Misterio de la Encarnación
A menos que usted sea muy joven, es posible que recuerde fácilmente alguna Navidad en la que
experimentó cierta soledad. Estuviera o no solo, es probable que su soledad estuviera agudizada
por el hecho de que se suponía que debía estar alegre en la Navidad.
Después de todo, ¿no es una celebración de la vida, del amor y de la esperanza? ¿No es el “¡Oh
santísimo, felicísimo, grato tiempo de Navidad!”? Lo es. Pero se trata también de ese grato tiempo
que coincide misteriosamente con una profunda soledad, transformándola en una realidad
completamente nueva.
Algunos de nosotros conocemos la historia de la Navidad tan bien, que ya no la valoramos cuando
la leemos o escuchamos por enésima vez. Así que, para comprender en verdad el significado de la
Navidad es crucial reconocer que Cristo nació en un mundo muy real.
Un mundo con personas que vivían en tiempos de opresión, que luchaban para subsistir, y que
tomaban decisiones que podían costarles su reputación y sus sueños. La soledad de María y José
casi es evidente una vez que nos ponemos en su lugar. Y el gozo que los impulsaba hacia adelante
se hacía más fuerte y más real en medio de sus problemas.
Las famosas palabras del Magníficat, el salmo de alabanza de María en Lucas 1.46-55,
simplemente no pueden separarse de su contexto original: “Engrandece mi alma al Señor”, cantó
ella, “y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues
he aquí, desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones”.
Las esperanzas de esta joven en cuanto al futuro habían sido alteradas, pero ella ofreció alabanzas
en medio de su confusión. En ese momento, ella estaba embarazada, sin estar casada todavía, y
sola. Nadie podía compartir su agobiante llamado —nadie podía dar a luz al Mesías encarnado en
lugar de María. Su gozo provenía de esa presencia maravillosa en su interior, aun cuando ella
sabía que pronto sería profundamente incomprendida y probablemente rechazada.
La belleza de la alabanza de María en este punto de su historia es única, pero tiene mucho en
común con la corriente más amplia de oraciones e himnos que fluyen en las Sagradas Escrituras.
Muchos de los cánticos bíblicos ensalzando la grandeza de Dios fueron compuestos originalmente
en el contexto de una lucha tanto externa como interna.
¿No es esto precisamente lo que tan a menudo agudiza nuestra visión de la gloria de Dios? Puede
ser que el sufrimiento no cese después de pronunciar la última palabra del salmo, pero ya no
estará cargado de dolor solamente. Cualquier persona puede experimentar gozo en momentos
hermosos. Pero el misterio de nuestra salvación se hace claro cuando, en medio de la oscuridad, la
adoración nos cautiva por completo.
Es por esto que, cuando se cuenta la historia de la Navidad, nunca debemos evitar su contexto
agridulce. Siempre ha sido una mezcla de dolor y alegría, de un encuentro de la soledad con la
Presencia divina. Sin embargo, sabemos, incluso siendo niños, que la historia es gloriosa, y que
está llena de maravillas. Sabemos en lo más profundo que esta convergencia de la lucha y el
milagro, de la oscuridad y la luz, se transmuta maravillosa e increíblemente en algo mucho más
grande —en una paradójica belleza que impregna a la más grandiosa de las historias.
¿Y cómo podría no ser así? El nacimiento de Cristo es el punto de inflexión de la historia, cuando
la soledad de la humanidad se encuentra con Dios convertido en uno de nosotros.
Hay algo mucho más que el consuelo humano que podemos sacar al conocer que Jesús es
Emanuel, Dios con nosotros. Hay una valentía vivificante. Su presencia nos dice que la soledad no
es lo único. Nos dice que la realidad va más allá del dolor o incluso de la felicidad momentánea.
Cristo ha venido a nosotros tal y como somos. Él participa de nuestra pérdida, viene a compartir
nuestras penas, y las satura con su presencia sanadora.
Y en verdad, el saber que Él ha venido a morar en nosotros —y que nos invita a hacer nuestra
morada en Él. Es posible que el solo y triste espacio que hay actualmente en nuestro corazón no
cambie, pero la esencia de nuestra peregrinación a lo largo del mismo puede ser transformada.
La verdadera belleza de la Navidad nunca se desvanece ni pierde su poder. La grandiosa Luz que
vino calladamente al mundo para redimirlo, no ha dejado de brillar. Incluso ahora, su presencia
nos rodea, aguardando para atravesar cualquier sombra de oscuridad y revelarse como la realidad
más importante de nuestra vida.
Así que, dondequiera que usted esté, y sin importar qué tan solo pueda sentirse, deje lugar para
que entre la Luz. Porque ésta es la razón por la cual Él vino —para estar con usted.
La Esperanza de la Navidad
Si Dios la prometió, ¿por qué vemos tan poco de ella en nuestro mundo? De hecho, ¿por qué no la
vemos en nuestras familias, trabajos, vecindarios e iglesias? Y en una nota más personal, ¿cuánta
tranquilidad interior está usted experimentando en esta época navideña? O Dios nos ha fallado, o
no hemos entendido lo que Él quiso decir.
Quiero decirle que Dios nunca deja de cumplir su Palabra, así que el problema no es con Él sino
con nosotros. Los ángeles no estaban proclamando que llegaría la paz mundial con la aparición del
Mesías. Así lo encontramos en Mateo 10.34 cuando Jesús dijo: “No he venido para traer paz, sino
espada”.
Efectivamente, su ministerio no tendría como resultado la armonía, incluso entre los miembros de
la familia. “Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra
su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa” (vv. 35 -
36).
Estas difícilmente suenan como palabras apropiadas para el anunciado Príncipe de Paz. Si era la
armonía terrenal actual lo que Dios tenía en mente, el ministerio de Jesús nunca habría terminado
como lo hizo —con odio, traición, crueldad y crucifixión. Aunque las Escrituras predicen la
terminación, al final, de todas las guerras y de todos los conflictos mundiales, esta utopía no
vendrá hasta que Jesucristo regrese como Rey soberano de toda la tierra.
Sin embargo, la razón por la que vino Cristo como un pequeño bebé, no fue la conquista del
mundo. Había un problema mayor que arreglar antes de que su reino pudiera establecerse en la
tierra. El mensaje de los ángeles anunciaba la solución al mayor problema del hombre: su
hostilidad hacia Dios.
Ahora bien, es posible que usted diga: “Yo no soy hostil a Dios”, pero cada uno de nosotros viene
al mundo distanciado del Señor porque todos somos pecadores por naturaleza y elección. Por
cuanto Dios es santo, el pecado nos separa de Él y nos hace sus enemigos, ya sea que lo
reconozcamos o no (Isaias 59:2). La única manera de resolver este problema es por medio de
reconciliación.
La palabra griega traducida como paz en Lucas 2.14, se deriva de “unir”. Jesús vino para unirnos
de nuevo con el Padre. Aunque nos manteníamos alejados de Él, Cristo vino a la tierra como Dios
revestido de carne humana, y pagó el castigo por nuestros pecados al morir en nuestro lugar.
Ahora bien, todos los que le reciben como Salvador pueden ser reconciliados con Dios por medio
de la justificación, lo que simplemente significa que Él los declara “inocentes”. Ya que la razón de
nuestra separación ha sido quitada, dejamos de ser sus enemigos para convertirnos en sus hijos
amados.
Cristo no solo nos ha reconciliado con el Padre, sino que también hizo posible que disfrutemos de
relaciones armoniosas con los demás. Para muchas personas, la Navidad es una ocasión para la
gozosa reunión con familiares y amigos, pero los días de fiesta pueden ser también oportunidades
para que reaparezcan viejos agravios, se inicien altercados, y los ánimos se caldeen. En momentos
así, la paz anunciada por los ángeles puede parecer muy lejana.
La primera venida de Cristo no cambió a nuestro mundo exterior, eliminando las dificultades. La
paz que Cristo da a sus seguidores es una serenidad interior que produce seguridad, sin importar
las circunstancias.
¿Qué se necesita para tener paz? Si espera encontrarla en la seguridad económica, en relaciones
armoniosas, o en los planes y sueños cumplidos, se ha inclinado por la definición del mundo en
cuanto a la paz, que se basa en las circunstancias externas. De ser así, siempre que su situación
cambie, su serenidad se desvanecerá y será sustituida por la ansiedad, la frustración o el temor.
Vivir lo incomprensible. La paz de Dios es superior a todo lo que el mundo pueda ofrecer, porque
se basa en una relación con Cristo; no tiene nada que ver con las circunstancias. A diferencia de lo
que sucede con nuestro medio externo, nada puede cambiar nuestra posición en Cristo. Estamos
eternamente seguros y cubiertos del todo por su mano soberana de guía y protección. Según
Filipenses 4.7, la paz de Dios sobrepasa todo entendimiento humano, y guarda nuestros
corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Todos hemos pasado por pruebas difíciles y por valles de lágrimas, cuando nuestros sueños se
hacían añicos y todo se caía a pedazos a nuestro alrededor. Pero, dentro de nuestros corazones,
¿cuántas veces sentimos esta inmensa sensación de incomprensible serenidad y confianza,
mientras la gracia de Dios nos inundaba en nuestra hora de necesidad? Sin la presencia del Espíritu
Santo en nosotros, esto sería imposible.
Siempre recordaré la vez que hablé con una mujer cuyo hijo estuvo al borde de la muerte después
de un terrible accidente. Ella me dijo que en toda su dura experiencia, la paz de Dios la cubrió
como una nube bendita. Aunque las circunstancias eran terribles, el Señor la rodeó con su
confianza.
Mientras luchaba con esto, Dios me dio un pasaje de la Biblia que me tranquilizó. Cada vez que
salía de una sesión, le decía al Señor: “Me siento muy tranquilo. ¿Cuándo voy a sentirme
atemorizado?”. Pero la paz incomparable de Cristo me llenaba, y nunca sentí miedo. El versículo
que Dios me dio protegió mi corazón y mi mente: “En tu boca he puesto mis palabras, y con la
sombra de mi mano te cubrí” (Is 51.16).
Mientras usted y yo estemos cubiertos por la mano omnipotente de Dios, no hay ninguna razón
para que nos sintamos atemorizados, ansiosos o inquietos por nada. Esa mano cubre cada
situación difícil que enfrentemos, y suple cualquier necesidad que tengamos.
La vida agitada. Si sabemos que esa paz tan maravillosa está al alcance de todo creyente, ¿por qué
no la experimentamos? Una razón es el pecado —decidir actuar sin tomar en cuenta la voluntad
de Dios. Cada vez que resistimos sus mandamientos y hacemos lo que nos parece, estamos en
conflicto con Él. Los cristianos no podemos tener paz cuando nos oponemos al Señor. El fallo
condenatorio del Espíritu Santo generará una agitación interior en nuestros corazones.
Otra razón es la falta de fe. Recordemos el significado de la palabra paz: “unir”. A veces nos
olvidamos de conectar lo que el Señor dice que es verdad, con lo que sentimos acerca de nosotros
mismos. Nuestros sentimientos de incompetencia predominan sobre la verdad de su Palabra, que
dice: “Nuestra competencia proviene de Dios” (2 Co 3.4-6). Nuestras inseguridades tienen más
peso que su aceptación (Ef 1.4, 5), y nuestros temores sobrepasan su garantía de proveer para
todas nuestras necesidades (Filipenses 4.19).
Asimismo, cuando miramos el sufrimiento y las dificultades en nuestras vidas, y pensamos que
Dios es indiferente o incapaz de ayudarnos, estamos confiando en nuestro propio parecer en vez
de la verdad de las Escrituras. Cada vez que empezamos a desconfiar y a dudar de Dios, nuestra
confiada seguridad se verá sacudida.
Tomar una decisión. Entonces, ¿cómo podemos pasar de tener angustia, a tener paz en nuestro
espíritu? Solo hay una manera. Tenemos que elegir recibirla —no solamente una vez, sino cada
día.
Nuestra primera decisión debe ser rendirnos. Quienes insisten en hacer su propia voluntad, nunca
tendrán paz. Permita que Dios haga su voluntad. El resultado será sorprendente. En la mayoría de
las guerras, el lado que se rinde, pierde. Pero cuando usted se rinde al Señor ¡no pierde, sino gana!
La angustia será sustituida por confianza.
Cuando nuestra mente está fija en el Señor y confiamos en su soberanía y amor por nosotros,
podemos enfrentar las circunstancias con seguridad; a pesar de las apariencias, sabemos que Dios
hará lo que sea mejor para nosotros, y que todo resultará para nuestro bien y para su gloria.
Uno de mis recuerdos más especiales tiene que ver con un tiempo en que yo estaba
experimentando gran ansiedad. Conociendo mi angustia, una señora mayor de mi iglesia me
mostró un cuadro, y me pidió que le dijera lo que veía. Era una pintura de Daniel en el foso de los
leones; le dije que los hambrientos leones tenían la boca cerrada y que Daniel estaba de pie con
las manos detrás de la espalda.
Pero no noté el detalle más importante. Esta inteligente mujer me rodeó con su brazo, y me
dijo: “Hijo, lo que quiero que veas es que Daniel no tiene puesta su mirada en los leones, sino en
Dios”. Ese fue uno de los sermones más grandes que he escuchado en mi vida.
Los cristianos no somos víctimas de las circunstancias. El Señor dejó en claro que no tenemos que
vivir con ansiedad, sino que podemos elegir un camino mejor. Poco antes de su muerte, Jesús
prometió a los discípulos su paz, y concluyó con este mandamiento: “No se turbe vuestro corazón,
ni tenga miedo” (Juan 14.27).
A nosotros también se nos ha dado esta promesa, y tenemos la responsabilidad de no dejar que
nuestros corazones se angustien. En esta Navidad, elija tener paz. No permita que el ajetreo de la
época le haga desviar su mirada de Cristo. ¡Deje que Él sea su Príncipe de Paz!
¿Cómo describe Jesús su paz en Juan 14.27 y 16.33? ¿En qué se basa ella? ¿Qué contraste
sorprendente se muestra? Según 2 Tesalonicenses 3.16, ¿cuándo y con qué frecuencia podemos
experimentar esta paz?
¿Quién produce la paz de Cristo dentro de nosotros (Gálatas 5.22-23)? ¿Qué elección hacemos
que determinará si este fruto se generará o no en nosotros (Gá 5.16, 17)?
¿Qué tan importante es nuestra predisposición (Ro. 8.5-8)? Filipenses 4.4-9 está lleno de
información que puede ayudarnos a entender cómo experimentar paz. Haga una lista de todas
instrucciones que da Pablo. ¿Cuál es la promesa (v. 7)? ¿Qué condición se da en el v. 6 para que se
cumpla? ¿De qué manera el poner en práctica las recomendaciones de Pablo contribuye al
cumplimiento de la promesa?
La paz de Cristo en nuestros corazones nos transforma, pero influye también en la manera como
nos relacionamos con los demás. Lea Colosenses 3.12-17. En el v. 15, ¿qué evidencias ve de que
una paz interior influye en la armonía de toda una iglesia? ¿Qué actitudes y prácticas en este
pasaje podrían ayudarle a tener un espíritu de unidad con los demás?
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su
nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Isaías 9:6
Preguntas:
• ¿Cuál es el verdadero significado de la Navidad?
• ¿Qué pasaría si Jesucristo no hubiera nacido?
• ¿Cómo podemos celebrar a Jesús en esta época del año?
Objetivos:
• Comprender cuál es el verdadero significado de la navidad.
• Festejar a quien merece el festejo a Jesucristo.
• Entregarle adoración y honra a Jesús.
“Si Cristo no se hubiese venido.” Un hombre tuvo un sueño en donde en tiempo de navidad
habían desaparecido los adornos, las luces, no había campanitas de Navidad, ni coronas de acebo,
ni Jesús para consolar, alegrar y salvar. Salió por las calles y no encontró iglesias con sus aspirales
señalando hacia el cielo. Volvió a casa, se sentó en su biblioteca, pero todos los libros que
hablaban del Maestro habían desaparecido. Sonó el timbre de la puerta y un joven le dijo que
fuese a visitar a su madre que estaba muriéndose. Al llegar a la casa se sentó a la cabecera de la
cama y dijo: “Tengo algo que podrá consolarla”. Abrió su Biblia para buscar una promesa , pero
ella terminaba en Malaquías y no había ni Evangelio ni promesa de esperanza y salvación, así que
lo único que pudo hacer fue inclinar su cabeza y llorar con ella con amargura y desesperación. Dos
días después, se encontraba junto el ataúd de la mujer, conduciendo su funeral, pero no había
ningún mensaje de consuelo, ni palabras referentes a la gloriosa resurrección, ni un cielo abierto,
sino solamente “polvo y polvo, cenizas y cenizas, “y una larga y eterna despedida”. Finalmente se
dio cuenta que “Cristo no había venido” y comenzó a llorar amargamente en su sueño. De repente
despertó, y un gran grito de gozo y alabanza salió de sus labios cuando oyó cantar al coro de su
iglesia que estaba junto a su casa: “Venid, fieles todos, alegres y triunfantes, Venid, venid y
marchemos a Belén Y al Rey de los Ángeles nacido veremos, Venid, adoremos a Cristo el Señor.
Introducción:
El día exacto del nacimiento de Jesús no lo sabemos muchos lo han calculado y aun lo siguen
investigando, lo que es un hecho es que es que después de este suceso existe un antes y un
después, en los libros de historia se abrevia A.C. (antes de Cristo) y D.C. (después de Cristo).
Diciembre es un mes lleno de luces de fiestas de regalos y de abrazos, donde nos ponemos la
mejor ropa y manifestamos amor a nuestros seres queridos, pero detrás de todo esta celebración
se encierra la llave mas poderosa de redención de la humanidad un propósito divino, el
cumplimiento de la palabra profética, Dios en su infinita misericordia se hizo hombre para redimir
al mundo del pecado y habito entre nosotros. Veamos cual es el verdadero propósito de la
Navidad:
El pecado roba la alegría. A veces perdemos el gozo porque nuestra conciencia nos acusa de áreas
de las que nos avergonzamos, malos pensamientos, malos comentarios, maltrato a otros, malos
hábitos, resentimientos, inseguridades y temores. Si estamos practicando algo que nos quita el
gozo, acerquémonos esta Navidad a Dios y pidamos perdón por todo pecado, Él nos perdonará.
Paz con Dios: si vivimos lejos de Dios no importa cuántas luces pongas y cuantos regalos des nunca
tendrás paz hasta que te pongas a cuentas con Dios. Paz con los hombres: aprovecha Navidad para
perdonar a aquellos que te han herido puedes y hacer las pases con los que has herido.
Conclusión: El propósito de la navidad es reconocer a Jesús como el único camino para llegar al
Padre, es reconocer que a través de la cruz del Calvario recibimos el perdón de pecados. La llave
que abre la puerta de la bendición es Cristo, el mejor regalo que le puedes dar a Jesús es
entregarle tu vida y entendiendo que la Navidad es más que una fiesta, es salvación, es Jesús y el
tiene buenas noticias para ti, tiene paz, gozo, no esperes más entrégale tu vida hoy…
Podemos aprender mucho de los magos que fueron a visitarlo en Belén. Desde nuestra
perspectiva, sus regalos de oro, incienso y mirra pueden parecer raros para un bebé, pero Jesús no
era un niño común y corriente. Estos regalos simbolizaban quién era Él, y qué había venido a
hacer.
Aunque la historia de los magos en Mateo 2.1-16 es muy conocida, todos sacaríamos provecho al
verla con nuevos ojos. Dios tiene algo especial para nosotros en este asombroso relato cuando
contemplamos el significado de los regalos, y cómo debemos responder a Cristo en adoración.
Los magos
Los magos eran líderes del oriente, probablemente de algún lugar de Mesopotamia cercano a la
ciudad de Babilonia. Lo más probable es que fueran astrónomos que descubrieron una rara
estrella que indicaba el tan largamente esperado nacimiento del rey judío. Pero, ¿cómo tuvieron
conocimiento estos hombres acerca del Mesías? Después de todo, eran de distantes tierras
paganas. ¿Por qué ese interés?
La Biblia nos ayuda a desentrañar este misterio. En el libro de Daniel, en el Antiguo Testamento,
encontramos una vinculación entre el imperio babilónico e Israel. Cuando Daniel estaba en su
adolescencia, los babilonios dominaron la nación de Judá, y fue llevado, junto con muchos otros
judíos a Babilonia (Dn 1.1-6). Allí creció, y fue preparado para el servicio al rey junto con otros
jóvenes hebreos.
Debido a que el Señor le dio a Daniel el don de interpretar sueños, ascendió a posiciones de
liderazgo en los imperios babilónico y persa. A lo largo de toda su vida, fue honrado y respetado
por los reyes de ambos imperios. Muy probablemente, los magos eran descendientes de quienes
se enteraron por Daniel y otros judíos del Dios de Israel y del Mesías prometido.
Generaciones más tarde, cuando apareció en el cielo la señal del rey judío, los magos reconocieron
su significado. Hoy no solemos pensar en las estrellas como un medio de dirección divina. Sin
embargo, cuando Dios hizo el sol, la luna y las estrellas, los creó no solo para alumbrar la tierra,
sino demás con otros tres propósitos —“sirvan de señales para las estaciones, para días y
años” (Gn 1.14). Por eso, la utilización de una estrella como señal para guiar a dirigentes gentiles
al Mesías, no debería sorprendernos.
Un contraste
Los magos hicieron el largo viaje después de ver la estrella en su país de origen. Al entrar en
Jerusalén, preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos? Porque su estrella hemos visto en el
oriente, y venimos a adorarle” (Mt 2.2). Es de imaginar que su pregunta causara un gran revuelo
en la ciudad. ¿Qué rey? ¿De qué están hablando? Estos visitantes extranjeros parecían suponer
que todo el mundo sabía de su nacimiento, pero la gente no tenía conocimiento de que el Mesías
había nacido. En vez de estar llenos de admiración, tanto ellos como el rey Herodes se inquietaron
por este inesperado grupo de viajeros, y por su extraño anuncio (v. 3).
Los obsequios
La mirra era un perfume costoso que se utilizaba principalmente en los sepelios. En el antiguo
Oriente, los cuerpos de los muertos eran envueltos en sábanas rociadas con mirra. Este regalo
hablaba proféticamente de la muerte de Jesús y de su papel como nuestro Redentor.
Él no vino a vivir, sino a morir por la humanidad pecadora, entregando su vida para que nosotros
pudiéramos ser librados de la separación eterna de Dios. El simbolismo profético se cumplió
cuando Nicodemo bajó el cuerpo de Jesús de la cruz, y lo envolvió en un lienzo con un compuesto
de cien libras de mirra y de áloe (Jn 19.38-40).
El incienso tenía un papel importante en el culto judío que se hacía en el templo. Cuando los
sacerdotes lo rociaban sobre los carbones encendidos del altar de oro, el fragante humo ascendía
hacia arriba, simbolizando la ofrenda de sus oraciones.
El incienso apuntaba proféticamente al papel de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote. En latín,
la palabra traducida como sacerdote es pontiface, que significa “constructor de puentes”, y eso es
exactamente lo que Jesús es para nosotros. Jesús es el único mediador entre el hombre pecador y
un Dios santo (1 Ti 2.5). El Señor Jesús ofreció su sangre para expiar el pecado de una sola vez y
para siempre (He 9.11-14). Pero el sacerdocio de Cristo no termina allí; Él está sentado a la diestra
del Padre celestial, intercediendo por nosotros (7.25).
El oro puede parecer un regalo no apropiado para un niño nacido en el hogar de un humilde
carpintero. Pero el simbolismo de este presente revela el porqué era tan adecuado. En el mundo
antiguo se regalaba oro como demostración de honra y alta estima. Era un regalo digno de un rey,
y eso es exactamente lo que es Jesucristo. A lo largo de su ministerio, afirmó tener un reino. De
hecho, cuando Pilato le preguntó si Él era el Rey de los judíos, Cristo respondió: “Tú dices que yo
soy rey. Para esto he nacido, y para esto he venido al mundo” (Jn 18.37). Además, aclaró el
asunto al decir: “Mi reino no es de este mundo” (v. 36).
Si usted ha puesto su fe en Cristo como su Salvador, es parte de su reino aunque no pueda ver
ninguna manifestación física del mismo. En el momento que usted fue salvo, fue trasladado del
reino de las tinieblas al reino del Hijo de Dios (Col 1.13, 14). Pero un día, este reino espiritual se
hará visible cuando Cristo regrese a la tierra para reinar como Rey de reyes y Señor de señores (Ap
19.11-16).
La respuesta
A pesar de que la historia de la Navidad sucedió hace mucho tiempo, sus lecciones son siempre
oportunas. Los magos vinieron a adorar al Mesías, inclinándose humildemente ante Él. Le
honraron como Redentor, Sumo Sacerdote y Rey. Si usted quiere imitar su ejemplo, también
puede festejar al Salvador y deleitarse en lo maravilloso que Él es.
Cristo vino a andar entre los hombres para que nosotros pudiéramos andar con Él para siempre.
Si usted lo acepta como su Rey, Redentor y Sumo Sacerdote, descubrirá el gozo y las insondables
riquezas de su maravilloso reino.
Los ángeles habían presenciado muchos acontecimientos gloriosos y tomado parte en muchos
coros de gran solemnidad alabando a su Creador todopoderoso. Asistieron a la creación: «Cuando
las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios» (Job 38:7).
"Gloria en las alturas a Dios y en la tierra paz; buena voluntad para con los hombres" (Luc. 2:14)
Vieron formarse la multitud de planetas en la palma de la mano de Jehová y ser lanzados, por esa
misma omnipotente mano, al espacio infinito. Habían entonado himnos solemnes sobre
numerosos mundos creados por el Todopoderoso. Habían cantado, no lo dudamos, con
frecuencia: «La bendición, y la gloria y la sabiduría, y la acción de gracias y la honra y la potencia y
la fortaleza, sean a nuestro Dios para siempre jamás» (Apoc. 7:12).
Tampoco dudo que su canto hubiese aumentado en fuerza durante el transcurso de las edades.
Así como al ser creados, su primer canto fue un suspiro al ver a Dios crear nuevos mundos, se
añadió a este canto nueva armonía; se fueron elevando en la escala de la adoración.
«Oh, seres celestes del reino de gloria, Que hoy de los astros recitáis la
historia, Al mundo, veloces, ya todos bajemos, Al Rey de los reyes,
nacido, cantemos.»
Dios es glorificado por cada pájaro que gorjea en la rama, por cada
corderillo que salta en la pradera. ¿No le alaban los peces del mar,
desde el monstruo hasta el más pequeño pececillo? ¿No le alaba toda la
creación, excepto el hombre? ¿No le subliman las estrellas al escribir con
letras de oro su santo nombre sobre el lienzo azul de los cielos? Dice el
salmista: «Los cielos cuentan la gloria de Dios. Y la expansión denuncia
la obra de sus manos.
Paz en la tierra
Y ¡qué paz, amigos; paz como un río y justicia como las olas del mar! Es
la paz que sobrepuja todo entendimiento, que guarda nuestro corazón y
nuestro entendimiento en Jesucristo nuestro Señor. Esta paz sacrosanta
entre el alma perdonada y Dios el Perdonador, esta maravillosa
reconciliación entre el pecador y su juez, esta pacificación es la que
cantaron los ángeles al prorrumpir: «Paz en la tierra.»
Pero no sólo he oído hablar de miles, sino he conocido a miles que están
absolutamente ciertos de que Dios tiene buena voluntad para con ellos, y
si les preguntamos el porqué, están dispuestos a dar contestación
categórica, plena y consciente. Dicen: «Tiene buena voluntad para con
los hombres porque «de tal manera amo Dios al mundo que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda,
mas tenga vida eterna.» No se puede dar mayor prueba de bondad
entre el Creador y sus criaturas que ésta: que dé su Hijo unigénito y bien
amado para que muera por las culpas de ellas.
Escucha esto tú y cobra aliento: Dios tiene buena voluntad para contigo,
y tan buena, que aun con juramento ha dicho: «No quiero la muerte del
impío, sino que se torne el impío de su camino y que viva» (Ezequiel
32:11). Tan buena voluntad, que además ha tenido a bien decir: «Venid
luego, y estemos a cuenta; si vuestros pecados fueren como la
grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el
carmesí, vendrán a ser como blanca lana.»
Tiene buena voluntad para con los hombres: está dispuesto a perdonar,
dispuesto a remitir la iniquidad, la transgresión y el pecado. Y notad que
si Satanás añadiera: «Si bien Dios tiene buena voluntad, no puede
prescindir de su justicia; y por lo mismo, su bondad puede resultar
ineficaz y tú puedes morir y perecer.» Si tal sucediese, escucha tú la
primera parte del cántico: «Gloria a Dios en las alturas», y responde al
enemigo en todas sus tentaciones, que cuando Dios manifiesta su buena
voluntad para con el pecador arrepentido, no sólo le viene la paz al
corazón, sino el acto proporciona gloria a cada atributo de Dios; siendo El
justo y, sin embargo, Justificador del pecador que cree.
Expresiones proféticas.
Algunos años más, y quien los viva, verá por qué cantaron los ángeles.
Algunos años más, y el que ha de venir vendrá v no tardará. Cristo el
Señor vendrá otra vez, y cuando venga echará los ídolos de sus altares.
Aniquilará toda forma de herejía y todo vestigio de idolatría.
He aquí que viene con las nubes en majestad y gloria. Vendrá quien
aguardamos con esperanza y gozo, cuya venida será gloria para sus
redimidos y confusión para sus enemigos. Ah!, hermanos, cuando los
ángeles cantaron «Gloria», resonó un eco que se percibe de edad en
edad hasta realizarse el glorioso porvenir que nos aguarda.
Reinará eternamente.»