Ellos habían estado cerca cuando él sudó gotas de sangre. Lo habían visto colgando en
la cruz y habían visto su tumba vacía después de que él había sido resucitado. Habían
comido con él y habían hablado con él en su cuerpo glorificado. Habían visto a Jesús en
el monte transfigurado en su eterna gloria. ¡Lo habían visto ascender al cielo! Pero,
¡todavía no estaban listos para testificar de él!
¿Por qué no pudo Pedro haber ido a la muchedumbre que se había juntado en Jerusalén
e inmediatamente testificarles de su resurrección? ¿Acaso no había sido él
personalmente testigo de ese evento? Ellos necesitaban el poder del Espíritu Santo para
hacerlo.
Esteban, lleno del Espíritu Santo, predicó a los líderes religiosos: “¡Duros de cerviz!
¡Incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como
vuestros padres, así también vosotros…Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus
corazones y crujían los dientes contra él” (Hechos 7:51, 54).
Cuando usted emerge después de haber buscado a Dios, lleno del Espíritu Santo, usted
podrá pararse delante de sus compañeros de trabajo, de su familia – delante de
cualquiera – y su testimonio provocará una de dos reacciones. O ellos clamarán, “¿Qué
debo hacer para ser salvo?, o ellos querrán matarlo. Usted estará hablando palabras que
cortarán el corazón.