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U no de los críticos literarios más po lémicos y rigurosos de nuestros
días propone en este libro un recorrido personal y sign ificativo por la
narrativa española de los últimos qu ince años.
Este volumen recoge más de setenta reseñas publicadas entre 1990
y 2005 correspondientes a obras -la mayoría novelas- de autores
españoles. En un extenso prólogo Ig nacio Echevarr ía realiza un lúcido
análisis de los cambios que se produjeron en la narrativa española en
la década de los ochenta y de có mo se impuso entonces una nueva
«legalidad» cultura l que la llevó a desertar tanto de su t radición más
combativa como de la exigencia crítica con respecto a la sociedad.
También relata su trayectori a en la prensa literaria, desde sus primeros
pasos incautos hasta el colapso final que le oblig .ó a abandonar su
tarea y que propic ió cierto escánda lo en la escena periodística de
nuestro país.
Vademécum de la más reciente narrativa española , compendio de
modos y estrategias con que enfre ntarse no tanto a un libro como a
una lectura , canon intencionadamente parcial y polémico , que no elude
la condena intra nsigente pero tampoco ell entusiasmo, estas páginas
constituyen un trayecto personal, realizado con perspectiva crítica , a
través del trayecto recorrido colec t ivamente por la cu ltura españo la
del posfranquismo.
«Por la memoria de Edmund Wil son que este libro me lo he de compr ar.»
ISBN 84-8306-625-4
1 11 1
9 788483 066256 www.edito rialdebate.com
Trayecto
Un recorrido crítico por la reciente
narrativa española
IGNACIO ECHEVARRÍA
1111:b)II
A C onstantino Bértolo
ISBN: 84-8306-625-4
Depósito legal: B-16.101-2005
Impreso en Limpergraf
Mogoda , 29. Barbera del Valles (Barcelona)
e 846254
Índice
PRÓLOGO. 13
TRAYECTO
Planetario 57
Adiós a Teresa . 62
El ángel exterminador 65
Una novela bonsái 68
Kamasutra verbal . 70
En el baúl de los recuerdos 73
De sangre y de mierda . 77
El buen soldado . . . 82
La memoria rectificada . 86
El poder de las palabras . 90
Confidencias . . . . 94
Sobre el arte de cazar mariposas 98
El extranjero . . . . 102
El toro por los cuernos . 105
Una escritura amenazada 108
Tiempo de destrucción. 111
Sombras checas 115
El mundo en «ferrerocarril» 118
Memorias sin entendimientos 121
La última «aventi» 125
ÍNDICE ÍND ICE
13
IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO
to de sus hazañas, cuando las logra, obedece a la particular coyuntura del ticiamente un palo que el reseñista no se atreve a dar? Ése es el tipo de
momento, y se apoya a menudo en el efecto sorpresa . En vano se le re- información que por lo común reclama la lectura sumaria de una reseña
clamará al reseñista, pues, una estrategia programada, un orden de com- periodística, excepción hecha, claro está, de los propios auto res rese-
bate, aún menos una uniformid;d. De ahí lo chocante e inapropiado 11.ados,de sus familiares y amigos, de sus enemigos, de sus editores, y de
de reunir las propias reseñas en un volumen: viene a ser como hacer des- un puñado escaso de lectores incentivados o simplemente concienzu -
filar en una parada militar a un cuerpo de guerrilla, sin sentido alguno dos, que acaso esa misma tarde, conversando ocasionalmente del libro
de la formación, cada cual a su bola, ataviado a su manera, con armas y reseñado, se pregunten dónde han leído por la mañana que lo dejaban a
bagajes disúntos. Un espectáculo pintoresco, cuando no desconcertante panr.
o sencillamente ridículo . Tanto más cuanto que la ciudadanía que asiste al La precariedad , pues, parece ser la condición básica del crít ico rese-
desfile, y no digamos ya los mandos militares, ni siquiera se habían dado füsta, que si estima en algo su propio oficio deberá ejercerlo a la vez al
por enterados de que hubiera guerrilla alguna. amparo y a contrape lo de ella. Lo cual no implica, de ningún modo, una
Al hablar de las linútaciones que el periodismo impone al resefiista licencia para la chapuza; mucho menos un llamanúento al cinismo . Impli-
se suele pensar, en primer lugar, en las linútaciones de tiempo y de espa- ca, sencillamente, la necesidad de recono cer la especific idad del terreno
cio. Pero el género del reseñísmo, al menos del reseñismo que se pracú- en el que se actúa y adoptar para los propio s textos un ritmo de argumen-
ca en los diarios, se define precisamente en función de esas limitaciones, tación y una escala de énfasis acordes con él. Implic a, de hecho, asumir
es decir, de las urgencias y de las apreturas asociadas a los imp erativos del una cierta desinhibición del propio juicio. E impli ca, sobre todo, detec-
propio medio. Por este lado no parece que haya lugar para las quejas: tar, para saber qué distancias le conviene adoptar respecto a ellos, el tipo
quien no acepte las condiciones materiales de producción en que se ejer- de parentesco -de familiaridad, si se prefiere-- que reúne al reseñis-
ce el reseñismo periodístico hará bien en buscar otras vías por las que ta con el periodista y con el publicitario , figu ras que a menudo co mpit en
dar cauce a sus pulsiones críticas. Aceptarlas, por otro lado, conlleva cier- con la del reseñista y cuyo s lenguajes se enfrentan asimismo al problema
tas ventajas, la primera de las cuales consiste en asumir, tanto en relación de la precariedad.
con el juicio propio como con el estilo de su argumentación, su propia Con esto último pretendo decir que los énfasis que eventualmente
precariedad. Una precariedad -importa subrayarlo- que no afecta sólo pone el reseñista en determinados juicios sobre un libro , pueden obe-
a las condiciones de producción del reseñismo, sino también, y yo diría decer a la necesidad de contrarrestar los énfasis previamente empleados
que sobre todo, a las condiciones de su consumo. El grado de candidez a su vez tanto por la publicidad como por el periodismo, este último con
-y, por lo tanto, de ineficacia- de un reseñista puede medirse en pro- su tendencia creciente a actuar, cuando de materia cultural se trata, a
porción a sus expectativas de ser cabalmente leído. No se trata aquí de modo de publi cidad indirecta . De ahí los reparos, una vez más, a la hora
nada relacionado con los alicientes o la amenidad de la reseña en cues- de sustraer las reseñas que uno ha hecho de su estricto contexto no sólo
tión, sino del tipo de lectura que reclama el soporte mismo del periódi- físico, material, sino también temporal.
co: una lectura en diagonal, con frecuencia apresurada, asediada por toda Siguiendo por esta vía de argumenta ció n, tocaría ahora ir enfren-
suerte de prejuicios y de distracciones; una lectura que olfatea insúnti- tando toda una ristra de topicazos que suelen pesar sobre la tarea del rese-
v;nnente los pasajes más contundentes, allí donde la experiencia dicta ñista y que adnúten ser contestados desde la previa asunción de su esta-
que se decanta el juicio del reseñista. ¿El libro recibe un palo o un elo- tuto tan precario y los imperativos de la actua lidad. Me refiero a tópicos
g it1? Y si es un elogio, ¿cabe detectar reservas por las que asome subrep- tan recurrentes com o los consistentes en reclamar al reseñista ecuanimi-
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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO
dad, objetividad, neutralidad, ponderación, matices y otras muchas za- cado, pues, este propósito, con una única salvedad, relativa a una cues-
randajas incompatibles del todo con el tipo de servicio que se propone tión de la que sí me voy a ocupar por considerarla crucial: la relativa a la
prestar. Pero por ahí nos adentraríamos en una enmarañada disquisición problemática autoridad del crítico .
teórica que escapa a los alcances de este prólogo, que de momento in- La pregunta, o las preguntas, suelen plantearse del siguiente modo,
siste solamente en hacer que el lector repare en la incongruencia que su- más o menos: Y a usted, ¿quién le ha dado licencia para opinar sobre
pone brindarle, para su lectura sosegada, unos textos escritos para ser los demás? ¿Cómo se atreve a juzgar en unas pocas líneas un libro que
leídos en condiciones muy otras, siempre al arrimo de la actualidad, y a su autor le ha llevado meses , si no años, de trabajo? ¿Quién se piensa
por lo tanto de espaldas a toda pretensión de posteridad, siquiera la per- qué es usted para (pongamos por caso) cargarse un libro que sale en to-
manencia ínfima que puede proporcionar un libro como éste. das partes, que se está vendiendo tantísimo y que, además, a nú me ha
Llegado aquí, sin embargo, yo mismo he de reconocer que tanta in- gustado mucho?
sistencia en mi vieja aprensión a armar un libro como éste, una vez ya he Pues verá -habría que responder-: yo me considero reseñista, y
aceptado hacerlo, empieza a oler peligrosamente a zalamería exculpatoria, considero que para ello no se necesita mejor cosa, al menos de entrada,
o más bien a eso que antes se daba en llamar, en retórica, captatiobenevo- que la voluntad de serlo. De acuerdo que es una voluntad determinada la
lentiae.Y no se trata de eso, o al menos no resueltamente. mayoría de las veces por circunstancias azarosas, cuando no directamen-
te accidentales, pero eso es algo que no viene al caso, pues no estamos
¿Me atreveré a decirlo? Más acá de la generosa insistencia de mi editor, hablando de motivaciones , no por ahora. Parece claro , en un principio,
Cristóbal Pera, una de las razones principales que me decidió a armar este que la decisión misma de convertirse en reseñista presupone una cierta
libro fue la ocasión de escribir este prólogo. Bullían confusamente en mi disposición y unas mínimas aptitudes sin las cuales se hará difícil llevar-
cabeza un montón de propósitos diversos e inconexos, que hasta hace la a buen término. Demos por supuesto que esa decisión la toma alguien
bien poco me sentía yo capaz de armonizar y enderezar. No ha sido así, con cierta pasión por la literatura, que lo ha conducido a procurarse una
como empieza a quedar claro, y me veo ahora en la situación de sacar este núnima cultura literaria. A partir de aquí, como casi todo en esta vida,
prólogo adelante de todos modos, escogiendo entre esos propósitos ape- las cosas transcurren en un campo en el que intervienen, en proporcio-
nas dos o tres. nes siempre variables, el talento, la suerte y cierta capacidad de riesgo
Líneas más arriba he descartado, tal vez demasiado a la ligera, uno -o de juego, como usted prefiera.
de ellos, acariciado por mí desde mucho atrás: me refiero al de pergeñar ¿Tranquilizaría a quienes se cuestionan la autoridad del crítico que
algo así como un «diccionario de tópicos» en torno a la crítica literaria de ahora en adelante, para escribir reseñas en los diarios, el reseñista en
en donde, al tiempo de inventariarlos, les daría respuesta. Se trataría allí cuestión hubiese de acreditar, si de literatura se trata, estudios de Letras;
de los tópicos con los que me ha tocado lidiar en los últimos quince años, o haber superado un examen de aptitud, planteado no se sabe aún si con
a veces con mal contenida irritación. Pero es éste un propósito que des- criterios que atiendan al buen gusto , a los adecuados conocimientos, a
borda con mucho los límites de un prólogo, dado que el número de esos la buena redacción o a las tres cosas a la vez? Me temo que no, y que el
tópicos es enorme, los hay de todo tipo, y la mayor parte de ellos están simple planteamiento de esta posibilidad, así formulada, suene grotesco.
tan arraigados que, para refutarlos debidamente, habría que emplear un Pues algo invita a sospechar que, por mucho que su saber pueda cimen-
tesón y una paciencia para los que ni yo ni seguramente quien está le- tarse -pero no necesariamente- en la Academia (y entiéndase bajo esta
yendo este prólogo estamos ahora mismo bien dispuestos. Quede apar- palabra el mundo universitario en su conjunto, con todos sus escalafo-
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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO
n~s), no conviene que la critica quede en manos de la Academia, da igual mán, afirmaba en 1928: «El gran talento para la critica es un don tan raro
~¡ la Academia misma porfia -y desde luego que lo hace- por que así que no se puede analizar sin extenderse enormemente. Pero, con algunas
o ·urra. reservas, se puede resumir en esta fórmula : ¡la capacidad de tener razón!>>.
Por otro lado, en los tiempos que corren, la Academia no constitu- Pues eso. A lo que cabria añadir, para templar un poco los ánimos, que
y para nadie, a excepción de los académicos mismos una instancia de esa capacidad vendría determinada en alto grado por la cultura del re-
autoridad. Pero entonces, ¿cuál lo sería? Por aquí damos con el hueso señista y su sentido para tasar, con sensibilidad adiestrada, el valor de sus
del asunto; pues, de hecho, si se quiere plantear con algún rigor, el pro- lecturas.
blema de la autoridad del crítico debe considerarse a la luz de la crisis El segundo nivel en que le está dado a un reseñista construir su auto-
progresiva y generalizada de autoridad en que ha ido derivando el desa- ridad es de orden más bi en retóri co; tiene que ver con su elocuencia,
rrollo de la cultura democrática. Sobre este trasfondo, la crítica en su con su talento para persuadir al lector, de resultar concluyente. Tiene
conjunto, y no sólo el reseñismo, delata de nuevo su condición inevita- que ver con su capacidad de brindar una idea suficiente del libro, en fun-
blemente precaria, por no decir ahora trágica. Y es que la institución ción de la cual problematizarlo, destruirlo o ensalzarlo . Algo para lo qu e
misma de la critica se funda sobre un viejo principio de autoridad que valen toda suerte de estrategias, empezando por la muy recomendable
entretanto ha sido socavado en sus cimientos mismos, dejando a la cri- de entresacar las citas que, aun fuera de contexto, darán el tono del libro
tica en la penosa situación de invocarla cuando nadie está dispuesto a re- comentado.
conocerla. Se subestima este componente netamente retórico del reseñismo. Es
Pero todo esto empieza a sonar muy pomposo y como salido de ma- ahí, por otra parte, donde el reseñista tiene mucho que aprender del pe -
dre, cuando de lo que se trata es de responder a la pregunta inicial, aquella riodista y, sobre todo, del publicist a. A diferencia de éstos, sin embargo,
de «Y a usted, ¿quién le ha dado licencia para opinar sobre los demás?». el reseñista ha de velar, como se viene diciendo, por labrarse su autori-
Pues verá, querido amigo - habría que empezar por responder de dad, lo cual lo obliga a ser cuidadoso en todas sus decisiones, aun a pe-
nuev o-: nadie. Ni aguardo a que nadie me la dé, pues nadie está en con- sar de las pris as. Pondré un ejemplo, contrariando mi propó sito de no
dición de hacerlo. Así las cosas, seré yo mismo el que acredite mi propia hacerlo, pues nunca se me ha pasado por la cabeza, ni en mis momen-
capacidad como reseñista en el desempeño mismo de mi oficio. Y si por tos de mayor desesp eración, conv ertir este prólogo en un recetario para
virtud de él alcanzo algún pr edicamento, por ínfim o qu e sea, ése será el escribir reseñas. Tien e qu e ver con un aspecto import ant e de la reseña
capital con que cuente para hacer valer una autoridad que en cualquier misma, aun cuando pueda parecer anecdótico: la elección de la persona
caso sólo puedo invo car como simulacro, pues de ningún modo se pue - verbal. Por lo que a mí toca , y como podrá mu y bi en comprobar quien
de m edir ni sancion ar, si bi en ello no constituy e un motivo para im- se entret enga en hojear las piezas reunidas en este volum en, he evitado
pugn arla. siempre, como reseñista, el uso de la primera persona . Seguramente la
Dicho de mejor manera : el critjco reseñista se construye su propia de cisión viene determinada, en buen a medid a, por factore s idiosin crá-
autoridad . Y la construye en dos niveles simult áneos. El prim ero resulta sicos, p ero ob edece tambi én a un cálculo deliberado: el estilo imp erso -
un po co embarazoso de describir, pero se puede int entar formulándolo nal tiene por efecto «objetivar » en cierto modo el juicio que se está vol -
en los siguient es términos: la capacidad de tener razón . Escribo esto y cando , reb aja el carácter «impr esioni sta» del com entario, expon e los
suena tan desafiante qu e m e apre suro a inform ar de la fu ent e qu e m e lo argu m ento s empl eados a un a fría int emp eri e, fuerza a quien escrib e a no
dicta. Es Robert Musil, quien a propósito de Alfred Kerr, el critico ale- ampar arse en sus propios límit es, en sus propios afectos , en sus m ás in -
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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO
mediatas efusiones. De todo lo cua l se desprende, de modo impercepti- En cuanto al latiguillo ese de «en mi opin ión »... A riesgo de ter-
ble, un grado de abstracción ligeramente intimidante que sirve bien para minar por confundir a propios y extraños, me limitaré a afirmar aquí
ese simulacro de autoridad en que, como va dicho, consiste todo el arte que la crítica no es opinión. Como tampoco es, prop iament e, infor-
y se juega toda la fortuna del reseñista. mación. Una y otra cosa -opinión e información- constituyen los
Con esto no vengo a decir, claro está, que todas las reseñas deban es- pilares del periodismo, frente al cual -ya se ha dicho aquí bastant
cribirse en estilo impersonal. Hay excelentes reseñistas que aciertan a el reseñismo es un género híbrido, que vuelve siempre la mirad a hacia el
convertir su propia voz, dictada en primera persona, en tribuna de una claudicante principio de autoridad. Lo hace po rqu e, en cierta forma,
convincente autoridad. Los hay también que, sin obviar la cuestión, el reseñista no deja, pese a todo, de pensar que sirve a un a autoridad
apuestan por engatusar al lector por medio de una autoridad delibera- que se expresa a través de él. Esa autoridad es la que se desprende de los
damente titubeante y destartalada. Cualquier opción es válida si contri- textos que él admira; y que admira, seguramente -y no es la menor de
buye a resolver en la práctica la autoridad que en teoría se le discute al las paradojas-, por como en su momento acertaron a sustraerse ellos
reseñista. Lo que no vale es abdicar de antemano de esa autoridad que mismos a la autoridad (o a la hegemonía, si se prefiere) del pod er polí-
uno mismo ha de procurarse y ensayar con falsa o equivocada humil- tico establec ido, de las relaciones sociales, de la tradición liter aria, del
dad una suerte de hermanamientocon el lector, que suele traducirse en lenguaje mismo. Aunque no es esta paradoja que acabo de formular la
cláusulas del tipo: «a mí me parece», «no sé yo si .. . », «en mi opinión »... que me interesa ahora, sino otra, menos evidente, que he empezado a
La necesidad de la crítica, si la hubiera, pasa por tener bien claro que el perseguir antes: la de que la crítica no es opinión. O sí lo es, pero en
crítico no es un lector más. Tampoco es un lector mejor. En todo caso, ese caso es opinión en rebeldía frente a sí misma, pues no se reconoce
es un lector otro.Es un lector puesto en situación de «leer» su propia lec- en el yo que la sustenta, sino que apela a una instanci a que en cierto
tura y hacerla pública, con vistas, entre otras cosas, a orientar al resto de modo lo supera y lo trasciende, una instancia - pong amos que se lla-
los lectores acerca del interés que merece el libro en cuestión, y en caso ma Literatura, con mayúscula- a la que pretende arrancar su proble-
de que lo merezca, a orientar -a instrumentalizar, incluso - el tipo de mática autoridad .
lectura que se haga de él. Para ello el reseñista debe poner en juego no
sólo su bagaje y su experiencia como lector, sino también toda su suspi- Y bien: cinco páginas para abor dar de un modo precipi tado y algo me-
cacia respecto a su propia lectura, y ello con voluntad de rendir un ser- lo dramático apenas uno solo de los asuntos que habrí an de engrosar el
vicio. Voluntad que no le viene de ningún celo altruista, sino de su mencionado «dicci onario de tópicos » en torno a la crítica. Se com -
creencia, quizá apasionada, en una determinada escala de valor es tanto prenderá ahora que renuncie a proseguir por este camino, y que renun-
éticos como estéticos que ciertas obras encarnan o contribuyen a promo - cie de paso, de una vez por todas, a seguir ocupándome de aspectos te ó-
ver, en tanto que otras los usurpan o contribuyen a socavar. ricos, si se los puede llamar así, del oficio. A esto último renunci o, entre
Por cierto: eso de «no sé yo si ... » recuerda que al reseñista le está otras cosas, porque en este volumen no se trata sólo de eso. Con toda
vedada la perplejidad, y no porque él mismo no pueda padecerla, sino deliberación, me he resistido a armar un volumen al estilo «The Very
porque entre sus cometidos se cuenta el de no trasladársela al lector, de Best of. .. >> que incluyera las que yo pueda considerar «mejores » reseñas
forma parecida a como se espera de las azafatas de un avión que, por gran- que he escrito, en plan florilegio . En lugar de eso, para dar mayor sen-
de que sea el miedo que pasen, no se pongan a temblar o a santiguarse tido y coherencia a la cosa, he tratado de urdir , a partir de una selección
delante de los viajeros cuando el aparato atraviesa una tormenta. de mis reseñas sobre narrativa española, y sólo de ellas, un recorr ido más
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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO
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cnos articulado por lo que de bueno y de malo esa narrativa ha sido comentario de los libros más «comprometidos», los escritos por autores
capaz de ofrecer en los últimos quince años. afines a la casa.
Para respaldar este propósito, no está de más que me sitúe en el pun- Pero volvamos a ese año de 1990 en que empiezo a ejercer como re-
to de partida, y que lo haga desde una perspectiva tanto personal como señista. Es justo el ecuador del período que se extiende entre la muerte
panorámica. de Franco y la actualidad, y el momento preciso en que la narrativa es-
Comencé a escribir reseñas con cierta asiduidad por el año 1990. Te- pañola emprende un cambio de rasante. Con el fin de la década de los
nía yo treinta años, y me había pasado cinco trabajando en una edito- ochenta parecía estar cancelándose, en casi todos los campos de la cul-
rial, concretamente Tusquets Editores. Abandoné mi empleo en la edi- tura española, un largo y alborozado período de autoafirmación que se
torial con la decisión de ganarme la vida como.free-lance,para lo cual me había aupado sobre los vientos de «cambio» y de alegre improvisación
servía cualquier cosa: mi propia experiencia como editor, por supuesto, que parecía haber traído la llegada de los socialistas al poder. No es arbi-
pero también mis aptitudes como lector (por entonces me puse a hacer trario relacionar el desgaste del PSOE y la resaca de la llamada «cultura
informes para algunas editoriales) y, si había ocasión, como reseñista, o del pelotazo» con el ambiente generalizado de fin de fiesta que hacia co-
lo que fuera. mienzos de los noventa cunde en la narrativa española. Al fin y al cabo,
Hubo ocasión. Hubo también un cierto atrevimiento por mi par- fiesta había sido la palabra fetiche de la política cultural del PSOE: «La
te, y después de un tránsito rápido -prescriptivo, casi- por la revista cultura como fiesta» parecía ser la consigna. Y una fiesta, en efecto, ha-
Quimera, me encontré colaborando en el suplemento de libros de El bía sido para los novelistas españoles el ambiente indiscriminado de acep -
País. No fue el único medio para el que colaboré por entonces, pero tación y de complicidad que había cundido en los ochenta. Unos años
sí fue muy pronto el principal . Enseguida supe que el único espacio en los que, sin duda, la industria editorial espaii.ola inició una transfor-
realmente significativo para el reseñista, el único donde le cabe aspirar mación profunda y en muchos aspectos saludable, acorde con las trans-
a una cierta visibilidad y capacidad de intervención, es el de la narra- formaciones del público lector. Pero unos años también en los que unos
tiva que se produce en el propio país, en la propia lengua. Resolví y otros se instalaron con asombrosa falta de escrúpulos en el escenario
actuar preferentemente en ese espacio, al que por otro lado me predis- grotescamente corrupto y banal que Rafael Sánchez Ferlosio denunció
ponía mi formación (me licencié en filología española). El crítico que con admirable puntualidad en un artículo de 1984. «La cultura, ese in-
hasta hacía bien poco había imperado en este espacio dentro de El País vento del gobierno>>,se titulaba el artículo; y aún hoy, más de veinte años
era Rafael Conte; pero lo había abandonado, y como eso había ocu- después, sirve inmejorablemente para hacerse una idea de lo ocurrido
rrido poco después de la marcha de Alejandro Gándara y de su equipo, entonces.
en el suplemento se prolongaba un cierto vacío que yo contribuí a Durante los comienzos de los noventa, me tocó contribuir con al
rellenar. Se estableció muy pronto una buena relación con los respon- menos media docena de artículos al aluvión de cuentas y balances que
sables del suplemento (con Rosa Mora, desde el comienzo, y ensegui- por entonces se hicieron acerca de la «nueva narrativa española ». Re-
da con Enrique Murillo) y en poco tiempo pasé a ocupar la posición cuerdo haber empleado en un par de ocasiones, al menos, una misma
que dentro del mismo mantuve hasta hace poco: la de un colaborador cita de El metro de platino iridíado, de Álvaro Pombo, novela recién pu-
regular al que se reservaba un papel destacado pero en definitiva ses- blicada entonces. En ella su protagonista, escritor él, expresa en los si-
gado, debido a mi estilo más bien radical y estrepitoso, que no me ha- guientes términos la desazón que le produce haber «logrado un recono-
cía muy recomendable en el trance de decidir quién debía ocuparse del cimiento que no le distinguía lo bastante de sus otros colegas »: «Todos
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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO
ellos,>,se dice este personaje, «constituían un grupo reconocible de no- Si tuviera que dar cuenta de la impresión de conjunto que era capaz
v li tas jóvenes -y no tan jóvenes- que la crítica elogiaba, cuyos libros de arrancar a las lecturas que en aquellos años iba haciendo de la «nue-
se vendían sin dificultad y se traducían a otras lenguas. Era una gloria co- va narrativa >>española, diría que en general cubría las expectativas -no
lectiva, un tanto opaca, cuyo resplandor a la vez estimulaba el apetito de d masiado elevadas, todo sea dicho- que albergaba sobre unos libros
renombre y lo cohibía o frustraba,>. Éste venía a ser el estado de ánimo por los que solía interesarme a partir de la recomendación de la crítica
con el que, en 1991, un nutrido grupo de novelistas españoles acudió en o, más comúnmente, de las cosas que sobre ellos se decían en el medio
romería a la Feria de Frankfurt, dedicada aquel año a España . Un acon- ·n el que me desenvolvía (la universidad, primero , y luego el mundillo
tecimiento que sirvió de pretexto a todo tipo de reválidas y que bien editorial). Pero he de añadir que ya por aquel entonces se suscitaron en
pu ede ser tomado, por lo que a la narrativa toca, como el canto de cis- nú algunas perplejidades, que más tarde iban a convertirse en otras tan-
ne de la gran euforia generada en los ochenta, algo así como su traca fi- tas suspicacias . La principal de todas ellas iba referida al alcance más bien
nal. Con desapego cada vez más explícito, los novelistas que habían pro- chato de la supuesta novedad que -incluso para mí, un lector bisoño-
tagonizado el fenómeno de «la nueva narrativa española» van tomando cntrañaba todo aquello. Quizá convenga puntualizar aquí que m.i lectura
distancias respecto de él, y así, por ejemplo, en un artículo publicado en de la «nueva narrativa española» de los ochenta fue contemporánea de la
mayo de 1991, vemos a Julio Llamazares manifestar su recelo hacia lo que iba haciendo de la narrativa española en general, y más en particular
que él mismo califica acusadoramente de «festín», de «moda », de «boom». de la narrativa española de los años sesenta y setenta, décadas en que los
Otros muchos se pronunciarían, antes y después, en un mismo sentido. integrantes de la llamada generación de medio siglo, en primer lugar, y
Y pronto iba a ser un lugar común referirse socarronamente a «los cien- a continuación sus inmediatos seguidores, emprendieron, mucho antes
to cincuenta novelistas de Carmen Romero». que los nuevos narradores de los ochenta, una renovación en profundi-
Por lo que a mí respecta, lo cierto es que sólo articulé retrospectiva- dad de la tradición en que se habían formado. Nunca se acabará de in-
mente mi propia visión sobre lo ocurrido en los ochenta. Crecí como sistir lo suficiente en cómo durante esas décadas un grupo de escritores
lector al tiempo que se desarrollaba el fenómeno al que acabo de aludir, pro cedentes del ámbito hispánico, entre los que se contaban unos cuan-
del que hice un seguimiento a pie de calle, como quien dice. Recuerdo tos españoles, emprendió un replanteamiento radical de la narrativa que
bien el interés y la fruición con que leí títulos como La ternuradel dra- se situó, como observara Pere Gimferrer, entre los más notables expe-
gón (1984), de Ignacio Martínez de Pisón, Luna de lobos(1985), de Julio rimentos de la literatura mundial de aquellos años. Como fuere, el he-
Llamazares, o El invierno en Lisboa (1987), de Antonio Muñoz Molina, cho de leer por vez primera y simultáneamente los libros de Juan Marsé,
por mencionar tres autores que debutaron en la década de los ochenta; Ana María Matute, Juan Benet y Luis Goytisolo; de Eduardo Mendoza,
pero igual podría mencionar novelas como Historia abreviadade la litera- José María Guelbenzu, Javier Marías y Esther Tusquets; de Alejandro
turaportátil (1985), de Enrique Vila-Matas, Lafitente de la edad (1986), de Gándara, Cristina Fernández Cubas, Miguel Sánchez-Ostiz y Soledad
Luis Mateo Díez, o El desordende tu nombre (1988), de Juan José Millás, Puértolas -por espigar unos cuantos ejemplos tomados casi al azar-,
con las que se me daban a conocer autores que habían debutado bastan- me movió a relativizar, cuando no a cuestionar, lo que de efectivamente
te antes, en los setenta. Leí estos y otros libros vecinos con la accidental novedoso tenían las obras aportadas por los autores más nuevos, hacién-
y desprejuiciada curiosidad de quien en absoluto podía prever que iba a dome intuir tempranamente -pero sólo intuir- lo que mucho después
tener que reconsiderar esas lecturas a la luz de una posterior exigencia vería confirmado por Manuel Vázquez Montalbán con tranquilizadora
de criba y ordenamiento. rotundidad , a saber: que, más allá del impacto sociológico alcanzado por
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tmos y otros, «lo cierto es que la novela española, como plural reflejo de perdone Mercedes Salisachs, pues creo que sigue aún publicando). A fal-
plurales intentos de reordenar la realidad mediante la palabra y la síntesis, ta de mejor norte, leí a estos autores con la insensata voracidad de la ado-
110 verifica el antes y el después de Franco. Todas las tendencias actuales lescencia. De algunos, como Gironella, puedo asegurar que he leído
aseguraba Vázquez Montalbán a mediados de los noventa- estaban miles de páginas: tantas o más, quizá muchas más, ay, que de Chéjov, de
prefiguradas en los años terminales del franquismo». Maupassant, de Forster. No se alarmen: ni se me pasa por la cabeza vin-
Y bueno, la observación de Vázquez Montalbán parece que invita a dicar esas lecturas, arrinconadas desde entonces en mis sótanos de lector,
ser leída en relación, sobre todo, con tendencias significativas, de cierto donde se acumula sobre ellas un polvo inclemente. Si las hago constar
peso y calado en el desarrollo de la narrativa española. Pero nada indica aquí es porque años después, al leer otras novelas españolas que recibían
que no pueda ser leída, también, en relación con otras tendencias de me- el aplauso de la crítica y el favor del público, me llegó el recuerdo de esas
nor monta. Digo esto pensando en otra de las perplejidades que me sus- lecturas sepultadas; y todavía muchos años después, cuando ya ejercía
citó la lectura de determinados libros señeros de la llamada «nueva narra- corrientemente como reseñista, volvió a llegarme ese mismo recuerdo
tiva>>.No se trata ahora de que la novedad de estos libros no fuera tanta de la mano de novelas asimismo celebradas por mis colegas y bien reci-
si se la medía en comparación con las obras más radicales y renovadoras bidas por el público.
de los años sesenta y setenta; se trata más bien de cómo esos libros incu- Esto último no es de extrañar. La narrativa de un país, en sus capas
rrían, para mi consternación, en un tipo de convencionalidad muy se- más visibles, se nutre en su mayor parte de libros más o menos conven -
mejante al de otras obras publicadas en aquellas mismas décadas, obras cionales que satisfacen las expectativas de una mayoría de lectores edu-
que, con independencia de su éxito de público -muy grande, por lo cados pero no demasiado exigentes, para los que la literatura es sobre
general - , en su momento quedaron con toda justicia aparcadas en el todo una vía de esparcimiento. Son libros a menudo honestos, escritos
limbo al que suelen ir a parar la mayor parte de los libros con que no cesa con decoro por profesionales del oficio que aciertan a conectar con una
de abastecer y abarrotar las librerías la industria editorial. sentimentalidad más o menos estereotipada, cultivando la sensibilidad
Se impone que en este punto haga yo una confidencia . Dado el tipo del lector y, acaso, dilatando el territorio de la misma, a fuerza de inte -
de educación que recibí, y dado el entorno familiar y cultural en que resar a ese lector por ciertas complejidades del corazón, ciertas retorcedu-
me formé, muy poco sofisticado literariamente, mis lecturas de adoles- ras en las conductas humanas, ciertos malentendidos en las relaciones de
cencia se nutrieron en buena medida de autores españoles que habían pareja, determinados hechos del pasado, algunas cuestiones candentes
conocido cierto éxito por aquellos años (los que van, pongamos, desde de la realidad social en la que vive. Estos libros de los que hablo confor-
los cincuenta hasta ya entrados los setenta, cuando yo los leí). Me estoy man el estándar común de una narrativa, sin que de ello quepa concluir
refiriendo a los libros que había en mi casa, como en las de tantos otros; co nnotaciones necesariamente negativas, ni mucho menos. El problema
libros que nadie esperaría que fueran a contribuir a forjar a un lector que empieza cuando estos libros, debido a la confusión que fomenta la in-
se las daría luego de experto y de exigente. Sus autores eran tipos como dustria editorial, y debido a la inexistencia de una crítica fiable, empiezan
José Luis Martín Vigil, muy al comienzo, pero enseguida, sin apenas so- a ser valorados y co nsid erados confor me a cr iterios que no les corres -
lución de continuidad, como José María Gironella, Mercedes Salisachs, ponde . Me refiero a criterios de excelencia y de novedad literaria que,
Torcuato Luca de Tena, Álvaro de la Iglesia, Ángel María de Lera, Fran-' en un orden literario sensatam ente conformado, tendría muy poco sen-
cisco García Pavón y tantos otros qu e han pasado a engrosar, desde hace tido aplicar a unas obras surgidas de una ambición qu e hasta cierto punto
ya mucho, ese concurrido limbo al que acabo de referirme (y que me se desentiende de ellos.
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Con desconcierto, pues, constaté, como simple lector, de qué modo, narrativa», pertenecientes a distintos estratos generacionales, los más vi-
en el clima de transigente ecumenismo propio de los ochenta, se jalea- gentes continúan siendo aquellos cuyos comienzos literarios remontan a
b:m, a veces con muy subidos vítores, novelas que para mí acataban el la década de los setenta. Autores como Eduardo Mendoza, Álvaro Pombo,
mismo tipo de convencionalidad que ya me era familiar a través de esas Javie r Marías, Félix de Azúa, Javier Torneo, Juan José Millás, Luis Mateo
lecturas de adolescencia, de las que al parecer nadie se acordaba. Y esa D íez, José María Merino o Enrique Vila-Matas -por citar sólo algunos
misma perplejidad se convirtió en estupor cuando, convertido ya en re- entre los más reputados y conspicuos- han desarrollado en las dos últi-
señista literario, hube de emplearme, con firmeza que fue tomada por ma s décadas trayectorias bastante más sólidas y atractivas -y a menudo
ferocidad, en la tarea de, simplemente, señalar el grave malentendido que también más exitosas- que las que han sido capaces de enderezar la ma-
suponía pensar que novelas como estas que digo podían aspirar a la cate- yor parte de los autores más jóvenes que, durante la década de los ochen-
goría reservada a otras que, cuando no la combatían frontalm ente, huían ta, se repartieron con ellos la sedienta expectativa de editores, críticos y
de la convencionalidad que amparaba a aquéllas. lecto res. Nombr es tan emblemáticos de aquellos años como Jesús Ferrero
o Javier García Sánchez han resistido mal la criba del tiempo; otros, como
Pero quería situarme en el punto de partida en que comenzó mi trayec- Julio Llamazares, Soledad Pu értolas o Aleja ndro Gándara no han dejado
toria como reseñista, más particularmente como reseñista de narrativa de evolucionar de un modo sin embargo vacilante , lo cual ha terminado
española. Ya he dicho que coincidió con un cambio de rasante que com- por desdibujar su perfil; otros, como Miguel Sánchez-Ostiz, se han em-
portaba el final de un fenómeno específico de la década de los ochenta, pecinado en vías que ellos mismos agotaron prontamente; en tanto que
lo que entonces se entendió por «nueva narrativa española», fenómeno algunos nombres prometedores parecen haberse perdido en el camino,
estrechamente ligado a los aires de «cambio» que trajo consigo la llegada como ocurre con los casos tan distintos de Adelaida García Morales,Juan
de los socialistas al poder. Aparte de los balances retrospectivos que me Miñana o Cristina Fern ández Cubas .
cupo hac er del fenómeno en su conjunto, como reseñista no me corres- En cuanto a Antonio Muñoz Malina, sin duda una de las figuras más
pondió propiamente enfrentarme a él, sino más bien a la situación creada señe ras de la «nueva narrativa» de los ochenta, abanderó a comienzos de
a partir de él. En términos muy amplios, cabe afirmar que lo ocurrido los noventa un movinúento de repliegue y reordenanúento de los pro-
durante los ochenta definió el marco de la nueva legalidad por la que la pios efectivos que tiene una importante significación. Me refiero al modo
cultura española en general, y no sólo su narrativa, se ha venido rigiendo tan explícito en que, en una novela como Eljínete polaco,de 1991 (nove-
en lo sucesivo. Una de las tentaciones a las que he tenido que resistirme la que, no por casualidad, acaparó toda suerte de aplausos y galardones),
a la hora de escribir este prólogo ha sido la de tratar de describir dicho llamaba su autor a desentenderse de la consigna del cosmopo litismo a la
marco, deteniéndome a exanúnar el modo en que llegó a confo rmarse . que tan atolondrada y superficialmente respondieron muchos de los nue -
En lugar de eso, he preferido dar cuenta de mi actuación dentro del mis- vos narradores de los ochenta. En su lugar, Muñoz Molina proponía un
mo, que en buena parte consistió en ir valorando lo que algunos de los lúcido retorno a los propios orígenes, la exploración narrativa de los
narradores que se dieron a co no ce r en los años ochenta se han mostrado vínculos de pertenencia a la propia lengua y a la propia comunidad . En
capaces de hac er una vez rebajado el ambiente de indiscriminada eufo- un extenso artí culo publicado en 1998 y recogido entre las «calas» finales
ria que los catapultó. de este volumen trato con algún detenimiento el sentido de esta manio-
Resulta curioso -y aleccionador, sin duda- constatar que, entre los bra literaria de Muño z Malina, que allí co nfronto con la qu e, paralela-
diversos autores que protagoni zaron el fenómeno de la llamada «nu eva mente , realizaba Javier Marías. Remito a ese artículo a quien se interes e
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p ir la encrucijada a la que, a comienzos de los noventa, abocó el desarro- una industria editorial muy dinamizada, que contaba a su favor con la
llo de las tendencias que habían prosperado en los ochenta. Es natural expectativa de un público lector bien predispuesto al consumo de una
yue, por reacción al casi programático alejamiento de la tradición pro- narrativa a la que, en general, y por así expresarlo, se le venían riendo,
pia característico de la «nueva narrativa», tuviera lugar un retorno a aqué- desde diez años atrás, todas las gracias.
lla. Lo que no es tan natural es que esa reconciliación tuviera lugar de El problema, tanto para estos nuevos narradores que menciono como
un modo tan manso . El éxito obtenido en 1989 por una novela como para los que iban a venir a continuación, consistió en que la narrativa es-
Juegos de la edad tardía,de Luis Landero, ya anunciaba, sin embargo, algo pañola venía sufriendo por aquellos años un irreversible proceso de desar-
de esto. Un narrador emblemático de los ochenta como Ignacio Mar- ticulación, al que juzgo imprescindible referirme ahora. Se trata de una
tínez de Pisón reorientaría en los noventa su trayectoria literaria en di- desarticulación profunda de todos sus resortes, empezando por los que
rección a una abierta reivindicación del realismo, que abrazaba sin pro- mantienen en tensión los vínculos -las querencias, los rechazos-
blematizarlo. Y como él, tantos otros. El caso es que a comienzos de los que unen a un novelista con la obra tanto de sus predecesores como de
noventa se produce lo que cabría entender por una «reacción conserva- sus contemporáneos. Me he referido antes al alejamiento de la propia
dora>>,por virtud de la cual un puñado de narradores y un amplio sector tradición que caracterizó a la «nueva narrativa» de los ochenta. En todos
de los lectores, parece recobrar con alivio un cierto gusto por las viejas los balances de aquella época se deja constancia del «corte sin preceden-
convenciones del realismo y del costumbrismo, aderezado en ocasiones, tes» con la tradición, de la deliberada «ruptura con el pasado inmediato»
para más inri, con un preciosismo estilístico que en ningún momento, y que se produjo en la literatura española de aquellos años. Algo que no
hoy menos que nunca, ha dejado de constituir una de las más constantes puede dejar de asociarse con la concreta deriva que en España adoptó la
lacras de la narrativa española. transición a la democracia. Ésta, como se ha dicho ya tantas veces, se
En simultaneidad con este movimiento de repliegue, entre 1988 y consumó mediante un pacto de silencio que, entre muchas otras cosas,
1992 debutan en la narrativa española autores como José Ángel González conllevaba un resuelto desentendimiento de la etapa histórica que se pre-
Sainz, Justo Navarro, Almudena Grandes, Luis Landero, Javier Cercas, tendía así cancelar; desentendimiento que en el orden tanto político
Clara Sánchez, Andrés Trapiello, Rafael Chirbes, Agustín Cerezales, Fe- como cultural metía en un mismo saco el franquismo y las fuerzas que
lipe Benítez Reyes, Antonio Soler, Francisco Casavella, luis Magrinya, se habían opuesto a él. Ocurría sin embargo que estas fuerzas contenían
Belén Gopegui o Eloy Tizón. Todos ellos desarrollan sus diversas trayec- a menudo el germen de una renovación mucho más radical y más pro-
torias durante los noventa y de algunos de ellos me corresponderá hacer, funda que la que luego tuvo lugar, de espaldas a ellas. El corte con la tra-
como reseñista, un seguimiento más o menos continuado. Con inde- dición, así, la ruptura con el pasado que se juzgó imprescindible para
pendencia de su muy distinto calibre (y conste que entre ellos los hay de refundar la convivencia, tuvo a menudo efectos de retroceso. En el plano
un calibr é muy considerable), la aparición de estos y otros autores pare - de la narrativa, el voluntario adanismo cultural supuso la reiteración de
cía dar cuenta, en su conjunto, de que, más allá de jactanciosas proclamas muchos recorridos que ya se habían hecho; la celebración como nove-
y eslóganes, la narrativa española había alcanzado, en efecto, un buen ni- dad de muchas cosas que no lo eran. Me he referido ya a cómo se ha
vel medio. La nueva hornada de novelistas ya no participaba del ambiente solido incurrir en convencionalismos que yo mismo daba por superados.
festivo y tolerante creado por la llegada de los socialistas al poder. De he- Parecidamente, se ha incurrido también en insolencias o atrevimientos
cho, algunos de ellos más bien parecían reaccionar contra ese ambiente que al lector memorioso le resultan famili ares. La «reacción conserva-
y sus corrupciones. Pero a todos cabía pronosticarles los beneficios de dora» de la que hablaba más arriba sólo ha podido prosp erar en un me -
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dio en el que el corte con la tradición fue en efecto tan profundo, tan .1tribulado espacio de la cultura española, la «nueva narrativa » -como en
tajante, que se olvidó que la única tradición a la que tenía sentido reen- gener al toda esa parodia de vanguardismo en que se saldó la ruptura cu!-
gancharse era la que, desde tres décadas atrás, se venía esforzando por en- -cural de los ochenta, cuyo epifenórneno más caracterizado sería lo que se
sanchar y por problematizar aquella, precisamente, que terminó por re- conoce por la movida-- se impregnaba todavía de un mito moderno : el
cuperarse. que entraña la modernidad misma como «tradición de lo nuevo». Pero es
Este corte con la tradición, nunca suturado, ha privado a la narrativa precisamente esa tradición la que, perdido el hilo polémico que al cabo
española de la posibilidad de abarcarla atendiendo a una perspectiva arti- terminaba por hilvanarla, es usurpada por el mercado, que reduce el con-
culadora susceptible de englobarla en atención no sólo a su pasado, sino cepto de lo nuevo al sentido estricto de lo último.
también a sus logros recientes y a las direcciones distintas en que progre- Allí donde se ha perdido el referente en función del cual evaluar lo
sa. El fenómeno de la llamada <<nuevanarrativa» constituyó, en este sen- «nuevo» -el referente de la tradición-, lo joven se consagra como cri-
tido, , con su ecumenismo militante, con su no menos militante adanis- te rio de renovación . El problema reside en que la codificación de lo
mo, un último amago de «movimiento» en el sentido -arcaico ya, en la <9oven» confonne a un patrón de estilo y de conductas previamente acu-
actualidad- de común posicionamiento respecto de una situación here- ñado, momifica el criterio , haciéndolo al cabo inservible. Y eso fue lo
dada. Ya los narradores surgidos a finales de los ochenta compiten en un que ocurrió en la narrativa española en el transcurso escaso de cinco ai'i.os
escenario en el que las propuestas de cada uno se ofrecen abstraídas de o poco más, los que van desde el debut de Ray Loriga como novelista a,
cualquier diálogo o confrontación con sus contemporáneos, ya sea en un por decir algo, la consagración a través del Premio Nada! de una nove-
sentido vertical u horizontal. Y en los noventa, el fenómeno de la <9oven la como Beatriz y los cuerposcelestes,de Lucía Etxebarria.
narrativa,> supondrá una completa inversión de la dinámica previa. En su
forma como en su contenido, la <9oven narrativa» de los noventa se defi- Pero la narrativa española no sólo está desarticulada en relación con su
ne en función de criterios que son casi estrictamente sociológicos, y no propio devenir: lo está también en relación con la sociedad a la que va
surge como respuesta a nada, sino como voluntarioso intento, por parte dirigida. En un balance de la narrativa española de los ochenta, José -
de la industria editorial, de mantener y prolongar un statu quo. C arlos Mainer hablaba de una «reprivatización» de la misma . Lo hacía a
He dicho ya que, como reseñista, asisto únicamente a los balances y propósito del auge que ya por entonces habían empezado a cobrar los
las liquidaciones, no al desarrollo, de la «nueva narrativa». Sí en cambio diarios, dietarios y mern.orias personales. Pero el concepto de privatiza-
asisto en primera fila al surgimiento y desarrollo de la llamada <9ovennarra- ción bien cabe hacerlo extensivo aF modo en que la narrativa española,
tiva». De hecho, la <9oven narrativa» de los noventa constituye la única en cuanto institución, ha renunciado a su dimensión social. Con lo cual
ocasión que como reseñista de narrativa española se me brinda, en el 110 me estoy refiriendo a que incida más o menos en lo que se entiende
transcurso de quince años, de enfrentarme críticamente, desde sus inicios por temáticas sociales, sino a su in capacidad para incidir en la vrc!a pú-
hasta su languidecimiento, a un fenómeno de cierta envergadura, reco- blica, de interpelar a la colectividad en cuanto tal.
nocible no únicamente como tendencia, sino también como signo y mar- Que así sea responde, sin duda, a una lógica que cabe identificar con
ca de todo un determinado período. Retrospectivamente, el fenómeno las tendencias globales de la industria cultural. Pero no conviene hacer
constituye la constatación flagrante de cómo el mercado terminó por lle- tal identificación sin apuntar antes algunas de las circunstancias particu -
nar el vacío creado por el corte con la tradición. En lo que tuvo de tar- lares que contribuyeron a que, en España, dichas tendencias cobraran, en
día incorporación a una modernidad que apenas había tenido lugar en el tan poco tiempo, una hegemonía y una bonanza tan aplastantes .
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·s, s circunstancias se aglutinan en torno a un término clave del que dos a, cuando menos, problematizarlo . Vale la pena insistir en la siguiente
y; 1 s ha hecho mención: la Transición. Sea hoy lo que sea la narrativa idea: es determinante del orden cultural surgido tras la mu erte de Fran-
·sparío la, tiene que ver con lo ocurrido en este país durante la Transi- co la nueva alianza entre la cultura y el pod er, tradicionalmente enfren-
t.:ión, y poco ya, o nada, con lo ocurrido durante el franquismo. Ahora tados en el transcurso de la historia de España y de pronto co ngregados
bien, el concepto de Transición es de los que se vuelven más borrosos en torno al mismo proyecto de modernización y de progreso. Más allá
co nforme se aproxima uno a ellos. Y en mayor medida cuando se trata del «desencanto» en que muy pronto hubieron de sumirse las expecta-
de aprehender en su condición de período cultural. tivas más radicales e ilusionadas, el proceso constituyente , primero, y
¿Hubo una transición cultural? La pregunta se presta a todo tipo de enseguida, en 1982, la victoria en las urnas del Partido Socialista, pro-
controversias. Y de equívocos. Empezando por que no parece que sea movieron en España el alineamiento de la mayor parte de los efectivos
lo mismo hablar de «transición cultural» que de «cultura de la Transi- culturales con «la empresa )>del Estado. En un artículo de 1994 («Troya
ción ». El concepto de «transición cultural» sugiere la existencia de un festejada)), recog ido entre las «calas))finales de este volumen) doy cuenta
programa - más o menos explícito, más o menos consensuado- de del sentido en que conviene interpretar este alineamiento. Se comentan
medidas culturales que, como ocurrió en política, habrían aspirado a allí algunas id eas de Juan Benet relativas a las nuevas actitudes que le ca-
subsanar el grave déficit que en esta materia arrastraba el país en su con- bían adoptar al escritor español tras la restaura ción democrática. El re-
junto . Pero esto es algo que no tuvo en absoluto lugar, al menos no en cuerdo del mismo Ben et «movili zado )>por iniciativa propia en apoyo del
un sentido cabal. Sí en cambio puede hablarse de una << cultura de la ingreso de España en la OTAN (objeto, por parte de los socialistas recién
Transición>), y no sólo en el sentido lato que incluye los usos políticos aupados al poder, de una campaña llena de penosas ambigüedades), ilus-
y sociales que se afincaron en España durante las décadas de los setenta y tra inmejorablemente el nuevo escenario que por entonces empezaba a
de los ochenta, sino también en un sentido restringido, que aludiría al dibujarse.
modo en que, en lugar de rearmarse críticamente de cara a las nuevas En el plano de la narrativa, el «cambio ,>entrañará el desentendi-
formas de poder, la cultura española, en su conjunto, se habría aupado miento generalizado del talante abiertamente interpelador que había
sobre éstas, conformándose con un papel de simple comparsa en los de terminado una de las principales líneas de renova ció n emprendidas
proc esos de transformación que en España se estaban produciendo a ha cia mediados de los sesenta. Interp elador , primero, del régimen fran-
toda prisa. quist a, pero enseg uida, también, de <<lafea burguesía )>que medró a su
Lo propio de la «cultura de la Transición, > sería la precipitada liqui- sombra, y muy pronto de la sociedad toda que, al amparo de una pros-
dación de un concepto resistencia[ de la cultura en favor de un co ncep- peridad incipiente, iba emergiendo de la estrechez y de la gazmoñería
to, como ya se ha dicho, festivo y ornamental de la misma. En tanto que imperantes. Los nov elistas de la llamada generación de medio siglo pilo-
la única «transición cultural» que se habría producido en España, de 197 5 tarían por iniciativa propia el proceso que conduce desde el socialrea-
a esta parte, consistió má s bien en un tránsito acelerado: el que condu- lismo en que muchos de ellos se estrenaron a los radicales plantea-
jo desde una cultura todavía de posguerra, sometida a toda suerte de pri- mi entos que acreditan obras corno Si te dicen que caí o Antagonía. Pero
vaciones y de ce nsuras, a la intemperie de la más pura y dura cultura de desde la perspectiva de los och enta el caudal entero de toda esta línea
mercado. de renovación fue tachado conjuntamente como secuela de un tiempo
Que este tránsito ocurriera parece algo inevitable. Lo que sorpr ende sup era do, y se desdeñó, cargándola de connotaciones negativas, la lite-
es que lo hiciera con la risueña connivencia de quienes parecían destina- ratura d e contenido crítico. En la «fiesta)>de la cultura, el imperativo
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·nn 1 ' 111 p::isó::1ser la seducción.Se trataba, a partir de ahora, de seducir al sesenta». A lo que se responde record ando cómo por aquel entonces, si
1 · or, de establecer con él una relación «cómplice ». Nad a de actitudes bien el éx ito funcion aba ya como <<criterio cen tral », dejaba lugar aún
i11com d:idoras. El fantasma de la narrativa socialse conjuró mediante para otros criterios de valoración que amparaban «otro s modelos narr a-
1111.1 narrativa sociable.Esta nueva sociabilidad impuso el éxito como tivos u otras formas de circulación literari a>>.Mientras qu e en los años
arancel o canon necesario en el tráfico de la literatura en sociedad. Y de noventa, en cambio, el éxito como cr iterio cen tral «no dejó resquicios
:ihí se pasó, inevitablemente , al canon del éxito. Canon que es el que para nada más».
imp era en la actualidad, con efectos allanadores de toda jerarquía lite- Tamb ién Tabarovsk y señala, en relación con la narrativa argentina,
raria, por cuanto es capaz de situar en un plano indistinto a autores una resaca conservadora, y denuncia la impostur a que tantas veces escon -
como Javier Marías, Arturo P érez-Reverte, Javier Cercas, Almudena de la pretensión de «narrar,>inocentemente, de volver a «contar historias»,
Gra nde s o Carlos Ruiz Zafón . Uno no termina de salir de su asombro como si nada hubi era sucedido entretanto. Admira constatar cómo, por
cuando, cada vez con más frecuencia, y tanto dentro como fuera de Es- momentos, sus conclusiones sirven, casi punto por punto, para descri-
paña , comprueba cómo todos ellos son considerados autores de un mis- bir el estado de cosas que cabe reconocer como característico de buena
mo rango . parte de la narrativa española de los últimos veinte años. Véase si no este
Consolándose de este eclecticismo del éxito, que a él mismo no dejó pasaje: «Lo cierto es que buena parte de la liter atura argentin a se ent regó
de beneficiarlo, Manuel Vázquez Montalbán confiaba en la articulación de mansamente a la certidumbre de la trama, a la co nfi anza en los perso na-
dos entidades que se sentía capaz de distinguir: la de públicoy la de mer- jes, al mérito de la anécdota, a las exigencias más trilladas, al formalismo
cado.Según él, el público- aquello a lo que razonablemente podía aspirar más académico; no se propuso nunca , ni por un instante, enfrentar al
a conquistar un escritor- vendría a constituir algo así como una van- lenguaje, desafiarlo, hacerle morder el polvo; nunca se topó con la cues-
guardia cultural del mercado.Pero entretanto esta distin ción se ha vuel- tión del sentido, con la ambic ión de doblegar el peso de la sintaxis, de
to inviable, y lo más que cabe decir, desplazando el alcance que Vázquez cuestionar el poder de las palabras ».
Montalbán atribuía a uno y otro concepto, es que, a través del éxito en- Algo, esto último , que da a pie a señalar cómo, junto al repu dio de la
tendido como «criterio central», es el mercado el que acierta a articular narrativa social (y de toda pretensión de socializar la narrati va), la «nuev a
la sociedad en tanto que público. narrativ a española» de los ochenta se alejó espan tadamente de las «velei-
He empezado por decir qu e esta deriva obedece, en buena parte, a dades» experimentalistas y metaliterarias que fuero n moneda corriente
las. tendencias de la industria cultural, que se reconocen a escala pla- en la década de los setenta y que pronto se hicieron objeto de todo tipo
net aria. En una panorámica de la literatura argentina de las últimas dé- de desdenes. Se cortaba así ot ro de los cauces por los que, ya desde fina-
cadas («Efectos abstractos», recogida en su libro Literaturade izquierda, les de los sesenta, al socaire esta vez de las más subversivas corrientes del
de 2004), el joven narrador y ensayista Damián Tabarovsky ha ce una boom de la literatura latinoamer icana, la narrativa española había em-
descripción de lo ocurrido en ella que ofrece, en sus líneas esenciales, prendido - con muy irregu lar fortuna, todo hay que decirlo- su reno -
un sorprendente parecido con lo ocurrido en la literatura española, pese vación radical. Abdi cando de toda investigación lingüística, se jactaba
al tan diverso trasfondo histórico y cultural de uno y otro país. En rela- ahora, sob re todo, de su eficacia.La narrati va sociableaspiraba a ser, por lo
ción co n el «éxito como canon» (concepto que he tomado de él), se pre- mismo, una narrati va sana, en el sentido que Pere Gimferrer atribu ía a
gu nt a allí si no «podría decirse con razón que el éxito (de mercado, edi- este adjetivo cuando, refir ién dose a la poesía español a de la posgue rr a,
torial, en los medios, en la cultura) fue ya una marca del boomde los años lo empleaba como indi cador de una escritura ple nam ente «adapta da» a
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Pero volviendo a los límites previos de la selección de libros y de Para ilustrar esto último, de nuevo echaré mano de mi propia expe-
llutores que aquí presento: ¿cómo elige un reseñista los libros que co- riencia. He contado ya cómo, muy pronto , opté, como reseñista, por
menta? ¿Quién los elige? Estas preguntas, muy frecuentes, exigen una dedi carme preferentemente a la narrativa española. Me movieron a ello
n:spuesta más complicada de lo que parece . El reseñista bisoño habrá de varias circunstancias sumadas: mi formación como lector , mi propia am-
conformarse, al principio, con los encargos que le haga el responsable bición como reseñista y una coyuntura oportuna . Para mí, las cosas se de-
del suplemento. Más adelante, los dos pactarán esos encargos, a la luz de cidieron, en realidad, gracias a una oportunidad imprevisible. Fue con
las aptitudes que el reseñista haya revelado tener, de sus gustos, y del área motivo del Premio Planeta 1990, que se concedió ese año a Antonio Gala,
de intereses a los que con más insistencia haya ido apuntando. Ya cuando qu edando Fernando Sánchez Dragó como finalista. Por entonces, yo ape-
el reseñista se haya hecho merecedor de cierto crédito, él mismo, mejor nas llevaba escritas para El País nueve reseñas, de las cuales sólo una ter-
conocedor del terreno que pisa, y 1nás atento, propondrá a menudo los cera parte se ocupaban de narrativa española. No cabía esperar, pues, que
libros de los que prefiere ocuparse. Pero todo ello ocurrirá siempre bajo se me encargara el comentario de los dos libros ganadores del Planeta,
la presión de una incesante y abrumadora producción editorial, que por pero un cierto vacío creado por la marcha todavía reciente de Rafael
si fuera poco concentra sus novedades más importantes en dos o tres fe- Conte y otros colaboradores, a la que ya he aludido, movió a Rosa Mora,
chas determinadas de la temporada. La dificultad de abarcar esas nove- responsa ble en aquel tiempo del suplemento de libros, a confiarme esa
dades es proporcional a las facilidades que su eventual abarrotamiento tarea.
ofrece al responsable de un suplemento de repartir los libros conforme La reseña que escribí es la que abre la selección que aquí presento.
a los criterios que juzgue más prudentes u oportunos . Y ello sin abierto Recuerdo muy bien la deliberación con que resolví no diluir demasia-
ejercicio de ningún tipo de manipulación o de censura: simplemente do las tintas y expresar inequívocamente mi escaso aprecio por una y otra
permitiendo, cuando la situación lo exige, que las cosas se encaucen por novela. Conviene tener en cuenta que en aquel entonces Antonio Gala
su curso más natural. En el caso de las novedades más «delicadas», de- era una firma estrella de El País (ocupaba, en la revista del domingo, la
jando que se ocupe de ellas, por ejemplo, el amigote del autor que se nú sma página que luego heredaron Antonio Muñoz Molina y Javier Ma-
brinda a comentarlas, o adelantándose a encargarlas a un reseñista del rías, en este orden; aunque eso sí: no publicaba en ningun a editorial del
que, ya por gusto, ya por comodidad, no se espere que plantee demasia- grupo) y Fernando Sánchez Dragó era el celebrado autor de todo un hito
das objeciones. en el ensayismo de la Transición: Gárgorisy Habidis: una historia máiica
Como se deja ver, el protagonismo que en todo esto adquiere el di- de España, libro conocedor de un éxito extraordinario. Algo preocupa-
rector del suplemento es determinante. A él le cabe adaptarse o resistir- da por el tono de mi reseña, Rosa Mora se sintió en la obligación de so-
se con más o menos empeño, con más o menos astucia, a las presiones met erla a la supervisión del director del periódico, que entonces era
de todo tipo - amistosas, corpo rativas, políticas, comerciales, publicita- Joaquín Estefanía. Éste dio luz verde a la publicación del texto, y con él
rias, etc., etc.- de las que es const;ntemente objeto. me gané, de súbito, una cierta consideración, por virtud de la cual con-
Por lo que toca al reseñista, será el celo con que ejerza su propio ofi- tinuaron adjudicándome, cada vez con más asiduidad, novedades de
cio el que habrá de dictarle ia insistencia que le cabe poner en ocuparse narrativa española, cada vez de más relieve .
o no de determinados libros; y habrá de confiar en su oído para saber en Me demoro en contar esto por lo que tiene de ilustración de un es-
gué grado los ruidos o los silencios que se generan en torno a determi- tado de cosas ciertamente impens able quince años después, cuando el
nados libros repercuten en su propia labor. director de El País, ahora Jesús Ceberio, voc ifera en su despacho que mi
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IGNACJO ECHEVARRÍA PRÓLOGO
r ·.\l'11. dt: la última novela de Bernardo Atxaga -con la que cierro mi se- rebotado de otro género». Aludía luego a mí tachándome de <~oven pe-
l '<. ·j f n- es «un arma de destrucción masiva», y asegura que «este pe- tulante», y después de varias consideraciones sobre el inevitable declive
ri ' dico hace mucho tiempo que ha renunciado a utilizar este tipo de de la crítica, ponía en boca de un innombrado crítico literario las si-
armas contra nadie». En esta ocasión, la responsable del suplemento de li- guientes conclusiones: «La función crítica no puede existir, porque no
bros, María Luisa Blanco, no se sintió llamada a someter la publicación existen patrones relativamente objetivos con que valorar una anarquía;
de mi reseña a la supervisión del director; el subdirector al que corres- casi lo único mensurable que queda es la originalidad, que nadie está se-
pondía controlar los contenidos del suplemento no detectó, confiado en guro --salvo unos cuantos interesados- de que sea un valor verdadero ...
la rutina de los hechos, la carga supuestamente letal de mi texto, pues de Ya no es posible más actitud crítica que la devoción o la oposición: se
otro modo lo hubiera interceptado (es decir: censurado). Y la reseña ex- aclama o se denigra con argumentos meramente personales. La otra -ta n
plotó, llevándoseme a mí por medio. La formidable batería de artículos, dogmática, tan judicial y tan inapelable- está muerta: te lo digo yo. Y no
entrevistas e informaciones con que el periódico trató de tapar el «ruido>> va a resucitar, porqu e el mundo al que ella se refería y en el que gober-
de mi reseña no deja lugar a dudas sobre cuál hubiera sido la decisión de naba, está aún más muerto que ella».
Ceberio en el caso de que la hubieran sometido a su supervisión . Por si Sabias palabras las del crítico de Gala. En su tirada final, recuerdan a
fuera poco, éste resolvió <<congelar>> cautelarmente mi colaboración con las famosas aseveraciones con las que nada menos que Walter Benjamín,
el periódico y dispuso que no se publicara la siguiente reseña que yo en fecha tan temprana como 1926, declaraba que a la crítica hacía tiem-
había enviado. De todo lo cual hago recuento aquí para ilustrar un es- po ya que le había llegado su hora. ¿Recuerdan? Escribía Benjamín: «La
tado de cosas que de ningún modo puede pensarse que permanece está- crí tica es una cuestión de justa distancia. Se halla en casa en un mundo
tico. Pu es mantengo que el delicado equilibrio de intereses (culturales donde lo importante son las perspectivas y visiones de conjunto y en el
y públicos, pero también comerciales y particulares) que hace posible que antes aún era posible adoptar un punto de vista. Entretanto, las cosas
la existencia de la crítica ha sufrido, en los quince años en que yo he han arremetido con excesiva virulencia contra la sociedad humana. La
ejercido el reseñismo literario, un deterioro progresivo, en los últimos "i mpar cialidad", la " mirada obj etiva" se han convertido en mentiras,
años galopante. Lo cual no implica que el reseñismo crítico no sea posi- cuando no en la expresión, tot almente ingenua, de la pura y simple in-
ble, sino que las condiciones de su posibilidad son cada vez más difíciles co mpetencia. La mirada hoy por hoy más esencial, la mirada mercantil,
y ·extremas. que llega al corazón de las cosas, se .hlamapubli cidad ». Escribía esto Ben-
Mi reseña de Gala y de Sánchez Dragó no dio lugar a ninguna es- jamín en Direcciónúnica, opúsculo admirable que contiene tambi én sus
candaler a. Pero hay escritores rencorosos, y he aquí que dos afíos des- trece tesis sobre «la técnica del crítico », que cualquier reseñista qu e se
pués - en diciembre de 1992- Antonio Gala aludía despectivamente a precie debería tatuarse en la m emo ria . Todas mis ganas me empujan a
ella en uno de sus artículos de El País Semanal, titulado «El crítico leal». continuar ahora glosando esas tesis y retomar las andaduras prim eras de
Con tintas muy parecidas a las que años más tarde ib a a emplear Anto - este prólogo. Pero, igual que antes, debo reprimirme, pues he resuelto
nio Muñ oz Molina (de nu evo en indir ecta respuesta a una lejana reseña que este prólogo trate también de cosas más concretas .
mía sobre uno de sus libros, ganador, el afio siguiente al de Gala, del Pre-
mio Planeta), Antonio Gala hacía en su artículo un retrato genérico del He recurrido a mi prnpia experienc ia para ilustrar el margen con q~e
crítico comú n pintándolo como «un gaznáp iro, un pillo de siete suelas, cuenta el reseñista para escoger los libros que comenta. Decía qu e, en mi
un engañabobos, un muchachito atracado de lectur as mal digeridas, un caso, un golpe de fortuna me ayudó a en carrilarme como reseñ ista de
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IGNACIO ECHEVARR.ÍA PRÓLOGO
n :1rrativa española, de cuyas novedades de más relieve pasé a ocuparme que termina por traducirse en su conciencia como impotencia. ]mpo-
on cierta regularidad . Me he referido antes a las salvedades que desde tencia que, a su vez, puede terminar por socavar la necesaria confianza en
llll principio limitaban de forma tácita mi campo de actuación. Insisto el sentido de su labor.
en quitar importancia, de entrada, a la existencia de tales salvedades, toda Esta dinámica perversa queda agravada por el sentimiento de sole-
vez que, en cuanto tales, son perceptibles por sí mismas y no ponen en dad que infunde el rasero tan distinto que el crítico ve emplear a su alre-
cuestión el conjunto de la actividad crítica. Empiezan a hacerlo, sin em- dedor, con menoscabo constante de su empeño. Y adquiere tintes dramá-
bargo, cuando son tantas que se vuelve difícil distinguirlas. Pero esto mis- ticos cuando, para colmo, el crítico debe optar, a la hora de elegir qué
mo es lo que viene ocurriendo con desvergüenza creciente en todos libro reseña, entre las dos funciones que le cumple desempeñar con celo
lados. idéntico: la de discriminar, entre lo que estridentemente reclama la aten-
Mi decisión de volcarme, hacia finales de los noventa, en el comen- ción del lector, lo que vale la pi::na de ser leído; y la de llamar su atención
tario de la nueva narrativa hispanoamericana tiene que que ver con eso, sobre lo que de otro modo, por falta de visibilidad, escaparía a ella.
como ya he dicho. Por entonces empiezo yo a padecer seriamente la in- Cualquier reseñista que persevera en su dudosa actividad termina re-
comodidad que supone practicar un reseñisrno de estilo contundente, ca- sintiéndose, cuando la ejerce con convencimiento, de las contradiccio-
paz de gestos abiertamente destructivos, en un marco de acción cada vez nes que lo acechan. Estas contradicciones no hacen más que aumentar
má s restringido. Mis escrúpulos consideran, en primer lugar, la injusticia conforme el crítico en cuestión alcanza alguna notoriedad. Pronto llega
asociada al hecho de que un número cada vez más amplio de autores que- un punto en que el simple escrutinio, por un lado, de las novedades más
den blindados de toda reseña negativa. Y consideran a continuación algo llamativas, para las que se reclama su juicio, y, por el otro, el seguimien-
más preocupante en general, y también más deprimente para mi en par- to de los autores de su interés, agotan casi por completo su margen de
ticular: la soledad cada vez mayor en la que me doy cuenta que insisto en maniobra, dificultándole la exploración de las propuestas raras o margi-
perseverar en mi propio concepto de reseñismo. nales en que anida a menudo el germen de la novedad. Deberá enton-
Lo que vengo a decir desatará sin duda toda suerte de susceptibili- ces sopesa r con máximo cuidado los libro s que elige comentar y hacer
dades, pero me animo decirlo en honor al fragmentario recuento que he que esa elección sea por sí misma significativa, con ind epen dencia del
emprendido aquí de mi propio trayecto como crítico: no me reconozco juicio en que concluya. Será su experiencia, en proporción equivalente
en la tarea que veo desempeñar a la gran mayoría de quienes, hasta hace a su instinto, la que habrá de dictarle cómo conseguir que así ocurra, con
poco, se suponía que eran mis colegas . Y no consigo hacerlo, no única- vibración polémica . Tendrá que confiar en el valor acumulativo de cada
mente en razón de su estilo muy diferente y de su concepto de reseñis - una de sus intervenciones, que con ese fin tenderán a concentrarse en una
mo a veces tan alejado del mío; también por la infranqueable disparidad linea previamente definida. Tanto más cuanto mayores sean las limita -
de su gusto -y no sólo de su criterio- con respecto del mio, una dis- cion es con que el medio en que actúa obstruyen su empeño de organi-
paridad a menudo tan acusada, tan determinada a veces, se diría, por el zar su criterio.
acomodamiento con las tendencias del mercado y con los escalafones ya Pienso ahora que un reseñista, por obstinado y ambicioso que sea,
establecidos, que uno debe resistir la tentación de atribuirla a la desho- puede darse por afortunado si, en el transcurso de su trayectoria , acier-
nestidad intelectual. ta a acompañar y tal vez orientar en su evolución a un puñado de auto-
Hay una desproporción inmensa entre los recursos personales de un res valiosos que él ha co ntribuido a destacar y a los que ha ayudado a
crítico y la inabarcabilidad de su campo de actuación. Una desproporción abr irse paso en medio de la confusión imp era nte, lo cua l implica a me -
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Jill(h, p r su parte, una ardua tarea de desbrozamiento. Hay un aforis- Tanto de Miguel Sánchez-Ostiz como de Rafael Chirbes y de An-
m o de lías Canetti que dice: «Deslizado por error en la historia de la tonio Soler he seleccionado dos reseñas para ilustrar la relación cambiante
lit ratura, y no hay quien lo saque>>.Pienso que un reseñista cumple tam- que le cabe mantener a un crítico con un escritor. Sobre cada uno ofrez-
bién una importante función cuando impide este tipo de deslizamien- co, primero, un reseña claramente positiva, que da cuenta de un interés
tos, cada vez más frecuentes . por el autor y de una expectativa sobre su obra que, en los tres casos,
Quizá llega un momento en que, si no las energías, le empiezan a fa- quedó luego decepcionada. Por lo que toca a Chirbes, autor del que hice
llar al reseñista los reflejos necesarios -la sensibilidad- para percibir el un seguimiento puntual desde sus inicios, llevaba escritas sobre él tres re-
latido de lo nuevo, que se ofrece bajo formas que él repudia o que ya no señas, dos de ellas muy elogiosas, antes de la que dediqué a su novela La
consigue reconocer. Cyril Connolly pensaba, siguiendo a Samuel Butler, largamarcha,a la que opuse serios reparos. De ahí la ceguera que supo-
que, al igual que ocurre con los deportistas, hay para los críticos un perío- nía atribuirme una mala voluntad hacia su obra como la que me acha-
do de actividad, unos límites de tiempo y de edad, más allá de los cuales caba Antonio Muñoz Melina en el artículo con el que presuntamente
sus aptitudes declinan y es facil que se conviertan en otros tantos defec- salia en defensa de la novela (y del que doy noticia en la primera de las
tos. No estoy muy conforme con esta idea, que invita, en cualquier caso, «calas>>reunidas al final de este volumen, donde añado también mi res-
a no bajar la guardia. Para lo cual conviene que el reseñista estime con la puesta) . Más deprimente fue que el mismo Chirbes sucumbiera a la mis-
mayor atención cuál es la medida real de su campo de elección . ma tentación; pero eso pertenece al tipo de sinsabores a los que tiene
que resignarse cualquier reseñista más o menos hecho a los rigores de su
Las setenta y una reseñas reunidas en este volumen tratan de sesenta y oficio. No por reiterada deja de resultar triste la constatación que uno
cuatro autores (sin contar los treinta y ocho reunidos en un volumen co- hace cada vez que se ve en situación de poner objeciones a un libro: la
lectivo de relatos), algo más de la mitad del total de los autores españo- resonancia de sus pullas es infinitamente superior a 1a de sus elogios, por
les de los que he llegado a ocuparme en el transcurso de quince años. encendidos que éstos sean. Por lo demás, mi comentario más bien seve-
A buena parte de ellos les he dedicado dos o más reseñas (hasta media ro sobre La lat;gamarchaconstituyó una de esas ocasiones, relativamente
docena , incluso más, a veces), haciendo un seguimiento bastante regular frecuentes a lo largo de mi trayectoria, en que mi jurcio sobre la novela
de su trayectoria. En la selección que aquí ofrezco, sin embargo, sólo fue la única nota disonante en medio de un coro casi unánime de bendi-
muy excepcionalmente recojo dos o más reseñas sobre un mismo autor. ciones. Algo que invitaría, a mí y a cualquiera, a dudar del propio juicio
En los casos de Juan Marsé y de Luis Goytisolo, porque constituyen si no fuera por como, en tales ocasiones, he solido percibir una sospe-
dos ejemplos admirables, cada uno a su modo, de autores que han sabido chosa tendencia a conformarse con la lectura que la novela en cuestión
evolucionar con coherencia, buscando siempre nuevas vías por las que postulaba de sí misma. A este respecto, el caso más escandaloso para mí
dar curso a sus recurrentes obsesiones, acertando a releerse a sí mismos lo constituyó la recepción de El hijo del acordeonista,de Bernardo Atxaga,
críticamente para no repetirse. Pienso que uno y otro, tan distintos, se muchos de quienes la celebraron consiguieron omitir en sus comenta-
cuentan entre los mejores representantes vivos y activos de una franja gene- rios (como el propio autor, en sus declaraciones; como los editores, en
racional -la que Juan García Hortelano bautizó como <<losniños de la los textos mismos que arropan el libro) la cuestión medular del libro, aca-
guerra »- a la que, como ya he dicho, corresponde el esfuerzo más radi- tando obedientemente su mensaje pastoral.
cal y prolongado de modernización y de renovación de la narrativa espa- De sólo dos autores he rescatado tres reseñas sobre sus libros: Javier
ñola desde la Guerra Civil. Marías y Ray Loriga. De uno y otro he hecho, a partir del momento en
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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO
qu e eso ha sido posible, un seguimiento continuo de su trayectoria (de Ja- tión -la de la narratividad- que en las últimas décadas no ha cesado de
vier Marías, desde la mitad de la misma; de Ray Loriga, desde su primer ser invocada por unos y otros. Cabría, de hecho, hilvanar un recorrido
libro), en el transcurso del cual no he dejado en ocasiones de oponer se- por la narrativa española del posfranquismo sirviéndose de este cacarea-
rios reparos a sus rumbos, sin que de ello se derivara, más bien todo lo do concepto, que por otro lado apenas ha tenido alcances reales en la
contrario, un desentendimiento de los mismos. En las reseñas sucesivas práctica efectiva de casi ninguno de los novelistas que se han llenado
que les he dedicado reconozco, así, una suerte de diálogo a distancia, la boca con él. A ello aludo en una de las «calas»finales de este libro, a pro-
nunca envenenado, que ejemplifica el tipo de relación más fértil que, en pósito de una ya olvidada polémica que en su día sostuvieronJohn Up-
mi opinión, le cabe establecer a un reseñista con un escritor. Relación dike, Norman Mailer y Tom Wolfe .
que me ha sido dado mantener con varios narradores, pero que ejem- Aparte de estos tres libros de crítica literaria (a fos que cabría sumar
plifico aquí a través de Marías y de Loriga por los perfiles tan divergentes La vida sexual de laspalabras,de Julián Ríos), mi selección incluye rese-
que uno y otro ofrecen, por el marco tan diferente de referencias quema- ñas de dos libros que sólo fronterizamente se incorporan a un recorrido
nejan y por su pertenencia a distintas generaciones, dentro de las cuales, por la narrativa española como el que aquí propongo, pero que trazan
cada uno en la suya, han cobrado una significación muy destacada. Algo desde él estimulantes líneas de fuga. Me refiero a Vendránmás años malos
que me sirve para poner de manifiesto las diferencias tanto de estilo como y nos harán más ciegos,del ya mencionado Rafael Sánchez Ferlosio, ad-
de punto de vista, incluso de criterio, aunque no de exigencia, que un mirable miscelánea de apuntes, sólo unos pocos narrativos, y a Grandes
reseñista debe emplear según el tipo tanto de autor como de libro al que Hits, de Guillem Martínez, una coleéción de crónicas periodísticas cuya
hace frente. voluntad de estilo y elaborada construcción del punto de vista -del yo,
Parece indiscutible la hegemonía de la novela sobre el relato , mucho en este caso- supera con creces las de muchas novelas .
más en el marco de la narrativa española, sin que importen ahora las ra- Como con el concepto de narratividad, cabría asimismo hilvanar un
zones de que así sea, que alguna vez me he distraído en conjeturar. La recorrido por la narrativa española del posfranquismo sirviéndose del
media docena de reseñas relativas a libros de relatos que aquí reúno me empleo que en ella se ha ce del yo. La llamada literatura del yo ha sido
parece, en cualquier caso, que reflejan en proporción suficiente el peso también asunto recurrente en las últimas décadas , en que ninguno de los
que la ficción breve tiene todavía en la narrativa española, al menos en balances que se hace de la literatura española deja de señalar el auge que
la que se escribe en castellano. en ella han cobr ado los géne ros «autográficos», por así llamarl os. Dos de
Me ha parecido oportuno incluir en esta selección tres libros de crí- las reseñas que aquí reúno lo son de libros susceptibles de ser así etique-
tica literaria, los tres relativos a la narrativa española. De uno de ellos, La tados, siendo el de menos mérito el que más se conforma a la convención
literatura en la construcciónde la ciudad democrática,de Manuel Vázqu ez autobiográfica (la segunda entrega de las memorias de Camilo José Cela).
Montalbán, ya he dejado dicho en otro lugar que me parece el más pe- Por el contrario, el otro constituye seguramente uno de los ejercicios
netrante acercamiento a la narrativa española del posfranquismo reali- más radi cales que, en España y fuera de ella, se ha hecho a partir del yo.
zado por un escritor. En cuanto al ensayo de Gonzalo Hidalgo Bayal , M e refiero a El agenteprovocador, de Per e Gimferrer, libro que tien e la
Camino de]otán, dedicado a la obra Rafael Sánchez Ferlosio, lo traigo a virtud de poner en evidencia la cortedad del yo del que hace uso lama -
colación no sólo por ocuparse con vigor de un escritor a todas luces fun- yor part e de los memorialistas y autores de di arios que menud ea n en
damental, sino, sobre todo, por hac erlo desd e el punto de vista de lo qu e España , y libro que se alía en su aventur a con las atrev id as incursion es
él llama la razón narrativa,noción muy fértil qu e incide sobre una cues- que desde la novela han hecho en el espacio autobiográfico libros como
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I: ·/afll a ro n palomas, de Luis Goytisolo, o Negra espaldadel tiempo, de Javier me siento incapaz de hac er. Pero no dejo de reconocer en buena parte
M, rí.is. de la nar rat iva escrita por muj ere s una tend encia a adscri birse a esa cate-
La mención de Pere Gimferrer me hace reparar en una cuestión pe- go ría. Corno también reconozco una absurda tendencia en los medios
k w uda, sobre la que no cabe extenderse aquí . Me refiero al alcance que, ·-que afortunadamente parece renú ti r~ a adj udic ar a mujeres el co- ·
cuando de la literatura española se trata, tiene el adjetivo española.Aun mentario de los libros escritos por mujeres.
asumiendo que una literatura se articula esencialmente a partir de la len- En cuanto a nu decisión de inclu ir, entr e las aqu í reunida s, alguna s
gua, no por ello dejan de sorprender las escasas o nulas concurrencias que rese ña s negativas, e incluso muy negativas, tiene que ve r, una vez más,
en España ofrecen las literaturas d e las distintas lenguas peninsulares. Al co n nú deternúnaci ón de que este libro cumpla un a func ió n ilust rativa
conúenzo de nú reseña de Grandes Hits, de Guillem Martínez, aludo a un de mi prop ia concepción del reseñismo . Entre los servic ios que el rese-
asunto todavía pendiente de ser considerado cabalmente: la responsabi- ñista rind e a los lectores, se cuenta, muy en primer lug ar, el de cribar los
lidad que los grandes medios de prensa tienen en la compartimentación títulos que la prensa cultura l y la publicidad editorial destacan. ¿Po r qué
de la cultura española, víctima de la «sucursalización » que de ella han he- hablar mal de ciert os libros cuando hay tanto s de los' que hablar bi en?,
cho las ediciones «local es» de los periódicos de ámbito nacional. El caso pre gunt an, conciliadores, los pro moto res cult urale s. Y bie n: sen cilla-
es que las distintas narrativas peninsulares -en castellano, en catalán, en m ente para desmentir, mu y a m enudo, cuanto se lleva dicho previame nte
euskera, en gallego- apenas comparten espacios de encuentro, lugares a favo r de esos lib ros, con fraude o engaño p ara el lector. Pero tambi én
comunes de reflexión y de crítica; la relación entre ellas par ece deter - para avivar el debate sobre la lit eratura y h acer sentir, a quien a ella se
minada por la resignada aceptación de una hegemonía -la de la narra- aproxima, que allí se ju ega algo má s qu e un sim ple entreteninúento . La
tiva en castellano-- qu e el mercado consolida, y de un os acercamientos co nstru cció n de un sistema de valores lit erarios se realiza a partir tanto
guiados, se diría , por una curiosid ad casi ant ropoló gica. Ap enas cuatro de apu estas como de rechazos, y en los argumentos con que se susten -
reseñas, entre setenta y una, correspondientes a libros escritos or iginal- tan esto s últimos alienta sin duda un a positi va def ensa de las-posic iones
mente en lenguas distintas de la castellana: la cifra es indicadora de un a ya alcanzadas , del nivel adquir ido .
situación de hecho qu e yo mismo, por mi parte - he de admitirlo con
alguna contrición-, no me he esforzado gran cosa en alterar. Algo en lo La gran m ayoría de las reseñ as aquí reu nida s fueron pub licadas en el su~
que interviene sin duda , todo hay que decirlo, mi escasa simpatía por las ple m ent o de lib ros de El País, p or lo gener al a los po cos días o sem anas
impostaciones localistas y -a la vista está- nú alergia a las nutofogías de la aparición del libro correspondiente. Sólo se de talla su pro ce den-
bu có licas. cia en lo s casos en que se pub licaron en otros me dio s. Al fin al del vo lu-
Una desproporción m ás injustificable todavía que la qu e acabo de me n encon tr ará el lector un índi ce de los aut or es y de los libros co -
señalar es la que , en nu selección, se da con las reseñas dedicada s a libros mentados, en el que se recogen tambi én otros nombres sob re los que se
escr itos por mujeres, sólo do s. Pero m e temo que nad a de lo que pueda discur re, por las razo nes que sea, con algún detenimiento.
decir a este prop ósito me librar á de los enojos inevitables a que me expon- Los text os de todas las reseñas se dan sin añadidos ni corre cciones,
go al subrayar este dato , impo sible de ajustar a la realidad de una pro- exce pto cu ando se trataba de errores flagra nte s. H e restituido ocasional -
duc ción editorial en la que la n ar rati va escrita por mujer es no cesa de mente , eso sí, p alabras o pasaj es even tu alm ent e cortados, mu y po cos,
in crem entar se. Decir qu e no me atrae la categoría de lo femenino aso- todo h ay que d ecirlo, y siemp re por razones per iodísticas. Asinúsmo , he
ciada a la lit eratura me obli garía a pre v iamente definir aquélla, cosa que restituido el título or igin al que puse yo a nú s textos, y que algun as vece s
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PLANETARIO ANTONIO GALA Y FERNAN DO SÁNCHEZ DRAGÓ
de que su novela carece, en mu cho s sentidos, del nún imo decoro hi stó - Está claro que, al obra r así, reclama para su texto un mayor margen
rico . No se trata de que falte a la verda d de los datos . Se trata más bien de de mov imiento. Pero con ello incurre en otro riesgo: el de desarti cu lar
la forzada int erpretación de tantos hechos cuyo aspecto contradictorio su narració n en una multit ud de excursos dig resivos. Bast a con co nside-
resuelve Gala por m edio de la inverosímil psicología de su personaj e. Éste rar las más de seiscientas páginas co n qu e cuen ta El manuscrito carmesípara
det enta una amplitud de miras y unas dotes proféticas sencillamente sospecha r qu e Gala h a sucu mbido a este peligro, pre so de sus muc h as ga-
in creíbles, y emplea, además, categorías históricas extemporáneas. R e- nas de decir y de los muc hos conocimientos acumul ados. La nove la se
sultaría fatigoso e inapropiado ex pla yarse aquí sobre este asunto; baste traba co ntinuame nte, ya sea en una targa galería de retratos, en la cróni-
reco rdar, a título de muestra, la conversación mant eni da en la prisión en- ca genealóg ica de los reyes n azaríes o en una ristra de poemas (que se
tre Gonzalo Fernández de Córdoba y Boabdil, en la que éste suelta frases acum ulan p or decenas ). Acostumbrado a la disciplin a del re lato breve y
del tenor de : «España somos todo s, don Gonzalo. Vos habláis de Aragón de la pieza teatral, Gala ha int erpretado la flex ibili dad de la novela como
y de Castilla; yo soy el rey de Andalu cía». Como bien le respond e don una lice n cia para la incon tinencia . El Gala qu e se estrena como novelis -
Gonzalo, eso es sólo una frase. Frase que proporciona una pista de la ta no es el cuentista ni el dramaturg o : es el articuli sta ablandado p o r el
equívoca plantilla con que Gala propone, a través de su novela, toda un a cotidia no ejercicio de dise rtar libre mente sobre cualquier tem a de su
lec tura de la R ec onquista y del p eso que en la histori a y en la cultura es- ocurre ncia . Una circunsta ncia en la que co labo ran el carácter estático y
pañol as tien e la huella musulman a. medita bundo del relato y su ritmo breve, aco mp asado en cortos tramos
Al lector, sin embargo, po co han de importarl e estas inexa ctitud es, de prosa.
qu e acaso juzgue sutilezas. Por lo demás, el propio Gala le h ace decir a Una prosa en galanada, preciosista, abultada aquí y allá por rijo sas
B oabdil , con toda la razón, qu e «la realidad no es ni remotamente pa- secuenc ias de lirismo sexual y de fervores andalucistas. Una prosa de lu-
recid a al relato que se hac e de ella». Lo que import a aho ra es má s bi en joso cas tellano, sermoneado ra, repl eta de enj undi osas bondades y de
calibrar la legitimidad de la nov ela en cuanto artefacto literario. Y en verd ade s no tan enjundiosas . Una prosa efusiva, qu e se inviste de hum a-
este punto so n muchos los reparo s que acuden al come ntario. En pri- na sabiduría y que difícilme nte se resigna a clausur ar un párrafo sin una
mer lugar, Gala ha rec urrido al expe dient e de h ace r escribir a Bo abdil máxima mor al, sin una sent encia . La misma prosa que Gala usa a diario
un a especie de memorias en el tiempo, a m edio camino entre un as con- en su labor periodística (sin recurr ir a Boabd il) y de la que, con más mo-
fesiones y un diario. Ello justific a la morosidad del relato y la cercanía deración, se sirvió ante s para la serie televisiva «Paisajes con figuras>>,que
co n respecto a los hechos narr ados, pero genera una dificultad que Gala conten ía ya e]mold e de la poética aplicada a esta novela , si bien aqu í di-
ha de satendido por completo: la exige ncia de construir prog resivamen- latada hasta la m onumentalidad. De la afición y del gusto que el lector
te la voz del narr ador. El Bo abdil de Gala se expr esa a los ve int e años e:Kperimen te por esta prosa habrá de sacar el disfrute que le depare esta
con el mismo tono solemne y desenga ñado qu e a lo s sesent a y cu atro, novela, co nd enada de ante m ano al bó.to.
sin que se perciba un avance convincente en su sensibilidad, en su con - Más difi cil es que obte nga gusto y cobre afición por la prosa de Fer-
cepci ó n del mundo ni en su comprensión de los sucesos que prot ago - nando Sán ch ez Dragó, fin alista del Planeta y escritor que ha p rotago-
ni za. Se trata de un personaje estanca do. En su propó sito de tren zar la nizado una de las trayecto rias má s verti ginosas de la recie nte litera tur a
narraci ó n hi stórica con la intro specc ión, Gala se ha desen tendido de españo la. El propio Dr agó califica su estilo de «barro co, desgarr ado y va-
la imp ortan cia que en esta tarea reclama la adecuada perspectivización ronil» . Por lo que al lector respecta, sin embargo, valga decir que , eng as-
d el relato . tado aú n de casticismos, de frases hechas y de citas solapadas, ese estilo
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PLANETAR.10 ANTONIO GALA Y FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ
ha bajado varios escalones de barroquismo desde que su autor escribiera de Dionisio). Lo importante es el mensaje, condensado en los fragmen-
la Historia mágicade Espm'"ia.
Y el que ello sea así debe interpretarse ma- tos de una carta de ciento dieci siete folios que, desde la India, Dioni-
yormente como un explícito deseo de Dragó para transmitir su mensa- sio envía «a más de cien amigos>>.Resignado a que se abalancen sobre su
je. Porque Sánchez Dragó es un escritor con mensaje. Es más que eso, es yugular, Dionisio dice allí cosas como que << Hay más ardor en el gesto
un predicador. Y esta novela suya, encubierta por una frágil peripecia de embragar de un taxista de Nueva Delhi que en la obra entera de
aventurera y estructurada por medio de un socorrido juego met alitera- Nietzsche », sin que ello le impida, lin eas más adelante, referirse a la In-
rio, se reduce en última instancia a un sermón. El Sermón de la Mon- dia como «el país de Nietzsche, el país donde no hace falta el eterno re-
taña de Fernando Sánchez Dragó, renacido en Soria a la emblemática torno ». Lo dicho, una «empanada mental», a cuyo cocimiento contri-
edad de treinta y tres años, concretamente en 1969, fecha en que trans- buyen los diversos santones e iluminados con que Dionisia topa en las
curre su relato y en la que la experiencia del Mayo francés precipitó en diversas etapas de su camino. Un camino que señala, indudablemente, al
él una profunda transformación interior. Sobre eso versa precisamente corazón. Pero no a un corazón cualquiera, sino al corazón de Sánchez
esta novela, en la que se da cuenta del viaje iniciático a través de Asia D ragó. Su novela constituye un insólito documento de megalomanía,
realizado por el joven Dionisio, a punto de cumplir esos mismos treinta dentro de un panorama narrativo en el que éstos no escasean. Y es que,
y tres años decisivos. Las coincidencias de Dionisio con Sánchez Dragó como cualquiera de esas sonrientes y alborotadas divinidades asiáticas,
son tantas y de tal calibre que, por si el lector no había caído, no tarda Sánchez Dragó tiene ocho brazos, y los ochos le señalan a él mismo.
en puntualizarse, desde dentro mismo del texto, que uno y otro han na-
cido el mismo día y han recorrido trayectorias casi idénticas. Pero aun
eso no basta e, impaciente ya, haci a la mitad de la novela Dragó se de-
cide a entrar él mismo como protagonista, con nombre y apellidos. Y lo
hace , modestia aparte, por la puerta grande, ejerciendo sus encantos e
impartiendo sus co nsejos . Cristina, la mujer de Dionisio, autora de unas
memorias cuyo texto se interpola con el relato del viaje de aquél, se re-
fiere a las palabras de Dragó como «altamente reveladoras para quien no
tenga los oídos llenos de cerum en ni los ojos cubiertos de telarañas», y
llega todavía más lejos, al señalar en ellas «un tono y un toque de aten-
ción casi evangélicos». Así las cosas, no extraña que respire aliviada cuan-
do, «desde las alturas de su incuestionable autorid ad literaria», Sánchez
Dragó da el visto bueno a sus tanteos literarios.
Que nadie sospeche un humor soterrado en todo esto. Lo s predi-
cadores nunca br omean . Y Sánchez Dragó, ya va dicho, es un predica-
dor. Predica su pasión viajera, su antieuropeísmo militante, sus prejui-
cios antidemocráticos, su mística oriental, su quijotismo sublimado y
tantas cosas más. Poco importa que el resultado tenga mucho de «empa-
nada mental» (así se expresa, si bien «con cierto encono», un compañero
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JUA N MARSÉ
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ADIÓS A TERESA
Pero toda farsa se sustenta sobre los pedazos de un sueño roto. Toda
fars:i es la otra cara de una elegía. Y El amante bilingüedebe leerse como
ambas cosas, como farsa y elegía. Farsa y elegía por Teresa, a la que Mar-
st·parece decir adiós, y que, después de tantos años, se esfuma aquí, acaso
para siempre. Como ese pez de oro perdiéndose en las sombras del es- El ángel exterminador
tanque de Villa Valentí.
El Observador,28 de octubre de 1990
Miguel Espinosa, LaJ ea bu1guesía
Alfaguara, Madrid, 1990
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EL ÁNGEL EXTERMINADOR
MIGUEL ESPINOSA
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ÁLVARO DEL AMO
cualquier historia que hoy pueda escribirse debe reclamar la atención del
lector . Minia.turismo, no minimalismo . Una pura pero en absoluto sim-
- ple cuestión de economía y de proporción .
El rigor con que Del Amo contraría la tendencia natural de cual-
U na novela bonsái quier historia a explayarse, la disciplina que ejerce sobre sus materiales
para adecuarlos a la estricta medida de sus intenciones, propicia una in-
negable tensión. Y donde ésta se hace más patente es en el estilo. Del
Álvaro del Amo, Contagio Amo es dueño de un talento estilístico de primer orden . De un estilo
Anagrama, Barcelona, 1991 solvente que no elude la sofisticación y que, particularmente en Libreto,
ha dado lugar a páginas magistrales. Pero es la fuerza misma de este esti-
lo, la suntuosa amplitud de algunos de sus períodos , los elegantes contras-
Esta novela solicita, pero sólo para ignorarlo luego desdeñosamente, el tes con que se adorna, los que abren un cauce por donde luego el sutil
reproche de su poquedad . caudal de la narración se siente insuficiente. Es dificil sustraerse a la im-
Con sus maneras impecables, Álvaro del Amo urde una historia que presión de que, en la severa, casi crueljibarización del relato, se ha pro-
se enreda con otra y otra y luego otra, desplazando hacia delante una ducido una merma lamentable, una pérdida. Como esas tablas donde
expectativa que finalmente queda en suspenso, insobornable a la avidez el maestro pintor ha perfilado el trasunto completo de la gran tela que
del curioso lector. no se ha conservado, y en las que no es tanto los detalles de la escena
La de Álvaro del Amo es una poética de la reducción . O, por decir- lo que se echa en falta como la reprinúda libertad de la pincelada.
lo inversamente, de la insinuación . Antes que decepcionar una expecta- Si el incumplimiento de las expectativas sugeridas por la historia
tiva él prefiere incumplirla y dejar al lector el trabajo de completarla. Una :1ctúan en definitiva como un elemento multiplicador (que tiene por re-
poética, en definitiva, del contagio, que malignamente se limita a infun- ferencia, en Contagio, las experiencias de la infancia), las expectativas
dir, sin consumirla, la expectativa que habrá de incubarse y desarrollarse , biertas por el estilo, en cambio, se sacian insuficientemente. Cunde la
fuera del propio texto, lacónico sumidero de anécdotas infectadas. exigencia de obtener más amplias satisfacciones de quien se muestra so-.
Lo curioso es que esta poética es practicada por un escritor que po- bradamente apto para darlas. Y si bien en este atareado juego de incon-
see el gusto y el instinto de la narración. De la narración en su sentido formidades late, por parte de Del Amo, una magnífica ironía (la que
más exuberante, decimonónico . Un talento formidable para el dibujo de tiene seducidos a los escasos lectores enterados de su importante valía),
los personajes , una imaginación poderosa, una aguda capacidad de ob- comporta asinúsmo una implacable renuncia de la que, ya no el ávido,
servación, un infalible sentido para la disposición de los detalles: con do- sino el exigente lector se resiente . Será éste quien, tras la lectura de Con-
tes como éstas Álvaro del Amo construye novelas minúsculas que, una tagio, formule, aunque luego sea desdeñosa.mente ignorado, el reproche
vez entre manos, sorprenden por su peso inesperado . Y es que Del Amo de su poquedad.
no renuncia a la ambición ni a la complejidad conte1úda en cualquiera
de los grandes novelones de antaño: únicamente renuncia a su longi-
tud. Son las suyas -y esta última sobre todo, de tan frondosa peripe-
cia- novelas bonsái, que atienden a la precariedad, la urgencia con que
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JULIÁN RÍOS
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KAMASUTRA VERBAL
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ANTONIO MUÑOZ MOLIN A
EN EL BAÚL DE LOS RECUERDOS
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EN EL BAÚL DE LOS RECUERDOS
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DE SANGRE Y DE MIERDA FÉLIX DE AZÚA
adjudicar a Larrazábal, no sin cierta incongruencia, el rostro y los ade- tria, en el fuero generado por el propio texto, sería el producto de <<un
manes de un Rock Hudson o de un Gary Cooper, hasta tal punto cua- entramado de fluidos animales, económicos, religiosos>>(en el caso de los
dra con la estirpe del hombretón algo tontorrón y buenazo (para el caso, vascos, «tribal, eclesiástico, agrario»), en relación con el cual la nación
los suftjos son indispensables) que, imprevisiblemente, se manifiesta capaz constituiría una perversión introducida por la técnica y el progreso.
de adquirir una estatura heroica. De este distingo surg e la más arriesgada hipótesis incluida en la no-
Tan explícita impostación genérica, sin embargo, actúa, obviamen- vela: una hipótesis a primera vista demencial y fascinantemente provo-
te, de subterfugio. Y lo hace para canalizar una reflexión bastante atre- cativa. Pues, dando por sentado que Franco es el nombre dado por la
vida sobre una cuestión tan delicada como la del nacionalismo, sobre los historia «a la llegada de la técnica y el progreso técnico a España >>
, dicha
conceptos mi~mos de nación y de patria y los sentimientos que estas pa- hipótesis sugiere que «Franco se convertiría, para siempre, en el funda-
labras convocan y que Félix de Azúa azuza con feliz acierto, aun cuan- mento de cualquier futura nación» en España, y que, en la medida en
do, dada su vocación de agitador pero no de mártir, estima oportuno que «ya todas las naciones españolas tendrían que ser técnicas Y progre-
advertir al lector «que no se fíe de las apariencias y tenga presente, siem- sistas», habrían de ser «franquistas».
pre, quién expresa las opiniones, a veces contundentes, que va a encon- Si el lector se siente algo desconcertado por el papel que en todo
trar en estas páginas». este asunto se concede al progreso técnico, bueno será avanzarle que el
Tratar el tema del nacionalismo, y hacerlo en el contexto del País que así sea responde -siempre dentro del texto- a una comprensión
Vasco, precipita de inmediato una corriente de expectativas que Azúa se del fenómeno nacionalista desde la muy escorzada perspectiva confor-
propone sortear. Y en buena medida lo consigue al remitir el meollo de me a la cual la técnica aparece como el agente movilizador de un nue-
la acción de su novela a un episodio muy determinado de la Guerra Ci- vo orde~ planetario, que, abriéndose paso a través de la guerra (y aquí
vil : la resistencia del País Vasco al cerco de las tropas insurgentes y las ne- confluyen las dos reflexiones fundamentales de la novela), contempla en
gociaciones secretas a que dio lugar entre los nacionalistas vascos y los su meta la disolución de los estados nacionales. Esta aventurada pers-
invasores italianos destacados en ese frente. En el punto de mira de Azúa pectiva se la ofrecen a Félix de Azúa los diagnósticos futuristas -~e E~mt
no está la versión exaltada y sangrienta del nacionalismo que ofrece el J ünger y, con descaro e irreverencia que no ocultan la fascmaoon, el la
terrorismo -cuyos resortes sólo tangencialmente son aludidos-, sino sirve en el texto a través de un tal «teniente Jünger, de los alemanes», que
su versión más trivial, más burguesa y calculadora. De forma que Cam- ofrece una satisfactoria caricatura de su homónimo.
bio de banderase resuelve, ante todo, como una gravísima requisitoria Este personaje, sin embargo, así como el discurso que, cortejad~ ~or
contra la actitud del PNV durante la Guerra Civil y su desafecto a la cau- la disparatada retórica del enano Moret, inocula en el texto, de sub1to
sa republicana . arrojan a la novela un peso que amenaza con encorvarla. Si no ~lega a
Que sea así debe vincularse a que, entre sus más hondos propósitos, ocurrir tal cosa es porque, reaccionando a tiempo, el relato se decide, ya
la nov ela apunta a desacreditar el valor de la nación oponiéndole una no- en su tramo final, por reanudar resueltamente el tema del héroe, que se
ción «traslaticia» de la patria, «libre de servidumbres administrativas, exen- recorta de un modo a la vez amargo y cínico sobre el de la traición, en-
ta de personalidades e instituciones» . En un momento. dado, el narrador tendida aquí como la mecánica misma de la conducta humana y de sus
se pregunta si Larrazábal comprendió finalmente que «su patria forma-
disfraces ideológicos. .
ba parte, no de la muerte, sino de la inteligencia entre los hombres y de El heroísmo de Larrazábal se origina en una desviación d e la ideo -
su capacidad para habitar lo construido por el tiempo» . Y es que la pa- logía en idealismo. Pero, en su completa insolvencia , ese idealismo re-
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DE SANGRE Y DE MIERDA FÉLIX DE AZÚA
clama antes la compasión que no la admiración. Larrazábal, pues, repre- misma trama se traba incongruentemente con disquisiciones parciales,
senta un heroísmo sin ejemplaridad. A él le cuadra al pelo el aforismo con intempestivas citas, con el artificio mismo de la historia, bastante
de Lichtenberg : <<Noes la fuerza del espíritu, sino la del viento, la que _enclenque. Los propios personajes resultan planos, y su caricatura los aso-
ha llevado a este hombre donde está>>.Ese viento del que el narrador ma en más de un caso al precipicio de la inanidad. De manera que, pese
constantemente habla y que es el mismo que azota su cabeza, las calles, a todo, es la fuerza del estilo, el sentido del humor y la inquietante agu-
la Historia, un huracán que barre a unos y a otros y en el que se oye res- deza de la inteligencia de Azúa las que prestan a su libro su principal ali-
tallar el trapo de las banderas, todas empapadas de sangre y de mierda, ciente.
como dijera Flaubert. Por lo demás, debe insistirse en el cambio de ruta que esta novela .
El viento acaba por adquirir una consistencia simbólica, empleado supone en la trayectoria del autor. En unas declaraciones al respecto,
como leitmotiv en boca de una voz narradora que constituye a un tiem- Azúa decía haberse propuesto apartarse «de aquella literatura autodes-
po el mejor acierto y el más precario expediente de esta. novela . tructiva, nihilista» y pasar «del sarcasmo a la ironía». Eso significa una
El acierto proviene de los énfasis de esa voz, de sus arrebatos estili- saludable traición al molde narrativo de sus dos novelas anteriores y al
zadísimos, de una tensión sintáctica en la que el humor y el patetismo magisterio que en ambas instruía Bernhard, ahora sólo presente en la ca-
suman acordes muy logrados. Félix de Azúa es el escritor de su promo- dencia rítmica de la prosa.
ción que ha hecho un uso más apto y eficaz de las parodias retóricas, con Literariamente, Azúa es un consumado perpetrador de traiciones, y
las que logra efectos tan afortunados como los que en su día consiguie- el lector debe felicitarse por la que acaba de cometer. Pues no cabe duda
ron autores como Juan y Luis Goytisolo o Martín-Santos, cuya voz casi de que la ironía ocupa una jerarquía superior al sarcasmo, no sólo como
retumba en las páginas donde se recuerda a Ortega como chansonnierde figura retórica, sino también como instrumento de conocimiento, capaz,
la filosofía o en el cómico empleo de las designaciones eufemísticas («el en el ángulo que forman el enunciado propuesto y su sombra burlona,
valeroso gudari», «la navarra de buen pecho»). La voluntad de estilo que de atrapar la verdad.
caracteriza el hacer literario de Azúa se beneficia notablemente de la dis-
ciplina a la que lo someten un desarrollo novelístico deliberadamente
convencional, las leyes de la narración retrospectiva, el empleo de la se-
gunda persona (pues todo el entero constituye una perorata).
Donde se muestra Azúa menos convincente es en la construcción
explícita de la voz narradora, que, a la hora de revelar su identidad, des-
legitima a posteriori la libertad omnisciente de sus fluctuaciones tonales,
ya de por sí mal eslabonadas. De hecho, la precariedad constructiva es el
talón de Aquiles que amenaza siempre con malograr las dotes narrativas
de Azúa. A este autor le resulta difícil, ciertamente, controlar la agresi-
vidad de su poderosa inteligencia, su ingenio peligrosamente escorado
hacia el chiste, su propia suspicacia respecto al oficio de narrador. Se per-
cibe en este Cambio de banderauna recia disposición a limar estos defec-
tos para trazar sin estorbos el trayecto de una trama bien urdida. Pero esa
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JAVIER GARC ÍA SÁNCHEZ
Hoy, cuando unos han madurado y otros, simplemente, han envejecido, xual -pues se trata aquí de una nov ela «de amor y sexo»- el qu e in-
por fin se percibe que, en la antaño nutrida troupe de los jóvenes narra- Lroduce en dicha veta humorística un ramalazo de ramplonería eufe-
dores españoles, sólo había uno que lo fuera estrictamente: Javier Gar- nústica y verdosa. De lo que se deduce un tono que, robándoselos de la
cía Sánchez. boca a una abuela indulgentemente admonitoria con las travesuras de
Lo juvenil, en efecto, constituye en este autor una categoría literaria su nieto, no merece mejores calificativos que pícaroy guasón.
no deducible de su edad ni de sus opciones genéricas sino, más amplia- Aunque no es sólo una cuestión de tono . En sus primeras trescientas
mente, de la consistencia misma de su escritura, de los márgenes de su páginas, esta novela configura una situación vodevilesca que deliberada-
inspiración, de sus obsesiones temáticas, de la escala de sus ambiciones. mente se perfila sobre la silueta de las más clásicas comedias de enredo.
Si en el panorama de la narrativa española García Sánchez constituye un El autor, sin embargo, en lugar de obtener de ello una licencia y una
«caso», es porque, literariamente, su escritura se afinca en la inocencia y, economía avaladas por un código compartido con el lector, se demora
por eso mismo, desconoce el crecimiento. Él es un escritor en <<perenne mcansablemente en cada escena, pormenori za los chistes y despliega algo
estado de lactancia», absorto por completo en la fruición que le depara el semejante a una casuística de la obviedad, que, dadas sus proporciones,
acto de escribir. Una fruición gozosa, que no admite diques, y en la que cons igue impacientar .
deben encuadrarse buena parte de los lugares comunes que se han ido Surge aquí la proverbial incontin encia de García Sánchez (otro de
acumulando sobre su obra. los lugares comunes que le rondan), y en la qu e, por lo demás , persiste
Uno de los más frecuentes alude a la «seriedad>> de sus ademanes él con enconado convencimiento . Se trata del rasgo en que se hace más
como escritor. Aunque lo propio aquí sería hablar de «gravedad», con- patente esa referida fruición que no se resigna a sacrificar nad a y que
cepto que no incorpora ningún matiz peyorativo a la plausible ausenci a todo lo absorbe con la glotonería de quien, mientras rebaña por enési-
de frivolidad con que García Sánchez encara su oficio y se emplea a fon- ma vez el mismo plato, celebra su valor calórico.
do en su tarea. Hasta ahora, esta gravedad, conducida, .como es propio de García Sánchez padece una gula de la escritura que se traduce en una
él, más allá de los límites de la exageración (la de García Sánchez es, emi- pro sa pleon ástica, atiborrad a hasta lo info rme , reiterati va, continuamen -
nentemente, y en todos los sentidos, una literatura exagerada), constituía te desviada en in co ntables exc ursos . «En realidad todo había sido culpa
· el rasgo más sobresaliente de su narrativa. Pero he aqu í que, justamente de las palabras, de su marúa de hablar y hablar, de pretender aclarar con
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EL BUEN SOLDADO JAVIER GARCÍA SÁNC HE Z
¡palabras lo que debería mostrar con hechos. Las palabras siempre habían do a los abismos de la más risible trascendencia o a los de la más infa-
sido su perdicióm, se dice por algún lado en esta novela, delatando de tuada comicidad.
paso, como suele ocurrir, cuál es su flaco. Y es que la escritura de Gar- El mayor atrevimiento -casi un sacrilegio- de esta novela es el de
cía Sánchez -como toda aquella en la que el placer del autor no se soli- haberle puesto el título que Ford Madox Ford pensó para su obra ma~s-
dariza con el del lector - no sugiere, sólo explica. La consecuencia es tra El buen soldado.Todo el resto es simple desinhibición . Por lo ciernas,
un estilo que, como la plastilina, se estira y se estira sin llegar jamás a ten- y ~ara concluir, en el artícul~ ya mencionado García Sánchez insistía
sarse y, por lo tanto, a vibrar. (y obsérvese el pleonasmo) en que <<creosinceramente que no creo en
Este estilo -colmado, por otro lado, de enojosos subrayados- se novelas largas y breves , experimentales o clásicas, sino en obras buenas
nutre esencialmente, de expresiones tópicas, utilizadas unas veces con O mediocres>>. Curiosamente, se olvidó de las malas novelas.
intención paródica y otras matizadas por un reflejo de arrepentimiento.
Asimismo, los personajes, a cuál más inverosímil, se conforman sobre es-
tereotipos. Así ocurre con Irene, la enan ita viciosa que protagoniza la
novela y que se enamora de Miguel, solemne fantoche aficionado al cla-
rinete y a las piruetas, de las que extrae un pringoso rendimiento para
sus excentricidades sexuales. Y así ocurre, por supuesto, con todos los
comparsas que desfilan por el libro sin obtener relieve alguno de su abul-
tada presencia.
Pero donde la vulgaridad alcanza cotas imprevisibles es en el dibujo
mismo de una historia que, ya hacia el final, se resume a sí misma -pues
todo en ella es explícito- como «una crónica sentimental intens a y sin-
cera» y, sobre todo, como «un a historia de desamor». Si el lector pide
más datos, sepa que El último tango en París, Nueve semanas y media, El
imperiode los sentidos o Emmanuelleadmiten ser tomados aquí como gru-
mos referenciales de un a papilla amasada co n los residuos de las más im-
potables nov elas rosas, del romanticismo más desaforado y caduco, de la
pornografía peor sublimada, todo ello hinchado con la levadura del
exceso retóri co y la impostación pasional.
Nada de esto lo corrige el humor, cuyo registro se interpola -no
se comb in a- con el de la secuencia amorosa, y cuya función antes con-
siste en aliviar la presunta intensidad del relato centra l que no en ironi -
zar sobre el mismo, pese a que abundan los motivos para ha cerlo. A pe-
sar de lo cual, los momentos más memorables de la Novela son aquellos
en qu e - como en la esce na final- el delirio alcanza cimas de extrava -
gancia en las que se hace muy difícil decidir si el autor se está asoman-
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LUIS GOYT!SOLO
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JAVIER MARÍAS .
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EL PODER DE LAS PALABRAS JAVIER MAR ÍAS
sucede sin interrupción », sujeto como está todo a << la sistemática anula- me eficacia y poder persu asivo (de ahí la tentación de atribuirle una con-
ción a que nos somete el tiempo », por otra parte el tiempo mismo se va sistencia autobiográfica ).
llenando con las acciones que las palabras no cesan de instigar, esas «tra- Pero quizá deba destacarse, mu y en especial, la sobera nía de un es-
ducibles palabras sin due110 que se repiten de voz en voz y de lengua en tilo espacioso y sereno, de largo aliento , qu e tiende a ensanchar sus pe-
lengua y de siglo en siglo, las mismas palabras siempre, instigando a los ríodos con amplios abani cos disyunti vos, en m edio de los cuales se abren
mismos actos desde que en el mundo no había nadie ni había lenguas ni continuamente, como burbujas, cláusulas paren téti cas (pero casi siempre
tampoco oídos para escucharlas ». con valor adversativo, como esta misma ). C ada intención m erode a y se
«Quizá llega un momento », conjetura el narrador, basándose en su matiza en un dilatad o caudal de p osibles variantes , de tal modo que
propia experiencia, <<enque las cosas quieren ser contadas ellas mismas. » (como ocurre con Proust, aunque de mu y otra manera ) el signi ficado, pa-
De nada sirve entonces no quer er oír, porque las palabras llegan hasta radójicamente, se pr ecisa por expansió n . Se trata de un estilo en plena
uno fatalmente, como fatalmente desencadenan los actos que sólo las pa- madur ez, sin apenas estr ide ncias (acaso una episódi ca prope nsión al di-
labras son capaces de retener y que, fatalmente, terminan por perderse dactismo y a la sentenci osidad o, respect o a algu nas cuestiones men udas,
en el olvido hasta que las mismas palabras vuelven a instigados, gotas que la tent ación de opinar con inconv eniente co ntundenci a). Del m ism o
una y otra vez caen sobre la superficie del tiempo, renovando incansa- modo que apenas present a fisuras una fábric a n arrativa arm ada con gran
blemente el círculo que se dilata hasta perderse. ~abidurí a (sobra, quiz á, p ero apenas m olesta, el inventari o fin al).
Admirable es la forma como en esta novela el texto mismo reprodu - Entre los mucho s veri cu etos considerativos por los que se intro du ce
ce el propio mecanismo que tiende a expresar y se configura como un i.:sta novela sobres ale, cons tante, su meditaci ón sobr e el mat ri mo nio, del
sistema de reiteraciones y de paralelismos, de progresiones y recurren- que se llega a habl ar p erspi cazmente com o «una instituci ón narra tiva».
cias, que se va adensando en los últimos tramos. Admirable es también 'o bresale también un a fina medita ción sobre el crim en y la impu nidad
la capacidad de Marías _para construir un discurso reflexivo sin abrumar (la propia vida, se dice - y esto mism o es lo que atorm ent a al pro tago-
el relato, más bien al contrario, haciéndolo brotar con toda naturalidad nista de Delitos y fa ltas, la pe lícula de Wo ody Allen - , no depende tant o
de unas anécdotas que prosperan por sí mismas. El riguroso edificio de de lo qu e uno ha h ech o, co mo «de lo qu e se sabe qu e h a hecho »). Pero
la novela alcanza con tanta mayor eficacia sus intenciones en cuanto el acaso sea legítimo extraer y desta car otra me dit ación más secreta, que se
relato sigue un itinerario que se diría accidental y el propio discurso se ,lesprende como en ne gativo del discurso ente ro del texto. Al fin y al
distrae frecuentemente con digresiones que parecen desviarse de su pro- c:1bo, a la sensación expres ada por el nar rado r de que «n ada perdura ni
pósito. La azarosa singladura del texto realza la inexorabilidad con que se persevera ni se recuerd a inc esantemente », a su impresi ón de que «la dé-
cumplen sus propios vaticinios : hasta los episodios más transversales con bil rue da del mund o es emp ujada p or desmem ori ados qu e oyen y ven y
respecto a la demorada revelación que sostiene la expect ativa, contribu - ~aben lo que no se dice ni tiene lugar ni es co gno scible ni comp rob a-
yen a dotar a la novela de la densa temporalidad que conviene a su pro- ble», ¿no cabría opon er el poder de la escritu ra para inm ovilizar el tiem-
yecto (de este modo actúa en la novela el suculento episodio neoyor- po, la pa labra misma en carnándose a través de ella en su prop io acto?
quino). Como ya ocurría en Todas las almas, la aparente aleatoriedad del En su cond ición de escritura decidida a p ermanecer , Coraz ón tan
texto, así como la imponente consistencia de los personajes (todos so- hlanco da crédito a esta hip ótesis.
berbiamente trazados) y la variedad de sus tonalidades (con frecuentes
notas de humor) dotan a la voz narradora en primera pers ona de una enor -
92
CARMEN MARTÍN GAITE
cuentro tiene lugar en un momento de sus vidas crítico para ambas, que
a partir de entonces comienzan a proyectar sus respectivas problemáticas
en una suerte de cartas-diario que quedan sin enviar, pero en cuya re-
-dacción las dos se tienen mutuamente presente. La novela alterna or-
denadamente las sucesivas redacciones de las dos amigas, y concentra la
Confidencias
expectativa tanto en los hilos comunes que trenzan el pasado de ambas
como en su progresivo acercamiento a través de la escritura, que actúa a
un tiempo de agente regenerador de su amistad y de sus propias vidas.
Carmen Martín Gaite, Nubosidad variable
El artificioso expediente de las cartas-diario configura una curiosa
Anagrama, Barcelona, 1992
variante del género de la novela epistolar, y sirve de cauce a una escri-
tura de carácter intimista que se conforma al mecanismo retórico de la
confidencia . Tal como la practican Sofía y Mariana, las dos protagonis-
Muy diversa ha sido la suerte corrida por los novelistas de la llamada ge-
tas de la novela, la escritura no es tanto un instrumento de introspección
neración del 50. Muy pocos de entre ellos han llegado a ejercer magiste-
como de extroversión. La simple formulación de la propia interioridad
rio, en tanto que una mayoría ha visto su fortuna eclipsada por el furor
constituye, de por sí, un ejercicio edificante, a cuyo alcance contribuye
cosmopolita con que barrieron, en la pasada década, las nuevas promo -
decisivamente la escritura con su poder de objetivación. Desde esta pers-
ciones; furor que en la actualidad parece remitir, después de haber con-
pectiva es como tiene lugar en esta novela una entusiasta celebración del
denado al limbo del realismo social a un buen puñado de escrit?res cuyo
coloquio amistoso y una decidida propaganda de la actividad literaria,
más grave pecado, en muchos casos, fue el de hab er permitido que en los
comprendida como una actividad placentera en sí misma, pero funda-
inicios de su carrera como tales repercutieran las connotaciones políti-
mentalmente como «tabla de salvación» y camino de acceso a la auten-
cas y estéticas de una época, por lo demás, estética y políticamente con-
ticidad.
notada .
Tales postulados no actúan dentro del texto como presupuestos, sino
Sin ser escritora que, dentro de aquella generación, ocupe un puesto
que integran su propia trama. A este respecto, la novela se medita a sí mis-
muy relevante, Carmen Martín Gaite ha mostrado una rara capacidad
ma e incluye todo un repertorio de guiños cervantinos y de leccion es
para mantenerse vigente en tiempos tan áridos para muchos de sus com -
de poética más bien rudimentarias, amén de demasiado explícitas. Algo
pañeros . Lo ha hecho por la vía indirecta del ensayismo y del relato fan-
parecido ocurre con las lecciones morales que alumbran la vía purgativ a
tástico, dos géneros en que ha obtenido, recientemente, un éxito notable .
por la que atraviesan Mariana y Sofía: tienden en exceso a la prédica y
Sólo ahora, en un clim a literario más consensuado, publi ca una novela
se empastan con las corrientes tortuosidades del examen de conciencia.
que, en buena medida, retoma una trayectoria suspendida hace catorce
Como toda la generación de escritores a la que pert enece, formada
años, cuando la aparición de El cuartode atrás (1978) .
en el beh aviorismo , Carmen Martín Gaite cue nta con un exc elent e oído
En Nubosidad variablela autora urde una historia en la que suenan
para atrapar el habla coloquial en su variado colorido, y esta virtud luce
ecos tanto de sus novelas anteriores como, sobre todo, de las reflexiones
aquí sobr adamente . Su prosa, a la vez, es versátil, y se mueve cómoda-
volcadas en su personal vademécum sobre las artes de la narración (El
m ente en múltipl es registros entre el humor y el lirismo. A m enudo, sm
cuento de nunca acabar,1983) . Dos amigas de la adolescencia se en cue n-
embargo, queda maleada por un a campechaiúa, por un desenfado, por
tran casualmente tras varias décadas de haber perdido contacto. El en-
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CONFIDENCIAS CARMEN MARTÍN GAITE
un desgaire exagerados, y por el abuso de ademanes impostadamente dir a un caso reciente , JuanJosé Millás en La soledadera esto, novela con
<<expresivos>>,que contrastan con la espléndida el~boración de algunos la que Nubosidad variable,por cierto, guarda notables coincidencias.
fragmentos. Quizá sea en su fiel registro de una sutil cotidianidad donde esta no-
La novela entera, de hecho, zozobra por un exceso de elocuencia, - ela alcanza una consistencia más característica, aun al precio de rozar-
que repercute incluso en su desarrollo argumental, saturado de casuali- se, a ratos peligrosamente, con lo que la impaciencia del lector tiende a
dades. Que esa elocuencia, y que su respectiva locuacidad, aparezcan t.:alificar de cursilería. En su conmovedora intensidad, los episodios ocu-
como inequívocamente femeninas quizá constituya para alguien un ali- pados por las relaciones entre madre e hija son los que más alejados que-
ciente, pero no atenúa su desproporción. dan de este roce peligroso. Tal vez por ello se cuenten entre los más efi-
Por lo demás, lo cierto es que, siendo mujeres sus dos protagonistas, caces y hermosos del libro.
y siéndolo, asimismo, su autora, todo el trasunto de la novela se desprende
de un universo y de una sensibilidad rotundamente femeninos . De modo
que, no sin alguna contrariedad, realiza el lector una sospechosa consta-
tación: la correspondencia de la feminidad, según queda expuesta en la
novela, con su propio tópico . Es clara la intención de ofrecer una ima-
gen representativa de cierta condición femenina por medio de dos tra-
yectorias bien contrastadas: la de Sofía («atrapada en una oscura existen-
cia de esposa y madre de familia>>,según reza el texto de la contratapa) y
la de Mariana (convertida en «brillante psiquiatra de moda» y libre de
compromisos, pero sentimentalmente confundida). Sin embargo, a la
hora de las confidencias (que en el código de la novela viene a ser la de
la verdad), estas dos mujeres desglosan un repertorio de actitudes, de cui-
tas y de experiencias a menudo no tanto trivial como estereotipado.
Estereotipos son, además, buena parte de los personajes que desfilan
por la novela (las criadas, la cuñada, la madre incluso, todos los hombres
que por ella asoman), lo cual resta mordiente a la crítica que, a través de
algunos de esos personajes, se realiza de determinados comportamientos
sociales. Ni siquiera las dos protagonistas se libran de abundantes rasgos
tópicos, y juntas suman un perfil demasiado convencional en la narrativa
española contemporánea: el de la mujer madura que, en un momento
dado, descubre la inanidad de su vida y se resuelve valientemente a em-
prender, al precio de un súbito quiebro, su propio camino de perfección.
No es raro ni reprochable que Martín Gaite insista por esta senda. Lo
extraño es que lo haga sin mayor novedad, que no llegue ni más lejos ni
a otra parte que adonde han llegado antes otros; por ejemplo, y por alu-
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ANDRÉS TRAPIELLO
Por aquellos años, los años de aprendizaje de Martín, los años del
,1 ·esinato de Carrero Blanco y la progresiva momificación de Franco, es
. abido que la militancia democrática se incrementó espectacularmente
Sobre el arte de cazar mariposas (algunos dicen que sospechosamente), a la par que el desgaste y el des-
prestigio del verbalismo de extrema izquierda y de sus lugares comunes
(la tan traída y llevada Huelga Total Revolucionaria) mermaba sensible-
Andrés Trapiello, El buquefantasma mente la hegemonía del PC y no ofrecía a otras organizaciones más ra-
Plaza & Janés, Barcelona, 1992 dicales (como esa de corte marxista-leninista-maoísta en la que milita
Martín) otra condición que la de simples corpúsculos.
Por aquellos años, pues, como luego confirmaron las urnas , ya sólo
Por los años en que Martín Benavente, el joven protagonista de esta no- los elementos más anacrónicos y marginales de la lucha antifranquista ac-
vela, militaba en una penosa organización denominada Juventud Co- tuaban «encuadrados en partidos cuyos programas soñaban con la dicta-
munista, es decir, entre 1972 y 197 4, en España se habían escrito libros dura del proletariado », como los que Martín conoce y satiriza retros-
como Señas de identidad (1966), de Juan Goytisolo, o Recuento (1973), pectivamente, de modo que la experiencia política de éste resulta bien
de Luis Goytisolo, en los que, ya entonces, d discurso y las actividades del po co representativa, ni siquiera en relación con su propia generación, la
comunismo revolucionario que dominaba la lucha antifranquista en la que por aquel entonces cumplía veinte años. Ello viene a volcar sobre
clandestinidad aparecían severamente cuestionados . Si además de leer t·sca novela una duda acerca de su pretendida ejemplaridad; una duda que
a Marx, hubiera leído Martín esos libros (que se escogen entre otros com promete desde luego la extensión, pero también la legitimidad de
posibles por tratarse de dos ejemplos colindantes y bien representativos buena parte de sus propósitos, aquellos que trascienden la simple cróni-
de «novelas de formación», como a su modo lo es también este Buque ca personal y la sola voluntad humorística .
fantasma), tal vez hubiera aprendido por cuenta ajena algunas lecciones ¿A quién engloba en realidad ese «nosotros» que tan promiscuamente
que él mismo se siente tentado de impartir veinte años después, desde la 0
mplea no se sabe si el narrador o el propio autor en el epílogo con que
orilla de un escepticismo ligeramente jactancioso, que proclama verda- ~e cierra la novela? ¿A los grupos marginales de los que se da cuenta en
des pronunciadas ya, con mayor riesgo y mejor fortuna, hace veinte años. d relato o a la totalidad de <<lalucha antifascista»? Cuando el narrador se
Si en esos años Martín, el Martín que desde el presente evoca su fugaz refiere a «los años del miedo», ¿a qué años se refiere? ¿A los del fran-
tránsito por la política, hubiera leído, por ejemplo, una novela como Últi- L uismo en general o a los vividos por él durante los últimos coletazos de
mas tardescon Teresa(1966), de Juan Marsé, hubiera podido sonreírse de la dictadura? ¿Puede compararse el mi edo de la resistencia antifranquis-
antemano - evitándose de paso algunos rigores y sinsabores- de la ton- ta durante los cuarenta y cincuenta con el de un estudiante veinteañero,
tería que menudeaba entre las filas del movimiento estudiantil, de cuán- hijo de papá, que en 1973 juega a la clandestinidad en una ciudad de
to podía esperarse de las profusas asambleas universitarias. Y, de paso, se provincias? <<Elque más y el que menos preparaba su porvenir », llega a
habría instruido sobre modos posibles de combinar en un mismo acor- : .egurar Martín, pero no es fácil identificar a quién se alude con tan in-
de, como él mismo pretende, la crónica mordaz y a la vez tierna y sen- sidiosa afirmación, y cunde la sospecha de que, como tantas veces en la
timental de una época. novela, se tiende a tomar la parte por el todo.
Suele ocurrir aqui que, de tan inciertas, las alusiones carecen de mor -
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SOBRE EL ARTE DE CAZAR MARIPOSAS AN DRÉ S T R APIELL O
dient e. De tan parcial y de tan difusa, la crónica carece de representati- ,·,:dora de una mir ada algo más matiz ada qu e la qu e se vu elca sob re sus
vidad. Tod a esta no vela se resiente de una confusión que el narrador no 1, amaradas », aun cua nd o inco rp ora en su recor rido, y no Siempre con
par ece percibir : la que de una expe riencia episódi ca y tardía, vivida con ironía, todos lo s tópi cos deseables (la llegada a la ciud ad, las nu evas amis-
la más alelada in genuidad , deriv an juicios y conclusiones que rebosan t:1des, la iniciación sexual en brazos de una mujer madura, la perp lejidad
ampliamente la autoridad y el con ocimi ento aportados por esa misma tk! primer amor, etcétera).
experiencia. Juicios y co nclu sione s, por lo demás, que, en la perspectiva Da la im presi ón de que , sin un propósito claro, a mal traer con su
del tiempo, diluye n sus límites y, nutriéndose de las distorsi ones y de las vocación de nov elista y su irresistible inclinación por la epifaní a lírica y
rectificaciones del present e, se extienden infundad ame nt e, o prejuicia- b estampa autobiográfica, el aut or termina por perder el control de sus
dam ent e, o tendencios ame nte , a toda una época, a más de una ge ne ra- rrop ios materiales, y aun de sus propios objeti vos. Sus person ajes son las
ción, a situ acion es y conductas ideológicas y moral es bien diversas. víctim as prime ras de este desgobierno, pues se hallan dib uj ados con un
Tal vez sí, tal vez «las cosas se habrían sucedido de la misma manera trazo titubeante, que, ind eciso entr e la caric atura o el re trato, los ~uelve
si en vez de correr delante de los guardias lo hubiéramos hecho detrás de ·nde bles a fuerza de inc ohere nci as, algunas de bul to. De Gaztelu, por
las m ariposas ». R azon es hay, sin em bar go , que ha cen para alguno s muy ejemp lo, el camarada delator, se dice que cantó «sin que nadie le hubie-
distintas una cosa de otra, si bien tales razones parec en escapar al ambi- ra pu esto la mano encima », pero páginas antes se ha contado cómo un
guo pr agma tismo del n arr ador (el propio M artín) . Un narrador, por otra ·emisar io de la bri gada político-social , «tristemente fam oso con el n om-
parte, que enc uentr a la ocasión de redimir co n un esteticismo de postal bre de Billy el N iño », le arrea sin más cont empl acione s un «guan tazo en
a una ciudad que él consider a omi nos a (una Valladolid tímid ame nte ca- l,1boca» que lo tira de la silla, y a continuación le amena za con desfigu-
muflada bajo la inicial V), pero que se confiesa inc apaz de concede r una rarle la cara blandiendo el cuello astillado de una botell a de coñ ac. Me-
«hora de rnisericordia» a la m em.oria de todos sus «viejos cama radas». 1rnde an casos semejantes .
Objeciones como éstas repe rcut en en el plano más estri ctamente li- A los temerarios escorzos de la ambientación (m ás propia de lo s años
terario, como no podía ser de otro modo . Es más: la confusión hi stóri- ·incu enta o sesenta que de los setent a), por otro lado, a las dison ancias
ca, incluso moral, que tran sparenta esta novela, debe ser tom ada como ·n el tono de la narr ación , se suma una atolondrada admin istración del
consecuencia, antes que causa, de su inciert a estrategia narrativa. En un I icmpo del relato y de su ritmo, irregularmente sincopa do. Todo ello se-
principio, parec e que el narrador opta por una clave de farsa, por una sá- l undado por un tr atamient o estilísti co que, vacilando asimismo entre el
tira estilizada qu e de algún modo vendría a justific ar los reparos aquí emi- desenfado humorístico y la emoción, y perdido en la dud a parte de su
tidos . A medida que la novela progresa , sin embargo, prosperan dentro resuello, incurre en no poco s desaliñ os, lo cual constitu ye tal vez la m ás
del texto los arrebatos poéticos y las recapitulaciones reflexivas. En sen- 111esperada contr ariedad de una nov ela escri ta por un poeta de tan fina
dos «interl udio s», se cruzan con la parodia solemnes tiradas de prosa ad- (licción como Trapiello.
monitor ia y mayestática. El narrador sucumb e a la indulgencia que, a la Lo otro, el que un críti co sensible y sagaz como él tropi ece com o
postre, le suscita el recuerdo de su propia can did ez, de su propia juven - novelista, no es tanto un a sorpresa como la constata ción de que, trat án-
tud . Pero esa indul gencia es selectiva, y sólo se cumple por la vía de un dose de litera tura , son variados los oficios y distint as las aptitude s.
oficioso lirismo. D e este modo, la novela , a partir de su ecuador, avan-
za por dos caminos divergentes: el de la crónica mordaz de la época, y
el de la aleccionadora << educación sentimental» del protagonista, mere-
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RAY LORIGA
flejar esa sensibilidad. No se trata de que ese cauce sea nuevo: por lo que
va dicho se puede concluir que no lo es en absoluto, ni Loriga lo pre-
tende. No se trata tampoco de que ese cauce no se haya abierto camino
previamente en la narrativa espafiola: sí que lo ha hecho, y a veces por
las vías más insospechadas (Cela, sin ir más lejos). Se trata más bien de
que Ray Loriga sabe emplearlo con eficacia, con sinceridad y contun- El toro por los cuernos
dencia. Se trata de que sabe apropiarse con toda inmediatez de un esti-
lo narrativo que cobra en su texto renovada vigencia.
Juan Mifiana, Última sopa de rabode la tertuliaEspaíia
Edhasa, Barcelona, 1992
105
JUAN MIÑANA
EL TORO POR LOS C UERNOS
No hay provocación ni numantinismo en este gesto: únicamente una
ha dicho el autor), sustraída a cualquier tentación de folclore urbano, de voluntad decidida de atender a un ámbito de realidad inmediata que
impostación metropolitana, de municipalidad militante. Una Barcelona ofrece idóneos materiales literarios. Virtud de Miñana es insinuar una
que, apenas entrevista, a menudo ni siquiera nombrada, sin embargo im- eficaz demostración, nada estridente ni jactanciosa, de este pr esupuesto .
pregna el contorno de los personajes e impone al conjunto de las histo- Pero sólo insinuarla, en contadas esquinas de este libro, sin sacrificio nin -
rias una dificil unidad ambiental. guno de lo que al cabo cuenta: el ejercicio de la buena literatura.
En un segundo plano está el horizonte cultural de una España cuyos Última sopa de rabode la tertuliaEspaiia ofrece, así, un caso inusual y
tópicos y cuyo carácter sobreviven y transparentan a pesar de todo en el digno de atención de una actitud conciliatoria y fructífera hacia ciertos
escenario barcelonés y que, asimismo, lo impregnan, siquiera tenue- aspectos de la tradición cultural española ostentosamente obviados o ne-
mente, de una cierta cualidad moral -patética, truculenta, quijotesca- gligidos por la mayor parte de los narradores de reciente promoción.
que Miñana contempla -y reivindica, incluso - con mirada regocija- Y quizá sobre este punto no resulte del todo impertinente señalar que
da, a un tiempo burlona y afectuosa. el mismo cuento que da título al volumen y cuyo comienzo ya se ha ci-
Sobre este doble escenario (que no decorado), que jamás cobra pro- tado, se cierra con una satisfactoria metáfora, no ya de España, sino de
tagonismo por sí mismo , Miñana desenvuelve un puñado de historias, la actitud hacia sus tópicos y sus persistencias que el propio Miñana en-
en su mayoría espléndidas, en las que la sátira y la ternura lucen a partes carna.
iguales. El propio Miñana ha empleado pertinentemente estos dos tér- Ahí va el Yayo Carmona, que se las ve y se las desea para arrastrar por
minos a la hora de calificar el humor que preside estos relatos como «hu- la calle, camino de su casa, la gran cabeza de toro disecada y apolillada
mor judío,>. Pero adecuando la comparación a terrenos más próximos y que se propone arreglar. El narrador, nieto de un exiliado español, le ofre-
conocidos, quizá resulte más esclarecedor mencionar aquí los ejemplos ce su ayuda. Y el anciano, después de pensarlo, le contesta: «Es de mal
de Marsé, de Vázquez Montalbán o de Mendoza. llevar, para qué vamos a negarlo . Pero si quiere ayudarme lo cogeremos
No constituye ninguna irnprudencia asegurar que piezas como «Es- los dos por los cuernos» .
tratos», «Llaman a la puerta» o «Travesía del puerto» sostieJJen sin apuros
la mención de estos nombres. Y no es el menor aliciente de este volumen
el de proponer, por parte de un escritor de penúltima generación, una
inteligente continuidad con modelos tan acreditados. Una continuidad
que se establece sin ningún énfasis emulativo, simplemente a fuerza de
talen~o, y de gusto, y de oficio.
A contrapelo de un cosmopolitismo a menudo demasiado atrope-
llado, que sólo en contados auto res ha proporcionado resultados valede-
ros, Juan Miñana (autor extrañamente eludido en las más conspicuas nó-
minas de la narrativa española reciente, y ello pese a la fortuna de las dos
novelas que lleva publicadas: LA claque, El jaquemart) muestra un saluda-
ble atrevimiento a la hora de abrir esta colección de relatos con una cita
de Valle-Inclán, nada menos, que propone un brindis por el «viejo pue-
blo del sol y de los toros».
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ELOY TI ZÓN
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UNA ESCRITURA AMENAZADA
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TIEMPO DE DES TRUCCIÓN MIGUEL SÁNCHEZ-OST !Z
ce una pista sobre sus derroteros . Pero he aquí que, de pronto, exaspera- evidenciarlo aquello que, junto a la agresividad que a ratos manifiesta el
dos los manantiales con los que Sánchez-Ostiz ha alimentado hasta ahora texto, constituye su más notoria cualidad: la eficacia de una prosa torren-
su vocación de escritor, esta vertiente moral de su obra arrastra de pronto cial, abrupta, desquiciad a, convertida a ratos en una vertig ino sa acumu-
wn desprecio indescriptible », un «rencor brutal», un «asco indecible ». Y el lación de invectivas, salpicada de localismos, expresiones de argot, vulga-
resultado es un libro inesperadamente acre, amargo, virulento, implacable . rismos, y de una port entosa violencia verbal. Una prosa que, con fortun a
La novela viene a ser un «bárbaro recuento» de las cuatro jornadas irregular, pero con admirable aliento, aspira a tensar y a dotar de un rit-
postreras de un hombre para el que su propia ciudad -una Pamplona mo propio al lenguaje, conquistando para sí nuevos territor ios'.
incansablemente recorrida - se ha convertido «en un memorial de bata- La sombra de Céline parece, en efecto, insinuarse en más de un mo-
llas perdidas, de batallas no entabladas, de deserciones y de fugas vergon- mento a través de este «viaje al país de las pirañas», del que se dice aquí
zosas». Intoxicado por el fracaso, por el alcohol y las drogas, «nuestro mismo qu e es tambi én un «viaje al final de la noc he ». Pero aun con toda
hombre» (así será designado durant e todo el relato por un fantasmagó- su furia y su desgarr adura, el periplo urdido por Sánchez - Ostiz se que-
rico narrador-testigo) presta oído a «la apuntación fiscal de su propia da más acá y termina por teñi rse de una queja elegíaca, de un a piedad
vida», y al hacerlo escucha de paso «el verdadero ruido » de su tiempo y del todo ajenas al autor francés. El reconocimiento de qu e <mo hay m ayor
de su época, «todos los ruidos de la ciudad, y de la vida y de la muerte ... mix tura que el odi o mutuo », es solidar io en Las pirañas de un auténtico
y de algo que no es ni siquiera la vida, sino un ruido ligero de vísceras, dolor por «los años no vividos, los años perdidos , la memoria enferma »,
un borbor» . el progresivo convenc imi ento por parte de «nuestro ho mbre » de que «lo
En una mezcla de monólogo interior y de feroz requisitoria judicial, suyo no es odio, no es ren cor, no , o si es rencor, no lo reconoce, no ese
bajo la que se deja oír en sordina un aullido, un profundo y desordena- odio vulgar, no , sino el dolor, mierda, el dolor de estar simplemente vivo,
do lamento, el texto deviene en sus mejores páginas una minuciosa in- vivo y enlo qu eciendo poco a poco, vivo e insomne ».
vectiva contra las conductas de una sociedad provinciana cuyo perfil , aun Tal vez sea en esa pied ad por sí mismo que invade progresiva m ente
cuando aparece muy concr etam ent e caracterizado, sin embargo acaba al personaje, en las notas elegíacas que van ganand o espacio en el texto,
siendo representativo de toda la España actual, de sus cultos y de sus cul- donde esta no vela se mu estra m enos convincen te. Por lo dem ás, el tex-
turas, del atavismo y de la pringosidad de «un mund o heredado como to muestra no pocos punto s débiles : todo él adolece de un cierto exceso,
quien h ereda una boñi ga», un mundo qu e por debajo de las mutaciones que resulta algo abru mador en los episodios fi nal es, inn ecesariam ente
sociales y políticas pervive en el núcleo mismo de las actitudes impe- reiterativos. Al relato mejor le hubi era convenido un a estru ctura más ter-
rantes. Víctima de este mundo, «nuestro hombre», pese a su casi fanático sa, menos dilatada: en este sentid o, la última de sus j ornadas constitu ye
desvarío, termin a por investirse del patetismo de un ecce hom o. una pequeña catástrofe para sus propósitos. Incluso la estrate gia estilísti-
El empeño de Sánch ez- Ostiz , su ambición en esta novela , qued a ca zozobra en más de un punto en la medida en que, incapa z de soste-
lejo s de ser inédito en la reciente tradición de la narr ativa española. Se ner su propia tensión tan pro lon gadamente, permite la intron ú sión de
. podrí a arriesgar una casi explícita andadur a en M artín - Santos, más par- tonalidades panfletarias o sentimentale s, y extrema su trem endismo . N o
ticularmente en el Martín -Sa ntos de Tiempo de destrucción. Y no costaría acaba de justificarse, por otro lado, el carácter del narrador y de su com-
encontrar asonancias con otros autores por lo deruás tan divergentes como parsa, voces del más allá que parecen responder de u n mod o algo in -
Juan Goytisolo o Guelbenzu. Pero quiz á el ascendiente más predomin an- conse cuen te al imperativo valleinclanesco de «ver este mundo con la
te sea aquí foráneo y corresponda al magisterio de Céline. Así parece perspecti va de 'la otra ribera ».
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TIEMPO DE DESTRUCCIÓN
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!>U M lJl (./1;, ' 1 ll ' t A ENRIQUE V ILA-MATAS
vano estos relatos se presentan encabezados por una cita de este autor. y ,rnsistencia de los relatos de Vila-Matas: sus pr otagoni stas ---<<ciudada-
en todos ellos se alude «de un modo consciente a la vida, la obra o la ciu I n,s anónimos, fantasmas ambulantes, pobres personas y otros genios de
dad del escritor checo, del hijo sin hijos por excelencia>>. ). natación »- ordenan sus experiencias con ostentosa indiferencia res-
1
Presentado siempre en relación con el padre, esta alusión a Kafb pecto a ese simulacro del sentido que se conoce como normalidad; pero
en la que se le contempla también desd e la perspectiva de su propia pa - 1
·urre que su excéntrica peripecia se redime de la locura y de la garru-
ternidad resulta reveladora. Más allá de la anécdota biográfica , permite lidad pr ecisamente en la medida en que sobrevive en ellos, acurrucado,
vislumbrar como algo consustancial a Kafka el horror ante la perpetui - ese maniático, ese nimio personaje que al lect or se le descubre de pron-
dad de un mundo en el que se ha quebrado el sentido , y en el que toda to en tod a su entrañable indef ensión.
transmisión, por lo tanto, se vuelve intolerable. A Kafka (y ningún texto Es en esta complicada operación de preservar el sentido en el cen -
mejor para ilustrarlo que el titulado «La preocupación del padre de fa- tro mismo del sinsentido -o mejor dicho , de devolverle a éste su ínti-
milia », el mismo en que se discurre sobre el Odradek) la prominencia tTJ.a coherencia- donde pu ede decirse que Vila-Matas (sirviéndo se, un a
del sinsentido le resulta inquietante, angustiosa, «casi dolorosa », hasta el vez más de un talento completamente inusu al para estructur ar sus rela-
extremo de que toda su obra pu ede leerse como un desesperado testa- tos por ~irtud de la voz narradora ) ha alcanzado una completa maestrí a.
mento en el que se ,reparte a una descendencia imposible una herencia Una maestría que hace de él un autor insustituible.
inexistente.
A igual que Kafka, Vila-Matas, como narrador, contempla el mun-
do bajo el signo de la pérdida del sentido. De ahí que, como la de Kafka,
la suya sea una escritura que «se demora sin fin en la naturaleza incierta,
fluctuante de las experiencias» (Benjamín).
Pero no cabe extremar esta afinidad. Vila-Matas no es propiamente
un escritor kafkiano. Y no lo es, sobre todo, porqu e, a diferencia de la de
Kafka, su literatura está exenta de sufrimiento. Nutrido por la irreve-
rencia del espíritu surrealista, él escribe desde el regocijo que le produ-
ce adentrarse en el absurdo. Conviene recordar en este punto lo que ya
dejó dicho en su Historia abreviada de la literaturaportátil (concretamente
en el capítulo titulado «Laberinto d e odradeks »): todo poema, toda no-
vela, corre siempre «el peligro de carecer de sentido», pero no es nada sin
ese riesgo .
Este carácter lúdico ......-ar
riesgado-- es inh erent e a la literatura de Vila-
Matas, quien, por otro lado, considera que el mayo r ries go consiste <<e n
que acabemos pareciéndonos demasiado a nosotro s mismos ». Añad e lue-
go Vila-Matas , en el mismo texto: «A medida que uno vive, progresiva-
mente, se afianza el mismo maniático, el mismo nimio personaje>>.Y al
leer esto se tiene la súbita revelación de cuál es el secreto de la p eculiar
116
JESÚS FERRERO
Hacia 1950, frisando los treinta y cinco años de edad, redactaba Cela el
prólogo de La rosa,primer volumen de sus memorias, publicado en 1959.
Juzgaba allí que era << mala costumbre» la de escribir los libros de memo-
rias en edad avanzada, y ello por cuanto la memoria - decía - es fuen-
te del dolor: sólo el que sufre tiene memoria, y «la edad del dolor, la hora
del sufrimiento, no es la de la vejez: es la de la ju ventud que se pierde ».
· La vejez - añadía Cela en aquel prólogo - «suele ser cínica y aco -
modaticia, egoísta y poco respetable . .. La vejez marca los años en que
el hombre quiere justificarse, disculparse, pedir perdón . Y esos años pos-
treros, esos años que se viven casi de regalo y un poco co mo de presta-
do, no son buenos para la sinceridad».
A estas palabras de antaño, responde el afamado novelista padronés
con estas otras de ahora , las del prólogo a 1vlemorias, entendimientosy volun-
tades, donde declara que no pide disculpas de nada «porgu e no m e aver-
güenzo ni m e arrepiento de nada de lo que haya podido hacer y porgue
tengo la fundada evidencia de que no lleva a nin gú n lado el implor ar ca-
ridad ».
Sobre el fondo de esta íntima y remota, de esta fero z y acaso bala-
dí co ntrov ersia, desta ca la port entosa producción de Cela, qu e, se diría,
ha venido ejercie ,ndo las veces de ese «cuaderno de bitácora de nuestro
121
MEMORIAS SIN ENTENDIMIENTOS
CAMILO JOSÉ CELA
incierto o decidido navegar» en que, para el autor de La rosa,habrían de
consistir los libros de memorias . En la opinión del entonces joven Cela, en estas memorias de juventud en que se resuelve una vocación de es-
los libros de memorias, en efecto, deberían «escribirse sobre la marcha, critor tan perseverante como la de Cela, el lector no halla apenas nin-
sin esperar a que la memoria se aje, se pierda o se confunda». Y esto es guna pista sobre cómo llegara a ocurrir eso. Al igual que tampoco se le
lo que, al parecer, él ha venido haciendo todo este tiempo, como prue- brindan mayores explicaciones sobre el dato de que, hallándose en Ma-
ba el hecho de que tan poco de lo que se cuenta en este segundo volu- drid al declararse la guerra, se pasara a las filas nacionales y combatiera
men de sus memorias (que recoge el período que lleva a Cela desde la desde ellas.
llegada a Madrid con toda su familia, en 1925, hasta finales de 1942, en El consumo que reclaman estas memorias, pues, es el del anecdota-
que aparece su primera novela, La familia de PascualDuarte) proporcio- rio suculento, jocoso batiburrillo de rrúnimos sucesos, con frecuencia
ne nuevas luces sobre su persona. Ni siquiera en relación con ese punto abultados por el prurito notarial de un escritor demasiado jactancioso
que, ciertamente, constituye el meollo del período contemplado y, por del lugar que sus recuerdos han de ocupar en las vitrinas de la flamante
lo mismo, del libro todo, a saber : la Guerra Civil y la participación del Fundación que lleva su nombre . Cunde la sospecha de que Cela ha sor-
autor en la misma. teado las ligaduras que, traspasado cierto umbral (el de esa infancia ge-
Es significativo que estas páginas no reflejen en ningún momento nialmente reconstruida en La rosa), comprometen la memoria con sus
una vivencia más honda y contundente de la Guerra Civil, tampoco más propios materiales. Y de ahí que estas páginas, suscitadoras en un prin-
exacta y concluyente, que la que se proyecta, a menudo con idénticos cipio de una expectativa distinta a la de anteriores obras suyas, acaben
procedimientos, en las páginas de, por ejemplo, San Camilo 193 6 o Ma- alineándose mansamente con tantas otras en que Cela ha ido ejerciendo
zurcaparados muertos. Algo tendrá que ver con esto el dato -tan relevan- su consumado oficio de prosista y narrador.
te a la hora de valorar este tranco de sus memorias- de que la Guerra Pues sobra decir que Cela (y a ello se conforma, en definitiva y una
Civil constituye, ya desde el PascualDuarte (como bien claro queda en es- vez más, el aliciente de estas memorias) en ningún momento abdica del
tas páginas), un eje primordial en la narrativa de Cela. La vivencia de la magisterio de su prosa. Y su prosa es desde hace mucho tiempo -quizá
guerra -pocas dudas caben al respecto- se halla en la base de su pecu- desde hace demasiado tiempo; tanto, que se ha llegado a olvidar- un me-
liar visión del hombre. Y es en atención a ello como conviene evaluar la canismo asombrosamente eficaz y regocijante, carac~erizado por su ad-
incomparecencia aquí de una dilucidación más reflexiva de su personal mirable intimidad con el idioma y, más vistosamente, por la ventrílocua
experiencia de la contienda. versatilidad de lo que pudiera describirse como un narrador acosado,
El hecho es que la escritura de estas páginas se sitúa en el mismo pla- continuamente interrumpido por voces que lo socavan, que desinflan las
no ético que la de las páginas de distinto género en que Cela ha discurri- hinchazones del discurso, que lo reovillan cuando se arrebata, que lo
do sobre hechos a menudo coincidentes. Y si ello alecciona sobre su corrigen y que lo matizan conforme a un procedimiento multiplicador
conducta narrativa, no excluye cierta perplejidad sobre la legitimidad de de la ironía.
una memoria tan descomprometida de sus razones. Los más de cien artículos breves que integran El huevo deljuicio-co-
En Cela es una vieja idea la de que el hombre sano no tiene ideas. secha algo tardía de una sección semanal publicada en revista hace ya más
Por ahí deben buscarse los motivos de que él sea (y ello tiene mucho que de diez años- constituyen una excelente muestra de esta naturaleza
ver con su genuina naturaleza de narrador) el escritor menos propicio a «colmenar» de la prosa de Cela. Entre otras más rutinarias, algunas de las
la confidencia del que se tenga noticia. De manera que en estas páginas, piezas aquí reunidas, a medio carnino entre el relato breve y el sermón
periodístico, soh espléndidas en su extravagante textura, con su acorde
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MEMORIAS SIN ENTENDIMIENTOS
unas veces lfrico y otras abrupto, siempre cordial. Mas en todas se sien-
te ,el zumbido de un furioso enjambre que solicita más amplios vuelos,
mas tenaces y complejas tramas. Y ello apremia la impaciencia por esa
novela -.Madera de boj- que Cela admite habérsele enquistado cuando
el Nobel, de eso hace ya más de tres años. La última «aventi»
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JUAN MARSÉ
LA ÚLTIMA «AVENTI»
esta resignación es la pérdida de los más íntimos resortes de la identidad.
crece siempre hacia el pasado, en busca tal vez del primer deslumbra- · i de a1úque el mundo de Marsé vaya poblándose de personajes que se
núento». han perdido a sí núsmos y de los que --en esta novela- ofrece un pro-
Ese deslumbramiento puede ir asociado al brillo de una pistola o a la totipo cómico el señor Sucre, del que la gente «solía decir que, en días
luz del atardecer en el puerto de una ciudad de Shanghai descaradamente desapacibles y de mucho viento, tenía que echarse a la calle en busca de
imaginaria, escenario de una turbia intriga de amores y de venganzas, de su propio yo extraviado, rastreándolo por las calles de Gracia ... ».
exiliados y de gángsteres. Lo determinante, en cualquier caso, es su re- También el propio Marsé, de una a otra de sus novelas, ha ido ras-
verberación en el ámbito de un relato que se despliega ante los oídos en- treando incansablemente las mismas calles de Gracia para concluir, como
candilados de un niño. Recuérdense, en Si te dicenque caí, las aventis que hace el narrador de esta novela, que «con el tiempo y casi sin darme cuem.-
Sarnita improvisa para sus compañeros. Y las películas que, en El aman- ta, el escenario vital de mi infancia se me fue convirtiendo poco a poc o
te bilingüe,Marés/Faneca le describe a Carmen, la muchacha ciega de la en un paisaje moral, y así ha quedado grabado para siempre en mi me-
pensión . O, ya en este El embrujode ShanJai, la historia que Nandu For- 1nona>>.
cat se inventa para Susanita, la niüa tísica que espera en vano a que su Es en esta configuración de la infancia como un paisaje moral, fuera
padre, un resistente antifranquista, llegue algún día para rescatarla de la de cuyos contornos «la identidad es una engañifa », donde debe seüalar-
sordidez y de la enfermedad. se, valga insistir en ello, el sentido profundo en el que progresa la narra-
La narrativa de Marsé es cada vez más un escenario de fantoches y tiva de Marsé. Y es a partir de ahí como esta última novela se edifica, por
de derrotas entre cuyos escombros se busca melancólicamente la magia un lado, como la evocación de una mirada capaz de transfigurar el mun-
infantil que un día levantó aqu el decorado en ruinas. «Los sueños juve- do devastado de la posguerra, y, por el otro, co mo el ácido testimonio
niles se corrompen en boca de los adultos», empieza por decir el narra- de ese mundo co ntemplado, ya desde la madur ez, como una risible ig-
dor de El embrujo de Shanghai. Y no es arriesgado proponer que esta no- norrun1a.
vela constituye propiament e la historia de esa corrupción, que conduce Pues es el humor, sin duda alguna, el medio en que prospera la agri-
a la desolación de una conciencia con la mirada prendida todavía «en un dulce mezcla de cólera y de nostalgia en qu e se resuelve el acorde prin-
mundo que había perdido la transparencia y la palabra ». cipal de esta novela. Como es al hecho de que toda ella brote de un ám-
Es la imaginación infantil la qu e, de nu evo aquí, imprime al mundo bito reit erado y perfectamente conformado - el de un barrio pobre qu e
adulto un aura heroica, transfiguradora, capaz de co nvertir en héroes a ya sólo sobrevive en los libros y en la memoria de M arsé- al qu e debe
una pandilla de aventureros envilecidos por el fracaso y por la derrota. atribuirse la asombrosa densida d que enseguida adquiere el relato .
En el mundo devastado de la posgu erra, es la imaginación infantil, a tra- Del mismo modo que la historia sobre Shanghai (de he cho, una lar-
vés de la palabra narradora-aquella en que resuena todavía el perdido ga aventi repleta de impostaciones literari as y cinematográficas) se en-
encanto del mundo-, la qu e anima épicamente el gesto vencido de cuadra en el texto , co nviene a su vez encuadrar éste en el ámbito más
uno s hombres impulsado s antaüo «a vivir peligrosamente, sacrificando amp lio de la narrativa entera de M arsé para agota r todas sus implicacio-
la seguridad y el afecto de su familia y en much os casos su propia esti- nes. Pero esto es algo que puede dejar de hacerse sin perder en absolu-
ma», por «unas cuantas cosas que hoy en día ya empiezan a no importar to el aliciente de un relato cautivador, poblado una vez más de persona-
a nadie y pronto serán olvidadas» . jes tan co ntund ent es co mo entrañab les, y tácitamente sostenido por un
«Tal vez sea mejor así», se dice el narrador de esta novela. Y añade: sutil ju ego de guiños y de metáforas, entr e las qu e destaca la de una ru -
«A fin de cuentas, el olvido es una estrategia del vivir». Pero el precio de
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LA ÚLTIMA «AVENTI»
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CONTRA LOS ÁNGELES GUSTAVO MARTÍN GARZO
las cosas de la naturaleza no lo tienen)». Él no quiere saber, no quiere si- También de un libro de relatos en una de cuyas piezas -«Preludio de
quiera recordar ni pensar: san José »- se contiene ya en germen El lenguajede lasfuentes. La anda-
«No le importaban las preguntas ni los pensamientos de los hombres, dura casi clandestina de estos libros precedentes subraya el interés de esta
y hacía tiempo que sólo encontraba consuelo lejos de su compañía. En- novela, que para la mayor parte de sus lectores ha de constituir la sor-
vidiaba al árbol, y envidiaba a los pájaros que volaban a su alrededor lan- prendente revelación de un escritor en espléndida madurez.
zando chillidos».
José vive en una reiterada afirmación de lo terrenal. Una celebración
de la inmanencia, que reacciona con horror ante el acecho del sentido,
ante la emergencia de lo inefable en lo concreto. Frente a la premonición
de lo sagrado, frente al terrible acoso de los ángeles, frente al progresivo
arrebato de María,José opone una sosegada mística de lo inmediato que
infunde a su personaje una concentrada intensidad. Una intensidad se-
mejante a la que irradian los cuadros de animales de Franz Marc. No en
vano José tiene una gran intimidad con los animales, y él mismo ternú-
na conduciéndose como uno de ellos.
En apenas cien páginas, Martín Garzo ha urdido un relato insólito
y perturbador, original y bellísimo, al que resulta muy difícil encontrar
paralelos en el ámbito de la narrativa española. Admira el acierto con
que se conducen todas las estrategias mediante las cuales se enfrenta
el autor a los graves riesgos que entraña su empeño, empezando por el
muy peligroso de sucumbir a una mecánica alegórica. Es virtud prin-
cipal de esta novela conseguir evitarlo, como lo es también el decoro y
la verosimilitud con que se atiene a los elementos de los que se sirve, el
atrevimiento con que actúa sobre ellos una imaginación sorprenden-
te, repleta de hallazgos, o la forma en que la historia incurre en digre-
siones narrativas de enorme fuerza sugestiva, que ensanchan su signifi-
cación.
Todo ello servido en una prosa que aspira a la transparencia sin re-
nunciar al temblor y al lirismo, una prosa eficacísima en el modo en que
se nutre de metáforas y referencias bíblicas sin pretensiones arqueológi-
cas de ningún tipo, por el solo rigor de su coherencia constructiva, de
una meditada sabiduría.
Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) es autor hasta el momento
de otras dos novelas, Luz no usada(1986) y Una tiendajunto al agua(1991).
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RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO
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CONTRA LA VERDAD
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UN ARTISTA DE «ROCANROLLO»
RAY LORIGA
riga es, hoy por hoy, una estrella del rocanrollo.Y que nadie interprete
a menudo regocijantes y espléndidas, tan a menudo insignificantes. Por
peyorativamente esta expresión, que sólo apunta a indicar cuál es el sis-
lo demás, en ellas hay incrustada una docena de relatos brevísimos, ful-
tema retórico en el que evoluciona su voz. Pues a estas alturas el rock
rninantes, que muy bien podóan indicar el camino a seguir. Pues lo cier-
and rol! posee, desde hace ya tiempo, su propia retórica. Y es esta retó-
to es que no hay modo de perseverar en lo mismo, ya no . Y eso es algo
rica, complicada con una intención literaria -el rocanrollo,al cabo-, la
que a Loriga ya le ha insinuado su propia intuición. No hay que olvi-
que Loriga maneja con un talento y un virtuosismo fuera de toda duda,
dar que este libro se cierra con una pregunta: «¿Cuánto voy a durar tal
sí, pero también con una docilidad respecto a sus premisas, con una fa- y como soy ahora?».
cilidad, que no permiten abrigar mayores expectativas, toda vez que en
este libro alcanzan su máximo rendimiento.
La cadena de hierro y azúcar no da para más. Desoyendo los con-
sejos de Bowie (quien le susurra, mefistofélico, al oído: «No tienes por
qué preocuparte, aún eres demasiado joven para elegir>>),Loriga habrá de
decidirse por echarle más hierro a esa cadena o relamerse con la golosi-
na de una dicción altamente impostada, de corta novedad, muy expues-
ta a la infección de su propio amaneramiento. Extrañamente, la certi-
dumbre de hab.érselas con un escritor dotadísimo -y Loriga lo es, con
aplastante evidencia- no elimina aquí la sospecha de que, en buena par-
te, sus cualidades están cerca de convertirse en defectos: el laconismo, en
solemnidad; el lirismo, en bisuteóa de latón; la frescura, en corporati-
vismo juvenil; y la inocencia, el victimismo, esa impasible desesperación,
en consigna generacional, estribillo barato, un lema para camisetas .
«¿Qué quieres decir exactamente?», interrumpe una voz al final de
una subida divagación del narrador. «Nada. Precisamente se trata de no
decir nada exactamente. Ahí está la gracia .>>
Pero no, ahí está d peligro. Un peligro que Loriga sorteó con raro
instinto en su primera novela, Lo peor de todo, donde cuanto aquí apare-
ce disperso se sometía a una secuencia argumental -una estructura, en
definitiva - levísima pero eficaz y suficiente, en fa que resonaban mo-
delos literarios (los yanquis, Camus, pero también, vaya por dónde, Cela)
cuya positiva influencia descartaba inanidades biensonantes como las que
aquí asoman (cosas del estilo: «Vendo mi corazón en parcelas. Las más
caras tienen buenas vistas»).
La confusión y la sinceridad nada alcanzan por sí solas. O mejor di-
cho : cuanto pueden alcanzar ya está aquí, derrochado en estas páginas, tan
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LECCJÓN DE ASIMETRÍA
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PARRICIDIOS IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN
larse que es la herencia,vale decir el callado cauce de afectos y de taras, de también de una penetrante, casi dañina inquietud. En él, la ingravidez
malentendidos y renuncias que conlleva la sucesión de padres e hijos. del estilo ancla su discreto discurrir en una meditada construcción, só-
En el segundo de los relatos del libro, el que le da título, la negación lidamente afirmada en la eficaz disposición de motivos recurrentes. Todo
de esta herencia actúa como una suerte de maleficio que revierte con- ello gobernado por un sereno dominio del oficio que permiten reco-
tra el padre, una vieja gloria del fútbol que, muchos años después, re- nocer en este breve volumen la definitiva madurez de una escritura guia-
gresa a su pueblo como entrenador del equipo local. En él juega el hijo da desde sus comienzos por un innegable talento.
al que abandonó antes de nacer. Para el padre se trata de la última opor-
tunidad de redimir un destino rubricado por el fracaso y que para su en-
derezamiento exige transmitirse a ese hijo del que depende la victoria
del equipo.
De nuevo aquí la fatalidad se impone con una fuerza cuyo misterio
se disipa al trasluz de unos hechos que el lector debe reordenar, siempre
conforme a una lógica oculta en la aparente perplejidad del narrador.
Pero en esta ocasión el orden es más previsible, por cuanto obedece a
una causalidad más trivial.
El tercer y último relato, titulado «La ley de la gravedad», se desarro-
lla en una clave más intimista, más sentimental también que los dos
precedentes. Narra el tardío reconocimiento de un afecto rehuido, el
arrepentimiento de un hijo por no haber sabido descubrir a tiempo la
desnuda humanidad que, bajo el estricto uniforme de militar, albergaba
la figura de su padre.
La clásica dramatización de un conflicto generacional y su tópica
moraleja reconciliatoria (extrapolable aquí a un plano histórico) reciben
al final de este relato un giro imprevisto, gracias a un último detalle que
arroja una luz negra sobre todo lo narrado, removiendo de nuevo el tur-
bio légamo de pulsiones criminales que subyacen a las relaciones pater-
nofiliales.
Aquí la dirección de la pulsión parricida se insinúa en un sentido
inverso al del primer relato, pues va de hijo a padre, pero la culpa que
origina vuelve a quedar emblematizada en el accidental sacrificio de una
criatura inocente: si en el primer caso era un perro atropellado, ahora es
el gatito blanco que sin quererlo el narrador estruja entre sus manos. Un
detalle que redondea soberbia y sutilmente el peligroso recorrido que
Martínez de Pisón realiza en este libro, dotado de una compleja unidad,
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JOSÉ ÁNGEL MAÑAS
de nuestros actos, sin ahondar , sin darle al menos una significación -la
que sea- literariamente válida». Lim.itándose a eso, escribe Raúl, «el re-
lato queda pobre, chato »: «La simple transcripción de nuestras borra-
cheras , de nu estro s cuernos, por muy bien hecha que esté, no creo que
Ángeles pueda interesar a nadie» .
En esto último se equivocaba Raúl, pues la simple transcripción de
las propias conductas y de los propios emblemas, es decir, la función
José Ángel Mañas , Historias del Kronen identificadora y narcisista, nunca dejará de ser uno de los intereses pri-
Destino, Barcelona, 1994 mordiales de la más inocua -y conspicua- literatura. Lo preocupante
es que, por obra de un simple disfraz, y bajo el reclamo de una atrevida
precocidad (José Ángel Mañas nació en 1971) , se pueda llegar a dar por
Hacia finales de los cincuenta prosperó en la narrativa española una va- novedosa y por válida una práctiéa narrativa de tan gastada eficacia.
riante del realismo social que, dejando de lado la épica tristona del pro- Nada, como no sea una cándida curiosidad por los últimos rituales
letariado, prefirió denunciar el podrido hedonismo del medio burgués. del aburrimiento o la pretensión de documentarse sobre los penúlti-
Refiriéndose veladamente al peaje que, antes de encontrar su propia voz mos modismos lingüísticos, justifica la lectura de tantas páginas consa-
como nov elista, él mismo hubo de pagar a esa tendencia, Luis Goyti- gradas a consignar, mediante la interminable reiteración de conversa-
solo presentaba en Antagonía a un tal Adolfo Cuadras, autor de una no- ciones inanes, el retraso mental y las prácticas sádicas y onanistas de «una
vela, Los Ángeles, que ejemplificaba sus características. Presentada al cierta juventud» cuya jerga y mitos, tal y como aquí se presentan, llevan
Nada!, Los Ángeles -decía Raúl, protagonista de Antagonía y amigo del inminente fecha de caducidad. Que la minucia y la desinhibición (en
personajillo en cuestión- contaba con las mejores perspectivas para ha- materia sexual, sobre todo) con que se procede a ello sea considerada
cerse con el premio , por cuanto se trataba de «una obra con suficientes como «frialdad » y rescatada por esta vía como rasgo de una sensibilidad
atractivos, sin duda, para impresionar al jurado : juventud rebelde y téc- moderna, no es sino un síntoma más de la confusión imperante.
nica objetiva, corrección formal y crudeza temática ». Si alguien se toma el esfuerzo de sustituir el güiscolapor la ginebra,
Más de treinta años después de cuando se pretendía escrita aquella los porros y los tripis por el tabaco, los travelospor las putas, y las carre-
obra, el jurado del Nada! se ha dejado impresionar, al parecer, por los ras suicidas en las autopistas por las carreras frente a los grises en las ma-
mismos atractivos, y ha concedido una sonada posición de finalista a una nifestaciones antifranquistas, por ejemplo, encontrará en estas Historias
novela que, por debajo de los inevitables cambios de indumentaria y vo- del Kronen un producto tan familiar y pelmazo como cualquiera de las ·
cabulario, retoma mansamente, bien que con intenciones muy otras, los novelas que labraron la fama de algunos autores que sólo se han redimi-
presupuestos estéticos de aquellos angelicales devaneos. Resulta perti- do del olvido en la medida en que las dejaron atrás, muy atrás, donde
nente, por lo tanto, tras la lectura de estas Historias del Kronen -en que uno, en su propia candidez, creía que iban a quedarse para siempre.
su protagonista, Carlos, da cuenta, al igual que hacía Adolfo Cuadras, de
«su vida disípada y nocturna »-, blandir los mismos argumentos con que
Raúl descalificaba la novela de su amigo, diciendo que carecía de senti-
do hacer una novela sobre ellos mismos, «limitándose a dar testimonio
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JAVIER MARÍAS
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CONTRA LA MUERTE
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LOS SIGNOS DE LA DERROTA RAFAEL CHIRBES
El recuento del pasado que, en la soledad de su mansión, asistido por pretende restituir, a través de la memoria (pero es «como si s~lo el do~
un fiel y enigmático mayordomo, hace el narrador -un viejo plutócra- lor tuviese memoria»), la porción de inocencia que cupo a quienes toco
ta enfrentado a la derrota del tiempo-, evidencia el precio altísimo que vivir en una época culpable. Pero también la culpa de quienes, recla-
tuvo que pagar toda una casta de advenedizos para auparse a la tarima mándose inocentes de esa época, prefirieron ignorar hasta qué punto
del poder y de la riqueza. Es un desordenado recuento de malentendi- ellos mismos eran herederos de la misma.
dos, de infidelidades, de abandonos, que hablan del extravío de sí mis- Lograr esta doble lección con escueta hondura y sin abdicar del sin-
mo en el laberinto de las propias y ajenas ambiciones, de la pérdida inex- gular dramatismo de un personaje que se impone por sí mismo en su
plicable del amor, de la felicidad, de la propia estima, a lo largo de una solitaria humanidad, es mérito que debe ponerse en cuenta de un ta-
vida en la que, perplejo, el protagonista ve cómo, al tiempo que su pros- lento no demasiado común: la adecuación de Rafael Chirbes a sus más
peridad aumenta, sus padres, su mujer, sus amantes, sus amigos, sus hijos propias dotes como novelista, de las que otra vez obtiene en esta novela
y hasta sus propios sueños se convierten en extraños, se alejan irrepara- un excelente provecho.
blemente de él.
Como Artenúo Cruz en la célebre novela de Carlos Fuentes, el pro-
tagonista de Los disparosdel cazadoraparece como inconforme víctima del
destino que él mismo ha forjado y como ejemplo de la tragedia interior
que tan a menudo esconde la dorada máscara del poder. La evidencia tar-
día que de esta tragedia alcanza el personaje es la que lo empuja a admitir
que, <<pormás que quiera, que escriba, es el rencor el que da origen a es-
tos papeles, o no, no sé, tal vez sea el deseo de piedad para todos nosotros».
De nuevo aquí --como ya antes en LA buena letra-- es esta compleja
cifra de rencor y de piedad la que presta a la novela su acorde más eficaz
y duradero. Y como allí, este acorde vibra en virtud de un sabio empleo
de la voz narradora, de un cuidadoso trabajo del tono justo, obtenido, una
vez más, a fuerza de contención y de sobriedad, a través de un estilo
transparente y sereno, sencillo y sugerente.
Chirbes sabe bien cómo introducir en el texto -redactado todo en
primera persona- una implícita dialogía, haciendo que el recuento del
personaje sea reacción al hallazgo de un cuaderno de notas de su pro-
pio hijo, del cual se espigan en el texto algunas citas aisladas. En ellas, el
narrador aparece contemplado bajo una luz muy otra a aquella con la
que él mismo se muestra, lo cual, a pesar de las refutaciones, no deja de
volcar sobre su testifüonio la sombra de la duda.
El recurso, por otro lado, insinúa la naturaleza testamentaria del re-
lato, que es tanto balance como legado de toda una vida. Legado que
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JU STO NAVARRO
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LA MALA MEMORIA
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UN ÁMBITO MORAL JOSÉ-CARLOS MAINER
guerra o que nacieron después de su final. En todas esas voces se busca hasta fecha tan próxima como 1990. Cierto es que «la superstición cro-
el eco de algo que tiene que ver con la contienda o con quien la prolon- nológica» no debe exagerar la significación que para la cultura española
gó obsesivamente porque la había ganado y eso legitimaba su poder y tiene el año de 1975, en que se cumple la muerte de Franco; pero no lo
sus prejuicios: con lo que se perdió, con lo que se ganó, con la presen- es menos que, dondequiera que se reconozcan los primero s síntomas de
cia de Franco o con su definitiva ausencia.» su advenimiento, el «posfranquismo» se perfila -también él- como un
Cerca de una treintena de estas voces (de «anteayer», de «ayer», de «ámbito moral» claramente disociable -y en muchos rasgos opuesto-
«ahora mismo»: así se titulan los tres apartados en que se divide el libro) del que aquí se reconoce como propio de la «posguerra», por amplio y
resuenan, pues, en estas páginas, desde Celaya a Gimferrer, desde Mihu- escasamente convencional que sea el contenido que se quiera atribuir a
ra a Carlos Saura, desde Cela a Eduardo Mendoza o Muñoz Molina, ésta. Por lo demás, esto es algo que se desprende de las mismas páginas
siempre a través de títulos emblemáticos en uno u otro sentido, como del libro en que Mainer se extiende acerca del período 1975-1990.
pueden serlo Pido la paz y la palabra, Don de la ebriedad,El ]a rama, Com- Justo es aclarar que tales páginas corresponden a dos intervenciones
pañerosde viaje, Tiempo de silencio, Volverása Región, La oscurahistoriade la habladas y dirigidas a un público extranjero, por lo que no debe obviarse
prima l'vlontse,Cría cuervos,El pianista o La soledadera esto. el vínculo más bien circunstancial que las liga -salvado un hiato de cin-
La parte del león se la llevan aquellas afirmaciones que, más allá de co años- a las precedentes, correspondientes al período que va de 1951
la glosa retrospectiva, arriesgan juicios contundentes, generalmente en la a 1970. En éstas, mediante lo que bien podrían describirse como estam-
línea «fuerte» del que puede considerarse argumento vertebral del libro. pas o «medallones» críticos, el autor glosa con retrospectiva y generosa
Así, por conformarse al plano de la narrativa, la afirmación de que, con pasión lecturas queridas, de las que acierta a destacar su perdurable va-
Volverása Región, de Benet, la Guerra Civil española empieza su perío- lor soplando en la ceniza del tiempo, cuando no del olvido. Este ejerci-
do «mitológico», en el que «se explican, años después, cosas tan dispares cio sirve de fondo e inspirado contrapunto a las dos referidas conferen-
como Si te dicenque caí, i\1azurcapara dos muertoso Beatus ille». Así tam- cias, en donde las servidumbres que imponen su carácter panorámico y
bién, la afirmación de que San Camilo 193 6, de Cela, «fue una pieza fun- la resignada vocación historiográfica («a un historiador le resulta difícil
damental en el proceso de aceptación de la Guerra Civil como culpa co- repudiar nada y tiende a ver en todo un signo de su tiempo », declara
lectiva por parte de la clase media espaiíola que la había ganado en los Mainer) no impiden la proliferación de a veces discutibl es pero siempre
campos de batalla y, sobre todo, en las cárceles y en las tapias de los ce- penetrantes observaciones sobre los derroteros en que ha discurrido la
menterios». cultura española de los últimos veinte años.
Precisamente por las fechas en que estas dos novelas se publican (1967-
1969), tiene lugar, al decir de Mainer, la conclusión de la Guerra Civil
como «cruzada», o nüs exactamente: la «devolución>>de una victoria «que
ya nadie veía propia». En los años siguientes, alentados por la expectati-
va de la desaparición del dictador, ello se resolverá en el deseo de «can-
celar» de una vez por todas el pasado. Pero si en los impulsos brotados
entonces encuentran su explicación muchos de los rasgos que habrán de
caracterizar la cultura española de la Transición, aparece exagerada la pre-
tensión de Mainer de estirar el alcance de lo que él llama «posguerra»
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GONZALO HIDALGO BAYAL
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UN NARRADOR ESENCIAL
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BELLE ÉPOQUE
FRANCISCO UMBRAL
Lo dejó dicho Jaime Gil de Biedma con ejemplar contundencia:
«Además de un medio de arte, la prosa es un bien utilitario, un instru- y las vicisitudes del peóodo que en España va desde comienzos de siglo
mento social de comunicación y de precisión racionalizadora, y no se hasta la Guerra Civil. Picasso y Romanones y García Lorca, la boda de
puede jugar con ella impunemente a la poesía, durante años y años, sin Alfonso XIII, la Gran Guerra, la dictadura de Primo de Rivera ... , fi-
enrarecer aún más la cultura del país -una cultura sometida a graves ten- gurones y sucesos desfilan aquí mansamente para desahogo de las
siones, lastrada por el peso de una casi invencible e inveterada insensa- mitomanías y tirrias del autor, al acecho siempre de la ocurrencia in-
tez- y sin que la vida intelectual y moral de sus clases ilustradas se de- tempestiva, único elemento cohesionador de un relato que carece de la
teriore». más núnima tensión narrativa. La indiferencia que el autor pueda m~-
Y aún sigue Jaime Gil, siempre refiriéndose a la aludida tendencia: <<Si nifestar a este respecto no alivia al lector de su fatiga, como no le sirve
tal reflexión se le antoja al lector demasiado truculenta, piense un mo- de atenuante la intención polémica y periodística. Por debajo de una y
mento que de aquel universal diluvio de poesía en prosa, y de la requin- otra asoman la flojera y la sinrazón de un texto que descree apática-
tada retórica novecentista de Ortega y Gasset, nacieron en los años trein- mente de sí mismo.
ta flores tan venenosas como las espléndidas crónicas de Eugenio Montes
en ABC, de una toxicidad demagógica químicamente puta, y los escri-
tos y discursos de José Antonio Primo de Rivera».
No se trata, claro está, de levantar ningún expediente político. Allá
él si alguno no acierta a reconocer el alcance literario de estas palabras.
No será el caso del propio Umbral, quien ha dejado escrito que <<la prosa
es el pulso de un país» y que se ha lamentado de que, «entre la ingente
chatarra de la guerra», nadie haya hablado nunca «de la chatarra grama-
tical, literaria, herrumbrada y muda» que aquélla legó . Lo dijo en Las
palabrasde la tribu, libro del que esta última novela hace frecuentes refri-
tos y que, tal vez en un sentido imprevisto por Umbral, constituye, como
otras recientes obras de este autor, un estupendo ejemplo de chatarreóa
verbal, de intoxicación estilística, en el sentido apuntado por Jaime Gil.
El modelo de Valle, como el de Cela, invocados los dos por Umbral,
da cuenta del altísimo rigor artístico que exige poder permitirse deter-
minadas violencias en un texto literario, más en una novela. Umbral no
ha sido ajeno a este rigor, al menos no siempre, pero en esta ocasión sí,
absolutamente.
Recorrido histórico por la Belle Époque de la mano de un narra-
dor que pasa en sus páginas de la infancia a la juventud, Las señoritasde
Avignon podóa ser descrita como «literatura de almanaque», pues no con-
siste en otra cosa que en la glosa subjetiva y atrabiliaria de los topicazos
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AMORES PARTI CULAR ES
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LUIS MAGRINY A
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MUNDANAL RUIDO
MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
tío Eguren, a partir del momento en que, decidido a huir del mundanal
el agravante de que aquí no hay carnaval que valga, sólo costumbrismo
ruido para dedicarse en paz a la poesía y a su huerto, compra con su mu-
caricaturesco, dado que el berrinche, al anul ar toda distancia, asfixia el
jer un viejo molino donde refugiarse, sin sospechar que los terrenos que
humor e impide que prospere la veta visionaria por la que parece enca -
lo rodean han sido adquiridos por una constructora para edificar una ur-
minarse el relato en sus mejores momentos.
banización de casas adosadas.
El narrador asegura de Eguren que «un día, cuando las borrascas
Tal es la situación que sirve a Sánchez-Ostiz para dibujar un feroz
amainaron, se encontró con que tenía un libro entre las manos y que era
retrato de la «promoción del 92», la de los triunfadores, «los nuevos ca-
bueno: un mundo de verdad visto ». Pero ese día queda fuera de esta no.-
pitanes de empresa, los ricos nuevos, los hombres del futuro», destinata-
vela, en la que pronto se impone la sensación que embarga a Eguren de
rios «de toda la basura de los suplementos de estilo».
que «había un error en alguna parte y era irremediabfe» .
La urticaria que a Eguren le produce esta chusma condena al nau-
¿Cuál es ese error? Seguramente el que, a pesar de sus dotes, de su
fragio su intento de reclusión. Y junto a él, a la novela que protagoniza .
íntimo convencimiento de que no es éste el camino, de que no sólo la
Así ocurre de un modo tanto más patético en cuanto que hay indicios
vida, también el arte está en otra parte, empuja al autor, como a Eguren,
sobrados para pensar que el propio autor se da cuenta de ello, de que se-
a escribir con la oscura certeza de «no tener nada que transmitir, su ba-
ría preferible «no naufragar en el odio y en el ánimo de venganza, parar
rullo interior, nada más».
aquel delirio cuanto antes», pese a lo cual es incapaz de controlarse, dale
que dale con su monserga, una vez y otra vez, «la merde, la merde, tou-
jours recomancé», como dice con gracia .
Tal vez en aquel delirio, en la catarsis que le produce, espera encon-
trar el autor no sólo un revulsivo, sino también un medio eficaz para
captar «el ruido de la época». Pero entonces no se explica de qué modo
aspira a librarse de los juicios que su personaje, incansable en «su papel
ya conquistado y sin rival de relator de desastres y desgracias» , provoca
entre sus más allegados, al fin hartos, como el lector, «de aquellos soli-
loquios, de aquellos continuos estados de la cuestión y de aquel darle
vueltas al asunto del molino, del error vital, del engaño, como si fuera la
piedra de Sísifo» . .. Para ellos, como para el lector, Eguren se convierte
«en un tío lata».
«Aquella gente horrible ... » Pero el propio Eguren admite que no sa-
bría decir por qué le resulta tan horrible. Porque son distintos, se res-
ponde. «Vidas distintas, distintos caracteres.» Pero de esa diferencia no se
deriva una perspectiva, tampoco un conocimiento. De ahí que la novela
se consuma en «superficiales encontronazos> >con unos seres que carecen
de toda entidad y de los que el mismo Eguren sospecha que «nunca sabría
qui énes eran, se quedarí a sólo co n las másc aras de aqu el carnaval». Con
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J. A. GONZÁLEZ SAINZ
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ENTRE EL DELIRIO Y LA PERPLEJIDAD
rece como «la última morada del sentido» y en esa morada se descubre
a1 hombre aterrorizado por su propia soledad, sólo entonces el delirio
del narrador se acerca de verdad a las cuestiones que toca. Sólo enton-
ces la novela, lejos de conformarse con levantar acta de un mundo in-
comprensible y proclamar su rechazo, alcanza a iluminarlo con la luz Ese niño que llora
de sus preguntas, que contienen en sí rrúsmas la posibilidad de un si!mi-
::,
ficado.
Juan José Millás, Tonto, muerto, bastardoe invisible
Alfaguara, Madrid, 1995
173
ESE NIÑO QUE LLORA
JUAN JOSÉ MILLÁS
Enterado de su despido, Jesús -así se llama el protagonista de Tonto,
muerto, bastardo e invisible-- recuerda el bigote postizo que guarda en la Mientras el humor y la agresividad concurren en la expresión del
caja fuerte de su casa. Lo encargó a modo de irónico homenaje a su pa- sentimiento de extrañeza, la novela mantiene un aliciente notable. Éste,
dre, que llevaba uno igual, pero enseguida le produjo un inexplicable sin embargo, empieza a zozobrar a medida que el «proceso de desrealiza-
malestar. Ahora se lo pone en la intimidad del cuarto de baño y, frente ción» de Jesús se convierte, poco a poco, en un proceso de reconciliación
a su propio rostro transfigurado («Soy otro, pensé»), le invade una fuer- consigo mismo, en un «viaje al revés, hacia el origen de las cosas, hacia
te Y agradable sensación de irrealidad. Más que eso: se desata en su in- el punto donde convergen las líneas de la vida». Un viaje al lugar don-
terior un proceso de desrealización que persiste aun cuando, al salir del de quedó perdido ese niño que Jesús siente llorar dentro de sí, y que con
cuarto de baño, devuelve el bigote a su lugar. A continuación llama a su su llantina termina por aguar la novela.
mujer y le pide que le enseñe el culo. «Toda la vida pendiente de la calificación de los otros, de su mirada,
Así arranca esta última novela de Millás, que atrapa al lector con una para construirme una identidad, que resultó ser una prótesis, con la que
fuerza sorprendente. Ahí está, poderosamente expresado, «el desasosie- poder salir de aquel barrio y triunfar, y ahora resulta que no había sali-
go que transmiten los objetos cuando uno se relaciona con ellos desde do o que había abandonado en él al niño que me lloraba por las noches,
el miedo». Un sentimiento del que brota la extrañeza antes aludida y que, ese niño minusválido y bastardo y muerto e invisible.»
en su empeño por aliviarla, hace de tantos personajes de Millás seres Esta cita resume con precisión el sentido de la peripecia de Jesús. Pero
extraños ellos mismos. Seres a cuyos pies se ha abierto el vacío vertigi- su carácter tan explícito delata la debilidad mayor que manifiesta el relato:
noso de su soledad, de la inautenticidad de sus existencias. Y que, a par- la abierta declaración de sus propias intenciones, y aun de sus propios pro-
tir de ese momento, para saltar sobre ese vacío, comienzan a conducir- cedimientos. Millás no ha regateado recursos para estructurar literariamente
se excéntricamente. la peripecia de Jesús. Pero, en lugar de actuar como esqueleto del relato,
Esa excentricidad da juego a uno de los ingredientes fundamentales esos recursos terminan por invadir su materia misma. La clave psicoana-
en la escritura de Millás, que se alza en esta novela con un protagonis- lítica introduce en el personaje de Jesús resortes tan mecánicos como los
mo indiscutible: el humor. Un humor disparatado y amargo, teñido de que impulsan a los autómatas que él reconoce en los transeúntes, igno-
inquietantes atisbos, que por encima de todo se nutre de una radical dis- rantes de su propia tontería, de su desapercibida muerte. La asimilación de
crepancia con el orden establecido, con la normalidad entendida, una Jesús al prototipo del héroe que para descubrir «el sentido de la vida» debe
vez más, como simulacro del sentido. En este punto manifiesta Millás superar duras pruebas, esa ostentosa estructuración del relato conforme a
una rabia y una agresividad que constituyen otro importante ingredien- los cuentos de hadas, agotan su efecto en la exigencia con que imponen
te de su escritura y que alcanzan el paroxismo en esta novela, en la que, a los comparsas una servidumbre excesiva a los prototipos (el villano, la
extremando groseramente la caricatura que de ellos se realiza una v otra bruja). La actividad misma de la escritura como instrumento de reordena-
vez arremete contra los «socialdemócratas de mierda». Ellos 'son, ~ ojos ción de la propia experiencia, comparece con esfuerzo como garante y jus-
de Jesús, los representantes por excelencia de la impostura en que se fun- tificación de la fluctuante estrategia narrativa. También la feroz crítica a la
damenta la sociedad, y así es por cuanto, más evidentemente que nin- alienación social pierde mordiente en cuanto sólo flota sobre la superficie
guna otra doctrina, «la socialdemocracia se caracteriza por ser la única del horror que la sustenta y se le opone como alternativa un infantiloide
filosofía de la vida que permite hacer lo contrario de lo que predica en aferramiento a los propios sueños. Y en todo este tinglado, hasta la propia
nombre de lo que predica». prosa de Millás, eficaz y destellante, incurre en vulgaridades, incluso en el
chiste facil («sus piernas eran más largas que la infancia de un pobre»).
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ESE NIÑO QUE LLORA
Pero Millás ha dicho que con esta novela cierra toda una etapa de su
trayectoria como escritor y que en ella se catalizan elementos que hasta
la fecha han surtido su oficio de novelista. Algunos de los reparos que
aquí se hacen admiten como atenuante el trazo grueso con que, delibe-
radamente, el autor ha revisitado sus obsesiones constantes, imprimién- Una retórica del desamparo
doles una flagrante irorúa. Y es sin duda esta ironía, sumada a tantas dotes
inusuales que relumbran en el texto, lo que hace de éste una propuesta
en definitiva interesante . Pedro Maestre, Matando dinosaurioscon tirachinas
Lateral, n. 0 6, abril de 1995 Destino , Barcelona , 1996
De tres años a esta parte , el éxito de Ray Loriga y José Ángel Mañas ha
desatado las expectati vas en torno a una nue va generación de narrado-
res. Jó ven es capaces de ofrecer una alternativa a los planteamientos de
sus mayores y, por virtud de ello, acceder a un públic o supue stamente
alejado del ámbito libresco pero muy sensible, en cambio, a los emble-
mas generacion ales que autores como los citados han tenido el acierto
de traer a su escritura.
En esta vía se sitúa Pedro Maestre (Alicante, 1967), autor novel que ,
entre tan tos otros de parecida cuerda, ha tenido la fortuna de ser distin-
guido con el Premio Nadal. N o es difícil imagin ar los méritos que le
han valido la distinción: Maestre es un sólido repres en tant e de la ten-
dencia que tan afanosamente exploran hoy los editores. Con resolución
y talento, incluso con alguna osadía, su escritura satisface los requisitos
que, de un modo impreci so, se presuponen a un novísimo narrador: dis-
curso fragme ntado, pros a espontánea, desgarro generacional, costum-
brismo veint eañero .. . Y así es a tal punt o, que las impugnaciones que
suscita ensegu ida adqui eren un a dimensión genérica .
Interesa reparar en las notables coincidencias que invitan a identifi-
car al propio Maestre con el narrador y protagonista de su novela , un jo-
ven en paro que vive con su novia y desahoga en la escritura las zozobras
de una juventud prolongada a su pesar. En un primer vistazo, la pro-
miscuidad del au tor con su personaje invita a leer el texto como un a
desinhibida co nfiden cia. Pero no es así, en modo alguno. No puede ser-
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UNA RETÓRICA DEL DESAMPARO
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LO PEOR DE TODO FÉLIX ROMEO Y JOSÉ MACHADO
sable o no, acaba siendo víctima de las mismas. Lo peor de todo, así, no No hace mucho declaraba Ray Loriga en una entrevista que «el sui-
es el mimetismo que empuja a un joven como Machado (Madrid, 1974) cidio de Cobain (el líder de Nirvana) ha salvado a una generación ente-
a convertirse en ingenua caricatura de su modelo. Ni siquiera que ese mo- ra, ha dotado de certificado de credibilidad a una gente a la que se acu-
delo, el Loriga de Héroes, vaya incurriendo él mismo en su propia carica- saba de falta de profundidad y de debilidad en su argumentación».
tura. Lo peor de todo es que la saturación y el cansancio a que conduce Palabras que mueven a pensar qué se estará entendiendo aqui por
tanto amaneramiento terminen por repercutir retroactivamente sobre lo términos como los empleados. Y de rebote, a reflexionar en serio si no
que en su día se percibió como indicio de renovación y de frescura. se está fomentando un fabuloso malentendido, y si con tales categorías
Algo de esto ocurre con DibiUosanimados,primera y por el momento puede siquiera empezarse a hablar de literatura.
única novela de Félix Romeo (Zaragoza, 1968), repescada ahora por Pla-
za & Janés pero ya publicada hace dos años por Mira Editores. En ella,
un narrador de condición y edad muy semejantes a las del autor evoca
su infancia y adolescencia a través de un intencionado batiburillo de epi-
fanías narrativas que, juntas, se asoman a la memoria sentimental de toda
una generación, la de quienes crecieron durante la Transición.
Romeo utiliza con gran sentido del humor y contenido lirismo un
dispositivo retórico inequívocamente influido por el Loriga de Lo peor
de todo pero bien enderezado al propósito de invocar el pasado reciente
bajo el signo de una íntima desolación. «El pasado,>, dice el narrador, «es
un tiempo en d que yo era culpable.» Confesión que ofrece un suge-
rente contrapunto a la impostada inocencia, al pretendido adanismo con
que la generación precedente vivió aquella época.
Como se iba diciendo, sin embargo, resulta difícil despojar la lectura
de esta novela de las enojosas resonancias que sobre ella vuelcan tantas
otras en que un dispositivo retórico semejante ha degenerado enseguida
en verborrea epigonal. Es el caso de A dos ruedas, título que su jovencí-
simo autor ha puesto a una aplicada carpeta de ejercicios escolares des-
tinados a demostrar su talento para acatar las consignas estilísticas de la
última hora. Con un libro así entre las manos, se pregunta uno si elemen-
tos tales como la fragmentación del discurso, la sintaxis sincopada, la im-
pronta mediática o la desesperada ironía que hace poco atrajeron la aten-
ción sobre los nombres de Loriga o Romeo no llevaban en germen la
empanada mental, la solemnidad tartamuda, la exaltada mitomanía, la ri-
sible pose de perdedores sin causa con que se invisten tantos de sus con-
tinuadores.
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ÁLVARO POMBO
Con magistral dominio del tiempo (que se siente pasar dentro del
relato), con sabia graduación de la perspectiva (que crece a la par que la
narradora), Pombo consigue que lo que al principio se presenta como
Frívolas y elegantes una radiante unidad familiar , de una distinción tan por encima de la cha-
ta realidad de la época, ceda terreno a la suspicacia primero y luego a la
aprensión, para desembocar finalmente en una mezcla de compasión y
Álvaro Pombo, Donde las mujeres de espanto .
Anagrama, Barcelona, 1996 Es ésta una novela de formación, o más bien de iniciación , como
otras de Pombo , un virtuoso a la hora de explorar los tránsitos de la edad ,
y autor que ha hecho de la institución familiar un campo privilegiado
Vale más decirlo de entrada: Álvaro Pomb o ha escrito una novela estu- para sus sofisticadas prospecciones . A este respecto, Donde las mujeres
penda, de las mejores suyas, y sin duda uno de los grandes títulos de la plantea la problemática vigencia de los vínculos familiares cuando el sen-
temporada. Con ella regresa a sus escenarios más personales, a sus más tido que en ellos imponían la tradición y la herencia ha quedado desba-
propias obsesiones, a su estilo más peculiar, recobrando con todo vigor ratado por la codicia de las pasiones individuales. «Los hijos no entienden
el rumbo que gobierna su singularísima trayectoria literaria, el enreve- a los padres », le dice Tom a la narradora, «o no tienen por qué enten-
sado juego de recurrencias y simetrías que orgarúza su extravagante mun- derlos mejor que otras personas. La familia es una relación que también
do narrativo. vale en la medida en que desaparece.»
Donde las mujerescuenta el resquebrajamiento progresivo del cuadro Esta paradoja se agudiza aquí por cuanto el pequeño reducto fami-
familiar a los ojos de una narradora que, en el transcurso del relato, si- liar manifiesta su intrínseca esterilidad. La arrogante distinción de las
tuado en los largos años del franquismo triunfante, pasa del encandila- atractivas hermanas se sustenta sobre el rechazo de la felicidad («ese des-
miento de la mirada infantil al desencanto de una juventud agriada pre- prestigio de criadas que se casan cuando los novios vuelven de la mili»),
cozmente por turbias revelaciones. sobre la inmovilidad de las propias inclinaciones (empezando por las
En el soberbio aislamiento de La Maraña, diminuta península de la sexuales), sobre la sustitución de los sentimientos por los modales: «Dis-
costa cantábrica, la vida de la narradora (cuyo no1'l1.bre, significativa- frutar no era la vida, para mi madre era una gansada disfrutar, vulgari-
mente, nunca se pronuncia) se desarrolla , como la de sus dos hermanos dad, un salto atrás del señor a los gustos dd esclavo».
a la sombra de Clara, su madre, y de la excéntrica tía Lucía, que ocup~ El libro contiene, así, una severísima recusación de lo que cabría de-
un caserón vecino . Se trata de un ámbito esencialmente femenino, re- signar como un cierto aristocratismo de la cultura, decadente y desfasa-
forzado por la discreta eficiencia de Fraulein Hannah, una institutriz ale- do , encarnado aquí en la superficial nostalgia del ambiente desenvuelto
mana. Cuantos hombres se aproximan al mismo, lo hacen bajo el signo y cosmopolita de la Europa de entreguerras , en la equívoca añoranza de
de una claudicante fascinación. Así Tom Bilffinger, d pretendiente ale- un vitalismo lujoso e irresponsable. Con resentimiento lo declara un
mán de tía Lucía, con el que ésta se ruega a casarse. Y así también Fer- compañero de juventud de las dos hermanas: «Eran frívolas, todos éra-
nando, el marido de Clara, que muchos años después de su separación mos frívolos, la única seriedad común a todos era la cultura, el arte, yo qué
visita a la familia con propósitos inciertos que todo lo trastocan. sé .. . Era un mundo muy perfecto, muy esnob y muy hipócrita. Cuan-
do estalló en el 36 la guerra, me alegré. Es una purga que va a veniros bien,
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FRÍVOLAS Y ELEGANTES
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UNA NOVELA MURAL
RAFAEL CHIRBES
Tan apurada síntesis ha de bastar para sugerir la familiaridad de la rea- El innegable talento de Chirbes no es de naturaleza proteica. Se en-
lidad enfocada por Chirbes. Lo cual invita a plantear enseguida la cues-
dereza con preferencia hacia el recuento intimista, de tonalidades tenues,
tión con la que esta novela se confronta y de la que no sale, por cierto,
sobre las que destaca muy favorablemente la sobriedad de sus recursos.
bien librada. Se trata de la cuestión relativa a 1aautoridad que el escritor
Unos recursos que diluyen su eficacia en esta historia plural, que se
alcanza a imponer sobre el objeto que le ocupa. O dicho contrariamen-
orienta por sendas decididamente epigonales.
te: de la servidumbre a que lo someten, cuando enfrenta una realidad
cualquiera, las miradas que lo han precedido.
Ocurre a veces como si fuera el objeto mismo el que determina el es-
tilo y la actitud de la mirada. Ocurre al menos en este caso. Rafael Chir-
bes ha querido escribir una novela sobre la posguerra y le ha salido, casi sin
remedio, una novela de posguerra. Vale decir una novela que convoca los
modelos de Cela o de Delibes, y enseguida los de Aldecoa, Fernández San-
tos, García Hortelano. Sin seguir más lejos. Esto es, sin asumir en su pers-
pectiva -una perspectiva trazada inequívocamente desde el presentt~ las
líneas de fuga que sobre la misma realidad han planteado luego otros auto-
res y que complica inevitablemente la presunta ecuanimidad del relato.
Chirbes se ha sentido embargado por la necesidad de escribir una
novela necesaria . Pero es éste un grave envite para cualquier escritor. Ne-
cesario fue, en buena medida -o al menos como tal fue apreciado, allá
por los setenta-, un empeño como el de José María Gironella y su tri-
logía sobre la Guerra Civil, en donde se proponía el balance moral de
toda una época. Y no es casual que, salvadas las distancias (las cronoló-
gicas, desde luego, pero también las que marca el poderoso nervio no-
velístico de Chirbes), La largamarcha acuda a un modelo compositivo
muy afín al de Los cipresescreenen Dios.
En un proyecto como éste resulta inevitable referirse, por otro lado,
a su vibración moral. Y bien está hacerlo. Pero -sin forzar el juego de
palabras- a efectos literarios, La largamarchaviene a constituir más bien
una novela mural. La organización del texto en viñetas narrativas, la yux-
taposición de planos temporales, la naturaleza típica de los personajes, la
manifiesta ambición de ilustrar una historia colectiva y de hacerlo con
una suerte de proselitismo pedagógico y sentimental, dotan al libro de un
primitivo envaramiento, de una ejemplaridad conmovedoramente ob-
soleta que recuerda a los muralistas mexicanos.
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EDUARDO MENDOZA
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EDUARDO MENDOZA
EL ÚLTIMO VERANO
doza, en cualquier caso, discurre por cauces siempre serenos. Por em-
juventud», le despertarán a realidades para él insospechadas: la de los ba- plear los términos que él mismo ha utilizado a propósito de Valera, «su
jos fondos, de una miseria espeluznante («no hay cosa más triste y horro- tono, más que su estilo, es liberal, elegante>>.
rosa que las clases bajas», se dirá Prullás), pero también la de las intrigas La novela escamotea la espinosa cuestión de la Guerra Civil, cuya
económicas y políticas, así como la de un poder tiránico, obcecado y za- barbarie reciente no parece haber involucrado al protagonista. El periplo
fio. Se trata, por así decirlo, del mismo mundo que recrea Marsé, pero de Prullás incurre, por otro lado, en algunos pasos forzados, como el de
contemplado desde el otro lado de la verja. su visita al padre Emilio Porras o su encuentro con los vates catalanes.
Mendoza ha escrito una novela de madurez deslumbrante, en la que Ya hacia el final del libro, Mendoza extrema hasta límites casi inacepta-
se ~cumulan y superan todos los logros de sus obras anteriores, de casi bles la dudosa secuencia de un atraco en el barrio chino. Pero, sobre es-
todas las cuales se reconocen ecos, incluso guiños flagrantes. El retrato tas y otras posibles objeciones, predomina en todo momento la maestría
que hace de una Barcelona todavía en «la edad de la pérgola y el tenis», de un narrador en pleno dominio de sus facultades, que ejercita con fi-
de aquel mundo «ligeramente egoísta y caduco» (así lo evocaba Gil de nura y sabiduría crecientes, con intenciones - y con facilidad- cada vez
Biedma en Infancia y corifesiones),es magistral, sobre todo en el modo en más complicadas.
que se desplaza de un registro casi costumbrista a otro donde se roza el Acerca de Pasaje a la India, escribía Borges: «Sé de lectores muy aus-
esperpento, a lo largo de una travesía repleta de personajes magnífica- teros que han dicho que nadie los convencerá de la importancia de un
mente trazados, riquísima en ambientes y en registros tonales, y gober - libro tan ameno». Éste es el magnífico riesgo que sin importarle corre
nada en todo momento por la capacidad del narrador para tomar dis- de nuevo Mendoza, quien sigue entretanto perfeccionando la extraña
tancias respecto de la perspectiva a la que por otro lado se resigna (en fórmula con que acierta a conciliar el gusto del gran público con la más
este caso, la del protagonista y su estamento social), lo cual abre un mar - cabal exigencia literaria.
gen a la ambigüedad moral que impregna el texto entero.
La profesión del protagonista no es casual: dice tanto de la antigua
afición que por el teatro siente Mendoza como de su concepto de la tea-
tralidad del relato mismo. A esto último cabe atribuir la estilización a que
somete sus materiales, su lealtad con lo que - en un sentido estricto-
cabe entender como dimensión <<recreativa»de la novela, su infalible ins-
tinto de la «acción>>,de la «diversión», del «espectáculo» literario. Los
fragn1entos y ensayos de ¡Arrivederci,pollo! funcionan, así, como un jue-
go de teatro dentro del teatro (Shakespeare), que prolonga el juego cer -
vantino del relato dentro del relato empleado ya por Mendoza como re-
curso de distanciamiento irónico, no exento en su caso de una fuerte
impronta nostálgica. Dicha teatralidad del texto recuerda aquí, en par -
ticular, al Valle novelista, no sólo en la construcción escénica de algunos
episodios o en el intencionado uso de los contrastes, sino también en la
virtuosísima recreación del habla y de los ambientes populares, en las ca-
ricaturas retóricas del clero y de los mandos franquistas . La prosa de Men-
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ANTONIO SOLER
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UN PARAÍSO PERDIDO
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EN LAS TINIEBLAS DEL TIEMPO MANUEL DE LOPE
Recién enviudada del general Goitia, acosada por el h eredero legal la vida, de las nec esidades pr imari as, los sentimie nto s de sed y ham bre, la
de éste, mal vista por toda la comarca (una villa co stera del Cantábrico, .widez de los verdaderos inte reses».
cuyo paisaje , estupendamente d escrito, acaba por ¡i.dquirir un intencio- Al cabo, se dice Alfredo, «las cosas no significan nada, y ningú n artis -
nado protagonismo), la altiva Ana Rosa sólo cuenta con la sospechosa ta que las reún a com o yo las reún o podrá añadir un ápice de sentido a los
lealtad d e un viejo amigo del general, el doctor Félix Castro -gordo, t.:scándal os e ignomin ias que no lo tienen» . Y así es por mucho que él
putañero y pedófilo-, y con el mudo vasallaje de Zorrilla, un mucha- mismo, solidario finalmente del destino de Ana R osa y el doct or, se sien -
cho medio autista cuyos imprecisos des eo s precipitan la tragedia. ta «seduci do por la delicuescencia de un mund o que se venía abajo con
Pu es, ya mediada la novela, el relato , teñido hast a el momento de un la insignificante banalid ad de las existencias frus tradas ».
suave acento crepuscular que transita despaciosa y jocosament e por los «Algún dí a se contaría la historia de aquella muj er, desde los brindi s
resignado s derrotero s de lo que, en un sentido flauberti ano, cabrí a deno- con el cha mp án hasta la silencio sa cautividad de la morfin a, en térm in os
minar << costumbres de provincia », se precipita por la grieta qu e dentro cariñosos, bajo luce s tamizadas, sugir iendo los matices necesar ios para
del mismo abre un acto criminal , a raíz del cual acapara el protag onismo impregnar la bu en a o mala fortuna de su juego con los tint es acer tados
Alfredo Gavilán, el joven abogado madrileño enviado por el sobrino del de júbilo o desilu sión», con cluye Alfredo. Y la elegancia mayor d e esta
general para liquidar la herencia de su tío . no vela, también aquello que determin a su po derío y su sorpr esa, es la
<<
Era grotesco. Un abogado acude a una liquida ció n de h erenci a y renuncia de M anuel de Lope a contar dicha historia, se diría que disua -
acaba en la alternativa de ser el encubridor de un niño homicida o co n- dido a úl tima hor a por otras sugerencias . Éstas dot an al relato de su m ás
vertirse en su delator .» Tal es la disyuntiva que reo rienta el relato , que se íntima te nsi ón, determinan tam bién sus debili dade s (esa vacilante om -
introduce imprevisiblemente en «un sórdido laberinto de infamia, de hu- nisciencia del narrador , corres pondiente con el vacilante protagon ismo
millación y d e avidez >>. de los personajes prin cipales), pero en definitiva elevan la no vela a un es-
Emb argado por esa civilizada perplejidad caracte rística de tan- trato supe rior en que lo que acaba por ser conta do es la uni versal indi-
tos gentlemcn literarios, el protagonismo d e Alfred o arrastra la novela a ferencia en qu e se sumen las tragedias humanas, la exclusiva autorí a del
territorios de sutil penumbra , dignos de la más espléndi da tradi ción an- tiempo en el o ficio de otorgar sentido a tantas hi sto ri as y destinos que
glosajona. En un momento dado, yendo tras los paso s del muchacho, transcurr en sin tenerlo.
Alfredo accede a una escc.indida gruta, sede d e un ant iguo baln eari o
romano , y tien e allí un insondable presentimiento. La escena -c entr al
en la novela - recuerda aquella de Un viaje a la India en la qu e mi stress
Moore visita las cuevas de Marabar y cree reconoc er entre los ecos una
voz que le susurra: «Patetismo , pied ad, valor. . . ex isten, pero son id én -
ticos, y lo mismo sucede con la inmundicia. Todo existe, nad a tiene
valor».
Como en la novela de Forster , también en esta de Manuel de Lope
se narra la ext rañ eza de «un mundo súbitam ente inve rtido », que no se
corresponde en este caso a un a cultura remo ta, sino a una com arca en la
que apar ece desollada la cost ra que en la capital cub re «las cosas sólidas de
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ALEJANDRO GÁNDARA
Característica de la mayor parte de ellos es la inclinación a atribuir a la zan a lo largo de toda la novela . Y antes que una exculpación cínica de
época una suerte de sentimentalidad colectiva, en función de la cual se los hechos ocurridos (una malversación de fondos cualquiera, en este
explican o simplemente se ilustran conductas y actitudes como la desme- caso la operada por Goro, impecable militante de la izquierda), esta con-
moria, el desencanto, la corrupción. Así ocurre sin que, por lo común, se sideración fatalista supone una extrapolación de la experiencia moral
repare en la tendenciosidad que entraña semejante supuesto, por deba- que, cOn independencia de su edad, viven individualmente cada uno de
jo del cual se reconoce lo que -no sin cierto escándalo de los concep- los personajes, reunidos todos en la órbita de una desesperante historia
tos intervenidos- cabe entender como cierta proyección «sentimentah> de amor que, entre otras cosas, pone de manifiesto el malentendido sus-
de unos criterios en definitiva ideológicos. tancial de dos generaciones : la de quienes hicieron la Transición y la de
Esta novela de Alejandro Gándara parece abonar una intuición con- sus herederos.
traria: la de que fueron sentimientos particulares los que confundieron Hay una hermosa frase en la que dice Cocteau: «Mirad durante toda
el proyecto colectivo. La de que fue con intereses individuales como se la vida en un espejo y veréis a la muerte trabajar como las abejas en una
pretendieron cobrar las inversiones hechas a través de los ideales . La de colmena de cristal». Tal parece ser el espectáculo que se ofrece a través de
que, sin la presión de los imperativos históricos, las fronteras entre el be- los cristales a que alude el título de esta novela, en la que se dice que la
neficio personal y el beneficio público quedaron borrosas, y la urgen- muerte «no puede ser otra cosa que mirarte en un espejo donde solamente
cia de las más íntimas aspiraciones relajó cualquier otra suerte de com- estás tú y no te reconoces)>. Todavía se aüade en otro lugar: «Los espejos
promiso . trabajan mucho, pero nosotros sabemos poco». Y es el abismo que se abre
Es en este sentido en el que cabe entender el interés en puntualizar allí donde antes se elevaba «la gigantesca fantasía del conocimiento pro-
-..como se hace en la contraportada del libro- que ésta «no es una his- pio, mutuo, ajeno», el que aturde y determina los destinos de todos los
toria sentimental, sino más bien una historia de los sentimientos a lo lar- personajes , empeñados sin embargo en explicar, en explicarse .
go de un tiempo preciso» . Lo cual vale por decir que es un intento de Pues a pesar de todo, como dice Goro desde la cárcel, «tenemos pa-
contar ese tiempo en su dimensión no histórica, no épica. Aquella pre- labras para nombrar cosas que se ignoran». Y es mérito de esta novela
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EL TRABAJO DE LOS ESPEJOS
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LO S HEREDEROS DE LA PROMESA VARIOS AUTORES
comunes . El caso es que se cuela aquí más de un aficionado o intruso cuya los años ochenta aportan dos modelos que a comienzos de los noventa
aportación poca relación guarda con la literatura, ya sea en su acepción consolidan su hegemonía : por un lado -y a raíz sobre todo del éxito
blanda o dura . de Carmen Martín Gaite y de Almudena Grandes-, el de la narrativa de
Una muestra de la joven narrativa española a través del relato puede mujeres (con su tendencia a instituirse en narrativa impostadamente << fe-
resultar, por otro lado, tan equívoca como una muestra de la joven pin- menina», es decir, intimista o arrebatada); y por el otro -a raíz sobre todo
tura española a través de la acuarela. Las exigencias del relato en cuanto del predicamento alcanzado por un escritor como Antonio Muñoz Mo-
género son muy otras que las de la novela, y la categoría común de «na- lina-, el de la narrativa áulica (con su tendencia a instituirse en narra-
rrador» no implica una aptitud pareja para uno y otra. Ef supuesto auge tiva melódica, cuando no patriótica o doctrinal).
del relato español durante los últimos años tiene mucho que ver con la A los moldes derivados de estos modelos y de su combinatoria se
circunstancia de haberse consolidado éste como un género oportunista y adaptan gran parte de los relatos aquí incluidos, entre los que predomi-
mercenario, ligado a necesidades de promoción y mantenimiento. Se ha nan el costumbrismo urbano, la viñeta lírica, el reportaje sentimental, el
confundido el difícil arte del relato corto con la postalería de los suple- ejercicio de estilo, el apólogo y la humorada. Repertorio que confirma
mentos dominicales o veraniegos, con los reportajes sentimentales de las la impresión de que , lejos ya de toda pretensión inquisitiva, la institu-
revistas femeninas, con las muestras gratuitas de perfumería narrativa que ción literaria funciona hoy más que nunca como un escaparate de poses
tantas publicaciones regalan al consumidor. Algo de lo que dan cuenta retóricas mediante las que los escritores compiten en el juego de la se-
un buen puñado de los textos reunidos en este libro. ducción.
En cuanto al criterio cronológico empleado, resulta asimismo equí- Todo lo cual no desdice la conclusión de que, sobre un nivel medio
voco. La incomodidad que produce ver metidos en un mismo saco a es- inesperadamente elevado (indicio de que la narrativa española cono-
critores como Felipe Benítez Reyes o Ignacio Martínez de Pisón junto ce desde hace ya dos décadas un período de innegable prosperidad), se
a otros como Juan Manuel de Prada o Ray Loriga no tiene que ver tan- cuentan en este volumen cerca de una docena de relatos decididamente
to con la diferencia de edad como con su diferente hornada. Francisco buenos, indicadores de nombres a los que habrá que seguir con atención
Casavella es dos años menor que Benjarrún Prado, por ejemplo, y sin en s_uandadura futura . Tal es el caso de Tino Pertierra , Josán Hatero, Ig-
embargo su obra como narrador pertenece a una etapa anterior, por nacio García-Valiño, Luis M.' Carrero o, muy en particular, Antonio
cuanto despega tres años antes, precisamente aquellos (los que van de O rejudo.
1990 a 1993) en que se produce un cambio cualitativo en el «horizonte F. M. (así se identifica) ofrece una más de sus minúsculas historietas
de expectativas» de la narrativa española. Un cambio que podría resu- que acreditan un talento original aunque demasiado estricto en sus limi~
mirse de un modo drástico diciendo que, en torno a 1992, la marca taciones. Marcos Giralt Torrente sigue siendo el más aventajado segui-
«nueva narrativa» es definitivamente relegada por la de <~ovennarrativa», dor de las sendas trazadas por los más duraderos autores de la promoción
con la que hasta entonces se había asimilado sólo parcialmente. precedente (a la que pertenecen, como se decía, Ignacio Martínez de Pi-
El fenómeno protagonizado en su día por Ray Loriga y José Ángel són y Francisco Casavella, que aquí cumplen con oficio su papel). Juan
Mañas descubre (salvadas las sustanciales diferencias entre uno y otro) un Manuel Salmerón, aun a riesgo de equivocar al lector sobre sus talentos
nuevo modelo de escritor, cuya juventud se impone muy distintamen- más propios, entrega un cuento de impecable factura kafkiana que tes-
te a como lo hizo no hace mucho la de un Martínez de Pisón o un Ca- timonia un sorprendente , perfecto entendimiento del maestro. Abre el
savella. A su vez, dos fenómenos derivados de la «nueva narrativa» de volumen, con un relato impecabie, Antonio Álamo, que acierta al llevar
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LOS HEREDEROS DE LA PROMESA
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OTRA DE ESPADACHINES ARTURO PÉREZ - REVERTE
vergonzante que, en su opinión, suele hacerse de ella, y por allí reivindi- onmisciente), meno s todavía el dec oro de su perspectiv a históric a (pre-
ca una suerte de jactanciosa reconciliación con el pasado y con lo habido. suntame nte , los hechos están contados desde la vejez por quie n los ha
Afortunadamente, Pérez-Rev er te opera en un registro literario en vivido siendo un much acho) . El mode lo de Galdó s, con sus remites a la
el que estas salidas de tono carecen de consecuencias . Esta segunda en- tradición pic aresca, o el de Dum as, con su prolífica imaginac ión, que -
trega de Las a11enturas del capitán Alatríste prolonga con acierto aún ma- dan muy lejo s de las capac idad es de Reve rte, qu e debe acud ir a los dic-
yor, si cabe, la senda abierta por la prim era, y de nuevo envuelve al lec- cionar ios y enciclop edias, y en boca de cuyo narr ador suenan a truenos
tor con un emocionante ruido de sables. El molde clásico de la novela las frecuentes moralej as sob re la histor ia de España, al igual que las citas
de espadachin es da forma a un trepidante relato de aventuras construido literarias con que adorna su discurs o.
conforme a las más previsibles reglas del género y convenientemente pro- Pero aquí de nuevo cabe aducir que Pérez-Rev erte opera en un re-
tagonizado por un héroe caballeresco, de aires inevitablem ente crepuscu- gistro literario en el que estas objeciones carecen de relieve, toda vez que
lares. Una cuidadosa puesta en escena, tanto por lo que to ca al ambiente consigue con creces lo que aparenta ser su obje tivo primero: divertir , en-
de la época (personajes, lugares , costumbres, vestimentas ) como a la len- tretener. Como esos complacientes cuadros históricos con que los pin-
gua empleada (un convincente pastich e del léxico y ademanes verbales tor es académicos llenaban los salones del siglo pasado, son de admirar en
del xvn), ampara el aprovechamiento que Pérez-Reverte hace del rela- esta novela la animada co mposición, el aparato, el mobili ario, la opor -
to para aleccionar sobre las taras de una Españ a que por las fechas en que tun a apropiación de poses sacadas de los maes tros de la époc a, los co n-
los hechos transcurren («aquel año de mil seiscientos y veintitrés, se- trastes y claroscuros, el traz o vigoroso, la pincelada experta, en fin, todo
gundo del reinado de nu estro joven rey don Felipe ») había iniciado ya cuanto co ntribu ye a un efecto dramático a la vez que decorativo y di-
su fatal decadencia. Asoma así una intención patriótica y pedagógica afín dáctico. Otra cosa es que se quiera sacar el cuadro del salón y meterlo en
en más de un punto a la que guió a Galdós en sus Ep isodios nacionales, un muse o. Eso obligaría a enojos as pero inevitables punt ualiza ciones
por mucho que en el caso de R evert e dicha intención aparezca en bu e- acerca de las reales compe tenci as del arte. Empezando por el au tor, que
na medida arrebatada por el tumulto romántico de Dumas. viene a reclamar una mejo r colocación mient ras enseña sus meda llas, sus
Todo s estos factores conci ertan una lectura de indiscutible ameni- diploma s y las listas de ventas .
dad, donde la expectativa se sostiene mediante un constante ajetreo, im-
pidiendo que --como en tantas películas de acción- hasta el final no R evista de L ibros, n .º 14, febrero de 1998
cobre el lector conciencia de la endeble tramoya con qu e ha sido gusto-
samente encandilado . Pues lo cierto es que, apagado el soplo de la na-
rración, el argumento mismo (una co nfusa intri ga conventual en la que
aparecen implicados los más altos poderes del mom ento, incluido el San-
to Oficio ) se deshace por inconsist ente; a los personajes (sin desco ntar al
propio Alatriste, pero muy en particular un inverosímil Francisco de
Quevedo) se les descubre su armadur a de cartón piedra ; fa ambienta-
ción delata, con sus exagerados tonos , su procedencia de ropero . Pérez-
Reverte no consigue sostener dur ante la novela entera la posición del
narrador (a mitad del libro empieza a alternarse el relato subjetivo con el
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JUAN GOYTJSOLO
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UN C ÍR C UL O VICIO SO
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UNA NOVELA BIENAVENTURADA RAMÓN BUENAVENTURA
taciones (algunas de gran aliento ensayístico), una suculenta muestra de a reconocer uno mismo. Lo sugiere Buenaventura en una aguda anota-
las más de dos mil fichas en las que el tal León Aulaga habría venido ción: «El coleccionista no colecciona mujeres, sino imágenes de sí mis-
apuntando, con todo pormenor y durante más de cuarenta años, los nu- mo». Imágenes que tienden todas, en este caso, a restituir al hombre que
merosos contactos con todo tipo de mujeres a que le habría abocado su León fue durante las semanas en que amó a Kimberley Sidney, joven yan-
infatigable carrera de conquistador. Todo ello generosamente presenta- qui de la que se separó en 1964 con la promesa, luego defraudada, de
do, anotado y a menudo glosado por el mismísimo Buenaventura, quien reunirse al poco tiempo.
a su vez habría ejercido, no sin ciertas libertades, como traductor de to- No es fácil, ni siquiera posible, determ.inar en qué medida esta no-
dos los materiales, escritos originalmente en francés y servidos con ca- vela constituye una autobiografía indirecta, en la que Buenaventura ha
prichosas veleidades tipográficas. embutido sus talentos de muy notable poeta (con más de media docena
Con facilidad engañosa, Buenaventura organiza una novela muy de dtulos a cuestas),, su buen oficio de traductor y experiencias de su pa-
compleja y sin embargo amenísima, un atrevido artefacto a medio ca- sado de ejecutivo de una multinacional (un mundo del que se ofrecen
rn.ino entre la memoria y la impostura. «Toda m.i vida es mentira y, ade- aquí atisbos estupendos). Lo mismo da. Es ésta, en cualquier caso, la no-
más, no la recuerdo»: esta frase, repetida con insistencia a lo largo de la vela de una educación sentimental compartida por toda una generación,
novela, viene a constituir la clave de su artificio. León Aulaga matiza su y un libro, en definitiva, que bajo su aspecto a menudo frívolo encierra
sentido al observar cómo, a diferencia del común de los hombres, que un incurable romanticismo y una contagiosa, erudita, casi devota ado-
desde la infancia se construyen un yo falso («un yo de adaptaciones, re- ración a la mujer como objeto de deseo, de felicidad y de destino.
nuncias, astucias, estrategias, prudencias, programado para abrirse cami- Conviene no dejarse despistar por los tintes con frecuencia muy su-
no social con el menor daño posible»), determinados individuos, obce- bidos de su recalcitrante erotismo: en el modo en que la novela entona,
cados en la propia personalidad, «nos pasamos los años iniciales de la vida con ironía crepuscular y nada jactanciosa, un adiós a un cierto estilo en
construyéndonos un yo que luego no nos sirve para eI resto de la exis- las relaciones entre los sexos, se reconocen los rasgos de una novela ga-
tencia». De donde este sentimiento que a él le asalta de haber vivido «una lante, en la más sabrosa y problemática acepción del término. Se trata
existencia que jamás ha tenido nada que ver conmigo». Esa sensación de aquí, entre otras lecturas posibles, de una moderna versión de Don Juan,
no recordar nada, sólo «haber pasado por una serie de circunstancias en- en la época de la liberación de la mujer y de la revolución sexual. Pero
vanecedoras y desvanecidas». El ai"ioque viene en Tánger es, además, una novela en la que la ambigüe-
No se trata de entonar, una vez más, la vieja cantinela de los ideales dad y la vitalidad de todos sus planteamientos alcanza a la materia mis-
traicionados, sino, más profundamente, de impugnar la madurez en cuan- ma de la escritura: el lenguaje.
to exilio de uno mismo, de la propia juventud. Y es aquí donde surge Hay que prestar atención a la pretensión de que la m¡iyor parte del
Tánger como metáfora de un pasado irrecuperable, luminoso y esplén- libro estaría traducido del francés, incluidos los poemas. Y es que del mis-
dido («todos éramos dueños del sol y del verano»): blanca ciudad del re- mo modo que, fingiéndose una biografía, la novela revienta los límites
cuerdo cuyos pobladores fueron condenados al destierro. de la realidad y la ficción, de la poesía y de la prosa, así también, fingién-
Desde este sentimiento de pérdida, el sexo, y más precisamente el co- dose traducción, sacude gozosamente el idioma español («hablar español
leccionismo erótico que practica León Aulaga, se convierte en una es- es una fe trasnochada», reza uno de los poemas de Aulaga), confiriéndo-
trategia de restitución, el único orden real de la experiencia. Y es que el le una audacia, una viveza y una naturalidad absolutamente regocijantes.
arte de la seducción propicia, en cada ocasión, el espejismo de volverse
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JAVIER MARÍAS
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JAVIER MARÍAS
LA NOVELA DE UNA NOVELA
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MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
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PERE GIMFERRER
Pouvoir tout dire (poder decirlo todo): con la invocación de estas pa-
labras de Paul Éluard se cierra este libro inclasificable, del que su autor
advierte que, a pesar de su tono autobiográfico, y de que «sólo relata
hechos estrictamente verídicos», no es en absoluto un libro de memo-
Girrúerrer, en el tiempo de los fantoches rias, por cuanto «su intención es totalmente diferente».
Poco papel tiene en él, en efecto, la memoria, por mucho que el
autor recuerde aquí diversos episodios de su pasado. Tales episodios son
Pere Gimferrer, El agenteprovocador inductores de otras tantas «ilunúnaciones profanas», expresión con la que
Traducción de Basilio Losada, Península, Barcelona, 1998 se emparenta la de «agente provocador» a la que se refiere el título de este
libro, y con la qu e Gimferr er nombra aquello «que "actúa" y que "pro-
voca" unas reacciones determinadas en mi conciencia de nú mismo».
Después de Mascarada (1996), libro con el que mantiene una «relación Texto del poema o cuerpo del deseo (este libro es, por encima de
complementaria», El agenteprovocador constituye un nuevo paso, hasta todo, una exaltada declaración de amor), «el agente provocador » obra
ahora el más radical, en una de las trayectorias más insólitas, más atrevi- como un revulsivo de la conciencia personal, vale decir del personaje en
das, más contrariadoras de la literatura actual, no sólo peninsular. Que que se enmascara toda individualidad. Pues de lo que se trata aquí es del
su autor sea acadénúco, po eta laureado en dos lenguas, ensayista y críti- individuo mismo como << materia definitiva », persistent e m ás allá de la
co influyente, editor y gran pope de las letras catalanas, aparte de perso- propia personalidad. Y el argumento del libro no es otro que ese indi-
naje popular por sus rarezas, no hace sino añadir interés a una obra que viduo a la búsqueda de sí núsmo a través de una escritura convertida al
socava hasta las más tácitas convenciones al uso, sin descartar las que sus- efecto en escenario de la privacidad.
tentan la propia literatura en cuanto institución. Comenzado y abandonado en 1979, y concluido por fin casi vein-
El yo que ostenta Gimferrer como escritor se desmarca cada vez más te años después, El aJenteprovocador«es un texto redactado en dos tiem -
de la mon eda corriente con que trafica el grueso de la literatura autobio- pos» pero obediente a un núsmo plan original. La evolución del estilo
gráfica. Es un yo que se afinca en lo privado entendido como categoría señala, según el propio Gimferrer, la inflexión entre las dos etapas de la
que profundiza y en cierto sentido subvierte las nociones comun es de escritura del texto. Y algo más: la distracción del impulso inicial y su
intimidad y .de interioridad. arranque extraordinario (también aquí «la neutralidad, la precisión, al
La chocante desinhibición de un texto como éste poco tiene que ver servicio del apasionanúento») en la más dudosa aunque poderosa vehe-
con el exhibicionismo del artista moderno que se expone a sí núsmo como mencia de los capítulos más recientes, con sus mitografías recalcitran-
mercancía. Enlaza más bien con la premisa de los surrealistas conforme a tes y los estridentes improperios contra «el tiempo de la impostura» (en
la cual la virtud revolucionaria por excelencia sería vivir en una casa de cris- referencia a los años en que el núsmo Gimferrer escribía en castella-
tal. Afirmación que, lejos de entrañar una negación de la vida privada, im- no), «el carnaval de los genocidas» (las últimas tropelías del franquismo)
plica la necesidad de refundar sus contenidos y sus estrategias dentro de una y «este tiempo de payasos y de fantoches y de pazguatos », «de los me-
sociedad todavía armada con la moral y los conceptos de la vieja burgue - mos y los cerebros tartajas», «de los tontainas y de los trapisondistas » (pero
sía, pero que ha ce ya tiempo ha emprendido el desmantelamiento de to- cuándo no) .
dos los tabúes y está en condiciones de levantar casas con paredes de vidrio. Todas son not as, en cualquier caso, de una deliberada impudicia qu e
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GIMFERRER, EN EL TIEMPO DE LOS FANTOCHES
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UNA TRAGEDIA C HIRIP ITIFLÁUTI CA
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LA SEDUCCIÓN DEL DINERO
BELÉN GOPEGUI
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LA SEDUCCIÓN DEL DINERO
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LUIS LANDERO
VOLVER A EMPEZAR
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RAY LORIGA
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DONDE HABITE EL OLVIDO
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FLORES PARA LARRA JUAN EDUARDO ZÚÑIGA
Progresivamente institucionalizada, esta estirpe intelectual no ha per- ta el mínimo detalle el mobiliario de sus textos, en los que apenas tras-
dido apenas vigencia, mucho menos prestigio y hegemonía, a pesar de luce el riguroso armazón documental. La imagen que en estas páginas
que, en especial durante las dos últimas décadas, ha dado pie a toda suer- se ofrece del Madrid decimonónico, envuelto en la ruidosa canalleria del
te de variantes locales, más o menos cínicas, y ha perdido parte de su carnaval, adquiere con pocos trazos una densidad goyesca. Y es una ur-
predicamento en beneficio de otros modelos emergentes, más risueños dimbre de mínimos matices la que determina la unidad de un conjunto
o consentidores, más ávidos o gamberros, aunque por lo común igual- de piezas potencialmente autónomas, cuya gravedad y común consis-
mente inocuos. tencia se obtienen por acorde de tonalidades superpuestas. Tonalidades
Como sea, el modelo de Larra, recurrcntemente reivindicado por la magníficamente graduadas por una prosa pulidísima, transparente, caden-
inteligencia más crítica y mordaz, también por la más gesticulante y pla- ciosa, en absoluto preciosista.
ñidera, ha visto menguados en los últimos años su ascendiente y su ac- El libro se cierra con el suicidio, casi ochenta años después del de
tualidad, en buena medida a consecuencia de lo que parece ser la supe- Larra, de Felipe Trigo, prolífico y popular autor de novelitas inmorales .
ración de las circunstancias históricas que determinaron su obra . De Son unas páginas impresionantes, en las que la rnuerte de Larra es ya sólo
donde -s in dar por ahora más vueltas al asunto- la oportunidad de un lejano contrapunto que intensifica el tono crepuscular de la narración.
esta novela de Zúñiga, que retoma por enésima vez la figura de Fígaro, De paseo por Madrid, Trigo se acerca a la casa en la que se ha colo-
pero lo hace desentendiéndose de su pedestal y de su leyenda, explo- cado una placa recordatoria del escritor : «Sobre el mármol, guirnaldas de
rando los ecos de su suicidio no tanto para indagar su sentido como para metal con fúnebres flores de plomo de las que, por la lluvia, habían caí-
descubrir en ellos la nota común de desengaño, de soledad, de tristeza, de do oscuros regueros».
fracaso, de desaliento, de decadencia, de miserias de la que el suicidio Una imagen suficiente y certera de este libro, que sobre el recuerdo
de Larra aparece, a la postre, como floración estrepitosa y fatal. de Larra coloca asimismo una guirnalda de piezas bellísimas, de las que
Once cuadros narrativos, todos independientes entre sí aunque hil- se desprenden oscuros regueros de amargura.
vanados por la figura o el recuerdo de Larra, integran un libro que, como
otros de Zúñiga , se estructura al modo de una rapsodia. Cada cuadro tie-
ne un protagonista distinto, comenzando por el propio Larra en la tarde
misma de su suicidio, y continuando con una galería de personajes en su
mayor parte históricos, como Ramón Mesonero Romanos, con quien
Larra se entrevista; Dolores Armijo, que acude a la casa de su ex aman-
te a recuperar sus cartas; el ministro José Landero, vecino del escritor;
José Zorrilla, que saltó a la fama con ocasión del entierro de Fígaro; su
padre, el doctor Mariano de Larra ...
En Zúñiga, la escasez nunca es un subterfugio de la poquedad, sino
resultado de una laboriosa destilación de intenciones y de conocimien-
tos. Se trata de un maestro de la sutileza, de la evocación, de la sugeren-
cia, poseedor de una extraordinaria sabiduría narrativa, que administra
con máxima cautela. Como un escrupuloso director artístico , cuida has-
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GUILLEM MARTÍNEZ
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UNA VISIÓN DEL MUNDO LLAMADA MARTÍNEZ
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LA HERENCIA DEL DINERO GERMÁN SIERRA
participar en un programa televisivo que conduce Gustavo. Éste, por su de las limitaciones de aquella obra primeriza, entre las cuales se cuentan
lado, cansado de su trabajo y sobre todo de su entorno, planea invertir la indecisión estilística, las dificultades para urdir una estructura estable,
en un oscuro negocio de contrabando para obtener así el dinero que le también una cierta perplejidad ante los propios designios.
permita salir de una vez de España. A su alrededor se mueven Violeta Sierra sigue sin encontrar el cauce adecuado para sus inquietudes no-
la amante ~e Gustavo, periodista enganchada a los ácidos; Alberto, viej~ velísticas, que tienden a la digresión cáustica, ensayística, en perjuicio de
amigo de Alex y de Gustavo, metido en los chanchullos de la adminis- la capacidad fabuladora. Baste señalar, para confirmar esto último, el
tración autonómica; Marisa, la novia de Alberto, dueña de una empre- borroso «enredo» que cataliza aquí la acción . En relación con su propia
sa de moda urgida de apoyos institucionales ... Y en contrapunto con el escritura, Álex habla de «la voluntad de imaginación». Una voluntad que
destino de todos ellos, Laura Belton, una supermodelo contratada por Sierra convierte en empecinamiento a fuerza de no ajustar a sus propó-
Gustavo para una campaña publicitaria, y Polo, su acompañante, un pí- sitos sus propios recursos. Entre éstos sigue contándose su familiaridad
caro cosmopolita de origen eslavo. con un lenguaje y unas concepciones científicas a las que Sierra -él mis-
Cada uno de estos personajes adopta estrategias distintas -el desarrai- mo investigador en el área de las neurociencias- se atreve a dar una apli-
go, la huida, el cinismo, la adaptación, la resistencia- para conquistar su cación literaria, dando lugar a interesantes asociaciones y metáforas . Pero
propia libertad en un mundo, como dice Álex, «donde se permite al dien- tampoco en este punto llega por lo general mucho más allá de la impor-
te pedir lo que desea porque su deseo ha sido previsto de antemano»; en tación de tecnicismos más bien abstrusos, complicados con intenciones
un país donde la corrupción se ha adueñado de todos y la tendencia a teóricas. Así ocurre con la insistente noción de «transgénesis», inspirada
explicar cuanto ocurre en términos conspirativos ha convertido la para- en la genética molecular, y traída aquí para bautizar enrevesadamete lo
noia «en una forma de cotilleo». Se trata de una lucha en la que todo que en definitiva constituye una simple variante de las más vulgarizadas
vale, incluido el delito, el crimen, hasta el asesinato, al fin y al cabo «un tesis posmodernistas.
medio económico» más. Con todo, hay que apreciar en LAfelicidad no da el dineroel sugerente
Las corruptelas de la administración pública, las enmarañadas redes aunque desaprovechado perfil de sus personaje s, la desobediencia -to-
de la delincuencia organizada, el poder de los medios de masas, de la te- davía infecunda - con respecto a las convenciones más trilladas, una en-
levisión, de la publicidad, la manipulación de los ciudadanos, en espe- conada determinación de denunciar el presente sin la clemencia del sen-
cial de la juventud, la cultura del éxito, el efecto abotargador que sobre timentalismo. Razones suficientes para mantener abierta e intrigada la
el público ejercen los círculos concéntricos de la moda, de las artes, del expectativa sobre la evolución de este autor .
diseño, de la estética, el starsystemde la política y de las pasarelas, la bu-
rocratización de la vida privada, incluso del cuerpo, el alienamiento y la
tontería generalizados: sobre estas y otras materias discurre esta novela
con saludable sentido crítico que exacerba un tono condescendiente y
altivo, rayano en más de una ocasión en la pedantería. La misma ten-
dencia acusaba Germán Sierra en su primera novela, El espacioaparente-
mente perdido (Debate, 1996), en relación con la cual LAfelicidad no da el
. dinero, confirmando las más favorables expectativas, implica un notable
crecimiento, por mucho que solamente desplace, sin superarlas, algunas
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LUIS MATEO DÍEZ
todo ello por vía de una ética y de una estética realistas, sustentadoras de
una suerte de épica democrática.
El propio Mateo Díez ha declarado que el territorio de Celama ha
nacido como metáfora de su experiencia de lo rural, de su compromiso
El Libro de los Muertos moral con <,esamemoria antigua e intensa de haber vivido determina-
das culturas que ya están liquidadas». Un compronúso al que no es ajeno,
sino todo lo contrario (como ocurre también en el caso de Lee Masters,
Luis Mateo Díez, La ruina del cielo que se inspiró para su libro en la Antología Palatina), el ademán clásico,
Ollero & Ramos, Madrid, 1999 clasicista incluso, en que se resuelven tanto la sorna como la gravedad y
el escepticismo que impregnan su escritura.
El hilo que enhebra los sesenta y ocho episodios de La ruina del cie-
A más de trescientos asciende el número de personajes con que Luis Ma- lo es la determinación de Ismael Cuende, médico rural de la comarca
teo Díez ha poblado en esta novela el territorio imaginario de Celama, (y protagonista ya de un capítulo de El espíritu del Páramo, donde se le
avistado hace apenas tres años en El espíritudel Páramo(1996), y constitui- describía como (<Unsesentón bonancible y solitario, fumador empeder-
do de pronto en escenario de un impresionante empeño narrativo . nido, bebedor inmoderad o pero discreto» ), de levantar un censo de los
A una cantidad semejante asciende el censo de los personajes del que muertos de Celama . Un «obituario», según se hace constar bajo el título
cabe señalar como el precedente literario más afin a la intención y al sen- mismo de la novela, con término que el propio Cuende emplea para de -
tido de La ruina del cielo,y que no es, desde luego, una novela (aunque nominar su propósito de «contribuir a la memoria de los desaparecidos,
admitiría ser leído como tal), sino un libro de poemas, uno de los más ori- de remover sus existencias, para dejar constancia de su pasado».
ginales y portentosos de la poesía norteamericana de este siglo: la Anto- Celama, se dice en estas páginas, es «un espacio más en el destino co-
logíade Spoon Ríver, de Edgar Lee Masters, publicado en 1915, e integra- mún de tantos otros de la Península, una tierra de anonimato y olvido,
do, como se sabe, por decenas y decenas de epitafios a través de los cuales de muertos genéricos, en la que el tiempo se amontona sobre la realidad
se restituye la precaria memoria de todo un pueblo que es todo un país del erial como si no existiese, ni con él existieran las vidas que arrasó la
y que es también toda la humanidad. miseria de los siglos».
La referencia no es arbitraria, ni tampoco excéntrica, pues sirve <,Losseres enterrados en el Páramo», se dice Cuende, dando razón así
como ninguna otra para poner de relieve la dimensión no solamente ele- del sentido último de su empeño, «son el espejo de los seres enterrados en
gíaca sino también polémica del empeño narrativo de Mateo Díez. Algo cualquier sitio, un cuerpo siempre es el mismo, el alma también se com-
notorio cuando se considera el papel de Lee Masters como pionero de parte, la muerte nos iguala, la nada nos hace asumir el mismo destino.»
la llamada «rebelión de la aldea» (revoltfrom the village), corriente de in- Fúnebres palabras que sugieren el cono de oratorio o de responsorio
fluencia determinante en la narrativa norteamericana, caracterizada por que, como sus editores indican, adopta a momentos el libro, pero que no
su condena moral del materialismo intrínseco a las condiciones de pro- dan cuenta de su abigarrada polifonía, en la que, al testimonio directo
ducción capitalista, 1a reacción provinciana contra las nuevas formas de de Ismael Cuende, a sus conjeturas y divagaciones, a sus pesquisas y con-
vida urbana, la elegíaca vindicación de la naturaleza y de las culturas ru - versaciones, a las intensas ráfagas de su monólogo interior, se int erca lan
rales como escenario crepuscular de los valores humanos fundamentales , cuentos y consejas, fabulas y viñetas, muchas de ellas humorísti cas, mi -
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EL LIBRO DE LOS MUERTOS LUIS MATEO DÍEZ
nuciosas descripciones de Celama, apuntes costumbristas y hasta diálo- pidario. En este sentido, cabe sugerir que la novela entera constituye el
gos de ultratumba. con ~~e con-
mausoleo en que se aloja el larguísimo listado de no1:1"1bres
Chorrea aquí, con fruición y potencia inesperadas, una impresio- cluye el libro. Nombres que adquieren, en su monotona suces1on, una
nante capacidad creadora, despierta ya en El espíritu del Páramo,donde, cadencia conmovedora e imponente, un prestigio en cierto modo sa-
sin embargo, aparecía aún escueta y contenida. Un escritor en la pleni-
grado. . .
tud de su oficio encuentra de pronto un cauce -la invención de todo Éste es un libro sobre la muerte y la memoria, o, meJor dicho, «la
un territorio- que da rienda suelta a todos sus talentos, con los que ex- memoria que se abre como un abismo cuando la muerte la destapa>>.En
trae lo mejor de sí mismo. Mateo Díez se ha referido a La ruina del cielo algún momento se dice aquí que «lo malo de los mu~rtos ~s la depen-
como a «una novela de llegada>>,escrita con el gozoso sentinúento de li- dencia que les queda de los vivos». Y, por encima de su mcre1ble facundia
bertad que le proporcionaba el haber dado con «un territorio que fuese de cuentista, de su extraña cifra de pesadumbre y mansedad, pero tam-
el espejo de mi propia imaginación y que sostuviese todo lo que yo que- bién de heroísmo y de sabiduría que aquí se alcanza, el mérito mayor de
ría contar». Pero este mismo gozo creador, que dilata todos los logros de Mateo Díez reside en afligir y a la vez consolar al lector con esta respon-
la novela, es responsable también de la grieta por la que se derrocha par- sabilidad abrumadora.
te de su caudal abundantísimo: el desajuste entre la perspectiva del su-
puesto autor de todos estos papeles, Ismael Cuende, y la disipadora om-
nisciencia a la que este mismo autor se supedita. A este respecto, quizá
hubiera convenido mejor a La mina del cieloprolongar la estructura abier-
ta de El espíritudel Páramo,sin el recurso de un hilo argumental -la pes-
quisa que Ismael Cuende emprende de la figura de un médico que lo
precedió en la comarca- demasiado delgado para sujetar la expectativa
del lector.
El eco de Rulfo gravita con toda evidencia en la simbólica alianza
que aquí se establece entre la muerte y el páramo, ese lugar en el que se
«disuelve más impíamente el tiempo histórico». La hegemonía con que,
desde el título mismo, se impone la noción obsesiva de la ruina trae el
recuerdo inevitable de Región. Pero ninguna de estas y otras muchas ve-
cindades literarias contribuye a otra cosa que a delimitar el paisaje sin-
gularísimo de Celama, habitado por una humanidad resignada y proce-
losa cuyo abigarramiento evoca los hormigueros narrativos de Cela.
También aquí se ent,relazan en una memoria común multitud de his-
torias de las que emerge una onomástica extravagante («no hay rareza que
llame la atención en ningún nombre del territorio porque casi todos
resultan particulares»). Pero es que los nombres desempeñan un papel
fundamental en un libro que tiene tanto de censo catastral como de la-
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ANDRÉS IBÁÑEZ
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UNA NOVELA «NEW AGE»
Todo esto podría resultar curioso o atractivo para alguno, y hasta di-
vertido para todos, si no viniera envuelto en una fatigosísima verborrea
pseudoerudita («cháchara de magos», como llega, a decir en algún mo-
mento Marcelo), al lado de la cual la empanada mental de una película
como Matrix -que tantos elementos, por cierto, comparte con este li-
El bosque encantado
bro- parece ligera como un aforismo.
La tontería y la cursilería de tantos diálogos interminables, la emocio-
nalidad decididamente kitsch de la que hacen gal.alos personajes , el den-
Luis Goytisolo, Diario de 3 60º
so aroma a pachulí y a incienso de pacotilla que despiden tantas monser-
Seix Barral, Barcelona, 2000
gas sapienciales, abre a ratos la sospecha de una intención paródica, de una
patraña irreverente. Pero la excitación de esa misma sospecha -alentada
por ocasionales rasgos de autoironía- desfallece aburrida mucho antes
Extremando su desentendimiento de toda convención, con la impasibili-
que la incredulidad que va produciendo un relato ajeno a toda noción de
dad propia de quien confía tanto en sus propósitos como en sus recursos
amenidad o de ritmo, escrito en un estilo lleno de énfasis, repl eto de cur-
para lograrlos, desdiciendo el escepticismo de aquellos que, con trariados
sivas y de mayúsculas, y, como Marcelo mismo, «sudoroso, vagaroso, er rá-
por la lectura de sus tres últimas novelas (esa antojadiza y desconcertante
tico, pero a pesar de todo lírico, floral y sentimental» . Un estilo en el que
«trilogía de la trivialidad>>),dudaban de que volviera a escribir una obra
caben cosas del tipo de «unas piernas tan largas como un cuento de hadas».
importante , Luis Goytisolo acaba de publicar su mejor libro desde Anta-
No queda paciencia para indagar de qué subculturas más o menos
gonía. Un libro arriesgado y singularísimo, como suelen ser todos los su-
alternativas se nutre Ibáñez (que ha residido largos años en Nueva York)
yos, pero esta vez a la altura de una ambición del todo infrecuente.
para sostener su empeño narrativo, una vez descartada, debido a los ba-
Cuesta dar idea de un texto articulado como un diario cuyas entra-
jos vuelos imaginativos de la novela, la posibilidad de hab er sido escrita
das, según el día de la semana, señalan muy distintas direcciones temáti-
ésta durante un viaje de LSD o de peyote.
cas, unas y otras operando -tanto en lo que toca al narrador como a la
«Lo que se comprende no es nunca las palabras, sino una especie de
materia tratada- en muy diverso grado de ficcionalización. Disquisi-
energía que las palabras pueden canalizar», asegura aquí un personaje.
ciones de orden ensayístico , apuntes autobiográficos, viñetas satírico-
Pero él mismo añade a continuación: «O no, ¿viste?».
costumbristas, fragmentos épicos y descriptivos , reflexiones literarias, re-
tazos oníricos, epifanías eróticas ... , todo parece tener cabida dentro de un
discurrir en el que la extrañeza que al comienzo produce la inconexión
de los diferentes rumbos argumentales se anima pronto con la expecta -
tiva de una secreta convergencia de sus objetivos, para resolverse final-
mente en la certidumbre de que tal convergencia no ha de producirse en
el texto mismo, sino en el lector, constituido en punto de fuga de una
perspectiva, por así decirlo, invertida, cuyo ángulo se amplía progresiva -
mente conforme la lectura avanza.
En las entradas correspondientes a los domingos va desarrollándose;
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EL BOSQUE ENCANTADO LUIS GOYTISO LO
bajo el recurrente título de «Cordillera interminable », una delici m , t isolo suspende cautelarmente la distinción entre autor y narr ador, y des-
nouvellesobre la seducción y el autoengaño. Se trata de la única secue11 de la amb igüedad resultante introduc e pasajes autobiográfi cos y tiras en-
cia del libro que se atiene con alguna mansedumbre a unas convencí,, ,:1yísticas donde la visión del mundo circundan te aparece imbr icada con
nes que en otros pasajes explícitamente se cuestionan, o simplementl' ·,, b experie ncia propia, en una frondosa divagació n sobre la natur aleza de la
ignoran. Como fuere, no cabe aquí hablar de un eje propiamente nan .1 creación literaria y, más concretamente, sobre el desarrollo y la actual
tivo, pues la relación que las distintas secuencias del texto mantienen t:111 ·ondición de la novela misma como género.
to entre sí c01no con el conjunto es de tipo radial, por mucho que vay.111 El am paro que les presta su condición en última instanci a nov elesca
reconociéndose paralelismos entre una y otra. no rebaja la petulanci a ni la perentoriedad a menudo embarazo sas con
Las entradas de los lunes inciden en un ámbito de carácter mítico , que se exponen unas consideraciones que no eluden los enfr enta mien-
legendario, donde, entre los ecos de unas remotas guerras civiles, cierim tos polémicos, a veces a propósito de autores de tan sólido prestigio como
parajes ruinosos adquieren una fuerte impronta alegórica. En las entrad .1 Valle:__Inclány García Lorca o, más cerca aún, Javier Marías o Gabriel
de los sábados el escenario es con más frecuencia urbano, y en brevísin 1.1·, García Márquez. Pero la perplejidad o la irritación que pu edan suscitar
viñetas de perturbador humorismo, se apuntan situaciones de una vill este o aquel paso no deberían distraer el seguimiento de lo que , ent re pi-
lencia atroz, en las que, a propósito comúnmente de equívocos o m.1 tos y .flautas (por llamar así tanto a las estridencias como a las llanas arbi-
lentendidos, emergen la tontería y la agresividad que suelen quedar d1 trariedades con que se adereza ocasionalmen te), configura una de las
simuladas en una sociedad donde la vida pare ce una «mezcla de parq11, poéticas más radicales y potentes, más coherentes y pugnaces de la nove-
temático, supermercado y aeropuerto en el que se despide a la gente l) II• la contemporánea.
se va»; una sociedad que «para mantener la propia vigencia necesita m·11 Desde una actitud que asume la << teorí a del conocimiento » que alum-
tralizar toda trascendencia que empañe el valor intrínseco de cuanto 111, braba Antagonía, y que postula la novela como cauce discurs ivo que in-
rodea». vade y se apropia de todos los registros expresiv os de la palabra, el me-
Asombra la maestría de la que en estos pasos hace alarde Goytisol(I, jor modo de describir este Dim·io de 36 0º es dec ir que se desarrolla ante
cuyo implacable registro de la realidad cotidiana se sirve de una efica1 1 el lector co mo una extensa malla de significac iones en cuya trama que-
sima técnica de parodia objetiva ensayada ya en Fábulas. La secuenci.1 da atrapado el sentido. Un sentido hasta cierto punto inducido por el
lidad es aquí del tipo de la que cabe establecer, por ejemplo, entre 111· :mtor pero diferente para cada lector, pues brota de la mutu a fecunda-
grabados de cualquier serie de Goya : los Caprichos,sin ir más lejos. 1 11 ción de la personal experiencia del mundo con la experien cia de la lec-
tanto que la secuencialidad del libro entero se asemejaría más bien a l I tura, convertida al efecto en una caja de sorpresas en la que, como cierto
que resultara -por aprovechar el símil- de interpolar a los Capri "" bosque del qu e el texto da noticia, «si alguien an da buscando algo, allí ha
mismos, los Proverbiosy los Desastres,y aun los tapices, y los retratos, y !,, . de encontrarlo». Aunque otros digan que no, «que lo que allí se encuen -
autorretratos, y los grandes óleos históricos, y las majas, y las pinturas 111
· tra es, precisamente, lo que uno nunca había acertado a buscar ».
gras, derivándose del todo superpuesto una significación distinta a la d,
cada una de las partes por separado.
En cuanto a las entradas correspondientes al resto de los días dt: l.,
semana, ofrecen un abundante cuerpo de reflexión y de pensamie11111
crítico en el que, con atrevimiento y desinhibición sorprendentes, Go y
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JUAN CARLOS CAST ILLÓN
tancias que albergan su existencia residual, lo cual tiene efectos más bien
contrarios .
Para J.R., el protagonista, un perfecto palurdo en materia política,
el fascismo es una confusa parafernalia de violencia y camaradería cuyo
contenido ideológico se reduce a un anticomunismo visceral, y cuya pra-
Adónde van los fascistas
xis se limita a la obsesión por matar comunistas. Que todo ello quede
envuelto por un delirio heroico es algo que cabe poner en cuenta de las
taras particulares del personaje, un acomplejado muchacho obsesionado
Juan Carlos Castillón, La muerte del héroe
por eludir la deprimente mediocridad de su entorno, lo cual, como a tan-
y otrossueñosfascistas
tos jóvenes, le mueve a reconocer en la excitación que le produce la vio-
Debate, Madrid, 2001
lencia la experiencia más intensa de su vida. Un versión camp, en defi-
nitiva , de los actuales skins .
Escrita con notable solvencia, la novela se desarrolla mediante un tre-
El autor de esta novela ha sido lo que se entiende comúmnente por un
pidante torbellino de secuencias interpuestas. Y no se sabe cuál de sus
facha. Fonnó parte de los grupos «ultras » que durante los estertores del
líneas argumentales ofrece más interés : si la reconstrucción del pasado
franquismo actuaron violentamente en Barcelona, hasta perder su im-
español del personaje , o el recuento de su participación en el atentado que
punidad (lo cual no empezaría a ocurrir hasta 1981, después del atentado
organiza un escuadrón paramilitar en una indeterminada república cen-
del Papus). Tras ser arrestado, huyó de España antes de pasar por juicio.
troamericana.
Vivió durante dos años en Centroamérica, donde mantuvo contactos
Por lo que toca a las secuencias que se desarrollan en España, el re-
con diversas facciones armadas de la extrema derecha, sobre todo en El
portaje -lleno de sarcasmo- de los ambientes ultra, así como de sus
Salvador. Se instaló luego en Miami, ciudad en la que regenta desde hace
actuaciones callejeras en la Barcelona de la primera Transición, es muy
ya tiempo una prestigiosa librería. A ella acudió Manuel Vázquez Mon-
convincente, y resulta altamente aleccionadora la perspectiva, desde las
talbán en búsqueda de documentación para su libro ... Y Dios entróen La
filas de la extrema derecha, de ese «momento loco en la historia de Es-
Habana. En este libro se califica a Castillón de «nihilista ilustrado,> y se
paña>>en que la policía no sabía bien si detener o ayudar a los fachas
citan varios pasajes de su primera novela, 1\Jievesobre Miami, un narco-
«cuando cazaban a un rojo ».
thrillerde trasfondo político que en España editará pronto Debate.
Tanto o mayor interés reviste el reportaje de los escuadrones para-
Con los materiales de su propia trayectoria personal, aunque sin pre-
militares que operan en Centroamérica. El ideario fascista se revela aquí
tensión de hacerlo pasar por autobiográfico (por mucho que astutamente
co mo una burda cháchara de rib etes esotéricos que apenas logra cubrir
juegue con la ambigüedad, como se deja ver en las notas que cierran el
con harapos ideológicos los intereses de las plutocracias que financian
libro), Castillón ha trazado en La muerte del héroey otrossueiíosfascistas,su
los grupos armados. Los pistoleros con los que J.R. se codea están, de
segunda novela, el plausible retrato de un facha contemporáneo.
hecho, más cerca de los «sicarios» colombianos o de los mafiosos de toda
Tiene el autor razón al advertir que la suya no es, en absoluto, «una
la vida que de la 'idea que se pueda tener de ningún grupo guerrillero, da
novela fascista», sino, todo lo más -y ni siquiera cabalmente---, «una no-
igual su signo. En cualquier caso, de la novela se desprende una aluci-
vela en la que los personajes son fascistas». En ningún caso cabe recono-
nante y siniestra im agen de Centroam érica convertida en parque temá-
cer en ella una apología del fascismo, sino una descripción de las circuns-
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ADÓNDE VAN LOS FASCISTAS
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LAS BUENAS INFLUENCIAS ANDRÉS BARBA
«Yo soy católico. ¿Tú qué eres?», preguntajohn Turner en uno de s11·, tentación del preciosismo. Es estremecida a ratos por el soplido angéli-
encuentros. «Yo soy la hermana de Katia», le responde quien no acierl.1 co de un texto como El lenguajede lasfuentes de Gustavo Martín Garzo,
a reconocerse de mejor modo. Y esta identidad diferida (este modo d,· pero renuncia a su arrebato y a su temblor. La dedicatoria de la novela
ser sin afirmarse) sirve bien, al igual que su insondable orfandad (pm·, no deja lugar a dud as: son el magisterio y la influencia de Álvaro Pom-
<da hermana de Katia» no tiene padre ni modo de saber quién fuera, .1 bo los que han dejado aquí su dichosa impronta. Y los que dan razón de
nadie de la familia se parece, ni a su madre, ni a su hermana , ni a su abue la naturalidad con que se resuelve un planteamiento repleto de peligros
la, y «cómo andar por el mundo sin saber a quién parecerse»), sirve bien. qu e en buena parte consigue eludir un estilo indirecto que casi se con-
se decía, para explicar la indigencia moral que la caracteriza. Indigencia funde a ratos con la primera persona, dejando sitio a monólogos muy
que admite ser confundida con la inocencia, pero que es más que eso: e, convincentes, en los que Barba -que al parecer ha escrito teatro y que
una suerte de intemperie, una completa ausencia de recursos a la hora maneja muy bien los reg istros coloquiales- demuestra tener un exce-
de construir juicios o valores sobre un mundo que lo mismo produce fr·. lente oído. La protagonista de La hermanade Katia se emparenta así, casi
licidad que dolor, pero que no admite queja ni rechazo en cuanto todo explícitamente, con la María de El metro de platino iridiado,y como ella
sucede en «un estallido continuo de sorpresas agazapadas» sobre las que sugiere una poética del bien.
no es posible imponer otra jerarquía que la de su propio acontecer siu La hermana de Katia, finalista del último Premio Herralde, es el se-
reparo. gundo libro publicado por Andrés Barba (Madrid, 1975), quien ya se ha-
Hay indicios para sospechar que «la hermana de Katia» padece un bía dado a conocer con El huesoque más duele,relato que en 1997 obtuvo
cierto retraso mental, una cortedad que justificaría su inocencia alar- el Premio Ramón J. Sender de narrativa y circuló casi clandestinamen-
mante, su candidez sexual, su infantilismo y su humildad casi inverosí- te. En relación con él, esta novela demuestra un notable y muy promete-
miles, con los que atraviesa inmaculada las situaciones más morbosas. dor crecimiento, que tiene que ver sin duda con lo más importante a la
Pero esa tara , lejos de experimentarse como patología, se revela como hora de perfilarse como escritor: no tanto la elección d.e los modelos,
una especie de santidad. Pertenece La hermana de Katia -y contribuye como el talento para interiorizarlo s.
a destacarlo su naturaleza en cierto modo anacrónica- a la estirpe de
santos laicos que menudean en la literatura moderna ya desde sus orí -
genes. Hay un innato franciscanismo en su talante, una sencillez moral
casi transgresora a la que repelen las torceduras del cristianismo más tar-
dío, encarnado aquí por John Turner en su papel de ángel anunciador.
El texto de la cubierta evoca con razón a la Felicité de Un coeursimple de
Flaubert, pero el personaje de Barba elude los aspectos grotescos de su
propia idiotez y recuerda antes, en su patetismo subversivo, a los de Lars
von Triers.
Como fuere, no hay por qué irse tan lejos. La escritura de Andrés
Barba se revela muy atenta a la tradición y al entorno de los que surge.
Su novela podría emparentarse a momentos con el tremendismo lírico
de un libro como Las bailarinasmuertas, de Antonio Soler, pero sortea la
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ISMAEL GRASA
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XUAN BELLO
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EPIGONÍAS ASTURIANAS
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UN ARTEFACTO SINCERO FRANCISCO CASAVELLA
dirse, dicha ambición, pagada de sí misma, termina por ablandarse y dn parte es que, pese a sus ademanes picarescos , está llamada a constituir
parramarse. Lo cual supone, en el caso de Casavella, insistir una y 011.1 algo así como el estrato mitológico de la novela, sobre el cual habría de
vez, hasta la hartura, en los elementos que caracterizan su narrativa: 111 sustentarse toda su parábola. Algo que no se consigue: el lector se en-
desdoblamientos que obra el desengaño sobre una realidad previamrn tretiene, y ríe, y hasta se conmueve a ratos con la rocambolesca aventu-
te mitificada; los juegos de las apariencias y de las mentiras; la estilizad., ra vivida por los dos niños, pero el mito del Watusi --sobrenombre de
recreación de Barcelona como escenario de resentimientos y camufbji · un legendario matón- se enquista en el relato de Fernando Atienza sin
sociales; la deriva peliculera tanto de la trama como del perfil y los dn contagiar su muy difuso resplandor .
tinos de los personajes; los dejes románticos y preciosistas de una pr0\,1 Fallando esto, ya todo el resto cojea irremisiblemente. Viento y joyas,
capaz si.empre de grandes alardes pero con tendencia creciente a result .11 la segunda y más osada parte de la novela, reconstruye el aupamiento de
resabiada y sentenciosa. Fernando Atienza a los círculos del dinero y del poder político durante
Ya el artificio del que Casavella se sirve para montar su relato resul los turbulentos años de la Transición. Casavella traza una especie de pa-
ta enojosamente forzado. Fernando Atienza, el protagonista de El día d,·/ rodia acerca de cómo se constituye y finalmente disuelve, con gran aco-
Watusi, recibe el encargo de redactar un amplio informe confidencial s<t pio de imposturas y de chanchullos, uno de tantos partidos que emer-
bre los pasos de un oscuro personaje con el que al parecer tuvo relaciú11 gieron en la órbita del Centro Democrático Social. La sátira combina
en el pasado. De este encargo surge, dirigida a un supuestamente anú elementos vodevilescos con inoportunos guiüos de romanaclef,todo ello
nimo Lector - así nombrado en las frecuentes interpelaciones qul· li en el marco de lo que se ofrece como educación sentimental de un des-
hace el narrador-, una especie de prolija al!ltobiografia sentimental qu, pierto y enamoradizo jovenzuelo imbuido de fascinaciones gangsteriles .
traza el recorrido de Atienza desde el «Día del Watusi», en los estertorn El resultado es una de esas burlas que no ofenden a nadie, pues a nadie
del franquismo, hasta comienzos de los noventa, cuando el gran camba le cabe darse por aludido; un cuento ejemplar que nada ejemplariza
lache de las Olimpiadas. como no sea la muy plausible tirria que Casavella guarda haci a la más
El «Día del Watusi» es el 15 de agosto de 1971 , jornada en la qw · que cuestionable empresa de la Transición y el circo de complicidades a
Fernando Atienza - huérfano, de trece aüos, crecido en las hoy desap.1 que dio lugar.
reciclas chabolas de Montjuich- vive, en compafüa de su compañ ·111 En El idioma imposible,tercera y última parte de El día del l+átusi,Fer-
de andanzas, Pepito el Yeyé, una sucesión de acontecimientos de cará1 nando Atienza aparece convertido ya en un héroe del desengaño: un tipo
ter iniciático que marcarán hondamente su vida. Los juegosferoces, pn de esponjosa catadura moral que asume con resignada lucidez un rol mar-
mera parte de El día del Watusí, cuenta con pormenores el desarrollo d, ginal. Desde las calles del barrio chino de Barcelona a los locales noctur-
. esa jornada . Es sin duda la parte más atractiva de la novela, la que mej111 nos de la zona alta de la ciudad, donde ejerce de camello, Atienza pasea su
se adapta a las virtudes de Casavella, por mucho que no alcance a salir.., figura de indol ente fantoche, que contempla con amarga condescenden-
de la estela de sus más cercanos modelos: los modelos de Marsé, de Mm cia cómo se domestican y se envilecen las sucesivas promociones crecidas
doza, de Vázquez Montalbán, de lo que vale entender por cierta novd .1 en el turbio caldo de la Transición, especiahnente revuelto y maloliente,
barcelonesa escrita en castellano y muy sensible a la cartografía social. qué duda cabe, en los aledaños de la fastuosa Barcelona preolímpica .
política y sentimental de una ciudad cuyos ambientes más deprimid ,. Llegada aquí, la novela fluctúa alocadamente de una a otra de sus cada
ya sean obreros o marginales, ofrecen un agudo contraste con su abok11 vez más incompatibles tonalidades: desde el tono entre resentido y zum-
go burgu és y sus veleidades nacionalistas. El problema de esta priml'1.1 bón con que se practica una especie de literatura de ahnanaque -por lla-
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UN ARTEFACTO SINCERO
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MUSEO DE NOSTALGIAS ANTONIO SOLER
Un verano: el último verano de la adolescencia de unos cuantos mu- Algo semejante ocurre con la voz narradora, que se modula desde
chachos en una ciudad de provincias. una perspectiva presuntamente testimonial, autobiográfica, pero que tran-
Un poeta incumplido, un enano saltarín, un hombre (el padre de uno sita imperturbablemente del yo a la omnisciencia, siempre amparándose
de esos muchachos) desaparecido sin dejar rastro: protagonistas o sim- en el arrebatado lirismo que en definitiva impregna todo el relato.
ples comparsas de una abultada troupede personajes estereotipados, más Antonio Soler es experto en combinar el lirismo con registros has-
o menos «entrañables », más o menos portentosos, que entonan a coro la ta cierto punto contrapuestos, muy en particular con una tendencia al
elegía de la inocencia perdida, de los sueños rotos. tremendismo que en esta novela aparece sustituida, en buena medida,
Y esos días cayendo como árboles cansados: palabras bonitas y va- por amables trancas de humorismo costumbrista. Pero lo más frecuente
porosas que con su acusado lirismo excitan la sentimentalidad del lector . es que se le vaya la mano con el preciosismo al que irresistiblemente tien-
Todo esta ahí. de su prosa. Y que así llegue a ocurrir, por ejemplo, que para decir cómo
Con arte primoroso, con técnica a ratos magistral, con un lenguaje los años hubieron de marchitar la belleza de Luli Gigante, la chica más
pulido e irisado, Antonio Soler (Málaga, 1956) ha construido de nuevo guapa del barrio (por cuyo amor compiten Miguelito Dávila, el poeta
una admirable pieza de bisutería narrativa. Sus destellos son reales, y poco que nunca escribió, y el arrogante Rubirosa, el representante de ropa in-
ha de importarle, a quien se complace con ellos, si son vidrios o crista- terior que trata de camelar a Luli), Soler escriba: «Y los pétalos caídos de
les los que }os producen. Pero son vidrios, que conste. Añicos de una es- su juventud adornaron para siempre la alfombra de adoquines viejos y
tampa mil veces repetida de la vida de provincias, de la más tópica ima- asfalto cuarteado de aquel barrio».
ginería de las novelas de iniciación y adolescencia. Añicos de libros ya En 1975 Francisco Umbral obtuvo el Premio Nadal con Las nirifas,que
escritos, de películas ya vistas (uno piensa en un remakede Amarcordro- el propio autor definía como una «novela de la adolescencia y la provincia».
dado por José Luis Garci), ensartados con gruesos hilos de melodrama. Casi tres décadas después Antonio Soler repite fórmula con El Camino de
Sobre la artificiosidad de los materiales empleados ofrece una pista losIngleses,que se mantiene en una parecida banda retórica, sin adelantar un
el hecho de que la novela se desarrolle en una especie de limbo geográ- paso. La comparación entre una y otra novela arrojaría desalentadoras con-
fico e histórico . Leves indicios sugieren que la ciudad de provincias que clusiones, en particular acerca de la sentimentalidad mucho más tipificada
sirve de escenario a la novela, una ciudad costera al sur de Despeñaperros, y convencional, abstraída de su propio tiempo, en la que Soler se regodea.
podría ser Málaga, y que el narrador, cuyo nombre es Antonio, podría El narrador de El Camino de los Inglesesse refiere en un momento
ser un trasunto más o menos retocado del propio autor, quien por su dado al mucho tiempo que tardó la nostalgia en franquearle «las puertas
parte ha declarado que las cosas que cuenta podrían haber ocurrido hace de su pequeño y saqueado museo». Y con eso parece, al cabo, estar cons-
veinte años, es decir, hacia comienzos de los ochenta. Pero lo cierto es truida esta novela: con los expolias a un museo de la nostalgia, con re-
que la novela, .vaciada de todo ancl aje en una realidad concreta, podría cuerdos genéricos e impersonales.
también transcurrir en los años cincuenta o sesenta, y lo mismo en Má- Con eso y con frases relucientes, entre las que menudean los ripios
laga que en Torrevieja, o que en Girona: en un tiempo y un lugar, en moralistas, especialmente en las arrebatadas soflamas que a Miguelito
cualquier caso, en el que los adolescentes no van al cine ni ven la televi- Dávila le suelta la Señorita del Casco Cartaginés, con la que se acuesta
sión, tampoco juegan al fútbol ni mucho menos fuman porros, y se mas- furtivamente. Ripios como el que sigue, que actúa como leitmotiv del
turban pensando en la maciza dependienta de un establecimiento de ul- libro, y que podría servir de eslogan de una compañía aseguradora: «El
tramarinos que pretende parec erse a Lana Turner. mundo ha hecho un largo camino hasta llegar a ti».
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MUSEO DE NOSTALGIAS
Aunque suele pasar que la cosa todavía suba más de colorido y al lec-
tor le entren al final ganas de preguntar lo que Moratalla le pregunta a
Miguelito Dávila cuando a éste se le va la boca:
<9oder, Miguelito, cómo te pones con las poesías. ¿Eso lo has leído
en un libro o te lo has inventado tú?». Zoología moral
Los «animales tristes» a los que hace referencia el título de este libro son
hombres y mujeres para los que la juventud, en la mayor parte de los ca-
sos, empieza a quedar atrás. Habitantes de ciudades como, por ejemplo,
Barcelona (pero lo mismo podría tratarse de Madrid, o de Roma, o de
Bruselas), son -declaraba el propio Puntí- «gente que por la noche
miran la tele durante tres horas y para que su vida tenga sentido critican
Crónicasmarcianas;profesores de instituto, funcionarios, que comp ran en
Ikea y creen que es diseño» .
Tienden a vivir en pareja, pero son tentados por las aventuras sexua-
les, y llam an amor a la dist ancia qu e resta entre los impulsos de segu irlas
y su terror a la soledad. Tanto si se resuelven a saltar esa distancia co mo
si no, padecen los desarreglos sentim entales que la sola conciencia de esa
distancia co nlleva. A esos desarreglos, y a otros de parecida naturalez a,
suelen llamarlo s «insatisfacción». Lo determinante en unos y otros son
las distintas formas que tien en de pactar co n esa insatisfa cción, y las di-
ficultades que par a conseguirlo supone el qu e carezc an de - por así de-
cirlo- <(glándulas morales».
Esto último puede resultar chocante, pero es un modo co mo cua l-
quier otro de sugerir que es su moralidad, precisamente, la que estable -
ce las conexiones má s profundas entre las seis piezas narrativas de este li-
bro. Todas ellas ejercitan, en efecto, una suert e de costumbri smo moral
muy afín, en definitiva, al de algunas de las más vigorosas corrie nt es del
rel ato norte am erican o. Pero no es necesario acudir tan lejos en busca
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ZOOLOGÍA MORAL JORDI PUNTÍ
de parentescos, por mucho que Jordi Puntí (Manlleu, Barcelona, 1967) <<
Perro que se lame las heridas », en el que se hace empleo de la primera
concibiera y escribiera este libro durante una estancia en Nueva York. persona ), el narrador ostenta una condescendiente y eficaz omniscien-
Baste pensar en los «cuentos morales » de Eric Rohmer para hacerse un;i cia, llena de compasión y de ironía distanciadora. En los dos últimos, los
idea bastante aproximada, aunque vaga, de la acepción que se da aquí a trazos son bastante más gruesos, la mirada del narrador es mucho más
ese término, el de moralidad. externa y el tono satírico resulta demasiado subido.
En este registro (un registro en el que incurre asimismo -por w - Los relatos de Jordi Puntí se sitúan en la estela de los de autores como
nirse mucho más cerca todavía- una película como la reciente En la ci11- Quim Monzó y Sergi Pamies, que han acertado a adaptar en lengua ca-
dad, de Cese Gay), Jordi Puntí es un experto, camino de convertirse en talana, y hacer propias (con logros superiores, por cierto, a los de la me-
maestro. Y por mucho que en este libro se haya templado la fascinación dia de sus colegas en lengua castellana), algunas de las mejores cualida-
por el grotesco de la vida cotidiana que despuntaba en Piel de armadillo, des del relato norteamericano. Por este camino, y zafándose del burdo
su primer libro de relatos (1998; Salamandra, 2001), no cabe obviar la humorismo que a menudo achata los alcances de tantos otros narrado-
comicidad latente o claramente manifiesta que se abre paso a través de res que avanzan en parecida dirección, Puntí ha adquirido ya, con sólo
la desdicha esencial que caracteriza a estos Animales tristes.Precisamente dos libros, una merecida notoriedad, que lo hace acreedor de una sólida
en eso se juega la mencionada moralidad de sus distintas historias: en la expectativa. Su literatura no se sale, de momento, de las convenciones
comicidad que se desprende de la tristeza tan vulgar -genérica- y sin de un realismo urbano más o menos crítico, más o menos narcisista, que
embargo tan calamitosa a la que sucumben sus personajes . Costumbris- articula una suerte de sentimentalidad internacional. Los personajes de
mo moral, pues, pero en clave de comedia, como era de esperar. Come- este libro llevan nombres como Mirra, Eric, Leif, lrina , Helmut, y no
dia moral de costumbres, valga añadir. O, por seguir el juego a las inten- vale la pena indagar los motivos de esta bárbara onomástica. En cuanto
ciones del título: comedia humana, tristemente humana . a la previsibilidad de sus afectos, de sus congojas, de sus conductas, vale
Las resonancias balzaquianas de esta última etiqueta vienen bien para decir lo que, en el hermoso relato titulado «No estamos solos», su prota-
sugerir cómo en el libro se rozan o se cruzan los caminos de sus distin- gonista, Helmut, que se dedica a escribir guiones para falsos documenta-
tos personajes, pertenecientes todos a un mismo tejido social, cultural, les de ciencia ficción, se dice a sí mismo cuando observa las fotos de los
sentimental, del que uno por uno, pero sobre todo en conjunto, son re- actores y actrices segundones que la productora le manda .de Estados Uni-
presentativos. A este respecto, en la construcción del libro apunta, pero dos. Helmut piensa en las vidas inventadas que a él le corresponde atri-
sólo apunta, una ambición totalizadora que permanece como conteni- buir a esos rostros, y el narrador exclama: «Tópicos, tópicos, tópicos, pero
da por la escasez a la que el autor decide finalmente atenerse. ¡con qué ductilidad se ajustan a la vida real, todos esos caracteres, con qué
El retablo de treintañeros de clase media que configuran las cuatro sencillez acaban siendo tan creíbles qu e uno podría encontrarse con ellos
primeras piezas del volumen parece buscar un complemento en el díp- en la cola del súper!».
tico que forman entre sí las dos piezas finales. El protagonismo de éstas Y bien: eso mismo son los personajes de este libro: los animales tris-
recae, por un iado, en un matrimonio ya maduro de clase acomodada, y tes que uno se encuentra en la cola del súper.
por el otro, en la sirvienta de la casa y su noviete, un inmigrante perua- O en el espejo.
no. Pero se hace evidente que Puntí domina mucho .mejor el dibujo de
los personajes que pertenecen a su misma franja generacional -y so-
cial. En los cuatro primeros relatos del libro (y con la sola excepción de
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LORENZO SILVA
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EL NOVIO DE LA MUERTE
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UNA NOVELA NECESARIA ISAAC ROSA
de interpelación y de una contundente mala leche (que no confunde la gradísima estructura de «novela en marcha», una variante narrativa de
valentía con la travesura, la inquietud formal con el espíritu juguetón, eso de «catorce versos dicen que es soneto ... », que con impresionante
y que no se embelesa indulgentemente con el kitsch de los sesenta y los solvencia, y entre carcajadas temibles, dibuja en este caso, como sin pre-
setenta), Isaac Rosa ha escrito, para su generación y para las que vienen, tenderlo, el destino trágico de un oscuro profesor universitario implica-
pero también para sus mayores, la primera gran novela sobre el fran- do en los graves disturbios estudiantiles que conmovieron el régimen de
quismo debida a un autor que no lo padeció directamente. Ha escrito, Franco en los años sesenta.
además, una novela extraordinaria. Una novela que en sus prim eras pá- Las averiguaciones y las especulaciones en torno a las circunstancias
ginas se plantea explícitamente la exigencia de resultar necesaria . Y lo que habrían conducido a la detención e inmediata expulsión del país de
consigue. Después de haberla leído no cabe ninguna duda: existía la ne- Julio Denis (cal es el nombre del supuesto profesor, idéntico al de un seu-
cesidad de una novela como El vano ayer,y hay que aplaudir su adveni- dónimo empleado en su día por Julio Cortázar), sirven a Isaac Rosa de
miento. pretexto para elevar una durísima requisitoria al franquismo, a la bru-
No se olvide: la denuncia del régimen y de la sociedad franquista dio talidad de su sistema policial, a la corrupción moral que implantó en el
lugar a algunas de las más importantes novelas españolas del último me- país y de la que no deja de ser fruto la «repugnante nostalgia » que en
dio siglo. Con savias del todo nuevas, afincándose muy conscientemente más de una ocasión apunta en los recuentos costumbristas que hoy se
en la perspectiva del presente, El vano ayer asume e impugna la herencia hacen de aquel tiempo.
de la que se nutre, y se alinea en la poderosa corriente crítica que, dila- Las dos citas que presiden el libro declaran muy abiertamente su
tando los horizontes del propio género, dio pie a algunas decisivas no- rumbo. La primera procede de La memoria insumisa, de Nicolás Sarto-
velas de autores como Luis Martín-Santos, Juan y Luis Goytisolo, Mi- rius y Javier Alfaya: «Leyendo a determinados escritores, oyendo a ciertos
guel Espinosa,Juan Marsé o Manuel Vázquez Montalbán. Lo menos que políticos y visionando algunas películas, se diría que militar en el anti-
cabe decir de El vano ayer es que, sin desmerecerlo, entronca por dere- franquismo fue hasta divertido, >.La segunda son don versos de Antonio
cho propio con este linaje, sin que de ningún modo pueda tachársela de Machado que inspiran a Isaac Rosa el título de su novela: «El vano ayer
novela epigonal, más bien todo lo contrario. engendrará un mañana / vacío y ¡por ventura! pasajero ».
Entre los alicientes principales de El vano ayerse cuenta una severí- Isaac Rosa ha publicado con anterioridad una pieza dramática, Adiós
sima contestación de los moldes narrativos que no sólo a través de la li- muchachos(Premio Caja España de Teatro Breve 1997), la novela Lama-
teratura, sino también del cine e incluso la televisión, han contribuido a lamemoria (Del Oeste Ediciones, 2000) y varios relatos desperdigados
conforma,r, a menudo con poses supuestamente comprometidas, «una en distintos libros colectivos . Es coautor, además, del ensayo Kosovo, la
memoria que es fetiche antes que uso ; una memoria de tarareo antes que coartadahumanitaria (Ediciones Vasa, 2001), un lúcido y premonitorio
de conocimiento; una memoria de anécdotas antes que de hechos, pa- balance de las mentiras y las manipulaciones con que fue amparada la in-
labras, responsabilidades: en definitiva, una memoria más sentimental tervención internacional en aquella guerra. Con ocasión de la publica-
que ideológica ». óón de El vano ayer,Rosa redactó para la prensa un breve texto que no
Toda la novela se construye en contra de esa Ínemoria hegemónica, tiene desperdicio, donde se plantea las condiciones en qu e le cabe a un
y en la medida en que es así se cuestiona e indaga -desde «el hartazgo menor de treinta años escribir acerca del franquismo. El texto plantea
ante cierta escritura de plantilla »- su propia viabilidad en cuanto nove- cómo «a la carencia de recuerdos se une la insatisfacción acerca de la ofer-
la, en cuanto relato, en cuanto artefacto retórico, dando lugar a una lo- ta de recuerdos disponibles». Y concluye:
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UNA NOVELA NECESARIA
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UNA ELEGÍA PASTORAL BERNARDO ATXAGA
injerencia de una violencia histórica en cuya espiral queda atrapado Da- de la lucha, qué poca esperanza había para el mundo de los "campesinos
vid, el protagonista del relato. felices"».
Las circunstancias que, hacia finales de los años sesenta, pudieron La progresiva torna de conciencia de este estado de cosas ocupa al
empujar a un sano e ingenuo chavalote vasco a militar en ETA: tal pa- menos dos terceras partes de la novela, en las que de paso se da cuenta mi-
rece el asunto que Atxaga pretende ilustrar, echando mano de la expe- nuciosa - y sonrojante- de las zozobras amorosas de David. El resto
riencia de toda su generación y, eso sí, dejando claro su actual distan- del libro, a fuerza siempre de introducir elipsis temporales toda vez que
ciamiento de la actividad terrorista tal y como se viene desarrollando el relato se enfrenta a una dificultad, da cuenta de la forma casi inevita-
desde el establecimiento de la democracia. ble en que David se incorpora a ETA, organización que, conforme a su
Cuando apenas cuenta trece años de edad, un informe psicológico testimonio, parece limitarse a distribuir panfletos y hacer volar monu-
atribuye la poca sociabilidad de David al «apego» que siente por «el mun- mentos y edificios públicos. Sólo cuando las cosas empiecen a desman-
do rural», y hace constar que «los viejos valores» aparecen en su mente darse tornará David la decisión de emigrar a Estados Unidos, donde a la
«confundidos con los modernos» . Muy tempranamente, David siente la vera de su tío Juan, poseedor de un rancho dedicado a la cría de caba-
llamada poderosa de formas de vida arcaicas, que lo mueven a añorar un llos, cumple su ideal de vida bucólica, al lado de Mari Ann, su mujer
«mundo antiguo» que sobrevive todavía en las cercanías de Obaba . Allá (hija de un veterano brigadista internacional, cómo no), y sus dos hijitas.
frecuenta el caserío familiar de Iruain, en «un pequeño valle verde, bu- Con ellas juega David a enterrar en pequeñas cajas de cerillas palabras
cólico», que parece destinado a acoger a los «campesinos felices» (así los que en la «vieja lengua» de su país van cayendo en desuso.
llama él siempre, citando a Virgilio), junto a los cuales se siente David La beatitud y el maniqueísmo de sus planteamientos hace inservible
más a gusto que entre sus compañeros de colegio. El hijo del acordeonistacorno tesürnonio de la realidad vasca. A este res-
El conflicto empieza cuando, siendo todavía adolescente, David des- pecto, la novela sólo vale como documento acrítico de la inopia y de la
cubre poco a poco el oscuro pasado de su padre, acordeonista de profe- bobería -de la atrofia moral, en definitiva- que no han dejado de con-
sión, que colabora con las autoridades franquistas y que estuvo impli- sentir y de amparar, hoy lo mismo que ayer, de forma más o menos me-
cado, al parecer, en los fusilamientos que tuvieron lugar en Obaba tras lindrosa, el desarrollo del terrorismo vasco, reducido aquí a un conflicto
la entrada en el pueblo de los facciosos, a los pocos meses de estallar la de lobos y pastores, un problema de ecología lingüística y sentimental, al
Guerra Civil. Pese a su completa ignorancia de lo ocurrido, David se margen de toda consideración ideológica.
siente «enfermo sólo de pensar que puedo ser hijo de un hombre que Existe un huidizo concepto, el de la «razón narrativa,>, que por su
tiene sus manos manchadas de sangre». parte ampara las sinrazones que puedan caber en un relato . Pero es esta
A partir de entonces, el mundo de David queda ensombrecido por razón narrativa la que empieza por fallar completamente en El hijo del
la maldad impenitente de los fascistas y sus secuaces. Ellos son el origen acordeonista,novela que incumple las núnimas reglas del decoro literario .
de todos los males, pues no sólo son ladrones y asesinos, no sólo son es- El texto se ofrece como un desordenado «memorial» escrito por David
pañolistas y están moralmente corruptos, sino que, para colmo, son los pero reescrito póstumamente por su amigo Joseba, antiguo camarada en
que, a fin de hacer prosperar sus turbios negocios, y siempre «llevados la lucha y en la actualidad conocido escritor vasco. Un artificio trampo-
por su odio a las gentes del País Vasco», hacen traer a Obaba las grúas y so que, con sus chispas metaliterarias -y metaficcionales, dado que se
los camiones que con sus ruedas aplastan las «palabras antiguas>>,hun- insinúan aquí y allá claves autobiográficas-, no consigue amenizar la
diéndolas en el barro «como copos de nieve», dejando ver «lo desigual deriva tan previsible de un libro construido con una sentimentalidad ju-
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UNA ELEGÍA PASTORAL
rásica, que en sus mejores páginas trae, bien que a su modo, el recuerdo
de las novelas de José Luis Martín Vigil. Todo servido en una prosa de
seminarista, de una cursilería casi conmovedora, llena de ridículos arro-
bamientos («Los osos: tan inofensivos, tan inocentes, tan hermosos») y
capaz de refutar en términos como los siguientes las maledicencias que
cor.ren en torno a don Pedro, un indiano ricachón -pero republica-
no- de quien se cuenta que labró su fortuna a costa de su hermano: «De-
talles policiales aparte, los dos hermanos se querían mucho: porque eran CALAS
Abe! y Abe!, y no, de ninguna manera, Caín y Abe!. Desgraciadamen-
te , como bien dice la Biblia, la calumnia es golosina para los oídos ... ».
Y sigue.
Para nimbar el marco pastoral de la novela con favorecedoras luces
crepusculares, resulta que David escribe su memorial sabiéndose víctima
de una grave dolencia que pronto lo arrancará de su particular paraíso
terrenal. Aunque tarde, ha comprendido que «la vida es lo más grande,
quien la pierda lo ha perdido todo » (sic). Pero incluso a la muerte con-
sigue arrancarle David rasgos embellecedores, pues en su cercanía el
amor adquiere, dice, nuevas formas: «formas dulces, casi ideales, ajenas
a los conflictos y a los roces de la vida cotidiana». Como las del camino
de salvación que postula esta novela .
El suplicio de las moscas
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CALAS EL SUPLICIO DE LAS MOSCAS
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CALAS
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CALAS LOS CA N ÍBALE S LOS PREFIEREN JÓ VENES
mente, a administrar su propia juventud, refugiándose en el cada W.'I den. La realidad, sin embargo, es que la época actual, más que ninguna
más vasto territorio que la literatura comparte con la sociología. otra, carece de resort es y alicientes que an im en esa actitud transgresora.
Entre los factores que determinan el desairado papel del cótico es l:1 Y que la juventud, de la que emergía antes la expectativa principal de esa
dificultad que él mismo encuentra para decidir con seguridad de qué ha- transgresión, es hoy objeto de una adulación anestesiante .
bla cuando habla de literatura. Pero dejándolo a solas con su desamparo :1 <<Así que me dirij o a la juventud», decía Lou is Arag on en una épo -
este ~especto, hay razones importantes para que concentre su atención en ca (1928) en la que él mismo era un joven talento so y realmente trans-
lo que escriben los jóvenes. Razones que tienen que ver, desde luego, co11 gresor, «pero mirad por favor có mo sopo rtan los jóvenes la rut ina del
la expectativa de novedad que la juventud encarna. Pero también, y sobre mundo. Más caguetas que nunca. Pues han en contrado el truco. Senta-
todo, con una circunstancia inversa: el hecho de que la literatura escrit:i dos tranquilos en medio de las máquinas infe rnal es.»
por los jóvenes «suele ser un buen lugar para descubrir las convenciones Que así sea obedece al hecho de que, más que nun ca, en un tiempo
de un determinado peóodo y para ver sus problemas desde dentro». del que ha desaparecido todo fundamento para la esperanza, se buscan
La observación es de Paul de Man, quien sugiere que se repare en los con ansiedad los indi cios de cualq uier promesa. Pero ya lo advertía Cyril
libros, generalmente precarios o mediocres, que buena parte de los qm· Connolly en un ensayo célebre (titul ado, pr ecisamente, Enemigos de la
luego fueron grandes escritores publicaron en su juventud. «Con fre- promesa, de 1934): «A quien los dioses desean destruir lo llaman pro-
cuencia», concluye, «éstos parecen ser más receptivos que nadie a los ma- metedor ,>.
nierismos y los lugares comunes de su época, especialmente a aquellos Juventud y promesa son términos hoy casi sinónimos, empleados por
que su obra posterior rechazará más enérgicamente.» lo general para engatusar las conciencias con la inminencia de una re-
Uno de los más útiles servicios que un crítico puede hacer al joven novació n qu en defini tiva sólo aciert a a prod ucirse en un plano bio ló-
escritor consiste precisamente en señalar en su obra esos lugares comu- gico y que se traduce simplemente en un recambio de públi cos y de
nes y esos manierismos de los que dificilmente se sustrae un libro pri- clientelas. Y ello ocurre a tal punto que debe cons id erarse seriamente
merizo. Aunque puede ocurrir (de hecho , es lo más corriente) que el en qué medida la juventud se ha convertido en un estamento en el fon-
propio crítico no alcance a discernir esos lugar es comunes y esos ma- do conservador, susceptible hoy más que nunca a las manipulaciones de
nierismos; más aún: que su propio gusto opere con ellos, de tal modo la publicidad y de las propagandas de toda índo le, servidas en forma
que no los reconozca como tales, e incluso los celebre, si es que no los de lemas para camiset as. La sola pos ibili dad de que sea realme nt e así j us-
emp lea como argumento en co ntra del libro que excepcionalmente no tificaría por sí sola el que, abandonando paternalismos y condes cend en-
sucumbe a ellos. También en este caso el escritor joven obtiene del crí- cias, la crítica empleara con ella una atención, una dedicación y una seve-
tico un servicio, por cuanto le ayuda a percibir cuáles son las conve n- ridad que, absurdamente, todavía ho y se juzgan impropia s, sin entender
ciones imperantes y cuáles los problemas que h abrá de resolver para su- que sólo así puede fomentarse una reacción favorable.
perarlas. Las palabras de Paul de Man traíd as más arriba corresponden a un
Para ejercer su oficio, el crítico apela a la tradición y se sirve del len- interesante artícu lo publicado en 1955 bajo el signific ativo título «La
guaje de su época, los dos elementos co n lo s que el escritor de raza man- generación de la interioridad » (en Escritos críticos,Visor). Este artículo
tiene una relación polémica . El problema mayor de la crítica es vencer la cont iene un diagnóstico sobre la literatura h echa por los jó venes que se
dificultad que entraña su propio sentido de la tradición y del leng uaje a corresponde punto por punto con el que hoy mismo cabría hacer, acaso
la hora de recono cer la singularidad de aquellas formas que los transgr e- con énfasis todavía más justificado, pues el hecho de que la situ ación
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CALAS
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CALAS TROYA FESTEJADA
tar la conciencia del país y apoderarse de ella para sus propios fines y que nir que el rasgo definitivo de su hipotética fisonomía ro constituyen las
-lo hemos venido a comprobar palmariamente en d siglo XX- el pue- nuevas actitudes del escritor con respecto a la empresa del Estado. Algo
blo tiene que aceptar sin rechistar, inconsciente de la operación que se cuya trascend encia, ya de por sí grande, será tanto mayor en cuanto se
va a operar en su propia conciencia>>. acepte que con ello se rompe al fm una tendencia que, como sugiere Be-
Incluso a qurenes sorprenda o incluso irrite una lectura tan atrevida net, se prolonga durante cuatro siglos. Y en cuanto se considere además
como la que hace Benet de un tan complejo proceso histórico, habrán -pero de ello cabrá ocuparse más adelante-- que se trata bien de un
de transigir, al menos parcialmente, con la conclusión que él saca sobre fenómeno coyuntural, bien de una redefinición más en profundidad de
lo que vino a ocurrir en el plano de la actividad artística e intelectual. las relaciones que mantienen entre sí uno y otro.
Y fue que << el sentido crítico del país, su aversión al arte pompiery su ansia Como sea, y por ceñirse a las palabras de Benet, lo que puede ase~
de supervivencia y preservación de las virtudes nacionales vinieron a gurarse es que se ha diluido, por parte del escritor, la «generalizada in-
aunarse en secreto contra un disfraz que no le convenía y contra el que compatibilidad» para con <<unEstado cuyas empresas nunca llegó a ver
era preciso, por un procedimiento metafórico, irónico y simulado, mon- del todo claras». Y, junto a ello, esa <<posturade disentimiento» que lo
tar un unánime proceso de burla y desenmascaramiento. Como objeto invitaba a vivir en un permanente estado de «sorna clandestina>>.En su
de burla podía servir cualquier cosa -salvo el propio Estado defendido lugar, a raíz primero del advenimiento de la democracia y luego de la
por la censura- que a través de una conducta impersonal, autoritaria, llegada al poder del Partido Socialista, ha habido oportunidad de ver
ridícula, inoportuna e impertinente se emparentara con la representación cómo los ideales de cambio, de liberalización, de cosmopolitismo asu-
física de la máquina estatal». midos por el Estado en el plano de la acción política han sido también
A partir de ese momento, y sin menoscabo de la amplia gama de ma- asumidos por buena parte de los escritores activos en el plano de la crea-
tices en las formas con que, durante el transcurso del tiempo, se asume ción intelectual y estética.
dicha actitud, el artista y el intelectual español definen su opción estéti- En un segundo orden queda la cuestión de elucidar si, a la par de esta
ca en relación antagónica respecto del Estado. Y así ocurre desde Cer- coincidencia de objetivos y de intereses, ha tenido lugar, ya sea por par-
vantes hasta Juan Goytisolo, salvadas todas las distancias -la más corta, la te del aparato del Estado, ya por la de un bien nutrido censo de oficiantes
cronológica- que median entre uno y otro, y salvado el hecho de que, de la cultura, la iniciativa de un festivo conchabamiento encaminado, si
durante este dilatado período, la posición de los antagonistas se invirtie- por parte del primero, al alistamiento de los intelectuales como garantía
ra, de modo que, a partir del siglo XVIII, la causa de los intelectuales, lejos de credibilidad y airosa rúbrica al proyecto de renovación y desmemo-
de ofrecer resistencia a la vocación aventurera de las clases gobernantes, riada convivencia emprendido con el consenso de fa mayor parte de la
fuese la de intentar forzar la apertura de un Estado encastillado en un población, y si por parte de los segundos, como celebración -mejor que
ideal autárquico, mezquino y castizo. simple man ifestación- de un compromiso que por vez primera los ali-
En los últimos años, sin embargo -y de ahí el interés de recalar en neaba con el bando ganador (ya que no vencedor).
estas ideas de Benet-, la cultura española ha conocido un portentoso Los indicios de cuanto aquí se dice son especialmente patentes por
cambio de signo a este respecto . Y ello a tal punto que, si se admite (como efecto de un agudo contraste entre las nuevas actitudes estéticas alenta-
quedaba sugerido en la anterior entrega de estas notas) que, en el marco das por la inédita conmilitancia del escritor y el Estado, y aquellas otras
de esa misma cultura española, la época de la transición democrática que, ya antes de tener ésta lugar, habían ocasionado una amplia reacción
constituye un período suficientemente caracterizado, habrá que conve- contraria, acaso porque habían conducido a un extremo de saturación
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CA LAS TROYA FESTEJADA
determinados recursos de que se servía la oposición a aquél. Ciertamen- lo popular que Sánch ez Ferlosio observaba en su artículo «La cult ura , ese
te, la inmediata sintonía que se alcanza, en la España del po sfranquismo, invento del gobi erno » (títu lo qu e constitu ye todo un lema de lo que se
entre los fervores políticos y los culturales sólo se explica establecido el viene dic iendo ).
hecho de que, ya varios años antes de la muerte del dictador, se había ini- Acabada esa fiesta, en plena resaca de aque llos años, toca preg untar-
ciado una nueva época en la conciencia política, moral y estética del país. se si, como ya antes se ha apunt ado, el idilio mant eni do entre los escrit o-
En una confer encia dictada el año de gracia de 1975 y dedicada a «la res y el Estado puede darse por termina do, o si simplement e se p enetra
producción literaria en la España actual», Juan Benet describía la época ahora en una suerte de ruti na más o menos co nyugal, en un a situación,
trans currida-y superada- como «una época troyana ». A su juicio, des- por así decirlo , «normali zada». Desde el punto de vista de las letras la
de la Guerra Civil, pero también desde mucho más atrás, «casi todas las cuestión se traslada a una pregunta de fondo: ¿se han operado en el plano
novelas españolas fueron caballos de Troya», es decir, «mixtificacion es» de las actitud es estéticas transformaciones tan definitivas como las que, al
debidas a la promiscuidad de los ideales estéticos, políticos y sociales. De parecer, han tenido lugar en el plano social y po lítico? Sin pecar de opti-
esos caballos de Troya fueron saliendo, una y otra vez, «ejér cito s de ideas» mismo, ¿puede estimarse que hay síntomas certeros de superac ión de esa
destinados a minar los fundamentos de un Estado que se perpetuaba in- «enfermedad colectiva » que, desde cuatro siglos hace, afecta a la cultura
sospechablemente. del país? Y si así ha sido, ¿cuál es el alcanc e de esas transform acio nes, y
Pero Troya no ardió . En todo caso, lo que ardió fue la gran hogu era qué valor tienen, en relació n co n las mismas, los rebrotes de un casticis-
en que se consumieron tantos cab allos de madera . A su luz se celebró la mo que, desde la óptica de Ben et, constituía el estandarte de una actitud
ocupación de la ciudad, qu e no su conquista. Sus nuevos moradores en- estética informada po r el resentimi ento hacia el Estado?
traron por la misma puerta por la qu e salía la comitiva fúnebre de su anti-
guo amo. Llegado el momento, ya nad ie quiso entretenerse en «mat ar a Lateral, n. 0 2, diciembr e de 1994
un difunt o, y menos con la pluma ». Y relegada esa «mi sión funeral», por
fin el escritor español podía dedicarse, «con pleno convencimiento, a la
perf ecc ión del arte literario », y co nven ce rse «de que merec e la pena in-
tentar cultivarlo por sí mismo» (Benet).
¿Ocurrió así? En un nuevo balance de la novela española realizado
en 1980 , el mismo Benet observaba cóm o, desaparecido de hecho «el
fantasma qu e había atormentado de tal manera a la cultura española », se
produjo «un mom ento de alegría, de súbi to renacimi ento, de despreo-
cupación por el p asado y nu evas aspir acio nes, de un regoc ijado des-
precio hacia el catafalco del régim en >> . En aquellos años, concluye Be-
net, «la cultura española tuvo algo de kermesse» . Pero el mismo juicio
cabría extenderlo a prá cticamente toda la década de los ochenta, en que
la tempran a llegada de los socialistas al poder dio pi e a la consag ración
oficial de la cultura como fiesta. Bast e recordar en este punto - una vez
más- las consideraciones sobre el into cable pr estig io de lo festivo y de
300
LOS RASTROS DE UN MESTIZAJE
1. Hacia el año 1992, la narrativa española conoce un reajuste funda- 3. A los treinta y cinco años, es decir, a la mitad del camino de la vida,
mental de sus coordenadas. Toda una serie de circunstancias concurren no es infrecuente que un escritor tope consigo mismo y que en su pro-
para que así sea, pero aquí sólo se va a reparar en una de ellas, muy aza- pia escritura se abra un sendero de indagación personal. Un caso em-
rosa. Tiene que ver con la publicación, en torno a esa fecha y con muy blemático en la narrativa española es el de Juan Goytisolo, quien a los
pocos meses de diferencia, de El jinete polaco( 1991), de Antonio Muñoz treinta y cinco años, precisamente, publicó Señas de identidad. Sin pre-
Malina, y de Corazón tan blanco(1992), de Javier Marías. Dos novelas de- tensión de extremar la comparación, esta obra tiene la virtud de ilus-
terminantes en las trayectorias respectivas de sus autores, escritores de los trar en negativo el sentido y la significación de El jinete polaco. Pues allí
más reconocidos y a la vez más representativos de la narrativa española donde Goytisolo, en un implacable repaso de la propia experiencia per-
de este último cuarto de siglo. Y dos novelas, además, que, aparte las sonal, fundaba una poética de la negación y del extrañamiento que
muy distintas direcciones que señalan, tienen en com.ún una curiosa comprometía su andadura futura, Mu11oz Malina, a la inversa, en un
coincidencia: el hecho de que sus protagonistas sean -en las dos- in- entrafiado recuento del pasado, concluye en una poética de la afirma-
térpretes, traductores simultáneos. Vale la pena extraer de esta coinci- ción y del regreso que, en relación con su obra anterior, se resuelve en
dencia algunas consideraciones que pueden ser de interés. un relajamiento de la impostación narrativa, en un deliberado arrimo
a una voz y una vivienda más presuntamente personales, también en
2. Antonio Muñoz Malina publica Eljinete polacoa finales de 1991, des- una reconducción de sus propios planteamientos literarios por caminos
pués de obtener el Premio Planeta de ese año. La novela supone un giro que conectan en cierto modo con una tradición de la que se distancia-
notable en la trayectoria de este escritor, que cuando la concluye cuenta ba acusadamente en sus novelas anteriores.
treinta y cinco años. Él mismo ha declarado cómo, poco antes de empe-
zar a escribirla, se encontraba, «narrativamente, en un callejón sin salida». 4. Javier Marías no ha escrito sobre la génesis de Corazón tan blanconin-
Acababa de publicar Beltenebros(1989), y guardaba, dice, la sensación de gún texto tan explícito como el de Muñoz Malina sobre El jinete pola-
haber «transitado por unas regiones muy enrarecidas de mi imaginación co, pero desde el conocimiento de sus obras anteriores es fácil deducir
literaria>>.A lo que añade: «En el manejo del thrillerliterario y cinema- que, a diferencia de ésta, aquella novela progresa en una dirección em-
tográfico para alcanzar propósitos que nada tienen que ver con él había prendida por Marías desde tiempo atrás. Esa dirección es, por utilizar una
más peligro de amaneramiento del que yo imaginaba. Había que largar- expresión del propio Marías, la de «una novela no necesariamente casti-
se de allí, a ser posible tan rápido como un personaje de thríllen>. za», que en su momento hizo gala de su desapego a la tradición novelís-
El modo más inmediato de hacerlo consistió en aceptar el encargo tica española y que se propuso, de un modo casi programático, hacer
de un libro sobre la Córdoba de los Omeya. Fue al terminarlo cuando «caso omiso de lo español».
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CALAS LOS RASTROS DE UN MESTIZAJE
«Hacíamos caso omiso del español», puntualiza Marías, «pero sin em- La contrapartida a esta tendencia habría sido, a lo largo de todo ese
bargo escribíamos en español.» Y señala cómo, en su caso particular, se tiempo , «esa especie de voluntad enfática y religiosa de diferencia que so-
le afeaba que su castellano «sonaba a traducción». Un reproche que en lemos apodar casticismo ». Pero el casticismo, al decir de Catelli, habría
aquellos momentos (los años por los que Marías publicó sus primeras perdido en la actualidad todos sus arrestos, y lo que predominaría en su
novelas , es decir, entrados los setenta) podía tener connotaciones meri- lugar sería el mestizaje, rasgo a su parecer tan característico, al cabo, de la
torias. Al fin y al cabo, el mismo Marías sugiere que entre los méritos de literatura española, como lo ha sido tradicionalmente de las latinoame-
su generación se cuenta el de «una nada despreciable labor de normali- ncanas.
zación y puesta al día de la vida literaria española, a la que, por así decir, Según Catelli, durante los años ochenta se habría producido «un fe-
incorporamos a algunos de los autores que ya he mencionado [se refie- nómeno nuevo, inédito en España»: el de «un corte sin precedentes con
re a Faulkner, Conrad, James, Melville, Beckett, Musil] y a muchos otros la tradición». Lo cual sería indicio de que ese mestizaje que ella misma
de cuya existencia, en España, no se tenía casi ni noción mientras en el propone como <<figurade la nueva narrativa» vendría operando en un
resto de Europa eran moneda corriente». sentido horizontal y no vertical: «no busca en el pasado, sino que explo-
Quede para otro lugar la discusión sobre este último aserto, repleto de ra el presente; no confía en la sucesión y en la jerarquía, sino en la simul-
interés para la historia de la literatura española. (De hecho, esa «puesta al taneidad». Y en la vida literaria occidental, añade Catelli, «lo único si-
día» era tarea reservada a la generación anterior, la llamada generación multáneo -hasta el infinito- es la traducción» .
del 50, qué se distrajo de ella a consecuencia de su compromiso -transi- Si los nuevos narradores españoles «han cortado las pistas de su lina-
torio- con el realismo crítico , y que cuando se propuso rectificar fue je,>, ello ha sido posible, según Catelli, por virtud de una indiscriminada
barrida por la onda expansiva del boomlatinoan1ericano, auténtico agente incorporación a su lengua literaria de todo tipo de autores, corrientes y
divulgador de un cosmopolitismo a menudo equívoco y epigonal, cuan- movimientos, más allá de cualquier barrera geográfica o cronológica.
do no de segunda mano). El caso es que el testimonio de Marías docu- «Esto es extraordinario --subraya Catelli-; en el sentido de que no ha-
menta, con varios años de anterioridad, el penetrante análisis que con- bía sucedido jamás . No tiene que ver con el afrancesamiento típico de
dujo a Nora Catelli a concluir qu e la masiva incorporación al horizonte ciertas generaciones españolas, ni con la reacción también típica frente
de referencias de los escritores españoles, a través de las traducciones, de al casticismo. Es una especie de marea que cubre las huellas que dejaron
autores como los que Marías cita, estaba siendo el agente de un cambio otras mareas en las piedras de la tradición y de un solo movimiento las
decisivo en la narrativa española, en la que se habría operado, durante los borra. » De lo que concluye Catelli: «Sucede como si los nuevos narra-
años recién transcurridos, «un corte sin precedentes con la tradición». dores se hubiesen inventado una cartografia en la que todas las rutas sean
posibles, todos los caminos estén expeditos, todos los mares y los ríos
5. Vale la pena resumir aquí los argumentos de Catelli. Sostenía en su sean navegabl es. Y todas las lenguasaccesibles».
artículo que «de todas las grandes literaturas occidentales, la castellana es
la menos autónoma, aunque sea la más aislada»; que «tanto en la narrati- 6. Nora Catelli escribía este artículo para un número especial de la Re-
va como en el ensayo », la literatura espaúola «ha dependido, a lo largo de vista de Occidentededicado a «España a comienzos de los noventa » y pu-
los siglos XIX y XX, de corrientes y autores extranjeros», y que «en nues- blicado en el verano de 1991. Por aquel entonces, su análisis acertaba a
tra época, la tend encia a recurrir a modelos anglosajones, franceses o ale- explicar la multiplicid ad de tendencias que otros críticos del momento
manes no ha hecho más que acentuarse». - la mayoría - se limitaban a hacer constar co n tozuda perplejidad en
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CALAS LOS RASTROS DE UN MESTIZAJE
sus respectivos balances de la situación por la que pasaba la narrativa es- prenden dos actitudes en cierta medida opuest as por parte de Muñoz y
pañola. de Marías; actitudes que, con todo y quedar fundamentadas por trayec-
No es preciso demorarse en las consecuencias literarias de ese mes- torias distintas y desde una diferente conciencia generacional, resultan
tizaje al que Catelli se refiere. No es preciso detallar la prosperidad que ambas, en definitiva, expresi vas de la muy peculiar encrucijada en que
durante los años ochenta alcanzan en la narrativa española las plantillas se hallaba la narrativa española por las fechas en que estos dos autores pu-
de género, los parajes exóticos, los tinglados cosmopolitas. No hace falta, blicaron sus respecti vas novelas. Una encrucijada fruto de la presión que
tampoco, insistir en el ascendente que, en unos y otros, cobraron auto- sobre el conjunto de la misma empezaba a ejercer por aquel entonces
res como los mencionados por Marías -Faulkner, Conrad, James, Mel- -c omienzos de los noventa- la fuerza de gravedad de una tradición de
ville, Beckett, Musil, pero también Bernhard, Salinger, Céline-, entre la que --salvo contadísimas excepciones- un os y otros llevaban man-
tantos de menor calibre. teniéndose apartados durante las dos décadas anteriores, puesta la vista,
En la línea de lo observado por Catelli, mayor interés tiene señalar como se ha dicho, en modelos y referencias foráneas.
cómo los nuevos narradores españoles prolongaron, y en cierto modo
consolidaron, la actitud que Javier Marías declara como propia de su ge- 8. Sobre este trasfondo cobra una significación especial la coinc iden-
neración cuando dice que «al declinar la herencia natural, nos sentimos cia señalada más arriba a propósito de que los protagonistas respectivos
libres de abrazar cualquier tradición», y especula sobre el aspecto «deli- de El jinete polacoy Corazón tan blancosean traductores simult áneos . Al
rantemente ecléctico, por no decir esquizofrénico», que debían de ofre- filo de 1992, cuando se publican las dos novelas, este dato circuns tan-
cer los escritos primerizos de todo su grupo. cial resulta muy elocuente. Y más todavía si se piensa que en la primera
Un aspecto más o menos semejante ofrecen también los escritos pri- de estas dos novelas tiene lugar, según va dicho, toda una operación de
merizos de casi todos los narradores que debutaron en la década de los replegamiento con relación al corte con la tradición que había caracte-
ochenta, si bien en relación con ellos conviene precisar que ese ((corte rizado la etapa inmediatamente anterior y que había propiciado con-
sin precedentes con la tradición» al que se refería Catelli, se operó sin la ductas narrativas de las que el propio Muño z Molina co nstitu ía u n re-
beligerancia ni la determinación consciente con que actuaron sus pre- presentante emblemático (sobre todo por virtud de El invierno en Lisboa
decesores. y la ya mencionada Beltenehros).
El protagonista de El jinete polaco,Manuel, asegura en un momento
7. Observa Marías como «uno de los hechos más curiosos e insólitos» de dado que «por primera vez en mi vida soy yo quien cuenta y no quien
su generación el de que «no sólo asesinó a los padres, como es obligado escucha, quien cuenta no para inventar o para esconderse a sí mismo [. .. ]
y de buen gusto, sino también a los bisabuelos y a los tatarabuelos ». En sino para explicarme todo lo que hasta ahora tal vez nunca enten dí, lo
cuanto a los abuelos, puntualiza, «sólo los maltrató, en buena medida que oculté tras las voces de los otros. Ahora es mi voz la que escucho».
gracias a la presencia cercana, benéfica, constante y admirable de Vicente Así ocurre despu és de haber descub ierto Manuel que «si hay algo
Aleixandre». que no quiere ser es extranjero», ya que, «por más que quiera uno tiene
Esta escabechina de ancestros contrasta con el comportamiento de un solo idioma y un a sola patria , aunque renie gue de dla, y hasta es po-
M~ñoz Molina. Éste, muy alejado de toda pasión parricida , terminó por sible qu e una sola ciudad y un único paisaje». Este sentimiento lleva im-
convertir a su bisabuelo materno en protagonista de El jinete polaco Y en plícita la solidaria asunción de los propios orígenes, el compromiso res-
objeto de su personal operación de entrañamiento. De lo que se des- ponsable con el pasado. Eso que a M anue l le lleva a decirse que «de algo
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CALAS LOS RASTROS DE UN MESTI ZAJE
ha de servirme haber cumplido treinta y cinco años y llevar en mi con- Volviendo atrás: entre los narradores má s veteranos de la «nueva na-
ciencia y en mi sangre todo el amor y el sufrimiento y el impulso de vi- rrativa>>ya prosperó tempranamente esa inquietud motivada por su pro-
vir que me legaron mis mayores, no estoy solo, ahora lo sé». longado extrañamiento respecto de la tradición que les era propia. En el
En su itinerario esencial, pues, E/jinete polacose edifica sobre la emo- mismo texto de Marías que se viene citando, este autor formula muy
ción de reconocer el propio destino como última pero transitoria fracción explícitamente los términ os de tal inquietud: «Era evidente que aquella
de un destino remoto y colectivo; la emoción de sentir «todos los pasa- actitud "ex tranjerizante a ultranza" no podía durar eternamente. Yo de-
dos y porvenires que fueron necesarios para que ahora yo sea quien soy, seaba que en España fuera posible -y no una extravagancia- escribir
para que los rostros y las edades de los vivos y de los muertos se congre- una novela no necesariamente castiza, pero tampoco tenía parti cular em-
garan ante nú». Esto es, básicamente, lo que El jinete polaconovela, y que peño en cultivar un a novela obligadamente extra territorial. Después de
cu_esta muy poco enlazar con las citas traídas más arriba acerca de su com- la publicación de mi segundo libro (Travesíadel horizonte), de estructura
posición. y estilo más complejos que el primero, vi con claridad qu e si seguía úni-
ca y exclusivamente por ese camino paródico, corría el riesgo de con-
9. Cuando se publica El jinete polaco,el retorno a los orígenes que allí se vertirme en una especie de falso cosmopolita a lo Paul Morand, quien a
postula es una inquietud compartida por muchos de los nue vos narra- decir verdad no se contaba entre m.is modelo s».
dores españoles. Es también una inquietud compartida por los lectores. De hecho, esto es lo que ocurrió con muchos de los narradores es-
Una inqui etud proporcional al efec to a menudo superficial y precario pañoles cuyas obras, trufadas de guiños, citas, co mpli cidades o ep igonías
de ese mestizaje que Nora Catelli, con la vista puesta en lo ocurrido du- más o menos explícitas, aguantaron sólo durante un corto tiempo el
rante la década de los ochenta, designaba como figura de la nueva narra- membrete de cosmopohtismo que sólo superficialmente daba cobertu-
tiva en castellano. ra a sus precipitados ejerc icios de apropiación. Pero mejor seguir con
También aquí, sin embargo, se registran precedentes en las actitudes Marías. Éste observa, a propósito de su tercera novela, El monarcadel tiem-
de los «narradores de la transición », es decir, los que, pese a haber ad- po (1978), que era el primero de sus libros «qu e no transcurría en un país
quirido reli eve durante los ochenta, se estrenaron en la década anterior, ext ranjero, aunque tampoco transcurría en España. En realidad, no trans-
cuando el campo de la narrativa española aparecía todavía dividido en curría en ningún sitio particular, pero esto, en mi caso, era ya una nota-
bandos beligerantes y las posiciones de cada uno no renunciaban a la di- ble aproximación a mi país». Ya la siguiente novela de Marías, El siglo
mensión polémica. Resulta difícil etiquetar a esta promoción, a menudo (1983), tra nscurre en España, por mucho que no se den pistas exp lícitas
motejada como generación de los setenta o de los «novísimos>> (etiqueta al respecto. «El antiguo rechazo, el antiguo pudor no están aún venc idos
esta última propicia a todos los malentendidos y a todas las malicias); y del todo, pero cualquier lector de esa novela sabrá identifi car el país y los
así es por cuanto buena parte de sus miembros, después de reori entar fragn1entos de historia que se intercalan en ella .» Avanzaba así Marías
drásticamente sus planteamientos narrativos, se convirtieron en autores en un proceso de afirmación que, en la medida en que consolidara sus
emblemáticos de los ochenta, asimilados al anchuroso epígrafe de la «nue- logros, haría menos necesaria la pretendida extraterritorialidad, hasta
va nar rativa», bajo el cual cabían, al lado de nombres como los de An- lleg ar, en la accualidad , a Mañana en la batallapiensa en mí, novela que
tonio Muñoz Molin a, Julio Llamazares o Jesús Ferrero, los de Álvaro transcurre casi enteramente, y explícitamente, en Madrid, y que en uno
Pombo, José María Guelbenzu, Juan José Millás, Félix de Azúa, Enri- de sus más celebrados episod ios cuenta como protagonista, bien que co n-
que Vila-Matas y Javier Torneo . venientemente impersonalizado, al mismís imo rey de España .
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CALAS LOS RASTROS DE UN MESTIZAJE
tar, casi fatalmente, una reacción. La segunda, ya antes sugerida: que a esa
10. Todas estas puntualizaciones de Marías sobre los escenarios de sus tarea habían de apuntarse no pocos escritores en los que la mimetiza:ción
novelas no son superficiales ni gratuitas. En el texto en que se encua- de modelos foráneos, adoptados a menudo acrítica y precipit adamente,
dran, responden por extenso a las reacciones de la crítica hacia los pri- dio lugar a planteamientos inconscientes y precarios, en los que Nora
meros libros de Marías, quien glosa del siguiente modo los argumentos Catelli diagnosticaba «efectos paradojales: neocasticismo que no reco-
con que fue recibida su primera novela, Los dominiosdel lobo(1971): «Este noce sus fuentes; neocostumbrismo urbano que, como prescinde .de sol-
nuevo novelista maneja un mundo de referencias que en última instan- teras, beatas y campesinos no admite que sigue utilizando los mismos
cia le es y nos es ajeno; se nutre de experiencias tenidas en la butaca de ritmos, los mismos esquemas de representación, las mismas coordenadas
un cine o leyendo en un sillón; posiblemente aún sea demasiado joven espaciales que los ruralistas; neomelodramas en los que hombres deses-
para disponer de un material verdaderamente suyo, personal, surgido de perados se redimen y mujeres desconcertadas se encuentran a sí mismas».
sus vivencias y su observación de la realidad; esperemos que llegue el día Como fuere, la cuestión es que en todos los casos el «corte sin prece-
en que sea capaz de hablarnos de nuestros problemas, de nuestra socie- dentes con la tradición» ha terminado por resolverse de un modo menos
dad, de nuestra historia o nuestro presente; en suma, de Espaii.a». traumático de lo que parecía a comienzos de los noventa . Muchos, como
El caso es que, desplazados casi dos décadas más adelante, estos ar- ilustra El jinete polaco,acabaron por reconocer en esa tradición negada su
gumentos podrían valer para buena parte de la narrativa española de los propia voz, regr esando a ella como hijos pródigos. En tanto que otros,
años ochenta, y podrían estar suscritos por buena parte tanto de los ac- como ocurre con el protagonista de Corazón tan blanco,fueron alcanza-
tuales críticos españoles como de los propios escritores y hasta de un pú- dos casi fatalmente por sus ecos, agazapados en los pliegues mismos de
blico lector fatigado ya, a estas alturas, de tanto y tanto excursionismo. la lengua en la que, en definitiva, se expresaban.
Recuérdense de nuevo, ahora, las palabras de Muñoz Molina acerca
de Beltenebrosy de su sensación, tras haberlas concluido, de haber tran- 1 l. El narrador y protagonista de Corazón tan blancoes <<unhombre que
sitado por «regiones muy enrarecidas>>de su imaginación literaria. Re - pr efiere no saber>>,pero que por deformación profesional no puede re-
cuérdese esa impresión suya de que «en el manejo del thrillerliterario sistirse a prestar oído a cuantas palabras escucha. Son esas «traducibles pa-
y cinematográfico .. . había más peligro de amaneramiento del que yo labras sin dueño, que se repiten de voz en voz y de lengua en lengua y
imaginaba>>.Recuérdese, en fin, su rotunda determinación : «Había que de siglo en siglo», las que le imponen el conocimiento de su pasado. Muy
largarse de allí, a ser posible tan rápido como un personaje de thriller». distinto es el caso de Manuel, el protagonista de El jinete polaco, quien,
Y asóciense estas palabras con esas otras, ya citadas también, que se dice como se ha visto, después de sumergirse apasionadamente en su pasado,
Manuel, el protagonista de El jin ete polaco,acerca de que «si hay algo que siente que «por primera vez en mi vida soy yo quien cuenta y no quien
no quiere ser es extranjero», ya que, «por más que quiera uno tiene un escucha», y concluye: «Ahora es mi voz la que escucho».
solo idioma y una sola patria , aunque reniegue de ella, y hasta es posi- Intérpretes los dos de profesión, movidos por su oficio a pasar largas
ble que una sola ciudad y un único paisaje». temporadas fuer a de su país - fuera de España - , los protagonistas de
Por la fecha en que fue publicado El jinete polaco,el sentimiento que estas dos novelas convergen en un mismo conocimiento: el carácter in-
expresan estas palabras era generalizado. Y venía a poten ciar dos sospe- soslayable de la herencia . Es importante , sin embargo, calibrar de qué
chas. La primera : que la «normalización y puesta al día de la vida literaria modo tan distinto acceden a la misma, y con qué actitud lo hacen, para
española» se produjo al precio de un desarr aigo que había de compor- sacar las debidas conclusiones acerca del alcance real de esa «normaliza-
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LOS RASTROS DE UN MESTIZAJE
CALAS
ción y puesta al día» que Javier Marías invocaba como tarea y logro de «nueva biblioteca» por cuya constitución, al decir de Nora Catelli, se
propició, en años pasados, un mestizaje «fibresco, anacrónico, a veces in-
su promoción. Y es que a menudo tienta sospechar que, por parte de no
quiet ante », ¿no es, cada vez más, la versión local de un canon multina-
pocos narradores de los ochenta, todo se resolvió en una operación de
cional, establecido conforme a los criterios de lo políticamente y cultu-
escaparate, en una tournée cosmopolita de la que se trajeron postales y
souvenírsy algunos prospectos, pero al regreso de la cual todo volvió a su ralmente correcto? Habría que indagar en la biblioteca de los más jóvenes
cauce, es decir, se siguió trabajando conforme a los parámetros más al narradores españoles para dar una respuesta concienzuda a estas pregun-
tas. Pero hay indicios para sospechar que es así.
uso en la narrativa española, el realismo más o menos costumbrista y el
preciosismo más o menos lírico, sin prestar apenas atención a los flecos
Cuadernos Hispanoamericanos,n. º 579, septiembre de 1998
más críticos o marginales de la tradición hegemónica.
Antes que para cuestionar o complicar los v;uores de la tradición pro-
pia, el mestizaje de los ochenta sirvió en no pocos casos para homolo-
garla y legitimarla, haciendo desaparecer los complejos y los prejuicios
que pudiera suscitar, afianzándola en sus virtudes y en sus limitaciones.
O bien prestándole nuevos atavíos. Muy pocos de los nuevos y no tan
nuevos narradores se acercaron a fa tradición desde una perspectiva am-
pliada, que les permitía reordenar sus valores dentro de un sistema glo-
bal de referencias en los que cobraran otra dimensión. En los mejores
casos -como el de Marías- lo que ocurrió fue, simplemente, que la
propia dinámica de su trabajo hizo emerger un conjunto de ecos, un
mundo de referencias cuyo lastre se aligeraba en proporción a la pro-
fundidad alcanzada en unos planteamientos literarios abstraídos de todo
localismo .
12. Pero acaso la cuestión está mal planteada desde el principio. Hechas
las consideraciones anteriores, cabe preguntarse si el problema no reside
en que se han empleado términos prestigiosos para designar categorías
subsidiarias. Si cabe plantear la cuestión de la tradi ción sin depurarla ar-
duamente de cuanto en ella se confunde con la simple convención. Y del
mismo modo, si es posible plantear la cuestión dd mestizaje sin depu-
rarla antes de cuanto, en el fondo, hay en ello de simple colonización
cultural.
En el mismo sentido, la invocación de cosmopolitismo que duran-
te tanto tiempo ha servido de amuleto contra las asechanzas del casticis-
mo, ¿no ha derivado en buen a medida en vulgar internacionalismo? Esa
312
EL DERECHO N ARRA T IVO
crita po r autores de tan facil pluma como escaso escrúpulo y dest inada
a los lec tores men os cultos . Podrí a pen sarse que el públi co qu e co mpr a
esas nove las las acepta por falta de exigencias; paradójic amente , sin em-
barg o, es, en cierto sentido, el más exigente de los públicos, el qu e se
El derecho narrativo siente má s vivame nt e defraud ado en sus d erechos de lector ante la in-
fracción de cualquier cláusula contractual qu e forme parte del derecho
narrativo».
Juan García Hortelano lo recordaba, durante una issmpagable entrevis- La consecuencia es bie n sabida: los auto res de fácil pluma se con -
ta que hiciera a Juan Benet . Estaban los dos, con José María Guelbenzu, vierten ellos mism os, por exigenci a d e su púb lico, en apasionados vale-
en el Oliver (un bar de Madrid) , cuando fueron abroncados por un pel- dores de ese << derecho narra tivo». Y en un tie mp o en que la industr ia
ma que terminó apostrofandoles a gritos: «¿Cómo se atreven ustedes a es- cultural (<<O la industrialización de la cultura », como matiza Ferlosio) ha
cribir novelas si no se han planteado el estatuto de la narratividad?». consegu ido diluir todas las categorías, no dudan en afear a novelistas y
La pregunta quedó como un latiguill o humorístico entre los amigos, críticos inconforme s su ten dencia a desdeñ arlo.
incapaces de tomársela en serio. Y aquel tipo se qued aría co n la palabra E n las polémi cas a que ello da lugar, siemp re salen a colac ión los mi-
en la boca, atónito o indignado frente a semejante irresponsabilidad. Uno llares de ejempl ares vendidos, co m o si fueran el resultado de un plebis-
puede imaginárselo como eso mismo: el típico «sabio pelma» (así lo ca- cito destinado a confe r ir leg itimid ad. Al fin y al cabo, los lectores pare-
ract eriz a Hortelano) agraciado con el don de la inoportunidad. Pero si cen ponerse de parte del novelista que mejor respeta sus derecho s. Y sólo
él se quedó con la palabra en la boc a no ocurre lo mismo co n tantos la obcecac ión o la envidia pu eden justificar la resistenc ia de unos po cos
otros, seguramente menos sabios, que de entonces a esta parte, con el a dar po r bueno el más de mocrático criterio a la hor a de decidir quién
pensamiento puesto en cosa muy distinta pero con idéntico furor, no tiene de recho, a su vez, a co nsidera rse buen escritor .
han dejado de invocar lo que hace ya mucho R afael Sánchez Ferlosio Así las cosas, no result a en absoluto extraño el espectáculo de Tom
designó como <,derecho narrativo ». Wolfe descalificando por televisión a John Upd ike y Norm an Mailer,
Llamab a así Ferlosio «a todo un cuerpo de convenciones -tácitas, detractores de su última novela. O -salva das las distanc ias, si ello fuera
pero especificables- que a lo largo del tiempo se ha venido fijando sobre posible- el de Arturo Pérez-Reverte emprendiéndola, allí donde pue-
la narración, hasta alcanzar casi el rigor de obligatorias cláusulas con- de, cont ra la taimad a estirpe de los benetianos -si es qu e tal cosa exis-
tractuales en el co ntrato de compraventa entre el autor y los lector es». te- , toda vez que en España result a inimagina ble la posibilidad de ver
Dichas cláusulas , «incoadas de modo perceptible a partir de los libro s de a un escritor de m érito entran do a saco, como hacen Mail er y Updi ke, en
caballería y, en general, desarrolladas sobre todo en la novela popul ar>>, la obra de un co lega, al menos mi entras está vivo. Lo más qu e se ve aquí
habrían sido, al decir de Ferlosio, «la mayor catástrofe qu e podía sufrir la son rutinarios ejercicios de punching ballcon el tentetieso de Cela, o clan-
narr ación », por cuanto inscriben su legalidad en los hecho s sobr e los que destinas cartas de adhesión a los criptolib elos que algún tron ado dedica
ésta discurre, sometiéndolos a su «recrecido e infinit amente repetitivo a Javier Marías.
1mpeno ». Como sea, par ece que la literatur a es, a pesar de tod o, un o de los es-
Importa observar, según hac e Ferlosio, qu e la más estricta observan- casos camp os en que deternú nado tipo de éxito provoca todavía int ran-
cia de dich as cláusulas «se da precis amen te en la novela más barat a, es- quilidad. Una intranquilid ad que brota, acaso, de algo que se apunta en
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CALAS EL DERE C H O NARRATIV O
la observación de Ferlosio : no tanto la intuición de que el público con- Savolta, de Eduardo Mendoza , y Belver Yin, de Jesús Ferrero- y dos
quistado no constituye la instancia definitiva, por lo que toca a la gloria ensayos no menos emblemáticos -La i,ifanciarecuperada, de Fernando
literaria (esa cosa cada vez más difusa que se llama posteridad), como la Savater, y El cuento de nunca acabar,de Carmen Martín Gaite- pueden
bi.en fundada sospecha de que ese público es el más tiránico por lo que servir al lector actual para calibrar el alcance que en aquel momento tuvo
toca al cumplimiento del pacto por el que se ha dejado conquistar, hasta dicha invocación, que miraba a implantar una fibra de la que siempre
. el punto de no perdonar ninguna veleidad . No alude a otra cosa Mai- había adolecido la tradición novelística española .
ler cuando , a propósito de Tom Wolfe, habla de su «doble motivación• >: Se trataba de una operación de sentido muy distinto pero de natura-
la propiamente literaria y la crasam ente comercial, mostrando su escep- leza afín, en definitiva, a la emprendida por Wolfe a finales de los ochen-
ticismo respecto a la posibilidad de compatibilizarlas. Por supuesto que ta, cuando recusó lo que Barbara Probst llama «la novela pseudoliteraria
puede ocurrir que una buena novela se convierta en un éxito de ventas; norteamericana >>.Donde uno apelaba a los poderes del periodismo, los
pero más difícil es que una novela llegue a ser buena cuando se escribe otros lo hacían a los de la narración. Si bien esta última quedó ensegui-
eón el pensamiento puesto en el éxito comercial. da encorsetada por el cuerpo de convenciones sobre el que se funda el
El caso es que, compartiendo esta doble motivación, por ahí andan «derecho narrativo», reivindicado como garantía de un nuevo pacto que
tantos novelistas de fortuna reivindicando con la boca llena el arte de tuvo por efecto atraer al gran público y normalizar el mercado literario,
contar historias, de inventar argumentos, de urdir intrigas, de crear per- dotándolo de legitimidad.
sonajes, sin pensar ni por asomo en <<elestatuto de la narratividad ,>, qué Entr etanto, también el periodismo, en cuanto discurso hegemónico
tontería, pero , eso sí, invocando a voz en grito el «derecho narrativo, >,y mediante el cual el ciudadano actual adquiere el relato del mundo que
mentando con ello el batiburrillo de tópicos y causalidades que por tal lo rodea, reclama su propio derecho narrativo , y acude a la novela para
. cosa entienden. ejer cerlo . La convención narrativa se alía de este modo con la conven-
Baste pensar en el ruido que hace escasos meses, provocó Eduardo ción de la realidad. El resultado es de todos conocido: un panorama li-
Mendoza al declarar en passant que la novela había muerto . Lo mismo da terario dominado por reporteros de cualquier cosa: del alma, de la his-
que se refiriera en exclusiva a lo que él mismo llamaba la «novela de sofa», toria, de la sociedad, de la juventud, de la feminidad, de la moral, de la
vale decir aquella que se supedita al cuerpo de convenciones establecidas, intimidad, de la aventura. Eso sí: novelistas todos suspicaces que, sin de-
tanto peor si lo hace de una forma inocente. Para la mayoría de quienes jar de competir por los primeros puestos de bs listas de ventas, no cesan
reaccionaron airados ante aquel pronóstico, las palabras de Mendoza de promover los derechos narrativos, es decir, el derecho de dar al pú-
entrañaban un intolerable allanamiento de su «derecho narrativo» . Un blico lo que quiere oír . O lo que es lo mismo: la obligación de repetir
derecho que las novelas del propio Mendoza han venido amparando en siempr e, y una vez más, la misma historia .
los últimos veinticinco años, y que ahora, de pronto, su autor parece dis-
puesto a ignorar. El País, 23 de enero de 1999
Por aquí despunta, sin embargo, uno de los hilos que mejor con-
tribuyen a destrenzar el desarrollo de la novela española durante estos
veinticinco últimos años: el hecho de que su renovación fuera empren-
dida, aun sin pretenderlo muy claramente, bajo la invocación de la di-
chosa narratividad. Dos novelas emblem áticas -La verdad sobreel caso
316
EL TINGLADO DE LOS PREMIOS
entra en la lógica del comercio, y por allí no hay mucho más que afia-
dir. En todo este asunto, los editores son, en definitiva, los únicos que
actúan como cabe esperar de ellos, empresarios al fin y al cabo. Mucho
menos se entiende, puestos a reparar en responsables -y dejando para
El tinglado de los prenúos otro análisis la fraudulenta participación de los escritores mismos - , que
tantas personalidades distinguidas colaboren en el apaño, prestándose
graciosamente a participar en jurados que actúan como señuelos de in-
l. Por veces que se hayan señalado, cuesta hacerse cargo de las caracte- cautos y como falsos marchamos de credibilidad. Y lo que no se entiende
rísticas tan particulares que en España reúne el tinglado de los premios en absoluto (salvo en los casos de complicidad notoria) es que, siendo el
literar:ios. La situación podría ser tachada displicentemente de «pinto- apaño tan evidente , los espacios y las seccion es culturales de los más va-
resca» si no tuviera consecuencias perversas no sólo sobre el «mapa» ge- r.iados medios d e comunicación concedan a los dichosos premios tanta
neral de la literatura en lengua española, sino también, y más gravemente, atención.
sobre sus mecanismos de renovación y de saneamiento. Ya en alguna ocasrón se ha dicho: mientras los medios de comuni-
Se trata de una cuestión ardua, merecedora de un tratamiento por- cación respondan indiscriminadamente al señuelo de las sucesivas con-
menorizado que más temprano que tarde convendría emprender. Para vocatorias, los premios seguirán siendo para las editoriales plataformas
lo que aquí importa, el dato principal lo constituye el hecho de que, a de promoción razonablemente rentables . Poco o nada cuenta aquí el re-
diferencia de lo qu e ocurre en la mayoría de los países civilizados, en Es- chazo de la crítica -si se produce-- ni la reiterada decepción de los lec-
paña son las propias editoriales las que, de año en año, conceden los más tores. Al fin y al cabo, en un panorama literario tan concurrido, la con-
celebrados premios literarios a textos hasta ese momento inéditos, en cesión de un premio es la única vía que la mayoría de editores tiene de
cuya promoción las editoriales mismas tienen un evidente interés. desencadenar los mecanismos de publicidad indirecta -titulares, cróni-
Por decirlo pronto y claro: los más sonados premios que se conce- cas, entrevistas - con que los medios de comunicación reaccionan auto-
den en Espa11aa las novedades literarias del año son premios comercia- máticamente a su celebración, y de obt ener en consecuencia, por parte
les. O sea: premios sobre los que de entrada (pero también, por desgra- de los libreros, un tratamiento preferente en los escaparates y las mesas de
cia, de salida) recae la sospecha de quedar expuestos a manipulaciones novedades.
destinadas a arrancarles una rentabilidad comercial. Son, pues, primero los jurados, actuando como reclamos, y los me-
Asumido esto, ya nadie se escandaliza por que se añada bien alto lo dios de comunicación luego, actuando como pantalla de difusión, los
siguiente : la mayor parte -y la más significativa- de los premios lite- que con su colaboración incentivan y perpetúan en España el a todas lu-
rarios que en España conceden las editoriales están amañados, concer - ces manipulado tinglado de los premios comerciales y el impacto grave-
tados de antemano ya sea con el autor mismo, ya con su agente. mente desorientador y distorsionador que tienen en la actualidad tanto
Por supuesto que siempre se deja un margen a la revelación y a la sobre el conjunto de la literatura en lengua española como sobre los há-
sorpresa. O a la pura improvisación. Pero no hay que engañarse: ese mar- bitos y criterios de sus lectores, tratados cada vez más como simples con-
gen es cada vez más estrecho . Por lo demás, ya está bien lo de rasgarse sumidores.
las vestiduras con todo esto. Puesto qu e de premios comerciales se tra-
ta, cuanto se señala como manipulación o corruptela (¡tongo!, ¡tongo!)
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CALAS EL TINGLADO DE LOS PREMIOS
miado demasiadas veces como para tener que subrayarlo aquí. Lo que
2. Poner tanto énfasis en los premios comerciales pudier a parecer un importa ahora es atribuir a su iniciativa el bien ganado crédito y la no-
tanto injusto cuando todo el país padece , desde hace ya mucho, una hi- table eficaci;i que, a partir de él, obtuvieron en España los por entonces
pertrofia de todo tipo de certámenes literarios concedidos por toda suer- llan1ados «premios literarios independientes », concebidos inicialmente
te de instituciones : ayuntamientos, diputaciones, consejerías, fundacio- como plataformas de lanzamiento de un tipo de literatura que, por mo-
nes, cadenas hoteleras, compañías ferroviarias , entidades bancarias .. . Pero tivos de todo tipo , escapaba a las per spectivas de la cultura oficial. El fi-
el hecho es que casi ninguno de estos galardones obtiene una notorie- lón que por ahí se abría a los editores fue muy tempranamente percibi-
dad muy considerable, por mucho que sus dotaciones sean a menudo do por un editor avisado co mo José Manuel Lara , que en la estela del
muy sustanciosas y el criterio de los jurados quede menos expuesto a la Nadal creó, en 1952, el Premio Planeta, ya desde entonces empecinado
manipulación. Su escasa notoriedad obedece precisamente (¡y dale!) al en ser el m ejor dotado económicamente. Pero fue la portentosa singla-
escaso reflejo que obtienen en los medios de comunicación, que por otro dura del Pr emio Biblioteca Breve, creado en 1958 por la editorial Seix
lado -dicho sea en su descargo- no darían abasto como se propusie- Barral, lo que definitivamente consagró en España el papel de los pre-
ran dar cuenta de todos. mios literarios impulsados por editoriales como motores de la siempre
Faltos la mayor parte de ellos de un adecuado soporte editorial, las invocada renovación de los paradigmas establecidos, tan necesaria p~ra
obras distinguidas por estos premios institucionales parecen resignadas a una literatura -como la española, pero también la latinoamericana-
una existencia casi clandestina, a menos que -como viene ocurriendo en permanente estado de fundación.
cada vez más- la institución en cuestión haya tenido la iniciativa de Todavía en 1983, tiempos en los que en España se sostenía, muerto
aliarse con una editorial de cierto prestigio. En cualquier caso, los escri- Franco, una razonable expectativa de renovación, a una editorial como
tores mismos son los primeros en no concurrir, por poco que se precien, Anagrama le cabía conjurarla mediante la creación de un premio de narra-
y si pueden evitarlo, a este tipo de certámenes, que, por muy elevada que tiva como el Herralde. Pero ya en esa misma década, y a consecuencia,
sea su dotación, procuran una proyección escasa y vale decir como de sobre todo, de la consolidación a lo largo de ella de un mercado editorial
segunda. Lo cual no deja de estarles bien empleado a los premios en en el que los autores espai'íoles iban adquiriendo un protagonismo cre-
cuestión, pues casi todos han sido concebidos en lerdo mimetismo con ciente, la cosa empezó a degradarse . Poco a poco, y de una forma cada vez
respecto a los premios comerciale s, y contribuyen sordamente, con su más descarada, los otrora «premios literarios independientes, >fueron con-
existencia fantasmal, a la prolongación de la situación creada. virtiéndose en simples instrumentos de captación y promoción de auto-
Una situación, todo sea dicho, que no se creó de la nada . O que más res dentro de un mercado fuertemente competitivo , en el que la vieja le-
bien sí: se creó precisamente de la nada, o de esa imitación de la nada galidad que presidía las relaciones entre autores y editores iba quedando
que era lo que se suele llamar el «páramo» de la cultura española de la in- progresivamente quebrada, entre otras razones, por la intervención cada
mediata posguerra. Fue entonces cuando se fundó, en 1944, el Premio vez más decisiva de los agentes literarios.
Nada!, la madre del cordero, como quien dice, que ganó aquel año,
como es bien sabido, la novela titulada -vaya por dónde- Nada, de 3. Queda todavía por considerar un tipo de premios, mucho menos
Carmen Laforet. numerosos, que se desmarcan del panorama trazado hasta aquí, por
El importante papel que le cupo desempeñar a este premio en la re- cuanto se conceden, sin interés comercial ni publicitario de por medio,
novación de la novela española de la posguerra se ha destacado y enco- a libros ya publicados . Los más caracterizados entre ellos son hasta el
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CALAS EL T INGLADO DE LOS PREMIOS
momento dos que, a diferencia de otros premios institucionales, sí tie- cultural-, ha fomentado el ecum enismo cada vez más rocambolesco y
nen un cierto impa cto sobre el tablero y el escalafón de la literatura es- turulato del Premio Nacional, que ya nadie sabe desde dónde ni en nom-
pañola. Se trata del Premio de la Crítica -sin dotación ninguna y con- bre de q ué sanciona nada.
cedido por la Asociación de Críticos Españoles- y del Premio Na cional Pero si la crític a no cuent a y la cultur a <<o
ficial» no existe (a menos
-que otorg a la Dirección General del Libro, dependiente del Ministe- que se consid ere como tal - y no sería desatina do- la cultu ra de m er-
rio de Cultura . cado); si el hori zonte en func ión del cual actúa n las editoriales lite rari as,
Los dos son premios concedidos, en sus distintas modalidades, al «me- indepen dientes o no, es cada vez menos el de una tradición y un gusto
jor » libro publicado en España durante el afio en cuestión. Se atienen, por artic ulados, ni se organiza en función de ningún proyecto cultural ; si la
lo tanto - salvadas las enormes distancias-, a las características comu- ún ica san ción real a la que aspiran las sucesivas apuestas editoria les es
ne s a los más corrientes y renombrados premios europeos, como pue- la sanció n de un mercado a cuyo rumbo siempre mudable necesaria -
den serlo el Booker Prize en Inglaterra o el Prix Goncourt en Francia . mente se pliegan todas las estrategias; si no se reconoce ninguna instan-
No hay lugar aquí, como se deja ver, para las suspicacias que, con más o cia reguladora ni discriminado ra fuera de la qu e suponen las listas de los
menos fundamento, cabe abr igar con respecto a los premios come rcia- libros más vendidos ; entonces, ¿por qué acepta r la intromi sión de ele-
les. Lo cual no priva a dichos premios de otro género de suspicacias, di- m ento s extraños a los de la lógica estricta de la cadena de producc ión?
rigidas en este caso al descriterio o a las carambo las de toda suerte a que Ésta es la hora en la que , con descréd ito de otras instancias que an-
tan proclives son las actuaciones de unos ju rados constituidos de forma taño se estimaban competen tes para decidirlo más cabalmente, son los es-
bastante inopinada, conforme a presupuestos y reglamentos de los que bien critor es mismos, y los editores mismo s, y hasta los libreros mismos los que,
puede decirse que son, cuando menos, mejorables. sintiéndose plenamente facultados para ello, eligen y declaran cuál es el
Como los premios comerciales, el Premio de la Crítica y el Nacio- mejor libro del año entre los publicados .
nal han sido objeto, a lo largo de su ya larga trayectoria, de todo tipo de Un viejo escrúpulo juríd ico advertía que no se puede ser a la vez j uez
descalificaciones y denigraciones , comenza ndo por las que elevan , con y parte en la causa que se instru ye. Pero se trata de eso mismo : de un vie-
su silenciosa incomparecencia, libros importantes y aun cruciales que no jo escrúpulo. Como Napoleón el día de su coro nación , el mercado edi-
los han obtenido. Pero lo que importa aquí es constatar cómo, a medi- torial arr ebata los laureles de las manos tembleq ueant es de la crítica y de
da que los premios comerciales han ido rebajando sus cuotas de probidad la acade mia y se los ciñe él mismo sobre su cabeza.
y de exigencia, ni el Premio de la Crítica ni el Nacion al, cuyos meca- El Premio de la Crítica y el Premio Nacional tienen hoy sus co rrela-
nismos de funcionamiento son inversos -pues deliberan sobre textos ya tos casi paródicos en el Prenúo Salambó - que otor ga cada año un nu-
publicados y previamente evaluados-, han acertado a cons tituirse en trido y variopinto ramillete de escritores- y el Premio Lara -cuyo ju-
baremos alternativos, capaces de servir de contraste ni tampoco de co n- rado es integrado asinúsmo por un variopinto ramillete de editores. En
trapeso a la actuación de aquéllos. elocuente mimetismo, el premio de los escritores, como el de los críticos,
Ocurre más bien lo contra rio: la inanidad de un a crítica desmantela - es honorífi co y carece de dotación. El de los editores, por su parte, está
da, disminuida e inepta, se refleja en la menguante incidencia del Pre- dotado en forma de cuantiosa partid a ya no para el escritor en cuestió n,
mio de la Crítica y en su escasísima fun ción orientadora. Por otro lado, sino para la publi cidad del libro prenú ado, y para más inri ha sido fomen-
la razonable inhibición por parte de las instituciones públicas , a asumir tado por el editor que creó nada menos que el Premio Planet a, acaso el
ninguna repr esentatividad cultur al -y a no se diga ningún lid erazgo que más ha contribuido a pro mo ver la situación que aquí se ha dib ujado.
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CALAS
EL TINGLADO DE LOS PREMIOS
Lo más portentoso, con todo, es la comunidad básica de criterios en nía de acompañar el lanzamiento de cualquier libro, por insignificante que
la que parecen diluirse las características particulares de unos premios y
sea, de una «sonada>>presentación, una práctica que en España ha adqui-
otros. Aunque todavía es pronto para juzgarlo, de sus trayectorias compa-
rido proporciones monstruosas, deriva en buena medida de la preten-
radas no parece que se desprendan por el momento, ni vayan a despren-
sión por parte de los editores de que cada lanzamiento constituye por sí
derse en el futuro, significativos rasgos diferenciales. Así, por ejemplo, la
mismo un acontecimiento digno de ser reflejado obedientemente por
novela ganadora del último Premio de la Crítica - El mal de Montano,
los medíos de comunicación.
de Enrique Vila-Matas- era finalista tanto del Premio Salambó como del
La personalidad o personalidades de mayor o menor postín que am-
Premio Lará de los editores, y ya había obtenido antes el Premio Herral-
paran la presentación del libro y hacen su público encomio suelen cum-
de. Lo cual invita a preguntarse acerca de la sospechosa redundancia de
plir, bien que a otra escala, la función que en los premios desempeñan
un tinglado, el de los premios literarios, cuya utilidad como herramien-
los jurados asimismo de postín: la de imponer un prejui cio favorable al
tas de orientación y discernimiento parece inversamente proporcional a
su cantidad y a su diversidad . libro. Previamente, los anticipos a menudo delirantes que la enorme
competencia y el buen hacer de los agentes han obligado a pagar, re-
4. Todo esto para ilustrar de qué modo el empuje decisivo que en su fuerzan esa necesidad generalizada de convertir en noticiable , siempre
origen tuvieron en España los premios literarios concedidos por las edi- con el concurso de lo s medios de comunicación, un acto en realidad
toriales proporcionó a éstas un ascendente peculiarísimo sobre los meca- muy rutinario (pues, como es sabido, las novedades editorial es se cuen-
nismos y criterios de consagración de libros y autores, y ello a tal extre- tan por centenares al mes) ; y de hacerlo sustrayéndose en la medida de
mo que, entretanto, lo que en su momento constituyó, como ya se ha lo posible -ahí está el quid de la cuestión- de la mediación siempre
dicho, un instrumento de renovación de una cultura desmantelada y de- sospechosa de la crítica, que se trata por todos los medios de obviar. Sólo
secada, ha devenido todo lo contrario: en instrumento de obstrucción y si la crítica misma corrobora la expectativa creada, se la incorpora al apa-
desecación de todo cauce real de renovación. rato publicitario, que muy legítimamente aspira, sobre todo, a la sanción
En un mercado abarrotado de novedades, los premios literarios in- del público, de las listas de ventas en las que se trata de influir median-
ducen tendenciosamente los más generales criterios de percepción y de te el impacto de lo que - valga insistir en ello- se ofrece a título de
selección en función de los cuales, y a falta de mejores cedazos discri- acontecimiento. Y aquí es donde los premios comerciales han dejado su
minadores y sancionadores, se construye cada vez más exclusivamente, huella indeleble: son los propios editores, con la complicidad de los me-
con el concurso de los medios de comunicación, un mapa literario del dios de comunicación, los que imponen la marca de acontecimiento a
que quedan progresivamente apartadas las propuestas literarias más rigu- un hecho - la publicación de un libro dado- que en puridad sólo me-
rosas, más inconformes, más radical es, o aquellas que simplemente dis- recería ser co nsiderado como tal - es decir, como acontecimiento, o
curren desentendidas del gusto domesticado de un público que carece como noticia más o menos reseñable-- en los casos proporcionalmen-
de mejores medidores de la calidad y de la novedad de aquello que se le te escasos en que se acumulara sobre la obra, la personalidad o la tra-
ofrece para leer. yectoria del autor una amplia expectativa pública, o bien en aq uellos
El éxito de la fórmula ha terminado por pervertir el conjunto ente- otros, más escasos tod avía, en los que el más o menos inesperado éxito
ro del sistema. En la actualidad, los lanzamientos editoriales mimetizan, en de crítica o de público señalara al libro en cuestión como algo digno de
líneas generales, el particular mecanismo de los premios literarios. La ma-
ser desta cado.
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ÍNÚICE DE AUTORES Y LIBROS COMENTADOS ÍNDICE DE AUTORES Y LIBROS COMENTADOS
Hidalgo Bayal, Gonzalo Martín Garzo, Gustavo Sánchez-Ostiz, Miguel Trapiello, Andrés
Camino dejotán, 158-160 El lenguajede lasfuentes, 129-131 Las pirañas, 111-114 El buquefantasma, 98-101
lbá1i.ez,Andrés Martínez de Pisón, Ignacio Un infierno en e/jardín, 167-169 Umbral, Francisco
El mundo en la era de Vtzrick,248-250 El.fin de los buenos riempos, 141-143 Sierra , Germán Las señoritasde Avignon, 161-163
To meo , Javier Manínez , Guillem, 279 La felicidad no da el dinero, 241-243 Vázquez Montalbán , Manuel
de Prompi11a, 138~140
La aJ!.onía Grandes Hirs, 238-239 Silva, Lorenzo
La literaturaen la constntcciónde la ciudad
Laforet, Carmen Mateo Díez , Luis Carta blanca, 276-278
democrática, 218-219
Nada, 153 La ruina del ciclo,244-24 7 Soler, Anton.io
Vila-Matas, Enrique
Landero, Luis Mendoza , Eduardo, 316 Las bailarinasmuertas, 192-194
El mágicoaprendiz, 229-231 Una comedial(eera,188-191 El Camino de los Ingleses,269-272 Hijos sin hijos, 115-117
Larra, Mariano José de, 235-236 Millás, Juan José Tizón, Eloy Zúñiga, Juan Eduardo
Lope, Manuel de "fonto,muerto,basrardoe invisible,173-176 La velocidadde losjardines, 108-110 Floresde plomo, 235-237
Bella en las tinieblas, 195-197 Mir"í.ana,Juan
Loriga, Ray, 179-181 Última sopa de rabo de la tertulia Espaiia,
La peor de todo, 102-104 105-107
Héroes, 135-13 7 Muñoz Malina, Antonio, 289-290, 302-
Toho ya no nos quiere, 232-234 311
Machado, José El jinete polaco, 73-76
A dosmedas, 179-181 Navarro, Justo
Maestre, Pedro La casa delpadre, 152-154
Matando dinosaurioscon tirachinas, 177- Páginasamarillas, 201-204
178 Pérez-Reverte, Arturo , 315
Magrinya , Luis Limpiez a de sangre,205-207
He/inday el monstruo, 164-166 Pamba , Álvaro
Maincr, José-Carlo s Donde /ns mujeres, 182-184
De posguerra, 15 5- 157 Puntí, Jordi
Man , Paul de, 294-296 Animales tristes,273-275
Maña s, José Ángel Ríos, Julián
Historias del Kro11en,144-145 La vida sexual de las palabras,70-72
Marías, Javier, 302-313 Romeo, Félix
Coraz6n tan blanco,90-93 Dib1yosanimados, 179-180
lvla,iana en la batallapiensa en mí, 146- Rosa, Isaac
1+8 El vano ayer, 279-282
Nef!.rae.,paldadel tiempo, 214-217 Sánchez Ferlosio , Rafael, 164-166, 314-
Marsé,Juan 316
El amante bilingiie,62-64 Vendrán más ariosmalos y nos harán más
El embrujode Slwnf!.hai,125-128 ciegos, 132-134
. Martín Gaite, Carmen Sánch ez-Dragó, Fernando
Nubosidad variable,94-97 El camino del corazón, 59-61
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