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RECUPERACIÓN PSICOFÍSICA

https://www.cuerpomente.com/salud-mental/efectos-trauma-psicologico-cuerpo_1567

El trauma psicológico también se sufre en el cuerpo

Las personas con un legado traumático necesitan ayuda para aprender a tolerar
las sensaciones, emociones y reacciones que experimentan.

Bessel Van Der Kolk

Contar la historia de lo que nos


sucedió es importante. Pero no
garantiza que los recuerdos
traumáticos lleguen a su
fin. Sentir e identificar lo que
nos pasa por dentro hoy,
ahora, es el primer paso
hacia la recuperación.

Como terapeuta que trata a


personas con un legado
traumático, mi principal
preocupación no es determinar
exactamente qué les pasó, sino
ayudarles a tolerar las sensaciones, emociones y reacciones que
experimentan. Devolverles la vida a través de su cuerpo congelado.

Historias de traumas

Sherry fue una de las primeras personas que llegaron al Trauma Center, en
Massachusetts, y me enseñó la extrema desconexión del cuerpo que
experimentan las personas con historias de traumas y de abandono. Con los
años, nuestro equipo de investigación ha comprobado repetidamente que el
maltrato emocional y el abandono pueden ser igual de devastadores que el
abuso físico y sexual.

Que no te vean, que no te conozcan y no tener adónde ir para sentirte seguro es


devastador a cualquier edad, pero es particularmente destructivo en los
niños pequeños. Gracias a Sherry descubrí que mi formación profesional,
centrada en la comprensión y en las palabras, había pasado por alto la
importancia del cuerpo vivo y que respira.

Sherry sabía que pellizcarse la piel era algo destructivo y que tenía que ver
con el abandono de su madre, pero comprender el origen del impulso no le
ayudaba a controlarlo.

¿Cuántos problemas de salud mental, desde la adicción a las drogas al


comportamiento autolesivo, empiezan como un intento de sobrellevar el dolor
físico insoportable de nuestras emociones?
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Un tratamiento integral necesita abordar las huellas físicas de los


acontecimientos traumáticos. También necesita tratar las consecuencias de
no habernos reflejado en ningún espejo, de que no hayan sintonizado con
nosotros o que no nos hayan cuidado y querido de manera constante: disociación
y pérdida de autorregulación.

Cuerpo a la defensiva

El cuerpo de las víctimas de maltrato infantil está tenso y a la defensiva hasta


que encuentran el modo de relajarse y sentirse seguros. Para las personas
traumatizadas, resulta especialmente difícil diferenciar cuándo están realmente
seguras y poder activar sus defensas cuando están en peligro.

Esto requiere tener experiencias que puedan restaurar la sensación de


seguridad física. Pero antes necesitan ser conscientes de sus sensaciones y
del modo en que su cuerpo interactúa con el mundo que los rodea. La
autoconciencia física es el primer paso para liberarse de la tiranía del pasado.

Nuestros mapas relacionales están grabados en nuestro cuerpo emocional y no


son reversibles simplemente comprendiendo cómo se crearon. Cambiarlos
significa tener que reorganizar parte de nuestro sistema nervioso.

Durante cien años o más, todos los manuales de psicología y de psicoterapia


han sugerido el hecho de que hablar sobre los sentimientos angustiantes
puede resolverlos.

Sin embargo, siempre me impresiona ver lo difícil que es para las personas
que han sufrido algo indescriptible transmitir la esencia de su
experiencia. Para ellas, es mucho más fácil contar lo que les han hecho que
darse cuenta, sentir y poner palabras a la realidad de su experiencia interna.

En el Trauma Center tuvimos la oportunidad de comparar los escáneres de 18


pacientes de TEPT (Trastorno por Estrés Post Traumático) crónico, con traumas
graves vividos en la primera infancia, y la diferencia con los de otras personas
era llamativa. Prácticamente no había activación de ninguna de las áreas de
autopercepción del cerebro.

Tras el trauma, el mundo se vive con un sistema nervioso diferente.

Es necesario que el tratamiento englobe todo el organismo: el cuerpo, la mente


y el cerebro. Solo podía haber una explicación para estos resultados en los
escáneres: en respuesta al propio trauma, y para manejar el miedo que persistió
mucho tiempo después, estos pacientes habían aprendido a desconectar las
áreas del cerebro que transmiten los sentimientos viscerales y las
emociones que acompañan y definen el terror.

El cuerpo tras el trauma

Sin embargo, en nuestra vida diaria, estas mismas áreas cerebrales son
responsables de registrar todo el abanico de emociones y sensaciones que
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forman los cimientos de nuestra autoconcienciación, la percepción de quienes


somos. Lo que estábamos viendo era una adaptación trágica: en un esfuerzo
para desconectar unas sensaciones aterradoras, también adormecieron su
capacidad de sentirse totalmente vivos.

Estas personas no podían definir qué intentaban decirles las sensaciones de su


cuerpo, que son la base de todas las emociones. Aprendieron a silenciar sus
emociones antaño abrumadoras y, como resultado de ello, ya no reconocían lo
que estaban sintiendo.

Eran incapaces de usar su capacidad de lo que los científicos llaman


interocepción, el conocimiento de nuestras sensaciones sensoriales corporales
sutiles: cuanto mayor sea ese conocimiento, más potencial tendremos de
controlar nuestra vida. Es por ello que la práctica consciente es una piedra
angular de la superación del trauma.

Las personas traumatizadas suelen tener miedo a sentir.

Ahora, el enemigo no es tanto el autor de los hechos (que con suerte, ya no


estará cerca para volver a hacerles daño) sino sus propias sensaciones
físicas. El miedo a quedar secuestrados por unas sensaciones
desagradables hace que el cuerpo se congele.

Aunque el pasado sea algo pasado, el cerebro emocional sigue generando


sensaciones que hacen que la víctima se sienta asustada e impotente. No es
sorprendente que tantos supervivientes de traumas coman y beban
compulsivamente, tengan miedo a hacer el amor y eviten muchas actividades
sociales: su mundo sensorial está en gran medida fuera de todo límite.

Apagar el trauma, congelar el cuerpo

Se sienten crónicamente inseguros dentro de su cuerpo: el pasado está vivo en


forma de incomodidad interior constante. Su cuerpo se ve continuamente
bombardeado por señales de alarma viscerales y, en un intento de controlar
estos procesos, suelen volverse expertos en ignorar sus instintos y en adormecer
la consciencia de lo que está pasando en su interior.

Aprenden a esconderse de sí mismos.

Las medicaciones, las drogas y el alcohol pueden apagar y anular


temporalmente las sensaciones y los sentimientos insoportables. Pero el cuerpo
sigue llevando la cuenta.

Y si un organismo se queda bloqueado en el modo de supervivencia, sus


energías se centran en luchar contra enemigos invisibles, lo cual no deja espacio
para la crianza, los cuidados y el amor. Tras el trauma, nuestros vínculos más
íntimos se ven amenazados.
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El cuerpo supera el trauma

Si no somos conscientes de lo que nuestro cuerpo necesita, no podemos cuidar


de él ni cuidar de los demás. Si confundimos la ansiedad con el hambre,
seguramente comeremos demasiado. Por eso cultivar la consciencia sensorial
es un aspecto tan crítico de la superación del trauma.

La mayoría de las terapias tradicionales restan importancia o ignoran los cambios


que se producen momento a momento en nuestro mundo sensorial interior.
Pero estos cambios transportan la esencia de las respuestas del
organismo: los estados emocionales que están grabados en el perfil químico
del cuerpo, en las vísceras, en la contracción de los músculos estriados del
rostro, la garganta, el tronco y las extremidades.

Las personas traumatizadas necesitan aprender que pueden tolerar sus


sensaciones, hacerse amigas de las experiencias interiores y cultivar nuevos
patrones de acción.

Pero aquí viene una pregunta importante: ¿cómo puede la gente


traumatizada aprender a integrar las experiencias sensoriales
ordinarias para poder vivir con el flujo natural de sus sentimientos y sentirse
segura y completa en su cuerpo y en sus relaciones con los demás?

En el Trauma Center, trabajamos con el objetivo de cambiar la fisiología del


paciente, su relación con sus sensaciones corporales.

Se ha demostrado que la concienciación tiene un efecto positivo sobre


varios síntomas psiquiátricos, psicosomáticos y relacionados con el estrés,
incluyendo la depresión y el dolor crónico. Tiene muchos efectos sobre la salud
física, incluyendo mejoras en la respuesta inmunológica, la presión sanguínea y
los niveles de cortisol.

También se ha demostrado que activa las regiones cerebrales implicadas en


la regulación emocional y que induce cambios en las regiones relacionadas
con la concienciación corporal y el miedo.

El cuerpo que baila su trauma espanta

En el Trauma Center estamos abiertos a valorar otros enfoques más


antiguos y no farmacológicos de la salud que llevan tiempo practicándose
fuera de la medicina occidental, desde los ejercicios de respiración y el canto en
grupo pasando por las artes marciales como el qigong, tocar juntos tambores y
la danza en grupo.

Todo se basa en ritmos comunitarios y sincronía, en los ritmos


interpersonales, la consciencia visceral y la comunicación vocal y facial, que
ayudan a las personas a salir de los estados de lucha/huida, a reorganizar su
percepción del peligro y a aumentar su capacidad de gestionar las relaciones.
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Hasta hace poco, gran parte de la ciencia occidental ignoraba esta


comunicación bidireccional entre cuerpo y mente, aunque ha sido
fundamental en prácticas de sanación tradicionales en muchos otros lugares del
mundo, en particular en la India y en China.

En nuestro centro también trabajamos, con gran éxito en los tratamientos, con
clases de yoga, cuidado de animales, técnicas de relajación o de masaje.
Lamentablemente, aparte del yoga, pocas de estas tradiciones de sanación no
occidentales han sido estudiadas sistemáticamente para el tratamiento del
TEPT.

Fue gracias a la terapia con masajes que Sherry aprendió a tolerar el contacto
y a descongelar, poco a poco, su cuerpo anestesiado.

Dejando atrás, al fin, la necesidad de lesionarse la piel.

ENTREVISTA A BESSEL VAN DER KOLK

"Hay personas traumatizadas que no son conscientes de ello"

Vivir un trauma afecta la fisiología de manera crónica así como a la visión


del mundo de quienes lo sufren, sus reacciones y también su forma de
relacionarse. ¿Qué hacer para vencer estos condicionantes? Bessel Van
Der Kolk nos los cuenta.

Bessel van der Kolk es el fundador del Trauma


Center de Brookline (Massachussetts). Ha
dedicado buena parte de su carrera a investigar
cómo niños y adultos se adaptan a situaciones
traumáticas y a evaluar qué tratamientos y
técnicas pueden ser las más efectivas para
revertir los efectos del estrés post-traumático.

Y es que el trauma, más allá del acontecimiento


en sí, deja una huella que condiciona la vida de la persona. Como mecanismo
de defensa, las personas que han vivido un trauma se disocian del cuerpo y de
sus sensaciones. Y si no sanan los efectos de ese trauma no logran confiar en
la vida ni en los demás. Es lo que ha podido comprobar van Der Kolk, que
también ha sido profesor de psiquiatría de la Universidad de Harvard y ejerce de
profesor de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston.

—¿Por qué empezó a interesarse y a investigar por el trauma y sus


efectos?
—Desde hace tiempo me fascina cómo las personas que han vivido un trauma
tienden a quedarse atrapadas en sus esquemas de respuesta y esto es tan
dramático que me llevó a interesarme en el efecto que tienen las problemáticas
sociales como son los abusos y el maltrato en el cerebro. Desde el principio, he
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comprobado claramente que el trauma modela el cerebro de alguna manera, y


en consecuencia, me he dedicado a investigar esta relación.

—¿Cuál es su definición de trauma? ……………………………………………..


—El trauma es una experiencia que sobrepasa los mecanismos de supervivencia
de la persona así como sus facultades para reaccionar ante lo que le sucede.
Para esa persona la vida nunca será la misma después de esa experiencia. Y
ante el trauma el cerebro cambia a distintos niveles para reajustarse de manera
que el sistema nervioso se pone en estado de alerta para hacer frente al peligro
y adaptarse a lidiar con la impredictibilidad de una parte de la vida. Es un proceso
complejo en el cual el cerebro se da cuenta de que el mundo que conocía ha
cambiado.

«Ante el trauma, el cerebro cambia a distintos niveles para reajustarse».

—¿Es lo que le ocurre a una persona que ha sufrido abusos? …………….


—Sí. Pero cuando las personas que te hicieron daño son las personas con las
cuales tienes un vínculo, de las cuales depende tu seguridad y estabilidad,
entonces el trauma y su impacto tiene un profundo efecto a múltiples niveles,
tanto en la forma en la que pueden asumir la intimidad como en la relación que
acaban desarrollando con las personas que tienen poder y su forma de asumir
la vida. Aunque cada persona pueda tener una respuesta, en todas ellas el abuso
hace mella y tiene un profundo efecto afectando su estabilidad y la forma en la
que enfrentan las situaciones de peligro.

—¿Cómo afecta el trauma a la vida cotidiana? …………………………


—La persona con un trauma ve afectada su vida cotidiana en el sentido de cómo
se siente. Puede sentirse atemorizada o bien sentir la necesidad de dominar a
las personas que tiene a su alrededor. Necesita sentir que tienen el control
porque no puede gestionar el hecho de sentirse indefensa ante los demás. Y
esto afecta y determina sus relaciones.

«Sufrir abusos en la infancia puede afectar a las relaciones durante toda la


vida».

—¿De qué manera impacta esto en las relaciones? …………………………..


—Se trata de personas muy ansiosas que tienden a enfadarse y a asustarse con
facilidad porque el trauma hace que se sientan que heridas o dañadas con
frecuencia por los que están a su alrededor y por lo que sucede. Viven en un
estado de hipervigilancia y este estado de alerta constante las confina a un
estado de aislamiento.

—¿Por qué se produce este efecto? …………………………………………


—Es su mecanismo de defensa para alejar los sentimientos de terror, pero al no
conectar con sus sensaciones corporales se sienten muertas por dentro. Es la
manera que han encontrado de mantener las emociones bajo control y de
sentirse a salvo ante un mundo que las atemoriza. Todos nos hemos relacionado
con personas que están bajo los efectos de un trauma o que han sufrido un
trauma.
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—¿Puedo tener un trauma sin saberlo? ……………………………………


—Muchas personas traumatizadas no son conscientes de ello. El trauma original
bloquea una parte de ellas. Por eso, muchas personas traumatizadas dicen: “No
tuvo importancia, esto no tuvo ningún impacto sobre mí…” Intentan negar la
forma en que les ha afectado, pero esos efectos emergen en las relaciones y en
la forma en que se relacionan con los demás.

«Muchas personas traumatizadas no son conscientes de ello».

—¿Cómo podemos sospechar que estamos traumatizados sin saberlo?


—Son personas que tienden a estallar con facilidad porque en su interior se
alberga mucho miedo y rabia, emociones que expresan con sus reacciones
exageradas creando conflictos relacionales. Cuestiones que para otros no tienen
importancia, a ellas las superan. Por eso lo más problemático del trauma son sus
efectos a largo plazo y cómo este está directamente relacionado con estados
depresivos.

—¿El cuerpo tiene en el trauma un papel fundamental? ………………….


—Nosotros somos nuestro cuerpo y nuestro cuerpo es lo que somos. Nuestro
cuerpo nos dice aquello que es seguro y lo que resulta peligroso, lo que es bueno
y lo que es malo para nosotros, lo que produce dolor y lo que es fuente de placer.
El trauma se vive a través de sensaciones físicas.

—¿Cómo nos dice que estamos marcados por un trauma? ……………..


—Cuando has sufrido un trauma tu cuerpo tiene sensaciones de terror, de
angustia desbordante… Todo esto lo vives en tu cuerpo y para poder lidiar con
estas sensaciones las personas con un trauma se desconectan de él para
intentar no sentir nada a nivel físico. Pero cuando haces esto también bloqueas
cualquier sensación de placer. Por tanto, tiendes a sentirte deprimido, pues has
aprendido a reprimir cualquier sensación que provenga de tu cuerpo sea
dolorosa o placentera.

«Cuando has sufrido un trauma bloqueas las sensaciones y eres incapaz


de sentir placer».

—¿De qué manera se puede revertir esta situación? ……………………..


—Las personas con trauma tienen los sentidos amortiguados y por tanto dejan
de estar completamente vivos. Cuando tenemos los sentidos amortiguados,
dejamos de sentirnos totalmente vivos. Las víctimas de traumas no pueden
recuperarse hasta que se familiarizan y aceptan las sensaciones de su cuerpo.

—¿Y el yoga puede ser un camino para lidiar con el trauma y desbloquear
este mecanismo de defensa? …………………………………………………..
—Sí. El yoga es una técnica que ayuda a sanar el trauma. Nuestra cultura
occidental no es de gran ayuda para sanar el trauma, en cambio China ha
desarrollado el Chi Kung y el Taichí que son también un buen camino para tratar
el trauma mientras que en la India está yoga y en África los tambores.

—¿Qué otras técnicas ayudan a las personas con estrés post-traumático?


—Las culturas han desarrollado diferentes técnicas. Por ejemplo, cantar en
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grupo –como en una coral– también es muy sanador. Pero tanto en Europa como
en Estados Unidos más bien nos orientamos a la bebida. Somos una cultura
alcohólica. Si te sientes mal, sacas una cerveza. Y es bastante peligroso porque
existe una alta correlación entre el trauma y el consumo excesivo de alcohol y
de drogas para conseguir bloquear las sensaciones que emergen a causa del
trauma.

«Hay una alta correlación entre el trauma y el consumo excesivo de alcohol


y drogas».

—¿La meditación puede ayudar a sanar el trauma? …………………………


—Sí. La meditación es muy útil pero su práctica puede resultar muy turbulenta
para una persona traumatizada ya que los sentimientos de miedo están en ella
presentes todo el tiempo y precisamente intentan hacer todo lo posible para
alejarse de ellos y de sus sensaciones. Así que pedir a una persona traumatizada
que permanezca en silencio y en quietud es pedirle algo muy difícil. Sin embargo,
la meditación activa algunos circuitos cerebrales que al final son necesarios muy
para reestablecer el control sobre ti mismo.

«La meditación activa circuitos cerebrales que ayudan a recuperar el


control».

—¿Por qué habla de recuperar el control? …………………………………


—La reacción traumática es siempre una respuesta involuntaria. Son respuestas
que pueden llevarte a sentirte avergonzado de ti mismo por eso las personas
traumatizadas a menudo sienten odio hacia sí mismas y no se soportan así
mismos porque no pueden predecir cómo van a reaccionar. Entonces, para tratar
el trauma es necesario orientar el trabajo de manera que las personas sientan
que recuperan el control de su cuerpo y sus reacciones. En un ambiente seguro
su cuerpo tiene que experimentar nuevas sensaciones y vivencias que
contradigan profunda e instintivamente la impotencia, la rabia o el colapso que
resulta del trauma.

—¿Diría que la psiquiatría actual está realizando buenos acercamientos a


la hora de tratar el trauma? ……………………………………………..
—Pienso que la psiquiatría actual ha perdido su camino. Ha dejado de ser un
medio para ayudar a sanar a las personas que han sufrido un trauma desde el
momento en que ha decidido recurrir a una píldora para lograr que desaparezca.
Como psicofarmacólogo he llevado a cabo muchos estudios sobre el efecto de
las medicaciones en el trauma y lo que he encontrado es que éstas reprimen los
síntomas que el trauma desencadena por lo que en alguna medida pueden
ayudar, pero no resuelven el trauma.

«La medicación no es capaz de resolver el trauma».

—Hay psicólogos que no entienden esto... ……………………………………


—Porque actualmente están entrenados en lo que yo llamo mensaje post-
alcohólico: “Tú no tienes que hacer nada por ti mismo”. Lo más grave desde mi
punto de vista es que la mayoría de los psicólogos y psiquiatras ni siquiera saben
lo que realmente ayuda a las personas. En Estados Unidos se dedica mucho
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dinero a la investigación, pero si se trabajara con todo aquello que ya existe y


sabemos, el mundo podría ser un mejor lugar.

—¿Actualmente a qué investigaciones se está dedicando? ……………..


—Ahora mi investigación se centra en cómo el neurofeedback, las técnicas de
psicodrama o el uso de psicodélicos (éxtasis y la psilocibina, entre otros) pueden
ayudar a la gente a construir nuevas estructuras mentales.

Bessel van der Kolk es autor de "El cuerpo lleva la cuenta"


(Editorial Eleftheria). Recoge revolucionarias investigaciones
sobre cómo el trauma produce una serie de modificaciones en
el sistema nervioso y en el cerebro que pueden acompañar a
las personas toda la vida, incluso sin ser conscientes de ello.

TESTIMONIO

Amarse a uno mismo para superar el maltrato


Rafael Narbona

https://www.cuerpomente.com/testimonios/amarse-a-uno-mismo-para-superar-el-maltrato_127

Muchas veces las víctimas de


malos tratos piensan que lo
merecen. Recobrar la autoestima
y recurrir a la ley pueden ser las
claves para salir de ese círculo de
pesadilla.

Ser profesor de instituto te


permite conocer muchas historias. Algunas divertidas, estimulantes; otras
tristes y desesperanzadoras. Durante casi veinte años, he impartido clases de
ética y filosofía a chicos y chicas, pero durante dos cursos trabajé en un centro
para adultos con alumnos que en ocasiones superaban los cuarenta, si bien
predominaban los veinteañeros.

En uno de esos centros conocí a Isabel, una joven de diecinueve años que
había abandonado los estudios en primero de bachillerato, pero que ahora
deseaba ser profesora de filosofía o trabajadora social.
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No transmitía una imagen de debilidad o inseguridad. Alta, con el pelo negro


y una mirada inteligente, solía sentarse en las primeras filas, expresando sus
dudas y opiniones. Yo siempre he considerado que el aula es un espacio de
debate, no un escenario asimétrico entre un profesor rebosante de sabiduría y
alumnos abocados a callar, escuchar y asentir.

No sospechaba que Isabel había pasado por el infierno del maltrato


psicológico, físico y sexual. No lo descubrí hasta que terminó el curso y se
organizó una cena de despedida. Para mi consternación, la reunión se prolongó
con la clásica excursión a una discoteca, donde los alumnos acuden con la
expectación de contemplar a sus profesores moviéndose con torpeza en la pista
de baile.

Yo logré escabullirme, refugiándome detrás de una columna. No esperaba


encontrar allí a Isabel, mordiéndose los labios y con lágrimas en los ojos.

Una cruda realidad: el maltrato en primera persona

Alarmado, le pregunté qué sucedía: “Ha aparecido de nuevo. Esta vez me


matará”. Advertí que su miedo era real, intenso, sincero. Se echó a llorar,
enterrando la cara en las manos. Me pidió excusas y se secó las lágrimas,
tranquilizándose con inesperada rapidez. Me sorprendió su fortaleza y su
autodominio.

Le sugerí que saliéramos para hablar con calma, si creía que podría servirle de
algo. Aceptó y nos sentamos en un banco. Isabel se encendió un cigarrillo y me
contó su historia:

A los dieciséis años, comenzó a salir con un chico algo mayor. Al principio
era atento, afectuoso, divertido, pero enseguida comenzó a mostrarse celoso y
dominante. Carecía de inquietudes y ridiculizaba el interés de Isabel por los
libros, el teatro y las exposiciones de arte o fotografía. Se burlaba de sus amigos
y, poco a poco, logró que dejara de quedar con ellos.

Empezó a entrometerse en su forma de vestir, prohibiéndole que se pusiera


prendas supuestamente provocativas.

Un día Isabel notó que alguien seguía sus pasos por la calle. Al volverse,
descubrió que era su novio. Se acercó a él para pedirle explicaciones. Solo
consiguió que le chillara y le arrebatara el móvil por la fuerza, inspeccionado
sus llamadas. Descubrió un contacto desconocido y le exigió que le contara
quién era. Isabel se negó y su reacción le costó la primera bofetada.

No tardaron en llegar nuevas agresiones. Los gritos se hicieron constantes y


las persecuciones se intensificaron.

Le dijo que no podía continuar. Romper la relación le costó una paliza y


una violación en su propio cuarto. Isabel no se lo contó a nadie
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El novio desapareció, tal vez atemorizado por la posibilidad de una denuncia.


“¿Por qué no recurriste a la policía?”, le pregunté asombrado. “En el fondo, me
daba pena –contestó Isabel–. Tiene la autoestima por los suelos. Por eso es
violento”.

Atreverse a pesar del miedo

Habían transcurrido tres años desde el terrible incidente. Todo parecía


olvidado, pero hacía pocas semanas el chico se presentó en el instituto. Intentó
hablar con ella, sin conseguirlo. Isabel aprovechó la presencia de sus
compañeros para quitárselo de encima.

El maltratador no se dio por vencido. Eso sí, cambió de táctica. Aparcaba el


coche a la puerta del instituto y la miraba con una mezcla de rabia y pena. No es
improbable que sintiera lástima de sí mismo. Isabel no tenía novio, pero a veces
volvía a casa charlando con un compañero. No podía imaginarse que su antiguo
novio les seguía en coche, cada vez más furioso.

Incapaz de contenerse, una noche se bajó del automóvil y golpeó al


chico, mientras gritaba que Isabel era su novia y nunca sería de otro. Ella recibió
varias patadas y tirones de pelo. La afortunada intervención de una patrulla de
la policía local evitó que sucediera algo peor.

Detuvieron al agresor e Isabel denunció los hechos. Su acompañante tuvo


miedo y no quiso seguir su ejemplo. “Ahora no sé qué hacer. Mañana hay un
juicio rápido para establecer medidas preventivas. Mi abogado me ha dicho que,
si denuncio la violación, le enviarán directamente a prisión. Tampoco quiero
arruinarle la vida. Es un desgraciado”.

Le advertí que los maltratadores actuaban por compulsiones, no por criterios


racionales, y que una orden de alejamiento podría ser inútil. “Sí, ya lo sé. Incluso
podría enfurecerse más”.

Le aconsejé que contara todo. “Tienes que pensar en tu seguridad, en tu


felicidad”, comenté angustiado. “¿Mi felicidad? ¡Quizás me merezco todo esto!
Mis padres siempre han dicho que no soy buena”. Isabel se echó a llorar de
nuevo, esta vez con más desgarro, como si algo muy profundo se agitara en su
interior.

La situación se prolongó unos minutos. Consideré inoportuno formular


consejos o indicarle qué debía hacer. Me pareció más sensato estar en silencio,
transmitiendo afecto con gestos y esperar a que se encontrara en condiciones
de hablar.

Repitiendo viejas heridas

Al cabo de un rato, Isabel recobró la calma y me confesó que había sufrido


malos tratos desde pequeña. “Mi padre es muy violento, especialmente cuando
bebe. Enseguida te levanta la mano, pero los golpes no duelen tanto como los
insultos y los comentarios hirientes”.
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Le pregunté por su madre. “Se lleva la peor parte. Se ensaña con ella. En mi
casa se viven escenas horribles que me avergüenza contar o recordar”. “¿Tu
madre nunca ha pensado en separarse?”, inquirí con el corazón encogido.

“No. Lo peor es que lo justifica. Dice que no sabe lo que hace, que es un
enfermo, que la culpa la tiene el alcohol. A veces añade que ella también lo
provoca, que le pone la cabeza como un bombo y le hace explotar. Yo creo que
dice esas cosas porque mi padre nos pide perdón después de pegarnos. Se
pone de rodillas, gimotea, llora con lágrimas como puños. Mi antiguo novio
hacía lo mismo. Imagino que es un patrón de conducta, algo que se repite
en todos los maltratadores"

"Lo más triste es que reproduzco el comportamiento de mi madre. A fin de


cuentas, es el modelo que he asimilado casi sin advertirlo”

No me sorprendió la reflexión de Isabel, pues conocía su clarividencia, pero


me sobrecogió su sentimiento de fatalidad. Parecía una heroína de la tragedia
clásica señalada por un destino adverso.

Me gustaría contar que yo le di las claves para salir del círculo donde había
quedado atrapada, pero me limité a escucharla, insistiendo en que no
rechazara el amparo de la ley. Al parecer, las medidas preventivas son precarias
e insuficientes, particularmente cuando el maltratador se mueve por una
obsesión incontrolable.

Lastres del patriarcado

No sé qué hay en la mente de un maltratador. Sin duda algo falló en su niñez.


Es probable que reproduzca los estereotipos machistas de un padre violento y
autoritario. Está claro que su conducta es patológica y necesita ayuda
psicológica, pero la prioridad es garantizar los derechos y el bienestar de sus
víctimas.

Creo que ciertos clichés sobre los roles sociales del hombre y la mujer
estimulan el maltrato. Se identifica lo masculino con el éxito, la fuerza y la
sobreprotección. En los restaurantes, si una pareja pide una cerveza y un
refresco, el camarero presume que la bebida alcohólica será para el hombre.
Sucede lo mismo con la nota, pues se considera una grosería que la mujer abone
la consumición.

La presunta cortesía muchas veces solo encubre una visión patriarcal de las
relaciones entre los sexos.

Los maltratadores suelen ser sobreprotectores, pues contemplan a la


mujer como algo frágil y delicado

Ser una muñequita no es algo halagador, sino una discreta humillación que
sitúa a la condición femenina en un escalón inferior. La amabilidad debe ser
recíproca, no asimétrica, unilateral y condescendiente.
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Personas resilientes

He conservado la relación con Isabel. Ahora es una mujer que ha finalizado


filosofía y trabajo social. Disfruta de una beca de doctorado y, durante los
meses de verano, colabora con una ONG. Vive con dos compañeras de la
universidad. Gracias a su inteligencia, ha conseguido eludir el riesgo de repetir
la historia de su madre.

No odia a su padre, pero se ha distanciado de él. Ya no le afectan sus


chantajes y ha reducido la relación a breves conversaciones telefónicas, cada
vez más esporádicas. Si intenta manipularla o coaccionarla, cuelga el teléfono.

Denunciar a su antiguo novio sirvió para que acabara en la cárcel, donde


cumple condena por violación y malos tratos. Ya no siente lástima por él, pero
no ha permitido que el revanchismo envenene su mente. Simplemente, le ha
sacado de su cabeza.

Teme su salida de prisión. Aún le quedan varios años de condena, pero antes
o después volverá a la calle. “Prefiero no darle vueltas al tema”, dice. “Eso sí, ya
no pienso que me lo merezca. Nadie merece ser maltratado”.

Isabel ha mejorado su autoestima. Hizo psicoterapia, meditación, intensificó


su cooperación con organizaciones especializadas en atención a niños y niñas
maltratados.

¿Se puede hablar de un final feliz? Hasta ahora sí, pero Isabel sabe que es
vulnerable, que tiene cierta predisposición a enredarse en relaciones tóxicas.

“Si lo negara, sería peor. Aún debo reelaborar muchas cosas, pero veo el futuro
con esperanza. La mente no es una estructura cerrada, sino abierta. Se parece
al barro y a la plastilina”. Creo que Isabel se reinventó, pero reinventarse no
significa hacer borrón y cuenta nueva.

El pasado no se puede (ni se debe) enterrar, pues antes o después regresa


con su carga dañina, pero se puede afrontar, reinterpretar, sanear

Ahora está en El Salvador, ayudando a niñas que han pasado por infiernos
similares, agravados por la pobreza, la violencia de las maras y la inestabilidad
política. Cuando nos despedimos le pregunté si llevaba alguna receta mágica
bajo el brazo. “Por supuesto”, me contestó con una sonrisa llena de autoestima.

“Solo les diré una cosa a las niñas. Amaos a vosotras mismas. Os lo
merecéis y que nadie os haga sentir o pensar lo contario”
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CULTIVA VÍNCULOS SANOS

Cómo construir relaciones de buen trato


En nuestras manos está elegir valores que nos aportan bienestar y trabajar
para aplicarlos en nuestras relaciones, evitando normalizar el maltrato.

Fina Sanz

https://www.cuerpomente.com/psicologia/pareja/como-construir-relaciones-buen-trato_1700

El mal trato y el buen trato


constituyen dos polos de un
mismo eje, dos formas de
construir e interiorizar valores y de
relacionarnos. Ambos se generan
en el adentro y en el afuera, es
decir, tanto en la parte visible de
nuestra existencia como en la que
no lo es tanto, y se dan en todo
tipo de vínculo: amoroso,
amistoso, laboral,
paterno/materno–filial, entre
iguales... Así, afectan a tres dimensiones de nuestra vida que están
interrelacionadas: la social, la de las relaciones y la personal (porque el
maltrato y el “buentrato” se internalizan).

Vemos el maltrato sobre todo en el afuera, en aquello que se percibe –el daño
físico–, y no solemos darnos cuenta del daño interno, el que no se ve –el
daño psíquico–. Sin embargo, aun siendo visible, tampoco lo percibimos tanto,
porque el maltrato está “normalizado”, forma parte de la vida cotidiana y del
sistema social.

Las sociedades patriarcales –y la nuestra lo es aunque sea democrática– son


“maltratantes”, basadas en la jerarquía y desigualdad entre hombres y mujeres,
donde se estructuran los sexos en categorías de género –con valores y roles
dicotomizados– y se valora lo masculino por encima de lo femenino. Esta
estructura jerárquica constituye un modelo normalizado de relaciones de
poder no solo entre hombres y mujeres, sino también entre hombres, entre
mujeres, e incluso llega a funcionar como un modelo interno.

El amor, el cuidado y el respeto son los valores del buen trato hacia
nosotras mismas, los demás y el planeta. Pero la cultura que hemos
heredado nos empuja a la desvalorización y el maltrato, que muchas veces
están normalizados.

En él se valora la competencia, la lucha y las jerarquías de poder, valores que se


transmiten a través de la familia, la escuela, los medios de comunicación...
¿Por qué tienen tanta audiencia los programas violentos en un mundo de
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“buenos y malos” que sirve para justificar las agresiones? O los que promueven
el cotilleo, el insulto...

La violencia se aprende, como también se aprende a erotizarla. Es una


visión del mundo en la que dominas o eres dominado/a. La parte visible de este
entramado puede ser puesta en tela de juicio e, incluso, ser castigada por las
leyes; pero la parte invisible genera el llamado inconsciente colectivo,
mensajes autorizados socialmente que se transmiten de generación en
generación.

Relaciones de poder

Según el tipo de vínculos que establecemos, nos colocamos en relaciones de


mal trato o de buen trato, de dependencia o autonomía, jerárquicas o de igual a
igual. En muchas de las que son duales –pareja, amistad,
materno/paternofilial...– reproducimos las relaciones de poder como una
forma “autorizada” de control y castigo a quienes consideramos inferiores. Y
a veces vamos más allá; interiorizamos los valores de este modelo de
dominio/sumisión hasta tal punto que una parte nuestra actúa como
dominante, enjuiciadora, permanentemente crítica, y otra actúa como víctima,
siente que no hace bien las cosas y que merece ser castigada.

Un ejemplo claro de este mal trato es la anorexia. O las mujeres que recurren
una y otra vez a la cirugía estética porque no se gustan (desvalorización) y una
parte de ellas piensa que si se “retocan”, valdrán más (dominación). En los
hombres, esa relación de poder se muestra cuando aparece un conflicto entre
lo que creen que se espera de ellos (parte dominante) y la desvalorización
que sienten al no cumplir con la expectativa social (parte víctima), por ejemplo,
cuando piensan que tienen un pene pequeño o cuando la mujer toma la iniciativa
de romper la relación de pareja.

En este último caso, muchos hombres son víctimas del propio sistema
social, que les enseña a situarse en la dominación y no les “autoriza” a expresar
tristeza o miedo. De este modo, cuando experimentan esas emociones –tras
una ruptura de pareja hay un duelo, aparece la tristeza y, a veces, el miedo a la
soledad–, las reconvierten en la aprendida y permitida desde el género: la
cólera. Tendríamos que distinguir entre la ira o la cólera, la violencia y la
violencia de género.

La primera es la expresión espontánea de algo que nos desagrada, que nos hace
daño o frustra nuestras expectativas, y desaparece cuando evitamos aquello
que la produce. Por ejemplo, si alguien nos da un empujón, sentimos ira; pero
si la otra persona se disculpa, esta desaparece. La violencia surge en
situaciones que nos producen una ira en la que nos instalamos o cuando
creemos que la forma de aliviar el malestar es vengarnos para que la otra
persona sufra tanto como nosotros.

Hombres y mujeres podemos experimentar ira y violencia, manifestarla o


controlarla. Pero la que llamamos violencia de género es la que el sistema
sociocultural permite ejercer a los hombres sobre las mujeres.
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Un cambio de valores

Así como identificamos fácilmente el maltrato, reconocer el “buentrato” no


resulta sencillo. De entrada, la palabra buentrato no existe, ni tampoco el verbo
bientratar. El lenguaje refleja y expresa nuestra realidad: lo que no se nombra no
existe. Por lo tanto, para hablar del “buentrato” tenemos que crear esa realidad,
tener esa experiencia, cambiar los valores, nuestra percepción del mundo y
nuestra autopercepción.

En una sociedad "bientratante" la negociación y el diálogo reemplazan a la


imposición y el sometimiento.

Una sociedad “bientratante” es equitativa; en ella se establecen relaciones


de igualdad entre sus miembros y las diferencias no son valoradas
jerárquicamente –por ejemplo, un hombre no tiene más importancia que una
mujer–. En esta sociedad “bientratante”, las particularidades se
complementan y nos enriquecen; los valores de solidaridad y la cooperación
sustituyen a los de lucha, pelea y desconfianza; la negociación, el diálogo y la
discusión creativa reemplazan a la imposición, la dominación o el sometimiento.

Sus valores favorecen la salud, el bienestar de las personas y sus


relaciones. En definitiva, cada uno encuentra su lugar, se siente útil y colabora
en el bienestar colectivo. Cuando las personas incorporan esos valores para el
buen trato social, aprenden a ser más respetuosas consigo mismas, se sienten
parte de un proyecto común para crear una sociedad mejor, más justa y
equitativa, y para mejorar el planeta. ………………………………………
Pero el buen trato requiere una práctica diaria para poder experimentar qué
genera bienestar y salud en el cuerpo y el espíritu (el mal trato genera malestar,
daño y enfermedad). Hay que desarrollar la autonomía a la vez que la capacidad
de compartir, aprender a discutir y negociar, ser tolerante y respetuoso/a con
uno/a mismo/a, gestionar el autocuidado, tratarse bien.

La fuerza del amor

Estos valores y actitudes permiten otra manera de vincularnos,


de relacionarnos, desde la autonomía mutua y la interdependencia, desde
la libertad de compartir para lograr el bienestar y el desarrollo de ambos.
también nos ayudan a saber despedirnos cuando no queremos estar juntos,
cuando no es posible la negociación o la relación nos causa daño.

El buen trato parte del principio del amor –amar a los demás y a una/o
misma/o–, de esa capacidad que tenemos como seres humanos y que podemos
experimentar en nuestro cuerpo, en nuestra vida, en nuestras relaciones, en
nuestra sociedad y con el planeta en el que vivimos.
Una práctica de “buentrato” es generar proyectos de amor a través de los
cuales podemos obtener y compartir bienestar. Eso no significa que
desaparezca todo malestar, porque en la vida y en las relaciones hay momentos
dolorosos, difíciles, de crisis y duelo; pero podemos aprender de esas
situaciones para adquirir alguna experiencia y también para ser resilientes, es
decir, para transformarnos y transformar. De nosotros depende.

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