Anda di halaman 1dari 3

Prejuicio: por el otro

Judith León

El 21 de diciembre de 2009, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, aprobó con 39 votos a favor
(PRD y PT); 20 en contra (PAN y PVEM) y cinco abstenciones del PRI, el establecimiento de la unión
entre personas del mismo sexo, que incluye su derecho a la adopción con 30 votos a favor (PRD) y 24 en
contra (PRI, PAN y PVEM). Se realizan reformas a seis artículos del Código Civil del D.F.,
particularmente al artículo 146, para que en lugar de "El matrimonio es la unión libre de un hombre y una
mujer", señale que es "La unión libre de dos personas", y al artículo 391, que se refiere a la adopción a
favor de las parejas del mismo sexo. El miércoles 23 de 2009, algunos representantes de las iglesias en
México hicieron señalamientos desproporcionados respecto a la reforma. El cardenal Norberto Rivera
Carrera la definió como “ley mala y perversa”; el arzobispo Athenágoras de la iglesia ortodoxa griega,
condenó las uniones y dijo “es una aberración el que adopten a niños”; el presidente de la Confraternidad
Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas, Arturo Farela, calificó la ley de “sodomista” (lo correcto:
sodomita). Además de ser señalamientos en exceso escandalosos, el quid de todas estas afirmaciones es el
prejuicio.

Los prejuicios son buenos, soltó el joven catedrático. Puede deberse a que se siente más cercano a los
filósofos contemporáneos —llamados también postmodernos—, y en un sentido esto es cierto. Desde
luego, si se toma en el sentido etimológico, es decir, como un juicio previo que facilita el proceso de
comprensión; porque ciertamente no se inicia en blanco en la comprensión de las cosas que acontecen,
cada individuo trae detrás suyo una historia, una cultura… por así decirlo: su mundo. Sin embargo, para el
filósofo moderno Bachelard, los prejuicios limitan los conocimientos, constituyen obstáculos
epistemológicos; puesto que se conoce contra un conocimiento anterior, no se empieza desde cero, pero
hay que romper con lo anterior si se quiere realizar una cabal comprensión.

Cuando al periodista, un viejo amigo, le propuse sostener un diálogo con un catedrático universitario,
respecto a la situación de crisis mundial y su repercusión en el país, tuve el prejuicio de que aceptaría,
dado que es estimulante el intercambio de ideas entre personas reflexivas. Pero por alguna extraña razón o
por la costumbre de su oficio, el periodista indagó en la Internet los datos del catedrático… y canceló la
cita. En un evasivo correo electrónico explicaba que no tendría tiempo, que su agenda estaría libre en al
menos dos meses, que si deseaba esperar le avisara. La causa real sólo la sabe él, lo que puede inferirse de
las excusas es el infranqueable prejuicio que tiene de la condición de creencia religiosa de su presunto
interlocutor a quien discriminó para el diálogo. Fue insuficiente informarle que es un catedrático muy
preparado, que habla seis idiomas incluyendo latín y griego, en fin con un perfil interesante y con apertura
al diálogo. Así que, los prejuicios del septuagenario amigo (sorprendente si se sabe de su amplia
trayectoria como corresponsal mexicano en los EE.UU. y en la guerra en Vietnam) fueron un obstáculo
para dialogar reflexivamente con el otro.

Sí, los prejuicios ayudan, como bien dice el filósofo alemán Gadamer, no es posible pensar a un individuo
que no sea producto de una cultura; pero tampoco es posible ir al encuentro del otro absolutamente
condicionado por tales determinaciones. Entre otras cosas porque se le niega su ser, puesto que se le ha
distinguido a través de un prejuicio, con lo cual el aparecer del otro se vuelve dependiente, y ya no es
genuinamente el otro, sino que es un condicionado-otro. Y en el encuentro pierden ambos: el yo y el otro,
porque como ya sabemos, los dos tienen detrás un contexto que posibilita un condicionamiento; y así, el
yo-y sus prejuicios se acerca al otro-y sus prejuicios y el resultado es un conocimiento parcial en ambas
direcciones. Desde luego, la situación más cómoda es conocer solamente individuos de la comunidad que
comparten los mismos prejuicios. Fragmentos de mundo, de realidad, individuos parciales. Así, tenemos
comunidades indígena, judía, científica, cristiana, católica, evangélica, mormona, homosexual,
heterosexual, intelectual, etcétera; ya no hay más individuos completos solo individuos insulares, seguros
bajo el amparo de su grey, orientados por sus prejuicios con los que se permiten discriminar. No obstante,
el problema surge cuando la necesidad obliga a estar entre otros; cuando el muro levantado, ese gueto
protector y limitante desaparece, entonces la angustia de la cercanía con el otro dispara los instintos: el
miedo, la discordia, la lucha y el sometimiento. Así vivimos.

Por otro lado, la negación del otro se apuntaló con el modelo de sociedad que impulsó la modernidad, que
suponía la hegemonía política, ética y religiosa. Un modelo de sociedad donde priman las clases en
función de la consolidación del estado, pero que olvida al individuo concreto con sus particularidades y
necesidades. El modelo fracasó. El decurso histórico demostró que la colectividad está formada de
pluralidades: individuos diferentes y por lo tanto iguales. Desde luego algunas sociedades contemporáneas
han avanzado en la revisión sobre la cuestión de la pluralidad. Aunque en México es aún lejano un
planteamiento reflexivo y responsable a ese respecto. La paradoja de la mexicanidad: no termina de llegar
a la plenitud de la modernidad y ya tiene que vérselas con la contemporaneidad. Y a pesar de la aplastante
evidencia que apunta a la falta de reconocimiento de la pluralidad, será conveniente concretarse en: la
discusión tan encendida sobre los derechos de establecer un contrato civil que ampare la convivencia entre
mujeres y hombres homosexuales y la posibilidad a la adopción.

Sobre el asunto muchas han sido las voces que han opinado, se han dicho cosas graves como: “los
adoptarán para abusar de ellos”, tener dos “papás o dos mamás les causará problemas psicológicos”, o “la
burla o repudio de sus compañeros de clase y amigos”. Hay que admitir que la reflexión es compleja
porque las relaciones entre hombres y mujeres es de suyo compleja. ¿Pero cuál es la causa para tales
opiniones? La angustia de la cercanía con el otro que es diferente y por tanto igual.

La familia tradicional conformada por una madre, padre e hijos ha sido el modelo hegemónico desde hace
siglos, de manera que habrá que hacerla responsable entre otras cosas: de la permisibilidad de los incestos
ocurridos al amparo de ésta estructura social, de la doble moral ejercida en las relaciones cotidianas, de la
violencia intrafamiliar, de la prostitución infantil, del estrés y la depresión infantil, y el acoso escolar,
etcétera, porque es la familia tradicional la que ha educado a los hombres y mujeres de la sociedad actual.
Aunque, asumiendo la reflexión con responsabilidad, el discurso debería iniciar por la diferencia: la
preferencia sexual. Los derechos de hombres y mujeres son inalienables, no pueden ser conculcados por
ninguna ideología, ni gobierno, ni religión; es derecho de cada hombre y mujer elegir de qué manera
ejercer su sexualidad, así también decidir cómo y cuándo ser padres y madres. Y se espera, como se espera
de las relaciones heterosexuales, que sucedan con responsabilidad, respeto y cuidado para con el otro: que
es la pareja, que es el hijo, que son los otros. Exigir, como no se le exige a la familia tradicional, que sean
responsables en la relación tutor-hijo como condición para ser medianamente aceptados en la comunidad,
afirmar que los homosexuales son potenciales abusadores físicos, sexuales, emocionales o psicológicos y
que serán factor de descomposición social, son aseveraciones insensatas, amparadas en sesgadas
investigaciones psicológicas. Como pluralidad hay que exigir, sí, como regla de convivencia tanto a
hombres como a mujeres, que establezcan relaciones tutor-hijo basadas en la responsabilidad, el respeto y
el cuidado. Y evitar los casos execrables como el del austriaco Josef Fritzl, quien abusó de su hija desde
los once años, a los dieciocho la secuestró y la mantuvo veinticuatro años en el sótano de su casa donde
parió nueve hijos, y para la comunidad era un padre ejemplar de familia.

Los prejuicios que mantienen la negación del otro, no ayudan. En cambio, el diálogo abierto hacia el otro
permitirá el reconocimiento de la diferencia, y posibilitará el establecimiento de relaciones responsables;
responsables en el sentido de que el Yo responda por el Otro y viceversa, así será esta unidad yo-otro la
estructura que posibilite el afianzamiento de la convivencia plural.

Anda mungkin juga menyukai