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judaismo

14.2.18. Religión de cuaresma, tres pilares:


Limosna, oración, ayuno



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13.02.2018

Este año 2018 (ciclo b), el Miércoles de Ceniza se proclama el evangelio de Mateo 6,1-
18, que trata de los tres pilares de la justicia/religión, que son: limosna/justicia (6, 2-4), oración (6,
5-6) y ayuno (6, 16-18,sin la inclusión del Padrenuestro (6, 6-15),

Estos tres pilares provienen de la tradición judía (2 Cron, Tob, principios del rabinismo: cf.
Abot I, 2.18) y siguen definiendo la identidad del Islam, que les ha dado máxima
importancia, añadiendo uno de introducción (confesión de fe) y otro de conclusión
(peregrinación). Ellos marcan la identidad “práctica” de las religiones proféticas, que es la
limosna/justicia (apertura al prójimo), la oración (descubrimiento del misterio más hondo de la vida)
y el ayuno (purificación interior, para el servicio a los demás en Dios).

Ésta es la “religión de cuaresma, que se proclama este Miércoles de Ceniza, como


programa de vida alternativa:

1. Una religión/justicia universal, que vincula a judíos, musulmanes y cristianos, en un mismo


gesto de justicia/solidaridad, abierto al misterio “divino” de la vida (sin una confesión de fe
particular, como la musulmana) y a la experiencia de una transformación interior (ayuno). En esta
plano se vinculan no sólo las tres religiones proféticas, sino el budismo e hinduismo, con toda la
experiencia religiosa de la humanidad.

2. Una experiencia y tarea de solidaridad humana, donde la religión se identifica ante todo
con la “justicia”, es decir, con la limosna entendida en sentido bíblico radical. Se abre así un
programa de encuentro religioso en profundidad, donde la limosna (¡que es justicia: que todos
vivan!) expresa la hondura divina de la vida (oración) y la experiencia de la intensa entrega humana
(ayuno).
3. Una religión de transparencia: Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu
derecha… (Contra la religión espectáculo). Estas palabras de Jesús invierten la tendencia
normal de la religión que se hace espectáculo: Templo de Jerusalén, San Pedro del
Vaticano, Kaaba de la Meca. La vida misma en justicia y solidaridad, en profundidad, es
religión, contra todo espectáculo

Es imposible desarrollar todos los rasgos de este programa de religión/justicia de


Mateo en el centro del Sermón de la Montaña, pero es bueno evocarlos, al comienzo de
la cuaresma fijando el sentido de estos tres pilares, tal como han sido reinterpretados y
aplicados por el evangelio de Mateo, desde la perspectiva de Jesús.

(Imágenes: Son buenas y catequéticas..., pero las tres rompen el esquema del evangelio,
puna línea que Mateo ha evitado cuidadosamente, como ha mostrado en 5, 23-24 y como
verá quien siga leyendo).

El texto que sigue ha sido desarrollado extensamente en Comentario a Mateo Buena


cuaresma a todos.

INTRODUCCIÒN
6,1 Mirad, no hagáis vuestra justicia ante los hombres, a fin de que os vean; Pues en ese
caso no tendréis mérito ante vuestro Padre que está en los cielos.

La religión/justicia. Esta palabra (¡no hagáis vuestra justicia para que os vean….) define
y engloba los tres gestos siguientes (limosna, oración y ayuno) que son el centro de la
religión a bíblica, entendida a modo de buen comportamiento ante los hombres, ante Dios
y ante uno mismo. Unidos entre sí, esos gestos expresan el sentido más hondo (más
judío) del proyecto de Jesús. No son obras que se añaden a la vida, sino esencia y
contenido de la vida mesiánica.

Mateo identifica e interpreta estos tres gestos (o virtudes) con la justicia/religión,


entendida en sentido radical, como gesto de purificación y transparencia: no hagáis
vuestra justicia (dikaiosynê) para que os vean, como apariencia, sino para estar y vivir
transformados. Ésta es la justicia superior del Evangelio (cf. 5, 20), el centro del mensaje
de Jesús (6, 33), encarnado en los auténticos creyentes:

‒ Limosna (6, 2-4) es la justicia en relación a los demás, en un plano económico, pero
abierto a todos los niveles de la vida. No es limosna a la vista, para que se vea, sino un
gesto de comunicación en lo profundo, desde el misterio del Padre Dios, que no está para
que se vea y se demuestra, pero que mira y vive en todo lo que vive. El “ver” tiene en
Mateo otro sentido: “que vean vuestras buenas obras y alaben a Dios… 5, 16).
‒ Oración (6, 5-8). Es una forma de justicia ante Dios, en un sentido radical de interioridad
(despliegue del valor divino de la vida). No es una obligación, en sentido de Ley, ni una
forma de representación social, en las sinagogas (para los judíos) o en las plazas y
espacios públicos (para los gentiles), sino una experiencia radical de transcendimiento y
profundización en el misterio de Dios.

‒ Ayuno (6, 16-18). Este pasaje no discute su sentido y su posibilidad en un contexto


mesiánico (cf. Mt 9, 14-17), sino que se supone su "valor", como expresión de
autodominio..., pero no en clave penitencial externa, como forma de poder socio-religioso,
sino en línea personal, que puede y debe manifestarse externamente, a modo de
contraste, en formas de gozo y perfume.

En los tres casos (prescindiendo de añadidos a oración) Mateo sigue una misma
estructura:
(a) cuando… (hagas limosna, ores, ayunes…);
(b) no hagas/seas como los hipócritas que…;
(c) tú, en cambio…;
(d) y tu Padre que…

Esa estructura es parecida a la de las antítesis (5, 21-48), donde se contraponía una
norma antigua (habéis oído) con la de Jesús (yo, en cambio os digo); aquí se contrapone
la conducta de unos hipócritas (que entienden la religión como una forma de poder y de
apariencia) con la que han de tener los discípulos de Jesús (tú, en cambio), que entienden
la justicia de la religión como una experiencia radical de gratuidad, desde el secreto
luminoso de Dios.

‒ Este corrimiento hacia el secreto de Dios forma parte de la tradición judía, que ha
puesto de relieve la transcendencia divina. No hay quizá otro grupo religioso (a no ser el
budista) que haya destacado más este “secreto” (trascendencia) de Dios a quien no se
puede ver, tocar, ni representar, de manera que nadie puede “negociar” con él. Ésta ha
sido la experiencia radical de Jesús: Que Dios sea Dios, ya que sólo de esa forma puede
revelarse y se revela como Padre. Ésta es la paradoja: Nada sabemos de Dios, nada
podemos decir de él… y sin embargo “Dios es Padre”. Mateo se sitúa así en la línea de la
mejor tradición israelita, pues ella sabe que nadie ha visto a Dios.

‒ Estas oposiciones acentúan la gratuidad de Dios y de su relación con el hombre.


El Dios del Secreto se revela como Padre en gratuidad total, y así gratuitamente han de
responderle los hombres con su acción (limosna, oración, ayuno…). Mateo no ha
“inventado” estas acciones, ni el secreto en que deben cultivarse, sino que las ha tomado
de la tradición judía, como gestos básicos de humanización (religión, piedad) en el sentido
fuerte del término. Mateo se ha situado así en la raíz o principio de la alianza israelita (que
es la clave de su evangelio, como seguiremos indicando).

1. CUANDO HAGAS LIMOSNA (6, 2-4)


6, 2 Por eso, cuando hagas limosna, no toques ante ti la trompeta como hacen los
hipócritas en las sinagogas y por las calles, a fin de ser glorificados por los hombres; en
verdad os digo que ya han recibido su paga. 3 Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que
no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; 4 así tu limosna quedará en secreto; y
tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

La limosna no es algo que se da, un regalo externo, sino algo que tú haces (6, 2 ).
Limosna significa aquí justicia y/o fidelidad al pacto, en la línea de dos palabras básicas de
la tradición bíblica: tsedaqah, lo que el hombre ha de ser/hacer para vivir en plenitud;
y hesed, fidelidad al pacto, cumplimiento de aquello que el hombre ha de realizar para vivir
en armonía con los demás. Pues bien, hay una falsa limosna que algunos “hacen” para ser
glorificados por los hombres (6,2), para ser vistos, dentro de una sociedad de espectáculo,
donde lo que importa no es hacer para que el otro sea (vivir en pacto humano), sino
aparentar, de manera que aquello que damos al prójimo sirva para nuestro provecho.

1. La limosna es justicia. Una historia del tema.

En su sentido bíblico, tal como aparece en los LXX, limosna (eleemosynê) no significa un
simple donativo, un regalo casual, una “caridad” en el sentido intimista del término,
mientras el mundo en general siga en manos de los poderosos, sino algo muy distinto: La
limosna forma parte de la justicia (en hebreo tsedaqah), una expresión del orden justo,
misericordioso, de Dios, que quiere la vida de todos.

Según eso, la limosna forma parte del compromiso de la alianza de Dios, que se
identifica con su tsedaqah, de manera que cuando los hombres hacen limosna se vinculan
o, quizá mejor, se identifican con la perfección de Dios, como ha indicado el texto del
“amor al enemigo” (5, 48).

Ciertamente, el NT habla también de “limosnas” en el sentido más helenista de obras


concretas a favor de los demás (como puede verse en Lc 11,41; 12,33; cf. Hch 9,36; 10,2
etc.). Pero en Mateo sigue dominando la perspectiva bíblica que identifica
tsedaqah/limosna con la justicia, es decir, con un tipo de solidaridad religioso/social que
implica comunicación económica, como aparece desde antiguo en el entorno bíblico,
donde lo primero es la propiedad común de unos bienes, que, ciertamente, se pueden
utilizar de un modo particular (como propiedad privada) pero sabiendo siempre que el uso
común es lo primero.

Desde ese fondo se entiende la relación entre limosna (eleemosy: 6, 2) y justicia


(dikaiosunê: 6, 1, cf. 5, 20). No son dos cosas distintas, sino una misma actitud y acción
de fondo, aunque con matices diferentes, pues la justicia tiene un sentido más amplio y,
como he dicho, abarca no sólo la limosna, sino también la oración y el ayuno. Mirada así,
la limosna no es un asunto “privado”, de pequeña compensación entre particulares, que
tienden a remediar algunos males, con gestos de caridad intimista, sino una exigencia
social de solidaridad, en cuya historia podemos distinguir de un modo general cuatro
momentos:

‒ Solidaridad tribal. En el principio apenas había propiedad particular, sino que toda era
básicamente común del clan o de la tribu, y cada familia administraba una parte, en
armonía con otras familias. Según el libro de Josué, la tierra (bien primario) se repartió por
igual entre todas las familias, de formas que los diversos grupos poseían propiedades
semejantes. Estrictamente hablando no se podía hablar de limosna privada, a no ser en un
plano limitado, de pequeños intercambios y dones personales, pues todos (grupos y
personas) estaban vinculados entre sí por normas y principios de solidaridad, de manera
que los bienes eran para servicio común. La justicia/limosna se hallaba integrada por tanto
en el mismo sistema social.

‒ Gran ruptura. La nueva situación llegó con el surgimiento (desde el IX a.C.) de una
sociedad monárquica y comercializada, con una tendencia a la acumulación de bienes.
(a) La centralización de unos poderes estatales con el surgimiento de la monarquía hizo
que una parte considerable de los bienes pasaran a manos de la institución central, del rey
y su corte, con sus servicios militares y su administración que pasó a elevarse por encima
de los particulares.
(b) Aunque habitara en una zona separada, en la franja montañosa de Palestina, Israel
vino a formar parte de una sociedad altamente mercantilizada, bajo el influjo de cananeos
y fenicios, de manera que su economía quedó en buena parte en manos de un comercio
mundial de compra-venta, simbolizado por el dinero.
(c) Surgió finalmente la tendencia a la acumulación de propiedades, de manera que, ante
la injusticia de fondo debieron nacer iniciativas privadas de solidaridad, en forma de
limosna particular.

‒ Jesús, recuperación mesiánica. La situación resultaba apremiante en tiempo de Jesús,


a causa de la desintegración de las estructuras antiguas (con la nueva agricultura
comercializada y la urbanización “imperial” impuesta en Palestina en el siglo I dC). Desde
ese fondo puede y debe entenderse esta propuesta de reconciliación, acogida y
sistematizada por Mateo, en el contexto más solemne de su evangelio, por la que trata de
superar un tipo de pequeña limosna privada (limosna/espectáculo), al servicio del poder de
algunos (dentro de una estructura patronal), para volver, desde una perspectiva mesiánica,
personal y universal, a la limosna/justicia, es decir, a la tsedaqah del Reino, entendida
básicamente, en línea de hesed, de fidelidad al pacto de la vida.
Esta limosna de Mt 6, 2-4 forma parte de la justicia del pacto, es decir, del despliegue del
verdadero Israel, que Mateo ha querido recuperar desde el principio del evangelio. En una
línea semejante, apelando al “jubileo”, se situaba Lc 4, 18-19, pero Mateo ha querido ir
más allá, retomando la experiencia y tarea básica del pacto de Israel, donde la justicia se
interpreta desde Ex 34, 6 como experiencia del Dios entrañable, misericordioso y
verdadero. En este contexto de reinterpretación de la justicia se situará Mt 23, 33 donde lo
más hondo de la Ley se identifica con la justicia, misericordia y fidelidad.

Aquí no se habla de unas obras de limosna (misericordia) aisladas, sino de una forma de
vida que es justicia/misericordia, como ratifica Mt 25, 37 donde los que hacen (son)
limosna para los demás son los justos. La limosna se identifica así con la justicia: Ella
intenta redescubrir y actualizar el sentido básicamente comunitario de los bienes (no sólo
de la comida y bebida, sino también de la dignidad, la libertad etc.: acoger a los
extranjeros, visitar a los pobres encarcelados).

2. Análisis del texto.

Significativamente, este pasaje no habla de la “esencia” o identidad de la limosna, que en


ese contexto se identifica con la justicia, sino de la forma de “realizarla”. Mateo supone que
todos identifican limosna y justicia, y que así la realizan, pero lo hacen de formas y con
intenciones diferentes, pues también los “hipócritas” dan limosna (hacen justicia), pero lo
hacen con una intención que destruye o niega su sentido más profundo:

‒ Los hipócritas dan (=hacen) limosna, y así cumplen externamente la justicia, pero
lo hacen “tocando la trompeta”, para que todos se enteren, para que les alaben,
alcanzando así una honra superior. En contra de lo que sucede en la nuestra, en aquella
sociedad, el “capital” supremo no era el dinero, ni los bienes materiales, sino un tipo de
“honra”, entendida en forma de capital social. En un sentido, estos hipócritas utilizan la
religión (es decir, el cumplimiento de la limosna/justicia) para elevarse sobre los demás,
como podrían estar haciendo algunos dirigentes de un tipo de judaísmo rabínico naciente
(o de una iglesia cristiana), que querrían triunfar como “religión establecida”. En esa línea,
hipócritas son todos los que aprovechan un tipo de “buenas obras sociales” para así
elevarse a sí mismo.

‒ Ellos tocan la trompeta en las sinagogas (comunidad religiosa) y en las calles (vida
social). Tocar la trompeta significa proclamar externamente aquello que se hace, para se
vea, que se sepa, para alcanzar así un “poder” más importante que el mismo dinero. Estos
son los que quieren “comprar” con dinero/limosna un mayor prestigio humano (en esa línea
se puede interpretar el pan de la 1ª tentación: Mt 4, 1-4). De esa forma emplean el dinero
para algo ajeno, contrario a su misión fundamental, que es convertir a los hombres y
mujeres en hermanos (en un contexto de pacto). Sin duda, el tema del dinero (pobreza y
riqueza) es importante en la comunidad de Mateo; pero más importante es aún el
problema y disputa por el honor, es decir, por el prestigio religioso, en línea de autoridad
humana.

Los que tocan la trompeta pregonando sus limosnas pueden ser judeo-cristianos, o judíos
proto-rabínicos, pero en aquel contexto social pueden ser también los “patronos” o
benefactores de la ciudad, que pagan la construcción de edificios de tipo social o religioso,
los que financian juegos y representaciones, aquellos cuyo nombre (su estatua) se pone
en las plazas y calles. El problema no es por tanto la “limosna material”, pues Mateo
parece suponer que se cumple el precepto de participación económica, y que en ese plano
estamos ante una sociedad solidaria.

El problema está en que se trata de una solidaridad interesada, al servicio del triunfo
de los “ricos”. En contra de eso, Mateo propone un ideal y camino de limosna en línea de
gratuidad al servicio de sí misma, es decir, del bien de los demás, sin intereses de
sinagoga o de grupo cristiano, sino sólo por el bien de todos.

“Que no se sepa, que no se vea” no significa que la limosna sea arbitraria, sino todo
lo contrario: Que vaya dirigida de hecho y con eficacia al servicio de los demás (no del
triunfo egoísta o particular de los donantes), de manera que la recompensa no se
contabilice en forma de prestigio propio o de dominio sobre los demás, sino de comunión
real entre personas (esto es lo que ve y recompensan el Padre de los cielos). En esa línea
se puede citar el dicho esencial de Didache 1, 6: “Que la limosna sude en tu mano
antes de saber a quién la das…”. Que sea, por tanto, una limosna “inteligente”, siendo
totalmente gratuita.

Esta limosna así realizada, sin intención de aprovecharse de ella, ni de que lo haga el
propio grupo, pero con “inteligencia social”, al servicio de la gratuidad, se opone al
proyecto que Mateo identifica en especial con los “hipócritas”, que a su juicio quieren crear
una religión centrada en sí misma, con gestos de justicia/limosna que se ponen al servicio
del propio grupo. Posiblemente, la crítica de Mateo no puede aplicarse sin más a los
grupos del judaísmo rabínico naciente, pues los judíos del entorno no hacían sus obras (no
daban sus limosnas) para aumentar su poder y elevarse así sobre los otros, como una
estructura de dominio religioso. Pero Mateo ha percibido en algunos grupos (judíos y/o
cristianos), un riesgo de acción social puramente interesada, y de esa forma lo condena.

2. CUANDO ORÉIS… (6, 5-15)

Sigue el esquema indicado en la introducción sobre las tres justicias (limosna, oración y
ayuno). En el primer y último caso se mantiene el orden tradicional judío, reformulado por
una tradición cristiana que ha sido recogida por Mateo (no aparece ni en el Q ni en Mc).

Pero en este segundo caso, dedicado a la oración, Mateo se contenta con retomar la
tradición, sino que se ha visto obligado a extender el esquema, introduciendo tres
aplicaciones, que forman un tratado de oración.El texto consta cuatro partes.

(a) Formulación básica (5, 5-6), insistiendo en el secreto, gratuidad y universalidad de la


oración, en contra de los hipócritas, en un contexto básicamente judío.
(b) Ampliación “simétrica” (5, 7-8), pidiendo que la oración de los creyentes no se exprese
en forma de palabrería en contra una la tendencia propia de los gentiles (c) Modelo de
oración, el Padre-nuestro (5, 9-13), que Mateo reformula a partir de una plegaria común de
la iglesia, tal como aparece en el documento Q (cf. Lc 11, 24).
(d) Condición central de la oración, el perdón (5, 14-15), tema que Mateo ha tomado de Mc
11, 25 (en un contexto de enfrentamiento con el templo), para situarlo aquí, como culmen y
compendio de esta catequesis de oración.

1. Formulación básica (Mt 6, 5-6)

Mateo aplica a la oración el esquema utilizado para la limosna, en la línea de la justicia


original (cf. 6, 1), entendida como vinculación profunda del hombre y Dios. De esa forma
acepta el valor de la oración, en la línea de la tradición judía, expresada en los Salmos, y
en la historia de oración que ha modelado el alma y vida del pueblo israelita, cuya historia
ha sido una historia de oración, para insistir al fin en la necesidad de que ella sea una
experiencia profunda de misterio, de unión con Dios en el secreto de la vida:

‒ El pueblo judío ha descubierto y proclamado en oración el valor de su historia y de


su identidad actual, descubriendo en ella la mano de Dios. El principio de la vida no es un
poder cósmico, siempre igual, al que debemos retornar, de manera que todo siga igual,
sino el Dios persona (Yahvé), que ha puesto en marcha la vida del pueblo. En oración han
descubierto los judíos la presencia y obra del Dios liberador: los patriarcas dejaron su
patria anterior, y no pudieron retornar a ella, porque Dios les dirigía a una patria más alta;
en gesto de oración salieron los hebreos de Egipto, cruzaron el mar con la ayuda de Dios e
iniciaron un camino hacia la libertad en Dios. Ésta es la experiencia radical que se
expresaba en la oración israelita.

‒ En oración han trazado los judíos su camino, empezando por Abrahán a quien
Dios dijo: «Vete a la tierra que yo te mostraré...; daré a tus descendientes esta
tierra» (cf. Gen 12, 1-3; 15, 18-21). En oración descubrieron los hebreos la presencia y
acción de Dios en la montaña del Sinaí (Ex 19-10). Éste es el principio de toda su travesía
creyente: Los israelitas han descubierto a Dios en el camino de su propia vida; orar ha sido
para ellos descubrir y acoger la presencia de Dios que les sostiene y corrige a lo largo de
su dura historia, de un modo fuerte, pero siempre escondido, en una experiencia muy
honda de fe.

En ese contexto se entiende la palabra de Jesús, que destaca el carácter escondido


(secreto) del encuentro con Dios, y su eficacia poderosa, por encima de todos los
esquemas “mercantiles” en que ha podido caer cierto tipo de hipócritas (judíos o no
judíos), que “quieren ser vistos” orando en las sinagogas y en las plazas, convirtiendo de
esa forma la oración en un “negocio” espiritual, que les permitiría sobresalir por encima de
los restantes pueblos. Jesús se opone a todo tipo de “oración espectáculo” y negocio,
tanto en un ámbito religioso (sinagoga) como en el profano (calles y plazas).

6, 5 Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar en las
sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos por los hombres;
en verdad os digo que ya reciben su paga. 6 Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en
tu aposento y, cerrando la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre,
que ve en lo secreto, te recompensará.
El evangelio rechaza un tipo de oración judía o cristiana, hecha de apariencia, como
si ella fuera expresión de la propia justicia y superioridad frente a otros. Y rechaza
igualmente una oración de calle (en las esquinas de las plazas), a modo de propaganda
religiosa, como si los hombres pudieran “negociar” con Dios y volverse de esa forma, por
religión, más respetables y más reconocidos por la gente (por los otros), buscando y
recibiendo así una sanción social de su plegaria.

En contra de eso, el Jesús de Mateo pide a los creyentes que oren en secreto, en el
aposento (tameion) de la casa, que solía ser un local interior, una habitación particular, sin
apertura externa, cerrada la puerta, para que no les vieran de la calle, a solas ante el Dios
del secreto, que ve en lo escondido porque es Padre, sólo él, les dará su recompensa
(avpodw,sei, les premiará), gratuitamente, en el nivel más hondo de la vida. Así formula la
oración este pasaje que sigue siendo inquietante y esperanzado, abriendo un especio y
camino más hondo de oración mesiánica:

‒ Mateo 6, 5-6 se opone a la oración de unas sinagogas o iglesias entendidas como


espacio de espectáculo religioso, en línea de visibilidad y competencia mutua: para que
se vea que los fieles oran y que lo hacen mejor que los otros. Recordemos que el mismo
Mateo ha dicho que los seguidores de Jesús son una especie de “ciudad elevada” sobre el
monte, a fin de que todos puedan ver sus buenas obras y bendecir a Dios (cf. Mt 5, 14-16).

Pues bien, él añade ahora que ellos no pueden convertir su oración en provocación social,
hacerla en público, para que todos la vean; por eso, él les dice que cierren la puerta de sus
reuniones orantes, que no quieran exhibirse, convirtiendo su piedad es función teatral,
para que les vean y les reconozcan y les honren (dándoles así su recompensa).
Ciertamente, este “secreto en la oración” no va en contra del testimonio creyente (¡sois la
luz del mundo, no se puede ocultar una ciudad elevada sobre el monte! 5, 14), pero exige
que ese testimonio se viva y expanda en pura gratuidad, sin querer sacar ventaja alguna
de ello.

‒ Al pedir a los suyos que no oren en las plazas, Mateo se opone a una presencia
demostrativa de oración, en plena calle, en contra de la religión romana que se realiza
básicamente ante los templos públicos, que forman (con los foros y palacios imperiales) el
corazón de las ciudades. Orar ante esos templos se había convertido en propaganda
político/social, al servicio de las élites y del mismo imperio romano. Por eso, Mateo se
opone a esa oración entendida en forma de mercancía político/social, una forma de
imponerse sobre los demás, en un mundo donde Dios aparece como gran objeto de
compra-venta.

‒ Casas de oración, la cámara secreta. Cuando el texto dice que “tú”, al orar, entres
en la cámara cerrada (tameion) no está aludiendo sólo a un tipo de plegaria en
solitario, sin ninguna compañía, como muestra con claridad todo el evangelio. Este
“tú” que entra y se cierra en la habitación es un “tú” comunitario, el signo de una iglesia
hecha de cercanía humana, de transformación personal y grupal, en casas donde los
orantes dialogan con Dios “en lo escondido”, para convertirse paradójicamente, por
ampliación, en signo de la mayor universalidad, como he puesto de relieve al hablar de la
“limosna”. No es una oración de algunos en contra de otros, sino una oración de todos
(para todos), ante el Dios que “recompensa” de manera intensa a sus fieles sean
plenamente humanos. Aquí se sitúa el principio y centro de la oración cristiana.

Sin duda, esta palabra de Jesús no puede aplicarse en la actualidad de una manera
mecánica, como si no hubieran existido veinte siglos de historia cristiana (en los que se ha
hecho con frecuencia lo contrario de aquello que el Jesús de Mateo pedía a sus
comunidades). Pero es evidente que ella ha de entenderse y aplicarse de forma creadora,
en este nuevo tiempo, en un momento en el que se dice que el siglo XXI será un orante o
no será: o los hombres nos abrimos a un tipo de experiencia superior de interioridad y
cultivo del misterio o terminaremos matándonos, de forma que no habrá para nosotros más
vida posible sobre el mundo.

Ciertamente, como sabe Mt 6, 5-6, puede haber un tipo de oración convertida en


propaganda de grupo, desde la propia casa (sinagoga) o desde la calle, volviéndose de
esa manera interesada y partidista. Ésta es la oración que se pone al servicio del poder del
propio grupo, una oración que pueden convertirse en signo de intolerancia y fanatismo, de
superioridad egoísta y de desprecio de los otros. Pues bien, en contra de eso, puede y
debe darse una experiencia de oración agradecida y creadora, vivida como regalo de Dios,
y abierta a la comunicación afectiva que vincula a los creyentes en claridad más alta y en
gozo compartido…

El cristianismo ha de ofrecer un camino de oración amorosa como fuente de liberación


universal o perderá sentido (dejará de existir). Normalmente, pensamos que la sociedad
sólo puede mantenerse sobre bases de poder sacral, de sometimiento religioso, sumisión
política e imposición económica. Pues bien, retomando su inspiración evangélica, la
oración puede volverse principio de liberación personal y comunitaria, de manera que los
cristianos dialoguen con Dios, sin buscar el espectáculo externo, ni la superioridad del
propio grupo.

La oración cristiana ha de abrir para los hombres un espacio de comunicación


gratuita y gozosa o perderá su sentido. Han existido entusiasmos y místicas violentas,
vinculadas a la evasión espiritual y a la imposición social. Pues bien, en contra de eso, la
oración cristiana ha de expresarse como encuentro de amor en gratuidad. En esa línea,
Jesús no ha sido especialista en interioridad trascendental, ni asceta alejado del mundo,
sino Mesías de la palabra y el amor concreto (carnal), en diálogo con los necesitados.

3. CUANDO AYUNÉIS… (6, 16-18)

Tras la limosna y la oración, culminando la trilogía de la justicia (6, 1-18), viene el ayuno,
entendido como dominio de sí, vinculado de un modo especial con la comida. En la
actualidad, el ayuno ha perdido en occidente gran parte de su antiguo poder sagrado, pero
ha recuperado mucha importancia, desde la perspectiva de la salud (dietética) y, sobre
todo, desde la problemática de la justicia social: es necesaria una renuncia, para compartir
la comida con los pobres. En esa línea se ha vuelto absolutamente esencial.
Si un tipo de mundo poderoso y rico no aprende a ayunar para compartir su
abundancia con los pobres se destruye a sí mismo, destruye a los pobres y pone en
riesgo el equilibrio vital de la misma tierra. Si un tipo de hombre autosuficiente no aprende
a renunciar y ayunar contemplar a Dios y amar a otros se destruye a sí mismo, se vuelve
enfermo y pierde el equilibrio de la misma vida; se trata de un ayuno no sólo dietético y
medicinal, sino humano, espiritual y corporal en el sentido más profundo. Sobre el ayuno
puramente dietético es necesario un ayuno personal de solidaridad y de auténtica
maduración existencial. Desde aquí debe entenderse este pasaje:

6, 16 Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro
para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. 17 Tú,
en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, 18 para que tu ayuno sea
visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve
en lo secreto, te recompensará.

En principio, el ayuno de Israel era parecido al de otras religiones y pueblos del entorno:
Saúl ayuna antes de luchar contra los filisteos (1 Sam 28, 20-22); Moisés, antes de entrar
en contacto sagrado con Dios (Ex 34, 28), y los israelitas celebran ayunos de
arrepentimiento (cf. Joel 2, 12; Ester 4, 16), que se parece mucho a de los paganos de
Nínive (cf. Jon 3, 4-7). Pero los profetas han puesto de relieve un rasgo nuevo,
vinculado el ayuno con la justicia, pasando así del campo sacral al social:

¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero…? ¿Doblegar como junco la cabeza, echarse
sobre saco y ceniza? ¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahvé? ¿No será más bien otro
distinto el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de la maldad, deshacer las coyundas del
yugo, dar la libertad a los oprimidos, y arrancar todo yugo? ¿No será partir tu pan con el
hambriento, y recibir en casa a los pobres sin hogar? ¿No será cubrir al desnudo y no
desentenderte de tu semejante? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se
curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahvé te seguirá. Entonces
clamarás, y Yahvé te responderá, pedirás socorro, y dirá: Aquí estoy. Si apartas de ti todo
yugo, si no acusas con el dedo y no hablas maldad, repartes al hambriento tu pan, y al
alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será
como mediodía (Is 58, 5-10).

En esa línea, insistiendo en el carácter social (justicia) de su compromiso religioso, el


judaísmo ha podido superar gran parte de los ayunos tradicionales, aunque ha conservado
como los del Yom Kippur o día de la expiación, para conmemorar la justicia y el perdón de
Dios, y los que conmemoran la caída de Jerusalén, con la destrucción del templo, en el
mes de Tammuz (segunda quincena de junio) por la destrucción del 578 aC y en el mes de
Av (agosto), por la del año 70 dC. En ese contexto, Jesús ha concedido menos
importancia al ayuno por algo del pasado, pues lo que a su juicio urgía era la llegada y
celebración del Reino de Dios, con la justicia a favor de los pobres (Is 58).

Lógicamente, a los pobres, hambrientos y marginados no se les puede exigir un ayuno


pensado “virtuosos” religiosos y para aquellos que pueden contar y cuentan con
abundancia de bienes. Más aún, partiendo del anuncio del Reino, de un modo provocador,
el evangelio ha podido recordar que los primeros seguidores de Jesús no ayunaban:

“Los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando. Fueron a Jesús y le dijeron: ¿Por
qué ayunan los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos, pero tus discípulos no
ayunan?” (Mt 9, 14-15a; cf. Mc 2, 18-19).

Desde ese fondo, la tradición más antigua sabe que Jesús no ayuna: “Porque ha venido
Juan Bautista, que no comía ni bebía y decís: tiene un demonio. Ha venido el Hijo del
Hombre, que come y que bebe, y decís es un comilón y un bebedor, amigo de publicanos
y pecadores” (Mt 11, 18-19; cf. Lc 7, 33-35). Los mismos que acusan a Juan Bautista por
su excesiva penitencia (parece convertir la religión en puro ayuno), condenan a Jesús por
lo contrario: porque come y bebe, celebrando la presencia de Dios, como novio de bodas,
en forma de comida, no de ayuno.

Pero ese gesto de Jesús, rechazando el ayuno por la llegada del Reino (en una línea que
puede vincularse a Is 58), ha sido resituada por Iglesia posterior, que ha querido añadir allí
unas palabras muy significativas: “Vendrán días en que el novio les será arrebatado.
Entonces, en aquel día, ayunarán” (Mt 9, 15b; Mc 2, 20).

Parece que la Iglesia evoca así la “muerte” de Jesús: Cuando él no esté, cuando los
cristianos no tengan ya al novio, reintroducirán el ayuno. Y de esa forma, la comunidad
cristiana ha vuelto a promulgar un tipo de ayuno, inspirado quizá en el gesto de los
cuarenta días de Jesús en el desierto, tras el bautismo (Mt 4, 2; cf. Mc 1, 13; Lc 4, 2). En
esa línea, la Iglesia de Mateo ha reintroducido y regulado el ayuno, unido a la oración y a
la limosna, como expresión y exigencia de justicia, pues sólo el vencimiento propio (un tipo
de dominio de sí hace posible el despliegue de la verdadera justicia humana, del
verdadero encuentro con Dios).

‒ Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas… Tú, cuando ayunes,
unge tu cabeza y lávate la cara… (6, 16-17). Éste es un pasaje de polémica y choque, en
contra de los hipócritas, que son como actores teatrales que convierten el ayuno en
espectáculo, para representar de esa manera su “dolor” ante los otros. Es evidente que no
todos ayunaban de esa forma, pues había auténticos judíos, que ayunan para mantener
una memoria fiel de las injusticias padecidas y para potenciar su unión con Dios. De todas
formas, había judíos y de judeo-cristianos que tendían a convertir el ayuno en marca de
identidad de su propio orgullo religioso.

En esa línea puede recordarse la advertencia “hiriente” de Didajé 8, 1, que (con palabras
cercanas a Mt 6, 16-18) parece imponer un ayuno cristiano que parece nuevamente
hipócrita: “Vuestro ayuno no sea como el de los hipócritas, que ayunan el segundo y quinto
día de la semana (lunes y jueves); vosotros ayunad el día cuarto y el de la preparación
(miércoles y viernes)”. Ciertamente, los motivos y formas de ayuno podrían ser distintos.
Pero centrar la diferencia del ayuno respecto a los “hipócritas” en el cambio de días de la
semana parece cambiar poco las cosas.
‒ Que desfiguran su rostro para mostrar a los hombres que ayunan. En verdad os
digo que ya tienen su recompensa (6, 16). Mateo acusa a los hipócritas de realizar un
ayuno de “identidad propia”, que se interpreta al mismo tiempo como una forma de
separación religiosa y social respecto de otros grupos. Los gestos de ese ayuno
(desfigurar el rostro…, mostrarse así “dolidos”) sirven para separar a unos hombres de
otros, marcando unas distancias, que van en una línea de autoalabanza “religiosa”
(¡nosotros ayunamos, cumplimos nuestro compromiso de penitencia ante Dios!) y de
“victimismo” social (que otros vean que estamos afligidos, y que esa aflicción deriva en
especial de lo que ellos mismos nos han hecho.

En esa línea, el mismo ayuno se puede convertir en acusación en contra de los demás
(para que los otros vean que nos hallamos afligidos, pues ellos mismos son la causa de
nuestra aflicción). De esa forma, el ayuno podría convertirse en un tipo sadismo grupal,
convertido en tema de acusación contra los otros.

‒ Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro… (6, 17). Este
gesto no se puede interpretar en forma de hipocresía o teatro, pues nos situaría ante una
nueva alternativa igualmente provocadora, en la línea anterior de los “hipócritas”, como si
el que ayuna dijera: “Quiero que los hombres vean la autenticidad de mi ayuno, y que lo
hago de un modo especial, distinto del que realizan ellos…”. Mateo quiere, más bien, que
nadie conozca ese ayuno, superando ese nivel de visibilidad exterior…

Lavarse y perfumar la cara (gestos que se toman aquí en forma simbólica…) son
expresiones de auto-conciencia afirmativa, de aceptación del propio camino, en línea de
humanidad, sin glorificación externa. Se trata de asumir positivamente la vida, sin
identificarse como grupo especial (de ayunantes), y sin echar la culpa a otros (en línea
victimista). La verdadera víctima no se hace la víctima, sino todo lo contrario, pues vive por
unión con el Dios de la gracia (¡y tu Padre que ve en lo secreto!) y en apertura hacia los
otros. En esa línea, la hondura del ayuno (que en otro sentido es justicia, es decir,
comunicación en gratuidad y gesto de ayuda a los necesitados) se identifica con el gozo
de la vida: Lavarse, perfumarse y vivir ante y con los demás.

‒ Para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está en lo
secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (6, 18). La visibilidad del ayuno
solo tiene sentido ante el Dios Padre, que es don y principio de vida. En ese sentido se
podría y debería afirmar que Dios Padre es el ejemplo y testimonio del verdadero ayuno,
es decir, de una vida entendida como don al servicio de los demás, igual que sucedía en el
caso de la limosna y la oración, que eran gestos y signos de la presencia de Dios en la
vida de los hombres, como fuente de misericordia (limosna) y diálogo de amor (oración).
Así podemos afirmar que Dios es ayuno, vida generosa al servicio de los demás, sin
lamentaciones, sin gestos doloristas (sin andar cabizbajo, sin desfigurarse la cara…).

Hay un Dios de ayuno negativo, como un ídolo de rostro cabizbajo, como desfigurado, que
va echando en cara a los hombres sus delitos y sus transgresiones… Éste es el Dios del
ayuno falso, sediento de sacrificios y sangre, de castigos e infiernos, para así sentirse
seguro a sí mismo. Pues bien, en contra de eso, el Dios del evangelio (que mora en lo
secreto y no se impone por la fuerza) goza amando a los hombres, y se alegra así con
ellos (¡se lava el rostro herido, perfuma su cara…!), para que nosotros podamos vivir en
concordia, en justicia, en misericordia.

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