Pero ser necesario implica ser singular. Sólo siendo singulares se revela toda nuestra
necesidad. Toda persona posee unas capacidades únicas, todavía muy poco desarrolladas, para
ser auténticamente singular. No obstante, alcanzar lo que llamamos una conciencia singular sólo
es posible si esa conciencia singular es también solidaria: necesitamos a los otros para ser
nosotros mismos y viceversa. Todo esto, naturalmente, implica que todo ser humano es
necesario, sin posibilidad de excepción alguna.
Esto, naturalmente, cambia el planteamiento del problema del mal, el cual no sería
producto de la libertad de los seres humanos, sino, precisamente, de no haber alcanzado aún su
auténtico ser ni la comunión con los otros, viéndonos obligados, en consecuencia, a emplear
medios indirectos o “atajos” que tienen consecuencias en muchas ocasiones nefastas.
¿Por qué pensamos que la asunción de estos principios puede ser origen de una
praxis transformadora? El ser humano, actualmente, vive en un horizonte mayoritariamente
relativista y materialista. El relativismo, principalmente en su forma historicista, implica que el ser
humano es, básicamente, producto de sus circunstancias históricas, es decir, que no tiene
sustancia o verdad propia. Esto conlleva inevitablemente dos cosas: por una parte, que una
determinada construcción sociohistórica no tiene más necesidad que otra (son equivalentes); por
otra, que el ser humano no posee verdadero poder de decisión sobre la realidad, y que su
conciencia, por tanto, carece de auténtica necesidad.
Un mundo regido por estos principios implica que los seres humanos, atrapados en la
contradicción de sentirse, por un lado, necesarios, y, por otro, sobrantes, prescindibles, luchan por
imponerse o afirmarse a través de mecanismos que, por no ser equilibrados o bien dirigidos,
acaban produciendo más dolor y sufrimiento: la acumulación de poder político o económico, la
dominación psicológica, el dogmatismo, la acumulación de saberes sin voluntad liberadora, y un
largo etcétera. Implica, asimismo, que el ser humano no se siente con fuerzas para controlar,
transformar o redirigir el mundo que él mismo ha creado, ya que lo cree manejado por fuerzas
ciegas sobre las que es muy difícil retomar el control, o bien por la iniquidad o egoísmo intrínsecos
de otros hombres.
Por último, al creer en la libertad como libre albedrío entre el bien y el mal, situando a
ambos en igualdad de condiciones y de forma indiferenciada, quitamos necesidad al bien, ya
que puede no elegirse; y, por otra parte, hay que presuponer la existencia de personas
“culpables” de elegir el mal pensando en su propio beneficio (con lo cual, sin pensarlo, les
otorgamos ya de antemano una naturaleza “malvada”, lo que, a su vez, cuestiona si su elección
fue realmente libre). Al hacer culpables a otros (directa o indirectamente) de la situación en la que
nos encontramos (en lugar de contemplar lo que les falta para alcanzar su completud),
contribuimos a continuar rompiendo la red de solidaridad imprescindible para que el ser humano
puede llegar a completarse espiritualmente, retrasando nuevamente el proceso.
Por todo lo anterior, pensamos que la asunción de la idea del ser humano como un ser
necesario destinado a alcanzar una conciencia singular y solidaria puede realmente
transformarnos y también transformar, por tanto, nuestro mundo.
Así pues, los principios fundamentales que rigen nuestro proyecto pueden resumirse de
la siguiente manera:
• La definición de un nuevo Nosotros implica una concepción de la sociedad como una
solidaridad de singularidades. Es decir, en ella debe armonizarse el desarrollo de la
singularidad personal con la potenciación de la unidad solidaria del conjunto. Esto implica,
inevitablemente, la superación del actual modelo capitalista, que hace a los seres humanos
instrumentos, y, metafísica y económicamente hablando, sobrantes.
• La oposición que hace buena parte de la historia de la filosofía, y dentro de ella el
postmodernismo, entre razón y libertad, tiene su fundamento en unos conceptos muy
pobres de ambas (así, se toma una concepción subjetiva de la libertad, mientras que se
considera la razón como ortodoxia fundamentalista, razón científica, tecnológica o
cualquier otro tipo de razón abstracta). Por el contrario, para nosotros la idea de libertad va
unida a la de singularidad, es decir, a aquello que no es de ninguna forma intercambiable,
como no lo es el ser humano.
• De lo anterior se deduce que, respecto al debate entre unidad y diferencia (singularidad), la
unidad implica diferencia y viceversa. Es por ello que debemos hablar de libertad solidaria
e inocente (como bien sabemos, la libertad es la coartada perfecta para justificar la
condenación del otro), conciencia solidaria o solidaridad de singularidades.
• Así pues, el objetivo fundamental de la actuación humana debe ser la creación de un
Nosotros que incluya a toda la humanidad, un Nosotros en el que el individuo demuestre
toda su singularidad en una solidaridad indisoluble con los demás.