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BÚSQUEDA DE LA VERDAD, A MEDIO CAMINO

Revolución existencial del ser: camino auténtico de la persona

La afirmación sobre la influencia de la existencialista (del existencialismo) en el


personalismo Mouneriano, no es una afirmación cogida de los cabellos, y la
aventura reflexiva que lo anterior asume no es más que la oportunidad no olvidada
ni roto respecto a una búsqueda de la vocaciónde la persona en el desarrollo de su
autenticidad vital y comportamental frente a los remilgos de los acontecimientos
históricos que no pueden acallar la búsqueda del existente individual de lazos
emancipadores propios, del ser en sí, del ser con otros, y se debe desconfigurar la
intuitiva afirmación heidegueriana sote aquello que habita el ser, donde habita una
pobreza esencial, definida como poenia, pero la pregunta ha de ser entendida de la
siguiente manera ¿por qué pobreza esencial habita en el ser del existente? Es como
si aconteciera nuevamente la negación del trascendente existencial, y el
recogimiento singular no fuese necesario para la persona en sí; ser cautivo de las
preocupaciones finitas y también deseoso de la acción infinita del más adelante –
una manifestación de encuentro ontológico de los existentes, (tómese esto como una
expresión individual del resurgimiento del ser) que a pesar de ser portadores de
una herida, no se permite acabar con la fuerza del fuelle que encamina a una acción
unificadora y no frustrante , y un ejemplo verdadero en término existencialista, no
seculares lo ejecuta Mounier: “la teología católica, una naturaleza cruelmente
herida, pero solamente herida, y que la gracia transfigura desde esta vida en su ser
cuando él la acepta, y la teología luterana que ve en nuestra condición una nada
maciza, cuya aceptación, sin transfiguración posible hasta la muerte, nos da sin
mebargo, la promesa incondicional de vida! (160). En esta posición y
acercamiento, la persona como existente esclarece las condiciones perceptivas de
dos funcionesexistenciales del orden teológico, dondel el primero (católico) no deja
duda al dolor que porta el existente , pero que el tiempo y el encuentro con el
trascendente transfigura en una armonía serena, donde no es necesaria la espera de
la muerte (y es necesario el poseer la certeza de que la vida no es una nada en sí
misma) como camino de transfiguración; y el luterano, que se abruma con el dolor
teniendo como garantía la promesa incondicional de vida, donde la existencia del
hombre no se ve encausada por la frustración definida por Sartrte, y es ente punto
donde el personalismo se arraiga con la tentación casi juvenil del deseo soñador de
una renovación del ser existente, de la persona misma que debe acentuar su
condición como acción eficaz y válida, donde no se sustrae de enajenamiento
existencal ateo, sino, de la propuesta de un existencialismo sin remilgos que denota
la vida misma del espíritu y así, encuentra un punto de apoyo, para no quedar
desnudo ante la propia labor de existencia del existente de persona; la utencticidad
personal, en la reflexión personalista, no debe intentar ir más allá de la crisis, y esto
ha de conseguirlo con el galope sonoro de una primacía espiritual sin tapujos y
temores de ningún tipo: “Nosotros decimos (personalistas) primacía de los
espiritual y enseguida aparece la tranquilidad. Ese viejo querido obstáculo, tan
confortable, tan familiar. Algo propio de gente de bien ¿Quién decía que el mundo
no tenía buenas itenciones? ¡"Primacía de lo espiritual! Alboroto de gritos, de
rumores catastrofistas. He aquí en fin, una de esas palabras serenas que conllevan
la paz. Todo está resuelto, como en ese momento de nuestras penas infantiles en
que el último sollozo se fundía en la dulzura de nuestros brazos y de nuestra vida”
(31)

La realidad golpea la cara de la humanidad sin piedad, como el huracán que


inclemente arrasa todo a su paso, como el fuego que todo lo reduce a cenizas,
como la embestida de la bestia desbocada por la rabia, la realidad, sin más,
descubre a la humanidad con sus defensas vulnerables, la realidad es ese reducto
inconmensurable del cual no podemos escapar, el cual nos toca andar a tientas
buscando un camino seguro, que la mayor de las veces se ve truncado con las
pesadas piedras que obstruyen el camino de nuestra inquieta curiosidad. La
realidad es la facticidad que nos acontece y nos interpela, es la certeza de que no
se puede dar nada por acabado y absoluto, pues el camino que recorremos
apenas empieza a despuntar en el horizonte, y se muestra al hombre inquieto,
como el más largo de todos.

Pero ¿por qué es tan importante interpelarnos por la realidad, por eso en lo que
nos movemos y existimos? ¿Por qué tratar de comprender lo que tan difícilmente
se nos devela? ¿Por qué dar el salto al vacío de la incertidumbre procurando
alcanzar la luz de la verdad? Sin duda alguna estas preguntas generan en el ser
humano un ánimo por ser respondidas, por ser reflexionadas, sobre todo la última,
donde la radical realidad muchas veces nos azota con su ambigüedad, y lo que
podemos hacer, es el intento frustrante de hallar un asomo de verdad, esa verdad
que satisfará al fin nuestro impetuoso espíritu, que no se consuela con vagar
errante, sino, que acomete con todas sus fuerzas la empresa de alzarse en armas
contra los velos que ocultan la verdad, ¿dónde hallarla pues?, una pregunta harto
difícil de responder, tan compleja como las discusiones de la existencia de dios,
como las preguntas por el origen de todo; a veces tan difusa como los intentos de
los estudiantes de filosofía por dar razón de un concepto, así, el intento de hallar la
verdad se trunca difícil. Ella tal vez se encuentre a la espera de ser revelada por
una época privilegiada, por unos hombres dignos de ella, tal vez se halla en uno
de los resquicios del Ser, ese ser tan escurridizo que “mora en el lenguaje” (en
palabras del filósofo de Friburgo), y que el hombre a su vez intenta morar en él
(lenguaje), esforzándose en descorrer la cortina que ocultan al ser y a su
moradora intestinita, “la verdad”. He aquí que la verdad no es una cuestión
meramente de las ciencias naturales, es un rubro, cuyo valor no puede
desconocer el espíritu de una época, la verdad, vive aguardando, en la esencia del
hombre, en la humanitá que da sentido al animal racional, pero es tan complejo
intentar comprenderlo, que no podemos sino, acercarnos con divagaciones y
especulaciones ¿es posible encontrar la verdad en la obra de arte, esa obra que
fusiona los horizontes de comprensión y que se nutre de los prejuicios del ser que
la contempla? ¿Tal vez la verdad se halle, como alguna vez lo quiso Wittgenstein,
en el lenguaje? ¿o en esa enconada búsqueda de los positivistas lógicos, por
intentar conciliar la tradición filosófica con los postulados cientificistas del siglo
XX? ¿ o tal vez se halle en la historia en la que el hombre es el comienzo y su fin,
descontando todo aquello que lo aliene y lo reduzca a mero objeto de trabajo, es
decir, en la lucha descomunal del proletariado por su emancipación? ¿o tal vez en
el inconsciente tan defendido por Freud, y revindicado por Lacan? O no, ¿tal vez
podamos hallarla en las estructuras que han dado forma a las lenguas, en sus
fonemas y grafías? Pero que tal ¿ si la hallamos en los discursos de poder, como
manifestación de posibilidades de realización?, en fin, el abanico de posibilidades
parece ser amplísimo, pero podría ser juzgado por mi falta de reducción del
problema, por no delimitar el campo epistemológico de reflexión, por no ceñirme al
estatuto de la norma que dice qué o no se puede hacer en una obra, pero quién
pude juzgar mi inclinación por escribir lo que desea mi voluntad, quién puede
aliviar el prurito de inquietud que nace al ser golpeado inmisericordemente por la
realidad, ese sólo puede ser uno, yo.

Ahora bien, por propia imposición busco algo que tal vez nunca encontraré, y eso
que busco y que no encontraré se llama “verdad”, pero la verdad ¡no!, si no, una
forma de nombrar algo que tiene esa característica, a decir, la de ser verdadera, y
es en este complejo entramado lingüístico donde pierdo el norte, donde la brújula
se atasca y no puedo hallar el camino de regreso, o aquel que me conduzca a
puerto seguro; tal vez se me exija ser más preciso, que no ande con ambages,
pero ¿quién no ha recorrido el camino que supuestamente conduce a la verdad sin
verse envuelto en el torbellino de la confusión? creo que muchos, y yo me incluyo
en ellos, muy a mi pesar he de aceptar mi muy alta ignorancia. Pero he dicho
antes que se me exigirá ser más preciso, eso haré, pero quizá no lo logre, o
quizás sí. He de ejemplificar lo antes dicho, y aquí entra en juego el no muy
querido jugo intersubjetivo de la percepción, discurso del cual asirse en momentos
de incertidumbre y desierto reflexivo: “es verdad que esto para mí es bello”, pero
tal vez no para otra persona, “es verdad que el nocturno Op 9 No 2 de Chopin
desgarra mi alma”, pero es verdad que esa misma obra para aquella persona sólo
despierta la emoción de la alegría, si es así, ¡cuán bella ha de ser esa alma que se
alegra con la melancólica melodía de Chopin!. Pero que no sean tan implacables
en la sentencia proferida en mi contra por estos ejemplos anodinos, no son más
que un intento de acércame al utópico lugar donde reside la verdad. ¿Pero si mi
perorata versara sobre el discurso que involucra al lenguaje en la desbordante
noción de los conceptos de ética y estética? ¿cuánta ventaja obtendré por definir
claramente que el lenguaje funge como cópula entre la percepción estética del
mundo y la descripción ética de los hombres?, he aquí que la respuesta es:
“Ninguna”, no hay ventaja alguna respecto aquellos que prefieren la percepción
subjetiva de los elementos estéticos que conforman el mundo, y que desean el
aislamiento y el solipsismo por no considerar a nadie digno de la interpretación
que han hecho del fenómeno contemplado, sea dicho, una obra pictórica, de esas
que tanto emocionan a los nuevos fruidores del encumbrado arte de élite y una de
sus manifestaciones, la pintura abstracta. He de confesar que la sensibilidad no
acude a mí al contemplar los trazos “abstractos” del mejor pintor de su género,
pero ¿acaso todos han de tener la misma percepción que yo? Claro que no, el dis-
censo, que necesariamente no trae consigo la discordia hostil, también construye.

La verdad pareciera que habitara muchos lugares, muchos microcosmos, que ella
misma poseyera el don de la ubicuidad, (pero es contraproducente dotarla de un
aspecto objetivo, pues ¿no es la materia la que hipotéticamente posee esa
característica?), porque especulativamente se le puede hallar en lugares distintos,
es decir, la verdad se mimetiza e intencionalmente es buscada por los seres
humanos de acuerdo a sus necesidades, aquí también he de intentar aclarar lo
que he dicho. Al respecto, la pregunta crucial será ¿cuál es la verdad que
buscamos los filósofos? De cierto, esa verdad es diferente de la que busca el
físico que investiga la fusión de partículas atómicas, o la que busca el genetista al
escudriñar el mapa genético, y es distinta a la verdad del campesino labrador, y
es distinta a la buscada por las personas que habitan los barrios marginales de la
ciudad de Medellín, pero en relación a estos últimos ¿les importará buscar la
verdad que posee esa connotación de trascendencia que tanto trasnocha a
filósofos y a hombres de ciencia? Seguro que no. Seguro que buscan otros rasgos
de la verdad que está unida intrínsecamente a los avatares de la dura realidad que
los golpea cotidianamente, y no se exagera al decir que ella “golpea”, pues se
manifiesta en con su más adusta cara, en ese sentido, la verdad se vislumbra en
el hecho de sobrevivir; se ha elegido una situación diferente de la reflexión en
torno a la verdad, esta situación se instala en la vida de personas con garantía de
vida muy diferentes a la de los otros ciudadanos, su situación es mucho más
compleja, a decir, las situaciones socioeconómicas difíciles, esto trae consigo
dificultades de índole familiar y personal y, frente al panorama cotidiano, ¿qué es
lo que se busca en virtud de la verdad?, la verdad, claro que se revela, es decir,
se muestra, porque es verdad que hay que sobrevivir en la selva de cemento y en
las confusiones burocráticas que impiden el desarrollo social de estas personas
marginales; es verdad que hay que mercar para comer, es verdad que hay que
pagar servicios, es verdad que hay que salir a trabajar en las casas de otros o en
los semáforos de las esquinas de la ciudad, o tal vez, es verdad que hay que ir a
trabajar el prostíbulo del centro; aquí la realidad desvela la verdad, y tal vez sea
una de sus manifestaciones más crudas, más solemnes, menos artificiales y más
humanas. Pero asociado a lo anterior, es necesario también argüir otro fenómeno
que se asocia a la búsqueda de la verdad que funge como paliativo, y este es el
fenómeno religioso, un bastión de la esperanza en los valles de lágrimas que
habitan estas personas, pero también puede ser el opio que venda los ojos de la
razón y lo aliena de otras maneras menos perceptibles. Aquí es imperiosos
describir escuetamente el fenómeno religioso, ¿no es para estas personas una
verdad aquello en lo que creen? ¿no es una verdad para ellos (comunidades
cristianas) que existe una vida más allá de la vida? ¿ no es una verdad para ellos
lo que dice Jesús en el evangelio de san Juan: yo soy la verdad, el camino y la
vida?, los evolucionistas recalcitrantes, dirán que no es más que chapuzadas que
obnubilan a los seres, pero ¿qué más les queda a esas personas? Sólo aferrarse
a una esperanza que se les muestra como verdad. De acuerdo a lo dicho antes,
es posible hablar de verdad, pero no una verdad que tiene su morada en los
confusos argumentos ontológicos, positivistas de corte formal, en los argumentos
fenomenológicos, antropológicos y muchos más, que nutren sus discursos con
asertiva contundencia, pero que para algunos estamentos sociales no son más
elucubraciones que bien pueden tener carácter de verosimilitud, no constituye un
elemento de reflexión trascendente, pareciera ser que la búsqueda de la verdad,
es una tarea para algunos privilegiados, para alguna élite.

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