de que he perdido mis sentidos, estoy consciente, como un ente omnipresente de una vida
extinta. He dejado de ser Lulú, ahora soy energía, vitalidad, capacidad; soy presencia, soy
elegancia del tiempo, soy el deseo, el último pensar que se evapora en un aliento. Ya no soy
yo, ni soy mi madre o mi abuelo, esto sobrepasa nuestras mentes y va más allá de los límites
conocidos.
En este terreno inexplorado, se va a desarrollar un sueño, del que soy partícipe pero no me
pertenece. Y está bien, no me molesta que esté siendo usada, mientras no sea para siempre.
Yo sé que no, por eso no tengo miedo. Nadie esperaba que Dios, o quien quiera que esté
detrás de esto, decidiera romper las reglas de una mortalidad poco flexible y nos arrastrara a
esta situación. De lo que estoy segura es que este quien quiera no impediría mi regreso y si
así fuera, mi abuelo lucharía hasta la sangre para devolverme a la luz si llega a descubrir que
regresamos a él.
Estamos aquí, juntos, más juntos que nunca y no podemos huir aunque quisiéramos. Sólo
queda cumplir el propósito implícito que se nos ha encomendado y que de cierta forma, todos
deseamos que en algún momento se realizara, mas nunca creí viviría para contarlo, al menos
¿Por qué ahora? ¿Por qué no hace ocho años? Ya me cansé de seguir ciclando la pregunta y
pretender que no sé la respuesta. Ella es la respuesta, ella y su mágica atmósfera que nos
encantó a todos. Ella, que en su locura, profesa una religión que se murió un ocho de agosto,
pero que en su corazón sigue más vigente que nunca. Cada latido es una oración hacia una
parece que lo que necesitaba eran otros dos corazones palpitando a su ritmo, para poder atraer
birrete me pesaban porque estaban cargadas de orgullo. Mi sonrisa no cabía dentro del marco
de las fotografías. Lo había logrado aunque innumerables noches me repetí que era
imposible. Las ojeras ya eran bolsas para guardar lágrimas, las frustraciones, las injusticias.
Pero mamá estaba ahí para recolectar todos los sueños que yo creía muertos ; los puso de
nuevo en mis palmas para que le contemplara la cara y pudiera sentir piedad de su inocencia.
Ellos sólo querían vivir a mi lado, hacerme florecer como jamás en mis años, injusticia pura
que los dejara morir por no tener el valor de luchar ante la penumbra.
No fue fácil, pero lo hice. No fue lo que esperaba nadie, ni ellos, ni yo, ni los machitos del
fondo, pero mamá sí. Esa confianza fue el motor de mi espíritu y gracias a ella y a mí, ese
martes la gloria lo hizo resplandecer; por un segundo en la historia del mundo, fui la criatura
más feliz. Una carrera que más bien fue una odisea, me dañó hasta la última base de mi
estabilidad emocional, mas nunca la quebró. Así que mi porvenir sólo necesitaba restaurar
algunos daños para comenzar a construirse y todo el proceso comenzó desde que reconocí
La ceremonia terminó. Entre fotos, abrazos, felicitaciones y regocijo absoluto, estaba ella;
una anciana con ojos de sol, abiertos, buscándome. No me di cuenta hasta que la tuve
plantada frente a mí. Mamá la reconoció de inmediato, “una amiga de tus abuelos” dijo entre
Lita, dijo que era su nombre. Una mujer que traía tatuados los años en las arrugas y que de
alguna forma, las lucía con elegancia, casi como si fueran otra prenda para vestir; traía
perfumado hasta el último pelo y el maquillaje le había robado todo el color a su cabello.
Nos platicó que su sobrino era Gerardo, un compañero de mi generación y que venía con él.
Todo fluía como una conversación normal de una mujer de ochenta años, hasta que de su
bolso, sacó una caja mediana con un moño de regalo y la extendió hacia mí. A partir de ahí,
Mamá también lo sintió. Dio un brinco al ver el obsequio que se pudo haber confundido con
sorpresa, pero ahora sé que sintió lo mismo que yo. “Un pequeño detalle”, dijo sonriendo.
Decir que estaba confundida era poco, no sabía qué decir, me daba vergüenza aceptarlo pero
también . Mamá estaba igual, colorada hasta el hueso, pero ella tiene mejores habilidades
orales que yo, así que salió en mi defensa, rechazando el obsequio con un “Nombre, cóooomo
crees”.
Pero por mucho que le insistimos, ella insistía el doble. Nos ganó la batalla y tuve que
aceptar, aunque la señora era prácticamente más extraña que conocida. Mi voluntad tuvo que
torcer y cedí, agradecimos y continuamos con nuestra celebración. Lita se fue, pero su mirada
de sol no. Se quedó en mi mente durante el resto del día hasta que llegué a casa y, cuando
Cincuenta mil pesos. En efectivo. Los conté una, dos, veinte veces. Cincuenta mil pesos,
regalados a una persona que no conoce. Grité, no quería saber nada de ese dinero, a lo mejor
estaba maldito o poseído o venía del narco. Lo peor pasó por mi mente y cuando mamá se
Nuestras deudas comenzaron a llorar de felicidad porque por fin habían visto una cura a sus
heridas, pero no íbamos a dejarnos tentar tan fácilmente; en este país, es casi imposible
marcó, no necesitó decir ni una palabra para que de Lita saliera una invitación a comer el
Cuando llegamos, hasta el aire nos avisó que ese lugar era mágico. Nos acarició las mejillas y
plantó un cálido beso de bienvenida. Lita no tardó en atender la puerta de aquel majestuoso
recinto, lleno de plantas, pinturas abstractas, alebrijes colgando de las paredes para explotar el
lugar con sus colores. Todo estaba tan vivo y la anciana resaltaba por lo decrépita. Arreglada,
pero a punto de pasar al otro mundo. Es conocido que la muerte presume de su elegancia, por
lo que me hizo asegurar que si tuviera una forma humana, luciría como Lita.
A paso lento, la seguimos. Nos llevó a su sala, donde ya tenía tazas de café listas. La
conversación empezó con tintes casuales, hasta que la bomba salió de mi boca. Le pregunté
directamente sobre el dinero y le expliqué que no era por menospreciar el gesto, pero que
recibir una cantidad de efectivo como esa me hacía sentir incómoda. Lita se carcajeó, a punto
compostura.
Ahora ella era sorprendida, pues según nos dijo, pensaba que su lógica era demasiado obvia.
Entonces, como buena anciana, comenzó a explicarnos más de lo necesario. Empezó con su
marido, un hombre que se había concentrado toda la vida en hacer dinero y que su empresa
fue su verdadera esposa. Nunca fueron marido y mujer, por eso no tuvieron hijos, ni fotos
juntos, ni dolor cuando la muerte los besó. Estaban porque podían no porque querían y el
dinero era lo último que ella deseaba manejar, porque es una herramienta para los vivos y no
para los muertos en vida. Yo tengo mucho por vivir y por hacer ante sus ojos, así que darme
la palabra, así que las riendas cayeron en mis manos nuevamente; De mi voz salió una única
“¿Por qué yo, Lita?” estoy segura que lo dije casi gritando. Sus ojos de sol se abrieron, como
nublaron, en un segundo dejaron de resplandecer para darle paso a los truenos. Comenzó a
llorar, nos asustamos, pero fue cuestión de tiempo para que recobrara la calma y la cordura y
fuera capaz de explicarnos exactamente lo que queríamos saber pero no sabíamos que
queríamos.
la Marimba. Si uno quería salir a pasear por la tarde, había que seguir una regla no escrita:
las niñas caminaban rodeando hacia la derecha y los varones hacia la izquierda para que
Yo tenía quince años cuando lo vi por primera vez, vestido de blanco, con su traje impecable
y un bigote bastante feo. Pude haberlo ignorado, seguir mi camino junto a mis amigas que
iban en busca de una pareja para bailar, pero no contaba con que me encontraría con un par
de ojos de tecolote, tan negros y cautivadores que no podía dejar de ver. No fue amor a
primera vista, esa excusa barata sólo la usan los que se han enamorado, pero no han amado.
No, este amor fue de esos que te brinca el pecho y te quieres arrancar la piel para cubrir al
otro con ella. Este amor, que no me ha abandonado por más que intente quitarlo de encima.
Ya es parte de mi, de mis ojeras y mis sonrisas. Si pienso en él me duele, pero si no lo hago
me muero. No quiero irme de este mundo sin haber venerado a la única esperanza que me
normalista recién salido, sin plaza, de familia humilde y pequeña. Eso a mis papás no les
gustó, ya saben, el cuento de ricos y pobres de nunca acabar. Y antes era bien difícil
rebelarse contra los papás, porque significaba un destino gris y que en la calle te señalaran
o peor aún, te alejaran de cualquier rayo de oportunidad que se pudiera pudiera ofrecer. Te
dejaban marchitarte desde las penumbras y yo no era una flor que estuviera dispuesta a
desprenderse de su vanidad, pero así fue como me condené a una vida construida de
hubieras.
Me mandaron a la capital a casarme y a olvidar a Ricardo. Iba a irme sin decirle adiós ni a
mi sombra, pero de alguna manera él se enteró. Fue a buscarme dos días antes de irme,
estaba tomado y con los ojos hinchados, rojos de furia, igual que los míos. Entre sollozos y
reclamos, había un orgullo macho dañado, preguntándose por qué estaba a punto de
abandonarlo.
Pero no fue así, no del todo. Ese día me fragmenté y todo lo que me hacía mujer se fue con
él; me hubiera gustado haberle dicho que me esperara o que lucharía por él aunque me
costara la identidad, pero el miedo me ganó. Entonces ahí fue donde Ricardo se maldijo a sí
mismo, jurándose que no sólo tendría éxito en la vida, sino tendría también a la mujer más
decidió regresar a Tuxtla a vivir. Lo primero que hice fue buscarlo, pero el que busca
Se los digo bien, todos los que conocían a Julieta la querían, incluida yo. Quería odiarla,
sumergirme en el veneno de mis celos, pero cuando llegué por primera vez a su casa me
recibió con tanta paz y calidez que no pude negarme a enredarme en su cariño, porque vi sus
purezas escondidas, vi a su corazón ser sobornado para dar más de lo que podía dar.
ustedes. Sólo pienso que Julieta merecía algo más, porque ella era más que un ser humano,
tenía las alas amarradas y un día Dios quiso desatarlas. Se fue muy pronto, pero creo que el
Siempre le voy a estar agradecida, por cuidar de Ricardo el tiempo que pudo, por perpetuar
la magia que la rodeaba. Gracias a ella, a ellos, están ustedes vidas mías. Ustedes son el
recuerdo firme de que mi amor no ha muerto; mientras haya una parte de él respirando, esto
muchos años, somos viejas amigas aunque no lo sepamos. Nos queremos porque le tememos
a la soledad, al olvido, a la ausencia de una familia. Venimos del mismo exilio frío y es mi
Quiero, necesito que estén en contacto conmigo. A mi edad los días ya no se suman, mutaron
a una cuenta regresiva. No quiero irme de este mundo sin haberle dicho adiós a cada parte
que cargas de él es impresionante. Tal vez por eso siempre hablaba de ti, para dejar una
huella profunda y fosforescente que yo pudiera encontrar justo ahora. Te pareces tanto a él.
Tus ojitos, tu carita, tus manos. Hasta en la forma que caminas se te nota el apellido.
Quiero ganarme su cariño como una amiga, no como una abuela o madre.
Lita se rompió en llanto, mamá y yo tratamos de nadar entre aquel mar de lágrimas pero nos
terminó hundiendo. Estábamos conmovidas, por nuestros recuerdos, por el abuelo, por el
hombre que fué conmigo y que no fue con la abuela y mamá, por su muerte, por su ausencia
y sus hubieras escondidos en sus años. Pero también nos había conmovido la anciana que
teníamos enfrente; cada palabra la dijo desde un lugar oscuro que no estaba seguro si la
un tono más pacífico nos volvió a insistir, “Juntemos nuestras vidas, por piedad”. Mamá, en
no estaba muy segura de ello, pero no me quedaba otra opción más que seguir la corriente.
sobre el clima y quejas del transporte público. Quise hablar sobre el dinero y mi aún
persistente incomodidad al tenerlo, pero cuando tomé valor para mencionarlo, Lita ya me
Comenzó a hablar de mi abuelo y pienso que se aguantó mucho para hacerlo, pues el resto de
la tarde se consumió en él. Habló sobre sus aventuras, de cuando se veían a escondidas entre
las pochotas de su casa y se elevaban en ellas al cielo, tocando las nubes para saludar a Dios
en las alturas. También cuando mi abuelo le pidió que fuera su novia, le llevó un ramo de
margaritas, como ella. La tomó de las manos y le dio su primer beso. Y con el corazón en la
mano, alumbrado por la luz del amanecer, le dijo que la amaba porque no sabía sentir otra
Litia contaba los recuerdos como si los estuviera viviendo en ese mismo instante. Fue un
contagio y empalago de su nostalgia, mas no fue molestia alguna. Tengo un genuino aprecio
cuando las personas abren su corazón ante mi y deciden compartir una sección vulnerable de
alma cada vez que tengo que “dejar ir” y más cuando se trata de una persona. En el reciente
año, decidí comenzar de cero, vivir con libertad y atándome únicamente a mi misma para no
perderme en el camino, porque acumular heridas y tóxicos ajenos era lo último que
necesitaba para mi bienestar. Los autores de libros de superación personal lo hacen ver
sencillo, pero el equilibrio interior es probablemente el reto más desafiante y doloroso con el
Lo que estaba ocurriendo esa tarde era que mi interior estaba colapsando porque dos
empatía con Lita, con su obsesión disfrazada de amor; soy joven pero los años son lo que
menos cuentan para comprender qué es amar y amar, es soltar, es saber quitarle presión a una
olla a punto de explotar. Como Lita, yo también dejé a un moribundo enamorado porque las
ser capaz de lograr si me muevo hacia adelante. Pero por el otro lado de la moneda, aún
siento el magnetismo del ayer, succionándome, seduciendo mi mente para que ceda y viva
He trabajado doce meses en mí misma y cuando pensé que ya estaba con un pie arriba, la
escalera se derrumbó y me hizo caer en la verdad, que me he mentido por mucho tiempo.
Cayó la noche y nos retiramos. Aún tenía el fajo de billetes en mi poder y presentía que así
iba a ser hasta el final, porque para este punto regresarlo ya me parecía una grosería. Litia nos
abrazó, dijo que su cumpleaños era el siguiente martes y que estaría encantada de tenernos
ahí, a su lado ya que nadie de su familia extendida podría acompañarla y no deseaba cumplir
ochenta y tres años en plena soledad. Ni mamá ni yo aceptamos, pero tampoco negamos
cuestioné si ella sabía previamente algo de lo que la anciana nos dijo a lo que respondió con
un “Ni en mis más locos sueños me lo hubiera imaginado”. Comentó que siempre tuvo la
sospecha que Ricardo estaba por obligación en esa familia de tres y no por convicción, pero
que nunca faltó nada en su casa, bueno, le faltó cariño de parte de su papá, pero ella dice que
todo su afecto lo estaba guardando para mi sin siquiera saberlo. Respecto al dinero,
acordamos no tocarlo a menos que fuera una total emergencia porque de alguna manera, la
Regresé a casa, con la cabeza punzante y agotada de tantas vueltas que dio y que seguiría
dando durante la noche. Todos los pensamientos se resumían en una sola pregunta:
¿Debía tomarle la palabra a Litia y adoptarla como parte de mi vida o al menos intentarlo? Se
veía como una ola de peligro hacia mi estabilidad y no estaba segura si podría manejar una
una hora antes de lo acordado. Al final, el impulso ganó y decidí ir a su cumpleaños. Claro,
sin decirle a mi madre, porque temía que fuera a juzgarme por mi decisión. La sorpresa fue
Al parecer, mamá se había conmovido igual o más que yo. Tal vez Lita no estaba tan
equivocada; las tres éramos del mismo frío y oscuro rincón de la nostalgia pero al menos,
Con las miradas desviadas y las mejillas de tomate nos saludamos y a duras penas nos
permitido. Fue una constante charla consigo misma, acompañada de incontables caballitos de
tequila y dos testigos muy confundidas. Con cada sorbo, la lengua se le alborotaba cada vez
más y siempre apuntando en la dirección de mi abuelo, desde un simple suspiro dedicado,
Mamá y yo nos reíamos de lo que decía y cómo actuaba; hasta eso, nos topamos con una
borracha buena copa y alivianada la primera mitad de la velada y como el sol se fue
ocultando, así también su vitalidad. Para las nueve de la noche estaba marchita, hablaba cada
Con los ojos aguados, volteó a mi dirección y comenzó a decirme cómo hasta en el momento
de la pérdida de su libertad, mi abuelo estuvo presente sin haber sido invitado. Lo llevaba en
su ramo de novia, que se vestía de margaritas tristes por haber sido cortadas. Nadie, ni
siquiera las flores del altar, estaban felices ese día, según nos contó. También nos dijo que
deseaba que mi abuelo se apareciera a interrumpir la boda o que un día antes, llegara a
raptarla de su habitación y se fueran volando hacia un futuro juntos. Claramente, eso no pasó.
Eran el lamento, el duelo y la muerte de corazón por desangre los que llegaron a
acompañarnos a la cena. Llegaron para recordarle que ni siquiera tenía una fotografía para
usar como pañuelo en las noches de insomnio o para llenarla de labial rojo de tantos besos de
despedida. Eso fue lo que realmente me conmovió dentro de toda su palabrería dicha desde la
cada etapa de mi vida, Inclusive de las que no quiero recordar pero están para mostrarme a lo
Las fotos son más que imágenes o recuerdos. Te narran una historia, un instante congelado en
la eternidad, dicen algunos. Son tan mágicas que tienen un efecto diferente en cada persona,
es cuestión de observarlas y sentirlas como propias para poder sumergirse en el mundo que
nos plantean y así, propagar ese sazón tan agridulce que le pone a la humanidad.
No pude imaginarme la vida sin ese contexto, mi memoria es mala y sólo poder fiar de ella
para recordar, probablemente la época más bella de una vida, me pareció tristísimo. Se me
apachurró el corazón de sólo pensar en la agonía que Lita debía sentir al ver que los años le
alguien lo vivido con mi abuelo fue la forma que encontró para no olvidarlas.
La idea llegó a mi como si Dios me hubiera hablado al oído. Había pintado a mi madre, a mi
abuela, pero jamás a él. No me costaba nada, pensé. Además, era mi agradecimiento por el
dinero que me (nos) había dado. Estaba inspirada, le iba a pintar el cuadro esa misma noche o
sino, nunca lo haría, la vergüenza se hubiera interpuesto. No era una fotografía que Lita
Busqué entre los álbumes al joven Ricardo. No tardé en encontrar la foto perfecta, la de su
título universitario. Mi abuelo no era el hombre más hermoso, pero tampoco era desagradable
a la vista. Estaba fornido, de estatura normal y con el pelo relamido como todo buen godín,
nada fuera de lo común. Seguramente sus atractivos— aparte de los ojos de tecolote que tanto
menciona Lita—, eran su inteligencia e imaginación. Recuerdo que cada día que iba por mi a
la escuela, me cautivaba contándome historias que se sacaba de la manga sobre la gente que
caminaba en la calle. Choferes, peatones, animales, todos eran sus víctimas y yo la pequeña
conversaciones largas sobre nuestra relación con el universo y nuestra misma existencia.
Él fue mi mayor maestro de vida, el único amigo de juegos, el papá que no esperaba tener.
Me dolía verlo fotografiado, pero mayor era el pesar que me provocaba el trazo de lo que
alguna vez estuvo frente a mí, sin necesidad de que algo inerte lo inmortalizara en arte. Él ya
seguidos. Ya no hay un agosto en el que no tiemble la tierra porque lo extraña y el cielo cae
para que las flores que tenga en su tumba se pongan sus mejores galas. Me dolía su rostro, el
que besé tantas veces antes de irme a dormir, sus manos, que me cargaron desde que salí a
explorar el mundo y me mantuvieron firme hasta que aprendí por mi cuenta, me dolían sus
orejas, sus cabellos blancos y sus labios. Me duele él, por dejarme con las ganas de
compartirle los pocos logros que he tenido y que muchos, son gracias a él.
Traté de no llorar. Mis lágrimas se escondieron entre los trazos y los hicieron aún más bellos.
El amor es milagro y esa pintura sería la materialización de ocho años de un cariño que ya no
tenía una dirección terrenal. Con solo ver el bosquejo a lápiz, me daba la sensación que
madrugada para terminar aquella encomienda propia . Forcé al cuerpo a seguir despierto para
comenzar a poner el color sobre el lienzo, sólo que el cansancio plantó su dominio y
exterminó a cualquier chispa de vitalidad que quedaba en mi. Sin darme cuenta ya estaba
Mi pequeño estudio estaba a un costado de la cocina, así que cualquier insignificante ruido
que se hiciera ahí, las paredes lo comunicaban. Eran las seis de la mañana, un estruendo entre
ollas y sartenes me despertó. Asumí que era mamá y con la pesadez del mundo, me levanté
Mamá no estaba. Habían ollas tiradas en el suelo, comida sacada del refrigerador, pero ella
no. Le llamé. Su celular estaba en la recámara. Quería pensar que había ido a la tienda a
comprar leche. Pasó media hora y las señales eran nulas; era el inicio del calvario pues el más
que la conociera pero no hubo una respuesta positiva. Dieron las dos de la tarde. Lo peor ya
estaba asumido sin haberse digerido primero la realidad. Ya no sabía dónde buscar, me dolía
el cuerpo, los ojos, la pena. Tenían que pasar cuarenta y ocho horas para poder hacer una
Comenzó a dolerme el pecho, justo en la zona del esternón. Pensé que era cosa de la
imperceptible. Cinco o tal vez diez minutos después, comenzó a crecer exponencialmente.
Estaba en una llamada con Lita, cuando los espasmos alcanzaron hasta la punta de mis
Caí al suelo, en el fondo escuché a Lita hablar, preguntando qué había pasado. Las fuerzas se
fueron, estaba engarrotada, inútil, enredada entre la desesperación. El aire se fue de mis
pulmones y sentí como la vida me comenzaba a abandonar. Fui apuñalada con un arma
invisible y si mi sangre no corrió por el suelo fue porque me negué a ceder ante el dolor.
Lloré, traté de gritar pero la única persona que podía ayudarme no estaba. Cualquier otro
dolor físico que se presentara no era comparable con la hoguera interna que mi madre inició
con su partida.
Mi padecer ocurrió en menos de cinco minutos, pero lo sentí como un lustro. En el final, ya
no sentía los dedos, me consumí en el mar que formaron mis sollozos; mandando a sus olas a
darme besitos en la frente como consuelo. Cerré los ojos, mentalizada a que la muerte me iba
a llevar más pronto que tarde. Solté un último suspiro al aire y me concentré en un recuerdo
feliz, en la voz de mamá en una carcajada, en su sonrisa de pelas y sus ojos de tecolote en los
que habito desde que nací. Si me iba a ir de este mundo, quería darle el soplo de vida a la
Después, desaparecí.
Desaparecí para ascender a algo más que la vida, pero muy lejos de la muerte. El dolor físico
Una fuerza poderosa me llevó a lugares desconocidos, pero sentí que se encarnaban en lo
poco que quedaba de mi ser. Pude contar cien, tal vez ciento dos; las visitas eran tan rápidas
que a dura penas pude distinguir en qué me convertí. Fui moléculas, fui colores, fui sangre y
fui tendones.
Fui luz, gravedad, capilaridad y sentimientos; fui amor, soledad, años y celos. Fui y soy, pero
ya no soy. Soy un fractal roto esparcido por doquier y aunque en ese momento no había una
No podía escapar aunque quisiera. Estaba siendo parte de un plan maestro bien planeado o
bien, concebido desde la punta más remota de la improvisación y que salió de control,
arrastrándome con él por pura suerte. Pero no era la única; mamá está aquí escondida al igual
que yo. Mamá o una parte de ella, pues asumí que estaba en mis mismas condiciones,
fragmentada.
La sentí. Sentí su palpitar al son del mío y su atmósfera suave e hipnótica que dormiría hasta
negar que la calidez maternal me apaciguó las ansias. En mi imaginación, estamos tomadas
de la mano, siendo fuertes la una para la otra, porque lo único que nos queda después de
momento de advertir el regreso de los sentidos, en un cuerpo que no es mío. Abrió los ojos,
estaba en mi estudio. Se vio las manos, morenas, grandes, con ampollas. Alzó la vista, el
—¿Qué?
Un monosílabo me bastó para reconocer la voz. Mi abuelo Ricardo, era su voz, viva, siendo
yo parte de él, de su reconstrucción. Corrió al espejo del baño, tocó sus arrugas, las caderas,
el pecho, los ojos profundos robados de un tecolote. Su corazón latía con la fuerza que le
de este designio.
Existo, pero he desaparecido. Es la única forma que hay para explicar mi actualidad, pues a
pesar de que he perdido mis sentidos, estoy consciente, como un ente omnipresente de una
vida extinta. He dejado de ser Lulú, ahora soy parte de la resurrección de un amante que
El abuelo se baña, busca entre los cajones algo de su ropa vieja que no le costó mucho
encontrar, porque mamá fue incapaz de deshacerse de ella. Está llorando, sólo que no percibo
cuál es la emoción, asumo que él tampoco. Se sienta en la cama, limpia sus lágrimas y ve
hacia el cielo.
¿Creerá que nosotras estamos allá? ¡Abuelo, estamos aquí contigo! Por favor, siente
nuestros corazones latir al mismo tiempo que el tuyo. Que el de Lita, esta sincronización no
podía ser por una banalidad. Por ella estás aquí, deja de perder el tiempo y gástalo en
desde el día de su boda, el material ya no es recatable si está enterrado entre la miseria. Qué
más da si mi abuelo es la única rama de la que se puede agarrar porque todas las demás se las
El corazón le late fuertemente. Ya sabe a dónde debe de ir, así que se esfuerza por mantener
una imagen presentable y sudar lo menos posible. Necesita dinero, comienza a buscarlo entre
los cajones y se encuentra una bolsa de regalos con un moño y cincuenta mil pesos en
Paga.
Detiene un taxi y le indica la dirección que había deseado decir cada vez que se sentía
desesperado. Se baja y de inmediato llega la mágica brisa del lugar a conquistarlo. Sonríe y
los ojos se le empiezan a llenar. Esto es familiar, la piel erizada, la mirada con destellos de
Esta fusión está acabando. Puedo sentir a la realidad penetrar mi existencia, estoy a punto de
volver. El abuelo toca el timbre y en su mano no sólo lleva flores, lleva las Margaritas de los
hubieras, las que hubiera deseado conocer. La Margarita esposa, la Margarita madre, abuela,
compañera, la destinada, la única. Para él, Lita era un apodo absurdo, la mitad de la mujer
Estoy volviendo con fuerza, el abuelo comienza a sentirlo y se toca el pecho, pues la zona del
corazón comienza a dolerle. Se mantiene de pie, pero este dolor incrementa, no podrá
aguantar mucho. Cae al suelo, junto con sus Margaritas, pero mantiene la mirada hacia arriba
Margarita abre la puerta. Busca con la mirada a alguien y se topa con la sorpresa.
—¡Ricardoooo!
Se lanza sobre él, llora en su pecho y le besa la existencia hasta que entre lamentos y hubieras