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Introducción

La Psicología Social ha ido desplegándose en el tiempo describiendo un


movimiento que varía entre un polo psicológico y otro sociológico, lo que
llevado a calificarla como Psicología Social Psicológica o Psicología Social
Sociológica.
Luego de polémica instalada hacia fines del siglo XIX entre posiciones como
las de Durkheim, podría afirmarse hoy que ambas disciplinas, a lo largo de su
desarrollo, han tenido que incluir -más o menos explícitamente- el otro polo.
La Sociología se encontró con que debía incluir la perspectiva de las personas,
la particularidad, como un modo de optimizar sus análisis más totalizadores y
la Psicología tuvo que ir incorporando, en sus estudios acerca del individuo, la
influencia de las experiencias sociales y de los factores ambientales.
La perspectiva subjetiva favorece el entendimiento de procesos mentales de
los seres sociales individuales y la perspectiva sociológica posibilita analizar a
los procesos mentales como productos culturales e históricos.

El estudio de las representaciones sociales

La teoría de las representaciones sociales fue formulada por Moscovici, quien


inauguró un campo de investigación teórico y empírico sumamente fructífero
para la Psicología Social hace ya cuarenta años.

En 1961 abordó en su tesis doctoral la elaboración de la representación social


del psicoanálisis basándose en el concepto de representaciones colectivas

Emile Durkheim. Se trataba de una investigación en la que, intentaba conocer


cómo la sociedad francesa había incorporado conceptos provenientes de la
teoría psicoanalítica y los había transformado en un tipo de conocimiento del
sentido común que resultaba útil para manejarse en la vida cotidiana.
Este investigador afirmó que la evolución de la Psicología Social podía pensarse
en tres grandes etapas, y que cada una de ellas se caracterizaba por poseer un
concepto muy bien definido: las actitudes sociales, las cogniciones sociales y,
finalmente, las representaciones sociales (Moscovici, 1985).
Entendía que la psicología social: se ha ocupado y sigue haciéndolo de un solo

y único problema: ¿por qué se produce el conflicto entre individuo y

sociedad?

En su perspectiva la disciplina es la ciencia de los fenómenos de la ideología

(cogniciones y representaciones sociales) y de los fenómenos de la

comunicación, incluyendo entonces diversos niveles de las relaciones

humanas: relaciones entre individuos, entre individuos y grupos y entre

grupos.

Para el citado autor, a diferencia del anterior concepto durkheimniano de


representaciones colectivas, las representaciones sociales serían algo propio
de nuestra época, caracterizadas tanto por su función simbólica como por su
papel en la construcción de la realidad. Las representaciones sociales son
sistemas de valores, ideas y prácticas con una función doble; primero, la de
establecer un orden que les permita a los individuos orientarse en su mundo
social material y dominarlo, y segundo, la de facilitar la comunicación entre
los miembros de la comunidad, proporcionándoles un código para nombrar y
clasificar los diversos aspectos de su mundo y su historia individual y grupal.

Moscovici (1979) las define como constructos cognitivos compartidos en la


interacción social cotidiana que proporcionan a los sujetos un entendimiento del
sentido común de sus experiencias en el mundo. Este conjunto de conceptos,
afirmaciones y explicaciones se originan en la vida diaria, en el transcurso de las
comunicaciones entre los individuos y cumplen una función similar a la que
cumplían los mitos y las creencias en las sociedades tradicionales, serían la
versión contemporánea del sentido común.
La representación social incluye tanto al estímulo como a la respuesta que
provoca. Es bastante más que una guía para la conducta puesto que remodela y
reconstituye elementos del ambiente donde el comportamiento tiene que
desplegarse, de este modo le da sentido a la conducta mientras la integra en un
sistema relacional amplio. Al respecto decía Moscovici (1979, p. 27):
Las representaciones sociales son entidades casi tangibles.
Circulan, se cruzan y se cristalizan sin cesar en nuestro universo
cotidiano a través de una palabra, un gesto, un encuentro. La
mayor parte de las relaciones sociales estrechas, de los objetos
producidos o consumidos, de las comunicaciones
intercambiadas están impregnadas de ellas. Sabemos que
corresponden, por una parte, a la sustancia simbólica que entra
en su elaboración y, por otra, a la práctica que produce dicha
sustancia, así como la ciencia o los mitos corresponden a una
práctica científica y mítica.
Son conjuntos dinámicos cuya característica es la producción de
comportamientos y de relaciones con el medio, es una acción que los
modifica a ambos y no una mera reproducción de esos comportamientos o
relaciones, ni tampoco una reacción a un estímulo exterior dado. Agrega el
autor citado: “(...) no las consideramos ‘opiniones sobre’ o ‘imágenes de’, sino
‘teorías’ de las ‘ciencias colectivas’ sui generis, destinadas a interpretar y
construir lo real... es un conocimiento que la mayoría de nosotros emplea en
su vida cotidiana” (Moscovici, 1979, p. 33). En esta misma perspectiva,
Basabe, Páez y cols. (1992) las denominan prototeorías del sentido común.
Distintas definiciones sobre representaciones sociales

Desde la ya clásica definición proporcionada por el creador del concepto, “(…)


la elaboración de un objeto social por una comunidad” (Moscovici, 1961/79),
muchas otras definiciones han sido propuestas, las que acentúan distintos
aspectos:
Características de las representaciones sociales
En el seminario de posgrado sobre “Representaciones sociales y memoria
colectiva” que impartió Jodelet en la Facultad de Psicología de la UBA en 2003
presentó las siguientes características sobre el concepto de representaciones
sociales:
1. Se refiere siempre a alguna cosa, el objeto de la representación, y es de

alguien, es decir el sujeto de la misma. Involucra a sujeto y objeto, las

características de uno y otro generarán efectos sobre la representación de que se


trate.

1. Ocupa el lugar del objeto, tiene con él una relación de simbolización y

también de interpretación, pues le otorga significado. Será resultado de una


actividad que la convierten en una construcción y una expresión del sujeto. De
ahí que tal actividad permita estudiar al sujeto desde un punto de vista
psicológico, considerando sus procesos cognitivos u otros mecanismos
intrapsíquicos, como motivación, pulsión, entre otros. Sin embargo, lo más
característico de las representaciones sociales es que integra a este tipo de
estudios la participación social y cultural de los individuos y el concepto se
aplica así a la actividad mental de un grupo o colectividad.

2. Es una forma de conocimiento, se presenta como una modelización del

objeto.

3. Es eficaz socialmente pues se trata de un saber práctico, para actuar sobre el

mundo y los otros. Esta función de adaptación práctica puede ser designada
como compromiso psicosocial.
Determinantes para la producción y el funcionamiento de las
representaciones sociales

Los procesos de anclaje y objetivación son los determinantes de la producción y


el funcionamiento de las representaciones sociales. Pueden definirse del
siguiente modo:

La objetivación es el proceso por el cual se le otorga realidad material a una


entidad abstracta, por lo tanto implica acentuar el aspecto icónico,
equiparando el concepto a la imagen para lo cual selecciona algunos aspectos
de toda la masa de información circulante respecto del objeto de la
representación. Este modelo figurativo, conocido como vaciado icónico,
reproduce lo abstracto de modo casi visual y constituye la parte central de la
representación. Asimismo este proceso naturaliza el concepto abstracto
reificando el modelo figurativo y llevando la imagen a una elaboración social
de la realidad.
El anclaje es el proceso que permite clasificar al objeto de la representación
dentro de las categorías de la sociedad. Se lo transforma en un objeto útil al
insertarlo en una jerarquía ya existente de normas, valores y producciones
sociales. Por lo tanto una representación social es un modo de conocimiento
propio de una sociedad particular y su función es convertir lo extraño en
familiar. Este proceso se caracteriza por una forma de razonamiento en la que
la conclusión controla las premisas. Esta modalidad, propia del pensamiento
social, es opuesta al modo de razonamiento del científico. Sin embargo no
podría pensarse que la oposición es una única relación posible entre ambas
formas de pensamiento, hay también complementación, se nutren
recíprocamente, lo que se hace evidente en la orientación del progreso
científico y en la difusión de la ciencia en la sociedad.

Otros aportes a las teorías de las representaciones sociales


Según teorizaciones de Abric (1985) puede concebirse a la representación social
como una estructura socio–cognitiva regulada por un doble sistema, que consta
de dos entidades distintas y, a la vez, complementarias: el sistema central y el
sistema periférico. El sistema central tiene dos funciones esenciales, una
función organizadora, porque dicho sistema determina la naturaleza de las
relaciones entre los distintos elementos de la representación, sería el
elemento unificador y estabilizador y una función generadora, ya que
determina el significado de cada uno de los elementos del campo
representacional.
El sistema periférico está formado por un conjunto de elementos que
permiten la fijación de la representación en la realidad del momento. Se
trataría de esquemas condicionales, porque los elementos periféricos
poseerían una flexibilidad mayor que los elementos centrales. De este modo,
autorizan las modulaciones individuales de la representación e intervienen en
los procesos de defensa y transformación de las representaciones.
Muchas investigaciones se han dedicado al estudio del sistema periférico y
han aclarado muchos de sus procesos. Sin embargo, la naturaleza y el
funcionamiento del sistema central no se perciben con tanta claridad.
Las representaciones sociales son vehiculizadas por el lenguaje y de esta
manera se produce y reproduce lo social. Se refieren tanto a un proceso como
a un contenido y este último puede analizarse en diferentes dimensiones: la
actitud, la información y el campo de la representación referido a un objeto
social determinado.
Para Basabe, Páez y cols. (1992) las representaciones sociales serían
analizables en tres dimensiones:
Información: suma de conocimientos sobre un objeto social
Núcleo: alrededor del cual se organiza el contenido de las representaciones
sociales
Actitud: dimensión evaluativa -positiva o negativa- hacia un objeto de
representación
Distintos psicólogos sociales hoy plantean la imposibilidad de la comunicación
social sin la existencia de representaciones sociales compartidas que les
proporcionen a los grupos significados comunes, dado que además permiten
demarcar la posición del propio grupo, diferenciándose así de los otros grupos.
Basabe, Páez y cols. (op. cit., p. 82) acentúan más este aspecto al señalar que no
cualquier estereotipo o conjunto de creencias ideológicas constituyen una
representación social. “Sólo lo son aquellas que emergen y se orientan a
justificar, explicar y dar cuenta de un conflicto intergrupal o de una realidad
psicosocial conflictiva”.
En la investigación realizada por estos investigadores sobre consumo de alcohol
en los jóvenes puede observarse cómo el estudio de las representaciones
sociales permite rastrear una prototeoría que posibilita encontrar una
narrativa justificatoria pública, una teoría explicativa del sentido común. Estos
aspectos lógico-discursivos pueden ser reconstruidos a posteriori -merced a
un trabajo de investigación- y su esclarecimiento es lo que permite operar
para generar algún cambio en las representaciones sociales (ya sea preparar
un proyecto preventivo u otro tipo de intervención en la comunidad).
Muy sintéticamente, y a modo de ejemplo, la prototeoría reconstruida por
esos investigadores puede plantearse del siguiente modo: “consumir alcohol
es bueno, produce efectos mayormente positivos. Si uno se puede mantener
punto justo, y la persona no se pasa, se evitan los efectos negativos, dando así
muestras de autocontrol”.
En ese modo de argumentar acerca del alcohol puede reconocerse una teoría
del sentido común sobre el aprendizaje y una concepción de sujeto con la
posibilidad del autodominio del consumo, es decir que se estaría ya
insinuando la posibilidad de apertura a una dimensión imaginaria no sólo
argumentativa sino también argumental.
La modelización presentada por estos investigadores es de mucho interés en la
medida en que parecen estar advirtiendo que no sería suficiente con apelar a
ideas o a la mera información para hacer una propuesta de
prevención/intervención, sino que habría que poder construir nuevos guiones
y escenarios, es decir otras representaciones sociales que permitan
reemplazar a las ya existentes.
A pesar de la gran difusión que ha tenido el estudio de las representaciones
sociales, especialmente en Europa y Latinoamérica, también ha provocado
controversias y críticas. Harré y Lamb (1992) plantean que tales críticas
obedecieron a la influencia prevaleciente de dos corrientes científicas
principales: el conductismo en psicología y la tradición positivista de la
filosofía de la ciencia, las que también demoraron el desarrollo de este tipo
de investigaciones.

Los últimos estudios se refieren a este objeto de estudio como un fenómeno


rico y complejo, que requiere gran variedad de métodos, estrategias y tácticas
para la obtención de los datos y los modos de análisis. En suma, postulan
procedimientos eclécticos que posibiliten acceder a los procesos cognitivos y
emocionales buscados.

Toda la bibliografía consultada avala el análisis multivariado –interjuego de


muchas variables en un sistema razonablemente complejo– pluridimensional,
y plantea que, a veces, los estudios longitudinales resultan más reveladores
que las ventajas del más controlado y riguroso estudio experimental.
en los aspectos argumentativos de la conversación (Billig, 1993). El discurso
amable no es productivo para conocer el pensamiento público porque allí se
ensaya lo que ya es conocido, las frases hechas; en el discurso argumentativo
hay siempre un elemento impredecible, porque buscando persuadir se está
argumentando por un punto de vista y contrarrestando los puntos de vista de
los oponentes. Es decir que el pensar se hace audible en la conversación, pero
no en cualquier forma de conversación.
Las opiniones del sentido común se encuentran opuestas entre ellas mismas y
esto proporciona un modelo para la deliberación interna individual. Por tal
motivo hay que prestar especial atención a los aspectos argumentativos de la
conversación.

Una recapitulación
La denominación representación más la calificación de social parece estar
uniendo conceptos pertenecientes a dos perspectivas y tradiciones
diferentes.
Se ha mencionado ya el posicionamiento de la teoría de las representaciones
sociales en la intersección entre lo psicológico y lo social y, entre otros autores,
es Doise (1991) quien más acentúa las superposiciones y los entrecruzamientos
entre la psicología y la sociología, puesto que los límites no están demasiado
claros. La teoría de las representaciones sociales intenta dar cuenta de una
realidad cuya complejidad no puede ser explicada si se opta por posiciones
dilemáticas. Parece necesario no caer en reduccionismos, ni de uno ni de otro
polo, pues se estaría eliminando, de ese modo, la función articuladora de
distintos sistemas explicativos que poseen las representaciones sociales.
La concepción del citado investigador sobre la teoría de las representaciones
sociales como teoría general o gran teoría se opone activamente a las críticas
de ambigüedad o vaguedad que se hacen de la misma. Se trata de una teoría
general acerca de un metasistema de regulaciones sociales que interviene en el
sistema del funcionamiento cognitivo.
las Ciencias Humanas en general. La autora citada se refiere también a la
vitalidad del concepto, el que ha sido sumamente fecundo pues ha
promovido un uso generalizado en ciencias humanas respaldado por un gran
número de publicaciones en distintos países, en diferentes campos de
aplicación y con aproximaciones teóricas y metodológicas también diversas.
Dicha vitalidad también estaría en relación con las distintas interpretaciones y
discusiones generadas, lo que también ha sido productivo para el avance de la
teoría. Según el propio creador del concepto y del campo de estudio, el
reciclaje del concepto durkhemniano fue una reacción al estancamiento en el
campo de la Psicología Social, limitada en cuanto a sus objetos de estudio y a
sus paradigmas. Ese reciclaje permitió una innovación en la disciplina, a la vez
que resultó reunificador para las Ciencias Sociales: los desarrollos de
historiadores como Duby y Chartier, antropólogos como Héritier, sociólogos y
cientistas políticos como Bourdieu y Berger y Luckman permiten advertir la
gran dinámica que el concepto produjo.

El imaginario social

Imaginario es un término derivado del latin, imago, que se emplea como


sustantivo en filosofía y psicología para designar lo que se relaciona con la
imaginación, es decir, la facultad de representarse cosas en el pensamiento y
con independencia de la realidad. A partir de 1936, Lacan comenzó a utilizarlo
correlativamente a la expresión estadio del espejo, designando una relación
dual con el semejante. Asociado a lo simbólico y lo real, en el marco de una
tópica a partir de 1953, se define como el lugar del yo por excelencia, con sus
fenómenos de ilusión, captación y señuelo (Roudinesco y Plon, 1998).
Según Ferrater Mora (1999), la imaginación es la facultad mental que se
diferencia de la representación y la memoria, pero que está ligada a las dos. La
imaginación combina elementos que fueron antes representaciones
sensibles. Sin la memoria nada podría ser imaginado.
El concepto de fantasía, realidad psíquica para Freud, proviene del griego y
tiene su equivalente en imaginatio o imaginación, versión latina del término,
tradicionalmente usado en la psicología filosófica, ha denotado y connotado
demasiadas cosas a lo largo de los siglos, tanto en el lenguaje vulgar como en
el técnico (Malfé, 1994).

Relaciones entre el concepto de ideología y el de imaginario


Es frecuente asociar ideología y marxismo, no obstante ese concepto no se
limita al marxismo ni se origina a partir de esa teoría. Puede hablarse de
ideología en muchos sentidos, inicialmente el término fue acuñado a fines del
siglo XVIII por el filósofo francés Destutt de Tracy para referirse a la ciencia de
las ideas. Por entonces la ideología era una ciencia natural, parte de la zoología
y dependía de la experiencia del hombre con el mundo. En esa primera
concepción de la ideología el rechazo a la metafísica ocupaba un lugar central,
como era propio del pensamiento de la época. A la vez era una
conceptualización en la que toda dimensión social quedaba excluida.
Según Williams (1980) es posible considerar tres versiones habituales del
concepto ideología:
1. sistema de creencias propias de un grupo o clase social
2. sistema de creencias ilusorias (falsa conciencia)
3. proceso general y universal de producción de sentidos o ideas

En función de esas diferentes versiones, según el autor citado, el concepto de


ideología podía convertirse en un “apodo polémico” para los pensamientos
que negaban o ignoraban el proceso social material del que formaba parte la
conciencia, a la vez que podía producir una cuña de tipo idealista entre ideas y
realidad material. Es así que, si se sostiene la versión de que ideología y ciencia
deben diferenciarse, existiría una ciencia positiva, por lo tanto verdadera, y la
ideología quedaría del lado de lo considerado ficticio.
Para Williams (1980) se trataría de poner el acento en la significación como
proceso social fundamental, dado que habría vínculos prácticos entre ideas,
teorías y la producción de la vida real, dentro de un complejo proceso de
significación social y material.
Los imaginarios sociales
En las últimas décadas, los conceptos de imago, imaginación, imaginario van
desplazándose desde la periferia al centro del discurso de las ciencias sociales.
Se puede definir el imaginario social de un modo muy básico, aunque muy
contundente, como un descentramiento del pensamiento moderno que
elimina la dicotomía entre imaginario y real (Colombo, 1989).
Castoriadis (1983) lo distingue de la mera dimensión especular, pues lo
conceptualiza como una creación incesante e indeterminada, social, histórica
y psíquica de figuras, formas e imágenes que inclusive producen lo que se
denomina realidad y racionalidad. El imaginario social es una dimensión
esencial de toda sociedad política, que constituye y renueva lo que la
comunidad denomina su identidad, sus aspiraciones y las líneas generales de su
organización.
Como conjunto de evidencias implícitas, de normas y valores asegura la
reconducción de las relaciones sociales. Estos sistemas de representaciones
permiten autodesignarse y fijan simbólicamente normas y valores. A la vez la
ideología legitima, racionaliza y produce consecuencias simbólicas y prácticas
(Ansart, 1989).

Toda sociedad organizada posee una representación de sí misma y toda acción


social, ya sea cooperativa o conflictiva, se desenvuelve dentro de una
estructura de sentido, en un intercambio de significaciones que hacen posible
la acción conjunta o la rivalidad.

De modo similar, Marí (1993) conceptualiza el dispositivo del poder en su


doble vertiente: el discurso del orden ligado a la racionalidad que
naturaliza las
relaciones de fuerza, según el formato que adquieren en las distintas épocas,
aunque las presente siempre como un orden necesario; y el imaginario social
compuesto por prácticas extra discursivas, ceremonias, himnos, mitos y
distintos montajes de ficción. Estas instancias distintas -aunque
complementarias- convergen hacia el mismo fin: sostener el dispositivo del
poder, pero es en la dimensión imaginaria del poder donde “(...) se hacen
materialmente posibles las condiciones de reproducción del discurso del
orden” (Marí, op. cit, p. 220).
Los autores que se citan, al utilizar el concepto, subrayan la valoración de la
actividad imaginativa en las representaciones del orden social y de la acción
política. Desde esa posición se oponen a una tradición cientificista y realista que
pretende separar lo real de lo ilusorio y cuestionan el concepto de ideología
en su acepción más clásica, como sistema de creencias engañoso (Williams,
1980), o bien entienden la ideología política como una de las modalidades que
adopta el imaginario social.
El concepto de imaginario social en su vertiente productiva e inventiva, de
acuerdo con los autores que se comentan, sin homologarlo con un mero
reflejo o una reproducción de una realidad que estaría en otro lugar, coincide
con perspectivas como las de Ibáñez (1992) y Gergen (1992, 1996) que
sostienen que la realidad es siempre sensible a las producciones simbólicas,
especialmente a las representaciones que de ella nos formamos y, por lo tanto,
cualquier diferencia acerca del modo de ver la realidad social es susceptible a
su vez de modificarla.
Estas concepciones no-representacionistas acerca de la realidad social y del
conocimiento científico muestran una gran afinidad con los autores que
entienden el imaginario social como un proceso inacabado, socialmente
compartido, que varía en las distintas sociedades, y también en cada una de
ellas, según la mentalidad de los diferentes sectores, sus culturas y según las
épocas.
Lineamientos comparativos

Una primera comparación se establece al conocer la tradición de la que


provienen cada uno de estos conceptos. Así como el concepto de
representaciones sociales se origina en el núcleo mismo de la Psicología Social,
más específicamente en el paradigma de la cognición social 4, el concepto de
imaginario social proviene del campo de la historia de las ideas, de las
mentalidades y de los movimientos sociales.
Al tener como marco de referencia a la psicología cognitiva, quienes investigan
en el campo de las representaciones sociales abordan los procesos de
objetivación y anclaje tendiendo a analizar más elementalmente
representaciones aisladas.
Esta tradición es tal vez la que explique las razones por las que abundan las
investigaciones sobre representaciones sociales entre los y las psicólogas
sociales de nuestro medio, entre muchas otras: la representación de la deuda
pública en estudiantes, representaciones y prácticas de salud en adolescentes,
representaciones de estudiantes y graduados sobre la carrera y la profesión del
psicólogo, representaciones sociales sobre la crisis social, sobre el cuerpo, sobre
el HIV y su prevención, entre muchas otras que se encuentran actualmente en
ejecución.
En cambio, la perspectiva de quienes consideran el concepto de imaginario
social parece estar más influenciado por la tradición psicoanalítica, a la vez que
parecen estar más referidos a otras ciencias sociales y no solamente a la
psicología. Cuando se incluye la vertiente imaginaria en el estudio de los
procesos psicosociales, se intenta reconstruir la cadena o cadenas
argumentativas así como el hilo argumental en el que se sostienen5.
En cada período histórico se encuentran los productores de ideología y puede
considerarse que hay actos que son característicos de una determinada
mentalidad; pues para que haya representación algo debe estar presentado por
el sistema socio cultural e ideológico.
Junto con el discurso razonable o logos –discurso del orden, según Marí (1991)-
coexisten aspectos imaginarios o fantasmáticos, una gran cantidad de ficciones
que transmiten ideología. Sólo a modo de ejemplo puede citarse el estudio
que realiza Martín-Baró (1987) sobre el síndrome fatalista latinoamericano. La
perspectiva del “latino indolente” puede carecer de racionalidad para el
europeo, pero es indudable que el autor está describiendo un tipo de
subjetividad producido por la dependencia, que proporciona respuestas
razonables a determinadas condiciones de vida como las que existen en
Latinoamérica. Si bien puede analizarse representaciones sociales aisladas,
también es posible rastrear un relato argumental de esas representaciones, lo
que termina conformando una especie de novela o narrativa.
Junto con el nivel argumentativo, habrá otro de tipo argumental, especie de
fábula o mito que organiza el conjunto de representaciones.
Ocuparse de la génesis y de los efectos que tienen las determinaciones
estructurales-históricas para producir determinada subjetividad en
determinado momento histórico puede considerarse una de las principales
tareas de la psicología social.
La vida cotidiana transcurre en un contexto ideológico que nos impregna y que
no se percibe con facilidad. Es fundamental el análisis de esa dimensión
imaginaria en la constitución de las formas históricas de subjetividad, dado que
si bien lo imaginario aparece como lo más vago e indefinido, es lo que más
contundentemente nos determina, ya sea a actuar como a esperar
determinadas conductas de los demás. Es lo que damos por supuesto en la
representación del mundo en cada momento; las maneras de sentir, actuar y
pensar que son características de determinada época histórica.
Las sociedades producen, “inventan” sus propias representaciones o sus ideas-
imágenes, “(…) a través de las cuales se dan una identidad, perciben sus
divisiones, legitiman su pder o elaboran modelos formadores para sus

ciudadanos tales como el ‘valiente guerrero’, el ‘buen ciudadano’, el


‘militante comprometido’, etc.” (Baczko6, 1991, p. 8). Este autor utiliza el
concepto de imaginario social para justamente referirse a ese conjunto de
ideas-imágenes de la sociedad global que legitiman, engrandecen y protegen
todo lo referido al poder.
Esas maneras de sentir, pensar, actuar –subjetividades- características de las
distintas épocas históricas permiten abordar lo que podría denominarse
identidades colectivas o socioculturales.
Ciertos aspectos de los dispositivos del imaginario social (mitos, rituales,
objetos emblemáticos, etc.) tienen vigencia en espacios institucionales de
distinta amplitud y que pueden encontrarse en todo tipo de contextos:
educativos, productivos, asistenciales, deportivos o de otra índole.

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