Cada uno piensa diferente al otro y, a veces, se cree que «la opinión» impera sobre la del
compañero, sin embargo ¿cómo llegar a un equilibrio? Precisamente allí es que está la
clave del éxito, en saber cómo desenvolver con un grupo de personas cuyas habilidades,
formas de pensar y disposición para trabajar, en algunas ocasiones, difieren de las nuestras.
Diversos autores (Nerkar, McGrath, McMillan, 1995) han intentado demostrar los vínculos
existentes entre la capacidad creativa e innovadora de los equipos y su nivel de satisfacción
laboral o de motivación. Los autores citados argumentan que las organizaciones que prestan
especial atención a los elementos sociales (interacciones, espacios de trabajo, motivación),
instrumentales (objetivos claros, herramientas de trabajo) y personales (características
específicas de las personas, formas individuales de trabajar) están más preparadas para
innovar.
Hoy en día casi nadie duda de la eficacia del trabajo en equipo. Sin embargo, éste puede ser
muy positivo y aportar grandes beneficios a la empresa siempre que se den las condiciones
para ello. Pretender forzar el trabajo en equipo cuando no es necesario o pueda haber otros
procedimientos más adecuados a los objetivos empresariales o al perfil de los directivos y/o
empleados, puede ser un grave error. Forzar la participación de personas individualistas y
poco amigas de las reuniones en un brainstorming puede ser un desastre y generar
frustración. Antes de invitar a los integrantes de una organización a trabajar en equipo se
debe establecer procedimientos y estar seguros de que dicha forma de trabajo va a
resultarnos beneficiosa.
La empresa moderna, ante la amenaza de que los competidores puedan alterar su posición
de mercado, se ve obligada a redoblar sus esfuerzos y a contar con personas altamente
desarrolladas que sean capaces de trascender la esfera individual y sumergirse en un equipo
de trabajo que multiplique la resonancia de los talentos individuales. Claro está que dichas
personas deberán poseer una serie de habilidades interpersonales que les ayuden a
comprender mejor la dinámica de los equipos de trabajo.
Entre las habilidades más significativas para asegurar un buen trabajo en equipo se puede
incluir la capacidad de negociación, el manejo de conflictos, el comportamiento inteligente
desde el punto de vista emocional, la capacidad para ejercer un cierto liderazgo, la
comprensión de las dinámicas de los equipos, etc. Cabe destacar que la mayoría de las
habilidades citadas no se producen por simple “experiencia” o “sentido común” de los
integrantes del equipo, sino que precisan de una formación técnica específica que la
empresa debe proporcionar. Introducir el trabajo creativo en equipos va mucho más allá,
pues, de ser “una simple manera de trabajar”. Debe estar ligado a los objetivos estratégicos
de la empresa y, en ese sentido, cobra mucha más importancia.
White comenta que estas son las verdaderas células de la nueva economía, no en el sentido
de Internet y las nuevas tecnologías, sino de un nuevo tipo de organización que está
aprendiendo a deshacerse de las herencias tradicionales de jerarquía, departamento, etc. El
equipo posee una lógica interna cualitativamente superior a la de la simple suma de
personas. Las dinámicas mentales y cognitivas que se pueden producir en un equipo
creativo de alto rendimiento son de orden lógico superior respecto a una serie de personas
más o menos unidas pero que en el fondo todo van por su cuenta.
Por tanto, la lógica del trabajo en equipo no es implementable, probablemente en todas las
organizaciones.
Además, en las organizaciones en las que no impere una cultura corporativa favorable a la
sinergia y a la conexión entre equipos y personas va a ser difícil la introducción de equipos
creativos. Si desde la propiedad o la dirección no se cree profundamente en los conceptos
de equipo, sinergia, cooperación, etc., es francamente difícil que puedan llegar a constituir
una alternativa a los sistemas más clásicos de trabajo.
Muchas veces los equipos creativos no se constituyen de forma oficial ni tienen porque
tener una duración determinada. De hecho, una de las gracias de los equipos de trabajo es
que pueden surgir espontáneamente, en función de una necesidad, una curiosidad o de las
ganas de trabajar sobre un tema por parte de un grupo de personas. Syrett y Lammiman
(2002) han propuesto cinco tipos distintos de roles que pueden dar origen a cinco tipos
distintos de equipos o sesiones creativas: el iluminador (alguien que propone una idea, crea
una visión o define una necesidad, desde el director general de una empresa hasta un
empleado), el esponsor (alguien que quiere trabajar en un tema porque cree en él, consigue
que la empresa le preste atención y está dispuesto a continuar supervisándolo, incluso ante
cualquier dificultad), el transformador (una persona que hace que una idea o proyecto sea
“real” al conseguir implementar ideas prácticas sobre conceptos teóricos que podían ser
interesantes pero sobre los que nadie había trabajado) y finalmente el experto externo,
alguien cuya colaboración es solicitada para aportar “aire fresco” a un proyecto difícil o
estancado.