue-
ra en México o en Estados Unidos, a las necesidades del momento,

11
Ajae, solicitud de pensión con fecha de 5 de febrero de 1935 y misma fecha de 1936.
12
Ajae, solicitud de pensión con fecha de 5 de febrero de 1936.
13
Como ha quedado claro, el interés de Medina Echavarría por la Escuela de Sociología de Chicago
se remonta a sus años madrileños. Ello, aunado al énfasis en Weber y al hecho de que los
borradores del plan de estudios conservados en el ahcm fueran escritos de su puño y letra, me
hacen pensar que el mérito de los mismos le corresponde a él, a pesar de lo que han escrito
Urquidi (1986: 5), Alarcón Olguín (1991: 66) o Moya López (2007: 781). Téngase en cuenta, sin
embargo, que Cosío Villegas, quien nunca estudió en Chicago, y es hoy justamente recordado
160 Álvaro Morcillo

dictando una variedad de cursos no sólo en las escuelas nacionales


de Jurisprudencia y de Economía y en algunas universidades de pro-
vincia, sino también cursos para funcionarios (Moya López, 2007:
773-774). De todo lo anterior se liberó Medina Echavarría al dedi-
carse a poner en marcha el Centro de Estudio Sociales, pero ello a su
vez lo ató a una organización cuyo final lo llevaría a abandonar
México. Una vez inaugurado, el Centro de Estudios Sociales ofreció
un programa de posgrado de cuatro años en el que se admitía a un
número muy reducido de alumnos, los cuales deberían haber obte-
nido un título anteriormente y dedicarse a los estudios de tiempo
completo, para lo cual recibirían una beca (Lida y Matesanz, 1990:
206). De modo similar, los profesores de El Colegio de México reci-
bían un salario mensual para poder dedicarse a la enseñanza y la
investigación de tiempo completo, lo cual era la excepción en unos
años en los que la inmensa mayoría de los docentes, sobre todo en la
Escuela Nacional de Jurisprudencia, eran abogados, funcionarios
públicos o jueces que dedicaban unas horas semanales a dar clase.
La enseñanza estaba organizada de manera novedosa para aquel
tiempo, inspirada en las experiencias alemanas y estadounidenses.
De hecho, este es uno de los motivos por los que vale la pena dete-
nerse en el programa, pues nos da una idea de hasta qué punto
Medina Echavarría estaba al corriente de en qué dirección se mo-
vían las ciencias sociales en Estados Unidos. Junto a una novedosa
combinación de sociología, economía y ciencia política, el progra-
ma del Centro de Estudios Sociales prestaba una atención sustancial
tanto a la teoría sociológica weberiana como a los métodos de in-
vestigación social y a su práctica, siendo uno de sus objetivos que
los estudiantes llevasen a cabo sus propias investigaciones, supe-
rándose así la tradicional separación entre la investigación y la en-
señanza.14 La mayoría de las asignaturas de sociología eran impar-

como historiador, publicó tres opúsculos sobre sociología en México, resultado de su cátedra
sobre la materia en la Escuela Nacional de Sociología (Cosío Villegas, 1924; 1925a; 1925b);
todavía en 1946, Cosío se presenta como economista y sociólogo de México (Lida, Matesanz y
Zoraida Vázquez, 2000: 63). Junto a su carrera académica y en el Fondo de Cultura Económica,
Cosío Villegas tuvo también una trayectoria como servidor público, ya fuera en los años treinta
en el Banco de México o en los cincuenta y sesenta como diplomático representando a México
en el Consejo Económico y Social de la Organización de las Naciones Unidas. Véanse sus
Memorias (1977), así como Krauze (1980) y Moya López y Olvera Serrano (2006).
14
El propósito del curso Métodos y formas de investigación social, diseñado por Medina
Echavarría, consistía en la “formación de un grupo de investigación social, que adopte y
Historia de un fracaso 161

tidas por el mismo Medina Echavarría. Entre ellas se incluían las de


Introducción a las ciencias sociales; Sociología analítica; Max We-
ber. introducción metodológica; Examen de literatura sobre la crisis
contemporánea; Sociología; Teoría del cambio social; y La sociología
de la religión de Max Weber.15 En cuanto a economía, los alumnos
aprendían Ciclo económico; Historia económica de Estados Unidos;
y Economía de América Latina, entre otras. Finalmente, las asigna-
turas de ciencia política incluían una introducción a la misma más
Teoría del poder; Teoría del Estado; Política internacional; Democra-
cia, principios e instituciones; e Historia de las ideas políticas. Este
último grupo de asignaturas tiene dos características peculiares: se
rompe con la tradición jurídica de los estudios sociales, ya que el
peso del derecho es mínimo; y se imparte un curso de Teoría de la
democracia. La inspiración del proyecto en modelos extranjeros y
los nuevos acentos temáticos alejaban al Centro de Estudios Sociales
de las escuelas pensadas para formar funcionarios.
Los cursos iban acompañados de un seminario; había otro colec-
tivo para todo el Centro; y un seminario externo. Este último sólo se
efectuó en dos ocasiones, pero tuvo amplia repercusión gracias a la
publicación de “Jornadas”, una colección concebida para difundir
la investigación y las actividades acaecidas en el Centro en la que se
publicaron 56 números entre 1943 y 1946. Los nombres de los au-
tores dan fe de la habilidad de Medina para atraer a gente de valía.
Entre los sociólogos no sólo aparecen Leopoldo Zea (1945), Renato
Treves y Francisco Ayala (1944), sino también Otto Kirchheimer
(1945) y Florian Znaniecki (1944). Cuando se fundó el Centro de
Estudios Sociales, el único programa de posgrado comparable era
el establecido en 1941 en la Escuela de Sociología y Política de Sao

desarrolle la actitud científica ante los fenómenos sociales, conociendo el campo y las limitaciones
de esa actitud. Se interesa más especialmente por el estímulo del tipo de investigación cooperativa
y de grupo”. Las asignaturas finalmente recibieron los nombres de Estadística y Laboratorio de
Estadística y fueron impartidas de acuerdo con los programas de la Escuela de Economía de la
unam. En el ahcm, véanse el memorándum presentado por Miguel Gleason Álvarez y Manuel
Bravo Jiménez en febrero de 1943 y conservado en el expediente del Centro de Estudios Sociales
con fecha 27 de febrero de 1943, y el expediente de Medina Echavarría del 3 de enero de 1944.
La cita es de uno de los documentos preparatorios del programa contenido en su expediente.
15
Carta del 9 de agosto de 1945 de Medina Echavarría a Cosío Villegas. Moya (2007: 782) ha
señalado los problemas para establecer exactamente qué hizo el director del Centro y cuáles
fueron los títulos definitivos de las asignaturas. Sin embargo, el rendimiento de cuentas del
director parece la fuente más segura.
162 Álvaro Morcillo

Paulo, impulsado por Florestán Fernández con el apoyo decidido


de la Fundación Rockefeller (Escuela de Sociología y Política de Sao
Paulo, 2005: 5; González Navarro, 1990: 208; Reyna, 2005: 438;
Fundación Rockefeller, 1941: 253; 1943: 192; y 1944: 282). Según
un buen conocedor de las ciencias sociales mexicanas, “The Cole-
gio, […] headed by Reyes, Medina and Cosío, implemented a sort
of ‘revolutionary’ curriculum which is still as valid for the present
generations as it used to be 50 years back” (Reyna, 2005: 439).

La escuela nacional de
ciencias políticas y sociales

El carácter del Centro de Estudios Sociales se puede entender mejor


mediante una comparación con la Escuela Nacional de Ciencias Po-
líticas y Sociales (encpys). En los años previos a la fundación de esta
última, que tuvo lugar en 1951, ya se insinuaban sus rasgos princi-
pales. Por un lado, la omnipresencia de Lucio Mendieta y Núñez y,
por otro, la desconfianza hacia el proyecto por parte de ciertos sec-
tores de la Universidad Nacional Autónoma de México, particular-
mente, y como una paradoja, de los juristas. Como es bien sabido,
Mendieta y Núñez es la figura central de las ciencias sociales mexi-
canas entre el establecimiento del Instituto de Investigaciones Sociales
y la publicación de La democracia en México, el instant classic de
Pablo González Casanova (1965). El primero comenzó a dar pasos
hacia la sociología cuando después de interesarse por el derecho
agrario empezó a colaborar con Manuel Gamio (Olvera Serrano,
2004a: 41-73); así, los numerosos puestos de este último en las se-
cretarías del gobierno mexicano ya anunciaban el tipo de vincula-
ción estrecha con, por ejemplo, el Departamento de Asuntos Indíge-
nas que Mendieta y Núñez mantendría. Más tarde, en 1939, se
convirtió en el director del Instituto de Investigaciones Sociales de la
unam, así como en el fundador de la Revista Mexicana de Sociología
y en el organizador de los primeros congresos de sociología mexica-
nos. Toda su vida estuvo influenciado por el biologismo y por el
positivismo y, con ellos, por la idea de que la ciencia y la universidad
eran aliados naturales del Estado, pues éste poseía los instrumentos
para mejorar la situación de México (Mendieta y Núñez, 1955: 233).
Historia de un fracaso 163

Según su idea de las ciencias sociales, éstas eran un instrumento


para mejorar los problemas del país, para crear “ingenieros sociales”
(Castañeda, 1990: 413).16
Al mismo tiempo Mendieta y Núñez también concibe a la socio-
logía como “remate obligado de su cultura humanística” (1950:
43), o como “una ciencia cuyo contenido interesa a todos los profe-
sionistas por igual” (1950: 41). De similar importancia para el pen-
samiento de Mendieta y Núñez era el ya mencionado biologismo,
con lo que su pensamiento queda teñido por teorías evolucionistas
y de la raza. Por ejemplo, en 1941 Mendieta y Núñez afirmó ante la
American Sociological Society que “todo esto nos llevaría hasta el
debatido problema del racismo, insoluble en nuestro concepto, porque
es imposible que quienes lo abordan prescindan de sus sentimientos
raciales” (1941b: 128). Esta parte de su ideario ha sido calificada por
Margarita Olvera como de “representaciones naturalistas aprendi-
das en la enj [Escuela Nacional de Jurisprudencia]” (Olvera, 2004a:
217; véase también 2004b: 71). Con estos antecedentes no es difícil
imaginar que Mendieta y Núñez terminara por ver en Medina Echa-
varría a un rival, en particular después de que éste pusiera en mar-
cha los estudios para obtener el primer título en ciencias sociales que
se ofrecía en México; entre 1942 y 1951 Medina Echavarría desapare-
ce de la Revista Mexicana de Sociología (Alarcón Olguín, 1991: 66).17
De particular interés aquí, por su conexión con la idea de pro-
fesionalización, es que en los años siguientes a la fundación de la
encpys Mendieta y Núñez seguía convencido de que la sociología no
era un saber especializado, sino que podía ser cultivada por perso-
nas con otro tipo de formación: “Es un error creer que porque un
hecho es social basta con ser sociólogo para investigarlo y estudiar-
lo. Hay aspectos sociales que solamente el psiquiatra o el médico, el
ingeniero, el jurista, el economista, el etnólogo o el antropólogo

16
En las palabras de Mendieta y Núñez: “Salvo uno que otro sociólogo ‘purista’, los autores
modernos están de acuerdo en que la sociología tiene, indudablemente, un fin práctico […]”
(1955: 233. Véase también 1941b: 130).
17
Esta suposición de Alarcón Olguín recibió la confirmación de Óscar Uribe Villegas, estrecho
colaborador de Mendieta y Núñez ya en aquellos años (Alarcón Olguín, 1991: 67). Esa
rivalidad académica explicaría, tal vez, el interés un tanto repentino de este último en las
burocracias (Mendieta y Núñez, 1941a: 82), así como que se hiciera traducir por Óscar T.
Richter las páginas relevantes de Wirtschaft & Gesellschaft en un momento en que Medina
Echavarría y sus traductores en el Fondo ya tenían borradores de dicha obra (Morcillo Laiz,
2008).
164 Álvaro Morcillo

pueden advertir, desentrañar y notar en su justa medida” (Mendieta


y Núñez, 1955: 234); probablemente por este motivo abrió los con-
gresos mexicanos de sociología a personas que ni trabajaban como
sociólogos ni tenían estudios de ese tipo, lo que contribuía a atraer
a los mismos a algunos abogados (Mendieta y Núñez, 1965: 379).
Estas ideas de Mendieta son las que orientan la mayor parte de las
actividades del Instituto de Investigaciones Sociológicas y, poste-
riormente, el plan de estudios de la Escuela Nacional de Ciencias
Políticas y Sociales.
Con estos antecedentes, Mendieta y Núñez propone a la Primera
Asamblea Nacional de Universidades, que tuvo lugar en 1948, la
creación de un centro para “formar investigadores, docentes y pro-
fesionistas en las ciencias sociales”, obteniendo luego el encargo para
hacerlo (Cardoso Vargas, 1991: 186). La idea de Mendieta y Núñez
recibe apoyo suplementario desde el exterior, pues desde 1948 la Or-
ganización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura (unesco) promueve la creación de organizaciones dedicadas
a las ciencias sociales. Tras este impulso inicial consigue organizar el
Primer Congreso de Sociología en México en 1950, al que se presen-
tan varios proyectos sobre la enseñanza de la sociología, pero es jus-
to el de Mendieta y Núñez para la creación de la encpys, inspirado
sobre todo en el de la Universidad de Lovaina y otras, todas ellas eu-
ropeas, el que finalmente se enfrentaría al verdadero concepto rival
(Mendieta y Núñez, 1978: 218; Olguín, 1959: 14).18 Este último había
sido preparado por Emilio Óscar Rabasa por encargo del entonces
rector de la unam, Luis Garrido, quien había entendido las implica-
ciones de la recomendación realizada dos años antes por la Primera
Asamblea Nacional de Universidades (Cardoso Vargas, 1991: 185,
191). En general, la oposición a los planes de Mendieta y Núñez en-
carnada en Garrido, Rabasa, Luis Chico Goerne y Raúl Carrancá y
Trujillo venía de los antiguos alumnos de la Escuela Libre de Derecho,
los cuales enseñaban sociología u otras materias que se consideraban

18
En el proyecto presentado en el Primer Congreso de Sociología Mendieta y Núñez (1950: 48)
proponía: “Que en los programas de sociología se consideren como temas fundamentales: a)
La historia de la sociología; b) Sus relaciones con otras disciplinas; c) El estudio de las doctrinas
sociológicas; d) Los métodos de la sociología; e) El estudio de la sociedad y de los grupos
sociales; f) La influencia de los factores externos e internos sobre la sociedad; g) El cambio
social; h) El control social; i) La patología social”.
Historia de un fracaso 165

próximas, como criminología, derecho penal o derecho internacio-


nal público, en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, desde donde
mantenían estrechos vínculos con el gobierno.
Si bien las líneas del conflicto están poco claras, en el Consejo
Universitario, cuyo Secretaría ocupaba otro penalista, Juan José Gon-
zález Bustamante, se produjo un enfrentamiento entre Mendieta y
Núñez, por un lado, y ciertos sectores de las escuelas nacionales de
Jurisprudencia y de Economía, por el otro, con el rector Garrido me-
diando entre los frentes (Cardoso Vargas, 1991: 191; Mendieta y
Núñez, 1978: 218; Olguín, 1959: 14; Olvera Serrano, 2004b: 65).
Muy probablemente, Garrido y los otros juristas intentaban mante-
ner su influencia y su parte correspondiente en los recursos materia-
les dedicados a la enseñanza de la sociología, la criminología, et-
cétera, o quizá simplemente trataron de evitar que la nueva encpys
se pudiera convertir en una rival para la Escuela Nacional de Juris-
prudencia, pues recordemos que allí existía una cátedra de sociolo-
gía desde 1903 y que el programa de la Escuela Nacional de Juris-
prudencia incluía, además de la de sociología, varias asignaturas más
que luego entrarían en el plan de la encpys, como las de derecho del
trabajo y la ya mencionada criminología.19 A pesar de que Olvera
(2004b: 64) ha escrito que Mendieta y Núñez no pudo llevar a cabo
sus planes, con lo cual la responsabilidad sobre los mismos no recae-
ría totalmente sobre él, en última instancia su proyecto se impuso
“con muy leves modificaciones” (Mendieta y Núñez, 1978: 218), des-
pués de hacer concesiones al Consejo Universitario, en el que crista-
lizó la oposición de los economistas; y a la Secretaría de Relaciones
Exteriores (Cardoso Vargas, 1991: 191; Olvera Serrano, 2004b: 65).
Sin embargo, lo que no se le permitió a Mendieta y Núñez fue dirigir
la nueva encpys. La persona elegida como candidato de compromiso
fue otro jurista de la Escuela Libre de Derecho, Ernesto Enríquez Co-
yro, quien tenía que poner en práctica los planes de estudio (Colme-
nero y Tovar, 1984: 16).
Así, se llegó a la paradoja de que Mendieta y Núñez había conse-
guido que se inaugurase una Escuela de Ciencias Políticas y Sociales
separada de la Nacional de Jurisprudencia, cuyo primer director fue
un jurista. Dicha persona, Enríquez Coyro, encargada de poner en
19
Los planes de estudio pueden encontrarse en el número 47, de 1967, de la revista de la encpys,
Ciencias Políticas y Sociales.
166 Álvaro Morcillo

marcha los planes de estudio, ni había estado envuelto en los traba-


jos preparatorios ni tenía muchas credenciales para llevar a cabo
dicho proyecto, como el mismo admitió años más tarde (Colmenero
y Tovar, 1984: 12-16). Para empezar, no poseía ningún título uni-
versitario, sino sólo el de abogado por la Escuela Libre de Derecho.
Tampoco había tenido contactos previos con la sociología, sino que
había trabajado en la Secretaría de Relaciones Exteriores y como
letrado, además de en la Escuela de Música de la unam. Cuando se
le explicó por qué se le había elegido para el cargo se le dieron dos
argumentos: los años que había pasado representando a dicha es-
cuela en el Consejo Universitario y su experiencia docente en de-
recho internacional público (Colmenero y Tovar, 1984: 16). De he-
cho, una de los aspectos por el cual Enríquez Coyro se preocupó
fue el de que los graduados de la escuela no tuvieran que presentar
el examen de vicecónsul (Colmenero y Tovar, 1984: 17). Sin embar-
go, hubo un asunto en que Enríquez Coyro sí entendió las necesida-
des de un centro de ciencias sociales, al menos así lo afirmó él re-
trospectivamente: “Para mí las prácticas de campo, la estadística, la
exploración sociológica, el conocimiento de las técnicas de perio-
dismo, el ponerse en contacto con la población mexicana era lo
fundamental, y la exposición teórica, la exposición en clase, algo
secundario” (la cita está incluida en la entrevista que aparece en
Colmenero y Tovar, 1984: 18). De este modo, se produjo la incon-
gruencia de que el primer director de la escuela no sólo era un
enemigo acérrimo del recién aprobado plan de estudios, por razo-
nes en gran parte válidas, sino que desde el principio se dedicó a
modificarlo. El énfasis de Enríquez Coyro en la aplicación práctica
del conocimiento tiene raíces muy anteriores a la encpys y nos brin-
da una idea del tipo de problemas a los que se enfrentaba cualquier
intento de desligar a la ciencia social de su utilidad práctica. Enrí-
quez Coyro había sido parte del grupo de Vicente Lombardo Tole-
dano que demandara en los años treinta una “educación orientada
hacia los problemas sociales mexicanos” (Colmenero y Tovar, 1984:
14). De hecho, su otro gran proyecto para la escuela, aparte de
conseguir un nuevo edificio, fue traer conferenciantes. “Esto se ba-
saba en la idea de que la política es una cuestión de praxis, [si bien]
los libros pueden enseñar ciertos fundamentos [...]. Junto a la cien-
cia de la política está el arte de la política” (Colmenero y Tovar,
Historia de un fracaso 167

1984: 18). En ambos comentarios se aprecia la misma idea: la en-


cpys debía erigirse en un lugar de preparación de los alumnos para
su conversión en servidores públicos, para que hicieran política, no
ciencia; a la vez, se mantenía la separación entre la enseñanza en la
encpys y la investigación en el Instituto de Investigaciones Sociales.
La encpys tuvo inicialmente cuatro especialidades: ciencias so-
ciales, ciencias políticas, ciencias diplomáticas y periodismo.20 Una
parte considerable de los cursos se impartía en las facultades de
Filosofía, Derecho y Economía, por lo cual los programas de asig-
natura carecían de un enfoque específico en las necesidades de los
futuros sociólogos. El plan de estudios incluía mucha historia y
lenguas y, por supuesto, mucho derecho. Es en este sentido que se
puede apreciar perfectamente el origen de la encpys, la cual asumía
e impartía los cursos de derecho de los que había surgido la socio-
logía en esa facultad, como el de “derecho del trabajo”. Asignatu-
ras inequívocamente sociológicas, como estadística, métodos de
investigación, teoría sociológica o las sociologías especializadas
ocupaban menos de un cuarto de las horas lectivas totales de una
licenciatura de cuatro años, más o menos la misma atención que
recibían la historia de las ideas sociológicas, políticas y económi-
cas; y el derecho. Además, no se hizo ninguna elección, al menos
es imposible detectarla en las fuentes o en la literatura secundaria,
por un autor o por un paradigma capaces de estructurar el cono-
cimiento impartido. Por el contrario, es claramente visible la per-
sistencia de los fuertes vínculos entre la sociología mexicana, la
antropología y el biologismo en asignaturas como “Antropología
física y biotipología”, “Etnografía y etnología”, o “Economía de los
grupos indígenas”.
Los alumnos de la encpys llegaban a la institución inmediata-
mente después de obtener el grado de bachiller, e incluso durante
los primeros años era posible entrar sin dicho título, siempre que se
acreditara experiencia profesional relevante; por ejemplo, en la Se-
cretaría de Relaciones Exteriores (Olguín, 1959: 15). De la escasa
preparación previa de los alumnos da fe el hecho de que la mitad
de ellos tuviera menos de 18 años (Olguín, 1959: 35). En lo que se
refiere a su dedicación, más de la mitad de los estudiantes trabajaban
20
Véanse los planes de estudio, como se adelantó en la nota anterior, en el número 47, del vol. 13,
de la revista Ciencias Políticas y Sociales. Se sugiere revisar, en particular, las pp. 51-60.
168 Álvaro Morcillo

entre cuatro y siete horas diarias para poder sustentarse; algunos


incluso más (Olguín, 1959: 40-41). Aunque el número de alumnos
de la escuela fue mayor a lo esperado inicialmente, entre 1951 y 1958
llegaron en promedio poco más de cien alumnos de nueva matrícula
en ciencias sociales.21 Durante el mismo periodo llegaron casi 2,500
a la encpys, a cuya licenciatura en diplomacia pertenecía bastante más
de la mitad de todos los alumnos inscritos hasta 1959, razón por la
cual la encpys aparece como una puerta de entrada a la Secretaría de
Relaciones Exteriores.
Enríquez Coyro no pudo llevar a buen término sus intenciones
sobre el carácter práctico que debían tener los planes de estudio,
porque se marchó al cabo de dos años a ocupar diversos puestos
gubernamentales. De hecho, la encpys no dejó atrás sus problemáti-
cos orígenes hasta que, después de que se marchase su sucesor,
Raúl Carranca y Trujillo, otro criminólogo de la Escuela Libre de
Derecho, se nombrara director a Pablo González Casanova en 1957,
muy probablemente como alternativa a posibles candidatos más
afines a Mendieta y Núñez (Pozas, 1984: 25). González Casanova
declaró en una entrevista que al llegar, “en la institución no había
sociólogos”, por lo que su primera preocupación fue sustituir a los
catedráticos de derecho por investigadores de antropología e histo-
ria social, así como cambiar los planes de estudio para, entre otras
cosas, transmitir la importancia de adquirir conocimientos estadís-
ticos (Pozas, 1984: 25-26). Entre los nuevos profesores, y me parece
que esto merece ser subrayado, se encontraban varias personas que
habían sido educadas, como Moisés González Navarro, en el Cen-
tro de Estudios Sociales o, como el propio González Casanova y Luis
González y González, en el Centro de Estudios Históricos de El Co-
legio de México, en cuyo diseño Medina Echavarría también había
tomado parte (Meyer y Camacho, 1979: 74; Olvera Serrano, 2004a:
181; Pozas, 1984: 25). Los cambios emprendidos por González Ca-
sanova –especialización en conocimientos sociológicos, métodos, y
profesionalización de la docencia– continuaron con el tercer plan
de estudios de 1967 (Reyna, 1979: 47).
En conclusión, las características del proyecto impulsado por
Mendieta y Núñez –conocimiento social como instrumento para

21
Véase al respecto la revista Ciencias Políticas y Sociales, vol. 13, núm. 47, 1967, p. 82.
Historia de un fracaso 169

solucionar problemas mediante el compromiso con el Estado; los


planes de estudio dedicados a una variedad de disciplinas; la direc-
ción de la encpys por dilettanti; la planta de profesores dominada
por los juristas aficionados a la docencia; los escasos alumnos inte-
resados en un título en ciencias sociales– hacen difícil afirmar que
durante sus primeros diez años la encpys realmente funcionara
como una organización académica especializada en formar cientí-
ficos sociales o que sirviera para institucionalizar las ideas socioló-
gicas, ya no de Weber, sino de cualquier autor de los que fueron
influyentes en la disciplina después de la guerra.

El cierre del
Centro de Estudios Sociales

Ya antes de que se empezase a hablar de la encpys el proyecto del


Centro de Estudios Sociales había quedado finiquitado. A pesar de su
carácter innovador y de sus éxitos, los problemas del Centro también
habían sido muchos y diversos. Tan sólo dos de los 17 alumnos de la
primera y única promoción terminaron sus tesis y se graduaron.22 A
pesar de ello, varios se convirtieron en altos funcionarios y econo-
mistas, aunque sólo uno, González Navarro, el primer graduado,
tuvo, y aún tiene, una exitosa carrera académica. También el balance
de investigación fue pobre, según arguyó Silvio Zavala en un infor-
me, el cual se refería a una de las dos tesis que se terminaron. En él
se afirmaba que los estudiantes del Centro de Estudios Sociales debe-
rían de haberse dedicado al “estudio histórico sobre documentos
nuestros de la vida social de América, que es campo casi intocado”
(González Navarro, 1990: 215). Otra desilusión fue que el Centro de
Estudios Sociales no llevó a cabo investigaciones sobre los acuciantes
problemas de México ni se convirtió en una plataforma para el estu-
dio de Estados Unidos. Además, “Jornadas” tenía importantes proble-
mas con la financiación, la periodicidad de las publicaciones y la
permanencia de los miembros de la redacción.23
22
Véase la relación de egresados preparada por Moisés González Navarro, conservada en el
ahcm, Fondo Centro de Estudios Sociales, Caja 2, Exp. 42. Igualmente, véanse González
Navarro, (1990: 215); Lida y Matesanz (1990: 226).
23
Véase en el ahcm, en la sección “Centro de Estudios Sociales”, el balance sobre las actividades
del Centro realizado al salir del mismo la primera y última promoción de estudiantes.
170 Álvaro Morcillo

El fracaso del Centro de Estudios Sociales debió ser previsible


casi desde el inicio de sus actividades.24 Se puede explicar por una
conjunción de causas que, aunque no todas están igualmente pro-
badas, pueden aun así darnos pistas sobre por qué las ciencias
sociales mexicanas pasaron de largo junto a Weber. A posteriori
parece que hubo acuerdo en que el plan de estudios había sido
demasiado ambicioso para los alumnos que se habían inscrito en
el programa y que éste hubiera funcionado mejor como posgrado
(González Navarro, 1990: 216-217; Moya López, 2007: 773, 783).25
Muchos alumnos no cumplían con los requisitos originalmente
exigidos. Por ejemplo, sólo dos habían cursado una licenciatura
antes de entrar a El Colegio de México (Colmex), y otros realiza-
ron estudios simultáneos en el Centro y en la unam (González Na-
varro, 1990: 217). Importantísimos fueron los problemas finan-
cieros que ya desde 1944 obstaculizaron la expansión del Centro
(Lida y Matesanz, 1990: 69-74, 227; Urquidi, 1986: 7).26 Además,
el Centro no obtuvo nunca donaciones estadounidenses, a pesar
de que se habían pedido para, por ejemplo, traer a Francisco Aya-
la de Buenos Aires.27 En suma, parece que una de las crisis finan-
cieras periódicas del Colmex obligó a ahorrar recursos, que final-
mente fueron los que sostenían al Centro de Estudios Sociales.
De hecho, sería ingenuo analizar separadamente los diversos
centros de una organización tan pequeña como lo era entonces El
Colegio de México. Cosío debía llevar varios años planeando su
transformación en un centro académico de tiempo completo mucho
antes de que solicitase financiación a la Fundación Rockefeller en
mayo de 1947 para su Historia mexicana, la cual absorbería a la
mejor gente del Colegio e importantes sumas de dinero durante

24
“Estamos próximos a posibilidades que en este momento desconozco y que en cierta manera
temo, pues lo que ofrece el horizonte inmediato que aquí tengo no es nada alentador”, en
“Carta de Medina Echavarría a Ayala, del 5 de julio de 1944”, ahcm, expediente Ayala.
25
“Carta de Alfonso Reyes a Medina Echavarría del 23 de mayo de 1947”, ahcm, expediente
Medina Echavarría.
26
“Since the College funds have been cut in 1942 and will be entirely eliminated beginning with
January, 1943, there is a possibility that all the work accomplished until now may be terminated
upon that date”, en “Solicitud de fondos del Centro de Estudios Históricos a la Rockefeller
Foundation”, ca. 1942, p. 3. Por algún motivo el documento está contenido en la sección ces del
ahcm, Caja 2, exp. 49.
27
“Carta de Medina Echavarría a Ayala, del 5 de julio de 1944”, ahcm, expediente Ayala.
Historia de un fracaso 171

diez años (Hale, 1976; Krauze, 1980: 157-158; Lida y Matesanz,


1990: 226).28 Por supuesto, Cosío Villegas tenía muchas más co-
nexiones con la política mexicana y con Estados Unidos que Medina
Echavarría, quien a su vez tenía muy superiores credenciales acadé-
micas, pero la competición entre aspirantes a historiadores y soció-
logos por los posibles recursos, que a partir de 1944 se vieron toda-
vía más limitados, del gobierno mexicano y de las fundaciones
estdounidenses puede explicar, siquiera en parte, el desinterés de
algunos miembros de El Colegio de México por salvar lo que había
sido un proyecto de prestigio. Laura Moya ha escrito que Cosío Vi-
llegas solicitó a la Fundación Rockefeller dinero para el Centro de
Estudios Sociales (Moya, 2007: 785). Probablemente se basa en un
documento guardado en el expediente del Centro en el Archivo His-
tórico de El Colegio de México (ahcm), el cual describe las activida-
des del Centro hasta 1945 y la manera en que la Fundación Rocke-
feller podría ayudarlos.29 También la excelente tesis de Alarcón
Olguín parece asumir que el ces recibió dinero de dicha fundación.
Sin embargo, aunque tal vez el mayor desahogo económico del Cen-
tro de Estudios Históricos pudiera haber permitido asignar dinero al
ces, los inmejorables contactos de Cosío Villegas y Alfonso Reyes con
Berrien, David Stevens y George Payne y otros beneficiaron funda-
mentalmente al Centro de Estudios Históricos (y poco después al de
Filológicos). Desde 1942, los informes anuales de la Fundación Roc-
kefeller indican partidas importantes para El Colegio de México (29
mil dólares en 1942; 56 mil en 1944), pero siempre explícitamente
referidas al Centro de Estudios Históricos (Fundación Rockefeller,
1942: 209-210, 286; 1944: 235-366, 287). Sería importante con-
sultar los archivos de dicha fundación para aclarar si parte de ese
dinero se destinó al ces y averiguar qué fondos se solicitaron para
Medina Echavarría y el ces, así como los motivos –académicos, po-
líticos o personales– por los cuales se denegaron las solicitudes.

28
En el expediente de Cosío Villegas en el Archivo Histórico del Fondo de Cultura Económica
(ahfce), en la correspondencia con Arnaldo Orfila Reynal, así como en la conservada en el
Archivo Histórico de El Colegio de México (ahcm), sección “Rockefeller Foundation”, puede
apreciarse cómo el primero llevaba preparando el salto algún tiempo.
29
Véase en el ahcm, sección “Centro de Estudios Sociales”, el balance sobre las actividades del
Centro. También han quedado testimonios de un intento de conseguir fondos para financiar
algún trabajo de investigación de Medina Echavarría. Véase una carta de Cosío Villegas a
William Berrien, del 31 de enero de 1946, en ahcm, sección “Rockefeller Foundation”.
172 Álvaro Morcillo

Aquí me acerco al terreno de la especulación, por lo que sólo


haré dos consideraciones. Por un lado, el secretario del Colegio y el
director del Centro tenían desde el principio preferencias diferentes
sobre cuál debía ser el tipo de formación impartida. Cosío Villegas
quería formar cuadros calificados para la administración, mientras
que Medina Echavarría pretendía formar buenos sociólogos (Lida y
Matesanz, 1990: 205-207). Que estas diferencias pueden haber
causado la ruptura se puede leer entre líneas en un pasaje posterior
de Medina Echavarría: “Me negué, en cierto momento, a encubrir
con mi nombre la pretensión de mantener una simple escuela de
sociólogos de ‘alcance medio’ ” (1963: 114-115). Zavala y Cosío Vi-
llegas, además, no eran los únicos críticos, sino que José Gaos, el
traductor de Heidegger y una persona muy respetada en El Colegio
de México, ya años antes había lanzado un ataque en toda regla
contra el proyecto de ciencias sociales de Medina Echavarría.30 En
suma, Medina Echavarría tenía ideas distintas de las de Cosío Ville-
gas y otros miembros del Colegio sobre lo que el Centro de Estudios
Sociales debía hacer, mientras que éstos tenían un proyecto alter-
nativo para él: la historia social.
Más allá de lo anterior, los motivos precisos del distanciamiento
entre los fundadores del Centro de Estudios Sociales son difíciles de
esclarecer porque no parece haber testimonio de Cosío Villegas al
respecto, al menos en sus selectivas Memorias, en las que el de Es-
tudios Sociales es el único centro del Colegio que no aparece. Tam-
poco menciona a Medina Echavarría a pesar de que él mismo se
había ocupado en su día de facilitarle el viaje de Europa a México
(Moya López, 2007: 772-773). Sin embargo, tal vez sea posible orien-
tarse por lo que sucedió en casos similares. Mucho antes de las sona-
das cancelaciones de becas a Luis Cernuda, Octavio Paz o Juan Rulfo,
Cosío Villegas había decidido no renovar los contratos con varios es-
pañoles empleados en el Colegio, entre los que estuvieron Luis Recaséns
Siches, Eugenio Imaz y Juan Roura Parella. Estas decisiones, si bien
motivadas por las dificultades pecuniarias del momento, se tomaban al

30
La polémica, iniciada a raíz de una recensión que Medina Echavarría hizo cuando apareció
Ideología y utopía de Mannheim publicada por el Fondo de Cultura Económica, continuó en
una carta abierta de Gaos cuestionando Sociología. teoría y técnica de su compatriota y en una
réplica de Medina Echavarría, ambas publicadas en Cuadernos americanos (Gaos y Medina
Echavarría, 1942). Tanto la contribución de Gaos (1990 [1941]) como la de Medina Echavarría
(1943) fueron publicadas luego separadamente.
Historia de un fracaso 173

parecer con criterios poco claros y maneras aún más escasas, como
sucedió en el caso de Roura Parella.31 Por cierto, que se trataba de uno
de los traductores de Economía y sociedad, por lo que con su cese
Cosío Villegas complicó aún más el establecimiento de una red de
académicos interesados en Weber. El colofón a la salida de Medina
Echavarría de El Colegio de México fue su distanciamiento del Fondo
de Cultura Económica, que Cosío Villegas controló férreamente hasta
1947 (Díaz Arciniega, 1994: 110). Del perjuicio que Cosío Villegas
infringió a la editorial y a su colección de sociología dan testimonio
las cartas de éste y de Arnaldo Orfila Reyna, su sucesor, algunas tan
tardías como del verano de 1959, pidiéndole consejo a Medina
Echavarría sobre qué libros podría publicar la editorial.32
Fundadas en el mismo lugar, con pocos años de diferencia, difícil-
mente podrían diferir más dos organizaciones académicas y sus tra-
yectorias. Un balance del Centro de Estudios Sociales debería subra-
yar, aparte de la calidad de sus “Jornadas”, el énfasis en la concepción
weberiana de la sociología, la novedosa combinación de diversas

31
Así se aprecia en una carta de Roura Parella a Cosío Villegas del 20 enero de 1946, desde
Wallingford, Pennsylvania, conservada en su expediente del ahcm: “El lunes pasado, temprano
en la mañana, recibí una carta de García Bacca en la que me da traslado de un párrafo de una
comunicación de Vd. a Don Alfonso Reyes, anunciando mi cese como miembro de El Colegio
de México. [...] El día de diciembre último no vine a Pánuco 63 sólo para decirle que nos
íbamos a pasar las vacaciones a este país [Estados Unidos], sino principalmente a pulsar las
situación. Nada pude apreciar que denunciara la gravedad del momento. [...] Por otra parte
me complace recordarle que mi lealtad a El Colegio de México y a Vd. ha sido perfecta en todo
momento. Jamás me uní al coro casi unánime de voces contra la institución y particularmente
contra su secretario. Y no faltó motivo para ello. Pero siempre entendí que la primera víctima
de sus destemplanzas es Vd. mismo. Es más: siempre colaboré en su obra del Fondo de Cultura
Económica. Sin mi intervención no hubiese Vd. publicado ni el Paideia ni el ‘Dilthey’, obras
que honran a cualquier editorial. Hace unos días Werner Jäeger me reiteraba su agradecimiento.
En cambio Vd. jamás me dio las gracias. Por lo demás hace cinco años que pude haber venido
a este país en excelentes condiciones y rehusé a ello; hace dos años pude haber ido al Brasil y
rehusé a ello; todavía el año pasado pude haber negociado mi ida a Chile. […] Mi línea de
conducta fue ésta: no dejar El Colegio de México hasta que él me dejara. Y me ha dejado de la
noche a la mañana, como quien dice, tal como me lo habían advertido los amigos con
frecuencia. [...] No creo que pueda Vd. tener idea de los perjuicios que me acarrea la forma de
esta decisión de El Colegio de México [...]. Sólo le diré que si me hubiera Vd. expresado una
sombra de duda cuando vine a despedirme de Vd. las cosas hubieran ido de muy distinta
manera. Pero precisamente en la capacidad de ver las consecuencias de nuestras acciones y
omisiones radica el nervio de la vida moral”. Imaz (1900-1951) se marcharía un tiempo a
Venezuela, pero volvería a México donde se convirtió en la mano derecha de Orfila Reyna.
32
La insistencia y cariño con que Orfila escribe habla tanto a favor del director argentino del
Fondo como de la dificultad de encontrar conocimiento experto sobre la materia en el México
de aquellos años. Las últimas cartas conservadas en el expediente de Medina Echavarría en el
ahfce versan sobre la conveniencia de publicar The Sociological Imagination de C. Wright
Mills y Sociological Theory de Nicolas S. Timasheff, como se le está requiriendo a Orfila desde
174 Álvaro Morcillo

ciencias sociales, y en la práctica de la investigación social. De hecho,


el Centro aparece como predecesor de lo que una década más tarde
sería la Escuela Latinoamericana de Sociología de la Facultad Lati-
noamericana de Ciencias Sociales (Flacso), dirigida inicialmente
por Medina Echavarría (Blanco, 2005: 38, 42; Fuenzalida, 1983,
2007: 2; Institutional News, 1968). Los méritos de la propuesta
quedan aún más claros si la comparamos con la encpys, que man-
tiene la estrecha vinculación de la sociología con el biologismo y,
sobre todo, con el derecho y los juristas, mientras que el Centro de
Estudios Sociales ponía el énfasis en Max Weber y en la sociología
estadounidense, o sea, en Chicago y sus métodos. Es más, el progra-
ma, con su asignatura sobre Teoría de la democracia, sugiere ya el
compromiso con la democracia liberal como el régimen con el cual
las ciencias sociales pueden convivir. Fue en este Centro donde se
alcanzó mayor profesionalización, en la medida en que al menos
algunos alumnos eran ya de posgrado, como en Sao Paulo, o tenían
al menos el título de bachiller, y disfrutaban de una beca, la cual les
permitía ser estudiantes de tiempo completo, circunstancias ambas
que no sucedían en la encpys. Parece claro también que en el Centro
de Estudios Sociales la profesionalización alcanzaba también a los
docentes, la mayoría de los cuales se dedicaba sólo a investigar y
enseñar, aunque hemos visto cómo la puesta en práctica de estos
planes sufrió reveses.
Por el contrario, los profesores que enseñaban en la encpys cons-
tantemente cruzaban la puerta rotatoria entre la unam y el gobier-
no, mientras que la conexión entre la enseñanza en la encpys y los
proyectos del Instituto de Investigaciones Sociales era inexistente.
Todo lo anterior hace más que cuestionable el supuesto carácter
modernizador de la propuesta de Mendieta y Núñez para la encpys
(Olvera Serrano, 2004b: 59, 62, 63, 70). Es cierto que su plan rom-
pe con los juristas que lo habían educado a él, pero ello no lo hace
moderno, como su énfasis en la raza y el biologismo deja entrever.
La falta de profesionalización en la encpys, y la debilidad de las or-
ganizaciones, es lo único que en última instancia explica tanto que

la encpys: “Perdone Vd. la insistencia en molestarle, pero otra vez me acosan de la Escuela
Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad planteándome la urgencia de publicar
algún texto para estudios de sus alumnos”, en “Carta de Orfila del 11 de agosto de 1959”, exp.
Medina Echavarría, ahfce.
Historia de un fracaso 175

los malos modos de Cosío Villegas privasen a El Colegio de México


de alguien como Medina Echavarría, como la incapacidad misma de
asumir las ideas de Weber, algo imposible sin el conocimiento del
entorno en que se generaron y sin dedicación exclusiva a la docen-
cia y la investigación.

Conclusión

Aun para el sociólogo apartado de Weber, la paradoja de la tempra-


na traducción y olvido del autor de Economía y sociedad resulta
reveladora. El fracasado intento de institucionalizar las ideas de We-
ber ayuda a entender tanto a la sociología mexicana de la posguerra
como la relación entre Estado y ciencia social.
El presente trabajo pone de manifiesto que el escaso peso de
Weber en México no fue consecuencia tanto de la primacía del
positivismo en la sociología mexicana o de la preocupación supues-
tamente modernizadora con el “factor racial”, como de un hecho
contingente asociado a la debilidad de las organizaciones académi-
cas y a la excesiva preponderancia de quienes en ellas se apoyaban:
los “caudillos sociológicos” del momento. Es decir, más que la irre-
levancia intrínseca de las ideas de Weber para el México de los años
cuarenta, su escasa institucionalización por la sociología mexicana
hasta los últimos años setenta se debió a cuestiones organizaciona-
les, como el fracaso del Centro de Estudios Sociales; la pérdida de
potenciales intermediarios como Medina Echavarría; la destruc-
ción de la red de conocedores, que según eran despedidos de El
Colegio de México iban saliendo de México; y el excesivo protago-
nismo de Mendieta y Núñez o Cosío Villegas en las ciencias sociales
mexicanas; una preeminencia inexplicable sin considerar, por un
lado, los vínculos de ambos intelectuales con el poder político y, por
el otro, la escasa profesionalización de la sociología –constatable en
la práctica difundida de la docencia y el estudio a tiempo parcial, y
en la poca diferenciación frente a otras disciplinas. Otro modo de
apreciar las dificultades institucionales y personales para la recep-
ción de Max Weber es comparar las divergentes trayectorias de
Parsons y el Departamento de Relaciones Sociales en Harvard y la
de Medina Echavarría y el Centro de Estudios Sociales en El Colegio
176 Álvaro Morcillo

de México. Al no institucionalizarse Weber en México, se perdió la


ventaja comparativa (esto es, una parte sustancial de la obra de
Weber en español) que tenía la sociología mexicana frente a la es-
tadounidense. Vemos así que las traducciones, a las que tanta aten-
ción se ha prestado en Estados Unidos, son un elemento causal ne-
cesario pero no suficiente en la institucionalización de un autor
(Cohen, Hazelrigg y Pope, 1975; Oakes y Vidich, 1999a, 1999b;
Parsons, 1975; Roth y Bendix, 1959; Scaff, 2006; Zaret, 1980).
El análisis de las organizaciones que sustentaron los inicios de la
sociología mexicana debe ir más allá de las características de estas
mismas. Es necesario incorporar en él a los individuos que las diri-
gieron. El personalismo de sus directores –entendido como la per-
manencia en el puesto y la concentración de poder en un individuo–
merecen especial atención. Mientras que Cosío Villegas controló el
Fondo de Cultura Económica y El Colegio de México durante diez
años, para después de 1948 comandar sólo el Colegio hasta los años
sesenta (Krauze, 1980: 137, 157), Mendieta y Núñez dominó la esce-
na sociológica mexicana desde finales de los años treinta hasta ser
relevado por González Casanova a finales de los cincuenta (Olvera
Serrano, 2004a: 217, 225). De hecho, todo parece indicar que las
características de esas organizaciones –la debilidad de El Colegio de
México en sus primeros años, la falta de profesionalización en la en-
cpys– son el factor que en última instancia explica, por ejemplo, que
un enfado de Cosío Villegas privasen a El Colegio de México –y al
Fondo de Cultura Económica– de intelectuales de la talla de Medina
Echavarría, Roura Parella y seguramente de otros colaboradores va-
liosos; y también el fracaso de la sociología mexicana en la institucio-
nalización de ideas sofisticadas, como las de Weber.
Todo ello invita a añadir una nota crítica a la innegable y noble
aportación de Cosío Villegas a las ciencias sociales mexicanas. Se-
gún Andrés Lira, Cosío Villegas hizo algo que disgustó a Medina
Echavarría en uno de esos arranques de mal genio que sus estu-
diantes llamaban “mariposas negras” (así lo indica Krauze, 1980:
105; véase también Lira, 1986: 21; y 1989: 341). De hecho, Medina
Echavarría parece confirmarlo cuando años más tarde hizo ver a la
editorial mexicana “el carácter tardío de esas sus excusas y gestión,
ya que el Patronato debió de impedir a su tiempo, las razones de la
conducta incomprensible de Cosío, que esta [sic] es la hora que des-
Historia de un fracaso 177

conozco y que tuve por desconsiderada y ofensiva”.33 El comentario


deja ver la falta de una organización que impusiera criterios razo-
nables a los individuos empleados por ella, de modo que sus cam-
bios de humor no pasasen de ser anécdotas. Sin embargo, conse-
guir que Medina Echavarría se marchase, y prescindir de la manera
en que lo hizo de otros como Roura Parella difícilmente puede ha-
ber sido en el mejor interés de El Colegio de México, pues alejó para
siempre a gente valiosa de la institución. Incidentalmente, incre-
mentó con ello hasta lo improbable las dificultades para la institu-
cionalización tanto de Weber como de la sociología en el México de
la posguerra.
La contribución de Mendieta y Núñez a la sociología mexicana
en los años cuarenta y cincuenta debería, en mi opinión, reconside-
rarse con cierto escepticismo, al menos en lo que se refiere a la
institucionalización de la sociología weberiana –y temas asociados
como la creación de un plan de estudios para la disciplina; la for-
mación de sociólogos empíricos; y la asimilación de la sociología
estadounidense. Si bien una conocedora como Margarita Olvera ha
afirmado que la sociología de Mendieta y Núñez estaba “compro-
metida con la modernización” (Olvera Serrano, 2004a: 220), a mi
parecer con lo que esa sociología estaba verdaderamente compro-
metida era con el Estado y con lo que éste declarase como moderno.
Ello no obsta para que la vinculación de una disciplina académica
con el Estado, al igual que el compromiso con la idea de una raza
mestiza, no sean rasgos modernos sino decimonónicos. Mendieta y
Núñez no sólo fue incapaz de entender cuáles eran las propuestas
más prometedoras del momento para la disciplina –de ahí su irre-
frenable entusiasmo por Pitirim Sorokin–, sino que tampoco parece
haberse librado, como aún se aprecia en sus textos de los años cua-
renta y cincuenta, de la influencia del positivismo y con ella de las
teorías raciales y biologistas que Olvera misma ha calificado acer-
tadamente como “representaciones naturalistas aprendidas en la
enj [Escuela Nacional de Jurisprudencia]” (Olvera, 2004a: 217;
2004b: 71). Al dedicar durante décadas los escasos recursos dispo-

33
Las cursivas son mías. Se trata de una carta de Medina Echavarría a Julián Calvo, del 14 de
mayo de 1951, en ahfce. Citada in extenso en Moya López (2007: 788). Nótese que el órgano
supervisor del Fondo de Cultura Económica era llamado Junta, mientras que el de El Colegio
de México sí se titulaba Patronato.
178 Álvaro Morcillo

nibles para la sociología mexicana a un proyecto mal encaminado,


procurando no competir con Medina Echavarría en lugar de cola-
borar con él, Mendieta y Núñez dificultó el desarrollo de alternati-
vas intelectualmente más sofisticadas y viables a largo plazo, abo-
nando el terreno para el posterior predominio teórico del marxismo.
Con ello se creó un desfase entre la sociología mexicana y la mejor
parte de las sociologías estadounidense y europea lo cual, junto con
los efectos del personalismo, debió contribuir a la escasa continui-
dad generacional en las ciencias sociales mexicanas que han seña-
lado Olvera (2004b: 71-72) y Lidia Girola (1996). Todo lo cual no
disminuye en nada los muchos logros de Mendieta y Núñez –entre
ellos la creación del Instituto de Investigaciones Sociológicas y de la
Revista Mexicana de Sociología–, sino que simplemente ilumina
mejor el difícil camino hacia la institucionalización recorrido por
la sociología mexicana.
Más allá de explorar los avatares del exilio sociológico español,
este estudio trata de mostrar que el intento de Medina Echavarría
de institucionalizar las ideas de Max Weber representó un esfuerzo
por profesionalizar las ciencias sociales, dotándolas de una teoría,
un método y una autonomía frente a las otras disciplinas. Así como
frente al Estado. De hecho, el camino marcado por Medina Echava-
rría y sus planes para el Centro de Estudios Sociológicos eran el fu-
turo de la disciplina. Así lo confirman tanto las similitudes entre el
Centro de Estudios Sociales y Flacso, cuyo primer director fue Medi-
na Echavarría, como lo que Alejandro Blanco ha mostrado sobre la
transformación de las ciencias sociales de la mano de Gino Germani
en Argentina (Blanco, 2004; 2005; 2006: caps. 6 y 7). Medina Echa-
varría pecó de exceso de ambiciones en su concepción del Centro
de Estudios Sociales, es cierto, y además dejó su labor de promotor de
Weber, lamentablemente, incompleta, ya fuera por no escribir nunca
una introducción al pensamiento del ilustre sociólogo alemán, o bien
por no haber publicado en los años cuarenta ni un solo trabajo en la
Revista Mexicana de Sociología que pusiera de relieve la utilidad de
las ideas weberianas para entender incluso a México. Sin embargo,
su posición de outsider dentro de la sociología lo hace menos respon-
sable del desarrollo de la disciplina que a Cosío Villegas y Mendieta y
Núñez; los tres formaron un triángulo similar a la constelación Al-
fredo Poviña, Ricardo Levene y Gino Germani en Argentina.
Historia de un fracaso 179

Tras los estrechos contactos de los caudillos sociológicos mexica-


nos con el gobierno se puede entrever la relación, poco explorada,
entre la sociología y los avatares de la democracia en México y Amé-
rica Latina durante la posguerra. Difícilmente puede ser casual que,
mientras obras duraderas como la Historia moderna de México de
Cosío Villegas o la encpys vivieron al amparo de un régimen autorita-
rio y de un Estado desarrollista, el proyecto weberiano de Medina
Echavarría sólo pudiera florecer a la sombra de las Naciones Unidas,
ya fuera en la Comisión Económica para América Latina (cepal) o en
Flacso, o por medio de las fundaciones estadounidenses. En el caso
de Medina Echavarría, los problemas para financiar su proyecto de
ciencias sociales surgieron del hecho de que se tomaba en serio al
Weber tardío; no al nacionalista alemán de la lección inaugural (We-
ber, 1993 [1895]), sino al impulsor para Alemania de la democracia
parlamentaria (Weber, 1980a [1917]; 1980b (1917]; 1980c [1918]) y
de la neutralidad de las ciencias sociales (Weber, 1922; 1992 [1919]),
vale decir, de la “responsabilidad política y crítica antiestatal” (Agui-
lar Villanueva, 1984: 63). Incluso si seguimos a Alejandro Blanco
(2007: 97; 2008) en su idea de que Medina Echavarría y Germani,
ambos bajo la influencia de Mannheim, consideraban a la sociología
como un “saber de orientación”, ello debería siempre implicar una
idea de la sociología que vaya más allá de la mera producción de
conocimientos y funcionarios para el Estado. Los apoyos financieros
alternativos a éste –las fundaciones de Estados Unidos, la unesco, et-
cétera– llegaron demasiado tarde para el temprano intento de Medi-
na Echavarría de institucionalizar a la sociología weberiana –la crí-
tica al Estado– en México.
180 Álvaro Morcillo

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