Rancière busca hacer y una apertura al horizonte de lo que la obra de Foucault dejó por
hacer.
1
Cfr. Butler, J. (1990/2013) Gender trouble. Feminism and the subversion of identity, New York:
Routledge. [Trad. Mª Antonia Muñoz, El género en disputa. Feminismo y subversión de la identidad,
Barcelona: Paidós.]
2
Cfr. Esposito, R. (2004/2006) Bíos, Biopolítica e filosofía, Turín: Einaudi. [Trad. Carlo Molinari, Bíos.
Biopolítica y filosofía, Buenos Aires: Amorrortu.]; (2008/2009) Termini della política. Comunità,
immunità, biopolítica, Milán: Mimesis. [trad. Alicia García Ruiz, Comunidad. Inmunidad. Biopolítica,
Barcelona: Herder.]
3
Cfr. Agamben, G. (1995/1998) Il potere soverano e la vita nuda. Homo sacer I, Turín: Einaudi. [Trad.
Antonio Gimeno Cuspinera, Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida, Valencia: Pre-Textos.]
4
Cfr. Negri, A. & Hardt, M. (2000/2002) Empire. Cambridge: Harvard University Press. [Trad. Alcira
Bixio, Imperio, Barcelona: Paidós.]; (2004) Multitude. War and democracy in the age of Empire, New
York: The Penguin Press. [Trad. Juan Antonio Bravo, Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio,
Barcelona: Debate.]; (2009/2011) Commonwealth, Cambridge: Harvard University Press. [Trad. Raúl
Sánchez Cedillo, Commonwealth. El proyecto de una revolución del común, Madrid: Akal.]
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pensador de lo policial, del orden establecido, lugar que busca continuamente desentrañar
para mostrar cómo funcionan sus mecanismos y estrategias. La idea de un sujeto político
plenamente constituyente no tiene cabida en Foucault, ya que siempre concibe a éste
como objeto del poder, por lo que querer extraer de él una estrategia política es rizar el
rizo mucho más allá de lo que el propio Foucault dejó sin escribir. La producción
intelectual de Foucault, más que como una caja de herramientas para la subjetivación
política sería, en todo caso, una caja de herramientas contra la dominación.
Me parece que uno de los fenómenos fundamentales del siglo XIX fue y es lo que
podríamos llamar la consideración de la vida por parte del poder; por decirlo de algún
modo, un ejercicio del poder sobre el hombre en cuanto ser viviente, una especie de
estatización de lo biológico o, al menos, cierta tendencia conducente a lo que podría
denominarse la estatización de lo biológico. (Foucault, 1997/2003: 206)
5
La primera vez que se tienen referencias acerca de la utilización del concepto de «biopolítica» en la obra
de Michel Foucault es en una conferencia que pronunció en octubre de 1974 titulada “El nacimiento de la
medicina social” en el marco de un curso sobre medicina social que tuvo lugar en el Instituto de Medicina
Social de la Universidad del Estado de Río de Janeiro. Cfr. Foucault, M. (1974/1977) “El nacimiento de la
medicina social”, en Revista Centroamericana de Ciencias de la Salud, nº 6, enero-abril, 89-108. También
disponible en Varela J. y Álvarez Uría, F. (eds.) (1999) Michel Foucault. Estrategias de poder. Obras
esenciales Vol. II, Barcelona: Paidós, 363-384.
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todos los espacios de la existencia tanto individual como colectiva, un nuevo “arte de
gobernar” que implica la técnica del gobierno de los vivos para “manipular, mantener,
distribuir, restablecer relaciones de fuerza, y hacerlo en un espacio de competencia que
implica un desarrollo competitivo” (Foucault, 2004/2008: 296).
En la primera clase del curso de 1977-1978, Foucault señala que el biopoder sería,
entonces, “el conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello que en la especie
humana constituye sus rasgos biológicos fundamentales podrá ser parte de una política,
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Pese a este cambio de paradigma, cabe señalar que el paradigma biopolítico no reemplaza al soberano,
sino que más bien lo complementa: “Yo creo que, justamente, una de las transformaciones más masivas del
derecho político del siglo XIX consistió, no digno exactamente en sustituir, pero sí en completar ese viejo
derecho de soberanía -hacer morir o dejar vivir- con un nuevo derecho, que no borraría el primero pero que
lo penetraría, lo atravesaría, lo modificaría y sería un derecho o, mejor, un poder exactamente inverso:
poder de «hacer» vivir y «dejar» morir. El derecho de soberanía es, entonces, el de hacer morir o dejar vivir.
Y luego se instala el nuevo derecho: el de hacer vivir y dejar morir.” (Foucault, 1997/2003: 206)
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una estrategia política, una estrategia general de poder” (Foucault, 2004/2008: 13). Estos
“rasgos biológicos fundamentales” no son otra cosa que la natalidad, la morbilidad, las
diversas capacidades e incapacidades, los efectos del medio, etc., por lo que, en
consecuencia, la biopolítica tendrá por misión abordar los acontecimientos aleatorios
propios de la vida misma y de su relación con el medio con la intención de regularlos y
mantener un cierto equilibrio en la población:
Se trata, sobre todo, de establecer mecanismos reguladores que, en esa población global
con su campo aleatorio, puedan fijar un equilibrio, mantener un promedio, establecer una
especie de homeostasis, asegurar compensaciones; en síntesis, de instalar mecanismos de
seguridad alrededor de ese carácter aleatorio que es inherente a una población de seres
vivos; optimizar, si ustedes quieren, un estado de vida: mecanismos, podrán advertirlo,
como los disciplinarios, destinados en suma a maximizar fuerzas y a extraerlas, pero que
recorren caminos enteramente diferentes. Puesto que aquí, a diferencia de las disciplinas,
no se trata de un adiestramiento individual efectuado mediante un trabajo sobre el cuerpo
mismo. No se trata, en absoluto, de conectarse a un cuerpo individual, como lo hace la
disciplina. No se trata en modo alguno, por consiguiente, de tomar al individuo en el nivel
del detalle sino, al contrario, de actuar mediante mecanismos globales de tal manera que
se obtengan estados globales de equilibrio y regularidad; en síntesis, de tomar en cuenta
la vida, los procesos biológicos del hombre/especie y asegurar en ellos no una disciplina
sino una regularización. (Foucault, 1997/2003: 211)
Lo lógico, por tanto, es que aquello que sea contrario al objetivo de mejorar la
vida con arreglo a la productividad, sea perseguido y se intente eliminar: la ociosidad y
la voluptuosidad, por ejemplo, quedan condenadas a la exclusión en tanto que formas de
vida no productivas y, peor aún, transgresoras. Formas de vida como éstas o como la
locura, por poner otro ejemplo, catalogada como enfermedad mental, no son sino formas
“donde son puestos en tela de juicio los valores” (Foucault, 1961/1985: 64), conductas
que suponen la subversión del orden establecido, un obstáculo para una máquina
perfectamente engrasada. En este contexto, aparece la «policía», entendida como los
mecanismos productivo-represivos por medio de los cuales, mediante el privilegio de la
ley y la norma, “se aseguran el orden, el crecimiento de las riquezas y las condiciones de
mantenimiento de la salud “en general”.” (Foucault, 1976/1999: 331). En este sentido,
“la policía será el cálculo y la técnica que van a permitir establecer una relación móvil,
pero pese a todo estable y controlable, entre el orden interior del Estado y el crecimiento
de sus fuerzas” (Foucault, 2004/2008: 297). La policía, por tanto, no constituye, no sólo,
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un mecanismo represivo, sino que supone todo un conjunto de tácticas y técnicas de poder
de poder orientadas al cumplimiento, ordenamiento y potenciación de los intereses del
Estado, es decir, un sistema a la vez jurídico y disciplinario cuyo fin es el mantenimiento
del orden de las cosas establecido. La revuelta, por ejemplo, “desde luego la gran cosa
que el gobierno debe evitar”, mediante las técnicas policiales se intentará “no sólo
detenerla cuando se produce, no sólo erradicarla, sino literalmente prevenirla: que no
pueda ocurrir en absoluto” (Foucault, 2004/2008: 40-42).
La política será, pues, disenso, desacuerdo, el fruto de un choque entre dos lógicas
heterogéneas, a saber: un orden establecido que asigna lugares, capacidades y
ocupaciones acordes a dichos lugares, que constituye las diferentes formas posibles y
aceptadas de ver, de decir, de actuar, de pensar, y que, por lo tanto, supone el germen de
las desigualdades existentes; y una irrupción de los no contados que, mediante la forma
de litigio, reclama su parte y reconfigura el espacio de una forma más justa y equitativa.
De esta forma, en sus obras El desacuerdo. Política y filosofía (1995/2012) y El odio a la
democracia (2000/2012), Rancière da cuenta de cómo la realidad existente, la supuesta
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La política como «poder del pueblo» es algo muy diferente. No es el poder común, es el
poder de cualquiera, la afirmación de la ausencia de fundamento del poder. Tal es la
«anarquía» que se encuentra en el fundamento de la política y que el discurso
antidemocrático quiere reprimir tras la visión piadosa del bien común opuesto a los
apetitos individuales: la política significa que no hay una «competencia» que otorgue el
derecho a gobernar las comunidades. La política siempre es ese suplemento del poder de
todos que se opone a la identificación del poder común con el poder de aquellos que están
autorizados para gobernar por su nacimiento, su ciencia… No hay un bien común. La
política empieza cuando ese bien común se convierte en tema de litigio, cuando se sustrae
ese bien común al monopolio de los que pretenden encarnarlo. (Rancière, 2009/2011a:
247-248)
Orden «natural» que destina a los individuos y los grupos al mando o a la obediencia, a
la vida pública o a la vida privada, asignándolos de entrada a tal o cual tipo de espacio o
de tiempo, a tal manera de ser, de ver, de decir. Esta lógica de los cuerpos asignados a su
lugar correspondiente dentro de una distribución de lo común y de lo privado, que es
también una distribución de lo visible y lo invisible, de la palabra y el ruido, es lo que he
propuesto llamar con el término «policía». (Rancière, 2008/2010: 63)
Las comillas utilizadas para el término «natural» no son en balde, ya que el orden
policial se presenta como el orden real de las cosas, el único posible que “pone los cuerpos
en su lugar y en su función de acuerdo con sus «propiedades»” (Rancière, 1995/2012:
42). El orden policial sería, pues, una especie de relación «armoniosa» basada en la
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En este sentido, “la policía es, en su esencia, la ley, generalmente implícita, que
define la parte o la ausencia de parte de las partes” (Rancière, 1995/2012: 44), es decir,
el poder que ejerce la discriminación, la separación y la asignación de las diferentes partes
que conforman la comunidad de vivientes y, en último término, la propia comunidad así
discriminada, separada y asignada.
La policía es primeramente un orden de los cuerpos que define las divisiones entre los
modos del hacer, los modos del ser y los modos del decir, que hace que tales cuerpos sean
asignados por su nombre a tal lugar y a tal tarea; es un orden de lo visible y lo decible que
hace que tal actividad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea entendida
como perteneciente al discurso y tal otra al ruido. Es por ejemplo una ley de policía que
hace tradicionalmente del lugar de trabajo un espacio privado no regido por los modos
del ver y del decir propios de lo que se denomina el espacio público, donde el tener parte
del trabajador se define estrictamente por la remuneración de su trabajo. La policía no es
tanto un “disciplinamiento” de los cuerpos como una regla de su aparecer, una
configuración de las ocupaciones y las propiedades de los espacios donde esas
ocupaciones se distribuyen. (Rancière, 1995/2012: 44-45)
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La palabra policía evoca corrientemente lo que se llama la baja policía, los cachiporrazos
de las fuerzas del orden y las inquisiciones de las policías secretas, pero esta identificación
restrictiva puede ser contingente. Michel Foucault demostró que, como técnica de
gobierno, la policía definida por los autores de los siglos XVII y XVIII se extendía a todo
lo que concierne al “hombre” y su “felicidad”. La baja policía no es más que una forma
particular de un orden más general que dispone lo sensible en lo cual los cuerpos se
distribuyen en comunidad. Es la debilidad y no la fuerza de este orden la que en ciertos
Estados hace crecer a la baja policía, hasta ponerla a cargo de la totalidad de las funciones
de policía. Es lo que atestigua a contrario la evolución de las sociedades occidentales que
hace de lo policial un elemento de un dispositivo social donde se anudan lo médico, lo
asistencial y lo cultural. En él, lo policial está consagrado a convertirse en consejero y
animador tanto como agente del orden público. (Rancière, 1995/2012: 43-44)
Aunque Rancière no considere -no sólo- la policía como ese conjunto de prácticas
a la vez jurídicas y disciplinarias, la alusión a Foucault se debe a que aquel mostró como
el término «policía» designa una cierta configuración del orden “mucho más amplia que
la del aparato represivo y la disciplinarización de los cuerpos”. En este sentido, la posición
de Rancière con respecto a este término va mucho más allá que la de Foucault, ya que no
limita dicha configuración a los intereses del Estado, como “dispositivo institucional que
participa en el control del poder sobre la vida y los cuerpos”, sino que la extiende a toda
la realidad social al considerarla “un principio de reparto de lo sensible dentro del cual
pueden definirse estrategias y técnicas de poder” (Rancière, 2009/2011a: 126). Si para
Foucault la policía era algo así como el arbitro del partido, para Rancière es, además, todo
el conjunto de reglas y tácticas del juego que indican lo que se puede y debe hacer y cómo
se puede y se debe hacer.
Por este motivo, Foucault no es, para Rancière, un teórico político, sino más bien
un teórico del poder. Siguiendo con el símil deportivo, Foucault se interesa por cómo el
árbitro ejerce su poder y dispone el juego, pero no se preocupa por estudiar el deporte
mismo o por la posibilidad de modificarlo. Mucho menos, por la posibilidad de jugar a
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otra cosa. Para Rancière, Foucault es el teórico de lo policial, aquel que muestra el
funcionamiento y la constitución histórica de todo el entramado de ese orden «natural»
de las cosas. La noción foucaultiana de biopoder no es una noción afirmativa, de «poder
de la vida», cuanto una noción negativa, de «poder sobre la vida», es decir, “una manera
de pensar el poder y su influjo en la vida” (Racière, 2009/2011a: 123). A este respecto, la
noción de biopolítica no sería sino sinónimo de policía, ya que designa el conjunto de
prácticas y procedimientos, de técnicas, tácticas y estrategias del poder sobre la vida. Es
sinónimo de policía, pero vale decir que la policía va mucho más allá: la biopolítica
foucaultiana no sería sino una mera forma en la que el poder actúa dentro del espacio de
lo que Rancière llama policía, una forma de ejercer el poder dentro de un reparto sensible
ya dado, determinado.
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Cfr. (2014) “Ciclo “El intelectual y su memoria”: Jacques Rancière”, entrevista realizada por Azucena
González Blanco y Erika Martínez Cabrera, Universidad de Granada, Facultad de Filosofía y Letras, en
https://www.youtube.com/watch?v=IrxcXMhEC5w
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5. Políticas de la discontinuidad
En función de ambos planteamientos, parece un tanto complicado conjugarlos ya
que ni comparten perspectiva ni, mucho menos, objeto de estudio. Pese a esto, no
obstante, se produce entre ambos autores, entre Michel Foucault y Jacques Rancière, una
conexión interesante que es, a la vez, sumamente productiva políticamente hablando.
Volviendo al párrafo citado con el que abría este ensayo, “hay nuevamente que instruirse
en la sabiduría más sutil de quienes […] nos han enseñado a volver a poner en cuestión
la evidencia de las relaciones entre las palabras y las cosas, el antes y el después, el
consenso y el rechazo.” Esta alusión a Foucault, a la necesidad de instruirse en la sabiduría
que él enseñaba, no es tanto una demanda de volver a su trabajo cuanto una arenga para
recuperar su forma de pensar: la crítica. Mediante el análisis histórico de las relaciones
de poder-saber lo que Foucault muestra es, más allá de cómo se ejerce el poder, el hecho
mismo de que dicho poder y sus disposiciones son construcciones históricas, lo cual abre
el camino a la modificación:
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Nunca recuerdo el lugar donde se encuentra, pero siempre hay una frase de M.
Foucault presente en mi cabeza que dice algo así: “lo que se ha construido históricamente,
puede destruirse políticamente.”
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6. Bibliografía
- (1966/1968) Les mots et les choses. Une archéologie des sciences humaines,
París: Gallimard. [Trad. Elsa Cecilia Frost, Las palabras y las cosas. Una
arqueología de las ciencias humanas, Madrid: Siglo XXI.]
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Rancière, J. (1981/2010) La nuit des prolétaires: Archives du rêve ouvrier, París: Fayard.
[Trad. Emilio Bernini y Enrique Biondini, La noche de los proletarios: Archivos
del sueño obrero, Buenos Aires: Tinta Limón.]
- (1990/2006) Aux bords du politique, París: Osiris. [Trad. María Emilia Tijoux,
Política, Policía, Democracia, Chile: Lom.]
- (2009/2011a) Et tant pis pour les gens fatigues, París: Ed. Amsterdam. [Trad.
Javier Bassas Vila, El tiempo de la igualdad. Diálogos sobre política y estética,
Barcelona: Herder.]
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