Escuela de Teología
La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre
todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo
de cada persona y de toda la humanidad (CV 1).
Con estas elocuentes palabras inicia Benedicto XVI su tercera encíclica, la cual por un lado tiene
continuidad con Deus caritas est, pero por otro quiere ser a la vez homenaje y actualización de los
contenidos en materia de Doctrina Social de su predecesor Pablo VI en Populorum progressio a
cuarenta años de su publicación y de Solicitudo rei socialis de Juan Pablo II que escribió en ocasión
de los veinte años de la misma. Por ello el actual Pontífice ha querido presentar esta aportación
magisterial con la certeza de que para la Iglesia, la defensa de la verdad es irrenunciable. Aunque no
le corresponda ofrecer soluciones técnicas, debe garantizar que la verdad del ser humano, de su
dignidad y de su vocación reciben la atención que merecen. De este modo a lo largo de los primeros
nueve números de la encíclica es presentado los temas principales; en primer lugar la caridad en la
verdad que es el principio sobre el que gira la Doctrina social de la Iglesia, y de ella se sigue la
necesidad de la justicia y su promoción social junto con la búsqueda del bien común. Todo ello en
miras al verdadero progreso de los pueblos no sólo reducido a lo técnico y económico sino que
regresando a las enseñanzas de la Iglesia; fidelidad al hombre que exige fidelidad a la verdad, pues
es la única garantía del libertad y de la posibilidad de un auténtico desarrollo humano integral.
El Papa también resalta la encíclica Octogesima adveniens de 1973 en la que Pablo VI reflexionó
sobre la política y el peligro que representaban las visiones utópicas e ideológicas, potencialmente
inhumanas. De esta manera Pablo VI en todo su magisterio a lo largo de otros documentos, presentó
luces y que sin ser de doctrina social, ayudan a entender el sentido pleno del desarrollo que propone
la Iglesia, tales como Humanae vitae y Evangelii nuntiandi.
Resalta Pablo VI, que el progreso es ante todo una vocación que implica que el desarrollo deba
nacer de una llamada trascendente y que este desarrollo no puede darse a sí mismo un significado
último, pues la vocación es una llamada que requiere una respuesta libre y responsable, que respete
la verdad y que su centro sea la caridad para que solo así pueda lograr el desarrollo humano
integral. Afirmando que ninguna estructura puede garantizar ese desarrollo al margen de la
responsabilidad humana. Y que los mesianismos que niegan esa dimensión, acaban oprimiendo al
ser humano. Las estructuras políticas y económicas son importantes pero en el fondo no son sino
instrumentos de la libertad humana. Concluye este capítulo diciendo que la globalización nos hace
más cercanos, pero no más hermanos y que la razón, por sí sola, nunca va a conseguir fundar la
fraternidad. Ésta debe ser la meta a la que se encaminen todos los procesos económicos y sociales
actuales, para conseguir verdaderamente metas plenamente humanas.
Ante esta realidad, el Papa señala que la crisis actual es ocasión para discernir un nuevo modelo de
desarrollo. Necesitamos una nueva síntesis humanista, una profunda renovación cultural que nos
permita redescubrir valores de fondo. Precisamente a lo largo de este capítulo confiesa que los
problemas del desarrollo son múltiples y no deberían simplificarse o ser ideológicamente
caricaturizados, por lo que comienza a describir algunos de ellos y a pesar de que en palabras del
Papa; el cuadro de desarrollo se despliega en múltiples ámbitos. Los actores y las causas, tanto del
subdesarrollo como del desarrollo, son múltiples, las culpas y los méritos son muchos y diferentes,
en aras de mantener una verdadera síntesis me limito a presentar solamente cuatro que a mi juicio
son las que pueden llegar a englobar todo; la novedad del estallido de la interdependencia planetaria
(globalización); la apertura a la vida, la cual está en el centro del verdadero desarrollo; el derecho a
la libertad religiosa; y la promoción de un amor rico en inteligencia y una inteligencia llena de
amor. Debo decir que éste es un capítulo sumamente vasto y al cual regresaré en el análisis.
El capítulo tercero trata sobre la relación entre Fraternidad, Desarrollo económico y Sociedad
civil, temas que ya habían quedado esbozados al término del primer capítulo, así mismo en este
capítulo el Sumo Pontífice comienza afirmando que el desarrollo económico, social y político
necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión
de fraternidad. Pues creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí solo el mal de la historia lleva
a confundir felicidad y salvación con formas de bienestar material y acción social muy limitadas.
Además continua diciendo, ya en el tema de la economía que sin formas internas de solidaridad y de
confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. La
lógica mercantil no puede resolver los problemas sociales, sino que debe ordenarse al logro del bien
común y la responsabilidad de la política. Por eso, separar economía y política genera graves
desequilibrios. Así pues, el mundo globalizado necesita desarrollar tanto la gratuidad como la
democracia económica, es decir, junto a la empresa privada, orientada al beneficio, y los distintos
tipos de empresa pública, deben desarrollarse organizaciones con fines mutualistas y sociales, sólo
así es que como sociedad daremos pasos para “civilizar la economía.” Además, caridad en la verdad
también significa desarrollar iniciativas económicas sostenibles que vayan más allá de la lógica del
intercambio y del lucro como fin en sí mismo. El Papa insita a ver que se requieren cambios
profundos en el modo de entender la empresa, pues las grandes empresas modernas se han
despersonalizado: son asociaciones anónimas sin arraigo territorial y ni siquiera nacional, atenidas
como el resto de la sociedad a ser víctimas o beneficiarias de la globalización. En este capítulo el
Romano Pontífice nos urge hacia una apertura progresiva en el contexto mundial, a formas de
actividad económica caracterizada por ciertos relacionalidad, comunión y participación inclusiva.
Es fácil advertir el modo en que Benedicto XVI ha ido concatenando los temas y va desarrollando
la temática netamente social de su encíclica, por lo que ahora presenta de modo más extenso el tema
del Desarrollo de los pueblos, Derechos y deberes, Ambiente en su cuarto capítulo, el cual parte
haciendo mención de PP 17 para comenzar hablando de la necesidad de reflexionar sobre los
deberes que los derechos presuponen y sin los cuales éstos se convierten en algo arbitrario.
Los deberes reclaman que los derechos sean defendidos y promovidos como un compromiso al
servicio del bien común, por eso cuando los derechos pierden su carácter objetivo y se fundamentan
en la decisión de una asamblea de ciudadanos, pueden ser modificados a voluntad, debilitándose así
en la conciencia común el deber de respetarlos y promoverlos. Por tanto, compartir los deberes
recíprocos moviliza mucho más a las personas que la mera reivindicación de derechos. En este tenor
la encíclica afirma que la concepción de los derechos y los deberes respecto al desarrollo, deben
también tener en cuenta los problemas relacionados con el crecimiento demográfico, pues este
respeto afecta a los valores irrenunciables de la vida no sólo en cuanto valor por sí misma sino
también en cuanto a la sexualidad su educación y en consecuencia a la apertura a la vida y la
familia, ya que ello constituye una riqueza social y económica.
En el ámbito económico, se habla de la ética en las empresas, pues la economía necesita de la ética
para funcionar correctamente, es decir para poder realmente respetar las exigencias de la naturaleza
de estas actividades humanas. También la relación con el medio ambiente impone deberes. La
naturaleza, obra de Dios, debe ser utilizada respetando el equilibrio de la creación. Por tanto, es
contrario al auténtico desarrollo considerar la naturaleza como más importante que la persona
misma, ello constituiría un nuevo panteísmo. Pero tampoco es aceptable la actitud depredadora de
quien no respeta límites en el uso y la tecnificación del entorno natural. Si bien es cierto que el ser
humano interpreta y modela el ambiente natural mediante la cultura, orientada a su vez por la
libertad responsable iluminada por la ley moral, no podemos tomar hoy decisiones que destruyan el
futuro. Los proyectos de desarrollo deben respetar la solidaridad y la justicia intergeneracional,
atendiendo a las consecuencias de nuestras acciones actuales. En conclusión, se hace necesaria una
alianza entre el ser humano y el medio ambiente, junto con un cambio de mentalidad que nos lleve a
adoptar nuevos estilos de vida menos hedonistas y consumistas.
Concluye este capítulo el Papa diciéndonos que la verdad y el amor no son productos humanos, sino
dones que solo se pueden acoger, su fuente última no es el ser humano, sino Dios. Por tanto, la
vocación al desarrollo se inscribe en un plan que nos precede, que se nos invita a acoger en libertad.
Así, el amor y la verdad no son el resultado de deliberaciones humanas sino la expresión de una
realidad objetiva que nos indica qué es el bien y en qué consiste nuestra felicidad. De este modo,
amor y verdad nos señalan el camino hacia el verdadero desarrollo.
El capítulo quinto es un clamor por la colaboración de la familia humana parte Benedicto XVI
diciendo que una de las más grandes pobrezas del hombre es la soledad, por lo que el desarrollo de
los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora
con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro. Así
las relaciones interpersonales, al igual que entre familias y pueblos lo que hacen es transparentar la
individualidad, o mejor dicho originalidad, desde la legítima diversidad. Sabiendo también que el
hombre está llamado a quedar asociado a la realidad de comunión que brota de la Trinidad.
En el campo religioso se hace indispensable la colaboración entre las diferentes religiones, ya que la
religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un
lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en
particular, política. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa «carta de
ciudadanía» de la religión cristiana. No sin antes advertir que tanto en el laicismo y el
fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo entre razón y fe religiosa. La razón
necesita ser purificada por la fe y esto vale también para la razón política. A su vez, la religión
necesita ser purificada por la razón. La ruptura de este diálogo tiene graves costes para la
humanidad.
El capítulo sexto y último lo dedica el Papa a; El desarrollo de los pueblos y la técnica. Comienza
poniendo como punto de partida antropológico que el tema del desarrollo de los pueblos está
íntimamente unido al desarrollo de cada persona y continua valorando la técnica como un hecho
profundamente humano, vinculado a la autonomía y libertad del hombre, pues en la técnica se
manifiesta y confirma el dominio del espíritu sobre la materia, sin embargo, el desarrollo de los
pueblos se degrada cuando la humanidad piensa que puede recrearse utilizando los «prodigios» de
la tecnología. Esta desviación de la mentalidad técnica de su originario cauce humanista se traduce
también en una consideración del desarrollo como mera cuestión de ingeniería política y
económica. Sin embargo, el problema es más complejo pues, el desarrollo no será posible sin
hombres rectos, sin operadores económicos y políticos que no sientan con fuerza en su conciencia la
llamada al bien común. Por ello, la preparación profesional necesita también de una sólida
conciencia moral. Así, la ideología de la técnica confunde fines y medios ya que el empresario
busca el máximo beneficio, por otro lado el político pretende la consolidación del poder y el
científico persigue a todo costo el avance de sus descubrimientos. Lo mismo ocurre con el
desarrollo económico, que se manifiesta ficticio y dañino cuando se apoya en los «prodigios» de las
finanzas para sostener un crecimiento antinatural y consumista.
En este capítulo, como conclusiones o temas necesarios de abordar, a parte de la búsqueda de la paz
de la que ya hemos hablado, se maneja el tema de la bioética como un campo crucial de
confrontación cultural entre el absolutismo técnico y la responsabilidad moral. Apareciendo como
cuestión de fondo si el hombre es la medida de sí mismo o si depende de Dios. Así como el tema de
los medios de comunicación social afectados también por el desarrollo tecnológico, de los cuales el
Papa invita a que necesitamos reflexionar sobre su influjo. Los medios de comunicación pueden
hacer una contribución muy positiva si se centran en la promoción de la dignidad de las personas y
de los pueblos, buscando servir a la verdad, al bien y a la fraternidad universal.
En la Conclusión, el Papa termina su carta diciendo que el humanismo que excluye a Dios es un
humanismo inhumano, pues solamente un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la
promoción y realización de formas de vida social y civil —en el ámbito de las estructuras, las
instituciones, la cultura y el ethos—, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas
del momento. El amor de Dios nos libera de las modas y nos invita a salir de lo que es limitado, nos
da valor para trabajar y seguir en busca del bien de todos, incluso cuando nuestras realizaciones
sean menos de lo que anhelamos.
El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos
convencidos de que el amor lleno de verdad, del que procede el desarrollo auténtico no es un logro
sino un don. El desarrollo necesita corazones de carne y no de piedra (Ez 36,26). Por eso supone
atención a la vida espiritual, confianza en la providencia y en la misericordia divina, capacidad de
amor y de perdón, renuncias a uno mismo, acogida al prójimo, sacrificios por la justicia y por la
paz. En definitiva, nuestro anhelo es que toda la familia humana pueda invocar a Dios como “Padre
nuestro,” y hacer así verdad el contenido de la oración de Jesús.