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Encuentro y coincidencias con


Gabriel Apaza

Escribe: José Luis Ayala. Publicado en el LOS ANDES en 1992

Cuando después de haber estado ausente muchos años del Perú, exactamente cuando volví a
Puno en septiembre de 1975, fue realmente una gran sorpresa conocer a Alberto Cáceres. Se
trata de un poeta y ahora crítico literario, que ha ido conformando su propio universo literario.
Cáceres en verdad me impresionó porque entendí que en ese entonces ya había definido su
vocación literaria.

Ahora, después de varios años de ejercicio literario, entiendo que ha terminado sus estudios de
crítica literaria sobre Churata. Estoy convencido que ha tenido que revisar todo cuanto se ha
publicado en torno a Gamaliel, es por esa razón que habría que propiciar la publicación de su
trabajo, porque se trata de un análisis profundo y sitúa a Churata en un tiempo literario que le
corresponde.

Cuando viajé otra vez a Puno en 1991 conocí a Mílida Castillo, su poesía densa e inteligente,
su capacidad imaginativa y ternura me demostró que había logrado escribir uno de los libros
más valiosos de la poesía peruana. Por razones que dezconozco, Mílida hasta hoy no ha
publicado un libro denso y armónico. Sin embargo, ya tiene un sitio en la literatura peruana, por
lo que habrá que esperar para que se decida y por fin podamos leer su extraordinaria poesía.

Recén ahora en Puno, en este último viaje pude conocer a Alfredo Herrera Flores, poeta mayor
y con una voz propia. He leído sus declaraciones y reportajes, he hablado con él sobre varios
asuntos literarios y ahora sé que se trata de un escritor joven y talentoso, de un poeta que ha
llegado para inaugurar otro tiempo literario. Herrera ya se ha abierto su propio camino y lo que
le espera al fondo de la travesía es él mismo.

Pero una voz inédita, un poeta joven, un hombre aymara en busca de sí mismo es sin duda
alguna Gabriel Apaza, nacido en Huancané en 1969, que radicado en Juliaca realiza una
permanente labor de autoformación y búsqueda infinita. Gabriel Apaza es entonces una
sorpresa cósmica, una clara inteligencia y un futuro escritor con amplios horizontes literarios.

Pese a su juventud, Apaza representa a la última generación de los poetas puneños. Se trata
de un aeda que sin duda hará que su voz se escuche desde la cima. Pero tiene que tener
cuidado porque lamentablemente el ambiente de la bohemia provinciana es asfixiante y poco a
poco aniquila, distorsiona una visión universalista de la realidad y de la literatura.

Recuerdo lo que me dijo en Puno José María Arguedas en 1968, fue más o menos así: “Tiene
usted que salir de Puno y tener instrumentos de análisis. Cuando más viaje y lea se
convencerá que la universalidad de la literatura andina tiene que optar también nuevas técnicas
literarias, tiene que cambiar y de tanto cambiar ser la misma”. Esa es una de las tantas razones
por las que adquirí mi pasaporte y salí de Puno, para cantar y soñar por los caminos del
mundo.

A estos hombres tengo el deber de agregar a Boris Espezúa, al que conocí en un recital en
Lima en 1990, el de Vladimiro Herrera, a quien no conozco personalmente, para decir
finalmente que ahora en Puno hay una nueva generación de poetas de gran calidad literaria.
Todo parece indicar en consecuencia que mi generación, compuesta por Gloria Mendoza y
Omar Aramayo, ha cumplido una tarea histórica de enlace y reapertura.

Así entonces, Gabriel Apaza parece ser la última y novísima voz de la poesía puneña, con él se
cierra el siglo XX y una poesía que empieza con Alejandro Peralta. De allí entonces que quien
haga un estudio sobre la poesía hispanocriollapuneña, tendrá que hacerla de Peralta a Apaza.
Gabriel tiene un nombre bíblico y el apellido Apaza se ha castellanizado, en aimara significa:
nieto. Así, entonces, estamos frente a un poeta cuyo nombre fue también el de un ángel
desterrado, ojalá que sus alas le sirvan para volar más allá del sol y supere la tragedia de Ícaro.

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