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N T​ITULO​ XII*

D​E​ ​LA​ ​SUSPENSION​ ​DEL​ J​ UICIO​ ​A​ ​PRUEBA

AR​ T​. 76 bis. ​(Suspensión del juicio a prueba. Admisibilidad).​ — El imputado de un delito de acción
pública reprimido con pena de reclusión o prisión cuyo máximo no exceda de tres años, podrá
solicitar la suspensión del juicio a prueba.
En los casos de concurso de delitos, el imputado también podrá solicitar la suspensión del juicio a
prueba si el máximo de la pena de reclusión o prisión aplicable no excediese de tres años.
Al presentar la solicitud, el imputado deberá ofrecer hacerse cargo de la reparación del daño en la
medida de lo posible, sin que ello implique confesión ni reconocimiento de la responsabilidad civil
correspondiente. El juez decidirá sobre la razonabilidad del ofrecimiento en resolución fundada. La
parte damnificada podrá aceptar o no la reparación ofrecida, y en este último caso, si la realización
del juicio se suspendiere, tendrá habilitada la acción civil correspondiente.
Si las circunstancias del caso permitieran dejar en suspenso el cumplimiento de la condena
aplicable, y hubiese consentimiento del fiscal, el tribunal podrá suspender la realización del juicio.
Si el delito o alguno de los delitos que integran el concurso estuviera reprimido con pena de multa
aplicable en forma conjunta o alternativa con la de prisión, será condición, además, que se pague el
mínimo de la multa correspondiente.
El imputado deberá abandonar en favor del Estado, los bienes que presumiblemente resultarían
decomisados en caso que recayera condena.
No procederá la suspensión del juicio a prueba cuando un funcionario público, en el ejercicio de
sus funciones, hubiese participado en el delito.
Tampoco procederá la suspensión del juicio a prueba respecto de los delitos reprimidos con pena
de inhabilitación.

A​RT.​ 76 ter. ​(Período de prueba. Condiciones. Efectos). — El tiempo de la suspensión del juicio será
fijado por el tribunal entre uno y tres años, según la gravedad del delito. El tribunal establecerá las
reglas de conducta que deberá cumplir el imputado, conforme las previsiones del artículo 27 bis.
Durante ese tiempo se suspenderá la prescripción de la acción penal.
La suspensión del juicio será dejada sin efecto si con posterioridad se conocieran circunstancias
que modifiquen el máximo de la pena aplicable o la estimación acerca de la condicionalidad de la
ejecución de la posible condena.
Si durante el tiempo fijado por el tribunal el imputado no comete un delito, repara los daños en la
medida ofrecida y cumple con las reglas de conducta establecidas, se extinguirá la acción penal. En
caso contrario, se llevará a cabo el juicio y si el imputado fuere absuelto se le devolverán los bienes
abandonados en favor del Estado y la multa pagada, pero no podrá pretender el reintegro de las
reparaciones cumplidas.
Cuando la realización del juicio fuere determinada por la comisión de un nuevo delito, la pena que
se imponga no podrá ser dejada en suspenso.
La suspensión de un juicio a prueba podrá ser concedida por segunda vez si el nuevo delito ha sido
cometido después de haber transcurrido ocho años a partir de la fecha de expiración del plazo por el
cual hubiera sido suspendido el juicio en el proceso anterior.
No se admitirá una nueva suspensión del juicio respecto de quien hubiese incumplido las reglas
impuestas en una suspensión anterior.

A​RT.​ 76 quater. ​(Prejudicialidad). — La suspensión del juicio a prueba hará inaplicables al caso las
reglas de prejudicialidad de los arts. 1101 y 1102 del Código Civil, y no obstará a la aplicación de las
sanciones contravencionales, disciplinarias o administrativas que pudieran corresponder.

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II ​— E
​ volución legislativa

La ​suspensión del proceso penal a prueba ha sido incorporada a la legislación penal argentina, por
primera vez, en mayo de 1994, a través de la ley 24.316. Por esa razón, no existe evolución legislativa
del instituto en nuestro país. En virtud de esa circunstancia, conviene comparar nuestra suspensión con
ciertos institutos afines de otros ordenamientos jurídicos y considerar algunos proyectos de reforma al
Código Penal en la materia, tanto anteriores como posteriores a la entrada en vigencia de la ley 24.316.
Ello nos permitirá un mayor grado de comprensión del instituto incorporado a la legislación penal
argentina (por medio de los arts. 76 ​bis​, ​ter​ y ​quáter​ del Código Penal).

1. Derecho comparado. — Si bien la suspensión del proceso penal a prueba incorporada al Derecho
argentino tiene sus particularidades, guarda semejanzas con otros institutos vigentes en diferentes países
del mundo.
Sólo para compararla con algunos de los mecanismos afines más citados, conviene distinguirla de los
sistemas de ​probation y de los de ​diversion vigentes en los Estados Unidos de Norteamérica. En este
país, la ​probation consiste en una modalidad de cumplimiento de la pena carcelaria, en virtud de la cual
ella puede ser sustituida por la obligación de cumplir en libertad con ciertas reglas de conducta. Por
referirse la ​probation a personas ya condenadas por la justicia y por abarcar el caso de condenados por
sentencia firme, no tiene en verdad nada que ver con el instituto que receptó nuestro órgano legislativo
(salvo, claro está, que funciona como un mecanismo que directamente evita el cumplimiento efectivo de
la pena de encierro, que es también uno de los objetivos perseguidos por nuestra suspensión del proceso
a prueba).
La ​diversion,​ en cambio, se asimila mucho más a nuestra ​suspensión,​ porque se aplica a personas
imputadas de delito (y no a condenados por sentencia firme) y, por tanto, persigue, entre otras
finalidades, la de evitar la estigmatización que le generaría al individuo el pronunciamiento o el registro
de una sentencia de condena (igualmente que la de evitar un eventual cumplimiento efectivo de una pena
privativa de libertad de corta duración). Pero, a diferencia de nuestro sistema jurídico-penal, el
estadounidense basa su persecución penal en el principio de oportunidad procesal amplio, por lo cual en
general aplica los sistemas de ​diversion a una gran gama de casos que de otra manera no hubieran
ingresado al sistema judicial —pues se trata de los casos que no revisten la mayor gravedad y los
fiscales estadounidenses normalmente reservan los recursos estatales para la investigación y el eventual
juzgamiento de otros más graves—. En los EE.UU., entonces, los sistemas de ​diversion incrementan el
control estatal penal de la población. En nuestro país, en cambio, la suspensión del proceso a prueba (al
evitar el proceso penal e impedir, con ello, las eventuales condena y pena carcelaria) disminuye la
intervención punitiva del Estado, pues la ​suspensión se aplica a casos que, de otro modo, hubieran
ingresado al sistema formal de persecución punitiva (como consecuencia de la supuesta vigencia del
principio de legalidad procesal).
De acuerdo con lo expresado, resulta conveniente no utilizar para nuestro instituto otra denominación
que no sea la que le acuerda el Código Penal, esto es la de “suspensión del juicio a prueba” (o, más
propiamente, “suspensión del proceso penal a prueba”).
Por supuesto que existen institutos análogos al nuestro en sistemas jurídicos también similares al
argentino, como es el caso, entre otros, del previsto en los códigos Penal y Procesal Penal de Guatemala,
que regulan distintos aspectos del régimen de la llamada ​suspensión condicional de la persecución
penal,​ que es aplicable a cualquier caso que permita la condena condicional. En su virtud, se suspende el
trámite del proceso desde su inicio —una vez recibida la declaración indagatoria—, pudiendo el juez
imponer al imputado, durante el período de prueba, el deber de cumplir ciertas reglas de conducta. En
este caso, si la persona sometida a proceso cumple con las condiciones impuestas, el proceso penal
tradicional ya no podrá seguir su curso.

2. Proyectos legislativos argentinos anteriores a la vigencia de la ley n° 24.316. — ​La incorporación


de la suspensión del proceso penal a prueba a nuestro Derecho penal positivo ha tomado en cuenta el
contenido de algunos proyectos de reforma que fueron elaborados sobre el tema.
a. Proyecto del Poder Ejecutivo de 1992. — Este Proyecto, entre otros aspectos, contemplaba la
posibilidad de suspender el proceso a prueba en cualquier caso que permitiera el dictado de una condena
condicional (“cuando se estimare que en caso de condena la pena aplicable no excederá de dos años de
prisión o se trate de una pena no privativa de la libertad” —art. 1º—). El límite máximo de ​dos años de
pena de prisión aplicable (que exigía ese Proyecto como presupuesto para la suspensión) se explicaba
(en su lógica) por ser ése el plazo máximo de pena de prisión que posibilitaba la condenación
condicional, de acuerdo con lo que, en ese momento, propugnaba el Poder Ejecutivo. Por supuesto que,
de haber prosperado esa reducción de la condena condicional a las penas que no sobrepasasen los ​dos
años de prisión, se habría producido un grave retroceso en la política criminal argentina (aunque claro
que no hubiera sido el único). Afortunadamente, ella no tuvo lugar y continuó siendo posible la condena
condicional a pena de prisión que ​no superase los tres años.​ De todos modos, con el tope de pena que
fuera, lo cierto es que este Proyecto consideraba siempre admisible la suspensión del proceso a prueba
en cualquier caso en que se estimara posible la condena condicional (sin interesar cuál fuese el máximo
de pena previsto en la ley para el delito de que se tratara).
b. Proyecto del diputado Antonio M. Hernández. — En esta propuesta de reforma legislativa se
expresaba, entre otras cosas, que la suspensión del proceso a prueba procedía cuando “el
tribunal…estimare que en caso de condena la pena de prisión resultaría de ejecución condicional o no
excediera de ocho meses de efectivo cumplimiento” (art. 3º). Dicho Proyecto no sólo es antecedente
directo de los dos primeros párrafos del actual art. 76 ​bis del Cód. Penal (en cuanto expresamente admite
la suspensión para supuestos en los que está en juego una posible pena privativa de libertad de
cumplimiento efectivo, ya sea de reclusión o de prisión), sino que también lo es del párr. 4º del mismo
artículo (en cuanto torna viable la suspensión del proceso a prueba en los casos de posible condenación
condicional). Precisamente por declarar admisible la ​suspensión en ciertos casos de posible pena
carcelaria ​efectiva​, este Proyecto procuraba claramente respetar, al menos en mayor medida que otros, el
objetivo proclamado para la suspensión del proceso a prueba, de servir de sustituto de la pena privativa
de libertad de corta duración.
c. Proyecto del diputado Víctor H. Sodero Nievas. — ​También se había presentado este proyecto en
la época de la sanción de la ley 24.316, que pretendía instaurar un régimen de “paralización a prueba del
trámite de la causa” sumamente limitado, con un alcance mucho menor que el de la reforma
efectivamente implementada.
d. Proyecto del diputado José J. Manny. — I​ gualmente fue valorado este proyecto que proponía un
sistema de “suspensión del proceso a prueba” tanto para delitos reprimidos legalmente con pena de
prisión cuyo máximo no excediera los cuatro años, como para aquellos que permitieran la condena
condicional.

3. Proyectos de reformas posteriores al régimen de la ley 24.316. — ​Luego de incorporada la


suspensión del proceso penal a prueba al Derecho penal argentino, a través de la entrada en vigencia la
ley 24.316, se presentaron al Congreso de la Nación una serie de proyectos de reforma sobre el tema
(tomando en cuenta los problemas interpretativos a que dio lugar la citada ley), fundamentalmente con la
idea de ampliar el ámbito de aplicación del instituto (aunque más no fuera dando mayor claridad al texto
vigente, de conformidad con lo que ya viene sustentando una interpretación amplia que de él efectúa la
mayor parte de la doctrina y de la jurisprudencia).
Entre ellos puede mencionarse el Proyecto de reformas al Código Penal sobre suspensión del proceso
a prueba, presentado por el diputado Osvaldo F. Pellín (por la provincia de Neuquén) a la Cámara de
Diputados de la Nación el 17 de octubre de 1995 (expte. 4494-D-95), y el Proyecto de ley sobre
persecución penal eficaz, presentado por el diputado José I. Cafferata Nores (expte. Cámara de
Diputados 6419-D-96). También pueden citarse los proyectos legislativos de Oscar L. Fappiano
(septiembre de 1998), del Poder Ejecutivo nacional (abril de 1998) y del senador Jorge A. Agúndez,
cuyos textos pueden consultarse en la obra de Marcelo Castañeda Paz [​42,​ p. 202 y siguientes].
4. Debate parlamentario. — E ​ n el debate parlamentario se pusieron de manifiesto ideas no siempre
coincidentes acerca del preciso alcance que se acordaba al instituto creado, aunque puede advertirse de
su lectura la amplitud de criterio con que se abordó la problemática de la necesaria sustitución de los
procesos penales tradicionales y de la pena carcelaria, debido a sus indiscutidos efectos nocivos.
a) En lo que respecta a la amplitud de la reforma, el diputado Hérnández (por la provincia de
Córdoba) señaló expresamente que: “el proyecto que estamos tratando tiene una importancia
excepcional porque implica sentar las bases de una nueva política criminal para la Argentina” [​67,​ p.
1318]. Esta reforma, continuó, “es esencial para cambiar nuestra política criminal, porque así vamos a
poner énfasis en el juzgamiento de los delitos más graves que se producen en la sociedad y vamos a
impedir que los tribunales vean perturbado su funcionamiento por el tratamiento de las causas más leves.
No puede ser que en las cárceles estén sólo los ‘ladrones de gallinas’, como se dice vulgarmente, y que
la política criminal del Estado argentino no pueda ser más eficaz con cuestiones tan graves como el
narcotráfico, la delincuencia económica o la corrupción en el Estado, que están evidenciando la
presencia de una crisis moral como la que vive hoy el país” [​67,​ p. 1320]. Por ello, sigue diciendo
Hernández, la suspensión a prueba de muchas causas “va a significar ... la posibilidad de que ... los
delincuentes que más ofenden a la sociedad argentina, los que atacan los bienes jurídicos que más deben
ser protegidos, sean condenados como corresponde” [​67,​ p. 1320]. Para apoyar la implementación con
ese fin de lo que llama “probation”, menciona sus altos porcentajes de utilización en otros países, como
es el caso de los EE.UU., donde —informa— se aplica hasta en un “78,3 por ciento, de las causas, en el
Estado de Michigan. En Canadá el 80 por ciento de las causas está sujeto a ​probation,​ siendo el 70 por
ciento en el caso de Japón” [​67​, p. 1319]. “Con estas modificaciones, sostuvo Hernández, colocamos a la
legislación penal argentina en el mismo derrotero que las más avanzadas del mundo” [​ ​67,​ p. 1321]. En
esos términos, se atribuyó a la reforma un alcance verdaderamente significativo —incompatible con la
interpretación minoritaria restrictiva que se rechaza en este comentario—.
El diputado Sodero Nievas —por la provincia de Río Negro— adjudicó una enorme importancia a
esta reforma, al expresar que: “desde el 15 de marzo de 1984, cuando se aprobó la ley 23.057, ésta es la
reforma más importante al Código Penal de la Nación”. Luego añade que: “es un deber de todos tomar
conciencia de que la norma en consideración tendrá de aquí en más una profunda gravitación en todo el
ordenamiento sistemático jurídico penal”. Ello —continúa sosteniendo Sodero Nievas— “va a llevar a
que esta sesión se convierta en otra fecha histórica de gran trascendencia para todos nosotros” [​67​, p.
1323].
b) En lo que se relaciona concretamente con el fin de evitar el cumplimiento efectivo de eventuales
penas carcelarias, el senador Alasino (por la provincia de Entre Ríos) dejó en claro que “desde siempre
la ley penal ha intentado incorporar algunos modos de limitar la aplicación de las penas o algunos
métodos para sustituir las penas cortas de prisión” [​68,​ ps. 177 y 178]. Asimismo expresó que: “es
necesaria la instalación de este instituto que beneficiaría a una gran cantidad de personas y, obviamente,
a la comunidad, al despoblar las cárceles, que es una de las deudas que tiene la comunidad argentina
consigo misma” [​68,​ p. 192].
El diputado ​Sodero Nievas vincula el instituto (que denomina “probation”) con los ​sustitutos de la
cárcel (lo que, a mi criterio, adquiere relevancia para interpretar el alcance de los dos primeros párrafos
del art. 76 ​bis​). También relaciona la suspensión del proceso con la posibilidad de condena condicional.
En forma concordante —y en lo que concretamente se vincula con la finalidad aquí tratada—, agregó
que: “la ‘probation’ se relaciona fundamentalmente con las modernas doctrinas de los sustitutos de la
pena de prisión” [​67,​ p. 1323]. Se habla aquí de la ​probation como un ​sustituto de las penas privativas
de la libertad (es decir, como un mecanismo al que puede recurrirse para evitar el cumplimiento de esa
clase de penas).
En el mismo sentido —y con manifiesta energía— se expidió el diputado Hernández e​ n favor de la
reforma como un instrumento de lucha contra las penas cortas privativas de la libertad. Es así como
sostuvo que: “a partir del siglo pasado las penas cortas privativas de la libertad producían efectos
evidentemente negativos en el objetivo de la represión penal y, sobre todo, de la resocialización del
condenado. Por ese motivo es que distintos autores ... señalaron con precisión la necesidad de una
reforma en esta materia…” [​67,​ p. 1318].
Más adelante hace suyas las afirmaciones de Jürgen Baumann en cuanto expresa que: “ya se sabía ...
de las desventajas de las penas cortas privativas de la libertad en el ámbito de la pedagogía criminal y la
penología. Nada hay más desmoralizante y absurdo que nuestras penas cortas privativas de la libertad en
relación al aprendizaje de una carrera de delincuente” [​67​, p. 1318]. Agrega, avalando la finalidad aquí
señalada, que: “no se trata de dejar sin respuesta al delito ... sino que se pretende evitar el mal en la
aplicación o reducirlo lo más posible” [​67,​ p. 1319]. Además cuestiona los efectos perniciosos de la
cárcel, al expresar que: “nosotros conocemos el estado en que se hallan las cárceles, que no cumplen los
objetivos de la legislación imperante y los altos principios de la Constitución Nacional” [​67​, p. 1319].
c) Estas consideraciones político-criminales contenidas en el debate parlamentario revisten suma
importancia al momento de interpretar el texto de la ley, pues se compadecen con una interpretación
amplia de la suspensión del proceso a prueba, que la reconoce aplicable no sólo a los delitos a los que
aluden los párrafos 1º y 2º del art. 76 ​bis (es decir, a casos en los que incluso es posible que se
implemente una pena carcelaria de efectivo cumplimiento), sino a cualquier otro en el cual sea aplicable
una condena en suspenso —en virtud del párrafo 4º del mismo artículo—. Estas mismas consideraciones
muestran la irrazonabilidad de la tesis extremadamente restrictiva que aquí se rechaza (que pretende
reducir el ámbito de aplicación de la reforma a los casos de los párrafos 1º y 2º del art. 76 ​bis
—desconociendo la mención de la pena de reclusión y, fundamentalmente, de la “reclusión
aplicable”—, pero incluso sólo en la medida en que se den las exigencias del párrafo 4º).

​ ​Doctrina
III —

§ 1. AN ​ ALISIS ​DE L​ A ​INSTITUCION.​ —


​ ​En primer lugar voy a desarrollar el eje central del instituto en
análisis desde mi punto de vista personal, para luego referirme a las posturas de los demás autores acerca
de algunos problemas de interpretación que se han planteado en torno al texto del Código Penal
argentino relativo a la suspensión del proceso penal a prueba.
§ 2. P​OSTURA D
​ EL A​ UTOR.​ — Antes de consignar mi posición personal acerca de los aspectos
problemáticos de la regulación legal argentina, debo formular algunas apreciaciones sobre la
incorporación del instituto en el Derecho penal argentino y sobre las características de la suspensión.

a) Caracterización de la suspensión del proceso penal a prueba. — E ​ l aspecto realmente positivo de


la reforma instaurada por ley 24.316 es el vinculado al nuevo instituto que incorpora, denominado
“suspensión del juicio a prueba” (más allá de las objeciones que puedan formularse a su concreta
regulación).
La suspensión del proceso penal a prueba constituye una manifestación del principio de oportunidad
procesal (reglado por la ley y sujeto a un control judicial formal). Ella consiste en la paralización del
trámite del proceso penal iniciado en contra de una persona, durante un cierto lapso. Dicha paralización
tendrá lugar en la medida en que concurran en el caso las condiciones de admisibilidad previstas en la
ley. En el transcurso de ese período el imputado deberá cumplir con la condición primordial de no
cometer delito alguno. Además —siempre que hubiere realmente daño constatable y en la medida de sus
posibilidades— deberá reparar el daño ocasionado a la víctima y, en su caso, cumplir con la regla o
reglas de conducta que le hayan sido impuestas (si es que hubiera sido estrictamente necesaria su
imposición, que no es obligatoria). Si cumple con las condiciones fijadas, se extinguirá el poder punitivo
del Estado, mientras que, de lo contrario, proseguirá el trámite de la causa (en el estado en que se
encontraba al momento de la suspensión o con las medidas de prueba que hubiera sido necesario
producir —pese a la suspensión— en el supuesto de haber existido peligro de desaparición).
Este instituto constituye una excepción más al principio de legalidad procesal (sólo proclamado como
vigente), según el cual —se dice— el Estado debe investigar y penalizar todo delito del que tome
conocimiento. Importa, por el contrario, una aplicación del principio de oportunidad en el proceso penal
—en virtud del cual el Estado puede renunciar a investigar y a juzgar ciertos delitos, por razones de
conveniencia—, aunque sujeto a una reglamentación legal de las condiciones de admisibilidad y a un
control judicial (aunque meramente formal) acerca de la concurrencia de dichas condiciones en el caso
concreto. Por ello las provincias se han reservado la potestad de legislar este instituto (el que, sin
embargo, tuvo sus inicios por medio de una reforma al Código Penal, comenzándose luego a
reglamentar en las legislaciones locales). Como es sabido, el principio de legalidad es un principio
irrealizable, pues —por diversas razones— todo sistema penal se caracteriza por la selectividad de su
funcionamiento real. Es decir, ningún sistema penal tiene siquiera capacidad para investigar y penalizar
todos los ilícitos que se cometen (ni sería deseable que ello sucediera). Este dato de la realidad obliga a
efectuar una interpretación constitucional del art. 71 del Cód. Penal (según el cual ​“deberán iniciarse de
oficio todas las acciones penales…”)​ , en cuya virtud debe reconocerse que el titular de la acción penal
no necesita de instancia privada para iniciar la persecución punitiva en los casos no mencionados en los
arts. 72 y 73. La magnitud de la selectividad penal, unida a la exigencia de racionalidad de los actos de
gobierno (como una exigencia de todo Estado Constitucional de Derecho —arts. 1º, 33 y 75, inc. 22,
Const. Nacional—), aconseja la implementación de una política de persecución penal orientada a lograr
la investigación de los casos que, por su gravedad y por las buenas posibilidades de esclarecimiento, sea
razonablemente posible penalizar. El art. 120 de la Const. Nacional abre las puertas a la oportunidad
procesal y a su reglamentación legal, pues dispone que la función de promover la actuación judicial
(dentro del marco de la legalidad penal) debe ser llevada a cabo en defensa de los “intereses generales de
la sociedad”. La tutela de tales intereses demanda, precisamente, la planificación racional de la actuación
de la justicia, de tal modo que el esclarecimiento de los delitos más graves y, especialmente, los de los
poderosos, deba intentarse aún a costa de la no persecución de muchos otros.
Hace falta aclarar que la previsión legal de los supuestos de admisibilidad de la suspensión del
proceso a prueba hace que tal paralización procesal tenga naturaleza de derecho del imputado, y no de
mera gracia del poder persecutor. Por ello es que, al concurrir en el caso los presupuestos de
admisibilidad legal, la suspensión debe ser dispuesta indefectiblemente.
Funcionan dentro del sistema penal otros mecanismos que se basan en criterios que guardan cierta
analogía, como son los supuestos de prescripción de la acción penal o de la pena —en los cuales el
transcurso del tiempo hace perder el poder penal persecutorio o la potestad de hacer cumplir la pena
estatal, respectivamente, pese a que el Estado conoce la imputación delictiva, en el primer caso, o haya
incluso declarado la responsabilidad penal imponiendo una pena concreta, en el segundo—. Es también
el supuesto de la existencia de delitos de acción privada (que, aunque se hayan cometido efectivamente,
sólo se juzgan si el afectado va impulsando el proceso —aunque el art. 120 de la Const. Nacional les
agregó a su vez la exigencia de la necesaria promoción fiscal—) o de los delitos de acción pública
“dependientes de instancia privada” (que, aunque realmente hayan ocurrido, no pueden ser investigados
siquiera sin denuncia del afectado). Mayor similitud revisten los supuestos de extinción de la acción
penal previstos en la ley penal tributaria y previsional (24.769) y en la ley penal de estupefacientes
(23.737). Una cuestión aparte la constituye el grado de irracionalidad de esa selectividad, propia de todo
sistema penal, que en algunos casos —como en el de nuestros sistemas penales latinoamericanos—
alcanza un nivel altamente preocupante, configurando un importante factor de deslegitimación de tales
sistemas. Como veremos, el instituto en análisis está llamado a disminuir —de algún modo— ciertas
cuotas de irracionalidad del sistema penal argentino.

b) Finalidades. — ​La suspensión del proceso penal a prueba persigue varias finalidades, entre las que
cabe destacar:
1. La de disminuir el peso de la selectividad irracional propia del sistema penal, a través de la
incorporación de mínimas cuotas de “racionalidad” en la programación del sistema de persecución
—lo que se pretende lograr liberando los recursos mal invertidos en procesos penales tradicionales
(muchas veces perjudiciales o, por lo menos, innecesarios o sumamente costosos), con lo que se
procura obtener mayor “eficacia” en la persecución de los delitos más graves, pero por medio de la
limitación al poder punitivo del Estado (es decir evitando el dolor del proceso, de la eventual
condena que pudiera recaer en él y de la eventual pena que pudiera corresponder imponerle al
imputado)—.
2. La de brindar alguna protección a la víctima, a través de la reparación de los daños que el delito
investigado le hubiera causado (siempre que pudiera demostrarse la producción de un real
perjuicio a terceros, cuya comprobación es uno de los presupuestos de la intervención penal, y
siempre que la víctima o la probable víctima la aceptara). Este objetivo podrá ser perseguido
siempre que el imputado tenga reales posibilidades de brindar tal compensación, pues la ley exige
la reparación del daño “en la medida de lo posible”, precisamente como un modo de evitar
exigencias de imposible cumplimiento (lo que también es consecuencia del principio de igualdad
ante la ley).
3. La de lograr o mantener cierta cuota de integración social de los imputados, a través de la
internalización de pautas positivas de conducta; dicha internalización tiende a obtenerse por medio
de la imposición de especiales reglas de conducta, en aquellos casos que lo requieren desde el
punto de vista preventivo-especial. Este objetivo sólo podrá ser procurado en la medida en que sea
absolutamente indispensable imponer tales reglas al imputado —pues la ley sólo autoriza dicha
imposición ​“…en tanto resulten adecuadas para prevenir la comisión de nuevos delitos…” (arts.
27 ​bis,​ párr. 1º y 76 ​ter​, párr. 1º, Cód. Penal)—. Esto último tiene especial importancia para no
obstaculizar el cumplimiento de los fines político-criminales perseguidos por el instituto, lo que
sucedería con la imposición irrazonable e inútil de excesivas obligaciones a quien (presumiéndose
inocente) estará sometido de todos modos a la condición de no delinquir durante el período de
prueba —condición esta última suficiente en la mayoría de los casos—.
4.​ La de evitar la rotulación de la persona sometida a proceso, impidiendo el posible pronunciamiento
de una sentencia condenatoria (funcionando la suspensión como un mecanismo alternativo a la
condena condicional —y en algunos casos a la condena efectiva de corta duración—), en el
entendimiento de que el antecedente penal importa un fuerte obstáculo para la inserción social de
cualquier individuo. La persecución de este objetivo, en sí misma, bastaría ya para justificar la
reforma —tal como ha ocurrido en otras legislaciones con institutos análogos, como es el caso de
la llamada “suspensión del fallo”—.
5. La finalidad de evitar el cumplimiento de penas cortas privativas de la libertad, que puede
conseguirse en forma directa a través de la procedencia de la suspensión en casos de imputación de
delitos que admitan la imposición de una pena carcelaria de efectivo cumplimiento (como es el
caso, de la imputación de un concurso de delitos de los descriptos en el párrafo 1º del art. 76 ​bis​,
que hace depender la procedencia de la suspensión a prueba de la aplicabilidad por los jueces de
una pena carcelaria de prisión o reclusión cuyo máximo no sea mayor a tres años —pues en
nuestro Derecho penal positivo la aplicación por los jueces de una pena de reclusión no admite la
condicionalidad, sino que obliga al cumplimiento efectivo de la pena carcelaria—).

Estas finalidades incidirán decisivamente en la tarea de interpretación judicial del texto legal, como
podrá verse más adelante (conf. § 2, ​c,​ 4, 5, 6 y ​d)​ .
Los objetivos a los que se hizo referencia muestran que la suspensión del proceso a prueba está
prevista tanto en beneficio del imputado (que evitará así el riesgo de ser sometido a juicio y, con ello, la
eventualidad de ser condenado y penado, lo que constituiría un factor de obstáculo a los fines
proclamados), como en favor de la víctima (a quien se procura reparar el daño sufrido, siempre que sea
posible y en la medida de las posibilidades concretas del imputado) y de la sociedad en general (pues
permitirá que el sistema de justicia penal —incapaz de investigar todos y cada uno de los delitos que
llegan a su conocimiento— cuente con un mecanismo tendiente a racionalizar su ínsita selectividad,
logrando una menor intervención punitiva y posibilitando su mayor eficacia en la persecución de la
criminalidad más grave).
Por supuesto, el hecho de que la suspensión del proceso penal a prueba tienda a ese fin no significa
que nuestro sistema penal dejará con ello de ser irracionalmente selectivo o que dejará de ser gobernado
según criterios de poder, ya que su funcionamiento concreto dependerá del juego de una serie de
variables (entre las que cabe destacar la existencia de un Estado constitucional de Derecho, que respeta
las garantías que las constituciones y las convenciones de derechos humanos acuerdan a los individuos
frente al poder punitivo estatal —una de las cuales será, por supuesto, la conformación de una estructura
judicial democrática, que le asegure la necesaria independencia interna y externa, la imparcialidad, la
idoneidad y, sobre todo, la defensa a ultranza de las normas fundamentales—). No obstante ello, el
nuevo instituto puede significar un importante paso hacia la disminución de ciertas cuotas de
irracionalidad, que demandará, entre otras cuestiones, una significativa amplitud de criterio en la
aplicación judicial del texto de la ley (como la ya demostrada por buena parte de la jurisprudencia
argentina).

c) Presupuestos. — L ​ a legislación penal argentina requiere una serie de presupuestos de operatividad


de la suspensión del proceso a prueba.

1. Petición del imputado. — ​Sólo podrá disponerse la suspensión si ella es solicitada por el imputado.
Este presupuesto encuentra justificación en el derecho que tiene toda persona sometida a proceso penal a
que su situación procesal sea dirimida a través de una sentencia definitiva y firme que declare su
inocencia o culpabilidad.

2. Ofrecimiento de reparación a la víctima. — ​El imputado, como condición para que pueda
disponerse la suspensión del proceso, ​“…deberá ofrecer hacerse cargo de la reparación del daño en la
medida de lo posible, sin que ello implique confesión ni reconocimiento de la responsabilidad civil
correspondiente…” (art. 76 ​bis​, párr. 3º, Cód. Penal). Este es un requisito establecido en favor de la
víctima del delito, que tiende a brindarle la protección que normalmente el sistema penal no le acuerda.
Esto, en un gran número de casos, otorgará a la víctima la única vía posible de reparación del daño
sufrido, pues actualmente la reparación a la víctima es inexistente o, en todo caso, muy excepcional. En
cambio, al ser el ofrecimiento de reparación a la víctima una condición para que se suspenda un proceso
penal iniciado en contra del imputado, buscará éste la forma de brindar alguna reparación (sea que la
ofrezca en dinero —al contado o en cuotas— o que procure lograrla por medio de un trabajo o de un
servicio en favor de la víctima o de la persona que esta última le indique).
La única reparación exigible es aquella que ha sido aceptada por el afectado. Si la víctima, por el
contrario, no aceptara tal ofrecimiento del imputado, no habrá reparación que exigir y, por ende, la
suspensión será procedente sin ese recaudo (ya sea porque la víctima manifiesta su desinterés por
recibirla, o bien porque —estando interesada en ella pero encontrándola insuficiente— el órgano judicial
entiende razonable la oferta). Siempre que el proceso penal sea suspendido, no obstante el rechazo de la
oferta de reparación por parte del damnificado interesado en obtenerla, la víctima ​“…tendrá habilitada
la acción civil correspondiente” (art. 76 ​bis,​ párr. 3º, Cód. Penal). Por supuesto que no podrá exigirse tal
ofrecimiento (o, en su caso, el cumplimiento de su oferta) al imputado que se encuentre en una real
situación de imposibilidad de cumplir con esa reparación, pues (además de ser ello una consecuencia del
principio constitucional de igualdad ante la ley —art. 16, Const. Nacional—) la propia legislación penal
lo establece sólo “en la medida de lo posible”.

3. Conformidad fiscal. — En relación a un primer grupo de delitos (que comprende los grupos de
casos —de menor gravedad— previstos en los dos primeros párrafos del art. 76 ​bis del Cód. Penal), la
ley penal no supedita la procedencia de la suspensión del proceso a conformidad fiscal alguna, mientras
que para un segundo grupo de delitos (diferente del primero y descripto en el párrafo 4º del mismo art.
76 ​bis —delitos que en general revisten mayor gravedad que los del primero, como se verá en el punto
siguiente—) requiere expresamente su “consentimiento” como condición de admisibilidad.
Esta condición propia exigida legalmente sólo para el segundo grupo de delitos encuentra su
explicación en la circunstancia de tratarse, en el segundo grupo, de delitos abstractamente más graves
que los integrantes del primero. De allí que (se esté o no de acuerdo con esta decisión legislativa) resulte
lógico que se exijan mayores recaudos para suspender procesos en los que se investigan delitos de
mayor gravedad que con relación a otros que tienen por objeto ilícitos penales más leves (por ello, para
suspender a prueba los procesos en los que se investigan uno o más delitos pertenecientes a este segundo
grupo, se establece además —como requisito propio— que sea posible el dictado de una condena de
carácter condicional).
No obstante la logicidad de la exigencia de mayores condiciones de admisibilidad para los supuestos
del párrafo 4° del art. 76 ​bis ​(en relación con los dos primeros), debe aclararse que la disconformidad del
fiscal con la suspensión del proceso a prueba no puede nunca impedir al juez que disponga tal
paralización del curso del proceso (no obstante el texto contrario de la ley penal). Ello es así por cuanto
el titular de la acción penal (que en la Argentina de hoy es el fiscal —conf. art. 120, Const. Nacional—)
es quien debe habilitar al órgano jurisdiccional para que este último pueda aplicar el derecho al caso
concreto, de modo tal que cuando se produce tal habilitación la decisión del caso queda en exclusivas
manos del juez (quien sólo estará limitado por la medida de dicha habilitación).
En suma, la oposición fiscal al pedido de suspensión no puede resultar vinculante para el juez, quien
siempre tiene potestades para disponerla (en la medida en que concurran las condiciones legales de
admisibilidad). La pretensión contraria importaría un “indebido desplazamiento de la potestad
jurisdiccional” hacia las partes (cuestión que he advertido luego de la lectura de la obra, ​14,​ ps. 45 a 47].
Aunque nada diga la ley, debe entenderse que la conformidad prestada por el fiscal obliga al órgano
jurisdiccional a disponer la suspensión del proceso penal a prueba (respetando las condiciones comunes
y propias de admisibilidad requeridas por la ley penal), pues ello es una consecuencia necesaria del
“debido proceso legal” (art. 18, Const. Nacional). En efecto, la citada garantía exige la necesaria
correspondencia entre acusación, prueba, defensa y sentencia, por lo cual no es legítimo obligar al
imputado a contestar una imputación que precisamente no pretende formular el fiscal que propone la
paralización del trámite procesal.
La imputación fiscal debe ser efectuada con toda libertad y de ningún modo resulta legítima aquella
obligada por órgano jurisdiccional alguno (a través de un rechazo de la propia pretensión suspensiva
fiscal, sin basar tal denegatoria en la falta de cumplimiento de las condiciones legales de admisibilidad).
El órgano judicial que siga adelante con un proceso cuya suspensión consintió el fiscal (como titular
de la pretensión punitiva estatal) habrá perdido las garantías mínimas de imparcialidad y, con ello, el
proceso carecerá de validez constitucional. Las razones de tal consecuencia son análogas a las que
llevaron a la Corte Suprema de Justicia de la Nación a sentar la tesis según la cual resulta nula aquella
sentencia de condena ante la falta de acusación fiscal en el debate oral (conf. CSJN, 28/12/89, “Tarifeño,
Francisco s/Encubrimiento en concurso ideal con abuso de autoridad”, expte. nº 342-78-87, 209-XXII;
ídem, 22/12/94, “García, José A. s/Estelionato y uso de documento falso en concurso ideal”,
G-91-XXVII, R.H., y muchas otras. En estos casos ha dicho la Corte que una condena dictada sin haber
existido acusación fiscal en el debate —aunque hubiera habido antes requisitoria de elevación a juicio e
incluso pedido de condena en el debate efectuado por el actor civil— importa una “transgresión a las
garantías constitucionales de la defensa en juicio y el debido proceso, de tal entidad que, más allá de
cualquier imperfección en la habilitación de la competencia de la Corte para conocer de los agravios
expresados respecto de la sentencia apelada, afecta la validez misma de su pronunciamiento,
circunstancia que debe ser atendida y declarada con antelación a cualquier otra cuestión que se hubiera
planteado”. Se aclaró que en esas causas no se han observado “formas sustanciales del juicio relativas a
la acusación, defensa, prueba y sentencia”).
La misma transgresión existiría si, por ejemplo, algún órgano judicial (además de su función propia)
decidiera ejercer la pretensión punitiva, de la que no es titular, cuando el fiscal (que sí lo es) no
concordara precisamente con su ejercicio (en razón de haber manifestado su voluntad de paralizar el
proceso a prueba).

4. Aplicabilidad a distintos grupos de delitos y de casos. — Como se verá, la ley penal (al menos por
ahora y salvo algunas excepciones) reserva la suspensión del proceso penal a prueba para los imputados
de delitos que no revistan extrema gravedad.
El propósito de algunos legisladores que se refirieron expresamente a esta cuestión fue el de aplicar el
instituto sólo a los delitos que tuvieran prevista en la ley penal una pena máxima que no fuera mayor a
los tres años de reclusión o prisión (esto surge sólo de la hipótesis de admisibilidad prevista en el párr. 1º
del art. 76 ​bis del Cód. Penal, incorporado por ley 24.316). Sin embargo, otros legisladores le han
adjudicado a la reforma una relevancia compatible con un mayor alcance del instituto, no sólo por los
objetivos que a él le han atribuido en el nuevo texto, sino además por haber incluido algún ejemplo de
delito reprimido con pena carcelaria máxima mayor a tres años en una lista de delitos confeccionada
para ejemplificar los supuestos de admisibilidad (como es el caso del delito de cohecho —art. 256, Cód.
Penal— y de enriquecimiento ilícito por utilización de informaciones reservadas —art. 268 (1), Cód.
Penal—, que tienen prevista en la ley una pena de reclusión de dos a seis años —como alternativa a la de
prisión de seis meses a dos años—, que, por supuesto, fueron incluidos en esa lista pensando en la
admisibilidad de la suspensión del proceso a prueba con relación a los partícipes que no revistan la
calidad de funcionarios públicos).
El texto legal modificado demanda una interpretación lo más amplia posible, pues —entre otras
razones— la llamada “voluntad del legislador” (que es sólo una pauta —sumamente difusa en esta
hipótesis— para establecer el real alcance de una ley) puede acordar un sentido diferente del que surge
del propio texto de la norma sancionada. Es decir, la ley es susceptible de ser interpretada de acuerdo
con el significado de sus propios términos y aun, si fuera el caso, en contra de la “voluntad del
legislador” (aunque, en verdad, tal “voluntad” existe más que nada en la ficción, pues el órgano
legislativo no es unipersonal, sino que, antes bien, se encuentra compuesto por un elevado número de
personas que sustentan ideas no sólo diferentes, sino, a veces, irreconciliables). Ello ocurrirá claramente
cuando, queriéndose decir algo determinado, se termine sancionando un texto legal que expresa, en
definitiva, una cosa distinta (por ejemplo, si se pretende prohibir una conducta cuando es cometida por
medio de ​intimidación y se sanciona un texto legal que la prohíbe sólo cuando es ejecutada por medio de
violencia física,​ no quedará prohibida la primera, por mucho interés que se haya manifestado en tal
sentido en la discusión parlamentaria —que es lo que sucede, en nuestro Derecho positivo, con el
apoderamiento ilegítimo por medio de la exhibición intimidatoria de armas, supuesto en el cual, en caso
de no mediar además la violencia física que requiere el art. 164 del Cód. Penal, no habrá robo ni, por
ende, tampoco robo con armas, sino coacción con armas en concurso ideal con hurto, siempre que se
haya descartado la extorsión, por considerarse, por ejemplo, que la intimidación en ese delito requiere la
promesa de un mal mediato, por exigirse un intervalo entre la acción y el perjuicio patrimonial—). Se
distingue, entonces, la aludida “voluntad del legislador” de la denominada “voluntad de la ley”
(debiendo primar la última de las nombradas, en caso de conflicto, cuando ella favorezca al imputado).
Igualmente, en virtud del principio ​pro homine,​ ha de prevalecer siempre la interpretación legal que más
derechos acuerde al ser humano frente al poder estatal. De todas maneras, en nuestro caso es el propio
texto legal el que demanda una interpretación amplia, que admita la suspensión del proceso a prueba con
relación a dos grupos de delitos bien diferenciados.
El primer grupo de delitos cuya imputación permite la suspensión del proceso a prueba es el
contenido en los dos párrafos iniciales del art. 76 ​bis ​del Cód. Penal, que abarca los supuestos de
imputación única (párr. 1º) y de imputación múltiple o concursal (párr. 2º) de ciertos delitos.
El párrafo 1º del art. 76 ​bis ​comprende aquellos procesos en los cuales se impute un delito que la ley
penal reprime con pena carcelaria máxima (prisión o reclusión) no mayor a los tres años. Habrá que
determinar aquí, para saber si es o no admisible la suspensión, cuál es el máximo de pena carcelaria con
el que la ley penal sanciona el delito atribuido en un proceso. Si ese máximo supera los tres años, la
suspensión no procede, mientras que resulta admisible si no lo excede.
A esto alude la ley cuando habla en su texto de un delito “reprimido con” la pena aludida (haciendo
clara referencia a esa pena máxima “prevista en la ley”).
Por ejemplo, aquí estaría incluido, entre muchos otros, el proceso en el que se imputara un hurto
simple, previsto en el art. 162 del Cód. Penal, que establece la pena de un mes a dos años de prisión, o
aquel en el que se atribuyera una tentativa de robo simple (reprimida legalmente con pena de prisión
máxima de tres años, aplicando, para este supuesto concreto, la tesis más favorable en materia de
reducción de pena para los casos de tentativa —arts. 164, 42 y 44, Cód. Penal; 18 y 75, inc. 22, Const.
Nacional—). Igualmente ocurriría con la imputación de una complicidad secundaria en un robo
agravado por escalamiento (arts. 46 y 163, inc. 4°, Cód. Penal).
El párrafo 2º del art. 76 ​bis ​considera admisible la suspensión en casos de imputación de un concurso
de delitos de los descriptos en el párrafo 1º, siempre que la pena judicialmente “aplicable” (ya no aquella
con que lo “reprime” la ley) no supere los tres años de reclusión o prisión. En este supuesto es posible
(por irrelevante) que la pena con que la ley reprime dicho concurso tenga un máximo que supere los tres
años de cualquier pena carcelaria. Lo determinante para que resulte procedente la suspensión, en tal
circunstancia, es que los delitos que se atribuyan en el proceso sean de los descriptos en el párrafo 1º (es
decir, que cada uno de ellos se encuentre reprimido por la ley con cualquier pena carcelaria cuyo
máximo no exceda los tres años) y que, además, para el concreto concurso de delitos que se atribuye en
el proceso, sea posible la aplicación judicial de cualquier pena carcelaria que no sea superior a tres años.
Por ejemplo, por este párrafo 2º podría suspenderse, entre muchos otros, un proceso en el cual se
imputasen dos hurtos (cada uno reprimido con prisión de uno a dos años —art. 162, Cód. Penal—) o dos
amenazas y un daño (encontrándose reprimida cada amenaza con prisión de seis meses a dos años —art.
149 ​bis,​ Cód.Penal— y el daño con prisión de quince días a un año —art. 183, Cód. Penal—), o aquel en
el que se atribuyeran un abuso de armas y dos lesiones graves en estado de emoción violenta —estando
reprimido el abuso de armas con prisión de uno a tres años (art. 104, Cód. Penal) y las lesiones graves
atenuadas, con pena de reclusión o prisión de seis meses a tres años, tal como resulta del juego de los
arts. 81, párrafo 1º, inc. ​a,​ 90 y 93 del Cód. Penal— En cualquiera de estos ejemplos, la suspensión
resulta admisible a pesar de que, para cualquiera de ellos, la ley penal reprime el concurso de los delitos
allí imputados con una pena carcelaria máxima (prisión o reclusión) mayor a los tres años, ya que en los
tres resulta aplicable por el juez una pena concreta no superior a los tres años de reclusión o prisión.
La previsión legal de estos dos primeros párrafos del art. 76 ​bis del Cód. Penal constituye una razón
demasiado seria en favor de la interpretación amplia que aquí se propicia (y que ha sido seguida por la
posición mayoritaria en doctrina y en jurisprudencia). Ello es así por varias razones. Por un lado, porque
la ley penal declara admisible la suspensión en relación a imputados de un delito reprimido legalmente
con pena de reclusión (y no sólo de prisión), lo que indica que la pena prevista en la ley puede ser una de
aquellas que no admiten la posibilidad de condena condicional (reservada en la Argentina para la
prisión). Por otra parte, porque el párrafo 2º declara procedente la suspensión para supuestos en los que
es judicialmente aplicable una pena carcelaria que no supere los tres años, con lo cual se deja en claro
que no interesa cuál es la pena máxima prevista en la ley (o aquella con la que se reprime el concurso
imputado). Pero, además (y esto resulta ya demasiado determinante como para que se siga discutiendo la
cuestión), el párrafo 2º establece la admisibilidad de la suspensión cuando la pena concretamente
aplicable por el órgano judicial es una pena de reclusión no mayor a los tres años, con lo cual se aclara
toda incertidumbre en relación a este punto, por cuanto la aplicación concreta de una pena de reclusión
no puede ser nunca condicional (con lo que no hay duda de que éste es un supuesto de procedencia
distinto del previsto en el párrafo 4º del mismo art. 76 ​bis,​ que, como veremos seguidamente, requiere la
posibilidad de condenación condicional).
En el párrafo 4º del art. 76 ​bis (como se adelantó) se contempla otra hipótesis de admisibilidad,
supeditada a que ​“…las circunstancias del caso permitieran dejar en suspenso el cumplimiento de la
condena aplicable y hubiese consentimiento del fiscal…”.​ Es sabido que en el Derecho penal argentino
es posible pronunciar una sentencia condenatoria en forma condicional en los casos en los que se
impone una pena de prisión que no supere los tres años (lo que puede suceder en delitos que tienen
prevista en la ley penal una pena carcelaria máxima mayor a los tres años, mientras que el mínimo de la
prisión no supere esos tres años). También es conocido que nuestro Código Penal excluye la posibilidad
de condenar condicionalmente cuando el imputado registra una condena anterior computable, en la cual
se le haya impuesto alguna pena carcelaria. Esta última exclusión resulta abiertamente contraria a la
Constitución Nacional, por cuanto importa brindar un trato más riguroso sólo en consideración al
carácter de condenado de una persona (lo que afecta el principio constitucional de culpabilidad por el
hecho —por reprocharse una característica del autor— y el principio ​ne bis in idem —ya que se pretende
volver a valorar un hecho anterior ya juzgado, a través de la valoración de la condena anterior—).​La
aludida inconstitucionalidad del art. 27 del Código Penal fue contrarrestada, en parte, por el fallo del
Tribunal Superior de Tierra del Fuego que admitió una segunda condenación condicional a pesar de
registrar el imputado una condena anterior computable. En tal sentido, dicho tribunal sostuvo que
“atento a las características del caso y las condiciones personales mostradas por el condenado,
comportaría una verdadera iniquidad imponer al condenado una pena de prisión efectiva de corta
duración de conformidad con el segundo párrafo del art. 27 del Cód. Penal en función de la comisión de
un delito culposo. En el caso, criterios de humanidad deben prevalecer por sobre la efectivización del
poder punitivo del Estado” [STJ de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, causa
““Avendaño Avendaño, René Mauricio s/ homicidio culposo”, expte. nº 847/05 STJ-SR; resolución del
7 de noviembre del 2005; Tº XI, Fº 660/668 ; jueces: Ricardo J. Klass, Mario Arturo Robbio y María del
Carmen Battaini; secretario: Jorge P. Tenaillon; defensor: Gustavo A. Ariznabarreta; fiscal: Oscar L.
Fappiano].
Este segundo grupo de delitos comprende tanto la imputación única como la concursal (pues la ley no
efectúa restricción alguna al respecto) de delitos que admitan el dictado de una condena condicional.
Por ejemplo, por este párrafo 4º resulta admisible suspender un proceso en el cual se imputa un robo
simple (reprimido legalmente con pena de prisión de un mes a seis años —art. 164, Cód. Penal—); unas
lesiones graves y varias estafas (sancionadas con pena de reclusión o prisión de uno a seis años —art.
90, Cód. Penal— y con prisión de un mes a seis años —art. 172, Cód. Penal—); una tentativa de
comercio de estupefacientes (sancionada con pena mínima de dos años o dos años y ocho meses de
reclusión o prisión y con un máximo de la misma especie de pena de siete años y medio o de diez años,
de acuerdo con la tesis que se siga para reducir la pena de la tentativa —arts. 5º, inc. ​c,​ ley 23.737; 44,
Cód. Penal—; una complicidad secundaria en un robo con armas y un hurto calificado (reprimidos con
pena mínima de dos años y medio de reclusión o prisión y con un máximo de siete años y medio de la
misma pena, en el primer caso —arts. 166, inc. 2º, y 44, Cód. Penal—, y de uno a seis años, en el
segundo —art. 163, Cód. Penal—).
La interpretación restrictiva que algunos han ensayado (según la cual la ley se aplicaría sólo con
relación a los delitos descriptos en el párrafo 1º —que suelen ser denominados erróneamente “delitos
correccionales”—) resulta claramente contraria al texto legal. Ello es así, en primer lugar, por
desconocer la distinta exigencia del párrafo 2º, que requiere sólo que la “pena aplicable” por los jueces
no supere los tres años de cárcel (con independencia de cuál sea aquella con que la ley “reprime” el
delito en cuestión) y que admite la suspensión en casos de aplicabilidad judicial concreta de una pena de
reclusión (como pena carcelaria de obligado efectivo cumplimiento). En segundo término, la postura
restrictiva pretende desconocer por completo el claro texto del párrafo 4º (que, por requerir sólo una
“condena condicional aplicable” —y ser por ello incompatible con la previsión legal de la reclusión,
sobre todo en el párrafo 2º—, constituye un caso de admisibilidad distinto e independiente de los
demás).
En otros términos, la exigencia del párrafo 2º (pena de reclusión aplicable) es incompatible con el
requerimiento del párrafo 4º (posibilidad de condena condicional).
A modo de síntesis: la suspensión del proceso a prueba resulta admisible para dos grupos de delitos
(para los cuales la ley establece tres casos distintos de admisibilidad):
a)​ El primer grupo de delitos comprende aquellos que tienen prevista en la ley una pena cuyo máximo
no es superior a los tres años de reclusión o prisión (art. 76 ​bis​, párrs. 1º y 2º, Cód. Penal).
Para estos delitos, la ley exige diferentes recaudos según la imputación tenga por objeto un único
delito o más de uno.
1. En casos de imputación de un único delito —de los descriptos en el párrafo 1º—, será condición
de procedencia que la pena con que legalmente se lo “reprime” no supere en su máximo los tres
años de cualquier especie de pena carcelaria. Este es el primer supuesto de admisibilidad
referido por la ley (art. 76 ​bis,​ párr. 1º).
2. En casos de atribución de ​varios delitos (de los descriptos en el párr. 1º —hipótesis de
imputación concursal—), será condición de procedencia que la pena judicialmente “aplicable”
no sea superior a los tres años de cualquier especie de pena carcelaria (reclusión o prisión, con
independencia de cuál sea la pena con la que la ley “reprime” el concurso de delitos que se
atribuye en el proceso). Este es el segundo caso de admisibilidad legal (art. 76 ​bis,​ párrafo 2º).
b)​ El segundo grupo de delitos es el de aquellos que —imputados en forma única o concursal y no
comprendidos en el primer grupo— permiten el dictado de una condena condicional, que son los
delitos que tienen prevista en la ley una pena carcelaria máxima mayor a tres años y un mínimo de
pena que no supere los tres años de prisión). Este es el tercer caso de admisibilidad al que la ley
penal se refiere expresamente (art. 76 ​bis​, párr. 4º).
Para el primer grupo de delitos (o, en otros términos, para los dos primeros casos de admisibilidad
previstos legalmente), el texto de la ley no exige la conformidad del fiscal ni la posibilidad de
condenación condicional, debido a su menor gravedad (art. 76 ​bis,​ párrs. 1º y 2º, Cód. Penal), mientras
que para el segundo grupo de delitos (o, lo que es lo mismo, para el tercer supuesto de admisibilidad
legal —art. 76 ​bis​, párr. 4º—) requiere tanto uno como el otro de tales recaudos ​—“Si las circunstancias
del caso permitieran dejar en suspenso el cumplimiento de la condena aplicable, y hubiese
consentimiento del fiscal…”—,​ precisamente por la razón contraria (es decir, por la mayor gravedad
abstracta de los delitos en juego, dada por el máximo de pena carcelaria superior a tres años establecida
en la ley penal).
Ello es independiente de que —por razones constitucionales y procesales— el juez deba disponer la
suspensión cuando concurran en el caso las condiciones legales de admisibilidad, aun cuando el fiscal se
hubiese expedido desfavorablemente en su dictamen (tal como se dijo ​supra,​ § 2, c, 3).
En forma concordante con la exigencia de posibilidad de condena condicional solamente para los
casos previstos en el citado párrafo 4º, la ley penal permite la suspensión del proceso a prueba en dos
hipótesis diferentes aunque esté en juego una posible pena carcelaria de efectivo cumplimiento. Ello
sucede en las hipótesis contempladas en los párrafos 1º y 2º del nombrado art. 76 ​bis​, que autorizan la
suspensión aunque la pena con la que la ley reprime el único delito imputado (párr. 1º) o la sanción
judicialmente aplicable a la imputación concursal (párr. 2º) sean de reclusión —que, por expresa
disposición del art. 26 del Cód. Penal, no admite la condenación condicional—.
Por esta razón, en los casos previstos en los dos primeros párrafos del art. 76 ​bis la suspensión del
proceso a prueba resulta admisible aunque no sea posible la condena condicional, pues, por la escasa
gravedad del delito o de los delitos imputados, el requisito no encuentra justificación racional alguna, ya
que la suspención del proceso a prueba, entre otros fines​, procura evitar el cumplimiento de penas cortas
privativas de libertad —tal como se dijo en varias oportunidades en el transcurso del debate
parlamentario—). ​Sobre la procedencia del instituto para casos (del 1º o 2º párrafo del art. 76 bis) en los
que el imputado registra condenas anteriores, puede verse, entre otros, el fallo del ​Superior Tribunal de
Justicia de Entre Ríos que, en parte, se transcribe más adelante en el apartado IV dedicado a la
jurisprudencia​. Esto prueba acabadamente la aplicabilidad de nuestra suspensión del proceso penal a
prueba a diferentes grupos de delitos y de casos.

I​I​.Resoluciones del procurador general de la Nación que avalan la tesis amplia. — ​El 27 de agosto
de 1997, el procurador general de la Nación, Nicolás Eduardo Becerra, dictó la resolución PGN 39/97,
recomendando a los fiscales la adopción de la posición amplia, favorable a la procedencia de la
suspensión del proceso a prueba en relación a delitos reprimidos con pena carcelaria máxima mayor a
tres años. Esta resolución constituyó, sin duda, un valioso aporte en favor de la disminución de la
irracionalidad propia de la violencia punitiva.
Tal como surge de su texto, “ocurre que, según cuál sea el tribunal sorteado para la substanciación del
juicio oral, será la suerte del justiciable, pues, con fundados argumentos, los representantes del
Ministerio Público Fiscal han sostenido tanto la viabilidad como la improcedencia de aplicar la
suspensión del juicio a prueba en hipótesis delictivas que tengan una pena prevista superior a tres años
de prisión y admitan su aplicación en suspenso”. “Este efecto no querido provoca una desigualdad de
oportunidades, ya que el azaroso sorteo determinará el arrastrar una condena o evitar ese resultado con el
sometimiento al sistema que nos ocupa”. “En similar sentido y vinculada a la situación de igualdad ante
la ley, aparece otra situación injusta, pues, según se adopte una u otra tesis, una mera cuestión de tipos
penales con similar posibilidad de respuesta punitiva puede generar un diferente tratamiento por parte de
los tribunales. En algunos casos en los que se impondría similar pena por diferentes delitos, las distintas
interpretaciones podrían conducir, en un supuesto, a la solución liberatoria por vía de la extinción de la
acción y, en otro, a la condena”. “Las notorias dificultades interpretativas que plantea el texto del art. 76
bis del Cód. Penal en tal punto exigen, de conformidad lo ha resuelto pacífica y reiteradamente la Corte
Suprema de Justicia de la Nación, analizar el instituto de manera que su aplicación resulte armónica con
el resto del ordenamiento jurídico”. Se tomó en cuenta, a su vez, que en el mensaje de elevación se dijo
que: “el presente proyecto de ley…transformará profundamente el funcionamiento de los sistemas
judiciales en materia penal, especialmente porque les permitirá atender con su recurso más valioso (la
oralidad) las causas más graves y complejas, sin impedir por ello que los demás casos que ingresen al
sistema cuenten con una respuesta estatal especial”. “La interpretación exegética del art. 76 ​bis del Cód.
Penal aislado del resto del ordenamiento jurídico ha llevado a su aplicación casi excluyente en el fuero
correccional, ... lo que ha redundado en una paulatina acumulación de casos en los que no puede darse
respuesta jurisdiccional alguna, con marcado menoscabo del esencial servicio estatal de justicia”. “Ante
la necesidad de dar solución a los conflictos”, se dispuso “hacer saber a los señores fiscales que, en
cumplimiento de las funciones otorgadas por el art. 120 de la Const. Nacional, resulta conveniente que,
en las causas criminales en las que pudiera recaer condena condicional, donde se solicite la suspensión
del juicio a prueba, no sea excluyente de su procedibilidad el máximo de la escala penal prevista para el
delito imputado”.
Reafirmando y ampliando la anterior, el procurador general dictó la resolución PGN 24/00, en la cual
dispuso: ​1​) “recordar a los señores fiscales que la resolución PGN 39/97 mantiene plena vigencia” (aun
luego del fallo plenario restrictivo de la Cámara Nacional de Casación Penal al que se hace referencia en
la sección “Jurisprudencia” de este comentario); ​2)​ “instruir a los señores fiscales para que, en virtud de
las consideraciones efectuadas, adopten el criterio por el cual procede la aplicación del art. 76 ​bis
cuando concurre, alternativamente, alguna de las siguientes hipótesis: ​a)​ cuando la pena en abstracto
prevista para el delito, o concurso de delitos, no supera los tres años de prisión o reclusión; ​b)​ en los
casos en que la pena en abstracto para el delito, o concurso de delitos, supera los tres años de prisión o
reclusión, cuando las circunstancias del caso permitieren dejar en suspenso el cumplimiento de la pena
aplicable, en los términos del art. 26 del Cód. Penal”; ​3)​ “disponer que la restricción que impone el
último párrafo del art. 76 ​bis del Cód. Penal sea interpretada en el sentido de que se refiere a los delitos
reprimidos exclusivamente con pena de inhabilitación”; ​4)​ “disponer que cuando la pena de
inhabilitación se encuentra prevista en forma conjunta o alternativa, sólo corresponderá dictaminar en
favor de la aplicación del instituto, si se impone al imputado como regla de conducta durante todo el
período de prueba el cese de la actividad en la que habría sido inhabilitado de recaer condena y la
capacitación necesaria para remediar la impericia manifestada en el delito”. A su vez, se resuelve
“encomendar a la Fiscalía General de Política Criminal y Servicios a la Comunidad la elaboración de un
proyecto de ley de ‘suspensión del proceso a prueba’ que subsane las deficiencias de técnica legislativa
que dieron lugar a interpretaciones disímiles”.

II​.Interpretación auténtica a través del reformado art. 132 del Cód. Penal. — ​La reforma producida
al art. 132 del Cód. Penal (por medio de la ley 25.087) constituye un supuesto de interpretación
auténtica, por cuanto se trata de una ley posterior que sólo resulta compatible con la tesis amplia (que
defiendo junto con la mayor parte de la doctrina y de la jurisprudencia argentinas —y que sigue ganando
adeptos progresivamente—).
En efecto, antes de esa reforma el casamiento posterior entre el autor de ciertos delitos sexuales y la
víctima producía el único efecto jurídico de cancelar la punibilidad.
Luego de haber entrado en vigencia la mencionada ley 25.087, el nuevo texto del art. 132 del Cód.
Penal amplió en cierto modo el ámbito de aplicación de aquella causa personal de cancelación de la
punibilidad —disponiendo que, con relación a los delitos descriptos en los arts. 119, párrafos 1º, 2º y 3º,
120, párrafo 1º y 130 del Cód. Penal, ​“…la acción penal quedará extinguida…” e​ n los supuestos de
avenimiento entre la víctima mayor de dieciséis años y el imputado con quien haya mantenido
previamente una relación afectiva, siempre que el órgano judicial considere que dicho acuerdo entre las
partes constituye ​“…un modo más equitativo de armonizar el conflicto con mejor resguardo del interés
de la víctima…”— ​ .
Pero además —y esto es lo relevante para nuestro tema—, cuando se considere que tal avenimiento no
resulta suficiente para extinguir la pretensión punitiva, podrá disponerse asimismo la suspensión del
proceso penal a prueba (el tribunal podrá disponer la aplicación al caso de lo dispuesto por los arts. 76
ter y 76 quáter del Cód. Penal).
Adviértase que, a través de esta ley posterior, el Congreso de la Nación ha dejado en claro que
—existiendo avenimiento en los términos del nuevo art. 132— procede la suspensión a prueba incluso
en procesos por delitos de violación —que tienen prevista, en el art. 119, párrafo 3º, una pena de
reclusión o prisión de seis a quince años—.
A partir de esta nueva ley, resultaría demasiado irrazonable seguir sosteniendo (como lo hace la
postura cada vez más minoritaria) que, mientras procede la suspensión a prueba en procesos por delitos
de abuso sexual agravado (del art. 119, párr. 2º) o en casos de violación (del art. 119, párr. 3º), no resulta
admisible para dos hurtos simples (?).
A través del reformado art. 132, entonces, no sólo se ha hecho una genuina o auténtica interpretación
en favor de la tesis amplia, sino que el grado de irrazonabilidad de las consecuencias a las que se
arribaría en caso de pretender seguirse aplicando la postura restrictiva minoritaria superaría, ya, todo
margen de irracionalidad soportable. Una interpretación sistemática de la ley, de orden constitucional,
no permite otra que la tesis amplia sustentada por la mayoría.

5. Exclusión de los funcionarios públicos. ​— En cuanto a la suspensión del proceso a prueba la ley
penal dispone que no procederá ​“…cuando un funcionario público, en el ejercicio de sus funciones,
hubiese participado en el delito” —art. 76 ​bis,​ párr. 7º, Cód. Penal—. La disposición citada sólo excluye
del ámbito de la suspensión a los funcionarios públicos imputados de haber cometido un delito en el
ejercicio de sus funciones (y no a quienes, siendo imputados de alguna participación en sentido amplio,
no revisten tal carácter). Por ello es que el diputado Sodero Nievas (en su inserción, aprobada en la
reunión octava, del 16 de junio de 1993, en “Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la
Nación”, ps. 1448 y 1449), en la lista de delitos que admiten la suspensión (que él confecciona), hace
alusión expresa a una serie de ilícitos que exigen la calidad de funcionario del autor, como es el caso de
los delitos de cohecho (art. 256, Cód. Penal), admisión de dádivas (art. 259, Cód. Penal), exacciones
ilegales (art. 266, Cód. Penal) o enriquecimiento ilícito por utilización de informaciones reservadas
—art. 268 (1), Código Penal—.
Esos ejemplos de admisibilidad de la suspensión muestran que la exclusión aquí comentada sólo
alcanza a quienes revisten la calidad de funcionarios públicos (pero de ningún modo a aquellos a
quienes, sin ser funcionarios, se les imputa participación en un ilícito penal cuya autoría se atribuye a un
funcionario). De otra manera no se entendería la inclusión de estos delitos en la lista de aquellos que
admiten la suspensión.
Así establece para los funcionarios públicos (que se encuentran ejerciendo su propia función) un
deber más fuerte —respecto de ciertos delitos— que para el resto de los habitantes. Se pretende, de ese
modo, brindar un mayor resguardo a los individuos frente a quienes ejercen funciones propias del poder
público estatal, mediante el establecimiento de un trato penal más riguroso para estos últimos.
Desde mi punto de vista, sólo resulta razonable tal exclusión en relación a los delitos especiales que
exigen la calidad de funcionario en el autor, pues es precisamente la función pública el centro de
atención de la exclusión legal, lo que debe complementarse con la necesidad de que al funcionario se le
impute participación en aquellos delitos que tomen en cuenta el ejercicio de la función pública como
núcleo de la prohibición o de la agravación de la pena. Como he dicho en otra oportunidad [​175]​ , si a un
funcionario policial se le imputa el daño doloso de un vidrio, probablemente cometido en el momento de
efectuar un allanamiento, no hay razón para negarle la suspensión del proceso penal a prueba —más allá
de la sanción administrativa o de otra índole que le pudiera corresponder por ese hecho—.
En cambio, existe razón legítima para establecer la obligatoriedad de la prosecución de la causa —y
por ello para imposibilitar la suspensión del proceso a prueba— si al mismo funcionario se le atribuyera
la realización del allanamiento en forma ilegal (art. 151, Cód. Penal), ya que en este caso la calidad de
funcionario público es directamente considerada por la ley como fundamento de la prohibición penal,
que se encamina a tutelar la función pública —además de la intimidad domiciliaria—. Esto es
claramente compatible con la restricción legal de la suspensión del proceso a los casos de funcionarios
públicos que se encuentren en ejercicio efectivo de la función que les es propia, pues, si sólo se
pretendiera ser más riguroso con los funcionarios por el mero hecho de ser tales, debería excluirse la
posibilidad de suspensión sólo por revestir tal calidad, aunque se encuentren ejerciendo una actividad
privada (y ello no admitiría, tampoco, una explicación razonable ni compatible con el principio
constitucional de igualdad ante la ley, además de no corresponderse con la decisión adoptada por nuestra
legislación penal positiva).

6. Exclusión de los delitos reprimidos con inhabilitación. — E ​ l texto de la ley establece que la
suspensión del proceso a prueba tampoco se aplica cuando se trate de ​“delitos reprimidos con pena de
inhabilitación” (​ art. 76​ bis,​ último párrafo, Cód. Penal).
En verdad, la exclusión del régimen de la suspensión de los delitos reprimidos con inhabilitación
resulta irrazonable, por ser ésta una sanción demasiado menos severa que la privativa de la libertad, que
es precisamente la pena con la que se encuentran reprimidos los delitos que admiten sin duda alguna la
operatividad de este instituto (hasta tal punto que él ha sido pensado, en parte, como un modo de
sustituir la eventual aplicación de esa clase de sanción penal).
Es que el principio constitucional de necesaria racionalidad de los actos de gobierno (art. 1º, Const.
Nacional) impone que los imputados de delitos reprimidos con penas más leves no sean tratados de un
modo más severo que aquellos a quienes se atribuyen delitos sancionados con penas de mayor gravedad.
Una elemental exigencia de racionalidad lleva a que a menor gravedad del delito imputado corresponda
un trato penal menos severo (resultando lo inverso un acto estatal incluso desigualitario, por no tratar en
forma menos severa la situación procesal de quien resulta imputado de un delito más leve, mientras que
la igualdad ante la ley otorga el derecho a ser tratado de diferente forma ante distinta circunstancia, lo
que implica, en lo que aquí respecta, reconocer el derecho de toda persona a recibir del Estado un trato
menos severo —y, más claro aún, no más gravoso— que aquel que ese mismo Estado brinda a quien se
encuentra ante una circunstancia menos grave que otra).
Para dar un ejemplo: quien se encuentra imputado de un delito de lesiones culposas (es decir no
queridas por el autor, sino causadas por su obrar descuidado) tiene derecho a un trato menos riguroso (y,
mucho más aún, a un trato por lo menos no más severo) que aquel a quien se atribuye un delito de
lesiones dolosas (que son, por el contrario, lesiones queridas por el autor). Ello muestra la irracionalidad
que significa considerar inadmisible la suspensión del proceso para el imputado de lesiones culposas
(art. 94, Cód. Penal) por la mera circunstancia de encontrarse tal delito reprimido con pena de
inhabilitación conjunta con la de prisión, mientras nadie pone en duda la procedencia de la suspensión
para el imputado de lesiones leves dolosas (art. 89, Cód. Penal), que son al menos abstractamente más
graves que las primeras.
Por las razones indicadas, la mera previsión legal de una pena de inhabilitación que acompañe a otra
privativa de la libertad no debe ser entendida como un obstáculo insalvable a la procedencia de la
suspensión, sino que, en todo caso, puede ser indicadora de la necesidad de imponer alguna condición
que tienda a contrarrestar el riesgo social que probablemente haya generado una determinada conducta
atribuida en el proceso.
Como consecuencia de lo dicho (y tal como ha sido ya resuelto por parte de la jurisprudencia), la
suspensión del proceso a prueba resulta admisible (en cualquier hipótesis de delito reprimido con
inhabilitación) si se le impone al imputado el deber de cumplir, en el período de prueba, con ciertas
reglas de conducta dirigidas a remediar su posible incompetencia, a fin de neutralizar el peligro de
ejecución de actos probablemente riesgosos para terceros, siendo posible incluso (en casos de suficiente
gravedad) disponer la inhabilitación del imputado, durante cierto plazo, como condición de procedencia.
La indudable viabilidad de la suspensión, en estos supuestos, se funda en que la aplicación de estas
reglas de conducta dejaría ya sin razón de ser a tal exclusión, pues la finalidad por ella buscada se
cumpliría ya con la imposición de las reglas aludidas.
Sin perjuicio de ello, es indiscutible que la interpretación meramente literal de la ley puede conducir
(como en este supuesto) a conclusiones irrazonables, pues sobre la base de ella no sería procedente
suspender un proceso en el que se imputara un delito reprimido con pena de inhabilitación, a pesar de
que en él se atribuyera una conducta no vinculada con actividad reglada alguna. Tal sería el caso del
imputado de lesionar el cuerpo de otro con agua hirviendo al servirle una taza de té, pues en este
supuesto no está en juego la pena de inhabilitación, a pesar de tratarse de uno de los delitos “reprimidos
con” esa clase de pena (como dice literalmente el texto legal), ya que el imputado de este ejemplo no
podría ser luego inhabilitado para servir el té, por la sencilla razón de no ser esa una actividad reglada.
Lo mismo sucedería, por ejemplo, si se imputara una acción imprudente al prender fuego para hacer un
asado (pues nadie podría ser inhabilitado para hacer asados).
No obstante la claridad de lo dicho, si se quisiera seguir interpretando la ley sólo sobre la base del
sentido gramatical de los términos por ella empleados, se llegaría al absurdo de considerar inadmisible la
suspensión en los casos de nuestros ejemplos anteriores —en los que la procedencia es discutida, a pesar
de tratarse de imputados de “delitos reprimidos con pena de inhabilitación”—.
Por ello la interpretación de la presente cláusula de exclusión debe llevarse a cabo, necesariamente,
consultando los fines político-criminales que la inspiraron —es decir, la conveniencia de resguardarnos
frente a ciertas actividades riesgosas para terceros—. Sobre la base de ello, es claramente explicable la
admisibilidad de la suspensión de cualquier proceso en el que se atribuyan delitos reprimidos con pena
de inhabilitación en forma conjunta o alternativa con cualquier pena carcelaria, siempre que se imponga
como condición (como regla de conducta a cumplir durante el período de prueba) la obligación del
imputado de efectuar cierta actividad tendiente a remediar la probable incompetencia (como sería el caso
de un curso de capacitación o de perfeccionamiento en la conducción de automotores) o incluso, y sólo
si fuera estrictamente necesario, la obligación de abstenerse de cumplir con cierta actividad durante
algún tiempo (es decir, la inhabilitación temporal como regla de conducta).
Algo análogo sucede hoy con la interpretación acordada doctrinal y jurisprudencialmente al instituto
de la condena condicional, que ha sido reservado por ley para la pena de prisión y no admitido para la
inhabilitación. No obstante no proceder la condena condicional para las penas de inhabilitación —art.
26, último párrafo, Cód.Penal—, en la práctica judicial se condena permanentemente en forma
condicional con relación a delitos reprimidos con pena de prisión e inhabilitación, dejándose en
suspenso la pena carcelaria y haciéndose cumplir la inhabilitación en forma efectiva. Esto mismo es lo
que corresponde hacer con la suspensión del proceso a prueba en esos casos, siempre que la gravedad
del hecho atribuido justifique imponer la inhabilitación como regla de conducta.
De este modo, la regla de exclusión debería ser interpretada como referida sólo a los delitos
reprimidos exclusivamente con pena de inhabilitación. Esto último se explicaría porque los delitos que
tienen previstas pena carcelaria o inhabilitación —en forma conjunta o alternativa— no podrían estar
excluidos del régimen de la suspensión a prueba debido a la pena de menor gravedad que acompaña a la
que lo torna admisible. Si se admite la procedencia del instituto en consideración a las penas privativas
de la libertad previstas en la ley (que son las penas más graves), no es razonable entender excluidos
ciertos casos no sobre la base de aquellas penas más gravosas, sino en consideración a las penas más
leves que las acompañan (por ello postulo —como sostuve al comienzo— la directa irrazonabilidad —y,
por ende, inconstitucionalidad— de la exclusión legal del régimen de suspensión a prueba de cualquier
delito que se funde exclusivamente en la previsión legal de una pena de inhabilitación, aun cuando ésa
sea la única pena con la que se reprima un hecho).
En suma, y de acuerdo con la interpretación constitucional que aquí se postula, la suspensión del
proceso penal a prueba resulta perfectamente procedente con relación a delitos reprimidos con
inhabilitación, en la medida en que el imputado acepte cumplir con estas específicas reglas de conducta
que pueden serle impuestas en función de las exigencias de cada caso particular, encaminadas siempre a
neutralizar riesgos sociales concretos (que es el fin perseguido por la inhabilitación).

7. Otras condiciones de admisibilidad. Exigencia de pago del mínimo de la multa prevista. —


Además de las señaladas, la legislación argentina exige, como condiciones de admisibilidad de la
suspensión: el pago del mínimo de la multa —cuando esa pena está prevista en la ley en forma conjunta
o alternativa con la de prisión—; el abandono en favor del Estado de los bienes que presumiblemente
resultarían decomisados en caso de condena; que se trate de un delito de acción pública —sea que
dependa o no de instancia privada, pues los dependientes de ella son también delitos de acción pública—
y que no esté en juego sólo una pena de multa (salvo, en este último caso, que el imputado se encuentre
imposibilitado de extinguir la acción penal por pago, debido a la carencia de medios para ello —art. 16,
Const. Nacional—).
Cabe destacar que la exigencia de pago del mínimo de la multa como condición de admisibilidad (en
casos de imputación de uno o más delitos reprimidos con pena carcelaria y multa alternativa o conjunta)
resulta irrazonable y, por ende, inconstitucional, pues no se vincula de ningún modo con los fines
perseguidos por la suspensión del proceso penal a prueba (la irrazonabilidad de tal exigencia me fue
sugerida por algunos fiscales federales, quienes defendieron tal postura en el debate posterior a la
conferencia que, sobre el tema, tuve la oportunidad de pronunciar en el Centro Cultural San Martín,
Buenos Aires, en agosto de 1997, invitado por la Procuración General de la Nación). Me estoy refiriendo
a los supuestos en los que el imputado tiene capacidad económica para afrontar dicho pago, pues si no la
tuviera no puede nunca serle exigido este recaudo por imperio del principio constitucional de igualdad
ante la ley (art. 16, Const. Nacional). Este recaudo legal tiene vocación de obstaculizar la operatividad
del instituto y, por ello, el cumplimiento de los loables objetivos que con él se pretenden lograr, ya que
un mero fin económico (recaudatorio) no puede primar ante el razonable intento de consecución de
objetivos sociales tan trascendentes.

d) Oportunidad. — La determinación del lapso durante el cual es posible disponer la suspensión


constituye una cuestión sustancialmente procesal, que, como tal, debe ser resuelta por la legislación
local. Sin embargo, las finalidades perseguidas por la suspensión del proceso a prueba deben
necesariamente guiar toda interpretación (teleológica) de la ley penal, a fin de no desnaturalizar el
instituto por medio de una reglamentación procesal que restrinja su alcance. Por ello entiendo que la
actual legislación penal establece un límite mínimo que no puede ser desconocido por reglamentación
procesal alguna.

1. Momento a partir del cual procede disponer la suspensión. L ​ a suspensión del proceso a prueba
puede ser dispuesta desde el inicio del proceso, es decir desde el momento en que concluye la
declaración indagatoria en instrucción.
Esto es así por varias razones, entre las que cabe destacar la asignación al término “juicio” del
significado de “proceso” (tal como ocurre con el “juicio previo” o con la “defensa en juicio”,
garantizados por el art. 18 de la Const. Nacional, en cuyos contextos “juicio” comprende todos y cada
uno de los pasos de un proceso).
No existe razón valedera alguna (y menos aún de índole legal) para apartarse de dicho alcance en el
marco del presente instituto. “Suspensión del juicio a prueba” equivale, entonces, a “suspensión del
proceso a prueba”.
Sobre este punto, los legisladores no han sido claros en el debate parlamentario, pues mientras
algunos se refirieron expresamente a la última etapa del juicio (al denominado plenario) otros
sostuvieron que se puede disponer desde la primera fase del proceso (“a partir de la declaración del
imputado”). El senador Alasino —legislador por Entre Ríos— no sólo ha tomado en cuenta la citada
finalidad, sino que, a su vez, ella lo ha llevado a expedirse concretamente acerca de la procedencia de la
suspensión del proceso a prueba desde los comienzos de la etapa de instrucción.
En efecto, Alasino sostuvo que: “las objeciones que se han hecho a este proyecto, referidas a que no
está muy en claro en qué momento se puede interponer o solicitar la suspensión del juicio a prueba, lo
que sí tenía el proyecto originario del Poder Ejecutivo, creo que están superadas por una interpretación
que harán oportunamente los jueces y que se vincula a una sistemática misma de la ley. Evidentemente,
tal como vamos a aprobar el proyecto, el que tiene derecho a solicitar este beneficio es el imputado.
Esto, entonces, da un principio o punto de partida acerca de en qué momento alguien puede solicitar
acogerse a este beneficio. Imputado es aquel —ya está definido en todos los códigos de procedimiento
criminales— que está sindicado como autor o partícipe de un delito y al cual se le ha tomado
indagatoria.
Quiere decir que ​la indagatoria en este caso será presupuesto indispensable para solicitar el
beneficio​, sin perjuicio de que el juez se lo pueda conceder, o no, ​a todo lo largo del proceso.​ Es
oportuno también decir que lo que se suspende es el juicio; yo diría que es el ​proceso y depende de en
qué momento el imputado solicite quedar amparado por la suspensión a prueba” [​68,​ ps. 193 a 200 —las
cursivas​ fueron añadidas—].
Resulta claro que sólo esa interpretación amplia del término “juicio” resulta compatible con uno de
los fines primordiales de la suspensión del juicio a prueba, que —como se dijo— consiste en
descomprimir la tarea judicial, para utilizar los recursos de modo más racional y posibilitar el más eficaz
esclarecimiento de los delitos de mayor gravedad social. Este objetivo no se cumpliría si en todos los
casos se pretendiera malgastar los escasos recursos estatales para, recién en la última etapa del proceso,
admitir la suspensión a prueba.
Tampoco tendría sentido alguno obligar a que, en todos los casos, se piense en tutelar a la posible
víctima recién al final de un proceso que, desde el comienzo, se sabe que muy probablemente se
suspenderá. La reparación a la probable víctima podrá ser, entonces, sumamente tardía (cuando podría
habersela intentado desde que se originó el conflicto).
Por otra parte, la suspensión del proceso no impide la producción de la prueba cuya existencia pudiera
peligrar con el tiempo (ya que, en los casos excepcionales en los que la obtención de cierta prueba
resultara indispensable —por ejemplo, la declaración testimonial de un testigo clave que padeciera una
enfermedad incurable en período terminal—, su producción sería perfectamente posible no obstante la
paralización temporal del trámite del proceso).
Cualquier reglamentación procesal que no desconozca los objetivos del instituto deberá reconocer,
necesariamente, la procedencia de la suspención desde el comienzo del proceso penal.

2. Momento hasta el cual procede disponer la suspensión. — Con relación al momento hasta el cual
procede disponer la suspensión del proceso a prueba, resulta conveniente distinguir una norma general y
ciertas situaciones de excepción.
De acuerdo con ello, como regla, la suspensión debe proceder mientras los alegatos del debate oral en
el plenario no hayan concluido, pues recién en ese momento queda fijada definitivamente la imputación
delictiva (que antes era provisoria y no exigía siquiera certeza en relación a la concurrencia de los
presupuestos de punibilidad). Sin imputación definitiva y basada en la certeza, no hay razones para no
aplicar el instituto, de acuerdo con la norma general citada.
Sin embargo, hay situaciones de excepción que toda legislación procesal respetuosa de la
Constitución (y de los objetivos del instituto) debe contemplar, que son aquellas en las que, por la razón
que fuere, al imputado no le hubiera sido posible (o le hubiera resultado sumamente dificultoso) plantear
la suspensión en un momento anterior (por ejemplo, porque la calificación jurídica acordada a los delitos
imputados era antes distinta de la efectuada en la sentencia de condena —no firme—). Pensemos, por
ejemplo, en un proceso iniciado por robo con armas, en el cual el fiscal imputa robo con armas en los
alegatos del debate oral y en el que se dicta sentencia condenatoria (por supuesto, en relación al mismo
hecho) pero por hurto. En este caso, antes de la sentencia no firme no era posible solicitar la suspensión
del proceso, pero sólo porque en aquel momento se atribuía un delito cuya pena prevista en la ley no la
tornaba viable. No puede sostenerse que en estos casos el imputado no haya tenido la voluntad de
obtener la suspensión, porque sencillamente no le era jurídicamente posible lograrla, ya que ella era
inadmisible por una cuestión que no le era reprochable a él (es decir, porque la calificación jurídica que
el Estado le venía adjudicando a los hechos no la autorizaba). En el ejemplo dado, la procedencia de la
suspensión tiene lugar recién al dictarse la sentencia de condena —y antes de su firmeza—, por lo que
queda claro que el dictado de la sentencia es el primer instante procesal a partir del cual el imputado
cuenta con la posibilidad de solicitarla.
Incluso podría presentarse una situación excepcional en la cual la procedencia de la suspensión resulta
incuestionable, a mi criterio, aun después de la sentencia firme de condena. Piénsese en la hipótesis en la
que, luego de quedar firme una condena al mínimo de la pena por robo de automotor, en lugares
poblados y en banda, bajo la vigencia del viejo decr.-ley 6582/58 (cuyo art. 38 sancionaba el caso con
reclusión o prisión de seis a quince años), se dictó la ley 24.721, de octubre de 1996, por medio de la
cual se disminuyó la escala penal del delito de robo de automotor en poblado y en banda, bajándose el
mínimo de seis años (previsto en el citado decreto) a tres años.
En este supuesto, al condenado no le fue posible solicitar la suspensión del proceso a prueba durante
la tramitación de la causa, pero sólo porque la escala penal prevista en la ley para el delito que se le
atribuía no lo autorizaba (ya que tenía un mínimo de seis años de cualquier pena carcelaria). Recién le es
posible pedirla al momento en que, por vía de un recurso de revisión, se aplica al caso la nueva ley más
benigna (que, por prever un mínimo de tres años de prisión, admite —ahora sí— la procedencia de la
suspensión del proceso a prueba —conf. arts. 167, inc. 4º y 163, inc. 6º, Cód. Penal—).
En suma: cualquier legislación procesal que no desnaturalice el instituto debe reconocer que, como
norma general, la suspensión resulta admisible hasta el momento de conclusión de los alegatos del
debate oral y que, como excepción, resulta procedente aún después de ese instante, en todos aquellos
casos en los que antes no era posible obtenerla por no presentarse alguna condición de admisibilidad
(que recién concurre luego de finalizados los alegatos y hasta el instante en que adquiere firmeza la
sentencia condenatoria —o, muy excepcionalmente, hasta que se aplique al caso una ley más benigna
que la torne procedente—).

e) Condiciones que se imponen con la suspensión. — Además de las condiciones de admisibilidad del
instituto, una vez que se dispone judicialmente la suspensión del proceso a prueba, el imputado debe
cumplir con una serie de condiciones.

1. Cumplimiento de la reparación ofrecida a la víctima. — El imputado (cuyo proceso quedó


suspendido) debe cumplir con la reparación del daño antes ofrecida a la víctima, siempre que (por ser
posible para él) haya sido impuesta judicialmente como condición y en la medida en que haya sido
aceptada por el afectado. De este modo se trata de asegurar la finalidad de protección a la probable
víctima del delito atribuido.

2. Cumplimiento de las reglas de conducta que se hayan impuesto. — Otro requisito de la suspensión
es el cumplimiento de la regla o reglas de conducta que el órgano judicial haya impuesto al imputado, en
aquellos casos en los que ellas hubieran aparecido como estrictamente necesarias para cumplir los fines
de “prevención especial” —arts. 76 ​ter​, párr. 1º, y 27 ​bis,​ párr. 1º, Cód. Penal—. Con esas reglas (de
imposición facultativa) se procura obtener pautas positivas de conducta en el imputado, como una forma
de posibilitar una mayor dosis de “inserción social” en casos verdaderamente conflictivos (aunque no se
sepa si es o no responsable penalmente por el delito que sólo se le atribuye).
Estas pueden consistir en el sometimiento al cuidado de un patronato, la prohibición de concurrir a
determinados lugares o de consumir ciertas sustancias nocivas, la obligación de asistir a la escolaridad
primaria (si no la tuviera cumplida), la realización de cursos de capacitación laboral o profesional, la
obtención de una ocupación adecuada a su capacidad, la obligación de someterse al tratamiento que se
estime necesario o el deber de realizar trabajos no remunerados en favor del Estado o de un ente de bien
público (fuera de su horario habitual de trabajo).
Estas son las reglas de conducta mencionadas en el art. 27 ​bis del Cód. Penal, que —aun
modificadas— pueden ser impuestas ​“…en tanto resulten adecuadas para prevenir la comisión
de…delitos”​. Es importante tener en cuenta el carácter potestativo ​(y no obligatorio) de la imposición de
tales reglas, pues ellas no sólo resultan muchas veces innecesarias o inconvenientes en el contexto de
una vida ya muy problemática para muchos, sino que en algunos casos obstaculizan los serios objetivos
que el instituto persigue, pudiendo generar, incluso, un clima favorable para la crítica destructiva de una
institución tan ponderable como la suspención del proceso. No debe olvidarse que siempre el imputado
queda sometido a la condición de no delinquir en el período de prueba —y a la demasiado severa, y nada
racional, consecuencia jurídica consistente en la pérdida de la posibilidad de condena condicional, en el
caso de resultar condenado en el proceso suspendido y luego revocado por la comisión de un delito en el
período de prueba—.
3. No comisión de un delito. — La condición invariable a la que se somete la suspensión del proceso
a prueba, en todos los casos, es la no comisión de un delito en el período de prueba (lo que requiere, por
supuesto, que en ese período se compruebe tal comisión a través de una sentencia condenatoria firme).
Esta es la única condición que, en muchos casos (probablemente en la gran mayoría), puede resultar
suficiente y, por ende, no necesitar ser acompañada de otra. Esto último sucederá en aquellos supuestos
en los que no tenga sentido imponer la obligación de reparar el daño causado a la víctima (ya sea porque
no existe daño que reparar, porque el perjuicio es ínfimo, porque el imputado no tiene posibilidades de
repararlo o porque la víctima no acepta la reparación ofrecida por el imputado) y en los que, además, no
resulte necesaria la imposición de alguna de las reglas de conducta enumeradas en el art. 27 ​bis​.

f) Efectos en caso de cumplimiento de las condiciones. — Si el imputado cumple satisfactoriamente


con las condiciones legales que se le hubieren impuesto en el caso concreto (no comprobándose un
incumplimiento grave, malicioso y reiterado que lleve a revocar la suspensión acordada), se extinguirá la
acción penal y quedará concluida la causa definitivamente, debiendo eliminarse toda constancia en los
registros de antecedentes. Ello ocurrirá también cuando, una vez transcurrido el período de prueba, no se
hubiera comprobado un incumplimiento malicioso y reiterado que lleve a revocar la suspensión
acordada.

g) Revocación. — Si el imputado, en forma grave, reiterada y maliciosa, no cumple (pudiendo


hacerlo) con las condiciones que se le impusieron al suspenderse el proceso a prueba, continuará la
marcha del proceso penal en el estado en que se encontraba al momento de la paralización; es decir, se
llevará a cabo el resto del juicio penal suspendido (no pudiendo, en su caso, reclamar la devolución de
la reparación efectuada ni el reintegro de la multa pagada o de los bienes que haya debido abandonar en
favor del Estado, de acuerdo con lo establecido en los párrs. 5º y 6º del art. 76 ​bis)​ . También será
revocada la suspensión por comisión de un delito en el período de prueba (lo que requiere su
demostración a través del pronunciamiento de una sentencia de condena en dicho período).
Si la suspensión se revocara por este último motivo, se establece en la ley un efecto verdaderamente
gravoso para el imputado cuyo proceso se había suspendido a prueba. Este efecto consiste en que, en el
caso en que fuera condenado por el delito investigado en el proceso cuya suspensión luego se revocó,
esa condena no puede ser dejada en suspenso y debe, entonces, ser encarcelado en forma efectiva (pese a
tratarse de un supuesto para el cual el Código Penal, en los arts. 26 y 55, permite la suspensión del
cumplimiento del encierro carcelario).
Este efecto de la revocación resulta excesiva e innecesariamente severo para el imputado, por lo que
constituye un aspecto irrazonable de la regulación legal, ya que permite que sea tratada con mayor
severidad una persona juzgada por dos hechos muy leves en dos procesos distintos, que aquel individuo
juzgado por un elevado número de hechos (que no sean tan leves ni revistan elevada gravedad) en un
solo proceso penal (en cuyo caso podría ser condenado en suspenso).
Por ejemplo, si una persona obtiene la suspensión del proceso que se le sigue por lesiones leves y,
luego, en el período de prueba comete un daño (por el cual se lo condena a quince días de prisión en
suspenso) se le revocará la suspensión acordada (por comisión de un delito) y se reanudará el viejo
proceso por lesiones leves. Si es condenado en ese proceso (aunque sea a un mes de prisión) la pena
carcelaria deberá ser cumplida en forma efectiva. En cambio, si alguien fuera juzgado por dos lesiones
graves, un abuso de armas y un robo calificado por escalamiento le corresponderá, sin duda, una
condena condicional (mientras se le imponga una pena de prisión que no supere los tres años). La
irrazonabilidad salta a la vista.

h) Aplicabilidad de la suspensión al ámbito del Derecho penal de niños y adolescentes, al Derecho


penal contravencional, a los delitos previstos en la Ley de Estupefacientes y a los contenidos en la ley
penal tributaria y previsional. — Por tratarse de cuestiones sustancialmente penales (que forman parte,
por ende, del Derecho penal en sentido amplio), la suspensión del proceso penal a prueba puede
aplicarse tanto al Derecho penal de niños y adolescentes como al Derecho penal contravencional. En
ambos contextos, aunque no guste reconocerlo, se aplican en los hechos sanciones materialmente
penales.​ Por esa razón, tanto el niño o el adolescente imputado de delito, como cualquier persona
procesada por contravención, tienen derecho a peticionar la suspensión del proceso iniciado en su contra
—y evitar así que se les imponga (o que continúe aplicándoseles una sanción materialmente punitiva)—.
Al sostener el art. 76 ​quáter d​ el Cód. Penal que la suspensión ​“…no obstará a la aplicación de las
sanciones contravencionales…que pudieran corresponder”,​ hace referencia a las sanciones de esa
índole que podrían imponerse por hechos conexos a los que motivaron el proceso en el ámbito del
Derecho penal común, pues por el mismo hecho no podría iniciarse un proceso penal común y otro penal
contravencional, sin afectar el principio ​ne bis in idem.​ Al mismo tiempo, la disposición legal alude a las
sanciones contravencionales que por esos hechos conexos pudieran tener lugar siempre que el imputado
no hubiera solicitado la suspensión de ese proceso a prueba (pues no tendría sentido que la pena
carcelaria de corta duración —que se quiere evitar con la suspensión— tenga lugar indefectiblemente
por la vía contravencional —bajo la denominación que sea—, pues con ello se obstaculizarían los
objetivos del instituto incorporado).
Los procesos iniciados por delitos previstos en la Ley de Estupefacientes (ley 23.737) distintos del
inconstitucional “delito” de tenencia de pequeñas cantidades de droga con inequívoco fin de consumo
personal (para el cual esa legislación establece un sistema especial de suspensión del proceso a prueba,
con fines eminentemente “curativos” —conf. art. 18—) pueden perfectamente ser suspendidos a prueba,
en la medida en que concurran las condiciones legales de admisibilidad, pues el único requisito
establecido por la ley penal es que su aplicabilidad no altere los regímenes especiales contenidos, entre
otras, en la ley de drogas (art. 10, ley 24.316). Y la ley 23.737 de estupefacientes sólo contempla un
régimen especial de suspensión del proceso a prueba en relación al citado “delito” de tenencia de poca
cantidad de droga (previsto en su art. 14). Mientras la suspensión del proceso a prueba se aplique a otros
delitos contenidos en esa ley, no habrá alteración posible, pues con relación a esos otros no rige ningún
régimen especial de suspensión u otro análogo.
Algo similar ocurre con los delitos descriptos en la ley penal tributaria y previsional —antes 23.771 y
ahora 24.769—, con relación a los supuestos en los que no pueda funcionar el particular régimen de
extinción de la acción penal previsto, antes, en el art. 14 de la ley 23.771 y actualmente por el art. 16 de
la ley 24.769 (que exigen, además de la aceptación de la pretensión fiscal, el cumplimiento de la
obligación tributaria o previsional) por falta de posibilidades reales del imputado. En tales casos, el
principio constitucional de igualdad ante la ley (art. 16, Const. Nacional) impone admitir la viabilidad
del sistema general de suspensión del Código Penal, por encontrarse excluidos del sistema de extinción
del viejo art. 14 o del vigente art. 16, precisamente por la particular situación económica en la que se
encuentran los imputados. Si para estos últimos, en dichas circunstancias, no es posible acceder al
especial mecanismo de extinción de la acción penal (por imposibilidad y no por falta de voluntad), la
aplicabilidad a ellos de la suspensión del Código Penal no altera en absoluto el régimen especial de la
ley tributaria, pues este último seguirá siendo aplicable con exclusividad para quienes no se encuentren
en condiciones de imposibilidad de acceder a él. En razón de que el art. 16 de la ley 24.769 restringe la
aplicabilidad del supuesto de extinción de la acción penal a los procesos por delitos de evasión previstos
en los arts. 1º y 7º, la suspensión del Código Penal será procedente también para los procesos en los que
se investigue cualquier otro delito, pues para estos otros no se establece un régimen particular. El art. 10
de la ley 24.316 también dispone, a este respecto, que la suspensión del proceso a prueba del Código
Penal no alterará ​“…los regímenes especiales dispuestos en las leyes…23.771”​. Si bien una exigencia
mínima de legalidad requeriría que, para continuar rigiendo tal limitación, se modificara el art. 10 y se
sustituyera en él la mención a la vieja ley 23.771 (hoy derogada) por la vigente ley 24.769, también es
cierto que el supuesto de extinción de la acción penal previsto en el art. 16 de la ley 24.769 reviste la
naturaleza de especial respecto del general del Código Penal, por lo cual sigue prevaleciendo su
aplicabilidad (sólo para el supuesto de hecho contenido en tal disposición), sin poder ser alterado por las
disposiciones del art. 76 ​bis​ y siguientes del Código Penal.

§ 3. P​OSICIONES D
​ E L​ OS ​AUTORES S​ OBRE ​CIERTOS T​ EMAS ​CENTRALES.​ —
​ D​ esde el momento de ser
incorporada a nuestro Derecho positivo la suspensión del proceso a prueba, la doctrina argentina se ha
dividido en lo que respecta a la delimitación del alcance atribuido al instituto.
Los aspectos más trascendentes y que más controversia interpretativa han generado son los referidos:
a)​ A la aplicabilidad de la suspensión a un solo grupo de delitos y de casos (tesis restrictiva) o, por el
contrario, a dos grupos de delitos (que comprenden a su vez tres grupos de casos) —tesis
amplia—.
b)​ A la aplicabilidad o no a los imputados de delitos reprimidos con pena de inhabilitación y, en su
caso, al sentido de la cláusula legal de exclusión.
Ciertas cuestiones polémicas forman parte del primer aspecto problemático señalado. Una de ellas es
la relativa al carácter vinculante o no del dictamen fiscal y, en su caso, a los supuestos de admisibilidad
en los que la conformidad o desacuerdo fiscal podrán obligar o no al juez (cuya solución podrá hacerse
depender, en buena medida, del alcance que se reconozca al primer problema al que aquí nos referimos).
Otra es la vinculada con la procedencia o no de la suspensión para casos de imputación de delitos leves
—de los aludidos en el art. 76 ​bis,​ párrs. 1º y 2º— que no permitan condena condicional. Por estar
comprendidas en el primer núcleo problemático, no me referiré a ellas de manera autónoma en este
apartado (sin perjuicio de haber brindado mi explicación sobre esos puntos en el § 2).
Otras divergencias de opinión no han provocado aún un debate importante que justifique su
tratamiento separado en esta sección (como es el tema de la exclusión del instituto para los funcionarios
públicos y su alcance, respecto del cual se ha proclamado desde la inconstitucionalidad de la cláusula
legal de exclusión [​79​] hasta la interpretación restrictiva de dicha cláusula como referida sólo a la
imputación de delitos de funcionarios atribuidos a ellos en ejercicio de su función [​176​]). El tema de la
oportunidad a partir de la cual puede suspenderse un proceso a prueba y del momento hasta el cual
puede hacérselo constituye un problemático aspecto de naturaleza procesal, que tampoco será tratado
separadamente en este apartado (habiéndome referido a él, sin embargo, en el § 2, ap. ​d)​ .

a) Aplicabilidad a distintos grupos de delitos y de casos. — Sobre este aspecto central de la


legislación se han expedido dos posturas: una amplia y otra restringida.
1. Tesis amplia. — La postura mayoritaria ha entendido procedente la suspensión del proceso a
prueba para cualquier delito que permita el dictado de una condena condicional, aunque con distintos
matices —sobre todo en lo relativo al reconocimiento o no de diferentes grupos de delitos y de casos a
los que se aplica la suspensión—. La gran mayoría de los adherentes a esta postura amplia admite la
vigencia de dos grupos de delitos a los que se aplica el instituto (el primero es el referido por los dos
primeros párrafos del art. 76 ​bis del Cód. Penal, mientras que el segundo es el descripto por el párrafo 4º
de la misma disposición legal).
a — León Carlos Arslanián, en tal sentido, sostuvo que la imprecisión con que ha sido redactada la
ley genera “el riesgo de que alguna de las intelecciones que se hagan constriña la aplicación de la
probation al ámbito más que modesto del proceso correccional. Ningún interrogante suscitaba el
Proyecto —se refiere al que él había presentado—, dado que...refería dos supuestos claros en que la
suspensión era posible: ​a)​ pena privativa de la libertad conminada con un ​máximo de dos años —se
hablaba de dos y no de tres debido a que por entonces el Poder Ejecutivo nacional había propiciado esa
reducción en el art. 26 del Cód. Penal— y ​b)​ pena aplicable que no exceda de ese monto, a pesar de una
conminación de monto mayor (v. gr., el delito de estafa —art. 172, Cód. Penal—)…”.
A ello añade Arslanián que: “desde ya que (cualquiera haya sido la voluntad del legislador) abogo por
tal tipo de interpretación ... ​a​) porque de lo contrario este beneficio quedaría supeditado tan sólo a los
delitos de competencia correccional, lo que parece contrario a la finalidad de la reforma; ​b)​ porque desde
un punto de vista sistemático, la ley procesal penal suministra criterios que habilitan al juez a formular
un juicio predictivo acerca del monto y modalidad de la sentencia que, en definitiva, habrá de recaer (art.
317, inc. 3º, Código Procesal Penal de la Nación); ​c​) por ser ése el alcance que se le acuerda en su
antecedente inmediato, que es el Proyecto del Poder Ejecutivo” [​13​, ps. 21 y 22].

b —Ricardo O. Sáenz, con análogo sentido aunque por diferente vía, defiende una interpretación
semejante. Lo hace separando los supuestos de los tres primeros párrafos del art. 76 ​bis de los del
párrafo 4º del mismo artículo. Según este autor, “partiendo de la distinción…entre diversion y probation,
la ley prevé claramente dos supuestos.
En efecto, en los tres primeros párrafos del artículo se hace referencia a la suspensión conocida como
diversion durante la primera etapa, es decir, la instrucción…En cambio, al momento de referirse a la
suspensión del juicio —​stricto sensu​—, el Código dispone que el tribunal —ya no dice ‘el juez’—, con
el consentimiento del fiscal, podrá suspender la realización del debate, si las circunstancias del caso
permitieran dejar en suspenso el cumplimiento de la condena aplicable…Por lo tanto, podrían
comprenderse en este tipo de suspensión —la ‘probation’ anglosajona— delitos cuyo máximo supere
con creces los tres años (por ejemplo: robo en poblado y en banda, robo de automotor, tenencia ilegítima
de arma de guerra, etcétera)” [​150​, p. 1]. Más allá de la seria objeción que merece (desde mi punto de
vista) la determinación concreta de los requisitos que Sáenz exige para cada grupo de casos, el alcance
que le atribuye a la ley resulta ajustado a nuestro Derecho positivo y a la finalidad de la reforma en la
medida en que admite la suspensión a prueba en relación a cualquier delito que permita la condena
condicional —por ser ello una exigencia del párrafo 4º del art. 76 ​bis— ​ . Fundamentalmente en este
aspecto me parece ponderable su interpretación.
c —Marcelo A. Solimine ​también se suma a la tesis amplia, al expresar que: “una primera
observación indicaría que el instituto sólo resulta operativo para los delitos correccionales. Sin embargo,
una lectura más profunda evidencia que ello podría no ser así, y más aún, permite concluir que
claramente no lo es. Tal advertencia ya se impone en el párrafo 2º, cuando se refiere a la ‘pena aplicable’
y termina reforzándose con el párr. 4º, que sin dudas habla de ‘condena aplicable’ de ‘cumplimiento en
suspenso’, de acuerdo a las ‘circunstancias del caso’ ” [​154​,​ ​p. 177].
Añade Solimine que, desde la óptica teleológica de interpretación de la ley, “fácil es concluir que
poco debe importar el máximo de la pena aplicable ‘en abstracto’, sino que sólo ha de interesar, para que
el instituto sea operativo, que la eventual pena aplicable ‘en concreto sea de ejecución en
suspenso’…Así, es absolutamente lógico y razonable que el instituto proceda en todos aquellos casos en
que, de recaer condena, ella fuere de ejecución condicional” [​154,​ p. 178]. Más adelante —y en lo que se
vincula con este punto en particular— agrega que: “no está mal que así sea, pues en definitiva, si resulta
claro que de recaer condena ella sería de ejecución en suspenso, pudiéndosele imponer al condenado
alguna de las obligaciones del art. 27 ​bis d​ el Cód. Penal…, qué sentido tiene producir todo un desgaste
jurisdiccional para arribar a dicho resultado, si existe consentimiento del procesado para que se le
impongan —sin dictarse sentencia— las mismas obligaciones del art. 27 ​bis (conf. art. 76 ​ter​, párr. 1º,
Cód. Penal), y el sistema prevé la reparación del perjuicio a la víctima (art. 76 ​bis​, párr. 3º, Cód. Penal)”
[​154​, p. 179].
Por otra parte, al referirse al sentido político-criminal del instituto, Solimine hace alusión a un
problema que suele presentarse en la práctica de nuestro sistema penal, al manifestar que: “no aceptar la
procedencia de la ​probation e​ n aquellos supuestos en que los máximos de las escalas penales superen los
tres años, pero que …, de resultar sancionados, lo serán con pena de ejecución en suspenso, llevará a un
‘estado no deseado’: la extinción de la acción penal por prescripción” [​154​, p. 180]. Este es un efecto
que, sin duda alguna, se produce en muchos lugares del país, aunque con la irracionalidad propia de la
inversa operatividad del sistema penal en relación a los delitos de competencia de los juzgados
correccionales, pues estos últimos —en general— son juzgados en forma mucho más rápida que los que
quedan en manos de órganos judiciales colegiados. Esta es, por supuesto, otra muestra de la
irracionalidad con la que viene funcionando el sistema de justicia penal, que normalmente investiga y
eventualmente penaliza con mayor premura aquellos ilícitos de menor trascendencia social.

d —Julio de Olazábal es otro autor que confirma la aplicabilidad de la suspensión del proceso penal a
prueba a cualquier delito, mientras sea posible la condena condicional, aunque por una vía distinta y con
un diferente alcance del que defiendo en este comentario.
En tal sentido, De Olazábal interpreta que la reforma comprende un solo grupo de supuestos, que son
aquellos en los cuales la pena “que concretamente se perciba como aplicable en ese caso concreto,
aunque abstractamente hubiese sido posible otra mayor”, no supere los tres años de privación de libertad
—debiendo hacerse un “juicio concreto de probabilidad” de condenación condicional— [​62​, ​ps. 48 y
49].
Sostiene esta tesis “sin por ello restringir la aplicabilidad de la probación a los apelados delitos
correccionales, puesto que, ya hemos visto, es posible por otras vías ampliar el campo de vigencia de la
probación hacia delitos que en su conminación abstracta superen los tres años de reclusión o prisión,
siempre que ese tope en la pena se perciba como concretamente aplicable al caso…” [​62​, p. 51]. Más
allá de mi discrepancia parcial de la línea argumental que este autor desarrolla, del alcance que le
atribuye a la reforma y de su defensa del carácter concreto del juicio de predicción acerca de la posible
condena condicional —contenida en el párr. 4º del art. 76 ​bis​—, resulta importante destacar su
interpretación amplia con relación a este punto, en la medida en que considera aplicable el régimen de la
suspensión a cualquier delito que tenga previsto en la ley un máximo de pena privativa de libertad mayor
de tres años, con lo cual reconoce la finalidad político-criminal de la reforma.

e —Guillermo Labombarda también se expresó en favor de una interpretación amplia, al sostener que
el instituto es procedente “si la pena amenazada, ya sea por un único delito o por concurso…permite la
aplicación de una pena mayor, pero se entiende que es procedente una pena de ejecución condicional”.
Este autor cita el caso “de quien estaba procesado y acusado por varios delitos de hurto de automotor y
una tentativa —concurso de delitos que en hipótesis permitiría superar la escala de tres años, según
cómo se elabore ese concurso—”. Luego añade que: “en ese caso… puede existir una pena que supere
los tres años y existe la eventualidad de que el juez pueda aplicarla…Pero también existe la posibilidad
de que el juez aplique una pena que sea de ejecución condicional. Por eso procede la suspensión del
juicio a prueba” [​104,​ ​ p​ . 39 y siguientes].

f —Miguel Angel Almeyra defendió contundentemente la tesis amplia que aquí se propugna, con el
mismo alcance que le dimos en otro lugar y que le reconocemos a la reforma en el presente comentario.
Es así como sostiene que: “si la pena de reclusión ha sido implícitamente excluida del beneficio de la
condicionalidad…parece extremadamente claro que no existe otra posibilidad que interpretar los dos
párrafos transcriptos como rigiendo situaciones diferentes. Y de ello se sigue que no sólo respecto de los
hoy llamados ‘delitos correccionales’ es pensable la suspensión del proceso a prueba, sino también en
orden a los hechos ilícitos más graves, siempre que la conminación penal admita la posibilidad de que la
sentencia que pudiese recaer sea de ejecución suspensiva”.
Agrega que: “sólo puede interpretarse el párrafo 1º del dispositivo analizado a partir de la idea de que
cuando se trata de un delito menor, la eventualidad de una condenación suspensiva no es presupuesto
que defina la suspensión del proceso a prueba y que el recaudo sí es necesario cuando la escala penal
prevista por la ley supere ese margen” [​4​].

g —Omar Guerra también defendió un criterio amplio, expresando que: “si nos remitimos
exclusivamente al art. 3º de la ley que comentamos…en este caso estaríamos en la aplicación de delitos
correccionales; sin embargo, el párrafo 4º del art. 76 ​bis del Cód. Penal posibilita una interpretación que
da abrigo también a cualquier condena eventual que no supere tres años y que según las circunstancias
del caso permitiera dejar en suspenso el cumplimiento de la condena aplicable” [​95]​ .

h —Aldo Daniel Carnevale —en defensa de la tesis amplia y haciendo referencia a ciertas decisiones
de los jueces de ejecución penal de Tierra del Fuego— sostuvo que: “es innegable que tal postura es
perfectamente justificable, ya que de nada sirve todo el desgaste jurisdiccional que produce un proceso
que culminará, en el peor de los casos, con el dictado de una pena de ejecución condicional” [​38]​ .

i —Alberto Bovino es otro partidario de la postura amplia. Para este autor, “el art. 76 ​bis​, párrafo 4º,
del Cód. Penal permite suspender el juicio, con consentimiento del fiscal, cuando las circunstancias del
caso permitieran dejar en suspenso el cumplimiento de la condena aplicable, aun cuando el máximo de
la pena del delito exceda los tres años (supuesto no incluido en el 76 ​bis​, párr. 1º)”. Para el primer grupo
de delitos “no se requiere el consentimiento del fiscal, pues se trata de un conjunto de delitos de escasa
gravedad, definidos objetivamente por la exigencia de que el máximo de la pena privativa de libertad no
exceda los tres años. Por esta razón, el juicio de oportunidad sobre la conveniencia político-criminal de
suspender la persecución fue formulado por el legislador”.
“El segundo supuesto, en cambio, puede abarcar casos muy diversos…, algunos de ellos de relativa
gravedad (tentativa de un delito de relativa gravedad, participación como cómplice secundario en la
tentativa de un delito grave, tentativa inidónea de un delito grave), otros de mediana gravedad y,
también, algunos de escasa gravedad… Ante este conjunto heterogéneo de casos, que presentan
diferencias cualitativas, es razonable requerir el consentimiento del fiscal, en el segundo supuesto, a
quien el legislador confió el juicio de oportunidad” [​29​].

j —Raúl Guillermo López Camelo, siguiendo la misma posición amplia, sostiene que: “el art. 76 ​bis
del Cód. Penal prevé la utilización del beneficio en dos casos: ​a)​ En el párrafo 1º comprende los delitos
de acción pública reprimidos con pena de reclusión o prisión cuyo máximo no exceda de tres años. ​b)​ El
párrafo 4º contempla la posibilidad de aplicación (previo consentimiento del fiscal) cuando se permita
inferir el dictado de una condena de cumplimiento en suspenso. Varias son las notas que nos indican que
estamos ante dos situaciones diferentes ...” [​109​].

k —Carlos M. Bossi y Daniel C. Ranuschio se declaran “íntimamente alineados a la interpretación


más amplia de la norma…”, la que resulta aplicable “a aquellos supuestos en que, si bien la pena
máxima prevista para el ilícito imputado excede los tres años de prisión, su mínimo legal no supera ese
marco y, por lo tanto, permite suponer la posibilidad de la ejecución condicional de la sanción…” [​26​].

l —Ramón Teodoro Ríos es también partidario de la tesis mayoritaria. En defensa de tal


interpretación del texto legal, se pregunta: “¿es más adecuado, justo y plausible, reducir el instituto a los
delitos leves cuya pena máxima en el Código Penal no exceda los tres años; o, más bien, extender su
aplicación a los que, superando ese margen, sin embargo pueda valorarse que habrán de ser merecedores
de una condena condicional?”, a lo que responde que “la hipótesis enunciada en segundo término ‘es la
síntesis que tiene mejor en cuenta, a la vez, el valor de la solución y su conformidad con el Derecho’ ”
[​145,​ p​ . 12].

m —Marco Antonio Molero se expide también en un sentido amplio, sosteniendo que: “es esta postura
(amplia) la que no dudamos en calificar de certera y feliz…Es a no dudarlo la concepción amplia,
fundada en la normativa extraída del párrafo 4º del art. 76 ​bis del Cód. Penal, la que abrió el más sólido
camino entre los autores…”. La suspensión es “susceptible de concederse ante los delitos correccionales
(conf. párr. 1º, art. 76 ​bis​, Cód. Penal) y frente a delitos de media gravedad cuando ​prima facie resultaría
procedente la condena de ejecución condicional (atento lo dispuesto en el párrafo 4º…)” [​121]​ .

n —Eleonora A. Devoto, quien defiende la tesis amplia, sostuvo primeramente que: “la primera parte
del art. 76 ​bis se aplica a los delitos que tienen prevista pena de hasta tres años de prisión: los
correccionales para ser breve. Nada se dice en la ley respecto a que en estos casos se requiera que el
sujeto del proceso pueda ser sometido a condena de ejecución condicional…Pero en el párrafo
4º…parece incluirse una situación distinta…ya no es posible solamente suspender el juicio en los casos
de delitos correccionales sino también cuando la pena a aplicar fuera de hasta tres años de prisión?
(remisión a los requisitos de la condena de ejecución condicional común). Esto es…acorde con los
antecedentes del instituto en nuestro medio…Aceptar la segunda situación implica, sin duda, ampliar
notablemente el ámbito de aplicación del instituto…” [​65]​ .
En un segundo momento, la autora tuvo la ocasión de dejar bien en claro que se adhiere a la tesis
amplia. Dijo entonces: “…se me cita como adhiriendo a la que llamaríamos tesis restrictiva. Es evidente
que no me he sabido expresar con la debida claridad; sin embargo no creo necesario retractarme de lo
dicho para sostener la posición de la doble vía: del hecho de que no parece haber sido tenida en cuenta
por el legislador no se sigue necesariamente que la ley en su letra no la admita, mucho menos si ésta
parece la lectura o la exégesis más justa” [​66​].

ñ —Gladis C. Coleff y María Laura Garrigós siguen la misma línea interpretativa, al sostener que: “el
art. 76 ​bis del Cód. Penal introduce el concepto de ‘pena aplicable’ como pauta para el otorgamiento del
instituto. De esto se infiere que, cuando la condena puede ser aplicada condicionalmente ... será posible
hacer lugar a la ​probation​”. Para ellas, la suspensión procede “siempre que éste (el fiscal) pida la
aplicación de una pena de tres años o menos” (lo agregado entre paréntesis me pertenece).
Luego añaden que: “también podría pedírseles a los tribunales que hicieran una proyección sobre la
futura sanción a aplicar, como lo hacen para otorgar la excarcelación. De esta forma, quien ha obtenido
ese beneficio también podrá hacer uso de este otro ​(probation),​ aun cuando la pena más grave para el
delito que se le imputa supere los tres años”​ ​[​52]​ .

o —Luis F. Niño ha sustentado la misma tesis. Para él, “en los procesos seguidos por delitos cuya
escala penal contemple un máximo ​superior a los tres años, será requisito imprescindible la posibilidad
de dejar en suspenso el cumplimiento de la condena aplicable, atendiendo —para elaborar tal juicio
anticipado— a las circunstancias del caso en discusión”.
Luego de desarrollar distintos argumentos demostrativos de la “diversidad de las situaciones
descriptas en los párrafos 1º y 4º del dispositivo legal que introduce la suspensión del proceso”, brinda
ciertos ejemplos críticos a la tesis restrictiva que cuestiona, entendiendo que “no luce racional que el
abuso de armas o la turbación violenta de la posesión de un inmueble resulten beneficiados con la
suspensión del proceso, y no lo sea la falsificación de firma en un boletín escolar o la mera lectura de un
telegrama por parte del empleado de correos que lo lleva a destino” [​128]​ .

p —Marcelo A. Riquert y Pablo A. Cistoldi se han adherido también a esta posición amplia,
destacando que: “nos enrolamos decididamente en la postura que, con sustento en lo dispuesto en el art.
76 ​bis,​ párrafo 4º del Cód. Penal, considera aplicable la ​probation para todos los casos en que resulte
posible la aplicación de una condena de ejecución condicional, sin restricciones basadas en las escalas
penales propias de cada ilícito” [​49]​ .

q —Alejandro Alagia se pronunció en el mismo sentido, manifestando que la suspensión del proceso
procede “cuando el delito o el concurso de ellos tenga una pena de prisión máxima superior a los tres
años pero un mínimo no mayor que permita ‘según las circunstancias del caso’ una condena condicional
y suspensión de la pena en los términos del art. 26 del Cód.Penal”, a lo que añade que: “cualquiera
puede advertir que la ley trata de evitar condenaciones condicionales” [​2]​ .
r ​—Este criterio parece haber sido seguido, a su vez, por Leandro W. Arévalo y Marcos A. Hernández
Amundarain, al sostener que “cuando la ley se refiere a ‘condena aplicable’ es precisa en el sentido de
atenerse a la factibilidad de obtener una condena que ‘no exceda los tres años’, sin dejar de mencionar
que para ello tendrá un papel decisivo la acusación formulada por el Ministerio Público” [​10]​ .

s —José María Orgeira y Eduardo Vaiani son partidarios de la posición amplia. Para ellos, la
interpretación “que a nuestro juicio se condice con el verdadero espíritu de la norma, extiende el ámbito
de aplicación de la suspensión del juicio a prueba a aquellos supuestos en que, por las circunstancias del
caso, correspondería una pena de ejecución condicional. Esta interpretación, más amplia, surge del
estudio de los antecedentes del Derecho comparado tenidos en cuenta por el legislador y del análisis
armónico y sistemático de la norma en cuestión” [​134​].

t ​—Luis M. Bonetto se expide, en forma análoga, entendiendo que la “hermenéutica permite aceptar
la suspensión del juicio a prueba aun en los casos en que el monto de la pena en abstracto supere los tres
años de prisión o reclusión” [​25​, p. 52].

u —Julio B. J. Maier ​explica la suspensión del proceso a prueba —desde antes de la entrada en
vigencia de la ley 24.316— de un modo que concuerda con la necesidad de aplicar el instituto a
cualquier supuesto en el que esté en juego una condena condicional, sin importar cuál es el máximo de la
pena prevista en la ley.
Ello surge, por un lado, de la función que —entre otras— le acuerda al instituto, de instrumento para
lograr “la eficiencia del sistema penal en aquellas áreas o para aquellos hechos en los que resulta
indispensable su actuación como método de control social”. En tal sentido, sostiene que con él se tiende
a “descongestionar útilmente la administración de justicia, seleccionando aquellos hechos
incuestionablemente necesitados de la persecución penal” [​112​, t. 1​b​, p. 560]. Ello encuentra mayor
precisión en la Exposición de Motivos del Proyecto de Código Procesal Penal de la Nación, conocido
como “Proyecto Maier” —cuyo texto definitivo fue concluido en 1986—, pues allí se consigna que
“uno de los instrumentos probados como eficaz en el Derecho comparado es la llamada ​‘probation’ o
‘suspensión del proceso a prueba’, que permite prescindir de la persecución penal íntegra, en aquellos
casos en los que no se vislumbre como aconsejable la aplicación final de una pena efectiva” [​113​, p. 645
y ss.]. Al mismo tiempo, después de incorporado el instituto al Derecho argentino, se expidió a favor de
un alcance amplio del texto legal [​117​].

v —José I. Cafferata Nores, también desde antes de la vigencia de la ley 24.316 y como propuesta
concreta de reforma al Código Penal, sostuvo, en concordancia con el criterio amplio, que: “podría
restringirse el ámbito de la suspensión del proceso a las hipótesis en que, ​prima facie,​ se puede estimar
que la condena a imponerse sería de ejecución condicional, o a algunos otros casos excepcionales” [​37,​
p. 38].

w —Orlando A. Coscia nos dice, de modo semejante, que sus "ideas y conclusiones deberán transitar
estos tres designios principales: primero, que la realización eficaz de éste o cualquier instituto legal no
debe contravenir los principios duros del garantismo penal; segundo, que la expresa declaración de los
principios político-criminales que auspiciaron la incorporación de la ​probation no pueden ni deben
expresarse en criterios decidentes que limiten su aplicación, toda vez que ello es justamente contravenir
el espíritu de esa ley; y, tercero, que ante el déficit del texto legal, (…) su interpretación debe ser guiada
por un sentido amplio, por una interpretación ​in bonam partem​, siempre bajo el auspicio del 'principio
de realidad' antes que por imperio del 'principio de autoridad'. Esto pretende atender en la emergencia la
intelección de un texto oscuro que, interpretado de manera limitada o restrictiva, todavía se oscurece
más [​57 bis​, p. 171]. (…) de haber sido la voluntad del legislador la previsión de una sola hipótesis de
concesión del beneficio, no encontraría razón de ser el párrafo cuarto, circunstancia que indica que el
'criterio amplio' tiene espacio propio en la norma y que no son solamente elucubraciones de parte de la
doctrina y la jurisprudencia. Ello puede sostenerse desde un programa judicial serio y responsable -léase
no absurdamente 'fundamentalista'- de 'interpretación amplia de la norma', bajo el solo imperio de los
motivos que llevaron a su consagración en el Código Penal" [​57 bis​, p. 176]. "La crítica situación por la
que atraviesa el país exige más que nunca la integración de criterios amplios de aplicación del artículo
76 bis del Código Penal, toda vez que en un contexto de millones de desocupados y subocupados
muchas personas llegan a pisar el mundo del delito movidos por el hambre y la desesperación. De tal
suerte, (…) la magistratura debe hacer un especial esfuerzo destinado a detectar a los sujetos que
merezcan nuevas oportunidades, a aquellos miles de argentinos que ingresaron al terreno de la
criminalidad desde el desasosiego generado por la deficiente administración del Estado. Esta inquietud
debe además incluir una nueva y fuerte preocupación por proteger a la víctima del delito y ello se logra
también con una aplicación más amplia y ajustada del art. 76 bis Código Penal. Esto no debe
interpretarse como una invitación a la aplicación irresponsable del instituto, sino, por el contrario, como
una invitación a una aplicación racional del instrumento de política criminal signado en esencia por lo
'amplio' y no por lo 'restrictivo'. (…). Interpretar que los criterios 'restrictivos' protegen mejor a la
comunidad es una forma de aumentar la criminalización primaria y por tanto la selectividad del sistema
de justicia penal. (…). Por tanto, deben proponerse 'criterios amplios' basados en la posibilidad de
aplicar el beneficio en la medida que la 'condena condicional' sea aplicable al caso, independientemente
de la pena que el delito conmine en abstracto" [​57 bis​, p. 177/8].

x —Francisco Mugnolo afirma que "​se ha consagrado en la ley un derecho a favor de los ciudadanos,
que debemos defender y que no tenemos que desnaturalizar.​ Lo cierto es que esta institución, y esto me
parece que es el valor central, permite evitar el ingreso a la cárcel y el desarrollo del carácter
delincuencial del que ingresa por primera vez; todos sabemos que (…) la cárcel es una escuela de
delincuentes. (…). Personalmente, estoy a favor de la interpretación amplia de la ​probation"​ [​123 bis​, p.
158].

y —Esta es, por otra parte, la tesis que he tenido la oportunidad de defender en varias ocasiones y que
he propugnado con anterioridad [​174,​ 175 y ​176]​ . Es también la postura que defiendo en este comentario
(ver ​supra​, § 2, ​c,​ 4).

2. Tesis restringida. — La postura más restrictiva del texto legal ha sostenido que los distintos
párrafos legales referentes a la admisibilidad son requisitos que deben concurrir, cada uno de ellos, en
todos los casos, para resultar procedente la suspensión. De este modo, se sostiene que sólo pueden
suspenderse a prueba los procesos en los que se imputa uno o más delitos reprimidos legalmente con
cualquier pena carcelaria cuyo máximo no supere los tres años (art. 76 ​bis​, párrs. 1º y 2º, Cód. Penal),
siempre que sea posible la condena condicional y siempre que exista dictamen fiscal favorable a la
suspensión (art. 76 ​bis​, párr. 4º, Cód. Penal). Este es el criterio defendido por Luis M. García [​81,​ p​ .
341], Alejandro M. Becerra [​18​], Juan Reynaga [​144]​ , D​ aniel A. Sáez Zamora y Verónica Fantini [​74​],
Jorge Kent [​ ​103​], Aída Tarditti [​155​]; ​Nelson Pessoa [​140]​ , Carlos Arturo Ochoa [​133​], Osvaldo N.
Tieghi [​157​, p. 700], Justo Laje Anaya y Enrique A. Gavier​ [​ ​105,​ p. 412 y siguientes].

b) Aplicabilidad a procesos por delitos reprimidos con inhabilitación. — Si bien este tema ha dado
lugar a pronunciamientos judiciales encontrados, los autores que lo han tratado expresamente se han
manifestado —de una o de otra forma— partidarios de la procedencia de la suspensión del proceso a
prueba en estos casos, básicamente debido a la menor gravedad de la pena de inhabilitación respecto de
la privativa de la libertad personal (lo cual deslegitima cualquier trato más severo en razón de la
previsión legal de esa pena más leve).

a — Gladis C. Coleff y María Laura Garrigós, en favor de la procedencia de la suspensión del proceso
a prueba en esta hipótesis, han manifestado que: “los que…entendemos que la ​probation también debe
aplicarse a los autores de delitos culposos nos hemos fundado en diversas razones, a saber: ¿cuál sería el
interés estatal en tratar más severamente a los delitos culposos que a los dolosos? En todo caso, ¿esta
desigualdad no contravendría principios constitucionales? Si, eventualmente, la intención del legislador
hubiera sido excluir a los delitos culposos de este tratamiento, ¿por qué no lo indicó expresamente …? ...
¿cuál sería la lógica jurídica para disponer la exclusión de los delitos culposos? Si éstos son
considerados más lesivos de los bienes jurídicos, ¿por qué entonces tienen conminadas penas menores
que los tipos dolosos? Además, sostener que la exclusión de los delitos que tienen conminada pena de
inhabilitación implica la exclusión de los tipos culposos, es olvidar que existen numerosas conductas
culposas, producto de actividades no habilitadas (no es posible inhabilitar para conducir bicicletas al
ciclista que nos atropelló) ... Los delitos culposos nunca se castigan exclusivamente con pena de
inhabilitación, pues se trata de una pena conjunta que, como se vio antes, no siempre puede ser aplicada
... ¿Y qué decir acerca de la posibilidad (art. 20 ​bis​, Cód. Penal) de imponer inhabilitación de hasta diez
años, aun cuando no esté conminada en el tipo? De admitirse esa posibilidad se excluiría buena parte de
los delitos dolosos”. A ello añaden seguidamente que, a diferencia de los delitos citados, “los arts. 260 y
264 del Cód. Penal tienen conminada exclusivamente pena de inhabilitación” [​52​].

b —Aldo D. Carnevale se expidió también en el mismo sentido. Según su desarrollo, “aceptando, con
las reservas señaladas, que no proceda la suspensión del proceso a prueba en los delitos que dispongan
pena exclusiva de inhabilitación, considero que resulta sumamente injusto, y violatorio del principio de
igualdad ante la ley…, que tal improcedencia sea extendida a los delitos que prevén penas conjuntas de
prisión e inhabilitación”.
Luego de ejemplificar los casos de delitos reprimidos con pena de inhabilitación en forma conjunta o
alternativa con una pena privativa de libertad, añade que: “si se consiente, sin más, la posición de no
suspender los procesos a prueba por estos ilícitos, se incurrirá en una situación de clara desigualdad
jurídica, ya que existen muchas figuras delictuales que, siendo aún más graves que las premencionadas,
permiten acceder a ese instituto. Tal disparidad se presenta aún más manifiesta cuando nos encontramos
ante la presencia de delitos que fueron cometidos con culpa”. Sostiene también que: “es ilógico que
quien causa una lesión ... con plena intencionalidad de su parte pueda lograr suspender el proceso a
prueba, mientras que aquel que sólo actuó con imprudencia o negligencia no pueda hacerlo. En base a
esto, podría darse el absurdo jurídico de que un imputado por lesiones culposas admitiera que actuó
dolosamente, para así poder acceder al beneficio del art. 76 ​bis del Cód. Penal, o que una persona que
librara un cheque sin fondos admitiera que su intención era cometer una estafa” (para poder ejercer el
mismo derecho). Agrega también que, mientras no haya una reforma legislativa que aclare la cuestión,
“le cabe a la doctrina y, fundamentalmente, a…los jueces, buscar las soluciones que atemperen dicha
situación, interpretando…que en los delitos que contienen penas conjuntas de prisión e inhabilitación
podrá suspenderse el proceso a prueba”. Recuerda Carnevale que el art. 27 ​bis “faculta, en su última
parte, a que las reglas puedan ser modificadas por el tribunal, según resulta conveniente al caso. Esta
posibilidad que se le confiere a los jueces es una salida propicia para subsanar la omisión que diera lugar
a esta ponencia, ya que la regla de conducta a imponer puede estar relacionada directamente con la
inhabilitación que fuera prevista como pena conjunta en el tipo legal. No existe ningún obstáculo para
que se pudiera imponer como regla de conducta, por ejemplo, el abstenerse de conducir vehículos
automotores, de ejercer la medicina o de operar con cheques”, ya que “el propio imputado es quien
presta su consentimiento para que se suspenda el proceso a prueba aceptando y cumpliendo las reglas
que se le imponen”.
Aclara seguidamente que: “la prohibición de realizar o ejercer alguna actividad u oficio puede,
incluso, ir acompañada de un tratamiento, o curso de perfeccionamiento, tendiente a subsanar las
falencias que pudieron llevar a delinquir”. Para Carnevale, en ciertos casos, “es necesario introducir en
el análisis la disposición contenida en el art. 20 ​ter del Cód. Penal, esto es la posibilidad de
rehabilitación de aquel que hubiera sido inhabilitado…una vez transcurrida la mitad del plazo” de la
inhabilitación. “Esto significa que, al cumplir las reglas de conducta impuestas y reparar el daño en la
medida de lo posible, el imputado, si hubiera sido inhabilitado, podría obtener su rehabilitación ... Una
vez transcurrido dicho plazo, y habiéndose cumplido correctamente las condiciones impuestas, deberá
considerarse extinguida la acción, ya que sería lo mismo que haber sido inhabilitado y rehabilitado ...”
[​38]​ .

c —Federico G. Figueroa y Oscar Rabinovich —quienes, a su vez, postulan la inconstitucionalidad de


la exclusión de los funcionarios públicos del régimen de la suspensión del proceso a prueba— extienden
sus cuestionamientos a los delitos en análisis, al sostener que: “respecto a la exclusión de los delitos
penados con inhabilitación son aplicables las mismas argumentaciones …Tampoco esto parece
razonable, siendo a todas luces una consecuencia no querida por el legislador, que ha confundido
(atentando contra inalienables principios constitucionales) la finalidad de un instituto con la protección
de otros bienes jurídicos que no se le oponen” [​79​].

d —Adolfo L. Tamini y Alejandro Freeland López Lecube aceptan la suspensión del proceso a prueba
para delitos culposos, aunque con ciertas restricciones. Para ellos, “la solución que se dio es discutible y
podría resultar insatisfactoria en algunos casos. Piénsese, por ejemplo, en el caso del conductor
distraído, no por naturaleza, sino por un suceso aislado (la acompañante lo distrajo lo suficiente como
para que chocara).
Pareciera que, cuando se trata de delitos culposos, podría aceptarse la suspensión del juicio sobre la
base de un juicio de probabilidad que, basado en las circunstancias que rodearon el hecho, permita
sostener o descartar un temor respecto de que el autor vuelva a incurrir en un nuevo acto de
incompetencia o abuso” —ver fórmula del art. 20 ​ter,​ párr. 2º, Cód. Penal— [​80]​ .

e —Alejandro Alagia es otro de los firmes partidarios de la admisibilidad de la suspensión del proceso
a prueba en estos casos. Ello es así “porque se trata de injustos menos relevantes considerados desde la
reacción punitiva al excluirse la pena más grave, es decir, la prisión, no debiéndose admitir el
impedimento so pena de incurrir en una falta de racionalidad en la decisión que ocurre cuando se
suspende el juicio en delitos reprimidos con privación de la libertad” [​2,​ p. 862].

f —También ha sido ésta la posición que asumí desde hace años [​174,​ ​175 y ​176]​ y que continúo
defendiendo en esta obra (ver § 2, ​c​, 6).
La doctrina en general (con independencia de las decididas posturas citadas) ha adoptado una posición
crítica respecto de la pretensión legal de excluir los delitos reprimidos con inhabilitación del régimen de
suspensión del proceso a prueba. Tal es el caso de Eleonora A. Devoto [​64;​ ​65]​ ; Aída Tarditti [​155]​ ;
Nelson R. Pessoa [​140]​ ; José L. Ares [​9​]; Carlos Edwards [​71]​ ; Carlos A. Ochoa [​133]​ ; Jorge L. Villada
[​163]​ , entre otros.

IV ​— J​ urisprudencia

A—​ ​Aplicabilidad a varios grupos de delitos y de casos


​ ​(tesis amplia mayoritaria) o a uno solo de ellos
A—
A— ​ ​(tesis restrictiva de la minoría)

a —A partir de mediados de 1994 (año de entrada en vigencia de la suspensión del proceso penal a
prueba, como instituto novedoso para nuestra cultura jurídicopenal), la jurisprudencia, aunque
encontrada, se ha venido expidiendo progresivamente en favor de un criterio amplio de interpretación
(como el aquí sustentado), entendiendo aplicable la suspensión del proceso a prueba no sólo a los delitos
previstos en los párrafos 1º y 2º del art. 76 ​bis del Cód. Penal, sino también a los comprendidos en el
párrafo 4º del mismo artículo. Ello ha ocurrido de tal modo que hoy se ha consolidado como
ampliamente mayoritaria la tesis amplia que se ha descripto y que se defiende en este comentario.
Tomando en cuenta (para poner un límite geográfico) la jurisprudencia de los tribunales orales en lo
criminal de la Capital Federal y la de los tribunales orales federales existentes en la misma ciudad,
podemos advertir que la tesis amplia mayoritaria se funda en una serie de razones análogas a las
desarrolladas por la mayoritaria doctrina concordante.

b —De los treinta tribunales orales en lo criminal existentes hoy en la Capital Federal, veintitrés han
adoptado el criterio amplio, mientras que sólo siete receptaron la tesis restrictiva. A su vez, de los seis
tribunales orales federales de la Capital Federal, cuatro siguen la posición amplia, mientras que sólo dos
mantienen la restringida. Veamos el criterio de algunos de ellos.

1. Si bien este tribunal consideró oportunamente en la causa nº 352, “Delgado Salinas, M. L.”, que
sólo era factible suspender un juicio a prueba si al delito imputado correspondía una pena inferior a los
tres años, un nuevo análisis de la normativa de este instituto, teniendo en cuenta su finalidad y la forma
en que se encuentra redactado el texto legal, nos lleva a revisar aquel criterio y a entender que el art. 76
bis comprende también los supuestos en los cuales el tribunal considere la eventualidad de una
condenación suspensiva, aunque no se dé la primera condición referida. Una interpretación del art. 76
bis atendiendo al propósito perseguido…de descomprimir la labor de la justicia penal para que pueda
abocarse a los delitos considerados como más dañosos…, persiguiendo su inserción social sin un
elemento estigmatizante como sería la sentencia de condena, permite entender que dicha norma legal, en
los párrafos 1º y 4º, presenta casos independientes entre sí, a los que puede aplicarse la suspensión del
proceso a prueba ... Existe un dato hermenéutico de suma importancia para llegar a esta conclusión;
nótese que el párrafo 1º de la norma comentada refiere también a la pena de reclusión, tipo de sanción
que impide la condena condicional, por lo que mal puede entenderse que los recaudos del párrafo 4º
estén unidos al primero. [Trib. Oral Crim. nº 1 Cap. Fed., 22/6/95, causa nº 446, “Cattaneo, Carlos M. F.
s/Uso de documento público falso o adulterado —art. 196, Cód. Penal—, s/Probation”, inédito].
2. “Ya es tiempo de incorporar un elemento de juicio nuevo al análisis de la norma: el lapso
transcurrido con vigencia de la ley y el resultado producido durante él. Al respecto, ... durante el año
1995 quedó sin resolver el 42% de las causas que ingresaron, y…durante 1996, habiendo ingresado 12%
más de causas que el año anterior, lo no resuelto subió a 55%”. Por una serie de razones se concluye
que: “no hay condiciones para que en tiempo cercano útil el tribunal aborde los debates concernientes al
42% de las causas que ingresaron en 1995, más el 55% de 1996” y que: “esos expedientes con destino
de quieta permanencia en los casilleros de la secretaría del tribunal corresponden a procesados pupilos
del Ministerio Público que no pueden costear defensores de confianza”.
Tanto el objetivo de “afianzar la justicia”, como el principio de “igualdad de todos los habitantes ante
la ley”, la “inviolabilidad de la defensa en juicio” y el derecho de toda persona a “concurrir a los
tribunales para hacer valer sus derechos”, consagrados todos por normas de jerarquía constitucional,
exigen una respuesta realista y razonable por parte de los jueces. De allí que se efectúe una “aplicación
analógica ​in bonam partem del art. 76 ​bis ​del Cód.Penal” a “casos no previstos” por dicha norma,
siempre que “el caso ... sea semejante a aquellos a los que está dirigido el art. 76 ​bis​ del Cód. Penal”.
De acuerdo con este criterio, “el asunto a resolver ... debe ser, en abstracto, pasible de una sanción
similar (tres años de prisión o menos), aunque aquí deberá recurrirse…a los ​standards de respuesta
judicial penal para hechos objetivamente similares”. “Lo que se está proponiendo…es un cambio de la
posición que el tribunal venía sosteniendo para aumentar así el rango de la respuesta
constitucionalmente debida por los jueces a los conflictos que le son planteados”.
A ello se añadió que: “tenemos un fundamento de necesidad de dar respuesta a todos estos hechos,
que podríamos llamar ‘menores’; un desarrollo de pensamiento lógico, basado en normas de jerarquía
constitucional; y la propuesta de adoptar pautas objetivas que impedirán el ejercicio de la arbitrariedad.
En este caso, insistir en la intransigencia dogmática rayaría en el fanatismo; y, lo que es peor, nos
llevaría a seguir incumpliendo nuestra tarea, aun habiendo hallado una interpretación que nos permite al
menos mejorar su realización”. [Trib. Oral Crim. nº 2 Cap. Fed., 18/2/97, causa nº 615, “Pérez, Oscar
1​
s/Falsificación de documento”, inédito]​ .

3. Las características del hecho (según requerimiento fiscal), la carencia de antecedentes penales de
los imputados…constituyen circunstancias favorables que, a la par que permiten presumir fundadamente
que en el supuesto de recaer sentencia condenatoria ella sería de cumplimiento condicional, autorizan a
disponer la suspención. [Trib. Oral Crim. nº 3 Cap. Fed., 31/3/98, causa nº 491, “Avila, Claudio Fabián
s/Hurto de vehículo dejado en la vía pública —art. 163, inc. 6º, Cód. Penal—”, inédito].
4. “Si bien este tribunal, en anteriores pronunciamientos, adoptó una postura restrictiva con relación a
los delitos que podían ser comprendidos por las disposiciones de la ley 24.316, estimando que el
máximo de tres años era la valla infranqueable para la concesión del beneficio de la suspensión del
juicio a prueba, lo cierto es que un nuevo tratamiento de la cuestión se torna imperioso porque los
nuevos argumentos que se han expuesto en sustento de la tesis más amplia han enriquecido el debate
mostrando aspectos novedosos referidos a la interpretación de la ley que deben ser contemplados a la
hora de resolver, porque caso contrario se darían situaciones de inequidad que es preciso evitar”.
“El argumento de que la ley prevé dos supuestos a los cuales corresponde aplicar el instituto de la
suspensión del juicio a prueba tiene soporte en la circunstancia de que, al mencionarse en el párrafo 1º
del art. 76 ​bis los delitos a los cuales está destinado, se dice que son aquellos reprimidos ‘con pena de
reclusión o prisión cuyo máximo no exceda de tres años’, pero, como las penas de reclusión han sido
implícitamente excluidas del beneficio de la condicionalidad por la ley 23.057, sólo puede concluirse
que, ​cuando se trata de un delito menor, no resulta requisito necesario que la condena previsible sea de
las que puedan ser dejadas en suspenso​. Así entendida la norma, se puede interpretar entonces que ​el
párrafo 4º se refiere a una situación distinta, que es la de los delitos más graves, para los cuales sí es
condición indispensable la eventualidad de una condena suspensiva”​ . La tesis ahora adoptada “reconoce
su sustento en sólidas razones de política criminal” que permiten “que la suspensión del juicio a prueba
resulte una herramienta verdaderamente útil a los fines de la resocialización de las personas que han
incurrido en delito”.
“El peso de las razones expuestas mueve al tribunal a variar su postura originaria y a sumarse a esta
sostenida tendencia jurisprudencial, entendiendo que con ello evitará que se produzca una situación no
deseada y evidentemente injusta: que los autores de hechos de similar gravedad sean tratados de manera
diversa según que el sorteo practicado para la distribución de las causas disponga la intervención de un
tribunal que ha adoptado la tesis restrictiva o la amplia”.
Por otra parte, con la tesis restrictiva antes sostenida “pierde el sistema de juicio oral una de las
columnas sobre las que se asentaba su viabilidad, porque…la saturación de proceso será inevitable y
hará que en poco tiempo…se pierda la posibilidad de una efectiva prestación del servicio de justicia”.
[Trib. Oral Crim. nº 4 Cap. Fed., 12/9/96, “Poggio, Julio César s/Robo —art. 164, Cód. Penal—”, ​LL​,
1998-F-882, 41.084-S].
5. Si el delito tiene establecido un máximo de pena mayor a tres años de prisión o reclusión, como
sucede con el previsto en los arts. 72 y 72 ​bis de la ley 11.723 (sancionado con la pena de defraudación,
de un mes a seis años de prisión), la suspensión procede por ser posible la condena condicional. [Trib.
Oral Crim. nº 6 Cap. Fed., 20/9/99, causa nº 627, “Parente, Marcelo Fabián s/Infracción a la Ley de
Propiedad Intelectual” —arts. 72 y 72 ​bis​, ley 11.723, inédito].
6. “El art. 76 ​bis de la ley 24.316 prevé dos supuestos diferentes de aplicación: por un lado, aquellos
delitos de acción pública donde el máximo de la pena establecida no excediera de tres años —párrafo
1º—; y por el otro, cuando, de las circunstancias del caso, el cumplimiento de la condena pudiera dejarse
en suspenso”. En otros términos, se contemplan dos supuestos: “uno, signado por la escala penal
aplicable al delito, que no ha de exceder de tres años, y cuya finalidad primordial es el
descongestionamiento de los tribunales ​(diversion);​ otro, caracterizado por la posibilidad de aplicar al
caso una condena de cumplimiento en suspenso…, cuyo propósito es evitar la estigmatización del autor
mediante una declaración de responsabilidad que no implique condena ​(probation)”​ . [Trib. Oral Crim. nº
7 Cap. Fed., 31/3/98, causa nº 109, “Avila, Claudio Fabián s/Defraudación por desbaratamiento de
derechos acordados —art. 173, inc. 11, Cód. Penal—”, inédito].
7. El instituto pretendido resulta procedente en virtud de que en el párrafo 4º del art. 76 ​bis del Cód.
Penal se amplía el beneficio a todos aquellos delitos que pudieran ser merecedores de condena
condicional. El supuesto previsto en el párrafo 4º del art. 76 ​bis i​ mplica una situación distinta de la
prevista en el párrafo 1º de dicha norma, por lo que el tribunal, siguiendo otros antecedentes
jurisprudenciales (v. gr., causa nº 62, “Lado, Miriam Noemí, s/Administración fraudulenta”, del 9/12/94,
entre otros), se suma a la doctrina. [Trib. Oral Crim. nº 12 Cap. Fed., 7/6/96, causa nº 192, “Lago
Franco, Daniel G. s/Tentativa de robo con armas —art. 166, inc. 2º y 42, Cód. Penal—”, inédito].
8. Corresponde suspender el juicio a prueba en razón de que “las circunstancias del caso permiten
dejar en suspenso el cumplimiento de una eventual sentencia condenatoria, atento la escasa gravedad del
delito a ser juzgado y la ausencia de antecedentes del imputado”. [Trib. Oral Crim. nº 13 Cap. Fed.,
9/11/98, causa, “Aguillón, Jorge Emilio s/robo simple —art. 164, Cód. Penal—”, inédito].
9. “Un detenido análisis del tema persuade al tribunal de adherir ahora a dicha postura, por cuanto ...
no se vería la razonabilidad de denegar el beneficio al acusado de un delito, cuando ... merecería una
condena de ejecución condicional y ello por la sola circunstancia de que el máximo de la escala prevista
para el mismo excediera los tres años”, añadiendo que: “una interpretación tan estricta estaría en pugna
con los modernos principios que informan a la oportunidad de la aplicación de la pena y su
individualización, sin obtenerse por el contrario ninguna utilidad”. [Trib. Oral Crim. nº 14 Cap. Fed.,
2​
14/8/95, causa “Adinolfi, S. E. s/Tentativa de robo”, inédito]​ .

10. Siendo…el fundamento de la suspensión del proceso a prueba sustituir el juicio sometiendo al
acusado a un régimen de control tras el cual la acción penal se extingue de una manera definitiva y el de
la condena de ejecución condicional evitar las penas privativas de la libertad de corta duración…, cabe
concluir…que la pena que ha de tenerse en cuenta para decidir sobre la procedencia del novel instituto
es la que en concreto se perciba como adecuada y que pueda dar lugar a una condena de ejecución
condicional aun cuando el máximo previsto para el delito atribuido supere los tres años. [Trib. Oral
Crim. n° 14 Cap. Fed.,18/8/95, causa “Pennella, P. D. s/robo de automotor en grado de tentativa”, expte.
238, inédito].
11. “El cuarto párrafo del nuvo art. 76 ​bis del Cód. Penal (versión ley 24.316) extiende su aplicación a
aquellos ilícitos que, teniendo una (pena) máxima superior a los tres años, atento las ‘circunstancias del
caso’, pueden llegar a una condena en suspenso… La interpretación expuesta cabe perfectamente en el
texto actual. En primer lugar, hay que destacar que para los delitos cuyo máximo no supera los tres años
no se exige conformidad fiscal, mientras que en el citado párrafo 4º se contempla esta exigencia. Por
otra parte, en el párrafo 3º se habla de juez y en el 4º…se hace mención al tribunal —uno el juez
correccional y el segundo el tribunal oral—. Avalan esta postura los requisitos exigidos en el párrafo 3º
del art. 76 ​ter p​ ara revocar este instituto, que distingue dos situaciones: la primera referida al máximo de
la pena y la segunda a la condicionalidad de la ejecución de la posible condena”. El tribunal funda su
decisión, además, en una “profunda meditación sobre las funciones que cumple el instituto, las nuevas
tendencias internacionales y la realidad de todos los días en el ámbito tribunalicio”. Sostiene que: “el
mundo entero busca la disminución de la litigiosidad y no resulta razonable la tramitación de todo un
proceso, costoso en cuanto al dispendio de tiempo, de significativo valor económico, para arribar a una
condena de ejecución condicional”. Luego distingue entre la “voluntad del legislador” y la “voluntad de
la ley”, pronunciándose por el mayor valor de la segunda (“la voluntad de la ley vale más que la del
legislador”). Por último, destacó este tribunal que: “la Sala II de la Cámara Nacional de Casación
Penal…, evocando los debates parlamentarios que originaron la ley en cuestión, refiere que allí ‘se adujo
la necesidad de descongestionar los tribunales, especialmente los juzgados correccionales…’, lo que
indica a las claras que este instituto no fue sancionado exclusivamente para los delitos que a éstos les
competen”.
Se recordó también que, para el mencionado tribunal de casación, “los jueces deben actuar con
criterio amplio al estudiar la posibilidad de concederla”. En la causa nº 134 citada se aclaró, incluso, que
“no puede dejar de verse como poco razonable y dispendioso que tres camaristas, una fiscal y una
defensora…, con todo el resto de personal que tienen atrás, dediquen una larga audiencia para un
primario que llegará (en caso de condena) a una pena en suspenso”. [Trib. Oral Crim. nº 15 Cap. Fed.,
12/9/94, causa nº 76, “Yenny Janneth Delgado Huamanzana, s/Tentativa de robo”; ídem, 3/11/94, causa
nº 134, “J. A. González”; ídem, 4/11/94, causa nº 123, “A. O. Basilio”, inédito].
12. Este tribunal, luego de un nuevo análisis del instituto denominado suspensión del juicio a prueba
..., entiende que la interpretación que corresponde a los párrafos 1º y 4º del art. 76 ​bis permitirá extender
su aplicación a supuestos distintos, que por su penalidad se hallan sometidos a conocimiento del fuero
criminal, siempre que estuvieran reunidas las condiciones del art. 26 del Cód. Penal. Se conviene,
entonces, que el párrafo 1º del mencionado artículo hace referencia a penas de distinta naturaleza
—como lo son la reclusión y la prisión— estableciendo como límite objetivo para acceder al beneficio
los tres años. Este apartado no puede ser interpretado como referido también a la modalidad ejecutiva de
esas penas, toda vez que las de reclusión, aun cuando sean inferiores al límite fijado de tres años,
siempre resultarán de efectivo cumplimiento. En esa inteligencia y realizando esta interpretación en
forma armónica con lo dispuesto en el párrafo 4º, se nos permite concluir que, en este último, la ley
quiso atender a la modalidad ejecutiva de la pena, cuando existiera en el caso concreto la posibilidad de
aplicar una pena de prisión de ejecución condicional (art. 26, Cód. de fondo), sin que el límite objetivo
fijado en el párrafo 1º se erija como impedimento para acceder al beneficio creado por la ley 24.316. Por
otra parte, la hermenéutica jurídica que el tribunal acoge en esta oportunidad permite reconocer, en
consecuencia, la relevancia de la conformidad fiscal exigida para que en este segundo supuesto proceda
la aplicación del instituto, ya que de lo contrario no se advertiría por qué motivo se excluye dicho
requisito en el supuesto del párrafo 1º. [Trib. Oral Crim. nº 16 Cap. Fed., 4/10/96, causa nº 147,
“Morello, Mariel Rosana”, inédito].
13. En la ley penal “se contemplan dos hipótesis de suspensión del proceso a prueba. En el párrafo 1º
del art. 3º, cuando se trata de delitos cuya pena no supere los tres años de prisión, y en el párrafo 4º de la
misma norma cuando, a juicio del tribunal, el imputado puede merecer una condena de cumplimiento en
suspenso. Este criterio se sustenta en…​1)​ la diferencia de lo estatuido entre los párrafos 1º y 4º del art. 3º
de la ley, en cuanto en el último se exige el consentimiento del Ministerio Público, para su
concreción…​2)​ una interpretación sistemática del conjunto del Derecho procesal penal, (que) conduce al
mismo criterio ya expuesto, con relación a la segunda hipótesis, ya que el legislador ha aplicado la
predicción cuando concede la excarcelación (art. 316 y ss., Cód. Proc. Penal de la Nación)…​3)​ …el
punto de vista teleológico…​4​)…(la circunstancia de que) la aplicación de este instituto descomprime el
sistema, atendiendo a la voluntad del legislador. Nótese que la ley en estudio tiene como antecedente
primero la Exposición de Motivos presentada por el Poder Ejecutivo nacional en el año 1991, donde se
hacía conocer aquella intención”. Agrega la resolución que: “el párrafo 3º del art. 4º de la misma ley ​(‘...
o la estimación acerca ...’) remite a la condicionalidad de la ejecución de la posible condena y esta
estimación es un juicio de predicción que es precisamente el que el tribunal tiene que hacer al aplicar el
párrafo 4º del art. 3º ya mencionado”. Este caso es “diferente del párrafo 1º del mismo artículo”. Por
ello, se considera que “el alcance de la ley va más allá de los casos de delitos conminados con penas
menores de tres años”. [Trib. Oral Crim. nº 17 Cap. Fed., 22/6/94, causa nº 52, “Roberto Javier Guaimás
s/Tentativa de robo simple”, inédito].
14. El tribunal cree procedente la concesión de la suspensión del juicio a prueba respecto del
imputado, teniendo en cuenta para ello las características del hecho, sus circunstancias personales y la
ausencia de antecedentes penales computables respecto del nombrado. Se considera admisible suspender
el proceso por cuanto la calificación legal del delito imputado permite presumir que, en caso de recaer
sentencia condenatoria, la pena a imponer sería de carácter suspensivo. [Trib. Oral Crim. nº 18 Cap.
Fed., 30/9/98, causa nº 569, “Enrique Mario Guevara s/robo simple”. Un criterio análogo fue seguido,
entre muchas otras, en la causa nº 317, “Marcela A. Carbajo s/Defraudación por apropiación indebida,
cometida en cinco oportunidades —art. 173, inc. 2º, Cód. Penal—”, del 4/6/97, inédito].
15. De acuerdo con el criterio planteado por la defensa y acogido por el fiscal, la suspensión del
proceso a prueba “procede en virtud de lo normado por el art. 76 ​bis​, párrafo 4º, del Cód. Penal, toda vez
que, dada la falta de antecedentes de su asistido y la calificación legal por la que fuera elevada la causa a
juicio, de recaer condena, y sin que ello implique reconocimiento de culpabilidad de su defendido, ella
sería de ejecución condicional”. [Trib. Oral Crim. nº 20 Cap. Fed., 30/10/97, causa nº 449, “Julio
Alberto Chejolan s/Tentativa de robo —arts. 164 y 42, Cód. Penal—, inédito].
16. En reiteradas oportunidades y por sendos planteos del Ministerio Público, entre ellos el caso
“Soria”, este tribunal…decidió acerca de la aplicación de la norma y su viabilidad, en aquellos supuestos
en que la pena prevista para los delitos por los que se siguen las causas sea mayor que los tres años de
prisión, pero cuyos mínimos legales previstos en la ley de fondo permitan la aplicación de una sanción
de la que pueda dejarse en suspenso su cumplimiento. Este nuevo instituto para nuestro país, a nuestro
entender, es de una utilidad inimaginable; por lo pronto, el individuo no queda marcado, el damnificado
de alguna manera recibe una compensación y la sociedad acepta de muy buen grado que una persona
realice trabajos comunitarios que tiendan al bienestar general. Estas tres posibilidades, además de otras
muchas virtudes ínsitas en la norma, ya son fundamento suficiente como para interpretarla del modo en
que lo han hecho los suscriptos. Nuestro razonamiento se ve apoyado por principios ... vigentes hoy más
que nunca en el Estado democrático, referidos a la interpretación de las leyes en favor de los acusados
cuando éstas no tienen la claridad suficiente en su letra pero sí en su espíritu. Al respecto bien vale citar
... (el principio según el cual) “en las causas penales se impone la interpretación más benigna”.
Asimismo, viene al caso recordar que no es casual la sanción de la ley de suspensión del juicio a
prueba en momentos de una gran crisis carcelaria, como así también de un gran descreimiento por parte
del ciudadano común hacia las instituciones judiciales, por la ya mentada ineficacia de las sanciones
penales convencionales. En base a lo reseñado, no hay mejor respuesta para estas demandas tácitas de la
ciudadanía que los jueces, asumiendo el protagonismo que nos corresponde, tanto por mandatos
constitucionales como morales, decidamos estos casos donde la ley es ambigua aceptando la solución
más humana, tal como se expresa en la máxima:…“en los casos dudosos conviene aceptar la solución
más humana”. No nos cabe la menor duda de que nuestra decisión no sólo es la más humana que permite
la ley, de la cual no podemos apartarnos, sino que también es la más conveniente ya no sólo para la
comunidad sino para el contexto de todas las naciones en miras de un mundo más justo y armónico que
trate de aniquilar la marginación pero sin aniquilar al marginado. Y esto se logra de una sola manera:
integrándolo. En este caso, “más que un beneficio, estamos en la consecución de un resultado querido
por el Derecho y la sociedad, como es la reparación del daño, la recuperación del imputado y la
prevención que nace del ejemplo”. [Trib. Oral Crim. nº 21 Cap. Fed., 4/9/96, causa nº 324, “Juan
Santiago Muñoz Saavedra s/Tentativa de robo”, inédito].
17. Siendo la escala penal de uno a seis años de prisión, el defensor puede ... pedir la suspensión del
juicio a prueba, por entender que el tribunal está en condiciones de imponer una pena menor de tres
años. [Trib. Oral Crim. nº 22 Cap. Fed., 20/8/97, causa nº 344, “Ariel Carlos León, s/Delito de robo
—art. 164, Cód. Penal—”, inédito].
18. La suspensión del juicio a prueba es mucho más que un mero criterio de oportunidad en la
persecución penal; más que una simple excepción al principio de legalidad procesal; es, por sobre todo,
un mecanismo preventivo especial de sumo valor, pues permite, en casos de delitos leves cometidos por
autores que demuestren su capacidad efectiva de conducirse conforme a Derecho —a través de la
observancia de ciertas reglas de conducta—, prescindir de la condenación.
El imperativo de racionalidad en la interpretación de la ley penal exige entender que el máximo de
tres años de prisión o reclusión al que hace referencia la cláusula legal mencionada es el máximo
esperable para el caso concreto, en cuya determinación sin duda influirán las características personales
del imputado en cada caso.
Esta exégesis logra compatibilizar el sentido preventivo especial del instituto de la suspensión del
proceso a prueba, la voluntad de los legisladores nacionales expresada durante la discusión del proyecto
de ley y, por fin, lo efectivamente consagrado en el texto legal que ha quedado sancionado. [Trib. Oral
Crim. nº 23 Cap. Fed., 13/8/98, causas 387 y 548, “Alcibíades Pedro Labate y Arturo Alfredo Saccone
s/delito de defraudación por administración infiel y estafas reiteradas (arts. 173, inc. 7º y 172, Cód.
Penal), inéditol].
19. “La finalidad del instituto de la suspensión del juicio a prueba es evitar que se aplique una
condena de ejecución condicional”. Por otra parte, “la bondad del instituto surge ..., para el imputado, de
la eximición de las consecuencias nocivas y socialmente discriminatorias de la privación de la libertad o
de la aplicación de una condena que deje a dicha privación en suspenso, poseyendo así un carácter más
resocializador que una pena, y, respecto del damnificado por el hecho, se guarda a través de su
aplicación mayor contemplación, ya que en algunos supuestos el castigo al procesado puede volver a
perjudicarlo ya que a aquél, generalmente, le dificultará la reparación del daño o incluso lo impedirá
completa y definitivamente”. A ello se agrega que: “restringir la aplicación del instituto conlleva, entre
otros muchos factores, a acrecentar el descreimiento de los ciudadanos en el funcionamiento de las
instituciones, especialmente en el de la justicia”. Esto último porque la suspensión del proceso a prueba
“trae aparejadas múltiples ventajas” (tanto para la víctima como para el imputado). [Trib. Oral Crim. nº
24 Cap. Fed., 20/2/98, causa nº 463, “Alejandra Karina Fuentes s/Tentativa de robo simple”, inédito].
20. El art. 76 ​bis del Cód. Penal establece dos supuestos distintos. Uno previsto en el párrafo 1º
correspondiente a los casos en que la escala del delito imputado no supere los tres años de prisión,
supuesto no aplicable en la especie. El otro, previsto en el párrafo 4º del art. 76 ​bis​,…permite…
suspender la realización de aquél en los casos en que de acuerdo a sus circunstancias se permita dejar en
suspenso el cumplimiento de la pena. La existencia de dos supuestos distintos surge de la misma lectura,
en forma sistemática, del art. 76 ​bis del Cód. Penal. Hasta su párrafo 3º se refiere al primer
supuesto…En cambio en el párrafo 4º del mentado art. 76 ​bis se establece el otro supuesto, en el cual la
pena a aplicar se considera en concreto efectuando una proyección relativa a la viabilidad de dejar en
suspenso el cumplimiento de la condena aplicable, esto es cuando proceda una condenación condicional.
Al volver a la lectura sistemática de las normas en vigencia, únicas que obligan al juzgador, surge que el
art. 26 del Cód. Penal sólo permite la condicionalidad para los casos de penas de prisión, no así para la
reclusión, especie de pena que…está sólo abarcada por el instituto de la suspensión del juicio a prueba
en aquellos casos en que en abstracto la pena a imponer no supere los tres años. Sostener que a los
efectos de la aplicación del instituto de la ​probation se debe analizar la escala penal sólo en abstracto,
conllevaría a tener por no escrito el párrafo 4º. [Trib. Oral Crim. nº 26 Cap. Fed., causas del 15/3/95,
“Grieco, Luisa s/Hurto en concurso real con estafa mediante falsificación y uso de documento”; del
26/5/95, “González Jalillie, M. E. s/Estafas reiteradas —tres hechos— en grado de tentativa”; del 5/6/95,
“Goyhman, E. G. s/Defraudación —art. 72, inc. ​c​, ley 11.723—”; del 27/6/95, “Gil, M. D. s/Robo
3​
simple en grado de tentativa”; del 31/5/96, causa nº 161, “Blanco, José Antonio”, inédito]​ .

21. La bondad del instituto analizado surge de la posibilidad de eximición de las consecuencias
nocivas y socialmente discriminatorias de la privación de la libertad o de una condena que deje dicha
privación en suspenso, dándosele la impresión al imputado de que vuelve a ser aceptado por la sociedad,
circunstancia ésta que, sin duda, posee un carácter más resocializador que una pena (con cita de Klaus
Roxin y del voto de Patricia Llerena en la causa n° 9, del 23/3/95, del Trib. Oral Crim. n° 26 Cap. Fed.).
[Trib. Oral Crim. nº 27 Cap. Fed., 25/4/95, causa nº 26, “Carlos A. Palacios y Alberto D. A. González
s/Tentativa de robo simple —arts. 164 y 42, Cód.Penal—”, inédito].
22. No obstante haberse considerado que el máximo de pena previsto en la ley para la tentativa de
robo es de cuatro años de prisión, se entendió procedente la suspensión del proceso a prueba “teniendo
en cuenta lo dispuesto en el párrafo 4º del art. 76 ​bis del Código de fondo, como así también las
constancias obrantes en el presente sumario”. [Trib. Oral Crim. nº 28 Cap. Fed., 14/8/95, causa nº 63,
“Adrián R. Rigolino y Adrián P. Cusani s/Tentativa de robo simple —arts. 164 y 42, Cód. Penal—”,
inédito].
23. “Celebramos el cambio de opinión del señor fiscal de juicio en cuanto a la viabilidad de la
aplicación de la suspensión del juicio a prueba, que al mismo tiempo que ratifica la honestidad
intelectual del doctor Montoya, capaz de reconocer como más ajustada a la ​ratio legis la postura que
ahora adopta, permite a este tribunal entrar en conocimiento y aplicabilidad de un instituto esencial en la
moderna política criminológica. En este sentido, hacemos nuestro lo resuelto por el Tribunal Oral en lo
Criminal nº 1 de la Capital, sobre la necesidad de ‘una interpretación del art. 76 ​bis atendiendo al
propósito perseguido por la ​probation de descomprimir la labor de la justicia penal, para que pueda
abocarse a los delitos considerados como más dañosos y procurar la internalización de pautas positivas,
de una persona sometida a proceso, persiguiendo su inserción social sin un elemento estigmatizante,
como sería la sentencia de condena”. “El art. 76 ​bis del Cód. Penal prevé dos supuestos distintos de
aplicación…de (la) suspensión del juicio a prueba. Uno, previsto en el párrafo 1º, que se aplica
considerando en abstracto la sanción establecida para el delito, cuando la misma sea de reclusión y
prisión de hasta tres años. El otro, previsto en el párrafo 4º del art. 76 ​bis​, que permite…suspender la
realización de aquél en los casos en que de acuerdo a sus circunstancias se permita dejar en suspenso el
cumplimiento de la pena de prisión (condenación condicional)”.
Citando a Miguel Angel Almeyra, se aclara que: “si la pena de reclusión ha sido implícitamente
excluida del beneficio de la condicionalidad por la ley 23.057, parece extremadamente claro que no
existe otra posibilidad que interpretar los dos párrafos transcriptos como rigiendo situaciones
diferentes”. [Trib. Oral Crim. nº 29 Cap. Fed., 17/10/96, causa nº 92, “Jorge Di Lorenzo y Sergio
Osvaldo Haramboure s/Estafa en concurso real con tentativa de estafa —arts. 172, 42 y 55, Cód.
Penal—”; por mayoría integrada por los jueces Eduardo Luis Duhalde y Juan Carlos J. Cardinali: ídem,
28/4/99, causa nº 535, “Cristian Ariel Rebasti y Pablo Javier Di Filippo s/Robo simple —art. 164, Cód.
Penal—”, inédito].
24. Resulta procedente la suspensión del proceso a prueba “teniendo en cuenta que el delito imputado
oportunamente a Gabriel M. Leis tendría, eventualmente, una pena de prisión máxima de tres años, que
podrían darse en suspenso, dada la carencia de antecedentes penales del nombrado”. [Trib. Oral Crim. nº
30 Cap. Fed., 20/10/97, causa nº 238, “Gabriel Marcelo Leis s/Tentativa de hurto agravado por el uso de
llave falsa —arts. 163, inc. 3º y 42, Cód. Penal—”, inédito].

c —Han seguido el criterio amplio, a su vez, los tribunales orales federales de la Capital Federal nros.
1, 2, 4 y 5, mientras que han acogido la tesis restrictiva los tribunales orales federales de la Capital
Federal nros. 3 y 6.
Más allá de mi discordancia sólo parcial con la vía argumental de algunas de estas decisiones (y de mi
cuestionamiento al carácter ​concreto que la mayoría de ellas le atribuye al juicio de posibilidad de
condena condicional), lo que interesa remarcar aquí es que los referidos son algunos de los tantos
precedentes valiosos de nuestro país, que tornan compatible el alcance acordado al texto de la reforma
con los fines que ella persigue, permitiendo implementar, para un número razonable de casos,
mecanismos más eficaces que el proceso penal tradicional, el pronunciamiento de una eventual condena,
su posible inscripción en los registros de antecedentes y el posible encierro carcelario efectivo.
Esta amplitud de criterio responde a una exigencia que la cruda realidad de nuestro sistema penal nos
impone, consistente en diversificar las respuestas estatales frente a los conflictos interpersonales y
sociales, con el objeto de disminuir los niveles de marginación social que producen o magnifican
nuestros deteriorantes sistemas de persecución penal. El tiempo ha venido mostrando, por otra parte
(como surge de los fallos citados), el paulatino vuelco de la jurisprudencia inicialmente restrictiva en
favor de la tesis amplia propugnada en esta obra, habiéndose convertido esta última en la tesis de la
mayoría.

d —Mientras, como se vio, veintitrés de los treinta tribunales orales de la Capital Federal acogieron la
postura amplia, se enrolaron en la postura restrictiva los Tribunales Orales de la Capital Federal nros. 5,
8, 9, 10, 11, 19 y 25 (al menos de acuerdo con los datos con los que cuento al momento de elaboración
de este trabajo). Los motivos en los que se basaron fueron seguidos, de uno u otro modo, por la Cámara
Nacional de Casación Penal, en el fallo plenario descripto y cuestionado en el apartado siguiente (por lo
que el contenido de estas decisiones no se lo vuelca aquí por separado).

e —La Cámara Nacional de Casación Penal se autoconvocó para referirse a la cuestión en un fallo
plenario, con la idea de unificar jurisprudencia (conf. Acuerdo nº 1/1999, en plenario nº 5,
autoconvocatoria en causa nº 1403 de la Sala III, “Kosuta, Teresa R. s/Recurso de casación”, del
17/8/99, ​LL,​ ejemplar del 17/9/99). En este plenario se pretendió imponer (por mayoría) la tesis
restrictiva (que es la minoritaria), aun en contra de la posición sustentada por la mayor parte de la
doctrina y de la jurisprudencia. Esta circunstancia (unida a que la tesis restrictiva resulta más severa para
el imputado) constituye una primera razón para deslegitimar el plenario en el contexto de discusión que
se ha venido dando en nuestro país. No resulta razonable, desde un comienzo, que un plenario acoja una
posición minoritaria en la doctrina y en la jurisprudencia que, a su vez, restringe derechos ciudadanos
frente al poder punitivo estatal.
La mayoría en el plenario (integrada por los jueces Eduardo R. Riggi, Ana M. Capolupo de Durañona
y Vedia, Liliana E. Catucci, W. Gustavo Mitchell, Amelia L. Berraz de Vidal, Raúl R. Madueño,
Alfredo H. Bisordi, Juan C. Rodríguez Basavilbaso, Gustavo M. Hornos y Juan E. Fégoli) sostuvo que:
“el art. 76 ​bis del Cód. Penal plantea un único e indivisible supuesto en virtud del cual se podrá conceder
el beneficio de la suspensión del juicio a prueba al imputado de un delito de acción pública reprimido
con pena de reclusión o prisión cuyo máximo no exceda de tres años, siempre que…las circunstancias
del caso permitieran dejar en suspenso el cumplimiento de la pena aplicable y mediase consentimiento
fiscal. La otra hipótesis (la amplia), aun cuando …pudiera resultar más útil para aliviar el
funcionamiento del sistema judicial, y de menor efecto estigmatizante,... entendemos que excede el
marco legal…, ya que fuerza —a nuestro juicio— la interpretación al extremo (de) que —de ser
consecuentes…— se tendría que afirmar que para el segundo supuesto (delitos con pena máxima de más
de tres años, susceptibles de condenación condicional) sólo se requiere el consentimiento fiscal sin que
se exija la necesaria solicitud del interesado al respecto. Y esto último se traduce en una afectación a la
garantía constitucional de defensa en juicio, al principio de inocencia y al derecho a obtener una decisión
judicial definitiva que resuelva su situación ante la ley y la sociedad, extremo que resulta inaceptable en
nuestro sistema republicano.
Ello así, pues, de acuerdo con la separada lectura del párrafo 4º del artículo, el tribunal, con la sola
conformidad fiscal, podría imponer severas reglas de conducta a una persona cuyo estado de inocencia
no ha sido desvirtuado por una sentencia condenatoria, y sin la expresa petición concreta del interesado
de someterse al régimen del instituto en estudio”. En verdad, este argumento no decide la cuestión
interpretativa, pues (sea cual fuere la redacción del texto legal) la suspensión del proceso a prueba no
podría nunca funcionar sin petición del imputado, ya que (por imperio de normas superiores al Código
Penal) toda persona imputada de delito tiene derecho a probar su inocencia en un proceso penal. La mala
técnica legislativa, entonces, no puede admitir interpretaciones absurdas de la ley. La mayoría en el
plenario, para defender la tesis minoritaria restrictiva, agrega (con cita de Luis M. García) que: “en el
proceso legislativo se suprimió expresamente la posibilidad, que preveía el Proyecto enviado por el
Poder Ejecutivo, de conceder la suspensión también en caso de penas mayores a tres años. La voluntad
de votar una ley más restrictiva que la que había propuesto el Poder Ejecutivo es expresa en el debate
parlamentario”. Esto tampoco alcanza para desvirtuar los sólidos argumentos de la tesis amplia, pues,
además de no haber habido ninguna supresión ​expresa de normas referentes a la procedencia de la
suspensión respecto de delitos reprimidos legalmente con penas carcelarias mayores a tres años, esta
última hipótesis de admisibilidad se encuentra implícitamente aceptada en virtud de lo establecido en el
párrafo 4º del art. 76 ​bis,​ que declara admisible la suspensión cuando es posible la condena condicional
—que no procede cuando resulta judicialmente “aplicable” una pena de reclusión, ya que esta especie de
pena carcelaria no permite en la Argentina la condena condicional, aunque ella no supere los tres años
(que es precisamente el caso de admisibilidad previsto en forma expresa por el párrafo 2º del art. 76
bis)​ —. Además, como se adelantó, el debate parlamentario no aclara debidamente el alcance de la ley
sancionada.
La minoría en el plenario (conformada por los jueces Jorge O. Casanovas, Guillermo J. Tragant y
Pedro R. David), en sentido inverso, expresó que: “el art. 76 ​bis del Cód.Penal comprende dos grupos de
delitos; un primero que encierra a aquellos que tienen prevista una pena de reclusión o prisión cuyo
máximo no supera los tres años (párrs. 1º y 2º), y un segundo que comprende a delitos —no incluidos en
el primer grupo— que, previendo la ley penal un máximo de pena superior a los tres años de privación
de la libertad, permiten el dictado de una condena cuyo cumplimiento puede dejarse en suspenso —art.
26, Cód. Penal— (párr. 4º)”. El citado fallo plenario, como se dijo, sólo ​pretendió consagrar la
minoritaria tesis restrictiva, pues —por imposición constitucional— su conclusión no puede serle
impuesta a otro órgano judicial con el propósito de que este otro, obrando en “obediencia debida” a la
orden del “superior”, decida el caso que le toque juzgar conforme a la tesis que entienda correcta el
órgano judicial de mayor jerarquía y aun en contra de lo que opine el juez de la causa. En un Estado
constitucional y democrático de Derecho resulta ilegítima toda disposición legal que pretenda declarar la
obligatoriedad de cualquier fallo plenario, por afectar (entre otros principios constitucionales) aquel que
manda a respetar la necesaria independencia de criterio de cualquier juzgador (independencia que no
sólo debe garantizarse en relación a todo Poder extraño al Judicial, sino también respecto de cualquier
instancia superior dentro del Poder Judicial mismo).

f ​—El Tribunal Oral en lo Criminal nº 18 de la Capital Federal (entre otros) tuvo la oportunidad de
declarar la inconstitucionalidad del art. 10, inc. ​c)​ , párrafo 2º de la ley 24.050, que establece la
obligatoriedad de la interpretación de la ley efectuada por medio de los fallos plenarios de la Cámara
Nacional de Casación Penal (conf. entre otras: 21/9/99, causa nº 707, “Gustavo Alberto Joudrier,
s/Defraudación por administración fraudulenta en concurso real con falsa denuncia en concurso ideal
con defraudación por retención indebida”; ídem, 22/10/99, causa nº 732, “Leandro Gastón Vázquez,
s/Tentativa de hurto agravado por escalamiento”). En la impecable jurisprudencia sentada en los casos
citados, el aludido tribunal (por la mayoría conformada por María Cristina Camiña y Estela Raquel
Cárcamo) fundó tal inconstitucionalidad, entre otras razones, en que la ley 24.050, “al establecer la
interpretación obligatoria de una ley (por vía de un plenario), erige a esta forzosa interpretación en ley,
violando abiertamente el sistema de división de poderes que impide al Poder Judicial arrogarse
facultades legislativas. La interpretación del art. 76 ​bis que surge del plenariorecurrido, si bien pretende
erigirse en ley, no lo es porque no cumple con los requisitos de tal. De ello se deriva como lógica
consecuencia que por no ser ley en sentido formal, su aplicación no puede ser obligatoria no sólo para
los jueces, sino para nadie. El principio de legalidad…establece el sometimiento del ciudadano a la ley,
como producto legislativo y no a lo que pretende ser ley e imponerse en forma obligatoria. ‘¿Qué
especies de leyes ​sui generis son éstas, sin las garantías políticas de su sanción legislativa, no
promulgadas por el Poder Ejecutivo y sin publicidad?’ —José C. Sartorio, ​La obligatoriedad de los
fallos plenarios; su inconstitucionalidad,​ ​LL​, 96-799”. A ello se agrega que: “el juez…no puede acatar
otra cosa que la ley y si se sometiera a una interpretación rígida y forzosa de ella, estaría privando al
justiciable de su derecho a que el juez examine en cada caso la ley aplicable, especialmente para
constatar su compatibilidad con el texto constitucional. Si el fallo plenario no puede analizarse y sólo
cabe su obligatorio acatamiento, se estaría violando la supremacía constitucional que consagra el art. 31
de nuestra Carta Fundamental, porque se estaría colocando a la ley de los jueces (el plenario) en una
posición superior…a la propia ley que emana del Congreso”.
Más adelante se deja en claro que “el constitucionalismo de la segunda posguerra trae un cambio en el
paradigma del Derecho y no sólo subordina al juez a la ley, sino al propio legislador. Esta sujeción a la
ley, pero sobre todo a la Constitución, coloca al juez en garante de los derechos fundamentales, aun
frente a los otros poderes. De esta subordinación del juez a la ley fundamental se deriva la tarea de éste
de someter a cada norma a un juicio crítico de validez en orden a analizar o verificar su compatibilidad
con la Ley Fundamental”.
A su vez, citando a la Suprema Corte de Buenos Aires, agrega que: “si las sentencias de la Corte
Suprema de la Nación impusieran dependencia más allá de los procesos en que se dictaren equivaldrían,
cuando interpretaran leyes, a la ley misma y, cuando interpretaran la Constitución, a la propia
Constitución…”. “También, imponiendo una jurisprudencia obligatoria, se priva al ciudadano de la
garantía de recurrir los fallos adversos o garantía del doble conforme. En efecto, si el juez no puede
analizar ni interpretar la ley, en este caso el fallo plenario, ¿qué posibilidades de recurrirlo por vía
casatoria tiene el justiciable si precisamente ha sido ese tribunal quien ha establecido esa forma rígida de
interpretación?”.
Para el tribunal, “la garantía constitucional ... más groseramente afectada ... es la de la independencia
judicial, tomando a ésta no tanto como un atributo de los jueces, sino como un verdadero derecho del
ciudadano. No como un atributo de la ‘casta judicial’ sino como garantía de la que debe revestirse al
juez cuando ejerce el acto jurisdiccional”. Señalando la transgresión de la pretendida obligatoriedad de
los plenarios al principio republicano de independencia judicial, no sólo externa sino también y
fundamentalmente interna, se sostiene que: “el juez no debe mirar para arriba para saber qué hacer, y si
está obligado a acatar una determinada interpretación de la ley, se está privando al justiciable de un
derecho fundamental, cual es el de contar, para la decisión de su caso, con un juez independiente, y
obviamente la idea de juez independiente no se compadece con la de quien obedece ciegamente a su
‘superior’. El derecho a contar con un juez independiente…es nada más y nada menos que un derecho
constitucional del ciudadano…”, citándose expresamente el derecho de toda persona a ser oída por un
tribunal independiente e imparcial, consagrado por los arts. 10 de la Declaración Universal de Derechos
Humanos, 14.1, del Pacto de Derechos Civiles y Políticos y 8º de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos.
Luego de declararse la inconstitucionalidad de la citada ley (en cuanto pretende establecer la
obligatoriedad de los fallos plenarios), se vuelve a mantener la postura amplia en materia de suspensión
del proceso a prueba, destacándose (además de los múltiples argumentos desarrollados en fallos
anteriores) dos razones de peso, que son las siguientes:
1.​ “En un caso de colisión de dos interpretaciones posibles de un texto legal, ninguna de las dos
puede tener un fundamento completo. Debido a ello corresponde decidirse en favor de aquella
menos lesiva para el sujeto y que reduzca el campo de intervención del Derecho penal, no
poniendo a cargo del justiciable las inconsistencias o los defectos en la técnica legislativa”.
2.​ Citando a Edgardo Donna, se añade que: “si se redujera la institución de suspensión del juicio a
prueba a un problema de tipos penales y no a montos de penas, como correctamente hace el art. 26
del Cód. Penal al reglar la condena de ejecución condicional, se violaría el principio contenido en
el art. 16 de la Const. Nacional, que obliga a un igual tratamiento para iguales circunstancias. Ello
es así por cuanto si por un delito de estafa se puede llegar a imponer seis meses de pena en
suspenso a una persona, y a otra se le impone seis meses de pena en suspenso por un delito de
hurto, no hay diferencias, ni para la persona ni para la sociedad, que ameriten distinto tratamiento”.
Un criterio análogo al transcripto del Trib. Oral Crim. n° 18 , declarando la inconstitucionalidad del
art. 10, inc. ​c​), párrafo 2º de la ley 24.050 y manteniendo la tesis amplia en la interpretación del art. 76
bis y ss. del Cód. Penal, aún después del cuestionado plenario “Kosuta”, fue seguido también por una
serie de tribunales orales en lo criminal de la Capital Federal entre los que cabe destacar los siguientes:
nº 26 (30/12/99, causa nº 565, “Eduardo G. Montoya, s/Robo con armas en grado de tentativa”); nº 23
(24/2/00, causa nº 784, “Ariel A. Menghini, s/Defraudación por retención indebida”); nº 17 (3/3/00,
causa nº 573, “Raúl A. Medina, s/Defraudación por retención indebida”); nº 27 (12/5/00, causa nº 709,
“Jorge Eugenio Cabrera Castellanos, s/Inconstitucionalidad ley 24.050 —art. 10, inc. ​c​, párr. 2º—”); nº
29 (15/5/00, causa nº 693, “Martín N. Márquez Fernández, s/Estafa”); nº 7 (27/6/00, causa nº 914, “Julio
D. Cura, s/Robo en grado de tentativa”).

g ​—El ​Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos adoptó la postura amplia desde época cercana a la
incorporación del instituto a nuestro derecho positivo [STJ de Entre Ríos, causa “Barreto, Guillermo
Pablo s/ lesiones culposas –arts. 94 y 76 bis del C.P.–, recurso de casación”, resolución del 27/11/1996;
jueces: Carlos A. CHIARA DÍAZ, Daniel O. CARUBIA y Miguel Augusto CARLIN; secretaria: Lidia
D. MARELLI; fiscales: Marta Cristina VILLANOVA de SAVINA y Mario F. PEROSI].
“… es dable (…) formular un nuevo examen de la normativa vigente a través de otras elaboraciones
doctrinarias y jurisprudenciales (…).
En ese orden de ideas, con criterio que comparto, se ha resuelto: ‘La ley 24316 introdujo en el
ordenamiento penal el instituto de la suspensión a prueba (conocido como probation) con el objeto de
evitar la imposición innecesaria de penas a personas que, habiendo cometido delitos de escasa gravedad
y cuyos antecedentes no denotasen especial peligro de recaída delictual, se sometiesen a los requisitos
contemplados en esta normativa’.
Esta trascendente reforma no puede entendérsela limitada a los delitos de menor cuantía propios de la
competencia correccional. De la estricta lectura del texto legal surge de manera inequívoca que se han
previsto dos hipótesis bien diferenciadas: la de los tres primeros párrafos del art. 76 bis, restringida a
tipos penales cuya escala sancionatoria no supere los tres años de reclusión o prisión, y la del párrafo
cuarto, reservada a los hechos en los que ‘las circunstancias del caso permitieran dejar en suspenso el
cumplimiento de la condena aplicable’ y supeditada en su ejercicio a la conformidad del Ministerio
úblico. Para aventar cualquier duda al respe4to, baste señalar que en el primer supuesto se alude al juez
como decidor y en el segundo se hace expresa referencia al tribunal, diferenciando los órganos en
función de su competencia (T.O.F. Nº 1, integrado por los Dres. Costa, Federico y Torino, in re ‘Nieva,
Paola Isabel’, res. Del 27/9/94, en Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal, Nº 3, pág. 511, edic.
Ad-Hoc, octubre de 1996)” (del voto de Carlos A. CHIARA DÍAZ).
Desde esta más propicia óptica de análisis, no es posible soslayar que el texto del art. 76 bis del Cód.
Penal establece supuestos diferentes, en función de la gravedad de la amenaza punitiva, en los que
distingue claramente el rol asignado a la opinión el Ministerio Público Fiscal que, para el caso de autos
–lesiones culposas (art. 94, Cód. Penal)– perfectamente subsumible –por la pena de prisión prevista para
él– en el supuesto contemplado en el primero párrafo del aludido art. 76 bis, siendo viable su decisión a
través del procedimiento establecido en el tercer párrafo de dicho artículo, sin que se le reconozca
ningún efecto especial a la eventual opinión del Ministerio Fiscal en esta alternativa, a diferencia de lo
que ocurre en el supuesto determinado en el cuarto párrafo del mismo artículo –por entero ajeno al sub
discussio– que exige el ‘consentimiento’ del Fiscal para que el tribunal pueda suspender la realización
del juicio, por lo que, en el caso concreto que motiva la impugnación casatoria bajo examen, ninguna
incidencia reviste la opinión negativa del Ministerio Público Fiscal como elemento eventualmente
dirimente de la decisión judicial sobre el otorgamiento o no del derecho de ‘probation’ requerido por la
parte interesada” (del voto de Daniel O. CARUBIA)

h —El ​Superior Tribunal de Justicia de Tierra del Fuego receptó, del mismo modo, la tesis amplia
[STJ de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, causa “Mayorga, Roxana Elizabeth s/
Pedido de suspensión de juicio a prueba”, Expte. Nº 617/03 STJ-SR, resolución del 29/10/2003; jueces:
Ricardo J. KLASS, Mario Arturo ROBBIO y María del Carmen BATTAINI; defensor: Eugenio C.
1
SARRABAYROUSE] *​.
“… Existen razones valederas para modificar el temperamento adoptado en los precedentes citados,
autorizando la aplicación de la denominada ​probation (aunque técnicamente esta acepción no sea del
todo exacta) a todos los delitos o concurso de delitos en que “​las circunstancias del caso permitieran
dejar en suspenso el cumplimiento de la condena aplicable y hubiese consentimiento del fiscal”​ , de
acuerdo con el texto del párrafo cuarto del art. 76bis del Cód. Penal” (del voto de Ricardo J. KLASS).
“Si bien es cierto que durante la discusión parlamentaria correspondiente al tratamiento y sanción de
la ley 24.316, el Congreso Nacional dejó de lado el proyecto remitido por el Poder Ejecutivo Nacional
que contemplaba con claridad la posibilidad de aplicar el instituto examinado a procesos tramitados en
virtud de la comisión de delitos criminales, ello no implica que la norma finalmente sancionada –cuya
redacción ha llevado a encendidas polémicas– impida tal posibilidad.
Asiste razón al juez de primera instancia cuando explica que pautas tenidas en cuenta por los señores
legisladores fueron escasas, difusas y muchas veces contradictorias, por lo que no permiten definir su
voluntad de limitar la aplicación de este instituto a las causas tramitadas en el marco de los juzgados
correccionales (ver el desarrollo del tema en la sentencia del Dr. Aragone, fs. 49/58).
Por el contrario, sí resulta claro que se trató de dotar de una herramienta de eficiencia al sistema de
enjuiciamiento penal. Decía el diputado Hernández, cuyas palabras son las que mejor grafican el sentido
del proyecto llevado a votación, que el mismo pretendía marcar ​"...el momento de transición histórico de
una justicia penal simplemente retributiva en una que ponga énfasis en la función social de la pena (...)
Queremos un derecho penal orientado a las consecuencias, como decía Hassemer, precisamente para
que su aplicación se base en el aspecto realista de las situaciones que se plantean (...) Se trata de una
innovación importante, como parte de un concepto de resocialización que no requiere ni la condena ni
la declaración de culpabilidad por parte del imputado" (Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados,
6º reunión del 2 de junio de 1993, pág. 1286 y ss.).
Más adelante, el diputado agregaba: ​"La institución (…) va a significar (...) la posibilidad de que a
través del nuevo procedimiento oral penal los delincuentes que más ofenden a la sociedad argentina, los
que atacan los bienes jurídicos que más deben ser protegidos, sean condenados como corresponde. Si
los bienes personales y materiales con que cuenta la administración de justicia son destinados a juzgar
los delitos más graves, se modificará la credibilidad en la justicia penal..."
Los principios que emergen de estas citas son aplicables tanto a delitos correccionales como a algunos
delitos criminales. Como correctamente señalara el Dr. Klass, no se advierte la razón –y menos la
ventaja– de dar un tratamiento tan desigual a ilícitos que, en principio, presentan un disvalor de la acción
similar.
Por otra parte, es correcto sostener que la racionalización de los recursos humanos y materiales
también fue tenida presente por el legislador al sancionar la ley (…).
Es un sinsentido pretender que dicha optimización se limite únicamente al ámbito de los juzgados
correccionales cuando el sistema penal en su conjunto –incluyendo, obviamente, los juzgados de
instrucción y los tribunales de juicio en lo Criminal– requieren para su mejor funcionamiento soluciones
como la prevista en el art. 76bis del Cód. Penal.
Ello se reafirma cuando advertimos que esta norma persigue facilitar un más profundo examen de
aquellas causas de mayor significación social (en su exposición, el diputado Hernández hizo mención a
los delitos de narcotráfico, delincuencia económica y corrupción en el Estado), las que en la enorme
mayoría de los casos no tramitan ante los estrados correccionales.
Por último, no resulta sobreabundante anotar que a través de la resolución 39/97 el Sr. Procurador
General de la Nación resolvió: ​‘Hacer saber a los señores fiscales que en cumplimiento de las funciones
otorgadas por el artículo 120 de la Constitución Nacional, resulta conveniente que en causas criminales
en las que pudiera recaer condena condicional, donde se solicite la suspensión del juicio a prueba, no

1*​
Ver texto completo del fallo y comentario de Eleonora DEVOTO en ​Pensamiento Penal del Sur​ ​[​66 bis​]​.
sea excluyente de su procedibilidad el máximo de la escala penal prevista para el delito imputado’ (​ …)”
(del voto de Mario Arturo ROBBIO).

i ​—El ​Superior Tribunal de Justicia de Corrientes adoptó también un criterio amplio de


interpretación de las disposiciones legales que regulan el instituto [STJ de Corrientes, Expte. Nº
25.783/05, “Baldovino, Eduardo p/sup. robo, capital”; jueces: Guillermo Horacio SEMHAN, Carlos
RUBÍN y Eduardo Antonio FARIZANO; secretario jurisdiccional: Juan Ramón ALEGRE; resolución
del 06/04/2006].
“Se advierte que el a quo ha otorgado el beneficio solicitado por la defensa, adhiriéndose al criterio
amplio respecto de la aplicación del art. 76 bis del C.P., atendiendo a la finalidad del mismo, en base a
que consideró aplicable el instituto aún para los delitos superiores a tres años de pena privativa de
libertad y calculando que, de recaer condena en el caso concreto, la misma sería de carácter condicional,
en atención a la gravedad de pena prevista para el único delito acusado (robo simple) y la falta de
antecedentes del imputado. Por otro lado, se sostiene el carácter no vinculante de la oposición del Fiscal
a la aplicación del beneficio, atento a que incluso puede declararse de oficio la inconstitucionalidad del
cuarto párrafo del art. 76 bis en cuanto prevé la indispensabilidad del dictamen fiscal como requisito
previo a la concesión y porque en anteriores oportunidades el Ministerio Público se pronunció por la
tesis amplia”.
“En casos como el presente, cuando se está en presencia de un delito cuya pena máxima supera los
tres años de prisión y existe oposición del Fiscal, la doctrina y la jurisprudencia se dividen en dos
posiciones, una amplia y la otra restringida”.
“La CNCP, en el plenario ‘Kosuta’ [Fallo en extenso: elDial-AA2BD], reconoció que la postura
amplia era la prevaleciente, pero en definitiva falló adhiriéndose a la restrictiva”.
“Se pone allí en consideración la necesidad de incorporar una herramienta eficaz para el
descongelamiento de los puntos críticos de toda la organización judicial, al calibrar las coordenadas que
enmarcan el ámbito de aplicación selectivo con el objeto de incrementar la idoneidad en la persecución y
la penalización de los delitos de elevada gravedad, evitando que los tribunales vean perturbado su
funcionamiento por el tratamiento de las causas más leves”.
“De otro lado se sostiene que la incorporación del instituto responde –como reajuste de la política
criminal– a la necesidad de echar mano a mecanismos que modernamente se utilizan para limitar los
efectos estigmatizantes de la reacción penal, que permitan bajo ciertas condiciones liberar al imputado o
acusado del juicio de la desaprobación que posiblemente habría de formulársele por el hecho cometido y
de los efectos de la condena que quedarán como un sello en sus antecedentes personales”.
“Se suman con su adhesión a la tesis amplia el entonces Ministro de Justicia de la Nación que
motorizara la reforma, Dr. León C. Arslanian (‘Plenario. Publicación de la Asociación de Abogados de
Buenos Aires’, julio 1994, p. 20) y el Procurador General de la Nación, Dr. Nicolás E. Becerra,
mediante la instrucción a los fiscales (Resolución PGN 39/97)”.
“Como se sindicara, esta tesis amplia recibe –a no dudarlo– el respaldo de la jurisprudencia
ampliamente prevaleciente” (Lexis Nexis On Line Nº 993167)”.
“Ahora bien, en precedentes ya he emitido mi opinión favorable a la tesis amplia, pues como ya dije
(‘in re’, Sentencia Nº 19/06, Expte. Nº 25.383, ‘Vera Diego Sebastián p/sup. robo–Capital’): ‘Es
evidente que la existencia de posturas amplias responde a la finalidad con que fue sancionado el instituto
y ello no es objetable; por otra parte no debe olvidarse que para decidir su aplicación deben valorarse las
circunstancias del hecho y no otorgarse cuando ellas demuestren su inconveniencia o riesgo’ ”.
“Consecuentemente, teniendo en cuenta las circunstancias particulares del caso, en el que adquiere
particular relevancia que la solución alternativa del conflicto radica en la aceptación por el tribunal de la
propuesta del imputado y la conformidad de la víctima, resultaría que la objeción de la Fiscalía no
contradice aquellas contingencias que el Tribunal de mérito valoró, exhaustivamente, en forma lógica y
suficiente como para sustentar el instituto cuestionado”.
​ ​Aplicabilidad a imputados con condena anterior
B—
Sobre la aplicabilidad de la suspensión a imputados de delitos descriptos en el primero o segundo
párrafo del art. 76 bis ​que registren condenas anteriores,​ se han expedido diversos órganos judiciales.
1. Uno de ellos es el caso del ​Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos​.
El "núcleo de la impugnación formulada … apunta a la supuesta errónea aplicación e inobservancia
de las disposiciones sustantivas de los arts. 27 y 76 bis del Cód. Penal, … al dictar el auto … denegando
… el beneficio de la suspensión del juicio a prueba, en razón -básicamente- de la existencia de la
anterior condenación condicional …, la falta de transcurso de los plazos del art. 27 del Cód. Penal y el
impedimento que ello significa para una eventual condenación condicional por los hechos que en esta
causa se le imputan".
"… en el caso de autos, frente a un eventual resultado condenatorio respecto de los hechos aquí
imputados …, … aún cuando no debería (el imputado) cumplir la condena anterior suspendida … por
haber transcurrido cuatro años entre la fecha de la primera condenación firme y la fecha de los hechos de
la presente …, esa eventual nueva condena inexorablemente debería ser de cumplimiento efectivo, no
pudiendo alcanzar una segunda suspensión …".
"… se trata en el caso de un supuesto de imputación múltiple de delitos de amenazas con arma y
daños concursados materialmente entre sí (arts. 149 bis -1er. párr., in fine-, 183 y 55, Cód. Penal), lo
cual compone una amenaza punitiva en abstracto de uno a cuatro años de prisión, pero cada uno de estos
delitos individualmente considerados reúnen las condiciones de los descriptos en el primer párrafo del
art. 76 bis del Cód. Penal ('…delito de acción pública reprimido con pena de reclusión o prisión cuyo
máximo no exceda de tres años …')".
"No obstante, es claro que -a diferencia de lo indicado en el 1er. párrafo- el segundo párrafo del art.
76 bis no se refiere a la pena con que, en abstracto, se encuentra reprimido el delito imputado, sino que,
por el contrario, adopta la pauta de la pena 'aplicable'; esto es, la pena que en concreto sería de posible
aplicación en la especie en caso de una eventual sentencia condenatoria -tal como señala Julio de
Olazábal- habida cuenta que para el otorgamiento de la ​probation en estos casos 'la pena que deberá
tenerse en cuenta y que no deberá superar los tres años de privación de libertad, es la que concretamente
se perciba como aplicable en ese caso concreto, aunque abstractamente hubiese sido posible otra mayor'
(Cfr.: aut. cit, 'Suspensión del proceso a prueba', Ed. Astrea, Bs. As., 1994, p. 48), explicando el autor
mencionado que, sin perjuicio de la posibilidad de una distinta interpretación, la propuesta resulta
dogmáticamente tolerable y amplía las esferas de libertades en vez de restringirlas, siendo también más
adecuada al principio constitucional de reserva (art. 19, Const. Nac.) de imperativa operatividad en el
derecho penal …".
"Propiciando idéntica interpretación y confrontando las diferentes expresiones empleadas por el
legislador en los párrafos primero y segundo del art. 76 bis del Cód. Penal ('delito reprimido' y 'pena
aplicable'), sostiene Gustavo L. Vitale que tales términos "no significan lo mismo. Así como quien
'reprime' el delito es el legislador, quien 'aplica' la pena es el órgano judicial. 'Pena aplicable', por ende,
significa 'pena de posible aplicación judicial'. En los casos de atribución de un concurso del segundo
párrafo del art. 76 bis, entonces, no interesa saber cuál es el máximo de la pena ​prevista en la ley para la
imputación múltiple,​ pues a esta última le basta con que sea ​judicialmente aplicable una pena privativa
de la libertad que no supere los tres años" (Cfr. aut. cit., "Suspensión del proceso penal a prueba, Ed. del
Puerto, Bs. As., 1996, pág. 168)"
"De tal manera, siguiendo esa línea de pensamiento deviene jurídicamente acertada la inclusión del
caso de autos por el a-quo dentro del supuesto legal de procedencia de las suspensión del juicio a prueba
establecida en el art. 76 bis, 2do. párrafo, del Cód. Penal".
"Sin embargo, pese a encuadrarlo correctamente en el extremo normativo señalado, deniega el a-quo
la procedencia de la protation solicitada en razón de la imposibilidad objetiva de una eventual nueva
condenación condicional en la causa".
"Esa posibilidad de una eventual suspensión del cumplimiento de la condena aplicable, constituye
una condición dirimente de la procedencia del instituto en los casos contemplados en el cuarto párrafo
del art. 76 bis del Cód. Penal, que obviamente se refiere a supuestos de delitos reprimidos con pena de
prisión cuyo máximo excede de tres años, pero en modo alguno la ley establece idéntico
condicionamiento para los casos de los dos primeros párrafos de dicha norma y, aunque pudiera
pensarse que esa hubiere sido la intención del legislador, del texto de la ley no emerge incontestable tal
interpretación sino, precisamente, la contraria, toda vez que si se hubiera querido limitar el acceso a la
suspensión del juicio a prueba solamente en los casos de probable condenación condicional, carecería de
sentido distinguir en apartados diferentes los supuestos del párrafo segundo y los del párrafo cuarto,
bastando para todos ellos lo expresado en este último y resultando reiterativo y, por tanto, redundante
establecer dos preceptos distintos con idéntico alcance práctico; por lo cual, si el legislador distinguió
dos situaciones diferentes y así lo consiguió, previendo para una de ellas un condicionamiento que no
impuso para la otra, nada autoriza razonablemente a interpretar que el máximo de la pena privativa de la
libertad aplicable a que hace referencia el párrafo segundo pueda contener, además, la exigencia de
posibilidad de condenación condicional. Por lo demás, esa interpretación resulta descalificada ab-initio
por el mismo texto de la norma en examen, desde que alude a la posibilidad de otorgamiento de
probation 'si el máximo de la pena de ​reclusión o prisión aplicable no excediese de tres años' y estando
reservado el instituto de la condenación condicional (Cfr. art. 26, Cód. Penal) para supuestos de condena
a pena de ​prisión que no exceda de tres años, forzoso será concluir que el 2do. párrafo del art. 76 bis, al
referirse también a penas de ​reclusión,​ definitivamente excluye como exigencia dirimente -para estos
casos- la posibilidad de condenación condicional, surgiendo palmario que si se tratase de una imputación
múltiple cuya pena aplicable no fuera mayor de tres años de reclusión sería factible la suspensión del
juicio a prueba en los términos de la norma referida, a pesar de no contar ese caso con posibilidad alguna
de condenación condicional".
"Cabe cocluir, por todo ello, que -contrariamente a lo resuelto en el auto recurrido- la norma del art.
76 bis, 2do. párr., del Cód. Penal no impide el otorgamiento de la suspensión del juicio a prueba en
razón de la eventual imposibilidad de aplicar al caso una condena condicional" (voto de Daniel O.
Carubia) [​Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos​, Sala Nº 1 en lo Penal, en causa "Zair, Héctor R.
-amenazas agravadas por empleo de arma, reiteradas en concurso real y daños simples reiterados-
Recurso de Casación", 17 de noviembre de 1997 (jueces: Daniel Omar Carubia; Carlos A. Chiara Díaz y
Miguel A. Carlin; secretaria subrogante: Lidia Marelli; defensor: Carlos Humberto Vianco; fiscal:
Héctor Daniel Morales)].
"Coincido con la solución que propicia el Sr. Vocal preopinante, Dr. Carubia, porque ella está en
consonancia con el criterio de interpretación del art. 76 bis del Código Penal establecido por esta Sala de
Casación a partir del caso 'Barreto', sentencia del 27/11/96, donde se distinguió como situaciones
diferentes las reguladas en el 1ro, 2do. y 4to. párrafo de dicha norma. Precisamente en el sub examine
estamos ubicados en el supuesto mentado en el 2do. párrafo de dicho art. 76 bis, según ley 24316/94,
cuyo texto no consagra como requisito de procedencia de la suspensión del proceso a prueba ('protation')
que el encartado no registre antecedentes condenatorios, sea delincuente primario o esté en condiciones
de ser pasible de una condena de ejecución condicional, lo cual sí contempla en esa calidad el 4to.
párrafo para abarcar otro conjunto de casos donde también resultaría posible tal alternativa. Siendo así,
el recurso de casación articulado … amerita prosperar por errónea aplicación del art. 76 bis del Código
Penal, con el alcance y en las condiciones establecidas en el voto al cual adhiero …" (voto de Carlos A.
Chiara Díaz).
2. Es también, entre otros, el caso resuelto por el ​Juzgado Correccional Nº 1 de la Primera
Circunscripción Judicial de Neuquén.​
"… La defensa técnica … solicitó la suspensión del proceso a prueba, toda vez que consideraba que
el antecedente condenatorio que registraba el causante no impedía la concesión …, fundamentalmente
basado en dos argumentos: 1º) Que el art. 27 CP establece que la condena se tendrá por no pronunciada
transcurridos cuatro años desde la sentencia firme. Que a la fecha del nuevo hecho ya habían
transcurrido más de cuatro años y que, por lo tanto, los efectos de esa sentencia no pueden ser tenidos en
cuenta para denegar el beneficio. 2º) Que el primer párrafo del art. 76 bis CP permite la suspensión del
juicio a prueba aún con una condena siempre que el delito imputado no supere los tres años. Que la pena
a recaer en el presente no puede superar los tres años porque es un robo en grado de tentativa. Para
fundar más su postura, agrega que el artículo en cuestión lo prevé también para los supuestos de pena de
reclusión, la que necesariamente es de cumplimiento efectivo. Corrida vista fiscal …, considera que le
asiste razón al defensor y no se opone al a concesión"
"Efectuando una interpretación extensiva del art. 370 del CPPC, en un todo acorde a lo que disponen
los arts. 3 y 4 del mismo ordenamiento, en el sentido que las normas deben interpretarse a favor del
imputado y en forma restrictiva aquellas disposiciones que coarten la libertad personal, considero que, al
establecer el artículo 370 CPPC que el Juez Correccional no puede imponer penas más severas que las
solicitadas por el Fiscal, ni condenar si éste no lo requiriese, es claro que corresponde al Ministerio
Público Fiscal velar por los intereses del Estado y que no corresponde que el Juez se subrogue en las
funciones de éste. Siendo ello así y considerando que la interpretación efectuada no se puede tachar de
arbitraria, es decir sin razón, es que, en un todo conforme con las normas citadas, resuelvo hacer lugar al
pedido de suspensión del juicio a prueba solicitado por las partes" [​Juzgado Correccional Nº 1 de la
Primera Circunscripción Judicial de Neuquén​, en causa "Amado, Ángel Gabriel s/robo en grado de
tentativa (Expediente Nº 3983/05); resolución del 28 de diciembre de 2005; juez: Alejandro Cabral;
Fiscal: Richard Trincheri; defensor: Andrés Repetto].
A pesar de que la resolución recién citada se funda en el poder vinculante que atribuye a la posición
fiscal favorable a la suspensión, de todos modos la citamos aquí por cuanto ella avaló el criterio jurídico
de las partes, ya que el órgano judicial conserva el poder de controlar la legalidad del dictamen del
titular de la acción penal (y, en base a ello, rechazar su pretensión si fuera contraria a la ley penal). Por
el contrario, se dijo aquí que la postura de las partes "se encuentra suficientemente fundada en derecho".

​ ​Aplicabilidad a delitos reprimidos con inhabilitación


C—
Tomando también en consideración la jurisprudencia de los juzgados correccionales de la Capital
Federal, podemos señalar que la postura amplia mayoritaria funda igualmente sus conclusiones en
razones semejantes a las desarrolladas por la mayoritaria doctrina concordante.
Es así como, de los catorce juzgados correccionales de la Capital Federal, nueve han sostenido la tesis
amplia, favorable a la admisibilidad de la suspensión del proceso a prueba en relación a delitos
reprimidos con inhabilitación conjunta o alternativa con la pena de prisión.

1. En el sistema de penas se distinguen dos clases: unas principales, que pueden aplicarse solas, en
forma autónoma, y otras, las accesorias, que sólo se aplican como dependientes de la principal, ya sea
durante la ejecución de ésta o después de ejecutada. Si bien es cierto que dentro de las penas principales
tenemos: reclusión, prisión, multa e inhabilitación, en lo que respecta a esta última su aplicación en los
delitos culposos lo es en forma conjunta con las anteriores a ella, no pudiendo ser aplicada en forma
autónoma, pues carece de vida propia, corriendo la suerte de la principal más grave. Es así que cuando la
ley reprime un delito con penas conjuntas, a los efectos de la interpretación (acerca de) si corresponde o
no su aplicación, debe estarse a la pena más grave, según el orden establecido en el art. 5º del Cód.
Penal, por lo que en los delitos culposos debe tenerse en cuenta la pena de prisión (el agregado entre
paréntesis me pertenece).[Juzg. Corr. nº 2 Cap. Fed., 20/2/95, causa nº 2484, “F. O. Rodríguez,
s/Lesiones culposas, art. 94, Cód.Penal”, inédito].
2. Procede la suspensión del proceso a prueba, en casos de delitos reprimidos con inhabilitación, a
pesar del dictamen contrario del fiscal. [Juzg. Corr. n° 2 Cap. Fed., 4/8/99, causa nº 7568, “Mariano P.
Fernández Peker s/Homicidio culposo, art. 84, Cód. Penal”; ídem, 29/6/99, causa nº 8144, “Ricardo
Aranda s/Lesiones culposas, art. 94, Cód. Penal”, inéditos].
3. Corresponde declarar la admisibilidad de la suspensión del proceso a prueba en relación a delitos
reprimidos con inhabilitación conjunta o alternativa con la pena de prisión, sin necesidad de pagar el
mínimo de la multa exigido por el párrafo 5° del art. 76 ​bis​ del Cód. Penal.
De conformidad con ello, se resolvió: “​1)​ declarar la inconstitucionalidad del art. 76 ​bis, última parte,
del Cód. Penal; ​2​) declarar la inconstitucionalidad del art. 76 ​bis,​ párrafo 5º del Cód. Penal, en cuanto
exige como condición de procedibilidad el pago del monto mínimo de la multa prevista para el delito”.
El fiscal, en concordancia con los planteos de la defensora, dictaminó en favor de ambos pedidos de
inconstitucionalidad. Coincidiendo con ambas posturas, la resolución citada fundó el quebrantamiento
constitucional del último párrafo del art. 76 ​bis,​ sosteniendo que: “se advierte la irrazonabilidad de la
misma (disposición legal), en el concreto caso de que a consecuencia de un hecho culposo se haya
generado una lesión de carácter leve. Ello, por cuanto colisiona con el más mínimo sentido común y
resulta irrazonable que la ley le acuerde el beneficio a quien ha obrado con intención y voluntad (art. 89,
Cód.Penal) y lo niegue a aquel que ha obrado, por ejemplo, con negligencia o imprudencia, frente a un
mismo bien jurídico protegido e igualdad de resultado”. A ello se agrega que: “establecida la
irrazonabilidad o iniquidad manifiesta de aquéllas, corresponde declarar su inconstitucionalidad
(​CSJN-Fallos,​ 150:89; 171: 348; 199: 483; 200: 450; 247: 121, entre tantísimos otros)”.
“A su vez, respecto a las manifestaciones formuladas en relación al planteo de inconstitucionalidad de
la multa que impone el art. 76 ​bis del Cód. Penal, en su párrafo 5º,…si bien el juez no debe sustituir al
legislador, es ésta la única instancia posible para corregir los excesos no previstos ni deseados por
quienes tienen a su cargo el dictado de las leyes, más aun cuando la norma en trato entra en pugna con
las garantías consagradas en la Constitución Nacional (defensa en juicio y garantía del debido proceso).
Me pregunto cómo ha de ser posible la suspensión del juicio a prueba…y a su vez que deba aplicársele
el pago mínimo de una multa impuesta para el delito de que se trate”. La imposición del pago del
mínimo de la multa “excede ... el marco, contexto y fines de la ​probation.​ Al disponerse la suspensión,
se resolvió que: “el imputado deberá condicionar la conducción de vehículos automotores a la
aprobación de un examen psicofísico, teórico-práctico, al que lo someterá la autoridad habilitante”.
[Juzg. Corr. nº 3 Cap. Fed., 24/6/97, causa nº 3099, “Orlando Serafín Acuña Barraza s/Lesiones
culposas, art. 94, Cód.Penal”, inédito].
4. “El suscripto adhiere a la postura sostenida jurisprudencial y doctrinariamente por la tesis amplia,
en cuanto a que la restricción establecida en el último párrafo del art. 76 ​bis del Cód. Penal debe ser
entendida en el sentido de que sólo alude a aquellos casos en que el delito considerado prevea
exclusivamente pena de inhabilitación”. En este proceso se impuso, como condición de la suspensión a
prueba, la obligación de “realizar un curso teórico práctico en la Escuela de Capacitación Permanente y
de Reeducación para el Uso de la Vía Pública, dependiente de la Secretaría de Transporte de la Nación”,
y la prohibición de conducir todo tipo de vehículos por el término de tres meses, debiendo hacer entrega
al tribunal del carnet de conductor. [Juzg. Corr. nº 4 Cap. Fed., 16/6/98, causa nº 508, “Jorge O.
Acevedo s/Lesiones culposas, art. 94, Cód. Penal”, inédito].
5. “Si la finalidad de la norma es ser concordante con lo que establece el párrafo 3º del art. 26 del
Cód. Penal en punto a que la pena de inhabilitación en todos los casos debe cumplirse efectivamente,
estimo que en tanto de hecho la inhabilitación se cumpla ya sea mediante la imposición de la pena o
mediante la fijación como regla de conducta del art. 27 ​bis ​del Cód. Penal, se satisface el sentido último
de la ley”.
Aquí se impuso como regla de conducta la prohibición de conducir todo tipo de vehículos
automotores por el término de tres meses y la obligación de comparecer a la Escuela de Capacitación
Permanente y de Reeducación para el Uso de la Vía Pública. [Juzg. Corr. nº 5 Cap. Fed., 29/10/98, causa
nº 28.212, “Rubén R. Andrade”, inédito].
6. Corresponde disponer la suspensión del proceso a prueba, no obstante la oposición fiscal. “La ley
24.316 hace viable la aplicación de este instituto a delitos reprimidos también con pena de reclusión, los
cuales por su naturaleza no podrían ser incluidos en el beneficio de la condena condicional”. “Si aún en
los casos de concurso de delitos, obviamente dolosos, se hace procedente la aplicación de este instituto,
¿cómo no lo va a ser para el caso de quien ... se ve involucrado en un hecho de esta naturaleza? ... el
sentido común debe acompañar las manifestaciones de la ley”.
“De la ley debe entenderse que solamente se refiere a los delitos reprimidos únicamente con pena de
inhabilitación”, ya que, entre otras cosas, “admitir lo contrario importaría el absurdo de abarcar a todos
los delitos”. La resolución impuso, como regla de conducta, la obligación de aprobar el curso sobre
“Prevención y Seguridad en el Transporte Público” que dicta la Secretaría de Transporte de la Nación.
[Juzg. Corr. nº 7 Cap. Fed., 3/10/97, causa nº 2366, “Lorín, Pablo Luis s/Homicidio culposo, art. 84,
Cód. Penal”, inédito].
7. “Son de aplicación los preceptos estatuidos por la ley 24.316”, por lo cual procede la suspención a
prueba del proceso seguido por lesiones culposas, por el término de un año, imponiéndole al imputado la
obligación de cumplir tareas de colaboración en el Hospital Municipal de Oftalmología Santa Lucía.
[Juzg. Corr. nº 9 Cap. Fed., 11/8/99, causa nº 463, “Eloy Martín Osés s/Lesiones culposas, art. 94,
Cód.Penal”, inédito].
8. “Habida cuenta de que el propio imputado ofrece abstenerse de conducir por el término que
corresponda, el fin querido por el legislador se ve cumplido toda vez que la pena de inhabilitación no
puede ser aplicada en suspenso. En concreto, tal postura permite por un lado aplicar este instituto de neto
corte político criminal, cuyo fin principal es evitar el estigma social que produce la pena, y por el otro ...
se cumple la voluntad del legislador en cuanto a que, durante el lapso en que la persona se halle sujeta al
cumplimiento de determinadas reglas de conducta, efectivamente se abstenga de llevar a cabo la
actividad reglada de que se trate”. Al suspender el proceso a prueba, se impuso la obligación de
abstenerse de conducir todo tipo de automotores, por el término de un año, debiendo hacer entrega del
registro correspondiente. [Juzg. Corr. nº 10 Cap. Fed., 17/8/99, causa nº 30.850, “Arnoldo Víctor Ruarte
s/Lesiones culposas, art. 94, Cód.Penal”, inédito].
19​ . Procede suspender a prueba el proceso por un delito culposo, aún con oposición del fiscal. “En
numerosos casos referidos a delitos culposos ya había este tribunal concedido la suspensión del juicio a
prueba”, por lo que al momento de paralizar el trámite de este expediente, se hace referencia “ a los
argumentos desarrollados el 3 de noviembre de 1998 en la causa 5475/72 seguida por el delito de
lesiones culposas contra Oscar Abad”. Como reglas de conducta, se dispuso que los imputados
“condicionarán la conducción de vehículos automotores a la aprobación de un examen psico-físico y
teórico-práctico al que los someterá la autoridad que los habilitó para conducir” y que “deberán aprobar
los módulos I, II y III de los cursos dictados por la Escuela de Capacitación Permanente y de
Reeducación para el Uso de la Vía Pública”. [Juzg. Corr. nº 13 Cap. Fed., 17/5/99, causa nº 5569, “Luis
Huallpa Achura y Juan de la Cruz Fernández s/Lesiones culposas, art. 94, Cód.Penal”, inédito].
10. A la conducta imputada “deberá interpretársela como ‘actividad no reglada’, toda vez que la
utilización correcta o no de un arma de fuego no se encuentra controlada por el orden público. En
consecuencia y debido a tales circunstancias la hipotética inhabilitación con la que habría de sancionarse
a (la persona imputada) carecería de sentido alguno”. A ello se añadió, respecto de la reparación del
daño a la víctima, que “la madre de la víctima…no se presentó ante el tribunal a efectuar el reclamo
pecuniario que la ley prescribe, por lo cual tal resarcimiento queda sin efecto”. [Juzg. Corr. nº 14 Cap.
Fed., 30/12/97, causa nº 5385, “Cristian Esteban Saavedra s/Homicidio culposo, art. 84, Cód.Penal”,
unificada con otra suspensión del proceso a prueba el día 7/9/99 por el mismo Juzgado en lo
Correccional nº 14, inédito].

Los señalados criterios jurisprudenciales tienen especial importancia, por cuanto defienden una
interpretación de la ley acorde con el sentido político-criminal que orientó su dictado. En ellos se deja de
lado toda interpretación ciega de la ley (efectuada en contra del imputado), guiada sólo por el alcance
literal de sus términos. Por el contrario, se procura desentrañar el alcance de una disposición legal,
pasando por el necesario filtro constitucional conformado por los principios de racionalidad de los actos
de gobierno, de razonabilidad y de igualdad ante la ley. Con estos criterios, los jueces correccionales
—que son quienes juzgan normalmente los casos de delitos ​culposos​— no quedan reducidos, en
términos generales, a meros juzgadores obligatorios de esa clase de delitos (lo cual sí parece ser la
consecuencia casi ineludible de la tesis que interpreta la exclusión de modo literal, como comprensiva de
todo delito penado con inhabilitación).
Si hace falta racionalizar la programación del sistema de persecución penal del Estado, a fin de
posibilitar un más eficaz esclarecimiento de los ilícitos de mayor gravedad (aun a costa de no investigar
los menos graves), parece razonable comenzar por excluir de la investigación y del juzgamiento a los
delitos ​culposos,​ que son precisamente aquellos en los que el autor, por medio de una acción descuidada,
produce un resultado ​no querido​.

11. Se declaró admisible la suspensión del proceso a prueba a procesos por delitos reprimidos con
inhabilitación porque “no debe prescindirse de las consecuencias que derivan de cada criterio, pues ellas
constituyen uno de los índices más seguros para verificar su razonabilidad y su coherencia con el
sistema en que está engarzada la norma (​CSJN-Fallos​, 307: 1018)”. Se menciona, también, el caso del
homicidio culposo dado por el senador Augusto Alasino en el debate parlamentario, al referirse a los
casos de procedencia de la ​suspensión.​ A su vez, se valora en favor de la admisibilidad de la ​suspensión
para delitos sancionados con inhabilitación ​la lista confeccionada por Víctor Hugo Sodero Nievas en la
reunión octava del 16 de junio de 1993, en donde se incluye también el homicidio culposo como
supuesto de admisibilidad (Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación, p. 1448). El
tribunal destacó que: “a cualquier télesis no se le puede escapar la inconsistencia que resulta del criterio
de favorecer con el instituto a los imputados por delitos reprimidos con pena privativa de libertad y de
impedirla para aquellos perseguidos por delitos que incluyen en su conminación la menor de las
reacciones punitivas establecidas en el art. 5º del ordenamiento, así como también de beneficiar a los
imputados de delitos dolosos (v. gr., donde el agente quiso lo que hizo) y perjudicar a los de delitos
culposos (v. gr., donde media discordancia entre el querer y el resultado). Más aún: dentro de los delitos
imprudentes, tratándose de actividades no reguladas, nos enfrentaríamos a la imposibilidad de imponer
esta categoría de pena; por tanto, ¿tampoco cabría en esos casos la concesión de la ​probation​? La
razonabilidad y el postulado de igualdad impiden acompañar esa lectura” (​del voto de la mayoría)
[CNCasación Penal, Sala III, 15/5/98, causa n° 1509, “Vázquez, Emilio M. s/Homicidio culposo
s/Recurso de casación”; fallo obtenido del tribunal].

En el citado plenario “Kosuta”, la mayoría de la Cámara Nacional de Casación Penal pretendió sentar
la tesis restrictiva en este punto, postulando la improcedencia de la suspensión en todo proceso en el que
se atribuya un delito reprimido con inhabilitación. Allí se dijo que: “el referido dispositivo legal no
efectúa distinción alguna en cuanto al carácter de dicha pena como principal, conjunta o alternativa” (a
lo que puede responderse que tampoco la ley diferencia entre actividades regladas o no reglamentadas y,
sin embargo, por ello no puede sostenerse que la suspensión resulta improcedente en relación a
conductas descuidadas cometidas en el contexto de una actividad no sujeta a reglamentación alguna —lo
que muestra la necesidad de considerar, como pauta de interpretación, el fin político-criminal perseguido
por la reforma—).
Hay distinciones que no hace la ley, pero que no pueden dejar de hacer los intérpretes de dicha norma
(en favor del imputado), por razones incluso de orden lógico. Continúa diciendo la Cámara de Casación
que la citada disposición legal “ni diferencia un orden o escala de gravedad referente a las penas de
inhabilitación y prisión” (a lo que debe contestarse que la muy diferente gravedad entre ambas sanciones
surge no sólo del orden que el art. 5º del Cód. Penal acuerda a las penas que menciona, sino que se
desprende de la propia naturaleza de las cosas —que nos pone en evidencia que la cárcel es siempre más
grave, por afectar la libertad ambulatoria del ser humano, mientras que la inhabilitación reviste menor
severidad, por poner en juego el ejercicio de un derecho—).
También valora la mayoría en el plenario que: “la Comisión de Legislación Penal de la Honorable
Cámara de Diputados de la Nación incluyó dicha prohibición apartándose del Proyecto originario del
Poder Ejecutivo”, entendiendo que en esta ley “se ha considerado necesario que los juicios seguidos por
la comisión presunta de ilícitos que aparejan impericia o inobservancia de deberes o reglamentos a cargo
del agente alcancen su culminación con la sentencia definitiva para proveer a la corrección de la
conducta que al Estado le interesa (conforme exposiciones del señor diputado Antonio R. Hernández).
En relación a esto último, debe puntualizarse que, si el fin de la declarada “necesidad de juzgamiento”
consiste en “proveer a la corrección de la conducta” posiblemente riesgosa, tal objetivo puede ser
cumplido, sin necesidad de juzgamiento, con la imposición de una regla de conducta encaminada a
neutralizar el riesgo social de la conducta investigada (la que puede consistir en algún curso de
capacitación o, de ser estrictamente necesario, en la imposición judicial de la propia inhabilitación
durante el período de prueba). Por ello la regulación, aunque difiere de la efectuada en el Proyecto
originario del Poder Ejecutivo, sólo procura excluir del ámbito de la suspensión a prueba a aquellos
casos en los que el imputado no acepte cumplir con ninguna regla tendiente a contrarrestar el riesgo
social de la conducta que se le atribuye en el proceso.
Más adelante, la mayoría que definió el resultado del plenario “Kosuta” añadió, como argumento, que
los ejemplos de homicidio culposo (que los legisladores Augusto Alasino y Víctor H. Sodero Nievas
incluyeron en las listas de delitos que habilitan la suspensión) no desvirtúan las afirmaciones en
contrario que esos mismos legisladores realizaron en el propio debate parlamentario. La mayoría en el
plenario no reparó, sin embargo, en que el propio Sodero Nievas (vinculando la suspensión a prueba con
la condenación condicional) no sólo brindó el ejemplo del homicidio culposo como supuesto de
procedencia de la suspensión, sino que sostuvo, además, que “la inhabilitación, tal como sucede con el
art. 26, ​in fine del Cód. Penal, debe ser de cumplimiento efectivo (‘Diario de Sesiones de la Cámara de
a a
Diputados de la Nación’, 8​ reunión —continuación de la 1​ sesión ordinaria—, 16/6/93, ps. 1446 y
1447)”.
Esto último muestra que si funciona la suspensión del proceso a prueba “como sucede con el art.
26…del Cód. Penal” (es decir, como la condena condicional), entonces ​resulta procedente la suspensión
no obstante la previsión legal de una pena de inhabilitación conjunta o alternativa con la prisión (pues
así funciona la condena condicional, pudiendo ser pronunciada en relación a la pena de prisión pero
haciéndose cumplir la de inhabilitación).
Por esta razón no se entiende que, para la mayoría del plenario “Kosuta”, no corresponda la
suspensión en procesos en los que se imputen delitos reprimidos con prisión e inhabilitación (en forma
conjunta o alternativa), mientras afirmó que: “la norma así interpretada guarda ... particular
concordancia con el art. 26 del Cód. Penal, que expresamente establece la exclusión de la condena
condicional respecto de las penas de multa o inhabilitación”. La mayoría en dicho plenario, entonces,
olvida que nadie desconoce la procedencia de la condena condicional en relación a delitos reprimidos
con prisión e inhabilitación (en forma conjunta o alternativa), pese a que el art. 26 del Cód. Penal no
autoriza la condenación condicional en relación a las penas de inhabilitación y multa. El mismo
razonamiento debería seguir en el ámbito de la suspensión del proceso a prueba.
En suma, más allá de la incorrección de los argumentos de la mayoría en el plenario “Kosuta”, debe
recordarse —como se adelantó— que el contenido de dicho fallo plenario no resulta obligatorio para
ningún juez de nuestra República, pues los principios constitucionales de la necesaria división de los
poderes del Estado en diversos órganos, de la independencia judicial interna (respecto de las instancias
“superiores” dentro de la misma justicia) y de la doble instancia (entre los más trascendentes)
deslegitiman cualquier intento de acordar obligatoriedad a las decisiones de los jueces, que sólo pueden
decidir el caso concreto en el que fueron dictadas.

12. En materia de interpretación de la ley penal, resulta preponderante el método sistemático, que
tiene en consideración tanto las normas constitucionales, cuanto las sustantivas y procesales relativas a
un caso a resolver, por sobre la télesis gramatical y aislada de la ley en cuestión. El sistema penal, a
través de la suspensión del juicio a prueba, se orienta conforme a los postulados del derecho penal de
mínima intervención. En este sentido, se sostiene que el instituto pretende la resocialización con
evitación de la condena. Las razones dadas por los legisladores para excluir a los delitos reprimidos con
pena de inhabilitación tiene como núcleo común la preponderancia del interés general en neutralizar el
riesgo de la continuidad de la actividad. En los casos de homicidio o lesiones culposas (arts. 84 y 94,
Cód. Penal) como consecuencia del uso de automotores, el objetivo aludido se encuentra salvaguardado
si se incluyen, como corresponde a una interpretación sistemática, todas las normas aplicables. Así, el
art. 361 ​bis del Código Procesal Penal posibilita la inhabilitación del imputado como medida cautelar. Si
dicha inhabilitación cautelar se impone como una regla de conducta, relativa a un beneficio solicitado
por el propio imputado (art. 76 ​bis,​ Cód. Penal), se satisfacen los fundamentos del legislador. La
suspensión del juicio a prueba, en tales casos, no contraría esos fines y, por el contrario, armoniza con la
directriz político-criminal de la suspensión a prueba: resocialización con evitación de la condena; y esto
último, con relación a los delitos más frecuentes en el fuero correccional” [TS Córdoba, Sala Penal,
7/5/01, sent. n° 36, “Boudoux, Fermín p.s.a. de homicidio culposo - Recurso de casación e
inconstitucionalidad”, exp. “B”, 10/2000, inédito].

13.​ “Es dable abrevar en la directriz político-criminal que fundamenta la suspensión a prueba y que
puede obtenerse, sin mayor inconveniente, a partir de una interpretación teleológica del instituto,
conforme la cual la probation de endereza -como hemos remarcado ya- a la resocialización del
penalmente perseguido con evitación de la condena.

Entonces, si la suspensión del juicio a prueba procura ese fin de prevención especial positiva, es
razonable aseverar como conveniente una interpretación de la norma del art. 27 bis CP que, como la
‘tesis del carácter no taxativo’ de la enumeración de reglas de conducta allí contenida, propicie al juez la
posibilidad de justipreciar la elección del instrumento idóneo para lograr que el imputado adquiera la
capacidad de comprender y respetar la ley (arg. del art. 1, ley 24.660).

De tal suerte, podrá el juzgador valorar si es una de las reglas expresamente previstas en la norma de
marras, la que mejor consulta los requerimientos preventivo especiales de un imputado determinado, o
si, por el contrario, reúne tales características una medida diferente.

En ‘Boudoux’, se sostuvo que si la inhabilitación cautelar prevista por el artículo 361 bis del Código
Procesal Penal de Córdoba se impone como una regla de conducta, relativa a un beneficio solicitado por
el propio imputado (art. 76 bis C.P.), se satisfacen los fundamentos del legislador. Surge claro, así, que,
de modo implícito, aunque inequívoco, adheríamos a la "tesis del carácter no taxativo", puesto que
admitíamos sin cortapisas la posibilidad de que el juzgador impusiera como regla de conducta a la cual
se subordina la subsistencia de la suspensión del juicio a prueba una actividad no contemplada
específicamente por el artículo 27 bis CP.

De consiguiente, yerra la quejosa cuando asevera que la fundamentación de ese precedente importaba
un intento de "salvaguardar" la exclusión legal de los delitos reprimidos con pena de inhabilitación,
respecto del beneficio de la probation, mediante una disposición procesal de orden local que, en cuanto
tal, no puede tener preeminencia por sobre la disposición de orden nacional.

De lo que se trataba, en cambio, era de postular una interpretación sistemática del orden jurídico penal
que demostrara que la finalidad del instituto de la suspensión del juicio a prueba es mejor perseguida por
conducto de una interpretación de la ley -concretamente, del art. 27 bis CP- que permita al juez escoger
la regla de conducta más adecuada para lograr prevenir la comisión de nuevos delitos y, así, facilitar la
referida resocialización sin condena.

Y aunque la regla de conducta elegida en ese precedente encuentra recepción expresa en una norma
vigente del orden jurídico procesal penal cordobés -el mencionado art. 361 bis CPP-, nada obsta a que se
imponga una regla de conducta que no tenga igual acogimiento legal en una regla legal provincial o
nacional.

En este último sentido, incluso, esta misma Sala ha reconocido el carácter de regla de conducta válida
para la concesión y mantenimiento de la suspensión del juicio a prueba, la inhabilitación para el ejercicio
de la actividad comercial riesgosa que originó el delito de lesiones culposas (art. 94 CP) producidas por
una máquina trituradora de queso (TSJ, Sala Penal, Sent. n° 101, 3/12/02, ‘Lavra’).

Por todo ello, la ‘doctrina Boudoux’ podría ahora reformularse en los siguientes términos: si lo que
justificó la exclusión de los delitos castigados con pena de inhabilitación, del beneficio de la probation,
fue el interés general en neutralizar el riesgo de la continuidad de la actividad, tal objetivo puede
salvaguardarse eficazmente mediante la imposición de una regla de conducta que, justamente, neutralice
el peligro que la continuidad en la actividad de que se trate puede significar para la vida en comunidad”
[​Tribunal Superior de Córdoba,​ Sala Penal (jueces: Aída TARDITTI, María Esteher CAFURE DE
BATTISTELLI y Luis Enrique RUBIO), 12/09/2003, sentencia n° 82, “Pérez, Martín F. p.s.a. de
lesiones graves culposas -Recurso de casación-”, expediente “P”, 12/2003 –fallo obtenido del tribunal-].

14​. "a) Hay una suerte de escalafón punitivo en el art. 5 del C. Penal, de mayor a menor, donde la más
importante pena es la reclusión –excluida de la posibilidad de condenación condicional del art. 26 del
mismo cuerpo legal sustantivo- y la de menos entidad resulta ser la inhabilitación. No obstante, el art. 76
bis incorporado por la ley nº 24316/94 incluye dentro de la posibilidad de la probation a quien fuera
imputado de un delito de acción pública reprimido con sanción de reclusión o prisión, mientras excluye
de la suspensión a los ilícitos castigados con sanción de inhabilitación. Esto obliga a recurrir al método
sistemático-teleológico para obtener los verdaderos alcances del texto liberal en examen, evitando la
consagración de situaciones irrazonables, inequitativas y desigualitarias a consecuencia de un
positivismo arcaico en perjuicio del acusado.

b) Dentro de tal orden de ideas, la inhabilitación únicamente podrá impedir la suspensión del juicio
cuando el accionar delictivo se haya dado dentro del marco de actividades regladas (por ejemplo el
ejercicio de una profesión o cargo), no si la inconducta se ha dado en relación a comportamientos no
reglamentados (…).

c) Asimismo, resulta irrazonable pensar que la llamada probation no alcance a los delitos de pena
privativa de libertad (reclusión o prisión) conjunta con la de inhabilitación, como acaece en el art. 94 del
C. Penal, porque sería entonces la sanción menor la que determinaría la exclusión, cuando aquellas
mayores la permiten en otros ilícitos más graves. Precisamente por esto ha sido distinta la solución en el
supuesto de ser la multa la pena conjunta o alternativa (5to. párrafo del art. 76 bis del C. Penal) y es tan
ilógico no extenderla también a la inhabilitación que, seguramente, muchos imputados se verán
obligados a presentar su caso como intencional (lesiones dolosas, arts. 89 y sgtes del C. Penal) para
poder alcanzar la suspensión, que les estaría objetivamente vedada si aquellas fueren no queridas (a
título culposo, arts. 84 y 94 del C.P.). El simple enunciado de semejante consecuencia nos alerta sobre el
despropósito e irrazonabilidad consecuente de una interpretación literal y sin distinciones del art. 76 bis
del C.P.

d) Igualmente carecería de justificativo que en la hipótesis de una condena a prisión e inhabilitación


fuera procedente aceptar –como se lo hace generalmente en la actualidad- la imposición condicional
(arts. 26 y sgtes. del C. Penal) de la primera y el cumplimiento efectivo sólo de la segunda, mientras que
en materia de suspensión del juicio a prueba ese criterio se modificara, impidiéndolo para ambas, cuando
sería posible mantenerlo a través de la aplicación de reglas de conducta al imputado, aceptadas por éste,
que comprendieran la neutralización de la atribuida incompetencia profesional o funcional y, en su caso,
la prohibición judicial temporal del ejercicio de la actividad vinculada con el delito acusado; lo cual
suprimiría el factor potencial de riesgo para los bienes jurídicos tutelados a través de otros actos
imperitos, imprudentes o negligentes del supuesto autor responsable”
e) En el debate parlamentario, tanto el senador Alasino como el diputado Sodero Nievas –este último
a través de una lista cuya inserción solicitó expresamente en la sesión del 16/6/93– incluyeron al
homicidio culposo dentro de otras tantas figuras delictivas que a su juicio admitían la posibilidad de la
suspensión del juicio a prueba, pensado, al decir del primero, en el contexto de ‘una política social del C.
Penal que apunta a contemplar la situación de aquellos delincuentes que en determinados delitos
culposos terminan siendo condenados porque las circunstancias del caso conducen a la condena, siendo
que tal vez nunca más esa persona vuelva a cometer un delito. Un homicidio culposo, por ejemplo, sería
el caso de quien atropella a una persona con el vehículo’ (Cfr. exposición como miembro informante del
Partido Justicialista, p. 312 de la versión taquigráfica provisional).

Ello permite suponer que en la intención del legislador había algunos supuestos en que la probation
sería posible también aunque las penas privativas de libertad estuvieren contempladas en ciertos tipos
como principales y conjuntas con la sanción de inhabilitación, lo cual es factible de obtener dentro de
una interpretación sistemática y conglobante de la totalidad de las situaciones, que impedirá el resultado
absurdo de excluir, en todos los casos en que esté presente la inhabilitación, la perspectiva de la
suspensión del juicio, derivable de lo que hemos considerado un positivismo legal inconducente.

f) Lo argüido en punto a que si únicamente quedara reservada la imposibilidad de suspender el juicio


a prueba en el supuesto de ser pena exclusiva la de inhabilitación (existente en figuras que sólo pueden
tener como autor a un funcionario público –por ejemplo arts. 256, 259, 260, 261, 262 o 266 del C.P.–) se
habría incurrido por parte del legislador en una reiteración ilógica con la improcedencia autónoma
consagrada también respecto de un funcionario público –según lo sostiene la agente fiscal impugnante–,
no es a mi juicio dirimente porque el párrafo 7mo. del art. 76 bis del C.P. está referido (a) la exclusión
(de) los ilícitos perpetrados por personas con esa calidad y en ejercicio de sus funciones, no (de) quienes
no lo sean y resulten partícipes; como asimismo es menester que el tipo en cuestión exija esa
determinada condición funcional, ya que de no ser así el delito aún cometido por un funcionario público
haría admisible la probation, pudiendo entonces ser racionalmente concebible que el legislador haya
querido contemplar la previsión restrictiva para tales supuestos (…) con la imposibilidad independiente
de la inhabilitación exclusiva, conforme a mi juicio lo ha hecho en el último párrafo del art. 76 bis del C.
Penal.

g) Lo anterior resulta coherente con la inclusión en el listado de delitos que admiten la suspensión del
juicio a prueba de ilícitos que presuponen el carácter de funcionario público en el autor –aportado por el
diputado nacional Sodero Nievas (ver sesión del 16/6/93, en el diario de la H. Cámara de Diputados de
la Nación, págs. 1448/9)–, lo cual sería imposible de concebir si tal condición fuera suficiente a fin de
excluirlos totalmente, abarcando inclusive la hipótesis de actuar partícipes que no lo fueran.

h) Debemos reparar asimismo en que la situación económica de crisis y transformación existente en la


Nación y en las provincias, con un elevado porcentaje de desocupación, obliga a ser extremadamente
cuidadosos en la interpretación de los textos legales que establezcan dispositivos sancionatorios cuya
proyección implique eliminar una posibilidad cierta de trabajo o actividad laboral remunerada.

En tal sentido y para este caso sub examine creo de aplicación estricta al postulado del in dubio pro
reo, establecido con amplitud y sin distinciones en el art. 4 del C.P.P.E.R., dadas las especiales
características del mismo y de la redacción ambigua utilizada en muchos párrafos del régimen de la
suspensión del juicio a prueba en la ley nº 24316 que lo diagramó –sobre todo en el art. 76 bis del C.
Penal–.

La ponderación armoniosa de esa constelación de factores favorables me lleva en definitiva a


propiciar para el sub iudice que la pena de inhabilitación, inserta en calidad de principal y conjunta en el
art. 94 del C. Penal, no puede ser razonablemente enarbolada como impedimento absoluto (…), al
extremo de no permitir analizar la procedencia y condiciones de la suspensión del juicio a prueba en su
beneficio” (del voto de Carlos A. CHIARA DÍAZ).

“Resulta hoy imperioso efectuar una prudente autocrítica de aquella concepción jurisprudencial que,
en verdad, trató de desentrañar la télesis de la normativa que lucía una confusa técnica legislativa y
oscuridad expresiva, a la vez que permitía contradictorias interpretaciones, presentando aspectos
indudablemente controvertidos, lo cual se procuró trabajosamente realizar a la luz de la opinión
doctrinaria conocida por entonces (…), algunos de cuyos mentores, a la fecha, han modificado varias de
sus –tal vez prematuras– posturas interpretativas originarias (…) y de las tesituras sustentadas por los
señores legisladores que informaron en las respectivas sesiones de las H. Cámaras de Diputados y
Senadores de la Nación fundamentando el Proyecto que, luego, se convirtiera en ley de la Nación nº
24316, buscando establecer la llamada ‘voluntad del legislador’, siguiendo un arduo e infructuoso
camino plagado de equivocidades que nos condujo –en mi opinión– a apartarnos, en realidad, del
análisis primario y exegético del propio texto de la ley para introducirnos errada y errantemente en
insondables especulaciones interpretativas que nos distanciaron de lo expresado en la letra de la norma
que no parece responder exactamente a aquella supuesta ‘voluntad del legislador’ que (…) es sólo una
pauta –sumamente difusa– para establecer el real alcance de una ley y ‘no existe más que en la ficción,
pues el órgano legislativo no es unipersonal, sino, antes bien, se encuentra compuesto por un elevado
número de personas que sustentan ideas a veces irreconciliables’ (…) y si ello es así en la mayoría de los
casos, luego de estudiar y reestudiar las disposiciones de la ley nº 24316 y, en especial, las consagradas
en el art. 76 bis incorporado al Cód. Penal por el art. 3º de la misma, es necesario concluir que en la
especie se releva decididamente inviable arribar a una interpretación coherente de la ley a través de esa
metodología, tornando imprescindible reformular evolutivamente la concepción del instituto asentada en
los pronunciamientos de este tribunal antes individualizados y que –en mi criterio– resultan insostenibles
en la actual perspectiva brindada por el correr del tiempo y las peculiaridades adquiridas por el instituto
de ‘probation’ en la experiencia de su aplicación práctica, destacándolo más como eminente instrumento
de política criminal racional, en cuanto incorpora una manifestación del principio de oportunidad,
reglado y sujeto a contralor judicial, que como mera herramienta pragmática con finalidad de atemperar
la saturación de la administración de justicia generada por la acumulación de causas ninguna
importancia político-criminal (…) que pareciera erigirse como el motivo esencial de su creación legal en
los ensayos fundantes de los propios legisladores (del voto de Daniel O. CARUBIA).

[​Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos,​ causa “Barreto, Guillermo Pablo s/ lesiones culposas
–arts. 94 y 76 bis del C.P.–, recurso de casación”, resolución del 27/11/1996; jueces: Carlos A. CHIARA
DÍAZ, Daniel O. CARUBIA y Miguel Augusto CARLIN; secretaria: Lidia D. MARELLI; fiscales:
Marta Cristina VILLANOVA de SAVINA y Mario F. PEROSI].

​ ​Aplicabilidad luego de la sentencia de condena


D—
Existen pronunciamientos judiciales que habilitan el planteo de la suspensión aún luego del dictado de
la sentencia de condena y antes de que ella adquiera firmeza.

1. La ​Cámara de Apelación en lo Penal de Santa Fe se pronunció en favor de esta postura [​Sala IV de


la CAP de Santa Fe,​ en su resolución del 9 de marzo de 1995, en la causa “Manias, Néstor O. D. s/robo
calificado por escalamiento y partícipe principal de hurto en concurso real entre sí (expte. nº 160/94)”;
jueces: O​LAZÁBAL​, A​MADIO​ y F​RANCHINI​; secretaría: B​ERTONE​].
Allí se debía resolver un pedido de suspensión del proceso a prueba presentado después de haberse
pronunciado una condena condicional a tres años de prisión. La causa estaba radicada en la Cámara por
haberse antes apelado la señalada sentencia condenatoria. En dicha decisión se expresa que “respecto de
la oportunidad procesal de introducción del pedido de suspensión a prueba del juicio, el debate, dentro
de un proceso escriturista y de doble instancia, tal como el aplicado en la causa, puede centrarse en torno
a si es tempestivo... una vez finalizada la sustanciación del juicio en primera instancia. Pues bien, sobre
el punto pareciera que la solución debe darse atendiendo a las finalidades del instituto. Esto es, si se
acordara primordial importancia a fines procesales, resultaría que podría ser desvalioso –por el
dispendio jurisdiccional ya producido– tolerar que se suspendiera a prueba un juicio en el que ya se han
cumplido todos los pasos y llegado a sentencia (no firme sin embargo, precisémoslo), y se debería negar
el pedido introducido en segunda instancia; empero, si se mira a los fines sustanciales del instituto, que
giran en derredor de la evitación de condenas innecesarias que sólo acarrean una estigmatización del
condenado, la conclusión sería distinta, toda vez que, privilegiando lo sustancial penal, sobre lo
meramente procesal, no se hallaría razón para negar el planteamiento de la cuestión. Analizando los
antecedentes doctrinarios y legislativos obrantes, rápidamente se percibe que la gran mayoría se vuelca
por fijar un término tope para interponer el pedido de suspensión del juicio, el que se establece en los
primeros momentos de éste (evitando así su innecesario desarrollo); sin embargo, nuestra legislación no
contiene tal momento tope, pese a que el proyecto del Poder Ejecutivo sí lo contemplaba, y a eso debe
asignársele algún significado que, entendemos, no puede consistir sino en habilitar el pedido de
suspensión en cualquier oportunidad y en tanto no exista condena definitiva, por ser éste el momento en
2
que recién se agota aquello que se pretende suspender, es decir: el juicio” *​.

2. El ​Juzgado en lo Correccional nº 2 de Capital Federal [a cargo de la jueza Mónica A​TUCHA ​DE


A​RES​, secretaría de Diana E. D​ELEST​, en la causa “F. O. Rodríguez, s/lesiones culposas, art. 94 C.P.”,
expte. nº 2484, según resolución del 20 de febrero de 1995 (fiscal: Teresa V. C​OLOMA​; defensor: Ricardo
D​E​ L​ORENZO​)] también siguió un criterio análogo​.
En la causa citada, el imputado había sido condenado condicionalmente (el 27 de abril de 1994) a un
año de prisión y tres años de inhabilitación especial para conducir automotores de cumplimiento
efectivo, por considerarlo “autor penalmente responsable del delito de lesiones culposas”. Se acogió
favorablemente el pedido de suspensión del proceso a prueba presentado por el defensor antes de quedar
3
firme la condena, “interpretando que ello puede hacerse hasta la sentencia definitiva” **​.

3. El mismo criterio fue sustentado por el ​Tribunal Superior de Justicia de la provincia de Chubut
[Causa “Triana, R. J., p. s. a., s/lesiones y amenazas, Trelew –expte. nº 14706-T-94–; resolución del 22
de agosto de 1995, registrada con el nº 138; jueces: Agustín T​ORREJÓN​, Raúl M​ARTÍN y Fernando S. L.
R​OYER​; defensor: José O. R​OMERO​].
El imputado, en este caso, había sido condenado el 23 de marzo de 1994 –en forma condicional– a
tres meses de prisión por lesiones leves, habiéndose radicado el expediente en el Tribunal Superior de
Justicia como consecuencia de un recurso de casación interpuesto contra aquella condena. El Tribunal
Superior declaró razonable y admisible el pedido de suspensión del proceso a prueba efectuado por el
defensor, entendiendo que resulta aplicable al caso la ley 24.316 por tratarse de una ley más benigna que
la vigente al momento de comisión del hecho y del dictado de la sentencia en el Juzgado Correccional
(“la novedad legal –dijo el Tribunal– ciertamente brinda una posibilidad inexistente al momento del
hecho y el del fallo condenatorio, más benigna para el imputado”). Nadie duda que se trata de una ley
penal más benigna que la antes vigente, en la medida en que le permite al imputado evitar una eventual
sentencia condenatoria. Sin embargo, el mayor valor del fallo aquí comentado consiste en haber
admitido la suspensión a prueba del trámite procesal ​con posterioridad al pronunciamiento de una
4
sentencia definitiva y, por supuesto, antes de su firmeza ***​.

4. El ​Tribunal en lo Criminal Nº 1 de Necochea se pronunció igualmente a favor de la procedencia de


la suspensión luego de dictada una sentencia de condena y antes de su firmeza [Causa "Jesús, Osvaldo
Raúl, s/homicidio simple", Expte. T.C. 113-770; resolución del 11 de noviembre del 2000; jueces:
Alfredo Pablo NOEL, Norberto Rubén AUED y Mario Alberto JULIANO​]​.
“La cuestión planteada encapsula dos temas previos de capital importancia que, por su magnitud,
habré de abordar en forma separada, ellos son:- a) oportunidad "hasta" la cual se puede solicitar la
suspensión del juicio a prueba y b) aparente obstáculo que para la procedencia del instituto ofrece la
limitación del último párrafo del art. 76 bis del C.P. en cuanto impide la aplicación del instituto para
aquellos delitos que tienen prevista pena de inhabilitación.
Dado que sobre ambas cuestiones me ha tocado pronunciarme [ya sea como integrante de este
Tribunal en voto de adhesión al del Dr. Aued en el primero de los casos (precedente ‘Puebla, Jorge
Leonardo y Velazquez, Rafael Alejandro S/ robo en grado de tentativa’, Expte. 67-585) y como Juez en
lo Correccional subrogante en el segundo (precedente ‘Volponi, Miguel Horacio, s/homicidio culposo y
lesiones culposas’, Expte. Nro. 284)] habré de remitirme a lo ya dicho, transcribiendo la parte pertinente
de ambos pronunciamientos.
a) Oportunidad hasta la cual puede solicitarse la suspensión del juicio a prueba.
A partir del precedente ‘Furgeau, Carlos Andrés, tentativa de robo’, Expte. 4-152 sostuve que: a)
Referido a la primera de las subcuestiones que me planteo, y resultando ésta la primera ocasión en que el
Tribunal debe pronunciarse sobre el tema, debo comenzar diciendo que las disposiciones legales
aplicables (art. 404 del C.P.P. y 76 bis y s.s. del C.P.) nada dicen en relación al momento límite de
solicitud de suspensión del juicio a prueba.
Que la única referencia se encuentra en el citado art. 404, cuando señala: ‘En la oportunidad que la
ley permita ...’.

2*​
Cfr. ​176​, segunda edición, p. 337.
3**​
Cfr. ​176​, segunda edición, p. 338.
4***​
Cfr. ​176​, segunda edición, ps. 338/9.
Como ‘la ley’ no establece ningún momento procesal concreto, es evidente que ello debe ser fijado
por el órgano jurisdiccional, realizando un análisis omnicomprensivo del instituto y su inserción en el
sistema positivo.
A ese respecto dejo dichas algunas premisas que servirán para afirmar mi posición: … la suspensión
del juicio a prueba es un derecho que tiene el sujeto sometido a proceso, … por esa vía la ley quiere
evitar la estigmatización que supone la imposición de una condena de corta duración o cumplimiento
condicional en el individuo que delinque por primera vez … se tiende, por añadidura a ‘seleccionar’ los
casos, procurando destinar los esfuerzos jurisdiccionales a las causas de mayor gravedad.
Dicho esto, ante vacío o falta de taxatividad de la ley y en función de los principios establecidos por
los arts. 1 y 3 del C.P.P., entiendo que la misma debe ser interpretada en el sentido más favorable para
los intereses del imputado o que importe menor restricción para el ejercicio de sus derechos.
Ahora bien, si la suspensión del juicio a prueba es un derecho del imputado para evitar su
estigmatización, el cual debe extenderse hasta el límite último posible, no encuentro obstáculo alguno
para que la misma pueda ser solicitada hasta antes que la sentencia condenatoria adquiera firmeza,
momento a partir del cual se ha superado la etapa del juicio propiamente dicho.
(…) Considero que tal razonamiento resulta una derivación lógica del derecho del sujeto sometido a
proceso a procurar en el juicio una sentencia absolutoria o colocarse, en definitiva, en la situación más
favorable a sus intereses, lo cual se emparenta con el derecho a ampararse en la ley más benigna y, si
ello no ocurre, (a) que el instituto que tiende a evitar la aludida estigmatización, por imposición de
condenas cortas o de ejecución condicional, cobre operatividad en toda su magnitud.
Ahora bien, superada la cuestión del momento hasta el cual puede ser introducido el pedido de
suspensión de juicio a prueba ¨es posible que coexista el principio de oportunidad (concesión de la
suspensión del juicio a prueba) con el de legalidad (dictado de la sentencia de mérito).
Al respecto, anticipo mi opinión favorable al interrogante planteado. En tales términos, otorgar la
suspensión del juicio a prueba luego de transcurrido todo un juicio, podría aparecer en los hechos como
una dilapidación de esfuerzos jurisdiccionales, que justamente quiere evitar el principio de oportunidad
o selección, incurriendo entonces en una situación de apariencia contradictoria. No obstante, en el caso
de autos, es factible que coexistan principios que se suponen antagónicos, ya que se puede
compatibilizar la culminación normal del proceso (dictado de la sentencia), con el instituto destinado a
poner fin de modo anormal al mismo (tratamiento de la suspensión del juicio a prueba).
Siguiendo este orden de ideas, no parece lógico que luego de transcurrido todo el juicio ante los
jueces naturales, con plena vigencia del derecho de defensa y demás garantías constitucionales, el
mismo deba ceder (‘dilapidarse’, diría) ante un pedido de suspensión del juicio a prueba.
Ello importaría que, ante el fracaso de la suspensión del juicio a prueba por cualquier motivo, el
imputado debiera ser sometido nuevamente a juicio, lo que además de victimizarlo una vez más -ya que,
en el caso de los primarios, puede resultar más mortificante el proceso que la condena misma- se
atentaría contra la finitud de los procesos, repitiendo actos procesales legítimamente adquiridos.
En consecuencia, el modo único de conciliar los derechos del imputado (a los que aludiese con
anterioridad), desemboca en la inevitable consecuencia del dictado de la sentencia de mérito, a la vez
que se aborda el tratamiento de la suspensión del juicio a prueba, supeditando la eficacia de aquella al
otorgamiento y cumplimiento de esta última.
Como dije, no encuentro obstáculos para que en forma concomitante se dicte la sentencia y se acoja
formalmente la suspensión, ya que si esta última puede ser concedida una vez dictada la sentencia no
firme, según es mi posición y la de parte de la doctrina y la jurisprudencia que en resumen cito, tengo la
impresión de que en el caso en autos nos encontramos ante una situación análoga.
En tren de encontrar cuestionamientos a la solución propuesta, podría aducirse que, toda vez que la
suspensión del juicio a prueba suspende el ejercicio de la acción pública, mal podría dictarse un acto
jurisdiccional de la naturaleza de una sentencia.
Se debe decir a ello que en el caso de autos no se configura tal posibilidad, ya que en realidad lo
único que se hace es acoger formalmente la suspensión, sin que aún se haya concedido en forma
efectiva, lo que recién puede suceder después de realizada la audiencia del art. 404, si se reúnen todos
los recaudos que exige la ley, por lo que en este estado no se puede hablar de existencia de suspensión
de la acción pública.
Considero que, en estos términos, el dictado de la sentencia que propicio, en forma concomitante con
el acogimiento formal de la suspensión, es hecha en beneficio del imputado, lo cual justifica su
pronunciamiento.
En efecto, como anticipé antes, entiendo que debe evitarse -cuando ello es posible- la carga que
significa para el imputado afrontar las viscisitudes de un nuevo debate, con las implicancias que ello
acarrea, como resulta ser -entre otras cosas- la imposibilidad de reproducir históricamente las
circunstancias del mismo.
Considero asimismo que el imputado es acreedor del derecho de acceso a un juicio rápido, evitando
dilaciones que sólo conllevan incertidumbre (arts. 8.1 del Pacto de San Jos‚ de Costa Rica y 14.3.c del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos).
Sumo a ello la certeza que importa para el imputado (teniendo una sentencia condenatoria no firme)
los riesgos concretos que le importaría incumplir las condiciones de la suspensión, funcionando entonces
el pronunciamiento jurisdiccional como una advertencia a los fines de éxito del instituto.
Entendiendo asimismo que si la resolución a recaer en este acto debe referirse solamente a la
admisibilidad formal de la suspensión del juicio a prueba y, debiendo realizarse con posterioridad la
audiencia del art. 404, podemos caer en el absurdo que -de frustrarse el otorgamiento del derecho al
causante- deba caer el debate por vencimiento de los términos para el dictado de la sentencia, perdiendo
validez todos los actos habidos pocos días antes, correspondiendo realizarse un nuevo juicio con otros
jueces.
No se puede descartar tampoco que, interín se curse la suspensión, el imputado fuese condenado en
otra causa en trámite, y, de fracasar dicha alternativa y tener que realizarse un nuevo juicio, variarían sus
condiciones, toda vez que, a los fines de la individualización de la pena a aplicar, podrían merituase los
mismos en su perjuicio, como puede ser el caso de autos.
Se reúnen entonces argumentos de suficiente entidad que ameritan la solución propuesta, donde
sentencia y suspensión conviven en forma armónica sin agresión a garantías establecidas, y en donde el
procesado puede vehiculizar su derecho sin que ello agrave su situación procesal futura.
Entonces, de resultar la sentencia absolutoria y firme, ella tendría operatividad en toda su extensión,
por lo que caería en abstracto el pedido de suspensión del juicio, mientras que si el pronunciamiento
fuese condenatorio se dejaría en suspenso su efectivización y anotación en los organismos respectivos,
sujeto al cumplimiento de las condiciones que se impongan al procesado, en el caso que la suspensión
proceda.
Debo hacer notar, además, que el mecanismo propuesto tiene eco absoluto en lo dispuesto por el 4to
párrafo del art. 76 bis del Código Penal, ya que en este caso se tiene certeza absoluta de que la condena
aplicable va a ser dejada en suspenso” (voto de Mario JULIANO, al que adhirió Norberto R. AUED).
“Debo señalar que con el correr del tiempo he ido reafirmando mi convicción sobre el modo en que
-con el acompañamiento del Dr. Juliano- resolví la cuestión, agregando a ello otros razonamientos
jurídicos que han consolidado mi forma de pensar, los cuales paso a consignar a modo de
complementación de lo ya sostenido en el precedente de mención.
Considero en primer lugar que impedir al imputado el reclamo de suspensión del juicio a prueba una
vez dictada la sentencia no firme comporta, en los hechos, una afectación al principio de ‘igualdad ante
la ley’ que consagra el art. 16 de la Constitución Nacional.
En efecto, no es caso de laboratorio, sino muy por el contrario, resulta usual y habitual que un
imputado llegue a juicio con una calificación legal que en la audiencia preliminar imposibilita la
solicitud de la suspensión del juicio a prueba (tentativa de homicidio, robo con armas, etc.), situación
que luego del proceso de conocimiento es variada por tipos legales más benignos (lesiones, robo simple,
etc).
En tales términos, es claramente injusto que el impedimento temporal de la calificación legal
provisoria constituya un valladar para que el imputado acceda a una situación más beneficiosa para sus
intereses, cuando con posterioridad, por la correcta adecuación de los hechos al derecho, dicho obstáculo
es removido por imperio de la ley.
En resumidas cuentas, la calificación definitiva debe constituir el límite último para evaluar la
procedencia de la suspensión, ya que en su defecto se genera una notoria desigualdad ante los iguales, es
decir frente a aquellos otros individuos que, imputados por un mismo tipo de delito, sí tuvieron la
posibilidad de instar la suspensión del juicio a prueba.
Dicho con otras palabras, si la sentencia es el acto jurisdiccional que fija en forma definitiva la
calificación legal que debe imponerse al hecho en juzgamiento, tal debe ser el par metro que permita
discernir la posibilidad de subsumir el caso en las pautas de la suspensión del juicio a prueba, y no en
función de provisorias estimaciones, como resulta ser el encuadramiento jurídico pretendido por la
acusación en forma preliminar” (voto de Mario JULIANO, al que adhirió Norberto R. AUED).
“… me parece interesante rescatar un tramo del voto de la mayoría en el caso ‘Moscova’ decidido por
el ​Tribunal de Casación Provincial​, en lo que a la oportunidad de deducir la suspensión se refiere. En
efecto, si como sostiene el Dr. Natiello, la denegatoria de admisibilidad formal de la suspensión del
juicio a prueba puede ser materia de ‘reserva’ o ‘protesta’ para posterior conocimiento del recurso de
casación (es decir, luego de recaída sentencia en la causa), ello quiere decir que, aún con sentencia, el
Superior puede revisar la legitimidad de la denegatoria de la suspensión del juicio a prueba,
coincidiendo de ese modo con la tesis sostenida por la mayoría de este tribunal en el sentido que el
instituto en cuestión puede ser evaluado con posterioridad al pronunciamiento de mérito y antes que el
mismo quede firme.
No otra puede ser la conclusión en tanto y en cuanto la denegatoria de la procedencia formal sea
admisible como materia de revisión en casación.
En tal sentido, la ‘irrazonabilidad’ que el Dr. Piombo -en el precedente de mención y en minoría-
encuentra en la posibilidad de discutir la suspensión del juicio a prueba con posterioridad al dictado de la
sentencia, ya que a su juicio caerían hechos pedazos los principios de preclusión, economía procesal y
celeridad, aparecen para el suscripto -con el mayor de los respetos que me merece su jerarquía funcional
e intelectual- como un criterio restrictivo carente de funcionalidad, que en los hechos restringe los
derechos de la persona y limita el ejercicio de un derecho, en contraposición con las pautas
interpretativas de la ley previstas por el art. 3 del C.P.P., privilegiando al proceso como un fin en sí
mismo, por encima de las finalidades de los institutos especiales, como por ejemplo resulta ser la
suspensión del juicio a prueba.
Dicho ello, corresponde que este Tribunal se expida con relación a ‘la procedencia formal de la
suspensión del proceso a prueba’ (art. 338, inc. 5to. del C.P.P.).
Como es obvio y evidente, el propio dictado de la sentencia no firme -por la que se condenó al
requirente a la pena de 1 año de prisión en suspenso- resuelve la problemática de la ‘doble vía’ que
propone el art. 76 bis del C.P. en los casos de delitos graves.
En este caso específico, ya es conocido que la pena que corresponde aplicar al imputado va a ser de
cumplimiento condicional, lo cual torna aplicable de modo expreso y en su faz formal los beneficios de
la suspensión del juicio a prueba, abasteciendo plenamente los requerimientos del primer párrafo de la
disposición aludida” (voto de Mario JULIANO, al que adhirió Norberto R. AUED.

5. El ​Tribunal Superior de Justicia de Neuquén llegó más lejos, acordando una suspensión del proceso
a prueba aún luego de quedar firme una sentencia de condena [causa "Contreras, Juan Alberto s/hurto
calificado en grado de tentativa y hurto simple", expte. Nº 414, año 2004, Acuerdo Nº 20/2006, del 14
de junio del 2006; jueces: Eduardo F. CIA, Jorge O. SOMMARIVA, Roberto O. FERNÁNDEZ,
Eduardo J. BADANO y Ricardo T. KOHON; defensores: Florencia M. MARTINI y Fernando J.
ZVILLING].
"… Al dictar sentencia, el a-quo finalizó condenando … en los términos del artículo 162 del Código
Penal …Como consecuencia de tal calificación, la señora Defensora Adjunta peticiona la suspensión del
proceso a prueba ... Tal planteo … mereció el rechazo del a-quo a través de la resolución interlocutoria
cuyo cuestionamiento abrió esta instancia casatoria”. “… en lo sustancial, el argumento dado por el
a-quo para rechazar la suspensión del proceso a prueba puede resumirse de la siguiente manara: … se
pretende suspender un juicio que ya se hizo y en el cual recayó sentencia; ni siquiera intentándose el
planteo al momento del alegato final”.
El fallo dijo que “teleológicamente, la incorporación del instituto de la suspensión del proceso a
prueba ha consultado, entre otros aspectos (fines), el de evitar el efecto estigmatizante de condenas
privativas de libertad de corta duración (en este caso: un mes de prisión bajo la forma de ejecución
condicional)”.
“… si es posible que un cambio en la imputación por parte de la Fiscalía (en los términos del artículo
358 bis) permita valorar esta cuestión, con mucha mayor razón lo será cuando, como ocurrió en este
caso, luego de clausurado el debate, el Juez receptó la postura de la defensa en cuanto a la calificación
que proponía”.
“Como bien lo recuerda Julio De Olazabal en opinión que comparto: “si la apreciación de que sería
posible una condena condicional configura un presupuesto inexcusable … ​para el otorgamiento de la
suspensión del juicio (art. 76 bis, párr. 4°, Cód. Penal), ¿tiene sentido impedir la suspensión del juicio y
obligar al dictado de una sentencia que ya se avizora como de cumplimiento condicional? Semejante
forzamiento de la situación, ¿no avanzaría contra la proclamada finalidad de la ley de evitar la
innecesaria estigmatización de sujetos con una condena que no se cumpliría?” (cfr. ‘Suspensión del
proceso a prueba’, Ed. Astrea, Bs. As., 1994, p. 67 …). Con igual interpretación comulga Eleonora
Devoto, en su trabajo “Probation e institutos análogos” (Ed. DIN, Bs. As., 1995, p. 100)”.
“En el presente caso, empero, existe una particularidad adicional: al momento de plantear la
suspensión del proceso a prueba la sentencia se encontraba firme. Repárese en que, el decisorio
condenatorio es de fecha 8 de junio de 2004 y que, el recurso –que ataca la interlocutoria que rechaza la
suspensión– lo es de fecha 10 de noviembre del mismo año. ¿Cómo resolver este escollo? La respuesta
me parece clara: tiene dicho este Tribunal, en pronunciamientos anteriores que nadie “(...) discute el
valor que entraña el principio de la cosa juzgada … Pese a este innegable valor, esto no puede constituir
un obstáculo para reconocer que la res iudicata encuentre límites ‘cuando su vigencia rígida y absoluta
conculca el valor justicia ínsito a la noción del derecho’ (cfr. Ferreyra de De la Rúa – Opl, op. cit., p.
122); situación que ha llevado a la moderna doctrina procesal a que, ​en situaciones reducidas y
excepcionalísimas,​ pueda plantarse la revisión de la cosa juzgada. De lo que se trata, en última instancia
y en palabras de Juan Carlos Hitters, es de ‘balancear equilibradamente ambos valores [justicia y
seguridad] para llegar a una conclusión armoniosa’ (cfr. ‘Revisión de la cosa juzgada . Su estado actual’,
en ‘XX Congreso Nacional de Derecho Procesal’, Ponencias, Flamini Impresiones, Neuquén, 1999, p.
131).” (cfr. Acuerdo N° 25/2005)”.
Sobre esta base, el Tribunal Superior de Neuquén resolvió conceder, “en definitiva, … la suspensión
del proceso a prueba …”.
Sin perjuicio de no concordar con el fallo citado [por cuanto la suspensión del proceso a prueba sólo
puede ser solicitada y dispuesta judicialmente hasta el momento inmediato anterior a que la sentencia de
condena adquiera firmeza (Cfr. 176, segunda edición, ps. 316 y ss.) y nunca luego de ese momento], es
citado aquí sólo en la medida en que avala la procedencia del instituto después del dictado de una
sentencia condenatoria.
Claro que distinto hubiera sido el caso si (a diferencia de lo que ocurrió en el supuesto mencionado)
se hubiera interpuesto un recurso de casación en contra de la sentencia de condena. Lo mismo hubiera
sucedido si el condenado hubiese sido quien peticionara la suspensión ​luego de adquirida firmeza la
sentencia de condena (por no haberlo hecho su defensor técnico), en cuya hipótesis hubiera podido
aplicarse, por analogía ​in bonam partem​, el criterio de la Corte Suprema de Justicia de la Nación relativa
a la procedencia de los recursos ​en forma in pauperis,​ que considera procedentes las impugnaciones
interpuestas por el propio condenado, ante la inacción de su defensor, tomando en cuenta que el aspecto
personal de la garantía de defensa en juicio requiere que la sentencia de condena no sólo sea notificada
al defensor técnico sino, también, ​a él en persona [CSJN, causa D.293.XXXIX. "Dubra, David Daniel",
resuelta el 21 de septiembre de 2004; CSJN, recurso deducido ​in forma pauperis por Miguel César Solís
y Raúl Armando Cofré, C. 605 XXXIX, recurso de hecho, del 23 de diciembre del 2004]. Igualmente,
hubiera sido distinta la situación si el pedido de suspensión del proceso a prueba (presentado dentro del
plazo para recurrir en casación la sentencia condenatoria) hubiera sido resuelto dentro de dicho término
o bien si a tal petición se le hubiera atribuido el carácter de recurso de casación contra la condena
condicional a un mes de prisión.

E—​ ​Recurribilidad por vía extraordinaria de la decisión que rechaza la suspensión


“ (…) en el planteo casatorio la parte recurrente argumentó (…) que la resolución por la que se
rechaza la suspensión del juicio a prueba es equiparable a sentencia definitiva y que, por lo tanto,
procedía su estudio en esa instancia, puesto que la tutela de los derechos que invocó, tales como el de
evitar la imposición de una condena y el de poner fin a la acción penal, no podría hacerse efectiva en una
oportunidad procesal posterior.
No obstante, el a quo omitió considerar de manera razonada esos fundamentos, que podían resultar
conducentes para la solución a adoptarse, y rechazó la vía recursiva mediante la invocación de una
fórmula dogmática al expresar que la denegatoria de la suspensión del juicio a prueba no reviste el
carácter de definitivo, sin otro sustento que un pronunciamiento de ese tribunal en el que tampoco se
analizaron los motivos aquí expuestos por la parte para demostrar la equiparación del fallo recurrido a
sentencia definitiva.
Por esa razón, al haber sido soslayados argumentos relevantes para la solución de la caso, entiendo
que la sentencia carece de sustento suficiente para ser considerada como un acto jurisdiccional válido, y
merece ser descalificada en los términos de la doctrina de la arbitrariedad (Fallos 314:737; 320:2451,
2662 y sus citas; 324:3839; entre muchos otros)” (del dictamen del Procurador Fiscal ante la Corte
Suprema de Justicia de la Nación Eduardo Ezequiel CASAL).
“ (…)esta Corte comparte los argumentos vertidos por el señor Procurador Fiscal en su dictamen de
fs. 321/322, a cuyos fundamentos y conclusiones corresponde remitirse en razón de brevedad.
Por ello, y concordemente con lo dictaminado por el señor Procurador Fiscal, se declara procedente el
recurso extraordinario y se revoca la sentencia apelada” [​Corte Suprema de Justicia de la Nación​, autos
“Fiscal c/Vega, Adrián Raúl s/retención indebida”, fallo del 20 de diciembre del 2005 (jueces: Enrique
Santiago PETRACCHI, Elena . HIGHTON DE NOLASCO, Carlos FAYT, Juan Carlos MAQUEDA,
Eugenio Raúl ZAFFARONI y Ricardo Luis LORENZETTI, con la disidencia de Carmen M.
ARGIBAY).
“(…) dicha resolución no reviste carácter definitivo ni puede ser asimilada a ninguno de los supuestos
por los que el artículo 504 del Código Procesal Penal de esa provincia habilita la vía casatoria.
(…) en el presente caso no se dan requisitos de admisibilidad que permitan el tratamiento del recurso
interpuesto. Ello en tanto la decisión que motiva el planteo no es definitiva (artículo 14 de la ley 48),
pues no es la sentencia que pone fin al proceso. Por otra parte, tampoco la resolución adoptada por el
tribunal superior de provincia, ni la tomada por la Cámara Cuarta de rechazar la suspensión del juicio,
han decidido punto federal alguno que deba ser tratado por esta Corte, mucho menos uno que no pueda
ser reeditado en etapas ulteriores del proceso (conforme doctrina sentada en Fallos: 290:393)” (de la
disidencia de Carmen M. ARGIBAY).

NOTAS

[​1​] Agradezco la inestimable colaboración de ​ST​ ELLA MA​ RIS MA​ RTINEZ,​ SI​ LVINA M​ANES,​ MA​ RICEL A.
T​ALARICO​ y​ ​ NI​ COLAS​ GA​ RCIA​.
*​* Agregado por ley 24.316, sancionada el 4/5/94 y promulgada el 13/5/94. Esta ley contiene,
también, los siguientes artículos referidos al instituto de la suspensión del juicio a prueba:
Art. 7º. — ​Incorpóranse como nuevos incisos e), f) ​y g) ​en el artículo 2º de la ley 22.117, el siguiente​:
… ​e​) ​Autos que declaren extinguida la acción penal, en los casos del artículo 64 del Código Penal.
f​) ​Autos de suspensión del juicio a prueba, de revocación de la suspensión y de extinción de la
acción penal, previstos en los artículos 76 bis y ter del Código Penal. ​g)​ ​Autos de revocación de la
condicionalidad de la condena, previstos en el artículo 27 bis del Código Penal.
Art. 8º . ​— ​Modifícase la denominación de los actuales incisos e), f), g), h), i), j) y k) ​del artículo 2º
de la ley 22.117, que pasarán a denominarse​ h), i), j), k), l), ll) ​y​ m).
Art. 9º. ​— ​El Registro Nacional de Reincidencia y Estadística Criminal informará a los jueces que
soliciten antecedentes de una persona, acerca de la existencia de los autos mencionados en el
artículo 2º, incisos ​e) y ​f) de la ley 22.117, siempre que no hubiesen transcurrido los términos
previstos en los artículos 64, último párrafo, y 76 ter, último párrafo, del Código Penal.
Art. 10. ​— ​Las disposiciones de la presente ley no alterarán los regímenes especiales dispuestos en
las leyes 23.737 y 23.771.
La ley 25.087, sancionada el 14/4/99 y promulgada el 7/5/99 (modificatoria del Título III, Libro
Segundo del Código Penal, al que denomina “Delitos contra la integridad sexual”), modificó el art. 132,
estableciendo el siguiente texto:
En los delitos previstos en los arts. 119: 1º, 2º y 3º párrafos, 120: 1º párrafo y 130 la víctima podrá
instar el ejercicio de la acción penal pública con el asesoramiento o representación de
instituciones oficiales o privadas sin fines de lucro de protección o ayuda a las víctimas. Si ella
fuere mayor de dieciséis años podrá proponer un avenimiento con el imputado. El Tribunal podrá
excepcionalmente aceptar la propuesta que haya sido libremente formulada y en condiciones de
plena igualdad, cuando, en consideración a la especial y comprobada relación afectiva
preexistente, considere que es un modo más equitativo de armonizar el conflicto con mejor
resguardo del interés de la víctima. En tal caso la acción penal quedará extinguida; o en el mismo
supuesto también podrá disponer la aplicación al caso de lo dispuesto por los artículos 76 ter y 76
quater del Código Penal.

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