Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontifica Universidad Católica del Perú, 2012
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Prevención y sanción de la corrupción:
una perspectiva constitucional
Por ello, este artículo ha sido invocado por el Tribunal Constitucional, por ejem-
plo, para sustentar que tiene competencia para conocer demandas de hábeas cor-
pus presentadas contra sentencias que condenan a determinadas personas por la
comisión de estos delitos y que han sido estimadas en el Poder Judicial, a pesar de
que el artículo 202, inciso 2 de la Constitución señala que el Tribunal solo conoce
fallos desestimatorios. En este sentido, el Tribunal ha habilitado el uso del recurso
de agravio constitucional contra las sentencias del Poder Judicial que declaren fun-
dadas demandas de hábeas corpus a favor de personas procesadas por tráfico
ilícito de drogas, al cual ha denominado «recurso de agravio excepcional por vul-
neración del orden constitucional». Al fundamentar su decisión señaló:
Respecto a los derechos humanos, los Estados tienen que cumplir con las obliga-
ciones de respeto y garantía. Por la primera, se encuentran impedidos de realizar
actos contrarios a estos derechos, mientras que, por la segunda, deben adoptar las
medidas que permitan a toda persona su goce y ejercicio, así como prevenir, inves-
tigar, sancionar y reparar todo acto que los afecte. Estas obligaciones se derivan de
las normas internacionales de derechos humanos, así como de los propios textos
constitucionales.
En el caso de los procesos penales por graves violaciones de los derechos huma-
nos, los tratados ratificados por el Estado peruano han sido también importantes
para la interpretación de la legislación penal y procesal penal, ante los vacíos y
deficiencias identificados, en concordancia con la disposición constitucional que
obliga a los magistrados a no dejar de administrar justicia. El punto de partida para
su empleo ha sido el reconocimiento de las obligaciones del Estado en materia de
investigación y sanción de tales hechos.
Las disposiciones normativas citadas permiten afirmar que la lucha contra la co-
rrupción constituye un objetivo que también cuenta con reconocimiento constitu-
cional, en el entendido que los efectos de este flagelo generan un serio perjuicio
para el respeto y garantía de valores y bienes jurídico-constitucionales indispensa-
2 CARBONELL, Miguel. Transparencia, ética pública y combate a la corrupción. Una mirada constitucional.
México D. F.: Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, p. 59.
A partir de mayo de 1997 y hasta finales del 2000, el Tribunal Constitucional fun-
cionó con solo cuatro magistrados, en un período en el que sus sentencias se
caracterizaron por su poca o nula argumentación jurídico-constitucional. La men-
4 La cifra ha sido extraída de la base de datos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos
sobre «Funcionarios procesados y sentenciados en contra de la administración pública».
Disponible en la página web del Ministerio.
Uno de los temas en los cuales se apreció de modo particular la importancia del
Tribunal Constitucional fue en los procesos de hábeas corpus iniciados por perso-
nas procesadas por delitos de corrupción, que buscaron cuestionar órdenes de
detención judicial preventiva, la competencia de los órganos jurisdiccionales que
conocían sus procesos penales, solicitar el acceso a beneficios penitenciarios, etcé-
tera. Estas demandas fueron presentadas principalmente por diversas personas
procesadas por delitos de corrupción cometidos durante el Gobierno del expresi-
dente Fujimori.
5 MONROY GÁLVEZ, Juan. «Poder Judicial vs. Tribunal Constitucional». Revista Iberoamericana de
Derecho Procesal Constitucional, n.º 10, pp. 158-159.
6 Estos criterios del Tribunal se encuentran en las sentencias 290-02-HC/TC (caso Eduardo
Calmell del Solar), 1076-03-HC/TC (caso Luis Bedoya de Vivanco) y 1013-03-HC/TC (caso
Héctor Faisal).
[...] si una nueva norma procesal [como la Ley 26230] resultaba menos ven-
tajosa que la ley anterior en lo que respecta a la aplicación del beneficio
penitenciario de semilibertad, no puede tener efecto retroactivo, por su ca-
rácter evidentemente perjudicial.
Por consiguiente, el emplazado órgano judicial, a efectos de la aplicación
temporal de las leyes materia de autos, debió tener en cuenta la aplicación
de la ley 24388 para su aplicación ultractiva, por ser más benigna para resol-
ver la petición de semilibertad planteada por el actor.7
Al poco tiempo se publicó otra decisión del Tribunal,10 cuyo asunto principal sí
giraba en torno a la declaración de improcedencia de una solicitud sobre benefi-
cios penitenciarios. Fue en esta sentencia en donde el Tribunal explicó y precisó
11 Cf. Actualidad Jurídica, t. 123, febrero de 2004. En esta edición se publicaron diferentes artículos
sobre la jurisprudencia del Tribunal Constitucional en materia de beneficios penitenciarios.
12 Resolución 1753-2003-HC/TC (caso José Dellepiani Massa), publicada el 24 de febrero de
2004, fundamento 5.
13 Cf. Resolución 1753-2003-HC/TC (caso José Dellepiani Massa), publicada el 24 de febrero de
2004, fundamento 6.
Decisiones de este tipo demuestran que en el ámbito interno los procesos segui-
dos contra las personas acusadas por corrupción se llevaron a cabo con pleno
respeto de los derechos fundamentales. Frente situaciones que los acusados consi-
deraban lesivas de sus derechos, llegaron ante al Tribunal Constitucional, que esta-
bleció importantes criterios que fueron observados por la judicatura ordinaria, a la
que se ordenó de modo especial justificar toda medida restrictiva de la libertad
dictada en contra de los procesados. Algunos de estos fallos pudieron ser en su
momento polémicos, lo que no es ajeno a ninguna resolución judicial, pero bajo
ninguna circunstancia considerados arbitrarios, por las razones expuestas por la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
En los últimos años, el Tribunal Constitucional ha atravesado por una seria crisis.
El exmagistrado César Landa Arroyo sintetiza de esta forma lo ocurrido:
[...] en los últimos tiempos se vienen emitiendo algunas sentencias que van
a contramarcha de los principios que el Tribunal Constitucional estableció
en la transición democrática a partir del año 2002, en particular en la lucha
contra la impunidad de los violadores de derechos humanos, la corrupción
y el narcotráfico; por cuanto, se han ido dictando sentencias contrarias a la
mayoría de esos clivajes, como en el caso El Frontón, Wolfenson, Jaililie,
Chacón, Abanto Verástegui, Transporte Flores, Leche Gloria, Jockey Club,
Cementos Lima, entre otros.
Eso pone en evidencia que el control constitucional, entendido como límite
al poder y tutela de derechos fundamentales, debe apelar a un Derecho
Procesal Constitucional remozado sobre nuevos elementos, nuevas valora-
ciones, que permita afrontar la ciudadanía frente a la actual conducción del
Tribunal Constitucional: A fin de retomar los valores de la defensa de los
derechos fundamentales y del control del ejercicio del poder, pero también
de la incorruptibilidad, sin la cual no puede existir justicia constitucional
democrática.16
Una muestra de esta tendencia del Tribunal en un sentido contrario a los fines u
objetivos constitucionales se aprecia en casos particularmente polémicos, como
Wolfenson, Jalilie y Chacón, que a continuación reseñamos y comentamos.
16 LANDA ARROYO, César. «Derecho procesal constitucional». Cuaderno de Trabajo n.º 20. Lima:
Departamento Académico de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2011, p.
42.
Como era de esperarse, la sentencia del Tribunal fue sumamente criticada, y fue así
que empezó un período en el que se procedía de una manera distinta en la resolu-
ción de las controversias relacionadas con personas procesadas o condenadas por
corrupción. Ese nuevo período estuvo caracterizado por fallos con una motiva-
ción insuficiente y defectuosa.
32. Queda claro, sin embargo, que de cara a futuros casos en los que pueda
cuestionarse medidas que supongan el otorgamiento de la gracia presiden-
cial, deberá tomarse en cuenta la necesidad de que toda resolución suprema
que disponga dicho beneficio, tenga que aparecer debidamente motivada a
los efectos de que, en su caso, pueda cumplirse con evaluar su compatibili-
dad o no con la Constitución Política del Estado.19
18 Este artículo señala que es una atribución del presidente de la República: «21. Conceder indultos
y conmutar penas. Ejercer el derecho de gracia en beneficio de los procesados en los casos en
que la etapa de instrucción haya excedido el doble de su plazo más su ampliatoria».
19 Sentencia del Tribunal Constitucional 4053-2007-PHC/TC (caso Alfredo Jalilie Awapara),
publicada el 28 de febrero de 2008 y suscrita por los magistrados Mesía Ramírez, Vergara
Gotelli, Calle Hayen, Eto Cruz y Álvarez Miranda. Los magistrados Landa Arroyo y Beaumont
Callirgos suscribieron juntos un voto singular.
Otro de los casos polémicos de este período ha sido la sentencia impuesta al señor
Walter Chacón, procesado penalmente por el delito de enriquecimiento ilícito,
cometido durante el gobierno del expresidente Alberto Fujimori. El respectivo
proceso penal había sufrido una demora considerable, como el propio Tribunal lo
reconoce en su fallo:
Al inicio de este trabajo hemos señalado que la lucha contra la corrupción consti-
tuye una obligación del Estado, que se deriva de las normas constitucionales y de
los tratados ratificados por el Perú. Respecto a estos últimos se debe considerar,
asimismo, que conforme al artículo 55 de la Constitución, los tratados en vigor
forman parte del derecho nacional, lo cual implica darle un valor jurídico a sus
disposiciones, no pudiendo considerarlas simples normas de carácter declarativo
o sin aplicación jurídica concreta en el ámbito nacional.
Aquí interesa hacer mención a los fundamentos del Tribunal relacionados con la
obligación constitucional de luchar contra la corrupción, interpretada conforme
con los tratados sobre la materia ratificados por el Estado peruano. En este senti-
do señaló:
De esta manera, la invocación a los bienes jurídicos que sustentan la lucha contra
la corrupción, mencionadas en el Preámbulo del texto de la Convención de Nacio-
nes Unidas, y que también constituyen bienes jurídico-constitucionales, formó
parte de los argumentos expuestos por el Tribunal Constitucional para declarar la
inconstitucionalidad de la Ley 28568.
Para el Tribunal, este único argumento expuesto por la parte demandante resulta-
ba insuficiente para analizar la constitucionalidad de la norma impugnada, por lo
que reiteró que en los procesos de inconstitucionalidad la carga de los argumentos
corresponde a la parte demandante. En este sentido señaló:
A pesar de ello, el Tribunal reconoce que una norma penal puede ser contraria a la
Constitución, no solo cuando constituye una intervención excesiva en los dere-
chos de la persona, sino también cuando se produce lo que califica como una
«infrapenalización de los delitos o una desvalorización de los bienes jurídicos pro-
tegidos que fueron afectados» (fundamento 35 de la sentencia). Sin embargo, re-
conoce que respecto a este tema es el legislador el llamado, en primer lugar, a
tomar una decisión sobre las conductas que deben merecer sanción penal, no
siendo suficiente invocar cualquier bien jurídico-constitucional para sustentar que
la no penalización de una determinada conducta —como el tráfico de influencias
aparente— resulta contraria a la Constitución. Precisamente, lo que el Tribunal
cuestionó a la parte demandante fue que no presentó mayores argumentos al res-
pecto, limitándose a invocar una contradicción entre la norma impugnada y la
Convención de Naciones Unidas sobre la Corrupción.
En este sentido, no queda clara la posición del Tribunal, pues en un primer mo-
mento afirmó que no bastaba invocar la discrepancia entre una norma del Código
Penal y lo dispuesto en un tratado sobre corrupción para analizar si la primera
resultaba inconstitucional, para finalmente señalar que la omisión del legislador de
sancionar el tráfico de influencias simulado o aparente no resultaba inconstitucio-
nal porque del tratado de Naciones Unidas no se deduce una obligación al Estado
peruano de tipificar penalmente dicha conducta.
La persecución penal por parte del Estado es uno de los temas más tratados en el
ámbito de la lucha contra la corrupción. Dado los problemas estructurales por los
que atraviesan los sistemas de administración de justicia, muchas veces estos deli-
tos llegan a prescribir. Ante tal situación, una de las medidas previstas a nivel
internacional lo constituye la necesidad de establecer plazos más amplios de pres-
cripción con relación a los casos de corrupción. En este sentido, la Convención de
Naciones Unidas dispone lo siguiente en su artículo 29:
Por eso, señor Presidente, somos de la opinión que compartiendo con las
otras bancadas, —que han hecho el uso de la palabra en el curso de la
mañana y en torno a este debate— compartiendo el fondo del tema, la
intención de perseguir el delito y la corrupción, y hacer que los corruptos
no se las vean fáciles con el transcurso del tiempo, y elevar los plazos de
prescripción casi, casi a la extensión de más de una vida, —considerando el
término normal de una vida 30 años— o sea extender los plazos de pres-
cripción a 40 ó 45 años, cumple y alcanza perfectamente el cometido que
estamos buscando, sin necesidad de ir a la modificación constitucional y sin
equiparar esta persecución a la corrupción con los delitos que internacio-
nalmente son los que han merecido que se les declare imprescriptible y que,
repito, son delitos contra lesa humanidad y genocidio y crímenes de guerra.24
Respecto a este tema, se puede realizar un paralelo con lo que ocurre con la im-
prescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad o graves violaciones de los
derechos humanos. Dado que uno de los problemas más frecuentes en materia de
judicialización de estos casos se presenta cuando el inicio o desarrollo de los pro-
cesos penales se demoran en el tiempo y dan lugar a la culminación de las corres-
pondientes investigaciones por medio de la aplicación de la institución de la pres-
cripción penal, se ha establecido como una norma en el derecho internacional que
los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles. Una muestra de ello lo cons-
tituye la Convención sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de
los Crímenes de Lesa Humanidad, adoptada en 1969 por Naciones Unidas.
En este sentido, la lucha contra la corrupción constituye una obligación del Esta-
do, que se deriva de las normas constitucionales y de los tratados ratificados por el
Perú. Respecto a estos últimos se debe considerar, asimismo, que conforme al
artículo 55 de la Constitución, los tratados en vigor forman parte del derecho
nacional, lo cual implica darle un valor jurídico a sus disposiciones, no pudiendo
considerárseles normas de carácter declarativo o sin aplicación jurídica concreta
en el ámbito nacional.